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Nunca llegaría a importar los muchos lugares que pudiera visitar, los grandes viajes que hubiera realizado o incluso las aventuras que hubiera vivido hasta la fecha, ni siquiera a cuánta gente conociera. Atracar en un nuevo puerto, en un lugar desconocido para él, siempre resultaba realmente emocionante. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que abandonara a sus amos? ¿Dos meses? ¿Tres? Cuando uno es esclavo, hasta el más breve y efímero instante de libertad se guardaba como un tesoro. Para Hou, que no recordaba mucho más de su vida aparte de los grilletes y los malos tratos, salir al mundo real fue como volver a nacer. Sin duda alguna, estaba dispuesto a disfrutar de cada instante, cada lugar y cada viaje, sin importar las consecuencias que esto pudiera tener para él.
Habían pasado poco más de dos semanas desde que escapara de los marines que lograron atraparle, allá en la Grand Line. Sus habilidades le habían facilitado la huida y, además, logró colarse en un pequeño barco mercante justo antes de que advirtieran que había desaparecido. Tan solo tuvo que suplantar la identidad de uno de los tripulantes que, por su culpa, tendría que quedarse una buena temporada en tierra. Para cuando se dieran cuenta de su ausencia el castaño ya estaría muy lejos, a salvo de aquellos que querían atraparle. Según había podido escuchar hablar a los marineros, las aguas en las que se hallaba pertenecían al North Blue. Aquello le habría parecido completamente descabellado si no fuera por el clima, que era mucho más sosegado y predecible que en las turbulentas aguas del Paraíso. ¿Cómo habían logrado los marines cambiar de mar en tan poco tiempo? ¿No hacía acaso el Calm Belt de frontera infranqueable? En fin, ¿qué importaba? Ya encontraría la forma de regresar junto a Zane y Shieng... Un momento.
- ¡Mierda! ¡Shieng! -gritó en plena cubierta del barco, llevándose las manos a la cabeza y alzando la mirada hacia el cielo- ¡Como no tenga noticias mías pronto me matará! Tengo que encontrar algún medio para volver antes de que... ¡Oh! Qué bien huele...
Un suave aroma a especias llenó las fosas nasales del chico, quien perdió por completo la preocupación y se dejó llevar por su máxima prioridad en ese momento: llenar su insaciable estómago. La comida de los mercaderes no era mala, al menos no comparada con la que solían darle en los calabozos de sus amos, pero incluso él podía preparar cosas mejores. Lástima que no le dejasen meter mano en la cocina. Quizá asaltar la despensa tuvo algo que ver. Al menos había logrado sisarles unas pocas monedas con las que pagarse algo de comida. Los muelles de Lvneel estaban repletos de vendedores de todo tipo, ya fuera pescado, mercancías exóticas y hasta libros. De hecho, parecían tener montada alguna clase de mercadillo. Tan solo le llevó unos pocos minutos localizar la procedencia del olor: una especie de asador de carne costero.
- ¡Qué buena pinta tiene! -exclamó mientras se hacía con un buen trozo de cordero, casi babeando encima del mismo, dándole la bolsa con monedas al cocinero y comenzando a alejarse de allí, sin siquiera escuchar los gritos del mismo, avisándole de que cogiera su cambio.
No, su administración del dinero no era la más óptima, pero poco le importaba ahora que había obtenido algo que engullir, cosa que no le llevó demasiado tiempo. Se relamió ante el último bocado y dejó los huesos tirados por el suelo, sin preocuparse demasiado porque pudieran llamarle la atención. Era un hombre libre, no rendiría cuentas por algo tan estúpido. Ya con el estómago lleno, captó al fin una agradable melodía que había estado ignorando hasta el momento, procedente de una zona algo más interna del Reino, aparentemente alejada del foco urbano. Había olvidado totalmente cuál debía ser su prioridad en ese momento -buscar algún barco de vuelta a Grand Line-, por lo que decidió que podría ser divertido ver quién era el causante de tanto revuelo.
Tras caminar durante un par de minutos dio al fin con lo que parecían ser los límites de la ciudad y el puerto, los cuales colindaban con un amplio prado que se extendía durante varios kilómetros, o al menos hasta donde su vista alcanzaba a ver. El relieve le impedía ver mucho más allá de unas pequeñas colinas, aunque tampoco tenía mucha importancia. El causante del sonido no se encontraba demasiado lejos. La zona contaba con algún que otro árbol aislado, quizá acompañado por arbustos. La sombra que ofrecían las copas proporcionaban una protección más que eficiente contra la luz del Sol y, sobre todo, un lugar apacible donde descansar. Hou estaba seguro de que podría dormir durante todo el día si se apalancaba bajo la sombra de alguno de aquellos árboles, aunque por el momento no era su prioridad. Enfocó la mirada justo bajo las ramas de uno de ellos. Sentada en el suelo, la pequeña figura de una persona acompañada por otras dos más reducidas destacaba sobre todo lo demás. No tardó mucho en identificarla como la causante de aquella melodía, especialmente cuando se percató del instrumento que portaba.
- Un músico... ¿O una? -se preguntó a sí mismo, no sabiendo por qué opción decantarse. Desde allí no tenía una visión demasiado clara del artista.
¿Qué mejor manera de responderse a sí mismo que acercándose a saludar? Comenzó a caminar a un ritmo tranquilo, aunque siendo incapaz de ocultar cierta impaciencia por llegar a su lado y satisfacer su curiosidad. La música no ayudaba demasiado, pues tan solo acrecentaba más esta última. A medida que la distancia entre ambos se iba acortando, pudo ver que las otras dos figuras eran animales, probablemente de poca edad. Un perro de color azul y un panda rojo. Nunca en su vida había visto animales similares. Ni tampoco dueños tan extravagantes. ¿O dueñas? Pese a la cercanía, seguía sin tenerlo demasiado claro. El castaño escudriño su figura, plantándose justo frente a él o ella e inclinándose, apoyando las manos en las rodillas, para poder ver con mayor detalle. Alzó una ceja.
- ¿Eres un chico o una chica? -inquirió tras unos incómodos segundos, con completa naturalidad, sin siquiera pensar si habría sido mejor idea empezar por presentarse.
Habían pasado poco más de dos semanas desde que escapara de los marines que lograron atraparle, allá en la Grand Line. Sus habilidades le habían facilitado la huida y, además, logró colarse en un pequeño barco mercante justo antes de que advirtieran que había desaparecido. Tan solo tuvo que suplantar la identidad de uno de los tripulantes que, por su culpa, tendría que quedarse una buena temporada en tierra. Para cuando se dieran cuenta de su ausencia el castaño ya estaría muy lejos, a salvo de aquellos que querían atraparle. Según había podido escuchar hablar a los marineros, las aguas en las que se hallaba pertenecían al North Blue. Aquello le habría parecido completamente descabellado si no fuera por el clima, que era mucho más sosegado y predecible que en las turbulentas aguas del Paraíso. ¿Cómo habían logrado los marines cambiar de mar en tan poco tiempo? ¿No hacía acaso el Calm Belt de frontera infranqueable? En fin, ¿qué importaba? Ya encontraría la forma de regresar junto a Zane y Shieng... Un momento.
- ¡Mierda! ¡Shieng! -gritó en plena cubierta del barco, llevándose las manos a la cabeza y alzando la mirada hacia el cielo- ¡Como no tenga noticias mías pronto me matará! Tengo que encontrar algún medio para volver antes de que... ¡Oh! Qué bien huele...
Un suave aroma a especias llenó las fosas nasales del chico, quien perdió por completo la preocupación y se dejó llevar por su máxima prioridad en ese momento: llenar su insaciable estómago. La comida de los mercaderes no era mala, al menos no comparada con la que solían darle en los calabozos de sus amos, pero incluso él podía preparar cosas mejores. Lástima que no le dejasen meter mano en la cocina. Quizá asaltar la despensa tuvo algo que ver. Al menos había logrado sisarles unas pocas monedas con las que pagarse algo de comida. Los muelles de Lvneel estaban repletos de vendedores de todo tipo, ya fuera pescado, mercancías exóticas y hasta libros. De hecho, parecían tener montada alguna clase de mercadillo. Tan solo le llevó unos pocos minutos localizar la procedencia del olor: una especie de asador de carne costero.
- ¡Qué buena pinta tiene! -exclamó mientras se hacía con un buen trozo de cordero, casi babeando encima del mismo, dándole la bolsa con monedas al cocinero y comenzando a alejarse de allí, sin siquiera escuchar los gritos del mismo, avisándole de que cogiera su cambio.
No, su administración del dinero no era la más óptima, pero poco le importaba ahora que había obtenido algo que engullir, cosa que no le llevó demasiado tiempo. Se relamió ante el último bocado y dejó los huesos tirados por el suelo, sin preocuparse demasiado porque pudieran llamarle la atención. Era un hombre libre, no rendiría cuentas por algo tan estúpido. Ya con el estómago lleno, captó al fin una agradable melodía que había estado ignorando hasta el momento, procedente de una zona algo más interna del Reino, aparentemente alejada del foco urbano. Había olvidado totalmente cuál debía ser su prioridad en ese momento -buscar algún barco de vuelta a Grand Line-, por lo que decidió que podría ser divertido ver quién era el causante de tanto revuelo.
Tras caminar durante un par de minutos dio al fin con lo que parecían ser los límites de la ciudad y el puerto, los cuales colindaban con un amplio prado que se extendía durante varios kilómetros, o al menos hasta donde su vista alcanzaba a ver. El relieve le impedía ver mucho más allá de unas pequeñas colinas, aunque tampoco tenía mucha importancia. El causante del sonido no se encontraba demasiado lejos. La zona contaba con algún que otro árbol aislado, quizá acompañado por arbustos. La sombra que ofrecían las copas proporcionaban una protección más que eficiente contra la luz del Sol y, sobre todo, un lugar apacible donde descansar. Hou estaba seguro de que podría dormir durante todo el día si se apalancaba bajo la sombra de alguno de aquellos árboles, aunque por el momento no era su prioridad. Enfocó la mirada justo bajo las ramas de uno de ellos. Sentada en el suelo, la pequeña figura de una persona acompañada por otras dos más reducidas destacaba sobre todo lo demás. No tardó mucho en identificarla como la causante de aquella melodía, especialmente cuando se percató del instrumento que portaba.
- Un músico... ¿O una? -se preguntó a sí mismo, no sabiendo por qué opción decantarse. Desde allí no tenía una visión demasiado clara del artista.
¿Qué mejor manera de responderse a sí mismo que acercándose a saludar? Comenzó a caminar a un ritmo tranquilo, aunque siendo incapaz de ocultar cierta impaciencia por llegar a su lado y satisfacer su curiosidad. La música no ayudaba demasiado, pues tan solo acrecentaba más esta última. A medida que la distancia entre ambos se iba acortando, pudo ver que las otras dos figuras eran animales, probablemente de poca edad. Un perro de color azul y un panda rojo. Nunca en su vida había visto animales similares. Ni tampoco dueños tan extravagantes. ¿O dueñas? Pese a la cercanía, seguía sin tenerlo demasiado claro. El castaño escudriño su figura, plantándose justo frente a él o ella e inclinándose, apoyando las manos en las rodillas, para poder ver con mayor detalle. Alzó una ceja.
- ¿Eres un chico o una chica? -inquirió tras unos incómodos segundos, con completa naturalidad, sin siquiera pensar si habría sido mejor idea empezar por presentarse.
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Tras conseguir a dos nuevas compañeras en English Garden, Sora había continuado su viaje junto a Kumo, Natsu y Amanita. Llevaban ya semanas viajando, y habían visitado todas las islas del North Blue, exceptuando el Reino de Koun.
Actualmente se encontraban en Lvneel, lugar conocido por contar con cuartel marine propio y poco más.
No había mucho que ver, pero Sora había averiguado con el tiempo que cada isla guardaba sus propias costumbres y parecía un país diferente. Lo que para ella resultaba normal e incluso tedioso, como la Batalla Campal tradicional que se celebraba todos los años en la isla del Puño, para otros era motivo de turismo y sorpresa.
Lo mismo sucedía con las costumbres propias de las demás islas.
Aún no había salido siquiera de su mar, y ya se había encontrado con una variedad impresionante.
Estaba deseando salir al Grand Line y descubrir más culturas, más personas y más costumbres. Necesitaba una visión amplia del mundo, para poder juzgar por sí misma si el Gobierno estaba haciendo algo loable o no.
Aunque, por lo que había visto, seguía sin ganarse su simpatía.
Aquella tarde Amanita se fue a comprar provisiones para su siguiente viaje, al Reino de Koun, y Sora se alejó de la muchedumbre y el ruido acompañada de sus mascotas. Encontró un campo no muy lejos de la ciudad y se sentó a la sombra del árbol, para coger su guitarra y empezar a componer.
Natsu no tardó en trepar por el árbol y empezar a juguetear con inquietud, mientras Kumo se recostaba apacible al lado de su dueña y cerraba los ojos para escuchar su música.
El perro-lobo había crecido considerablemente en los pocos meses que llevaban viajando, y ya casi había alcanzado el tamaño de un adulto. A Sora le había costado ganarse su confianza pero, una vez conseguida, el animal se había vuelto obediente y leal. La seguía a todas partes como el pollito a la gallina, eso no había cambiado, pero ahora la escuchaba y obedecía. Comprendía perfectamente lo que Sora le decía, y le hacía caso... la mayor parte de las veces. Seguía siendo cabezota y orgulloso, y a veces no había manera de hacerlo obedecer. Pero Sora tenía una personalidad muy calmada y paciente, así que había conseguido doblegarlo poco a poco. Se había convertido en su amigo más leal, e irreemplazable.
Kumo seguía teniendo la costumbre de mordisquear algo, y ahora roía una ramita entre los dientes mientras escuchaba el rasgar de las cuerdas de la guitarra.
Actualmente se encontraban en Lvneel, lugar conocido por contar con cuartel marine propio y poco más.
No había mucho que ver, pero Sora había averiguado con el tiempo que cada isla guardaba sus propias costumbres y parecía un país diferente. Lo que para ella resultaba normal e incluso tedioso, como la Batalla Campal tradicional que se celebraba todos los años en la isla del Puño, para otros era motivo de turismo y sorpresa.
Lo mismo sucedía con las costumbres propias de las demás islas.
Aún no había salido siquiera de su mar, y ya se había encontrado con una variedad impresionante.
Estaba deseando salir al Grand Line y descubrir más culturas, más personas y más costumbres. Necesitaba una visión amplia del mundo, para poder juzgar por sí misma si el Gobierno estaba haciendo algo loable o no.
Aunque, por lo que había visto, seguía sin ganarse su simpatía.
Aquella tarde Amanita se fue a comprar provisiones para su siguiente viaje, al Reino de Koun, y Sora se alejó de la muchedumbre y el ruido acompañada de sus mascotas. Encontró un campo no muy lejos de la ciudad y se sentó a la sombra del árbol, para coger su guitarra y empezar a componer.
Natsu no tardó en trepar por el árbol y empezar a juguetear con inquietud, mientras Kumo se recostaba apacible al lado de su dueña y cerraba los ojos para escuchar su música.
El perro-lobo había crecido considerablemente en los pocos meses que llevaban viajando, y ya casi había alcanzado el tamaño de un adulto. A Sora le había costado ganarse su confianza pero, una vez conseguida, el animal se había vuelto obediente y leal. La seguía a todas partes como el pollito a la gallina, eso no había cambiado, pero ahora la escuchaba y obedecía. Comprendía perfectamente lo que Sora le decía, y le hacía caso... la mayor parte de las veces. Seguía siendo cabezota y orgulloso, y a veces no había manera de hacerlo obedecer. Pero Sora tenía una personalidad muy calmada y paciente, así que había conseguido doblegarlo poco a poco. Se había convertido en su amigo más leal, e irreemplazable.
Kumo seguía teniendo la costumbre de mordisquear algo, y ahora roía una ramita entre los dientes mientras escuchaba el rasgar de las cuerdas de la guitarra.
- Componiendo:
Natsu, por su parte, llevaba ya unas semanas en compañía de la chiquilla, y había demostrado tener una actitud caprichosa y juguetona. No escuchaba a Sora, hacía lo que quería cuando quería, y le encantaba molestar a Kumo. Le tiraba de los bigotes, la cola y las orejas, le mordisqueaba las patas y le hacía placajes cuando menos se lo esperaba. Pero Kumo había desarrollado una actitud sosegada con el paso del tiempo, quizá por contagio de su dueña, o quizá porque estaba abandonando su comportamiento juguetón infantil, y soportaba a Natsu con la paciencia de una madre, respondiendo a sus juegos y gruñendo ligeramente como aviso cuando la panda se pasaba de la raya.
El panda pareció cansarse de corretear por el árbol y descendió de un salto para acurrucarse al lado de Kumo y empezar a menear la cola anillada al ritmo de la música que Sora tocaba con la guitarra.
Entonces un joven apareció sin previo aviso frente a ella y se la quedó mirando largo y tendido, sobresaltándola ligeramente.
Sora le devolvió la mirada con aparente impasibilidad al tiempo que por dentro se preguntaba quién era ese tipo, de dónde había salido y por qué la miraba tan fijamente.
Cuando el muchacho habló al fin, Sora se quedó descolocada y dio un golpe demasiado fuerte a las cuerdas de la guitarra. Casi rompe una de la sorpresa, pero por suerte aguantaron.
- ¡¿Eh?! -saltó, en un tono más alto del que hubiese deseado. Se dio cuenta entonces de que Kumo estaba de pie a su lado, sin apartar del desconocido una mirada amenazadora y emitiendo un gruñido suave y grave al tiempo que le enseñaba los dientes-. Kumo -se limitó a llamar. El perro la miró, la entendió y dejó de gruñir, para sentarse y permanecer alerta, sin apartar la vista del muchacho. Sora emitió un suspiro y dirigió sus ojos verdes en dirección al joven. Comunicarse no se le daba especialmente bien, pero aquello le había tocado un poco la moral-. ¿Acaso importa? Puedo ser un chico o una chica, ¿cuál es la diferencia? ¿Te resulta complicado situarme en alguno de los dos lados del espectro? ¿Me ves y no eres capaz de discernir si soy un chico aniñado o una chica mona? Perfecto. Esa era exactamente mi intención. ¿Y tú? ¿Eres un chico o una chica? -le respondió con calma.
El panda pareció cansarse de corretear por el árbol y descendió de un salto para acurrucarse al lado de Kumo y empezar a menear la cola anillada al ritmo de la música que Sora tocaba con la guitarra.
Entonces un joven apareció sin previo aviso frente a ella y se la quedó mirando largo y tendido, sobresaltándola ligeramente.
Sora le devolvió la mirada con aparente impasibilidad al tiempo que por dentro se preguntaba quién era ese tipo, de dónde había salido y por qué la miraba tan fijamente.
Cuando el muchacho habló al fin, Sora se quedó descolocada y dio un golpe demasiado fuerte a las cuerdas de la guitarra. Casi rompe una de la sorpresa, pero por suerte aguantaron.
- ¡¿Eh?! -saltó, en un tono más alto del que hubiese deseado. Se dio cuenta entonces de que Kumo estaba de pie a su lado, sin apartar del desconocido una mirada amenazadora y emitiendo un gruñido suave y grave al tiempo que le enseñaba los dientes-. Kumo -se limitó a llamar. El perro la miró, la entendió y dejó de gruñir, para sentarse y permanecer alerta, sin apartar la vista del muchacho. Sora emitió un suspiro y dirigió sus ojos verdes en dirección al joven. Comunicarse no se le daba especialmente bien, pero aquello le había tocado un poco la moral-. ¿Acaso importa? Puedo ser un chico o una chica, ¿cuál es la diferencia? ¿Te resulta complicado situarme en alguno de los dos lados del espectro? ¿Me ves y no eres capaz de discernir si soy un chico aniñado o una chica mona? Perfecto. Esa era exactamente mi intención. ¿Y tú? ¿Eres un chico o una chica? -le respondió con calma.
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El castaño se mantuvo expectante ante la actitud del contrario... ¿La contraria? Bueno, si le costaba diferenciar si era un chico o no sería porque, quizá, tuviera un poco de chica, así que nos referiremos a este como "ella". El caso es que parecía haberse sobresaltado un poco. Probablemente no se esperaba esa pregunta sin venir a cuento, aunque para Hou todo aquello no era nada que se saliera de lo normal. Al fin y al cabo, no había hecho nada malo, ¿o quizá sí? Siempre podría disculparse más tarde si ese era el caso. O no. Según le viniera. Tras unos instantes, parecía que su nueva acompañante estuvo dispuesta a darle una respuesta, no sin antes mandarle a su extraño perro que se calmase, el cual obedeció sin rechistar.
"Kumo", repitió en su mente, intentando comprender el porqué del nombre. Podía escuchar a la guitarrista hablar, pero su voz no era mucho más que un eco en su mente, donde sus pensamientos ahora estaban enfocados en sus curiosas mascotas. ¿Cómo habría conseguido domesticar criaturas tan extrañas? No eran como las típicas mascotas que todo el mundo tiene por casa, no. El cánido de mechones azulados estaba casi más cerca del lobo que del perro, mientras que el otro animal era de una especie completamente extraña para él. No podía evitar preguntarse dónde se los habría encontrado, pues por lo poco que había visto del lugar no parecía que aquellos animales fueran algo muy comunes. Supuso, de hecho, que ni allí ni en ningún otro sitio. Se acercó un poco más a ambos, aún ignorando a la pequeña, lo que pareció incomodar a los animales, que se alteraron incluso más.
- Ey, no tengo intención de haceros nada -volvió su mirada hacia la contraria, esbozando una sonrisa ante su respuesta.- Ni tampoco a... Vuestro dueña o vuestra dueño... Lo que sea -concluyó, intercalando los géneros a propósito.
Se alejó de los animales y se dejó caer con suavidad sobre la hierba y la tierra, cruzando las piernas al sentarse como solía hacer Shieng cuando se ponía a meditar... Y cuando le obligaba a hacerlo a él también. Ya lo tenía tan arraigado que se había vuelto una costumbre para él. Con lo cómodo que se podía estar espatarrado.
- Así que, en definitiva, no eres ni un chico ni una chica, sino ambos -afirmó, tratando de asimilar lo poco que le había llegado a escuchar-. O ninguno -siguió, soltando una pequeña risa. Le estaba cayendo bien-. ¿Que qué soy yo?
Su sonrisa se ensanchó y su mirada ambarina se clavó en las esmeraldas ajenas. Él tenía claro lo que era. Por suerte para él, sus antiguos amos no habían decidido castigarle con medidas lo suficientemente crueles como para modificar su género, y hasta donde sabía, si tenía manguera y podía regar de pie, era un hombre. Sin embargo, la pregunta tan solo despertó en él las ganas de gastarle una pequeña broma a su nueva amiga. Para qué mentir, no quería desaprovechar la oportunidad de tomarle el pelo, siempre desde el más infantil e inocente punto de vista. Y hablando de pelos, ¿por qué no usar aquello? Hou alzó la mano, dramatizando el gesto para que la contraria centrara su atención en lo que iba a hacer. Con cuidado, tomó un pelo de su cabeza y tiró de él, quitándoselo para, a continuación, mostrárselo sobre la palma. Sobre esta comenzó a generar una pequeña corriente de viento, lo suficientemente débil como para que pasase desapercibida, tan solo con la fuerza de alzar el pelo.
- Lo cierto es... Que puedo ser cualquier cosa que desee -respondió en un tono suave, justo al tiempo en que el cabello comenzaba a incrementar su tamaño y a tomar forma poco a poco, resultando en una pelota de color azul, igual de grande que la palma de su mano. La sujetó con las yemas de los dedos y se la tendió a la guitarrista, mirándola directamente a los ojos-. ¿Te vale como respuesta?
"Kumo", repitió en su mente, intentando comprender el porqué del nombre. Podía escuchar a la guitarrista hablar, pero su voz no era mucho más que un eco en su mente, donde sus pensamientos ahora estaban enfocados en sus curiosas mascotas. ¿Cómo habría conseguido domesticar criaturas tan extrañas? No eran como las típicas mascotas que todo el mundo tiene por casa, no. El cánido de mechones azulados estaba casi más cerca del lobo que del perro, mientras que el otro animal era de una especie completamente extraña para él. No podía evitar preguntarse dónde se los habría encontrado, pues por lo poco que había visto del lugar no parecía que aquellos animales fueran algo muy comunes. Supuso, de hecho, que ni allí ni en ningún otro sitio. Se acercó un poco más a ambos, aún ignorando a la pequeña, lo que pareció incomodar a los animales, que se alteraron incluso más.
- Ey, no tengo intención de haceros nada -volvió su mirada hacia la contraria, esbozando una sonrisa ante su respuesta.- Ni tampoco a... Vuestro dueña o vuestra dueño... Lo que sea -concluyó, intercalando los géneros a propósito.
Se alejó de los animales y se dejó caer con suavidad sobre la hierba y la tierra, cruzando las piernas al sentarse como solía hacer Shieng cuando se ponía a meditar... Y cuando le obligaba a hacerlo a él también. Ya lo tenía tan arraigado que se había vuelto una costumbre para él. Con lo cómodo que se podía estar espatarrado.
- Así que, en definitiva, no eres ni un chico ni una chica, sino ambos -afirmó, tratando de asimilar lo poco que le había llegado a escuchar-. O ninguno -siguió, soltando una pequeña risa. Le estaba cayendo bien-. ¿Que qué soy yo?
Su sonrisa se ensanchó y su mirada ambarina se clavó en las esmeraldas ajenas. Él tenía claro lo que era. Por suerte para él, sus antiguos amos no habían decidido castigarle con medidas lo suficientemente crueles como para modificar su género, y hasta donde sabía, si tenía manguera y podía regar de pie, era un hombre. Sin embargo, la pregunta tan solo despertó en él las ganas de gastarle una pequeña broma a su nueva amiga. Para qué mentir, no quería desaprovechar la oportunidad de tomarle el pelo, siempre desde el más infantil e inocente punto de vista. Y hablando de pelos, ¿por qué no usar aquello? Hou alzó la mano, dramatizando el gesto para que la contraria centrara su atención en lo que iba a hacer. Con cuidado, tomó un pelo de su cabeza y tiró de él, quitándoselo para, a continuación, mostrárselo sobre la palma. Sobre esta comenzó a generar una pequeña corriente de viento, lo suficientemente débil como para que pasase desapercibida, tan solo con la fuerza de alzar el pelo.
- Lo cierto es... Que puedo ser cualquier cosa que desee -respondió en un tono suave, justo al tiempo en que el cabello comenzaba a incrementar su tamaño y a tomar forma poco a poco, resultando en una pelota de color azul, igual de grande que la palma de su mano. La sujetó con las yemas de los dedos y se la tendió a la guitarrista, mirándola directamente a los ojos-. ¿Te vale como respuesta?
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El muchacho parecía sentir curiosidad por las mascotas de Sora, pero ella se limitó a observar con ojos inexpresivos sus intentos fútiles de interaccionar con ellos.
Kumo emitió un leve gruñido y se apartó unos pasos hacia atrás, desconfiado como era, mientras Natsu se subió sobre la cabeza de Sora con brusquedad, golpeándole la sien con una pata, para desde allí saltar a la rama más cercana y quedarse allí, sujetándose la cola con las patitas y sin apartar la vista del desconocido.
Incluso a la chiquilla le había costado conseguir la confianza de aquellos dos. Y con el panda rojo todavía tenía mucho trabajo por delante.
Probablemente llamaban la atención del chico, razonó Sora, porque eran dos ejemplares cuanto menos llamativos. El cruce de especies de Kumo le otorgaba un pelaje de color inusual y rasgos lobunos, sin olvidarnos de su cola articulada en forma de hoz. Por no mencionar que procedía de una isla específica del West Blue que contaba con una especie endémica, imposible de ver en cualquier otro lugar.
Por su parte, Natsu era un animal de otro mar, probablemente náufraga de algún barco de contrabandistas donde la venderían al mejor postor. No era usual ver pandas rojos por aquel mar, y Sora no recordaba cuál era exactamente su isla de procedencia, pero estaba casi segura de que se localizaba en la Grand Line.
Ambos animales habían terminado en compañía de la música por casualidad, pero ambos venían de haber sido maltratados y enjaulados por contrabandistas para ser vendidos, lo que provocaba su natural desconfianza hacia el ser humano. Kumo le había mordido nada más conocerla, y Natsu había huido de ella hasta encontrarse en una situación desesperada.
Si no recordaba mal, se había ganado la confianza de ambos en una situación similar, poniendo el pellejo en el asador por ellos y defendiéndolos contra los enemigos de turno con su vida.
En resumen, no iban a confiar en un desconocido charlatán así por las buenas.
El joven se alejó de los animales al tiempo que Sora procesaba toda esa información en su cerebro, en completo silencio, y se tumbó un poco más allá sobre la mullida hierba, bajo la sombra de los árboles.
Pero se volvió a levantar enseguida, para fijar sus orbes en los de Sora y esbozar una sonrisa que la chiquilla reconoció como pícara. Era la manera de sonreír de Aslan. ¿Quizá aquel chico se parecía un poco a Aslan? Aunque parecía mucho más salvaje. Y eso era mucho decir.
El chico se arrancó un pelo de la cabeza, y entonces hizo algo incomprensible. Sora se echó hacia atrás de la impresión con brusquedad, y como resultado se golpeó el cogote contra el tronco del árbol. Emitió un gruñido de dolor y se llevó una mano a la zona afectada, sin apartar la vista de la pelota que acababa de salir de la nada, con los ojos abiertos como platos y expresión anonadada.
Al darse cuenta de que tenía los ojos muy abiertos, los devolvió a su estado original y continuó con su expresión impasible, para luego examinar la pelota con ojos curiosos, mientras despotricaba para sus adentros.
"Vale... Vale. Vale. ¿Qué narices acaba de pasar? ¿Qué acaba de hacer? ¿De dónde ha salido esa pelota? No puede haber convertido un pelo en una pelota. Tiene que haber salido de alguna parte. Sí, eso. Tiene que ser un truco de magia. No puede ser que simplemente HAGAS UNA PELOTA AZUL CON UN SOLO PELO DE COLOR CASTAÑO. NO. NO ES POSIBLE. ¡No es humanamente posible! ¡Aquí hay truco! ¡Tiene que haber truco! ¡¿Qué narices?! Vale. Sora, cálmate. Tranquila. Estoy tranquila. Estoy bien. Es un truco. Tiene explicación. Todo tiene explicación en esta vida. Sí. Eso."
Mientras tanto, Kumo emitía un extraño gruñidito de incomprensión, ladeaba la cabeza hacia un lado y luego otro como hacen los perros cuando no entienden qué está pasando o qué les quieres decir, y se acercaba con cautela a la pelota para olfatearla. Seguidamente se echó hacia atrás con expresión extrañada, echando las orejas hacia atrás y frunciendo el expresivo ceño. Volvió a olfatear la pelota y, finalmente, le propinó un golpecito con la pata, antes de ladrarle, todavía sin comprender.
Sora carraspeó y se levantó con fingida naturalidad, para limpiarse el trasero de posibles trozos de hierba y mirar al chico desde su metro y medio de altura.
- ¿Eres algún tipo de mago o prestidigitador? ¿Cómo has hecho eso? El pobre Kumo sigue sin entenderlo, y la verdad que yo tampoco. Me llamo Sora, por cierto -se presentó, tendiéndole una mano amistosa con formalidad-. ¿Y tú eres...?
"¡ES UN MAGO! No había conocido a un mago antes. Tiene pinta de majo. ¿Será majo? Kumo parece más tranquilo ahora, pero quizá lo distrajo con la pelota a propósito y todo es un plan maquiavélico para hacer que me relaje y luego... No. No tiene pinta de ser tan listo. Aunque nadie sabe mejor que yo que las apariencias engañan.", se emocionó para sus adentros, todavía fingiendo serenidad con sus inmutables facciones.
Kumo emitió un leve gruñido y se apartó unos pasos hacia atrás, desconfiado como era, mientras Natsu se subió sobre la cabeza de Sora con brusquedad, golpeándole la sien con una pata, para desde allí saltar a la rama más cercana y quedarse allí, sujetándose la cola con las patitas y sin apartar la vista del desconocido.
Incluso a la chiquilla le había costado conseguir la confianza de aquellos dos. Y con el panda rojo todavía tenía mucho trabajo por delante.
Probablemente llamaban la atención del chico, razonó Sora, porque eran dos ejemplares cuanto menos llamativos. El cruce de especies de Kumo le otorgaba un pelaje de color inusual y rasgos lobunos, sin olvidarnos de su cola articulada en forma de hoz. Por no mencionar que procedía de una isla específica del West Blue que contaba con una especie endémica, imposible de ver en cualquier otro lugar.
Por su parte, Natsu era un animal de otro mar, probablemente náufraga de algún barco de contrabandistas donde la venderían al mejor postor. No era usual ver pandas rojos por aquel mar, y Sora no recordaba cuál era exactamente su isla de procedencia, pero estaba casi segura de que se localizaba en la Grand Line.
Ambos animales habían terminado en compañía de la música por casualidad, pero ambos venían de haber sido maltratados y enjaulados por contrabandistas para ser vendidos, lo que provocaba su natural desconfianza hacia el ser humano. Kumo le había mordido nada más conocerla, y Natsu había huido de ella hasta encontrarse en una situación desesperada.
Si no recordaba mal, se había ganado la confianza de ambos en una situación similar, poniendo el pellejo en el asador por ellos y defendiéndolos contra los enemigos de turno con su vida.
En resumen, no iban a confiar en un desconocido charlatán así por las buenas.
El joven se alejó de los animales al tiempo que Sora procesaba toda esa información en su cerebro, en completo silencio, y se tumbó un poco más allá sobre la mullida hierba, bajo la sombra de los árboles.
Pero se volvió a levantar enseguida, para fijar sus orbes en los de Sora y esbozar una sonrisa que la chiquilla reconoció como pícara. Era la manera de sonreír de Aslan. ¿Quizá aquel chico se parecía un poco a Aslan? Aunque parecía mucho más salvaje. Y eso era mucho decir.
El chico se arrancó un pelo de la cabeza, y entonces hizo algo incomprensible. Sora se echó hacia atrás de la impresión con brusquedad, y como resultado se golpeó el cogote contra el tronco del árbol. Emitió un gruñido de dolor y se llevó una mano a la zona afectada, sin apartar la vista de la pelota que acababa de salir de la nada, con los ojos abiertos como platos y expresión anonadada.
Al darse cuenta de que tenía los ojos muy abiertos, los devolvió a su estado original y continuó con su expresión impasible, para luego examinar la pelota con ojos curiosos, mientras despotricaba para sus adentros.
"Vale... Vale. Vale. ¿Qué narices acaba de pasar? ¿Qué acaba de hacer? ¿De dónde ha salido esa pelota? No puede haber convertido un pelo en una pelota. Tiene que haber salido de alguna parte. Sí, eso. Tiene que ser un truco de magia. No puede ser que simplemente HAGAS UNA PELOTA AZUL CON UN SOLO PELO DE COLOR CASTAÑO. NO. NO ES POSIBLE. ¡No es humanamente posible! ¡Aquí hay truco! ¡Tiene que haber truco! ¡¿Qué narices?! Vale. Sora, cálmate. Tranquila. Estoy tranquila. Estoy bien. Es un truco. Tiene explicación. Todo tiene explicación en esta vida. Sí. Eso."
Mientras tanto, Kumo emitía un extraño gruñidito de incomprensión, ladeaba la cabeza hacia un lado y luego otro como hacen los perros cuando no entienden qué está pasando o qué les quieres decir, y se acercaba con cautela a la pelota para olfatearla. Seguidamente se echó hacia atrás con expresión extrañada, echando las orejas hacia atrás y frunciendo el expresivo ceño. Volvió a olfatear la pelota y, finalmente, le propinó un golpecito con la pata, antes de ladrarle, todavía sin comprender.
Sora carraspeó y se levantó con fingida naturalidad, para limpiarse el trasero de posibles trozos de hierba y mirar al chico desde su metro y medio de altura.
- ¿Eres algún tipo de mago o prestidigitador? ¿Cómo has hecho eso? El pobre Kumo sigue sin entenderlo, y la verdad que yo tampoco. Me llamo Sora, por cierto -se presentó, tendiéndole una mano amistosa con formalidad-. ¿Y tú eres...?
"¡ES UN MAGO! No había conocido a un mago antes. Tiene pinta de majo. ¿Será majo? Kumo parece más tranquilo ahora, pero quizá lo distrajo con la pelota a propósito y todo es un plan maquiavélico para hacer que me relaje y luego... No. No tiene pinta de ser tan listo. Aunque nadie sabe mejor que yo que las apariencias engañan.", se emocionó para sus adentros, todavía fingiendo serenidad con sus inmutables facciones.
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Le costó horrores aguantarse las ganas de reír ante la exagerada respuesta de su pequeño público. No importaba cuánto intentase ocultarlo. La guitarrista se había dejado llevar por sus emociones, y el hecho de que estuviera intentando disimularlo solo le resultaba más divertido si cabe. Aguardó con calma, observando cómo reaccionaban tanto él... ¿Ella? Así como sus mascotas. El pobre Kumo se encontraba demasiado confuso y parecía debatirse entre quedarse la pelota o no. Desconfiaba, pero en esta ocasión hacía bien. Vete tú a saber de dónde habría sacado el juguete. Ni él mismo entendía demasiado bien cómo funcionaba aquella habilidad, simplemente sabía hacerlo, y no necesitaba más información que esa.
Aún sostenía la azulada esfera entre sus dedos, dejando que su espectadora más intrigada siguiera escudriñándola durante unos instantes. Cuando su acompañante comenzó a ladrar y a intentar golpearla, decidió que debía dejar de torturarles y cederles el juguetito. Quizá sirviera para que dejasen de estar tan a la defensiva con él, aunque siempre podía tener el efecto contrario. Al fin y al cabo, lo que acababa de hacer le había convertido en un bicho raro. Sin más, bajó la mano y la hizo rodar con suavidad sobre la hierba.
- ¿Prestigiditi... qué? -respondió el castaño, mirando a su menudo acompañante- No sé qué clase de criatura es esa, pero no me suena haber visto una nunca -prosiguió, con toda aquella inocencia e ignorancia que le caracterizaban-. Tampoco he conocido magos, pero diría que yo no soy uno.
Sonrió cuando le preguntó, y la verdad es que le habría gustado darle una respuesta, pero no la tenía. Se limitó a encogerse de hombros, sacudir la mano derecha contra su camiseta para quitarse los trozos de tierra o hierba que pudieran haberse quedado prendidos de su palma y, finalmente, le estrechó la mano, mirando a Sora directamente a los ojos.
- Yo soy Hou. Ni Hou "el Mago", ni Hou "el Prestiditigi". Solo Hou.
Valiéndose únicamente de la fuerza de sus piernas, el castaño se puso en pie, dejando clara la enorme diferencia de altura que había entre ambos. Le sacaba algo más de una cabeza, y probablemente también un par de cuerpos. Se rascó la barbilla, pensativo. "Al lado de Shieng ni siquiera parecería de nuestra especie", pensó, recordando la inhumana altura de su Shifu. Al menos parecía agradable, y alguien simpático que encima supiera tocar y cantar tan solo podía ser una compañía realmente interesante. Sí, definitivamente se quedaría con Sora un rato más. No tenía nada mejor que hacer. Al menos, nada que recordase.
Por un momento se sintió realmente emocionado y, al contrario que su nueva amistad, no se preocupó lo más mínimo en tratar de ocultarlo. Habían comenzado a venirle innumerables ideas a la cabeza, así como preguntas que requerían respuesta inmediata. Bueno, no la requerían, probablemente se olvidase de ellas al momento, pero las iba a hacer igual. Pobrecilla, no sabía lo que le había caído encima.
- ¡Pero lo que haces es realmente genial! ¡Casi tan increíble como el fuego que controla Shieng! -exclamó, obviando el hecho de que no se le daba bien guardar información- ¿Cuánto tiempo llevas tocando? ¿Y cantando? ¿Por qué no estás haciendo una fortuna en la ciudad? ¿Tienes mucho dinero? ¿Eres rica? ¿A qué sabes si lo eres? No, espera... Eso es una estupidez -se rascó la nuca, mirando hacia arriba-. Bueno, da igual. ¿Eres de aquí? -siguió, volviendo a mirarla- ¿Por qué estás aquí sola? O solo... Bueno, ya me entiendes.
Ladeó la cabeza, como lo haría un animal, al tiempo que posaba ambas manos a la altura de la cintura. Tantas preguntas podrían ser incómodas. Quizá solo la última, en el caso de que no tuviera amigos. Bueno, tenía a Kumo y a esa bola de pelo asustadiza. Seguro que eran más agradables y simpáticos que sus antiguos amos. Además, no importaba si no los tenía, porque ahora había obtenido un nuevo gran amigo. ¡Él! Podrían ir juntos a robar en algún barco, obtener dinero con su música para luego irse a comer, comerse lo robado, echarse la siesta bajo los árboles, hacer trucos de magia, bailar... ¡Y volver a comer! Sonaba como un plan. Un buen plan. Sin duda.
Aún sostenía la azulada esfera entre sus dedos, dejando que su espectadora más intrigada siguiera escudriñándola durante unos instantes. Cuando su acompañante comenzó a ladrar y a intentar golpearla, decidió que debía dejar de torturarles y cederles el juguetito. Quizá sirviera para que dejasen de estar tan a la defensiva con él, aunque siempre podía tener el efecto contrario. Al fin y al cabo, lo que acababa de hacer le había convertido en un bicho raro. Sin más, bajó la mano y la hizo rodar con suavidad sobre la hierba.
- ¿Prestigiditi... qué? -respondió el castaño, mirando a su menudo acompañante- No sé qué clase de criatura es esa, pero no me suena haber visto una nunca -prosiguió, con toda aquella inocencia e ignorancia que le caracterizaban-. Tampoco he conocido magos, pero diría que yo no soy uno.
Sonrió cuando le preguntó, y la verdad es que le habría gustado darle una respuesta, pero no la tenía. Se limitó a encogerse de hombros, sacudir la mano derecha contra su camiseta para quitarse los trozos de tierra o hierba que pudieran haberse quedado prendidos de su palma y, finalmente, le estrechó la mano, mirando a Sora directamente a los ojos.
- Yo soy Hou. Ni Hou "el Mago", ni Hou "el Prestiditigi". Solo Hou.
Valiéndose únicamente de la fuerza de sus piernas, el castaño se puso en pie, dejando clara la enorme diferencia de altura que había entre ambos. Le sacaba algo más de una cabeza, y probablemente también un par de cuerpos. Se rascó la barbilla, pensativo. "Al lado de Shieng ni siquiera parecería de nuestra especie", pensó, recordando la inhumana altura de su Shifu. Al menos parecía agradable, y alguien simpático que encima supiera tocar y cantar tan solo podía ser una compañía realmente interesante. Sí, definitivamente se quedaría con Sora un rato más. No tenía nada mejor que hacer. Al menos, nada que recordase.
Por un momento se sintió realmente emocionado y, al contrario que su nueva amistad, no se preocupó lo más mínimo en tratar de ocultarlo. Habían comenzado a venirle innumerables ideas a la cabeza, así como preguntas que requerían respuesta inmediata. Bueno, no la requerían, probablemente se olvidase de ellas al momento, pero las iba a hacer igual. Pobrecilla, no sabía lo que le había caído encima.
- ¡Pero lo que haces es realmente genial! ¡Casi tan increíble como el fuego que controla Shieng! -exclamó, obviando el hecho de que no se le daba bien guardar información- ¿Cuánto tiempo llevas tocando? ¿Y cantando? ¿Por qué no estás haciendo una fortuna en la ciudad? ¿Tienes mucho dinero? ¿Eres rica? ¿A qué sabes si lo eres? No, espera... Eso es una estupidez -se rascó la nuca, mirando hacia arriba-. Bueno, da igual. ¿Eres de aquí? -siguió, volviendo a mirarla- ¿Por qué estás aquí sola? O solo... Bueno, ya me entiendes.
Ladeó la cabeza, como lo haría un animal, al tiempo que posaba ambas manos a la altura de la cintura. Tantas preguntas podrían ser incómodas. Quizá solo la última, en el caso de que no tuviera amigos. Bueno, tenía a Kumo y a esa bola de pelo asustadiza. Seguro que eran más agradables y simpáticos que sus antiguos amos. Además, no importaba si no los tenía, porque ahora había obtenido un nuevo gran amigo. ¡Él! Podrían ir juntos a robar en algún barco, obtener dinero con su música para luego irse a comer, comerse lo robado, echarse la siesta bajo los árboles, hacer trucos de magia, bailar... ¡Y volver a comer! Sonaba como un plan. Un buen plan. Sin duda.
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Sin duda, el chico no era especialmente inteligente. O quizá sí inteligente, pero sin conocimientos específicos sobre cultura general. Ni siquiera sabía pronunciar la palabra prestidigitador, para cuanto más conocer su significado.
Eso significaba que, al igual que él había podido sorprenderla, ella también podía engañarlo.
Pero mientras pensaba en alguna manera de sorprender al muchacho con sus talentos, él empezó a hablar a toda rapidez, aparentemente maravillado con sus dotes musicales. La chiquilla no estaba acostumbrada a que le dijesen ese tipo de cosas, y todavía menos cuando no estaba dentro del carácter de su alter ego escénico.
Se quedó anonadada y confusa ante semejante sucesión de preguntas, y tuvo que tomarse unos segundos para poder responder.
- Ehm... No he entendido lo del fuego. Llevo tocando y cantando... ¿desde los ocho años? Más o menos -al tiempo que respondía iba contando las preguntas con los dedos- Ehm... No lo sé, no tengo mucho dinero, no sé cual es mi sabor pero si hablas con animales le puedes preguntar a cualquiera de los dos. Me mordieron cuando los conocí. No soy de aquí, estoy viajando para conocer mundo y... Mi compañera ha ido de compras así que estaba descansando un rato... -volvió a contar para cerciorarse de que había respondido todo y asintió, satisfecha consigo misma-. Este es Kumo y ella es Natsu -presentó a continuación, señalando al perro lobo y a la panda rojo respectivamente-. Y lo de cantar no es para tanto, puedo hacer otras muchas cosas. Como...
Se le había ocurrido la manera de dejarlo boquiabierto, así que se sentó en el suelo sobre sus pies, apoyó ambos brazos en el suelo justo frente a sus rodillas flexionadas, miró al chico para comprobar que la estaba mirando y, utilizando las manos como punto de apoyo, hizo girar su cuerpo hasta colocar los pies sobre sus propios hombros. Seguidamente siguió flexionándose hasta que sus rodillas tocaron de nuevo el suelo, momento en que pasó el peso de su cuerpo a las rodillas, liberando los brazos y girándolos con rapidez para devolverlos a su forma natural. Los estiró sobre su cabeza para que no se agarrotasen los músculos y los utilizó de impulso para echar el cuerpo hacia atrás, haciendo el puente y apoyando manos y pies en el suelo para luego subir los pies hasta su cabeza de nuevo y dejarse caer grácilmente sobre la hierba, volviendo a flexionar la espalda hasta que se tocó la parte trasera de las rodillas con la cabeza.
Luego se levantó como si nada. El mono de licra se adaptaba perfectamente a su cuerpo y le permitía moverse con total libertad. Desde luego, no había nada más cómodo. No entendía por qué Amanita insistía tanto en que se comprase ropa más femenina.
- Como eso -terminó, con rostro impasible-. No es magia, pero... No todo el mundo puede hacerlo.
Kumo se acercó a ella para darle un lametón cariñoso en la mano, que Sora correspondió rascándole las orejas. No se le daba bien entablar conversación con la gente, pero sabía que tenía que decir algo.
- Y...¿Tú eres de aquí? ¿Viajas solo? -preguntó con torpeza.
Sora había pasado por muchas cosas en los últimos meses, que habían plantado la semilla del cambio en su interior. Pero las relaciones sociales seguían sin ser lo suyo. Había cosas que nunca cambiarían.
Eso significaba que, al igual que él había podido sorprenderla, ella también podía engañarlo.
Pero mientras pensaba en alguna manera de sorprender al muchacho con sus talentos, él empezó a hablar a toda rapidez, aparentemente maravillado con sus dotes musicales. La chiquilla no estaba acostumbrada a que le dijesen ese tipo de cosas, y todavía menos cuando no estaba dentro del carácter de su alter ego escénico.
Se quedó anonadada y confusa ante semejante sucesión de preguntas, y tuvo que tomarse unos segundos para poder responder.
- Ehm... No he entendido lo del fuego. Llevo tocando y cantando... ¿desde los ocho años? Más o menos -al tiempo que respondía iba contando las preguntas con los dedos- Ehm... No lo sé, no tengo mucho dinero, no sé cual es mi sabor pero si hablas con animales le puedes preguntar a cualquiera de los dos. Me mordieron cuando los conocí. No soy de aquí, estoy viajando para conocer mundo y... Mi compañera ha ido de compras así que estaba descansando un rato... -volvió a contar para cerciorarse de que había respondido todo y asintió, satisfecha consigo misma-. Este es Kumo y ella es Natsu -presentó a continuación, señalando al perro lobo y a la panda rojo respectivamente-. Y lo de cantar no es para tanto, puedo hacer otras muchas cosas. Como...
Se le había ocurrido la manera de dejarlo boquiabierto, así que se sentó en el suelo sobre sus pies, apoyó ambos brazos en el suelo justo frente a sus rodillas flexionadas, miró al chico para comprobar que la estaba mirando y, utilizando las manos como punto de apoyo, hizo girar su cuerpo hasta colocar los pies sobre sus propios hombros. Seguidamente siguió flexionándose hasta que sus rodillas tocaron de nuevo el suelo, momento en que pasó el peso de su cuerpo a las rodillas, liberando los brazos y girándolos con rapidez para devolverlos a su forma natural. Los estiró sobre su cabeza para que no se agarrotasen los músculos y los utilizó de impulso para echar el cuerpo hacia atrás, haciendo el puente y apoyando manos y pies en el suelo para luego subir los pies hasta su cabeza de nuevo y dejarse caer grácilmente sobre la hierba, volviendo a flexionar la espalda hasta que se tocó la parte trasera de las rodillas con la cabeza.
Luego se levantó como si nada. El mono de licra se adaptaba perfectamente a su cuerpo y le permitía moverse con total libertad. Desde luego, no había nada más cómodo. No entendía por qué Amanita insistía tanto en que se comprase ropa más femenina.
- Como eso -terminó, con rostro impasible-. No es magia, pero... No todo el mundo puede hacerlo.
Kumo se acercó a ella para darle un lametón cariñoso en la mano, que Sora correspondió rascándole las orejas. No se le daba bien entablar conversación con la gente, pero sabía que tenía que decir algo.
- Y...¿Tú eres de aquí? ¿Viajas solo? -preguntó con torpeza.
Sora había pasado por muchas cosas en los últimos meses, que habían plantado la semilla del cambio en su interior. Pero las relaciones sociales seguían sin ser lo suyo. Había cosas que nunca cambiarían.
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Sus ambarinos ojos se mantuvieron fijos en los contrarios al tiempo que sus preguntas iban siendo respondidas una por una. A decir verdad, no esperaba que Sora fuera a seguirle el rollo. La mayoría de la gente tendía a ignorar sus estupideces, quizá salvándose Shieng y unas pocas personas más que podía contar con los dedos de media mano. Ensanchó su sonrisa, satisfecho a medida que iba obteniendo resoluciones a sus dudas, así como nuevas preguntas que hacerle. Quizá debiera portarse bien y dejar de atosigarle, no parecía sentirse muy segura de sí misma. ¿Quizá tuviera problemas para entablar conversación? Lo cierto es que no era fácil hacerlo con alguien como Hou. Demasiado aleatorio, quizá.
- ¿Otras cosas? -preguntó finalmente, cuando concluyó el interrogatorio- ¡Enséñamelas!
Sin más, tomó algo de distancia y se sentó sobre el suelo, cruzando las piernas y sujetándose por los tobillos con ambas manos. Se aseguró de no perderse ni un solo detalle de la exhibición que su acompañante le estaba brindando. En cierto sentido era realmente impresionante, y si bien no era lo más deslumbrante que había visto durante sus viajes, estaba disfrutando de ello como un niño pequeño.
El castaño se balanceaba en el suelo sobre su propio trasero, soltando algún que otro «Oooh...» a medida que el espectáculo avanzaba. ¿De qué estaba hecha? ¿De plastilina? Quizá él pudiera hacer cosas similares, pero desde luego no con esa facilidad. Tenía huesos que se podían romper si forzaba demasiado su cuerpo. ¿Ella no? ¿Cómo andaba sin huesos? A lo mejor tenía alguna akuma no mi, como él. ¿Había averiguado que el truco del pelo se debía a sus poderes y trataba de devolvérsela? No, no creía. ¿Qué estúpido poder te iba a dejar sin esqueleto? No sabía mucho de biología, pero sin estructura ósea el cuerpo no se sostendría... O eso creía.
Finalmente, el espectáculo llegó a su fin y el joven aprendiz se limitó a soltar una risita divertida, antes de aplaudir.
- ¡Eso ha sido genial! -admitió, levantándose enérgicamente y volviendo a acercarse a ella- Seguro que muchos magos te envidiarían por ello. Una habilidad así debe de tener muchos usos -no se dio cuenta de lo mal que podía sonar lo que acababa de decir, aunque tampoco tendría demasiada importancia. Observó al perro-lobo acercarse a su dueña-. No, no soy de esta isla. De hecho, no tengo muy clara mi procedencia -su sinceridad a veces era realmente chocante-. Y viajar... Bueno, unos marineros muy majos me han traído hasta aquí. No sabían que yo era yo y no uno de sus compañeros, y quizá la próxima vez lo sepan y no sean tan majos, pero me han dado comida y entretenimiento durante el viaje. Por lo demás... No, estoy solo ahora mismo, aunque pronto debería volver con Zane o Shi...
Sus ojos se abrieron como platos. ¡Lo había olvidado! ¡¿Cómo podía haberlo olvidado?! «Mierda, mierda, mierda», se repetía una y otra vez en su mente al tiempo que llevaba ambas manos a la cabeza. Había comenzado a caminar de un lado para otro, en círculos. «Me pondrá a meditar durante días y días sin descanso como castigo, a limpiar el templo y a atender sus aburridas lecciones de historia. ¡La última vez no sentía las piernas al momento de levantarme!».
La preocupación era casi palpable en su rostro y, por un momento, parecía haberse olvidado de que Sora se encontraba a su lado. El espectáculo que debía estar dando sería memorable, sin duda. Tenía que encontrar una forma de volver, aunque todo lo que se le ocurría conllevaba golpes, robos y huidas. Además, ya no estaba en Paraíso, ¿cómo iba a apañárselas para regresar?
- Aaaaah... -Vació sus pulmones en un lastimero sollozo, justo antes de detener sus movimientos, rascarse la nuca y negar con la cabeza- Bueno, supongo que poco se puede hacer... ¡Oye Sora! ¿Tú tienes barco...? ¿O sabes cómo podría conseguir uno que me lleve a Grand Line?
Volvió a sonreír, encarándose a la menuda chica con la misma despreocupación que había estado demostrando antes de su pequeña "crisis". Si tenía barco siempre podía quitárselo, pero le había caído demasiado bien como para hacer eso. Además, él no sabía llevar uno, así que de poco serviría. ¡Y encima tendría que enfrentarse a ella y a sus animales! No tenía ganas de comprobar de qué podía servirle esa flexibilidad inhumana en un combate. O sí, pero no de esa forma.
- ¿Otras cosas? -preguntó finalmente, cuando concluyó el interrogatorio- ¡Enséñamelas!
Sin más, tomó algo de distancia y se sentó sobre el suelo, cruzando las piernas y sujetándose por los tobillos con ambas manos. Se aseguró de no perderse ni un solo detalle de la exhibición que su acompañante le estaba brindando. En cierto sentido era realmente impresionante, y si bien no era lo más deslumbrante que había visto durante sus viajes, estaba disfrutando de ello como un niño pequeño.
El castaño se balanceaba en el suelo sobre su propio trasero, soltando algún que otro «Oooh...» a medida que el espectáculo avanzaba. ¿De qué estaba hecha? ¿De plastilina? Quizá él pudiera hacer cosas similares, pero desde luego no con esa facilidad. Tenía huesos que se podían romper si forzaba demasiado su cuerpo. ¿Ella no? ¿Cómo andaba sin huesos? A lo mejor tenía alguna akuma no mi, como él. ¿Había averiguado que el truco del pelo se debía a sus poderes y trataba de devolvérsela? No, no creía. ¿Qué estúpido poder te iba a dejar sin esqueleto? No sabía mucho de biología, pero sin estructura ósea el cuerpo no se sostendría... O eso creía.
Finalmente, el espectáculo llegó a su fin y el joven aprendiz se limitó a soltar una risita divertida, antes de aplaudir.
- ¡Eso ha sido genial! -admitió, levantándose enérgicamente y volviendo a acercarse a ella- Seguro que muchos magos te envidiarían por ello. Una habilidad así debe de tener muchos usos -no se dio cuenta de lo mal que podía sonar lo que acababa de decir, aunque tampoco tendría demasiada importancia. Observó al perro-lobo acercarse a su dueña-. No, no soy de esta isla. De hecho, no tengo muy clara mi procedencia -su sinceridad a veces era realmente chocante-. Y viajar... Bueno, unos marineros muy majos me han traído hasta aquí. No sabían que yo era yo y no uno de sus compañeros, y quizá la próxima vez lo sepan y no sean tan majos, pero me han dado comida y entretenimiento durante el viaje. Por lo demás... No, estoy solo ahora mismo, aunque pronto debería volver con Zane o Shi...
Sus ojos se abrieron como platos. ¡Lo había olvidado! ¡¿Cómo podía haberlo olvidado?! «Mierda, mierda, mierda», se repetía una y otra vez en su mente al tiempo que llevaba ambas manos a la cabeza. Había comenzado a caminar de un lado para otro, en círculos. «Me pondrá a meditar durante días y días sin descanso como castigo, a limpiar el templo y a atender sus aburridas lecciones de historia. ¡La última vez no sentía las piernas al momento de levantarme!».
La preocupación era casi palpable en su rostro y, por un momento, parecía haberse olvidado de que Sora se encontraba a su lado. El espectáculo que debía estar dando sería memorable, sin duda. Tenía que encontrar una forma de volver, aunque todo lo que se le ocurría conllevaba golpes, robos y huidas. Además, ya no estaba en Paraíso, ¿cómo iba a apañárselas para regresar?
- Aaaaah... -Vació sus pulmones en un lastimero sollozo, justo antes de detener sus movimientos, rascarse la nuca y negar con la cabeza- Bueno, supongo que poco se puede hacer... ¡Oye Sora! ¿Tú tienes barco...? ¿O sabes cómo podría conseguir uno que me lleve a Grand Line?
Volvió a sonreír, encarándose a la menuda chica con la misma despreocupación que había estado demostrando antes de su pequeña "crisis". Si tenía barco siempre podía quitárselo, pero le había caído demasiado bien como para hacer eso. Además, él no sabía llevar uno, así que de poco serviría. ¡Y encima tendría que enfrentarse a ella y a sus animales! No tenía ganas de comprobar de qué podía servirle esa flexibilidad inhumana en un combate. O sí, pero no de esa forma.
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Sora esperaba una reacción más pasmosa, pero el chico pareció bastante entretenido con sus contorsionismos.
Aquel chico hablaba mucho. A Sora se le escapaban las energías solo con verlo. Demasiado activo, demasiado espontáneo, demasiado expresivo, demasiado dicharachero. Era su opuesto, todo lo contrario a lo que ella había sido o podía llegar a ser. Se dio cuenta de que intentaba comportarse como aquel muchacho cuando interpretaba a su alter ego escénico, y que fallaba estrepitosamente. Posiblemente era más abierta y extrovertida de lo normal, pero no llegaba a ese extremo ni esforzándose. Probablemente nunca podría. Se sentía abrumada ante tanta pregunta y tantos comentarios enérgicos dirigidos a su persona, pero intentó seguir la conversación.
- La verdad es que es muy útil para muchas cosas, sí -convino, con la misma inocencia que su interlocutor.
"Él tampoco sabe de dónde viene, al igual que yo. Quizá sea más común de lo que creía, el no saber dónde naciste o quiénes eran tus padres...", caviló. El castaño empezó entonces a caminar de aquí para allá visiblemente afectado por algo. Sora y Kumo ladearon la cabeza hacia su izquierda, en señal de confusión, y lo siguieron con la mirada sin emitir sonido alguno.
Natsu se acercó a ellos y trepó por la espalda de Sora hasta subirse a sus hombros y reposar la cabecita peluda sobre su coronilla torcida.
Por lo que ella había llegado a comprender, el chico no había llegado a la isla por voluntad propia precisamente, y tenía un lugar al que regresar. Parecía bastante alterado por ello. Sora continuó observándolo con sus ojos indiferentes mientras se sacaba una galleta del bolso y empezaba a comérsela con toda la tranquilidad del mundo.
Cuando el joven volvió a hablar, la chica tenía la tercera galleta en la boca, y se limitó a mirarlo en silencio mientras se la terminaba con parsimonia. Sora masticaba muy despacio y daba mordiscos muy pequeños, así que tardaba más de lo habitual en comer. Por eso siempre tenía hambre. Y por eso siempre estaba comiendo galletas.
Al tragar el último pedacito, se decidió a hablar.
- Yo viajo en barcos de mercaderes y similares, no tengo barco. Aunque tampoco sabría navegar. Pero esto es una isla con cuartel marine. Quizá los marines tengan que ir a Grand Line, y puedes pedirles que te lleven a cambio de... fregar los platos o cocinar porque... porque no tienes dinero -concluyó, dando por sentada la situación del chico sin haber preguntado siquiera-. Además, los barcos marines pueden cruzar Calm Belt sin problemas, así que llegan a la Grand Line enseguida. El cuartel está en el centro de la ciudad, se lo distingue con facilidad porque... porque es un edificio blanco enorme amurallado -al tiempo que hablaba rebuscó en su bolso una nueva galleta y la partió en dos con un sonoro "¡crac!" antes de fijar sus verdes orbes en los del muchacho-. O podrías ir volando -finalizó.
A pesar de que no había cambiado su tono indiferente en absoluto, aquellas últimas palabras iban dirigidas como una broma sarcástica. No podía pasar mucho tiempo sin meterse con la gente, después de todo. Y aún no le había puesto mote a aquel chico, lo cual era sorprendente teniendo en cuenta la cantidad de minutos que llevaba viéndolo. Normalmente los motes saltaban a su cerebro a los pocos segundos, usualmente refiriéndose de manera insultante a algún atributo físico de la persona. Continuó rumiando la galleta al tiempo que decidía que debía ponerle un mote a aquel muchacho, y rápido.
Tras unos segundos, señaló hacia el enorme castillo que se podía ver desde allí.
- O también puedes pedirle al rey que te lleve. O ganar dinero con tu magia y pagarte un billete. O sobornar a unos mercaderes. O colarte en otro barco. No en el mismo en el que viniste, en ese te van a pegar. O robar un barco. O quizá podrías ir nadando hasta Grand Line. O domar una criatura marina que te lleve sobre su lomo. O quizá inventar un aparato que te teletransporte. O podrías ir andando, si aprendes a caminar sobre el agua -continuó, con una ligera sonrisa, imaginándose las posibilidades más absurdas de cruzar el Calm Belt.
"Quizá yo puedo volar hasta allí...", se planteaba más tarde, mirándose las botas con propulsores.
Aquel chico hablaba mucho. A Sora se le escapaban las energías solo con verlo. Demasiado activo, demasiado espontáneo, demasiado expresivo, demasiado dicharachero. Era su opuesto, todo lo contrario a lo que ella había sido o podía llegar a ser. Se dio cuenta de que intentaba comportarse como aquel muchacho cuando interpretaba a su alter ego escénico, y que fallaba estrepitosamente. Posiblemente era más abierta y extrovertida de lo normal, pero no llegaba a ese extremo ni esforzándose. Probablemente nunca podría. Se sentía abrumada ante tanta pregunta y tantos comentarios enérgicos dirigidos a su persona, pero intentó seguir la conversación.
- La verdad es que es muy útil para muchas cosas, sí -convino, con la misma inocencia que su interlocutor.
"Él tampoco sabe de dónde viene, al igual que yo. Quizá sea más común de lo que creía, el no saber dónde naciste o quiénes eran tus padres...", caviló. El castaño empezó entonces a caminar de aquí para allá visiblemente afectado por algo. Sora y Kumo ladearon la cabeza hacia su izquierda, en señal de confusión, y lo siguieron con la mirada sin emitir sonido alguno.
Natsu se acercó a ellos y trepó por la espalda de Sora hasta subirse a sus hombros y reposar la cabecita peluda sobre su coronilla torcida.
Por lo que ella había llegado a comprender, el chico no había llegado a la isla por voluntad propia precisamente, y tenía un lugar al que regresar. Parecía bastante alterado por ello. Sora continuó observándolo con sus ojos indiferentes mientras se sacaba una galleta del bolso y empezaba a comérsela con toda la tranquilidad del mundo.
Cuando el joven volvió a hablar, la chica tenía la tercera galleta en la boca, y se limitó a mirarlo en silencio mientras se la terminaba con parsimonia. Sora masticaba muy despacio y daba mordiscos muy pequeños, así que tardaba más de lo habitual en comer. Por eso siempre tenía hambre. Y por eso siempre estaba comiendo galletas.
Al tragar el último pedacito, se decidió a hablar.
- Yo viajo en barcos de mercaderes y similares, no tengo barco. Aunque tampoco sabría navegar. Pero esto es una isla con cuartel marine. Quizá los marines tengan que ir a Grand Line, y puedes pedirles que te lleven a cambio de... fregar los platos o cocinar porque... porque no tienes dinero -concluyó, dando por sentada la situación del chico sin haber preguntado siquiera-. Además, los barcos marines pueden cruzar Calm Belt sin problemas, así que llegan a la Grand Line enseguida. El cuartel está en el centro de la ciudad, se lo distingue con facilidad porque... porque es un edificio blanco enorme amurallado -al tiempo que hablaba rebuscó en su bolso una nueva galleta y la partió en dos con un sonoro "¡crac!" antes de fijar sus verdes orbes en los del muchacho-. O podrías ir volando -finalizó.
A pesar de que no había cambiado su tono indiferente en absoluto, aquellas últimas palabras iban dirigidas como una broma sarcástica. No podía pasar mucho tiempo sin meterse con la gente, después de todo. Y aún no le había puesto mote a aquel chico, lo cual era sorprendente teniendo en cuenta la cantidad de minutos que llevaba viéndolo. Normalmente los motes saltaban a su cerebro a los pocos segundos, usualmente refiriéndose de manera insultante a algún atributo físico de la persona. Continuó rumiando la galleta al tiempo que decidía que debía ponerle un mote a aquel muchacho, y rápido.
Tras unos segundos, señaló hacia el enorme castillo que se podía ver desde allí.
- O también puedes pedirle al rey que te lleve. O ganar dinero con tu magia y pagarte un billete. O sobornar a unos mercaderes. O colarte en otro barco. No en el mismo en el que viniste, en ese te van a pegar. O robar un barco. O quizá podrías ir nadando hasta Grand Line. O domar una criatura marina que te lleve sobre su lomo. O quizá inventar un aparato que te teletransporte. O podrías ir andando, si aprendes a caminar sobre el agua -continuó, con una ligera sonrisa, imaginándose las posibilidades más absurdas de cruzar el Calm Belt.
"Quizá yo puedo volar hasta allí...", se planteaba más tarde, mirándose las botas con propulsores.
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