La Mayor Amenaza [Jin - Keith] [Privado-Pasado]

Keith observaba fijamente las calles de Hallstat, al tiempo que suspiraba un poco y llevaba su mano a su grisácea melena. Había pasado tiempo desde que tuvo tiempo para sí mismo. Desde que era un Sargento, la verdad. Como oficial, tenía muchas más responsabilidades que antes. Hacer el papeleo, entrenar, supervisar a novatos, etcétera. Eso y sin contar que Hikaru le pasaba sus responsabilidades a él, pero así era lo mejor. Dejar todo lo profesional en sus manos, equivalía a tener muchas pérdidas épicas. Simplemente el trabajo de escritorio no era para ella. Por eso lo más sensato era dejarla siempre en las líneas de ataque, pese a su disgusto. Sabía de sobra que la rubia podía cuidarse perfectamente ella sola, pero no podía evitar preocuparse por ella. Esa molesta voz que le decía que algo malo podría suceder si es que le quitaba definitivamente el ojo de encima.

El dragón negó con la cabeza y decidió dejar de pensar en cosas malas. Hacer eso solo provocaría que se convirtiera en un gafe. Estiró sus brazos un poco y miró a su alrededor. Debía admitir que Hallstat, en verdad, tenía una hermosa infraestructura. Poblado y urbano, pero sin perder ese toque rural y medieval. La fauna se hacía presente en gran medida dentro de la ciudad. Cerró sus ojos e inhaló con fuerza para captar los distintos olores. El de los animales, el de las plantas, el del agua, el de las personas... y para su disgusto, la esencia de coito y el hedor de ciertos individuos sin higiene. El oficial negó con su cabeza, abrió sus azulados orbes y empezó a caminar por la ciudad.

– Al menos no resalto... excepto por lo obvio – pensó mientras bufaba, molesto.

Salvo su cabello de tono extraño, el joven no tenía nada encima que llamara la atención. Puesto que no se encontraba en servicio, el dragón llevaba ropas casuales encima. Una camiseta verde oscuro y unos pantalones marrones. Encima llevaba una chaqueta con estilo de color negro.

Al cabo de unos segundos, el joven se detuvo al presenciar la escena de un hombre molestando a una mujer. Entrecerró sus ojos y se dispuso a actuar, pero algo le detuvo por algunos segundos. El olor de esa mujer era... tanto fascinante como horrorizante. Era una mezcla rara entre bambú, colonia de hombre (por alguna razón) y ...sangre, mucha sangre. El dragón, siendo guiado por sus instintos, decidió meterse en todo esto. No por salvarla a ella, sino porque algo le decía que el hombre no saldría bien parado si no intervenía.

– Amigo... te sugiero que te pierdas ahora – le dijo mientras colocaba una mano en su hombro.

Al ver la terrorífica mirada en el rostro del peligris, el sujeto salió corriendo y le dejó a solas con la sospechosa mujer. Keith suspiró un poco y dirigió su atención a la joven. Por algunos instantes se quedó mudo, pero luego negó con la cabeza. Pese a su parecido con el de Alice, las similitudes terminaban allí. El olor era distinto, pero esa sonrisa... No, no había forma que su hermana pudiera portar semejante sonrisa en su vida.

– ¿Se encuentra bien, señorita? – preguntó Keith en un tono casual y neutral.

El joven maldijo hacia sus adentros e intentó ayudar al hombre, pero no logró alcanzarlo a tiempo. De todos modos, era la primera vez que su paranoia servía. Sabía que había algo malo con aquella peliblanca, pero no pensó que se trataría de eso. Apretó los puños al ver como la cabeza y el pecho del sujeto eran atravesados por llamas negras... que por algún motivo extraño, eran sólidas. El dragón gruñó por lo bajo y fulminó con la mirada a la... ¿mujer? No, había dejado de ser hembra y, en su lugar, ahora era un hombre de cabellos negros. Eso, combinado con la mascara que sacó de quien sabe donde, le hicieron confirmar su identidad. En vez de reaccionar con miedo, el joven entrecerró sus ojos y apretó sus puños con rabia. Jin Surfer, uno de los criminales más, sino el mayor, buscado del mundo, pero para él ese tipo representaba otra cosa.

Por algunos instantes, la imagen de cierta rubia se cruzó por su mente. Ante eso, el joven negó rápidamente con la cabeza y se concentró en el criminal. No era tiempo de comparaciones, además que no valía la pena. Ya sabía de antemano que Hikaru y este tipo eran dos polos distintos. No se parecían en nada, tanto en apariencia como personalidad. Sin poder hacer nada por el momento, el dragón vio como incendiaba un par de casas con sus poderes. Al menos las personas ya habían huido, pero no las culpaba. Era como si hubieran adquirido la capacidad de moverse a la puta velocidad de la luz una vez que vieron a Surfer. Como resultado, ambos se encontraban solos en aquellas calles vacías. La noche solo siendo iluminada por las casas incendiadas a su alrededor.

Keith se quedó estático al ver como el enmascarado se acercaba hasta su posición. No por miedo, sino porque no había caso alguno. Aunque quisiera huir, no podía. Sabía de sobra que el tipo era mucho más rápido que él, y eso lo mosqueaba a más no poder. La diferencia entre ellos dos era demasiado, pero eso poco le importaba ahora. Si esto pasaba a un conflicto mayor, el joven no dudaría en ningún momento en pelear una pelea perdida contra Jin.

– Marin, Paraíso. De paso si quieres puedes destruirla – dijo el peligris sin ningún tipo de expresión en su rostro, por lo que no se sabía si lo dijo en un tono sarcástico o serio.

Keith apretó sus puños al ver como otra vida se perdía delante de sus ojos. Pese a que su semblante seguía calmado, sus ojos delataban el como se sentía. Eran gélidos como un témpano de hielo, y expresaban una enorme furia. Nunca antes se había enojado tanto con alguien desde su padre. Le repugnaba la idea que un monstruo como éste estuviera relacionado con Hikaru. Eran como el mar y la tierra, así de diferentes. Lo sentía por la rubia, pero era imposible dejar con vida a un tipo así. Mientras el psicópata estuviera libre y con vida, más vida de gente inocente se perdería, y eso era algo que él no podía perdonar. Aunque eso venía siendo un poco hipócrita de su parte, viendo que el mismo había condenado a una isla con sus palabras. Sabía de sobra que habían personas que no tenían nada que ver, pero su furia contra el bastardo de su padre terminó hablando.

– Maldita sea – pensó mientras escupía a un lado.

Al escuchar las palabras del asesino, se quedó en silencio por algunos segundos... hasta que se echó a reír. ¿Enserio creía que con solo decirlo se sometería su voluntad? Su orgullo no se lo permitía, ni por si acaso. Además, hacer algo como eso era demostrar debilidad. Sabía muy bien que se estaba jugando el pellejo con esto, pero poco le importaba. No tenía miedo de Surfer, tampoco la muerte. Si moría aquí, eso significaba que sus ambiciones no lo podrían haber llevado nunca a lo más alto. De lo único que lamentaba, era que dejaría a su capitana sola si sucedía.

– Es Keith Sirent – dijo el joven luego de que dejó de reírse.

Había vuelto adoptar su semblante serio. Normalmente usar el apellido de su padre le provocaba asco, pero servía en esta clase de ocasiones. Con su hermana en el gobierno, ni de joda le diría su nombre completo a alguien como Surfer. El dragón inhaló y exhaló varias veces y clavó sus ojos en el asesino. El clima fue cambiando, y la temperatura del lugar descendió a niveles críticos. Se podía apreciar como escarcha iba cubriendo el suelo y algunas casas.

– Perdóname, Hikaru – pensó mientras suspiraba.

Una mueca apareció en su rostro y fulminó con la mirada a Surfer. Se jugaría el todo por el nada en esta ocasión, así que iría serio desde el principio.

– ¿Enserio crees que me haré lo que me pides con solo pedirlo? – le dijo lentamente al asesino. – No soy un perro, Surfer. Si quieres someterme, inténtalo – la vena rebelde del chico estaba a su tope, y era poco probable que alguien pudiera apagar esas "llamas". No se iba a romper, no ahora.

Quizá fue su instinto de supervivencia lo que le impidió perder un ojo o una oreja, pero el caso fue que consiguió esquivar por los pelos el primer ataque, no así el segundo. Recibió de lleno una potente llamarada ardiente en todo su pecho y fue lanzado varios metros hacia atrás. Keith escupió algo de sangre y rápidamente tiró toda su ropa de arriba hacia el suelo. Pese a eso, de todas formas sufrió varias quemaduras en su cuerpo. Estas, lentamente, iban desapareciendo. De momento podía regenerarse todas las heridas superficiales en cuestión de horas, pero dudaba que Surfer le diera tal tiempo para recuperarse. El marine frunció el ceño y se levantó con dificultad del suelo. Enfrentar al asesino era un suicidio, pero el joven no podía echarse para atrás. No solo porque sería un insulto a su orgullo, sino que el propio pelinegro no lo dejaría escapar ni de joda.

– Maldito... – susurró mientras negaba con la cabeza.

Llamas rodeaban varios metros a la rotonda del asesino. Normalmente uno tenía que estar loco para entrar allí... o ser un impulsivo como lo era Keith Branwen, alguien que pocas veces huía de un conflicto. Sabía de sobra que, así como estaba, no le haría nada al criminal, así que tendría que ir con todo desde el principio. Con eso en mente, el marine cerró sus ojos y se concentró. Su cuerpo creció varios metros, escamas reemplazaron la piel de su cuerpo y dos alas gigantescas brotaron de su espalda. Cuando la transformación termino, en lugar de un humano se hallaba un majestuoso y enorme dragón de plata. Abrió sus ojos y rugió con fuerza, ocasionando que el suelo temblara un poco debido al estruendo y además que Surfer perdiera el equilibrio un poco por algunos minutos (Manual Fusrodah).

– Y esto no es todo – pensó el dragón mientras una aura blanca lo rodeaba.

Sabía de sobra que tenía que ir con todo desde el principio, así que se aseguraría de activar todas sus técnicas que le ocasionaran aumentos físicos. Gracias a eso, su fuerza, resistencia y velocidad se vieron duplicados. Era una suerte que, pese a tener ese tamaño, no perdía la velocidad de su forma humana. El dragón volvió a rugir y vientos y una densa niebla helada se originaron en todo el sector. Estos eran lo suficientemente poderosos para derribar a cualquier persona, además de dificultar su capacidad de ver. El marine abrió sus alas y se alzó en picada, para luego caer en picada contra el asesino, activando su haki armadura y Hamodo (Manual Aura de Aceros) en sus brazos en el proceso. Sabía de sobra que se quemaría, pero sus escamas, pese a ser un dragón vulnerable al fuego, era más resistentes que la piel de un humano.

Una vez allí, el gigantesco ser lanzó cinco golpes consecutivos hacia el cuerpo del asesino usando Hamodo. Debido al tamaño de su puño, sus asaltos abarcaban todo el cuerpo de Surfer. Estos cortaban, además congelaba debido a la temperatura de menos treinta grados. Le diera o no, el joven se alzaría al vuelo nuevamente y vería lo que haría su oponente. El dragón rugió con fuerza al sentir el efecto de las ardientes quemaduras en su cuerpo, pero lo aguantaría por el momento. Si bajaba el ritmo, era muy probable que muriese.

Keith vomitó sangre mientras volvía a su forma híbrida, para evitar que su cuerpo gigante siguiera siendo un blanco fácil. Las llamas había dejado su piel en un estado lamentable, pero igual sus escamas consiguieron evitar que tuviera serios daños en la humana cuando volviera. Además, el fuego había ayudado en algo. Al menos no iba a tener hemorragias gracias al efecto de cauterización, pese a que seguía doliendo como una perra. A penas si podía mover su hombro, y sus piernas no le respondía como él quería. Por suerte, las heridas en sus costados no fueron a ningún punto vital. No sabía si tuvo suerte, o simplemente el asesino estaba jugando con él. Escupió sangre a un lado, al tiempo que clavaba una pierna en el suelo. Su regeneración había empezado, pero era mucho más lenta ahora que había salido de forma completa.

– Maldición – susurró mientras golpeaba con fuerza el suelo.

Sabía que se estaba haciendo mierda la mano, pero poco le importaba a estas alturas. Volvió a escupir sangre al tiempo que intentaba levantarse. Seguía en su forma híbrida, pero no sabía cuando duraría así. Le quedaba poco tiempo, de eso no había duda. Keith comenzó a temblar, pero no de temor. Más bien de impotencia por no poder haber hecho más contra el asesino. Le daba rabia, sobre todo porque estaba cercano a las puertas de la muerte. No temía por sí, sino por dejar a Hikaru sola si es que él se iba. Finalmente se puso de pie y alzó sus alas, para luego volar hacia abajo.

Una vez allí, tropezó y cayó en una rodilla nuevamente. Respiraba con dificultad, pero pese a eso... se dignaba a quedar inconsciente de esta forma tan lamentable. Usando toda su fuerza de voluntad, se paró de inmediato y miró directamente a los ojos del asesino. Sentía rabia por todo lo sucedido, pero más que nada pena y lástima. ¿Qué le diría a Hikaru si es que conseguía salir de esta? Cerró sus ojos por algunos segundos, para luego mirar a Jin decididamente.

– Por qué... ¡¿Por qué haces todo esto?! – gritó el joven mientras apuntaba a todo el caos que había a su alrededor. – Si tienes a unos hermanos y una hermana que te siguen queriendo pese a todo, ¿por qué te empeñas con destruirlo todo? – No esperaba respuesta, pero la desesperación hacía cosas que uno no querría hacer.

Keith veía con determinación como el filo de la guadaña se acercaba más y más a su cuerpo. Había aceptado que tenía muy pocas probabilidades de salir con vida de este encuentro, así que no le temía a lo que venía. Tenía remordimientos, sí. Le daba mucha tristeza dejar a Hikaru sola y no haber podido cumplir con la promesa de reencontrarse con su hermana. Su venganza también quedó inconclusa, pero eso era lo de menos. En comparación con las otras dos, aquello era solo algo de satisfacción propia. Pese a todo, no pudo evitar sonreír con incredulidad. Cuanto había cambiado desde que se unió a la marina. Antes solo pensaba en sí mismo y en su meta de hacer que su padre bastardo afrontara la justicia. Ahora su capitana era más importante que todo sueño que solo le complaciera a él.

– ¿Huh? – pensó al ver que el filo se detenía a escasos metros de su rostro.

El dragón entrecerró sus ojos al escuchar lo que dijo y ladeó su cabeza hacia un lado. ¿Por qué asumía que Madara fue quien le contó todo, y no Kotaro o Hikaru? Varias sospechas se formaron en su mente, pero al final las dejó en dos. O el asesino no creía capaz a esos dos de contarle todo, o... No tenía idea, al menos, su hermana aún estaba vida. Eso cambiaba las cosas, ¿pero sería lo suficiente para calmar un poco la sed de destrucción de una de las mayores amenazas del mundo? Había pasado tanto tiempo y Jin era alguien el símbolo de la maldad. ¿Cambiaría de algo si se enteraba? Pensó en Hikaru y luego suspiró. De todas formas su destino estaba sellado, así que no perdía nada con intentarlo.

– No trabajo para Madara, tampoco sé si Kotaro está con vida – Keith tomó una bocanada de aire y prosiguió. – Fue tu hermana quien me lo dijo, Hikaru Surfer. Consiguió escapar de la masacre, aunque desees no creerlo – le reveló, mientras mantenía su mirada fija en el asesino y en esas lanzas que tenía detrás. Un solo comando, eso bastaría para que su vida se terminara allí mismo.

Dio un paso hacia atrás al ver su rostro, pero luego negó con la cabeza y siguió con el pie firme por delante. Hacía un calor del infierno por culpa de los poderes del asesino, y a duras a penas podía respirar. Quería que todo terminase de una maldita vez, para poder finalmente descansar luego de tanto tiempo.

– No sé como salió con vida de allí, pero se que fue capturada por unos esclavistas en el proceso y estuvo a punto de ser vendida, pero consiguieron salvarla – tomó una bocanada de aire, al tiempo que tosía sangre en el suelo. – Pese a todo lo sucedido, ella te sigue queriendo y lo que más quiere es que vuelvan a ser una familia. –

Al ver que el asesino se alzaba en el cielo, suspiró tristemente y cerró sus ojos. Su destino estaba sellado, había subestimado la oscuridad de Surfer. Ya nada podía hacer. Lo intentó lo más que pudo, pero sus palabras no surgieron efecto alguno. Al menos, al fin tendría un merecido descanso. Solo que este sería eterno, pero eran detalles. No le temía a la muerte, no. Temía por Hikaru y por Alice, pero no por sí mismo. Atrás había quedado el bastardo que pensaba por sí mismo, y quedaba la persona que era actualmente. Lástima que no pudo ver hasta donde podía llegar como era, pero estaba seguro que sería mucho más lejos que antes. Ya no estaba solo, y sus limitaciones ya no existían. Solo debía creer en sí mismo y los demás, para lograr a cabo sus objetivos.

– ¿Qué? – pensó mientras parpadeaba y miraba las lanzas a su alrededor.

Jin había lanzado las lanzas, pero ninguna la alcanzó. Solo sentía el calor de aquellas llamas, pero eso era normal. Poco a poco estas se iban apagando, pero el dragón estaba completamente aturdido. ¿Qué había sucedido? Estaba seguro que su vida se iba acabar allí mismo, pero el asesino se la perdonó. No era un imbécil como para pensar que había fallado, así que debía ser eso. Por el rabillo del ojo observó como las llamas se iban apagando, pero tan solo veía con sorpresa al asesino que se encontraba flotando.

Escuchó sus palabras y cerró sus ojos. Intentó respirar para calmarse, pero la sensación fantasma del calor seguía haciendo de las suyas. Tenía quemaduras serias en su cuerpo, pero estas se regeneraría con el pasar de las semanas, o incluso menos si combinaba su avanzado poder y conocimientos de medicina.

– Aunque no lo hubieras dicho, de todas formas la protegería a ella con mi vida – le dijo simplemente. Vio como se alejaba y suspiró, al tiempo que negaba un poco. Se fue a duras a penas hacia su barco, pero en el último segundo se dio la vuelta. – Nunca es tarde para todo, Jin – finalizó para luego entrar en forma híbrida e irse volando hasta su barco. No tenía idea si lo había escuchado, pero ya daba igual. ¿Por qué intentó razonar con alguien como él? La imagen de Hikaru se le vino a la mente y suspiró; ahí estaba la razón. Pese a todo, no quería verla triste.