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Acabas de llegar a Domica, una enorme isla portuaria del South Blue acompañado de tu “pequeño” lobezno. El día es brillante y caluroso, de esos a los que uno le apetece estar bajo la sombra de un árbol o en un edificio bien aireado. ¿Cómo comenzará tu viaje? Sólo tú puedes decidirlo.
Cuando camines por la calle, y desde que abandonas el puerto, la gente te mira raro, o más bien mira raro a tu pequeño amigo. Puedes ver cómo arrugan los rostros con desconfianza y cierto miedo… Con lo mono que es, pobrecillo; qué de odio hay en este mundo.
Por supuesto tu cachorro ni se entera, lo mira todo con cuirosidad y más de una vez intenta meter la cabeza en las basuras, puestos y otros lugares de interés olfativo… incluida la entrepierna de esa mujer. Me da que vas a tener que disculparte muchas veces.
Sigues tu camino, supongo que buscando un lugar para almorzar cuando el característico sonido de risas de niños precede a los botes de algo… algo que significa que tendrás que correr. ¡UNA PELOTA! ¿A qué perro-lobo no le gustan las pelotas?
Al final de la calle, niños de seis a diez años empiezan a jugar… ¿Seguirán jugando cuando tu juguetona mascota corra hacia ellos? No lo creo, a este pueblo no le molan los lobos.
¿Qué harás Therax? ¿Enrollarás un periódico? Deberías buscarte una buena correa en vez de llevar al animal suelto.
Recuerda que al ser un moderado tú controlas tus propias acciones, tb deberías las de tus mascotas, pero como eres un nivel uno y ese bicho aún no te hace caso lo llevaré yo.
Nota: Editado título para corregir una A mayúscula.
Cuando camines por la calle, y desde que abandonas el puerto, la gente te mira raro, o más bien mira raro a tu pequeño amigo. Puedes ver cómo arrugan los rostros con desconfianza y cierto miedo… Con lo mono que es, pobrecillo; qué de odio hay en este mundo.
Por supuesto tu cachorro ni se entera, lo mira todo con cuirosidad y más de una vez intenta meter la cabeza en las basuras, puestos y otros lugares de interés olfativo… incluida la entrepierna de esa mujer. Me da que vas a tener que disculparte muchas veces.
Sigues tu camino, supongo que buscando un lugar para almorzar cuando el característico sonido de risas de niños precede a los botes de algo… algo que significa que tendrás que correr. ¡UNA PELOTA! ¿A qué perro-lobo no le gustan las pelotas?
Al final de la calle, niños de seis a diez años empiezan a jugar… ¿Seguirán jugando cuando tu juguetona mascota corra hacia ellos? No lo creo, a este pueblo no le molan los lobos.
¿Qué harás Therax? ¿Enrollarás un periódico? Deberías buscarte una buena correa en vez de llevar al animal suelto.
Recuerda que al ser un moderado tú controlas tus propias acciones, tb deberías las de tus mascotas, pero como eres un nivel uno y ese bicho aún no te hace caso lo llevaré yo.
- Notas:
Tus acciones deben ser no cerradas, es decir que no asumas directamente que las haces bien o que propinas golpes (salvo cosas de ti mismo). Si tienes alguna duda, pon mp pero aconsejo mirar otros moderados para que veas como lo hace la gente. Para todo lo demás, mastercard.
El llegar a la ciudad está a tu opción (razonable), supongo que ahora que no tienes recompensa puedes coger barcos comerciales o algo.
Nota: Editado título para corregir una A mayúscula.
- Nota (Importante):
- El post aparece modificado dos veces. La primera se debe a que no sabía que no se podía modificar el post una vez subido y corregí un par de fallos de puntuación, que son el guión tras "razoné" y "reflexioné".
La segunda se debe a que me lo dijeron y volví a editar el post para ponerlo como estaba y añadir esta nota. De hecho, creo que en mi segundo post dentro del moderado cometo el mismo fallo y se puede ver que no ha sido editado.
Perdón por las molestias.
El agudo y monótono sonido de una campana colocada en algún lugar que fui incapaz de identificar me avisó de que, por fin, aquel dichoso trasto que su dueño se empeñaba en denominar barco se acercaba a tierra firme. Alcé la vista del suelo y, mientras asía con cuidado y firmeza la ingente cantidad de pellejo que Tib atesoraba en su cuello para que no se lanzase a investigar el lugar, contemplé el enorme círculo despoblado que se había formado a mi alrededor.
- Siempre igual, Tib -susurré al pequeño lobezno, que me miraba con unos ojos vivos mientras agitaba enérgicamente la cola-. No sé de qué te sorprendes. Deberías estar acostumbrado a que la gente te mire raro; a fin de cuentas no eres el típico compañero que cualquiera llevaría de viaje.
El destartalado barco de pasajeros finalmente atracó en el puerto de la ciudad, no sin antes crujir un par de veces más a modo de despedida. Esperé unos minutos hasta que el resto de pasajeros hubo bajado del barco y, tras cargarme el petate en el hombro izquierdo, solté el pescuezo de Tib y eché andar por la estrecha y carcomida pasarela de madera que la tripulación había colocado para que pudiéramos descender.
- Por fin, ¡Domica! -pensé al tiempo que miraba el enorme gentío que se arremolinaba frente a mí.
Tras un breve vistazo para asegurarme de que Tib seguía allí -que nunca estaba de más-, me dispuse a abandonar la zona portuaria en busca de un lugar donde pudiera conseguir una cama y un plato de comida caliente a un precio asequible. Mientras caminaba por las calles de la abarrotada ciudad, era consciente de cómo las miradas de la gente que pasaba a mi lado se desviaban para contemplar con desconfianza al animal. Realmente no era algo que me preocupara mucho, ya que estaba acostumbrado a que la gente se apartara de nosotros y mirara con evidente aprensión al pequeño Tib. Por cierto, ¿dónde estaba el condenado?
- ¡Aaaaah! Fuera de aquí, bicho -gritó una mujer a mi espalda, indicándome dónde se encontraba Tib.
Rápidamente, retrocedí sobre mis pasos siguiendo aquella voz y me encontré al cachorro hundiendo su corto hocico entre los muslos de una chica que disfrutaba de un helado en los veladores de una de las múltiples cafeterías que se encontraban a ambos lados de la calle. Acostumbrado a aquel tipo de situación embarazosa, opté por volver a agarrar la piel del cuello de Tib y llevármelo rápidamente de allí, no sin antes disculparme una docena de veces con la chica y su acompañante.
- No puede ser, Tib -le dije al pequeño lobezno mientras me dirigía hacia un callejón adyacente, menos concurrido-. Te dije cuando nos montamos en el barco que en el lugar al que íbamos no podías comportarte como si estuvieras en casa.
Mientras le hablaba a Tib, éste corría de un lateral del callejón al otro, olfateando las cajas de cartón y los contenedores de basura que los múltiples locales adyacentes usaban para arrojar sus desechos.
- No sé para qué me molesto en echarte la bronca, si vas a acabar haciendo lo que te dé la gana -murmuré, más para mí que para el animal-. A lo mejor lo que debería hacer es comprarte una correa hasta que aprendas a comportarte.
A medida que esas palabras iban saliendo de mi boca, me iba dando cuenta de que aquello sólo serviría para malgastar un dinero que en aquellos momentos debía gestionar como el más hábil de los tesoreros. Tib no tardaría ni cinco minutos en, literalmente, engullir cualquier trozo de piel o tela que le atase al cuello.
- Bah -pensé-. Ya aprenderá. Sólo tengo que estar más atento e ir educándolo poco a poco.
Sin darle más vueltas al asunto y retomando mi objetivo de encontrar alojamiento y comida, salí de aquel callejón por el extremo contrario al que había usado para entrar. Ante mí se encontraba una calle aún más amplia y abarrotada que la que acababa de dejar a mi espalda, que describía una suave pendiente que descendía hacia mi derecha.
- Debe ser la calle comercial -razoné-.
Las conversaciones de la gente se entremezclaban con los alaridos que proferían los mercaderes locales, que gritaban a los cuatro vientos las múltiples virtudes de los materiales que vendían en sus negocios. Caminé cuesta arriba, prestando atención a los carteles en busca de alguno en el que pusiera "posada", "taberna" o algo similar. Me detuve frente a uno que tenía un gran cartel sobre su puerta que rezaba: "Domica's Inn".
- Anda que se han currado mucho el nombre -reflexioné-.
Entonces escuché otro sonido. Esta vez no era un grito, pero me avisaba de que lo que se venía iba a ser más embarazoso que el incidente con las zonas íntimas de aquella joven. Miré hacia el final de la calle y observé cómo unos niños, que debían de tener entre seis y diez años, jugaban con una pelota de cuero.
Para cuando fui a sujetar a Tib, el lobezno ya se encontraba a mitad de camino entre los niños y yo, corriendo hacia la pelota como alma que lleva el diablo y profiriendo agudos aullidos de felicidad.
- ¡Mierda! -grité al tiempo que corría tras el animal.
Los niños, al ver a esa mini-bestia correr hacia ellos, se dispersaron en todas direcciones mientras llamaban a sus padres y pedían ayuda, dejando allí su pelota. Cuando alcancé el lugar donde se había detenido Tib, éste mordisqueba lo poco quedaba de la pelota de cuero. Rápidamente, me agaché y lo cogí en mis brazos. Tras sujetarlo firmemente contra mi pecho, alcé la vista con la esperanza de no haber llamado demasiado la atención de quienes se encontraban en el lugar.
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Consigues coger a tu pequeña y rebelde mascota, Therax, aunque Tibb te gruñe juguetón no queriendo darte la pelota, o lo que queda de ella, mientras lo coges en brazos. Pesa el jodío, al fin y al cabo aunque sea un cachorro de ocho meses mide como un perro mediano… y el que se revuelva intentando jugar a “No me vas a quitar mi pelota” tampoco ayuda mucho. Por contraparte es un 300% adorable en este estado… para ti, claro.
Si te quedas ahí pronto empezarán a salir madres armadas con escobas y chanclas, padres con fregonas y hasta un abuelo con un arpón, que es francamente el que tiene mayor peligro porque no parece ver tres en un burro. Todos los presentes te mirarán con odio mientras se acercan exigiéndote claras explicaciones de qué es lo que ha pasado mientras muchos de los niños se quedan atrás llorando esmorecidos mientras producen velas de mocos como para poner una consigna en una catedral. En fin.
Las personas no están muy a favor de dejarte ir, o al menos a la bestia, diciéndote que el lugar de los lobos está en el bosque. ¿Información interesante, verdad? Con lo que te gustan a ti los lobos. Quizás puedas investigar más… o prefieras ir a comer algo. Tibb está tan tranquilo preguntándose si toda la gente que te está hablando, algo a gritos, es amigos o enemigos… Como animal de manada, aunque cachorro, no tardará mucho en tomar una opción.
¿Bueno Therax, que harás? ¿Te esperarás para dar una disculpa? ¿Correrás sin dar explicaciones? ¿Pagarás la pelota? ¿Y luego?
Las decisiones son tuyas, aunque Tibb hará lo que le dará la gana. Tampoco es que puedas llevarlo siempre encima para que no se vaya, a lo mejor deberías empezar a entrenarlo… claro que la idea de visitar el bosque a lo mejor te es más… apetecible. También está el hambre, pero eso podría esperar, ¿no?
Como me venía sucediendo desde que era capaz de recordar; la suerte no sólo no me sonrió, sino que decidió reírse de mí y darme una fuerte patada en las nalgas. Al terminar de incorporarme, con Tib en los brazos y lo poco que quedaba de la fuente de mi problema actual dificultándome la visión -¿por qué no dejaba el puñetero cachorro de zarandear el cuero delante de mi cara de una bendita vez?-, pude comprobar que todas las personas que allí se encontraban habían dejado de hacer lo que fuera que los mantenía ocupados y habían vuelto sus rostros hacia mí.
En la calle reinaba el silencio más absoluto, roto tan solo por el desconsolado llanto del grupo de niños a quien Tib había asustado. Rostros entre curiosos y enfadados se asomaban tímidamente a los balcones y ventanales de los hogares que se situaban sobre los establecimientos de la zona.
Tras percatarme del revuelo que había causado, volví a fijarme en el grupo de niños, que había corrido hasta situarse entre las piernas de otro grupo aún más numeroso; éste de adultos.
- Ésos deben ser sus padres -supuse-.
Cuando me disponía a excusarme por las molestias causadas y explicarles que a pesar de su rudo aspecto, Tib en realidad era inofensivo; muchos de los integrantes de dicho grupo se introdujeron en sus casas -que para mi desgracia eran precisamente muchas de las más cercanas al epicentro del alboroto, es decir, a mí- y salieron portando palos, escobas y fregonas, con unas expresiones en sus caras que no invitaban al trato cordial precisamente.
En uno de los balcones, un viejo se asomaba con un enorme arpón cargado y listo para ser disparado mientras apuraba las últimas caladas de un torcido cigarrillo. Afortunadamente, aquel hombre parecía suponer un peligro mayor para la iracunda horda de padres que para mí, dado que se esforzaba en entrecerrar los ojos para intentar distinguir algo de lo que sucedía allí abajo.
- Esto... -comencé-. Disculpen por lo ocurrido. Verán, en realidad mi perro no hace nada. Es sólo que ha visto la pelota, y bueno... a él le encantan -proseguí con una incómoda sonrisa en mi rostro mientras analizaba los gestos de mis interlocutores, tratando de distinguir algún tipo de relajación por su parte-.
- ¡¿PERRO?! -intervino la que debía ser la madre de uno de los niños-. No nos tomes por imbéciles, muchacho. Esa criatura se parece bastante más a la clase de seres que pueblan el bosque que a un perro normal y corriente.
- No sé de qué me habla, señora -contesté educadamente mientras retrocedía un poco y aferraba con más fuerza a Tib, que había soltado los restos de la pelota y contemplaba a la multitud que se extendía frente a mí con la cabeza torcida y las orejitas de punta-. Tib es sólo un perro. Es cierto que es un poco grande para su edad y no pertenece a una raza muy común, pero más allá de eso es como un cachorro cualquiera, y se ha lanzado a jugar con la pelota que tenían sus hijos. No he sido capaz de sujetarlo. ¡Mis más sinceras disculpas!
-¿Tib? -intervino otro de los padres, captando la atención del pequeño lobezno-. ¡No me puedo creer que le hayas puesto nombre a esa cosa! ¡Debería estar con los suyos, o simplemente no existir!
El tono de los comentarios y la intensidad de las voces de aquel grupo de personas había ido aumentando progresivamente y, debido a la leve vibración que comenzaba a percibir en mis brazos, parecía que lo que en un primer momento había resultado curioso para Tib empezaba a tornarse en algo más parecido a una amenaza.
No podía permitir que Tib interpretase que aquellos sujetos querían hacernos daño -aunque era obvio que así era- y que, en respuesta, sacase a relucir su instinto protector. Del mismo modo, yo tampoco podía ponerme a pelear contra una marabunta de padres que lo único que estaban haciendo a fin de cuentas era proteger a sus hijos de lo que consideraban que era un peligro. De todos modos, aunque el desarrollo de los acontecimientos llevase a tal situación, había tenido la precaución de guardar mis katanas en el petate que aún portaba en el hombro izquierdo para no llamar la atención durante mi estancia en la ciudad, y sacarlas implicaba dejar a Tiberth libre para que hiciera lo que considerase oportuno.
Tras sopesar mis opciones durante un par de segundos, en los que la furia de aquel grupo de apaleadores amateurs creció exponencialmente, decidí dar la vuelta sobre mis talones y emprender la huida calle abajo.
- Creo que vamos a tener que postponer el almuerzo -le dije a Tib, que había dejado de temblar y me miraba inquisitivo-. Y se te va a acabar la tontería; si salimos vivos de aquí me voy a asegurar de que dejes de hacer lo que te place cuando te da la gana, o en una de éstas acabaremos metidos en un problema de verdad.
Mientras emprendía mi huida me vinieron a la mente las palabras de aquella mujer: "...la clase de seres que pueblan el bosque". Aquella información era muy interesante. Sí, comprendí que en mi paso por aquella isla -más tarde o más temprano- tendría que hacer una pequeña excursión por aquel lugar, pero antes debía informarme acerca de qué pasaba allí y por qué los lugareños sentían esa aversión hacia él.
Y bueno... lo más importante: en primer lugar debía salvar los platos y salir de aquella situación sin que nadie resultase dañado. Aligeré el paso y giré la cabeza para comprobar si aquella multitud me seguía o había decidido dejarme ir.
En la calle reinaba el silencio más absoluto, roto tan solo por el desconsolado llanto del grupo de niños a quien Tib había asustado. Rostros entre curiosos y enfadados se asomaban tímidamente a los balcones y ventanales de los hogares que se situaban sobre los establecimientos de la zona.
Tras percatarme del revuelo que había causado, volví a fijarme en el grupo de niños, que había corrido hasta situarse entre las piernas de otro grupo aún más numeroso; éste de adultos.
- Ésos deben ser sus padres -supuse-.
Cuando me disponía a excusarme por las molestias causadas y explicarles que a pesar de su rudo aspecto, Tib en realidad era inofensivo; muchos de los integrantes de dicho grupo se introdujeron en sus casas -que para mi desgracia eran precisamente muchas de las más cercanas al epicentro del alboroto, es decir, a mí- y salieron portando palos, escobas y fregonas, con unas expresiones en sus caras que no invitaban al trato cordial precisamente.
En uno de los balcones, un viejo se asomaba con un enorme arpón cargado y listo para ser disparado mientras apuraba las últimas caladas de un torcido cigarrillo. Afortunadamente, aquel hombre parecía suponer un peligro mayor para la iracunda horda de padres que para mí, dado que se esforzaba en entrecerrar los ojos para intentar distinguir algo de lo que sucedía allí abajo.
- Esto... -comencé-. Disculpen por lo ocurrido. Verán, en realidad mi perro no hace nada. Es sólo que ha visto la pelota, y bueno... a él le encantan -proseguí con una incómoda sonrisa en mi rostro mientras analizaba los gestos de mis interlocutores, tratando de distinguir algún tipo de relajación por su parte-.
- ¡¿PERRO?! -intervino la que debía ser la madre de uno de los niños-. No nos tomes por imbéciles, muchacho. Esa criatura se parece bastante más a la clase de seres que pueblan el bosque que a un perro normal y corriente.
- No sé de qué me habla, señora -contesté educadamente mientras retrocedía un poco y aferraba con más fuerza a Tib, que había soltado los restos de la pelota y contemplaba a la multitud que se extendía frente a mí con la cabeza torcida y las orejitas de punta-. Tib es sólo un perro. Es cierto que es un poco grande para su edad y no pertenece a una raza muy común, pero más allá de eso es como un cachorro cualquiera, y se ha lanzado a jugar con la pelota que tenían sus hijos. No he sido capaz de sujetarlo. ¡Mis más sinceras disculpas!
-¿Tib? -intervino otro de los padres, captando la atención del pequeño lobezno-. ¡No me puedo creer que le hayas puesto nombre a esa cosa! ¡Debería estar con los suyos, o simplemente no existir!
El tono de los comentarios y la intensidad de las voces de aquel grupo de personas había ido aumentando progresivamente y, debido a la leve vibración que comenzaba a percibir en mis brazos, parecía que lo que en un primer momento había resultado curioso para Tib empezaba a tornarse en algo más parecido a una amenaza.
No podía permitir que Tib interpretase que aquellos sujetos querían hacernos daño -aunque era obvio que así era- y que, en respuesta, sacase a relucir su instinto protector. Del mismo modo, yo tampoco podía ponerme a pelear contra una marabunta de padres que lo único que estaban haciendo a fin de cuentas era proteger a sus hijos de lo que consideraban que era un peligro. De todos modos, aunque el desarrollo de los acontecimientos llevase a tal situación, había tenido la precaución de guardar mis katanas en el petate que aún portaba en el hombro izquierdo para no llamar la atención durante mi estancia en la ciudad, y sacarlas implicaba dejar a Tiberth libre para que hiciera lo que considerase oportuno.
Tras sopesar mis opciones durante un par de segundos, en los que la furia de aquel grupo de apaleadores amateurs creció exponencialmente, decidí dar la vuelta sobre mis talones y emprender la huida calle abajo.
- Creo que vamos a tener que postponer el almuerzo -le dije a Tib, que había dejado de temblar y me miraba inquisitivo-. Y se te va a acabar la tontería; si salimos vivos de aquí me voy a asegurar de que dejes de hacer lo que te place cuando te da la gana, o en una de éstas acabaremos metidos en un problema de verdad.
Mientras emprendía mi huida me vinieron a la mente las palabras de aquella mujer: "...la clase de seres que pueblan el bosque". Aquella información era muy interesante. Sí, comprendí que en mi paso por aquella isla -más tarde o más temprano- tendría que hacer una pequeña excursión por aquel lugar, pero antes debía informarme acerca de qué pasaba allí y por qué los lugareños sentían esa aversión hacia él.
Y bueno... lo más importante: en primer lugar debía salvar los platos y salir de aquella situación sin que nadie resultase dañado. Aligeré el paso y giré la cabeza para comprobar si aquella multitud me seguía o había decidido dejarme ir.
Krieg
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Por suerte para ti, la muchedumbre está ocupada consolando a los niños y entrando de nuevo en casa; su odio es bastante grande, pero no es descomunal. Tibb, que aún no te entiende demasiado, baja algo la cabeza pero intenta lamerte, no sabes bien si pidiéndote disculpas o porque cree que estás enfadado por otra cosa. Ah, cachorros…
Ahora recae la decisión sobre ti, Therax. ¿Irás al bosque o a almorzar?
Si vas a la posada de antes, te servirán con cierto recelo ya que, como en muchos establecimientos, no se admite la entrada de animales. Podrías alquilar una habitación y dejar al pobre Tibb allí solo es tu decisión, pero te costará más caro que los precios que ponen en el cartel del no-muy-amable-posadero. Se excusa en que es una tarifa extra por si se caga, mea o demás... También puedes comer en la pequeña terraza, aunque es algo incómoda con respecto al interior. Toda la comida del establecimiento, la que no está enlatada o excesivamente salada (como conservas o cosas que vengan de fuera), es de origen marino. ¿Es que no hay granjas ni nada en esa isla? Bueno, el pescado azul es bueno para la salud, ¿te apetece paellita?
Obviamente tu mascota te mira en todo el proceso sin entender muy bien qué pasa e intentando ir hacia mesas de otras personas en búsqueda de comida; pobrecillo, tiene hambre. ¿Le gusta a Tib el pescado? Una pena que no haya carne. Deberías comprar pienso o hacerlo tú.
En fin, una vez almuerces será mediodía y podrás hacer lo que quieras por la ciudad o fuera de ella. LA actividad a medio dia decrece por el asfixiante calor.
Si vas al bosque, que comprende dos tercios de la isla, no encontrarás siquiera caminos hacia el interior de recolectores ni nada. Hay algunos árboles cortados en su linde, lo suficiente para conseguir alguna que otra madera sin perturbar la esencia de la isla. Tampoco se escuchan ni pájaros ni ningún sonido de origen animal… la brisa mece las hojas y cruje las ramas, poco más. De ir a mediodía el aire se detiene y simplemente necesitarías estar bajo la sombra de los árboles para estar más o menos fresco…
También está la opción de ir por la ciudad, si la consideras avisa y expando descripciones.
Ahora recae la decisión sobre ti, Therax. ¿Irás al bosque o a almorzar?
Si vas a la posada de antes, te servirán con cierto recelo ya que, como en muchos establecimientos, no se admite la entrada de animales. Podrías alquilar una habitación y dejar al pobre Tibb allí solo es tu decisión, pero te costará más caro que los precios que ponen en el cartel del no-muy-amable-posadero. Se excusa en que es una tarifa extra por si se caga, mea o demás... También puedes comer en la pequeña terraza, aunque es algo incómoda con respecto al interior. Toda la comida del establecimiento, la que no está enlatada o excesivamente salada (como conservas o cosas que vengan de fuera), es de origen marino. ¿Es que no hay granjas ni nada en esa isla? Bueno, el pescado azul es bueno para la salud, ¿te apetece paellita?
Obviamente tu mascota te mira en todo el proceso sin entender muy bien qué pasa e intentando ir hacia mesas de otras personas en búsqueda de comida; pobrecillo, tiene hambre. ¿Le gusta a Tib el pescado? Una pena que no haya carne. Deberías comprar pienso o hacerlo tú.
En fin, una vez almuerces será mediodía y podrás hacer lo que quieras por la ciudad o fuera de ella. LA actividad a medio dia decrece por el asfixiante calor.
Si vas al bosque, que comprende dos tercios de la isla, no encontrarás siquiera caminos hacia el interior de recolectores ni nada. Hay algunos árboles cortados en su linde, lo suficiente para conseguir alguna que otra madera sin perturbar la esencia de la isla. Tampoco se escuchan ni pájaros ni ningún sonido de origen animal… la brisa mece las hojas y cruje las ramas, poco más. De ir a mediodía el aire se detiene y simplemente necesitarías estar bajo la sombra de los árboles para estar más o menos fresco…
También está la opción de ir por la ciudad, si la consideras avisa y expando descripciones.
Sentí un gran alivio al comprobar que la muchedumbre no tenía interés alguno en realizar ningún tipo de ejercicio físico, y en su lugar cogían a sus hijos en brazos mientras volvían a sus casas conversando entre ellos con evidentes gestos de desaprobación. A pesar de ello, continué corriendo y, tras girar un par de veces en sendas esquinas que elegí al azar, cuando me sentí lo suficientemente lejos de aquella condenada calle, me detuve a recuperar el aliento, dejando con mucho cuidado a Tib en el suelo.
El lobezno me miraba ansioso con los cuartos traseros reposados en el suelo. Me posicioné en cuclillas y me concentré en mi respiración. Tib -ya fuera porque me veía exhausto o porque sabía que había hecho algo mal- agachó ligeramente la cabeza y comenzó a lamerme cuidadosamente la mano derecha. Yo no entendía cómo alguien podía tenerle miedo a aquella cosita.
Tras tomarme unos segundos más, comencé a pensar en cuál debía ser el siguiente paso. Por un lado podía hacer caso a aquella... mujer -hice una pausa para tomar aire y sosegarme- y hacer una pequeña incursión en el bosque, a ver qué había allí. Como si me hubieran leído la mente, tanto mi estómago como el de Tib mostraron su desacuerdo rugiendo armónicamente. El cachorro me miraba con las orejas gachas mientras jadeaba intensamente con la lengua fuera. Entonces me percaté de que yo también sudaba.
-¡Joder, pero qué calor hace aquí! -exclamé a la nada.
Recogí mis bártulos -que había dejado tirados en el suelo al dar por concluida la huida- y, tras andar una veintena de pasos, volví a girar a la derecha para encontrarme de nuevo con un gran cartel en el que se leía: "Domica's Inn".
-Esto tiene que ser una broma -pensé.
Por suerte, el incidente con la pelota había sucedido bastante más arriba, por lo que la gente no nos miraba más de lo habitual. Pensé en buscar otro lugar, ya que aquello no podía ser buena señal, pero Tib miraba la comida en las meses de aquella posada con unos ojos repletos de tristeza y hambre. A pesar de no ser santo de mi devoción, opté por entrar.
-¡Eh, eh, eh! -me llamó una voz desde la otra punta de la posada-. Aquí no admitimos animales, así que saca a ese bicho de aquí. Si quieres quedarte tienes que pagar una habitación y meterlo allí, y ya si eso hablamos de comida o lo que sea que vengas buscando.
-¿No podría hacer una excepción? Solo quiero comer algo. Después mi amigo y yo nos marcharemos de aquí y no volverá a vernos más -pregunté sin mucha convicción.
-¡No! -fue la única respuesta por parte del que parecía ser el dueño del lugar.
-En ese caso, ¿cuál es el precio de la habitación? La necesitaría únicamente el tiempo que tarde en comer. Tib no necesita grandes comodidades -comenté mientras acariciaba al lobezno entre las orejas-. Además, necesitaría que le dieran algo a él también. El pobre lleva bastante tiempo sin llevarse nada a la boca.
-Aquí no alquilamos habitaciones por horas, muchacho -contestó secamente el hombre mientras limpiaba distraídamente una jarra de cerveza tras la barra-. Pagas una semana por adelantado o nada.
Antes de entrar en el lugar me había fijado en un gran tablón que había colgado junto al cartel con el nombre de la posada. Los precios que en él se reflejaban no eran para nada desorbitados -cosa que no me extrañaba viendo el trato que ofrecía aquel cascarrabias-, así que me animé a preguntar a pesar de ser consciente de que pagar aquello era una soberana estupidez. Pero tenía hambre y, por encima de eso, no quería que Tib se comiese algo inapropiado y nos buscara otro problema.
-¿Cuánto sería la habitación mas barata de la que disponga? -pregunté educadamente.
-La semana entera te costará unos 10.000 berries -respondió aquel malnacido con una sonrisa burlona en la cara.
-¡Pero si en el tablón de fuera pone 7.000!
-Sí, eso pone. Pero a saber qué puede hacer ese bicho ahí dentro. Puede cagarse por ahí o, peor aún, destrozar los muebles de las habitaciones. Ese es el precio. Lo tomas o lo dejas.
-Oiga, ¿de verdad que no hay otra opción? -dije mientras notaba cómo comenzaba a palpitar en mi cuello la vena yugular izquierda.
-Bueno, puedes comer en la terraza -dijo el tabernero, como el que deja caer inocentemente un secreto-. Pero te cobraré por servirle al bicho.
-De acuerdo, comeremos ahí. Por cierto, se llama Tiberth, y le agradecería que se refiriese a él por su nombre.
Me encaminé hacia la desvencijada mesa que hacia la función de "terraza" en aquel apestoso tugurio pensando en las cosas que me gustaría haberle hecho a aquel hombre de encontrarme en otras circunstancias. Ninguna de ellas era muy agradable, para ser sincero. Tras el transcurso de unos diez largos y pesados minutos, una joven y acalorada chica se acercó rápidamente a la mesa y dejó una amarillenta carta sobre ella, para en seguida alejarse sin decir nada.
-Vaya, queríamos un vaso de agua o algo, ¿verdad? -dije en voz alta mientras dirigía una mirada al cachorro, que se encontraba sentado junto a mí-. Vamos a ver qué comemos.
Abrí el estropeado trozo de papel y comencé a leer lo que en él estaba escrito. La realidad era que ninguno de los platos que reflejaba la carta tenía pinta de saber mal, y el contenido de las bandejas con las que la chica corría de un lado a otro de la posada olía muy bien.
-Creo que tienes un problema, Tib -comenté mientras le daba la vuelta a la carta-. No tienen carne. Bueno sí, pero pone que es de conserva y a ti no te gusta nada que venga enlatado. Creo que hoy te va a tocar comer pescado.
Cuando, pasado un buen rato, la chica volvió a la mesa, pedí cuatro platos de atún a la plancha -dos para cada uno-, ya que era lo único que no se salía del presupuesto y prometía saciarnos, al menos en parte.
Tanto Tib como yo dimos buena cuenta de aquel pescado cuando nos pusieron los platos en las narices, y en poco más de cinco minutos nos encontrábamos pagando y abandonando aquel asqueroso lugar bajo la atenta mirada del maleducado dueño. Era urgente que encontrara un lugar en el que pudiera adquirir algo de carne para Tib. Una vez estaba bien. Dos, puede que también. Pero el lobezno no iba a consentir que su alimentación se basase en criaturas con escamas y espinas, eso lo sabía muy bien.
Cuando abandoné el lugar, el calor no golpeaba con tanta dureza como lo había hecho durante todo el día, y las calles no estaban tan abarrotadas como antes. Quizás por eso no me sentía tan observado cuando exploraba junto a mi fiel compañero los rincones de aquella gigante ciudad portuaria. Tib parecía no querer revivir la experiencia que habíamos tenido durante la mañana, ya que todo el tiempo se mantuvo firmemente pegado a mi pie derecho y no se alejó más de un par de veces para olfatear algún cubo de basura entreabierto, probablemente en busca de algo que llevarse a la boca sin tener que preocuparse porque una espina se le atorara entre los colmillos.
Durante mi periplo por el lugar, me interesé por el dinero que me costaría adquirir una habitación para pasar unos días en varias posadas de diferente aspecto. Sin embargo, todos los posaderos se negaban -algunos más amablemente que otros- a que Tib accediese a sus locales. ¿Es que la única persona dispuesta a darme una habitación era aquel cerdo?
Caminando sin rumbo, me encontré en el límite de la ciudad. Ante mí se extendía un inmenso bosque, al menos dos veces más grande que la urbe.
-¡Vaya! -pensé-. Supongo que a este bosque se refería la b... mujer.
Miré brevemente a Tib, que contemplaba maravillado aquella cantidad de vegetación. Aún no era muy tarde, así que podíamos echar un ojo. Sin pensarlo dos veces, caminé en dirección al bosque. En principio, nada llamaba la atención más allá del silencio sepulcral que se extendía entre los árboles que lo formaban como si del mismo aire se tratara. El intermitente sonido de las hojas y las ramas de los inmensos árboles cuando eran mecidas por el viento era lo único capaz de perturbar aquella tranquilidad.
El lugar me gustaba. No entendía por qué la gente se asustaba al hablar de él y de lo que albergaba. En realidad dudaba mucho que allí hubiera mucho más que un puñado de árboles y alguna alimaña nocturna suelta. Me senté a la sombra de uno de los primeros árboles que encontré, y Tib se hizo un ovillo entre mis piernas. Entonces contemplé el paisaje a mi alrededor.
Ante mí se extendía el casco urbano de Domica, un imponente monstruo de hormigón y cal. Me sentí muy pequeño ante semejante gigante, así que decidí fijar mi atención en la linde del bosque. Me resultó curioso el hecho de que los habitantes de la isla no hubieran abierto caminos entre los árboles para acceder con seguridad al interior del lugar. A fin de cuentas, con ese tamaño, debía albergar en su interior numerosas especies de frutas y plantas comestibles. La única modificación que el ser humano parecía haber hecho sobre la naturaleza en aquella isla había consistido en talar parcialmente los árboles que limitaban con la ciudad, y ni eso habían llegado a concluir.
¿Qué sería lo que causaba que aquellas dos zonas de la isla estuvieran tan cerca y a la vez tan lejos? ¿Era seguro estar allí?
El lobezno me miraba ansioso con los cuartos traseros reposados en el suelo. Me posicioné en cuclillas y me concentré en mi respiración. Tib -ya fuera porque me veía exhausto o porque sabía que había hecho algo mal- agachó ligeramente la cabeza y comenzó a lamerme cuidadosamente la mano derecha. Yo no entendía cómo alguien podía tenerle miedo a aquella cosita.
Tras tomarme unos segundos más, comencé a pensar en cuál debía ser el siguiente paso. Por un lado podía hacer caso a aquella... mujer -hice una pausa para tomar aire y sosegarme- y hacer una pequeña incursión en el bosque, a ver qué había allí. Como si me hubieran leído la mente, tanto mi estómago como el de Tib mostraron su desacuerdo rugiendo armónicamente. El cachorro me miraba con las orejas gachas mientras jadeaba intensamente con la lengua fuera. Entonces me percaté de que yo también sudaba.
-¡Joder, pero qué calor hace aquí! -exclamé a la nada.
Recogí mis bártulos -que había dejado tirados en el suelo al dar por concluida la huida- y, tras andar una veintena de pasos, volví a girar a la derecha para encontrarme de nuevo con un gran cartel en el que se leía: "Domica's Inn".
-Esto tiene que ser una broma -pensé.
Por suerte, el incidente con la pelota había sucedido bastante más arriba, por lo que la gente no nos miraba más de lo habitual. Pensé en buscar otro lugar, ya que aquello no podía ser buena señal, pero Tib miraba la comida en las meses de aquella posada con unos ojos repletos de tristeza y hambre. A pesar de no ser santo de mi devoción, opté por entrar.
-¡Eh, eh, eh! -me llamó una voz desde la otra punta de la posada-. Aquí no admitimos animales, así que saca a ese bicho de aquí. Si quieres quedarte tienes que pagar una habitación y meterlo allí, y ya si eso hablamos de comida o lo que sea que vengas buscando.
-¿No podría hacer una excepción? Solo quiero comer algo. Después mi amigo y yo nos marcharemos de aquí y no volverá a vernos más -pregunté sin mucha convicción.
-¡No! -fue la única respuesta por parte del que parecía ser el dueño del lugar.
-En ese caso, ¿cuál es el precio de la habitación? La necesitaría únicamente el tiempo que tarde en comer. Tib no necesita grandes comodidades -comenté mientras acariciaba al lobezno entre las orejas-. Además, necesitaría que le dieran algo a él también. El pobre lleva bastante tiempo sin llevarse nada a la boca.
-Aquí no alquilamos habitaciones por horas, muchacho -contestó secamente el hombre mientras limpiaba distraídamente una jarra de cerveza tras la barra-. Pagas una semana por adelantado o nada.
Antes de entrar en el lugar me había fijado en un gran tablón que había colgado junto al cartel con el nombre de la posada. Los precios que en él se reflejaban no eran para nada desorbitados -cosa que no me extrañaba viendo el trato que ofrecía aquel cascarrabias-, así que me animé a preguntar a pesar de ser consciente de que pagar aquello era una soberana estupidez. Pero tenía hambre y, por encima de eso, no quería que Tib se comiese algo inapropiado y nos buscara otro problema.
-¿Cuánto sería la habitación mas barata de la que disponga? -pregunté educadamente.
-La semana entera te costará unos 10.000 berries -respondió aquel malnacido con una sonrisa burlona en la cara.
-¡Pero si en el tablón de fuera pone 7.000!
-Sí, eso pone. Pero a saber qué puede hacer ese bicho ahí dentro. Puede cagarse por ahí o, peor aún, destrozar los muebles de las habitaciones. Ese es el precio. Lo tomas o lo dejas.
-Oiga, ¿de verdad que no hay otra opción? -dije mientras notaba cómo comenzaba a palpitar en mi cuello la vena yugular izquierda.
-Bueno, puedes comer en la terraza -dijo el tabernero, como el que deja caer inocentemente un secreto-. Pero te cobraré por servirle al bicho.
-De acuerdo, comeremos ahí. Por cierto, se llama Tiberth, y le agradecería que se refiriese a él por su nombre.
Me encaminé hacia la desvencijada mesa que hacia la función de "terraza" en aquel apestoso tugurio pensando en las cosas que me gustaría haberle hecho a aquel hombre de encontrarme en otras circunstancias. Ninguna de ellas era muy agradable, para ser sincero. Tras el transcurso de unos diez largos y pesados minutos, una joven y acalorada chica se acercó rápidamente a la mesa y dejó una amarillenta carta sobre ella, para en seguida alejarse sin decir nada.
-Vaya, queríamos un vaso de agua o algo, ¿verdad? -dije en voz alta mientras dirigía una mirada al cachorro, que se encontraba sentado junto a mí-. Vamos a ver qué comemos.
Abrí el estropeado trozo de papel y comencé a leer lo que en él estaba escrito. La realidad era que ninguno de los platos que reflejaba la carta tenía pinta de saber mal, y el contenido de las bandejas con las que la chica corría de un lado a otro de la posada olía muy bien.
-Creo que tienes un problema, Tib -comenté mientras le daba la vuelta a la carta-. No tienen carne. Bueno sí, pero pone que es de conserva y a ti no te gusta nada que venga enlatado. Creo que hoy te va a tocar comer pescado.
Cuando, pasado un buen rato, la chica volvió a la mesa, pedí cuatro platos de atún a la plancha -dos para cada uno-, ya que era lo único que no se salía del presupuesto y prometía saciarnos, al menos en parte.
Tanto Tib como yo dimos buena cuenta de aquel pescado cuando nos pusieron los platos en las narices, y en poco más de cinco minutos nos encontrábamos pagando y abandonando aquel asqueroso lugar bajo la atenta mirada del maleducado dueño. Era urgente que encontrara un lugar en el que pudiera adquirir algo de carne para Tib. Una vez estaba bien. Dos, puede que también. Pero el lobezno no iba a consentir que su alimentación se basase en criaturas con escamas y espinas, eso lo sabía muy bien.
Cuando abandoné el lugar, el calor no golpeaba con tanta dureza como lo había hecho durante todo el día, y las calles no estaban tan abarrotadas como antes. Quizás por eso no me sentía tan observado cuando exploraba junto a mi fiel compañero los rincones de aquella gigante ciudad portuaria. Tib parecía no querer revivir la experiencia que habíamos tenido durante la mañana, ya que todo el tiempo se mantuvo firmemente pegado a mi pie derecho y no se alejó más de un par de veces para olfatear algún cubo de basura entreabierto, probablemente en busca de algo que llevarse a la boca sin tener que preocuparse porque una espina se le atorara entre los colmillos.
Durante mi periplo por el lugar, me interesé por el dinero que me costaría adquirir una habitación para pasar unos días en varias posadas de diferente aspecto. Sin embargo, todos los posaderos se negaban -algunos más amablemente que otros- a que Tib accediese a sus locales. ¿Es que la única persona dispuesta a darme una habitación era aquel cerdo?
Caminando sin rumbo, me encontré en el límite de la ciudad. Ante mí se extendía un inmenso bosque, al menos dos veces más grande que la urbe.
-¡Vaya! -pensé-. Supongo que a este bosque se refería la b... mujer.
Miré brevemente a Tib, que contemplaba maravillado aquella cantidad de vegetación. Aún no era muy tarde, así que podíamos echar un ojo. Sin pensarlo dos veces, caminé en dirección al bosque. En principio, nada llamaba la atención más allá del silencio sepulcral que se extendía entre los árboles que lo formaban como si del mismo aire se tratara. El intermitente sonido de las hojas y las ramas de los inmensos árboles cuando eran mecidas por el viento era lo único capaz de perturbar aquella tranquilidad.
El lugar me gustaba. No entendía por qué la gente se asustaba al hablar de él y de lo que albergaba. En realidad dudaba mucho que allí hubiera mucho más que un puñado de árboles y alguna alimaña nocturna suelta. Me senté a la sombra de uno de los primeros árboles que encontré, y Tib se hizo un ovillo entre mis piernas. Entonces contemplé el paisaje a mi alrededor.
Ante mí se extendía el casco urbano de Domica, un imponente monstruo de hormigón y cal. Me sentí muy pequeño ante semejante gigante, así que decidí fijar mi atención en la linde del bosque. Me resultó curioso el hecho de que los habitantes de la isla no hubieran abierto caminos entre los árboles para acceder con seguridad al interior del lugar. A fin de cuentas, con ese tamaño, debía albergar en su interior numerosas especies de frutas y plantas comestibles. La única modificación que el ser humano parecía haber hecho sobre la naturaleza en aquella isla había consistido en talar parcialmente los árboles que limitaban con la ciudad, y ni eso habían llegado a concluir.
¿Qué sería lo que causaba que aquellas dos zonas de la isla estuvieran tan cerca y a la vez tan lejos? ¿Era seguro estar allí?
Krieg
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fuerza
Fortaleza
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Akuma no mi
Varios
Qué día más tranquilo y bueno… hasta que…
Las ramas bambolean un poco mientras una pequeña nuez cae delante de ti, Tibb se levanta de su siesta post-comilona con un largo bostezo con gemido incluido y mira el pequeño proyectil sin mucho interés… Hasta que la ardilla baja de un salto, claro.
No importa si nunca ha visto una ardilla, no importa si ha visto muchas otras veces, la reacción va a ser la misma. ¡ARDILLAAAA! Antes siquiera de que puedas retenerlo se pone a perseguir al pobre animal que corre más que el torpe, pero insistente, cazador. Por supuesto Tib ignora tus gritos si le persigues, lanzándose hacia los matorrales y el interior del bosque.
¿Ahora piensas que la correa es algo mejor no? Pronto debería aprender a volver solo… pero es un bosque, es un cachorro y hay lobos. Hmm. Deberías ir tras él, ¿no te parece? Es tu responsabilidad. Pero también podrías abandonarlo y buscarte otra mascota a la que disciplinar mejor.
Lo bueno es que ha comido y bebido recientemente, así que si se pierde podrá aguantar más que si hubieras ido sin comer… ¿Pero de dónde beberá?
EL bosque es espeso e indomable, las zarzas, los matorrales y los árboles crecen dejando poco hueco entre sí, al menos para un humano. Los pocos caminillos que hay pueden ser utilizados por conejos, mapaches y prácticamente pequeños animales, pero a ti te será difícil moverte. Una pena que no seas guardabosques, ¿verdad?.
En fin, tú dirás lo que haces para buscar, como probablemente harás, a tu mascota… A tu paso no ves animales, lo que resulta realmente inquietante…
Las ramas bambolean un poco mientras una pequeña nuez cae delante de ti, Tibb se levanta de su siesta post-comilona con un largo bostezo con gemido incluido y mira el pequeño proyectil sin mucho interés… Hasta que la ardilla baja de un salto, claro.
No importa si nunca ha visto una ardilla, no importa si ha visto muchas otras veces, la reacción va a ser la misma. ¡ARDILLAAAA! Antes siquiera de que puedas retenerlo se pone a perseguir al pobre animal que corre más que el torpe, pero insistente, cazador. Por supuesto Tib ignora tus gritos si le persigues, lanzándose hacia los matorrales y el interior del bosque.
¿Ahora piensas que la correa es algo mejor no? Pronto debería aprender a volver solo… pero es un bosque, es un cachorro y hay lobos. Hmm. Deberías ir tras él, ¿no te parece? Es tu responsabilidad. Pero también podrías abandonarlo y buscarte otra mascota a la que disciplinar mejor.
Lo bueno es que ha comido y bebido recientemente, así que si se pierde podrá aguantar más que si hubieras ido sin comer… ¿Pero de dónde beberá?
EL bosque es espeso e indomable, las zarzas, los matorrales y los árboles crecen dejando poco hueco entre sí, al menos para un humano. Los pocos caminillos que hay pueden ser utilizados por conejos, mapaches y prácticamente pequeños animales, pero a ti te será difícil moverte. Una pena que no seas guardabosques, ¿verdad?.
En fin, tú dirás lo que haces para buscar, como probablemente harás, a tu mascota… A tu paso no ves animales, lo que resulta realmente inquietante…
No sé cuánto tiempo estuve sentado en aquel lugar, con Tib durmiendo plácidamente entre mis piernas. Nada pasaba en la frontera entre lo salvaje y lo civilizado, ni siquiera el tiempo. Una suave ráfaga de viento me azotó la cara.
-Menos el viento -comenté en voz baja-. Ése sí que pasa.
Ya me había habituado a las caricias que el aire me hacía periódicamente, así como al consecuente quejido que emitían las ramas sobre mi cabeza. Sin duda alguna, ése debió ser el motivo por el que me percaté al instante de que las prolongaciones del árbol que me daba sombra se movían sin que el viento fuese el causante.
Entonces, una pequeña nuez descendió desde las alturas para aterrizar con un golpe seco justo frente al hocico de Tiberth. El lobezno abrió uno de sus ojos y observó el fruto seco sin mucho interés. Acto seguido, entre perezoso y -según aparentaba- molesto porque lo hubieran despertado de su siesta, orientó el morro hacia el cielo al tiempo que emitía un prolongado bostezo, acompañado en su fase final de un gemido ahogado.
Como si no hubiera tenido bastante aquel día, la diosa Fortuna decidió volver a divertirse a mi costa. En esta ocasión, se le antojó que esa nuez debía tener dueño y, en busca de su merienda, una ardilla se precipitó desde las gruesas ramas que me habían estado protegiendo del sol para aterrizar junto a la nuez. El cuerpo de Tib se tensó desde la punta de las orejas hasta el extremo final de la cola cuando vio el aperitivo que acababa de caerle delante.
La ardilla debió prever lo que estaba por acontecer, porque tras recoger la nuez se alejó ágilmente, difuminándose entre los árboles y matorrales que poblaban el bosque a mis espaldas. Del mismo modo que lo haría un galgo en un canódromo y sin darme tiempo reaccionar, Tib se incorporó y emprendió como loco la persecución de su presa.
-¡Otra vez no! ¡Tib! -exclamé mientras recogía apresuradamente una vez más mis escasas posesiones y trataba de alcanzar al animal.
Tib corría por el bosque colisionando con los troncos de los árboles y atravesando los arbustos que encontraba a su paso. Al mismo tiempo, mantenía la vista fija en las alturas -lo que no le ayudaba mucho a esquivar los obstáculos- intentando localizar a su presa. Por desgracia para él, aquella criatura era mucho más ágil y rápida. Por si eso no fuera suficiente ventaja, la ardilla parecía ir siempre un paso por delante de Tiberth, y cuando el pequeño lobo giraba en una dirección en un vano intento por predecir el siguiente movimiento del ser que esperaba que se convirtiese en parte de su cena, éste se movía en sentido contrario.
Conforme me iba introduciendo en el bosque en mi persecución del torpe cazador, se me fue haciendo cada vez más difícil seguir el ritmo del mismo debido al menguante espacio que las distintas especies vegetales dejaban entre sí. A medida que me iba adentrando en la espesura, los troncos de los árboles se iban ensanchando lenta pero incesantemente, mientras que los huecos que dejaban entre sí -las pocas veces que no estaban ocupados por zarzas o matorrales punzantes de diversa índole- se iban volviendo un poco más estrechos.
Tras un par de cortes en el brazo izquierdo y un número bastante más abultado de traspiés a consecuencia de las nudosas raíces que luchaban por escapar del subsuelo, vi cómo la plateada punta de la cola de mi mascota desaparecía tras un grueso árbol que, a juzgar por el perímetro que debía alcanzar, podría tener varias cientos de años.
-¡Estupendo! -grité al bosque como si de una persona se tratase.
Nada me respondió. Nada. Lo único que acompañó mi lamento fue un profundo y verde silencio, roto únicamente por un leve aullido -indudablemente emitido por el condenado lobezno- que sonó en la distancia. Me encaminé -esta vez a un paso más lento- en la dirección de la que provenía el sonido. Resultaba muy inquietante -y, ¿por qué no?, molesto- el hecho de que no fuera posible divisar u oír el más mínimo rastro de vida animal.
Tib debía de haberse alejado mucho, porque no volví a escuchar ninguno de sus aullidos cargados de adrenalina. Pensando en qué haría con aquella situación, continué avanzando a duras penas entre la espesura, que claramente no se mostraba dispuesta a colaborar en mi búsqueda y continuaba dificultándome el paso todo lo que era posible. No podía dejar allí al pequeño. ¿Y si le pasaba algo?
-Por lo menos ha comido hace poco -me dije a mí mismo-. Eso me da algo más de margen para encontrarlo... Espero que sea capaz de encontrar algún lugar para beber.
Mientras me adentraba más y más en aquel lugar -que empezaba a parecerme de lo más siniestro-, la poca luz que se colaba a través de las copas de los árboles encontraba más dificultades para alcanzar la profundidad del bosque, lo que me impedía en gran medida la visión.
-¿Lo encontraré? -musité-. ¿Y se puede saber por qué no hay ni un maldito animal en este sitio?
-Menos el viento -comenté en voz baja-. Ése sí que pasa.
Ya me había habituado a las caricias que el aire me hacía periódicamente, así como al consecuente quejido que emitían las ramas sobre mi cabeza. Sin duda alguna, ése debió ser el motivo por el que me percaté al instante de que las prolongaciones del árbol que me daba sombra se movían sin que el viento fuese el causante.
Entonces, una pequeña nuez descendió desde las alturas para aterrizar con un golpe seco justo frente al hocico de Tiberth. El lobezno abrió uno de sus ojos y observó el fruto seco sin mucho interés. Acto seguido, entre perezoso y -según aparentaba- molesto porque lo hubieran despertado de su siesta, orientó el morro hacia el cielo al tiempo que emitía un prolongado bostezo, acompañado en su fase final de un gemido ahogado.
Como si no hubiera tenido bastante aquel día, la diosa Fortuna decidió volver a divertirse a mi costa. En esta ocasión, se le antojó que esa nuez debía tener dueño y, en busca de su merienda, una ardilla se precipitó desde las gruesas ramas que me habían estado protegiendo del sol para aterrizar junto a la nuez. El cuerpo de Tib se tensó desde la punta de las orejas hasta el extremo final de la cola cuando vio el aperitivo que acababa de caerle delante.
La ardilla debió prever lo que estaba por acontecer, porque tras recoger la nuez se alejó ágilmente, difuminándose entre los árboles y matorrales que poblaban el bosque a mis espaldas. Del mismo modo que lo haría un galgo en un canódromo y sin darme tiempo reaccionar, Tib se incorporó y emprendió como loco la persecución de su presa.
-¡Otra vez no! ¡Tib! -exclamé mientras recogía apresuradamente una vez más mis escasas posesiones y trataba de alcanzar al animal.
Tib corría por el bosque colisionando con los troncos de los árboles y atravesando los arbustos que encontraba a su paso. Al mismo tiempo, mantenía la vista fija en las alturas -lo que no le ayudaba mucho a esquivar los obstáculos- intentando localizar a su presa. Por desgracia para él, aquella criatura era mucho más ágil y rápida. Por si eso no fuera suficiente ventaja, la ardilla parecía ir siempre un paso por delante de Tiberth, y cuando el pequeño lobo giraba en una dirección en un vano intento por predecir el siguiente movimiento del ser que esperaba que se convirtiese en parte de su cena, éste se movía en sentido contrario.
Conforme me iba introduciendo en el bosque en mi persecución del torpe cazador, se me fue haciendo cada vez más difícil seguir el ritmo del mismo debido al menguante espacio que las distintas especies vegetales dejaban entre sí. A medida que me iba adentrando en la espesura, los troncos de los árboles se iban ensanchando lenta pero incesantemente, mientras que los huecos que dejaban entre sí -las pocas veces que no estaban ocupados por zarzas o matorrales punzantes de diversa índole- se iban volviendo un poco más estrechos.
Tras un par de cortes en el brazo izquierdo y un número bastante más abultado de traspiés a consecuencia de las nudosas raíces que luchaban por escapar del subsuelo, vi cómo la plateada punta de la cola de mi mascota desaparecía tras un grueso árbol que, a juzgar por el perímetro que debía alcanzar, podría tener varias cientos de años.
-¡Estupendo! -grité al bosque como si de una persona se tratase.
Nada me respondió. Nada. Lo único que acompañó mi lamento fue un profundo y verde silencio, roto únicamente por un leve aullido -indudablemente emitido por el condenado lobezno- que sonó en la distancia. Me encaminé -esta vez a un paso más lento- en la dirección de la que provenía el sonido. Resultaba muy inquietante -y, ¿por qué no?, molesto- el hecho de que no fuera posible divisar u oír el más mínimo rastro de vida animal.
Tib debía de haberse alejado mucho, porque no volví a escuchar ninguno de sus aullidos cargados de adrenalina. Pensando en qué haría con aquella situación, continué avanzando a duras penas entre la espesura, que claramente no se mostraba dispuesta a colaborar en mi búsqueda y continuaba dificultándome el paso todo lo que era posible. No podía dejar allí al pequeño. ¿Y si le pasaba algo?
-Por lo menos ha comido hace poco -me dije a mí mismo-. Eso me da algo más de margen para encontrarlo... Espero que sea capaz de encontrar algún lugar para beber.
Mientras me adentraba más y más en aquel lugar -que empezaba a parecerme de lo más siniestro-, la poca luz que se colaba a través de las copas de los árboles encontraba más dificultades para alcanzar la profundidad del bosque, lo que me impedía en gran medida la visión.
-¿Lo encontraré? -musité-. ¿Y se puede saber por qué no hay ni un maldito animal en este sitio?
Krieg
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
El tiempo pasa y sigue sin haber rastro de tu pequeña mascota. Es entonces cuando escuchas un familiar gruñido, un quejido de desagrado como el que hace cuando no quiere seguir en brazos o le has dado un golpe, sin querer o queriendo, a tu mascotilla. Alternativamente también escuchas el sonido de unos aullidos en la lejanía… pronto se hará de noche, y comenzará la caza.
¿Cuál es la actitud de los lobos con los intrusos? La sabes, y no es buena… incluso, con un cachorro como Tib podrían no hacer ningún tipo de excepción. Lo más probable es que acabéis todos muertos…
Si sigues el sonido de la esperanza podrás ver a Tib, tumbado en el suelo bajo la poderosa pata de un viejo lobo pardo lleno de cañas, un animal anciano, desaliñado, escuálido y pulgoso. El animal está lleno de cicatrices y parece comenzar a tener signos de cataratas, está hecho una maldita piltrafa… y aun así doblega a tu irresponsable criatura con un gesto amable y cansado. Tiene, además de todos los daños de una vida de leyenda, una pata trasera rota, pero no sabrías decir si se trata de una herida reciente o las consecuencias de una pelea largo tiempo atrás.
Cuando te acercas, el animal gira la cabeza lentamente, mirándote con sus lechosos ojos… y le da un manotazo a Tib para lanzarlo hacia a ti. El cachorro gruñe, entre juego y refunfuño, pero vuelve hacia a ti como un niño que le llora a su madre.
La criatura parpadea lentamente y se tumba, cruzando las patas para tener un mejor apoyo para una cabeza cansada y anciana. ¿Qué harás Therax? ¿Le darás muerte al un anciano cánido, o esperarás a que venga la manada a rematarlo…? A lo mejor ha sobrevivido largo tiempo sin la ayuda de nadie, solo… Qué duro golpe para un animal social.
¿Cuál es la actitud de los lobos con los intrusos? La sabes, y no es buena… incluso, con un cachorro como Tib podrían no hacer ningún tipo de excepción. Lo más probable es que acabéis todos muertos…
Si sigues el sonido de la esperanza podrás ver a Tib, tumbado en el suelo bajo la poderosa pata de un viejo lobo pardo lleno de cañas, un animal anciano, desaliñado, escuálido y pulgoso. El animal está lleno de cicatrices y parece comenzar a tener signos de cataratas, está hecho una maldita piltrafa… y aun así doblega a tu irresponsable criatura con un gesto amable y cansado. Tiene, además de todos los daños de una vida de leyenda, una pata trasera rota, pero no sabrías decir si se trata de una herida reciente o las consecuencias de una pelea largo tiempo atrás.
Cuando te acercas, el animal gira la cabeza lentamente, mirándote con sus lechosos ojos… y le da un manotazo a Tib para lanzarlo hacia a ti. El cachorro gruñe, entre juego y refunfuño, pero vuelve hacia a ti como un niño que le llora a su madre.
La criatura parpadea lentamente y se tumba, cruzando las patas para tener un mejor apoyo para una cabeza cansada y anciana. ¿Qué harás Therax? ¿Le darás muerte al un anciano cánido, o esperarás a que venga la manada a rematarlo…? A lo mejor ha sobrevivido largo tiempo sin la ayuda de nadie, solo… Qué duro golpe para un animal social.
- El anciano lobo:
Negándome desde lo más profundo de mi ser a dejar a Tib abandonado a su suerte en aquel inhóspito lugar, continué con mi pseudorastreo -porque a seguir una corazonada no se le puede llamar rastrear- durante un tiempo que sería imposible determinar. La única orientación temporal en aquel infierno de savia y clorofila consistía en las escasas columnas de luz que se filtraban a través de las espesas copas de los árboles que me rodeaban. Éstas parecían indicar que no tenía mucho tiempo antes de que oscureciese, dado que cada vez eran más tenues y débiles.
La desaparición del último haz de luz que era capaz de percibir me indicó que la noche se había cernido sobre Tib -donde fuera que estuviese- y sobre mí. Como no podía ser de otro modo -dado mi historial de desdichas y concatenaciones de adversidades imposibles- la caída de la noche vino acompañada de un salvaje coro de aullidos, que se elevaron hacia el cielo desde algún lugar en la distancia.
-¡Cómo no! -pensé-. Toda la tarde aquí metido sin ver nada que se mueva, y la primera noticia que me llega de que no estoy solo me la tiene que dar una jauría de lobos. ¡Estupendo!
Nervioso por la posibilidad de que aquellas bestias decidieran organizar un banquete con nosotros, traté de avanzar más rápido entre el espeso y resistente follaje, siguiendo en línea recta la mayor parte del tiempo y girando casi aleatoriamente cuando el instinto me lo ordenaba. Cuando realmente comenzaba a perder la esperanza de reencontrarme con mi pequeño amigo, un sonido muy familiar llegó a mis oídos y se me clavó en el alma. Fue un ruido casi imperceptible, un pequeño gruñido que para cualquiera hubiera pasado por poco más que el crujido de una rama o una simple imaginación fruto del tiempo pasado en soledad, pero que para mí era indudablemente el tenue quejido que mi pequeña mascota emitía cuando algo no le gustaba demasiado o le incomodaba.
Aunque duró menos de lo que tarda un niño pequeño en meterse un caramelo en la boca, me fue suficiente para identificar la dirección de la que provenía; así que, con el ánimo renovado y un ímpetu más propio de un gladiador que de alguien que lleva toda la tarde peleándose con la madre naturaleza, me lancé de nuevo contra el implacable muro verde que me separaba de mi compañero.
Tras un número mayor -y, esta vez, indeterminable- de cortes en el brazo descubierto; y tras masticar en más de una ocasión alguna que otra rama que la oscuridad estimó oportuno introducir en mi boca, alcancé un pequeño hueco entre los árboles. Era un espacio muy limitado, menor que el que habitualmente dejarían entre sí si me encontrase en un bosque al uso, pero visto el enrevesado campo de batalla que dejaba a mis espaldas, aquel metro cuadrado libre de ramas y raíces me sabía a mar abierto.
Mi alivio desapareció en seguida cuando fui consciente del cuadro que se dibujaba ante mí. Un viejo lobo pardo, que aparentaba tener los mismos años que aquel maldito bosque, aprisionaba bajo su pata delantera izquierda a Tib. Era evidente que me encontraba ante un ejemplar muy anciano, ya que se podía apreciar cómo el imponente aspecto que su vigoroso pelaje le había brindado en otros tiempos había desaparecido para dar paso a una apariencia mucho más enfermiza. Los intensos tonos pardos propios de los individuos más jóvenes y fuertes se habían tornado en un color más suave y apagado. El pelo que aún poseía el animal se distribuía desordenada y anárquicamente en un vano intento de cubrir su huesuda superficie corporal, al tiempo que servía de hogar a innumerables familias de pulgas que saltaban de un lugar a otro de la bestia como si de niños en un parque infantil se tratase.
Sí, estaba claro que aquel animal no pasaba por su mejor momento; pero aún así había sido capaz de someter sin el más mínimo esfuerzo a un ejemplar que, si bien aún no era el más digno de los oponentes, era energía pura en ebullición. Mientras me preguntaba cómo lo habría hecho, percibí algunos detalles menos groseros que no había sido capaz de identificar en mi primer reconocimiento.
Aquel anciano lobo se había fracturado una de sus patas traseras; aunque, a decir verdad, era imposible predecir el tiempo en el que se había producido dicha lesión desde la distancia a la que me encontraba. Además, un reflejo claro en el fondo de sus profundas pupilas me indicaba que la opacificación de los cristalinos del animal había comenzado hacía ya algún tiempo, por lo que debía tener cierto grado de cataratas.
El ejemplar que a primera vista me había resultado un remanente de lobo se iba convirtiendo poco a poco en mi mente en un animal majestuoso y, tras lanzarme una desinteresada mirada, propinó a Tib un leve zarpazo que lo lanzó en mi dirección. El pequeño lobezno se enderezó sobre sus cuatro patas y se acercó a mí gimiendo y gruñendo, como si esperase que reprendiera al anciano lobo. Éste, por su parte, pareció dar por concluido el encuentro y se tumbó sobre el lecho de hojas secas que se encontraba bajo él al tiempo que dejaba reposar la cabeza sobre sus patas delanteras, las cuales había cruzado previamente.
Los aullidos -que no habían dejado de sonar mientras yo contemplaba absorto al misterioso animal- se escucharon bastante más cerca esta vez. El respeto y la admiración que inexplicalemente me imponía aquella criatura me impedían dejarla allí al capricho de un grupo de bestias hambrientas.
Sin pensármelo dos veces, solté mi equipaje junto a Tib. No muy seguro de lo que hacía -y levantando las manos muy alto para que mis intenciones quedasen claras-, di un corto y vacilante paso en dirección al animal con intención de ofrecerle mi ayuda, asegurándome de que no dejaba lugar a que malinterpretase mis actos.
Entonces, me quedé inmóvil en espera de alguna señal por su parte, rezando para que no decidiese acabar conmigo, ya que, una vez más, no había tenido tiempo para sacar mis armas del equipaje.
La desaparición del último haz de luz que era capaz de percibir me indicó que la noche se había cernido sobre Tib -donde fuera que estuviese- y sobre mí. Como no podía ser de otro modo -dado mi historial de desdichas y concatenaciones de adversidades imposibles- la caída de la noche vino acompañada de un salvaje coro de aullidos, que se elevaron hacia el cielo desde algún lugar en la distancia.
-¡Cómo no! -pensé-. Toda la tarde aquí metido sin ver nada que se mueva, y la primera noticia que me llega de que no estoy solo me la tiene que dar una jauría de lobos. ¡Estupendo!
Nervioso por la posibilidad de que aquellas bestias decidieran organizar un banquete con nosotros, traté de avanzar más rápido entre el espeso y resistente follaje, siguiendo en línea recta la mayor parte del tiempo y girando casi aleatoriamente cuando el instinto me lo ordenaba. Cuando realmente comenzaba a perder la esperanza de reencontrarme con mi pequeño amigo, un sonido muy familiar llegó a mis oídos y se me clavó en el alma. Fue un ruido casi imperceptible, un pequeño gruñido que para cualquiera hubiera pasado por poco más que el crujido de una rama o una simple imaginación fruto del tiempo pasado en soledad, pero que para mí era indudablemente el tenue quejido que mi pequeña mascota emitía cuando algo no le gustaba demasiado o le incomodaba.
Aunque duró menos de lo que tarda un niño pequeño en meterse un caramelo en la boca, me fue suficiente para identificar la dirección de la que provenía; así que, con el ánimo renovado y un ímpetu más propio de un gladiador que de alguien que lleva toda la tarde peleándose con la madre naturaleza, me lancé de nuevo contra el implacable muro verde que me separaba de mi compañero.
Tras un número mayor -y, esta vez, indeterminable- de cortes en el brazo descubierto; y tras masticar en más de una ocasión alguna que otra rama que la oscuridad estimó oportuno introducir en mi boca, alcancé un pequeño hueco entre los árboles. Era un espacio muy limitado, menor que el que habitualmente dejarían entre sí si me encontrase en un bosque al uso, pero visto el enrevesado campo de batalla que dejaba a mis espaldas, aquel metro cuadrado libre de ramas y raíces me sabía a mar abierto.
Mi alivio desapareció en seguida cuando fui consciente del cuadro que se dibujaba ante mí. Un viejo lobo pardo, que aparentaba tener los mismos años que aquel maldito bosque, aprisionaba bajo su pata delantera izquierda a Tib. Era evidente que me encontraba ante un ejemplar muy anciano, ya que se podía apreciar cómo el imponente aspecto que su vigoroso pelaje le había brindado en otros tiempos había desaparecido para dar paso a una apariencia mucho más enfermiza. Los intensos tonos pardos propios de los individuos más jóvenes y fuertes se habían tornado en un color más suave y apagado. El pelo que aún poseía el animal se distribuía desordenada y anárquicamente en un vano intento de cubrir su huesuda superficie corporal, al tiempo que servía de hogar a innumerables familias de pulgas que saltaban de un lugar a otro de la bestia como si de niños en un parque infantil se tratase.
Sí, estaba claro que aquel animal no pasaba por su mejor momento; pero aún así había sido capaz de someter sin el más mínimo esfuerzo a un ejemplar que, si bien aún no era el más digno de los oponentes, era energía pura en ebullición. Mientras me preguntaba cómo lo habría hecho, percibí algunos detalles menos groseros que no había sido capaz de identificar en mi primer reconocimiento.
Aquel anciano lobo se había fracturado una de sus patas traseras; aunque, a decir verdad, era imposible predecir el tiempo en el que se había producido dicha lesión desde la distancia a la que me encontraba. Además, un reflejo claro en el fondo de sus profundas pupilas me indicaba que la opacificación de los cristalinos del animal había comenzado hacía ya algún tiempo, por lo que debía tener cierto grado de cataratas.
El ejemplar que a primera vista me había resultado un remanente de lobo se iba convirtiendo poco a poco en mi mente en un animal majestuoso y, tras lanzarme una desinteresada mirada, propinó a Tib un leve zarpazo que lo lanzó en mi dirección. El pequeño lobezno se enderezó sobre sus cuatro patas y se acercó a mí gimiendo y gruñendo, como si esperase que reprendiera al anciano lobo. Éste, por su parte, pareció dar por concluido el encuentro y se tumbó sobre el lecho de hojas secas que se encontraba bajo él al tiempo que dejaba reposar la cabeza sobre sus patas delanteras, las cuales había cruzado previamente.
Los aullidos -que no habían dejado de sonar mientras yo contemplaba absorto al misterioso animal- se escucharon bastante más cerca esta vez. El respeto y la admiración que inexplicalemente me imponía aquella criatura me impedían dejarla allí al capricho de un grupo de bestias hambrientas.
Sin pensármelo dos veces, solté mi equipaje junto a Tib. No muy seguro de lo que hacía -y levantando las manos muy alto para que mis intenciones quedasen claras-, di un corto y vacilante paso en dirección al animal con intención de ofrecerle mi ayuda, asegurándome de que no dejaba lugar a que malinterpretase mis actos.
Entonces, me quedé inmóvil en espera de alguna señal por su parte, rezando para que no decidiese acabar conmigo, ya que, una vez más, no había tenido tiempo para sacar mis armas del equipaje.
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Bueno, a pesar incluso de que has levantado las manos muy alto, señal humana de “no porto armas” pero señal animal de “SOY GRANDE, TEMEDME”, al hacerlo lento no da esa sensación… del todo… el animal parpadea lentamente sin huir ni nada. Tú dirás que haces con el animal…
Mientras, la partida de caza está terminando de organizarse en la lejanía, el nuevo y joven alfa empieza su recién estrenado liderazgo tras reproducirse con la hembra líder… y ahora es tiempo de que ponga comida en la mesa. Los aullidos se mantienen durante unos minutos, hasta que la voz cantante del nuevo rey se desvanece, y con ella la de los demás… Comienza la cacería.
Conoces, como amante de los lobos y domador (Gustos en tu ficha), este hecho, cosa que no te tranquiliza mucho. Tibb está asustado, nervioso y a la vez llevado por un instinto primal de querer unirse a la caza. El triste matusalén cánido sigue tan tranquilo…
¿Recuerdas el camino a la ciudad? Porque son dos tercios de bosque y uno de ciudad lo que ocupa la isla, y no pareces haber dejado ninguna señal... ¿verdad?
Mientras, la partida de caza está terminando de organizarse en la lejanía, el nuevo y joven alfa empieza su recién estrenado liderazgo tras reproducirse con la hembra líder… y ahora es tiempo de que ponga comida en la mesa. Los aullidos se mantienen durante unos minutos, hasta que la voz cantante del nuevo rey se desvanece, y con ella la de los demás… Comienza la cacería.
Conoces, como amante de los lobos y domador (Gustos en tu ficha), este hecho, cosa que no te tranquiliza mucho. Tibb está asustado, nervioso y a la vez llevado por un instinto primal de querer unirse a la caza. El triste matusalén cánido sigue tan tranquilo…
¿Recuerdas el camino a la ciudad? Porque son dos tercios de bosque y uno de ciudad lo que ocupa la isla, y no pareces haber dejado ninguna señal... ¿verdad?
La indiferencia con la que me trataba el animal era desconcertante. A pesar de mis numerosos esfuerzos por provocar algún tipo de reacción en él que me indicara cuál debía ser mi estrategia, el anciano lobo no hacía más que mirarme con manifiesto desinterés al tiempo que parpadeaba.
Mientras tanto, los aullidos iban cambiando progresivamente. La intensidad de aquel coro de lamentos salvajes no dejaba de aumentar, y el intervalo de silencio que separaba una remesa de aullidos de la siguiente era cada vez más breve, signo inequívoco de que ultimaban los preparativos antes de iniciar la caza. Tib, por su parte, daba vueltas nervioso en torno a mí, como si quisiera unirse a aquella expedición, pero le diera miedo o no quisiera dejarme allí solo.
En mi cabeza se amontonaban innumerables voces, cada una de ellas con una opinión bastante diferente en torno a cuál debía ser mi proceder en aquel momento. Yo trataba de identificar la opción más plausible y segura de entre todas las que mi hiperactiva mente me brindaba cuando, sin ningún tipo de prolegómeno, los aullidos cesaron al unísono. Era un síntoma inequívoco de que la comunidad canina daba por inaugurada la noche de cacería.
Sin más tiempo para pensar en qué debía hacer, volví a centrar mi atención en el desmejorado ejemplar que yacía tumbado a unos metros de mí para comprobar que -como llevaba haciendo desde que me vio por primera vez- pasaba olímpicamente de mi presencia. No sé si acertada o erróneamente, decidí interpretar la actitud del animal como un "haz lo que te dé la gana, que yo no me voy a mover de aquí".
En consecuencia -y sin mucha fe en que lo que estaba a punto de hacer fuera a acabar bien-, di tres largos pasos en dirección al cánido mientras una larga retahíla de preguntas sin respuesta se solapaban en mi cabeza. ¿Cómo podía sacarlo de allí? ¿Me dejaría que lo hiciera? Si no me dejaba, ¿qué podía hacer? Quizás era un buen momento para sacar mis armas del petate, por si tenía que enfrentarme a las bestias. ¿Sería aquella manada la responsable del lamentable estado en que se encontraba el anciano animal? Y en caso de que fuera así, ¿qué implicaba el hecho de que se encontrase allí solo?
Mientras tanto, los aullidos iban cambiando progresivamente. La intensidad de aquel coro de lamentos salvajes no dejaba de aumentar, y el intervalo de silencio que separaba una remesa de aullidos de la siguiente era cada vez más breve, signo inequívoco de que ultimaban los preparativos antes de iniciar la caza. Tib, por su parte, daba vueltas nervioso en torno a mí, como si quisiera unirse a aquella expedición, pero le diera miedo o no quisiera dejarme allí solo.
En mi cabeza se amontonaban innumerables voces, cada una de ellas con una opinión bastante diferente en torno a cuál debía ser mi proceder en aquel momento. Yo trataba de identificar la opción más plausible y segura de entre todas las que mi hiperactiva mente me brindaba cuando, sin ningún tipo de prolegómeno, los aullidos cesaron al unísono. Era un síntoma inequívoco de que la comunidad canina daba por inaugurada la noche de cacería.
Sin más tiempo para pensar en qué debía hacer, volví a centrar mi atención en el desmejorado ejemplar que yacía tumbado a unos metros de mí para comprobar que -como llevaba haciendo desde que me vio por primera vez- pasaba olímpicamente de mi presencia. No sé si acertada o erróneamente, decidí interpretar la actitud del animal como un "haz lo que te dé la gana, que yo no me voy a mover de aquí".
En consecuencia -y sin mucha fe en que lo que estaba a punto de hacer fuera a acabar bien-, di tres largos pasos en dirección al cánido mientras una larga retahíla de preguntas sin respuesta se solapaban en mi cabeza. ¿Cómo podía sacarlo de allí? ¿Me dejaría que lo hiciera? Si no me dejaba, ¿qué podía hacer? Quizás era un buen momento para sacar mis armas del petate, por si tenía que enfrentarme a las bestias. ¿Sería aquella manada la responsable del lamentable estado en que se encontraba el anciano animal? Y en caso de que fuera así, ¿qué implicaba el hecho de que se encontrase allí solo?
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Pues sigues ahí mientras el tiempo pasa y la caza comienza… Tibb te lame las heridas de las piernas entre los jirones de tu ropa y el lobo viejo sigue tan tranquilo. Él es sabio, pero no puede andar sin ayuda, está muy cansado y hambriento...
Tic, toc hace el reloj de las voces en tu cabeza, quizás deberías ir al psicólogo… o elegir una acción que realizar. De noche, en el bosque, y sin luz… te empieza a costar ver.
Tú dirás Therax, a lo mejor hasta podrías sacar una tienda de campaña y ponerte a asar malvaviscos. Seguro que a los lobos les gustaría comer un humano relleno.
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Tú dirás Therax, a lo mejor hasta podrías sacar una tienda de campaña y ponerte a asar malvaviscos. Seguro que a los lobos les gustaría comer un humano relleno.
Me tomé un segundo más para comprobar que el viejo animal no reaccionaba ante mis movimientos. Un inesperado escozor invadió mi pierna en la mitad de su extensión, lo que me obligó a detenerme un momento para averiguar qué era aquello que hacía que la pierna me quemase como si me estuvieran haciendo a la parrilla.
Encontré al pequeño Tib tratando de curar las numerosas heridas que plagaban mi pantorrilla a causa de mi previa y feroz batalla en contra de los árboles que habitaban aquel bosque. Ya habían pasado varios minutos desde que habían dejado de escucharse los agudos sonidos que emitía la jauría de lobos, así que no tenía tiempo que prestarle a Tib para que se hiciese cargo de las magulladuras.
De una vez por todas, y tras colgarme el equipaje sobre los hombros -esta vez cargando el peso en ambos, como una mochila-, me agaché junto al viejo lobo con la intención de elevarlo sobre mi cabeza y situarlo justo encima del equipaje para, posteriormente, huir con toda la carga del lugar tratando -cosa que dudaba que fuera posible debido a la oscuridad y la monotonía que ofrecía aquel bosque- de seguir el camino que había abierto hasta allí a base de feroz determinación.
En caso de que el lobo no se mostrase dispuesto a abandonar su no-muy-cómodo catre de hojarasca, tenía firmemente decidido que finalmente desempacaría mis armas y haría lo que estuviese en mi mano porque el añejo animal viviese para contarlo. Había algo que me decía desde el interior que ese no era el lugar donde aquel ser debía acabar sus días, aunque ello implicase acabar con un puñado de los que para mí eran los más bellos animales que poblaban el mundo.
Encontré al pequeño Tib tratando de curar las numerosas heridas que plagaban mi pantorrilla a causa de mi previa y feroz batalla en contra de los árboles que habitaban aquel bosque. Ya habían pasado varios minutos desde que habían dejado de escucharse los agudos sonidos que emitía la jauría de lobos, así que no tenía tiempo que prestarle a Tib para que se hiciese cargo de las magulladuras.
De una vez por todas, y tras colgarme el equipaje sobre los hombros -esta vez cargando el peso en ambos, como una mochila-, me agaché junto al viejo lobo con la intención de elevarlo sobre mi cabeza y situarlo justo encima del equipaje para, posteriormente, huir con toda la carga del lugar tratando -cosa que dudaba que fuera posible debido a la oscuridad y la monotonía que ofrecía aquel bosque- de seguir el camino que había abierto hasta allí a base de feroz determinación.
En caso de que el lobo no se mostrase dispuesto a abandonar su no-muy-cómodo catre de hojarasca, tenía firmemente decidido que finalmente desempacaría mis armas y haría lo que estuviese en mi mano porque el añejo animal viviese para contarlo. Había algo que me decía desde el interior que ese no era el lugar donde aquel ser debía acabar sus días, aunque ello implicase acabar con un puñado de los que para mí eran los más bellos animales que poblaban el mundo.
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El animal deja que lo cojas, sabe que tan sólo pretendes ayudarle. Aunque está algo incómodo y te clava las pezuñas en los hombros. Aparte de eso coloca su cabeza sobre la tuya como un casco, la verdad es que si pudieras verte estarías ridículo. En fin… costosamente empiezas a andar por el camino que crees que te llevará a la ciudad, pero cuando das un giro… el lobo de tu espalda gira la cabeza sobre ti, señalando otra dirección.
¿Le harás caso? ¿Te rascarás la sarna y las pulgas que notas bajar por tu cuello? Deberíais poneros todos collares anti-pulgas, qué asco… vais a coger de todo.
¿Y si el lobo desea llevarte a su guarida? ¿Y si es una trampa de un depresivo animal que lo único que desea es morirse? A Tibb no le preguntes, está demasiado ocupado pendiente vuestra y rascándose cada vez que puede.
¿Le harás caso? ¿Te rascarás la sarna y las pulgas que notas bajar por tu cuello? Deberíais poneros todos collares anti-pulgas, qué asco… vais a coger de todo.
¿Y si el lobo desea llevarte a su guarida? ¿Y si es una trampa de un depresivo animal que lo único que desea es morirse? A Tibb no le preguntes, está demasiado ocupado pendiente vuestra y rascándose cada vez que puede.
Afortunadamente para mi cabeza -que podría permanecer en el lugar que le correspondía-, el anciano lobo debía haber entendido mis intenciones, porque no opuso resistencia cuando alcé -tras varios intentos- su huesudo cuerpo y lo medio-acomodé sobre el equipaje. Mis hombros no corrieron la misma suerte que la estructura que sostenían puesto que, aunque el viejo animal se mostraba dispuesto a que lo sacara de allí, el lugar donde lo había colocado no le inspiraba mucha seguridad y clavaba parcialmente las garras en ellos.
Emprendí el camino al tiempo que la añeja bestia, que parecía haberse acomodado un poco más -aunque no aflojaba ni un ápice el cepo que ejercía sobre mis hombros-, dejaba reposar su cabeza sobre la mía.
-¡Genial! -pensé-. He pasado de ser su salvador a ser su cojín.
Me adentré torpemente en la espesura por el hueco que había abierto al encontrar a Tib al tiempo que notaba cómo los parásitos que la bestia portaba se mudaban al nuevo huésped -es decir, a mí-. Tib me seguía de cerca, aprovechando cada milésima de segundo que le concedía cuando me paraba a intentar identificar la ruta que me había llevado hasta allí para rascarse ansiosamente todos y cada uno de los rincones de su cuerpo en desarrollo.
-A ti también, ¿no? -le dije al lobezno en una de aquellas pausas cuando vi el ímpetu con el que su pata trasera izquierda golpeaba repetidamente la oreja del mismo lado-. Por lo menos nos vamos a llevar un recuerdo de tu amigo.
Hasta aquel momento había sido capaz -o eso consideraba yo, y no sin esfuerzo- de desandar mis pasos, pero por desgracia para mí el lugar en el que me encontraba parado no me era para nada familiar. Tras mirar a izquierda y derecha repetidas veces, opté por la primera opción. Cuando reanudé la marcha, noté cómo el abuelete que cargaba en la espalda hundía un poco más las garras en mis hombros al tiempo que separaba su cabeza de la mía, señalando en la dirección opuesta a la que había decidido seguir.
Me detuve en seco, considerando los posibles significados que aquello podía tener. Por un lado aquella criatura podía estar intentando tenderme algún tipo de trampa en la que yo acababa precipitándome desde algún lugar elevado -un escalofrío recorrió mi cuerpo al pensar en un profundo y abrupto desfiladero- o siendo comido por alguna criatura del bosque -probablemente él-. La otra posibilidad era que yo no estuviera eligiendo el camino correcto y realmente el lobo actuara de buena fe para intentar sacarme de allí de una pieza.
Dado que me encontraba completamente perdido en medio del que probablemente fuera el bosque más grande de todo el South Blue, si no del mundo, me decidí a arriesgarme y confiar en el criterio del ser cuya vida estaba intentando salvar. En caso de que las cosas se complicaran, ya vería cómo salir del lío.
Emprendí el camino al tiempo que la añeja bestia, que parecía haberse acomodado un poco más -aunque no aflojaba ni un ápice el cepo que ejercía sobre mis hombros-, dejaba reposar su cabeza sobre la mía.
-¡Genial! -pensé-. He pasado de ser su salvador a ser su cojín.
Me adentré torpemente en la espesura por el hueco que había abierto al encontrar a Tib al tiempo que notaba cómo los parásitos que la bestia portaba se mudaban al nuevo huésped -es decir, a mí-. Tib me seguía de cerca, aprovechando cada milésima de segundo que le concedía cuando me paraba a intentar identificar la ruta que me había llevado hasta allí para rascarse ansiosamente todos y cada uno de los rincones de su cuerpo en desarrollo.
-A ti también, ¿no? -le dije al lobezno en una de aquellas pausas cuando vi el ímpetu con el que su pata trasera izquierda golpeaba repetidamente la oreja del mismo lado-. Por lo menos nos vamos a llevar un recuerdo de tu amigo.
Hasta aquel momento había sido capaz -o eso consideraba yo, y no sin esfuerzo- de desandar mis pasos, pero por desgracia para mí el lugar en el que me encontraba parado no me era para nada familiar. Tras mirar a izquierda y derecha repetidas veces, opté por la primera opción. Cuando reanudé la marcha, noté cómo el abuelete que cargaba en la espalda hundía un poco más las garras en mis hombros al tiempo que separaba su cabeza de la mía, señalando en la dirección opuesta a la que había decidido seguir.
Me detuve en seco, considerando los posibles significados que aquello podía tener. Por un lado aquella criatura podía estar intentando tenderme algún tipo de trampa en la que yo acababa precipitándome desde algún lugar elevado -un escalofrío recorrió mi cuerpo al pensar en un profundo y abrupto desfiladero- o siendo comido por alguna criatura del bosque -probablemente él-. La otra posibilidad era que yo no estuviera eligiendo el camino correcto y realmente el lobo actuara de buena fe para intentar sacarme de allí de una pieza.
Dado que me encontraba completamente perdido en medio del que probablemente fuera el bosque más grande de todo el South Blue, si no del mundo, me decidí a arriesgarme y confiar en el criterio del ser cuya vida estaba intentando salvar. En caso de que las cosas se complicaran, ya vería cómo salir del lío.
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Comienzas a caminar, y no son pocas las indicaciones que te hace tu sarnoso guía en el camino, la verdad. A veces te da la sensació de que cómo puedes fiarte de él si te dices que gires dos veces a la izquierda a diez metros cuando has ido recto… Tú dirás si le sigues el cuento o piensas que está senil.
Escuchas ruidos en la lejanía, matorrales que se tronchan y rápidas carreras de garras tras su presa. ¿Van a por ti?
Independientemente de lo que hagas encontrarás a tu paso un lobo, un ejemplar joven y pardo que se detiene unos instantes a miraros de lado, parece que ha sido un encuentro fortuito, porque no estaba mirando hacia vosotros sino de lado. No se mueve, permanece tenso y atento a vuestros movimientos sin saber bien a qué cabeza mirar. Tibb va a gruñirle pero recibe un coletazo del abuelo-mochila que lo distrae lo suficiente como para mirar alrededor en la busqueda de la mosca o pájaro que cree que le ha dado.
Escuchas ruidos en la lejanía, matorrales que se tronchan y rápidas carreras de garras tras su presa. ¿Van a por ti?
Independientemente de lo que hagas encontrarás a tu paso un lobo, un ejemplar joven y pardo que se detiene unos instantes a miraros de lado, parece que ha sido un encuentro fortuito, porque no estaba mirando hacia vosotros sino de lado. No se mueve, permanece tenso y atento a vuestros movimientos sin saber bien a qué cabeza mirar. Tibb va a gruñirle pero recibe un coletazo del abuelo-mochila que lo distrae lo suficiente como para mirar alrededor en la busqueda de la mosca o pájaro que cree que le ha dado.
Ahora que había tomado la decisión de dejarme guiar por el veterano cánido, no hacía más que dar vueltas por el bosque recorriendo una ruta que, a mi parecer, no tenía pies ni cabeza. Mi pasajero repetía una y otra vez el mecanismo que me había llevado a cambiar de dirección en la primera ocasión, y cuando consideraba que debía torcer hacia la derecha o la izquierda separaba su testa de la mía y apuntaba con el morro en la dirección que pretendía que siguiera.
Fueron tantos los cambios de dirección que realicé que empecé a considerar que aquel ser tenía menos idea de dónde se encontraba que yo, dado que en más de una ocasión me hacía girar dos veces -e incluso tres- tras dar no más de cinco pasos, pasando a menudo muy cerca de lugares que acabábamos de dejar atrás.
A la tensión que suponía el hecho de que durante ciertos tramos del recorrido parecía que caminábamos sin rumbo claro, se sumaba el agobio que creaban los matorrales y arbustos al romperse bajo el peso de varios -no sabría decir cuántos- conjuntos de garras a nuestras espaldas. Aquella jauría de lobos estaba de caza, y no andaban muy lejos. En caso de que no fuéramos actualmente su presa, era probable que más tarde o más temprano nos identificaran y vinieran a intentar degustarnos, por lo que más le valía a mi mochila con pelos -aunque no fueran muchos- llevarnos rápidamente al lugar que fuera que quería llevarnos.
En contra de mi voluntad -y después de volver a girar dos veces en un intervalo de tiempo menor a cinco segundos-, me vi forzado a detenerme en seco cuando me topé de lleno con otro lobo. En esta ocasión, saltaba a la vista que se trataba de un lobo más joven, dado que el pelaje que lo cubría era de un vivo y sólido color pardo que no tenía nada que ver con el de la bestia que transportaba a mis espaldas.
Aquel -objetivamente hablando en esta ocasión- majestuoso ejemplar se detuvo un instante para observarnos al tiempo que dirigía lentamente la cabeza hacia nuestra posición. El joven e imponente lobo nos observaba a unos cinco metros de distancia. Nos miraba de arriba a abajo sin perder un solo detalle, esperando, al parecer, alguna reacción por nuestra parte.
-¡Qué suerte! -comenté entre dientes a mis dos acompañantes caninos, al tiempo que analizaba a la criatura que se encontraba frente a mí.
El lobo no parecía estar esperándonos ni nada que se le pareciera. La postura que tenía -de perfil con respecto a nosotros- y el hecho de que hubiera tenido que girar la cabeza para poder vernos me hacía pensar que no esperaba encontrarnos allí y que aquello era una casualidad fruto del destino más que un acto premeditado por parte de la fiera.
A mi lado, percibí como Tib empezaba a hacer extraños ruidos mientras se preparaba para lanzar un intento de feroz gruñido al visitante que se encontraba ante nosotros. Anticipándose a mi siguiente movimiento, noté como el anciano lobo que llevaba a cuestas le propinaba un contundente coletazo que lo distrajo. Tiberth comenzó a mirar a su alrededor en busca de lo que fuera que le había golpeado, probablemente para intentar hincarle el diente por interrumpirle.
Agradeciendo en mi fuero interno el gesto de la anciana bestia, volví a fijarme en el joven lobo, que no se había movido ni un milímetro de la posición en la que lo había dejado.
-Si ha corregido a Tib, debe ser porque sabe que no es buena idea que nos enfrentemos a éste -pensé-. Desde luego tiene pinta de ser bastante fuerte.
Allí de pie, decidí darle un segundo al anciano lobo para ver si establecía contacto de algún modo con la criatura que nos cortaba el paso. ¿O quizás no nos cortaba el paso y el anciano nos había llevado intencionadamente hasta él? De cualquier modo, si se iniciaba ese contacto, aguardaría para ver cómo se desarrollaba la situación. En caso contrario, me aseguraría de que Tib no cometiera ninguna estupidez y esperaría alguna indicación por parte de mi experimentado guía, que a fin de cuentas era quien nos había llevado hasta allí.
Fueron tantos los cambios de dirección que realicé que empecé a considerar que aquel ser tenía menos idea de dónde se encontraba que yo, dado que en más de una ocasión me hacía girar dos veces -e incluso tres- tras dar no más de cinco pasos, pasando a menudo muy cerca de lugares que acabábamos de dejar atrás.
A la tensión que suponía el hecho de que durante ciertos tramos del recorrido parecía que caminábamos sin rumbo claro, se sumaba el agobio que creaban los matorrales y arbustos al romperse bajo el peso de varios -no sabría decir cuántos- conjuntos de garras a nuestras espaldas. Aquella jauría de lobos estaba de caza, y no andaban muy lejos. En caso de que no fuéramos actualmente su presa, era probable que más tarde o más temprano nos identificaran y vinieran a intentar degustarnos, por lo que más le valía a mi mochila con pelos -aunque no fueran muchos- llevarnos rápidamente al lugar que fuera que quería llevarnos.
En contra de mi voluntad -y después de volver a girar dos veces en un intervalo de tiempo menor a cinco segundos-, me vi forzado a detenerme en seco cuando me topé de lleno con otro lobo. En esta ocasión, saltaba a la vista que se trataba de un lobo más joven, dado que el pelaje que lo cubría era de un vivo y sólido color pardo que no tenía nada que ver con el de la bestia que transportaba a mis espaldas.
Aquel -objetivamente hablando en esta ocasión- majestuoso ejemplar se detuvo un instante para observarnos al tiempo que dirigía lentamente la cabeza hacia nuestra posición. El joven e imponente lobo nos observaba a unos cinco metros de distancia. Nos miraba de arriba a abajo sin perder un solo detalle, esperando, al parecer, alguna reacción por nuestra parte.
-¡Qué suerte! -comenté entre dientes a mis dos acompañantes caninos, al tiempo que analizaba a la criatura que se encontraba frente a mí.
El lobo no parecía estar esperándonos ni nada que se le pareciera. La postura que tenía -de perfil con respecto a nosotros- y el hecho de que hubiera tenido que girar la cabeza para poder vernos me hacía pensar que no esperaba encontrarnos allí y que aquello era una casualidad fruto del destino más que un acto premeditado por parte de la fiera.
A mi lado, percibí como Tib empezaba a hacer extraños ruidos mientras se preparaba para lanzar un intento de feroz gruñido al visitante que se encontraba ante nosotros. Anticipándose a mi siguiente movimiento, noté como el anciano lobo que llevaba a cuestas le propinaba un contundente coletazo que lo distrajo. Tiberth comenzó a mirar a su alrededor en busca de lo que fuera que le había golpeado, probablemente para intentar hincarle el diente por interrumpirle.
Agradeciendo en mi fuero interno el gesto de la anciana bestia, volví a fijarme en el joven lobo, que no se había movido ni un milímetro de la posición en la que lo había dejado.
-Si ha corregido a Tib, debe ser porque sabe que no es buena idea que nos enfrentemos a éste -pensé-. Desde luego tiene pinta de ser bastante fuerte.
Allí de pie, decidí darle un segundo al anciano lobo para ver si establecía contacto de algún modo con la criatura que nos cortaba el paso. ¿O quizás no nos cortaba el paso y el anciano nos había llevado intencionadamente hasta él? De cualquier modo, si se iniciaba ese contacto, aguardaría para ver cómo se desarrollaba la situación. En caso contrario, me aseguraría de que Tib no cometiera ninguna estupidez y esperaría alguna indicación por parte de mi experimentado guía, que a fin de cuentas era quien nos había llevado hasta allí.
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Tu preventiva actitud… tiene éxito. El lobo mueve las orejas y se lanza a la espesura del bosque pasando de vosotros, tiene un cometido más importante que hacer en la manada ahora mismo. Tu guía da un pequeño gruñido, corto y mandatorio sin abrir su mellada boca. ¿Será un arre?
En fin, si seguís hacia delante empezarás a escuchar mucho más ruido que procede de tu derecha, el sonido de cascos galopando contra la tierra y las ramas quebrándose en torno a la estampida. Tu capucha viviente mueve la cabeza sobre la tuya, como en un intento de ir más rápido.
¿Qué pasará? Tibb se queda quieto durante un instante y mueve sus orejas antes de comenzar a correr como un descosido. Los perros siempre se adelantan a las catástrofes, ¿no? La pregunta es… ¿puedes correr tanto como Tibb para ponerte a salvo? Los humanos compensan la falta de dientes y garras con otras ventajas, quizá sea hora de que les des uso para encontrar un plan de acción.
¿Se supone que se te da bien analizar las cosas, no? Demuéstralo.
En fin, si seguís hacia delante empezarás a escuchar mucho más ruido que procede de tu derecha, el sonido de cascos galopando contra la tierra y las ramas quebrándose en torno a la estampida. Tu capucha viviente mueve la cabeza sobre la tuya, como en un intento de ir más rápido.
¿Qué pasará? Tibb se queda quieto durante un instante y mueve sus orejas antes de comenzar a correr como un descosido. Los perros siempre se adelantan a las catástrofes, ¿no? La pregunta es… ¿puedes correr tanto como Tibb para ponerte a salvo? Los humanos compensan la falta de dientes y garras con otras ventajas, quizá sea hora de que les des uso para encontrar un plan de acción.
¿Se supone que se te da bien analizar las cosas, no? Demuéstralo.
Todo indicaba que a aquel joven lobo le causábamos el mismo interés -y, seguramente, menos- que el que podía suscitarle un escarabajo pelotero ya que, tras contemplarnos unos instantes más, realizó un sutil movimiento con las orejas y se precipitó contra el espeso follaje que quedaba a mis espaldas.
-Si llega a lanzarse contra nosotros nos destroza -dije en voz alta al tiempo que exhalaba un profundo suspiro de alivio-. Cargarte no ayuda a defenderse, ¿sabes? -añadí mientras le daba un suave toque al ancestral paquete que llevaba encima.
El animal no demostró ningún signo de comprensión; y en su lugar soltó un corto gruñido, que debía ser un intento de apremiarme para que continuara avanzando.
-No soy tu caballo -le espeté al lobo, bastante molesto.
Como si un ser superior -probablemente la diosa Fortuna, para no variar- hubiese escuchado mi comentario, cuando avanzamos algunos metros más, un temblor comenzó a azotar la tierra bajo mis pies.
-¿Y ahora, qué? -musité mientras intentaba identificar la causa -o al menos la procedencia- de aquella vibración.
El origen se encontraba en algún lugar a la derecha de donde me encontraba y, para mi desgracia, el temblor venía acompañado de un incontable número de cascos que, a juzgar por lo que era capaz de oír, iban arrasando con todo aquello que tenía un diámetro inferior al suyo propio.
Tib, asustado ante aquel estruendoso terremoto animal, inauguró una veloz huida hacia delante. ¿Qué debía hacer yo? Era más que improbable que aquellos cascos perteneciesen a caballos amaestrados por humanos, ya que por lo poco que había podido averiguar de mis amigos de la ciudad -sí, los que querían enseñarme los instrumentos que empleaban para mantener limpios sus hogares-, aquel bosque era un lugar donde no se adentraban por nada del mundo. De hecho, tampoco podía dar por supuesto que fueran caballos. Sería el colmo que realmente apareciesen caballos justo después del comentario que había soltado en respuesta a la orden no verbal del viejo lobo.
Por otro lado, era completamente inviable que, llevando en el lomo la carga que portaba, pudiese correr a más velocidad de la que iba lo que fuera que me estaba poniendo en aquella situación. A mi modo de ver, la única opción que tenía de no acabar aplastado bajo los cascos que causaban aquel seísmo era ocultarme tras un árbol cuyo tronco fuera lo suficientemente grueso como para obligar a aquellos desconocidos seres a modificar su trayectoria para no chocar de frente contra él. Por suerte -algo a lo que era consciente que no debía acostumbrarme-, si de algo estaba plagado aquel bosque era de árboles gruesos como raíces de montañas.
En consecuencia, miraría a mi alrededor y, tras escuchar atentamente para asegurarme de la dirección por la que vendría la marea animal, identificaría el tronco más gordo y -aparentemente- resistente de entre los que me rodearan y me situaría tras él, esperando haber acertado con el lugar del que emergería la salvaje ola de cascos.
-¡Tib, ven aquí! -gritaría con la esperanza de que mi pequeño lobezno, que en muy contadas ocasiones me hacía caso, obedeciera.
En caso de que lo hiciera, procuraríamos ocupar el menor espacio posible tras el árbol para que lo que causaba aquel temblor pasara junto a nosotros sin arrasarnos a su paso. Si el cachorro decidía ignorar una vez más mis órdenes, correría en paralelo -dentro de mis posibilidades con el peso extra que acarreaba- a los bichos que probablemente aparecerían por uno de los lados del árbol, yendo yo por el lado del árbol que aquellas criaturas no eligiesen.
-Si llega a lanzarse contra nosotros nos destroza -dije en voz alta al tiempo que exhalaba un profundo suspiro de alivio-. Cargarte no ayuda a defenderse, ¿sabes? -añadí mientras le daba un suave toque al ancestral paquete que llevaba encima.
El animal no demostró ningún signo de comprensión; y en su lugar soltó un corto gruñido, que debía ser un intento de apremiarme para que continuara avanzando.
-No soy tu caballo -le espeté al lobo, bastante molesto.
Como si un ser superior -probablemente la diosa Fortuna, para no variar- hubiese escuchado mi comentario, cuando avanzamos algunos metros más, un temblor comenzó a azotar la tierra bajo mis pies.
-¿Y ahora, qué? -musité mientras intentaba identificar la causa -o al menos la procedencia- de aquella vibración.
El origen se encontraba en algún lugar a la derecha de donde me encontraba y, para mi desgracia, el temblor venía acompañado de un incontable número de cascos que, a juzgar por lo que era capaz de oír, iban arrasando con todo aquello que tenía un diámetro inferior al suyo propio.
Tib, asustado ante aquel estruendoso terremoto animal, inauguró una veloz huida hacia delante. ¿Qué debía hacer yo? Era más que improbable que aquellos cascos perteneciesen a caballos amaestrados por humanos, ya que por lo poco que había podido averiguar de mis amigos de la ciudad -sí, los que querían enseñarme los instrumentos que empleaban para mantener limpios sus hogares-, aquel bosque era un lugar donde no se adentraban por nada del mundo. De hecho, tampoco podía dar por supuesto que fueran caballos. Sería el colmo que realmente apareciesen caballos justo después del comentario que había soltado en respuesta a la orden no verbal del viejo lobo.
Por otro lado, era completamente inviable que, llevando en el lomo la carga que portaba, pudiese correr a más velocidad de la que iba lo que fuera que me estaba poniendo en aquella situación. A mi modo de ver, la única opción que tenía de no acabar aplastado bajo los cascos que causaban aquel seísmo era ocultarme tras un árbol cuyo tronco fuera lo suficientemente grueso como para obligar a aquellos desconocidos seres a modificar su trayectoria para no chocar de frente contra él. Por suerte -algo a lo que era consciente que no debía acostumbrarme-, si de algo estaba plagado aquel bosque era de árboles gruesos como raíces de montañas.
En consecuencia, miraría a mi alrededor y, tras escuchar atentamente para asegurarme de la dirección por la que vendría la marea animal, identificaría el tronco más gordo y -aparentemente- resistente de entre los que me rodearan y me situaría tras él, esperando haber acertado con el lugar del que emergería la salvaje ola de cascos.
-¡Tib, ven aquí! -gritaría con la esperanza de que mi pequeño lobezno, que en muy contadas ocasiones me hacía caso, obedeciera.
En caso de que lo hiciera, procuraríamos ocupar el menor espacio posible tras el árbol para que lo que causaba aquel temblor pasara junto a nosotros sin arrasarnos a su paso. Si el cachorro decidía ignorar una vez más mis órdenes, correría en paralelo -dentro de mis posibilidades con el peso extra que acarreaba- a los bichos que probablemente aparecerían por uno de los lados del árbol, yendo yo por el lado del árbol que aquellas criaturas no eligiesen.
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Consigues resguardarte tras el tronco de un viejo y recio alcornoque mientras el rebaño de ciervas pasa corriendo acompañadas de sus cervatillos y la presencia ocasional de un macho de largos cuernos. ¿Qué los habrá espantado? Sabes que los lobos procuran realizar movimientos a la manada para que uno de sus integrantes se separe para darles caza, probablemente, aunque no es seguro, estéis más a salvo si han conseguido hacerlo… No irán a por el enorme grupo ahora que están entretenidos en una presa sola.
¿Y Tibb? ¿Se ha salvado? Qué angustia da siempre cuando se está en una escena de peligro y la pobre e inocente mascota desaparece… Tranquilo, ha conseguido correr entre la carga, para tu espanto, hasta llegar a ti sin hacer tropezar a ninguna de esas criaturas que saltan las raíces y troncos resecos. Deberías echar un cupón, o quizás sea la dama fortuna devolviendo la balanza a su lugar tras tanta mala suerte con tu no-tan-pequeño cachorro.
Pasa menos de un minuto antes de que perdáis los cérvidos de vista. El sabio del bosque que llevas a tus espaldas te da un cabezazo suave, aunque no sabrías decir si por falta de fuerzas o porque no ha querido hacerte daño, instándote a que sigas moviéndote. Desde luego, con la adrenalina del momento, del riesgo por el que acabas de ver pasar a Tibb y la influencia de la luna creciente, podrías sacar fuerzas de donde fuera. Aunque puede que la excitación no dure mucho.
Si sigues las indicaciones al pie de la letra, o del hocico más bien, llegarás a la salida del bosque, no es la misma que antes, pero puedes ver las tenues luces de la ciudad que, seguramente, te llenen de alivio.
¿Qué harás Therax? Tu aventura está a punto de acabar… si tú quieres.
Una vez abandones la fronda las fuerzas te empezarán a abandonar tan rápido como el flujo de un grifo abierto, aunque aún tienes tiempo de acercarte al pueblo, tampoco es plan de detenerse al borde del peligro.
¿Y Tibb? ¿Se ha salvado? Qué angustia da siempre cuando se está en una escena de peligro y la pobre e inocente mascota desaparece… Tranquilo, ha conseguido correr entre la carga, para tu espanto, hasta llegar a ti sin hacer tropezar a ninguna de esas criaturas que saltan las raíces y troncos resecos. Deberías echar un cupón, o quizás sea la dama fortuna devolviendo la balanza a su lugar tras tanta mala suerte con tu no-tan-pequeño cachorro.
Pasa menos de un minuto antes de que perdáis los cérvidos de vista. El sabio del bosque que llevas a tus espaldas te da un cabezazo suave, aunque no sabrías decir si por falta de fuerzas o porque no ha querido hacerte daño, instándote a que sigas moviéndote. Desde luego, con la adrenalina del momento, del riesgo por el que acabas de ver pasar a Tibb y la influencia de la luna creciente, podrías sacar fuerzas de donde fuera. Aunque puede que la excitación no dure mucho.
Si sigues las indicaciones al pie de la letra, o del hocico más bien, llegarás a la salida del bosque, no es la misma que antes, pero puedes ver las tenues luces de la ciudad que, seguramente, te llenen de alivio.
¿Qué harás Therax? Tu aventura está a punto de acabar… si tú quieres.
Una vez abandones la fronda las fuerzas te empezarán a abandonar tan rápido como el flujo de un grifo abierto, aunque aún tienes tiempo de acercarte al pueblo, tampoco es plan de detenerse al borde del peligro.
Tras identificar un alcornoque que cumplía sobradamente esas condiciones, me dirigí precipitadamente hacia él al tiempo que llamaba a Tib para que se pusiese a salvo junto a mí. El pequeño cachorro realizó un quiebro y se dirigió hacia el lugar donde estaba, al tiempo que un descabezado alud de ciervos surgía de algún lugar a mis espaldas y pasaba junto a mí.
Mi preocupación por el estado del lobezno alcanzó cotas nunca antes conocidas cuando comprobé cómo los astados animales pasaban por el lugar donde él se encontraba. Por fortuna -y ya iban demasiadas veces seguidas-, el pequeño lobo emergió en el último momento de la maraña de pezuñas y cascos para acabar situándose junto a mí.
Cuando las criaturas terminaron de pasar por nuestro lado, el corazón me latía a una velocidad descomunal al tiempo que mis glándulas suprarrenales, que parecían haber adquirido complejo de maquinaria industrial, vertían catecolaminas a mi torrente circulatorio como si se acercase el fin del mundo. Sacándome del estado en que me encontraba, mi desmejorado conductor me propinó un golpe en la cabeza, en un gesto que interpreté como un "sigue andando, que se te está acabando la suerte".
Tras comprobar el camino que la bestia esperaba que siguiera, reanudé nuestro periplo por el bosque, girando cuando el lobo me lo indicaba y siguiendo recto cuando su cabeza reposaba sobre la mía. Poco a poco, y sin darme cuenta, los árboles iban dejando algo más de espacio entre sí, y la desorbitada variedad de arbustos y matorrales parecía poner menos empeño en ocupar los espacios entre los troncos -ya algo más estrechos-.
Como la luz que se enciende en el seno de la más absoluta oscuridad, ante mí volvió a emerger el coloso arquitectónico que era la ciudad de Domica. Desde la linde del bosque podía ver cómo las escasas luces que continuaban encendidas en algunos de los hogares de la urbe alumbraban las paredes opuestas a las ventanas por las que intentaban escapar, proyectando sombras que dibujaban formas de lo más variado.
Miré a mi alrededor, solo para comprobar que no tenía ni la más remota idea de cuál era la zona de la isla en la que me encontraba. Achiné un poco los ojos al tiempo que miraba hacia ambos lados en un vano intento de identificar el tronco en el que había parado a descansar hacía ya varias horas -que, todo sea dicho, parecían años para mí-.
Visto que el lugar donde me encontraba me era totalmente desconocido -aunque bastante más seguro-, me detuve agotado tras dar una docena de pasos para distanciarme algo de aquel infernal bosque.
No me parecía posible que aquel lobo quisiese que lo metiera en la ciudad, así que, una vez más, esperaría un segundo para ver qué pretendía el animal y si estimaba oportuno darme alguna indicación -cosa en la que era ya experto, el desgraciado-, dado que no me parecía apropiado dejarlo allí, en tierra de nadie, después de hacer lo imposible por alejarlo de sus depredadores.
Mi preocupación por el estado del lobezno alcanzó cotas nunca antes conocidas cuando comprobé cómo los astados animales pasaban por el lugar donde él se encontraba. Por fortuna -y ya iban demasiadas veces seguidas-, el pequeño lobo emergió en el último momento de la maraña de pezuñas y cascos para acabar situándose junto a mí.
Cuando las criaturas terminaron de pasar por nuestro lado, el corazón me latía a una velocidad descomunal al tiempo que mis glándulas suprarrenales, que parecían haber adquirido complejo de maquinaria industrial, vertían catecolaminas a mi torrente circulatorio como si se acercase el fin del mundo. Sacándome del estado en que me encontraba, mi desmejorado conductor me propinó un golpe en la cabeza, en un gesto que interpreté como un "sigue andando, que se te está acabando la suerte".
Tras comprobar el camino que la bestia esperaba que siguiera, reanudé nuestro periplo por el bosque, girando cuando el lobo me lo indicaba y siguiendo recto cuando su cabeza reposaba sobre la mía. Poco a poco, y sin darme cuenta, los árboles iban dejando algo más de espacio entre sí, y la desorbitada variedad de arbustos y matorrales parecía poner menos empeño en ocupar los espacios entre los troncos -ya algo más estrechos-.
Como la luz que se enciende en el seno de la más absoluta oscuridad, ante mí volvió a emerger el coloso arquitectónico que era la ciudad de Domica. Desde la linde del bosque podía ver cómo las escasas luces que continuaban encendidas en algunos de los hogares de la urbe alumbraban las paredes opuestas a las ventanas por las que intentaban escapar, proyectando sombras que dibujaban formas de lo más variado.
Miré a mi alrededor, solo para comprobar que no tenía ni la más remota idea de cuál era la zona de la isla en la que me encontraba. Achiné un poco los ojos al tiempo que miraba hacia ambos lados en un vano intento de identificar el tronco en el que había parado a descansar hacía ya varias horas -que, todo sea dicho, parecían años para mí-.
Visto que el lugar donde me encontraba me era totalmente desconocido -aunque bastante más seguro-, me detuve agotado tras dar una docena de pasos para distanciarme algo de aquel infernal bosque.
No me parecía posible que aquel lobo quisiese que lo metiera en la ciudad, así que, una vez más, esperaría un segundo para ver qué pretendía el animal y si estimaba oportuno darme alguna indicación -cosa en la que era ya experto, el desgraciado-, dado que no me parecía apropiado dejarlo allí, en tierra de nadie, después de hacer lo imposible por alejarlo de sus depredadores.
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El guía ha terminado su trabajo, os ha salvado a los dos y hace un movimiento para bajarse. Cuando lo hace, empieza a caminar lentamente hacia la linde del bosque, cojeando con su pata rota hace ya muchas lunas.
No eres quien para contrariar los deseos de la naturaleza, Therax… y lo sabes, pero antes de que pongas rumbo a la ciudad, a un merecido descanso y a una ducha desparasitaria, Tib disiente. LE muerde la cola al viejo animal y tira de él.
La anciana criatura baja la cabeza de sopetón, como un cansado gesto de un anciano al que vais a matar de un disgusto y luego mira al cachorro. Le muerde una oreja suavemente tras un gruñido y va hacia a ti. Parece ser que va a acompañaros… alguien tiene que inculcarle un poco de educación a esa joven criatura.
El moderado ha terminado. (Mutuo acuerdo)
No eres quien para contrariar los deseos de la naturaleza, Therax… y lo sabes, pero antes de que pongas rumbo a la ciudad, a un merecido descanso y a una ducha desparasitaria, Tib disiente. LE muerde la cola al viejo animal y tira de él.
La anciana criatura baja la cabeza de sopetón, como un cansado gesto de un anciano al que vais a matar de un disgusto y luego mira al cachorro. Le muerde una oreja suavemente tras un gruñido y va hacia a ti. Parece ser que va a acompañaros… alguien tiene que inculcarle un poco de educación a esa joven criatura.
El moderado ha terminado. (Mutuo acuerdo)
- Cosas que puedes pedir:
Haki de observación a despertado para ti por la constante angustia de ir detrás de tu cachorro e intentar adelantarte a sus acontecimientos. (El entrenamiento es insuficiente para entrenado, pero si decides pedirlo recuerda que consumiría uno de los intentos de haki, despertado no consume intento, el pedir a entrenado, llegues o no, si)
Lobo viejo- Mascota no bélica para tu nivel ocho: Se trata de un anciano lobo que ha vivido mucho tiempo, demasiado incluso para un animal de su especie, al cargo de una enorme manada. Es un experto en el cuidado de la misma, el entrenamiento de los jóvenes etcétera. Su estado actual es bastante desmejorado ya que al abandonarle la manada, por reto de un ejemplar más joven pero inexperto, tuvo que ceder el puesto. Su pata está rota desde su juventud, no le duele pero le retrasa lo que hace de él un líder que se encarga más bien de mandar y trazar planes que de lanzarse a la caza. Tiene cataratas (operable en futuro veterinario) pero no le hace falta ver para conocer su entorno próximo gracias al haki de observación que es nativo, y especialmente fuerte, de los animales de Domica. El nivel del haki no podrá ser usado para bélico, así como la mascota, y quedará a discreción del Staff. Las funciones del animal se limitan más que nada a la educación de otras de tus mascotas más inexpertas, especialmente cánidos. (Dejaré al staff por si quiere dar alguna reducción o facilitamiento de las técnicas en estos casos) ya que como lobo no va a traerte las malditas zapatillas. También podría funcionar de sistema de alarma, pero luchar lo que se dice luchar… está muy cansado para que sea efectivo (aún podría morderte con una dentadura mellada y anteponerse para salvar a alguna de tus otras mascotas, aunque no a ti)
Pulgas everywhere, es broma, como médico y domador te vas a quedar un rato desparasitando.
2 Órdenes simples para Tibb adicionales a las que tienes por nivel (Si el staff lo considera oportuno). Estas órdenes podrían, y deberían ser cosas como que te ronde y no se vaya a coger pelotas de niños de la calle, que se quede quieto etcétera… lo que haría un perro normal mejor educado. 1 Orden para el viejo lobo que será simplemente acompañarte sin liarla (Que sigue siendo un lobo).
Para pedir las cosas copia las peticiones, y si crees alguna más oportuna también ponlas después en la petición de roles con todos los requisitos que te piden en el formulario.
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