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El desear que uno se rompa una pierna es un dicho común entre actores… pero cuando le pasa a tu estrella principal juras sobre la tumba de tu madre no volver a decirlo en lo que te queda de carrera. A quince minutos de finalizar la película, y con la edición de las dos terceras partes ya realizada, Steven WestWood debía encontrar un giro argumental que le permitiera perpetuar la saga de los Western que acababa de financiar con su último berrie. ¿Pero quién iba a salvar al Sheriff Clint, interpretado por Eduardo Darling, de los bandidos? El desesperado director dio otro trago al licor de savia negándose a aceptar que la prometida de su protagonista se aferrara al cliché de la dama que devolvía la benevolencia a su amado salvador. No, ya había un personaje femenino fuerte en aquella historia, la madre de Clint, y había tenido suficientes escenas para hacer aún más desgarradora su muerte.
La principal editora, una señorita de grandes gafas y moño morado, entró por la puerta con nerviosismo y temor.
-Los trabajadores se están impacientando, algunos han empaquetado ya sus cosas creyendo que no cobrarán al no poderse terminar la película…- dijo, sabiendo que ella misma también le horrorizaba ese destino.
-¡La película saldrá y a tiempo de cumplir el contrato!- gritó el director dando un golpe con la botella en la mesa.
Para su desgracia se hizo un pequeño corte en el nacimiento del dedo anular y se lo llevó a la cara para chupar en un intento de alivio la herida. Se miró al espejo, vislumbrando su cara parcialmente oculta… y la musa le susurró la respuesta: Un renegado.
¿Pero dónde iba a encontrar a quien diera el porte? Necesitaba un tipo serio, adusto e imponente pero que no fuera un corpulento botarate que no supiera nada de artes escénicas… y encontró al perfecto caballero en uno de los nerviosos paseos que llenaba de colillas esparcidas por el pueblo. Alphonse accedió a participar en el film con tres condiciones: La primera, que evaluaría personalmente todo lo concerniente a su personaje, desde la manera de hablar hasta la vestimenta; la segunda, que supervisaría la edición del sonido y la música de las escenas en la que apareciera (El muchacho insistía en que la calidad de las composiciones podía estropear o enardecer la película) ; y por último, que aunque no cobrara por ser ayudante de guión, técnico de sonido y actor al mismo tiempo, tomaría un 10% de los beneficios consecuentes a la película, con derecho a aparecer en la saga si su personaje era reclamado por el público. Steven WestWood aceptó la firma del complejo contrato, tanto porque no le quedaba otra opción cómo porque alegraba de haber conseguido un reemplazo para algunos de los puestos desertados.
Aquella calle de Kabushi sería editada después para que representara un amalgama irreconocible pero esencial entre Cactus Island, Banaro y Sarden; por ahora tan sólo era un hueco vacío de edificios en los que los malechores se apostaban con sus fusiles mientras el mellado y sucio villano que apestaba a alcohol e indecencia terminaba su discurso con una lametón a la cara de Sophie, la amada corista del Sherif Clint. Tom Tragaldabas apuntó con su escopeta recortada al héroe caído que no había dejado en ningún momento de mirarle con un odio justiciero.
-¿Unas últimas palabras?- dijo con sorna.
La muchacha pisó a su captor que respondió con un sentido grito. Liberada de la presa del malvado encontró su destino en los brazos del héroe que intentaba proteger con su propio cuerpo.
-Bien pues. Moriréis juntos.
Sonó el disparo y el brazo estalló separándose por el codo en una marea roja. La escopeta cayó al suelo mientras las espuelas de la muerte tintinearon al desmontar.
La punta del revolver de mango de marfil y negro metal aún humeaba en las manos de la sombría figura que se dirigía a lento paso a la escena. El renegado que salía en los carteles firmados por el corrupto alcalde del pueblo imaginario se extendió su brazo lentamente hacia los puntos en los tejados.
-¿Qué estáis esperando? ¡Matadles! ¡Matadles a todos!-exigió Tragaldabas apretándose el brazo destrozado por la explosión.
Y uno tras otro, desde diferentes ángulos de cámara, murieron con espectacularidad y sombrío respeto sin lograr más que el destapar del pañuelo de la cara del recién llegado que reclamaba su lugar en el corazón del público. Finalmente, el renegado traspasó a la asustada pareja y apuntó a la sabandija que había intentado dejando tras de sí un sanguinoliento rastro.
-Sé lo que estás pensando- le dijo a la presa que se esforzaba por huir-: Si disparé las seis balas o sólo cinco. La verdad es que con todo este ajetreo he perdido la cuenta, pero siendo este un Colt 44, el mejor revolver del mundo- o eso decía el único patrocinador del film-, capaz de volarte los sesos de un tiro. ¿No crees que es mejor pensar que eres afortunado?
El gatillo percutó la nada y una sonrisa afloró en los peludos labios del miserable y manco bellaco. La escena se enfocó en un rostro esperanzado por vivir antes de que se esfumara en terror. Otro disparo.
-Siempre hay que llevar un segundo arma cargada- susurró el pistolero a la vez que aquella desagradable criatura se desmoronaba sobre el charco de su propia sangre. La escena terminó con un barrido circular a ras de suelo en el que la mirada de agradecimiento de la pareja protagonista recaía sobre el salvador que volvía a su caballo.
-¿Quién eres tú?- dijo la muchacha con miel en los ojos.
-Sólo un cazarrecompensas.-La sombra montó a su corcel de pesadilla y marchó hacia el horizonte, desapareciendo en un fundido en negro… o eso ponía en el guión.
-Señor Lucas, si no es molestia…-comenzó a quejarse, otra vez.
-Agh... ¡Corten!- gritó el director escondido tras una de las ventanas- ¿Qué ocurre esta vez Capone?
El desespero general fue expresado con un quejido mientras los muertos se levantaban de sus tumbas y se limpiaban la sangre de pega.
-Tengo un problema con la historia: Si el personaje es un cazarrecompensas debería llevarse los cuerpos o algo que les identifique, ¿no?… ¿Y si coje al malhechor con un lazo antes de salir de escena y lo arrastra con el caballo?
-Eso… la verdad es que no es mala idea.
-¡Y una polla voy a ser arrastrado con un caballo!- dijo el correspondiente actor que no quería dejarse maltratar más- Ya estoy manco, no quiero quedarme paralítico por un mal enganche o algo así. Seguro que planeabas ahorcarme.
-No hace falta que suelte improperios, Señor Bronson. Me veo en la obligación de señalar que sería la opción más dramática, el lazo debería quedarse alrededor de su cuello…-se excusó Alphonse aun montado.
-Tiene razón, Bill- coincidió el WestWood.
-¡Me niego!
-¡Quince minutos de descanso! ¡Solucionaremos los problemas en edición!- gritó la muchacha con un megáfono de cartón. Quedando al lado de la trifulca mientras el resto del elenco podía, por fin, descansar tras una larga mañana. El almuerzo les reclamaba.
Alphonse se retiró una vez aclarado que la escena se realizaría con un muñeco al que superpondrían, por efectos que no llegaba a entender, la cara del verdadero actor. Fue a la mesa de refrigerios, aún sintiendo el poder que aquel personaje le infundía y recordando el placer de disparar un arma de fuego, aunque fuera tan sólo de fogueo.
La principal editora, una señorita de grandes gafas y moño morado, entró por la puerta con nerviosismo y temor.
-Los trabajadores se están impacientando, algunos han empaquetado ya sus cosas creyendo que no cobrarán al no poderse terminar la película…- dijo, sabiendo que ella misma también le horrorizaba ese destino.
-¡La película saldrá y a tiempo de cumplir el contrato!- gritó el director dando un golpe con la botella en la mesa.
Para su desgracia se hizo un pequeño corte en el nacimiento del dedo anular y se lo llevó a la cara para chupar en un intento de alivio la herida. Se miró al espejo, vislumbrando su cara parcialmente oculta… y la musa le susurró la respuesta: Un renegado.
¿Pero dónde iba a encontrar a quien diera el porte? Necesitaba un tipo serio, adusto e imponente pero que no fuera un corpulento botarate que no supiera nada de artes escénicas… y encontró al perfecto caballero en uno de los nerviosos paseos que llenaba de colillas esparcidas por el pueblo. Alphonse accedió a participar en el film con tres condiciones: La primera, que evaluaría personalmente todo lo concerniente a su personaje, desde la manera de hablar hasta la vestimenta; la segunda, que supervisaría la edición del sonido y la música de las escenas en la que apareciera (El muchacho insistía en que la calidad de las composiciones podía estropear o enardecer la película) ; y por último, que aunque no cobrara por ser ayudante de guión, técnico de sonido y actor al mismo tiempo, tomaría un 10% de los beneficios consecuentes a la película, con derecho a aparecer en la saga si su personaje era reclamado por el público. Steven WestWood aceptó la firma del complejo contrato, tanto porque no le quedaba otra opción cómo porque alegraba de haber conseguido un reemplazo para algunos de los puestos desertados.
Aquella calle de Kabushi sería editada después para que representara un amalgama irreconocible pero esencial entre Cactus Island, Banaro y Sarden; por ahora tan sólo era un hueco vacío de edificios en los que los malechores se apostaban con sus fusiles mientras el mellado y sucio villano que apestaba a alcohol e indecencia terminaba su discurso con una lametón a la cara de Sophie, la amada corista del Sherif Clint. Tom Tragaldabas apuntó con su escopeta recortada al héroe caído que no había dejado en ningún momento de mirarle con un odio justiciero.
-¿Unas últimas palabras?- dijo con sorna.
La muchacha pisó a su captor que respondió con un sentido grito. Liberada de la presa del malvado encontró su destino en los brazos del héroe que intentaba proteger con su propio cuerpo.
-Bien pues. Moriréis juntos.
Sonó el disparo y el brazo estalló separándose por el codo en una marea roja. La escopeta cayó al suelo mientras las espuelas de la muerte tintinearon al desmontar.
La punta del revolver de mango de marfil y negro metal aún humeaba en las manos de la sombría figura que se dirigía a lento paso a la escena. El renegado que salía en los carteles firmados por el corrupto alcalde del pueblo imaginario se extendió su brazo lentamente hacia los puntos en los tejados.
-¿Qué estáis esperando? ¡Matadles! ¡Matadles a todos!-exigió Tragaldabas apretándose el brazo destrozado por la explosión.
Y uno tras otro, desde diferentes ángulos de cámara, murieron con espectacularidad y sombrío respeto sin lograr más que el destapar del pañuelo de la cara del recién llegado que reclamaba su lugar en el corazón del público. Finalmente, el renegado traspasó a la asustada pareja y apuntó a la sabandija que había intentado dejando tras de sí un sanguinoliento rastro.
-Sé lo que estás pensando- le dijo a la presa que se esforzaba por huir-: Si disparé las seis balas o sólo cinco. La verdad es que con todo este ajetreo he perdido la cuenta, pero siendo este un Colt 44, el mejor revolver del mundo- o eso decía el único patrocinador del film-, capaz de volarte los sesos de un tiro. ¿No crees que es mejor pensar que eres afortunado?
El gatillo percutó la nada y una sonrisa afloró en los peludos labios del miserable y manco bellaco. La escena se enfocó en un rostro esperanzado por vivir antes de que se esfumara en terror. Otro disparo.
-Siempre hay que llevar un segundo arma cargada- susurró el pistolero a la vez que aquella desagradable criatura se desmoronaba sobre el charco de su propia sangre. La escena terminó con un barrido circular a ras de suelo en el que la mirada de agradecimiento de la pareja protagonista recaía sobre el salvador que volvía a su caballo.
-¿Quién eres tú?- dijo la muchacha con miel en los ojos.
-Sólo un cazarrecompensas.-La sombra montó a su corcel de pesadilla y marchó hacia el horizonte, desapareciendo en un fundido en negro… o eso ponía en el guión.
-Señor Lucas, si no es molestia…-comenzó a quejarse, otra vez.
-Agh... ¡Corten!- gritó el director escondido tras una de las ventanas- ¿Qué ocurre esta vez Capone?
El desespero general fue expresado con un quejido mientras los muertos se levantaban de sus tumbas y se limpiaban la sangre de pega.
-Tengo un problema con la historia: Si el personaje es un cazarrecompensas debería llevarse los cuerpos o algo que les identifique, ¿no?… ¿Y si coje al malhechor con un lazo antes de salir de escena y lo arrastra con el caballo?
-Eso… la verdad es que no es mala idea.
-¡Y una polla voy a ser arrastrado con un caballo!- dijo el correspondiente actor que no quería dejarse maltratar más- Ya estoy manco, no quiero quedarme paralítico por un mal enganche o algo así. Seguro que planeabas ahorcarme.
-No hace falta que suelte improperios, Señor Bronson. Me veo en la obligación de señalar que sería la opción más dramática, el lazo debería quedarse alrededor de su cuello…-se excusó Alphonse aun montado.
-Tiene razón, Bill- coincidió el WestWood.
-¡Me niego!
-¡Quince minutos de descanso! ¡Solucionaremos los problemas en edición!- gritó la muchacha con un megáfono de cartón. Quedando al lado de la trifulca mientras el resto del elenco podía, por fin, descansar tras una larga mañana. El almuerzo les reclamaba.
Alphonse se retiró una vez aclarado que la escena se realizaría con un muñeco al que superpondrían, por efectos que no llegaba a entender, la cara del verdadero actor. Fue a la mesa de refrigerios, aún sintiendo el poder que aquel personaje le infundía y recordando el placer de disparar un arma de fuego, aunque fuera tan sólo de fogueo.
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Los pasos de aquella joven resonaban en los alrededores, pues no tenía un sigilo muy bueno que digamos. Sus cabellos rubios como el oro resaltaban, aunque no principalmente por la largura de estos, pues parecían ser cortos. Sus ojos compartían el hermoso color de su cabello, pero de forma más intensa. Su piel era pálida y su expresión mostraba una felicidad increíble. Se notaba que era una chica que siempre estaba contenta con todo. En esos momentos había dejado el barco de la marina en el puerto y dijo que iba a explorar aquel sitio. Sus hombres se quedaron en el navío organizando algunas cosas mientras unos pocos también iban a la isla a hacer cosas. El cocinero debía encontrar ingredientes y el médico se había quedado sin gasas. Mientras todo aquello sucedía, ella deseaba ver con sus ojos el interior de aquel sitio y los comportamientos de las personas.
La joven vestía con una pantalón corto que dejaba ver sus piernas de rodillas para abajo. Poseía también una camiseta negra bastante ancha para que sus pechos no se notasen mucho y unas sandalias de madera. Poseía también dos fundas, una a cada lado de la cintura y en ellas llevaba sus espadas. En la espalda cargaba una mochila marrón de tamaño considerable donde había bastante comida, pues era lo que más solía llevarse. También tenía un comunicador, un equipo especial de supervivencia y además algunas cosas más. Lo más curioso de la joven es que en su cabeza llevaba una gorra blanca con el símbolo de la marina. No poseía el uniforma al parecer (estaba dentro de la mochila) pero llevaba la gorra aunque no pegase. Había pocas veces que se la quitaba, pues formaba parte de una promesa que no podía fallar de ninguna manera. Algún día podría cumplirla a la perfección. Ser almirante no era un camino fácil, pero ella aspiraba a mucho más que aquello. Sería la superior suprema de la marina, la almirante de la flota o incluso en jefe. Para llegar a su meta le quedaba muchísimo camino.
La capitana de Inmortal no tardó mucho en ver un enorme grupo de personas reunidas haciendo cosas raras con caballos, pistolas y tíos serios. Tal vez era un grupo de teatro o una secta que buscaba el culto al Dios de los canapés con salsa de mayonesa. Eso la hizo mostrar una sonrisa amplia y trotó un poco hacia aquel sitio. Todos los presentes le daban mala espina, incluso una chica de gafas y moño morado que parecía sacada de una isla de nobleza. Entonces se fijó en un chico que estaba en una mesa de refrigerios. Se acercó despacio y lo primero que hizo fue meter la mano en la mochila y sacar lo que parecía ser una esfera marrón metida en un plástico. Se la colocó al lado y le dedicó una sonrisa dulce. Ese hombre parecía cansado según su criterio y vio desde lejos que era el que montó en el caballo.
- Es una bola de bizcocho rellena de chocolate blanco. Tengo varias y pensé que tal vez querías probar una. Mi nombre es Hikaru. – Dijo entonces con una sonrisa dulce en todo momento y estirando su mano hacia él.
A lo mejor se fiaba al ver la gorra de la marina. Tampoco quería caerle mal ni molestarle, por lo que se separó un poco y esperó una reacción o algunas palabras antes de seguir a su lado. La bolita que le ofreció dentro del plástico tenía el tamaño de una pelota de tenis y por eso solía llenar bastante. De todas formas, ella era una persona de comer mucho.
La joven vestía con una pantalón corto que dejaba ver sus piernas de rodillas para abajo. Poseía también una camiseta negra bastante ancha para que sus pechos no se notasen mucho y unas sandalias de madera. Poseía también dos fundas, una a cada lado de la cintura y en ellas llevaba sus espadas. En la espalda cargaba una mochila marrón de tamaño considerable donde había bastante comida, pues era lo que más solía llevarse. También tenía un comunicador, un equipo especial de supervivencia y además algunas cosas más. Lo más curioso de la joven es que en su cabeza llevaba una gorra blanca con el símbolo de la marina. No poseía el uniforma al parecer (estaba dentro de la mochila) pero llevaba la gorra aunque no pegase. Había pocas veces que se la quitaba, pues formaba parte de una promesa que no podía fallar de ninguna manera. Algún día podría cumplirla a la perfección. Ser almirante no era un camino fácil, pero ella aspiraba a mucho más que aquello. Sería la superior suprema de la marina, la almirante de la flota o incluso en jefe. Para llegar a su meta le quedaba muchísimo camino.
La capitana de Inmortal no tardó mucho en ver un enorme grupo de personas reunidas haciendo cosas raras con caballos, pistolas y tíos serios. Tal vez era un grupo de teatro o una secta que buscaba el culto al Dios de los canapés con salsa de mayonesa. Eso la hizo mostrar una sonrisa amplia y trotó un poco hacia aquel sitio. Todos los presentes le daban mala espina, incluso una chica de gafas y moño morado que parecía sacada de una isla de nobleza. Entonces se fijó en un chico que estaba en una mesa de refrigerios. Se acercó despacio y lo primero que hizo fue meter la mano en la mochila y sacar lo que parecía ser una esfera marrón metida en un plástico. Se la colocó al lado y le dedicó una sonrisa dulce. Ese hombre parecía cansado según su criterio y vio desde lejos que era el que montó en el caballo.
- Es una bola de bizcocho rellena de chocolate blanco. Tengo varias y pensé que tal vez querías probar una. Mi nombre es Hikaru. – Dijo entonces con una sonrisa dulce en todo momento y estirando su mano hacia él.
A lo mejor se fiaba al ver la gorra de la marina. Tampoco quería caerle mal ni molestarle, por lo que se separó un poco y esperó una reacción o algunas palabras antes de seguir a su lado. La bolita que le ofreció dentro del plástico tenía el tamaño de una pelota de tenis y por eso solía llenar bastante. De todas formas, ella era una persona de comer mucho.
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¿A quién pretendía engañar aquel doctor de pueblo? El agente le había pillado infraganti deshaciéndose de restos de balas, que probablemente había extraído de algún paciente. Aun así, había tenido la cara dura de argumentar que eran los restos del almuerzo que le había preparado su esposa. Aquella era una isla de leñadores y carpinteros, tratar heridas de bala no debía de ser algo común en aquella modesta clínica. Mentía, mentía muy mal de hecho.
El joven envuelto en su ya habitual gabardina, que se ocultaba de las miradas de todos tras una columna del pasillo, apuraba las últimas caladas de su cigarrillo. Se adelantó pausadamente por en medio de todo el corredor, sin que nadie pensara en detenerlo; quizá de sorpresa a tanto atrevimiento, quizá por la misma gravedad de su marcha, pues parecía un espectro más que un hombre, más una sombra que se deslizaba, que un cuerpo que se movía.
El doctor apenas se encontraba ya a un par de metros de él.
- Hijo, esto es una clínica, aquí no se puede fumar – escuchó como lo reñía una voz grave. Guió su vista hacia la derecha, hacia la habitación desde la que procedía la voz.
Un hombre con aspecto cansado se encontraba tumbado en la cama, el tipo no había dicho nada más hasta el momento y parecía que seguiría en silencio.
Volvió a echar la vista hacia el pasillo, pero ya no había ni rastro del doctor.
El agente tampoco le había dicho nada. Ni una palabra. Entonces entró en la habitación, se sentó en la cama de aquel hombre y lo miró. No tenía una expresión normal, parecía algo preocupado, estaba pálido y la piel de su cara estaba seca y arrugada.
- ¿Alguna vez piensas en los demás? – preguntó el hombre, al contemplar que aún conservaba el cigarrillo en la mano. Miró por la ventana, hacia un día genial para estar afuera disfrutando y no encerrado en aquella habitación.
Por fin una palabra, solo una breve, insípida y sin embargo conmovedora:
- Perdone – se disculpó el funcionario.
Se levantó de la cama, se acercó al alfeizar de la ventana y apagó el cigarrillo.
- Disculpe ¿Es usted Eduardo Darling? – preguntó sin molestarse en ocultar su emoción. Era la primera vez que se encontraba cara a cara con un reputado actor, no podía evitar sentirse como un idiota ante su ídolo de la infancia.
- Así es, hijo.
- Dretch Buerganor, soy su más leal seguidor – se presentó, su ojo sano irradiaba con un brillo especial – Me encantaron sus papeles en El Berrie Perforado y en La Vida Tenia una Factura. Prácticamente me he criado viendo todas sus películas ¿Me daría su autógrafo? – preguntó tímidamente mientras sacaba papel y boli de uno de los bolsillos de su gabardina.
El actor accedió con una sonrisa.
Se percató entonces de la aparatosa escayola que cubría la pierna de la estrella.
- ¿No es ya algo mayor para no usar dobles? Hoy en día todo el mundo los usa, hasta los más jóvenes. No tiene nada de vergonzoso.
- ¿Esto? Un accidente sin importancia – respondió moviendo la mano para quitarle hierro al asunto – Steven y yo estamos grabando unas escenas en esta isla.
- ¡Steven WestWood! ¿El afamado cineasta? – exclamó.
- Así es, veo que te suena – sonrió cordialmente – Verás, Steven se ha volcado en este proyecto en cuerpo y alma, pero últimamente… Desaparición de material, dimisiones sospechosas y ahora por último accidentes. Creo que alguien no quiere que Steven termine el rodaje de la película, llegados a este punto temo por su vida.
- ¡Déjalo en mis manos! Vosotros me habéis brindado muchos buenos momentos con vuestras películas, es justo que os devuelva el favor de alguna forma ¿Tienen den den mushi aquí? – preguntó.
Eduardo pulsó uno de los botones de su cama.
En apenas unos segundos, una enfermera de mediana edad irrumpió en la habitación con una amplia sonrisa fingida.
- ¿Quiere que avise a seguridad señor Darling? – dijo inmediatamente tras percatarse de la presencia del agente.
- No Manuela, bastará con un den den mushi. Es importante – aclaró con su grave voz.
La sanitaria volvió a salir para entrar de nuevo sujetando un den den mushi bastante antiguo. Lo dejó sobre la cama, no sin antes dedicarle una mirada de desprecio al hombre de negro que permanecía apoyado junto a la ventana. La enfermera abandonó la habitación cerrando la puerta tras de sí.
Durante unos segundos dudó. Sabía demasiado bien que la Chiper Pol no se interesaba por ese tipo de asuntos mundanos, por lo que resistió los impulsos de llamar a los suyos.
- Con el cuartel de West Blue – le indicó a la operadora, no tardó mucho tiempo en comenzar a tararear en voz baja la pegadiza música de espera - Agente 2398-H. Ya, ya sé que estoy designado a otro Blue, pero es importante. Espero.
En apenas unos minutos expuso la situación de Eduardo Darling y de Steven WestWood. Por fortuna para todos parecía que había un barco de la Marina fondeado en el muelle de la isla, con efectivos suficientes para hacerse cargo de la situación. En cuanto se transmitieran las ordenes el caso pasaría a ser propiedad de ellos. Sin embargo, algo le obligaba a Dretch a formar parte de aquello, en parte podía sentir que se lo debía a aquel cincuentón.
- No se preocupe, le dejo en buenas manos – dijo antes de abandonar el edificio por la ventana.
El joven envuelto en su ya habitual gabardina, que se ocultaba de las miradas de todos tras una columna del pasillo, apuraba las últimas caladas de su cigarrillo. Se adelantó pausadamente por en medio de todo el corredor, sin que nadie pensara en detenerlo; quizá de sorpresa a tanto atrevimiento, quizá por la misma gravedad de su marcha, pues parecía un espectro más que un hombre, más una sombra que se deslizaba, que un cuerpo que se movía.
El doctor apenas se encontraba ya a un par de metros de él.
- Hijo, esto es una clínica, aquí no se puede fumar – escuchó como lo reñía una voz grave. Guió su vista hacia la derecha, hacia la habitación desde la que procedía la voz.
Un hombre con aspecto cansado se encontraba tumbado en la cama, el tipo no había dicho nada más hasta el momento y parecía que seguiría en silencio.
Volvió a echar la vista hacia el pasillo, pero ya no había ni rastro del doctor.
El agente tampoco le había dicho nada. Ni una palabra. Entonces entró en la habitación, se sentó en la cama de aquel hombre y lo miró. No tenía una expresión normal, parecía algo preocupado, estaba pálido y la piel de su cara estaba seca y arrugada.
- ¿Alguna vez piensas en los demás? – preguntó el hombre, al contemplar que aún conservaba el cigarrillo en la mano. Miró por la ventana, hacia un día genial para estar afuera disfrutando y no encerrado en aquella habitación.
Por fin una palabra, solo una breve, insípida y sin embargo conmovedora:
- Perdone – se disculpó el funcionario.
Se levantó de la cama, se acercó al alfeizar de la ventana y apagó el cigarrillo.
- Disculpe ¿Es usted Eduardo Darling? – preguntó sin molestarse en ocultar su emoción. Era la primera vez que se encontraba cara a cara con un reputado actor, no podía evitar sentirse como un idiota ante su ídolo de la infancia.
- Así es, hijo.
- Dretch Buerganor, soy su más leal seguidor – se presentó, su ojo sano irradiaba con un brillo especial – Me encantaron sus papeles en El Berrie Perforado y en La Vida Tenia una Factura. Prácticamente me he criado viendo todas sus películas ¿Me daría su autógrafo? – preguntó tímidamente mientras sacaba papel y boli de uno de los bolsillos de su gabardina.
El actor accedió con una sonrisa.
Se percató entonces de la aparatosa escayola que cubría la pierna de la estrella.
- ¿No es ya algo mayor para no usar dobles? Hoy en día todo el mundo los usa, hasta los más jóvenes. No tiene nada de vergonzoso.
- ¿Esto? Un accidente sin importancia – respondió moviendo la mano para quitarle hierro al asunto – Steven y yo estamos grabando unas escenas en esta isla.
- ¡Steven WestWood! ¿El afamado cineasta? – exclamó.
- Así es, veo que te suena – sonrió cordialmente – Verás, Steven se ha volcado en este proyecto en cuerpo y alma, pero últimamente… Desaparición de material, dimisiones sospechosas y ahora por último accidentes. Creo que alguien no quiere que Steven termine el rodaje de la película, llegados a este punto temo por su vida.
- ¡Déjalo en mis manos! Vosotros me habéis brindado muchos buenos momentos con vuestras películas, es justo que os devuelva el favor de alguna forma ¿Tienen den den mushi aquí? – preguntó.
Eduardo pulsó uno de los botones de su cama.
En apenas unos segundos, una enfermera de mediana edad irrumpió en la habitación con una amplia sonrisa fingida.
- ¿Quiere que avise a seguridad señor Darling? – dijo inmediatamente tras percatarse de la presencia del agente.
- No Manuela, bastará con un den den mushi. Es importante – aclaró con su grave voz.
La sanitaria volvió a salir para entrar de nuevo sujetando un den den mushi bastante antiguo. Lo dejó sobre la cama, no sin antes dedicarle una mirada de desprecio al hombre de negro que permanecía apoyado junto a la ventana. La enfermera abandonó la habitación cerrando la puerta tras de sí.
Durante unos segundos dudó. Sabía demasiado bien que la Chiper Pol no se interesaba por ese tipo de asuntos mundanos, por lo que resistió los impulsos de llamar a los suyos.
- Con el cuartel de West Blue – le indicó a la operadora, no tardó mucho tiempo en comenzar a tararear en voz baja la pegadiza música de espera - Agente 2398-H. Ya, ya sé que estoy designado a otro Blue, pero es importante. Espero.
En apenas unos minutos expuso la situación de Eduardo Darling y de Steven WestWood. Por fortuna para todos parecía que había un barco de la Marina fondeado en el muelle de la isla, con efectivos suficientes para hacerse cargo de la situación. En cuanto se transmitieran las ordenes el caso pasaría a ser propiedad de ellos. Sin embargo, algo le obligaba a Dretch a formar parte de aquello, en parte podía sentir que se lo debía a aquel cincuentón.
- No se preocupe, le dejo en buenas manos – dijo antes de abandonar el edificio por la ventana.
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Características
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Velocidad
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- Nota:
- NOTA: Ya que he introducido la escena y demás, voy a pasar a un estilo personal en primera persona y así todos tenéis la oportunidad de intervenir en la historia como narradores. Si ponéis narraciones así en tercera meted un estilo tipo cursiva para que se note el cambio. A ver cómo sale, no será por falta de iniciativa.
Mientras escogía mi almuerzo de entre las numerosas combinaciones posibles de los platos expuestos en las largas mesas, la muchacha de enormes pechos ocultos, todo lo escondidos de la vista que podían quedar semejantes maravillas, tras una camisa negra se acercó a mí con una ofrenda. Era una mujer de cabellos de oro ocultos por una gorra oficial del cuerpo de la marina.
-¿Se trataría de un suvenir familiar o formaría parte de las fuerzas del gobierno?-me pregunté, sabiendo que aunque su sonrisa parecía sincera, debía andarme con mucho cuidado. No era buscado por la ley, pero con mi apellido nunca estaba de más ir con cortés cautela.
Me levanté el sombrero a modo de saludo y le dediqué una pequeña sonrisa. Me vi forzado, por sus actos, a contestarle como lo hice:
-Es un placer conocerla, señorita. Puede llamarme Alphonse- respondí. Debía corresponder a su educación de manera completa, y para mi suerte sus formas me eximieron del deber de nombrar mi apellido-. Aceptaría gustosamente su regalo, pero me temo que no podría realizar un acto tan egoísta en respeto a mis congéneres. ¿Disfrutar de un delicioso postre y su presencia a la vez? No… eso despertaría demasiadas envidias- dije negando ligeramente, realizando un gesto con la mano para invitarla a una de las mesas-. Si aún no habéis almorzado y queréis hacerlo, puedo preguntar a los cocineros respecto a la disponibilidad de una ración extra. En caso contrario, espero que no le importe que coma, llevamos toda la mañana trabajando.
Una vez aclarada la situación con educación y respeto colocaría mi bandeja sobre una de las mesas a la sombra antes de intentar retirarle la silla a mi invitada, pero sólo si daba muestras de permitirme tal formalismo; mucha gente piensa que se trata de un acto machista, y a veces me lo planteo yo mismo. ¿Pero dónde quedaría el cortejo sin el desear facilitarle la vida al cortejado? No, era más una cuestión de favores y generar la respuesta emocional correspondiente.
Comencé a comer tras descubrirme la cabeza, dejando la bonita pieza de cuero negro a un lado, y colocar la servilleta de tela sobre mis muslos. Lamentaba disponer tan sólo de una copa para el agua y un trío de cubiertos inespecíficos para un menú de ensalada simple, conejo acompañado de verduras y un flan que no era ni casero.
-Me alegra que la dama fortuna haya permitido el coincidir de sus horas de descanso con las mías. Pronto terminaremos la película y no me hubiera perdonado el perderme su grata presencia- comenté halagador, sondeando con mis tormentas sus citrinos-. Es extraño encontrar marines en este…pueblo- Por un segundo pensé en decir hervidero de revolución, pero me contuve-. ¿Acaba de llegar su destacamento?- pregunté, dando por concluido mi turno en el diálogo.
Sin saber si era una recluta o si poseía un rango mayor, cosa que dudaba ante la falta de orgullo por el uniforme, tan sólo podía limitarme a dar palos de ciego al decir verdades tan obvias. Pero todos los inicios de conversación solían ser así, desde comentar el clima a las críticas de las obras de teatro de ese fin de semana.
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La joven marine se quedó mirando a aquella persona que hablaba de forma un poco confusa para la rubia ¿Qué decía ese hombre? ¿Por qué no había aceptado su comida? Era un misterio para ella, pero pudo notar bastantes halagos hacia su persona o algo raro. Ella nunca había recibido elogios y no sabía cómo reaccionar, de hecho, era tan inocente que no pillaba la mayoría. Entonces se mantuvo con los dedos índice y corazón de la mano derecha en sus labios, observando a aquel hombre de cabellos oscuros de una forma bastante tranquila. Quería entender a lo que se refería. Algunas preguntas las entendió y por ello decidió responder como pensaba que podría quedar bien con aquella persona y que no creyese que era tonta o algo por el estilo.
- Soy sargento de la marina, pero… ¿Qué tiene de malo mi dulce? – Dijo con un tono algo apenado mientras miraba aquel pastelito en sus manos de forma confusa.
Esperaba que ese hombre no pensase que había envenenado la comida o algo por el estilo. Fue entonces cuando se rascó un poco la cabeza y después de unos momentos volvió a escuchar lo que le estaba diciendo. Se sentó en la mesa con él, pero no cogió nada, es más, negó con la cabeza. Lo siguiente que hizo fue abrir su mochila y sacar una especie de bollo relleno de carne y verduras, el cual estaba liado en papel plateado. Le dio un pequeño mordisco y se puso a comer tranquilamente mientras le miraba.
- No me importa, pero prefiero comer mi propia comida. No me esperaba que rechazara el pastel, por lo que me temo que debo hacer lo mismo, gomen. – Terminó de decir algo apenada dándole un mordisco a su bollo.
Entonces el Den den mushi de la rubia empezó a sonar. Ella miró algo confusa el caracol y después lo cogió con tranquilidad. El animalito empezó a hablar para que todos escuchasen, pues ella no era de las que ocultaba nada. Dijo algo sobre un cineasta y alguien que quería matarlo o que no terminase una película o algo por el estilo. La joven quedó un poco confusa sin entender mucho, pero el recluta parecía algo serio. No tardó mucho en rascarse la barbilla y después contestó con un tono dulce y amable.
- Bueno, yo me ocuparé de eso ya que estoy aquí.
Dijo sonriente. Cuando su soldado le dijo el nombre del cineasta, ella colgó el comunicador rápidamente y después lo metió en su bolsillo de nuevo. Cerró la mochila con una calma increíble y continuó comiendo tranquilamente. El sabor de la carne con verduras estaba riquísimo y no tardó en relamerse. Lo siguiente que hizo fue colocarse en pie de forma calmada y mirar un poco a su alrededor.
- ¿Quién de aquí es Steven-san? Debo protegerle de un hombre malo que no quiere que termine su película. – Dijo alzando la voz con toda la calma del mundo y con una sonrisa inocente. Se notaba que no sabía lo que era mantenerse oculta, pero le daba lo mismo. Se ajustó bien la gorra de la marina y empezó a mirar a su alrededor.
- Soy sargento de la marina, pero… ¿Qué tiene de malo mi dulce? – Dijo con un tono algo apenado mientras miraba aquel pastelito en sus manos de forma confusa.
Esperaba que ese hombre no pensase que había envenenado la comida o algo por el estilo. Fue entonces cuando se rascó un poco la cabeza y después de unos momentos volvió a escuchar lo que le estaba diciendo. Se sentó en la mesa con él, pero no cogió nada, es más, negó con la cabeza. Lo siguiente que hizo fue abrir su mochila y sacar una especie de bollo relleno de carne y verduras, el cual estaba liado en papel plateado. Le dio un pequeño mordisco y se puso a comer tranquilamente mientras le miraba.
- No me importa, pero prefiero comer mi propia comida. No me esperaba que rechazara el pastel, por lo que me temo que debo hacer lo mismo, gomen. – Terminó de decir algo apenada dándole un mordisco a su bollo.
Entonces el Den den mushi de la rubia empezó a sonar. Ella miró algo confusa el caracol y después lo cogió con tranquilidad. El animalito empezó a hablar para que todos escuchasen, pues ella no era de las que ocultaba nada. Dijo algo sobre un cineasta y alguien que quería matarlo o que no terminase una película o algo por el estilo. La joven quedó un poco confusa sin entender mucho, pero el recluta parecía algo serio. No tardó mucho en rascarse la barbilla y después contestó con un tono dulce y amable.
- Bueno, yo me ocuparé de eso ya que estoy aquí.
Dijo sonriente. Cuando su soldado le dijo el nombre del cineasta, ella colgó el comunicador rápidamente y después lo metió en su bolsillo de nuevo. Cerró la mochila con una calma increíble y continuó comiendo tranquilamente. El sabor de la carne con verduras estaba riquísimo y no tardó en relamerse. Lo siguiente que hizo fue colocarse en pie de forma calmada y mirar un poco a su alrededor.
- ¿Quién de aquí es Steven-san? Debo protegerle de un hombre malo que no quiere que termine su película. – Dijo alzando la voz con toda la calma del mundo y con una sonrisa inocente. Se notaba que no sabía lo que era mantenerse oculta, pero le daba lo mismo. Se ajustó bien la gorra de la marina y empezó a mirar a su alrededor.
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Aun con el recuerdo del esquivo doctor en su mente continuaba caminando sin rumbo fijo, alerta. Le gustaba demasiado poco aquel lugar como para descuidarse. Mientras caminaba por las calles sin nombre, los ciudadanos se dedicaban a sus propios asuntos. Aunque podía sentir como las miradas se clavaban en su nuca, inconscientemente, procuraba mantenerse apartado de ellos.
Apretó los dientes con fuerza pensando que los muy bastardos probablemente estarían disfrutando con su incomodidad. ¿Pero acaso podía culparlos? La mala fama era un enemigo insuperable que a estas alturas ya jamás podrían derrotar.
Cruzó la calle para evitar un grupo de trabajadores y la actividad de una casa de empeños. Se dio cuenta entonces de que estaba en un vecindario familiar. La ruta de su vagabundeo había sido involuntaria, pero no se sorprendió. Había pasado por aquellas calles en particular muchas veces desde su llegada a isla.
Recorrió los últimos metros hasta llegar a una calle cortada. Un tipo regordete estaba apostado en la entrada, un par de vallas bastante rústicas de madera impedían el paso. El hombre parecía que se encontraba en su hora de descanso, estaba sentado sobre un taburete y devoraba un modesto bocadillo como si pretendiera batir algún tipo de récord.
- La vía está cortada. Lo siento, pero tendrá que dar un rodeo – se anticipó hablando con la boca llena.
No había tenido tiempo de desayunar aquella mañana y mucho menos de prepararse una tartera. Una rebanada de pan seco con gambas descansaba a medio comer sobre el regazo del guardia. No habían sido muy generosos con las gambas y la mayonesa tenía un aspecto dudoso; aun así, el agente no podía evitar apartar la vista del plato de plástico.
- Agencia CP… para series, películas, anuncios, obras de teatro y material impreso – dijo pasándose glamurosamente uno de los extremos de la bufanda sobre el hombro – El señor Darling me envía, parece que cree que el rodaje necesita un pequeño empujón final.
El tipo se encogió de hombros, se levantó del taburete y abrió una pequeña rendija para permitirle el paso.
Apenas unos metros más allá de la valla se habían levantado unas improvisadas carpas para proteger al equipo del sol. Dirigió su vista casi instintivamente hacia el catering, pero una silla plegable le hizo cambiar de rumbo. El agente metió despacio la mano en la sobaquera, afianzó su mano sobre el revólver y avanzó con paso decidido hacia la silla del director.
Apretó los dientes con fuerza pensando que los muy bastardos probablemente estarían disfrutando con su incomodidad. ¿Pero acaso podía culparlos? La mala fama era un enemigo insuperable que a estas alturas ya jamás podrían derrotar.
Cruzó la calle para evitar un grupo de trabajadores y la actividad de una casa de empeños. Se dio cuenta entonces de que estaba en un vecindario familiar. La ruta de su vagabundeo había sido involuntaria, pero no se sorprendió. Había pasado por aquellas calles en particular muchas veces desde su llegada a isla.
Recorrió los últimos metros hasta llegar a una calle cortada. Un tipo regordete estaba apostado en la entrada, un par de vallas bastante rústicas de madera impedían el paso. El hombre parecía que se encontraba en su hora de descanso, estaba sentado sobre un taburete y devoraba un modesto bocadillo como si pretendiera batir algún tipo de récord.
- La vía está cortada. Lo siento, pero tendrá que dar un rodeo – se anticipó hablando con la boca llena.
No había tenido tiempo de desayunar aquella mañana y mucho menos de prepararse una tartera. Una rebanada de pan seco con gambas descansaba a medio comer sobre el regazo del guardia. No habían sido muy generosos con las gambas y la mayonesa tenía un aspecto dudoso; aun así, el agente no podía evitar apartar la vista del plato de plástico.
- Agencia CP… para series, películas, anuncios, obras de teatro y material impreso – dijo pasándose glamurosamente uno de los extremos de la bufanda sobre el hombro – El señor Darling me envía, parece que cree que el rodaje necesita un pequeño empujón final.
El tipo se encogió de hombros, se levantó del taburete y abrió una pequeña rendija para permitirle el paso.
Apenas unos metros más allá de la valla se habían levantado unas improvisadas carpas para proteger al equipo del sol. Dirigió su vista casi instintivamente hacia el catering, pero una silla plegable le hizo cambiar de rumbo. El agente metió despacio la mano en la sobaquera, afianzó su mano sobre el revólver y avanzó con paso decidido hacia la silla del director.
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No me dejé llevar por el pánico que me causaron sus palabras, apostaba porque fuera un farol. ¿Por qué si no iba a decir eso sin venir a cuento? Esa chica actuaba muy bien, y, probablemente, sabía de mi ascendencia… ¿Pero… cómo? No había ningún rastro que seguir; la película no se había estrenado aún y mi nombre tan sólo se añadiría en los créditos. Entonces… ¿por qué…?
Me olvidé de contestar su angustiada pregunta, aunque de todas formas ya había explicado mis razones. No le reproché en ningún momento su maleducado y rencoroso comentario oculto bajo la falsa tristeza. No me fiaba de ella.
Mi aversión hacia la señorita aumentó cuando atendió su den-den sin ningún tipo de discreción ni disculpa. Permanecí secretamente atento a la conversación, en la que se confirmaba su puesto como sargenta y se le adjudicaba una nueva misión, mientras comía. ¿Alguien quería matar a WestWood? No podía permitirlo.
De no ser por mis dignas formas, me hubiera caído de la silla al escucharla gritar a los cuatro vientos su propósito. «¿Esa chica había acabado como sargento? ¿Qué demonios le pasaba a la marina? », pensé indignado. No pude evitar ladear el rostro para recuperar mi adusto gesto. Fue en ese momento cuando la extraña perspectiva me avisó del peligro.
-¡WestWood, cuidado!- grité señalando al pistolero. Comencé a levantarme mientras el caos que suponía la presencia de un hombre armado revolucionaba al resto del elenco.
Me olvidé de contestar su angustiada pregunta, aunque de todas formas ya había explicado mis razones. No le reproché en ningún momento su maleducado y rencoroso comentario oculto bajo la falsa tristeza. No me fiaba de ella.
Mi aversión hacia la señorita aumentó cuando atendió su den-den sin ningún tipo de discreción ni disculpa. Permanecí secretamente atento a la conversación, en la que se confirmaba su puesto como sargenta y se le adjudicaba una nueva misión, mientras comía. ¿Alguien quería matar a WestWood? No podía permitirlo.
De no ser por mis dignas formas, me hubiera caído de la silla al escucharla gritar a los cuatro vientos su propósito. «¿Esa chica había acabado como sargento? ¿Qué demonios le pasaba a la marina? », pensé indignado. No pude evitar ladear el rostro para recuperar mi adusto gesto. Fue en ese momento cuando la extraña perspectiva me avisó del peligro.
-¡WestWood, cuidado!- grité señalando al pistolero. Comencé a levantarme mientras el caos que suponía la presencia de un hombre armado revolucionaba al resto del elenco.
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No había tardado en liarse mucho la situación. El hombre que estaba con Hikaru estaba un poco loco y no tardó mucho en gritar que alguien tuviese cuidado. Su voz pareció exageradamente alta, de hecho, lo fue. La rubia se colocó en pie de la impresión y lo siguiente que hizo fue mirar a la persona del arma de fuego, la cual tenía unos ojos curiosos. La chica lejos de ponerse nerviosa se acercó despacio a él con su mochila en la espalda tranquilamente y la gorra de marine en la cabeza. Entonces se puso en frente de él con un gesto que mostraba curiosidad, parecía darle lo mismo el arma de fuego. Entonces se quedó mirando cómo la gente entraba en pánico y eso la hizo sentirse un poco confusa. Trató entonces de estirar la mano hacia él y colocársela en el hombro con confianza.
- Oe oe señor asesino, no puede usted matar al hombre ese de la película. Debe saber que matar está muy mal y como muestra de mi gratitud le ofrezco esto.
La chica estiró hacia aquella persona aquella bola de bizcocho llena de chocolate blanco que el tío de antes había rechazado. Estaba metida en su plástico y esperaba que él no le hiciese el feo, le dedicó una sonrisa bastante dulce y amable y esperó a que tomase el dulce que le estaba dando. Continuó escuchando a la gente moverse de un sitio para otro y eso la hizo ponerse un poco nerviosa. No le gustaba que hubiese tanto ruido y entonces volvió a mirar al hombre de la pistola y ojos curiosos que tenía frente a ella.
- No quiero arrestarte, de modo que no cometas un crimen, por favor. Me llamo Hikaru y soy sargento de la marina ¿Qué tienes en contra de ese hombre? Estoy segura de que podemos buscar juntos una solución para que todo salga bien. – Parecía muy segura de sí misma.
Entonces la chica rubia estiró su mano derecha hacia aquella persona y esperó a que él le estrechase la mano y pudieran solucionar todo. La pistola podía ser peligrosa, pero ella confiaba en que no todo el mundo era malo y algo en el rostro de ese tipo le dijo que tal vez no era un maleante. Ante todo tenía una sonrisa muy dulce, aunque eso lo tenía siempre. Miró el dulce que le dio y después a él, se veía que tenía mucha ilusión porque lo probase, pues había gastado algunos berries en comprarlo. Entonces señaló a Alphonse y después le habló de nuevo al hombre mientras continuaba con la mano estirada.
- Él es también buena persona, aunque no le gustan mis dulces y habla de forma rara. Creo que podría ser un arqueólogo de esos que miran montañas.
- Oe oe señor asesino, no puede usted matar al hombre ese de la película. Debe saber que matar está muy mal y como muestra de mi gratitud le ofrezco esto.
La chica estiró hacia aquella persona aquella bola de bizcocho llena de chocolate blanco que el tío de antes había rechazado. Estaba metida en su plástico y esperaba que él no le hiciese el feo, le dedicó una sonrisa bastante dulce y amable y esperó a que tomase el dulce que le estaba dando. Continuó escuchando a la gente moverse de un sitio para otro y eso la hizo ponerse un poco nerviosa. No le gustaba que hubiese tanto ruido y entonces volvió a mirar al hombre de la pistola y ojos curiosos que tenía frente a ella.
- No quiero arrestarte, de modo que no cometas un crimen, por favor. Me llamo Hikaru y soy sargento de la marina ¿Qué tienes en contra de ese hombre? Estoy segura de que podemos buscar juntos una solución para que todo salga bien. – Parecía muy segura de sí misma.
Entonces la chica rubia estiró su mano derecha hacia aquella persona y esperó a que él le estrechase la mano y pudieran solucionar todo. La pistola podía ser peligrosa, pero ella confiaba en que no todo el mundo era malo y algo en el rostro de ese tipo le dijo que tal vez no era un maleante. Ante todo tenía una sonrisa muy dulce, aunque eso lo tenía siempre. Miró el dulce que le dio y después a él, se veía que tenía mucha ilusión porque lo probase, pues había gastado algunos berries en comprarlo. Entonces señaló a Alphonse y después le habló de nuevo al hombre mientras continuaba con la mano estirada.
- Él es también buena persona, aunque no le gustan mis dulces y habla de forma rara. Creo que podría ser un arqueólogo de esos que miran montañas.
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“¿Asesino?”
El agente se quedó bloqueado al escuchar tanta inocencia y cortesía, sin saber que responder y analizando, concienzudo, el contenido de sus dulces palabras. Tenía tan asumido que era un sujeto hostil en aquel lugar, que por primera vez un mucho tiempo no sabía cómo reaccionar.
Sacó su mano derecha lentamente del interior de su gabardina, sin apartar la vista de las katanas que pendían de su cintura de aquella mujer, Hikaru. Aún no descartaba la idea de que todo pudiera ser una treta, sin embargo, nada ocurrió.
- Dretch – respondió confuso – He venido porque creí que podía ser útil aquí. Lo siento, pero no pretendo hacer nada que perjudique al señor WestWood – añadió para poco después inclinarse respetuosamente.
Tenía la impresión de que debía de haberse dado media vuelta y haberse marchado en aquel preciso instante, pero el cansancio y la perplejidad le mantuvieron clavado en el sitio. Se percató entonces de la extraña ofrenda de paz que le había tendido. Observó el dulce meticulosamente primero y la expresión de Hikaru después. Parecía una conversadora agradable. Intrigado, comprendió que con un carácter como el suyo podía definitivamente dejar de sospechar.
Sonrió ante el detalle, agradeciéndoselo y comenzó a quitar el papel del envoltorio. Parecía un simple bizcochito, lo observó durante un instante antes de metérselo en la boca de una sentada. Para ser tan pequeño estaba bastante tierno y esponjoso, algo dulce para el gusto del agente, pero definitivamente bastante bueno.
Se encontraba tranquilo, aliviado de haber encontrado alguien normal con quien hablar, pero su estómago escogió aquel preciso momento para comenzar a rugir.
Rojo como un tomate se ocultó la cara con la bufanda. Estrechó rápidamente la mano de la muchacha y sin mediar palabra avanzó aún más rápido hacia la mesa del catering. Ignorando al resto de elenco de actores y equipo de grabación, comenzó a hacer una escandalosa montaña de canapés sobre uno de los platos de plástico.
El agente se quedó bloqueado al escuchar tanta inocencia y cortesía, sin saber que responder y analizando, concienzudo, el contenido de sus dulces palabras. Tenía tan asumido que era un sujeto hostil en aquel lugar, que por primera vez un mucho tiempo no sabía cómo reaccionar.
Sacó su mano derecha lentamente del interior de su gabardina, sin apartar la vista de las katanas que pendían de su cintura de aquella mujer, Hikaru. Aún no descartaba la idea de que todo pudiera ser una treta, sin embargo, nada ocurrió.
- Dretch – respondió confuso – He venido porque creí que podía ser útil aquí. Lo siento, pero no pretendo hacer nada que perjudique al señor WestWood – añadió para poco después inclinarse respetuosamente.
Tenía la impresión de que debía de haberse dado media vuelta y haberse marchado en aquel preciso instante, pero el cansancio y la perplejidad le mantuvieron clavado en el sitio. Se percató entonces de la extraña ofrenda de paz que le había tendido. Observó el dulce meticulosamente primero y la expresión de Hikaru después. Parecía una conversadora agradable. Intrigado, comprendió que con un carácter como el suyo podía definitivamente dejar de sospechar.
Sonrió ante el detalle, agradeciéndoselo y comenzó a quitar el papel del envoltorio. Parecía un simple bizcochito, lo observó durante un instante antes de metérselo en la boca de una sentada. Para ser tan pequeño estaba bastante tierno y esponjoso, algo dulce para el gusto del agente, pero definitivamente bastante bueno.
Se encontraba tranquilo, aliviado de haber encontrado alguien normal con quien hablar, pero su estómago escogió aquel preciso momento para comenzar a rugir.
Rojo como un tomate se ocultó la cara con la bufanda. Estrechó rápidamente la mano de la muchacha y sin mediar palabra avanzó aún más rápido hacia la mesa del catering. Ignorando al resto de elenco de actores y equipo de grabación, comenzó a hacer una escandalosa montaña de canapés sobre uno de los platos de plástico.
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No daba crédito a mis ojos, tampoco quería. « ¿Cómo podía ser tan idiota? ¿Ves una persona con una pistola, un claro sospechoso que se acerca al tipo que se supone que quieres proteger, y respondes así? ¡¿Así?! », grité mentalmente. La idea de limpiar el nombre de mi familia uniéndome al gobierno, o al menos a La Marina, quedaba descartada.
Me acerqué a la solitaria mesa del pobre desgraciado de WestWood. El pequeño narizotas de gafas de pasta que creía que todo era una maldita broma.
-Muy gracioso, Capone- dijo molesto mientras se limpiaba la camisa de salsa derramada.
-No bromearía con algo así, señor WestWood- dije serio-. Aunque no lo crea, que yo también tengo mis reticencias al respecto, esa muchacha ostenta el puesto de sargento.
Mis palabras horadaron lentamente su gruesa frente hasta sacar una mueca de nervioso terror. No dejamos de mirar al muchacho que saqueaba las mesas sin educación ninguna, el cual armaba con ansiosa destreza una pirámide de canapés. El caos continuaba aumentando, y si dejaba que lo hiciera la situación nos hubiera dejado en una muy mala posición de defensa.
-¡Tranquilos, tranquilos! ¡Es solo el ensayo de una escena! ¡Improvisación, amigos, improvisación!- exclamé con una sonrisa a los cuatro vientos- ¡Un buen actor debe estar siempre preparado! ¿Verdad, WestWood?- Usé al pobre hombre como una marioneta de refuerzo; asintió.
Los actores se relajaron y los técnicos bufaron improperios antes de volver a sus quehaceres. Apoyé mi mano en el hombro del director con firmeza:
-No se preocupe, me encargaré del problema. La película saldrá a tiempo y usted seguirá vivo muchos años.- Bueno, ya tenía unos cincuenta años y bebía como un cosaco, así que muchos… muchos no.
Volvió a asentir y necesitó consolarse con un buen trago de su petaca.
Me quedé a su lado, distrayéndole de su angustia con banales preguntas sobre su magnífica carrera cinematográfica; no había nada mejor para sostener una conversación que interesarse por la vida del otro. Me limité a oírle, que no a escucharle, pues estaba atento a mi alrededor, y a soltar las típicas formas: repetir lo último que me había dicho, los “¿Si?” y las cortas interjecciones para seguir dándole pie en su instigado monólogo. Si alguien quería atacar a Steven, tendría que enfrentarse a mí primero.
Me acerqué a la solitaria mesa del pobre desgraciado de WestWood. El pequeño narizotas de gafas de pasta que creía que todo era una maldita broma.
-Muy gracioso, Capone- dijo molesto mientras se limpiaba la camisa de salsa derramada.
-No bromearía con algo así, señor WestWood- dije serio-. Aunque no lo crea, que yo también tengo mis reticencias al respecto, esa muchacha ostenta el puesto de sargento.
Mis palabras horadaron lentamente su gruesa frente hasta sacar una mueca de nervioso terror. No dejamos de mirar al muchacho que saqueaba las mesas sin educación ninguna, el cual armaba con ansiosa destreza una pirámide de canapés. El caos continuaba aumentando, y si dejaba que lo hiciera la situación nos hubiera dejado en una muy mala posición de defensa.
-¡Tranquilos, tranquilos! ¡Es solo el ensayo de una escena! ¡Improvisación, amigos, improvisación!- exclamé con una sonrisa a los cuatro vientos- ¡Un buen actor debe estar siempre preparado! ¿Verdad, WestWood?- Usé al pobre hombre como una marioneta de refuerzo; asintió.
Los actores se relajaron y los técnicos bufaron improperios antes de volver a sus quehaceres. Apoyé mi mano en el hombro del director con firmeza:
-No se preocupe, me encargaré del problema. La película saldrá a tiempo y usted seguirá vivo muchos años.- Bueno, ya tenía unos cincuenta años y bebía como un cosaco, así que muchos… muchos no.
Volvió a asentir y necesitó consolarse con un buen trago de su petaca.
Me quedé a su lado, distrayéndole de su angustia con banales preguntas sobre su magnífica carrera cinematográfica; no había nada mejor para sostener una conversación que interesarse por la vida del otro. Me limité a oírle, que no a escucharle, pues estaba atento a mi alrededor, y a soltar las típicas formas: repetir lo último que me había dicho, los “¿Si?” y las cortas interjecciones para seguir dándole pie en su instigado monólogo. Si alguien quería atacar a Steven, tendría que enfrentarse a mí primero.
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La joven mostró una dulce mirada cuando aquella persona tomó el dulce que le había ofrecido. Al menos no le había hecho el feo y eso hizo que ella tomase confianza rápidamente con aquella persona. Estrechó su mano y mirando a sus ojos algo le dijo que no era una mala persona. Se dio cuenta de que aquella persona tenía hambre, no solo por el rugido, más bien por la cantidad de comida que estaba cogiendo. Ella no pudo evitar mostrar una sonrisa amable cuando le vio hacer aquello. Lo que dijo de ser útil la hizo alzar una ceja. Tal vez estaba informado sobre lo del ataque al director. Quizás se trataba de un cazador que buscaba llevarse al criminal y colaborar. Eso la hizo mostrar una expresión de emoción y se volvió a acercar a él de forma calmada.
- ¿De utilidad? ¿Eres un cazador? Tienes pinta de motero que combate el crimen con su cadena y su gesto serio. – Demasiados libros había leído la rubia.
Vio a Alphonse hablar con el director, ese hombre la había liado mucho al principio. Se acercó a él con una sonrisa simple y se dio cuenta de lo que pasaba. Trataba de convencer al director de que aquello era una broma. Entonces quedó un poco confusa. Debía hacer algo para que ese hombre estuviese alerta por sí mismo. No había que ocultar información que podía ser imprescindible para que una persona pudiese continuar viviendo. Entonces fue cuando alzó la voz de forma calmada.
- Pero al señor director quieren asesinarlo, por eso estoy aquí ahora. De modo que debo pedir que dejéis de grabar lo que estáis haciendo. Ese hombre podría meterles agujas debajo de los parpados a todos.
Y tras decir aquello se giró de nuevo hacia un lado. El graznido de un cuerpo sonó con fuerza desde un árbol, lo que provocó que la joven marine desenvainará su espada Ucher a una velocidad impresionante y apuntase hacia dicho pájaro con el gesto serio. La hoja de su arma era azul como el mar y el mango negro. Toda la espada estaba rodeada de un aura que manaba baja temperatura, indicando que aquella preciosidad tenía el poder del frío. La velocidad fue tremenda y su fuerza también. Una de las sillas que estaba a su lado cayó al suelo partida en dos. Ni ella misma se dio cuenta de que fue culpa suya. El rostro serio de la sargento volvió a ser dulce en cuanto ocultó su espada.
- Falsa alarma ¡Hehehehehe! – Dijo empezando a reírse mientras colocaba la mochila sobre la mesa y empezaba a sacar sándwiches, tarros de pasta, carne fría, algunas croquetas y demás, como si fuera un camping. – ¡Dretch! ¡Alphonse! ¡Podéis coger lo que queráis! – Gritó tomando ella una empanada de atún y empezando a comérsela con calma.
- ¿De utilidad? ¿Eres un cazador? Tienes pinta de motero que combate el crimen con su cadena y su gesto serio. – Demasiados libros había leído la rubia.
Vio a Alphonse hablar con el director, ese hombre la había liado mucho al principio. Se acercó a él con una sonrisa simple y se dio cuenta de lo que pasaba. Trataba de convencer al director de que aquello era una broma. Entonces quedó un poco confusa. Debía hacer algo para que ese hombre estuviese alerta por sí mismo. No había que ocultar información que podía ser imprescindible para que una persona pudiese continuar viviendo. Entonces fue cuando alzó la voz de forma calmada.
- Pero al señor director quieren asesinarlo, por eso estoy aquí ahora. De modo que debo pedir que dejéis de grabar lo que estáis haciendo. Ese hombre podría meterles agujas debajo de los parpados a todos.
Y tras decir aquello se giró de nuevo hacia un lado. El graznido de un cuerpo sonó con fuerza desde un árbol, lo que provocó que la joven marine desenvainará su espada Ucher a una velocidad impresionante y apuntase hacia dicho pájaro con el gesto serio. La hoja de su arma era azul como el mar y el mango negro. Toda la espada estaba rodeada de un aura que manaba baja temperatura, indicando que aquella preciosidad tenía el poder del frío. La velocidad fue tremenda y su fuerza también. Una de las sillas que estaba a su lado cayó al suelo partida en dos. Ni ella misma se dio cuenta de que fue culpa suya. El rostro serio de la sargento volvió a ser dulce en cuanto ocultó su espada.
- Falsa alarma ¡Hehehehehe! – Dijo empezando a reírse mientras colocaba la mochila sobre la mesa y empezaba a sacar sándwiches, tarros de pasta, carne fría, algunas croquetas y demás, como si fuera un camping. – ¡Dretch! ¡Alphonse! ¡Podéis coger lo que queráis! – Gritó tomando ella una empanada de atún y empezando a comérsela con calma.
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La variedad era algo escasa, además de los habituales termos de café y leche. Había también algunos bollos, una pequeña variedad de canapés, zumos y refrescos. Antes de darse por satisfecho, ya sostenía entre sus manos un abultado plato que amenazaba con desbordarse en cualquier momento.
Se dio media vuelta y se encontró de frente con la mirada de aquella mujer de nuevo, sorprendido no pudo evitar dar un pequeño salto. Se fijó entonces por primera vez en su gorra y comenzó a unir cabos. Finalmente, la neblina gastronómica se dispersó y volvió a tomar consciencia de porque realmente se encontraba en aquel lugar.
- No soy ningún justiciero, ni he hecho ninguna hazaña de ese estilo – dijo mientras se comía el primero de los canapés de la montaña. Descubrió entonces que tenían un aspecto bastante apetecible, pero sin embargo apenas tenían sabor – Pero también me dedico a meter en vereda a gente con ideas peligrosas, por eso dije aquello.
Observó en silencio como se acercaba hacia Westwood ¿Seria él quien había preguntado sobre su profesión? Nada parecido, uno de los actores trataba de calmar a cineasta, mientras que ella lo alertaba de tal forma que pareciese que en cualquier momento le fuese a dar un ataque al pobre tipo. A juzgar por el ritmo con el que Westwood le daba tragos a su petaca supuso que no tardarían demasiado tiempo en dejar de contar con su colaboración.
"Alguien debería quitarle esa petaca" - pensó, aunque no movió ni un dedo.
La conversación se interrumpió súbitamente cuando un cuervo graznó e instintivamente aquella mujer desenvainó una de sus katanas apuntando al dichoso pájaro con ella. Durante unos instantes creyó ver pequeñas volutas de vaho en torno a la hoja del arma. Por un momento se sintió bastante afortunado de no haber hecho ningún movimiento brusco al retirar su mano del arma al conocerla.
Como si nada hubiera pasado volvió a envainar su arma tranquilamente, abrió su mochila y comenzó a sacar comida de su interior. Hikaru era demasiado rara, pero definitivamente una bendición en aquel momento. El agente dejó el plato de insípidos canapés sobre la primera mesa libre que encontró y se acercó a la mochila.
- No hay de qué preocuparse, si yo fuese un asesino estaría de los nervios ahora mismo. Es normal alterarse en una situación así, los cambios bruscos dan miedo – dijo animado mientras cogía uno de los sándwiches - La gente bajo presión es más propensa a cometer errores ¿Alphonse verdad? – preguntó para cerciorarse de que no metía la pata - ¿Crees que realmente pueden terminar de rodarse todas las escenas hoy?
Se dio media vuelta y se encontró de frente con la mirada de aquella mujer de nuevo, sorprendido no pudo evitar dar un pequeño salto. Se fijó entonces por primera vez en su gorra y comenzó a unir cabos. Finalmente, la neblina gastronómica se dispersó y volvió a tomar consciencia de porque realmente se encontraba en aquel lugar.
- No soy ningún justiciero, ni he hecho ninguna hazaña de ese estilo – dijo mientras se comía el primero de los canapés de la montaña. Descubrió entonces que tenían un aspecto bastante apetecible, pero sin embargo apenas tenían sabor – Pero también me dedico a meter en vereda a gente con ideas peligrosas, por eso dije aquello.
Observó en silencio como se acercaba hacia Westwood ¿Seria él quien había preguntado sobre su profesión? Nada parecido, uno de los actores trataba de calmar a cineasta, mientras que ella lo alertaba de tal forma que pareciese que en cualquier momento le fuese a dar un ataque al pobre tipo. A juzgar por el ritmo con el que Westwood le daba tragos a su petaca supuso que no tardarían demasiado tiempo en dejar de contar con su colaboración.
"Alguien debería quitarle esa petaca" - pensó, aunque no movió ni un dedo.
La conversación se interrumpió súbitamente cuando un cuervo graznó e instintivamente aquella mujer desenvainó una de sus katanas apuntando al dichoso pájaro con ella. Durante unos instantes creyó ver pequeñas volutas de vaho en torno a la hoja del arma. Por un momento se sintió bastante afortunado de no haber hecho ningún movimiento brusco al retirar su mano del arma al conocerla.
Como si nada hubiera pasado volvió a envainar su arma tranquilamente, abrió su mochila y comenzó a sacar comida de su interior. Hikaru era demasiado rara, pero definitivamente una bendición en aquel momento. El agente dejó el plato de insípidos canapés sobre la primera mesa libre que encontró y se acercó a la mochila.
- No hay de qué preocuparse, si yo fuese un asesino estaría de los nervios ahora mismo. Es normal alterarse en una situación así, los cambios bruscos dan miedo – dijo animado mientras cogía uno de los sándwiches - La gente bajo presión es más propensa a cometer errores ¿Alphonse verdad? – preguntó para cerciorarse de que no metía la pata - ¿Crees que realmente pueden terminar de rodarse todas las escenas hoy?
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A cada momento la situación se volvía más ridícula. Además, tenía que preocuparme de un sospechoso cuyo claro acto de agresión, el sacar un arma, había sido totalmente ignorado; de una marine con algún tipo de problema mental grave; y, encima de todo, el verdadero e ignoto asesino. Iba a salirme una úlcera, casi podía sentirla abrirse paso en mi estómago medio vacío.
Pero no iba a resignarme, no podía. Justo en el momento en el que iba a reprocharle a la sargento, sin pararme a pensar las inconveniencias que tenía el desacato, la chica hizo una demostración de sus habilidades. Estaba claro, tanto por el frío de la hoja como por la inconveniente destrucción del mobiliario, que brilló con cierta escarcha antes de desmoronarse, que era una fuerza a tener en cuenta. Pero no todo en esta vida se basaba en la potencia, había que saber dónde y cómo aplicarla… y a esa chica le faltaba más de un hervor.
Respiré tranquilo antes de dignarme a responder al voraz muchacho que aún ostentaba el título de “Posible asesino”.
-Lamento mucho que, aunque coincido con su pensamiento, Señor Dretch, ese asesino nos lleva ventaja. No sabemos quién puede ser, ni tenemos ninguna sospecha fiable- Menos de usted, claro-. Si no le importaría me gustaría que me indicara si forma parte del destacamento de la Sargento Hikaru, o si, por el contrario, forma parte de algún gremio de cazarrecompensas… Como comprenderá, un hombre que desenfunda su pistola en medio de un tranquilo almuerzo ha de hacer muchas cosas para ganarse mi confianza- expliqué tranquilamente con una amable sonrisa en el rostro, ocultando las ganas que tenía de poner una querella contra la incompetencia de la marine y una denuncia por altercado al muchacho de la larga bufanda…
Aunque tenía que admitir que aquel morado accesorio era bastante bonito, y que su atuendo, en general, rebosaba estilo. Habíamos empezado con muy mal pié, pero confiaba en que las cosas se arreglaran… si podían hacerlo.
Una vez me aclarara su estamento y propósito, pues resultaba bastante raro la repentina aparición del desconocido (y ya bastante sobraba la rubia), les comentaría el plan de acción.
-Opino- Acertadamente- que deberíamos buscar algún tipo de pista en las caravanas del elenco y los técnicos… discretamente- concreté mirando a la impedida psíquica-. Porque no queremos que el criminal tenga facilidades para esconderse, o peor, para huir y permitirle tener otra oportunidad de ejecutar su plan, ¿verdad?
Pero no iba a resignarme, no podía. Justo en el momento en el que iba a reprocharle a la sargento, sin pararme a pensar las inconveniencias que tenía el desacato, la chica hizo una demostración de sus habilidades. Estaba claro, tanto por el frío de la hoja como por la inconveniente destrucción del mobiliario, que brilló con cierta escarcha antes de desmoronarse, que era una fuerza a tener en cuenta. Pero no todo en esta vida se basaba en la potencia, había que saber dónde y cómo aplicarla… y a esa chica le faltaba más de un hervor.
Respiré tranquilo antes de dignarme a responder al voraz muchacho que aún ostentaba el título de “Posible asesino”.
-Lamento mucho que, aunque coincido con su pensamiento, Señor Dretch, ese asesino nos lleva ventaja. No sabemos quién puede ser, ni tenemos ninguna sospecha fiable- Menos de usted, claro-. Si no le importaría me gustaría que me indicara si forma parte del destacamento de la Sargento Hikaru, o si, por el contrario, forma parte de algún gremio de cazarrecompensas… Como comprenderá, un hombre que desenfunda su pistola en medio de un tranquilo almuerzo ha de hacer muchas cosas para ganarse mi confianza- expliqué tranquilamente con una amable sonrisa en el rostro, ocultando las ganas que tenía de poner una querella contra la incompetencia de la marine y una denuncia por altercado al muchacho de la larga bufanda…
Aunque tenía que admitir que aquel morado accesorio era bastante bonito, y que su atuendo, en general, rebosaba estilo. Habíamos empezado con muy mal pié, pero confiaba en que las cosas se arreglaran… si podían hacerlo.
Una vez me aclarara su estamento y propósito, pues resultaba bastante raro la repentina aparición del desconocido (y ya bastante sobraba la rubia), les comentaría el plan de acción.
-Opino- Acertadamente- que deberíamos buscar algún tipo de pista en las caravanas del elenco y los técnicos… discretamente- concreté mirando a la impedida psíquica-. Porque no queremos que el criminal tenga facilidades para esconderse, o peor, para huir y permitirle tener otra oportunidad de ejecutar su plan, ¿verdad?
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Hikaru continuaba comiendo felizmente mientras mantenía sus ojos cerrados. Lo del cuervo había sido un pequeño error de cálculos, pero daba lo mismo en aquel momento. No había mostrado nada de los poderes de su fruta y no pensaba hacerlo si no era necesario. Continuó comiendo hasta que escuchó las palabras de Alphonse. Estaba tratando de acusar de alguna forma al motero que aceptaba su comida. Al menos eso entendió ella, pero no pensaba dejar que aquello fuera así. Ese hombre le caía muy bien y tan solo parecía estar hambriento. Además, sus palabras anteriores la dejaron un poco pensativa. Fue en ese momento cuando ella le dedicó una dulce sonrisa a Alphonse y después de unos momentos habló de forma calmada y amable.
- Tú eres tan sospechoso como él, Alphon-kun.
Una vez dijo aquello abrió los ojos despacio y se sentó sobre la mesa mientras cruzaba su pierna derecha sobre la izquierda. Sacó de su bolsillo su identificación de marine y de su cargo como sargento y la mostró, pero sin dejar que la tocasen. Sus dorados ojos observaron a los dos hombres que había allí y entonces continuó mientras mordía la empanadilla de atún.
- Soy la sargento Hikaru Surfer, sargento de la marina y capitana de la flota Inmortals. Como máxima autoridad ordeno que se cancele por hoy el rodaje, de hecho, el director será llevado a mi barco y custodiado durante unas horas.
Su voz en todo momento era dulce y parecía estar pasándoselo bien con aquello, pero lejos de su tono, estaba realizando su trabajo de marine. Sabía que allí había muchos inocentes y su estrategia era separar al perseguido de los espectadores, así el asesino iría directo a la trampa. Ella se quedó mirando al chico con pinta de motero y después de unos momentos entrecerró los ojos. Por unos momentos su mirada pareció seria, pero después cambió a una bastante más relajada y amigable.
- Dretch ¿Me acompañarías al barco para proteger al director? Alphonse también es bienvenido, de esa forma podremos conversar por el camino.
Su plan ya estaba en marcha y tras una risa un poco exagerada alzó el puño en señal de victoria y miró al director. Le daba igual que no estuviese de acuerdo, era una orden para salvar su vida y allí ella era la máxima autoridad por el momento. Se metió ambas manos en los bolsillos y tras unos momentos se rascó la cabeza. Metió las cosas sobrantes en su mochila y lo próximo que hizo fue soltar un suspiro. Pidió a los civiles que empezasen a abandonar la zona y estaba claro que le iban a hacer caso. Terminó de comerse la empanadilla de atún y lo siguiente que hizo fue limpiarse la boca con la mano. Después se acercaría al director y todos podrían empezar a andar hacia el puerto. Esperaba que nadie se quejase, o tendría que ponerse un poco seria.
- Tú eres tan sospechoso como él, Alphon-kun.
Una vez dijo aquello abrió los ojos despacio y se sentó sobre la mesa mientras cruzaba su pierna derecha sobre la izquierda. Sacó de su bolsillo su identificación de marine y de su cargo como sargento y la mostró, pero sin dejar que la tocasen. Sus dorados ojos observaron a los dos hombres que había allí y entonces continuó mientras mordía la empanadilla de atún.
- Soy la sargento Hikaru Surfer, sargento de la marina y capitana de la flota Inmortals. Como máxima autoridad ordeno que se cancele por hoy el rodaje, de hecho, el director será llevado a mi barco y custodiado durante unas horas.
Su voz en todo momento era dulce y parecía estar pasándoselo bien con aquello, pero lejos de su tono, estaba realizando su trabajo de marine. Sabía que allí había muchos inocentes y su estrategia era separar al perseguido de los espectadores, así el asesino iría directo a la trampa. Ella se quedó mirando al chico con pinta de motero y después de unos momentos entrecerró los ojos. Por unos momentos su mirada pareció seria, pero después cambió a una bastante más relajada y amigable.
- Dretch ¿Me acompañarías al barco para proteger al director? Alphonse también es bienvenido, de esa forma podremos conversar por el camino.
Su plan ya estaba en marcha y tras una risa un poco exagerada alzó el puño en señal de victoria y miró al director. Le daba igual que no estuviese de acuerdo, era una orden para salvar su vida y allí ella era la máxima autoridad por el momento. Se metió ambas manos en los bolsillos y tras unos momentos se rascó la cabeza. Metió las cosas sobrantes en su mochila y lo próximo que hizo fue soltar un suspiro. Pidió a los civiles que empezasen a abandonar la zona y estaba claro que le iban a hacer caso. Terminó de comerse la empanadilla de atún y lo siguiente que hizo fue limpiarse la boca con la mano. Después se acercaría al director y todos podrían empezar a andar hacia el puerto. Esperaba que nadie se quejase, o tendría que ponerse un poco seria.
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Dicen que una imagen vale más que mil palabras, y quizá fuera cierto, porque aunque Alphonse trataba de ser cortes seguía interrogándolo sutilmente como si realmente esperara desvelar un oscuro secreto del agente. Agradeció como Hikaru trato de defenderlo, algo raro teniendo en cuenta que hacía apenas unos minutos que se acababan de conocer. En cierta medida podía entender la desconfianza del actor, pero resultaba bastante irónico que fuese un sospechoso cuando el mismo había sido quien había dado la voz de alarma.
- ¿Y por qué iba a ser yo un presunto asesino? – preguntó confuso – Tengo un arma, eso no puedo negártelo, pero deberías saber que si estuviera en mi mano preferiría no tenerla.
Aquella mujer risueña aprovechó acreditarse como marine y hacer valer su autoridad, aunque a su manera. De no ser por aquellas katanas y su forma de usarlas, perfectamente podía haberse creído que se encontraba frente a otra actriz del reparto WestWood.
Aprovecho el momento para acercarse discretamente a Alphonse.
- Como veo que mi palabra tiene poco peso, creo que esto hablará mejor por mí que yo mismo - dicho eso, extrajo un pequeño objeto metálico del bolsillo de su gabardina, lo miró con tristeza y volvió a girarse hacia Alphonse como si este fuera el responsable de su pesar – Le había cogido cariño a este pequeño, toma.
Sobre su palma descansaba un bolígrafo, pero no un bolígrafo cualquiera, era El Bolígrafo. Cada año, durante los últimos doce años, la Maison Dumont fabricaba un número limitado de estos prestigiosos bolígrafos para la Cipher Pol. El diseño y su color negro evocaban a la perfección la elegancia del uniforme, sobre su superficie podía leerse “World Govt.” con una sublime serigrafía dorada y por supuesto la firma de autenticidad de la Maison Dumond. En cualquier caso, la posesión de una de estas piezas constituía un reconocimiento al trabajo anual de cualquier agente y una señal inquebrantable de su compromiso con el gobierno. Tendría que esperar un año entero para volver a recibir uno de nuevo.
Las ordenes eran claras. A partir de ahí la Marina se haría cargo del cineasta, con algo de suerte dentro de algunos días acabaría enterándose mediante algún periódico de la identidad del culpable. Sin embargo, aquella muchacha los invito tanto a Alphonse como a él a subir a bordo de su barco. Probablemente su presencia sería bastante más tolerada dentro de aquel navío que en el resto de la isla.
- Por supuesto que sí, además nunca he visto un barco de la marina por dentro, tengo bastante curiosidad – dijo mientras volvía a echarse mano a uno de los bolsillos de la gabardina y sacaba una cajetilla de tabaco.
- ¿Y por qué iba a ser yo un presunto asesino? – preguntó confuso – Tengo un arma, eso no puedo negártelo, pero deberías saber que si estuviera en mi mano preferiría no tenerla.
Aquella mujer risueña aprovechó acreditarse como marine y hacer valer su autoridad, aunque a su manera. De no ser por aquellas katanas y su forma de usarlas, perfectamente podía haberse creído que se encontraba frente a otra actriz del reparto WestWood.
Aprovecho el momento para acercarse discretamente a Alphonse.
- Como veo que mi palabra tiene poco peso, creo que esto hablará mejor por mí que yo mismo - dicho eso, extrajo un pequeño objeto metálico del bolsillo de su gabardina, lo miró con tristeza y volvió a girarse hacia Alphonse como si este fuera el responsable de su pesar – Le había cogido cariño a este pequeño, toma.
Sobre su palma descansaba un bolígrafo, pero no un bolígrafo cualquiera, era El Bolígrafo. Cada año, durante los últimos doce años, la Maison Dumont fabricaba un número limitado de estos prestigiosos bolígrafos para la Cipher Pol. El diseño y su color negro evocaban a la perfección la elegancia del uniforme, sobre su superficie podía leerse “World Govt.” con una sublime serigrafía dorada y por supuesto la firma de autenticidad de la Maison Dumond. En cualquier caso, la posesión de una de estas piezas constituía un reconocimiento al trabajo anual de cualquier agente y una señal inquebrantable de su compromiso con el gobierno. Tendría que esperar un año entero para volver a recibir uno de nuevo.
Las ordenes eran claras. A partir de ahí la Marina se haría cargo del cineasta, con algo de suerte dentro de algunos días acabaría enterándose mediante algún periódico de la identidad del culpable. Sin embargo, aquella muchacha los invito tanto a Alphonse como a él a subir a bordo de su barco. Probablemente su presencia sería bastante más tolerada dentro de aquel navío que en el resto de la isla.
- Por supuesto que sí, además nunca he visto un barco de la marina por dentro, tengo bastante curiosidad – dijo mientras volvía a echarse mano a uno de los bolsillos de la gabardina y sacaba una cajetilla de tabaco.
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Las palabras de Hikaru me habían molestaron enormemente. ¿Sospechoso yo? Esa chica no pensaba, y cuando parecía hacerlo no daba ni una. Aquella imbécil de cabellos rubios y enormes marmitas de leche alzó la voz, ordenando al elenco retirarse. Así no podríamos acabar la película… Sólo necesitábamos una escena más y todo se estaba yendo al garete. Quizás, aunque se fueran, podríamos hacer algún apaño; sólo necesitábamos al villano y a la magnífica editora. Bueno, y al caballo. Y a mí.
Su invitación me cogió desprevenido. ¿De qué quería hablar? Hubiera preferido no ir, pero eso podría ser considerado como una falta de respeto; no a ella, que se lo merecía, sino ante la ley del Gobierno. Hice una leve reverencia.
-Será un placer- mentí cortésmente-. Voy a coger mi sombrero antes- Y eso hice, porque no podría cambiarme de ropa hasta pasado todo este entuerto.
Por supuesto, el tipo elegante tampoco demostraba tener muchas luces. ¿Qué por qué iba a ser él sospechoso de ser el asesino? No sé, a lo mejor si eres tan tonto como para desenfundar un arma… lo más normal es pensar que no tienes intenciones muy pacíficas. Tendría una excusa si nos hubiera dicho que había visto a alguien raro, peligroso… pero de eso nada. ¿Qué querías, atracar al catering?
Su regalo, un elegante bolígrafo negro, fue calmando mis nervios. Lo acepté con gesto amable y lo giré entre mis dedos. Su delicado pero firme diseño me agradaba, y la serigrafía hizo a mis dedos detenerse. ¿El Gobierno Mundial? ¿Esa persona era uno de esos agentes de dudosa existencia? ¿Qué demonios le pasaba a la institución? ¿Es que sólo podían reclutar idiotas? ¿Y si se hacían los idiotas…?
- Gracias… agente Dretch- concluí sincero, guardándome el bonito detalle que sería añadido a mi colección. Quizás algún día me fuera útil, más útil de lo que ya era.
Acompañados por el narizotas de Westwood, algo más calmado por sus nuevos guardaespaldas, inicié la conversación que me había sugerido la marine.
- Una vez lleguemos al navío… ¿hay algún plan? Es decir, no podemos simplemente apostarnos allí a esperar eternamente. El asesino no osaría entrar a desafiar a La Marina en su propia casa, ¿no creen? Y si tendemos algún tipo de trampa con WestWood como cebo- Westood me miró perplejo, yo le hice un leve gesto para que me dejara terminar-, tendremos que asegurarnos de que no exista posibilidad alguna de que reciba daño.- Se tranquilizó algo, aunque se notaba que no le hacía ninguna gracia la idea.
Su invitación me cogió desprevenido. ¿De qué quería hablar? Hubiera preferido no ir, pero eso podría ser considerado como una falta de respeto; no a ella, que se lo merecía, sino ante la ley del Gobierno. Hice una leve reverencia.
-Será un placer- mentí cortésmente-. Voy a coger mi sombrero antes- Y eso hice, porque no podría cambiarme de ropa hasta pasado todo este entuerto.
Por supuesto, el tipo elegante tampoco demostraba tener muchas luces. ¿Qué por qué iba a ser él sospechoso de ser el asesino? No sé, a lo mejor si eres tan tonto como para desenfundar un arma… lo más normal es pensar que no tienes intenciones muy pacíficas. Tendría una excusa si nos hubiera dicho que había visto a alguien raro, peligroso… pero de eso nada. ¿Qué querías, atracar al catering?
Su regalo, un elegante bolígrafo negro, fue calmando mis nervios. Lo acepté con gesto amable y lo giré entre mis dedos. Su delicado pero firme diseño me agradaba, y la serigrafía hizo a mis dedos detenerse. ¿El Gobierno Mundial? ¿Esa persona era uno de esos agentes de dudosa existencia? ¿Qué demonios le pasaba a la institución? ¿Es que sólo podían reclutar idiotas? ¿Y si se hacían los idiotas…?
- Gracias… agente Dretch- concluí sincero, guardándome el bonito detalle que sería añadido a mi colección. Quizás algún día me fuera útil, más útil de lo que ya era.
Acompañados por el narizotas de Westwood, algo más calmado por sus nuevos guardaespaldas, inicié la conversación que me había sugerido la marine.
- Una vez lleguemos al navío… ¿hay algún plan? Es decir, no podemos simplemente apostarnos allí a esperar eternamente. El asesino no osaría entrar a desafiar a La Marina en su propia casa, ¿no creen? Y si tendemos algún tipo de trampa con WestWood como cebo- Westood me miró perplejo, yo le hice un leve gesto para que me dejara terminar-, tendremos que asegurarnos de que no exista posibilidad alguna de que reciba daño.- Se tranquilizó algo, aunque se notaba que no le hacía ninguna gracia la idea.
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¿Agente? Hikaru escuchó aquellas palabras de Alphonse. No se había dado cuenta de lo que habían estado haciendo, pero ahora ladeó un poco la cabeza. Quedó algo confusa, pero decidió no darle importancia. No era de meterse en temas ajenos y continuó caminando tranquilamente con ambas manos en los bolsillos. Sus dorados ojos iban vigilando el entorno despacio por si veía cualquier cosa que no le gustase. Era probable que aquel tipo quisiera atacar antes de que el objetivo estuviese a salvo en el barco. Todas las posibilidades eran perfectamente viables. Una sonrisa dulce apareció de nuevo en el rostro de la rubia, la cual soltó un enorme bostezo mientras avanzaba despacio. El comunicador comenzó a sonar de nuevo, pero esta vez colgó sin coger el caracol. Sacó su pinganillo del bolsillo y tras colocárselo en la oreja tocó un pequeño botón. Ella misma había llamado de nuevo a la persona que llamó. De aquella forma solo ella sabría las cosas, pues era una llamada algo especial.
- Si, sensei. Cuando termine la misión asignada iré para el cuartel.
En cuando el Vice-almirante Xemnas le dijo que estaba de acuerdo, colgó. Soltó un pequeño suspiro y después de aquello escuchó las palabras de aquellas personas. No le gustó mucho la idea de Alphonse y eso de que dijese que el asesino no se atreviese… Ella misma había visto a criminales atacar barcos marines en solitario. Cada vez sospechaba más de aquella persona. Encima dijo de usar a aquella persona de cebo. Métodos algo crueles y sin sentido alguno. Ignoró a aquella persona y miró entonces al otro hombre, el que Alphonse había nombrado como agente. Se rascó un poco la cabeza y después de unos momentos contestó con calma.
- Cuando lleguemos al barco yo me ocuparé de todo, pero nadie va a ser el cebo. Por desgracia, tan solo dejaría subir a personas del gobierno, marines, cazadores del gobierno y científicos del gobierno. En este caso al director por el peligro que corre, por lo que me temo que ustedes se quedaran en el muelle. – Dijo mirándole con una calma asombrosa.
Las reacciones de aquellas personas serían suficiente para que sacara sus conclusiones. De todas formas, algo le decía que no iban a llegar al puerto. Cerró los ojos despacio y llevó la mano derecha al mango de su katana plateada, la cual empezó a vibrar un poco debido a la energía que poseía. Entonces la joven sargento simplemente empezó a silbar de forma alegre y muy despacio.
- De todas formas, el camino es largo y de aquí a que lleguemos, ellos habrán acudido a nosotros, por lo que no os separéis.
Dijo entonces la joven ladeando una sonrisa. Ya había escuchado algunas hojas ser pisadas por los laterales. Ese tipo no actuaba solo por lo que se veía y algo le decía que podía haber un posible topo entre ellos. La rubia entonces sacó aquella hermosa espada de alta calidad. La hoja era plateada, pero no tardó en imbuirse en llamas de color blanco, las cuales ardían con intensidad y realizaban el sonido característico de la madera quemándose por el fuego en una hoguera. Una sonrisa dulce se formó en su rostro y entonces se frenó al mismo tiempo que miraba hacia uno de los lados.
- Ya podéis mostraros.
Dijo con un tono calmado. Esperaba que Alphonse no fuera el cómplice y de hecho, no le quitaría el ojo de encima. Si era parte de ellos era un poco tonto, y si no lo era, continuaba siendo tonto por hacer afirmaciones sospechosas y mostrar tanto interés en los asuntos de la marina. Un entrometido, vaya ciudadano cotilla. La chica soltó un suspiro mientras esperaba a que aquellos tipos salieran de su escondite.
- Si, sensei. Cuando termine la misión asignada iré para el cuartel.
En cuando el Vice-almirante Xemnas le dijo que estaba de acuerdo, colgó. Soltó un pequeño suspiro y después de aquello escuchó las palabras de aquellas personas. No le gustó mucho la idea de Alphonse y eso de que dijese que el asesino no se atreviese… Ella misma había visto a criminales atacar barcos marines en solitario. Cada vez sospechaba más de aquella persona. Encima dijo de usar a aquella persona de cebo. Métodos algo crueles y sin sentido alguno. Ignoró a aquella persona y miró entonces al otro hombre, el que Alphonse había nombrado como agente. Se rascó un poco la cabeza y después de unos momentos contestó con calma.
- Cuando lleguemos al barco yo me ocuparé de todo, pero nadie va a ser el cebo. Por desgracia, tan solo dejaría subir a personas del gobierno, marines, cazadores del gobierno y científicos del gobierno. En este caso al director por el peligro que corre, por lo que me temo que ustedes se quedaran en el muelle. – Dijo mirándole con una calma asombrosa.
Las reacciones de aquellas personas serían suficiente para que sacara sus conclusiones. De todas formas, algo le decía que no iban a llegar al puerto. Cerró los ojos despacio y llevó la mano derecha al mango de su katana plateada, la cual empezó a vibrar un poco debido a la energía que poseía. Entonces la joven sargento simplemente empezó a silbar de forma alegre y muy despacio.
- De todas formas, el camino es largo y de aquí a que lleguemos, ellos habrán acudido a nosotros, por lo que no os separéis.
Dijo entonces la joven ladeando una sonrisa. Ya había escuchado algunas hojas ser pisadas por los laterales. Ese tipo no actuaba solo por lo que se veía y algo le decía que podía haber un posible topo entre ellos. La rubia entonces sacó aquella hermosa espada de alta calidad. La hoja era plateada, pero no tardó en imbuirse en llamas de color blanco, las cuales ardían con intensidad y realizaban el sonido característico de la madera quemándose por el fuego en una hoguera. Una sonrisa dulce se formó en su rostro y entonces se frenó al mismo tiempo que miraba hacia uno de los lados.
- Ya podéis mostraros.
Dijo con un tono calmado. Esperaba que Alphonse no fuera el cómplice y de hecho, no le quitaría el ojo de encima. Si era parte de ellos era un poco tonto, y si no lo era, continuaba siendo tonto por hacer afirmaciones sospechosas y mostrar tanto interés en los asuntos de la marina. Un entrometido, vaya ciudadano cotilla. La chica soltó un suspiro mientras esperaba a que aquellos tipos salieran de su escondite.
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Agente Dretch, sonaba tan bien ¿Hacia dónde se dirige agente Dretch? ¿Dos cucharadas de azúcar agente Dretch? Es usted tan apuesto agente Dretch… Le sabia mal desvelar que tan solo era un humilde iniciado en la agencia. Hacía falta mucho más que un traje elegante, una bufanda de color y un boli caro para ser un verdadero agente de la Cipher Pol.
De pronto se dio cuenta de que se habían detenido. La sargento Hikaru permanecía alerta con una de sus katanas desenvainadas, imbuida de nuevo en una extraña aura.
- ¿Va todo bien? – inquirió el agente, aunque era más que evidente que no.
Dirigió su ojo sano hay el lugar donde miraba la muchacha e instintivamente se llevó la mano el interior de su gabardina.
Una única persona apareció ante la provocación de Hikaru. Un individuo de tez morena, de un metro ochenta de altura aproximadamente se acercaba lentamente hasta su posición. Su peinado, sí que a eso se le podía llamar peinado, estaba compuesto por no menos de una veintena de rastas que permanecían erectas sobre su cabeza, como si hubiera metido los dedos en un enchufe. A juzgar por su aspecto debía de tratarse de algún tipo de sacerdote ya que llevaba ropas propias de un estilo de vida monástico, combinadas con unas altas botas de montaña.
Sin embargo, el tipo definitivamente no era trigo limpio. Una enorme Kusarigama giraba lentamente en su mano derecha, produciendo un potente silbido cada vez que cortaba el aire al completar una vuelta.
El funcionario se acercó unos pasos más hacia él, quizá albergaba la esperanza de reconocer a aquel sujeto si reducía la distancia.
- WestWood se viene conmigo, tenemos asuntos privados que tratar – se limitó a responder, mientras que acompañaba cada silaba con un curioso aspaviento con su mano izquierda.
El agente trató de sacar de paseo de nuevo su revólver, pero para su sorpresa descubrió que sus músculos no respondían. No sabía explicar como lo había hecho, pero aquel sujeto mediante sus aspavientos y su kusarigama había conseguido paralizarlo.
- ¡No dejéis que os alcance con el aire de su arma! – advirtió el agente, esperando que no fuera demasiado tarde.
De pronto se dio cuenta de que se habían detenido. La sargento Hikaru permanecía alerta con una de sus katanas desenvainadas, imbuida de nuevo en una extraña aura.
- ¿Va todo bien? – inquirió el agente, aunque era más que evidente que no.
Dirigió su ojo sano hay el lugar donde miraba la muchacha e instintivamente se llevó la mano el interior de su gabardina.
Una única persona apareció ante la provocación de Hikaru. Un individuo de tez morena, de un metro ochenta de altura aproximadamente se acercaba lentamente hasta su posición. Su peinado, sí que a eso se le podía llamar peinado, estaba compuesto por no menos de una veintena de rastas que permanecían erectas sobre su cabeza, como si hubiera metido los dedos en un enchufe. A juzgar por su aspecto debía de tratarse de algún tipo de sacerdote ya que llevaba ropas propias de un estilo de vida monástico, combinadas con unas altas botas de montaña.
Sin embargo, el tipo definitivamente no era trigo limpio. Una enorme Kusarigama giraba lentamente en su mano derecha, produciendo un potente silbido cada vez que cortaba el aire al completar una vuelta.
El funcionario se acercó unos pasos más hacia él, quizá albergaba la esperanza de reconocer a aquel sujeto si reducía la distancia.
- WestWood se viene conmigo, tenemos asuntos privados que tratar – se limitó a responder, mientras que acompañaba cada silaba con un curioso aspaviento con su mano izquierda.
El agente trató de sacar de paseo de nuevo su revólver, pero para su sorpresa descubrió que sus músculos no respondían. No sabía explicar como lo había hecho, pero aquel sujeto mediante sus aspavientos y su kusarigama había conseguido paralizarlo.
- ¡No dejéis que os alcance con el aire de su arma! – advirtió el agente, esperando que no fuera demasiado tarde.
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La mala educación de la rubia no tenía límites: se limpiaba con la mano, bostezaba como un diplodocus… ¡y sin taparse la boca siquiera! Si no hubiera sido por su demostración de habilidad, yo mismo le hubiera reprochado para que se comportara. Que también estaba el hecho de que era una sargento y yo no quería verme involucrado en problemas. Pero deseaba fervientemente coger una regla e inculcarle la educación a base de golpes… como hicieron conmigo. No, no valía la pena.
Y sus siguientes palabras, siquiera dirigidas a mí pero aludiéndome directamente, me hicieron reconsiderar mi pacífica decisión. Será hija de puta. Lo único divertido de sus palabras fue que la muy retrasada no sabía que nuestro elegante compañero era un agente de la justicia. Me llevé una mano al sombrero, recolocándomelo.
-Sin problemas, la situación no me es nueva- diría, dando a entender, sin arriesgarme a que fuera la única interpretación posible, que La Marina no se preocupaba por los ciudadanos. También se podría entender, cosa en la que me excusaría si alguien preguntaba, que no sería la primera vez que estuviera en peligro. Aún sospechaba que las neuronas que le faltaban en verdad estaban escondidas como ninjas, esperando el momento justo para revelar su verdadera inteligencia… mas, poco a poco, esa esperanza iba desapareciendo.
El bosque era un lugar bastante bonito, cuya belleza se podía apreciar al paso. Los árboles daban una agradable sombra y silbaban con sus hojas susurros de calma y tranquilidad. ¿Cómo había podido entonces adelantarse aquella mujer al peligro con tanta exactitud?
El agente Dretch avanzó hacia el objetivo; yo decidí colocarme delante del director con gesto protector. Las palabras del esperpéntico villano, que tenía algo que me sonaba sin que pudiera llegar a determinar el qué, sugerían que era el único antagonista de la escena. ¿Sería una trampa? Miré hacia detrás para no encontrar más refuerzos, pero al volver la vista hacia delante la alarma del agente me sorprendió.
¿El aire de sus guadañas? ¿Se trataba aquella arma de un extraño incensario? No podía dejar al muchacho allí paralizado, expuesto a todo ataque; me había dado un boli que alguien normal no podría conseguir jamás. ¿Dónde quedaría mi honor como coleccionista si le dejaba allí?
Tomé aire antes de correr hacia el agente, agarrándole para llevármelo suave pero firmemente en brazos como una valiosa carga mientras aguantaba la respiración.
- Disculpe mi atrevimiento, agente- le dije al cogerlo y retroceder, mirándole a los ojos.
Quedé prendado de su bonito orbe. La luz de sus ojos, o más bien de su ojo, brillaba como una bonita y detallada joya. Una colección de ojos de cristal no estaría nada mal. ¿Sería muy atrevido preguntarle dónde había conseguido semejante prótesis? En la batalla no había tiempo de satisfacer mi hobby.
Volví a la retaguardia apartando la mirada del rostro del agente, sin soltarle del noble porteo hasta que me asegurara de que los efectos del viento hubieran pasado. Presentía que aquella marine tomaría con mucho gusto el papel de heroína que derrotaba al malo de turno.
¿Dónde había visto a ese tipo? Un pensamiento atravesó el laberinto de mi mente para darme un título y un nombre: “Actor secundario” Bob Merley. ¿De dónde había salido esa información?
Y sus siguientes palabras, siquiera dirigidas a mí pero aludiéndome directamente, me hicieron reconsiderar mi pacífica decisión. Será hija de puta. Lo único divertido de sus palabras fue que la muy retrasada no sabía que nuestro elegante compañero era un agente de la justicia. Me llevé una mano al sombrero, recolocándomelo.
-Sin problemas, la situación no me es nueva- diría, dando a entender, sin arriesgarme a que fuera la única interpretación posible, que La Marina no se preocupaba por los ciudadanos. También se podría entender, cosa en la que me excusaría si alguien preguntaba, que no sería la primera vez que estuviera en peligro. Aún sospechaba que las neuronas que le faltaban en verdad estaban escondidas como ninjas, esperando el momento justo para revelar su verdadera inteligencia… mas, poco a poco, esa esperanza iba desapareciendo.
El bosque era un lugar bastante bonito, cuya belleza se podía apreciar al paso. Los árboles daban una agradable sombra y silbaban con sus hojas susurros de calma y tranquilidad. ¿Cómo había podido entonces adelantarse aquella mujer al peligro con tanta exactitud?
El agente Dretch avanzó hacia el objetivo; yo decidí colocarme delante del director con gesto protector. Las palabras del esperpéntico villano, que tenía algo que me sonaba sin que pudiera llegar a determinar el qué, sugerían que era el único antagonista de la escena. ¿Sería una trampa? Miré hacia detrás para no encontrar más refuerzos, pero al volver la vista hacia delante la alarma del agente me sorprendió.
¿El aire de sus guadañas? ¿Se trataba aquella arma de un extraño incensario? No podía dejar al muchacho allí paralizado, expuesto a todo ataque; me había dado un boli que alguien normal no podría conseguir jamás. ¿Dónde quedaría mi honor como coleccionista si le dejaba allí?
Tomé aire antes de correr hacia el agente, agarrándole para llevármelo suave pero firmemente en brazos como una valiosa carga mientras aguantaba la respiración.
- Disculpe mi atrevimiento, agente- le dije al cogerlo y retroceder, mirándole a los ojos.
Quedé prendado de su bonito orbe. La luz de sus ojos, o más bien de su ojo, brillaba como una bonita y detallada joya. Una colección de ojos de cristal no estaría nada mal. ¿Sería muy atrevido preguntarle dónde había conseguido semejante prótesis? En la batalla no había tiempo de satisfacer mi hobby.
Volví a la retaguardia apartando la mirada del rostro del agente, sin soltarle del noble porteo hasta que me asegurara de que los efectos del viento hubieran pasado. Presentía que aquella marine tomaría con mucho gusto el papel de heroína que derrotaba al malo de turno.
¿Dónde había visto a ese tipo? Un pensamiento atravesó el laberinto de mi mente para darme un título y un nombre: “Actor secundario” Bob Merley. ¿De dónde había salido esa información?
- Off Nota frustrada:
- Mira que he intentado que fuera más gay por la coña, pero es que no me ha salido. A lo mejor es más cosa de percepción que de acción.
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Tal y como se lo esperaba la chica, una persona hizo acto de presencia. Ya tenían al culpable delante de sus ojos. Una sargento, un agente y un tonto que quería usar civiles de cebo, en otra ocasión le habría dado un guantazo a esa mala persona. No pudo evitar recordar aquello, la escena del pobre director atado a un palo o algo. Gente como él eran basura para la sociedad. De todas formas, ella se consideraba más lista y permanecería callada mientras estuviesen en aquella situación. El tipo que había aparecido no parecía la gran cosa, pero ella no tardó mucho en reconocerlo. Ladeó un poco la cabeza mientras lo miraba y después de unos momentos recordó de quien se trataba. No recordaba su nombre, pero sí la suculenta cantidad de treinta millones por su cabeza, una bonita medalla para ella si lograba atraparlo. Mostró entonces una sonrisa dulce y miró al criminal.
- Bueno, creo que debo arrestarte.
Mencionó de forma animada. No pudo evitar fijarse en lo que dicho el agente y por ello saltó hacia atrás alejándose de aquel viento. Una mirada seria se tornó en el rostro de la joven, la cual observó al capullo de Alphonse llevarse el cuerpo del otro chico. Ella entonces miró a aquella persona con calma y empezó a avanzar hacia él despacio. El viento de su arma era el problema, por lo que ya sabía lo que tenía que hacer.
- Art Of Fire: ¡Tornado Rojo!
Gritó la joven lanzándose de cabeza a por él a toda velocidad. Pudo ver al hombre cortar el aire y supuso que el viento se acercaba. Entonces la joven lanzó una potente patada al aire, una explosión surgió de su pie, provocando una onda expansiva que cambió la dirección del viento de aquel hombre. Realizó otra pequeña explosión en el pie contrario y se lanzó a por él, de una patada lo tiró al suelo con violencia y después saltó hasta quedar sobre la rama de un árbol. Hikaru mantenía aquella sonrisa amable en todo momento en su rostro. Era como si estuviese jugando tranquilamente con él.
- ¡Maldita niña! ¡Deja de sonreír como una tonta!
- ¡Me gusta ser feliz! – Le recriminó ella hinchando los mofletes desde aquel sitio. A continuación, la chica soltó un bostezo y saltó al suelo.
La joven se lanzó de nuevo a por él realizando explosiones en las plantas de sus pies. Cuando estuvo cerca impactó su espada de fuego contra el arma de su oponente, mientras que con la fría cortaba parte de su torso haciéndole soltar un quejido de dolor. La rubia entonces anuló el efecto de sus explosiones y quedó al lado del director, vigilando más ángulos por si acaso y sonriendo de forma calmada.
- Yo misma me llevaré a este hombre al calabozo, chicos.
Mencionó esperando a ver si el agente se encontraba bien. La sangre salía por el pecho de aquel tipo, el cual parecía estar bastante dañado por aquel ataque. De todas formas, ella no pensaba matarlo. Tan solo lo dejaría inconsciente y después lo llevaría al barco. Matar era algo repugnante para la gente sin moral e inútil, tal como pensaba de Alphonse. Seguramente, ese hombre tuvo que ser una víbora en otra época. La idea del cebo continuaba molestándola, maldito payaso. Dejó de pensar en aquella persona y continuó mirando a su objetivo, el cual parecía mosqueado.
- Bueno, creo que debo arrestarte.
Mencionó de forma animada. No pudo evitar fijarse en lo que dicho el agente y por ello saltó hacia atrás alejándose de aquel viento. Una mirada seria se tornó en el rostro de la joven, la cual observó al capullo de Alphonse llevarse el cuerpo del otro chico. Ella entonces miró a aquella persona con calma y empezó a avanzar hacia él despacio. El viento de su arma era el problema, por lo que ya sabía lo que tenía que hacer.
- Art Of Fire: ¡Tornado Rojo!
Gritó la joven lanzándose de cabeza a por él a toda velocidad. Pudo ver al hombre cortar el aire y supuso que el viento se acercaba. Entonces la joven lanzó una potente patada al aire, una explosión surgió de su pie, provocando una onda expansiva que cambió la dirección del viento de aquel hombre. Realizó otra pequeña explosión en el pie contrario y se lanzó a por él, de una patada lo tiró al suelo con violencia y después saltó hasta quedar sobre la rama de un árbol. Hikaru mantenía aquella sonrisa amable en todo momento en su rostro. Era como si estuviese jugando tranquilamente con él.
- ¡Maldita niña! ¡Deja de sonreír como una tonta!
- ¡Me gusta ser feliz! – Le recriminó ella hinchando los mofletes desde aquel sitio. A continuación, la chica soltó un bostezo y saltó al suelo.
La joven se lanzó de nuevo a por él realizando explosiones en las plantas de sus pies. Cuando estuvo cerca impactó su espada de fuego contra el arma de su oponente, mientras que con la fría cortaba parte de su torso haciéndole soltar un quejido de dolor. La rubia entonces anuló el efecto de sus explosiones y quedó al lado del director, vigilando más ángulos por si acaso y sonriendo de forma calmada.
- Yo misma me llevaré a este hombre al calabozo, chicos.
Mencionó esperando a ver si el agente se encontraba bien. La sangre salía por el pecho de aquel tipo, el cual parecía estar bastante dañado por aquel ataque. De todas formas, ella no pensaba matarlo. Tan solo lo dejaría inconsciente y después lo llevaría al barco. Matar era algo repugnante para la gente sin moral e inútil, tal como pensaba de Alphonse. Seguramente, ese hombre tuvo que ser una víbora en otra época. La idea del cebo continuaba molestándola, maldito payaso. Dejó de pensar en aquella persona y continuó mirando a su objetivo, el cual parecía mosqueado.
Dretch
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El agente cerró el ojo y dejó que la situación siguiera su curso, poco le importaba lo que aquel tipo pudiera hacerle. Estaba en apuros, sí. Pero en muy buena compañía y muy mal tendría que darse la cosa para acabar herido. Al fin y al cabo, criminal o actor, el agente tenía la corazonada de aquel sujeto no era rival para las katanas de la sargento.
Pudo sentir como unas delicadas manos cargaban con él y le alejaban de aquel criminal. Desde aquella distancia podía oler su perfume, no parecía un perfume muy femenino, aunque dada su profesión podía llegar a entender los motivos de la rubia.
Una voz llegó a sus oídos, una voz masculina que nada tenía que ver con la agradable voz de Hikaru.
“¿Agente Dretch?”
Abrió el ojo como un plato para descubrir que, efectivamente, era Alphonse quien lo había rescatado del ataque del criminal. Parecía ensimismado, casi hipnotizado, mirando su ojo de cristal. El funcionario, instintivamente, se bajó el parpado con un torpe movimiento para ocultar su prótesis.
- Gracias – agradeció honestamente.
La parálisis, aunque algo más leve seguía afectando a su cuerpo. Pero se obligó moverse entre terribles calambres para poder zafarse de la vergonzosa situación en la que se encontraba.
- Aunque se suponía que sería ella quien me rescataría - dijo decepcionado en un murmullo apenas audible.
Una vez en el suelo podía observar mejor la situación y sobre todo con algo más de dignidad. Por supuesto que podía intervenir en el enfrentamiento, pero conocía demasiado bien el código y en aquel estado tan solo sería un estorbo. Pese a que había sospechado que la espadachina tenía ventaja, jamás habría creído que la diferencia entre ambos era tan amplia. Mientras el continuaba luchando contra la dichosa parálisis ella jugaba con aquel tipo sin ningún tipo de seriedad ¿Qué no sería capaz de hacer si se concentraba?
- ¡Buen trabajo! – animó levantando trabajosamente el pulgar cuando Hikaru realizó su ultimo envite - ¿Pero ¿qué hacemos con este? – señaló con la barbilla al director.
El pequeño hombrecillo permanecía aferrado a una minúscula cámara digital como si la vida dependiera de ello. Al parecer había grabado todo el enfrentamiento y estaba pletórico con el resultado.
- ¡Repitamos la escena! pero ahora desde otro ángulo – exclamó fuera de sí – No he podido captar bien la cara de Alphonse desde aquí ¿A qué esperáis? ¡No tenemos todo el día!
“La petaca, mira que lo sabía…”
Pudo sentir como unas delicadas manos cargaban con él y le alejaban de aquel criminal. Desde aquella distancia podía oler su perfume, no parecía un perfume muy femenino, aunque dada su profesión podía llegar a entender los motivos de la rubia.
Una voz llegó a sus oídos, una voz masculina que nada tenía que ver con la agradable voz de Hikaru.
“¿Agente Dretch?”
Abrió el ojo como un plato para descubrir que, efectivamente, era Alphonse quien lo había rescatado del ataque del criminal. Parecía ensimismado, casi hipnotizado, mirando su ojo de cristal. El funcionario, instintivamente, se bajó el parpado con un torpe movimiento para ocultar su prótesis.
- Gracias – agradeció honestamente.
La parálisis, aunque algo más leve seguía afectando a su cuerpo. Pero se obligó moverse entre terribles calambres para poder zafarse de la vergonzosa situación en la que se encontraba.
- Aunque se suponía que sería ella quien me rescataría - dijo decepcionado en un murmullo apenas audible.
Una vez en el suelo podía observar mejor la situación y sobre todo con algo más de dignidad. Por supuesto que podía intervenir en el enfrentamiento, pero conocía demasiado bien el código y en aquel estado tan solo sería un estorbo. Pese a que había sospechado que la espadachina tenía ventaja, jamás habría creído que la diferencia entre ambos era tan amplia. Mientras el continuaba luchando contra la dichosa parálisis ella jugaba con aquel tipo sin ningún tipo de seriedad ¿Qué no sería capaz de hacer si se concentraba?
- ¡Buen trabajo! – animó levantando trabajosamente el pulgar cuando Hikaru realizó su ultimo envite - ¿Pero ¿qué hacemos con este? – señaló con la barbilla al director.
El pequeño hombrecillo permanecía aferrado a una minúscula cámara digital como si la vida dependiera de ello. Al parecer había grabado todo el enfrentamiento y estaba pletórico con el resultado.
- ¡Repitamos la escena! pero ahora desde otro ángulo – exclamó fuera de sí – No he podido captar bien la cara de Alphonse desde aquí ¿A qué esperáis? ¡No tenemos todo el día!
“La petaca, mira que lo sabía…”
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El agente me dio las gracias y se llevó torpemente la mano al ojo, queriendo taparse vergonzosamente su discapacidad antes de sacudirse como un pez para zafarse. Le ayudé a hacerlo dejándolo de pie con cuidado. Me pareció una tontería que quisiera ocultar la valiosa pieza de la vista, pero uno siempre intenta ocultar sus debilidades al mundo.
A la mayoría de personas le hubiera encantado ver a una belleza como Hikaru pelear con tanta soltura, con tanto garbo e ímpetu; a mí me parecía una auténtica falta de respeto al adversario. ¿Qué hacía burlándose de él como si fuera una niña? Aquella mujer no tenía ningún respeto por el combate, decidía jugar con su presa como un gato que atormentaba al pobre ratón. ¿Disfrutaba con su sufrimiento? No es que no compartiera esa idea, no del todo… pero no me parecía una forma adecuada de tratar al enemigo.
Si aguanta hasta allí, pensé tras al comentario de Hikaru. La herida de aquel hombre palpitaba como una fuente.
Por si fuera poco, el director había estado grabando la escena como si el peligro hubiera estado orquestado. Aquel hombre, que seguramente empezaba a verse afectado por el tierno abrazo de la absenta, se negaba a aceptar la crudeza de la situación en la que se encontraba.
-Lamento que tendrá que contentarse con las maravillas de la edición, señor WestWood- mencioné autoritario-. La prioridad sigue siendo llegar al barco de la Sargento Hikaru y atender las heridas de Bob Meyler, también conocido como "Actor Secundario Bob". Necesitaremos interrogarle para sacar algo en claro de todo esto.
Intenté reanudar la marcha procurando recordar porqué sabía el nombre de aquel extraño. ¿Lo había oído? ¿Lo había leído? ¿Ambas? Me esforzaba por intentar encontrar la memoria perdida entre las páginas de guión, los ensayos y las cansadas horas en la búsqueda de las notas apropiadas para cada escena. Era un esfuerzo que parecía inútil, como buscar un calcetín perdido o una pluma que se había deslizado fuera del escritorio.
A la mayoría de personas le hubiera encantado ver a una belleza como Hikaru pelear con tanta soltura, con tanto garbo e ímpetu; a mí me parecía una auténtica falta de respeto al adversario. ¿Qué hacía burlándose de él como si fuera una niña? Aquella mujer no tenía ningún respeto por el combate, decidía jugar con su presa como un gato que atormentaba al pobre ratón. ¿Disfrutaba con su sufrimiento? No es que no compartiera esa idea, no del todo… pero no me parecía una forma adecuada de tratar al enemigo.
Si aguanta hasta allí, pensé tras al comentario de Hikaru. La herida de aquel hombre palpitaba como una fuente.
Por si fuera poco, el director había estado grabando la escena como si el peligro hubiera estado orquestado. Aquel hombre, que seguramente empezaba a verse afectado por el tierno abrazo de la absenta, se negaba a aceptar la crudeza de la situación en la que se encontraba.
-Lamento que tendrá que contentarse con las maravillas de la edición, señor WestWood- mencioné autoritario-. La prioridad sigue siendo llegar al barco de la Sargento Hikaru y atender las heridas de Bob Meyler, también conocido como "Actor Secundario Bob". Necesitaremos interrogarle para sacar algo en claro de todo esto.
Intenté reanudar la marcha procurando recordar porqué sabía el nombre de aquel extraño. ¿Lo había oído? ¿Lo había leído? ¿Ambas? Me esforzaba por intentar encontrar la memoria perdida entre las páginas de guión, los ensayos y las cansadas horas en la búsqueda de las notas apropiadas para cada escena. Era un esfuerzo que parecía inútil, como buscar un calcetín perdido o una pluma que se había deslizado fuera del escritorio.
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Los ojos de la gata dorada continuaban clavados en aquel tipo que ahora poseía una herida en el pecho. Su corte había sido fuerte, pero tampoco exagerado. Pudo ver el levantamiento de pulgar del agente y ella no tardó en levantar el suyo y dedicarle una sonrisa dulce. Agradecía el apoyo que le estaba dando aquella persona en todo momento. Estaba claro que no iba a perder el contacto con él, lo empezaba a ver como un posible amigo. Lo que hicieran con el director mientras ella luchaba era cosa de ellos, pero más les valía no hacerle daño de ninguna forma o debería hacer cosas. La joven no tardó mucho en ofrecer a aquella persona rendirse, pero ese tipo empezó a lanzar ondas cortantes contra ella. Hikaru corrió hacia él usando sus espadas para repeler aquellos ataques de energía de la mejor forma posible.
Cuando estuvo cerca de aquel tipo por fin, saltó para atacarle, pero entonces la mano derecha de aquel hombre la tomó del cuello de forma violenta y la pegó contra el suelo. Ella soltó un quejido de dolor y una de sus katanas cayó lejos. El otro gruñó algo de dolor sin saber muy bien la razón, había recibido daño por la fruta de ella. Aquel hombre entonces alzó su arma y miró a la joven de forma siniestra.
- Aquí termina tu vida…
La hoja de aquel hombre bajó a toda velocidad hacia la cabeza de ella, mientras con su otra mano apretaba la mano de ella. Hikaru entonces colocó su pierna sobre el estómago de su oponente y lo alzó con fuerza, entonces se levantó y con su espada azulada le metió un poderoso golpe en el rostro con la parte ancha del arma. La nariz de aquel tipo y debido a la mala leche que tuvo en ese momento, el pobre hombre quedó en el suelo con dos dientes rotos y los ojos en blanco, lanzando su arma hacia ella antes de quedar inconsciente. Hikaru entonces lanzó un tajo con fuerza partiendo el arma de aquel tipo en dos, pero el filo alcanzó su mejilla. La sangre empezó a salir de la cara de ella, cosa que la hizo asustarse un poco. Tragó saliva estando ensangrentada y notó cómo su ropa también se manchaba. Era una herida pequeña, pero esas eran las más exageradas a la hora de sangrar.
- A ver como llevo esto…
Dijo viendo que Alphonse reanudaba la marcha. Ella cogió al tipo como pudo y lo colocó sobre sus hombros. El peso era considerable y apenas podía tirar de él, pero no le importó mucho. Algo herida y con el criminal a su espalda, empezó a seguirlos con una sonrisa dulce en su rostro y algo de dificultad. Cayó entonces al suelo debido al peso y soltó un pequeño suspiro. Empezó a cogerlo de nuevo como podía.
Cuando estuvo cerca de aquel tipo por fin, saltó para atacarle, pero entonces la mano derecha de aquel hombre la tomó del cuello de forma violenta y la pegó contra el suelo. Ella soltó un quejido de dolor y una de sus katanas cayó lejos. El otro gruñó algo de dolor sin saber muy bien la razón, había recibido daño por la fruta de ella. Aquel hombre entonces alzó su arma y miró a la joven de forma siniestra.
- Aquí termina tu vida…
La hoja de aquel hombre bajó a toda velocidad hacia la cabeza de ella, mientras con su otra mano apretaba la mano de ella. Hikaru entonces colocó su pierna sobre el estómago de su oponente y lo alzó con fuerza, entonces se levantó y con su espada azulada le metió un poderoso golpe en el rostro con la parte ancha del arma. La nariz de aquel tipo y debido a la mala leche que tuvo en ese momento, el pobre hombre quedó en el suelo con dos dientes rotos y los ojos en blanco, lanzando su arma hacia ella antes de quedar inconsciente. Hikaru entonces lanzó un tajo con fuerza partiendo el arma de aquel tipo en dos, pero el filo alcanzó su mejilla. La sangre empezó a salir de la cara de ella, cosa que la hizo asustarse un poco. Tragó saliva estando ensangrentada y notó cómo su ropa también se manchaba. Era una herida pequeña, pero esas eran las más exageradas a la hora de sangrar.
- A ver como llevo esto…
Dijo viendo que Alphonse reanudaba la marcha. Ella cogió al tipo como pudo y lo colocó sobre sus hombros. El peso era considerable y apenas podía tirar de él, pero no le importó mucho. Algo herida y con el criminal a su espalda, empezó a seguirlos con una sonrisa dulce en su rostro y algo de dificultad. Cayó entonces al suelo debido al peso y soltó un pequeño suspiro. Empezó a cogerlo de nuevo como podía.
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Alphonse comenzó a caminar perdido en sus propios pensamientos junto al ebrio cineasta, el cual no paraba de tomar planos de su rostro en espera de otra secuencia espectacular. Comenzaba a sospechar que la fama de aquel tipo no se debía precisamente a su profesionalidad.
Despegó su pupila del camino para llevarla hacia atrás.
La marine se afanaba trabajosamente en tratar de cargar con el peso muerto de aquel individuo, aunque estaba bastante lejos de resultarle una tarea sencilla. Era evidente que necesitaba ayuda, pero también sabía que no la solicitaría.
Instintivamente trató de acercarse a ayudar, fue entonces cuando se percató de su pulso. Su mano temblaba descontroladamente, no por nervios, sino por la propia parálisis. Era vergonzoso que hasta un civil hubiera sido más útil que él.
“Lamentable” – pensó al ser verdaderamente consciente de su aportación.
Puede que tan solo pareciese un mindundi con uniforme, pero su metabolismo no funcionaba del mismo modo que un humano convencional. Años de dietas y entrenamientos sobrehumanos habían obrado en él un dominio sobre su cuerpo y su mente que, en principio, debería estar por encima de cualquier parálisis.
Volvió a cerrar su ojo sano, contó lentamente hasta diez y cuando lo abrió caminó hacia la joven sin mostrar rastro alguno de parálisis.
- Ya te dije que podría ser útil, deja que sea yo quien se encargue de este. No pretendo quitarte merito, solo soy un humilde servidor que viene a ayudar a una dama en apuros - dijo lleno de confianza.
Durante unos segundos permaneció observando aquel hombretón.
Aquel tipo era bastante más grande que él, puede que su intención fuese apropiada, pero dudaba de sus capacidades. El agente no destacaba precisamente por su fuerza física, sin embargo, ya era demasiado tarde para retractarse. Lo levantó agarrándolo por la cintura y dejó que se desplomara sobre él, desmayado. Cuando trató de cargarlo sobre sus hombros realizó una mueca de dolor por el esfuerzo. Sin embargo, no hubo esfuerzo de ningún tipo, aquel tipo pesaba como un pequeño gatito. Aquello no tenía mucho sentido, o Hikaru se había vuelto repentinamente muy débil o el muy fuerte.
Se encogió de hombros con indiferencia.
- ¿Queda muy lejos tu barco? Igual vas a necesitar algunos puntos en esa herida – preguntó al ver la sangre de su ropa.
Despegó su pupila del camino para llevarla hacia atrás.
La marine se afanaba trabajosamente en tratar de cargar con el peso muerto de aquel individuo, aunque estaba bastante lejos de resultarle una tarea sencilla. Era evidente que necesitaba ayuda, pero también sabía que no la solicitaría.
Instintivamente trató de acercarse a ayudar, fue entonces cuando se percató de su pulso. Su mano temblaba descontroladamente, no por nervios, sino por la propia parálisis. Era vergonzoso que hasta un civil hubiera sido más útil que él.
“Lamentable” – pensó al ser verdaderamente consciente de su aportación.
Puede que tan solo pareciese un mindundi con uniforme, pero su metabolismo no funcionaba del mismo modo que un humano convencional. Años de dietas y entrenamientos sobrehumanos habían obrado en él un dominio sobre su cuerpo y su mente que, en principio, debería estar por encima de cualquier parálisis.
Volvió a cerrar su ojo sano, contó lentamente hasta diez y cuando lo abrió caminó hacia la joven sin mostrar rastro alguno de parálisis.
- Ya te dije que podría ser útil, deja que sea yo quien se encargue de este. No pretendo quitarte merito, solo soy un humilde servidor que viene a ayudar a una dama en apuros - dijo lleno de confianza.
Durante unos segundos permaneció observando aquel hombretón.
Aquel tipo era bastante más grande que él, puede que su intención fuese apropiada, pero dudaba de sus capacidades. El agente no destacaba precisamente por su fuerza física, sin embargo, ya era demasiado tarde para retractarse. Lo levantó agarrándolo por la cintura y dejó que se desplomara sobre él, desmayado. Cuando trató de cargarlo sobre sus hombros realizó una mueca de dolor por el esfuerzo. Sin embargo, no hubo esfuerzo de ningún tipo, aquel tipo pesaba como un pequeño gatito. Aquello no tenía mucho sentido, o Hikaru se había vuelto repentinamente muy débil o el muy fuerte.
Se encogió de hombros con indiferencia.
- ¿Queda muy lejos tu barco? Igual vas a necesitar algunos puntos en esa herida – preguntó al ver la sangre de su ropa.
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Las ramas caían víctimas de las ondas de aquel personaje de segunda que se negaba a rendirse. ¿Acaso no era consciente de la abismal diferencia entre él y la rubia? Pero, como si se tratara de un vulgar cliché, el tipo no se rendía sin decir por qué hacía lo que hacía, sin que hubiera una lucha detrás de su ímpetu que le diera el cariño del público. Me parecía patético.
Seguí mirando la escena pensando si debía tomar parte, si debía llevar aquel cuerpo sangrante sacrificando mi pulcritud por la de Dretch. Ya le había salvado la vida, y no parecía que siguiera con su parálisis tras un pequeño susto… así que… no. No hacía falta que me manchara.
-¡Vamos, tan sólo necesito un plano!- decía el director azuzando la cámara a mi lado-. Luego lo montamos en edición como tú has dicho y ya está. “Disculpe mi atrevimiento, agente”- me imitó con un tono más grave que el que había realizado, más cuidadoso y seductor-. Pero venga hombre… que el sonido en el bosque no es bueno y tengo que hacerlo de cerca.
-Señor Westwood- dije sintiendo que los dientes no se separaban del todo-, ya habrá momento de eso. Entiendo que sienta pasión por el cine, pero esa escena… jamás… verá la luz del sol. ¿Capisce?- le dije mirándole a los ojos, acallando el alcohol de sus venas para sustituirlo con temor. Fracasé estrepitosamente.
-¿Cómo que no? Si ha quedado genial. Ya lo estoy viendo: Actor del elenco de Westwood salva a un agente. La publicidad será genial, tendremos la bienvenida en cada teatro y cine de las islas del gobierno… ¡Si, señor!- fantaseaba en voz alta.
Pasé de explicarle la problemática que tendría el revelar a aquel muchacho en una cinta, para algo el CP era una mezcla de leyenda y realidad. Me llevé la mano a la sien y masajeé con el índice y el pulgar mi ceja. Ansiaba tener una conversación normal con gente normal, un sitio en el que descansar, una película que estuviera ya terminada y acordarme de dónde había escuchado aquel maldito nombre.
Dediqué una mirada a la extraña pareja y continué la senda mientras dejaba que aquel macaco borracho grabara las tomas que creía necesarias. Se hizo la paz cuando decidió acosar al resto del elenco para realizar sus entrevistas.
-Exacto, ¿queda mucho? No habrá nadie a quien interrogar ni quien interrogue si siguen esas hemorragias- apremié, colocando las manos en mi cintura. Estaba ligeramente molesto porque aquel director había dejado de acosarme a mí, la verdad… Era una sensación extraña. Noté los revólveres que no había devuelto a la sala de atrezzo con las prisas. Decidí cruzarme de brazos para no alertar de lo próxima que estaban mis manos a las fundas.
El primero en ser atacado por la insistencia del cineasta fue Dretch.
Seguí mirando la escena pensando si debía tomar parte, si debía llevar aquel cuerpo sangrante sacrificando mi pulcritud por la de Dretch. Ya le había salvado la vida, y no parecía que siguiera con su parálisis tras un pequeño susto… así que… no. No hacía falta que me manchara.
-¡Vamos, tan sólo necesito un plano!- decía el director azuzando la cámara a mi lado-. Luego lo montamos en edición como tú has dicho y ya está. “Disculpe mi atrevimiento, agente”- me imitó con un tono más grave que el que había realizado, más cuidadoso y seductor-. Pero venga hombre… que el sonido en el bosque no es bueno y tengo que hacerlo de cerca.
-Señor Westwood- dije sintiendo que los dientes no se separaban del todo-, ya habrá momento de eso. Entiendo que sienta pasión por el cine, pero esa escena… jamás… verá la luz del sol. ¿Capisce?- le dije mirándole a los ojos, acallando el alcohol de sus venas para sustituirlo con temor. Fracasé estrepitosamente.
-¿Cómo que no? Si ha quedado genial. Ya lo estoy viendo: Actor del elenco de Westwood salva a un agente. La publicidad será genial, tendremos la bienvenida en cada teatro y cine de las islas del gobierno… ¡Si, señor!- fantaseaba en voz alta.
Pasé de explicarle la problemática que tendría el revelar a aquel muchacho en una cinta, para algo el CP era una mezcla de leyenda y realidad. Me llevé la mano a la sien y masajeé con el índice y el pulgar mi ceja. Ansiaba tener una conversación normal con gente normal, un sitio en el que descansar, una película que estuviera ya terminada y acordarme de dónde había escuchado aquel maldito nombre.
Dediqué una mirada a la extraña pareja y continué la senda mientras dejaba que aquel macaco borracho grabara las tomas que creía necesarias. Se hizo la paz cuando decidió acosar al resto del elenco para realizar sus entrevistas.
-Exacto, ¿queda mucho? No habrá nadie a quien interrogar ni quien interrogue si siguen esas hemorragias- apremié, colocando las manos en mi cintura. Estaba ligeramente molesto porque aquel director había dejado de acosarme a mí, la verdad… Era una sensación extraña. Noté los revólveres que no había devuelto a la sala de atrezzo con las prisas. Decidí cruzarme de brazos para no alertar de lo próxima que estaban mis manos a las fundas.
El primero en ser atacado por la insistencia del cineasta fue Dretch.
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fuerza
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Akuma no mi
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