[Privado - Genji S., Ker'Shar & Éinkil] Dos náufragos, un humano con complejo de gallina, una banda de delincuentes y tres agentes de paisano. Disturbios en el nuevo Baratie.

Era una mañana como otra cualquiera en el mar del este. El viento azotaba las velas de una pequeña corbeta de vela que llevaba a Genji, un joven revolucionario hacia un destino incierto. Pues, tras pasar varias peripecias dentro del ejército revolucionario, el joven espadachín decidió ir por su cuenta, ya que los ideales jerárquicos que empezaba a tener la revolución no iban con su ideal de justicia y libertad. Así que, sin tener idea de navegación, tomo prestado un barco y se echó a la mar.

Durante un par de días deambulo por el mar sin rumbo fijo, sin saber hacia dónde ir. Al lado del timón, que era una palanca que se movía hacia adelante y hacia los lados, había una pequeña brújula que no se movía. Así que, simplemente, intentó que el barco fuera hacia ese punto. Al final, llegó a una gran embarcación en mitad del mar, en cuyo letrero ponía “nuevo baratie”. Al bajar del barco, besó el suelo ante la vista de todos. Tras eso, un camarero se acercó a él.

—¿Desea algo? –le preguntó un muchacho de cabellos rojizos, peinado hacia atrás.  Iba vestido con un pantalón de pinza negro, una camisa blanca remangada y unos zapatos de charol.

—¡Agua! –exclamó Genji.

El camarero le llevó a la parte posterior de aquella embarcación, que más bien parecía un restaurante. Allí había otro muchacho, más o menos de su edad, con una larga melena negra y ojos oscuros.

—Aquí tenéis todo el agua y la comida que queráis, pero no forméis mucho jaleo.

Entonces, el camarero se fue.

Genji miró al muchacho, que a su vez parecía no estar muy interesado en el revolucionario.

—Yo soy Genji, un placer –le tendió la mano para saludarlo.

La parte trasera de aquella embarcación era poco transitada, tan solo pasaba, de cuando en cuando, algún que otro camarero; era algo así como su zona de descanso, aunque parecía un pequeño almacén. Estaba muy bien abastecido de provisiones. Las alacenas estaban repletas de botes de cristal de gran tamaño con pescado en conserva –adobo, aceite, en salmuera-, y unos cuantos otros de pimientos asados en aceite y fruta en almíbar. Al lado, dos grandes barriles repletos de manzanas rojas como la sangre. Además de todo eso, también había un botellero de grandes dimensiones, que desprendía un frío agradable, repleto de botellas de vino y algunas de agua.

La sugerencia del sujeto que se hacía llamar Kes’har del vino hizo que el joven revolucionario dejara de lado el frasco de agua y se aproximara al botellero. Leyó los cartelitos de cada botella hasta que encontró una de pajarete, el mejor vino dulce que existía, al menos para él. Abrió la botella con un descorchador que estaba allí, sobre el botellero y se la ofreció a su nuevo amigo.

-Bebe, está rico –dijo, sentándose a su lado-. Y como respuesta a tu pregunta… te aconsejo que no te embargues solo si no tienes nociones de navegación, no es un viaje agradable –dijo con un ligero tono irónico -¿Y tú? ¿Qué haces por aquí? –le preguntó, cogiendo de nuevo la botella y dando un sorbo pequeño que saboreo con gusto.

“Néctar de los dioses” –pensó.

Fue entonces, cuando una mujer chilló en el salón principal, escuchándose en todo el barco. El silencio pareció invadir todo el navío y una serie de disparos se escucharon a continuación. El joven espadachín, guiado por su curiosidad, asomó la cabeza y observo como seis hombres de gran envergadura tenían acorralados a un joven de cabellos rojizos, en cuya mano tenía un pequeño cuchillo que goteaba sangre.

Las personas de su alrededor se había levantado, aunque otras seguía comiendo como si no pasara nada. Por su parte, Genji se acercó a la acción, con una mano apoyada en el mango de su katana, mientras la otra la tenía tras su espalda.

-¿Nunca os han dicho que no es justo un seis contra uno? –preguntó Genji, poniéndose de cuclillas al lado del cuerpo del difunto pirata.– ¿Por este sujeto estáis formando tanto revuelo? –con su dedo índice le tocó en el ojo un par de veces-. Definitivamente, está muerto.

El pendenciero grupo que había rodeado al muchacho de cabellos rojizos no tardó en mirar mal al joven Genji, que lo único que deseaba era parar aquella absurda contienda. Sí que el pelirrojo había matado a su amigo, pero alguna razón tendría. Pues la gente no mata así porque sí, a no ser que fuera un pirata o algún perro del gobierno, pero descartaba lo segundo y no le resultaría extraño que fuera lo primero. No obstante, antes de hacer nada, Ker’shar apareció en escena y se puso tras los maleantes. Ante eso, el más valeroso de ellos y también el de más envegadura, un mostrenco de grandes dimensiones, el cual necesitaría una silla especial para poder descansar su enorme trasero, atacó al espadachín con su brazo izquierdo.

El joven de cabellos castaños sonrió y desenfundó su katana, colocándola en su cuello.

—¿Estás seguro de esto? –preguntó con un tono de voz serena y calmada, cambiando su afable sonrisa por un semblante serio y de mirada penetrante-. Una vez empiece no habrá vuelta atrás.

El hombre con un ligero trastorno de gigantismo golpeó la katana de Genji, el cual dejó caer su katana y la agarró con su diestra y se la clavó en el pecho. Simultáneamente, los otros dos atacaron al resto de maleantes. Aquello se volvió una pequeña batalla campal entre tres desconocidos que ni se conocían y un grupo de camorristas, que fueron cayendo uno por uno. Al acabar con ellos, el pelirrojo nos dio las gracias.

—De nada-dijo Genji, enfundando su katana-. Yo soy Genji, un placer –le tendió la mano.

Mientras nos presentábamos, un hombre de cabello platino salía de la cocina y nos miraba con furia.

—¿Qué demonios habéis hecho en mi restaurante? –preguntó.

Hasta ese momento el aprendiz de revolucionario no se había fijado en los destrozos del lugar. Habían destrozado dos mesas, roto botellas de licor muy caras y manchado el suelo de sangre. El hombre les miraba con fiereza y de él emanó algo parecido a un aura intimidante que hizo temblar el suelo.

—Cálmese, jefe –dijo uno de los camareros, poniendo la mano sobre el hombre-. La pelea la empezaron los otros.

—Pero ellos la han terminado –dijo con tono firme-. Así que quiero que arreglen todo esto o serán pasto de los reyes marinos.

Y entonces a regañadientes, quizás porque era su obligación, o tal vez por miedo, se pusieron a arreglar los destrozos. Tuvo que hacer trabajos de carpintería, limpiar con lejía y amoniaco la sangre del suelo y llevar los cuerpos de los delincuentes a la parte de atrás, maniatados y con un trapo metido en la boca.

—Ya está, señor –le dijo Genji al hombre de cabellos platinos.

—Llamadme Pat. D. Palo –dijo el hombre, que estaba descansando tras la barra.