Leiren Evans
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A día de hoy sigo sin tener del todo claro el cómo o el por qué las cosas acabaron siendo como están. Y es que sigo sin comprender del todo cómo he acabado levantándome diariamente a las cinco -aunque hace menos de una semana era a las siete- para un entrenamiento que hace quedar en ridículo al espartano en una de las brigadas de la marina más, según la mayoría, indisciplinada de todas. No lo sé, pero aunque lo hiciera tampoco importaba demasiado: ni aunque quisiera me iban a dejar irme de allí, y mucho menos Arthur.
Arthur-sensei dijo una vocecita en mi cabeza la cual, si hubiera tenido cuerpo, estaría temblando de miedo. No es que fuera un maestro estricto... Era algo mucho peor. Pero si aguantaba aquello, ¿qué no iba a poder aguantar en la vida? O al menos ese pensamiento era lo único que me ayudaba a levantarme día tras día aun sabiendo que, seguramente, iba a acabar con un par de huesos rotos.
Por suerte aquella semana era una bendición: Arthur-sensei se había ido de misión. Seguía teniendo que entrenar diariamente y asistir a las reuniones, pero ni aunque tuviera que correr las veinticuatro horas del día alrededor del cuartel me cansaría tanto como entrenando con mi nuevo maestro; ni, tampoco, correría tanto peligro. Así que aprovechando que había completado mi rutina diaria mucho antes que el resto de reclutas aproveché para ir a hacer mi ruta diaria; tengo que patrullar dos horas diarias y cuanto antes las cumpla antes tendré el día libre.
Había mejorado mucho en apenas, ¿una, dos semanas quizá? La mayoría de reclutas ya eran incapaces de hacer un uno para uno contra mí por la rapidez con la que los derrotaba y todo gracias al entrenamiento Arthuriano. Siempre que pensaba en él o en sus métodos de entrenamiento un escalofrío me recorría el cuerpo de arriba a abajo y, como siempre, intentaba pensar en cualquier otra cosa lo antes posible. Y esa cosa, hoy, era el conjunto que había escogido para la ronda: en vez de mi típico vestuario había decidido -al fin- usar los colores de la marina, el blanco y el azul. Los pantalones cortos con la camisa blanca me daban aspecto de niño pequeño, más si cabe, y la pañoleta al cuello me hacía parecer un maldito niño scout vendiendo galletas para la recaudación mensual.
Pero tampoco podía hacer mucho más, tarde o temprano cuando me asignaran misiones reglamentarias iba a tener que usarlo, así que cuanto antes me acostumbrara mejor iba a acabar todo. Solté un suspiro resignado y comencé a andar en dirección a la zona residencial. Aquel, aunque yo no lo sabía, iba a ser un día movidito.
Arthur-sensei dijo una vocecita en mi cabeza la cual, si hubiera tenido cuerpo, estaría temblando de miedo. No es que fuera un maestro estricto... Era algo mucho peor. Pero si aguantaba aquello, ¿qué no iba a poder aguantar en la vida? O al menos ese pensamiento era lo único que me ayudaba a levantarme día tras día aun sabiendo que, seguramente, iba a acabar con un par de huesos rotos.
Por suerte aquella semana era una bendición: Arthur-sensei se había ido de misión. Seguía teniendo que entrenar diariamente y asistir a las reuniones, pero ni aunque tuviera que correr las veinticuatro horas del día alrededor del cuartel me cansaría tanto como entrenando con mi nuevo maestro; ni, tampoco, correría tanto peligro. Así que aprovechando que había completado mi rutina diaria mucho antes que el resto de reclutas aproveché para ir a hacer mi ruta diaria; tengo que patrullar dos horas diarias y cuanto antes las cumpla antes tendré el día libre.
Había mejorado mucho en apenas, ¿una, dos semanas quizá? La mayoría de reclutas ya eran incapaces de hacer un uno para uno contra mí por la rapidez con la que los derrotaba y todo gracias al entrenamiento Arthuriano. Siempre que pensaba en él o en sus métodos de entrenamiento un escalofrío me recorría el cuerpo de arriba a abajo y, como siempre, intentaba pensar en cualquier otra cosa lo antes posible. Y esa cosa, hoy, era el conjunto que había escogido para la ronda: en vez de mi típico vestuario había decidido -al fin- usar los colores de la marina, el blanco y el azul. Los pantalones cortos con la camisa blanca me daban aspecto de niño pequeño, más si cabe, y la pañoleta al cuello me hacía parecer un maldito niño scout vendiendo galletas para la recaudación mensual.
Pero tampoco podía hacer mucho más, tarde o temprano cuando me asignaran misiones reglamentarias iba a tener que usarlo, así que cuanto antes me acostumbrara mejor iba a acabar todo. Solté un suspiro resignado y comencé a andar en dirección a la zona residencial. Aquel, aunque yo no lo sabía, iba a ser un día movidito.
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Por fin el marine había decidido lo que ponerse. Se hallaba en aquella isla del Este por un simple motivo, probar las nuevas hamburguesas del establecimiento recién abierto a las afueras del cuartel. En esos momentos estaba en el cuarto de baño. Miraba su reflejo en el espejo y le gustaba lo que veía, que guapo era el hijo puta. Se rascó un poco la mejilla y soltó un pequeño suspiro. Portaba una chaqueta de manga larga de color negro, unos pantalones del mismo tono y unas sandalias de madera. También llevaba consigo una hombrera plateada en el hombro derecho. En su espalda podía verse una enorme funda de color gris, en ella portaba su espadón. Se alborotó un poco el pelo y después cerró los ojos unos segundos.
- Tranquilo, solo son hamburguesas. No creo que te miren con mala cara por comer más de la cuenta. – Hablaba consigo para relajarse. – Ojalá Jack estuviese aquí, seguro que me daría algo para los nervios. Seguro que anda fumando alguna sustancia tóxica.
El marine entonces salió de los baños con una sonrisa alegre. Se dio cuenta de que la parcela principal estaba siendo cerrada por dos guardias, alguien había salido y no debía estar lejos. Pocos reclutas salían de allí, eran todos un poco asustadizos. Activó su haki de observación y su sonrisa se ensanchó al máximo. Xemnas salió corriendo a toda velocidad por la zona mientras reía de forma alegre. Por fin pudo ver la silueta del peliverde al final. Levantó los puños mientras avanzaba hacia él dejando polvo a su paso.
- ¡Lei-kun! ¡Hahahahahahahaha! ¡Hahahahahahahahaha! ¡Hahahahahahaha! – Al fin llegó hasta su posición y lo primero que hizo fue mirar su cuerpo detenidamente. Cuando terminó abrió la boca mostrando una expresión feliz. – Continuas con ambas piernas ¡Me alegro de ello! Ah, te tienes que venir conmigo.
Le dijo con una calma calmadamente calmada. Ya tenía compañero para comprar hamburguesas, él mismo invitaría. Xemnas había cogido algo de dinero por primera vez en mucho tiempo, Misa se quedaba ambos sueldos. El rubio de hecho miró un momento hacia atrás por si se encontraba allí. Al ver que no era así y que estaba a salvo dirigió de nuevo su mirada hacia el peliverde.
- Antes de que pierdas los dientes sería bueno que probases las nuevas hamburguesas del “Palomo Sonriente” está a unos minutos. Vayamos juntos y démonos una buena merienda. – Se notaba bastante ilusionado.
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Sep. Todo parecía que iba a salir a la perfección aquel día. El sol brillaba radiante, la gente caminaba tranquila y feliz, y la vida seguía su tan tranquilo curso. Todo era perfecto. Hasta que alguien me llamó a mis espaldas. Alcé un par de centímetros la vista y me quedé mirando al infinito. ¿No podía ser él, no? A ver, no era peor que encontrarse por casualidad con Arthur, pero después de él era quizá con el que menos quería encontrarme: la primera vez me dio muy mal yuyu que me diera de comer sin razón alguna.
Aceleré el paso haciendo como que no lo había escuchado, pero fue en vano, pues me alcanzó de todas formas. Era bastante amable conmigo, pero me seguía pareciendo muy perturbador que se tomara tantas confianzas. Suspiré e intenté olvidarme del tema.
—¡Buenas Xemnas-Senpai! ¿Qué haces por aquí? —escuché al instante siguiente su comentario y me vinieron flashbacks de una guerra de vietnam que nunca existió— Qué. S-sí... Cl-claro que sigue con ambas piernas... —dije apenas en un susurro. Que lo dijera de esa forma tan calmadamente calmada me turbió incluso más.
Me dijo que nos íbamos a comer hamburguesas, me cogió del brazo y me hizo seguirle. No sabía muy bien qué hacer; tenía que seguir con mi ronda de aquel día, y comer, creo, no estaba en ese grupo. Intenté zafarme de él, pero parecía que tenía muchas ganas de tomarse esa hamburguesa.
—Y-yo... Creo que debería seguir con mi ron-...
Pero ya era demasiado tarde. Habíamos llegado al restaurante. Iba a disculparme con él y a decirle que no podía quedarme a comer con él pero... Le miré a los ojos... Y parecía un cachorrito abandonado y hambriento mirando un trozo de carne... Más literalmente de lo que me hubiera gustado pensar; y me dio demasiada pena.
—¡Cl-claro! ¡Ha-hamburguesas...! ¡A-adelante!
Seguía sin entender del todo en qué clase de brigada había acabado uniéndome.
Aceleré el paso haciendo como que no lo había escuchado, pero fue en vano, pues me alcanzó de todas formas. Era bastante amable conmigo, pero me seguía pareciendo muy perturbador que se tomara tantas confianzas. Suspiré e intenté olvidarme del tema.
—¡Buenas Xemnas-Senpai! ¿Qué haces por aquí? —escuché al instante siguiente su comentario y me vinieron flashbacks de una guerra de vietnam que nunca existió— Qué. S-sí... Cl-claro que sigue con ambas piernas... —dije apenas en un susurro. Que lo dijera de esa forma tan calmadamente calmada me turbió incluso más.
Me dijo que nos íbamos a comer hamburguesas, me cogió del brazo y me hizo seguirle. No sabía muy bien qué hacer; tenía que seguir con mi ronda de aquel día, y comer, creo, no estaba en ese grupo. Intenté zafarme de él, pero parecía que tenía muchas ganas de tomarse esa hamburguesa.
—Y-yo... Creo que debería seguir con mi ron-...
Pero ya era demasiado tarde. Habíamos llegado al restaurante. Iba a disculparme con él y a decirle que no podía quedarme a comer con él pero... Le miré a los ojos... Y parecía un cachorrito abandonado y hambriento mirando un trozo de carne... Más literalmente de lo que me hubiera gustado pensar; y me dio demasiada pena.
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