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- Joder, cuantos porros hay en la zona.
Los ojos del agente observaban tranquilamente lo que pasaba en aquel pequeño parque lleno de adolescentes fumando mierdas. Él mantenía una sonrisa de cachondo mental que, cualquiera que lo viese pensaría que era un jodido pervertido. Vestía con una camiseta blanca de tirantes, unos pantalones largos de color negro y unas sandalias de color rosa. En la camiseta podía verse el símbolo de un conejito rosa con una zanahoria en la boca. No podía verse ninguna arma a simple vista en su cuerpo, pero bajo el pantalón portaba sus dos fundas donde ocultaba sus pistolas doradas. En su bolsillo derecho un cuchillo y en el otro un Den den mushi. El rostro de aquel agente expresaba una felicidad enorme.
Se hallaba allí de vacaciones. Había terminado con sus cosas, se fue de fiesta unos días con Milena y Taiga, y acto seguido decidió irse a ver un poco de mundo. El asesino no había visitado aquel sitio y tenía ganas de hacerlo. De todas las zonas que había, tenía que meterse en la de los chavales fumetas. El feliz castaño se acercó entonces a un pequeño grupo de seis hombres. Parecían tener cada uno un porro en la boca y se lo estaban pasando bien. El agente sacó su pistola sin pensárselo y apuntó hacia aquellos chavales.
- ¡Me cago en la puta de oro! ¡Soltad la droga y corred, putas!
Una sonrisa apareció en su rostro cuando los chavales salieron corriendo entre gritos y llantos. Vaya dieciséis años más malos. Castor se agachó y tomó uno de aquellos cigarros con cuidado. Tras limpiarlo un poco lo introdujo en su boca y le dio una intensa calada. El sabor le hizo relamerse un poco y asentir repetidas veces con la cabeza. Cogió otro porro de al lado y de nuevo le dio una pequeña calada. Pasaron un par de minutos en el que Troy se dedicó a probar aquellas cosas. Finalmente, se colocó en pie, colocó sus manos en la cintura y negó de nuevo con la cabeza.
- Diez mil berries el gramo. Vaya mierda… ¡Si queréis fumar basura, usad buena basura! – Gritó algo ofendido mientras mostraba una expresión algo más seria.
El comunicador de Troy empezó a sonar y él lo cogió tranquilamente. Cuando escuchó la voz de su jefe abrió los ojos como platos.
- Castor, sé que estás en tu día libre, pero tenemos un problema ¿Estás cerca de Shabaody? – Parecía bastante serio.
- Lo siento, jefe. Estoy en el East Blue, visitando a mi primo Roberto José. Su prima Mónica se va a casar ahora a principios de mes y me pidió que le comprase un regalo bonito.
Tras decir aquello colgó rápidamente y soltó un pequeño suspiro. Se dio cuenta de que algunos jóvenes de la zona continuaban fumando y a lo suyo. Tal vez debía empezar a moverse y buscar un sitio más agradable. Después de todo, no quería darles clases de droga a los chavales. Guardó su pistola y se dio cuenta de que unos nubarrones oscuros comenzaron a acercarse. Negó un poco con la cabeza y esperó que no lloviera. Sus hermosos cabellos podrían mojarse. La razón de la que le volviera a salir pelo fue algo que no iba a contar en público. En aquellos dos años donde estuvo por el Norte, pasaron cosas de las que no se sentía orgulloso. Ni él, ni Bruce. Miró a su entrepierna y asintió con la cabeza. Fueron un par de supervivientes de los que ya no quedaban.
- ¡Corred! ¡Es la marina! – Gritó.
Todos los chavales empezaron a correr como locos y eso produjo que el agente empezara a descojonarse como nunca.
- Joder, genial.
Los ojos del agente observaban tranquilamente lo que pasaba en aquel pequeño parque lleno de adolescentes fumando mierdas. Él mantenía una sonrisa de cachondo mental que, cualquiera que lo viese pensaría que era un jodido pervertido. Vestía con una camiseta blanca de tirantes, unos pantalones largos de color negro y unas sandalias de color rosa. En la camiseta podía verse el símbolo de un conejito rosa con una zanahoria en la boca. No podía verse ninguna arma a simple vista en su cuerpo, pero bajo el pantalón portaba sus dos fundas donde ocultaba sus pistolas doradas. En su bolsillo derecho un cuchillo y en el otro un Den den mushi. El rostro de aquel agente expresaba una felicidad enorme.
Se hallaba allí de vacaciones. Había terminado con sus cosas, se fue de fiesta unos días con Milena y Taiga, y acto seguido decidió irse a ver un poco de mundo. El asesino no había visitado aquel sitio y tenía ganas de hacerlo. De todas las zonas que había, tenía que meterse en la de los chavales fumetas. El feliz castaño se acercó entonces a un pequeño grupo de seis hombres. Parecían tener cada uno un porro en la boca y se lo estaban pasando bien. El agente sacó su pistola sin pensárselo y apuntó hacia aquellos chavales.
- ¡Me cago en la puta de oro! ¡Soltad la droga y corred, putas!
Una sonrisa apareció en su rostro cuando los chavales salieron corriendo entre gritos y llantos. Vaya dieciséis años más malos. Castor se agachó y tomó uno de aquellos cigarros con cuidado. Tras limpiarlo un poco lo introdujo en su boca y le dio una intensa calada. El sabor le hizo relamerse un poco y asentir repetidas veces con la cabeza. Cogió otro porro de al lado y de nuevo le dio una pequeña calada. Pasaron un par de minutos en el que Troy se dedicó a probar aquellas cosas. Finalmente, se colocó en pie, colocó sus manos en la cintura y negó de nuevo con la cabeza.
- Diez mil berries el gramo. Vaya mierda… ¡Si queréis fumar basura, usad buena basura! – Gritó algo ofendido mientras mostraba una expresión algo más seria.
El comunicador de Troy empezó a sonar y él lo cogió tranquilamente. Cuando escuchó la voz de su jefe abrió los ojos como platos.
- Castor, sé que estás en tu día libre, pero tenemos un problema ¿Estás cerca de Shabaody? – Parecía bastante serio.
- Lo siento, jefe. Estoy en el East Blue, visitando a mi primo Roberto José. Su prima Mónica se va a casar ahora a principios de mes y me pidió que le comprase un regalo bonito.
Tras decir aquello colgó rápidamente y soltó un pequeño suspiro. Se dio cuenta de que algunos jóvenes de la zona continuaban fumando y a lo suyo. Tal vez debía empezar a moverse y buscar un sitio más agradable. Después de todo, no quería darles clases de droga a los chavales. Guardó su pistola y se dio cuenta de que unos nubarrones oscuros comenzaron a acercarse. Negó un poco con la cabeza y esperó que no lloviera. Sus hermosos cabellos podrían mojarse. La razón de la que le volviera a salir pelo fue algo que no iba a contar en público. En aquellos dos años donde estuvo por el Norte, pasaron cosas de las que no se sentía orgulloso. Ni él, ni Bruce. Miró a su entrepierna y asintió con la cabeza. Fueron un par de supervivientes de los que ya no quedaban.
- ¡Corred! ¡Es la marina! – Gritó.
Todos los chavales empezaron a correr como locos y eso produjo que el agente empezara a descojonarse como nunca.
- Joder, genial.
Yarmin Prince
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-¿Y bien?- preguntó un hombre orondo, envuelto en aires de superioridad, mientras paseaba a mi alrededor. En la mano llevaba un puño americano de plata y sobre su enorme nariz unas gafas de sol rosas. A su espalda un abrigo de plumas rosadas y sobre su cabeza un muy falso peluquín rubio. Estaba harto de los burdos imitadores de Doflamingo, pero a veces no quedaba más remedio que negociar con alguno.
Frente a él estaba yo, mentón alzado y brazos tras la espalda, ligeramente empavonado, acompañado por dos personas. A mi izquierda, una muchacha de cabello castaño oscuro y ojos almendra, de apariencia entre encantadora y loca, con un sutil escote en la blusa y pantalón ajustado. Sonreía con cierta ternura, manteniendo una posición recta, mientras que el hombre calvo a mi derecha cruzaba los brazos delante del pecho. Bellatrix y Anthony se habían empeñado en acompañarme por si me intentaban tender otra trampa, pero en aquel lugar estaba completamente a salvo.
-Señor Sanchopanza Dopatito- dije, a modo de saludo-. Como usted sabrá, estoy muy interesado en sus negocios.
Educación ante todo. Por un momento sonrió y se frenó en seco, mirándome a través de sus ojos mezquinos. Yo me mantuve altivo, fijos mis ojos en los suyos, sin titubear. Daba vueltas a mi alrededor mientras sus decenas de matones no me quitaban la vista de encima, listos para en cualquier momento disparar contra nosotros. Tres contra una treintena, qué sucio resultaba aquel juego. Estaban en desventaja.
-Aún eres un crío- rio, escupiendo a mis pies. Tuvo mucha suerte de no mancharme los zapatos o su vida ya habría terminado-. Vienes hasta aquí, queriendo un setenta por ciento de lo que llevo construyendo toda mi vida. ¡Mira a tu alrededor!- las cortinas se corrieron, dejando los amplios ventanales del despacho descubiertos para ver cientos de esclavos en jaulas, mirando desesperanzados hacia arriba. Sabían que nada bueno podía pasar-. Si quiero que sus vidas terminen, sus vidas acaban. Igual que contigo, ¿Y vienes a exigirme una parte? Hay que ser muy estúpido para venir hasta aquí y pedir eso.
-Señor Sanchopanza, no se moleste. En ningún momento he dicho que fuese una petición- Bella y Anthony desaparecieron por un parpadeo, y cuando estuvieron de vuelta los treinta gorilas cayeron muertos-. Y, dado que lo veo bastante nervioso, no se preocupe. Ya no quiero el setenta.
Había pasado mucho tiempo esperando el momento de entrar en Sabaody. Aquel hombre aparecía una vez al año, y había venido con la única intención de hablar educadamente con él. Sólo quería un porcentaje de los beneficios, una pequeña participación a cambio de que siguiera con vida. Empecé a caminar hacia él cuidadosamente, muy despacio, sin mover las manos. Yo sonreía amablemente mientras él, con cierta torpeza, intentaba ir hacia atrás. Tropezó con su propio escritorio y cayó sobre él, aterrado. Yo seguía sonriendo.
-Lo quiero todo.
Veinte personas completamente de blanco entraron al nivel inferior mientras yo salía. Su única orden era liberar a los esclavos, que podían hacer lo que quisieran con el tranquilo e inconsciente Sanchopanza. Con la casa de subastas arruinada, sólo tenía que esperar a que alguien afín se decidiese a montarla. Qué casualidad que ya hubiera pensado en un par de personas, pero primero tenía que ocuparme de la vergüenza del Cipher Pol, el Agente 69. Por algún motivo estaba en la isla y yo tenía que hacer de niñera. No era difícil ubicarlo, sólo tenía que seguir el rastro de mujeres huyendo. Y los gritos de loco que escuchaba, eso también.
Frente a él estaba yo, mentón alzado y brazos tras la espalda, ligeramente empavonado, acompañado por dos personas. A mi izquierda, una muchacha de cabello castaño oscuro y ojos almendra, de apariencia entre encantadora y loca, con un sutil escote en la blusa y pantalón ajustado. Sonreía con cierta ternura, manteniendo una posición recta, mientras que el hombre calvo a mi derecha cruzaba los brazos delante del pecho. Bellatrix y Anthony se habían empeñado en acompañarme por si me intentaban tender otra trampa, pero en aquel lugar estaba completamente a salvo.
-Señor Sanchopanza Dopatito- dije, a modo de saludo-. Como usted sabrá, estoy muy interesado en sus negocios.
Educación ante todo. Por un momento sonrió y se frenó en seco, mirándome a través de sus ojos mezquinos. Yo me mantuve altivo, fijos mis ojos en los suyos, sin titubear. Daba vueltas a mi alrededor mientras sus decenas de matones no me quitaban la vista de encima, listos para en cualquier momento disparar contra nosotros. Tres contra una treintena, qué sucio resultaba aquel juego. Estaban en desventaja.
-Aún eres un crío- rio, escupiendo a mis pies. Tuvo mucha suerte de no mancharme los zapatos o su vida ya habría terminado-. Vienes hasta aquí, queriendo un setenta por ciento de lo que llevo construyendo toda mi vida. ¡Mira a tu alrededor!- las cortinas se corrieron, dejando los amplios ventanales del despacho descubiertos para ver cientos de esclavos en jaulas, mirando desesperanzados hacia arriba. Sabían que nada bueno podía pasar-. Si quiero que sus vidas terminen, sus vidas acaban. Igual que contigo, ¿Y vienes a exigirme una parte? Hay que ser muy estúpido para venir hasta aquí y pedir eso.
-Señor Sanchopanza, no se moleste. En ningún momento he dicho que fuese una petición- Bella y Anthony desaparecieron por un parpadeo, y cuando estuvieron de vuelta los treinta gorilas cayeron muertos-. Y, dado que lo veo bastante nervioso, no se preocupe. Ya no quiero el setenta.
Había pasado mucho tiempo esperando el momento de entrar en Sabaody. Aquel hombre aparecía una vez al año, y había venido con la única intención de hablar educadamente con él. Sólo quería un porcentaje de los beneficios, una pequeña participación a cambio de que siguiera con vida. Empecé a caminar hacia él cuidadosamente, muy despacio, sin mover las manos. Yo sonreía amablemente mientras él, con cierta torpeza, intentaba ir hacia atrás. Tropezó con su propio escritorio y cayó sobre él, aterrado. Yo seguía sonriendo.
-Lo quiero todo.
Veinte personas completamente de blanco entraron al nivel inferior mientras yo salía. Su única orden era liberar a los esclavos, que podían hacer lo que quisieran con el tranquilo e inconsciente Sanchopanza. Con la casa de subastas arruinada, sólo tenía que esperar a que alguien afín se decidiese a montarla. Qué casualidad que ya hubiera pensado en un par de personas, pero primero tenía que ocuparme de la vergüenza del Cipher Pol, el Agente 69. Por algún motivo estaba en la isla y yo tenía que hacer de niñera. No era difícil ubicarlo, sólo tenía que seguir el rastro de mujeres huyendo. Y los gritos de loco que escuchaba, eso también.
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- ¡Yo soy Castor Troy! ¡Siiiiiiiiiiiiii! ¡Wooooooooooooooooooooooooooooo! – Gritaba el eufórico asesino mientras alzaba los brazos y gritaba como un poseso.
Ver a la gente corriendo de un lado a otro entre gritos pensando en que iba a ser arrestados… Era algo que le hacía reír como un loco. Si eran buenas personas no había motivo para correr, pero si lo hacían era por algo. La cantidad de droga que aquella gente poseía debía de ser ridículamente grande. El espía entonces se sentó en uno de los bancos y sacó un cigarro. Lo prendió de fuego con su mechero cobrizo y lo metió en su boca. Soltó una enorme calada mientras sonreía. Le gustaban las sustancias ilegales, pero el tabaco era lo mejor. No estaba prohibido y sabía muy bien para él. Se quedó mirando el cielo unos momentos mientras pensaba en qué hacer. Tal vez la llamaba de su jefe era importante después de todo. Se estaba planteando llamarle de nuevo, pero quería un poco de tiempo para él también.
- Me cago en todo… No he probado el burdel de Arabasta… ¡No es justo! Debo ir cuanto antes. – Mencionó colocándose en pie con seriedad.
Justo entonces pudo ver un edificio al final del parque. La gente que huía lo rodeaba entre gritos ¿Qué podía ser? Troy soltó una nueva capa de humo mientras empezaba a caminar hacia él despacio. No podía entender cómo la gente se creía todo. Habían pasado ya unos minutos y allí no había rastro de la marina. Se rascó un momento la cabeza y entonces fue cuando se fijó en un joven que salía por la puerta. Lo imaginó con el pelo largo, con senos, con los ojos pintados de negro y sonrisa diabólica.
- Así estarías muy buena… Pero tiene rabo, puaj. – Aquel comentario tal vez sonó maleducado, pero Castor tenía la manía de ver mujeres en todos lados.
Se quedó mirándolo tranquilamente. Sus pintas de loco tal vez le hacían pareces… Muy loco. Aquella camiseta con el conejo mordiendo la zanahoria, las sandalias rosas y su nuevo estilo de pelo… Sonrió de forma calmada a aquel hombre mientras veía al resto de personas correr. Dio de nuevo una enorme calada y después de unos momentos avanzó hacia aquella persona bien vestida. Parecía todo un empresario, pero entonces cayó en la cuenta. Ese tío debía saber de los mejores burdeles de la isla. Sus ojos se iluminaron por unos momentos y después se relamió.
- Perdona, colega mío ¿Sabes dónde hay un buen puticlud por esta zona? Pareces un hombre de negocios de esos que salen en los periódicos y estoy seguro de que lo conoces. Si me llevas te juro que te invito. – Dijo ofreciéndole su gran generosidad.
¿Tan mala fama tenían los empresarios para irse de putas? Para él sí. También se fijó en que parecía bastante joven y quizás tampoco sabía mucho del asunto. Entonces fue cuando su sonrisa se ensanchó muchísimo más. Estaba seguro de que a esa edad, él se la meneaba como un mono. Le echaba unos veinte, quizás se equivocaba.
- Por cierto ¿Qué es ese edificio a tu espalda?
Ver a la gente corriendo de un lado a otro entre gritos pensando en que iba a ser arrestados… Era algo que le hacía reír como un loco. Si eran buenas personas no había motivo para correr, pero si lo hacían era por algo. La cantidad de droga que aquella gente poseía debía de ser ridículamente grande. El espía entonces se sentó en uno de los bancos y sacó un cigarro. Lo prendió de fuego con su mechero cobrizo y lo metió en su boca. Soltó una enorme calada mientras sonreía. Le gustaban las sustancias ilegales, pero el tabaco era lo mejor. No estaba prohibido y sabía muy bien para él. Se quedó mirando el cielo unos momentos mientras pensaba en qué hacer. Tal vez la llamaba de su jefe era importante después de todo. Se estaba planteando llamarle de nuevo, pero quería un poco de tiempo para él también.
- Me cago en todo… No he probado el burdel de Arabasta… ¡No es justo! Debo ir cuanto antes. – Mencionó colocándose en pie con seriedad.
Justo entonces pudo ver un edificio al final del parque. La gente que huía lo rodeaba entre gritos ¿Qué podía ser? Troy soltó una nueva capa de humo mientras empezaba a caminar hacia él despacio. No podía entender cómo la gente se creía todo. Habían pasado ya unos minutos y allí no había rastro de la marina. Se rascó un momento la cabeza y entonces fue cuando se fijó en un joven que salía por la puerta. Lo imaginó con el pelo largo, con senos, con los ojos pintados de negro y sonrisa diabólica.
- Así estarías muy buena… Pero tiene rabo, puaj. – Aquel comentario tal vez sonó maleducado, pero Castor tenía la manía de ver mujeres en todos lados.
Se quedó mirándolo tranquilamente. Sus pintas de loco tal vez le hacían pareces… Muy loco. Aquella camiseta con el conejo mordiendo la zanahoria, las sandalias rosas y su nuevo estilo de pelo… Sonrió de forma calmada a aquel hombre mientras veía al resto de personas correr. Dio de nuevo una enorme calada y después de unos momentos avanzó hacia aquella persona bien vestida. Parecía todo un empresario, pero entonces cayó en la cuenta. Ese tío debía saber de los mejores burdeles de la isla. Sus ojos se iluminaron por unos momentos y después se relamió.
- Perdona, colega mío ¿Sabes dónde hay un buen puticlud por esta zona? Pareces un hombre de negocios de esos que salen en los periódicos y estoy seguro de que lo conoces. Si me llevas te juro que te invito. – Dijo ofreciéndole su gran generosidad.
¿Tan mala fama tenían los empresarios para irse de putas? Para él sí. También se fijó en que parecía bastante joven y quizás tampoco sabía mucho del asunto. Entonces fue cuando su sonrisa se ensanchó muchísimo más. Estaba seguro de que a esa edad, él se la meneaba como un mono. Le echaba unos veinte, quizás se equivocaba.
- Por cierto ¿Qué es ese edificio a tu espalda?
Yarmin Prince
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-Efectivamente, tengo rabo- comenté, cerrando los ojos durante un par de segundos y alargando ligeramente las vocales. Era la primera vez que estaba ante un agente tan afamado y, al mismo tiempo, tan conocido por sus excesos. Lo único que sabía de él era que no cualquiera era capaz de acceder al rango de Agente de Inteligencia, aunque viendo cómo se comportaba no podía evitar tener mis dudas sobre si Aurelius Troy habría tenido algo que ver en ello-, pero para satisfacerlo no necesito burdeles.
Me planté ante él, manteniendo la barbilla levantada y los brazos tras la espalda, para justo después de pararme hacer el saludo del Cipher Pol. Mi sonrisa no se quebró a pesar de estar ante un tipo en camisa de tiras con calcomanía de un conejo, fumándose un cigarro y con el pelo suelto sin ninguna pulcritud. Era obvio que podía vestir como gustara, pero había unas normas de etiqueta mínima en el servicio, y debían ser cumplidas. El resto a mí me parecían bastante más laxas, la verdad, pero la etiqueta siempre me pareció esencial.
-Agente Yarmin Prince se presenta, señor Troy- dije con la mayor solemnidad que pude mantener. Las pintas de guarro de Castor me hacían plantearme seriamente muchas cosas, aunque su interés en las prostitutas me hacía ver que había negocio a partir de ese hombre. Tal vez no fuese ni tan malo estar cerca de él en aquel preciso instante-. El edificio a mi espalda es una casa de subastas donde se venden esclavos de todas las razas, tamaños y colores. El dueño tenía un par de problemas con la justicia, pero ya hemos ayudado en todo lo que debíamos.
Bellatrix en estos momentos estaba calmando a cada esclavo, recogiendo nombres y prometiendo cuantiosas sumas de dinero a quienes aceptasen una vida de esclavitud. Teníamos grandes planes para ellos, y aunque sólo un dios podría saber si el dinero llegaría a su destino, la oferta era cuanto menos jugosa. Los cadáveres estaban siendo picados por Anthony a base de Rankyakku, hasta el punto de que no se viera más de ellos que una masa roja que pudiera pasar por carne de hamburguesa. Tal vez luego donase la carne a las monjas, era tan bonita la cara que ponían cuando les donaba algo en Arabasta...
-Respecto a mi atuendo, señor Troy, sólo cumplo la norma de etiqueta de la Agencia. Discreción, Elegancia y Prudencia, ¿Recuerda?
Saqué un sobre de mi chaqueta, marcado con las iniciales de Castor en él, así como un sello del Gobierno Mundial. Por algún motivo sabían que ahí estaba él, por lo que tal vez a mí también me estuvieran vigilando, quién sabe. Aunque, siendo sinceros, nadie se fijaría en un Agente Auxiliar por muy destacado en su categoría que fuese, ¿No?
-La Agencia sabía que iba a mentir, señor. Me enviaron siguiendo sus pasos para cumplir juntos esa misión.
Sonreí con suficiencia. Podía aprender de uno de los mejores agentes sus tácticas más avanzadas. Una buena educación era imprescindible para enfrentar a mi enemigo, y no iba a desperdiciar ninguna oportunidad.
Me planté ante él, manteniendo la barbilla levantada y los brazos tras la espalda, para justo después de pararme hacer el saludo del Cipher Pol. Mi sonrisa no se quebró a pesar de estar ante un tipo en camisa de tiras con calcomanía de un conejo, fumándose un cigarro y con el pelo suelto sin ninguna pulcritud. Era obvio que podía vestir como gustara, pero había unas normas de etiqueta mínima en el servicio, y debían ser cumplidas. El resto a mí me parecían bastante más laxas, la verdad, pero la etiqueta siempre me pareció esencial.
-Agente Yarmin Prince se presenta, señor Troy- dije con la mayor solemnidad que pude mantener. Las pintas de guarro de Castor me hacían plantearme seriamente muchas cosas, aunque su interés en las prostitutas me hacía ver que había negocio a partir de ese hombre. Tal vez no fuese ni tan malo estar cerca de él en aquel preciso instante-. El edificio a mi espalda es una casa de subastas donde se venden esclavos de todas las razas, tamaños y colores. El dueño tenía un par de problemas con la justicia, pero ya hemos ayudado en todo lo que debíamos.
Bellatrix en estos momentos estaba calmando a cada esclavo, recogiendo nombres y prometiendo cuantiosas sumas de dinero a quienes aceptasen una vida de esclavitud. Teníamos grandes planes para ellos, y aunque sólo un dios podría saber si el dinero llegaría a su destino, la oferta era cuanto menos jugosa. Los cadáveres estaban siendo picados por Anthony a base de Rankyakku, hasta el punto de que no se viera más de ellos que una masa roja que pudiera pasar por carne de hamburguesa. Tal vez luego donase la carne a las monjas, era tan bonita la cara que ponían cuando les donaba algo en Arabasta...
-Respecto a mi atuendo, señor Troy, sólo cumplo la norma de etiqueta de la Agencia. Discreción, Elegancia y Prudencia, ¿Recuerda?
Saqué un sobre de mi chaqueta, marcado con las iniciales de Castor en él, así como un sello del Gobierno Mundial. Por algún motivo sabían que ahí estaba él, por lo que tal vez a mí también me estuvieran vigilando, quién sabe. Aunque, siendo sinceros, nadie se fijaría en un Agente Auxiliar por muy destacado en su categoría que fuese, ¿No?
-La Agencia sabía que iba a mentir, señor. Me enviaron siguiendo sus pasos para cumplir juntos esa misión.
Sonreí con suficiencia. Podía aprender de uno de los mejores agentes sus tácticas más avanzadas. Una buena educación era imprescindible para enfrentar a mi enemigo, y no iba a desperdiciar ninguna oportunidad.
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Valientes hijos de puta. Castor miró el sobre con su típica sonrisa de siempre, pero esta fue desapareciendo muy lentamente. Esos tipos sabían que él estaba allí y además, le habían mandado a otro agente para que realizaran juntos algún tipo de misión. El asesino tiró el cigarro al suelo y lo pisó. Lo siguiente que hizo fue mirar de nuevo al chico y escuchar todas las palabras que dijo. Él pasaba de la ropa elegante, al menos en su jodido tiempo libre. Empezaba a mosquearse con sus superiores. Justo entonces soltó una pequeña risa y sacó su pistola dorada. Miró a Yarmin unos momentos y apuntó hacia el cielo. Estuvo a punto de disparar, se notaba un poco frustrado ¿Qué cojones? Pensaba hacerlo. Pegó tres tiros al aire y acto seguido ocultó su pistola de nuevo.
- Me cago en la puta, macho. Pide uno un par de días libres y en mitad del primero se lo arrebatan. Te diré lo que voy a hacer, Yarmin. Voy a coger de los huevos a todos los líderes de cada agencia, voy a darles una patada en el culo y voy a pedir mis putas vacaciones.
En cuando dijo aquello negó un poco con la cabeza. Sacó su comunicador y comenzó a llamar a su jefe. El sobre del rubio tendría todos los datos, pero… A dar por culo se había dicho. Le indicó a su compañero con la mano que quemase el sobre o algo, incluso le ofreció el mechero mientras llamaba. En cuanto contestó su superior, una carcajada salió de la boca del puto loco, la cual fue muy exagerada.
- Muy astuto, jefe. Mira, me cago en tus… Era broma, dígame cual es la puta misión.
- Pero, el agente Prince…
- ¡No! Me lo dices tú mismo. Ya que me has arrebatado mis días libres coges tus putos informes y me cuentas todo personalmente. Cuando vuelva voy a decirte un par de cosas. No estoy de broma, señor de pelo blanco y bigote… Perdón.
Supo parar a tiempo antes de seguir ¿Cómo permitían que hablase de esa forma? El superior de Castor estaba ya acostumbrado al comportamiento de su subordinado. De hecho, ambos habían llegado a rozar la amistad y todo. Aquel tipo era el hombre que quedaba a cargo de sus misiones y demás. Más de una vez se fueron a beber juntos en tiempo libre, por lo que la confianza que tenían el uno con el otro ya era increíble.
- Así me gusta, ahora te voy a decir tu puta misión antes de que me cague en tu puta madre, gilipollas. Sé que te he quitado tus días libres, te prometo una semana tras este encargo. Dirígete con tu compañero a la zona Sur de la isla. En dos horas va a llegar una división de los Cuernos Plateados. Se tratan de siete hombres y entre ellos hay un par que son a tener en cuenta. Supuestamente tienen negocios que hacer con un viejo contrabandista conocido como “El Jaime”. Cargáoslos a todos.
En cuanto dijo aquello, el hombre colgó. Castor había mantenido el altavoz encendido para no tener que explicar todo de nuevo. Los cuernos plateados, había oído hablar de aquellos cabrones. Soltó un pequeño suspiro y se quedó mirando a su compañero.
- No tendrás una camisa de sobra ¿No? – Dijo únicamente mientras guardaba el comunicador y buscaba con la mirada a alguna persona a la que comprarle la ropa. Sus planes eran demasiado raros.
- Me cago en la puta, macho. Pide uno un par de días libres y en mitad del primero se lo arrebatan. Te diré lo que voy a hacer, Yarmin. Voy a coger de los huevos a todos los líderes de cada agencia, voy a darles una patada en el culo y voy a pedir mis putas vacaciones.
En cuando dijo aquello negó un poco con la cabeza. Sacó su comunicador y comenzó a llamar a su jefe. El sobre del rubio tendría todos los datos, pero… A dar por culo se había dicho. Le indicó a su compañero con la mano que quemase el sobre o algo, incluso le ofreció el mechero mientras llamaba. En cuanto contestó su superior, una carcajada salió de la boca del puto loco, la cual fue muy exagerada.
- Muy astuto, jefe. Mira, me cago en tus… Era broma, dígame cual es la puta misión.
- Pero, el agente Prince…
- ¡No! Me lo dices tú mismo. Ya que me has arrebatado mis días libres coges tus putos informes y me cuentas todo personalmente. Cuando vuelva voy a decirte un par de cosas. No estoy de broma, señor de pelo blanco y bigote… Perdón.
Supo parar a tiempo antes de seguir ¿Cómo permitían que hablase de esa forma? El superior de Castor estaba ya acostumbrado al comportamiento de su subordinado. De hecho, ambos habían llegado a rozar la amistad y todo. Aquel tipo era el hombre que quedaba a cargo de sus misiones y demás. Más de una vez se fueron a beber juntos en tiempo libre, por lo que la confianza que tenían el uno con el otro ya era increíble.
- Así me gusta, ahora te voy a decir tu puta misión antes de que me cague en tu puta madre, gilipollas. Sé que te he quitado tus días libres, te prometo una semana tras este encargo. Dirígete con tu compañero a la zona Sur de la isla. En dos horas va a llegar una división de los Cuernos Plateados. Se tratan de siete hombres y entre ellos hay un par que son a tener en cuenta. Supuestamente tienen negocios que hacer con un viejo contrabandista conocido como “El Jaime”. Cargáoslos a todos.
En cuanto dijo aquello, el hombre colgó. Castor había mantenido el altavoz encendido para no tener que explicar todo de nuevo. Los cuernos plateados, había oído hablar de aquellos cabrones. Soltó un pequeño suspiro y se quedó mirando a su compañero.
- No tendrás una camisa de sobra ¿No? – Dijo únicamente mientras guardaba el comunicador y buscaba con la mirada a alguna persona a la que comprarle la ropa. Sus planes eran demasiado raros.
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