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Altar mar. Mirara por donde mirara me hallaba rodeado por el inmenso azul. Era la primera vez que salia del hogar, que viajaba en barco, que veía el mundo más allá del horizonte. Pensaba en la infinidad de cosas que este mundo me enseñaría y todas las cosas nuevas que vería mientras perdía la vista en el ancho mar. Me resultaba algo hipnotizante. Permanecí inmóvil pensando en todo lo que estaba por llegar, hace una semana tenía una vida monótona, predecible, pero a partir de hoy no sabré que será de mi mañana. Aterrador y emocionante, dos sentimientos que no imaginé que nunca coincidirían. Continúe como una estatua mirando las olas que creaba el barco cuando un golpe en la espalda me devolvió al presente. Al darme la vuelta vi a Fausto que me dio con el morro para llamar mi atención.
-¿Acaso tienes miedo? -me reí burlonamente y se hizo el silencio. Adopté un gesto más serio.- Yo también. Pero tranquilo, cuidaremos el uno del otro. -Abracé a Fausto, quería a ese maldito caballo como un hermano. Me costó bastate convencer al capitan para que le dejara subir al bordo y aun más para que no lo encerrara. A cambio limpie todo el barco a parte de lo que ensuciara Fausto.
No pasó mucho tiempo cuando el vigía vio tierra y lo comunicó con su potente voz. Corrí a proa para ver el deseado destino al que me dirigía. Nunca olvidaré el momento el que me detuve en el filo del barco y con los ojos como platos contemplé aquellas dos gigantescas estatuas blancas. Dos humanos de cuerpos perfectos y elegantes armaduras que custodiaban el puerto de Gazia. Nunca había visto semejantes estructuras, eran como ver a los gigantes de los que había leído en los libros. Mi corazón se encogió al pasar entre ellas y ver su rostro casi vivo.
El barco atracó finalmente, venia a esta isla cada mes desde mi isla natal para comerciar, lo que me vino como un guante. La llamada del capitán me alejó de mi estado de sorpresa.
-Muchacho, ya llegamos. Hasta aquí puedo traerte. El resto depende de ti. Espero que te vaya bien. - curioso como desde que averiguó mi apellido sus palabras y su tono se volvieron más amable.
Le dí un apretón de manos y le agradecí el viaje. Tras desearle un buen regreso bajé a tierra firme y comencé a andar seguido de Fausto. Una vez más miraba con sorpresa todo aquello que me rodeaba, todo aquel bullicio de personas vestidas de extraña manera. Se que era una imagen cotidiana, gente haciendo su vida, pero todo era tan distinto. Tan nuevo.
-Bueno Fausto... Habrá que buscarse la vida de alguna manera. Aquí empieza nuestra aventura.-
-¿Acaso tienes miedo? -me reí burlonamente y se hizo el silencio. Adopté un gesto más serio.- Yo también. Pero tranquilo, cuidaremos el uno del otro. -Abracé a Fausto, quería a ese maldito caballo como un hermano. Me costó bastate convencer al capitan para que le dejara subir al bordo y aun más para que no lo encerrara. A cambio limpie todo el barco a parte de lo que ensuciara Fausto.
No pasó mucho tiempo cuando el vigía vio tierra y lo comunicó con su potente voz. Corrí a proa para ver el deseado destino al que me dirigía. Nunca olvidaré el momento el que me detuve en el filo del barco y con los ojos como platos contemplé aquellas dos gigantescas estatuas blancas. Dos humanos de cuerpos perfectos y elegantes armaduras que custodiaban el puerto de Gazia. Nunca había visto semejantes estructuras, eran como ver a los gigantes de los que había leído en los libros. Mi corazón se encogió al pasar entre ellas y ver su rostro casi vivo.
El barco atracó finalmente, venia a esta isla cada mes desde mi isla natal para comerciar, lo que me vino como un guante. La llamada del capitán me alejó de mi estado de sorpresa.
-Muchacho, ya llegamos. Hasta aquí puedo traerte. El resto depende de ti. Espero que te vaya bien. - curioso como desde que averiguó mi apellido sus palabras y su tono se volvieron más amable.
Le dí un apretón de manos y le agradecí el viaje. Tras desearle un buen regreso bajé a tierra firme y comencé a andar seguido de Fausto. Una vez más miraba con sorpresa todo aquello que me rodeaba, todo aquel bullicio de personas vestidas de extraña manera. Se que era una imagen cotidiana, gente haciendo su vida, pero todo era tan distinto. Tan nuevo.
-Bueno Fausto... Habrá que buscarse la vida de alguna manera. Aquí empieza nuestra aventura.-
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- No ha sido buena idea colarse en la cola... ¡Al menos no frente a un marine! – Gritó aquel hombre mosqueado mientras desenvainaba una katana.
Se trataba de una persona bajita, de cabellos morados y expresión seria. Vestía con el uniforme de cabo de la marina, un rango mediocre. La gente le miraba con rabia, pues allí aquellos hombres no eran muy bien recibidos. La persona a la que le gritaba era un chico de casi dos metros. Vestía una chaqueta negra algo ajustada y unos pantalones del mismo tono. En sus pies llevaba unas sandalias. Sus cabellos pinchudos y marrones parecían moverse un poco por el viento. Fue entonces cuando aquella persona se dio la vuelta. Sus dorados ojos con fondo negro hicieron al marine dar un paso atrás y tragar saliva.
- ¡K-Kedra! – Gritó mientras empezaba a correr entre gritos.
La gente al ver que aquella persona se trataba del famoso pirata empezó a alejarse. En menos de un minuto, la cola de la carnicería estaba cancelada. La única carnicería del puerto y todo el mundo alejado. Eso hizo al luchador chasquear un poco la lengua de forma seria. Caminó hasta colocarse el primero y tranquilamente compró unos cinco kilos de carne. Pagó sin problema alguno y después empezó a caminar por el muelle con la bolsa en la mano. Recordaba aquellos tiempos cuando se cargaba a todo el mundo sin compasión y mostró una sonrisa. Esperaba que el payaso del cabo no fuera a por más marines. Se sentó en un pequeño banco cercano a su barco, el cual era un navío viejo y en malas condiciones. Sacó el Den den mushi y llamó con calma.
- Oe ¿Me puedes decir dónde estás? – Antes de recibir respuesta, un crío de unos tres o cuatro años se sentó a su lado.
Sonrió al ver que era la persona que buscaba y el quitó el comunicador. Incluso con tan poco edad ya sabía usar aquellas cosas. Le pasó un brazo por encima del hombro y le pegó a su cuerpo. Mostró una expresión sonriente mirando a su cachorro y le dio un leve beso en la cabeza. Lo montó en su rodilla después y se puso a acariciarlo. La gente miraba impresionada el espectáculo. Nadie sabía que la pesadilla tenía un hijo, pero así era.
- Has comprado… ¿Carne? ¡Quiero carne! – Gritó entusiasmado.
- Claro claro, buena carne para Auron-kun. Esta vez toca asada y con huevos fritos, estoy un poco harto de patatas, colega.
- ¡Yo quiero patatas!
- Está bien, enano. – Respondió rindiéndose al pequeño mientras le acariciaba la cabeza.
Se trataba de una persona bajita, de cabellos morados y expresión seria. Vestía con el uniforme de cabo de la marina, un rango mediocre. La gente le miraba con rabia, pues allí aquellos hombres no eran muy bien recibidos. La persona a la que le gritaba era un chico de casi dos metros. Vestía una chaqueta negra algo ajustada y unos pantalones del mismo tono. En sus pies llevaba unas sandalias. Sus cabellos pinchudos y marrones parecían moverse un poco por el viento. Fue entonces cuando aquella persona se dio la vuelta. Sus dorados ojos con fondo negro hicieron al marine dar un paso atrás y tragar saliva.
- ¡K-Kedra! – Gritó mientras empezaba a correr entre gritos.
La gente al ver que aquella persona se trataba del famoso pirata empezó a alejarse. En menos de un minuto, la cola de la carnicería estaba cancelada. La única carnicería del puerto y todo el mundo alejado. Eso hizo al luchador chasquear un poco la lengua de forma seria. Caminó hasta colocarse el primero y tranquilamente compró unos cinco kilos de carne. Pagó sin problema alguno y después empezó a caminar por el muelle con la bolsa en la mano. Recordaba aquellos tiempos cuando se cargaba a todo el mundo sin compasión y mostró una sonrisa. Esperaba que el payaso del cabo no fuera a por más marines. Se sentó en un pequeño banco cercano a su barco, el cual era un navío viejo y en malas condiciones. Sacó el Den den mushi y llamó con calma.
- Oe ¿Me puedes decir dónde estás? – Antes de recibir respuesta, un crío de unos tres o cuatro años se sentó a su lado.
Sonrió al ver que era la persona que buscaba y el quitó el comunicador. Incluso con tan poco edad ya sabía usar aquellas cosas. Le pasó un brazo por encima del hombro y le pegó a su cuerpo. Mostró una expresión sonriente mirando a su cachorro y le dio un leve beso en la cabeza. Lo montó en su rodilla después y se puso a acariciarlo. La gente miraba impresionada el espectáculo. Nadie sabía que la pesadilla tenía un hijo, pero así era.
- Has comprado… ¿Carne? ¡Quiero carne! – Gritó entusiasmado.
- Claro claro, buena carne para Auron-kun. Esta vez toca asada y con huevos fritos, estoy un poco harto de patatas, colega.
- ¡Yo quiero patatas!
- Está bien, enano. – Respondió rindiéndose al pequeño mientras le acariciaba la cabeza.
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El sol de la mañana brillaba con intensidad y por el mero echo de estar acompañado un rato más por la brisa decidí no alejarme de la costa. El uniforme militar no ayudaba mucho a soportar la temperatura, pero no tenía mas remedio que llevarlo, pues si se me ocurría hacerle cargar con él a Fausto lo acabaría tirando en cualquier lado. Con aquel estúpido caballo la frase "la confianza da asco" cobraba un sentido muy literal.
Aun con el mar a un lado paseaba por la ciudad viendo con curiosidad cada barco, cada edificio, cada persona. Empecé a usar la cabeza, lo primero era asegurarme algo de comida y agua, mejor conseguirla ahora que cuanto me entre hambre. Por supuesto un lugar donde dormir y un cambio de vestimenta no vendría mal, sobre todo algo más veraniego. Mucas cosas que conseguía casi sin esfuerzo antes, ahora tendré que sudar por ellas, muchas cosas que tendría que pagar... y con ese pensamiento llegaba a la conclusión final: tenía apenas unas monedas, suerte si me daban para mañana. Debía trabajar en algo, lo que sea pero no pedir, no puedo pasar por la limosna y la caridad.
-¡Aparta!-
Cuando volví en mí, aquel tipo que, por el uniforme, reconocí que era marine, ya se había alejado y me dejó con la palabra en la boca. Genial, ahora no solo tenía calor sino que también me había cabreado. Continué andando maldiciendo a aquel hombre por su falta de respeto.
Poco después agotado por el calor decidí parar a descansar y me detuve en un banco. En él me desprendí del karuta e intente colgarle la chaqueta a Fausta a ver si con suerte me la llevaba, pero no hubo suerte. "Vamos, ¿que te cuesta?". Solo me hizo falta que me mirara. "Así no ayudas eh" me quejé. Junto a la chaqueta dejé las protecciones de los brazos. Me quite un gran peso y bastante calor. Mientras me puse más fresco observe en un banco, cercano a donde yo me encontraba, a un hombre de gal estatura y a un niño pequeño que supuse que sería su hijo. Esa imagen me trajo recuerdos y me quede pausado mirando al frente.
Tras apenas un minuto embobado y melancólico vi como un grupo de marines se acercaba por el paseo. Todos bastante altos y grandes. Aunque con mi estatura no era difícil ser más alto que yo. Al frente del grupo, el marine que parecía mandar era acompañado por uno que parecía muy pequeño en comparación con el resto y juste él resulto ser el marine maleducado de antes. Orgulloso y cabreado, avancé unos metros.
-Ey tú, el marine de antes. ¡Exijo una disculpa!
Aun con el mar a un lado paseaba por la ciudad viendo con curiosidad cada barco, cada edificio, cada persona. Empecé a usar la cabeza, lo primero era asegurarme algo de comida y agua, mejor conseguirla ahora que cuanto me entre hambre. Por supuesto un lugar donde dormir y un cambio de vestimenta no vendría mal, sobre todo algo más veraniego. Mucas cosas que conseguía casi sin esfuerzo antes, ahora tendré que sudar por ellas, muchas cosas que tendría que pagar... y con ese pensamiento llegaba a la conclusión final: tenía apenas unas monedas, suerte si me daban para mañana. Debía trabajar en algo, lo que sea pero no pedir, no puedo pasar por la limosna y la caridad.
-¡Aparta!-
Cuando volví en mí, aquel tipo que, por el uniforme, reconocí que era marine, ya se había alejado y me dejó con la palabra en la boca. Genial, ahora no solo tenía calor sino que también me había cabreado. Continué andando maldiciendo a aquel hombre por su falta de respeto.
Poco después agotado por el calor decidí parar a descansar y me detuve en un banco. En él me desprendí del karuta e intente colgarle la chaqueta a Fausta a ver si con suerte me la llevaba, pero no hubo suerte. "Vamos, ¿que te cuesta?". Solo me hizo falta que me mirara. "Así no ayudas eh" me quejé. Junto a la chaqueta dejé las protecciones de los brazos. Me quite un gran peso y bastante calor. Mientras me puse más fresco observe en un banco, cercano a donde yo me encontraba, a un hombre de gal estatura y a un niño pequeño que supuse que sería su hijo. Esa imagen me trajo recuerdos y me quede pausado mirando al frente.
Tras apenas un minuto embobado y melancólico vi como un grupo de marines se acercaba por el paseo. Todos bastante altos y grandes. Aunque con mi estatura no era difícil ser más alto que yo. Al frente del grupo, el marine que parecía mandar era acompañado por uno que parecía muy pequeño en comparación con el resto y juste él resulto ser el marine maleducado de antes. Orgulloso y cabreado, avancé unos metros.
-Ey tú, el marine de antes. ¡Exijo una disculpa!
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El lobo continuaba allí sentado felizmente junto a su pequeño mientras hablaba con él de cosas típicas. Bueno, los temas de conversación de aquellos dos solían ser sobre los seres de debajo de la cama y el tipo de salsa más rico en la comida. El crío había salido glotón y algo miedoso, pero la pesadilla se ocuparía de que eso cambiara. Tan solo tenía que entrenar a su hijo como era debido. Le mostraría que él debía de ser el miedo de la gente y no al revés. Por el momento debería pensar en algo rico. Tenía que cocinar algo usando alguna receta de un libro de cocina que llevase patatas y no se le hiciera pesado. Maldecía que al niño le gustase tanto aquel tipo de alimento. Él prefería claramente los huevos fritos con su rica yema…
- Los hombres malos…
Aquellas palabras del crío hicieron al cadejo ponerse alerta y miró directamente hacia la zona de dónde venían aquellos imbéciles. Los marines estaban acercándose y en número mayor. Pudo ver entre ellos al pequeño imbécil que huyó de la tienda al ver que era él. Entonces supuso enseguida que estaban allí por él. Una sonrisa se formó en su rostro y después vio a un civil levantarse de un banco cercano. Se puso a gritarle a uno de ellos. Aquello no le gustaba nada. Los abusones solían usar aquellas cosas para encerrar a inocentes. Kedra entonces chasqueó los dedos y el pequeño se fue directamente al banco de en frente. Él centró su mantra en Auron y después se quedó mirando la escena. El líder de aquellos hombres fulminó con la mirada al tipo que se había levantado, pero eso era algo que aprovecharía Kedra.
Rápidamente se colocó en pie y a una velocidad superior al propio Soru de los agentes del CP se colocó a la espalda del líder. De un golpe seco en la cabeza lo arrojó unos diez metros hacia un lado. El tipo rodó de forma violenta y cayó al suelo. Justo entonces el luchador encaró al resto de marines, los cuales le miraban aterrados. La pesadilla miró por unos momentos al chico del banco (Travis) y después al marine que estaba en la tienda.
- Creo que el chico quiere una disculpa por algo que has hecho, deberías recordar el motivo y afrontar la situación. El resto, quiero que os larguéis de aquí antes de que os devore. – Iluminó sus ojos en un color rojizo cuando dijo aquello.
Muchos de los marines retrocedieron. El líder no había sido un peligro muy grande y por ello sabía que allí no había nadie que le plantase cara a él. Los ciudadanos miraban curiosos la escena y Auron estaba totalmente a salvo. El lobo tenía su haki centrado en él totalmente. El marine miró entonces al chico del banco ¿Se disculparía? Podía ser interesante ver si lo hacía, por lo que Kedra se cruzó de brazos y se mantuvo expectante.
- Los hombres malos…
Aquellas palabras del crío hicieron al cadejo ponerse alerta y miró directamente hacia la zona de dónde venían aquellos imbéciles. Los marines estaban acercándose y en número mayor. Pudo ver entre ellos al pequeño imbécil que huyó de la tienda al ver que era él. Entonces supuso enseguida que estaban allí por él. Una sonrisa se formó en su rostro y después vio a un civil levantarse de un banco cercano. Se puso a gritarle a uno de ellos. Aquello no le gustaba nada. Los abusones solían usar aquellas cosas para encerrar a inocentes. Kedra entonces chasqueó los dedos y el pequeño se fue directamente al banco de en frente. Él centró su mantra en Auron y después se quedó mirando la escena. El líder de aquellos hombres fulminó con la mirada al tipo que se había levantado, pero eso era algo que aprovecharía Kedra.
Rápidamente se colocó en pie y a una velocidad superior al propio Soru de los agentes del CP se colocó a la espalda del líder. De un golpe seco en la cabeza lo arrojó unos diez metros hacia un lado. El tipo rodó de forma violenta y cayó al suelo. Justo entonces el luchador encaró al resto de marines, los cuales le miraban aterrados. La pesadilla miró por unos momentos al chico del banco (Travis) y después al marine que estaba en la tienda.
- Creo que el chico quiere una disculpa por algo que has hecho, deberías recordar el motivo y afrontar la situación. El resto, quiero que os larguéis de aquí antes de que os devore. – Iluminó sus ojos en un color rojizo cuando dijo aquello.
Muchos de los marines retrocedieron. El líder no había sido un peligro muy grande y por ello sabía que allí no había nadie que le plantase cara a él. Los ciudadanos miraban curiosos la escena y Auron estaba totalmente a salvo. El lobo tenía su haki centrado en él totalmente. El marine miró entonces al chico del banco ¿Se disculparía? Podía ser interesante ver si lo hacía, por lo que Kedra se cruzó de brazos y se mantuvo expectante.
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Los marines se acercaban con paso firme. Por un momento creí que venían hacía mí, pero no tenia sentido, no había echo nada, o al menos eso creía. De repente, el chaval del banco de al lado cruzó delante de mí y se colocó en un banco en frente del que estaba. Lo miré extrañado y al volver la vista hacia los marines el padre del chico se encontraba detrás del jefe del grupo. No había apartado la vista ni un segundo, ¿como había llegado hasta allí y sin que los marines hicieran nada? No me dio tiempo ni a pestañear cuando aquel hombre golpeó al marine jefe y lo lanzó por los aires como si nada. Di un paso atrás asustado por aquello, lo que hizo y pensar lo que podría hacer me dejó atónito y a la vez me creó una sonrisa en la cara. ¿Era él del tipo de personas de las que me habló mi padre? ¿Tan poderosas como para derrotar ejércitos? Solo una mirada suya bastó para que el resto de marines echara a correr. Después me miró a mi, yo le mire fijamente pensando en que querría de mí. Nada. Miró al marine de baja estatura que se encontraba entre aquel hombre y yo.
-Creo que el chico quiere una disculpa por algo que has hecho, deberías recordar el motivo y afrontar la situación. El resto, quiero que os larguéis de aquí antes de que os devore.
¿El chico? ¿Yo? No entendía nada, ¿porque se enfrentaba como si nada a los que se suponía que eran la autoridad? Y ¿porque me ayudaba? ¿Dijo devorar?
El marine que, de ir acompañado de todo un grupo de marines, paso a quedarse solo entre aquel luchador y yo, se le veía asustado y con cierta ira en sus ojos. Miró hacia atrás: el hombre de aspecto aterrador le miraba. Miró hacia delante: un joven y su caballo. Supongo que yo habría echo lo mismo. Empezó a caminar hacía mí mirando a su alrededor, viendo que las gentes del lugar se acercaban a mirar.
-¿Disculpas?- Alzó su voz temblorosa -La marina no pide disculpas a los criminales-
Su falso orgullo me repugnaba. Aceleró su paso. Yo aun no daba crédito de la situación, me convertí en uno de los protagonistas del espectáculo. Mi rostro aun desconcertado puede que le diera algo de confianza al marine lo que le hizo que su miedo desapareciera levemente dejando paso a la ira. No le gustaba ser humillado, aunque ¿a quien si?.
A pocos metros de mi metió las manos tras su chaqueta y haciendo un gesto que intentaba ser espectacular sacó dos dagas. Eso si que me hizo reaccionar y más aun cuando se precipitó sobre mí. Su torpe gesto fue fácil de esquivar. Quizás el miedo que le provoco aquel hombre le entorpecía, puede que los nervios de ser observado por tanta gente o que de veras era un inútil. Al esquivar su primer ataque vi que Fausto se echó hacia delante para defenderme. Le hice un gesto para que se detuviera. Aquel instante que miré al caballo el marine lo aprovechó y me hizo un corte en el vientre. Me sangraba y además rompió mi ropa. No lo pensé, el dolor sumado a mi entrenamiento me hizo reaccionar. Le dí un codazo en la boca con el brazo derecho y aproveche el movimiento para desenvainar la katana que la tenia a la izquierda de mi cintura. La alcé sobre mi cabeza y con gran rapidez la bajé y le corté la mano con la que me atacó. Tiro la única daga que aun podía sujetar y se tapó la herida.
Que fingiera grandeza ante la muchedumbre, que me atacara sin motivo y que me hiciera sangrar. Aquello me puso de los nervios y recordé lo que tantas veces me repetían mis hermanos "Debes aprender a controlarte". Tenían razón, aun debía aprender. Mientras aquel repulsivo hombre gritaba le dí una patada en el estomago que lo sentó en el suelo, mi rostro cuando me cabreaba parecía el de un maníaco debido a mis características faciales. Lo miré con el pulso acelerado, sus gritos resonaban por toda mi cabeza de forma muy molesta y deseaba silenciarlo.
-¡Cállate!- alcé la voz y con una patada en la cabeza lo conseguí.
Limpié la sangre de la espada con su chaqueta de la marina y la guardé. Me di la vuelta y caminé hacia el hombre que me permitió aquel momento. Caminé pensando en lo que había echo. No era mi primera lucha, ni siquiera la primera vez que perdía los nervios al luchar contra otro. Ya batallé en la frontera contra el clan Kikazaru, pero aquella vez era una causa justa, daba igual que perdiera los nervios mientras defendiera a mi familia. Esto fue diferente, no había causa justa, no había a quien defender, solo era un estúpido al que se le fue la cabeza, y no se si me refiero a él o a mi. Llegue junto al hombre de ojos de bestia.
-¿Porque les atacaste? ¿Porque me dejaste contra él?- dije estando ya más calmado y con una mano apretado la herida.
-Creo que el chico quiere una disculpa por algo que has hecho, deberías recordar el motivo y afrontar la situación. El resto, quiero que os larguéis de aquí antes de que os devore.
¿El chico? ¿Yo? No entendía nada, ¿porque se enfrentaba como si nada a los que se suponía que eran la autoridad? Y ¿porque me ayudaba? ¿Dijo devorar?
El marine que, de ir acompañado de todo un grupo de marines, paso a quedarse solo entre aquel luchador y yo, se le veía asustado y con cierta ira en sus ojos. Miró hacia atrás: el hombre de aspecto aterrador le miraba. Miró hacia delante: un joven y su caballo. Supongo que yo habría echo lo mismo. Empezó a caminar hacía mí mirando a su alrededor, viendo que las gentes del lugar se acercaban a mirar.
-¿Disculpas?- Alzó su voz temblorosa -La marina no pide disculpas a los criminales-
Su falso orgullo me repugnaba. Aceleró su paso. Yo aun no daba crédito de la situación, me convertí en uno de los protagonistas del espectáculo. Mi rostro aun desconcertado puede que le diera algo de confianza al marine lo que le hizo que su miedo desapareciera levemente dejando paso a la ira. No le gustaba ser humillado, aunque ¿a quien si?.
A pocos metros de mi metió las manos tras su chaqueta y haciendo un gesto que intentaba ser espectacular sacó dos dagas. Eso si que me hizo reaccionar y más aun cuando se precipitó sobre mí. Su torpe gesto fue fácil de esquivar. Quizás el miedo que le provoco aquel hombre le entorpecía, puede que los nervios de ser observado por tanta gente o que de veras era un inútil. Al esquivar su primer ataque vi que Fausto se echó hacia delante para defenderme. Le hice un gesto para que se detuviera. Aquel instante que miré al caballo el marine lo aprovechó y me hizo un corte en el vientre. Me sangraba y además rompió mi ropa. No lo pensé, el dolor sumado a mi entrenamiento me hizo reaccionar. Le dí un codazo en la boca con el brazo derecho y aproveche el movimiento para desenvainar la katana que la tenia a la izquierda de mi cintura. La alcé sobre mi cabeza y con gran rapidez la bajé y le corté la mano con la que me atacó. Tiro la única daga que aun podía sujetar y se tapó la herida.
Que fingiera grandeza ante la muchedumbre, que me atacara sin motivo y que me hiciera sangrar. Aquello me puso de los nervios y recordé lo que tantas veces me repetían mis hermanos "Debes aprender a controlarte". Tenían razón, aun debía aprender. Mientras aquel repulsivo hombre gritaba le dí una patada en el estomago que lo sentó en el suelo, mi rostro cuando me cabreaba parecía el de un maníaco debido a mis características faciales. Lo miré con el pulso acelerado, sus gritos resonaban por toda mi cabeza de forma muy molesta y deseaba silenciarlo.
-¡Cállate!- alcé la voz y con una patada en la cabeza lo conseguí.
Limpié la sangre de la espada con su chaqueta de la marina y la guardé. Me di la vuelta y caminé hacia el hombre que me permitió aquel momento. Caminé pensando en lo que había echo. No era mi primera lucha, ni siquiera la primera vez que perdía los nervios al luchar contra otro. Ya batallé en la frontera contra el clan Kikazaru, pero aquella vez era una causa justa, daba igual que perdiera los nervios mientras defendiera a mi familia. Esto fue diferente, no había causa justa, no había a quien defender, solo era un estúpido al que se le fue la cabeza, y no se si me refiero a él o a mi. Llegue junto al hombre de ojos de bestia.
-¿Porque les atacaste? ¿Porque me dejaste contra él?- dije estando ya más calmado y con una mano apretado la herida.
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