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—¿Cuánto ha pasado desde que salimos de Water Seven, Shiro?
Los dos compañeros estaban en la cubierta de un pequeño barco mercantil rumbo al Ojo; el más grande de los dos, relativamente hablando, tumbado mirando las nubes mientras que, el otro, estaba en la borda echando hasta la comida del día anterior. Neo sonrió al escuchar a su peludo amigo y siguió un poco a lo suyo. Que su compañero estuviera soltándolo todo era una respuesta en sí misma, y haciendo cuentas de cuánto tiempo necesitaba para que se pusiera así, estipuló que llevaban ya unas dos semanas de viaje casi ininterrumpido. Y, por ello mismo, supo que ya estaban bien cerca.
Y no se equivocó cuando se sentó en el sitio y, al girar la cabeza, vio a penas un kilómetro de distancia su objetivo. Cogió a Shiro por las orejas y echó a correr, echó a correr como no había hecho en meses, casi un año; y saltó. Saltó por la borda, mas justo cuando la gente que lo vio hacerlo pensaba que iba a caer al agua este comenzó a andar por el aire como si justo delante de sus narices hubiera un camino invisible. No lo había, obviamente, pero nuestro pelinegro se había acostumbrado tanto que daba la sensación.
—¡Shiro, vamos a volver a ver a Dexter! ¿Crees que se acordará de que me debe una chimichanga? No, yo tampoco lo creo...
Se diría él mismo en el aire, acercándose cada vez más a la isla, hablando básicamente solo debido a la indigestión de la rata verde y de su incapacidad para escuchar a Neo. Podían pasar muchas cosas aquel día, y esperaba que fueran las que fuesen, fueran divertidas.
Los dos compañeros estaban en la cubierta de un pequeño barco mercantil rumbo al Ojo; el más grande de los dos, relativamente hablando, tumbado mirando las nubes mientras que, el otro, estaba en la borda echando hasta la comida del día anterior. Neo sonrió al escuchar a su peludo amigo y siguió un poco a lo suyo. Que su compañero estuviera soltándolo todo era una respuesta en sí misma, y haciendo cuentas de cuánto tiempo necesitaba para que se pusiera así, estipuló que llevaban ya unas dos semanas de viaje casi ininterrumpido. Y, por ello mismo, supo que ya estaban bien cerca.
Y no se equivocó cuando se sentó en el sitio y, al girar la cabeza, vio a penas un kilómetro de distancia su objetivo. Cogió a Shiro por las orejas y echó a correr, echó a correr como no había hecho en meses, casi un año; y saltó. Saltó por la borda, mas justo cuando la gente que lo vio hacerlo pensaba que iba a caer al agua este comenzó a andar por el aire como si justo delante de sus narices hubiera un camino invisible. No lo había, obviamente, pero nuestro pelinegro se había acostumbrado tanto que daba la sensación.
—¡Shiro, vamos a volver a ver a Dexter! ¿Crees que se acordará de que me debe una chimichanga? No, yo tampoco lo creo...
Se diría él mismo en el aire, acercándose cada vez más a la isla, hablando básicamente solo debido a la indigestión de la rata verde y de su incapacidad para escuchar a Neo. Podían pasar muchas cosas aquel día, y esperaba que fueran las que fuesen, fueran divertidas.
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El sol se encontraba ya en lo alto del cielo, el cual presagiaba un día sin nubes y de tiempo agradable. Era como una buena señal de los cielos. Después de un eterno y movido viaje en la Media Luna... Tras más de dos años, Mura podía decir por fin que estaba en casa. La joven felina apagó el motor del barco, desde la sala de control y se llevó a la espalda la mochila en que había guardado todo lo imprescindible para ella. El resto de cosas que había en el barco, de valor, estarían seguras ahí. Ya se ocuparía de trasladarlas en adelante. De momento, quería salir a estirar sus piernas y recorrer la isla antes de ir a ver a los miembros de la Rosa. Tenía muchas cosas que contar sobre sus vivencias al capitán y a Bakagami. También quería mostrarles, orgullosa, lo mucho que se había fortalecido en este tiempo.
Corriendo, tardó escasos segundos en alcanzar la cubierta donde Sumire y Nala la esperaban. Ambas voltearon a ver a la pelinarranja. Nala pegó un ladrido que casi la dejó sorda, antes de correr hacía la menuda figura de su dueña quien, de no ser por su fuerza, hubiera retrocedido varios metros hacia atrás, para luego caer al suelo. Y es que la pequeña cánida que hubiere sido Nala hacía años, había dejado paso a una figura enorme. No necesitaba posarse sobre sus cuartos traseros para ser más alta que Akane. De hecho, a dos patas duplicaba a la asesina. Sumire, por su parte, no aparentaba ningún cambio físico. Obviamente esto se debía a su polimorfismo. Mura acarició la cabeza de la bestia, abrazando su grueso cuello a la vez, antes de que esta tratara de lamerle la cara y, poco después, se subió en su lomo, agarrándose como mejor pudo a su pelaje. Sumire hizo que unas alas apareciesen a su vez en su espalda y descendieron de la embarcación.
-Bien, pongámonos en marcha.- Exclamó la pelinaranja alzando el puño al tiempo, para enfatizar su emoción. Sumire la secundó y Nala aulló alegre. antes de echar a andar por el puerto. Sin esperarse lo que podía estar por caerles encima.
Corriendo, tardó escasos segundos en alcanzar la cubierta donde Sumire y Nala la esperaban. Ambas voltearon a ver a la pelinarranja. Nala pegó un ladrido que casi la dejó sorda, antes de correr hacía la menuda figura de su dueña quien, de no ser por su fuerza, hubiera retrocedido varios metros hacia atrás, para luego caer al suelo. Y es que la pequeña cánida que hubiere sido Nala hacía años, había dejado paso a una figura enorme. No necesitaba posarse sobre sus cuartos traseros para ser más alta que Akane. De hecho, a dos patas duplicaba a la asesina. Sumire, por su parte, no aparentaba ningún cambio físico. Obviamente esto se debía a su polimorfismo. Mura acarició la cabeza de la bestia, abrazando su grueso cuello a la vez, antes de que esta tratara de lamerle la cara y, poco después, se subió en su lomo, agarrándose como mejor pudo a su pelaje. Sumire hizo que unas alas apareciesen a su vez en su espalda y descendieron de la embarcación.
-Bien, pongámonos en marcha.- Exclamó la pelinaranja alzando el puño al tiempo, para enfatizar su emoción. Sumire la secundó y Nala aulló alegre. antes de echar a andar por el puerto. Sin esperarse lo que podía estar por caerles encima.
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Quizá por lo que había ido escuchando de ella durante tanto tiempo, o quizá porque se suponía que era la isla de uno de los piratas más grandes de los mares, pero a Neo se le antojaba algo pequeño el trozo de tierra que tenía delante a medida que él y su peludo amigo se iban acercando. No le decepcionó, simplemente le chocó algo con la imagen mental que tenía, que empezó a borrar y a dibujar en plan esquema mental; no era demasiado bueno plasmando sus pensamientos en papel, pero sus mapas mentales eran mejores que los de muchos cartógrafos existentes.
Pero bueno, eso no le interesa a nadie, ¿verdad? El caso es que acabaron por llegar al puerto. Era bonito y, lo más importante, lleno de vida y actividad. Lo que significaba, por otro lado, que tenía que haber un gran comercio por aquellos lares. Y sí, las armas y productos artesanales son importantes, pero en la mente de Neo había otros asuntos más... acuciantes.
—¿Con cuántos tipos de pescado crees que comercializan aquí? Es decir, llevamos dos semanas a puré de patata rancio y sobras de verdura, me apetece algo de pescado bien frito.
Shiro andaba un poco menos mareado pero aún prefería no decir palabra alguna, por si acaso y eso. Aún así, en menos de lo que podría haber tardado en contestar —que no iba a hacerlo, como ya he dicho— Neo oyó una voz desde abajo.
—¡Tú! ¡El niño volador! ¡Está prohibido sobrevolar esta zona sin autorización!
El pequeño pelinegro inspiró profundamente entendiendo que a unos seis o siete metros de altura —teniendo en cuenta la suya propia— era difícil, cuanto menos, discernir si era o no un niño. Cuando se relajó lo suficiente cesó la energía en la planta de sus pies la cual lo mantenía en el aire y se dejó caer a varios metros de aquellos que lo habían llamado; quizá se equivocaba, pero tenían pinta de ser guardias de aquel lugar.
El sutil, quizá leve, puede que nimio problema fue que, aunque su puntería solía ser buena... Bueno, en esta ocasión pasó por alto detalles del escenario que debería haber tenido en cuenta. Cosas como que, bueno, había gente caminando por ahí. Cuando quiso darse cuenta estaba encima de una joven de cabellos naranja y unos preciosos ojos amatista; y, como de costumbre aunque no fuese una buena costumbre ni una que le gustase demasiado, se encontraba con una de sus manos en una zona algo íntima. En este caso una de las nalgas de la susodicha joven.
Antes de que pudiera siquiera disculparse algo le dio un gran golpe en la cara y lo echó a un lado y, en cuestión de milésimas de segundo, tenía encima lo que parecía un lindo perrito del tamaño de un oso pardo mostrándole toda la hilera de dientes. Parecía cabreado, aunque Neo estaba más asombrado por el tamaño de aquel bicho que asustado porque estuviera casi a punto de perder la cabeza de un bocado. Activó casi instintivamente su haki de armadura, pero se quedó quieto más bien por el por si acaso.
—Esto... ¿Parlamento?
Seeeep, aquel iba a ser un buen día si no moría antes.
Pero bueno, eso no le interesa a nadie, ¿verdad? El caso es que acabaron por llegar al puerto. Era bonito y, lo más importante, lleno de vida y actividad. Lo que significaba, por otro lado, que tenía que haber un gran comercio por aquellos lares. Y sí, las armas y productos artesanales son importantes, pero en la mente de Neo había otros asuntos más... acuciantes.
—¿Con cuántos tipos de pescado crees que comercializan aquí? Es decir, llevamos dos semanas a puré de patata rancio y sobras de verdura, me apetece algo de pescado bien frito.
Shiro andaba un poco menos mareado pero aún prefería no decir palabra alguna, por si acaso y eso. Aún así, en menos de lo que podría haber tardado en contestar —que no iba a hacerlo, como ya he dicho— Neo oyó una voz desde abajo.
—¡Tú! ¡El niño volador! ¡Está prohibido sobrevolar esta zona sin autorización!
El pequeño pelinegro inspiró profundamente entendiendo que a unos seis o siete metros de altura —teniendo en cuenta la suya propia— era difícil, cuanto menos, discernir si era o no un niño. Cuando se relajó lo suficiente cesó la energía en la planta de sus pies la cual lo mantenía en el aire y se dejó caer a varios metros de aquellos que lo habían llamado; quizá se equivocaba, pero tenían pinta de ser guardias de aquel lugar.
El sutil, quizá leve, puede que nimio problema fue que, aunque su puntería solía ser buena... Bueno, en esta ocasión pasó por alto detalles del escenario que debería haber tenido en cuenta. Cosas como que, bueno, había gente caminando por ahí. Cuando quiso darse cuenta estaba encima de una joven de cabellos naranja y unos preciosos ojos amatista; y, como de costumbre aunque no fuese una buena costumbre ni una que le gustase demasiado, se encontraba con una de sus manos en una zona algo íntima. En este caso una de las nalgas de la susodicha joven.
Antes de que pudiera siquiera disculparse algo le dio un gran golpe en la cara y lo echó a un lado y, en cuestión de milésimas de segundo, tenía encima lo que parecía un lindo perrito del tamaño de un oso pardo mostrándole toda la hilera de dientes. Parecía cabreado, aunque Neo estaba más asombrado por el tamaño de aquel bicho que asustado porque estuviera casi a punto de perder la cabeza de un bocado. Activó casi instintivamente su haki de armadura, pero se quedó quieto más bien por el por si acaso.
—Esto... ¿Parlamento?
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Tardaron escasos minutos en llegar a la calle de mercado del puerto, la cual se encontraba tranquila, sin ninguna incidencia que perturbase la paz en el lugar y sin marines u otro tipo de persona que quisiese atraparla y encarcelarla. Pero mucho mejor que la calma de los bosques nevados del Reino de Sakura, donde se había pasado el último año. No, El Ojo tenía varias cosas de las que aquella isla se veían faltas, tales como un clima agradable que dejaba a la pelinaranja llevar los brazos al aire, una brisa que al mecer sus cabellos no los dejaban helados y personas. Pero no personas desconfiadas que la mirasen con pensamientos maliciosos y prejuicios.
-Como me alegro de estar en casa. No opinas igual, Sumire?- Preguntó Akane a la albina, con tono animado. Era la primera vez en años que se comportaba como si fuera una niña sin ninguna preocupación en la cabeza, cosa que sacó una sonrisa a la pequeña dragona.
-Supongo que sí, pero técnicamente aún no estamos en casa.- Contestó la dragona, en lo que los ojos de Mura se fijaban en un grupo de guardias que estaban gritando al cielo. Instintivamente, al escuchar que había alguien "volando", la joven alzó la cabeza, quedando empanda mientras observaba al chico que se encontraba sobre sus cabezas.
-Oh, ahora está cayendo.- Comentó mirando al chico de cabellos oscuros, que cada vez se encontraba más cerca de ellas. -Espera... ¡Quie..!- No le dio tiempo a acabar la frase, para cuando se dio cuenta de que estaba a punto de chocarse con ella ya se encontraba en el suelo, con un crío un poco más bajito que ella cuya mano había acabado sobre una de sus posaderas, cosa que la sacó de su entumecimiento. Todo bello de su cuerpo se erizo, al tiempo que la felina se le escapaba un grito ahogado por la impresión. Este debió alertar a Nala, que empujó al niño al instante.
-¡Nala, espera! No pasa nada.- Exclamó Akane, incorporándose lo más rápido que pudo, quitándose el polvo de la ropa antes de llevar las manos a la espalda. No se había hecho mucho daño, pero el quejarse era gratis. -Auch... ¿no podías decender de otra forma que no fuese en picado?- Le riñó, poniéndose a su altura mientras apartaba a Nala, acariciándola detrás de la oreja para que se calmase. -¿Te encuentras bien?- Preguntó finalmente, tendiéndole la mano con una media sonrisa.
-Como me alegro de estar en casa. No opinas igual, Sumire?- Preguntó Akane a la albina, con tono animado. Era la primera vez en años que se comportaba como si fuera una niña sin ninguna preocupación en la cabeza, cosa que sacó una sonrisa a la pequeña dragona.
-Supongo que sí, pero técnicamente aún no estamos en casa.- Contestó la dragona, en lo que los ojos de Mura se fijaban en un grupo de guardias que estaban gritando al cielo. Instintivamente, al escuchar que había alguien "volando", la joven alzó la cabeza, quedando empanda mientras observaba al chico que se encontraba sobre sus cabezas.
-Oh, ahora está cayendo.- Comentó mirando al chico de cabellos oscuros, que cada vez se encontraba más cerca de ellas. -Espera... ¡Quie..!- No le dio tiempo a acabar la frase, para cuando se dio cuenta de que estaba a punto de chocarse con ella ya se encontraba en el suelo, con un crío un poco más bajito que ella cuya mano había acabado sobre una de sus posaderas, cosa que la sacó de su entumecimiento. Todo bello de su cuerpo se erizo, al tiempo que la felina se le escapaba un grito ahogado por la impresión. Este debió alertar a Nala, que empujó al niño al instante.
-¡Nala, espera! No pasa nada.- Exclamó Akane, incorporándose lo más rápido que pudo, quitándose el polvo de la ropa antes de llevar las manos a la espalda. No se había hecho mucho daño, pero el quejarse era gratis. -Auch... ¿no podías decender de otra forma que no fuese en picado?- Le riñó, poniéndose a su altura mientras apartaba a Nala, acariciándola detrás de la oreja para que se calmase. -¿Te encuentras bien?- Preguntó finalmente, tendiéndole la mano con una media sonrisa.
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Neo apenas movía un solo músculo mientras miraba fijamente a los ojos de la muerte; en este caso era una muerte un poco peluda y con colmillos casi más grandes que su cabeza, pero la muerte al fin y al cabo. Shiro, por otro lado, admiraba la escena con una parsimonia solo posible en él, acomodado en el hombro de uno de los guardias que, no se sabe si con miedo por el destino del pelinegro o con confusión por cómo había empezado aquello, miraba asombrado la escena.
La señora pelirroja tranquilizó a la bestia de tal forma que puso celoso a Neo: ojalá hubiera sabido hacer yo eso con el jaguar tigre avispa venenoso pensaría el pequeño aceptando de buen gusto la ayuda que le proporcionó la chica. Vale que en general muy poca gente era más pequeña que él, pero que ni siquiera una niña lo fuera le dolía un poco en su corazoncito. Aunque bueno, ¿era una niña? Parecer lo parecía, aunque nunca se puede juzgar un libro por su portada. O bueno, eso dicen, Neo tampoco le suele dar mucha importancia la verdad, por lo menos no si no pone atención... Cosa que no suele hacer.
—Lo siento, lo siento... Es que cuando miré no vi que hubiese nadie... Puede que mirase mal o, yo qué sé, que aparecieras por combustión espontanea... No te teletransportas, ¿no?
No sabría decir hasta qué punto lo decía en serio, pero su media sonrisa y su gesto amable daban a entender que lo estaba diciendo en broma para calmar un poco la tensión. Pero repito, las posibilidades de que lo dijera en serio no eran bajas tampoco.
—Tengo hambre y ya no estoy mareado. Quiero la chimichanga. ¿Nos vamos, momantaii? —comentó la pequeña rata blanca y verde una vez se hubo subido a la cabeza del pelinegro, dejando caer sus largas orejas a los laterales ocultando las del chico.
—El pequeño roedor sin educación se llama Shiro. Lo siento también por sus modales —dijo señalándolo—. Y sí, me encuentro bien. Quien debería estar preguntando soy yo, que he sido quien te ha dado un buen golpe.
El pelinegro volvió a sonreír intentando parecer un poco arrepentido. Que a ver, lo estaba, pero mejor parecerlo por si acaso, aunque la chica parecía bastante maja.
—Teníamos pensado darnos una vuelta por el lugar y conocerlo, que estamos buscando a alguien, pero como tampoco tenemos prisa —Shiro soltó un suspiro resignado y Neo continuó como si nada—, si quieres podemos acompañarte y recompensarte de algún modo como, no sé, invitándote a comer, y así todos contentos, ¿eh? Además... —miró a su alrededor donde aún había mucha gente, y cada vez más -¿por qué sería que había tanta gente interesándose por ese tema?-— No me hace mucha gracia que tanta gente me mire, me intimida un poco.
No era cierto del todo, pero sí que era verdad que desde que le habían puesto recompensa por su cabeza se había sentido algo ansioso cada vez que se encontraba en medio de una gran multitud y, sobretodo, si estaban todos atentos a él. Tanto aceptara como si no, un cambio de aires le iba a sentar bien. Además, ¿qué podría salir mal con una pelirroja y un perro gigante de la muerte mortal?
La señora pelirroja tranquilizó a la bestia de tal forma que puso celoso a Neo: ojalá hubiera sabido hacer yo eso con el jaguar tigre avispa venenoso pensaría el pequeño aceptando de buen gusto la ayuda que le proporcionó la chica. Vale que en general muy poca gente era más pequeña que él, pero que ni siquiera una niña lo fuera le dolía un poco en su corazoncito. Aunque bueno, ¿era una niña? Parecer lo parecía, aunque nunca se puede juzgar un libro por su portada. O bueno, eso dicen, Neo tampoco le suele dar mucha importancia la verdad, por lo menos no si no pone atención... Cosa que no suele hacer.
—Lo siento, lo siento... Es que cuando miré no vi que hubiese nadie... Puede que mirase mal o, yo qué sé, que aparecieras por combustión espontanea... No te teletransportas, ¿no?
No sabría decir hasta qué punto lo decía en serio, pero su media sonrisa y su gesto amable daban a entender que lo estaba diciendo en broma para calmar un poco la tensión. Pero repito, las posibilidades de que lo dijera en serio no eran bajas tampoco.
—Tengo hambre y ya no estoy mareado. Quiero la chimichanga. ¿Nos vamos, momantaii? —comentó la pequeña rata blanca y verde una vez se hubo subido a la cabeza del pelinegro, dejando caer sus largas orejas a los laterales ocultando las del chico.
—El pequeño roedor sin educación se llama Shiro. Lo siento también por sus modales —dijo señalándolo—. Y sí, me encuentro bien. Quien debería estar preguntando soy yo, que he sido quien te ha dado un buen golpe.
El pelinegro volvió a sonreír intentando parecer un poco arrepentido. Que a ver, lo estaba, pero mejor parecerlo por si acaso, aunque la chica parecía bastante maja.
—Teníamos pensado darnos una vuelta por el lugar y conocerlo, que estamos buscando a alguien, pero como tampoco tenemos prisa —Shiro soltó un suspiro resignado y Neo continuó como si nada—, si quieres podemos acompañarte y recompensarte de algún modo como, no sé, invitándote a comer, y así todos contentos, ¿eh? Además... —miró a su alrededor donde aún había mucha gente, y cada vez más -¿por qué sería que había tanta gente interesándose por ese tema?-— No me hace mucha gracia que tanta gente me mire, me intimida un poco.
No era cierto del todo, pero sí que era verdad que desde que le habían puesto recompensa por su cabeza se había sentido algo ansioso cada vez que se encontraba en medio de una gran multitud y, sobretodo, si estaban todos atentos a él. Tanto aceptara como si no, un cambio de aires le iba a sentar bien. Además, ¿qué podría salir mal con una pelirroja y un perro gigante de la muerte mortal?
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