-¿Nervioso?- preguntó una voz a su espalda. Hacía mucho tiempo que no la escuchaba, y su dueña se apoyaba en el marco de la puerta. A través del espejo podía ver su cabello pelirrojo caer en cascada sobre los hombros. En su cara había una sonrisa dibujada, pero sus ojos reflejaban preocupación. Tras un año desaparecido, muchos temían que no estuviese en su mejor momento. Y él también.
-¿Debería?- fue su respuesta. Zane D. Kenshin había estado ausente durante dos años enteros, seguramente oculto para capear el temporal. No era estúpido, sabía que lo más probable fuese un duro entrenamiento a sus espaldas, pero no era el único. Además, si en tanto tiempo el descamisetado había sido capaz de no llamar la atención lo más probable era que hubiese pasado el tiempo metido en una cueva. Ese pirata en concreto era incapaz de no llamar la atención.
-Legim nunca estaba nervioso- dijo ella. Su sonrisa había desaparecido mientras Al se ataba los cordones-. Él te dejó entrar hasta su habitación sin preocuparse de nada, y hasta te invitó a beber. Ignoró cualquier aviso y hasta ordenó a Belial alejarse, pensando que recapacitarías y te marcharías con el rabo entre las piernas. Siempre hay que estar alerta, al menos ante el peligro.
Tenía razón. Aquel día Al había llegado sin apenas dificultad hasta el capitán pirata, que había terminado por entregarse tras un combate que podría haberle costado la vida. Había incluso acudido a una de las técnicas más sucias que alguien podía utilizar en medio de un combate: Intentar noquearlo con haki del rey. En realidad, ésa era casi la táctica menos sucia que había visto de él. Primero huir del combate por una ventana, más tarde despreciarlo, llamar a Belial una vez el combate se volvió peligroso para él... Y cuando su vida estuvo en riesgo se rindió de inmediato, renunciando a ese honor que él mismo argumentaba. Pero él no era así, él no era una vergüenza para la esgrima, él sabía que si desenvainaba uno de los dos tenía que acabar en el suelo.
-Yo no soy Legim. Toma.
Sin darse la vuelta le lanzó la vaina de Okami, con la legendaria Katana en su interior. No necesitaba intimidar a nadie, y de hecho sería contraproducente. Quería acercarse al pirata, no hacerlo huir según lo viese, aunque si lo reconocía y estaba al tanto de lo sucedido tal vez el resultado fuese el mismo. Colocó lentamente sus armas, una a una, con sumo cuidado. De nuevo había olvidado pedir unas esposas de Kairoseki en la armería, pero tampoco pasaba nada. Con suerte podría simplemente apoyar a Nube sobre el pecho de Zane y llevarlo sin mayor dificultad. Incluso tal vez pudiera convencerlo de entregarse voluntariamente.
La sirena del barco sonó, indicando que iban a atracar. Terminó de colocarse la corbata y la chaqueta, guardó el violín en el abrigo y marchó mientras la larga gabardina de oficial ondeaba tras él. La muchacha pelirroja se quedó atrás, sosteniendo la espada sin decir nada, solo moviendo los labios intentando decir "buena suerte". Él simplemente se despidió con el saludo militar y abandonó el barco antes de que llegase a tierra. El mar se congeló bajo él , y caminó hasta el muelle antes de que el Diamante en bruto tomase tierra. Odiaba la lentitud de los barcos de la Marina, su gusto por las normas... Podrían ocasionar una fuga sólo por bajar a tres nudos en el muelle. ¡Iban con las velas desplegadas! ¿Por qué en una isla que el Gobierno no controlaba entraban con tanta pachorra? En fin, qué más daría. Tal vez antes de iniciar la búsqueda pudiese tomar algo en una taberna. De paso, quizá se crearía revuelo y vería al pollo salir por sí mismo.
Empujó la puerta del primer local que encontró, y cruzó el umbral. Todo el mundo miraba hacia él, con cierto temor quien no con desprecio. Bueno, cambio de planes.
-Invito a una ronda a cualquiera que no tenga recompensa. Y dejaré ir tranquilo a cualquiera que encuentre a Zane D. Kenshin y le diga que Al Naion está buscándolo.
Se sentó a la barra en una banqueta, mientras todos los demás abandonaban la estancia.
-Prometo que esto no lo esperaba- dijo al tabernero-. La mejor cerveza que tengas, por favor.
-¿Debería?- fue su respuesta. Zane D. Kenshin había estado ausente durante dos años enteros, seguramente oculto para capear el temporal. No era estúpido, sabía que lo más probable fuese un duro entrenamiento a sus espaldas, pero no era el único. Además, si en tanto tiempo el descamisetado había sido capaz de no llamar la atención lo más probable era que hubiese pasado el tiempo metido en una cueva. Ese pirata en concreto era incapaz de no llamar la atención.
-Legim nunca estaba nervioso- dijo ella. Su sonrisa había desaparecido mientras Al se ataba los cordones-. Él te dejó entrar hasta su habitación sin preocuparse de nada, y hasta te invitó a beber. Ignoró cualquier aviso y hasta ordenó a Belial alejarse, pensando que recapacitarías y te marcharías con el rabo entre las piernas. Siempre hay que estar alerta, al menos ante el peligro.
Tenía razón. Aquel día Al había llegado sin apenas dificultad hasta el capitán pirata, que había terminado por entregarse tras un combate que podría haberle costado la vida. Había incluso acudido a una de las técnicas más sucias que alguien podía utilizar en medio de un combate: Intentar noquearlo con haki del rey. En realidad, ésa era casi la táctica menos sucia que había visto de él. Primero huir del combate por una ventana, más tarde despreciarlo, llamar a Belial una vez el combate se volvió peligroso para él... Y cuando su vida estuvo en riesgo se rindió de inmediato, renunciando a ese honor que él mismo argumentaba. Pero él no era así, él no era una vergüenza para la esgrima, él sabía que si desenvainaba uno de los dos tenía que acabar en el suelo.
-Yo no soy Legim. Toma.
Sin darse la vuelta le lanzó la vaina de Okami, con la legendaria Katana en su interior. No necesitaba intimidar a nadie, y de hecho sería contraproducente. Quería acercarse al pirata, no hacerlo huir según lo viese, aunque si lo reconocía y estaba al tanto de lo sucedido tal vez el resultado fuese el mismo. Colocó lentamente sus armas, una a una, con sumo cuidado. De nuevo había olvidado pedir unas esposas de Kairoseki en la armería, pero tampoco pasaba nada. Con suerte podría simplemente apoyar a Nube sobre el pecho de Zane y llevarlo sin mayor dificultad. Incluso tal vez pudiera convencerlo de entregarse voluntariamente.
La sirena del barco sonó, indicando que iban a atracar. Terminó de colocarse la corbata y la chaqueta, guardó el violín en el abrigo y marchó mientras la larga gabardina de oficial ondeaba tras él. La muchacha pelirroja se quedó atrás, sosteniendo la espada sin decir nada, solo moviendo los labios intentando decir "buena suerte". Él simplemente se despidió con el saludo militar y abandonó el barco antes de que llegase a tierra. El mar se congeló bajo él , y caminó hasta el muelle antes de que el Diamante en bruto tomase tierra. Odiaba la lentitud de los barcos de la Marina, su gusto por las normas... Podrían ocasionar una fuga sólo por bajar a tres nudos en el muelle. ¡Iban con las velas desplegadas! ¿Por qué en una isla que el Gobierno no controlaba entraban con tanta pachorra? En fin, qué más daría. Tal vez antes de iniciar la búsqueda pudiese tomar algo en una taberna. De paso, quizá se crearía revuelo y vería al pollo salir por sí mismo.
Empujó la puerta del primer local que encontró, y cruzó el umbral. Todo el mundo miraba hacia él, con cierto temor quien no con desprecio. Bueno, cambio de planes.
-Invito a una ronda a cualquiera que no tenga recompensa. Y dejaré ir tranquilo a cualquiera que encuentre a Zane D. Kenshin y le diga que Al Naion está buscándolo.
Se sentó a la barra en una banqueta, mientras todos los demás abandonaban la estancia.
-Prometo que esto no lo esperaba- dijo al tabernero-. La mejor cerveza que tengas, por favor.
Un poderoso e imponente graznido se pudo escuchar en la inmensidad del cielo diurno, al tiempo que una colosal ave de plumaje carmesí descendía a gran velocidad sobre una isla cuyo nombre desconocía. El alado pirata contempló la ínsula desde el cielo, se trataba de un paraíso precioso para aquel que le gustase la geología, pues estaba rodeada por unos extraños promontorios con forma oblonga y en cuyo centro se encontraba un diminuto pueblo cercado por un amplio y verde bosque. «El lugar perfecto para descansar», se dijo así mismo, aumentando aún más la velocidad para llegar a su improvisado destino.
Aterrizó, cobrando forma humana, envuelto en una nube de llamas que no tardó en disiparse, llamando la atención de todas las personas que se encontraban en aquella parte de la isla, mostrando una sonrisa de oreja a oreja. Esa era la primera vez en muchísimo tiempo que ponía el pie en una isla que no fuera Wano, y le resultaba extraño ver a personas que no estuvieran vestidas con alguna vestimenta típica de allí. Incluso él, que solía vestir con pantalones y sudadera, había optado por una vestimenta algo más formal, con la cual sus movimientos eran más fluidos.
Muchos se detuvieron a mirarlo, mientras otros, simplemente, cuchicheaban en voz baja su nombre. No cabía duda, en aquel pueblo le conocían; y seguramente no era para bien. Al parecer, durante los dos años que el supernova no había estado inactivo su nombre no había sido olvidado, es más, su fama se había acrecentado más desde que fue acusado del asesinato de dos miembros de la marina.
«Yo no soy un asesino», se decía el pelirrojo, frunciendo el ceño e intentando hacerse el sordo ante aquellos burdos comentarios.
El camino de tierra de aquel pueblo de casas de madera y pequeños burdeles disimulados le llevó al extremo más occidental del pueblo, un lugar frecuentado por calaña de la más baja categoría. Entró en la primera taberna que le pareció más acogedora y que olía menos peste y se sentó en el único taburete que quedaba vacío frente a la barra.
-Una cerveza y un plato de tu mejor rancho –le pidió al posadero, mirando de reojo a una bombón de exuberantes caderas que estaba al otro lado del local, vestida con un traje de cuero negro muy apretado que dejaba poco a la imaginación.
No tardaron mucho en servirle una jarra de exquisita cerveza negra, junto a un buen trozo de carne y dos patatas pequeñas.
-El dinero por adelantado –dijo el tabernero, extendiendo su grasienta mano y elevando sus dedos índice y corazón.
-Ni que me fuera a ir sin pagar –añadió el pelirrojo, guiñándole un ojo y dándole un billete de dos mil berries.
La comida no estaba muy allá, el filete era puro nervio y de baja calidad, y las patatas estaban duras e insípidas. Asqueroso, era uno de tantos calificativos que se le podía dar a aquella comida; si es que llamarle comida era apropiado. Sin embargo, el pirata no iba a ponerse exquisito en un lugar como aquel. Y de pronto, entró corriendo un adolescente y se paró frente a él.
-¿Usted es Zane D. Kenshin, verdad?
-¿Quién lo pregunta? –inquirió Zane, con el entrecejo fruncido.
-El vicealmirante Al Naion –dijo con voz clara.
Al escuchar ese nombre muchos en la taberna se quedaron boquiabiertos, mientras otros no tardaron ni dos segundos en salir como alma que llevaba el diablo del local.
-¡Vaya! ¿Y eso a qué se debe?
-¿Has estado viviendo en una cueva los últimos años o qué? –intervino uno de los pocos hombres que se quedaron en la taberna-. ¿En serio no has oído hablar del vicealmirante Al Naion? El hombre que ha logrado apresar a uno de los cuatro emperadores del nuevo mundo, Legan Legim.
El pelirrojo se quedó en silencio unos segundos, dando después un sorbo de cerveza.
-No, la verdad es que no –dijo sonriente.
-Deberías huir –añadió el hombre-. Nadie te juzgaría por ello.
-¿Huir? No digas tonterías. Un espadachín nunca huye de un reto. Dime, muchacho, ¿dónde se encuentra el vice?
-Te espera en el saloon de la vieja Pezzi –respondió.
-¿Y eso es…?
-En dirección norte, señor.
Sin parar a pensárselo detenidamente, el pelirrojo se levantó de su asiento y salió de la taberna en dirección a la cantina donde le esperaba aquel famoso vicealmirante. Algo en su interior le decía que abrazara la más antigua de las tradiciones piratas y huyera, pero su orgullo le decía que no, que se quedara y enfrentara a su destino, que dejara de huir. Y en pocos minutos llegó a su destino.
Respiró hondo, y atravesó una de las puertas con energía. Ante su sorpresa, la taberna estaba vacía, a excepción del camarero y un hombre de cabellos dorados, vestido con un traje negro impoluto y una chaqueta con distintos galones sobre los hombros.
-Cuentan las malas lenguas que me estás buscando –comentó el pelirrojo, sentándose al lado del marine, mientras hacía una seña al camarero para que le sirviera una cerveza-. Dime, ¿de qué se me acusa esta vez?
Aterrizó, cobrando forma humana, envuelto en una nube de llamas que no tardó en disiparse, llamando la atención de todas las personas que se encontraban en aquella parte de la isla, mostrando una sonrisa de oreja a oreja. Esa era la primera vez en muchísimo tiempo que ponía el pie en una isla que no fuera Wano, y le resultaba extraño ver a personas que no estuvieran vestidas con alguna vestimenta típica de allí. Incluso él, que solía vestir con pantalones y sudadera, había optado por una vestimenta algo más formal, con la cual sus movimientos eran más fluidos.
Muchos se detuvieron a mirarlo, mientras otros, simplemente, cuchicheaban en voz baja su nombre. No cabía duda, en aquel pueblo le conocían; y seguramente no era para bien. Al parecer, durante los dos años que el supernova no había estado inactivo su nombre no había sido olvidado, es más, su fama se había acrecentado más desde que fue acusado del asesinato de dos miembros de la marina.
«Yo no soy un asesino», se decía el pelirrojo, frunciendo el ceño e intentando hacerse el sordo ante aquellos burdos comentarios.
El camino de tierra de aquel pueblo de casas de madera y pequeños burdeles disimulados le llevó al extremo más occidental del pueblo, un lugar frecuentado por calaña de la más baja categoría. Entró en la primera taberna que le pareció más acogedora y que olía menos peste y se sentó en el único taburete que quedaba vacío frente a la barra.
-Una cerveza y un plato de tu mejor rancho –le pidió al posadero, mirando de reojo a una bombón de exuberantes caderas que estaba al otro lado del local, vestida con un traje de cuero negro muy apretado que dejaba poco a la imaginación.
No tardaron mucho en servirle una jarra de exquisita cerveza negra, junto a un buen trozo de carne y dos patatas pequeñas.
-El dinero por adelantado –dijo el tabernero, extendiendo su grasienta mano y elevando sus dedos índice y corazón.
-Ni que me fuera a ir sin pagar –añadió el pelirrojo, guiñándole un ojo y dándole un billete de dos mil berries.
La comida no estaba muy allá, el filete era puro nervio y de baja calidad, y las patatas estaban duras e insípidas. Asqueroso, era uno de tantos calificativos que se le podía dar a aquella comida; si es que llamarle comida era apropiado. Sin embargo, el pirata no iba a ponerse exquisito en un lugar como aquel. Y de pronto, entró corriendo un adolescente y se paró frente a él.
-¿Usted es Zane D. Kenshin, verdad?
-¿Quién lo pregunta? –inquirió Zane, con el entrecejo fruncido.
-El vicealmirante Al Naion –dijo con voz clara.
Al escuchar ese nombre muchos en la taberna se quedaron boquiabiertos, mientras otros no tardaron ni dos segundos en salir como alma que llevaba el diablo del local.
-¡Vaya! ¿Y eso a qué se debe?
-¿Has estado viviendo en una cueva los últimos años o qué? –intervino uno de los pocos hombres que se quedaron en la taberna-. ¿En serio no has oído hablar del vicealmirante Al Naion? El hombre que ha logrado apresar a uno de los cuatro emperadores del nuevo mundo, Legan Legim.
El pelirrojo se quedó en silencio unos segundos, dando después un sorbo de cerveza.
-No, la verdad es que no –dijo sonriente.
-Deberías huir –añadió el hombre-. Nadie te juzgaría por ello.
-¿Huir? No digas tonterías. Un espadachín nunca huye de un reto. Dime, muchacho, ¿dónde se encuentra el vice?
-Te espera en el saloon de la vieja Pezzi –respondió.
-¿Y eso es…?
-En dirección norte, señor.
Sin parar a pensárselo detenidamente, el pelirrojo se levantó de su asiento y salió de la taberna en dirección a la cantina donde le esperaba aquel famoso vicealmirante. Algo en su interior le decía que abrazara la más antigua de las tradiciones piratas y huyera, pero su orgullo le decía que no, que se quedara y enfrentara a su destino, que dejara de huir. Y en pocos minutos llegó a su destino.
Respiró hondo, y atravesó una de las puertas con energía. Ante su sorpresa, la taberna estaba vacía, a excepción del camarero y un hombre de cabellos dorados, vestido con un traje negro impoluto y una chaqueta con distintos galones sobre los hombros.
-Cuentan las malas lenguas que me estás buscando –comentó el pelirrojo, sentándose al lado del marine, mientras hacía una seña al camarero para que le sirviera una cerveza-. Dime, ¿de qué se me acusa esta vez?
-Muchacho, no deberías ir con tanta alegría por el mundo- respondió el posadero, rellenando una jarra aceptablemente limpia en un barril que había bajo la barra-. Cualquier día podría llegar alguien más fuerte que tú y terminar con tu exitosa carrera. Y, por cierto, me debes toda la cuenta que esos truhanes han dejado pendiente.
Le acercó la bebida y Al la llevó a su nariz, tratando de palpar su aroma. Realmente parecía una buena cerveza, de color intenso y olor a trigo. No estaba aguada a simple vista, y cuando dio el primer trago supo que no se equivocaba. No era la mejor cerveza del mundo, pero era probable que se tratase de lo mejor que la vieja Pezzi podía ofrecer. Aunque le habría gustado preguntar por qué ese nombre, sólo tuvo que mirar el cuadro tras la barra para darse cuenta de que el tabernero había sido Drag Queen profesional en sus años mozos. O eso o era su madre, pero dado que tenían la misma cara... Evitó cuestionarse nada. Era mejor no hacerlo, por el bien de su salud mental.
-Buena cerveza- terminó diciendo, volviendo a lo que más importaba en ese momento-. Y... ¿Por qué debería pagar su cuenta? Quiero decir, en vez de detenerte a ti por no denunciarlos a la autoridad- evidentemente no iba a hacer eso, pero tampoco pensaba pagarle media copa a cada truhan que se encontraba por ahí.
-Si me detienes probablemente se corra la voz y no haya más tabernas que admitan criminales- replicó, con un aire de seguridad, sirviéndose para él otra jarra y chocándola con la suya-. Y sin un sitio para beber, no atracarán aquí, o no serán tan pacíficos... ¿De verdad por un anciano vas a sacrificar la paz del mundo?
-Es curioso, pero Legan Legim también usó el mismo argumentario, y no...
Lo interrumpieron. Sin embargo, la conversación que acababa de iniciar el recién llegado era mucho más interesante de lo que un mesero pudiese ofrecer. Zane D. Kenshin, el descamisetado, se había presentado mucho más rápido de lo que esperaba. Giró la cabeza hacia él y pudo comprobar que se trataba del mismísimo pirata pelirrojo. No Akagami, el niño con problemas de control de ira, sino el pollo flamígero que había matado a varios compañeros hacía un par de años. Tras eso, simplemente había desaparecido sin más, a la espera de que las cosas se relajasen... Pero no se habían relajado. Habían llegado los papeles a su mesa, como guiados por el destino o por una mano invisible que controlaba el mundo, pero ahí estaban. Los dos.
-Las malas lenguas suelen decir las mejores verdades- respondió finalmente, tras dar un largo trago-. Y los mejores criminales hacen las peores cosas. Siéntate y charlemos mientras tomamos algo, anda.
Sacó las esposas, normales y corrientes esposas. Unos simples grilletes de acero que dejó sobre la barra, mientras el tabernero, como guiado por su pensamiento, servía una nueva jarra para el pirata. Sin embargo, esa pinta era de uno de los visibles barriles de atrás, y su color era bastante menos intenso. Tampoco echaba tanta espuma, pero no le dio importancia realmente; no le importaba demasiado, y seguramente como buen pirata tuviese el gusto atrofiado bajo años de alcoholismo.
-Cuéntame, jovencito, ¿Por qué matas Marines? Está muy feo, casi diría que me molesta.
Le acercó la bebida y Al la llevó a su nariz, tratando de palpar su aroma. Realmente parecía una buena cerveza, de color intenso y olor a trigo. No estaba aguada a simple vista, y cuando dio el primer trago supo que no se equivocaba. No era la mejor cerveza del mundo, pero era probable que se tratase de lo mejor que la vieja Pezzi podía ofrecer. Aunque le habría gustado preguntar por qué ese nombre, sólo tuvo que mirar el cuadro tras la barra para darse cuenta de que el tabernero había sido Drag Queen profesional en sus años mozos. O eso o era su madre, pero dado que tenían la misma cara... Evitó cuestionarse nada. Era mejor no hacerlo, por el bien de su salud mental.
-Buena cerveza- terminó diciendo, volviendo a lo que más importaba en ese momento-. Y... ¿Por qué debería pagar su cuenta? Quiero decir, en vez de detenerte a ti por no denunciarlos a la autoridad- evidentemente no iba a hacer eso, pero tampoco pensaba pagarle media copa a cada truhan que se encontraba por ahí.
-Si me detienes probablemente se corra la voz y no haya más tabernas que admitan criminales- replicó, con un aire de seguridad, sirviéndose para él otra jarra y chocándola con la suya-. Y sin un sitio para beber, no atracarán aquí, o no serán tan pacíficos... ¿De verdad por un anciano vas a sacrificar la paz del mundo?
-Es curioso, pero Legan Legim también usó el mismo argumentario, y no...
Lo interrumpieron. Sin embargo, la conversación que acababa de iniciar el recién llegado era mucho más interesante de lo que un mesero pudiese ofrecer. Zane D. Kenshin, el descamisetado, se había presentado mucho más rápido de lo que esperaba. Giró la cabeza hacia él y pudo comprobar que se trataba del mismísimo pirata pelirrojo. No Akagami, el niño con problemas de control de ira, sino el pollo flamígero que había matado a varios compañeros hacía un par de años. Tras eso, simplemente había desaparecido sin más, a la espera de que las cosas se relajasen... Pero no se habían relajado. Habían llegado los papeles a su mesa, como guiados por el destino o por una mano invisible que controlaba el mundo, pero ahí estaban. Los dos.
-Las malas lenguas suelen decir las mejores verdades- respondió finalmente, tras dar un largo trago-. Y los mejores criminales hacen las peores cosas. Siéntate y charlemos mientras tomamos algo, anda.
Sacó las esposas, normales y corrientes esposas. Unos simples grilletes de acero que dejó sobre la barra, mientras el tabernero, como guiado por su pensamiento, servía una nueva jarra para el pirata. Sin embargo, esa pinta era de uno de los visibles barriles de atrás, y su color era bastante menos intenso. Tampoco echaba tanta espuma, pero no le dio importancia realmente; no le importaba demasiado, y seguramente como buen pirata tuviese el gusto atrofiado bajo años de alcoholismo.
-Cuéntame, jovencito, ¿Por qué matas Marines? Está muy feo, casi diría que me molesta.
-Pero la verdad puede ser fácilmente alterada por aquellos que tienen el poder necesario para hacerlo–añadió el pelirrojo, colocándose al lado del marine, de espaldas al mostrador y mirándolo de reojo.
Aquella tabernera, si es que podía llamarse así por la nuez pronunciada que asomaba por el cuello de su jersey, no tardó en traer al pirata una jarra de fría cerveza. Sin decir palabra la puso sobre la barra, dando un ligero sorbo. Miró al vicealmirante y respiró hondo. Ahí estaba, junto al marine que había sido capaz de atrapar a un yonkou sin despeinarse –o eso es lo que dejó entrever el hombre de la anterior cantina-. Y nuevamente dio otro sorbo.
Puedes llamarme Zane, señor… hizo una breve pausa para que el marine dijera su nombre. En ese pequeño lapso de pocos segundos le observó de arriba abajo. No parecía un mal tío, pero las apariencias engañaban. Era un espadachín y eso le gustaba, ¿qué clase de espadachín sería? Tampoco importaba. Una vez contestó, el pelirrojo continuó con sus explicaciones-. Yo no soy un asesino, aunque las pruebas digan lo contrario. Es más, siempre sois vosotros los que venís apuntándome con vuestros mosquetes y espadas. Sí, vale, reconozco que si alguien del gobierno se ha interpuesto en mi camino no he dudado ni un ápice en medirme con él para evaluar mi propia fuerza, pero yo nunca he tomado la iniciativa. Lo mío es enfrentar a otros piratas para reducir la competencia -mostró una sonrisa, como si lo que hubiera dicho se tratara de alguna broma-. Es probable que no te estés creyendo ni una palabra de lo que te digo, pero es la verdad. Lo que sucedió hace más de dos años en Jaya fue culpa de un compañero tuyo. Él me ataco, y al ver que no podía contra mí acabó con todos los suyos y se inmoló. ¿Su rango? No lo recuerdo con exactitud. Se trataban de dos marines de alto rango y algunos soldados. Eso es todo. Después de eso estuve dos años en el nuevo mundo y ahora he vuelto para reunirme con mis polluelos y partir hacia una nueva aventura.
Aquello fue todo lo que dijo el viejo supernova, que agarro con fuerza la jarra de rico zumo de lúpulo y se la bebió de un trago, sintiendo como el delicioso amargor de la cerveza bajaba por su gaznate, fría y deliciosa.
-¡Posadera! Otra jarra, pero esta vez de cerveza tostada. Y bueno, señor Naion, ahora me toca a mí hacerte una pregunta, ¿por qué metéis a todos los piratas en el mismo saco? Te puedo comprar que hay piratas que merecen el peor de los destinos, pero hay otros que solo buscan vivir de forma independiente, buscando tesoros y sin hacer daño a nadie. ¿Porqué vais tras ellos?
Aquella tabernera, si es que podía llamarse así por la nuez pronunciada que asomaba por el cuello de su jersey, no tardó en traer al pirata una jarra de fría cerveza. Sin decir palabra la puso sobre la barra, dando un ligero sorbo. Miró al vicealmirante y respiró hondo. Ahí estaba, junto al marine que había sido capaz de atrapar a un yonkou sin despeinarse –o eso es lo que dejó entrever el hombre de la anterior cantina-. Y nuevamente dio otro sorbo.
Puedes llamarme Zane, señor… hizo una breve pausa para que el marine dijera su nombre. En ese pequeño lapso de pocos segundos le observó de arriba abajo. No parecía un mal tío, pero las apariencias engañaban. Era un espadachín y eso le gustaba, ¿qué clase de espadachín sería? Tampoco importaba. Una vez contestó, el pelirrojo continuó con sus explicaciones-. Yo no soy un asesino, aunque las pruebas digan lo contrario. Es más, siempre sois vosotros los que venís apuntándome con vuestros mosquetes y espadas. Sí, vale, reconozco que si alguien del gobierno se ha interpuesto en mi camino no he dudado ni un ápice en medirme con él para evaluar mi propia fuerza, pero yo nunca he tomado la iniciativa. Lo mío es enfrentar a otros piratas para reducir la competencia -mostró una sonrisa, como si lo que hubiera dicho se tratara de alguna broma-. Es probable que no te estés creyendo ni una palabra de lo que te digo, pero es la verdad. Lo que sucedió hace más de dos años en Jaya fue culpa de un compañero tuyo. Él me ataco, y al ver que no podía contra mí acabó con todos los suyos y se inmoló. ¿Su rango? No lo recuerdo con exactitud. Se trataban de dos marines de alto rango y algunos soldados. Eso es todo. Después de eso estuve dos años en el nuevo mundo y ahora he vuelto para reunirme con mis polluelos y partir hacia una nueva aventura.
Aquello fue todo lo que dijo el viejo supernova, que agarro con fuerza la jarra de rico zumo de lúpulo y se la bebió de un trago, sintiendo como el delicioso amargor de la cerveza bajaba por su gaznate, fría y deliciosa.
-¡Posadera! Otra jarra, pero esta vez de cerveza tostada. Y bueno, señor Naion, ahora me toca a mí hacerte una pregunta, ¿por qué metéis a todos los piratas en el mismo saco? Te puedo comprar que hay piratas que merecen el peor de los destinos, pero hay otros que solo buscan vivir de forma independiente, buscando tesoros y sin hacer daño a nadie. ¿Porqué vais tras ellos?
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