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Aki D. Arlia
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Hacía un hermoso día en El Ojo. Se oían pájaros a lo lejos y la gente iba de un lado para otro, atareada en sus quehaceres. En el puerto, los pescadores se afanaban en su trabajo y los gritos que se dedicaban hacían una extraña melodía a juego con las olas del mar. Reinaba esa clase de caos a pequeña escala, casi hogareño, que hacía de una isla un lugar cálido. A Aki le pareció acogedora nada más poner un pie en tierra.
No había sido complicado llegar allí. Más fácil de lo que había creído, en realidad. Tras localizar un barco que se dirigía a la isla, había tomado la apariencia de una joven que pasaba por allí. Robar el pasaje al primer hombre que se cruzó por su lado fue un juego de niños y antes de darse cuenta estaba en camino.
Mientras paseaba con calma por el puerto se preguntaba cómo abordar el asunto que le había traído hasta el ojo. ¿Debía mandar una carta y aguardar una invitación? Parecía educado, pero también tedioso. Se había dado una semana de plazo para permanecer allí; no podía esperar para siempre. No, una carta tardaría demasiado. Entraría en el palacio esa misma tarde. Esperaba tener suerte; si Dexter no se hallaba en él volvería a intentarlo al día siguiente. Pero tenía una corazonada que le decía que no sería necesario.
Hizo tiempo, sin embargo. Siguió la carretera y paseó por la Zona Norte, admirando los edificios e imaginando cómo serían las vidas de la gente que pasaba. Al final, sus ojos se detuvieron en el templo. El edificio, alto y recto, imponía. Entró y de forma silenciosa observó como toda clase de personas acudían a mostrar sus respetos al Dios Dragón. Para ella, que tenía un pequeño ejemplar de esa raza esperándola siempre en casa, resultaba una idea un tanto extraña. Pero en cierto modo, la atmósfera del lugar la relajaba.
Para cuando salió del templo y se dirigió al palacio era media tarde. Había alguien custodiando la puerta, por supuesto. Aki le dedicó una sonrisa amable y le susurró al oído. El hombre, colorado, salió corriendo. No sabía a donde, la verdad. La gente se escandaliza con muy poco. Haciendo caso omiso de la puerta principal, comenzó a vagabundear con tranquilidad por los jardines. Estaba segura de que no tardarían en cogerla, pero eso era justo lo que aguardaba.
(Apariencia)
No había sido complicado llegar allí. Más fácil de lo que había creído, en realidad. Tras localizar un barco que se dirigía a la isla, había tomado la apariencia de una joven que pasaba por allí. Robar el pasaje al primer hombre que se cruzó por su lado fue un juego de niños y antes de darse cuenta estaba en camino.
Mientras paseaba con calma por el puerto se preguntaba cómo abordar el asunto que le había traído hasta el ojo. ¿Debía mandar una carta y aguardar una invitación? Parecía educado, pero también tedioso. Se había dado una semana de plazo para permanecer allí; no podía esperar para siempre. No, una carta tardaría demasiado. Entraría en el palacio esa misma tarde. Esperaba tener suerte; si Dexter no se hallaba en él volvería a intentarlo al día siguiente. Pero tenía una corazonada que le decía que no sería necesario.
Hizo tiempo, sin embargo. Siguió la carretera y paseó por la Zona Norte, admirando los edificios e imaginando cómo serían las vidas de la gente que pasaba. Al final, sus ojos se detuvieron en el templo. El edificio, alto y recto, imponía. Entró y de forma silenciosa observó como toda clase de personas acudían a mostrar sus respetos al Dios Dragón. Para ella, que tenía un pequeño ejemplar de esa raza esperándola siempre en casa, resultaba una idea un tanto extraña. Pero en cierto modo, la atmósfera del lugar la relajaba.
Para cuando salió del templo y se dirigió al palacio era media tarde. Había alguien custodiando la puerta, por supuesto. Aki le dedicó una sonrisa amable y le susurró al oído. El hombre, colorado, salió corriendo. No sabía a donde, la verdad. La gente se escandaliza con muy poco. Haciendo caso omiso de la puerta principal, comenzó a vagabundear con tranquilidad por los jardines. Estaba segura de que no tardarían en cogerla, pero eso era justo lo que aguardaba.
(Apariencia)
Dexter Black
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Había muy pocas cosas mejores que aquello. Tan sólo llevaba unos pantalones, no muy ajustados, y rodaba descalzo por la hierba del jardín. De vez en cuando algunos pájaros se posaban en su espalda, si permanecía quieto el tiempo suficiente, y pavos reales se cortejaban luciendo plumas a su alrededor. Si no supiera que era un mecanismo de apareamiento habría pensado que estaban intentando darle envidia por no tener una cola tan solicitada. La simple perspectiva de que unos pollos drag queen intentasen hacerle envidiar colas lo hizo reír por un momento. La suya medía siete metros de largo y brillaba como el mar a mediodía.
-Dexter, ¿Recuerdas que tienes obligaciones?- preguntó una voz a su espalda, mientras rezongaba cerca de una fuente-. Y de paso una imagen que mantener. Eres el Alto Señor de Fiordia, y para los que no te han visto de cerca incluso un dios. ¿Podrías al menos vestirte y comportarte decentemente? O al menos hacer estas cosas en el Colmillo.
Unos segundos de tenso silencio acompañaron las palabras de Argie, que miraba al enorme hombre con desesperación. Dexter sabía perfectamente qué pensaba, se lo había dicho tantas veces... Era un vago, un mal ejemplo, un tipo exageradamente poderoso con una mentalidad sumamente infantil, un vegetal y un sinfín de apelativos cariñosos más.
-No, no puedo- se dio la vuelta, encarándola mientras se erguía. Sentado casi le llegaba hasta el pecho-. Ésta es mi isla, lo que ves a mi espalda mi palacio, lo que pisas mi jardín y me pasé muchas noches sin dormir encontrando una forma de dirigir todo esto eficientemente. Las leyes que yo mismo escribí de puño y letra garantizan la libertad de los individuos, el poder para decidir sobre su propia vida ante todo, y...
Y le dio un capón. Aquella discusión siempre terminaba igual, con ella dándole un golpe que no le hacía daño y él levantándose para terminar con las pocas tareas que tuviese por delante. En aquella ocasión, al parecer tenía que hacer la entrevista bianual de cuerpos. Concretamente, ese día tocaban, por orden alfabético, todos los protectores de la isla de la A a la D. Qué divertido.
-Y terminado- dijo, entregándole el dossier a Mufasa, que lo seguía sin ninguna dificultad a pesar de los tacones-. Todos los de hoy evaluados. Y aprobados. Tal vez deberíamos hacer entrevistas específicas a los que levanten quejas.
Siempre se quejaba de lo mismo, pero prefería hacerlo así. Al fin y al cabo, de ese modo resultaba preventivo, evitando que soldados repentinamente se volviesen locos y terminasen con un sector de la población. Pero en aquel momento, tras haber trabajado duramente, quería volver a su jardín. Se despidió de la Senescal con un beso en la frente y un apretón de manos para poner rumbo a su preciado... ¿Quién era esa?
Cabello color café y ojos de tormenta, con un escaso vestido bastante formal. Poco recatado, pero formal. Escote y falda muy corta, mirada distraída y un aura extraordinariamente afrodisíaca. En cierto modo el hecho de que rondase los jardines del palacio, algo que no muchos osaban hacer, ya le daba un gran atractivo. Por otro lado, ¿Qué podía querer estando por allí? Los guardias tendían a disuadir, aun sin pretenderlo, a gran parte de la población de acercarse de los patios. Y además la mayoría prefería el bosque.
-Disculpa- dijo. La ilusión del perfectamente tallado traje negro con corbata roja se desvaneció mientras avanzaba hacia ella, dejando los holgados pantalones a la vista de nuevo.-. Tú no eres de por aquí, ¿Verdad?
-Dexter, ¿Recuerdas que tienes obligaciones?- preguntó una voz a su espalda, mientras rezongaba cerca de una fuente-. Y de paso una imagen que mantener. Eres el Alto Señor de Fiordia, y para los que no te han visto de cerca incluso un dios. ¿Podrías al menos vestirte y comportarte decentemente? O al menos hacer estas cosas en el Colmillo.
Unos segundos de tenso silencio acompañaron las palabras de Argie, que miraba al enorme hombre con desesperación. Dexter sabía perfectamente qué pensaba, se lo había dicho tantas veces... Era un vago, un mal ejemplo, un tipo exageradamente poderoso con una mentalidad sumamente infantil, un vegetal y un sinfín de apelativos cariñosos más.
-No, no puedo- se dio la vuelta, encarándola mientras se erguía. Sentado casi le llegaba hasta el pecho-. Ésta es mi isla, lo que ves a mi espalda mi palacio, lo que pisas mi jardín y me pasé muchas noches sin dormir encontrando una forma de dirigir todo esto eficientemente. Las leyes que yo mismo escribí de puño y letra garantizan la libertad de los individuos, el poder para decidir sobre su propia vida ante todo, y...
Y le dio un capón. Aquella discusión siempre terminaba igual, con ella dándole un golpe que no le hacía daño y él levantándose para terminar con las pocas tareas que tuviese por delante. En aquella ocasión, al parecer tenía que hacer la entrevista bianual de cuerpos. Concretamente, ese día tocaban, por orden alfabético, todos los protectores de la isla de la A a la D. Qué divertido.
-Y terminado- dijo, entregándole el dossier a Mufasa, que lo seguía sin ninguna dificultad a pesar de los tacones-. Todos los de hoy evaluados. Y aprobados. Tal vez deberíamos hacer entrevistas específicas a los que levanten quejas.
Siempre se quejaba de lo mismo, pero prefería hacerlo así. Al fin y al cabo, de ese modo resultaba preventivo, evitando que soldados repentinamente se volviesen locos y terminasen con un sector de la población. Pero en aquel momento, tras haber trabajado duramente, quería volver a su jardín. Se despidió de la Senescal con un beso en la frente y un apretón de manos para poner rumbo a su preciado... ¿Quién era esa?
Cabello color café y ojos de tormenta, con un escaso vestido bastante formal. Poco recatado, pero formal. Escote y falda muy corta, mirada distraída y un aura extraordinariamente afrodisíaca. En cierto modo el hecho de que rondase los jardines del palacio, algo que no muchos osaban hacer, ya le daba un gran atractivo. Por otro lado, ¿Qué podía querer estando por allí? Los guardias tendían a disuadir, aun sin pretenderlo, a gran parte de la población de acercarse de los patios. Y además la mayoría prefería el bosque.
-Disculpa- dijo. La ilusión del perfectamente tallado traje negro con corbata roja se desvaneció mientras avanzaba hacia ella, dejando los holgados pantalones a la vista de nuevo.-. Tú no eres de por aquí, ¿Verdad?
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Los jardines eran toda una belleza. No podía creerlo, aquel hombre tenía incluso pavos reales paseando por la hierba. No podía terminar de decidir si le parecía una increíble buena idea o un derroche de ego. Al fin y al cabo eran conocidos por ser los más orgullosos del reino animal. Se entretuvo paseando con calma más tiempo del que había previsto. No había visto ningún guardia todavía, aunque quizás los estuviera evitando inconscientemente. No era la primera vez que hacía eso sin darse cuenta. Las viejas costumbres cuesta quitarlas. Pero los minutos pasaron y su paciencia se agotó. Quizás lo de llamar directamente a la puerta del palacio no fuera tan mala idea.
Iba a darse la vuelta para encaminarse hacia allá cuando oyó una voz a su espalda. Abrió los ojos con sorpresa mientras se giraba. ¿De verdad había tenido tanta puntería que la primera persona que se encontraba allí dentro era él? Tenía por fuerza que ser una casualidad. Iba hacia ella, así que aguardo mientras le examinaba con discreción.
No era la primera vez que le veía, pero en Síderos no había tenido tiempo de pararse a pensar en nada. Era alto, más que ella, y exudaba confianza a cada paso. La suya flaqueó por un instante, ¿Estaría haciendo el ridículo al venir tan de repente? Ese hombre era conocido en todos los mares, mientras que su nombre no era más que un susurro contado en algunas tabernas. En comparación, lo que tenía que ofrecerle no eran más que posibilidades vacías. No, mirando la realidad había venido a hacer una petición y no un trato. Sin embargo... no se le ocurrían motivos para que le rechazara. No tenía oportunidad ni motivos contra alguien como él. Así pues, ¿A qué temerle?
Avanzó un paso, pero volvió a quedarse parada mientras él se desvestía delante de ella. Parpadeó mientras el traje que llevaba se desvanecía en la nada, siendo sustituido por un par de pantalones holgados. Los ojos azules de la mujer escalaron por el torso desnudo hasta encontrarse con los suyos. Le miraba con curiosidad, podía notarlo, y tampoco era para menos. Se había colado en su jardín sin decir ni siquiera hola.
-¡Hola!
Bien, eso estaba arreglado.
-Ciertamente, es mi primera visita al Ojo. He estado haciendo algo de turismo, pero lo cierto es que he venido a verte a ti. ¿Me concederías unos minutos de tu tiempo?
Terminó la pregunta con una pequeña sonrisa amable. Si tenía suerte, bastaría con eso para convencerlo y que fueran a otro lugar. No tenía ganas de cambiar de aspecto a plena luz del día, aunque no veía a nadie más alrededor. Si él la había encontrado cualquier otro podía aparecerse. Y aunque no tanto como su pelo bicolor, la larga melena pelirroja que poseía era como mínimo llamativa y reconocible.
Iba a darse la vuelta para encaminarse hacia allá cuando oyó una voz a su espalda. Abrió los ojos con sorpresa mientras se giraba. ¿De verdad había tenido tanta puntería que la primera persona que se encontraba allí dentro era él? Tenía por fuerza que ser una casualidad. Iba hacia ella, así que aguardo mientras le examinaba con discreción.
No era la primera vez que le veía, pero en Síderos no había tenido tiempo de pararse a pensar en nada. Era alto, más que ella, y exudaba confianza a cada paso. La suya flaqueó por un instante, ¿Estaría haciendo el ridículo al venir tan de repente? Ese hombre era conocido en todos los mares, mientras que su nombre no era más que un susurro contado en algunas tabernas. En comparación, lo que tenía que ofrecerle no eran más que posibilidades vacías. No, mirando la realidad había venido a hacer una petición y no un trato. Sin embargo... no se le ocurrían motivos para que le rechazara. No tenía oportunidad ni motivos contra alguien como él. Así pues, ¿A qué temerle?
Avanzó un paso, pero volvió a quedarse parada mientras él se desvestía delante de ella. Parpadeó mientras el traje que llevaba se desvanecía en la nada, siendo sustituido por un par de pantalones holgados. Los ojos azules de la mujer escalaron por el torso desnudo hasta encontrarse con los suyos. Le miraba con curiosidad, podía notarlo, y tampoco era para menos. Se había colado en su jardín sin decir ni siquiera hola.
-¡Hola!
Bien, eso estaba arreglado.
-Ciertamente, es mi primera visita al Ojo. He estado haciendo algo de turismo, pero lo cierto es que he venido a verte a ti. ¿Me concederías unos minutos de tu tiempo?
Terminó la pregunta con una pequeña sonrisa amable. Si tenía suerte, bastaría con eso para convencerlo y que fueran a otro lugar. No tenía ganas de cambiar de aspecto a plena luz del día, aunque no veía a nadie más alrededor. Si él la había encontrado cualquier otro podía aparecerse. Y aunque no tanto como su pelo bicolor, la larga melena pelirroja que poseía era como mínimo llamativa y reconocible.
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¿Unos minutos? No era mucho, a decir verdad, para una persona que se enfrentaba a la eternidad. Repasó mentalmente su agenda para aquel día y concluyó que, efectivamente, lo único que tenía pendiente era gandulear hasta que el sol se pusiese. Y lo mejor de aquella tarea era que podía hacerla en cualquier momento. Sin embargo, si iba a sacrificar tiempo de su vida para una completa desconocida, pensaba disfrutar del momento. Hasta la fecha todavía no había estrenado la sala de Juntas en el segundo nivel del Colmillo, y eso debía cambiar. Sin embargo, si resultaba ser una persona normal no lograría llegar a él... Pero una persona normal no navegaría por el Nuevo Mundo hasta la capital de un pirata cuya cabeza valía... Un reino. De entregarse, podría costear todas las futuras mejoras del Ojo, Foodvalten y Paradise Island sin titubear. Pero eso no era lo importante, sino la presencia de la locuela muchacha que ahí lo esperaba.
-Es un lugar precioso, la verdad. Tuvimos que importar toda la vegetación, pero valió la pena- admitió con sentido orgullo, encogiéndose de hombros-. Deberías pasear por los meandros del río Diestro, o por el bosque Bajo. Sé que no son nombres muy originales, pero aun así compensa.
Se dio cuenta de que había empezado a realizar amplios aspavientos mientras hablaba. Y también de que había terminado por ignorar el principal motivo de la visita.
-Ah, y no deberías olvidarte de visitar el Colmillo- culminó-. Es esa montaña que ves ahí, al sudoeste. Dicen que si logras encontrar la puerta secreta un dragón te concede deseos- meneó la cabeza-. Yo no creo en esas supersticiones, claro. Pero siempre está bien conocerlas.
Miró su reloj, fingiendo sorpresa y apuro.
-Yo... Yo tengo una reunión importante ahora, así que no te puedo acompañar. Lo siento.
Le dio la espalda y se despidió con la mano, para salir caminando lentamente. En cuanto cruzó la primera esquina salió volando discretamente, tratando de no hacer ningún ruido, dejando una ilusión de normalidad a su espalda, y fue acelerando cada vez más hasta que llegó a la Boca del Dragón, la entrada a su palacio bajo la montaña. Desde la lejanía la entrada era casi inapreciable, pero de cerca se podía observar la cabeza reptiliana con feroces dientes como arco. En el interior, pesadísimas puertas de piedra con forma de dos dragones enfrentados, entre dos enormes fauces enfrentadas de dragones que se entrelazaban a lo largo del gran recibidor. Las dejó abiertas de par en par y descendió por las escaleras raudamente, hasta su dormitorio. Tenía que cambiarse.
Volvió a subir hasta el segundo nivel, donde la sala de Juntas lo esperaba, y se sentó en el sillón presidencial. Hacía tiempo que no vestía traje, y casi se hacía extraño. Americana negra y chaleco gris oscuro, con corbata roja sobre una camisa blanca, y pantalones a juego con el chaleco. Los zapatos eran de un negro pulido y brillante, mientras el cinturón llevaba hebilla de plata. El tejido de lana se hacía extraño, y el lino se sentía ajeno. En general, hacía tiempo que no llevaba nada si no era tan cómodo como ir desnudo, e incluso la ropa interior se sentía atenazadora. Sin embargo, poco a poco la sensación disminuía mientras los segundos pasaban. ¿Tardaría mucho su cita?
-Es un lugar precioso, la verdad. Tuvimos que importar toda la vegetación, pero valió la pena- admitió con sentido orgullo, encogiéndose de hombros-. Deberías pasear por los meandros del río Diestro, o por el bosque Bajo. Sé que no son nombres muy originales, pero aun así compensa.
Se dio cuenta de que había empezado a realizar amplios aspavientos mientras hablaba. Y también de que había terminado por ignorar el principal motivo de la visita.
-Ah, y no deberías olvidarte de visitar el Colmillo- culminó-. Es esa montaña que ves ahí, al sudoeste. Dicen que si logras encontrar la puerta secreta un dragón te concede deseos- meneó la cabeza-. Yo no creo en esas supersticiones, claro. Pero siempre está bien conocerlas.
Miró su reloj, fingiendo sorpresa y apuro.
-Yo... Yo tengo una reunión importante ahora, así que no te puedo acompañar. Lo siento.
Le dio la espalda y se despidió con la mano, para salir caminando lentamente. En cuanto cruzó la primera esquina salió volando discretamente, tratando de no hacer ningún ruido, dejando una ilusión de normalidad a su espalda, y fue acelerando cada vez más hasta que llegó a la Boca del Dragón, la entrada a su palacio bajo la montaña. Desde la lejanía la entrada era casi inapreciable, pero de cerca se podía observar la cabeza reptiliana con feroces dientes como arco. En el interior, pesadísimas puertas de piedra con forma de dos dragones enfrentados, entre dos enormes fauces enfrentadas de dragones que se entrelazaban a lo largo del gran recibidor. Las dejó abiertas de par en par y descendió por las escaleras raudamente, hasta su dormitorio. Tenía que cambiarse.
Volvió a subir hasta el segundo nivel, donde la sala de Juntas lo esperaba, y se sentó en el sillón presidencial. Hacía tiempo que no vestía traje, y casi se hacía extraño. Americana negra y chaleco gris oscuro, con corbata roja sobre una camisa blanca, y pantalones a juego con el chaleco. Los zapatos eran de un negro pulido y brillante, mientras el cinturón llevaba hebilla de plata. El tejido de lana se hacía extraño, y el lino se sentía ajeno. En general, hacía tiempo que no llevaba nada si no era tan cómodo como ir desnudo, e incluso la ropa interior se sentía atenazadora. Sin embargo, poco a poco la sensación disminuía mientras los segundos pasaban. ¿Tardaría mucho su cita?
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Los labios de la joven se curvaron en una discreta sonrisa mientras oía las palabras de Dexter caerse de sus labios. Estaba orgulloso de lo que había conseguido, no cabía duda. Gesticulaba acompañando cada sílaba, indicándole la dirección de las maravillas que describía. Los nombres, aunque simples, sonaban acogedores y seguramente acabara visitándolos antes o después. Su plazo era una semana; tiempo más que suficiente para ver tanto lugares como personas. Incluso de repetir alguno de los dos, si se terciara, pensó para sí. Sin embargo, un cambio en el tono del yonkou hizo que volviera a prestar la atención debida a la conversación.
El Colmillo...Clavó sus pupilas en la montaña, curiosa como un gatito inquieto. ¿Y el dragón que concedía los deseos sería el mismo que le estaba contando esa milonga? Su sonrisa se ensanchó ligeramente y volvió a girar la cabeza para mirarle divertida, con el sarcasmo pintado en el rostro. Sin embargo, fue una señorita y se abstuvo de comentarle lo que en realidad estaba pensando. Estaba bien, podía gastar un rato jugando a perseguir el tesoro. En realidad era una magnífica idea. Cuando él comentó lo apurado que estaba y lo importante de su supuesta reunión ella se llevó la mano a la boca, como afligida por haberlo retenido tanto tiempo. Pero sus ojos no mentían; se reía en la cara del Zafiro.
- Por supuesto, no quisiera detenerte. No debieras hacer esperar a nadie. Seguro que nos encontramos de nuevo.
Despidiéndose mientras se daba la vuelta, comenzó a marcharse. Ella volvió a pasear la mirada por la piel al descubierto, sin recato alguno. Incluso verle caminar podría pasar por pasatiempo, con tanta gracia que casi lindaba con la torpeza. Estaba segura de que era la clase de persona con la que se necesitaban lunas enteras para comenzar a verlo de verdad. Por suerte para Aki, su agenda era apretada o eso quería pensar. Si alguien iba a perderse entre los pliegues y cicatrices hasta hacerles justicia, dudaba que le cayera a ella esa suerte.
Aunque quizás tras sellar el trato pueda hacer un mapa rápido. Tanto le gusta la geografía... ¿Al sudoeste había dicho?
Sacudiéndose los pensamientos, abandonó caminando presta pero sin prisa los jardines del Palacio. No le costó ubicarse y en menos de lo que uno se imagina abandonó la ciudad. Mirando a su alrededor y confiando en que no hubiera nadie cerca, pasó a su forma híbrida. Las alas que salieron, sin embargo, no eran las negras que adoraba. De color caoba y pobladas de plumas, se ajustaban más al físico que había robado esa vez. Mientras se alzaba para investigar la montaña con más rapidez, se preguntó si de verla alguien se añadiría a las leyendas del lugar. Le halagaría ser la primera, a no ser que la gente de verdad creyera lo del dragón concede-deseos.
Le costó un par de minutos dar con la entrada. Al ver las puertas abiertas de par en par, descendió con presteza y recorrió los últimos metros caminando con calma. Pesados, imponentes y pétreos, dos enormes dragones esperaban para darle una silenciosa acogida. Les sostuvo la mirada por turnos mientras atravesaba la entrada y paseaba por el recibidor admirando el lugar. Sus pasos no resonaban, sabía como no hacerse notar. No le costó encontrar las escaleras y entonces la primera decisión de la noche tuvo lugar. ¿Arriba o abajo?
Apenas unos segundos después, sus dedos acariciaban la barandilla mientras subía despacio. Antes de lo esperado, entró a la Sala de Juntas. Ella no conocía ese nombre, pero sí reconoció a quien la esperaba en el sillón. Ataviado con lo que le parecieron sus mejores galas, estaba claro que la aguardaba para comenzar su importante reunión. Incluso en caso de que fuera otra ilusión, le hizo gracia que se hubiera tomado la molestia. Qué halago, por favor. Si hasta se había puesto camisa y corbata.
- Casi parece que sea yo la que esté fuera de lugar. - Comentó a modo de saludo.
Dedicándole otra pequeña sonrisa, rodeó la mesa hasta llegar a la cabecera, acariciando la madera a su paso sin quitarle los ojos de encima. En lugar de ocupar una de las sillas se sentó con elegancia en el mueble, a un escaso sillón de distancia de Dexter. Pasaron tres, cuatro y cinco segundos y poco a poco, Aki recobró su físico original. Sus ojos, más azules que antes, no dejaban de observarle.
-Así está mejor, ¿No te parece?
Sonrió con franca alegría, preparada y optimista.
El Colmillo...Clavó sus pupilas en la montaña, curiosa como un gatito inquieto. ¿Y el dragón que concedía los deseos sería el mismo que le estaba contando esa milonga? Su sonrisa se ensanchó ligeramente y volvió a girar la cabeza para mirarle divertida, con el sarcasmo pintado en el rostro. Sin embargo, fue una señorita y se abstuvo de comentarle lo que en realidad estaba pensando. Estaba bien, podía gastar un rato jugando a perseguir el tesoro. En realidad era una magnífica idea. Cuando él comentó lo apurado que estaba y lo importante de su supuesta reunión ella se llevó la mano a la boca, como afligida por haberlo retenido tanto tiempo. Pero sus ojos no mentían; se reía en la cara del Zafiro.
- Por supuesto, no quisiera detenerte. No debieras hacer esperar a nadie. Seguro que nos encontramos de nuevo.
Despidiéndose mientras se daba la vuelta, comenzó a marcharse. Ella volvió a pasear la mirada por la piel al descubierto, sin recato alguno. Incluso verle caminar podría pasar por pasatiempo, con tanta gracia que casi lindaba con la torpeza. Estaba segura de que era la clase de persona con la que se necesitaban lunas enteras para comenzar a verlo de verdad. Por suerte para Aki, su agenda era apretada o eso quería pensar. Si alguien iba a perderse entre los pliegues y cicatrices hasta hacerles justicia, dudaba que le cayera a ella esa suerte.
Aunque quizás tras sellar el trato pueda hacer un mapa rápido. Tanto le gusta la geografía... ¿Al sudoeste había dicho?
Sacudiéndose los pensamientos, abandonó caminando presta pero sin prisa los jardines del Palacio. No le costó ubicarse y en menos de lo que uno se imagina abandonó la ciudad. Mirando a su alrededor y confiando en que no hubiera nadie cerca, pasó a su forma híbrida. Las alas que salieron, sin embargo, no eran las negras que adoraba. De color caoba y pobladas de plumas, se ajustaban más al físico que había robado esa vez. Mientras se alzaba para investigar la montaña con más rapidez, se preguntó si de verla alguien se añadiría a las leyendas del lugar. Le halagaría ser la primera, a no ser que la gente de verdad creyera lo del dragón concede-deseos.
Le costó un par de minutos dar con la entrada. Al ver las puertas abiertas de par en par, descendió con presteza y recorrió los últimos metros caminando con calma. Pesados, imponentes y pétreos, dos enormes dragones esperaban para darle una silenciosa acogida. Les sostuvo la mirada por turnos mientras atravesaba la entrada y paseaba por el recibidor admirando el lugar. Sus pasos no resonaban, sabía como no hacerse notar. No le costó encontrar las escaleras y entonces la primera decisión de la noche tuvo lugar. ¿Arriba o abajo?
Apenas unos segundos después, sus dedos acariciaban la barandilla mientras subía despacio. Antes de lo esperado, entró a la Sala de Juntas. Ella no conocía ese nombre, pero sí reconoció a quien la esperaba en el sillón. Ataviado con lo que le parecieron sus mejores galas, estaba claro que la aguardaba para comenzar su importante reunión. Incluso en caso de que fuera otra ilusión, le hizo gracia que se hubiera tomado la molestia. Qué halago, por favor. Si hasta se había puesto camisa y corbata.
- Casi parece que sea yo la que esté fuera de lugar. - Comentó a modo de saludo.
Dedicándole otra pequeña sonrisa, rodeó la mesa hasta llegar a la cabecera, acariciando la madera a su paso sin quitarle los ojos de encima. En lugar de ocupar una de las sillas se sentó con elegancia en el mueble, a un escaso sillón de distancia de Dexter. Pasaron tres, cuatro y cinco segundos y poco a poco, Aki recobró su físico original. Sus ojos, más azules que antes, no dejaban de observarle.
-Así está mejor, ¿No te parece?
Sonrió con franca alegría, preparada y optimista.
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El rojo siempre había pertenecido a Alice. Desde aquel día en Orange, cuando le regaló la corbata la primera vez que se habían visto, no había vuelto a utilizarla. Él le había dicho "te quiero", y ella había respondido con un "eso crees tú", una particular danza de acercamiento, un cortejo único que no había llegado a terminar. ¿Por qué Krauser la había enviado a esa misión? Le había pedido que la protegiese... No podía culparlo de no estar en todas partes, y al mismo tiempo...
Alejó aquellos pensamientos de sí, recordando las últimas palabras que le había dedicado. Finalmente lo había reconocido, había asumido lo que sucedía, pero... Tarde. Habían perdido la oportunidad de una vida tranquila, de una vida juntos, de una vida. ¿Todo por sus ideales? Ni siquiera los tenía claros, era sólo una niña. Una niña de veinticinco años, su niña... Pero una niña. "No importa", se convenció.
En cualquier caso el pasado estaba ahí como una advertencia, una dolorosa cicatriz que invitaba a no mirarlo, tan sólo a aprender. "Nunca lo olvides", recitó en su cabeza mientras besaba delicadamente la corbata. "Pero por favor, hagas lo que hagas, pórtate como si no me hubieras conocido". Sonrió con cierto amargor, mirando hacia las escaleras.
Se oían pasos en las escaleras, apenas el inaudible sonido de dos nubes abrazándose, pero no esperaba menos. Si no hubiese estado esperando su llegada el casi imperceptible ascenso de la mujer habría pasado inadvertido, pero nada escapaba de él en su cueva. volvió a guardar la larga cinta carmesí bajo el chaleco y se mantuvo impertérrito con las manos cruzadas sobre las piernas. Espalda recta y rostro erguido, solemne, esperó mientras la preciosa morena aparecía ante él.
Sus ojos azules chocaban con el impávido muro gris que formaba su mirada, pero la muchacha no se detuvo. Acarició la madera mientras se acercaba, sugerente como un pecado encarnado, y se desenmascaró tras haberse sentado sobre la mesa. Muy lejos para atraerla con un brazo, suficientemente cerca como para acariciar su cabello rojo, que reposaba sobre la mesa.
Le habría gustado decir que mantuvo la vista fija en su cara, pero casi podía palpar el erotismo que desprendía la figura de Aki D. Arlia ante él. Cabello rojo y labios jugosos, grandes pechos y voluptuosas caderas separados por una estrecha cintura. Un reloj de arena que parecía contar los segundos hasta que cualquiera que la mirase cayese ante ella. Lo peor de todo era que ambos supiesen que así era: No había habitación cuya puerta no abriesen esos ojos traviesos o su escote revoltoso. No había lugar más deseado en los siete mares, y ni siquiera en Mariejoa sumarían dinero suficiente como para pagar el precio que valía ese cuerpo tallado. Pero no era momento de admirar una escultura viviente.
-Se te ve más cómoda, desde luego- reconoció con una sonrisa, manteniendo toda la naturalidad que pudo. Aunque él era capaz de llevar a cabo las mismas transformaciones con un grado de éxito similar, jamás habría esperado caer víctima de ese truco.
Se deleitó durante un par de segundos sin molestarse en medir sus gestos. ¿Para qué? Ella era hermosa y lo sabía, era un valor sobre el que estaba trabajando. Contaba con distraerlo de lo importante, hacer que no viese lo más evidente mientras ocultaba un póquer de ases entre las faldas. Seguía sin saber lo que deseaba, y tratándose de quien se trataba podía ser tanto un atentado como una petición de matrimonio. Aki era una persona, por lo que sabía, bastante caótica, aleatoria incluso. Sus deseos eran un secreto tan oculto como vasto el mar en sus ojos, y sus intenciones tan ajenas que no tenía siquiera un símil adecuado para ellas. Simplemente podía seguir con la función como ella deseaba. Por el momento, ella llevaba la delantera.
-¿En qué te puedo ayudar?- preguntó, finalmente, recuperando la compostura.
Alejó aquellos pensamientos de sí, recordando las últimas palabras que le había dedicado. Finalmente lo había reconocido, había asumido lo que sucedía, pero... Tarde. Habían perdido la oportunidad de una vida tranquila, de una vida juntos, de una vida. ¿Todo por sus ideales? Ni siquiera los tenía claros, era sólo una niña. Una niña de veinticinco años, su niña... Pero una niña. "No importa", se convenció.
En cualquier caso el pasado estaba ahí como una advertencia, una dolorosa cicatriz que invitaba a no mirarlo, tan sólo a aprender. "Nunca lo olvides", recitó en su cabeza mientras besaba delicadamente la corbata. "Pero por favor, hagas lo que hagas, pórtate como si no me hubieras conocido". Sonrió con cierto amargor, mirando hacia las escaleras.
Se oían pasos en las escaleras, apenas el inaudible sonido de dos nubes abrazándose, pero no esperaba menos. Si no hubiese estado esperando su llegada el casi imperceptible ascenso de la mujer habría pasado inadvertido, pero nada escapaba de él en su cueva. volvió a guardar la larga cinta carmesí bajo el chaleco y se mantuvo impertérrito con las manos cruzadas sobre las piernas. Espalda recta y rostro erguido, solemne, esperó mientras la preciosa morena aparecía ante él.
Sus ojos azules chocaban con el impávido muro gris que formaba su mirada, pero la muchacha no se detuvo. Acarició la madera mientras se acercaba, sugerente como un pecado encarnado, y se desenmascaró tras haberse sentado sobre la mesa. Muy lejos para atraerla con un brazo, suficientemente cerca como para acariciar su cabello rojo, que reposaba sobre la mesa.
Le habría gustado decir que mantuvo la vista fija en su cara, pero casi podía palpar el erotismo que desprendía la figura de Aki D. Arlia ante él. Cabello rojo y labios jugosos, grandes pechos y voluptuosas caderas separados por una estrecha cintura. Un reloj de arena que parecía contar los segundos hasta que cualquiera que la mirase cayese ante ella. Lo peor de todo era que ambos supiesen que así era: No había habitación cuya puerta no abriesen esos ojos traviesos o su escote revoltoso. No había lugar más deseado en los siete mares, y ni siquiera en Mariejoa sumarían dinero suficiente como para pagar el precio que valía ese cuerpo tallado. Pero no era momento de admirar una escultura viviente.
-Se te ve más cómoda, desde luego- reconoció con una sonrisa, manteniendo toda la naturalidad que pudo. Aunque él era capaz de llevar a cabo las mismas transformaciones con un grado de éxito similar, jamás habría esperado caer víctima de ese truco.
Se deleitó durante un par de segundos sin molestarse en medir sus gestos. ¿Para qué? Ella era hermosa y lo sabía, era un valor sobre el que estaba trabajando. Contaba con distraerlo de lo importante, hacer que no viese lo más evidente mientras ocultaba un póquer de ases entre las faldas. Seguía sin saber lo que deseaba, y tratándose de quien se trataba podía ser tanto un atentado como una petición de matrimonio. Aki era una persona, por lo que sabía, bastante caótica, aleatoria incluso. Sus deseos eran un secreto tan oculto como vasto el mar en sus ojos, y sus intenciones tan ajenas que no tenía siquiera un símil adecuado para ellas. Simplemente podía seguir con la función como ella deseaba. Por el momento, ella llevaba la delantera.
-¿En qué te puedo ayudar?- preguntó, finalmente, recuperando la compostura.
Aki D. Arlia
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-Tienes unas bonitas oficinas.
Persiguió con la mirada sus dedos, que le acariciaban distraidamente el pelo sobre la mesa. Era pálido y su piel destacaba en medio del mar escarlata. Le gustó el contraste.
Fue subiendo los ojos por su brazo, hasta devolverlos a los suyos en busca de respuestas. ¿Le habría sorprendido? Quizás ya se lo esperaba. Suponía que su pequeño disfraz no le había impresionado; alguien que podía crear la ilusión de un traje sobre si mismo tendría otros trucos bajo la manga. Igual que ella, por otra parte. Eso era lo lógico. Por unos instantes, se perdió en las facciones del Yonkou mientras se abandonaba a sus pensamientos. ¿Habría cambiado desde la primera vez que se habían visto? ¿Cuándo había sido eso? Tenía la sensación de no recordar correctamente. Ni siquiera sabía su edad y en realidad lo poco que conocía de él se reducía a rumores, leyendas, una tienda de merchandising de origen poco más que dudoso y lo que había visto con sus propios ojos, oído con sus propios oídos.
Y sin embargo, la certeza de que era el hombre indicado para ayudarla era irrefutable. Había otras muchas maneras de conseguir lo que quería, un diminuto y pequeño favor, pero ninguna mejor que esta. El Ojo era tal y como se contaba. Un paraíso de calma en mitad del caos que era el resto del mundo. Se preguntaba qué le pediría a cambio. Que se negase no entraba en sus planes; no tenía motivos para ello. Y Aki tenía dinero, pero suponía que eso no le interesaba. Ni siquiera pensaba en planteárselo. Ninguno de los dos parecía alguien a quien le gustara perder el tiempo con eso.
Todavía no le había devuelto la mirada, así que esperó pacientemente a que lo hiciera. No hizo ningún esfuerzo por ocultarse, ni siquiera por evitar que él supiera que era observado. Dejó que se deleitara a sus anchas, orgullosa de ser un dulce para los sentidos. Evitar la propia naturaleza es cosa de tontos, y Aki no lo era. Cuando al fin su voz rasgó el silencio Aki cruzó las piernas y se inclinó un poco hacia delante. Su melena revoloteó levemente, liberando en silencio los dedos del dragón.
-Busco un favor.
De la nada, sacó con una pequeña floritura dos fotografías y las sostuvo entre ambos.
-Es algo pequeño, que podría ocurrir en cualquier otra isla y sin necesidad de involucrar a nadie más. Sin embargo... acostumbro a buscar lo mejor para las personas que quiero. Y el Ojo es lo segundo mejor para ellos, que crecieron en casa.
Posó las fotografías en la mesa. En una se veían dos chicas risueñas, de notable belleza. Vestían ropas ligeras, sugerentes y delicadas, pero todas vestían inocencia en la cara. En la otra, tres jóvenes posaban para la cámara acompañados de un señor algo más mayor vestido con una bata blanca.
- Me gustaría buscarles una vivienda y un documento de pertenencia a la ciudad a estas personas. Su ingreso no sería inmediato, pero si algo me ocurriera...
Le miró a los ojos. Esperaba que el mensaje fuera suficientemente claro. No lo decía por decir; nadie decía algo así por decir. Pero tampoco pensaba soltar prenda; su vida privada no era el negocio sobre la mesa.
-Pero si algo me ocurre, quiero que tengan a donde venir y, si llega a ser necesario... alguien que los recoja. Cualquier persona en quien deposites tu confianza es suficiente para merecer la mía, creo.
Todavía recordaba las palabras que se habían gritado, susurrado y peleado en Síderos. Recordaba la postura que había tomado el Yonkou y cómo se había ganado su respeto con esta. Sabía que era alguien cabal, honesto y peligroso. A la pelirroja no se le ocurría una combinación mejor.
-Pagaré los gastos, por supuesto. Pero no creo que ese sea el precio.- O si pretendes cobrarme siquiera.- En cualquier caso... me gustaría saber qué opinas al respecto.
Persiguió con la mirada sus dedos, que le acariciaban distraidamente el pelo sobre la mesa. Era pálido y su piel destacaba en medio del mar escarlata. Le gustó el contraste.
Fue subiendo los ojos por su brazo, hasta devolverlos a los suyos en busca de respuestas. ¿Le habría sorprendido? Quizás ya se lo esperaba. Suponía que su pequeño disfraz no le había impresionado; alguien que podía crear la ilusión de un traje sobre si mismo tendría otros trucos bajo la manga. Igual que ella, por otra parte. Eso era lo lógico. Por unos instantes, se perdió en las facciones del Yonkou mientras se abandonaba a sus pensamientos. ¿Habría cambiado desde la primera vez que se habían visto? ¿Cuándo había sido eso? Tenía la sensación de no recordar correctamente. Ni siquiera sabía su edad y en realidad lo poco que conocía de él se reducía a rumores, leyendas, una tienda de merchandising de origen poco más que dudoso y lo que había visto con sus propios ojos, oído con sus propios oídos.
Y sin embargo, la certeza de que era el hombre indicado para ayudarla era irrefutable. Había otras muchas maneras de conseguir lo que quería, un diminuto y pequeño favor, pero ninguna mejor que esta. El Ojo era tal y como se contaba. Un paraíso de calma en mitad del caos que era el resto del mundo. Se preguntaba qué le pediría a cambio. Que se negase no entraba en sus planes; no tenía motivos para ello. Y Aki tenía dinero, pero suponía que eso no le interesaba. Ni siquiera pensaba en planteárselo. Ninguno de los dos parecía alguien a quien le gustara perder el tiempo con eso.
Todavía no le había devuelto la mirada, así que esperó pacientemente a que lo hiciera. No hizo ningún esfuerzo por ocultarse, ni siquiera por evitar que él supiera que era observado. Dejó que se deleitara a sus anchas, orgullosa de ser un dulce para los sentidos. Evitar la propia naturaleza es cosa de tontos, y Aki no lo era. Cuando al fin su voz rasgó el silencio Aki cruzó las piernas y se inclinó un poco hacia delante. Su melena revoloteó levemente, liberando en silencio los dedos del dragón.
-Busco un favor.
De la nada, sacó con una pequeña floritura dos fotografías y las sostuvo entre ambos.
-Es algo pequeño, que podría ocurrir en cualquier otra isla y sin necesidad de involucrar a nadie más. Sin embargo... acostumbro a buscar lo mejor para las personas que quiero. Y el Ojo es lo segundo mejor para ellos, que crecieron en casa.
Posó las fotografías en la mesa. En una se veían dos chicas risueñas, de notable belleza. Vestían ropas ligeras, sugerentes y delicadas, pero todas vestían inocencia en la cara. En la otra, tres jóvenes posaban para la cámara acompañados de un señor algo más mayor vestido con una bata blanca.
- Me gustaría buscarles una vivienda y un documento de pertenencia a la ciudad a estas personas. Su ingreso no sería inmediato, pero si algo me ocurriera...
Le miró a los ojos. Esperaba que el mensaje fuera suficientemente claro. No lo decía por decir; nadie decía algo así por decir. Pero tampoco pensaba soltar prenda; su vida privada no era el negocio sobre la mesa.
-Pero si algo me ocurre, quiero que tengan a donde venir y, si llega a ser necesario... alguien que los recoja. Cualquier persona en quien deposites tu confianza es suficiente para merecer la mía, creo.
Todavía recordaba las palabras que se habían gritado, susurrado y peleado en Síderos. Recordaba la postura que había tomado el Yonkou y cómo se había ganado su respeto con esta. Sabía que era alguien cabal, honesto y peligroso. A la pelirroja no se le ocurría una combinación mejor.
-Pagaré los gastos, por supuesto. Pero no creo que ese sea el precio.- O si pretendes cobrarme siquiera.- En cualquier caso... me gustaría saber qué opinas al respecto.
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Sonrió durante un instante. Poco a poco iba discerniendo más y más allá en el futuro. Podía ver cómo su cabello ondeaba ligeramente unos segundos más adelante, y cómo su busto se ajustaba tras una bocanada de aire que aún no había llegado. Escuchaba sus palabras un poco antes, y se preguntaba si debería hacerlo. ¿Sería tomado como una grosería? Confiaba en que no le disgustase, pero todavía no podía ver con tanta profundidad en el futuro. Sin embargo, podía ver sonrisas y sorpresa, algo no muy usual en esa sala. No podía desaprovecharlo.
-Acostumbro a buscar lo mejor para las personas que quiero- la interrumpió, y vio sus ojos de gata abrirse mínimamente, de forma casi imperceptible. Lo único que dejó entrever fue enarcando una ceja, pero se mantuvo digna aun a la espera-. Ahora dime lo que quieres de verdad.
Seguramente acababa de estropear su sorpresa, pero no quería mantener con una mujer tan aparentemente insignificante una conversación banal, mucho menos cuando a pesar de su escasa recompensa era capaz de colarse en el Ojo sin dar cuentas a nadie. Si había llegado hasta allí era porque quería tratar un tema serio, o por lo menos algo más urgente que concertar alojamiento y visado para un par de personas.
-No me malinterpretes- continuó, dejando caer la cabeza sobre el respaldo del asiento-, pero estoy seguro de que si estás aquí no es para negociar algo que podrías comprar directamente en el ayuntamiento. O si no, no estarías perdiendo tu valioso tiempo persiguiéndome.
Fiordia era poco menos que un Edén, una utopía nacida del esfuerzo y devoción de muchos, el ingenio de unos pocos y el dinero de uno. Había tardado cinco años en convertir tres islas casi devastadas en un país floreciente, y aunque era un tiempo espectacularmente veloz para la evolución de un territorio, el desgaste mental que ello había significado era casi descabellado. Era lógico que Aki desease convertirla en residencia de seres queridos, pero no podía quedarse ahí. La pirata era famosa por ser voluble y voluptuo... No debería estar pensando en esas cosas. Sin embargo, estaba claro que la pelirroja había llegado con la intención de aprovechar su cuerpo, de distraerlo con él y así de alguna forma facilitar las cosas, o habría tomado una apariencia menos exuberante. Tal vez la que había visto con anterioridad, quizás una más inocente... Quién sabe.
-Para cualquier extranjero, residir en Fiordia implica comprar una vivienda. Lo obtenido revierte en las arcas y, de ese modo, el país sigue avanzando- en realidad él se quedaba con los beneficios inmobiliarios, pero solía utilizarlos para invertir en mejoras estructurales y, de ese modo, garantizar una evolución constante de su imperio-. Siempre debo cobrar, y más la primera vez que hago tratos con alguien. Sin embargo, como te decía, ¿Qué buscabas en realidad?
-Acostumbro a buscar lo mejor para las personas que quiero- la interrumpió, y vio sus ojos de gata abrirse mínimamente, de forma casi imperceptible. Lo único que dejó entrever fue enarcando una ceja, pero se mantuvo digna aun a la espera-. Ahora dime lo que quieres de verdad.
Seguramente acababa de estropear su sorpresa, pero no quería mantener con una mujer tan aparentemente insignificante una conversación banal, mucho menos cuando a pesar de su escasa recompensa era capaz de colarse en el Ojo sin dar cuentas a nadie. Si había llegado hasta allí era porque quería tratar un tema serio, o por lo menos algo más urgente que concertar alojamiento y visado para un par de personas.
-No me malinterpretes- continuó, dejando caer la cabeza sobre el respaldo del asiento-, pero estoy seguro de que si estás aquí no es para negociar algo que podrías comprar directamente en el ayuntamiento. O si no, no estarías perdiendo tu valioso tiempo persiguiéndome.
Fiordia era poco menos que un Edén, una utopía nacida del esfuerzo y devoción de muchos, el ingenio de unos pocos y el dinero de uno. Había tardado cinco años en convertir tres islas casi devastadas en un país floreciente, y aunque era un tiempo espectacularmente veloz para la evolución de un territorio, el desgaste mental que ello había significado era casi descabellado. Era lógico que Aki desease convertirla en residencia de seres queridos, pero no podía quedarse ahí. La pirata era famosa por ser voluble y voluptuo... No debería estar pensando en esas cosas. Sin embargo, estaba claro que la pelirroja había llegado con la intención de aprovechar su cuerpo, de distraerlo con él y así de alguna forma facilitar las cosas, o habría tomado una apariencia menos exuberante. Tal vez la que había visto con anterioridad, quizás una más inocente... Quién sabe.
-Para cualquier extranjero, residir en Fiordia implica comprar una vivienda. Lo obtenido revierte en las arcas y, de ese modo, el país sigue avanzando- en realidad él se quedaba con los beneficios inmobiliarios, pero solía utilizarlos para invertir en mejoras estructurales y, de ese modo, garantizar una evolución constante de su imperio-. Siempre debo cobrar, y más la primera vez que hago tratos con alguien. Sin embargo, como te decía, ¿Qué buscabas en realidad?
Aki D. Arlia
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-El dinero no es un problema.- Comentó encogiéndose ligeramente de hombros.- Dejaré la cantidad necesaria en el ayuntamiento antes de irme, como sugieres.
Hizo una pausa, inclinándose levemente hacia delante. Sus miradas chocaron una vez más mientras ella susurraba:
-Lo que quiero de verdad... Me pides la luna si esperas que te revele eso.
Sonrió con picardía, pensando que quería demasiado. Demasiadas cosas y anhelos que estaban mejor enterrados y bien enterrados. Pero claro, esa no era la pregunta. El buscaba algo concreto. Por un momento, Aki dudó. Lentamente, echó la mano al bolsillo oculto en su ropa a la vez que rompía el contacto visual. Acarició entre los dedos el tercer papel, uno diminuto que en principio no tenía intención de entregarle. O por lo menos no tan pronto. Pero debía darle la razón, comenzaba a estar cansada de formalidades.
Con un pequeño suspiro, estiró la mano por encima de la mesa hasta tocar la suya. Le dejó la nota en la palma y le rozó los dedos con delicadeza al retirarse, mientras recobraba la compostura.
- Lo que tienes ahí son las coordenadas de una pequeña isla en el Paraíso. Les encontrarás ahí. Lo que quiero es que les traigas en cuanto algo me suceda. Si no les gusta la idea, enséñales las fotos.- Se interrumpió, sonriendo con algo de melancolía.- Yo se las tomé. Bastará para convencerles.
De repente, se dio cuenta de cómo sonaban sus palabras. Volviendo a inclinarse sobre la mesa, apoyando la barbilla en las manos, añadió con soltura:
- Y por favor, no le hagas preguntas indecorosas a una dama. Te lo pido a ti porque el Ojo es lo que más se parece a su casa. Es próspero, feliz, seguro. Pero cuando yo abandone, ese lugar volverá a las andadas y no quiero dejarles a su suerte. Por mi como si te quedas la ciudad.
Quedaba una cosa por hablar, ahora que las cartas estaban sobre la mesa. Pagaría las tasas que fueran necesarias, pero dudaba que hubiera un formulario para secuestros orquestados. Se levantó y rodeó la mesa, despacio. Sus tacones resonaban en la habitación, anunciándola pese a que ya estaba allí. Se apoyó contra la mesa, al lado de Dexter. Apenas a centímetros, lo que más los dividía era la cabellera roja de Aki, colgando como una cortina entre ambos. No le miró mientras hablaba, los ojos recorriendo la estancia y la mente a kilómetros de distancia.
- He sido sincera contigo. No es algo que ocurra siempre, así que te ruego que no me pidas más secretos. Pese a eso, no es un favor convencional. Ponle un precio a lo que anhelo, Dexter. Me gustaría compensarte si aceptas.
Hizo una pausa, inclinándose levemente hacia delante. Sus miradas chocaron una vez más mientras ella susurraba:
-Lo que quiero de verdad... Me pides la luna si esperas que te revele eso.
Sonrió con picardía, pensando que quería demasiado. Demasiadas cosas y anhelos que estaban mejor enterrados y bien enterrados. Pero claro, esa no era la pregunta. El buscaba algo concreto. Por un momento, Aki dudó. Lentamente, echó la mano al bolsillo oculto en su ropa a la vez que rompía el contacto visual. Acarició entre los dedos el tercer papel, uno diminuto que en principio no tenía intención de entregarle. O por lo menos no tan pronto. Pero debía darle la razón, comenzaba a estar cansada de formalidades.
Con un pequeño suspiro, estiró la mano por encima de la mesa hasta tocar la suya. Le dejó la nota en la palma y le rozó los dedos con delicadeza al retirarse, mientras recobraba la compostura.
- Lo que tienes ahí son las coordenadas de una pequeña isla en el Paraíso. Les encontrarás ahí. Lo que quiero es que les traigas en cuanto algo me suceda. Si no les gusta la idea, enséñales las fotos.- Se interrumpió, sonriendo con algo de melancolía.- Yo se las tomé. Bastará para convencerles.
De repente, se dio cuenta de cómo sonaban sus palabras. Volviendo a inclinarse sobre la mesa, apoyando la barbilla en las manos, añadió con soltura:
- Y por favor, no le hagas preguntas indecorosas a una dama. Te lo pido a ti porque el Ojo es lo que más se parece a su casa. Es próspero, feliz, seguro. Pero cuando yo abandone, ese lugar volverá a las andadas y no quiero dejarles a su suerte. Por mi como si te quedas la ciudad.
Quedaba una cosa por hablar, ahora que las cartas estaban sobre la mesa. Pagaría las tasas que fueran necesarias, pero dudaba que hubiera un formulario para secuestros orquestados. Se levantó y rodeó la mesa, despacio. Sus tacones resonaban en la habitación, anunciándola pese a que ya estaba allí. Se apoyó contra la mesa, al lado de Dexter. Apenas a centímetros, lo que más los dividía era la cabellera roja de Aki, colgando como una cortina entre ambos. No le miró mientras hablaba, los ojos recorriendo la estancia y la mente a kilómetros de distancia.
- He sido sincera contigo. No es algo que ocurra siempre, así que te ruego que no me pidas más secretos. Pese a eso, no es un favor convencional. Ponle un precio a lo que anhelo, Dexter. Me gustaría compensarte si aceptas.
Dexter Black
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Por un momento dejó que una sonrisa de orgullo asomase por la comisura de sus labios, aunque no tardó en recuperar su semblante tranquilo. Él sabía, tan bien como Aki parecía conocer, que mientras él viviese Fiordia sería, probablemente, el lugar más seguro del mundo. Mientras en la montaña el dragón estuviese dormido nadie osaría despertarlo y, en el hipotético caso de que muriese, contaba con que tanto Akagami como Deathstroke fuesen suficiente aviso para el loco que pretendiese alzarse contra sus tierras. En cualquier caso, Fiordia no representaba una amenaza para los demás emperadores, y el Gobierno Mundial necesitaría más que valor para entrar al Nuevo Mundo en busca de guerra. No había nada ni nadie que tuviese por qué amenazar su paz... Y ella lo sabía.
Apenas se dio cuenta de que seguía en la misma habitación que la pirata. Antes de darse cuenta su mirada se había ido perdiendo hacia el infinito, y no se habría dado cuenta de que había recogido la mano de no ser por el papel que rascó su barbilla cuando intentó acariciarse el cuello. Lo miró con interés mientras Aki hablaba, inmerso en las infinitas posibilidades que podían resultar, y las innumerables amenazas a las que podría tener que enfrentar en algún día. Daba igual cómo lo viese, cómo lo calculase o qué valores subjetivos computase como altísimas variables, el resultado siempre tendía a cero. Y cuando pensó que había dejado de prestar atención a Aki, la escuchó repetir las palabras que sin darse cuenta había ignorado anteriormente. Nunca se acostumbraría a ver el futuro.
Dejó que hablase mientras se recostaba perezosamente en el sillón, sin perder la compostura. Se había levantado, y su cuerpo oscilaba por la amplitud del salón mientras los tacones repicaban como el violento goteo de un porche tras la tormenta. Su cuerpo era voluptuoso y, en pocas palabras, perfecto. El cabello rojo ondeaba levemente con los andares ligeros de Aki, que con sucinta suavidad aterrizó sobre sus codos a su diestra, dejando para su deleite un espectáculo más que agradable: Desde su reposo podía contemplar la fina cintura de doncella que portaba, y sus caderas de diosa empezaban más allá de su asiento. Una cascada de bucles carmesíes se interpuso entre ambas caras, pero no pudo esconder el ángulo agudo de sus codos. Apenas sí podía verlo más allá de intuirlo, pero sabía que aquel escote rozaba la caoba de su mesa con intenciones menos inocentes que una reunión de negocios. "¿Qué pretendes, Aki?".
-Si sólo tú puedes darme la luna, tengo que pedírtela.
Dejó que el eco de sus palabras resonase, más en el tiempo que en la estancia. Como todos los dragones era codicioso, y no iba a renunciar cuando podía conseguir un nuevo tesoro. Sin embargo, ¿Cuánto dinero tenía ya? ¿Cuánto había gastado o invertido? ¿Cuántas veces se había revolcado ya en monedas de oro y plata? Su tesoro no era acumular riqueza, sino encontrar piezas únicas. ¿Era la Luna lo que Aki podía ofertar? Aunque fuese una frase hecha, quería aquello que sólo ella podía darle.
-No ser sincero es un lujo que sólo cuando no necesitamos nada podemos permitirnos- señaló, apartando los mechones que se interponían entre ellos-. Pero no quiero importunarte, es lo último que deseo esta noche.
Era plenamente consciente de que todavía no era de noche. Bajo la luz cálida, su piel blanca tenía un matiz tostado, y en la sombra de sus afilados rasgos podía notar una silueta aún más bella que cualquiera descubierta a plena luz. La tenía tan cerca, y la pregunta era tan sencilla... ¿Qué quería? Mentiría si negase que podría dejarse llevar por sus pasiones, pero sabía bien que eso no le aportaría nada ni a él ni a Fiordia. Y no era nada que sólo pudiese tomar de ella, o que sólo ella pudiese darle. El valor del tesoro estaba en su carácter único, en ser algo que él no podría tomar si no se lo diesen, y que nadie más pudiese ofrecerlo. Aunque tanto parafraseo era inútil: Dexter siempre pedía lo mismo.
-El precio de lo que anhelas es el valor que tenga para ti. Pero antes de eso, debes saber que yo no acepto pagos ordinarios- clavó sus ojos en ella, con una media sonrisa dibujada en el rostro y la ceja levemente arqueada-. Sólo acepto algo que nadie más que tú pueda darme.
¿Qué tesoros guardaría ocultos la pequeña gata para sí? No dudaría en acariciarle el cabello si prometía ronronear, pero... Tampoco aceptaría eso como pago.
Apenas se dio cuenta de que seguía en la misma habitación que la pirata. Antes de darse cuenta su mirada se había ido perdiendo hacia el infinito, y no se habría dado cuenta de que había recogido la mano de no ser por el papel que rascó su barbilla cuando intentó acariciarse el cuello. Lo miró con interés mientras Aki hablaba, inmerso en las infinitas posibilidades que podían resultar, y las innumerables amenazas a las que podría tener que enfrentar en algún día. Daba igual cómo lo viese, cómo lo calculase o qué valores subjetivos computase como altísimas variables, el resultado siempre tendía a cero. Y cuando pensó que había dejado de prestar atención a Aki, la escuchó repetir las palabras que sin darse cuenta había ignorado anteriormente. Nunca se acostumbraría a ver el futuro.
Dejó que hablase mientras se recostaba perezosamente en el sillón, sin perder la compostura. Se había levantado, y su cuerpo oscilaba por la amplitud del salón mientras los tacones repicaban como el violento goteo de un porche tras la tormenta. Su cuerpo era voluptuoso y, en pocas palabras, perfecto. El cabello rojo ondeaba levemente con los andares ligeros de Aki, que con sucinta suavidad aterrizó sobre sus codos a su diestra, dejando para su deleite un espectáculo más que agradable: Desde su reposo podía contemplar la fina cintura de doncella que portaba, y sus caderas de diosa empezaban más allá de su asiento. Una cascada de bucles carmesíes se interpuso entre ambas caras, pero no pudo esconder el ángulo agudo de sus codos. Apenas sí podía verlo más allá de intuirlo, pero sabía que aquel escote rozaba la caoba de su mesa con intenciones menos inocentes que una reunión de negocios. "¿Qué pretendes, Aki?".
-Si sólo tú puedes darme la luna, tengo que pedírtela.
Dejó que el eco de sus palabras resonase, más en el tiempo que en la estancia. Como todos los dragones era codicioso, y no iba a renunciar cuando podía conseguir un nuevo tesoro. Sin embargo, ¿Cuánto dinero tenía ya? ¿Cuánto había gastado o invertido? ¿Cuántas veces se había revolcado ya en monedas de oro y plata? Su tesoro no era acumular riqueza, sino encontrar piezas únicas. ¿Era la Luna lo que Aki podía ofertar? Aunque fuese una frase hecha, quería aquello que sólo ella podía darle.
-No ser sincero es un lujo que sólo cuando no necesitamos nada podemos permitirnos- señaló, apartando los mechones que se interponían entre ellos-. Pero no quiero importunarte, es lo último que deseo esta noche.
Era plenamente consciente de que todavía no era de noche. Bajo la luz cálida, su piel blanca tenía un matiz tostado, y en la sombra de sus afilados rasgos podía notar una silueta aún más bella que cualquiera descubierta a plena luz. La tenía tan cerca, y la pregunta era tan sencilla... ¿Qué quería? Mentiría si negase que podría dejarse llevar por sus pasiones, pero sabía bien que eso no le aportaría nada ni a él ni a Fiordia. Y no era nada que sólo pudiese tomar de ella, o que sólo ella pudiese darle. El valor del tesoro estaba en su carácter único, en ser algo que él no podría tomar si no se lo diesen, y que nadie más pudiese ofrecerlo. Aunque tanto parafraseo era inútil: Dexter siempre pedía lo mismo.
-El precio de lo que anhelas es el valor que tenga para ti. Pero antes de eso, debes saber que yo no acepto pagos ordinarios- clavó sus ojos en ella, con una media sonrisa dibujada en el rostro y la ceja levemente arqueada-. Sólo acepto algo que nadie más que tú pueda darme.
¿Qué tesoros guardaría ocultos la pequeña gata para sí? No dudaría en acariciarle el cabello si prometía ronronear, pero... Tampoco aceptaría eso como pago.
Aki D. Arlia
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En cierto modo, se sentía aliviada. Él no se había negado, por lo que lo más delicado a discutir quedaba zanjado... si era capaz de encontrar algo que le satisficiera. Le escuchó hablar, completamente segura de que había recitado esa frase a decenas de personas antes que a ella. Las palabras caían de su boca como si fueran caramelo recién derretido. De forma melosa y natural, daba la impresión de que él mismo paladeaba cada sílaba, orgulloso de su propio precio.
Aki esbozó una sonrisa tímida al oírle, volviendo la mirada a la mesa. Por un momento, en sus ojos se apreció una tristeza que no se molestó en disimular. Desapareció enseguida; había aprendido a controlarse a sí misma de forma muy tajante en los últimos meses.
-Por supuesto.- Comentó, la risa asomando a sus ojos mientras se movía a mirarlo.- Un hombre extraordinario merece un premio extraordinario. No seré yo quien lo discuta.
Apartó las manos de la mesa y se irguió, cruzándose de brazos con delicadeza. Estaba pensativa, y tenía razones para estarlo. Algo que solo ella pudiera concederle... ah, parecía algo simple pero no lo era. Tenía varios objetos aquí y allá que le constaba eran piezas raras de colección; su fiel alfombra era un buen ejemplo y pronto ya no la necesitaría más. Al contrario, sería un estorbo. Pero no estaba segura de que eso cumpliera las condiciones. Se mordió el labio sin darse cuenta, perdida en su cadena de pensamientos. No dejaba de ser un objeto y de alguna manera, eso lo hacía algo pobre a sus ojos. No quería zafarse del trato con alguna patraña o laguna verbal. Quería estar a la altura, pero se dio cuenta de que le faltaban los medios.
Con elegancia, cogió una de las sillas y la giró para poder mirarle de frente. Se sentó en ella y apoyando los brazos en los reposadores, le planteó su dilema.
-Por esa sonrisa de gato, intuyo que eres consciente de la dificultad de lo que me pides. Eso, o tienes en mente algo que se me escapa.- Pero no.- pensó para sí misma.- Solo es como un niño a la espera de un juguete nuevo.-Se me ocurren cosas, desde luego, pero palidecen en relación a lo que te he pedido. Para mi es importante y si no te diera algo del mismo calibre no me marcharía de aquí en paz. Sin embargo, ¿Qué puedo darte? Apenas te conozco, Dexter. No sé lo que te importa o lo que anhelas. Ignoro si hay algo con lo que solo yo pueda ayudarte. En cuanto a mi... no poseo tanto como pudiera parecer. Podría darte mis secretos y seguramente no abandonaría esta sala. O sí y me he equivocado al juzgarte.
Por un segundo, los ojos de la pelirroja relucieron mientras hacía una pequeña pausa. Los tenía clavados en el rostro del dragón y no había que buscar mucho para encontrar los motivos por los que ella le deseaba. Darse cuenta de ese hecho le llevó a comprender que él también la deseaba a ella y de algún modo, eso le hizo sentirse cómoda. El deseo era una sensación que conocía muy de cerca y ambos estaban ahí en los mismos términos. Volvió a morderse el labio de forma distraída y enredó uno de sus mechones en torno a su dedo índice, acariciándolo.
-Podría contarte mi historia, pero carezco de una propia. Podría entregarte mi organización, pero también podrían hacerlo otras personas. Podría entregarme a mi misma, pero planeo salir de esta sala perteneciéndome todavía. Así pues, ¿Qué puedo darte? Tendrás que contarme algo de ti si esperas que tome una decisión satisfactoria.
Aguardó a que él respondiera, curiosa por lo que le respondería. Podía negarse con una sonrisa, podía elegir algo de lo que había comentado o... había bastantes opciones, en realidad. Dexter Black, desde luego, no era famoso por ser predecible. Y ella mentiría si dijera que eso no la divertía.
Aki esbozó una sonrisa tímida al oírle, volviendo la mirada a la mesa. Por un momento, en sus ojos se apreció una tristeza que no se molestó en disimular. Desapareció enseguida; había aprendido a controlarse a sí misma de forma muy tajante en los últimos meses.
-Por supuesto.- Comentó, la risa asomando a sus ojos mientras se movía a mirarlo.- Un hombre extraordinario merece un premio extraordinario. No seré yo quien lo discuta.
Apartó las manos de la mesa y se irguió, cruzándose de brazos con delicadeza. Estaba pensativa, y tenía razones para estarlo. Algo que solo ella pudiera concederle... ah, parecía algo simple pero no lo era. Tenía varios objetos aquí y allá que le constaba eran piezas raras de colección; su fiel alfombra era un buen ejemplo y pronto ya no la necesitaría más. Al contrario, sería un estorbo. Pero no estaba segura de que eso cumpliera las condiciones. Se mordió el labio sin darse cuenta, perdida en su cadena de pensamientos. No dejaba de ser un objeto y de alguna manera, eso lo hacía algo pobre a sus ojos. No quería zafarse del trato con alguna patraña o laguna verbal. Quería estar a la altura, pero se dio cuenta de que le faltaban los medios.
Con elegancia, cogió una de las sillas y la giró para poder mirarle de frente. Se sentó en ella y apoyando los brazos en los reposadores, le planteó su dilema.
-Por esa sonrisa de gato, intuyo que eres consciente de la dificultad de lo que me pides. Eso, o tienes en mente algo que se me escapa.- Pero no.- pensó para sí misma.- Solo es como un niño a la espera de un juguete nuevo.-Se me ocurren cosas, desde luego, pero palidecen en relación a lo que te he pedido. Para mi es importante y si no te diera algo del mismo calibre no me marcharía de aquí en paz. Sin embargo, ¿Qué puedo darte? Apenas te conozco, Dexter. No sé lo que te importa o lo que anhelas. Ignoro si hay algo con lo que solo yo pueda ayudarte. En cuanto a mi... no poseo tanto como pudiera parecer. Podría darte mis secretos y seguramente no abandonaría esta sala. O sí y me he equivocado al juzgarte.
Por un segundo, los ojos de la pelirroja relucieron mientras hacía una pequeña pausa. Los tenía clavados en el rostro del dragón y no había que buscar mucho para encontrar los motivos por los que ella le deseaba. Darse cuenta de ese hecho le llevó a comprender que él también la deseaba a ella y de algún modo, eso le hizo sentirse cómoda. El deseo era una sensación que conocía muy de cerca y ambos estaban ahí en los mismos términos. Volvió a morderse el labio de forma distraída y enredó uno de sus mechones en torno a su dedo índice, acariciándolo.
-Podría contarte mi historia, pero carezco de una propia. Podría entregarte mi organización, pero también podrían hacerlo otras personas. Podría entregarme a mi misma, pero planeo salir de esta sala perteneciéndome todavía. Así pues, ¿Qué puedo darte? Tendrás que contarme algo de ti si esperas que tome una decisión satisfactoria.
Aguardó a que él respondiera, curiosa por lo que le respondería. Podía negarse con una sonrisa, podía elegir algo de lo que había comentado o... había bastantes opciones, en realidad. Dexter Black, desde luego, no era famoso por ser predecible. Y ella mentiría si dijera que eso no la divertía.
Dexter Black
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No pudo evitar soltar una carcajada cuando Aki lo presentó como un hombre extraordinario. Tal vez fuese una buena palabra para describirlo, pero a un tiempo resultaba totalmente frívola. ¿Cuándo había roto los estándares de una desconocida? Su mayor mérito era ser fuerte, y en verdad no significaba nada. Ni el precio de su cabeza, ni la paz de Fiordia... Personas más capaces que él se habían encargado de lo último, mientras que personas temerosas habían provocado lo primero. Él sólo había izado su bandera en medio del caos; si nadie le había discutido era precisamente por el temor y admiración que, de alguna forma, despertaba a partes iguales.
-Te sorprendería descubrir todo lo que se esconde en mi cabeza- respondió, para seguir escuchando atentamente. Ella no sabía qué ofertar, a pesar de que en su mente resultaba extremadamente fácil. Se negaba a creer que alguien de sus capacidades simplemente pudiese no tener idea, eso era más propio de novatos con ínfulas de grandeza, como Haruka. No, Aki tenía un plan.
Estaba tanteándolo. Mantuvo su mirada impasible, y se forzó a no tragar saliva cuando mencionó su cuerpo. Su sonrisa se iba serenando poco a poco, y no dejaba que los ojos azules de la pirata lo perturbasen lo más mínimo. Ella no era un peligro, aunque pudiese representar un valioso aliado. Apartó la vista vagamente cuando ella terminó, moviendo lentamente la cabeza hacia las vitrinas horadadas en la pared, donde algunos de sus mayores tesoros se exponían. Las espadas de Kirito, la noro noro no mi, un par de berries con más de mil años de antigüedad, la chaqueta de Kurotora... A los lados de la mesa había una amplia colección de cosas que, por una razón o por otra, eran únicas. Muchas sólo tenían valor para Dexter, pero al mismo tiempo eso era lo que las hacía invaluables. Las monedas tenían un valor palpable, pero la capa que había visto morir a un semidiós... ¿Acaso alguien podía baremar su precio? ¿Podría alguien entregar el último resto que Lion D. Karl había dejado en Mariejoa?
-Podría contarte muchas cosas de mí- contestó finalmente, sin apartar la vista del último de ellos: el deseo del genio. Ni en sus más oscuros sueños habría pretendido pensar que alguien habría escrito una aberración semejante, pero era suya y de nadie más. Y un recordatorio de que hasta el más inteligente podía morir si diese un paso en falso-. Sin embargo, me pregunto cuán satisfactoria sería mi recompensa si yo tuviese que hacer algo para obtenerla. Algo que sólo tú puedas darme no implica conocerme a mí, sino conocerte a ti. Pero te ayudaré un poco más...
Parsimoniosamente se levantó del sillón, manteniendo el traje impecable sin arrugarlo una micra en su movimiento. Se abrochó los botones de la chaqueta mientras avanzaba por el lugar, dando un paseo alrededor de la mesa. Si bien antes había desaparecido, en aquel momento deseaba que ella observase hasta el último de sus tranquilos y acompasados movimientos. Al fin y al cabo, ella había intentado la misma clase de distracciones con él.
-Debe ser algo que no pueda tomar por la fuerza- dijo, una vez junto a ella, tratando de mover todo su cabello hacia un costado para poner una mano en su hombro-. Debe ser algo que sólo tú puedas darme, y yo sólo obtener si tú me lo das voluntariamente.
Dejó que su voz se ralentizara a medida que acercaba los labios a su oído, muy despacio al compás de una canción que sólo sonaba en su mente. Había visto en ella la misma chispa que seguramente ella no había ignorado, y aunque estaban en medio de una conversación seria no tenía nada de malo aligerar un poco el ambiente.
-Tal vez algo que hayas creado tú, un secreto que sólo tu conozcas...- le apretó ligeramente el hombro, y deslizó suavemente la mano por su espalda hasta apartarla y erguirse dignamente-. Pero quién sabe, tal vez todavía no sepas el valor de lo que puedes ofrecer.
Volvió a sentarse, con la calma de un rey y la sonrisa de un niño travieso que poco a poco fue relajándose en una mueca serena.
-Te sorprendería descubrir todo lo que se esconde en mi cabeza- respondió, para seguir escuchando atentamente. Ella no sabía qué ofertar, a pesar de que en su mente resultaba extremadamente fácil. Se negaba a creer que alguien de sus capacidades simplemente pudiese no tener idea, eso era más propio de novatos con ínfulas de grandeza, como Haruka. No, Aki tenía un plan.
Estaba tanteándolo. Mantuvo su mirada impasible, y se forzó a no tragar saliva cuando mencionó su cuerpo. Su sonrisa se iba serenando poco a poco, y no dejaba que los ojos azules de la pirata lo perturbasen lo más mínimo. Ella no era un peligro, aunque pudiese representar un valioso aliado. Apartó la vista vagamente cuando ella terminó, moviendo lentamente la cabeza hacia las vitrinas horadadas en la pared, donde algunos de sus mayores tesoros se exponían. Las espadas de Kirito, la noro noro no mi, un par de berries con más de mil años de antigüedad, la chaqueta de Kurotora... A los lados de la mesa había una amplia colección de cosas que, por una razón o por otra, eran únicas. Muchas sólo tenían valor para Dexter, pero al mismo tiempo eso era lo que las hacía invaluables. Las monedas tenían un valor palpable, pero la capa que había visto morir a un semidiós... ¿Acaso alguien podía baremar su precio? ¿Podría alguien entregar el último resto que Lion D. Karl había dejado en Mariejoa?
-Podría contarte muchas cosas de mí- contestó finalmente, sin apartar la vista del último de ellos: el deseo del genio. Ni en sus más oscuros sueños habría pretendido pensar que alguien habría escrito una aberración semejante, pero era suya y de nadie más. Y un recordatorio de que hasta el más inteligente podía morir si diese un paso en falso-. Sin embargo, me pregunto cuán satisfactoria sería mi recompensa si yo tuviese que hacer algo para obtenerla. Algo que sólo tú puedas darme no implica conocerme a mí, sino conocerte a ti. Pero te ayudaré un poco más...
Parsimoniosamente se levantó del sillón, manteniendo el traje impecable sin arrugarlo una micra en su movimiento. Se abrochó los botones de la chaqueta mientras avanzaba por el lugar, dando un paseo alrededor de la mesa. Si bien antes había desaparecido, en aquel momento deseaba que ella observase hasta el último de sus tranquilos y acompasados movimientos. Al fin y al cabo, ella había intentado la misma clase de distracciones con él.
-Debe ser algo que no pueda tomar por la fuerza- dijo, una vez junto a ella, tratando de mover todo su cabello hacia un costado para poner una mano en su hombro-. Debe ser algo que sólo tú puedas darme, y yo sólo obtener si tú me lo das voluntariamente.
Dejó que su voz se ralentizara a medida que acercaba los labios a su oído, muy despacio al compás de una canción que sólo sonaba en su mente. Había visto en ella la misma chispa que seguramente ella no había ignorado, y aunque estaban en medio de una conversación seria no tenía nada de malo aligerar un poco el ambiente.
-Tal vez algo que hayas creado tú, un secreto que sólo tu conozcas...- le apretó ligeramente el hombro, y deslizó suavemente la mano por su espalda hasta apartarla y erguirse dignamente-. Pero quién sabe, tal vez todavía no sepas el valor de lo que puedes ofrecer.
Volvió a sentarse, con la calma de un rey y la sonrisa de un niño travieso que poco a poco fue relajándose en una mueca serena.
Aki D. Arlia
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Bueno, ¿Y a quién no le gustan las sorpresas?-Pensó para sí la pelirroja al escucharle. Siguió su mirada hasta descubrir las vitrinas que había en las paredes. No había reparado en ellas antes y la variedad de objetos que contenían confirmaban sus sospechas. Le había pedido lo mismo a muchas personas. Sintió el impulso de levantarse e ir a curiosearlas una por una, pero apartó la urgencia de su mente. No era el momento.
Volvió a mirarle tan pronto escuchó su voz, como si fuera alguna clase de imán. Atendió a cada palabra y asintió levemente a lo que decía. No le faltaba razón, pero eso no iba a disuadirla de intentar conocerle. Seguía queriendo saber más y de alguna manera u otra lo conseguiría. Aunque tenía en mente que sería mucho más fácil y agradable si él colaboraba.
Se levantó y los ojos de gata de Aki repasaron cada movimiento. Se movía con gracia natural y una elegancia curiosa, desinteresada. Moverse con esa agilidad no le suponía ningún esfuerzo, quedó patente que controlaba cada parte de su cuerpo a la perfección. Aki lo sabía; ella misma se había empleado a fondo para conseguir lo mismo. Apreciaba esa naturalidad con cierto respeto, además de disfrutarla. No había duda de que era algo harto atractivo.
Apartó la cortina de su pelo para apoyarle la mano en el hombro. Aki alzó una ceja al escuchar sus palabras, preguntándose si de verdad estaba insinuando lo que parecía o había sido un desliz inconsciente. Por su bien esperaba que lo segundo, porque no era alguien que se dejara caer fácilmente en ese sentido. Tenía su orgullo y sabía defenderlo, al fin y al cabo.
Disfrutó cada toque, sus labios curvándose en una juguetona y a la vez pequeña sonrisa sin que ella los parara. Cuando él volvió a sentarse, ella repasó mentalmente todo lo que llevaba encima. Sus pensamientos se detuvieron en un pequeño objeto y, aunque intentó por varios segundos buscar otra cosa, cualquiera, terminó por claudicar. Lo cogió del bolsillo y jugueteó con él entre las manos, mirándolo con algo que parecía melancolía. Sonreía, pero estaba claro que mirarlo le apenaba.
-Haremos una cosa. Primero, te confesaré que adoro las historias. Y en las leyendas, el número tres siempre tiene un gran potencial o un significado oculto. Así pues, te entregaré tres cosas.
Se levantó, con el pedazo de espejo entre ambas manos. Se acercó hacia él y se acuclilló al lado de su silla como lo haría una madre al explicarle algo importante a su hijo. No era un acto de sumisión; quería que viera la importancia de lo que le entregaba. Había elegancia en la pose, tenía la espalda recta y sujetaba el cacho irregular en ambas manos. Uno de los lados coincidía a la perfección con la cicatriz irregular que ella tenía a lo largo de la palma izquierda.
-Mi primer regalo, es su historia. En Síderos, el genio nos concedió un deseo a cada uno. Yo le pedí algo que me permitiera observar cualquier cosa y a cualquier persona, en cualquier momento. Él me entregó un espejo que escuchaba todos mis ruegos y me mostraba lo que más ansiaba. Ese espejo se rompió. Este cacho es todo lo que queda de él; evidentemente, ya no funciona. Este es mi segundo regalo. Sin embargo, no me veo capaz de dártelo entero.
Casi con delicadeza, lo agarró entre sus dedos y lo partió a la mitad. Se irguió cuan larga era y le ofreció una parte, con una pequeña sonrisa.
-El tercer regalo no puedo dártelo ahora. Junto al espejo venía una pequeña criatura bastante apegada al mismo. Le mandaré contigo en cuanto pueda, si estás de acuerdo. Creo que os llevaréis bien.
Esperaba sinceramente que fuera algo a su gusto. No lo ofrecería a la ligera, pero creía haberlo dejado lo suficientemente claro.
Volvió a mirarle tan pronto escuchó su voz, como si fuera alguna clase de imán. Atendió a cada palabra y asintió levemente a lo que decía. No le faltaba razón, pero eso no iba a disuadirla de intentar conocerle. Seguía queriendo saber más y de alguna manera u otra lo conseguiría. Aunque tenía en mente que sería mucho más fácil y agradable si él colaboraba.
Se levantó y los ojos de gata de Aki repasaron cada movimiento. Se movía con gracia natural y una elegancia curiosa, desinteresada. Moverse con esa agilidad no le suponía ningún esfuerzo, quedó patente que controlaba cada parte de su cuerpo a la perfección. Aki lo sabía; ella misma se había empleado a fondo para conseguir lo mismo. Apreciaba esa naturalidad con cierto respeto, además de disfrutarla. No había duda de que era algo harto atractivo.
Apartó la cortina de su pelo para apoyarle la mano en el hombro. Aki alzó una ceja al escuchar sus palabras, preguntándose si de verdad estaba insinuando lo que parecía o había sido un desliz inconsciente. Por su bien esperaba que lo segundo, porque no era alguien que se dejara caer fácilmente en ese sentido. Tenía su orgullo y sabía defenderlo, al fin y al cabo.
Disfrutó cada toque, sus labios curvándose en una juguetona y a la vez pequeña sonrisa sin que ella los parara. Cuando él volvió a sentarse, ella repasó mentalmente todo lo que llevaba encima. Sus pensamientos se detuvieron en un pequeño objeto y, aunque intentó por varios segundos buscar otra cosa, cualquiera, terminó por claudicar. Lo cogió del bolsillo y jugueteó con él entre las manos, mirándolo con algo que parecía melancolía. Sonreía, pero estaba claro que mirarlo le apenaba.
-Haremos una cosa. Primero, te confesaré que adoro las historias. Y en las leyendas, el número tres siempre tiene un gran potencial o un significado oculto. Así pues, te entregaré tres cosas.
Se levantó, con el pedazo de espejo entre ambas manos. Se acercó hacia él y se acuclilló al lado de su silla como lo haría una madre al explicarle algo importante a su hijo. No era un acto de sumisión; quería que viera la importancia de lo que le entregaba. Había elegancia en la pose, tenía la espalda recta y sujetaba el cacho irregular en ambas manos. Uno de los lados coincidía a la perfección con la cicatriz irregular que ella tenía a lo largo de la palma izquierda.
-Mi primer regalo, es su historia. En Síderos, el genio nos concedió un deseo a cada uno. Yo le pedí algo que me permitiera observar cualquier cosa y a cualquier persona, en cualquier momento. Él me entregó un espejo que escuchaba todos mis ruegos y me mostraba lo que más ansiaba. Ese espejo se rompió. Este cacho es todo lo que queda de él; evidentemente, ya no funciona. Este es mi segundo regalo. Sin embargo, no me veo capaz de dártelo entero.
Casi con delicadeza, lo agarró entre sus dedos y lo partió a la mitad. Se irguió cuan larga era y le ofreció una parte, con una pequeña sonrisa.
-El tercer regalo no puedo dártelo ahora. Junto al espejo venía una pequeña criatura bastante apegada al mismo. Le mandaré contigo en cuanto pueda, si estás de acuerdo. Creo que os llevaréis bien.
Esperaba sinceramente que fuera algo a su gusto. No lo ofrecería a la ligera, pero creía haberlo dejado lo suficientemente claro.
Dexter Black
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Se desabrochó con cierta gracia los botones de la chaqueta mientras veía a la pelirroja debatir en su fuero interno. Parecía pensativa, recelosa, como si no quisiese desprenderse de algo... Y finalmente, algo mágico sucedió. Por un simple segundo Dexter pudo ver, entre vaivenes del cristal, los ojos de ambos cruzarse en medio del reflejo. Él curioso y engatusado, ella algo pensativa, pero aun así sacó fuerzas para deslumbrarle con una sonrisa.
Tardó poco en moverse de nuevo, aquella vez para acabar acuclillada a su diestra, con la espalda recta y las manos casi ofreciéndole un pedazo de cristal. No tenía claro, hasta que Aki empezó a hablar, si pretendía ofrecerle un pedazo de cristal roto bajo el argumento de "no hay dos iguales". Sin duda lo habría aceptado, pero sus ojos se llenaron de gula cuando la idea de entregar tres en vez de uno apareció. ¿En qué pensaba la pirata? Tal vez, más bien todos formasen parte del mismo, y así fue. Un pedazo de cristal roto, una historia que sólo ella presumiblemente podría contar y una criatura invocada por magias oscuras. Sin embargo, reparó fácilmente en la similitud de un margen del cristal respecto a una herida no demasiado antigua. Había un secreto en la palma de sus manos, y aunque tal vez fuese de mala educación preguntar... Esa historia seguramente, atendiendo al valor que daba a un simple cristal, fuese mucho mejor.
Se quitó la chaqueta al tiempo que ella levantaba su figura. El busto que antes veía en bandeja de plata desde su trono era ahora sólo una pieza más del puzzle que Aki D. Arlia significaba, y Dexter se remangó la camisa con presteza según dejó el saco en una silla contigua. Tras ello aceptó el cristal de sus manos y lo examinó con cuidado, reparando en cada detalle: El olor, el sonido de sus esquirlas al rozar, el aspecto del espejo en general... Era de muy gran calidad, aquello era indiscutible, ¿Pero cuánta fiabilidad daba eso a su historia? Sólo el hecho de que él mismo había presenciado al genio le hacía creer en sus palabras, pero la probabilidad era tan escasa...
-Hay cargas que pesan mucho para una sola persona- dijo, finalmente, mirando fijamente a su brazo. Tenía que quitarse la camisa.
Clavó el cristal en su palma y sintió un leve pinchazo. Sus manos, recias y superdesarrolladas, apenas notaban el dolor que a muchas otras personas les habría hecho detenerse. Miró a la pelirroja y apartó la mano del sillón. Conocía el patrón, le habían llegado unos segundos para recordarlo, y lo dibujó con fuerza en la mano derecha. No se inmutó ante el dolor, no era el peor que había sufrido, y tan sólo sonrió cuando debió reconocer la increíble calidad que el cristal debía tener para siquiera penetrar su piel, más se sorprendió cuando cercenó su carne.
-No tiene mucho valor que lo haga- comentó, quitándole hierro al asunto mientras trataba de intercambiar los cristales. Para Aki el ensangrentado, para él el limpio. La piel de su mano ya comenzaba a cerrarse de nuevo-. De hecho, no sé cuánto puede valer tu sangre para mí ni si siquiera te importará, pero ahora sabes cómo me corté yo con tu espejo. Me gustaría saber cómo te cortaste tú con el mío.
Se levantó del asiento, desnudo de cintura para arriba. En su pecho podían verse varias cicatrices, algunas de ellas enormes heridas que de pura suerte no lo habían matado, mientras otras, tal vez cientos, recorrían su torso como pequeños cortes que apenas resaltaban en su piel casi blanca. Tenía una pequeña jarra de agua en la mesa y echó parte por sobre su mano, limpiándola de sangre aún viva. Estaba dándole la espalda más tiempo del que debería a una desconocida, pero en el fondo ambos se conocían muy bien. Había llegado el encuentro en Síderos para saber todo el uno del otro, los intereses y las preocupaciones... Ella lo había enfrentado abiertamente en su día, y no estaría allí si tuviera más remedio; podía confiar en que no intentaría matarlo. Finalmente se dio la vuelta.
-Si prefieres, puedo esperar para escucharla... ¿Hasta mañana? Cuando despertemos, y esas cosas.
Tardó poco en moverse de nuevo, aquella vez para acabar acuclillada a su diestra, con la espalda recta y las manos casi ofreciéndole un pedazo de cristal. No tenía claro, hasta que Aki empezó a hablar, si pretendía ofrecerle un pedazo de cristal roto bajo el argumento de "no hay dos iguales". Sin duda lo habría aceptado, pero sus ojos se llenaron de gula cuando la idea de entregar tres en vez de uno apareció. ¿En qué pensaba la pirata? Tal vez, más bien todos formasen parte del mismo, y así fue. Un pedazo de cristal roto, una historia que sólo ella presumiblemente podría contar y una criatura invocada por magias oscuras. Sin embargo, reparó fácilmente en la similitud de un margen del cristal respecto a una herida no demasiado antigua. Había un secreto en la palma de sus manos, y aunque tal vez fuese de mala educación preguntar... Esa historia seguramente, atendiendo al valor que daba a un simple cristal, fuese mucho mejor.
Se quitó la chaqueta al tiempo que ella levantaba su figura. El busto que antes veía en bandeja de plata desde su trono era ahora sólo una pieza más del puzzle que Aki D. Arlia significaba, y Dexter se remangó la camisa con presteza según dejó el saco en una silla contigua. Tras ello aceptó el cristal de sus manos y lo examinó con cuidado, reparando en cada detalle: El olor, el sonido de sus esquirlas al rozar, el aspecto del espejo en general... Era de muy gran calidad, aquello era indiscutible, ¿Pero cuánta fiabilidad daba eso a su historia? Sólo el hecho de que él mismo había presenciado al genio le hacía creer en sus palabras, pero la probabilidad era tan escasa...
-Hay cargas que pesan mucho para una sola persona- dijo, finalmente, mirando fijamente a su brazo. Tenía que quitarse la camisa.
Clavó el cristal en su palma y sintió un leve pinchazo. Sus manos, recias y superdesarrolladas, apenas notaban el dolor que a muchas otras personas les habría hecho detenerse. Miró a la pelirroja y apartó la mano del sillón. Conocía el patrón, le habían llegado unos segundos para recordarlo, y lo dibujó con fuerza en la mano derecha. No se inmutó ante el dolor, no era el peor que había sufrido, y tan sólo sonrió cuando debió reconocer la increíble calidad que el cristal debía tener para siquiera penetrar su piel, más se sorprendió cuando cercenó su carne.
-No tiene mucho valor que lo haga- comentó, quitándole hierro al asunto mientras trataba de intercambiar los cristales. Para Aki el ensangrentado, para él el limpio. La piel de su mano ya comenzaba a cerrarse de nuevo-. De hecho, no sé cuánto puede valer tu sangre para mí ni si siquiera te importará, pero ahora sabes cómo me corté yo con tu espejo. Me gustaría saber cómo te cortaste tú con el mío.
Se levantó del asiento, desnudo de cintura para arriba. En su pecho podían verse varias cicatrices, algunas de ellas enormes heridas que de pura suerte no lo habían matado, mientras otras, tal vez cientos, recorrían su torso como pequeños cortes que apenas resaltaban en su piel casi blanca. Tenía una pequeña jarra de agua en la mesa y echó parte por sobre su mano, limpiándola de sangre aún viva. Estaba dándole la espalda más tiempo del que debería a una desconocida, pero en el fondo ambos se conocían muy bien. Había llegado el encuentro en Síderos para saber todo el uno del otro, los intereses y las preocupaciones... Ella lo había enfrentado abiertamente en su día, y no estaría allí si tuviera más remedio; podía confiar en que no intentaría matarlo. Finalmente se dio la vuelta.
-Si prefieres, puedo esperar para escucharla... ¿Hasta mañana? Cuando despertemos, y esas cosas.
Aki D. Arlia
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Pareció aceptar su regalo, pero no dijo nada. Había seguido con atención sus explicaciones y aparentaba estar genuínamente interesado pero ¿Cómo estar segura? Sus ojos eran insondables. Le observó quitarse la chaqueta y arremangarse antes de cogerlo con cuidado. Notó una punzada en el pecho al verlo irse y aferró en su mano el pedazo que le quedaba. En parte, estaba sorprendida de haberse apegado tanto a un trozo de cristal. Llevaba meses sin darle lo que quería y no trayéndole más que desgracias. Y sin embargo...
Le estudió con curiosidad mientras él, a su vez, estudiaba el cacho de espejo. Casi podía oír los engranajes trabajando en la cabeza del dragón, dada la intensidad con la que lo estaba mirando. Claramente lo estaba disfrutando. Esbozó una media sonrisa, complacida. Le gustaba verle jugar.
Estaba perdida en sus pensamientos, pero aunque no lo hubiera estado no tenía forma de anticipar lo que hizo. Tras quitarse la camisa con parsimonia, clavó el cristal en su palma. Sintió la suya hormiguear y comprendió en segundos que estaba replicando el patrón. Tragó saliva, no muy segura de qué sentir al respecto. Le tendió el cristal ensangrentado y tras titubear un momento, ella lo aceptó, intercambiándolos.
-Cúidalo.- Le dijo con suavidad, antes de guardarlo. Tenía pensado atesorar el suyo. Desde luego, era un gesto poco convencional pero sin duda tenía algo de hermoso. Tras pensarlo mejor, sintió como si se hubiera quitado un pequeño peso de encima. Tenía razón. No tenía mucho valor.
Al oír que quería escuchar la historia, sin embargo, se puso en guardia. No era algo de lo que le apeteciese especialmente hablar con él.
- No es un gran relato; podría resumirse con una sola frase.- Comentó evadiendo la cuestión.
Le tenía de espaldas frente a ella, mientras se lavaba la palma de la mano. Podía ver a la perfección cada una de las cicatrices que le cubrían en todas direcciones como un tapiz de adorno y recordó la última vez que las había visto. Sonriendo más confiada, dio un par de pasos en silencio hasta situarse a su espalda. Alzó la mano y despacio, como para no espantarlo aún sabiendo que no existía esa posibilidad, estudió las marcas y recorrió con el dedo la primera que dio en reconocer. Apenas se distinguía entre el resto y viajaba entre ambos omóplatos dibujando una pequeña línea plateada. Sutil, casi tímida en comparación con algunas que había cerca. De color plateado, no había sido muy profunda. Pero a Aki le gustaba.
Recibió su última frase con una sonrisa todavía más alegre, de las que involucran también a la mirada, y a la vez más comedida en su forma. Cuando él se dio la vuelta alzó la mano nuevamente y, sin contestar, ladeando ligeramente la cabeza, intentó rozarle la garganta hasta recorrer el contorno de su barbilla. Apartó la mano con delicadeza finalizado el camino y dijo:
- Que presuntuoso por su parte, Señor Black. ¿Tengo acaso algún motivo para pasar la noche aquí? Apenas está atardeciendo.
Había inocencia en su voz, no era un ardid. Pero a la vez tampoco una verdad; tan solo un juego o quizás una prueba. Una pregunta disfrazada como otra, buscando ver qué más le aguardaba según pasaran las horas. Porque marcharse tras semejante ofrecimiento sería, sin duda, una pérdida de tiempo.
Le estudió con curiosidad mientras él, a su vez, estudiaba el cacho de espejo. Casi podía oír los engranajes trabajando en la cabeza del dragón, dada la intensidad con la que lo estaba mirando. Claramente lo estaba disfrutando. Esbozó una media sonrisa, complacida. Le gustaba verle jugar.
Estaba perdida en sus pensamientos, pero aunque no lo hubiera estado no tenía forma de anticipar lo que hizo. Tras quitarse la camisa con parsimonia, clavó el cristal en su palma. Sintió la suya hormiguear y comprendió en segundos que estaba replicando el patrón. Tragó saliva, no muy segura de qué sentir al respecto. Le tendió el cristal ensangrentado y tras titubear un momento, ella lo aceptó, intercambiándolos.
-Cúidalo.- Le dijo con suavidad, antes de guardarlo. Tenía pensado atesorar el suyo. Desde luego, era un gesto poco convencional pero sin duda tenía algo de hermoso. Tras pensarlo mejor, sintió como si se hubiera quitado un pequeño peso de encima. Tenía razón. No tenía mucho valor.
Al oír que quería escuchar la historia, sin embargo, se puso en guardia. No era algo de lo que le apeteciese especialmente hablar con él.
- No es un gran relato; podría resumirse con una sola frase.- Comentó evadiendo la cuestión.
Le tenía de espaldas frente a ella, mientras se lavaba la palma de la mano. Podía ver a la perfección cada una de las cicatrices que le cubrían en todas direcciones como un tapiz de adorno y recordó la última vez que las había visto. Sonriendo más confiada, dio un par de pasos en silencio hasta situarse a su espalda. Alzó la mano y despacio, como para no espantarlo aún sabiendo que no existía esa posibilidad, estudió las marcas y recorrió con el dedo la primera que dio en reconocer. Apenas se distinguía entre el resto y viajaba entre ambos omóplatos dibujando una pequeña línea plateada. Sutil, casi tímida en comparación con algunas que había cerca. De color plateado, no había sido muy profunda. Pero a Aki le gustaba.
Recibió su última frase con una sonrisa todavía más alegre, de las que involucran también a la mirada, y a la vez más comedida en su forma. Cuando él se dio la vuelta alzó la mano nuevamente y, sin contestar, ladeando ligeramente la cabeza, intentó rozarle la garganta hasta recorrer el contorno de su barbilla. Apartó la mano con delicadeza finalizado el camino y dijo:
- Que presuntuoso por su parte, Señor Black. ¿Tengo acaso algún motivo para pasar la noche aquí? Apenas está atardeciendo.
Había inocencia en su voz, no era un ardid. Pero a la vez tampoco una verdad; tan solo un juego o quizás una prueba. Una pregunta disfrazada como otra, buscando ver qué más le aguardaba según pasaran las horas. Porque marcharse tras semejante ofrecimiento sería, sin duda, una pérdida de tiempo.
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Había pocas formas de romper un espejo, y la mayoría eran intencionales. De herirse rompiéndolo, había todavía menos. En un escenario ideal, la única forma de romperlo y herirse de esa forma concreta era que una esquirla desgarrase su mano al mismo tiempo, lo que hacía entender por qué era tan reacia a contarlo: Lo había roto ella intencionalmente. Por lo menos, ésa era la explicación más simple que había para aunar tantas variables de forma adecuada y con algo de sentido. ¿La razón para haberlo hecho? Furia, seguramente, aunque no sabía por qué había sentido esa necesidad... Ni si realmente estaba en lo cierto. Sin embargo, si quería contarlo, podría hacerlo sin necesidad de que él elucubrase. Por el momento prefería centrarse en la pícara caricia que, con la yema de los dedos, Aki regalaba por su cuello.
-Hay muchos motivos para quedarte. El primero de ellos es que puedes irte cuando quieras- "y no quieres", se permitió decir sin pronunciar palabra-. Además, todavía no me has dado la luna.
Se volvió a poner la camisa una vez la mano estuvo seca, pero no la abrochó. Dejó que la chaqueta reposase en su brazo e hizo un gesto de inclinación, como una despedida totalmente calculada. Cerró los ojos mientras ladeaba la cabeza, como un buen caballero que se quita el sombrero, y hasta dobló levemente la espalda. El tiempo podía haberse agotado o, por el contrario, estar a punto de ganar un valor mayor al que cualquiera podría imaginar.
-Por desgracia yo tengo que colgar mi ropa antes de que empiece a arrugarse. Si quieres puedes echarme un cable- dijo señalando la chaqueta, que oportunamente estaba en ángulo con el pantalón-. Si quieres, luego puedo ayudarte yo a colgar la tuya.
Le dedicó una última sonrisa y se acercó a las escaleras, aún examinando el pedazo de cristal. Los zapatos eran bastante cómodos, pero ya no los sentía como algo natural; le molestaban. Mantuvo la postura hasta que comenzó a descender los peldaños aparentemente tallados en el corazón de la montaña hasta bajar cuatro plantas recorriendo cerca de quinientos escalones. No le cansaba, pero se sentía algo angustiado cada vez que no veía el fin de aquel camino. Por eso habitualmente tomaba la entrada secreta de la herrería o tomaba el ascensor que con mucho esfuerzo había logrado encastrar sin que rompiese la monumental y pétrea estética del Colmillo. No obstante, ese día era diferente: Tomar el ascensor le obligaba a esperarla, lo que significaba pedírselo en un lenguaje tácito, mientras que darle una aparente elección dejaba las cartas sobre la mesa. Ella podía irse pero si sentía curiosidad, atracción, codicia o cualquier combinación de ellas se trataba de una oportunidad única. Al fin y al cabo, ¿Cuántas veces podía alguien ver tan de cerca el tesoro de un dragón?
Empujó la única puerta que no tenía complejísimos sistemas de seguridad, sino una cerradura de seguridad que, normalmente, ni siquiera se molestaba en cerrar. Aquella había sido una de esas veces, y cuando entró en su habitáculo dejó que el olor a mar impregnase todo. Había hecho instalar una ventana segura que conectaba directamente a la bahía, y había unas escaleras al final de la enorme habitación que llevaban al observatorio marino. No había mucho que ver, más allá del mar rompiendo contra las rocas poco más allá del cristal, pero a veces disfrutaba sentándose en un sillón durante horas, descansando su atribulada cabeza y esperando que el tiempo, simplemente, pasase.
Negó para sí mismo, cabizbajo, tratando de no pensar en todos los fantasmas que rondaban aquellas paredes sin nunca haberlas rozado. Los verdaderos tesoros se encontraban allí: Un naranjo de villa Orange, una flecha de plata, un simple tiesto con tierra y un par de papeles enrollados brotando de ella... "Nunca más", había dicho como el cuervo, aunque no podía evitar que en ocasiones sus voces le perturbaran.
Caminó por la estancia, perfectamente ordenada en un espacio diáfano de salón de estar, apenas una cama con dosel en un rincón y un guardarropa oculto tras la puerta de roble envejecido junto a ella. Había una cocina a un lado, pequeña pero bien equipada, y un montón de objetos raros repartidos por cada esquina.
-Bienvenida a la cueva del dragón- dijo, finalmente, sonriendo. Daba igual la nostalgia, no habría querido cambiar ni un sólo instante de todo aquello.
-Hay muchos motivos para quedarte. El primero de ellos es que puedes irte cuando quieras- "y no quieres", se permitió decir sin pronunciar palabra-. Además, todavía no me has dado la luna.
Se volvió a poner la camisa una vez la mano estuvo seca, pero no la abrochó. Dejó que la chaqueta reposase en su brazo e hizo un gesto de inclinación, como una despedida totalmente calculada. Cerró los ojos mientras ladeaba la cabeza, como un buen caballero que se quita el sombrero, y hasta dobló levemente la espalda. El tiempo podía haberse agotado o, por el contrario, estar a punto de ganar un valor mayor al que cualquiera podría imaginar.
-Por desgracia yo tengo que colgar mi ropa antes de que empiece a arrugarse. Si quieres puedes echarme un cable- dijo señalando la chaqueta, que oportunamente estaba en ángulo con el pantalón-. Si quieres, luego puedo ayudarte yo a colgar la tuya.
Le dedicó una última sonrisa y se acercó a las escaleras, aún examinando el pedazo de cristal. Los zapatos eran bastante cómodos, pero ya no los sentía como algo natural; le molestaban. Mantuvo la postura hasta que comenzó a descender los peldaños aparentemente tallados en el corazón de la montaña hasta bajar cuatro plantas recorriendo cerca de quinientos escalones. No le cansaba, pero se sentía algo angustiado cada vez que no veía el fin de aquel camino. Por eso habitualmente tomaba la entrada secreta de la herrería o tomaba el ascensor que con mucho esfuerzo había logrado encastrar sin que rompiese la monumental y pétrea estética del Colmillo. No obstante, ese día era diferente: Tomar el ascensor le obligaba a esperarla, lo que significaba pedírselo en un lenguaje tácito, mientras que darle una aparente elección dejaba las cartas sobre la mesa. Ella podía irse pero si sentía curiosidad, atracción, codicia o cualquier combinación de ellas se trataba de una oportunidad única. Al fin y al cabo, ¿Cuántas veces podía alguien ver tan de cerca el tesoro de un dragón?
Empujó la única puerta que no tenía complejísimos sistemas de seguridad, sino una cerradura de seguridad que, normalmente, ni siquiera se molestaba en cerrar. Aquella había sido una de esas veces, y cuando entró en su habitáculo dejó que el olor a mar impregnase todo. Había hecho instalar una ventana segura que conectaba directamente a la bahía, y había unas escaleras al final de la enorme habitación que llevaban al observatorio marino. No había mucho que ver, más allá del mar rompiendo contra las rocas poco más allá del cristal, pero a veces disfrutaba sentándose en un sillón durante horas, descansando su atribulada cabeza y esperando que el tiempo, simplemente, pasase.
Negó para sí mismo, cabizbajo, tratando de no pensar en todos los fantasmas que rondaban aquellas paredes sin nunca haberlas rozado. Los verdaderos tesoros se encontraban allí: Un naranjo de villa Orange, una flecha de plata, un simple tiesto con tierra y un par de papeles enrollados brotando de ella... "Nunca más", había dicho como el cuervo, aunque no podía evitar que en ocasiones sus voces le perturbaran.
Caminó por la estancia, perfectamente ordenada en un espacio diáfano de salón de estar, apenas una cama con dosel en un rincón y un guardarropa oculto tras la puerta de roble envejecido junto a ella. Había una cocina a un lado, pequeña pero bien equipada, y un montón de objetos raros repartidos por cada esquina.
-Bienvenida a la cueva del dragón- dijo, finalmente, sonriendo. Daba igual la nostalgia, no habría querido cambiar ni un sólo instante de todo aquello.
Aki D. Arlia
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Alzó una ceja mientras una sonrisa burlona bailaba en sus labios. Así que darle la luna, mucho buscaba ese hombre. Pero su silencio tenía razón y no quería marcharse todavía. No sabía lo que le esperaba tras esa visita y no tenía muchas ganas de averiguarlo. Prefería extenderla un poco más, incluso si era a través de débiles excusas. Como la suya.
Sin embargo, la pelirroja asintió de un modo tan solemne que quedó patente que no se tragaba una palabra y cuando él se acercó a las escaleras ella fue detrás. La suya no necesitaba colgarse, de todas formas no solía vestir lo mismo más que un par de veces. Había excepciones, por supuesto, pero el vestido que llevaba no era una de ellas. Acabara donde acabase... lo cierto es que no le daría pena, pensó. Sus ojos vagaban examinando tanto el lugar como al dragón. ¿Sería una buena idea? Una voz en su cabeza le susurró que aunque fuera mala, poco importaría. Y lo que sí sería era divertido. Decidiéndose, aceleró un poco hasta ponerse a su altura, en silencio.
El camino era largo y cada peldaño hermoso, tallado en piedra. Todo el lugar parecía excavado y a Aki le pareció bastante tranquilo.No había más ruido que el de los pasos de ambos, apenas un rumor. Disfrutó cada piso y cada vuelta con la curiosidad de quien no está seguro de si volverá a pasar por ahí.
Al final de las escaleras había una puerta. Dexter la empujó y esta se plegó a sus deseos, abriéndose y revelando su destino. El mar pareció darle en la cara y Aki tuvo que reprimir el impuso de lamerse los labios para disfrutar de la sal. Le dejó pasar primero, por supuesto, y cuando avanzó no pudo evitar quedarse mirando a cada esquina. Era un lugar enorme y aún así elegante. Estaba lleno de cosas y había recuerdos en cada rincón. Aunque no los conociera, cada historia gritaba su propia presencia.
- Es adorable. Muy acogedora.- Comentó con dulzura. En verdad le gustaba.
Podía distinguir una cocina, un espacio parecido a un salón e incluso una cama con dosel de aspecto cómodo. Sin duda el dragón vivía aquí y por un momento se preguntó cuantas personas habrían tenido la fortuna de verlo. De repente, el lugar le pareció muy íntimo.
Al fondo había otras escaleras. Con la curiosidad de nuevo espoleando sus talones avanzó con cautela; no estaba segura de si podía ir, por lo que quiso darle tiempo a pararla. Si no lo hacía, bajaría hasta el observatorio marino.
No había gran cosa en el lugar, aparte de un sillón, pero las vistas quitaban el aliento. El rumor del agua chocando contra las rocas llenó sus oídos, relajándola sin que apenas se diese cuenta. Pasaron varios segundos hasta que se giró para volver arriba. En cuanto encontrara a Dexter, le preguntaría con extrema y falsa seriedad:
-¿Has logrado colgar la ropa a tiempo?
Sin embargo, la pelirroja asintió de un modo tan solemne que quedó patente que no se tragaba una palabra y cuando él se acercó a las escaleras ella fue detrás. La suya no necesitaba colgarse, de todas formas no solía vestir lo mismo más que un par de veces. Había excepciones, por supuesto, pero el vestido que llevaba no era una de ellas. Acabara donde acabase... lo cierto es que no le daría pena, pensó. Sus ojos vagaban examinando tanto el lugar como al dragón. ¿Sería una buena idea? Una voz en su cabeza le susurró que aunque fuera mala, poco importaría. Y lo que sí sería era divertido. Decidiéndose, aceleró un poco hasta ponerse a su altura, en silencio.
El camino era largo y cada peldaño hermoso, tallado en piedra. Todo el lugar parecía excavado y a Aki le pareció bastante tranquilo.No había más ruido que el de los pasos de ambos, apenas un rumor. Disfrutó cada piso y cada vuelta con la curiosidad de quien no está seguro de si volverá a pasar por ahí.
Al final de las escaleras había una puerta. Dexter la empujó y esta se plegó a sus deseos, abriéndose y revelando su destino. El mar pareció darle en la cara y Aki tuvo que reprimir el impuso de lamerse los labios para disfrutar de la sal. Le dejó pasar primero, por supuesto, y cuando avanzó no pudo evitar quedarse mirando a cada esquina. Era un lugar enorme y aún así elegante. Estaba lleno de cosas y había recuerdos en cada rincón. Aunque no los conociera, cada historia gritaba su propia presencia.
- Es adorable. Muy acogedora.- Comentó con dulzura. En verdad le gustaba.
Podía distinguir una cocina, un espacio parecido a un salón e incluso una cama con dosel de aspecto cómodo. Sin duda el dragón vivía aquí y por un momento se preguntó cuantas personas habrían tenido la fortuna de verlo. De repente, el lugar le pareció muy íntimo.
Al fondo había otras escaleras. Con la curiosidad de nuevo espoleando sus talones avanzó con cautela; no estaba segura de si podía ir, por lo que quiso darle tiempo a pararla. Si no lo hacía, bajaría hasta el observatorio marino.
No había gran cosa en el lugar, aparte de un sillón, pero las vistas quitaban el aliento. El rumor del agua chocando contra las rocas llenó sus oídos, relajándola sin que apenas se diese cuenta. Pasaron varios segundos hasta que se giró para volver arriba. En cuanto encontrara a Dexter, le preguntaría con extrema y falsa seriedad:
-¿Has logrado colgar la ropa a tiempo?
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-Gracias- contestó parcamente, mientras una sonrisa de satisfacción se escapaba entre sus labios al recorrer con la vista el conjunto de aquella estancia. En ella se recogían años de vida y aventuras, creaciones a medio terminar y algunos inventos que el mundo no debía conocer por el momento.
Por su parte, Aki se encaprichó del mirador en cuanto lo había olido, y mientras ella bajaba las escaleras él tomó camino al vestidor. Apenas había llevado diez minutos aquel traje y ni siquiera olía, por lo que con mucho cuidado de no deshacer la raya de planchado colocó cada una de las prendas, ordenadamente, sobre la percha central de la habitación armario. Tenía todo escrupulosamente organizado, desde los vestidos hasta los trajes, algunos disfraces y la ropa más cómoda, delicadamente doblada la que no había colgado. Casi podría quedarse embobado mirando el perfecto patrón cromático de su vestuario, pero más allá de la puerta que estaba a su espalda esperaba algo más importante.
Se quitó la última prenda que quedaba bajo los pantalones y en su lugar cubrió su cuerpo con un manto ilusorio, un pantalón también amplio de color azul cielo que ocultaba sus piernas pero dejaba perfectamente visible el torso que a poco estaba de convertirse en su seña de identidad. ¿Cuánta gente lo había visto ya? Sin contar a la banda, en Síderos había perdido la ropa por completo, así como en Mariejoa hacía ya muchos años. Cada vez que alguien le atacaba terminaba por romperle la parte superior y, poco a poco, había ido prefiriendo simplemente dejar de llevarlas, pues cada camisa era un bien que atesoraba enormemente. Particularmente, las hechas a mano que guardaba en un doble fondo, lejos de la vista. "Como si esto no fuese suficientemente seguro".
Salió de sus divagaciones para poner rumbo al puerto de cabello rojo que por fin había vuelto de su incursión, y parecía estar buscándolo. Cuando lo vio, la primera frase que dijo, con fingida seriedad, le sacó una sonrisa que no fue quien de disimular.
-Colgada y bien colgada-respondió-. Menos mal que he llegado a tiempo.
Se acercó a ella y trató de tomar su mentón entre los dedos, intentando hacer que mirase hacia él desde su pequeña estatura con esos ojos azul intenso. Mantuvo el gesto y dejó que su mano le acariciase suavemente la mejilla, hasta perderse por un instante en su cabello, sedoso y cálido. La sacaría a tiempo, apenas a unos dos o tres segundos tras perderse en aquella maraña, unos segundos que esperaba pareciesen eternos en aquel choque de miradas.
-De todos modos, aun a riesgo de que tu ropa se arrugue, quisiera proponerte un juego- dijo serenamente mientras agitaba con calma los dedos, liberándose de un par de cabellos rebeldes-. Tiene unas normas muy sencillas, y estoy seguro de que te va a encantar. ¿Te apetece jugar?
Se sentó en una silla cercana y, sin esperar respuesta, siguió hablando.
-Lo cierto es que debes saber que en muchos libros los dragones, cuando no las esfinges, adoramos los acertijos- sonrió con picaresca-. En uno particularmente emocionante, si el saqueador perdía en una competición de acertijos sería devorado por la criatura que los contaba. Y si ganaba... Podría pedir lo que más desease de su tesoro, y éste estaría obligado a concedérselo. Así pues, si quieres jugar... Ésas son las reglas, y la pregunta del acertijo es: ¿De qué libro estoy hablando?
Probablemente lo conociese, o al menos uno de los cientos en lo que aquello sucedía. Sin embargo, había dos salves que podrían hacerla errar si no estaba bien convencida de lo que decía. O, tal vez, si estaba segura de lo que estaba haciendo, se rindiese a los deseos del dragón.
Por su parte, Aki se encaprichó del mirador en cuanto lo había olido, y mientras ella bajaba las escaleras él tomó camino al vestidor. Apenas había llevado diez minutos aquel traje y ni siquiera olía, por lo que con mucho cuidado de no deshacer la raya de planchado colocó cada una de las prendas, ordenadamente, sobre la percha central de la habitación armario. Tenía todo escrupulosamente organizado, desde los vestidos hasta los trajes, algunos disfraces y la ropa más cómoda, delicadamente doblada la que no había colgado. Casi podría quedarse embobado mirando el perfecto patrón cromático de su vestuario, pero más allá de la puerta que estaba a su espalda esperaba algo más importante.
Se quitó la última prenda que quedaba bajo los pantalones y en su lugar cubrió su cuerpo con un manto ilusorio, un pantalón también amplio de color azul cielo que ocultaba sus piernas pero dejaba perfectamente visible el torso que a poco estaba de convertirse en su seña de identidad. ¿Cuánta gente lo había visto ya? Sin contar a la banda, en Síderos había perdido la ropa por completo, así como en Mariejoa hacía ya muchos años. Cada vez que alguien le atacaba terminaba por romperle la parte superior y, poco a poco, había ido prefiriendo simplemente dejar de llevarlas, pues cada camisa era un bien que atesoraba enormemente. Particularmente, las hechas a mano que guardaba en un doble fondo, lejos de la vista. "Como si esto no fuese suficientemente seguro".
Salió de sus divagaciones para poner rumbo al puerto de cabello rojo que por fin había vuelto de su incursión, y parecía estar buscándolo. Cuando lo vio, la primera frase que dijo, con fingida seriedad, le sacó una sonrisa que no fue quien de disimular.
-Colgada y bien colgada-respondió-. Menos mal que he llegado a tiempo.
Se acercó a ella y trató de tomar su mentón entre los dedos, intentando hacer que mirase hacia él desde su pequeña estatura con esos ojos azul intenso. Mantuvo el gesto y dejó que su mano le acariciase suavemente la mejilla, hasta perderse por un instante en su cabello, sedoso y cálido. La sacaría a tiempo, apenas a unos dos o tres segundos tras perderse en aquella maraña, unos segundos que esperaba pareciesen eternos en aquel choque de miradas.
-De todos modos, aun a riesgo de que tu ropa se arrugue, quisiera proponerte un juego- dijo serenamente mientras agitaba con calma los dedos, liberándose de un par de cabellos rebeldes-. Tiene unas normas muy sencillas, y estoy seguro de que te va a encantar. ¿Te apetece jugar?
Se sentó en una silla cercana y, sin esperar respuesta, siguió hablando.
-Lo cierto es que debes saber que en muchos libros los dragones, cuando no las esfinges, adoramos los acertijos- sonrió con picaresca-. En uno particularmente emocionante, si el saqueador perdía en una competición de acertijos sería devorado por la criatura que los contaba. Y si ganaba... Podría pedir lo que más desease de su tesoro, y éste estaría obligado a concedérselo. Así pues, si quieres jugar... Ésas son las reglas, y la pregunta del acertijo es: ¿De qué libro estoy hablando?
Probablemente lo conociese, o al menos uno de los cientos en lo que aquello sucedía. Sin embargo, había dos salves que podrían hacerla errar si no estaba bien convencida de lo que decía. O, tal vez, si estaba segura de lo que estaba haciendo, se rindiese a los deseos del dragón.
Aki D. Arlia
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- Misión cumplida pues.- Susurró mientras él se acercaba.
Dejó que le agarrara el mentón, pero no tuvo que hacer fuerza. Ella alzó el rostro por propia voluntad en un gesto de mudo orgullo. Sonreía. Dejó que sus ojos fueran escalando desde su pecho hasta su cara, mientras la mano de él exploraba la suya. Se perdió entre su pelo al mismo tiempo que sus miradas chocaban. Sus ojos grises le recordaron al acero y se preguntó de forma vaga si podría derretirlo. Sonrió ante el pensamiento; estaba más que dispuesta a averiguarlo... y conseguirlo. Tras una eternidad, se rindió y dejó escapar un pequeño suspiro mientras cerraba los ojos, como todo buen gato adoraba que la mimasen. Cuando él apartó la mano varios cabellos rebeldes se enroscaron en ella, como no queriendo dejarle marchar. Volvió a abrir los ojos y le miró traviesa mientras él se libraba de ellos.
¿Un juego? Por supuesto. Le miró interesada y le persiguió despacio hasta quedar de pie frente a él mientras se sentaba. Escuchó las condiciones con atención y tras un par de segundos, se sentó en el suelo con las piernas cruzadas frente al dragón. Tenía que pensar muy bien su respuesta. Ser devorada o escoger algo de su tesoro. Pero la pregunta era ¿Necesitaba algo de su tesoro? Miró a su alrededor, fijándose en cada uno de los objetos desperdigados. Le sobraba el dinero y no era una ladrona de recuerdos. Sin embargo... escrutándole a él de reojo, cayó en la cuenta de que sí había algo que podía interesarle.
Volvió a pensar en el acertijo. Un saqueador que se enfrenta a una criatura en un duelo de acertijos. Conocía varias historias al respecto, pero ninguna terminaba de encajar. La esfinge a la que Edipo se había enfrentado proponía un único enigma. Los dragones, aunque amantes de los acertijos, no solían arriesgar su tesoro. Exigían vírgenes y comida y devoraban a todo el que se les opusiera. Siguió recorriendo las viejas leyendas en su mente, pero por un motivo u otro ninguna encajaba. En la mayoría, el premio no era el tesoro, si no un objeto concreto, la salida de algún lugar o, simplemente, conservar su vida.
La pelirroja alzó la cara, ladeando la cabeza y mirándole con una sonrisa:
-Creo que no conozco esa historia. Conozco muchas, pero ninguna en la que un dragón u otra criatura arriesgue su tesoro. Pero si vas a devorarme, me gustaría escuchar primero la historia que me ha hecho perder.
Dejó que le agarrara el mentón, pero no tuvo que hacer fuerza. Ella alzó el rostro por propia voluntad en un gesto de mudo orgullo. Sonreía. Dejó que sus ojos fueran escalando desde su pecho hasta su cara, mientras la mano de él exploraba la suya. Se perdió entre su pelo al mismo tiempo que sus miradas chocaban. Sus ojos grises le recordaron al acero y se preguntó de forma vaga si podría derretirlo. Sonrió ante el pensamiento; estaba más que dispuesta a averiguarlo... y conseguirlo. Tras una eternidad, se rindió y dejó escapar un pequeño suspiro mientras cerraba los ojos, como todo buen gato adoraba que la mimasen. Cuando él apartó la mano varios cabellos rebeldes se enroscaron en ella, como no queriendo dejarle marchar. Volvió a abrir los ojos y le miró traviesa mientras él se libraba de ellos.
¿Un juego? Por supuesto. Le miró interesada y le persiguió despacio hasta quedar de pie frente a él mientras se sentaba. Escuchó las condiciones con atención y tras un par de segundos, se sentó en el suelo con las piernas cruzadas frente al dragón. Tenía que pensar muy bien su respuesta. Ser devorada o escoger algo de su tesoro. Pero la pregunta era ¿Necesitaba algo de su tesoro? Miró a su alrededor, fijándose en cada uno de los objetos desperdigados. Le sobraba el dinero y no era una ladrona de recuerdos. Sin embargo... escrutándole a él de reojo, cayó en la cuenta de que sí había algo que podía interesarle.
Volvió a pensar en el acertijo. Un saqueador que se enfrenta a una criatura en un duelo de acertijos. Conocía varias historias al respecto, pero ninguna terminaba de encajar. La esfinge a la que Edipo se había enfrentado proponía un único enigma. Los dragones, aunque amantes de los acertijos, no solían arriesgar su tesoro. Exigían vírgenes y comida y devoraban a todo el que se les opusiera. Siguió recorriendo las viejas leyendas en su mente, pero por un motivo u otro ninguna encajaba. En la mayoría, el premio no era el tesoro, si no un objeto concreto, la salida de algún lugar o, simplemente, conservar su vida.
La pelirroja alzó la cara, ladeando la cabeza y mirándole con una sonrisa:
-Creo que no conozco esa historia. Conozco muchas, pero ninguna en la que un dragón u otra criatura arriesgue su tesoro. Pero si vas a devorarme, me gustaría escuchar primero la historia que me ha hecho perder.
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No pudo evitar sonreír con suficiencia. Efectivamente, había conseguido que no comprendiese de qué libro estaba hablando. Allí, sentado con las piernas cruzadas y las manos sobre la rodilla derecha, había observado a Aki devanarse los sesos buscando una respuesta, y no parecía llegar a una conclusión exacta. No se decidía, no tenía claro qué podía ser ante semejante enunciado... Probablemente había captado las señales, y éstas le resultaban perturbadoras, más de lo que en verdad pudiese asimilar. Pero, al fin y al cabo, de eso se trataba: En un acertijo, sólo el que lo proponía llevaba las de ganar si sabía cómo decir lo que sus labios pronunciaban.
-¿No lo sabes, preciossa?- pronunció aquella palabra siseante en un tono bajo y sombrío mientras su expresión se volvía torva por momentos. Se levantó lentamente sin dejar de clavar sus pupilas en los ojos de ella, acercándose con una suavidad desconcertante y moviéndose con un cuidado casi medido-. Si preciossa sabe, le daremos lo que quiera- en su cara una mueca macabra, mientras rodeaba el menudo cuerpo de la pirata sin perderla de vista-. Claro que sí, tessoro... Pero si falla... ¡Nos la comeremos!
No quería darle tiempo a reaccionar, y todavía sin terminar la frase se abalanzó contra ella. Llegó deprisa, pero trató de atraparla con fuerza y suavidad por los codos, desde la espalda. De lograrlo, no dudaría en rozar su cuello con los ligeramente afilados colmillos que poseía, pretendiendo hincarlos levemente en su piel. Que no la penetrasen, pero sí raspasen levemente la superficie con delicadeza mientras dejaban un seco rastro blanquecino en su piel. Y entonces, la soltaría.
Se alejó un par de pasos y contempló lo que había hecho, su efecto en la pelirroja. Quería ver si su cuerpo temblaba mínimamente, o si alguna reacción delataba un deseo que ambos sabían que estaban compartiendo. Ella había llegado a él para hacerle una oferta, pero probablemente no esperaba que se convirtiese en algo memorable.
-Cuando marches, si es lo que deseas, te prestaré el libro del que ha surgido esto- comentó, con un deje de indiferencia en su voz, fingiendo que para él todo había terminado, y se dirigió a la sala del mar.
En ella había apenas un sillón amplio y un par de estanterías con libros, una lámpara de pie y espacio vacío por donde caminar. Independientemente de la hora, había una tenue luz que bañaba las rocas y dejaba ver lo glorioso de la noche reflejada en el mar. Verlo siempre resultaba relajante, y sin esperar más se tiró en el asiento. Las vistas eran espectaculares, pero todavía podían mejorar.
-¿No lo sabes, preciossa?- pronunció aquella palabra siseante en un tono bajo y sombrío mientras su expresión se volvía torva por momentos. Se levantó lentamente sin dejar de clavar sus pupilas en los ojos de ella, acercándose con una suavidad desconcertante y moviéndose con un cuidado casi medido-. Si preciossa sabe, le daremos lo que quiera- en su cara una mueca macabra, mientras rodeaba el menudo cuerpo de la pirata sin perderla de vista-. Claro que sí, tessoro... Pero si falla... ¡Nos la comeremos!
No quería darle tiempo a reaccionar, y todavía sin terminar la frase se abalanzó contra ella. Llegó deprisa, pero trató de atraparla con fuerza y suavidad por los codos, desde la espalda. De lograrlo, no dudaría en rozar su cuello con los ligeramente afilados colmillos que poseía, pretendiendo hincarlos levemente en su piel. Que no la penetrasen, pero sí raspasen levemente la superficie con delicadeza mientras dejaban un seco rastro blanquecino en su piel. Y entonces, la soltaría.
Se alejó un par de pasos y contempló lo que había hecho, su efecto en la pelirroja. Quería ver si su cuerpo temblaba mínimamente, o si alguna reacción delataba un deseo que ambos sabían que estaban compartiendo. Ella había llegado a él para hacerle una oferta, pero probablemente no esperaba que se convirtiese en algo memorable.
-Cuando marches, si es lo que deseas, te prestaré el libro del que ha surgido esto- comentó, con un deje de indiferencia en su voz, fingiendo que para él todo había terminado, y se dirigió a la sala del mar.
En ella había apenas un sillón amplio y un par de estanterías con libros, una lámpara de pie y espacio vacío por donde caminar. Independientemente de la hora, había una tenue luz que bañaba las rocas y dejaba ver lo glorioso de la noche reflejada en el mar. Verlo siempre resultaba relajante, y sin esperar más se tiró en el asiento. Las vistas eran espectaculares, pero todavía podían mejorar.
Aki D. Arlia
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Al principio, le resultó desconcertante. Pareció cambiar de repente, su tono bajo, grave, sombrío. Sus ojos mirándola sin dejar que atendiera a nada más que a él. Se acercaba, cerniéndose sobre ella como una muda amenaza. Pero fueron sus palabras las que azuzaron el recuerdo y, de repente, encontró la respuesta al acertijo. Al oírle hablar intentó contenerse, pero apenas aguantó unos segundos. En cuanto él saltó sobre ella no pudo aguantar y una carcajada rompió la tensión del cuarto.
Era demasiado cómico. Esa voz, ese siseo exasperante y esa forma de actuar tan comedida, que poco casaba con él. Y si lo hacia, ella no había visto ese lado. Se echó a reír con alegría mientras él la atrapaba y, de repente, su risa se cortó. Un mudo jadeo salió de la pelirroja al sentir el tacto de unos colmillos sobre su cuello.
Cuando él se apartó de ella, Aki se giró siguiéndole con la mirada. Lucía una sonrisa imponente, tenía el pelo revuelto y los ojos brillantes como si acabara de encontrar un tesoro extraordinario. Parecía salvaje, en el más hermoso sentido de la palabra. Le miró a los ojos mientras su sonrisa se volvía más traviesa. Alzó una ceja al oír el tono en su voz, para nada coherente con lo que acababa de pasar. ¿Que le prestaría el libro? ¡Ja!
Se levantó y le siguió con la mirada hasta que se sentó. Luego, encogiéndose de hombros, se tomó su tiempo para inspeccionar las estanterías de todo el lugar. Había una gran probabilidad de que el libro que buscara estuviera allí, o por lo menos eso creía. Si lo encontraba, se lo llevaría hasta junto a él. Si le decía algo antes de que terminase de mirar las estanterías simplemente le ignoraría. Cuando lo tuviera, si es que estaba allí, le rodearía y lo dejaría caer en su regazo. Si no, simplemente le susurraría el título antes de seguir hablándole al oído.
-Gracias por recordármelo. Lo había descartado, pero ciertamente no puedo tomarme todo lo que dices y haces al pie de la letra.
Rió en voz baja antes de pagarle con su misma moneda. Si no se movía o intentaba impedirlo, atraparía el lóbulo de su oreja entre sus dientes y lo acariciaría con ellos un par de segundos, antes de dejarle marchar e incorporarse.
-Bien jugado, pero no llegaste a darme la respuesta y he acertado. ¿Significa eso que puedo escoger mi premio?
Era demasiado cómico. Esa voz, ese siseo exasperante y esa forma de actuar tan comedida, que poco casaba con él. Y si lo hacia, ella no había visto ese lado. Se echó a reír con alegría mientras él la atrapaba y, de repente, su risa se cortó. Un mudo jadeo salió de la pelirroja al sentir el tacto de unos colmillos sobre su cuello.
Cuando él se apartó de ella, Aki se giró siguiéndole con la mirada. Lucía una sonrisa imponente, tenía el pelo revuelto y los ojos brillantes como si acabara de encontrar un tesoro extraordinario. Parecía salvaje, en el más hermoso sentido de la palabra. Le miró a los ojos mientras su sonrisa se volvía más traviesa. Alzó una ceja al oír el tono en su voz, para nada coherente con lo que acababa de pasar. ¿Que le prestaría el libro? ¡Ja!
Se levantó y le siguió con la mirada hasta que se sentó. Luego, encogiéndose de hombros, se tomó su tiempo para inspeccionar las estanterías de todo el lugar. Había una gran probabilidad de que el libro que buscara estuviera allí, o por lo menos eso creía. Si lo encontraba, se lo llevaría hasta junto a él. Si le decía algo antes de que terminase de mirar las estanterías simplemente le ignoraría. Cuando lo tuviera, si es que estaba allí, le rodearía y lo dejaría caer en su regazo. Si no, simplemente le susurraría el título antes de seguir hablándole al oído.
-Gracias por recordármelo. Lo había descartado, pero ciertamente no puedo tomarme todo lo que dices y haces al pie de la letra.
Rió en voz baja antes de pagarle con su misma moneda. Si no se movía o intentaba impedirlo, atraparía el lóbulo de su oreja entre sus dientes y lo acariciaría con ellos un par de segundos, antes de dejarle marchar e incorporarse.
-Bien jugado, pero no llegaste a darme la respuesta y he acertado. ¿Significa eso que puedo escoger mi premio?
Dexter Black
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El dragón parecía mirar embobado el mar a través del cristal, pero en realidad estaba atento a cada movimiento. Moviéndose con la gracilidad de una gata traviesa, Aki revoloteaba entre las estanterías que custodiaban su particular mirador. Conocía cada uno de los volúmenes que se encontraban allí, sus favoritos entre la amplia colección que escondía en la sala del tesoro y la un poco más modesta, aunque nutridísima, biblioteca de la propia guarida. En efecto, tal como ella parecía haber supuesto, el libro se encontraba allí: Una edición especial en cuero negro, con la firma del autor como única marca en su lomo y un dragón bordado sobre la cubierta principal, sobre una montaña solitaria de color dorado. El nombre del libro ocupaba un lugar mucho más modesto, grabado sobre la piel de la tapa sin mayores florituras que una caligrafía sólida y aparentemente artesanal.
El libro cayó sobre su regazo al mismo tiempo que la gata cayó sobre él, regalándole los oídos con susurros cercanos. Podía sentir mucho más que la aguda voz de la pelirroja, y notaba mucho más que el viento soplar leve brisa desde sus labios. Sus palabras no significaban sólo proximidad, no querían decir únicamente que allí estaba, representaban todo lo que podría hacer y ver con tan sólo un gesto: Si estiraba el brazo podría atraerla hasta él; y si giraba la cabeza podría ver sus pechos revoltosos aún cubiertos por la ropa, eclipsados por la refulgente belleza en su rostro. Simplemente, dejó que las cosas siguiesen su curso natural.
-Así dijo, sí- comenzó, leyendo del quinto capítulo mientras fingía resistir el ardor de aquella boca-. Pero es un tramposo, ¡no dice lo que piensa! No dirá lo que tiene en los bolsillos. Lo sabe.
Sus palabras habían ido más allá que los sutiles mordiscos de Aki, y su voz no se rompió ni por un instante. Sabía cómo resistirse a aquellas cosas, pero habiendo iniciado ya el coqueteo, ¿Quién era él para negarse a disfrutar mientras siguiese con vida? Dejó que la más traviesa de sus sonrisas escapase de sus labios mientras retenía el inferior con sus propios dientes. Luego bufó.
-Pero lo has acertado tras haberte dado una pista, y no te pregunté qué llevo en los bolsillos- contestó sereno a la proposición de Aki, dejando escapar un cierto tono de reproche que, sin lugar a dudas, era forzado e irónico-. Tal vez deberíamos cumplir el trato como es debido.
El libro sonó como un chasquido cuando lo cerró únicamente con su mano derecha, y antes de que el golpe se disipara su cuerpo ya estaba totalmente en posición. Con el antebrazo izquierdo trató de asir a la pirata mientras aprovechaba el movimiento para dejar el libro sin daños en el suelo, tratando de hacer que Aki cayera sobre la ilusión de sus pantalones y, una vez la tuvo recogida entre sus brazos, no dudó en acariciar su vientre con el mínimo pudor posible.
-Tu premio es que te devoraré lentamente- dijo, con una expresión alegre sin dejar de mover la cabeza entre su cabeza y sus pies, examinando hasta el último centímetro de su cuerpo-. Sin embargo, te dejaré elegir cómo. Y colgaré tu vestido para que no se arrugue, como prometí. El resto de tu ropa... Ahora es mía- finalizó.
Movió raudamente las manos para acariciar su nuca y recorrer sus piernas, desde los delicados talones hasta los firmes muslos, si es que se dejaba. Pero se dejaría. Al fin y al cabo, era probable que a ella también le gustase jugar con la comida.
El libro cayó sobre su regazo al mismo tiempo que la gata cayó sobre él, regalándole los oídos con susurros cercanos. Podía sentir mucho más que la aguda voz de la pelirroja, y notaba mucho más que el viento soplar leve brisa desde sus labios. Sus palabras no significaban sólo proximidad, no querían decir únicamente que allí estaba, representaban todo lo que podría hacer y ver con tan sólo un gesto: Si estiraba el brazo podría atraerla hasta él; y si giraba la cabeza podría ver sus pechos revoltosos aún cubiertos por la ropa, eclipsados por la refulgente belleza en su rostro. Simplemente, dejó que las cosas siguiesen su curso natural.
-Así dijo, sí- comenzó, leyendo del quinto capítulo mientras fingía resistir el ardor de aquella boca-. Pero es un tramposo, ¡no dice lo que piensa! No dirá lo que tiene en los bolsillos. Lo sabe.
Sus palabras habían ido más allá que los sutiles mordiscos de Aki, y su voz no se rompió ni por un instante. Sabía cómo resistirse a aquellas cosas, pero habiendo iniciado ya el coqueteo, ¿Quién era él para negarse a disfrutar mientras siguiese con vida? Dejó que la más traviesa de sus sonrisas escapase de sus labios mientras retenía el inferior con sus propios dientes. Luego bufó.
-Pero lo has acertado tras haberte dado una pista, y no te pregunté qué llevo en los bolsillos- contestó sereno a la proposición de Aki, dejando escapar un cierto tono de reproche que, sin lugar a dudas, era forzado e irónico-. Tal vez deberíamos cumplir el trato como es debido.
El libro sonó como un chasquido cuando lo cerró únicamente con su mano derecha, y antes de que el golpe se disipara su cuerpo ya estaba totalmente en posición. Con el antebrazo izquierdo trató de asir a la pirata mientras aprovechaba el movimiento para dejar el libro sin daños en el suelo, tratando de hacer que Aki cayera sobre la ilusión de sus pantalones y, una vez la tuvo recogida entre sus brazos, no dudó en acariciar su vientre con el mínimo pudor posible.
-Tu premio es que te devoraré lentamente- dijo, con una expresión alegre sin dejar de mover la cabeza entre su cabeza y sus pies, examinando hasta el último centímetro de su cuerpo-. Sin embargo, te dejaré elegir cómo. Y colgaré tu vestido para que no se arrugue, como prometí. El resto de tu ropa... Ahora es mía- finalizó.
Movió raudamente las manos para acariciar su nuca y recorrer sus piernas, desde los delicados talones hasta los firmes muslos, si es que se dejaba. Pero se dejaría. Al fin y al cabo, era probable que a ella también le gustase jugar con la comida.
Aki D. Arlia
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- Pero yo conozco la respuesta a eso.- Dijo la pelirroja sonriendo.- No llevas nada, por no llevar no llevas ni bolsillos.- Finalizó con un deje de falsa indignación, acorde con el reproche del dragón.
Lo cierto es que le había pillado tan pronto se había ''cambiado'' de ropa. Eran los mismos pantalones que llevaba en el jardín, los que habían resultado ser no más que una ilusión. Y sospechaba que no era la primera vez que utilizaba el truco; si siempre conjuraba los mismos, debía haberse acostumbrado a utilizarlos. Aunque no iba a mentir, le sentaban bien. La tela suelta de los bombachos contrastaba con las líneas de su cuerpo, sólidas y duras, rectas.
- Ese tal vez no suena a obligación. ¿Me estás retando?- Dijo sonriendo con fingida inocencia. Un pequeño ¡Ah! de sorpresa escapó de sus labios sin que pudiera evitarlo cuando el dragón la agarró por toda respuesta o explicación. Se movió rápido, sin dejarle margen para reaccionar. Aunque tampoco es que la pelirroja tuviera la guardia muy alta, lo cierto es que adoraba este tipo de sorpresas.
Cayó con gracia sobre él y para cuando abrió los ojos tras parpadear, se encontró enterrada contra su entrepierna. Una mano cálida le acariciaba perezosamente el vientre y las suyas propias habían terminado apoyadas en sus muslos. Piel con piel, la falsa tela ya no estaba en el camino. Y justo frente a rostro, peligrosamente cerca de sus labios, había una hermosa herramienta. No pudo evitar sonreír como una niña en la mañana de navidad, pero lejos de acercarse más giró la cara para depositar el rastro de un beso en su cadera. Sutil como el aleteo de una mariposa, sabía que él lo había notado a la perfección. A veces no hace falta fuego para quemar la piel de un hombre.
De repente, volvía a estar izada y las manos del dragón le recorrían de abajo arriba. Se permitió disfrutarlo exactamente cuatro segundos, antes de moverse y sujetar la mano que viajaba por su muslo. No llegaría más arriba, todavía no.
- Ah, persigues un tesoro poderoso, Black.- Le dijo con sorna y tono serio, mientras la risa bailaba en sus ojos.- Mi vestido si gustas puede acabar en el fondo del mar, pero eso que buscas tiene un precio.
Movió los pies afianzándose en el suelo para pegarse a él durante unos segundos, dejando que notase el roce de la tela. Entrelazó sus dedos en la mano que había robado, elevándola hasta dejarla descansar en su cintura antes de comenzar a trepar por su brazo, acariciándole. Llegó hasta el hombro y sacó las uñas, trazando un adorable camino con ellas hasta el centro de su vientre. No había dejado de mirarle a los ojos.
- Lo que reclamas no es un regalo, sino un trofeo.- Hundió su mano un poco más, dejando que los dedos acariciaran su pubis de forma tentadora en el límite de lo pudoroso.- Si las quieres, tendrás que ganártelas... o arrancármelas.
Rodeó su cadera con sus manos, acariciándole la baja espalda por un instante y presionándose contra él justo antes de apartarse un par de pasos.
- Los demonios también tenemos colmillos, ¿Recuerdas?- Comentó llevándose un dedo a los labios.- Si quieres devorarme debes estar preparado para que te suceda lo mismo.
Sonreía traviesamente, encantada con el juego. Le miró a los ojos ladeando un poco la cabeza, curiosa por ver su siguiente movimiento.
Lo cierto es que le había pillado tan pronto se había ''cambiado'' de ropa. Eran los mismos pantalones que llevaba en el jardín, los que habían resultado ser no más que una ilusión. Y sospechaba que no era la primera vez que utilizaba el truco; si siempre conjuraba los mismos, debía haberse acostumbrado a utilizarlos. Aunque no iba a mentir, le sentaban bien. La tela suelta de los bombachos contrastaba con las líneas de su cuerpo, sólidas y duras, rectas.
- Ese tal vez no suena a obligación. ¿Me estás retando?- Dijo sonriendo con fingida inocencia. Un pequeño ¡Ah! de sorpresa escapó de sus labios sin que pudiera evitarlo cuando el dragón la agarró por toda respuesta o explicación. Se movió rápido, sin dejarle margen para reaccionar. Aunque tampoco es que la pelirroja tuviera la guardia muy alta, lo cierto es que adoraba este tipo de sorpresas.
Cayó con gracia sobre él y para cuando abrió los ojos tras parpadear, se encontró enterrada contra su entrepierna. Una mano cálida le acariciaba perezosamente el vientre y las suyas propias habían terminado apoyadas en sus muslos. Piel con piel, la falsa tela ya no estaba en el camino. Y justo frente a rostro, peligrosamente cerca de sus labios, había una hermosa herramienta. No pudo evitar sonreír como una niña en la mañana de navidad, pero lejos de acercarse más giró la cara para depositar el rastro de un beso en su cadera. Sutil como el aleteo de una mariposa, sabía que él lo había notado a la perfección. A veces no hace falta fuego para quemar la piel de un hombre.
De repente, volvía a estar izada y las manos del dragón le recorrían de abajo arriba. Se permitió disfrutarlo exactamente cuatro segundos, antes de moverse y sujetar la mano que viajaba por su muslo. No llegaría más arriba, todavía no.
- Ah, persigues un tesoro poderoso, Black.- Le dijo con sorna y tono serio, mientras la risa bailaba en sus ojos.- Mi vestido si gustas puede acabar en el fondo del mar, pero eso que buscas tiene un precio.
Movió los pies afianzándose en el suelo para pegarse a él durante unos segundos, dejando que notase el roce de la tela. Entrelazó sus dedos en la mano que había robado, elevándola hasta dejarla descansar en su cintura antes de comenzar a trepar por su brazo, acariciándole. Llegó hasta el hombro y sacó las uñas, trazando un adorable camino con ellas hasta el centro de su vientre. No había dejado de mirarle a los ojos.
- Lo que reclamas no es un regalo, sino un trofeo.- Hundió su mano un poco más, dejando que los dedos acariciaran su pubis de forma tentadora en el límite de lo pudoroso.- Si las quieres, tendrás que ganártelas... o arrancármelas.
Rodeó su cadera con sus manos, acariciándole la baja espalda por un instante y presionándose contra él justo antes de apartarse un par de pasos.
- Los demonios también tenemos colmillos, ¿Recuerdas?- Comentó llevándose un dedo a los labios.- Si quieres devorarme debes estar preparado para que te suceda lo mismo.
Sonreía traviesamente, encantada con el juego. Le miró a los ojos ladeando un poco la cabeza, curiosa por ver su siguiente movimiento.
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-Pero sí me alegro de verte- respondió él con la misma sonrisa que ella emanaba mientras notaba el leve roce de sus caderas al moverse de forma casi imperceptible-. Y sí, te estoy retando.
Sus manos paseaban indemnes por el cuerpo de la pirata, pero de pronto lo detuvo todo. Suave pero firme, la mano de Aki había tomado su muñeca, y Dexter no pudo evitar girar la vista hacia ella. Con un tono tan serio como falso reclamaba una propiedad, e incorporándose con soltura se llevó su mano, haciendo volar la falda unos centímetros mientras las yemas de sus dedos le aterrizaban en la cintura. Dejó escapar un poco de aire mientras escalaba por su brazo para, instantes después, dejarse resbalar por su pecho y acomodarse en su cintura. Era entrañable verla intentando rallar su recia piel, y al mismo tiempo le excitaba el roce de sus uñas, delicada y calculadamente apoyadas para provocarle un ligero escalofrío. Respingó.
Podía ver unos instantes antes lo que iba a hacer, pero lo ignoró. ¿Dónde estaba la emoción si todo lo sentía antes de sentirlo? Se dejó sorprender cuando la chica demonio rodeó su espalda, y no sería desacertado decir que se excitó cuando de su cintura cayó al límite de su pubis, casi pudiendo rozar por completo lo que segundos antes casi besaba. Mentiría si dijese que resistió la tentación de encaminarla más abajo, pero para cuando lo pretendió ella ya estaba de pie, a un par de pasos de distancia. Presionaba sus labios con un dedo y lo retaba a capturarla, a tomar lo que quería por la fuerza...
-¿Es eso lo que de verdad deseas?
Se levantó perezosamente. De pie era una montaña comparado con ella, tan pequeña y al mismo tiempo, exuberante. Su rostro estaba sereno, y respiraba con calma pese a que su sangre empezaba a circular con dificultad, cada vez más espesa. Podía notar la sangre chocar en sus oídos al ritmo de su corazón latiendo, pero se mantenía sereno mientras todo su cuerpo iba congestionándose poco a poco. Sus hombros temblaban, y en sus piernas podía sentirse una leve vibración. Su cuello tenso y su mirada fija, constante, atravesando el corazón de la pirata.
-Si es así... Que comience el juego.
Apenas había terminado las palabras se abalanzó sobre ella con gran velocidad, tomándola con suavidad por las caderas y levantándola en el aire hasta que estuvieron frente a frente de nuevo. Chocó su nariz contra la de ella con cierta violencia, pretendiendo obligarla a mover la cara, y avanzó con premura contra el cristal que tenía delante. Si era capaz de contenerla, avanzaría con furia donde antes había caminado con placidez, siendo irrefrenable bajo su vestido hasta acariciar su cintura por debajo de la tela, ignorando el tesoro que ya le pertenecía. Cerró la mano alrededor de su cintura, tratando de imprimir sus dedos sobre su piel, y le besó el mentón.
-Estoy preparado- respondió, y súbitamente la hizo caer un par de centímetros para tener su cuello a la altura perfecta, mordiendo un nada y pasando la lengua en apenas un roce por el lóbulo de su oreja.
Sus manos paseaban indemnes por el cuerpo de la pirata, pero de pronto lo detuvo todo. Suave pero firme, la mano de Aki había tomado su muñeca, y Dexter no pudo evitar girar la vista hacia ella. Con un tono tan serio como falso reclamaba una propiedad, e incorporándose con soltura se llevó su mano, haciendo volar la falda unos centímetros mientras las yemas de sus dedos le aterrizaban en la cintura. Dejó escapar un poco de aire mientras escalaba por su brazo para, instantes después, dejarse resbalar por su pecho y acomodarse en su cintura. Era entrañable verla intentando rallar su recia piel, y al mismo tiempo le excitaba el roce de sus uñas, delicada y calculadamente apoyadas para provocarle un ligero escalofrío. Respingó.
Podía ver unos instantes antes lo que iba a hacer, pero lo ignoró. ¿Dónde estaba la emoción si todo lo sentía antes de sentirlo? Se dejó sorprender cuando la chica demonio rodeó su espalda, y no sería desacertado decir que se excitó cuando de su cintura cayó al límite de su pubis, casi pudiendo rozar por completo lo que segundos antes casi besaba. Mentiría si dijese que resistió la tentación de encaminarla más abajo, pero para cuando lo pretendió ella ya estaba de pie, a un par de pasos de distancia. Presionaba sus labios con un dedo y lo retaba a capturarla, a tomar lo que quería por la fuerza...
-¿Es eso lo que de verdad deseas?
Se levantó perezosamente. De pie era una montaña comparado con ella, tan pequeña y al mismo tiempo, exuberante. Su rostro estaba sereno, y respiraba con calma pese a que su sangre empezaba a circular con dificultad, cada vez más espesa. Podía notar la sangre chocar en sus oídos al ritmo de su corazón latiendo, pero se mantenía sereno mientras todo su cuerpo iba congestionándose poco a poco. Sus hombros temblaban, y en sus piernas podía sentirse una leve vibración. Su cuello tenso y su mirada fija, constante, atravesando el corazón de la pirata.
-Si es así... Que comience el juego.
Apenas había terminado las palabras se abalanzó sobre ella con gran velocidad, tomándola con suavidad por las caderas y levantándola en el aire hasta que estuvieron frente a frente de nuevo. Chocó su nariz contra la de ella con cierta violencia, pretendiendo obligarla a mover la cara, y avanzó con premura contra el cristal que tenía delante. Si era capaz de contenerla, avanzaría con furia donde antes había caminado con placidez, siendo irrefrenable bajo su vestido hasta acariciar su cintura por debajo de la tela, ignorando el tesoro que ya le pertenecía. Cerró la mano alrededor de su cintura, tratando de imprimir sus dedos sobre su piel, y le besó el mentón.
-Estoy preparado- respondió, y súbitamente la hizo caer un par de centímetros para tener su cuello a la altura perfecta, mordiendo un nada y pasando la lengua en apenas un roce por el lóbulo de su oreja.
Aki D. Arlia
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- Te llevaría cien noches averiguar todo lo que deseo.- Le contestó, un brillo extraño en su mirada.
Se alzó ante ella, imponente. Le sostuvo la mirada con orgullo, aguardándole. Las bromas habían terminado y ahora un nuevo juego comenzaba. Y llevaba demasiado tiempo sin jugar de verdad. Había pocas cosas que pudieran compararse a algo así; la tensión crecía en torno a ambos y el tiempo pareció detenerse por un segundo mientras ambos respiraban al unísono. Sintió que su mirada le atravesaba y no necesitó quitarse el vestido para sentirse desnuda. Lejos de retroceder, igualó su intensidad y esperó a que todo estallara.
Fue rápido y un observador poco informado habría creído que todo estaba planeado. Él saltó a por ella a la vez que la joven se dejaba atrapar. En perfecta sincronía alzó los brazos y se sujetó a él mientras era llevada en volandas. Sus frentes chocaron con sorprendente delicadeza mientras se miraban a los ojos, a centímetros los unos de los otros.
El golpe contra el cristal le robó la respiración, pero no tuvo tiempo para distraerse. Las manos que la sujetaban habían decidido reclamarla y paseaban investigando todo lo que en breve se proponían conquistar. Se sintió atrapada en el más delicioso de los sentidos al notar la presión en su cintura, pero quedarse quieta simplemente no era una opción. Aki no funcionaba así.
Su sonrisa creció al notar el mordisco en su cuello y jadeó antes de moverse. Recorrió su cuello con una mano, sin hacer presión, hasta rodearlo y escalar por su cabeza. Parpadeó una vez con dulzura antes de tirarle del pelo y hacer que echara la cabeza hacia atrás. No pretendía hacerlo por la fuerza, por supuesto. Eso sería estúpido. Pero Dexter no lo era y hay mensajes que solo un idiota ignoraría.
Apoyada en su pecho y todavía sujeta por él, se inclinó hacia delante y lamió de abajo arriba su garganta descubierta, finalizando con un raudo mordisco justo en el centro y saltando hacia arriba para corresponderle con un casto beso en el mentón. Le soltó sin apartar la mano, ahora enterrada en su cabello. Volvió a perderse en su mirada, contemplándole con la misma intensidad que unos segundos antes.
- Ese, por ejemplo, es un gran motivo para quedarme. - Le comentó con una pequeña sonrisa.
Aki siempre besaba primero y esta no fue la excepción. Sin darle tiempo a reaccionar, se apropió de sus labios por un segundo, saboreándolos por un instante antes de apartarse y volver a mirarle. Quería ver su cara. Intentar adivinar lo que pensaba, aunque no tuviera mucho tiempo para ello; sabría que en seguida volvería a por más.
Se alzó ante ella, imponente. Le sostuvo la mirada con orgullo, aguardándole. Las bromas habían terminado y ahora un nuevo juego comenzaba. Y llevaba demasiado tiempo sin jugar de verdad. Había pocas cosas que pudieran compararse a algo así; la tensión crecía en torno a ambos y el tiempo pareció detenerse por un segundo mientras ambos respiraban al unísono. Sintió que su mirada le atravesaba y no necesitó quitarse el vestido para sentirse desnuda. Lejos de retroceder, igualó su intensidad y esperó a que todo estallara.
Fue rápido y un observador poco informado habría creído que todo estaba planeado. Él saltó a por ella a la vez que la joven se dejaba atrapar. En perfecta sincronía alzó los brazos y se sujetó a él mientras era llevada en volandas. Sus frentes chocaron con sorprendente delicadeza mientras se miraban a los ojos, a centímetros los unos de los otros.
El golpe contra el cristal le robó la respiración, pero no tuvo tiempo para distraerse. Las manos que la sujetaban habían decidido reclamarla y paseaban investigando todo lo que en breve se proponían conquistar. Se sintió atrapada en el más delicioso de los sentidos al notar la presión en su cintura, pero quedarse quieta simplemente no era una opción. Aki no funcionaba así.
Su sonrisa creció al notar el mordisco en su cuello y jadeó antes de moverse. Recorrió su cuello con una mano, sin hacer presión, hasta rodearlo y escalar por su cabeza. Parpadeó una vez con dulzura antes de tirarle del pelo y hacer que echara la cabeza hacia atrás. No pretendía hacerlo por la fuerza, por supuesto. Eso sería estúpido. Pero Dexter no lo era y hay mensajes que solo un idiota ignoraría.
Apoyada en su pecho y todavía sujeta por él, se inclinó hacia delante y lamió de abajo arriba su garganta descubierta, finalizando con un raudo mordisco justo en el centro y saltando hacia arriba para corresponderle con un casto beso en el mentón. Le soltó sin apartar la mano, ahora enterrada en su cabello. Volvió a perderse en su mirada, contemplándole con la misma intensidad que unos segundos antes.
- Ese, por ejemplo, es un gran motivo para quedarme. - Le comentó con una pequeña sonrisa.
Aki siempre besaba primero y esta no fue la excepción. Sin darle tiempo a reaccionar, se apropió de sus labios por un segundo, saboreándolos por un instante antes de apartarse y volver a mirarle. Quería ver su cara. Intentar adivinar lo que pensaba, aunque no tuviera mucho tiempo para ello; sabría que en seguida volvería a por más.
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