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Aki D. Arlia
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Sentía el deseo burbujear en su pecho a fuego lento pero intenso. Sus ojos echaban chispas cuando él la tiró a la cama para subírsele encima. La visión de él era gloriosa incluso antes de que se agachara a atenderla. A contraluz, completamente desnudo y sonriente, rebosante de ansia de arriba abajo. Se relamió pero él no pudo verlo. Ya había enterrado la cabeza en los pechos. Aki disfrutó de sus cuidados casi ronroneando de gusto y aguantó quietecita hasta que notó el primer mordisco.
Su gemido rasgó delicadamente el aire mientras su mano traviesa se colaba entre las piernas de Dexter. Cerró los ojos, dedicándose a trazar su forma con el tacto. Lo rozó con cuidado y malas intenciones desde la base hasta la punta, aferrándolo firmemente a veces y acariciándolo mimosa otras, siguiendo el ritmo que él marcaba sobre ella. Le soltó cuando le sintió descender y se mantuvo a la espera unos segundos, sonriendo sin querer al notar un beso tras otro, cada vez más abajo. Se dio cuenta de que estaba tensa cuando él le indicó con una caricia que parara. Sin nada que reprocharle, se abrió como una flor para él, curiosa de ver qué haría con su tesoro.
Acabó agarrando las sábanas y deshaciéndole la cama tal y como había pretendido, aunque nada más lejos de su intención que detenerse. El cuarto se convirtió pronto en una sinfonía de leves gemidos y jadeos, acompañados de inocentes e involuntarios movimientos de cadera. Cuando al fin recordó abrir los ojos volvió a gemir solo con la visión que había a sus pies. Su pelo, blanco y negro, revuelto y todo él sentado a su lado sin dejar de acariciarla en lo más profundo. Mirándola alternativamente a ella y a lo que hacía, disfrutando de ello tanto como la pirata. Unos minutos después de la cama fue Aki la que se deshizo para él por primera vez esa noche. Jadeante, se dio cuenta de que lejos de colmar sus ganas la explosión que le había regalado no había hecho si no aumentarlas.
Cuando regresó hasta la cabecera y volvió a besarla le correspondió con ansia y el deseo pintado en la mirada. Apoyándole las manos en el pecho le empujó con delicadeza hasta que le tumbó bocarriba. Le acarició por un momento la cara, para terminar arañándole el cuello en su camino. Fue su turno de escalarle y aunque había muchas posibilidades que se le venían a la mente, tenía muy claro lo que quería hacer. Se entretuvo un poco en su pecho, dibujando espirales y líneas con la lengua y con los dientes, pero al final se incorporó y fue decidida y audaz a sentarse en sus muslos.
Sus manos dibujaron el camino desde su vientre hasta el Príncipe, que las esperaba impaciente. Lo sujetó por la base un momento, mirando a su dueño a los ojos con una pequeña sonrisa. Quería que pudiera verlo en primera plana, como lo mimaba antes de devorarlo de una u otra manera. Que le viera a ella hacerlo y que no olvidara la imagen. Con cuidado, casi con cariño, trazó su contorno con los dedos. Pasó a mirarlo directamente, prestándole toda su atención. Desde luego era inusual y hasta portentoso. Sonriendo aún más, se llevó dos dedos a la boca y unos segundos después acariciaba con ellos la punta, dejándola brillante y casi temblorosa. Lo sujetó primero con una mano, comenzando un pequeño vaivén desquiciante. Para cuando unió la segunda a la tarea, miró a Dexter a los ojos y se acercó más a él, tanto que creyó haberle casi mojado sin querer queriendo.
Continuó por unos minutos, aumentando el ritmo y bajándolo en un baile impredecible, una montaña rusa de emociones que nadie podía adivinar. Jugó con sus sensaciones haciendo gala de que le tenía en la palma de sus manos, aprovechando cada segundo y cada toque con el único propósito de volverle loco. Cuando al fin le liberó lo hizo poco a poco, anunciándolo en la forma de moverse. Le soltó y posó las manos en las sábanas a cada lado justo antes de comenzar a escalarle. Lentamente, fue subiendo, colocándose encima de él. Sus pechos le rozaron la piel mucho antes de que ella llegara a su altura. Y cuando al fin le besó, no pasó de sus labios. No hizo falta para decirle lo que quería. Podía sentir el deseo de ambos a unos centímetros. Notaba el de Dexter apoyado en su vientre y el suyo propio goteando caprichoso por su piel.
Su gemido rasgó delicadamente el aire mientras su mano traviesa se colaba entre las piernas de Dexter. Cerró los ojos, dedicándose a trazar su forma con el tacto. Lo rozó con cuidado y malas intenciones desde la base hasta la punta, aferrándolo firmemente a veces y acariciándolo mimosa otras, siguiendo el ritmo que él marcaba sobre ella. Le soltó cuando le sintió descender y se mantuvo a la espera unos segundos, sonriendo sin querer al notar un beso tras otro, cada vez más abajo. Se dio cuenta de que estaba tensa cuando él le indicó con una caricia que parara. Sin nada que reprocharle, se abrió como una flor para él, curiosa de ver qué haría con su tesoro.
Acabó agarrando las sábanas y deshaciéndole la cama tal y como había pretendido, aunque nada más lejos de su intención que detenerse. El cuarto se convirtió pronto en una sinfonía de leves gemidos y jadeos, acompañados de inocentes e involuntarios movimientos de cadera. Cuando al fin recordó abrir los ojos volvió a gemir solo con la visión que había a sus pies. Su pelo, blanco y negro, revuelto y todo él sentado a su lado sin dejar de acariciarla en lo más profundo. Mirándola alternativamente a ella y a lo que hacía, disfrutando de ello tanto como la pirata. Unos minutos después de la cama fue Aki la que se deshizo para él por primera vez esa noche. Jadeante, se dio cuenta de que lejos de colmar sus ganas la explosión que le había regalado no había hecho si no aumentarlas.
Cuando regresó hasta la cabecera y volvió a besarla le correspondió con ansia y el deseo pintado en la mirada. Apoyándole las manos en el pecho le empujó con delicadeza hasta que le tumbó bocarriba. Le acarició por un momento la cara, para terminar arañándole el cuello en su camino. Fue su turno de escalarle y aunque había muchas posibilidades que se le venían a la mente, tenía muy claro lo que quería hacer. Se entretuvo un poco en su pecho, dibujando espirales y líneas con la lengua y con los dientes, pero al final se incorporó y fue decidida y audaz a sentarse en sus muslos.
Sus manos dibujaron el camino desde su vientre hasta el Príncipe, que las esperaba impaciente. Lo sujetó por la base un momento, mirando a su dueño a los ojos con una pequeña sonrisa. Quería que pudiera verlo en primera plana, como lo mimaba antes de devorarlo de una u otra manera. Que le viera a ella hacerlo y que no olvidara la imagen. Con cuidado, casi con cariño, trazó su contorno con los dedos. Pasó a mirarlo directamente, prestándole toda su atención. Desde luego era inusual y hasta portentoso. Sonriendo aún más, se llevó dos dedos a la boca y unos segundos después acariciaba con ellos la punta, dejándola brillante y casi temblorosa. Lo sujetó primero con una mano, comenzando un pequeño vaivén desquiciante. Para cuando unió la segunda a la tarea, miró a Dexter a los ojos y se acercó más a él, tanto que creyó haberle casi mojado sin querer queriendo.
Continuó por unos minutos, aumentando el ritmo y bajándolo en un baile impredecible, una montaña rusa de emociones que nadie podía adivinar. Jugó con sus sensaciones haciendo gala de que le tenía en la palma de sus manos, aprovechando cada segundo y cada toque con el único propósito de volverle loco. Cuando al fin le liberó lo hizo poco a poco, anunciándolo en la forma de moverse. Le soltó y posó las manos en las sábanas a cada lado justo antes de comenzar a escalarle. Lentamente, fue subiendo, colocándose encima de él. Sus pechos le rozaron la piel mucho antes de que ella llegara a su altura. Y cuando al fin le besó, no pasó de sus labios. No hizo falta para decirle lo que quería. Podía sentir el deseo de ambos a unos centímetros. Notaba el de Dexter apoyado en su vientre y el suyo propio goteando caprichoso por su piel.
Dexter Black
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Evitó curvar sus labios en una sonrisa victoriosa, pero ésta escapó mientras con el pulgar se limpiaba los labios poco a poco. Ella había hecho de su cuerpo un circuito, y él del de ella una pista de carreras. Se había sentido muy complacido de ver que sus habilidades estaban a la altura de la probablemente mayor experta de los mares en gritos ahogados y camas empapadas, y sentir que ella le concedía el mérito con los erráticos movimientos de su cuerpo era, cuanto menos, gratificante.
El beso no habría sabido describir si duró mucho o poco, pero ella tardó menos de lo que habría querido en dar la vuelta a la situación: Ahora ella mandaba. Se sentó sobre sus muslos y acarició con las yemas de los dedos un volcán ardiente de base a cima, haciendo que todos sus músculos se contrajeran a un tiempo. Sus brazos temblequearon, sus piernas saltaron levemente y su vientre pareció una ola de placer cuando la húmeda yema de esos dedos blancos se encaramó a lo único que pudo mantenerse estoico frente a aquello. No pudo evitar darse cuenta de que su sonrisa se había ensanchado al mirarlo directamente, pero no dijo nada y sonrió.
Se mordió un labio y dejó caer la cabeza atrás mientras las manos lo acariciaban. Podía notar cómo hasta el último de sus poros iba abriéndose, cómo desde su interior el fuego deseaba fluir, cómo deseó por un instante dejarse llevar y que el placer derramase sobre su fina piel, pero no se dejó vencer tan fácilmente. Respiró hondo y dejó la mente en blanco, tan sólo centrado en lo que veía y notaba, en lo que podía oler y en el sabor que perduraba en su boca. Aquello no era una competición, daba igual si explotaba con la misma facilidad que ella, pero no era entre sus manos donde todo debía terminar. Si debía hacerlo, su cuerpo era un lienzo en blanco y, sobre todo, él debía elegir cuándo pintarlo.
Mantuvo la mirada desafiante ignorando que su rostro cada vez sufría más rubor, y la asió en cuanto ella hizo ademán de acercarse. ¿Tanto lo deseaba? La respuesta era sí, no había otra opción en aquel momento. Ya habían avanzado mucho, disfrutado un buen rato y pasado por increíbles sensaciones. Sus pechos rozaban contra él, y él lamía su vientre sin hacer uso de la lengua. Ella miraba con la misma lujuria que él desafío, y sintió su beso húmedo en la boca y en las piernas, donde levemente ella lo rozó.
No dijo nada en aquel momento tampoco y empuñó su arma velozmente para clavarla en su interior, casi con furia. No deseaba herirla, pero sí sorprenderla en un arrebato tan intenso como el que él sentía, y con un brazo le aferró ambos hombros, empujándola contra él. Empezó a mover lentamente sus caderas, embarcándose en un sinfín de sensaciones indescriptibles, tan sólo superadas por saber a quién pertenecían los jadeos que llenaban sus oídos. Se detuvo, y con la mano libre buscó su oído. Le mordisqueó el lóbulo durante más tiempo del que habría estado bien decir, y finalmente decidió hablar:
-¿Te gusta?
No le dejó responder. Empujó sus caderas hacia arriba con gran fuerza, introduciéndose de lleno en ella y tocando lo más profundo de su interior. Volvió a hacerlo dos, tres, cuatro veces y hasta una décima, cada vez más deprisa, mientras la misma mano que había apartado su cabello ahora se dirigía más abajo, en busca del sur, y apretó con suavidad su terso muslo. Siguió ganando velocidad sin perder intensidad, golpeando violentamente en su interior mientras el camino serpenteante de sus adentros trataba de robarle las fuerzas golpeando y alejándose con vasta alevosía. Siguió así durante uno, dos y tres minutos, sin darle tregua y sin preocuparse de llenar más sus entrañas. Comenzó a moverse a un ritmo frenético, y tan sólo medio cuerpo asomaba ya cuando las caderas se separaban, pero notaba cómo seguía rozando todo su interior, y... ¿Cuánto fue?
Sintió que todo terminaba, pero rehusó parar. Su deseo seguía erguido y la vela de su barco navegaba aun en medio de brutales tormentas. Sentía un cosquilleo desagradable, pero pronto pasó y pudo seguir, hasta que Aki logró zafarse de él.
El beso no habría sabido describir si duró mucho o poco, pero ella tardó menos de lo que habría querido en dar la vuelta a la situación: Ahora ella mandaba. Se sentó sobre sus muslos y acarició con las yemas de los dedos un volcán ardiente de base a cima, haciendo que todos sus músculos se contrajeran a un tiempo. Sus brazos temblequearon, sus piernas saltaron levemente y su vientre pareció una ola de placer cuando la húmeda yema de esos dedos blancos se encaramó a lo único que pudo mantenerse estoico frente a aquello. No pudo evitar darse cuenta de que su sonrisa se había ensanchado al mirarlo directamente, pero no dijo nada y sonrió.
Se mordió un labio y dejó caer la cabeza atrás mientras las manos lo acariciaban. Podía notar cómo hasta el último de sus poros iba abriéndose, cómo desde su interior el fuego deseaba fluir, cómo deseó por un instante dejarse llevar y que el placer derramase sobre su fina piel, pero no se dejó vencer tan fácilmente. Respiró hondo y dejó la mente en blanco, tan sólo centrado en lo que veía y notaba, en lo que podía oler y en el sabor que perduraba en su boca. Aquello no era una competición, daba igual si explotaba con la misma facilidad que ella, pero no era entre sus manos donde todo debía terminar. Si debía hacerlo, su cuerpo era un lienzo en blanco y, sobre todo, él debía elegir cuándo pintarlo.
Mantuvo la mirada desafiante ignorando que su rostro cada vez sufría más rubor, y la asió en cuanto ella hizo ademán de acercarse. ¿Tanto lo deseaba? La respuesta era sí, no había otra opción en aquel momento. Ya habían avanzado mucho, disfrutado un buen rato y pasado por increíbles sensaciones. Sus pechos rozaban contra él, y él lamía su vientre sin hacer uso de la lengua. Ella miraba con la misma lujuria que él desafío, y sintió su beso húmedo en la boca y en las piernas, donde levemente ella lo rozó.
No dijo nada en aquel momento tampoco y empuñó su arma velozmente para clavarla en su interior, casi con furia. No deseaba herirla, pero sí sorprenderla en un arrebato tan intenso como el que él sentía, y con un brazo le aferró ambos hombros, empujándola contra él. Empezó a mover lentamente sus caderas, embarcándose en un sinfín de sensaciones indescriptibles, tan sólo superadas por saber a quién pertenecían los jadeos que llenaban sus oídos. Se detuvo, y con la mano libre buscó su oído. Le mordisqueó el lóbulo durante más tiempo del que habría estado bien decir, y finalmente decidió hablar:
-¿Te gusta?
No le dejó responder. Empujó sus caderas hacia arriba con gran fuerza, introduciéndose de lleno en ella y tocando lo más profundo de su interior. Volvió a hacerlo dos, tres, cuatro veces y hasta una décima, cada vez más deprisa, mientras la misma mano que había apartado su cabello ahora se dirigía más abajo, en busca del sur, y apretó con suavidad su terso muslo. Siguió ganando velocidad sin perder intensidad, golpeando violentamente en su interior mientras el camino serpenteante de sus adentros trataba de robarle las fuerzas golpeando y alejándose con vasta alevosía. Siguió así durante uno, dos y tres minutos, sin darle tregua y sin preocuparse de llenar más sus entrañas. Comenzó a moverse a un ritmo frenético, y tan sólo medio cuerpo asomaba ya cuando las caderas se separaban, pero notaba cómo seguía rozando todo su interior, y... ¿Cuánto fue?
Sintió que todo terminaba, pero rehusó parar. Su deseo seguía erguido y la vela de su barco navegaba aun en medio de brutales tormentas. Sentía un cosquilleo desagradable, pero pronto pasó y pudo seguir, hasta que Aki logró zafarse de él.
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Se le notaba en la cara, pero tampoco tenía intención de ocultarlo. Estaba orgullosa. Podía ver como el pelo le caía sobre los ojos y luchaba por contenerse. El blanco en especial era un bonito contraste con el rojo que estaba adquiriendo su rostro. La mirada desafiante que le lanzaba sin pudor completaba el cuadro y hacía que la pirata se esmerase más. Quería darle algo para recordar y, desde luego, lo logró. Pero lo que quería no era desarmarlo.
Podía notar el deseo en sus ojos y estaba segura de que reflejaban los suyos. No quiso decir nada, pero le miró interrogante. Planeaba algo, lo notaba. Y de repente, lo notó aún más. Gimió alto y claro, dando cuenda de todas las sensaciones que la atravesaban. El calor se abrió paso por ella, llenándola y arrebatándole toda la paciencia que aún le pudiera quedar. No era mucha. Y ahora, tras semejante ataque, palpitaba ansiosa. Su pelo los cubrió a ambos por un instante en el momento en que él la aferró. En lugar de intentar zafarse, se apoyó en sus hombros mientras hundía la cabeza en su cuello.
Los primeros segundos fueron un delicioso contrapunto en el que nunca sabía cuando iba a golpear y zarandearla de nuevo de abajo arriba, llena de deseo. Aki había comenzado a moverse a la vez que él, por pura inercia. Cuando recuperó el control de sí misma, el apasionado y errático contrapunto se convirtió en una deliciosa sinfonía. Desbocada, se lanzó a su ritmo sin siquiera planteárselo. Le perseguía cada vez que se alejaba y trataba de atraparlo con más fuerza cuanto más le tenía a su merced.
Era desquiciante. Aceleraba, cada vez más y más y parecía no tener fin. Oyó su voz preguntarle algo que ya sabía, pero en lugar de intentar contestarle se movió con esfuerzo unos centímetros para morderle el cuello. Sabía que si intentaba abrir la boca para algo más que demostrarle su respuesta lo único que conseguiría sería humillarse. No podía hablar ahora mismo. Todo era demasiado y Aki conocía a la perfección sus límites. Había uno en concreto que quedaba cerca.
Supo que se acercaba y en lugar de rehuírlo peleó por acercarlo. No estaba sola y de repente se dio cuenta de que lo quería. No iba a moverse ni un centímetro. En su lugar, se aferró más a él. De haber sido humano habría llevado las marcas de la victoria que se avecinaba. Cabalgó hasta el final, acompañándole y alentándole hasta que sintió que se vertía. .Jadeó al sentir el calor en su interior y por un momento se detuvo. Fue apenas un segundo, un pensamiento que no llegó a completarse cuando tomó conciencia de que no había terminado. Sorprendida y al borde, bastó la última estocada para que Aki se desbordara. Surcó cada ola de placer con maestría, deshaciéndose sobre él a cada segundo. Cuando al fin recuperó el aliento, se incorporó y de un par de ágiles movimientos se deshizo de ambos rodando por la cama.
No dejó de tocarle. La mano que apoyaba en su hombro fue rozando todo su brazo siguiendo al resto de su cuerpo, hasta acabar descansando contra la palma del yonkou. Aki dedicó un par de segundos a volver a la realidad y a ignorar la discreta sensación de ausencia que le había quedado como recuerdo. Entre otras cosas.
Sonriendo, se levantó con parsimonia. Le pesaba el cuerpo y a la vez se sentía eléctrica. Se sentó al lado de Dexter, sin dejar de rozarle. Paseó con las yemas de los dedos por todo su cuerpo con cierta presteza, hasta llegar al centro de todos los pecados que acababan de cometer. Golosa, cogió sin reparos un poco del recuerdo de ambos y se lo llevó a los labios. Le miró, pícara.
- Me encanta. - Comentó por toda respuesta.
Podía notar el deseo en sus ojos y estaba segura de que reflejaban los suyos. No quiso decir nada, pero le miró interrogante. Planeaba algo, lo notaba. Y de repente, lo notó aún más. Gimió alto y claro, dando cuenda de todas las sensaciones que la atravesaban. El calor se abrió paso por ella, llenándola y arrebatándole toda la paciencia que aún le pudiera quedar. No era mucha. Y ahora, tras semejante ataque, palpitaba ansiosa. Su pelo los cubrió a ambos por un instante en el momento en que él la aferró. En lugar de intentar zafarse, se apoyó en sus hombros mientras hundía la cabeza en su cuello.
Los primeros segundos fueron un delicioso contrapunto en el que nunca sabía cuando iba a golpear y zarandearla de nuevo de abajo arriba, llena de deseo. Aki había comenzado a moverse a la vez que él, por pura inercia. Cuando recuperó el control de sí misma, el apasionado y errático contrapunto se convirtió en una deliciosa sinfonía. Desbocada, se lanzó a su ritmo sin siquiera planteárselo. Le perseguía cada vez que se alejaba y trataba de atraparlo con más fuerza cuanto más le tenía a su merced.
Era desquiciante. Aceleraba, cada vez más y más y parecía no tener fin. Oyó su voz preguntarle algo que ya sabía, pero en lugar de intentar contestarle se movió con esfuerzo unos centímetros para morderle el cuello. Sabía que si intentaba abrir la boca para algo más que demostrarle su respuesta lo único que conseguiría sería humillarse. No podía hablar ahora mismo. Todo era demasiado y Aki conocía a la perfección sus límites. Había uno en concreto que quedaba cerca.
Supo que se acercaba y en lugar de rehuírlo peleó por acercarlo. No estaba sola y de repente se dio cuenta de que lo quería. No iba a moverse ni un centímetro. En su lugar, se aferró más a él. De haber sido humano habría llevado las marcas de la victoria que se avecinaba. Cabalgó hasta el final, acompañándole y alentándole hasta que sintió que se vertía. .Jadeó al sentir el calor en su interior y por un momento se detuvo. Fue apenas un segundo, un pensamiento que no llegó a completarse cuando tomó conciencia de que no había terminado. Sorprendida y al borde, bastó la última estocada para que Aki se desbordara. Surcó cada ola de placer con maestría, deshaciéndose sobre él a cada segundo. Cuando al fin recuperó el aliento, se incorporó y de un par de ágiles movimientos se deshizo de ambos rodando por la cama.
No dejó de tocarle. La mano que apoyaba en su hombro fue rozando todo su brazo siguiendo al resto de su cuerpo, hasta acabar descansando contra la palma del yonkou. Aki dedicó un par de segundos a volver a la realidad y a ignorar la discreta sensación de ausencia que le había quedado como recuerdo. Entre otras cosas.
Sonriendo, se levantó con parsimonia. Le pesaba el cuerpo y a la vez se sentía eléctrica. Se sentó al lado de Dexter, sin dejar de rozarle. Paseó con las yemas de los dedos por todo su cuerpo con cierta presteza, hasta llegar al centro de todos los pecados que acababan de cometer. Golosa, cogió sin reparos un poco del recuerdo de ambos y se lo llevó a los labios. Le miró, pícara.
- Me encanta. - Comentó por toda respuesta.
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La batalla duró una eternidad entre la tormenta y el mar. La hoja de brillante plata se movía sin cesar una y otra vez entre aquilones gimientes, haciendo ondear miles de banderas carmesíes en un asta de belleza inconcebible hasta que, finalmente, la sirena que cantaba al son del palo mayor se deshizo en espuma sobre las olas... Para que la diosa naciese, claro.
Se levantó con la elegancia de quien no tiene prisa, y Dexter no pudo hacer nada para evitarlo. Asió sus caderas, pero las manos le resbalaron por la piel sudorosa de la pirata y ella alzó el vuelo, exultante mientras cada músculo en su cuerpo se enervaba plácidamente. Observó cada movimiento mientras ella se sentaba, y un volcán erupcionó en sus manos cuando Aki agitó en un roce la chimenea. Los dedos traviesos fueron entonces a la boca, ardientes de lava que no quemaba y todavía deseosos de arder hasta las cenizas. Una sonrisa lujuriosa antes de una respuesta tardía le hizo arquear una ceja.
-Perfecto- dijo, incorporándose. "Encanta" representaba la forma verbal del verbo encantar, tercera persona del indicativo. Y eso indicaba que le encantaba-. Sobre todo que sepas que no te ha encantado.
Una sonrisa torva y una mirada depredadora conformaron su expresión mientras se acercaba de nuevo, vacío por un tiempo, todavía irrefrenable. Con la pericia de un gimnasta se movió por la cama hasta acabar sentado sobre ella, rozando la cabeza de su miembro el valle de sus pechos. Sabía que ella podía darle más placer y llegar hasta puntos inimaginables, hacer de él el más afortunado y él de ella la más gozosa... Y viceversa. Con la perversión como bandera, susurró en su oído dulcemente todo lo que se le pasaba por la cabeza, más para él que para ella, como una agenda de todo lo que debían hablar, y para todo lo que debían usar la boca.
No necesitó hacer mucha fuerza para empujarla de nuevo contra la deshecha cama, y avanzó tranquilamente hasta que apenas la punta estaba al alcance de sus labios. Frotó con sus manos los hombros de un demonio ardiente, y acarició sus mejillas mientras estiraba levemente sus labios con los dedos... Su boca era casi tan húmeda como el interior que instantes antes le había pertenecido, y deseaba ver en sus propias carnes los estragos que una mujer como ella podía provocar.
-Espero que te guste- comentó, restándole importancia mientras no dejaba de contemplarla.
Era hermosa, desde la barbilla hasta la punta del cabello, con aquellos hermosos ojos azules y carnosos labios que nada desmerecían en sensualidad a su pecho desnudo; ni siquiera a sus gloriosas nalgas. Le dio un azote suave, para recordarle que nada estaría desatendido aquella noche, y dejó que sus caderas caminasen levemente hacia delante.
Se levantó con la elegancia de quien no tiene prisa, y Dexter no pudo hacer nada para evitarlo. Asió sus caderas, pero las manos le resbalaron por la piel sudorosa de la pirata y ella alzó el vuelo, exultante mientras cada músculo en su cuerpo se enervaba plácidamente. Observó cada movimiento mientras ella se sentaba, y un volcán erupcionó en sus manos cuando Aki agitó en un roce la chimenea. Los dedos traviesos fueron entonces a la boca, ardientes de lava que no quemaba y todavía deseosos de arder hasta las cenizas. Una sonrisa lujuriosa antes de una respuesta tardía le hizo arquear una ceja.
-Perfecto- dijo, incorporándose. "Encanta" representaba la forma verbal del verbo encantar, tercera persona del indicativo. Y eso indicaba que le encantaba-. Sobre todo que sepas que no te ha encantado.
Una sonrisa torva y una mirada depredadora conformaron su expresión mientras se acercaba de nuevo, vacío por un tiempo, todavía irrefrenable. Con la pericia de un gimnasta se movió por la cama hasta acabar sentado sobre ella, rozando la cabeza de su miembro el valle de sus pechos. Sabía que ella podía darle más placer y llegar hasta puntos inimaginables, hacer de él el más afortunado y él de ella la más gozosa... Y viceversa. Con la perversión como bandera, susurró en su oído dulcemente todo lo que se le pasaba por la cabeza, más para él que para ella, como una agenda de todo lo que debían hablar, y para todo lo que debían usar la boca.
No necesitó hacer mucha fuerza para empujarla de nuevo contra la deshecha cama, y avanzó tranquilamente hasta que apenas la punta estaba al alcance de sus labios. Frotó con sus manos los hombros de un demonio ardiente, y acarició sus mejillas mientras estiraba levemente sus labios con los dedos... Su boca era casi tan húmeda como el interior que instantes antes le había pertenecido, y deseaba ver en sus propias carnes los estragos que una mujer como ella podía provocar.
-Espero que te guste- comentó, restándole importancia mientras no dejaba de contemplarla.
Era hermosa, desde la barbilla hasta la punta del cabello, con aquellos hermosos ojos azules y carnosos labios que nada desmerecían en sensualidad a su pecho desnudo; ni siquiera a sus gloriosas nalgas. Le dio un azote suave, para recordarle que nada estaría desatendido aquella noche, y dejó que sus caderas caminasen levemente hacia delante.
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Se relamió los labios por inercia para desterrar una traviesa gota que había quedado allí colgada. Volvía a respirar con normalidad y lejos de estar cansada todo su cuerpo vibraba con ganas de más. Recién alimentada y satisfecha, abandonar ahora habría sido un desperdicio de todos los sabores que acababa de descubrir. Desde los labios del dragón y el sudor en su cuello mientras lo mordía a otras especialidades más extravagantes. Cada uno una historia, un momento. Un aliento y una sonrisa, una llama desde el centro.
Llama que todavía ardía en los ojos del dragón. Ella sonrió por toda respuesta mientras le veía incorporarse. Su tamaño le hacía sentirse pequeñita y su amabilidad poderosa. Era una gran combinación. Arqueó una ceja al escucharle, su voz resonando en sus oídos. Irónicamente, cuanto más le oía hablar más maneras se le ocurrían de callarle. Enseguida.
Aki se echó hacia atrás a la vez que Dexter se inclinaba hacia delante, sentándose en su regazo con la naturalidad de quien sabe que será bienvenido. Sintió su peso sobre ella, tibio, duro y agradable. Lejos de hacerle daño, no tener a donde huir en la enorme cama era una sensación emocionante. Notó la punta del príncipe rozándole la piel, pero no se estremeció hasta que sintió su voz cosquilleándole en la oreja. Le llenó la cabeza de promesas y travesuras y el cuerpo de anhelos, tejiendo con palabras tantas posibilidades que casi parecía que quisiera hacerla sonrojarse. En lugar de eso, llevó sus manos a sus piernas simplemente por ser lo que más cerca tenía y comenzó a acariciarselas solo por moverse ella en lugar de empujarle para exigirle que llevara a cabo todo lo que estaba sugiriendo.
No tuvo que esperar mucho. Él la empujó a la cama mientras ella se dejaba hacer, deseosa de participar. Apretó las piernas sin querer, caliente de nuevo y sin temer demostrarlo. Dexter fue avanzando poco a poco, con pericia, y ella le recibió con un diminuto lametazo de bienvenida. Sintió sus manos viajar desde sus hombros hasta su rostro, quemando allí donde la rozaban. Alzó la vista del pastel que tenía delante para mirarle a los ojos y depositó un cándido beso en las yemas que se habían aventurado hasta sus labios.
- Oh, estoy segura de que lo adoraré. - Susurró en la punta. Sintió el azote un segundo antes de que sus labios toparan carne y una sonrisa de adorable maldad se extendió por su rostro como chocolate derretido. Casi parecía inocente. Casi. Ignoró los avances del yonkou y en su lugar se dedicó a llenar al príncipe de húmedos besos aquí y allá. Revoloteaba sobre toda la extensión a la que alcanzaba en su postura, cambiando de lugar y de intensidad a ritmo irregular. Comenzó con una lentitud desquiciante y, poco a poco, fue volviéndose más rauda y metódica hasta que sus labios volvieron a atrapar la punta entre ellos. Todo brillaba gracias a sus esfuerzos y con facilidad le hizo un hueco en su boca.
Lejos de poder estarse quieta, alzó las manos hasta indicarle que continuara hacia delante. Cuando no pudo más ella misma se deshizo de su presa y regresó a la miríada de besos y lametones que tanto le divertía. Arañó aquí y allá e incluso le devolvió el azote justo antes de devorarle de nuevo, mirándole como si no tuviera ni idea de lo que acababa de hacer. Pero por mucho que su rostro dijera una cosa, su lengua sabía bien lo que hacía y se afanaba en demostrarlo con el mimo de alguien a quien le agrada lo que hace.
No podía dejar de mirarle. Quería ver su cara, su reacción. No iba a conformarse con el autocontrol del que el dragón solía hacer gala y si tenía que tumbarle por la vía dulce, lo haría encantada. Le deseaba y, en ese momento, desearle era su más mortífera arma.
Llama que todavía ardía en los ojos del dragón. Ella sonrió por toda respuesta mientras le veía incorporarse. Su tamaño le hacía sentirse pequeñita y su amabilidad poderosa. Era una gran combinación. Arqueó una ceja al escucharle, su voz resonando en sus oídos. Irónicamente, cuanto más le oía hablar más maneras se le ocurrían de callarle. Enseguida.
Aki se echó hacia atrás a la vez que Dexter se inclinaba hacia delante, sentándose en su regazo con la naturalidad de quien sabe que será bienvenido. Sintió su peso sobre ella, tibio, duro y agradable. Lejos de hacerle daño, no tener a donde huir en la enorme cama era una sensación emocionante. Notó la punta del príncipe rozándole la piel, pero no se estremeció hasta que sintió su voz cosquilleándole en la oreja. Le llenó la cabeza de promesas y travesuras y el cuerpo de anhelos, tejiendo con palabras tantas posibilidades que casi parecía que quisiera hacerla sonrojarse. En lugar de eso, llevó sus manos a sus piernas simplemente por ser lo que más cerca tenía y comenzó a acariciarselas solo por moverse ella en lugar de empujarle para exigirle que llevara a cabo todo lo que estaba sugiriendo.
No tuvo que esperar mucho. Él la empujó a la cama mientras ella se dejaba hacer, deseosa de participar. Apretó las piernas sin querer, caliente de nuevo y sin temer demostrarlo. Dexter fue avanzando poco a poco, con pericia, y ella le recibió con un diminuto lametazo de bienvenida. Sintió sus manos viajar desde sus hombros hasta su rostro, quemando allí donde la rozaban. Alzó la vista del pastel que tenía delante para mirarle a los ojos y depositó un cándido beso en las yemas que se habían aventurado hasta sus labios.
- Oh, estoy segura de que lo adoraré. - Susurró en la punta. Sintió el azote un segundo antes de que sus labios toparan carne y una sonrisa de adorable maldad se extendió por su rostro como chocolate derretido. Casi parecía inocente. Casi. Ignoró los avances del yonkou y en su lugar se dedicó a llenar al príncipe de húmedos besos aquí y allá. Revoloteaba sobre toda la extensión a la que alcanzaba en su postura, cambiando de lugar y de intensidad a ritmo irregular. Comenzó con una lentitud desquiciante y, poco a poco, fue volviéndose más rauda y metódica hasta que sus labios volvieron a atrapar la punta entre ellos. Todo brillaba gracias a sus esfuerzos y con facilidad le hizo un hueco en su boca.
Lejos de poder estarse quieta, alzó las manos hasta indicarle que continuara hacia delante. Cuando no pudo más ella misma se deshizo de su presa y regresó a la miríada de besos y lametones que tanto le divertía. Arañó aquí y allá e incluso le devolvió el azote justo antes de devorarle de nuevo, mirándole como si no tuviera ni idea de lo que acababa de hacer. Pero por mucho que su rostro dijera una cosa, su lengua sabía bien lo que hacía y se afanaba en demostrarlo con el mimo de alguien a quien le agrada lo que hace.
No podía dejar de mirarle. Quería ver su cara, su reacción. No iba a conformarse con el autocontrol del que el dragón solía hacer gala y si tenía que tumbarle por la vía dulce, lo haría encantada. Le deseaba y, en ese momento, desearle era su más mortífera arma.
Dexter Black
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El mar rompía con fuerza contra las rocas, pero el jadeo de las olas apenas se escuchaba entre las delicadas acometidas de la marea escarlata. Aki se movía con regia naturalidad, y cada uno de sus músculos parecía trabajar como una delicadísima maquinaria que, desde la punta de sus talones hasta los últimos pliegues de la lengua, se movía en sincronía. Sus rodillas se doblaban levemente mientras su cadera, poco a poco, hacía a su vientre tensarse, y sus hombros relajados comandaban unas manos que helaban de ardor. Su lengua, sin embargo, era indescriptible. Su cabeza se movía a un ritmo frenético a la par que suave, tan tranquilo y sosegado que la furia de cada nuevo ataque lo dejaba al borde del éxtasis, incapaz de contener pequeñas emanaciones que parecían alentar más a la ya exaltada pirata. Dexter tan sólo podía mirar, impotente, y dejarse llevar por el momento.
Él comenzó a mover ligeramente la cadera de adelante a atrás, doblarla hacia un lado e incluso atraer la nuca de la pelirroja hacia él, asiéndola con cuidado y mimo. Empezaba a desatarse y ambos quisieron desafiarla. Con ojos juguetones, la gata le hizo una indicación para que avanzase y, a un tiempo, ella hizo lo mismo. Aunque no logró llegar al final era con diferencia la que más cerca de su pubis había estado con diferencia, y él debió contenerse para evitar derramarse en un momento tan embarazoso. Estaba casi a salvo, y su miembro palpitante a escasos segundos de relajarse cuando todo sucedió de golpe: Un azote y una lengua descarada, sumados a dos labios carnosos que rebosaron cuando, por segunda vez, no pudo contenerse.
Tardó poco más de un segundo en reaccionar, y finalmente arqueó una ceja. Había perdido la noción del tiempo y no sabía si llevaba segundos, minutos o incluso horas ante ella, pero no era suficiente. Quería más y, por suerte, aún podía. Pero tras aquella dedicación, sería muy injusto no corresponder debidamente.
Su sabor había cambiado notablemente durante aquel tiempo. De dulce y puro en un origen, sutil como su sonrisa y profundo como sus ocultas intenciones, el interior de Aki era en ese momento un mar de lluvia salada. Dexter podía encontrar allí resquicios del original, mares nunca navegados y matices que sólo respondían a las azarosas aventuras del capitán pirata. Había bajado allí dejando un rastro húmedo de saliva y pintura sobre el lienzo de Aki, apenas rozando su pincel el abdomen de la muchacha y tallándose momentánea y "accidentalmente" donde finalmente dejó que su lengua corriese libre. Si hubiese utilizado su lengua de dragón podría haber llegado más lejos, pero si su diabólica compañía no había mostrado interés en hacer gala de aquella ventaja no sería él quien rompiese la delicada tregua... Por el momento. Sin embargo, en un gesto ligeramente arrogante, sólo usó la lengua.
Recorrió cada uno de sus labios con la punta y sumergió la totalidad en sus aguas, acariciando con maestría cada una de sus estribaciones. Incluso tras haber penetrado aquella puerta volvía a sentirse nueva y reluciente, como una flor a primera luz del día, y él era el rocío que llenó sus pétalos de humedad, besando los estambres levemente y dibujando tornados con la lengua antes de abrir aquella pequeña entrada con una llave mucho más discreta. Repasó con cuidado las paredes cavernosas hasta donde pudo llegar, dando cuenta de los pequeños nervios en el tímpano mientras rozaba con los dientes el tenue campanario, que poco a poco sonaba. Sin cadenas la tenía encadenada, libando miel de nuevo mientras deseaba verla tan derretida como él durante el tiempo que fuese.
Y, finalmente, como una columna de fuego, avanzó. No dejó tiempo a que los gritos llegaran, y su lengua recorrió el pasillo estirándose mientras tomaba una forma bifurcada que con los años había aprendido a controlar. Fina y delicada, pero fuerte y habilidosa, recorrió todo su interior mientras daba calor a sus labios con los suyos, fundiéndolos en un apasionado beso que apenas frenaba momentáneamente para masajear, levemente, la indetectable erección de Aki. Lo único que de vez en cuando se distraía era su mirada, cruzando la de Aki cada cierto tiempo.
Él comenzó a mover ligeramente la cadera de adelante a atrás, doblarla hacia un lado e incluso atraer la nuca de la pelirroja hacia él, asiéndola con cuidado y mimo. Empezaba a desatarse y ambos quisieron desafiarla. Con ojos juguetones, la gata le hizo una indicación para que avanzase y, a un tiempo, ella hizo lo mismo. Aunque no logró llegar al final era con diferencia la que más cerca de su pubis había estado con diferencia, y él debió contenerse para evitar derramarse en un momento tan embarazoso. Estaba casi a salvo, y su miembro palpitante a escasos segundos de relajarse cuando todo sucedió de golpe: Un azote y una lengua descarada, sumados a dos labios carnosos que rebosaron cuando, por segunda vez, no pudo contenerse.
Tardó poco más de un segundo en reaccionar, y finalmente arqueó una ceja. Había perdido la noción del tiempo y no sabía si llevaba segundos, minutos o incluso horas ante ella, pero no era suficiente. Quería más y, por suerte, aún podía. Pero tras aquella dedicación, sería muy injusto no corresponder debidamente.
Su sabor había cambiado notablemente durante aquel tiempo. De dulce y puro en un origen, sutil como su sonrisa y profundo como sus ocultas intenciones, el interior de Aki era en ese momento un mar de lluvia salada. Dexter podía encontrar allí resquicios del original, mares nunca navegados y matices que sólo respondían a las azarosas aventuras del capitán pirata. Había bajado allí dejando un rastro húmedo de saliva y pintura sobre el lienzo de Aki, apenas rozando su pincel el abdomen de la muchacha y tallándose momentánea y "accidentalmente" donde finalmente dejó que su lengua corriese libre. Si hubiese utilizado su lengua de dragón podría haber llegado más lejos, pero si su diabólica compañía no había mostrado interés en hacer gala de aquella ventaja no sería él quien rompiese la delicada tregua... Por el momento. Sin embargo, en un gesto ligeramente arrogante, sólo usó la lengua.
Recorrió cada uno de sus labios con la punta y sumergió la totalidad en sus aguas, acariciando con maestría cada una de sus estribaciones. Incluso tras haber penetrado aquella puerta volvía a sentirse nueva y reluciente, como una flor a primera luz del día, y él era el rocío que llenó sus pétalos de humedad, besando los estambres levemente y dibujando tornados con la lengua antes de abrir aquella pequeña entrada con una llave mucho más discreta. Repasó con cuidado las paredes cavernosas hasta donde pudo llegar, dando cuenta de los pequeños nervios en el tímpano mientras rozaba con los dientes el tenue campanario, que poco a poco sonaba. Sin cadenas la tenía encadenada, libando miel de nuevo mientras deseaba verla tan derretida como él durante el tiempo que fuese.
Y, finalmente, como una columna de fuego, avanzó. No dejó tiempo a que los gritos llegaran, y su lengua recorrió el pasillo estirándose mientras tomaba una forma bifurcada que con los años había aprendido a controlar. Fina y delicada, pero fuerte y habilidosa, recorrió todo su interior mientras daba calor a sus labios con los suyos, fundiéndolos en un apasionado beso que apenas frenaba momentáneamente para masajear, levemente, la indetectable erección de Aki. Lo único que de vez en cuando se distraía era su mirada, cruzando la de Aki cada cierto tiempo.
Aki D. Arlia
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Sentir como su premio acudía a ella con ímpetu y frenesí no fue ni de lejos tan satisfactorio como contemplar el instante previo. Debería haber estado enterrada en una marea de carne y piel, apegada a su trabajo y cerciorándose de que ni una sola pulgada quedara desatendida, pero de alguna manera logró hacer todo eso y alzar la vista. No se cansaba de ver esos ojos, que a cada momento que pasaba se le antojaban más claros y legibles. Le llevó de la mano por el camino de la perdición, arrimándole al borde y disfrutando de la alarma en su mirada, seguida de una tensa calma. Ansiosa y divertida, excitada, le atacó a traición sin guardarse nada y reculó poco a poco, relamiéndose y mirándole con falsa inocencia. Su sonrisa de gata desmentía la imagen que daba su postura, muy compuesta y estirada. Advirtió su ceja levantada y se rió por lo bajo, satisfecha consigo misma.
La tregua no duró mucho y antes de darse cuenta le tenía entre sus piernas. Algo muy parecido a un ronroneo se escapó de entre sus labios mientras se dejaba caer en las sábanas. Le faltó tiempo para enterrar una mano entre su pelo, pero lo acarició con suavidad mientras suspiraba deleitada. Cada húmeda caricia era una bendición y por un momento se dejó llevar y cerró los ojos para relajarse. Pero incluso en la oscuridad la imagen del yonkou se le aparecía y terminó por abrirlos de nuevo para grabar el momento a fuego en su memoria.
Se incorporó tan pronto él avanzó, gimiendo sin recato y dejando que se oyese su placer en todo el cuarto. Los dedos que acariciaban su cabeza se volvieron agresivos y le abrían empujado contra ella si no estuviera ya tan cerca como podía llegar a estarlo. Al contrario que él, Aki pudo ver su derrota acercándose. Trato de resistirse sin apartarse, testaruda y orgullosa, pero sabía que no podía batallar por siempre. Se enzarzaron, ambos insistiendo sin palabras para acercarse más y más y, al final, el dragón devoró su larga y merecida derrota.
Parpadeó, algo desorientada y sonriente. Una fina capa de sudor perlaba su cuerpo atento a cualquier nuevo estímulo. Lánguida y relajada, todavía había un rincón en la parte de atrás de su mente que clamaba por otro incendio y segundo a segundo iba ganando terreno. Sabiendo que no podría resistirse, aprovechó el instante de paz para volver a besarle. Rozar sus labios fue saborearse y encenderse, pero respiró hondo y volvió a por más. No creía poder saciarse.
Trepó por él hasta acabar sentada en su regazo, el príncipe latente a su espalda y su pecho acariciando el de él. Sonrió y le acarició el cuello con las manos, presionando aquí y allá y haciendo el amago de algo que se antojaba imposible. La piel de algunos era más dura que la de otros y los ojos de la pelirroja clamaban que solo se estaba divirtiendo.
- Me parece que vamos empatados.- Comentó en voz baja. Volvió a besarle por un instante, arremolinando sus manos en su piel, haciendo mil dibujos y dejando un rastro de escalofríos a su paso.- Quizá debiéramos ponernos serios.
Se mordió el labio, anticipando lo que estaba por venir. Seguía acariciándole y la tensión que los rodeaba a ambos crecía por momentos. ¿Cuánto aguantaría? ¿Quién caería primero? Si era sincera consigo misma, no lo sabía. Estaba a gusto y no tenía intención de abandonar su sitio de momento.- Aunque... siempre podemos aguardar.
Volvió a fijar en él su mirada, interrogante y curiosa, tratando de averiguar su próximo movimiento.
La tregua no duró mucho y antes de darse cuenta le tenía entre sus piernas. Algo muy parecido a un ronroneo se escapó de entre sus labios mientras se dejaba caer en las sábanas. Le faltó tiempo para enterrar una mano entre su pelo, pero lo acarició con suavidad mientras suspiraba deleitada. Cada húmeda caricia era una bendición y por un momento se dejó llevar y cerró los ojos para relajarse. Pero incluso en la oscuridad la imagen del yonkou se le aparecía y terminó por abrirlos de nuevo para grabar el momento a fuego en su memoria.
Se incorporó tan pronto él avanzó, gimiendo sin recato y dejando que se oyese su placer en todo el cuarto. Los dedos que acariciaban su cabeza se volvieron agresivos y le abrían empujado contra ella si no estuviera ya tan cerca como podía llegar a estarlo. Al contrario que él, Aki pudo ver su derrota acercándose. Trato de resistirse sin apartarse, testaruda y orgullosa, pero sabía que no podía batallar por siempre. Se enzarzaron, ambos insistiendo sin palabras para acercarse más y más y, al final, el dragón devoró su larga y merecida derrota.
Parpadeó, algo desorientada y sonriente. Una fina capa de sudor perlaba su cuerpo atento a cualquier nuevo estímulo. Lánguida y relajada, todavía había un rincón en la parte de atrás de su mente que clamaba por otro incendio y segundo a segundo iba ganando terreno. Sabiendo que no podría resistirse, aprovechó el instante de paz para volver a besarle. Rozar sus labios fue saborearse y encenderse, pero respiró hondo y volvió a por más. No creía poder saciarse.
Trepó por él hasta acabar sentada en su regazo, el príncipe latente a su espalda y su pecho acariciando el de él. Sonrió y le acarició el cuello con las manos, presionando aquí y allá y haciendo el amago de algo que se antojaba imposible. La piel de algunos era más dura que la de otros y los ojos de la pelirroja clamaban que solo se estaba divirtiendo.
- Me parece que vamos empatados.- Comentó en voz baja. Volvió a besarle por un instante, arremolinando sus manos en su piel, haciendo mil dibujos y dejando un rastro de escalofríos a su paso.- Quizá debiéramos ponernos serios.
Se mordió el labio, anticipando lo que estaba por venir. Seguía acariciándole y la tensión que los rodeaba a ambos crecía por momentos. ¿Cuánto aguantaría? ¿Quién caería primero? Si era sincera consigo misma, no lo sabía. Estaba a gusto y no tenía intención de abandonar su sitio de momento.- Aunque... siempre podemos aguardar.
Volvió a fijar en él su mirada, interrogante y curiosa, tratando de averiguar su próximo movimiento.
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Habría sido muy prepotente sonreír con cierta sorna, pero había pasado tanto tiempo entre sus piernas que la llegada de Aki era una premonición que, poco a poco, se venía. Había sido intensa pero discreta, exhuberante como la pirata siempre se había mostrado y silenciosa como un asentimiento complacido. Sin embargo no era aquello lo que lo alegraba, sino las lágrimas de sudor que aquí y allá brillaban por todo su cuerpo: Desde su cuello una gota caía por todo su torso, luchando y aunando muchas más alrededor del pecho y deslizándose apresuradamente por su vientre hasta separarse violentamente en un fractal arco iris. Él, aunque también su cuerpo resplandecía, no era por el esfuerzo realizado; estaba acostumbrado al vuelo durante días enteros, a la lucha durante horas y horas... La extenuación que sentía se debía a un hecho mucho más pueril e incontrolable, una causa meramente química. Pero él no iba a ser el primero en caer, ni el gran príncipe iba a bajar las armas.
- ¿Acaso todavía aguantas? -preguntó con voz socarrona. Sentía sus latidos, y las mieles del éxito lo bañaban poco a poco mientras las caderas de Aki se movían, seguramente por reflejo, hacia delante y hacia atrás.
Dejó que las caricias siguiesen un buen rato, e incluso agradeció algunas con su brazo libre. También recorrió su cuello marcando una delicada línea con los colmillos, y mordió su hombro con no demasiada fuerza. El príncipe no languidecía por el momento, pero agradecía el momento de descanso alzando la mirada con dignidad regia, tanto que caló el tallo levemente entre vaivenes de la pirata.
- Verá, señorita -terminó por decir cuando se sintió listo. Su alteza estaba si cabía hasta más prominente, y sus caderas habían empezado a acompasarse con las de la pelirroja imperceptiblemente, dibujando una media luna en el epicentro de aquel terremoto-. Tengo fama de invicto, y si dejase que alguien, a estas alturas de mi vida, me derrotase... -Entró en ella con violencia de manera más ansiada que inesperada, golpeando su interior con crudeza un par de veces-. Perdería -un nuevo embate- mi -otro llegó- honor.
Batió contra ella como la marea en la playa, lenta pero inexorablemente una y otra vez, dejando que apenas una micra de su cuerpo se mantuviese cálido y resguardado para entrar de nuevo en medio de un duro envite, cálido. La tenía sujetada por las caderas, pero poco a poco se deslizaba más abajo hasta que sus manos la abrieron como una flor y notó la calidez extendiéndose más mientras tensaba sus adentros. Quería dejarla a punto de caramelo, que desease derretirse para él, y solo entonces, cuando ese brillo cándido apareciera en su mirada... La tiraría sobre la cama con delicadeza.
- Gánatelo, gatita.
- ¿Acaso todavía aguantas? -preguntó con voz socarrona. Sentía sus latidos, y las mieles del éxito lo bañaban poco a poco mientras las caderas de Aki se movían, seguramente por reflejo, hacia delante y hacia atrás.
Dejó que las caricias siguiesen un buen rato, e incluso agradeció algunas con su brazo libre. También recorrió su cuello marcando una delicada línea con los colmillos, y mordió su hombro con no demasiada fuerza. El príncipe no languidecía por el momento, pero agradecía el momento de descanso alzando la mirada con dignidad regia, tanto que caló el tallo levemente entre vaivenes de la pirata.
- Verá, señorita -terminó por decir cuando se sintió listo. Su alteza estaba si cabía hasta más prominente, y sus caderas habían empezado a acompasarse con las de la pelirroja imperceptiblemente, dibujando una media luna en el epicentro de aquel terremoto-. Tengo fama de invicto, y si dejase que alguien, a estas alturas de mi vida, me derrotase... -Entró en ella con violencia de manera más ansiada que inesperada, golpeando su interior con crudeza un par de veces-. Perdería -un nuevo embate- mi -otro llegó- honor.
Batió contra ella como la marea en la playa, lenta pero inexorablemente una y otra vez, dejando que apenas una micra de su cuerpo se mantuviese cálido y resguardado para entrar de nuevo en medio de un duro envite, cálido. La tenía sujetada por las caderas, pero poco a poco se deslizaba más abajo hasta que sus manos la abrieron como una flor y notó la calidez extendiéndose más mientras tensaba sus adentros. Quería dejarla a punto de caramelo, que desease derretirse para él, y solo entonces, cuando ese brillo cándido apareciera en su mirada... La tiraría sobre la cama con delicadeza.
- Gánatelo, gatita.
Aki D. Arlia
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- Lo preguntas como si te sorprendiera.
En la sonrisa de Aki todavía podía verse el reflejo de la calma que inundaba todo su cuerpo. No obstante, las esquinas de sus labios de curvaban ligeramente, anunciando lo que estaba por venir. Nunca había sido capaz de mantener la travesura alejada de su rostro, mucho menos de su cuerpo. El descanso no duró mucho, pero fue bien aprovechado. No se quedaron del todo quietos. Se buscaban casi sin darse cuenta, a un paso ridículamente lento. Cada roce entre pieles electrizaba y hacía aumentar la tensión, acumulándola muy poco a poco. Aki se dejó caer sobre el pecho del dragón, regodeándose en lo bello que era el contraste de sus pieles. Arrastró los dientes por todo su cuello, hasta atrapar su oreja y morderla con algo de saña. Sabía que para él no era más que una caricia, pero eso no iba a impedirle dársela.
Se incorporó al sentir como algo acariciaba su centro, como una silenciosa petición de paso. Apoyándose en los hombros de su amante, se alzó para dejarle camino... y aprovechar para mirarle desde lo alto. Sus ojos relucían de deseo y en ese momento le parecieron la joya más hermosa. No una que pudiera poseer, pero desde luego más valiosa por ello. Solo contemplarle mientras la miraba en ese instante era suficiente para hacerla ronronear, pero evidentemente él no se contentó con ello. Respondió a sus palabras con hechos y los gemidos de Aki terminaron intercalándose con cada una de sus palabras.
No pudo evitar reírse al escuchar su excusa, pero tampoco fue capaz de contestarle en varios asaltos; en ese momento, era presa de sus manos y el resto de él. Habría sido muy fácil dejarse llevar, cerrar los ojos y simplemente disfrutar de la sensación, de todas y cada una de las sensaciones que la recorrían. Se mordió el labio por un instante, parpadeó durante un segundo quizá demasiado largo y lo siguiente que notó fue el frescor de la sábana bajo ella. Abrió los ojos en seguida, sonriendo con maldad.
- Estás loco si crees que tenerme debajo de ti va a mantenerme quieta.
Alzó las caderas antes que nada, su mirada clavada con intensidad en la de él, yendo a su encuentro con todo su ser. Combatiendo el fuego con fuego sin desfallecer, hundiéndose poco a poco en el placer que tan bien conocía y tanto adoraba. Le rodeó con sus piernas y apretó, trayéndole hacia ella. No iba a dejarle escapar, tampoco a dejar que se detuviera. Alzó una mano, dispuesta a arañarle el pecho hasta dejar su marca, pero cambió de parecer en el último instante. Sus dedos se cerraron con engañosa delicadeza alrededor de su garganta, presionando justo en el centro con ayuda del pulgar. Aki se relamió, observándole con atención y fortaleciendo poco a poco su agarre, sin disminuír el ritmo.
- Espero que sepas luchar bajo presión, querido.
En la sonrisa de Aki todavía podía verse el reflejo de la calma que inundaba todo su cuerpo. No obstante, las esquinas de sus labios de curvaban ligeramente, anunciando lo que estaba por venir. Nunca había sido capaz de mantener la travesura alejada de su rostro, mucho menos de su cuerpo. El descanso no duró mucho, pero fue bien aprovechado. No se quedaron del todo quietos. Se buscaban casi sin darse cuenta, a un paso ridículamente lento. Cada roce entre pieles electrizaba y hacía aumentar la tensión, acumulándola muy poco a poco. Aki se dejó caer sobre el pecho del dragón, regodeándose en lo bello que era el contraste de sus pieles. Arrastró los dientes por todo su cuello, hasta atrapar su oreja y morderla con algo de saña. Sabía que para él no era más que una caricia, pero eso no iba a impedirle dársela.
Se incorporó al sentir como algo acariciaba su centro, como una silenciosa petición de paso. Apoyándose en los hombros de su amante, se alzó para dejarle camino... y aprovechar para mirarle desde lo alto. Sus ojos relucían de deseo y en ese momento le parecieron la joya más hermosa. No una que pudiera poseer, pero desde luego más valiosa por ello. Solo contemplarle mientras la miraba en ese instante era suficiente para hacerla ronronear, pero evidentemente él no se contentó con ello. Respondió a sus palabras con hechos y los gemidos de Aki terminaron intercalándose con cada una de sus palabras.
No pudo evitar reírse al escuchar su excusa, pero tampoco fue capaz de contestarle en varios asaltos; en ese momento, era presa de sus manos y el resto de él. Habría sido muy fácil dejarse llevar, cerrar los ojos y simplemente disfrutar de la sensación, de todas y cada una de las sensaciones que la recorrían. Se mordió el labio por un instante, parpadeó durante un segundo quizá demasiado largo y lo siguiente que notó fue el frescor de la sábana bajo ella. Abrió los ojos en seguida, sonriendo con maldad.
- Estás loco si crees que tenerme debajo de ti va a mantenerme quieta.
Alzó las caderas antes que nada, su mirada clavada con intensidad en la de él, yendo a su encuentro con todo su ser. Combatiendo el fuego con fuego sin desfallecer, hundiéndose poco a poco en el placer que tan bien conocía y tanto adoraba. Le rodeó con sus piernas y apretó, trayéndole hacia ella. No iba a dejarle escapar, tampoco a dejar que se detuviera. Alzó una mano, dispuesta a arañarle el pecho hasta dejar su marca, pero cambió de parecer en el último instante. Sus dedos se cerraron con engañosa delicadeza alrededor de su garganta, presionando justo en el centro con ayuda del pulgar. Aki se relamió, observándole con atención y fortaleciendo poco a poco su agarre, sin disminuír el ritmo.
- Espero que sepas luchar bajo presión, querido.
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Arqueó una ceja cuando vio las uñas de Aki hendir su piel. No le hacían daño, pero el cosquilleo que precedió al camino pálido que dibujó en su blanca piel fue excitante, casi eléctrico. Se estiró todo lo que pudo para prolongar ese momento, pero no tardó mucho en llegar hasta su cuello y aferrarlo con delicadeza en un amago que lo hizo enternecer. No pudo evitar esbozar una sonrisa relajada, pero no hizo nada más. Nada.
Dejó que fuese ella quien se moviese durante un tiempo, manteniéndose estático ante la perspectiva. La pelirroja fortalecía su agarre poco a poco con todo el cuerpo, buscando más por sí misma con inusitada habilidad, pero todo frenó de golpe cuando Dexter cayó sobre ella. Su brazo se dobló, separando tan solo esa pequeña mano los cuellos de ambos mientras el dragón buscaba a tientas con la nariz los oídos del demonio.
- Deberías pensar otra forma -le susurró antes de pasarle un brazo por la cintura, haciendo que sus caderas chocasen con fuerza.
Con la mano libre se apoyó sobre la cama y a la cuenta mental de tres se irguió, llevándose con él a la pirata. Él, de rodillas sobre la cama, besó el pecho de Aki mientras la obligaba a moverse muy lentamente, sin dejar de mirarla ni por un instante. Tenía la sensación de que si parpadeaba al abrir los ojos ya no estaría allí, así que mantuvo contacto visual todo lo que pudo hasta que la pasión venció el miedo y se hundió de lleno en ella.
Besó cada rincón entre sus pechos mientras dejaba a sus uñas caer en cascada por debajo de su cabello. Dejó surcos blanquecinos desde los hombros hasta las caderas, clavando sus garras en ellas hasta rozar su umbral hasta que, finalmente, la clavó sobre él, emergiendo para robarle un profundo beso.
Dejó que fuese ella quien se moviese durante un tiempo, manteniéndose estático ante la perspectiva. La pelirroja fortalecía su agarre poco a poco con todo el cuerpo, buscando más por sí misma con inusitada habilidad, pero todo frenó de golpe cuando Dexter cayó sobre ella. Su brazo se dobló, separando tan solo esa pequeña mano los cuellos de ambos mientras el dragón buscaba a tientas con la nariz los oídos del demonio.
- Deberías pensar otra forma -le susurró antes de pasarle un brazo por la cintura, haciendo que sus caderas chocasen con fuerza.
Con la mano libre se apoyó sobre la cama y a la cuenta mental de tres se irguió, llevándose con él a la pirata. Él, de rodillas sobre la cama, besó el pecho de Aki mientras la obligaba a moverse muy lentamente, sin dejar de mirarla ni por un instante. Tenía la sensación de que si parpadeaba al abrir los ojos ya no estaría allí, así que mantuvo contacto visual todo lo que pudo hasta que la pasión venció el miedo y se hundió de lleno en ella.
Besó cada rincón entre sus pechos mientras dejaba a sus uñas caer en cascada por debajo de su cabello. Dejó surcos blanquecinos desde los hombros hasta las caderas, clavando sus garras en ellas hasta rozar su umbral hasta que, finalmente, la clavó sobre él, emergiendo para robarle un profundo beso.
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Se revolvían el uno contra el otro en olas, a cada cual más apasionada. Pasó de estar sobre él a besar el colchón con la espalda, pero recibió el embate con alegría. Cada movimiento parecía orquestado, nadie hubiera dicho que era la primera vez que compartían lecho. Al compás, persiguiéndose el uno al otro con dicha y ansia, no tardaron en acabar sudados y, si bien no exhaustos, sí satisfechos. De momento.
La pirata se dejó caer sin remilgos sobre el pecho del dragón, luchando por recuperar el aliento. Cada beso dado en la última hora se arremolinaba en su memoria pugnando por atención, pero ninguno era tan real como el calor de la piel debajo de ella. No tenía claro quién había hecho ondear la bandera blanca primero, pero sospechaba que había sido ella. Sabía que él le había seguido de cerca. Se habían abrazado hasta casi hacerse daño, resistiendo juntos la última explosión. Había tardado un poco en abrir los ojos después de aquello y para cuando lo hizo, el yonkou estaba a su lado derretido contra las almohadas. Escaló un poco hasta apoyarse en su pecho y en esas se encontraba. Respirando. Recuperando el sentido del tiempo, o como mínimo del presente.
Estuvieron un rato en silencio, intercambiando alguna que otra caricia perezosa aquí y allá. Se estaba muy a gusto. De repente, sin embargo, un sonido rompió la calma. Bajito, sutil y sin embargo demandante. La pelirroja esbozó una pequeña sonrisa y rodó sobre sí misma. Todavía sobre el pecho del hombre, jugueteó con un mechón de su pelo y le preguntó:
-Y dime, oh poderoso Yonkou, ¿es posible que tengas algo de comer en tu impresionante fortaleza?
Había un rastro de burla en sus ojos, pero sonreía con sinceridad. Esperaba de corazón que no le echase en seguida, aunque no parecía el tipo de persona que haría eso. Tenía hambre y comer sola después de tanto ejercicio no era bueno para la digestión.
La pirata se dejó caer sin remilgos sobre el pecho del dragón, luchando por recuperar el aliento. Cada beso dado en la última hora se arremolinaba en su memoria pugnando por atención, pero ninguno era tan real como el calor de la piel debajo de ella. No tenía claro quién había hecho ondear la bandera blanca primero, pero sospechaba que había sido ella. Sabía que él le había seguido de cerca. Se habían abrazado hasta casi hacerse daño, resistiendo juntos la última explosión. Había tardado un poco en abrir los ojos después de aquello y para cuando lo hizo, el yonkou estaba a su lado derretido contra las almohadas. Escaló un poco hasta apoyarse en su pecho y en esas se encontraba. Respirando. Recuperando el sentido del tiempo, o como mínimo del presente.
Estuvieron un rato en silencio, intercambiando alguna que otra caricia perezosa aquí y allá. Se estaba muy a gusto. De repente, sin embargo, un sonido rompió la calma. Bajito, sutil y sin embargo demandante. La pelirroja esbozó una pequeña sonrisa y rodó sobre sí misma. Todavía sobre el pecho del hombre, jugueteó con un mechón de su pelo y le preguntó:
-Y dime, oh poderoso Yonkou, ¿es posible que tengas algo de comer en tu impresionante fortaleza?
Había un rastro de burla en sus ojos, pero sonreía con sinceridad. Esperaba de corazón que no le echase en seguida, aunque no parecía el tipo de persona que haría eso. Tenía hambre y comer sola después de tanto ejercicio no era bueno para la digestión.
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Había sido... intenso. No contó los minutos, ni tampoco las horas, pero pese a estar hecho al esfuerzo aquello lo había dejado derrengado. Se tiró sobre las almohadas cuando la calma cayó tras la tormenta, suspirando con los ojos abiertos de par en par y una sonrisa de oreja a oreja. Todo su cuerpo estaba en una especie de tensión que se rompió cuando terminó de resoplar y la pelirroja se ovilló sobre su pecho.
Era cálida al tacto, y suave. Él era frío y sus manos curtidas de trabajar madera y metal, pero no parecían molestarle las caricias al gato que ronroneaba bajo su brazo. Recorrió su costado con los dedos, paseando con las yemas cada rincón y a momentos preguntándose cuándo querría aquel demonio un segundo asalto. Estaba seguro de poder soportarlo, pero no estaba en las condiciones idóneas para hacerlo y, aunque la deseaba, su cuerpo también tenía otras necesidades más apremiantes que, a juzgar por el poco decoroso -aunque extrañamente excitante, de alguna forma- rugido que provenía de su vientre. Más concretamente y en ese preciso instante, de su estómago.
- Estoy acariciando mi comida justo en este preciso instante -contestó, llevándola sobre él e irguiéndose en el acto-. Pero seguro que quieres algo que podamos compartir.
Le robó un beso y se fundieron en un abrazo que, de no haberlo cortado de forma algo abrupta, seguramente habría terminado en la cama más deshecha todavía. Por suerte o por desgracia reaccionó a tiempo y la dejó en la cama con una sonrisa traviesa.
Se escabulló de entre sus piernas con cierta burla y algo de tristeza. Al darse la vuelta volvió a creer que era un sueño, pero notó sus manos calientes en la espalda mientras comenzaban a rodear su pecho. Aunque se descolgó deprisa Dexter llegó a rozar su mano antes de seguir hasta la cocina y empezar a sacar trastos: Un par de sartenes, una gofrera, una olla, varios cuchillos con los que empezó a hacer malabares... No duró mucho, y rebotaron sobre su cuerpo antes de que pudiese recogerlos al vuelo, pero todo estaba listo para lo que quería preparar.
- Estás de suerte, esta receta me la enseñó un amigo hace mucho tiempo. La creó él y soy el único que la recuerda a día de hoy.
Empezó a sacar especias de la despensa y un pavo de unos ocho kilos de su nevera. Había pensado en comérselo él solo, pero asumió que Aki tampoco le iba a robar la gran parte; aunque después de lo que había visto no lo tenía claro, era difícil que a la pelirroja le cupiese mucho. En cualquier caso había llegado a mejorar la receta de pollo a la pólvora de Midorima con un secreto único: No usar pólvora. Luego la había adaptado a un pavo de modo que, en el fondo, hacía un pavo especiado normal y corriente pero con algún que otro secretillo. Para eso estaban la mantequilla y las verduras varias que había cogido, además de las pequeñas patatas que se pelaban casi con mirarlas.
- ¿Y a ti te gusta cocinar? -preguntó, empezando a emborrachar el ave-. ¿O eres más de que te hagan la comida?
Era cálida al tacto, y suave. Él era frío y sus manos curtidas de trabajar madera y metal, pero no parecían molestarle las caricias al gato que ronroneaba bajo su brazo. Recorrió su costado con los dedos, paseando con las yemas cada rincón y a momentos preguntándose cuándo querría aquel demonio un segundo asalto. Estaba seguro de poder soportarlo, pero no estaba en las condiciones idóneas para hacerlo y, aunque la deseaba, su cuerpo también tenía otras necesidades más apremiantes que, a juzgar por el poco decoroso -aunque extrañamente excitante, de alguna forma- rugido que provenía de su vientre. Más concretamente y en ese preciso instante, de su estómago.
- Estoy acariciando mi comida justo en este preciso instante -contestó, llevándola sobre él e irguiéndose en el acto-. Pero seguro que quieres algo que podamos compartir.
Le robó un beso y se fundieron en un abrazo que, de no haberlo cortado de forma algo abrupta, seguramente habría terminado en la cama más deshecha todavía. Por suerte o por desgracia reaccionó a tiempo y la dejó en la cama con una sonrisa traviesa.
Se escabulló de entre sus piernas con cierta burla y algo de tristeza. Al darse la vuelta volvió a creer que era un sueño, pero notó sus manos calientes en la espalda mientras comenzaban a rodear su pecho. Aunque se descolgó deprisa Dexter llegó a rozar su mano antes de seguir hasta la cocina y empezar a sacar trastos: Un par de sartenes, una gofrera, una olla, varios cuchillos con los que empezó a hacer malabares... No duró mucho, y rebotaron sobre su cuerpo antes de que pudiese recogerlos al vuelo, pero todo estaba listo para lo que quería preparar.
- Estás de suerte, esta receta me la enseñó un amigo hace mucho tiempo. La creó él y soy el único que la recuerda a día de hoy.
Empezó a sacar especias de la despensa y un pavo de unos ocho kilos de su nevera. Había pensado en comérselo él solo, pero asumió que Aki tampoco le iba a robar la gran parte; aunque después de lo que había visto no lo tenía claro, era difícil que a la pelirroja le cupiese mucho. En cualquier caso había llegado a mejorar la receta de pollo a la pólvora de Midorima con un secreto único: No usar pólvora. Luego la había adaptado a un pavo de modo que, en el fondo, hacía un pavo especiado normal y corriente pero con algún que otro secretillo. Para eso estaban la mantequilla y las verduras varias que había cogido, además de las pequeñas patatas que se pelaban casi con mirarlas.
- ¿Y a ti te gusta cocinar? -preguntó, empezando a emborrachar el ave-. ¿O eres más de que te hagan la comida?
Aki D. Arlia
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Aki se rió entre dientes al escuchar su respuesta. Así que ahora era carne de dragón, ¿eh? Bueno, no le disgustaba. Para nada. Sus labios fueron tomados por asalto y volvieron a abrazarse. Le gustaba abrazarle. Sus cuerpos contrastaban de muchas formas. Color, forma, tamaño, textura… cada diferencia era una sorpresa a la que acostumbrarse y le gustaba la novedad. A pesar de ambos, rompieron el abrazo justo cuando el ambiente comenzaba a caldearse. Cerró los ojos un milisegundo, saboreando el deseo que todavía flotaba en el aire.
Se volvió a tiempo de seguirle con la vista mientras abandonaba la cama y caminaba hacia la cocina. Reconoció la burla en su expresión, pero al verle de espaldas se dio cuenta de que había algo más. No estaba segura de que era, pero estaba escrito en su forma de moverse. Quizá… ¿una vacilación? ¿algún temor del que no había hablado? Tampoco parecía nada serio, pero de todas formas no podía consentirlo. El demonio saltó de la cama y en menos de lo que se tarda en contarlo estaba detrás de él. Acarició su espalda con mimo, recorriendo con las yemas algunas de las cicatrices que comenzaba a saberse de memoria. Con un pequeño salto, se quedó flotando unos centímetros. Lo justo para llegar hasta sus hombros y poder acariciarle el pecho en un pequeño abrazo improvisado. Lo mantuvo unos segundos, pero le dejó ir al llegar a la cocina. Sus manos se rozaron, pero Aki ya estaba en el suelo.
Le observó al principio con curiosidad y después con escepticismo. Veía una gofrera, una sartén y una olla. Y lo peor de todo es que parecía tener intención de utilizarlo todo. La pelirroja se sentó sobre la encimera justo cuando él comenzó a sacar cuchillos. Hacía malabares y por un segundo todo eran sonrisas. Cuando el primero cayó, su primer instinto fue alargar la mano para evitar que se lo clavara. Rebotó, por supuesto. Igual que todos los demás. Recordó con quien estaba y quitó el brazo, algo avergonzada. Por suerte, el enorme pavo que sacó de la nevera le distrajo. Su estómago se manifestó también, demandando comida.
-¿No será demasiado? Espera, ¿qué hora es?
¿Era comida o cena? ¿Importaba? No recordaba la última vez que había comido pavo, pero estaba segurísima de que había sido un cacho y no uno entero. La joven nunca cocinaba tanta comida. Él decía que se trataba de una receta única. Alzando las rodillas y apoyando la cara en ellas, se relajó un poco y miró como comenzaba a preparar los ingredientes. Se puso algo roja cuando le preguntó si ella cocinaba, pero el pelo que enmarcaba su cara hacía un buen trabajo enmascarándola.
-No realmente. Puedo sobrevivir por mi cuenta, pero… - No era cocinar, pero robar comida técnicamente contaba como sobrevivir por su cuenta. Debería.- normalmente mi… la chica con la que viajo, cocina para ambas. Se le da muy bien. Aunque,- dijo mientras le brillaban los ojos. Estaba bastante ufana.- sé hacer unos huevos fritos increíbles.
Bajó de la encimera y le rodeó, cotilleando los preparativos más de cerca. Su pelo le rozaba los costados y ella casi cabía bajo su brazo al agacharse un poco. En serio, ¿para qué era la gofrera? ¿Iba a hacer gofres con el pavo? Quizá para esperar a que se cocinase. Hm. Puede que no fuera una mala idea.
-Si necesitas ayuda, otra cosa no, pero el cuchillo no se me da mal.
Omitió la parte en la que tardaba el doble que cualquiera a la hora de pelar o cortar algo en cachos iguales. Eso no solía ser necesario cuando el cuchillo lo utilizabas contra alguien y realmente lo que necesitaba la pelirroja era práctica. Mucha práctica que no tenía intención de adquirir.
Se volvió a tiempo de seguirle con la vista mientras abandonaba la cama y caminaba hacia la cocina. Reconoció la burla en su expresión, pero al verle de espaldas se dio cuenta de que había algo más. No estaba segura de que era, pero estaba escrito en su forma de moverse. Quizá… ¿una vacilación? ¿algún temor del que no había hablado? Tampoco parecía nada serio, pero de todas formas no podía consentirlo. El demonio saltó de la cama y en menos de lo que se tarda en contarlo estaba detrás de él. Acarició su espalda con mimo, recorriendo con las yemas algunas de las cicatrices que comenzaba a saberse de memoria. Con un pequeño salto, se quedó flotando unos centímetros. Lo justo para llegar hasta sus hombros y poder acariciarle el pecho en un pequeño abrazo improvisado. Lo mantuvo unos segundos, pero le dejó ir al llegar a la cocina. Sus manos se rozaron, pero Aki ya estaba en el suelo.
Le observó al principio con curiosidad y después con escepticismo. Veía una gofrera, una sartén y una olla. Y lo peor de todo es que parecía tener intención de utilizarlo todo. La pelirroja se sentó sobre la encimera justo cuando él comenzó a sacar cuchillos. Hacía malabares y por un segundo todo eran sonrisas. Cuando el primero cayó, su primer instinto fue alargar la mano para evitar que se lo clavara. Rebotó, por supuesto. Igual que todos los demás. Recordó con quien estaba y quitó el brazo, algo avergonzada. Por suerte, el enorme pavo que sacó de la nevera le distrajo. Su estómago se manifestó también, demandando comida.
-¿No será demasiado? Espera, ¿qué hora es?
¿Era comida o cena? ¿Importaba? No recordaba la última vez que había comido pavo, pero estaba segurísima de que había sido un cacho y no uno entero. La joven nunca cocinaba tanta comida. Él decía que se trataba de una receta única. Alzando las rodillas y apoyando la cara en ellas, se relajó un poco y miró como comenzaba a preparar los ingredientes. Se puso algo roja cuando le preguntó si ella cocinaba, pero el pelo que enmarcaba su cara hacía un buen trabajo enmascarándola.
-No realmente. Puedo sobrevivir por mi cuenta, pero… - No era cocinar, pero robar comida técnicamente contaba como sobrevivir por su cuenta. Debería.- normalmente mi… la chica con la que viajo, cocina para ambas. Se le da muy bien. Aunque,- dijo mientras le brillaban los ojos. Estaba bastante ufana.- sé hacer unos huevos fritos increíbles.
Bajó de la encimera y le rodeó, cotilleando los preparativos más de cerca. Su pelo le rozaba los costados y ella casi cabía bajo su brazo al agacharse un poco. En serio, ¿para qué era la gofrera? ¿Iba a hacer gofres con el pavo? Quizá para esperar a que se cocinase. Hm. Puede que no fuera una mala idea.
-Si necesitas ayuda, otra cosa no, pero el cuchillo no se me da mal.
Omitió la parte en la que tardaba el doble que cualquiera a la hora de pelar o cortar algo en cachos iguales. Eso no solía ser necesario cuando el cuchillo lo utilizabas contra alguien y realmente lo que necesitaba la pelirroja era práctica. Mucha práctica que no tenía intención de adquirir.
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Durante un rato siguió sacando un poco de todo de entre sus perfectamente ordenadas alacenas. Había organizado por grupos cada alimento en su despensa, y dentro de cada grupo había indizado alfabéticamente en horizontal y por aporte calórico en vertical. Además había aprocechado la profundidad de los armarios para añadir el factor "R.I.C.O.", según el cual, lo que estaba rico iba delante. No siempre ponía acrónimos para cada cosa. Aunque de tener uno sería "Realmente Interesante Cuestión de Orden". En cualquier caso se detuvo cuando tuvo todo, sacó un par de recipientes enormes y al menos una docena de huevos.
No medió palabra mientras miraba por un instante cada pieza del extraño puzzle que se había organizado sobre la isleta, como esperando que se montase solo de alguna forma. O al menos desde fuera podía verse así; en su mente, Dexter establecía la manera más óptima de proceder, y una vez tuvo una idea aproximada de qué quería hacer y en qué orden, comenzó por lo que más manchaba: La masa.
En ambos boles echó harina tras lavarse las manos, grandes cantidades de harina. Uno era para hacer un pan dulce que acompañase la comida, mientras que en el otro iba a preparar lo que decidió llamar "protogofres". Añadió leche, agua, aceite, un poco de azúcar y corrigió de sal. Echó huevo en ambos, aunque sensiblemente más en la masa de los gofres, y empezó a revolver ambas con las manos. Realmente la dulce era sensiblemente más líquida y habría podido hacerlo con una cuchara de madera, pero no se había dado cuenta hasta que ya fue demasiado tarde. Sin embargo, afortunadamente cuando estuvo bien revuelta pasó ambas manos a por el pan.
- Este es el toque maestro -mintió, limpiándose el "protogofre" con el "protopán", que lo absorbió fácilmente. Dexter no era un profesional de la cocina, pero siempre se le había dado bien trabajar entre fogones y seguramente de no haber nacido en la más insultante de las opulencias habría terminado mejorando su faceta de cheff.
La masa no se resintió, y tras amasarla con una pasión que nada tenía que envidiar a la que había compartido con la pelirroja terminó dejándola en paz. No podía resistir tanta al fin y al cabo, por lo que simplemente la movió a un bol lubricado donde podía levedar cubierta por un trapo. En poco más de una hora estaría listo para la segunda fase, pero había mucho que hacer hasta entonces.
Con la mano bajo el grifo caliente fue baremando una a una todas las verduras que pretendía limpiar y, con la misma cuchara que más tarde utilizaría para echar la masa en la gofrera, azotó a la pirata en las nalgas.
- Hay mucho que pelar, ¿A qué esperas? -la urgió con fingido reproche, antes de llevarse consigo una calabaza y un par de patatas. Tenía en mente un puré de muerte, y aunque el pavo era lo que más tardaría las verduras del relleno debían cocer un poco primero o estarían crudas por dentro cuando todo terminase.
Con mirada cómplice dio vueltas a una sartén por el mango, regalándole una sonrisa pícara a Aki mientras la dejaba sobre el fuego y encendía el hornillo para, inmediatamente después, echar mantequilla que poco a poco se fue derritiendo hasta parecer una suerte de aceite. Ahí debía ir la cebolla que, casi al instante, ya estaba picando. Luego iría el ajo.
No medió palabra mientras miraba por un instante cada pieza del extraño puzzle que se había organizado sobre la isleta, como esperando que se montase solo de alguna forma. O al menos desde fuera podía verse así; en su mente, Dexter establecía la manera más óptima de proceder, y una vez tuvo una idea aproximada de qué quería hacer y en qué orden, comenzó por lo que más manchaba: La masa.
En ambos boles echó harina tras lavarse las manos, grandes cantidades de harina. Uno era para hacer un pan dulce que acompañase la comida, mientras que en el otro iba a preparar lo que decidió llamar "protogofres". Añadió leche, agua, aceite, un poco de azúcar y corrigió de sal. Echó huevo en ambos, aunque sensiblemente más en la masa de los gofres, y empezó a revolver ambas con las manos. Realmente la dulce era sensiblemente más líquida y habría podido hacerlo con una cuchara de madera, pero no se había dado cuenta hasta que ya fue demasiado tarde. Sin embargo, afortunadamente cuando estuvo bien revuelta pasó ambas manos a por el pan.
- Este es el toque maestro -mintió, limpiándose el "protogofre" con el "protopán", que lo absorbió fácilmente. Dexter no era un profesional de la cocina, pero siempre se le había dado bien trabajar entre fogones y seguramente de no haber nacido en la más insultante de las opulencias habría terminado mejorando su faceta de cheff.
La masa no se resintió, y tras amasarla con una pasión que nada tenía que envidiar a la que había compartido con la pelirroja terminó dejándola en paz. No podía resistir tanta al fin y al cabo, por lo que simplemente la movió a un bol lubricado donde podía levedar cubierta por un trapo. En poco más de una hora estaría listo para la segunda fase, pero había mucho que hacer hasta entonces.
Con la mano bajo el grifo caliente fue baremando una a una todas las verduras que pretendía limpiar y, con la misma cuchara que más tarde utilizaría para echar la masa en la gofrera, azotó a la pirata en las nalgas.
- Hay mucho que pelar, ¿A qué esperas? -la urgió con fingido reproche, antes de llevarse consigo una calabaza y un par de patatas. Tenía en mente un puré de muerte, y aunque el pavo era lo que más tardaría las verduras del relleno debían cocer un poco primero o estarían crudas por dentro cuando todo terminase.
Con mirada cómplice dio vueltas a una sartén por el mango, regalándole una sonrisa pícara a Aki mientras la dejaba sobre el fuego y encendía el hornillo para, inmediatamente después, echar mantequilla que poco a poco se fue derritiendo hasta parecer una suerte de aceite. Ahí debía ir la cebolla que, casi al instante, ya estaba picando. Luego iría el ajo.
Aki D. Arlia
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Dios mío, la comida no dejaba de aumentar. Completó el paquete con dos recipientes enormes y una huevera entera. ¿De verdad necesitaban tanta comida? Cuando dijo que tenía hambre no insinuaba que necesitase un festín, se hubiera conformado con una hamburguesa.
-¿Intentas adelantar la comida de la semana? – Comentó medio en broma medio en serio.- Si no, creo que ya entiendo por qué has conseguido tantas cosas. Necesitas lo que produce una ciudad grande en una semana para alimentarte un día.
Lo cierto es que estaba un poco abrumada. La cocina no era su territorio y había tantas cosas diferentes que no tenía claro por dónde iba a empezar. Al parecer él tampoco, dado que se quedó mirando la cuidadosamente dispuesta montaña de ingredientes. ¿Quizá no se había decidido por una receta exacta todavía? No, enseguida se puso en marcha. Escéptica, Aki se quedó a su alrededor viendo lo que hacía.
Distinguió agua, leche, azúcar, sal y mucha harina. En cuestión de minutos, el hombre se hallaba tocando los bollos a dos manos. Habían aparecido casi de la nada y los amasaba con ahínco. De repente, los dejó ambos a parte en sendos boles tapados y pasó a las verduras. La pirata estaba concentrada en seguirle el ritmo a cada paso y el suave azote la pilló por sorpresa. No saltó, pero alzó los brazos por acto reflejo. ¿Mucho que pelar? Miró a su alrededor y tras un par de segundos de indecisión agarró una patata y un cuchillo.
Se apartó un poco antes de comenzar a pelarlas, para no mezclar las mondas con el resto de ingredientes. Su corte era algo lento e irregular pero al menos la piel estaba saliendo sin demasiados problemas. Lo hacía con cuidado, no quería estropearle la comida a Dexter, especialmente cuando se estaba esforzando tanto. Juzgó con ojo nada profesional el tubérculo terminado. ¿Había quitado demasiado? No, solo tenía una forma algo fea. Menos mal. Agarró varias y se dispuso a repetirlo el proceso con una paciencia que no tenía muy claro que le fuera a durar.
-Y dime… ¿cómo se llama esta receta? ¿quién te la pasó?
Acabó con las patatas. Había tardado seguramente bastante más de lo que lo hubiera hecho él, pero para ella no era una mala marca personal. Agarró lo siguiente que le pareció que necesitaba una buena peladura y se puso al tajo, algo más confiada. El lugar olía delicioso, a ajo y mantequilla. Su estómago volvió a rugir, pero los ruidos de la cocina lo ahogaron.
No pudo resistirlo. Dejó el cuchillo y en silencio se situó a la espalda de Dexter, cotilleando lo que había en la sartén con gula en la mirada.
-Eso huele muy bien… y no me refiero solo a ti.
-¿Intentas adelantar la comida de la semana? – Comentó medio en broma medio en serio.- Si no, creo que ya entiendo por qué has conseguido tantas cosas. Necesitas lo que produce una ciudad grande en una semana para alimentarte un día.
Lo cierto es que estaba un poco abrumada. La cocina no era su territorio y había tantas cosas diferentes que no tenía claro por dónde iba a empezar. Al parecer él tampoco, dado que se quedó mirando la cuidadosamente dispuesta montaña de ingredientes. ¿Quizá no se había decidido por una receta exacta todavía? No, enseguida se puso en marcha. Escéptica, Aki se quedó a su alrededor viendo lo que hacía.
Distinguió agua, leche, azúcar, sal y mucha harina. En cuestión de minutos, el hombre se hallaba tocando los bollos a dos manos. Habían aparecido casi de la nada y los amasaba con ahínco. De repente, los dejó ambos a parte en sendos boles tapados y pasó a las verduras. La pirata estaba concentrada en seguirle el ritmo a cada paso y el suave azote la pilló por sorpresa. No saltó, pero alzó los brazos por acto reflejo. ¿Mucho que pelar? Miró a su alrededor y tras un par de segundos de indecisión agarró una patata y un cuchillo.
Se apartó un poco antes de comenzar a pelarlas, para no mezclar las mondas con el resto de ingredientes. Su corte era algo lento e irregular pero al menos la piel estaba saliendo sin demasiados problemas. Lo hacía con cuidado, no quería estropearle la comida a Dexter, especialmente cuando se estaba esforzando tanto. Juzgó con ojo nada profesional el tubérculo terminado. ¿Había quitado demasiado? No, solo tenía una forma algo fea. Menos mal. Agarró varias y se dispuso a repetirlo el proceso con una paciencia que no tenía muy claro que le fuera a durar.
-Y dime… ¿cómo se llama esta receta? ¿quién te la pasó?
Acabó con las patatas. Había tardado seguramente bastante más de lo que lo hubiera hecho él, pero para ella no era una mala marca personal. Agarró lo siguiente que le pareció que necesitaba una buena peladura y se puso al tajo, algo más confiada. El lugar olía delicioso, a ajo y mantequilla. Su estómago volvió a rugir, pero los ruidos de la cocina lo ahogaron.
No pudo resistirlo. Dejó el cuchillo y en silencio se situó a la espalda de Dexter, cotilleando lo que había en la sartén con gula en la mirada.
-Eso huele muy bien… y no me refiero solo a ti.
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- La de la pasada -respondió-. No suelo comer muy a menudo.
El cuchillo bajaba y subía con contundencia, cortando cada cebolla en pequeños cuadraditos y los ajos en finas láminas que se curvaban como pétalos de rosa. Los reservó y cuando llevaba seis cebollas dejó que cayesen sobre la mantequilla, que crepitó con un sonoro rugido. Casi al instante bajó el fuego mientras con la otra mano partía a la mitad la calabaza, provocando un ruido sordo sobre la tabla de madera. Afortunadamente él mismo había tratado casi toda la cocina para evitar que en un descuido su fuerza la destrozara accidentalmente y, sin darle mayor importancia, la cortó en cuartos para poder vaciarla más cómodamente, dejando también taquitos casi perfectamente cúbicos.
- El cocinero de mi banda, Midorima -respondió, sin dejar de atender a cada uno de sus quehaceres y enchufando la gofrera a una toma de corriente-, era un artista. En el mal sentido, claro, hacía unas cosas que no había por dónde cogerlas. Esta es mi interpretación de su receta magistral, el pollo a la pólvora. Solo que es un pavo y sin pólvora, así que debería buscarle otro nombre... No sé, tal vez pavo relleno. Pero bueno, a mí me sigue gustando darle un pequeño homenaje al pelolechuga, así que mejor pollo a la pólvora. -abrió los brazos de par en par, como si enmarcase un título-. ¡Una comida explosiva!
Sin más que decir volvió manos a la obra, lavando verduras en un escurridor bajo el agua sin dejar de prestar atención a la cebolla, que poco a poco iba soltando agua hasta volverse transparente, aunque todavía le quedaba un rato hasta poder añadir el ajo. Pero el pimiento y la calabaza, también la zanahoria, podía ir pasándolos ya por la segunda sartén, cosa que empezó a hacer mientras hacía un hueco bajo su brazo a la pelirroja.
- Sin duda huele muy apetecible -contestó él, posando la nariz sobre su cabello e inspirando profundamente-. Ahora quítate de mi vista antes de que apague este fuego y encienda otro.
No perdió la oportunidad de acariciar todo su costado con las yemas de los dedos antes de dejarla ir, pero recuperó la compostura e hizo como si no pasara nada. Se centró pues en el pavo que, aunque se suponía ya estaba destripado, siempre le quedaban un par de restos dentro. Pulmones, riñones y alguna que otra víscera fueron sacados y arrojados a un incinerador que se ocultaba en medio de la isleta, pasando a quitarle las pocas plumas que tenía el ave aún -la mayoría eran cálamos sueltos, pero no debía obviarlas, y también le quitó los pliegues de piel que sobraban cerca del cuello y el... Bueno, el culo por el que acababa de meter el puño.
- Supongo que hay pocas cosas menos eróticas que ver a alguien violar un pavo muerto, y estoy seguro de que Midorima estaría en varias -comentó, más para sí mismo, en voz alta, mientras terminaba de limpiar el animal y se lo llevaba a la pileta para darle un pequeño baño que lavase los restos de sangre tanto dentro como fuera-. Bueno, visto para sentencia.
Aprovechó para lavarse el brazo también, que empezaba a sentirse sucio.
El cuchillo bajaba y subía con contundencia, cortando cada cebolla en pequeños cuadraditos y los ajos en finas láminas que se curvaban como pétalos de rosa. Los reservó y cuando llevaba seis cebollas dejó que cayesen sobre la mantequilla, que crepitó con un sonoro rugido. Casi al instante bajó el fuego mientras con la otra mano partía a la mitad la calabaza, provocando un ruido sordo sobre la tabla de madera. Afortunadamente él mismo había tratado casi toda la cocina para evitar que en un descuido su fuerza la destrozara accidentalmente y, sin darle mayor importancia, la cortó en cuartos para poder vaciarla más cómodamente, dejando también taquitos casi perfectamente cúbicos.
- El cocinero de mi banda, Midorima -respondió, sin dejar de atender a cada uno de sus quehaceres y enchufando la gofrera a una toma de corriente-, era un artista. En el mal sentido, claro, hacía unas cosas que no había por dónde cogerlas. Esta es mi interpretación de su receta magistral, el pollo a la pólvora. Solo que es un pavo y sin pólvora, así que debería buscarle otro nombre... No sé, tal vez pavo relleno. Pero bueno, a mí me sigue gustando darle un pequeño homenaje al pelolechuga, así que mejor pollo a la pólvora. -abrió los brazos de par en par, como si enmarcase un título-. ¡Una comida explosiva!
Sin más que decir volvió manos a la obra, lavando verduras en un escurridor bajo el agua sin dejar de prestar atención a la cebolla, que poco a poco iba soltando agua hasta volverse transparente, aunque todavía le quedaba un rato hasta poder añadir el ajo. Pero el pimiento y la calabaza, también la zanahoria, podía ir pasándolos ya por la segunda sartén, cosa que empezó a hacer mientras hacía un hueco bajo su brazo a la pelirroja.
- Sin duda huele muy apetecible -contestó él, posando la nariz sobre su cabello e inspirando profundamente-. Ahora quítate de mi vista antes de que apague este fuego y encienda otro.
No perdió la oportunidad de acariciar todo su costado con las yemas de los dedos antes de dejarla ir, pero recuperó la compostura e hizo como si no pasara nada. Se centró pues en el pavo que, aunque se suponía ya estaba destripado, siempre le quedaban un par de restos dentro. Pulmones, riñones y alguna que otra víscera fueron sacados y arrojados a un incinerador que se ocultaba en medio de la isleta, pasando a quitarle las pocas plumas que tenía el ave aún -la mayoría eran cálamos sueltos, pero no debía obviarlas, y también le quitó los pliegues de piel que sobraban cerca del cuello y el... Bueno, el culo por el que acababa de meter el puño.
- Supongo que hay pocas cosas menos eróticas que ver a alguien violar un pavo muerto, y estoy seguro de que Midorima estaría en varias -comentó, más para sí mismo, en voz alta, mientras terminaba de limpiar el animal y se lo llevaba a la pileta para darle un pequeño baño que lavase los restos de sangre tanto dentro como fuera-. Bueno, visto para sentencia.
Aprovechó para lavarse el brazo también, que empezaba a sentirse sucio.
Aki D. Arlia
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¿Llevaba sin comer desde la semana pasada? Se le quedó mirando por un momento y enseguida decidió que le creía. Raro, pero no descabellado. Una tragedia, eso sí. Y una gran razón para hacer tanta comida.
Le vio partir una calabaza a la mitad con la mano, pero antes de que pudiera decir nada comenzó a hablar y la atención de la pelirroja fue reclamada. Sonrió ante la historia. ¿Pelolechuga? No había mucha gente con el pelo verde, le gustaba el mote. Parecía tenerle cariño, a pesar de sus escasas dotes culinarias. Al menos aportaba buenas ideas, a juzgar por los olores de la sartén.
Por un segundo, pareció haberle distraído. Su nariz le hizo cosquillas en el pelo y sus dedos le acariciaron el costado todavía desnudo, pero en seguida fue apartada. Haciéndole caso en un principio, la súcubo se quedó a su lado mientras le veía… pelear, con el pavo.
-¿Seguro? No creo que puedas cocinar todo esto con un único fuego.
El espectáculo con el animal era más truculento de lo que había imaginado. Había muchas partes pequeñitas que quitar y retocar, pero él lo hacía de forma mecánica y bastante segura. Se alegró de ver que iba a lavar tanto al bicho como a si mismo y se rió entre dientes al escucharle.
-Dios mío, suena a que es todo un personaje. ¿Son así todos tus amigos?
Una vez regresó limpito y fresco, la pirata comenzó a tramar cosas. Tenía que entretenerse de alguna manera mientras todo se cocinaba, al fin y al cabo. Con las manos cruzadas apoyadas en la encimera, a la vista del yonkou, hizo aparecer su cola de demonio en silencio. Con delicadeza, la posó en su nuca y le recorrió toda la espalda, justo por el centro, hasta acabar dándole un pequeño azote en la nalga izquierda.
-Y… ¿cuál es el siguiente paso? – Comentó tranquilamente.
Le vio partir una calabaza a la mitad con la mano, pero antes de que pudiera decir nada comenzó a hablar y la atención de la pelirroja fue reclamada. Sonrió ante la historia. ¿Pelolechuga? No había mucha gente con el pelo verde, le gustaba el mote. Parecía tenerle cariño, a pesar de sus escasas dotes culinarias. Al menos aportaba buenas ideas, a juzgar por los olores de la sartén.
Por un segundo, pareció haberle distraído. Su nariz le hizo cosquillas en el pelo y sus dedos le acariciaron el costado todavía desnudo, pero en seguida fue apartada. Haciéndole caso en un principio, la súcubo se quedó a su lado mientras le veía… pelear, con el pavo.
-¿Seguro? No creo que puedas cocinar todo esto con un único fuego.
El espectáculo con el animal era más truculento de lo que había imaginado. Había muchas partes pequeñitas que quitar y retocar, pero él lo hacía de forma mecánica y bastante segura. Se alegró de ver que iba a lavar tanto al bicho como a si mismo y se rió entre dientes al escucharle.
-Dios mío, suena a que es todo un personaje. ¿Son así todos tus amigos?
Una vez regresó limpito y fresco, la pirata comenzó a tramar cosas. Tenía que entretenerse de alguna manera mientras todo se cocinaba, al fin y al cabo. Con las manos cruzadas apoyadas en la encimera, a la vista del yonkou, hizo aparecer su cola de demonio en silencio. Con delicadeza, la posó en su nuca y le recorrió toda la espalda, justo por el centro, hasta acabar dándole un pequeño azote en la nalga izquierda.
-Y… ¿cuál es el siguiente paso? – Comentó tranquilamente.
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- La verdad es que fue un buen amigo -contestó, dejando el animal sobre una bandeja y comenzaba a especiarlo-. No todos son como él. Pero también te digo que menos mal, porque llega a haberlos y esto más que una banda parecería una guardería. Aunque, también te digo, al final cuando la gente deja de necesitarte siempre deja una extraña sensación de vacío y resulta incómodo; es como si de pronto te faltase algo, como... No sé explicarlo, la verdad. Conozco gente muy rara, pero cuando empiezas a verlos desaparecer o morir siempre quieres volver atrás y llevar una vida más normal. Otras veces, sin embargo... -Miró hacia la pelirroja-. Las repetiría para siempre.
Puso el horno a precalentar a muy baja temperatura, dejando que se tomase su tiempo, y sacó tanto una jeringuilla como una botella de su mejor coñac. En realidad, una de las botellas de su único coñac: Tres Coronas era un licor de sabor intenso pero suave en el paladar, perfecto para inyectar en cada fibra del animal. Sus veinticinco años en barrica lo hacían un bien muy preciado, y dado que no era muy amante del coñac solo gastaba una tacita de té -a veces dos- cuando hidrataba el ave. Con la cocción el alcohol se evaporaría casi por completo, aunque dejaría ese toque a madera que sentaba tan bien en paladar.
- Bueno, ahora hasta que esté la verdura estamos...
Calló de pleno. La perspectiva del demonio mirándolo con esos ojos relampagueantes era si cabe más intimidante viendo la escena completa: Pirata contra pirata, ella mantenía las manos apoyadas delicadamente contra la encimera, cruzadas entre sí enfatizando su estilizado cuerpo y unos pechos hermosos; pero lo que lo hizo estremecer fue la cola puntiaguda de Aki cayendo por su espalda hasta darle un pequeño azote.
Parpadeó por un momento, incrédulo, antes de mirarla detenidamente por unos segundos. No medió palabra cuando le dio la espalda, tan solo se acercó a la gofrera y se aseguró de dejarla desenchufada antes de, sin darle tiempo a reaccionar, se abalanzó sobre ella. Con más entusiasmo del que tal vez necesitaba elevó con ambas manos a la chica y la dejó sobre la encimera, mirando contra él. La habría besado, y de hecho lo hizo, pero no en los labios. Se lanzó contra su cuello y lo recorrió con la boca y con los dientes, dibujando un collar de mordiscos que se desdibujó entre su escote, por el que bajó sin contemplaciones hasta llegar a su ombligo... Y entonces se detuvo. Las verduras.
- No puedo dejar que se quemen -se disculpó-. Si me das un momento...
Revolvió un poco hasta asegurarse de que todo iba bien, bajando el fuego hasta un mínimo para que se cocinasen lentamente, con calma. Toda la calma que no tuvo antes de subirse él también al mármol, obligándola a tirarse sobre la isla.
Puso el horno a precalentar a muy baja temperatura, dejando que se tomase su tiempo, y sacó tanto una jeringuilla como una botella de su mejor coñac. En realidad, una de las botellas de su único coñac: Tres Coronas era un licor de sabor intenso pero suave en el paladar, perfecto para inyectar en cada fibra del animal. Sus veinticinco años en barrica lo hacían un bien muy preciado, y dado que no era muy amante del coñac solo gastaba una tacita de té -a veces dos- cuando hidrataba el ave. Con la cocción el alcohol se evaporaría casi por completo, aunque dejaría ese toque a madera que sentaba tan bien en paladar.
- Bueno, ahora hasta que esté la verdura estamos...
Calló de pleno. La perspectiva del demonio mirándolo con esos ojos relampagueantes era si cabe más intimidante viendo la escena completa: Pirata contra pirata, ella mantenía las manos apoyadas delicadamente contra la encimera, cruzadas entre sí enfatizando su estilizado cuerpo y unos pechos hermosos; pero lo que lo hizo estremecer fue la cola puntiaguda de Aki cayendo por su espalda hasta darle un pequeño azote.
Parpadeó por un momento, incrédulo, antes de mirarla detenidamente por unos segundos. No medió palabra cuando le dio la espalda, tan solo se acercó a la gofrera y se aseguró de dejarla desenchufada antes de, sin darle tiempo a reaccionar, se abalanzó sobre ella. Con más entusiasmo del que tal vez necesitaba elevó con ambas manos a la chica y la dejó sobre la encimera, mirando contra él. La habría besado, y de hecho lo hizo, pero no en los labios. Se lanzó contra su cuello y lo recorrió con la boca y con los dientes, dibujando un collar de mordiscos que se desdibujó entre su escote, por el que bajó sin contemplaciones hasta llegar a su ombligo... Y entonces se detuvo. Las verduras.
- No puedo dejar que se quemen -se disculpó-. Si me das un momento...
Revolvió un poco hasta asegurarse de que todo iba bien, bajando el fuego hasta un mínimo para que se cocinasen lentamente, con calma. Toda la calma que no tuvo antes de subirse él también al mármol, obligándola a tirarse sobre la isla.
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Aki calló mientras le escuchaba. Entendía muy bien de qué le estaba hablando. Había gente a la que habrías dado todo por proteger y, sin embargo, en el momento de la verdad no había que hacer. No estabas en el lugar adecuado, no sabías lo que estaba ocurriendo, no podías actuar. Y descubrir días, semanas o meses después que esas personas ya no estaban… destrozaría a cualquiera. Le puso una mano en el antebrazo, pero aunque sonreía no le miró a la cara.
- Al menos tenemos el lujo de haberles conocido.
La frase era optimista, pero en el reverso de cada letra estaba escrito un sutil clamor de amargura. Sacudió un poco la cabeza, meneando la cascada pelirroja que la coronaba a su alrededor y con ella parecieron diluirse los malos pensamientos. Frunció el ceño al ver que Dexter sacaba una jeringuilla y se lo quedó mirando mientras inyectaba el ave con el alcohol.
- ¿Eso es normal?
Olía de rechupete, pero también era una estampa bastante bizarra. Nunca había visto nada parecido y la concentración del pirata la sorprendía. De hecho, la entretenía. No pudo resistirse a romperla y en el momento en que le escuchó detenerse a mitad de una frase supo que había tenido éxito. Se mordió el labio para ahogar una risa. Él le dio la espalda por un segundo, pero la pirata sabía que solo era una fachada. Cuando se dio la vuelta y le saltó encima sonrió con ganas y le recibió con los brazos abiertos. Un calculado movimiento de hombros dejó su cuello al descubierto, listo para ser atrapado. Jadeó al sentir sus labios y cerró los ojos para disfrutar del momento. Aferró el pelo del dragón entre sus puños, sin tirar, solo presionándole contra sí misma.
Asistió con expectación al viaje que iba haciendo por su cuerpo, inspeccionando la piel entre su cuello y su ombligo en meticuloso orden. Cada mordisco le ponía la piel de gallina y cada caricia era recompensada con un arañazo en su espalda. Y, de repente, paró. La pelirroja abrió los ojos llenos de deseo y los clavó en Dexter, alzando una ceja ante su explicación. Ella tampoco quería que se quemaran, pero en cuanto regresase iba a causar un incendio.
Los segundos pasaron mientras la tensión aumentaba más y más en la pequeña cocina. Aki se relamió, anticipando el momento en que el cocinero regresase a por su primer plato. En cuanto hizo el primer movimiento, estuvo preparada. Saltó a por ella y la tiró contra el mármol, pero lo recibió con entusiasmo. Su cola se enredó alrededor de la cintura del Yonkou y lo atrajo hasta ella mientras iba al alcance de su boca. Le besó con dulzura y ardor intenso, tomando su cara entre las palmas con una suavidad que contrastaba con la situación. A ella le gustaba el contraste. Le mordió el labio y le arañó una mejilla un segundo antes de apartarse. No mucho, claro. Estaba encerrada entre el mármol, sus brazos y su cara. Por descontado, no tenía intención de apartarse. Se le quedó mirando fijamente, algo sonrojada y muy sonriente.
- Vaya… parece que los dos tenemos hambre.
- Al menos tenemos el lujo de haberles conocido.
La frase era optimista, pero en el reverso de cada letra estaba escrito un sutil clamor de amargura. Sacudió un poco la cabeza, meneando la cascada pelirroja que la coronaba a su alrededor y con ella parecieron diluirse los malos pensamientos. Frunció el ceño al ver que Dexter sacaba una jeringuilla y se lo quedó mirando mientras inyectaba el ave con el alcohol.
- ¿Eso es normal?
Olía de rechupete, pero también era una estampa bastante bizarra. Nunca había visto nada parecido y la concentración del pirata la sorprendía. De hecho, la entretenía. No pudo resistirse a romperla y en el momento en que le escuchó detenerse a mitad de una frase supo que había tenido éxito. Se mordió el labio para ahogar una risa. Él le dio la espalda por un segundo, pero la pirata sabía que solo era una fachada. Cuando se dio la vuelta y le saltó encima sonrió con ganas y le recibió con los brazos abiertos. Un calculado movimiento de hombros dejó su cuello al descubierto, listo para ser atrapado. Jadeó al sentir sus labios y cerró los ojos para disfrutar del momento. Aferró el pelo del dragón entre sus puños, sin tirar, solo presionándole contra sí misma.
Asistió con expectación al viaje que iba haciendo por su cuerpo, inspeccionando la piel entre su cuello y su ombligo en meticuloso orden. Cada mordisco le ponía la piel de gallina y cada caricia era recompensada con un arañazo en su espalda. Y, de repente, paró. La pelirroja abrió los ojos llenos de deseo y los clavó en Dexter, alzando una ceja ante su explicación. Ella tampoco quería que se quemaran, pero en cuanto regresase iba a causar un incendio.
Los segundos pasaron mientras la tensión aumentaba más y más en la pequeña cocina. Aki se relamió, anticipando el momento en que el cocinero regresase a por su primer plato. En cuanto hizo el primer movimiento, estuvo preparada. Saltó a por ella y la tiró contra el mármol, pero lo recibió con entusiasmo. Su cola se enredó alrededor de la cintura del Yonkou y lo atrajo hasta ella mientras iba al alcance de su boca. Le besó con dulzura y ardor intenso, tomando su cara entre las palmas con una suavidad que contrastaba con la situación. A ella le gustaba el contraste. Le mordió el labio y le arañó una mejilla un segundo antes de apartarse. No mucho, claro. Estaba encerrada entre el mármol, sus brazos y su cara. Por descontado, no tenía intención de apartarse. Se le quedó mirando fijamente, algo sonrojada y muy sonriente.
- Vaya… parece que los dos tenemos hambre.
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- Al menos en mi pueblo lo hacemos así -había atajado, masajeando la piel hendida tras la inyección-. El alcohol se perderá, pero los jugos quedarán dentro de la carne evitando que se seque.
¿Pero a quién le importaba el pavo ya? Estaba sobre ella, besándola mientras sus palmas le acariciaban sutilmente la cara. Se le escapó algún arañazo y trató de morderle el labio varias veces, pero tan solo consiguió que él tratase de devolverle el golpe. Por un momento el olor de la cebolla, los aromas de las sartenes y el pavo desaparecieron. No había tarima, ni mármol; ni siquiera existía nada que no fuesen ellos dos. Estaban envueltos por una atmósfera ardiente e impermeable: Nada podía distraerlos mientras sus labios pugnaban uno contra el otro; no había más hambre que su apetito voraz, ni más cocina que lo que ambos preparaban caricia tras caricia.
Rodaron sobre sí mismos una, dos y hasta tres veces. Cayeron contra el suelo de madera, pero apenas se inmutaron. Dexter seguía sobre Aki, pero Aki parecía ejercer un control cautivador sobre Dexter. Sus manos se entrelazaban dedo a dedo, yema a yema, y se fundían mientras dibujaban ángeles en la nieve... Solo que no había nieve.
Los muslos de la pelirroja resbalaron, así también las rodillas del dragón. Poco a poco se iban estirando y relajando, forzándose entre juegos más y menos pueriles, con caricias que terminaban donde no debían y lugares indebidos que eran acariciados, a veces con más intensidad de la que habrían podido esperar. El Príncipe había despertado, pero cuando en un segundo todo cambió aquel cuento se rompió en mil pedazos: Acababa de sonar el horno.
- Lo siento -se disculpó, levantándose como pudo, no sin asegurarse de juguetear lo máximo mientras lo hacía. Notó cómo se deslizaba y el magnetismo que ejercía, pero aun así evitó aquel fatídico canto de sirena.
Abrió el horno e introdujo la bandeja con el pavo, dejando una temperatura de apenas ciento cinco grados. Podría haberla subido a ciento veinte o incluso treinta para una cocción relativamente rápida, pero si podía esperar tres horas podía aguantar cinco, o seis, mientras la comida se iba haciendo. Si total, entretenimiento era una de las cosas que sobraban en ese lugar.
Tras dejar el ave en su nuevo nido volvió a encarar los gofres, enchufando de nuevo la máquina y aprovechando que el calor aún no se había ido del todo. Revolvió las verduras y se acordó, de pronto, de su error: ¡No había rellenado el pavo!
Evitó alarmarse; el relleno ya casi estaba, y bien pensado demasiado tiempo en el horno podía hacer de la verdura poco más que una pasta irreconocible. Algo que, bien pensado, pasaría igual si lo dejaba en la sartén, así que sacó el puñetero pavo y lo rellenó oficiosamente antes de coser el recto al bicho. Si Aki no sabía de cocina, seguramente la escena parecería incluso más loca que antes. Pero en vez de centrarse en eso una vez acabó aquello lo dejó de vuelta en el horno y se preparó para los primeros gofres de la... ¿Noche? ¿Día? No sabía cuánto había pasado ya, aunque se le estaba haciendo corto. Visto desde fuera seguro que estaba siendo más largo que un día sin pan, pero a él se le hacía corto y todavía quedaba mucha jornada por delante.
¿Pero a quién le importaba el pavo ya? Estaba sobre ella, besándola mientras sus palmas le acariciaban sutilmente la cara. Se le escapó algún arañazo y trató de morderle el labio varias veces, pero tan solo consiguió que él tratase de devolverle el golpe. Por un momento el olor de la cebolla, los aromas de las sartenes y el pavo desaparecieron. No había tarima, ni mármol; ni siquiera existía nada que no fuesen ellos dos. Estaban envueltos por una atmósfera ardiente e impermeable: Nada podía distraerlos mientras sus labios pugnaban uno contra el otro; no había más hambre que su apetito voraz, ni más cocina que lo que ambos preparaban caricia tras caricia.
Rodaron sobre sí mismos una, dos y hasta tres veces. Cayeron contra el suelo de madera, pero apenas se inmutaron. Dexter seguía sobre Aki, pero Aki parecía ejercer un control cautivador sobre Dexter. Sus manos se entrelazaban dedo a dedo, yema a yema, y se fundían mientras dibujaban ángeles en la nieve... Solo que no había nieve.
Los muslos de la pelirroja resbalaron, así también las rodillas del dragón. Poco a poco se iban estirando y relajando, forzándose entre juegos más y menos pueriles, con caricias que terminaban donde no debían y lugares indebidos que eran acariciados, a veces con más intensidad de la que habrían podido esperar. El Príncipe había despertado, pero cuando en un segundo todo cambió aquel cuento se rompió en mil pedazos: Acababa de sonar el horno.
- Lo siento -se disculpó, levantándose como pudo, no sin asegurarse de juguetear lo máximo mientras lo hacía. Notó cómo se deslizaba y el magnetismo que ejercía, pero aun así evitó aquel fatídico canto de sirena.
Abrió el horno e introdujo la bandeja con el pavo, dejando una temperatura de apenas ciento cinco grados. Podría haberla subido a ciento veinte o incluso treinta para una cocción relativamente rápida, pero si podía esperar tres horas podía aguantar cinco, o seis, mientras la comida se iba haciendo. Si total, entretenimiento era una de las cosas que sobraban en ese lugar.
Tras dejar el ave en su nuevo nido volvió a encarar los gofres, enchufando de nuevo la máquina y aprovechando que el calor aún no se había ido del todo. Revolvió las verduras y se acordó, de pronto, de su error: ¡No había rellenado el pavo!
Evitó alarmarse; el relleno ya casi estaba, y bien pensado demasiado tiempo en el horno podía hacer de la verdura poco más que una pasta irreconocible. Algo que, bien pensado, pasaría igual si lo dejaba en la sartén, así que sacó el puñetero pavo y lo rellenó oficiosamente antes de coser el recto al bicho. Si Aki no sabía de cocina, seguramente la escena parecería incluso más loca que antes. Pero en vez de centrarse en eso una vez acabó aquello lo dejó de vuelta en el horno y se preparó para los primeros gofres de la... ¿Noche? ¿Día? No sabía cuánto había pasado ya, aunque se le estaba haciendo corto. Visto desde fuera seguro que estaba siendo más largo que un día sin pan, pero a él se le hacía corto y todavía quedaba mucha jornada por delante.
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Esta vez, el gemido frustrado de Aki se dejó escuchar por toda la cocina. Le dejó ir con un mohín de reproche en la cara, todavía roja y algo acelerada.
-Tienes suerte de que tenga hambre, porque sino…
Aguardó en el… ¿suelo? ¿En qué momento se habían caído de la tarima? La madera estaba igual de fría. Al contrario que ella. ¡Demonios! Con otro pequeño gruñido de protesta, se incorporó al ver que el dragón no reaparecía. Sentadita en el suelo, cerró los ojos y trató de recomponerse un poco, porque lo que su cabeza intentaba obligarle a hacer no era para nada sensato. Se levantó, recogiéndose el pelo en una coleta alta, y avanzó hasta donde se encontraba él. Tenía hilo y aguja en las manos, ¿qué demonios estaba haciendo? Vale, le estaba cerrando el culo al pavo. Tenía sentido… suponía. Le había metido tantas cosas que era lógico que quisiera que se mantuvieran dentro. De todas formas, no entendía como de todos los métodos posibles para hacer eso a alguien se le había ocurrido un día que lo ideal era coserle el culo al bicho a base de aguja e hilo. Y a todos les había parecido bien. Porque eso era lo que había pasado, estaba segura.
En la cara de Dexter también había un rastro de frustración que la concentración que tenía no lograba ocultar. La súcubo sonrió y en lugar de cortarse le acarició una nalga mientras él se agachaba para devolver el pavo al horno. No iba a sufrir sola, eso lo tenía claro. Supuso que una vez la comida estuviera en marcha él volvería a por ella, pero los segundos pasaron y él todavía estaba pendiente de la encimera. Se puso a su lado, curioseando aquello que le impedía tirar al dragón al suelo nuevamente. La gofrera volvía a estar enchufada y por un momento se echó hacia atrás, cavilando. ¿Tenía la suficiente hambre como para que valiera la pena esperar? Quizá los gofres podían esperar. Su estómago gritó su negativa y la pelirroja se rindió poniendo los ojos en blanco. Apoyó los codos sobre el mármol y se puso a acariciar la espalda de Dexter con la cola perezosamente.
-Creo que conozco la respuesta pero… ¿necesitas alguna ayuda que no implique tirarte ahora mismo contra la primera superficie horizontal que pille y utilizar mis poderes sobre ti? Ya que voy a compartir tu comida, puedo intentar colaborar.
En realidad, estaba bromeando. Había una razón bastante concreta por la que no había utilizado sus poderes en Dexter, más allá de lo obvio: no lo necesitaba. Los había utilizado en mucha gente y había visto lo que hacían cuando se desataban. Él podría tenerla ahora si quisiera, pero bajo el influjo del súcubo esa noción desaparecería de su cabeza. La verdad era que el dragón la intimidaba y pretendía escapar de su guarida dolorida y de una pieza. Continuó con sus caricias para tener algo que hacer y atendió a los quehaceres de Dexter con la gofrera. Prefería la alternativa, por supuesto, pero verle cocinar comenzaba a ser un pasatiempo bastante decente.
-Tienes suerte de que tenga hambre, porque sino…
Aguardó en el… ¿suelo? ¿En qué momento se habían caído de la tarima? La madera estaba igual de fría. Al contrario que ella. ¡Demonios! Con otro pequeño gruñido de protesta, se incorporó al ver que el dragón no reaparecía. Sentadita en el suelo, cerró los ojos y trató de recomponerse un poco, porque lo que su cabeza intentaba obligarle a hacer no era para nada sensato. Se levantó, recogiéndose el pelo en una coleta alta, y avanzó hasta donde se encontraba él. Tenía hilo y aguja en las manos, ¿qué demonios estaba haciendo? Vale, le estaba cerrando el culo al pavo. Tenía sentido… suponía. Le había metido tantas cosas que era lógico que quisiera que se mantuvieran dentro. De todas formas, no entendía como de todos los métodos posibles para hacer eso a alguien se le había ocurrido un día que lo ideal era coserle el culo al bicho a base de aguja e hilo. Y a todos les había parecido bien. Porque eso era lo que había pasado, estaba segura.
En la cara de Dexter también había un rastro de frustración que la concentración que tenía no lograba ocultar. La súcubo sonrió y en lugar de cortarse le acarició una nalga mientras él se agachaba para devolver el pavo al horno. No iba a sufrir sola, eso lo tenía claro. Supuso que una vez la comida estuviera en marcha él volvería a por ella, pero los segundos pasaron y él todavía estaba pendiente de la encimera. Se puso a su lado, curioseando aquello que le impedía tirar al dragón al suelo nuevamente. La gofrera volvía a estar enchufada y por un momento se echó hacia atrás, cavilando. ¿Tenía la suficiente hambre como para que valiera la pena esperar? Quizá los gofres podían esperar. Su estómago gritó su negativa y la pelirroja se rindió poniendo los ojos en blanco. Apoyó los codos sobre el mármol y se puso a acariciar la espalda de Dexter con la cola perezosamente.
-Creo que conozco la respuesta pero… ¿necesitas alguna ayuda que no implique tirarte ahora mismo contra la primera superficie horizontal que pille y utilizar mis poderes sobre ti? Ya que voy a compartir tu comida, puedo intentar colaborar.
En realidad, estaba bromeando. Había una razón bastante concreta por la que no había utilizado sus poderes en Dexter, más allá de lo obvio: no lo necesitaba. Los había utilizado en mucha gente y había visto lo que hacían cuando se desataban. Él podría tenerla ahora si quisiera, pero bajo el influjo del súcubo esa noción desaparecería de su cabeza. La verdad era que el dragón la intimidaba y pretendía escapar de su guarida dolorida y de una pieza. Continuó con sus caricias para tener algo que hacer y atendió a los quehaceres de Dexter con la gofrera. Prefería la alternativa, por supuesto, pero verle cocinar comenzaba a ser un pasatiempo bastante decente.
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- Si no guardas esa cola tendré que sacar yo la mía -comentó, sin siquiera mirarla, cogiendo con una mano el bol de masa y con la otra el cazo para empezar a derramar, muy lentamente, aquella viscosa masa sobre la plancha ardiente.
Un pequeño chasquido vibrante sonó cuando la masa tocó el hierro forjado igual que un agudo chillido de susto surgió, por un momento, de Aki cuando un apéndice escamoso se enrolló alrededor de su cintura, apretando con la suficiente fuerza como para no dejarla escapar en un primer momento. Con ella atrapada la empotró contra la pared, de espaldas, con ni menos ni mas que la violencia necesaria; sabía que ella podía resistirlo.
La pared que ahora besaba con la mejilla debía estar helada, pero Dexter no sintió ninguna pena y se aferró a ella con los brazos, empujándola un poco más si cabe y levantándola hasta que pudo hacer que se apoyara levemente sobre el príncipe. Con sus manos le acarició el pecho y apretó con fuerza por un instante mientras se dejaba hipnotizar por los aromas de aquel cabello pelirrojo. Grosellas, vino, sexo... Acercó la nariz hasta su hombro y le mordió el cuello hasta casi hacerle sentir un ligero dolor. Le dejó marca y bajó por sus caderas hasta que, repentinamente, se apartó. Ya no había cola de dragón, ni manos captoras ni demonio cautivo. Pero, por si el mensaje no había quedado claro, lo verbalizó:
- Es un juego de dos -dijo dándose la vuelta con una media sonrisa-. Si uno usa sus poderes no parece tan divertido.
No era estúpido, sabía que Aki perfectamente podía haberlo hechizado ya. Incluso de no haberlo hecho su influencia podía estar haciendo efecto en él sin que se diese cuenta. y aunque no tenía forma de evitarlo estaba claro de que mientras durase aquel irrefrenable -y bastante repentino- arrebato de pasión iba a disfrutarlo como si fuese lo único que importase. Pero, a la espera de que la pirata decidiese si seguir abrazando la pared o acercarse a él, abrió la gofrera para sacar el primero de los que, según calculaba, serían más de veinte gofres de aquel día.
- Que aproveche. ¿Le quieres un poco de sirope y helado?
Sonrió. Seguro que ahora entendía el porqué de la gofrera.
Un pequeño chasquido vibrante sonó cuando la masa tocó el hierro forjado igual que un agudo chillido de susto surgió, por un momento, de Aki cuando un apéndice escamoso se enrolló alrededor de su cintura, apretando con la suficiente fuerza como para no dejarla escapar en un primer momento. Con ella atrapada la empotró contra la pared, de espaldas, con ni menos ni mas que la violencia necesaria; sabía que ella podía resistirlo.
La pared que ahora besaba con la mejilla debía estar helada, pero Dexter no sintió ninguna pena y se aferró a ella con los brazos, empujándola un poco más si cabe y levantándola hasta que pudo hacer que se apoyara levemente sobre el príncipe. Con sus manos le acarició el pecho y apretó con fuerza por un instante mientras se dejaba hipnotizar por los aromas de aquel cabello pelirrojo. Grosellas, vino, sexo... Acercó la nariz hasta su hombro y le mordió el cuello hasta casi hacerle sentir un ligero dolor. Le dejó marca y bajó por sus caderas hasta que, repentinamente, se apartó. Ya no había cola de dragón, ni manos captoras ni demonio cautivo. Pero, por si el mensaje no había quedado claro, lo verbalizó:
- Es un juego de dos -dijo dándose la vuelta con una media sonrisa-. Si uno usa sus poderes no parece tan divertido.
No era estúpido, sabía que Aki perfectamente podía haberlo hechizado ya. Incluso de no haberlo hecho su influencia podía estar haciendo efecto en él sin que se diese cuenta. y aunque no tenía forma de evitarlo estaba claro de que mientras durase aquel irrefrenable -y bastante repentino- arrebato de pasión iba a disfrutarlo como si fuese lo único que importase. Pero, a la espera de que la pirata decidiese si seguir abrazando la pared o acercarse a él, abrió la gofrera para sacar el primero de los que, según calculaba, serían más de veinte gofres de aquel día.
- Que aproveche. ¿Le quieres un poco de sirope y helado?
Sonrió. Seguro que ahora entendía el porqué de la gofrera.
Aki D. Arlia
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-¿Quieres decir esa cola que no has guardado en ningún momento? ¿Y esperas que me esté quieta?
Ah, cuánto drama. Él no la miraba, pero ella estaba sonriendo. No había que ser un genio para ver el efecto que tenía en el Yonkou, al menos si lo que había entre sus piernas no mentía. Y no tenía pinta. Tan centrada estaba en aguardar su respuesta y averiguar qué hacía con la gofrera exactamente que el siguiente paso le tomó completamente por sorpresa. Soltó un chillido bastante impropio de ella y en menos de un segundo estaba besando la fría pared.
Jadeó. Había algo extraño agarrando su cintura, manteniéndola en el sitio. Giró la cabeza, bajó las manos y rozó… escamas. Oh. Cierto . Se le había olvidado que este hombre en concreto tenía dos colas. Estaba fría y no era capaz de describir la sensación que daba tenerla contra la piel desnuda. Contrario a lo que hubiera podido pensar, no hacía daño ni arañaba. Era pesada y ciertamente hermosa. No le intimidaba, pero se alegró mucho cuando llegó a su lado y se aferró a ella. Prefería la calidez de la piel, sin ninguna duda. En cuestión de unos pocos segundos, hizo con la pirata lo que quiso. Le acarició, mordió y arrancó un gemido mientras la marcaba en el cuello. La tenía levantada como si no pesara nada, derramando miel sobre algo que de momento no iba a catar. Aki trató de zafarse, de contraatacar, de escurrirse entre sus brazos para acabar entre sus piernas, pero no tuvo éxito. De repente, era libre y él se había apartado. La demonio se cruzó de brazos, pero le siguió de vuelta hasta la dichosa gofrera.
-Sin embargo, juraría que te gustaban mis caricias. Hay muchas clases de poderes, y nunca utilizaría uno que le quitara emoción a la caza. Me gusta saber que tu deseo por mí, simplemente, existe.
Abrió la máquina y un delicioso olor llenó el cuarto. Le ofreció el primero a la pelirroja, que asintió encantada ante la sugerencia de sirope y helado. Recibió el plato con alegría y no esperó a que él tuviera el suyo antes de probarlo. Estaba riquísimo. Y tenía tanta hambre que en seguida se le olvidó el pequeño pique de las colas. Sin embargo, cuando iba por la mitad, cortó un cacho y tras mojarlo en sirope, se lo ofreció al dragón.
-Venga, pruébalo. Un aperitivo, te lo has ganado.
Si aceptaba, compartiría un par de bocados más hasta que su propio gofre estuviera listo. No podía dejar que se quedara sin fuerzas, pensó para sí con algo de burla. Si declinaba su más que generosa oferta, simplemente disfrutaría del resto ella solita.
Con el último cacho de helado apretó el tenedor con los labios, saboreando cada segundo. Vendrían más, pero ninguno como el primero. Solía ser así con muchas cosas. Esta velada, por ejemplo, era la primera; seguramente la última y, desde luego, la mejor. Estaba segura. Quiso decirle algo al respecto, agradecerle por la comida, el buen rato y sobre todo la compañía, pero lo cierto es que las palabras no eran realmente lo suyo. En lugar de eso, se inclinó y le dio un beso sorpresa en la mejilla, apenas un roce delicado.
-Y… ¿dices que hay más gofres?
Ah, cuánto drama. Él no la miraba, pero ella estaba sonriendo. No había que ser un genio para ver el efecto que tenía en el Yonkou, al menos si lo que había entre sus piernas no mentía. Y no tenía pinta. Tan centrada estaba en aguardar su respuesta y averiguar qué hacía con la gofrera exactamente que el siguiente paso le tomó completamente por sorpresa. Soltó un chillido bastante impropio de ella y en menos de un segundo estaba besando la fría pared.
Jadeó. Había algo extraño agarrando su cintura, manteniéndola en el sitio. Giró la cabeza, bajó las manos y rozó… escamas. Oh. Cierto . Se le había olvidado que este hombre en concreto tenía dos colas. Estaba fría y no era capaz de describir la sensación que daba tenerla contra la piel desnuda. Contrario a lo que hubiera podido pensar, no hacía daño ni arañaba. Era pesada y ciertamente hermosa. No le intimidaba, pero se alegró mucho cuando llegó a su lado y se aferró a ella. Prefería la calidez de la piel, sin ninguna duda. En cuestión de unos pocos segundos, hizo con la pirata lo que quiso. Le acarició, mordió y arrancó un gemido mientras la marcaba en el cuello. La tenía levantada como si no pesara nada, derramando miel sobre algo que de momento no iba a catar. Aki trató de zafarse, de contraatacar, de escurrirse entre sus brazos para acabar entre sus piernas, pero no tuvo éxito. De repente, era libre y él se había apartado. La demonio se cruzó de brazos, pero le siguió de vuelta hasta la dichosa gofrera.
-Sin embargo, juraría que te gustaban mis caricias. Hay muchas clases de poderes, y nunca utilizaría uno que le quitara emoción a la caza. Me gusta saber que tu deseo por mí, simplemente, existe.
Abrió la máquina y un delicioso olor llenó el cuarto. Le ofreció el primero a la pelirroja, que asintió encantada ante la sugerencia de sirope y helado. Recibió el plato con alegría y no esperó a que él tuviera el suyo antes de probarlo. Estaba riquísimo. Y tenía tanta hambre que en seguida se le olvidó el pequeño pique de las colas. Sin embargo, cuando iba por la mitad, cortó un cacho y tras mojarlo en sirope, se lo ofreció al dragón.
-Venga, pruébalo. Un aperitivo, te lo has ganado.
Si aceptaba, compartiría un par de bocados más hasta que su propio gofre estuviera listo. No podía dejar que se quedara sin fuerzas, pensó para sí con algo de burla. Si declinaba su más que generosa oferta, simplemente disfrutaría del resto ella solita.
Con el último cacho de helado apretó el tenedor con los labios, saboreando cada segundo. Vendrían más, pero ninguno como el primero. Solía ser así con muchas cosas. Esta velada, por ejemplo, era la primera; seguramente la última y, desde luego, la mejor. Estaba segura. Quiso decirle algo al respecto, agradecerle por la comida, el buen rato y sobre todo la compañía, pero lo cierto es que las palabras no eran realmente lo suyo. En lugar de eso, se inclinó y le dio un beso sorpresa en la mejilla, apenas un roce delicado.
-Y… ¿dices que hay más gofres?
Dexter Black
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Cuando sirvió el postre a su invitada apagó una vez más la gofrera. Aquel día iba a trabajar mucho la resistencia del aparato, pero no contaba normalmente con una visita tan inesperadamente envolvente. Comprobó la cebolla mientras Aki comía y probó un bocado cuando le ofreció, pero se sorprendió al descubrir, no sin cierto amargor, que repentinamente la pirata estaba llena de candidez e inocencia. ¿De verdad estaba tan hambrienta que no se había dado cuenta? Dexter negó con la cabeza, desplazando aquella idea de su mente. Si así era solo lo hacía todo más divertido.
- Alguno más hay -contestó, encogiéndose de hombros-. Pero seguro que no quieres llenarte antes del plato principal.
Revolvió la sartén una vez más, comprobando que nada se estuviese pegando, y calculó que aún debía quedarle por lo menos una hora a la cebolla. Accionó el cronómetro del horno para ese momento, una cuenta atrás de sesenta minutos en los que no debía preocuparse de nada más que de sí mismo, y agarró con una mano el botellín de sirope mientras apoyaba la otra sobre el hombro de la pelirroja. Su cabello le hacía cosquillas en el dorso, pero lo apartó delicadamente antes de dedicarle otro beso más en el cuello.
- Si te soy sincero, yo no soy mucho de aperitivos. -Vació parte del contenido sobre Aki, dejando que parte cayese sobre su pecho-. Aunque puedo llegar a ser un buen entrante.
Recorrió la ruta del chocolate lentamente con la lengua, besando su piel cada poco y retornando a ratos para encontrar sus labios. Eran carnosos y húmedos, cálidos, y se sentían bien. Le gustaba aquel tacto, era como recuperar algo que nunca había tenido, pero tampoco perdió de vista su plan: Dejó la botella y apretó con mano firme la tarrina de su lado hasta casi entumecerse los dedos. Notaba el frío, pero no dejó de besarla en ningún momento hasta que la dejó a ella sentirlo.
Se separó, abriendo los ojos para ver su reacción. Su mano se calentó de repente, y sus dedos rápidamente se humedecieron a medida que los hundía en su interior. Sonreía con cierta ternura pero mucha, más que cualquier otra cosa, pasión incontenible. La pellizcó con poca fuerza, suficiente para hacerse notar, y volvió a sumergirse en ella. Volvió a besarla, y aquella vez la derribó a propósito. Ya en el suelo se hizo notar batiendo con sus caderas contra ella, de un único impulso.
- Alguno más hay -contestó, encogiéndose de hombros-. Pero seguro que no quieres llenarte antes del plato principal.
Revolvió la sartén una vez más, comprobando que nada se estuviese pegando, y calculó que aún debía quedarle por lo menos una hora a la cebolla. Accionó el cronómetro del horno para ese momento, una cuenta atrás de sesenta minutos en los que no debía preocuparse de nada más que de sí mismo, y agarró con una mano el botellín de sirope mientras apoyaba la otra sobre el hombro de la pelirroja. Su cabello le hacía cosquillas en el dorso, pero lo apartó delicadamente antes de dedicarle otro beso más en el cuello.
- Si te soy sincero, yo no soy mucho de aperitivos. -Vació parte del contenido sobre Aki, dejando que parte cayese sobre su pecho-. Aunque puedo llegar a ser un buen entrante.
Recorrió la ruta del chocolate lentamente con la lengua, besando su piel cada poco y retornando a ratos para encontrar sus labios. Eran carnosos y húmedos, cálidos, y se sentían bien. Le gustaba aquel tacto, era como recuperar algo que nunca había tenido, pero tampoco perdió de vista su plan: Dejó la botella y apretó con mano firme la tarrina de su lado hasta casi entumecerse los dedos. Notaba el frío, pero no dejó de besarla en ningún momento hasta que la dejó a ella sentirlo.
Se separó, abriendo los ojos para ver su reacción. Su mano se calentó de repente, y sus dedos rápidamente se humedecieron a medida que los hundía en su interior. Sonreía con cierta ternura pero mucha, más que cualquier otra cosa, pasión incontenible. La pellizcó con poca fuerza, suficiente para hacerse notar, y volvió a sumergirse en ella. Volvió a besarla, y aquella vez la derribó a propósito. Ya en el suelo se hizo notar batiendo con sus caderas contra ella, de un único impulso.
Aki D. Arlia
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Se estremeció al sentir el chocolate cayendo por su cuerpo. Sus labios se curvaron en una sonrisa traviesa y clavó sus ojos en los del dragón, arqueando una ceja y siguiendo atentamente cada uno de sus movimientos.
-Oh, entrar no dudo que quieras…- susurró.
Suspiró, disfrutando de las caricias de su lengua. La cima de sus montañas había salido a saludarle y él les daba las buenas tardes como bien correspondía. Aki alzó los brazos, hundiéndolos en la melena del dragón y atrayéndolo hacia sí, atrapándole entre sus pechos. De vez en cuando salía a respirar y se encontraba con un par de labios ardientes y deseosos de devorarle. En realidad, se besaban el uno al otro con la misma ferocidad, en un baile de compás siempre cambiante. Y mientras tanto, el chocolate continuaba bajando y él cada vez sabía más y más dulce. Cuando el sirope se acabó, sin embargo, llegó el frío.
Echó la cabeza atrás, no sorprendida pero sí sobresaltada. Apenas duró unos segundos en su interior, forzado a derretirse, pero fue suficiente para terminar de encenderla a ella. Sus ojos llameaban. Se agarró con fuerza de sus hombros y mientras él la tiraba al suelo ella le mordía los labios. Las piernas de la pirata se cruzaron alrededor de su cintura y a cada acometida respondía con igual intensidad. Tras el helado, parecía estar más caliente que de costumbre. Y podían estar en el suelo, pero sabía que le gustaba rodar.
Tiró de él hacia si para besarle y se fue hacia un lado, rodando con él. Acabó mirándole desde arriba con una sonrisa, sin haber sacado nada de su sitio. Mordiéndose el labio y moviendo poco a poco la cadera, comenzó a desquiciarle. Colorada, acelerada, algo jadeante, era la viva imagen de la lujuria.
-Creo… creo que el entrante me está dejando llena.
Sacó su cola tan solo un instante. Quería agarrar el sirope y se negaba a dejar su asiento. En cuanto lo tuvo entre sus manos, el apéndice desapareció y Aki lo dejó gotear por el pecho de Dexter. Le devolvió cada lamida, acompañada de alguna que otra caricia dentada aquí y allá, devorando todo el chocolate con anhelo. Finalizó su viaje con una excursión por su cuello y mientras se aferraba a su pecho, le susurró en el oído mientras le mordía el lóbulo:
-¿Sabes un secreto? Estás más rico que los gofres.
-Oh, entrar no dudo que quieras…- susurró.
Suspiró, disfrutando de las caricias de su lengua. La cima de sus montañas había salido a saludarle y él les daba las buenas tardes como bien correspondía. Aki alzó los brazos, hundiéndolos en la melena del dragón y atrayéndolo hacia sí, atrapándole entre sus pechos. De vez en cuando salía a respirar y se encontraba con un par de labios ardientes y deseosos de devorarle. En realidad, se besaban el uno al otro con la misma ferocidad, en un baile de compás siempre cambiante. Y mientras tanto, el chocolate continuaba bajando y él cada vez sabía más y más dulce. Cuando el sirope se acabó, sin embargo, llegó el frío.
Echó la cabeza atrás, no sorprendida pero sí sobresaltada. Apenas duró unos segundos en su interior, forzado a derretirse, pero fue suficiente para terminar de encenderla a ella. Sus ojos llameaban. Se agarró con fuerza de sus hombros y mientras él la tiraba al suelo ella le mordía los labios. Las piernas de la pirata se cruzaron alrededor de su cintura y a cada acometida respondía con igual intensidad. Tras el helado, parecía estar más caliente que de costumbre. Y podían estar en el suelo, pero sabía que le gustaba rodar.
Tiró de él hacia si para besarle y se fue hacia un lado, rodando con él. Acabó mirándole desde arriba con una sonrisa, sin haber sacado nada de su sitio. Mordiéndose el labio y moviendo poco a poco la cadera, comenzó a desquiciarle. Colorada, acelerada, algo jadeante, era la viva imagen de la lujuria.
-Creo… creo que el entrante me está dejando llena.
Sacó su cola tan solo un instante. Quería agarrar el sirope y se negaba a dejar su asiento. En cuanto lo tuvo entre sus manos, el apéndice desapareció y Aki lo dejó gotear por el pecho de Dexter. Le devolvió cada lamida, acompañada de alguna que otra caricia dentada aquí y allá, devorando todo el chocolate con anhelo. Finalizó su viaje con una excursión por su cuello y mientras se aferraba a su pecho, le susurró en el oído mientras le mordía el lóbulo:
-¿Sabes un secreto? Estás más rico que los gofres.
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