Una oferta memorable [+18] [Priv Aki - Dexter]

Trataba de moverse, pero las caderas de la pirata lo mantenían aferrado mientras recorría su pecho entre lametones y mordiscos. Algunos besos, bastantes caricias y un movimiento incesante que lo hacía desquiciar. Disfrutaba del momento, pero perder el control de aquella forma lo incomodaba. Trató de rodar de vuelta, llevándosela con él y batiendo con más fuerza hasta adentrarse por completo en su interior. Se sentía único, y pese a la extraña sensación que provocaban los pegajosos restos de chocolate, devolvió la sonrisa mientras recorría su mejilla suavemente con los nudillos.

- Tú... Tendría que probarte de nuevo -confesó, antes de alejarse lentamente hasta casi, casi separarse. Por muy poco, pero aún seguían juntos.

Notó la expectación mientras observaba a Aki. Desnuda, sonrojada, marcada de rastros de sus uñas y sirope, sudada y más húmeda a medida que bajaba la mirada... Pero sus labios no mentían, querían más; y se curvaban tratando de atraerlo, en una sonrisa que pretendía no dejar que se desvaneciese en un tiempo. Cargó contra ella sin piedad una vez, volviendo a alejarse lentamente otra más, y volvió a lanzarse. Una, otra y otra vez Dexter repetía su calmado envite mientras, poco a poco, olvidaba la calma para acelerar. Coordinaron su respiración, jadeo contra jadeo, y él se dejó caer con los codos contra el suelo, apoyando su cuerpo contra el de ella.

Estaba húmedo y pegajoso, pero pronto pareció más fácil moverse que nunca. Llevó una de sus manos al cuello de la pelirroja, masajeando al borde de su cráneo con el pulgar mientras poco a poco apretaba. Sentía la respiración agitada, cada vez más errática, pero las caderas moverse con mayor fiereza. Casi lo absorbía, era como estar en el paraíso; no habría salido nunca pese a todo lo que ella desafiaba su autoridad, pero... La alarma sonó cuando estaba a punto de terminar.

- ¡Mierda! -gritó, parando en seco-. ¿Ya ha pasado una hora?

Quejumbroso se apartó muy despacio, tratando de no hacerle daño, y se levantó para terminar con su labor. Mirando el lado positivo, quedaba algo menos para poder probar el pavo, pero lo malo era evidente. El Príncipe latía con tanta fuerza que casi dolía, y cuando echó el azúcar sobre la cebolla ya reducida casi por completo deseó no haber empezado con aquello; ¿Por qué no lo había dejado para más tarde? Era imbécil.

- Por lo menos espero que te encante su sabor -comentó, enfurruñado, mientras revolvía el naciente caramelo.

No ocultó su sorpresa cuando el demonio se puso entre sus piernas. El cómo había logrado colarse en un espacio tan reducido sin apenas él darse cuenta era cuanto menos digno de elogio, fuere por la propia elasticidad de Aki o por la natural reacción de Dexter ante aquella situación, casi sin siquiera procesarlo. Tampoco ocultó, no obstante, su contento.

La pelirroja acarició al Príncipe como si fuese un cachorrito herido, desde su base hasta la punta recorriéndolo con la lengua y masajeándolo con la mano. Él seguía centrado en sus fogones, o lo más centrado que podía estar mientras recibía semejante regalo. Ella, por su parte, intentó deslizarlo por su boca pero, si bien había sido fácil en otros lugares, a medio camino no pudo más. Seguramente de haber sido otro habría empujado su cabeza hasta la arcada, pero Dexter sabía no solo agradecer un gesto, sino también disfrutar de cada placer como la persona que se lo daba deseaba que lo recibiese. Seguramente Aki pudiese, a través de su fruta del diablo, hacerse cargo de él sin ninguna dificultad, pero había decidido hacerlo de una forma dulce y pulcra, no con la sordidez de la que una puta cualquiera haría gala normalmente. Simplemente apoyó las manos sobre la encimera y cerró los ojos. Tenía el caramelo bajo control, solo era un momento...

Fue como una explosión. Pudo sentir las cosquillas desde lo más hondo de su ser y notó el escalofrío desde lo más bajo en su espalda hasta la base del cráneo. Se tensó de pleno, y tuvo suerte de apartar las manos a tiempo o tendría que haber cambiado la encimera. Apenas importaba el caramelo, pero estaba en un punto perfecto; había aguantado menos de lo que habría cabido esperar, pero se encontraba frente a la que era, probablemente, la mayor experta en esas artes de los mares o, como mínimo, la más habilidosa. Sus caricias y atenciones habían resultado increíbles hasta el punto de que, por un instante, a punto estuvo de tambalearse. No había emitido gemidos de placer, tan solo algún suspiro esporádico y un par de gruñidos cuando las cosquillas fueron desagradables, pero Aki había corregido el rumbo con maestría. Había sido increíble.

Cuando recobró la compostura ella estaba apoyada a su lado, en la misma postura que él y sorprendentemente parecía más afectada. Él le dedicó una sonrisa tendenciosa mientras la escuchaba, y con solo su mirada a un punto concreto la domótica del Colmillo se puso en marcha: Secretaria, su inteligencia artificial, hizo que repentinamente se activasen los potentes chorros de su enorme bañera, calentando de nuevo la que seguramente ya se habría quedado fría y rellenando toda aquella que se hubiese perdido.

- ¿Tanto te gustó mi bañera? -terminó por preguntar, casi entre suspiros. Al pavo le quedaban todavía horas, y aunque no le importaría repetir no estaba seguro de poder dejar a Aki completamente limpia-. Si quieres tirarte allí un rato, solo tienes que decirlo.

Era curioso pensar que ellos podrían tirarse en una bañera, pues el mar los rechazaba. Se hundían a plomo si no hacían pie, dejaban de poder utilizar su poder e incluso llegaban a perder la fuerza... Pero aun así sentarse en el agua era una sensación tan relajante, y sentirla recorriendo todo el cuerpo tras un largo día era tan satisfactorio...

- Tengo una bañera más pequeña, si quieres -señaló-. Cabemos los dos pero no tiene más de ochenta centímetros de profundidad.

En realidad se trataba de la misma. La piscina termal que Dexter había construido poseía un mecanismo que variaba su altura entre cuarenta centímetros y metro noventa, lo que el dragón podía tolerar sin arriesgarse a una muerte estúpida. Normalmente lo ponía al máximo y confiaba en los mecanismos de seguridad dispuestos, como el brazo de rescate de Secretaria, un gancho doble oculto tras un panel sobre el techo de la bañera, pero en ese momento prefería tomarlo puramente de relax... O no.

- Bueno, acompáñame. -La guio de nuevo, llevándola hasta el mismo lugar donde habían estado antes. En ese momento ya estaba listo para que ambos gateasen por el fondo, se sentasen a la orilla sin peligro e incluso se revolcasen sin ningún tipo de contraindicación-. Luego podríamos probar esto.

Dejó sobre una repisa un pequeño bote de grajeas que seguramente Aki no reconocería. Normal, solo él poseía la receta; pero seguro que los ayudaba a ambos a ponerse en el lugar del otro.

- Ahora, señorita, su baño le espera.

Dexter cayó a plomo sobre el agua, de espaldas. Era cierto que se hundía como un peso muerto, pero durante los segundos antes de incorporarse se sintió en una especie de comunión: Desde siempre había amado el mar, y el agua; antes de consumir su fruta, adoraba nadar. Se le daba bien, incluso. Todo había cambiado con aquella fruta, con ese paseo en el bosque... A veces pensaba que habría sido mejor no haberla probado.

Y entonces emergió. No soltó una bocanada de aire ni inspiró profundamente, tan solo dejó que su nariz expulsase las gotas de agua que se habían quedado en el borde exterior de sus fosas. Aguantaba la respiración bastante bien, y aun cansado podía resistir un largo tiempo en apnea; simplemente no era en absoluto necesario la mayor parte del tiempo.

Asintió con la cabeza cuando Aki pidió compañía, y se la dio encantado. Aposentó su cuerpo tras ella y notó cómo el resbaladizo cuerpo de la pirata pesaba cada vez más y más, apoyándose sobre él y llevándole las manos a rodear su pecho. Sin lujuria, sin deseo, tan solo como forma de buscar un poco de calor humano; eran dos personas solitarias casualmente acompañadas. Seguramente desde que ella se fuese él pasaría días de retiro, y a saber hasta cuándo la pirata pasaba sin recibir otro abrazo. En cierto modo le daba un poco de pena, pero si bien había estado bien no podía olvidar que el tiempo que tenían era prestado: Aquel sueño, eventualmente, terminaría con ambos despiertos y alejados. No era lo más bonito, pero era lo que debía pasar. Tal vez ni siquiera fuese lo mejor, pero así era la vida. La aferró contra sí.

- Ya me has tenido todo este tiempo -respondió finalmente, liberando una mano para recorrer su cuerpo suavemente. Obviamente, no sabía cuánto había pasado-. Ahora solo cambia el número de colas -bromeó.

Dejó pasar un tiempo mientras la acariciaba, pero al tiempo terminó por separarse un poco. Sobraba el espacio y aunque resultaba sorprendentemente cómoda, era inevitable que tenerla tan cerca desembocase irremediablemente en un dragón tratando de devorarla otra vez. E incluso sin apetecerle, había una fuerza sobrehumana que lo impulsaba a hacerle el amor una vez más, tal vez hasta que la era del hombre viese su fin. De hecho, una vez pasó la idea por su cabeza, empezó a gustarle la idea.

Volvió a acercarse, casi gateando mientras trataba de deslizarse por el agua con cierta dificultad, y hundió la cabeza entre sus pechos. No los besó, ni trató de darle placer de ninguna forma; tan solo se tiró sobre ella en una suerte de abrazo tan extraño entre dos desconocidos que casi sentía una verdadera intimidad con ella.

Casi podría haberse dormido allí, pero disfrutó el momento. Respiró sobre ella relajadamente mientras se acompasaba al subir y bajar de su pecho, tranquilo y sosegado. Ella acariciaba su cabello mientras, apenas poco después tras comenzar, de sus labios fueron descolgándose notas de una suave melodía. Dejó que pasaran los minutos mientras la vibrante voz de Aki solfeaba una canción que no conocía, cantándola más pronto que tarde.

Cantaba bien, y el momento fue tan efímero que podría haberse caído cuando la mujer se desembarazó de él, sumergiéndose tras apartarse. Él se quedó a la espera dándose la vuelta, aunque en cierto modo tenía la esperanza de que volviese a darle un calor que ambos, cada vez estaba más seguro, necesitaban locamente. Aunque la opción que había elegido sin duda era interesante. De hecho, más que interesante, excitante.

- Verás... -trató de decir, casi riéndose-. Hace muchos años, tras tiempo huyendo, una mujer me dio este botecito y una receta. -Aquello era cierto, todavía recordaba la cara de aquella mujer. Minerva, se llamaba, si la memoria no le fallaba; esperaba que se encontrase bien-. Me dijo que todo el mundo merecía una segunda oportunidad y me las dio. No entendí del todo bien por qué lo hacía, pero a veces me gustaría haber vuelto a empezar. ¿Puedo?

No esperó respuesta y extendió su mano hacia las pastillas, sacando dos con una habilidad que muchos habrían envidiado, aunque la verdad es que ya había aprendido los trucos de ese recipiente: levantar la tapa y coger las píldoras. Con la mirada fija en ella se metió una en la boca, tragando sin apenas esfuerzo. Tras eso la besó.

Pudo notar el cambio mientras la recorría: Sus brazos y piernas perdieron perímetro, igual que su cintura. Sintió que perdía altura, hasta unos treinta centímetros, y sus pectorales fueron dejando paso a dos pechos mientras sus caderas se expandían. Su cara se redondeó, sus labios se iban volviendo carnosos y su nariz se afilaba más y más mientras el Príncipe se iba desdibujando poco a poco hasta desaparecer. Cuando se separó de Aki dejó que la mirase por un momento, alzándose ante ella durante unos segundos. Su melena era más larga ya que su cuerpo, frágil en comparación a lo que tenía costumbre y, cuando le pareció que había sido suficiente, se arrodilló frente al demonio.

- ¿Te he abierto el apetito ya? -preguntó, poniéndole la otra pastilla en los labios a la pirata.

Era una sensación refrescante ser, por una vez, la persona más pequeña. Aki había desarrollado manos grandes y músculos recios y, aunque no resultaba tan fornido como él era normalmente, poseía un encanto único y esbelto, más estilizado. Su nariz había crecido y sus labios resultaban tal vez ásperos, pero disfrutó el momento. Era atractivo como hombre, de rasgos suaves y eclécticos que sonreía con cierta maldad mientras recorría por completo su cuerpo, haciéndole estremecer mientras dibujaba caminos en caricias cosquillosas. Tampoco tardó en dar un paso adelante y, cuando el beso se rompió la movió con una facilidad sorprendente, dejando al recién formado pelirrojo entre sus pechos y a ella sobre sus piernas, palpitando del nervio y la emoción.

- Ten cuidado, que ahora soy más...

No pudo terminar la frase. Su cuerpo de mujer, más sensible, se sumó a la falta de costumbre cuando el ritmo de Aki se elevó. Trató de contener un gemido cuando libó de su pecho, pero en vez de suspirar elevó un chillido de sorpresa... Mala idea.

Concienciado de aquella ventaja -de la que ella misma había abusado horas atrás- el pelirrojo se desató sobre su cuerpo como una tormenta sobre el mar: Conocía los puntos más calientes con precisión, y navegaba por las olas de su piel dejando marcas de su paso en forma de pequeñas huellas y, ocasionalmente, discretos gemidos. Dexter trataba de contenerse pero, la verdad, tras un rato simplemente no podía más; el ser más poderoso y temido derrotado por la cartografía de su propio cuerpo.Talentoso, el demonio no daba puntada sin hilo y con cada nueva caricia y beso le hacía sentir más débil, más excitada, más anhelante de lo que vendría después. Resoplaba a ratos de forma entrecortada, todavía racionalizando cada estímulo que percibía, ahogando algunos gritos sobre la cabeza del pirata... No quería ni imaginar lo que venía después. Pero tampoco tardó.

Habría jurado que se desmayaba. No sabía cómo sucedió, pero de pronto un completo ardor había recorrido su cuerpo de pies a cabeza, tan fugaz e intenso como un disparo. Gritó, con una mezcla de dolor y placer, tan tensa que clavó sus uñas en la espalda del pirata por acto reflejo, tan sorprendida que tardó un par de segundos en darse cuenta de que le había hecho algo de sangre; no debía olvidar que seguía siendo fuerte hasta la torpeza.

- Te dije... -Suspiró. No era capaz de hablar apenas. Su cara estaba roja ya, podía sentir el calor en sus mejillas, y cuando trataba de mediar palabra solo le salía un hilo de voz-. Te dije que era sensible.

Pero no se apiadó de ella. O ella de él. A decir verdad, no podría haber asegurado quién movió las caderas primero, solo que el otro no se quedó quieto. En cierto modo el dragón resultaba torpe en comparación a los meditados movimientos que hacía el súcubo, pero no aspiraba a igualar en habilidad a alguien que se alimentaba de sexo; seguramente, de hecho, aquella no fuese la primera ocasión en la que Aki se veía en aquellas. Para Dexter, sin embargo, era casi una experiencia desconocida.

Todo fue demasiado rápido. E intenso. En realidad, a medida que los minutos iban pasando se tensaba más y más hasta que se rompía como una pompa de jabón, frágil y efímera. Caía sobre él y se levantaba, volvía como la marea... Y cuando trató de levantarse le temblaron las piernas, una sensación extrañamente familiar que había sentido como hombre, y al mismo tiempo tan ajena que resultaba casi insoportable. Casi.

No terminó de razonar las palabras de Aki, cayendo arrodillada casi por instinto a su lado, ovillada alrededor de sus piernas. Durante un minuto, tal vez dos, se dejó al sueño y cerró los ojos, pero los abrió de golpe cuando se dio cuenta de lo que le había dicho.

- ¿Lo que... quiera? -preguntó, con la confusión reflejada en su rostro. No sabía qué esperaba Aki, aunque en cierto modo se lo imaginaba, y no terminaba de saber si debía gustarle o no-. La verdad...

Habría dicho "es que nunca lo he hecho", pero en su lugar se preguntó qué sentiría si, de pronto, lo hiciese. Aki no estaba tan dotado como él, pero aquel falo era al menos tan largo como su cara y, en aquella escasa distancia, resultaba imponente. Lo acarició con las yemas de los dedos muy despacio; todavía notaba el tacto resbaladizo, pero no sabía cómo sentirse al respecto. Por lo menos, no sabía cómo reaccionar si es que sabía cómo se sentía.

Acercó la cara, rozándolo con la nariz, olisqueando como un animal algo extraño y, para su sorpresa, su olor era el que esperaba: Sexo. Se sintió imbécil por haberlo dudado y, todavía nerviosa, lo lamió tímidamente imitando el movimiento que Aki había realizado con anterioridad. Desde la base hasta la punta recorrió el tallo cuidadosamente, reprimiendo una mueca de desagrado que poco a poco se fue suavizando. No terminaba de entender por qué, aquello le producía a partes iguales repulsa y excitación, aunque la segunda iba en aumento poco a poco.

Repitió de nuevo, pero de la punta hasta la base y acompasó el movimiento a través de sus manos, que lo masajearon con calma hasta que se atrevió a introducir, apenas un par de centímetros, aquello en su boca.

Miró hacia Aki en busca de aprobación, esperando saber si estaba haciéndolo adecuadamente y, al poco tiempo profundizó un poco más, acariciando el glande con la lengua. Primero lo rodeó cuidadosamente, tratando de usar toda la delicadeza de la que pudo hacer acopio, y finalmente ascendió hasta la punta y libó mientras succionaba levemente, apenas por un segundo. También, con mucho cuidado, le dio un suave mordisquito antes de apartárselo.

- Creo que esto no es lo mío -confesó, apartando la mirada con cierta vergüenza-. Pero si me guías un poco...

Y así lo hizo. Siguió las instrucciones del demonio mientras este se las daba, aplicando más o menos fuerza, aprovechando la fina lengua de reptil que tenía y, solo a veces, recorriendo todo a besos hasta que finalmente pudo hacer que se derramase en su boca. Y no le gustó. Casi tuvo que toser para soportar el mal trago, y reprimió una arcada cuando intentó tragarlo, de lo que fue incapaz. Con cierta vergüenza y bastante apuro lo terminó escupiendo en la bañera.

- ¿Perdón? -preguntó. No quería ofenderla, pero eso estaba asqueroso.

Recibió con gusto los besos del hombre antes de que se volviese mujer, y aceptó sus besos de nuevo antes de decidirse a recuperar su cuerpo de siempre. Agotada, arrugada por el agua y tambaleante se arrastró como pudo hacia las pastillas, tomando una sin dudarlo y preguntándose si, cuando el minuto terminase y volviese a la normalidad tendría fuerzas de repetir sus hazañas una vez más. Quizá, si tras la cena surgía, se diese al capricho de nuevo, pero aquella experiencia le había dejado agotado. Suspiró.

Experimentar como mujer había sido interesante, y se trataba de una experiencia que no compartía a menudo por, entre otras cosas, Dexter era heterosexual. Solía decir que "siempre era heterosexual" en el sentido de que, como hombre le atraían las mujeres y como mujer los hombres, aunque en realidad estos últimos le interesaban más bien poco y solo le excitaba la experiencia en sí con ellos. Tampoco lo había hecho muchas veces, buenamente diez años hacía de la última y unos dos o tres menos desde que había dejado de utilizar las Ivankov como forma de huida, por lo que en general... Bueno, no le interesaban los hombres. A veces los penes, pero tal vez los genitales no definiesen realmente lo que le atraía. Igual incluso se había precipitado al no dejar que Aki jugase un poco más con su fugaz cuerpo. Pero, en cualquier caso, cuando recuperó el aliento salió de la bañera.

Se secó con una toalla que los B4U7 del baño habían repuesto tras la visita anterior, y aquella vez también se vistió. Los pantalones ya no eran los gastados bombachos que se parecían más a los que usaba Mura para hacer el saltimbanqui, sino que se trataba de unos estilosos -y holgados- pantalones negros de tejido de algodón; su parte de arriba era una camisa informal de color blanco con tablas de raya gris en puños y cuello y los zapatos eran unos sencillos mocasines de color chocolate que, lógicamente, se puso sin calcetines.

Para Aki también había ropa, aunque no se trataba de la que ella había traído. En esa ocasión se trataba de una falda negra y una blusa algo holgada, bastante a juego con la ropa de Dexter, y tirantes. Dexter arqueó una ceja con la perspectiva y casi quiso lanzarse otra vez al agua, pero tenía hambre y cansancio; llevaba una semana sin comer y tras el extenuante ejercicio que tranquilamente duraba ya más de un día completo necesitaba un respiro. Esperaba que, al menos por un rato, Aki lo comprendiese.

- Ojalá alguien me preparase gofres a mí -dijo, en voz perfectamente clara y tono monocorde, casi aséptico-. Y tú deberías vestirte, ¿no crees? -Le tendió una toalla-. Te va a coger el frío, y no puedo estar calentándote toda la semana.

Tras aquello salió del baño tranquilamente, sin preocuparse de nada, y a la puerta un robopoyo lo esperaba. Bueno, dos robopoyos, aunque dudaba que Aki se sentase en él si no se lo decía, pero él se dejó caer y la máquina comenzó a moverse por el impoluto apartamento hacia la cocina, donde hizo de tripas corazón y se levantó. Junto a la isla uno de los brazos mecánicos servía desde un cazo masa a la gofrera, cerrándola y haciendo uno tras otro. Robó el último sin esperar a que enfriase y, tras unos segundos de sufrimiento entre sus manos, le dio el primer mordisco.

Exhaló un vapor blancuzco y sustituyó al robot, que se reinsertó al espacio casi al instante, sin dejar de comer. Mientras esperaba por Aki se aseguró de que el pavo estuviese bien con un cuchillo, pinchándolo en puntos estratégicos, y llegó a la sana conclusión de que, tras las cinco horas y treinta y siete minutos que llevaba ahí dentro, podía elevar la temperatura del horno para dorar la parte exterior. ¡Y debía comenzar con los acompañantes! Por suerte las verduras ya estaban peladas y solo tuvo que poner de nuevo una sartén al fuego, esa vez con aceite de oliva, y un par de cosas más.

- Parece que te queda un poco larga -respondió, fijándose en la camisa cuando Aki reapareció junto a él-. Pero es una suerte que tengamos la misma talla, no hay mucha gente que... Ya sabes. -Hizo un gesto señalándose al pecho-. En cualquier caso la ropa que trajiste estará lista para que te la lleves antes de que todo acabe.

"Y tal vez yo también", dijo, esa vez para sí, mientras iba cortando con rapidez y precisión las patatas para echarlas al fuego. A pesar de que poseía un cortador automatizado para patatas, se había dado cuenta de que el alma de aquel acompañante estaba en las pequeñas diferencias de textura que se formaban por las imperfecciones en la superficie y leves diferencias de volumen y, aunque tras dorarlas iba a pasarlas por el horno en su salsa especial, era uno de los pasos más importantes. De hecho, sin contar la salsa que aún tenía que empezar a hacer el cortado era la parte más esencial; podía pasar las patatas por el horno crudas, pero el toque estaba en la diferencia: Ninguna era como las demás.

- La verdad es que cuando era pequeño no podía salir mucho a la calle -dijo, buscando entre las despensas los diferentes ingredientes que necesitaba hacer unas patatas negras a la Dexter-. Pasaba mucho tiempo en la cocina y aprendí algunas cosas. No todas aplicables a la cama. Esta, por ejemplo, es una de ellas.

Machacó un ajo y echó la mitad a la sartén cuando el aceite empezó a hervir, justo antes de echar las patatas. El aceite, impregnado, dejaría un regusto en las patatas; apenas un toque, pero que se multiplicaría una vez la receta estuviese completa. De hecho, daba un ligero toque que amenizaba cualquier salsa y, siendo sinceros, le encantaba el ajo. Solo por comerse el diente tostado lo habría hecho igual, pero en aquella ocasión tenía una razón para hacerlo.

Empezó a organizar, entre cuchillos y bártulos, un pequeño desastre en la isleta que estaba seguro Secretaria deseaba arreglar en cuanto se diese la vuelta. Por su parte, él simplemente se preocupaba por dejar todo listo antes de que el pavo saliese, evitando que se enfriase demasiado mientras el acompañante se preparaba.

- Lo cierto es que casi debería darte las gracias, hace años compré toda esa ropa y apenas le doy uso -señaló-. Concretamente ese conjunto ni siquiera he llegado a estrenarlo, aunque bueno, ya sabes... No utilicé mi segunda oportunidad como se esperaba. Aunque también te digo, me he planteado varias veces si me las dieron de buena fe o para evitar que me convirtiese en un problema.

Dejó de hablar mientras con la batidora creaba una crema negra de olor intenso y textura melosa. El azúcar y el tomate podían sentirse, mientras el huevo le daba cremosidad. La tinta de calamar no aportaba más que un juego cromático para darle un aspecto interesante a la presentación.

- Oye, supongo que no es tu estilo, pero si estás muy cansada... -No podía creer lo que iba a decir, pero lo dijo-: Puedes dormir conmigo esta noche. O mañana. Lo que sea. Y cuando estés lista marchar.

- Nunca me ha gustado demasiado la Red Line -admitió, dando un par de vueltas a las patatas antes de dejarlas en una fuente con papel de cocina-. Aunque solo he estado en la capital, eso puede influir. En cualquier caso todo lo que podría querer ver de la Red Line está ahora mismo a mi lado.

El secreto de las patatas negras a la Dexter no era solamente su color ni, por supuesto, el sabor a tomate y salsa que las acompañaba. Apurado incluso diría que no se trataba del contraste entre color y sabor, sino más bien de la fina textura que dejaba la cocción en unas patatas que acababan siendo poco más que mantequilla en la boca, un bocado delicado que con su plétora de sabores acompañaba una carne bastante suave y jugosa, pero con una textura mucho más fibrosa a la que ejercía el contraste idóneo. Podría molestarse en preparar más comida, pero ya había tantos gofres que no tenía claro Aki fuese capaz siquiera de probar el pavo.

- Hablaba del vestido exclusivamente -dijo-. Lo otro está en proceso de enmarcado; no todos los días se pesca una sirena. -Arañó su brazo cuidadosamente. En aquella recta final no había tiempo para sexo; debían comer primero y quizá dormir después... O entre medias. Pero comer era importante, por el momento.

Sacó finalmente el pavo del horno e introdujo las patatas, ya doradas y sumergidas en la salsa, para una cocción de apenas quince minutos. A la temperatura que trabajaba el horno sería suficiente para reducir la salsa a la mitad, fijar el sabor y suavizar la textura. Durante ese tiempo molestó un poco a Aki, le robó besos y acarició su cara con mucho mimo. Reconoció sin tapujos que la quería allí aquella noche, aunque no confesó la soledad que sentía habitualmente. Aunque no significaba nada le dio un abrazo que la envolvió entre sus brazos. Daba igual que mañana fuese a desaparecer, el presente estaba en aquella cocina y eran ellos dos. Y la cena.

- ¡Que aproveche! -exclamó por fin Dexter mientras trinchaba el pavo con la maestría propia de un padre de familia y mediana edad que empezaba a sacar tripa por la vida sedentaria en un país que controlaba el mundo fingiendo llevar valores y libertades durante una fiesta anual de conmemoración de peregrinajes-. ¿Prefieres muslo o pechuga? Espera, no me lo digas... Un poco de cada.

El muslo era enorme, pero igualmente le dejó un octavo de pechuga en el plato. La pechuga era la parte más seca y, por tanto, la que más agradecía -y más tarde demostraba- la necesidad de "emborracharlo". También le abrió el culo al animal y con una cuchara de servir puso una colorida guarnición que contrastaba con el color blanco y negro del pavo y las patatas.

- Espero que lo disfrutes -dijo, invitándola a probarlo mientras él se servía primero el esqueleto. Le gustaba aprovechar hasta el tuétano del animal-. Por cierto... ¿Por qué me elegiste a mí?

No terminaba de entender por qué había buscado la protección de sus subordinados en la casa del "rival a batir" de casi cualquier pirata. La verdad que no.

- Deben importarte mucho -comentó, evitando mencionar lo que realmente se le estaba pasando por la cabeza-. La verdad es que estoy bastante orgulloso de lo que hemos conseguido por aquí; cuando llegué era poco más que un yermo asolado constantemente por un enorme tornado. De hecho es curioso, dado que el centro de la isla solía ser "el ojo" y cuando conseguí librarme de él... La isla tenía forma de ojo. Soy malísimo con los nombres, así que llamé "el Ojo" a la isla... Aunque antes se llamaba Tornado; por lo menos ha mejorado un poco.

El silencio los envolvió por un momento mientras la cena continuaba. Aki no comía particularmente despacio pero él devoraba con un apetito voraz, tan deprisa como los modales de mesa le permitían. Con cada instante callados engullía más y más sin privarse de guarnición, relleno o carne, haciendo un gran esfuerzo para no preguntarse por qué si tanto se deshacía en halagos su petición no era para regir la isla en una transición pacífica... Aunque más preocupante era que, seguramente, la pirata sabía que tarde o temprano iba a desaparecer. Y no creía que se pareciese mucho a él en ese aspecto, pero una persona tan fuerte no podía desaparecer sino queriendo.

- El palacio está asentado sobre el que solía ser el punto más alto de la isla -señaló, alzando una mano ligeramente manchada de tinta como si tuviese un mapa delante-, y cortamos la isla en dos secciones; al ser una población artificial podíamos disponer del terreno libremente, por lo que la parte norte se dedica a tecnología e investigación, mientras que en el sur hemos instalado ingeniería agrónoma y en general un fuerte sector de abastecimiento. También... La isla no es muy grande, pero tiene una productividad lo suficientemente elevada como para abastecer perfectamente a siete islas más, por lo que las otras tres regiones de la federación no necesitan tanta productividad y pueden dedicar sus recursos a otras metas del bien colectivo.

En realidad se sentía raro hablando de todo aquello con alguien. Aunque Mufasa siempre escuchaba sus ideas y el avance próximo de sus planes no se centraba tanto en ver de manera global la maravilla que representaba el Ojo para el mundo: Una isla de apenas treinta mil habitantes que se erigía en faro de la cultura y avance, una tierra libre que era solo de sus habitantes... El Gobierno Mundial podía llamarlo criminal, delincuente, pirata... Lo que quisiera, en lo único que acertaba en cierta manera era en su Imperio. Fiordia, una nación soberana e independiente, en guerra contra la opresión de los nobles mundiales y liderada por el Alto Señor como cabeza de una armada pequeña, pero poderosa.

- Lógicamente cumpliré -asumió, finalmente-. Aunque tal vez debería pedirte algo por cada uno de los amigos a los que me quieres hacer cuidar, ¿no te parece? -Le guiñó un ojo. Evidentemente no iba en serio, pero parecía que a la pelirroja le gustaban los juegos de rol-. De momento, tal vez deberíamos terminar de comer y plantearnos echar una siesta... Y lo que surja.

Se fijó en la mesa. A pesar de lo que había hablado antes de darse cuenta había hecho esfumarse la mitad del pavo, gran parte de las patatas y apenas quedaba para tomar un poco más de relleno, el equivalente a un plato sopero. Parecía que se había pasado el decoro por el forro, pero de perdidos al río.

Terminaron de comer. Bueno, terminó Aki y Dexter asumió que ya en otra ocasión seguiría comiendo. Lo cierto era que ya no tenía demasiada hambre pero le daba lástima tener que comerlo al día siguiente recalentado, así que antes de acompañar al demonio introdujo la comida de vuelta en el horno, donde pulsó un par de botones en combinación y dejó que se quedase encendido. Había empezado a retirar aire, creando una suerte de atmósfera poco densa en la que difícilmente se pondría malo, y unos rociadores esparcían agua atomizada para evitar que el ave se resecase durante el tiempo que pasaría a cincuenta grados.

Se dejó guiar por las suaves manos de la tentación hasta la cama, donde con voz dulce la serpiente ofreció una manzana sin decir más de lo que necesitaba. Usó las palabras justas y solo los movimientos que necesitaba, acariciando con más alevosía que descuido su piel desnuda. Sintió un hormigueo intenso sobre su pecho con cada botón que le retiraba y un escalofrío suave mientras las manos resbalaban hacia sus hombros, empujando levemente su camisa y, al darse cuenta, se apartó.

Dexter estuvo a punto de devolverle el gesto pero se quedó hipnotizado mientras uno a uno cada milímetro de la camisa iba relajándose. Había que reconocer que mantenía tensa la tela, pero hasta la vuelta a la normalidad de la prenda resultaba tan orgánica y erótica...

Casi saltó sobre ella cuando se quitó los tirantes, y cuando se metió desnuda en la cama supo que ni todo el sueño del mundo podría evitar que la tomara, como mínimo, una vez más. Su cuerpo estaba de acuerdo, y aunque el príncipe tardaba en responder notaba poco a poco cómo la furia se arremolinaba entre sus piernas. Se acercó a la cama y destapó a la pirata con poco mimo, simulando una suerte de pueril enfado. Desde esa perspectiva, Aki parecía casi hasta inocente.

- Este es mi lado de la cama -mintió. Solía dormir en el centro y se adaptaba bien a la compañía, pero eso ella no lo sabía-. Y si no te apartas... -No le dio tiempo a reaccionar. Se puso sobre ella con las piernas abiertas, encerrándola entre sus brazos y mordiendo su cuello. Fue acariciando poco a poco su cuerpo como momentos antes ella lo había acariciado, dulce y suave, con un poco de inquina, besándola en la boca con mimo y pasión.

Aki solo tenía dos salidas: Moverse o montarse. Y él no iba a consentir perder frente a aquella decisión.

De una forma u otra ella seguía sorprendiéndolo. No había cedido ante la idea de hacerse a un lado, pero tampoco había consentido ante la velada amenaza que escondían sus palabras. Bueno, de hecho no solo no se había dejado atrapar entre sus brazos, sino que avanzaba expeditivamente cara el peligro con un movimiento que debía ser considerado, cuanto menos, audaz: Se había puesto entre sus piernas cual lechón hambriento, buscando libar con labios calientes y ansia desmesurada. Al principio todo eran besos y caricias, pero pronto se dejó llevar por la pasión -y probablemente por el desafío que suponía-, tratando de darle un trato adecuado con toda su boca.

Era una sensación agradable, y desde luego había logrado una marca que poca gente podía igualar. Sabía que empujando podría hacer que llegase más allá, pero una arcada era de las cosas más antieróticas que podía concebir en medio de la cama; tampoco necesitaba que rozase la base con la punta de la nariz, ya iba a hacerlo muy pronto. Él tan solo se elevó ligeramente para estar más cómodo, apoyado sobre sus rodillas para tratar de ver, infructuosamente, el rostro de la pelirroja. Lo que sí vio fue su cabellera moviéndose adelante y atrás mientras intentaba, futilmente, de llevar su miembro a nuevos horizontes.

Cuando ella decidió que había cumplido sus objetivos volvió a donde la había arrinconado, rostro ruborizado y voz ronca. Dexter sonrió con ironía palpable; había escapado y vuelto, lo cual resultaba sin duda una falta de respeto que merecía castigo. Poco a poco, tan sutilmente como ella se había resbalado bajo su cuerpo, sus labios fueron curvándose en una expresión malévola mientras se acercaba, inevitable como la noche, a su oído.

- No te has apartado -susurró con una calma tan fría que juraría la temperatura bajó por un momento-. Esto es solo culpa tuya.

Con sus manos la aferró violentamente por la cintura y la levantó sobre su cabeza, como a un bebé. Por un instante dejó que las piernas de Aki se aferrasen a su cuello y le devolvió el favor, pero apenas durante unos segundos antes de dejarla frente a él, bocaabajo. Tiró de ella hacia sus caderas, levantándola si decir nada; ella sabía lo que debía hacer y lo hizo, preparándose mientras él iba introduciendo al gran príncipe en el sedoso camino real.

¿Fueron minutos? ¿Fueron horas? No se detuvo hasta que a la pirata las piernas no la sostuvieron más, ignorando los cosquilleos quejumbrosos de su pene tras rebasar su límite varias veces. Tan solo siguió, azotándola con las caderas en sus nalgas una y otra vez -tal vez también con la mano un par de veces-, evitando frenar hasta que él también cayó y, finalmente, se tiró en la cama junto a ella.

Pero no en el lado que había iniciado la disputa...

Apenas la escuchó como un susurro lejano. Ojos cerrados, respiración profunda... Respondió a su despedida con un profundo suspiro. Estaba cansado; muy cansado. Su compañía había sido tan edificante como extenuante el tiempo compartido, y la brillante pátina de sudor que lo recorría iba cayendo sobre la cama poco a poco. Ni siquiera se dio cuenta de que le había dado la espalda hasta que notó su brazo rodearle la cintura, pero no recordó nada más después de sentirlo.

Las horas pasaron rápidamente entre las sábanas. A ratos se despertaba, alarmado por la respiración ajena, antes de recordar que esa noche dormía acompañado. Se dio la vuelta para acomodarla entre sus brazos y siguió durmiendo, emitiendo un quejido meloso con cada movimiento, temiendo despertarla, aunque no lo hizo. Que supiera.

Había cerrado los ojos de nuevo y el tiempo voló. Tal vez cuatro, quizá seis o igual doce horas pasaron sin que se diese cuenta hasta que abrió los ojos lentamente, con más pereza que cansancio, y se encontró al demonio ovillado junto a él. La melena pelirroja la cubría como un vestido de fuego, y sus brazos se pegaban contra él casi como su rostro besaba el centro de su pecho. Le producía cierta ternura mirarla, pero era hora de levantarse.

Con una solución más delicada que expeditiva empujó suavemente su hombro y murmuró unas palabras de buenos días, agitándola lo justo para hacerle abrir los ojos. Se permitió el lujo de hacerle unas cosquillas, por si tuviese, en el costado, y se tiró de espaldas sobre la cama con una sonora exhalación.

- Ha sido una buena jornada -dijo, todavía sin saber cuánto tiempo llevaban en las profundidades del Colmillo-. ¿Te gusta el pavo para desayunar o prefieres algo más ligero?

Desde la cama, todavía sin levantarse, podía ver la luz del horno. Toda la noche el pavo se había mantenido caliente e hidratado, como si estuviese recién hecho, aunque no era del todo probable que Aki quisiese repetir; estaba claro que la gente cuando comía diariamente tendía a valorar la variedad por encima del pragmatismo, aunque lo cierto era que durante muchas horas había pasado por algo que no podía llamarse de otra forma más que repetitivo. Satisfactorio y placentero, por supuesto, pero repetitivo. Había durado tanto que desde fuera podía parecer demasiado, pero había sido el tiempo justo. Tal vez incluso hubiese faltado tiempo para probar todos sus gadgets... Quién sabe.

Robó un beso a Aki. En cierto modo sabía que era el último, lo que le hizo alargarlo todo lo que pudo. Era un beso de despedida, y Dexter Black se despedía como es debido.