«Lancer... No creo que haya dos ciudades con el mismo nombre en una isla, ¿no?», reflexioné frente al cartel que había ante mí. El viejo curtidor de cuero que había conocido en Isla Navideña era un tipo agradable y sorprendentemente sabio. Pese a lo que pudiera parecer vista la simpleza de su oficio, había viajado durante su juventud e incluso afirmaba haberse adentrado en el Nuevo Mundo. Mis padres me habían hablado de él durante mi infancia, pero siempre lo había visto como una leyenda más que como algo real. A la vista estaba que me equivocaba -una vez más-.
Fuera como fuere, mi anfitrión y mentor a ratos había decidido mandarme a por los recados una vez más. Nada nuevo, salvo por el hecho de que el condenado me había hecho ir a otra isla a buscar a un tal Fabián. Su nombre era tan particular como su oficio, pues fabricaba unas resinas un tanto peculiares que el curtidor gustaba en emplear. "Se encuentra justo en el centro de Lancer, una de las tres ciudades portuarias. Su local se halla en una de las esquinas de la plaza central", me había dicho. Debía valerme de esas indicaciones para llegar hasta el lugar.
-No debería ser demasiado difícil -reflexioné en voz baja, llevando mi atención más allá del letrero que había estado contemplando todo el tiempo. Ante mí se extendía un puerto muy concurrido, con las numerosas calles estrechas propias de un casco antiguo naciendo por doquier. La gente caminaba tranquila en su mayoría, exceptuando a los niños que periódicamente aparecían entre el sinfín de piernas para volver a desvanecerse instantes después.
A las espaldas de la multitud, edificios de pequeñas dimensiones visiblemente restaurados servían de vivienda para los lugareños. No pude evitar sorprenderme al ver el contraste que se establecía entre la población local y los que sin duda eran visitantes. En la muchedumbre se mezclaban atuendos tradicionales del lugar con ropa que me resultaba mucho más familiar.
Tragué saliva, mirando a cada uno de los seis callejones que podía ver a lo lejos con súplica en los ojos, como si alguno de ellos fuese a interpelarme con un "¡eh, yo te llevaré con Fabián!". Lógicamente no fue así, pero por algún motivo no me agradaba demasiado la idea de preguntar la dirección pese a no saber cómo moverme por la zona. ¿Estúpido y vanidoso orgullo? Probablemente, pero poco o nada podía hacer al respecto. Tras tragar saliva un par de veces, ajusté bien la cadena en torno a mi torso y di dos grandes zancadas en dirección al gentío.
Fuera como fuere, mi anfitrión y mentor a ratos había decidido mandarme a por los recados una vez más. Nada nuevo, salvo por el hecho de que el condenado me había hecho ir a otra isla a buscar a un tal Fabián. Su nombre era tan particular como su oficio, pues fabricaba unas resinas un tanto peculiares que el curtidor gustaba en emplear. "Se encuentra justo en el centro de Lancer, una de las tres ciudades portuarias. Su local se halla en una de las esquinas de la plaza central", me había dicho. Debía valerme de esas indicaciones para llegar hasta el lugar.
-No debería ser demasiado difícil -reflexioné en voz baja, llevando mi atención más allá del letrero que había estado contemplando todo el tiempo. Ante mí se extendía un puerto muy concurrido, con las numerosas calles estrechas propias de un casco antiguo naciendo por doquier. La gente caminaba tranquila en su mayoría, exceptuando a los niños que periódicamente aparecían entre el sinfín de piernas para volver a desvanecerse instantes después.
A las espaldas de la multitud, edificios de pequeñas dimensiones visiblemente restaurados servían de vivienda para los lugareños. No pude evitar sorprenderme al ver el contraste que se establecía entre la población local y los que sin duda eran visitantes. En la muchedumbre se mezclaban atuendos tradicionales del lugar con ropa que me resultaba mucho más familiar.
Tragué saliva, mirando a cada uno de los seis callejones que podía ver a lo lejos con súplica en los ojos, como si alguno de ellos fuese a interpelarme con un "¡eh, yo te llevaré con Fabián!". Lógicamente no fue así, pero por algún motivo no me agradaba demasiado la idea de preguntar la dirección pese a no saber cómo moverme por la zona. ¿Estúpido y vanidoso orgullo? Probablemente, pero poco o nada podía hacer al respecto. Tras tragar saliva un par de veces, ajusté bien la cadena en torno a mi torso y di dos grandes zancadas en dirección al gentío.
Luka Rooney
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La huida de aquella extravagante isla había sido algo complicada para el Gyojin y sus acompañantes, más por estos últimos que por las dificultades del temporal. Si ya era molesta la convivencia entre el habitante del mar y sus nakamas -que hasta la fecha no llegaban a diez-, el problema aumentaba si la cantidad de humanos se multiplicaba por más de diez y, además, se sumaban sus complejas personalidades.
-¿Cuánto queda, Luka?
-Menos mal que habías estado en una embarcación… Mira al horizonte, ahí está la isla.
Elegir el destino del viaje fue complicado para todos los allí presentes. Luka intentó mediar, más no consiguió gran cosa. Todos querían ir a sitios distintos. Incluso uno llegó a pedir ir a Raftel, como si el Gyojin supiera donde estaba.
La cuestión es que por fin decidieron la isla en una macro votación de un día, en el cual surcaron el mar sin rumbo. Aquella sensación agobiaba al Gyojin, que no dejaba de pensar que estaba perdiendo el tiempo. Pronto, para su fortuna, esa sensación cesó.
-Kurt, Still, Fabián, Robert, Lu, Jota, venid a preparar el barco, vamos a finalizar nuestro recorrido por fin.
Con la ayuda -quizá es una palabra un poco grande para lo que realmente hicieron- de los delgaduchos humanos, lograron dejar el barco anclado y bajaron todos al puerto.
Sin duda llamaban la atención. Luka repitió constantemente que si les preguntaban, dijeran que formaban parte de un viaje turístico. Hasta se inventó que lo habían ganado en distintas ciudades. Pero el Gyojin, francamente, pensaba que alguien la acabaría cagando. Algo más que normal si se tenía en cuenta la cantidad de personas que entraban en aquel bulo.
La ciudad no sorprendió nada al tiburón, que cubrió su rostro con una túnica a medida que caminaba. Todos los humanos no habían dejado de hablar sobre qué harían en el futuro, ya que eran libres. Sin embargo, ahora que parecía que todo era más real y éstos veían que eran completamente libres, se podía ver cierto miedo en sus ojos. El escamoso ser no lo entendía. Pero pensó que era temporal.
Cuando vieron una bifurcación con varios posibles caminos, tomó la decisión de hacer grupos en función de los trabajos que quería cada uno.
-Es sencillo, cuando algún grupo encuentre tiendas, refinerías, herrerías, cualquier cosa, que se quede con ello, y en media hora nos vemos aquí, ¿Entendido?
Parecía que a todos les gustaba la idea. Salvo a un chaval, que se acercaba algo nervioso al grupo. Seguro que es el típico tocapelotas pensó el Gyojin a la par que se preparaba para escuchar al humano.
-¿Cuánto queda, Luka?
-Menos mal que habías estado en una embarcación… Mira al horizonte, ahí está la isla.
Elegir el destino del viaje fue complicado para todos los allí presentes. Luka intentó mediar, más no consiguió gran cosa. Todos querían ir a sitios distintos. Incluso uno llegó a pedir ir a Raftel, como si el Gyojin supiera donde estaba.
La cuestión es que por fin decidieron la isla en una macro votación de un día, en el cual surcaron el mar sin rumbo. Aquella sensación agobiaba al Gyojin, que no dejaba de pensar que estaba perdiendo el tiempo. Pronto, para su fortuna, esa sensación cesó.
-Kurt, Still, Fabián, Robert, Lu, Jota, venid a preparar el barco, vamos a finalizar nuestro recorrido por fin.
Con la ayuda -quizá es una palabra un poco grande para lo que realmente hicieron- de los delgaduchos humanos, lograron dejar el barco anclado y bajaron todos al puerto.
Sin duda llamaban la atención. Luka repitió constantemente que si les preguntaban, dijeran que formaban parte de un viaje turístico. Hasta se inventó que lo habían ganado en distintas ciudades. Pero el Gyojin, francamente, pensaba que alguien la acabaría cagando. Algo más que normal si se tenía en cuenta la cantidad de personas que entraban en aquel bulo.
La ciudad no sorprendió nada al tiburón, que cubrió su rostro con una túnica a medida que caminaba. Todos los humanos no habían dejado de hablar sobre qué harían en el futuro, ya que eran libres. Sin embargo, ahora que parecía que todo era más real y éstos veían que eran completamente libres, se podía ver cierto miedo en sus ojos. El escamoso ser no lo entendía. Pero pensó que era temporal.
Cuando vieron una bifurcación con varios posibles caminos, tomó la decisión de hacer grupos en función de los trabajos que quería cada uno.
-Es sencillo, cuando algún grupo encuentre tiendas, refinerías, herrerías, cualquier cosa, que se quede con ello, y en media hora nos vemos aquí, ¿Entendido?
Parecía que a todos les gustaba la idea. Salvo a un chaval, que se acercaba algo nervioso al grupo. Seguro que es el típico tocapelotas pensó el Gyojin a la par que se preparaba para escuchar al humano.
Las ininteligibles conversaciones golpearon mis oídos en cuanto me introduje en la marea de gente. La sensación era parecida a la experimentada al sumergirme en el fondo del mar, aunque hacía mucho que no podía darme un baño en él. No pude evitar entristecerme un poco al percatarme de ello y, de forma casi inconsciente, usé el dedo pulgar para frotar levemente la almohadilla de mi mano derecha. «Tengo que hacerme con unos guantes», pensé por infinitésima vez desde que mis inseparables compañeras apareciesen en su lugar.
Un toque en el hombro me sacó de mi ensimismamiento. Un par de hombres con aspecto de necesitar un buen plato de comida acababan de pasar por mi lado, golpeándome en el proceso a causa de la falta de espacio en la muchedumbre. Apenas alcancé a oír unas palabras -"tiendas" y "herrerías"- antes de que se esfumasen entre la multitud de cabezas que me rodeaba. Opté por seguir con mi camino, atento para no tropezar con nadie más.
Tras unos minutos de lucha a contracorriente emergí de la multitud frente a uno de los callejones. ¿Sería aquél el correcto? A saber, pero para cambiar de dirección debería introducirme de nuevo en la selva. No. No estaba dispuesto a aquello. «Tiene que haber algún modo de llegar por aquí», me dije, convenciéndome de que llegaría a mi destino aunque el camino resultase ser más largo.
Mis primeros pasos me introdujeron en un camino mucho menos transitado que la explanada que dejaba atrás. Lo que me había parecido un callejón no tardó en abrirse para dar lugar a una calle de considerable amplitud. Diferentes comercios se sucedían a ambos lados, correspondiendo la mayoría de ellos a diferentes talleres de artesanía. Anduve despacio, deteniéndome ante algunos de los escaparates que trataban de seducirme. Ignoré la mayor parte de ellos. No obstante, no tuve otra opción más que detenerme frente a una de las tiendas.
Unos guantes de cuero habían atraído mi atención. Permanecí unos segundos observándolos, evaluando si merecían el desorbitado precio que su creador pedía por ellos. «No, no son para tanto», concluí, reanudando la marcha hasta alcanzar el final de la calle.
-Perdone, ¿la plaza central? -pregunté a un viejo alfarero que daba forma a un botijo frente al que sería su establecimiento.
El tipo ni siquiera me miró. Un casi imperceptible movimiento de su ceja derecha fue lo único que me indicó que era consciente de mi presencia. Tras unos segundos en los que me replanteé volver a formular mi pregunta, el hombre realizó un gesto con la cabeza para señalar una minúscula callejuela que nacía dos locales más allá del suyo. Sin molestarme en darle las gracias, emprendí el camino de nuevo y me dirigí hacia donde me había señalado. «Más te vale que sea por aquí», me dije.
Un toque en el hombro me sacó de mi ensimismamiento. Un par de hombres con aspecto de necesitar un buen plato de comida acababan de pasar por mi lado, golpeándome en el proceso a causa de la falta de espacio en la muchedumbre. Apenas alcancé a oír unas palabras -"tiendas" y "herrerías"- antes de que se esfumasen entre la multitud de cabezas que me rodeaba. Opté por seguir con mi camino, atento para no tropezar con nadie más.
Tras unos minutos de lucha a contracorriente emergí de la multitud frente a uno de los callejones. ¿Sería aquél el correcto? A saber, pero para cambiar de dirección debería introducirme de nuevo en la selva. No. No estaba dispuesto a aquello. «Tiene que haber algún modo de llegar por aquí», me dije, convenciéndome de que llegaría a mi destino aunque el camino resultase ser más largo.
Mis primeros pasos me introdujeron en un camino mucho menos transitado que la explanada que dejaba atrás. Lo que me había parecido un callejón no tardó en abrirse para dar lugar a una calle de considerable amplitud. Diferentes comercios se sucedían a ambos lados, correspondiendo la mayoría de ellos a diferentes talleres de artesanía. Anduve despacio, deteniéndome ante algunos de los escaparates que trataban de seducirme. Ignoré la mayor parte de ellos. No obstante, no tuve otra opción más que detenerme frente a una de las tiendas.
Unos guantes de cuero habían atraído mi atención. Permanecí unos segundos observándolos, evaluando si merecían el desorbitado precio que su creador pedía por ellos. «No, no son para tanto», concluí, reanudando la marcha hasta alcanzar el final de la calle.
-Perdone, ¿la plaza central? -pregunté a un viejo alfarero que daba forma a un botijo frente al que sería su establecimiento.
El tipo ni siquiera me miró. Un casi imperceptible movimiento de su ceja derecha fue lo único que me indicó que era consciente de mi presencia. Tras unos segundos en los que me replanteé volver a formular mi pregunta, el hombre realizó un gesto con la cabeza para señalar una minúscula callejuela que nacía dos locales más allá del suyo. Sin molestarme en darle las gracias, emprendí el camino de nuevo y me dirigí hacia donde me había señalado. «Más te vale que sea por aquí», me dije.
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- Enric, lo tuyo no es la cocina, de verdad. Si por algún casual consigues que te den una oportunidad en algún restaurante, vas a durar menos que una madera nueva en un Dojo -comentó el Gyojin al bondadoso humano, que parecía seguir queriendo dedicarse al mundo de los fogones-. De verdad, que eres bueno en muchas otras cosas, pero no en eso. ¿Has probado a dedicarte a cuidar animales? Las mascotas de te dan bien.
-No, pero yo quiero cocinar.
-Ya, ya lo sé, pero insisto, sería mejor que…
-Que no, ¡que yo quiero ser cocinero!
-Bueno, vale, prueba suerte ahí.
El tiburón sabía que no duraría mucho, ni en la prueba ni en el mundillo. Al fin y al cabo su personalidad era mucho más tranquila que la que un cocinero requería para servir varias mesas al mismo tiempo. Sin embargo, Enric parecía ser el único que se balanceaba en la cuerda del post-esclavismo, el resto tenían mucho más claro a qué querían dedicarse teniendo en cuenta qué se les daba bien. Incluso los pocos niños que habían en la multitud parecían felices. Todo aquello estaba marchando sospechosamente bien. Quizá demasiado.
-Y tú, Luka, ¿Qué serás? -preguntó Swel, uno de los niños más amables que había allí.
-Yo no me quedaré aquí, pequeñín. Me iré a hacer lo que he estado haciendo todo este tiempo; Surcar los mares.
-¡Ala qué chulo! ¿Puedo ir contigo?
-¡Ojalá! Pero aún no. Cuando tengas más edad y seas más alto seguro que sí, ¿Vale?
-¡Vale! Ahora mismo mido 1,43… ¿Podré ir cuando mira 1,40?
-¡1,40 es menos que 1,43 Swel!
-Ah, vale… nunca se me han dado bien los números.
-Ya veo. ¿Por qué no os apuntáis a la escuela?
-Han ido María y Klop a preguntar.
-Perfecto, a ver si hay suerte.
El Gyojin, el pequeñín y el resto de la gente siguieron caminando tranquilamente por las calles de la isla, mirando carteles de se necesita empleado en los comercios, tascas y de más zonas. Casi todos lograron una pequeña entrevista. Algunos consiguieron un puesto al momento. Y pocos fueron los que se desilusionaron al no ver nada acorde a su valía y necesidades. Poco a poco el resto de grupos fueron llegando hasta la ubicación del primero. Luka no tenía ni idea de cómo los habían localizado, pero claramente eran el grupo que menos habían avanzado. O más rápido quizá.
-¡Esto que estáis haciendo está genial! Muchos ya habéis encontrado trabajo, otros al menos habéis hecho una prueba… ¡Y en un solo día! ¡Muy bien! ¿Queréis venir al bar del centro a celebrarlo? ¡Yo invito!
El tiburón había visto un bar con muy buena pinta en la plaza central, y ya estaba contando los segundos para visitarlo. Con suerte sería aquel el último momento feliz que recordaría con aquella gente. Si bien había sido un placer coincidir con ellos, sería mejor que cada uno tomase su camino y no sé cogieran mucho más cariño, en caso contrario sólo dificultaría las cosas.
Qué ganas de ver a los míos… ¿Cómo estarán Tom y compañía?
La verdad es que el grupo era tan numeroso, que a la par que iba caminando llamaba la atención de todos los ciudadanos de la isla. Quizá no habían visto nunca un grupo turístico tan grande, algo bastante normal en islas de gran dimensión o enorme atractivo turístico. ¿Pero en aquella? Quizá no había sido la mejor coartada.
Cuando por fín llegaron a la taberna, el Gyojin empezó a apuntar lo que quería la gente. La mayoría quería agua, por lo que el tiburón se sintió aliviado de no tener que pagar una factura muy elevada. Tras ello, entraría en la taberna y le daría las servilletas donde había apuntado todo.
Puede que si todo está saliendo bien, sea porque por una vez no habrá problemas
-No, pero yo quiero cocinar.
-Ya, ya lo sé, pero insisto, sería mejor que…
-Que no, ¡que yo quiero ser cocinero!
-Bueno, vale, prueba suerte ahí.
El tiburón sabía que no duraría mucho, ni en la prueba ni en el mundillo. Al fin y al cabo su personalidad era mucho más tranquila que la que un cocinero requería para servir varias mesas al mismo tiempo. Sin embargo, Enric parecía ser el único que se balanceaba en la cuerda del post-esclavismo, el resto tenían mucho más claro a qué querían dedicarse teniendo en cuenta qué se les daba bien. Incluso los pocos niños que habían en la multitud parecían felices. Todo aquello estaba marchando sospechosamente bien. Quizá demasiado.
-Y tú, Luka, ¿Qué serás? -preguntó Swel, uno de los niños más amables que había allí.
-Yo no me quedaré aquí, pequeñín. Me iré a hacer lo que he estado haciendo todo este tiempo; Surcar los mares.
-¡Ala qué chulo! ¿Puedo ir contigo?
-¡Ojalá! Pero aún no. Cuando tengas más edad y seas más alto seguro que sí, ¿Vale?
-¡Vale! Ahora mismo mido 1,43… ¿Podré ir cuando mira 1,40?
-¡1,40 es menos que 1,43 Swel!
-Ah, vale… nunca se me han dado bien los números.
-Ya veo. ¿Por qué no os apuntáis a la escuela?
-Han ido María y Klop a preguntar.
-Perfecto, a ver si hay suerte.
El Gyojin, el pequeñín y el resto de la gente siguieron caminando tranquilamente por las calles de la isla, mirando carteles de se necesita empleado en los comercios, tascas y de más zonas. Casi todos lograron una pequeña entrevista. Algunos consiguieron un puesto al momento. Y pocos fueron los que se desilusionaron al no ver nada acorde a su valía y necesidades. Poco a poco el resto de grupos fueron llegando hasta la ubicación del primero. Luka no tenía ni idea de cómo los habían localizado, pero claramente eran el grupo que menos habían avanzado. O más rápido quizá.
-¡Esto que estáis haciendo está genial! Muchos ya habéis encontrado trabajo, otros al menos habéis hecho una prueba… ¡Y en un solo día! ¡Muy bien! ¿Queréis venir al bar del centro a celebrarlo? ¡Yo invito!
El tiburón había visto un bar con muy buena pinta en la plaza central, y ya estaba contando los segundos para visitarlo. Con suerte sería aquel el último momento feliz que recordaría con aquella gente. Si bien había sido un placer coincidir con ellos, sería mejor que cada uno tomase su camino y no sé cogieran mucho más cariño, en caso contrario sólo dificultaría las cosas.
Qué ganas de ver a los míos… ¿Cómo estarán Tom y compañía?
La verdad es que el grupo era tan numeroso, que a la par que iba caminando llamaba la atención de todos los ciudadanos de la isla. Quizá no habían visto nunca un grupo turístico tan grande, algo bastante normal en islas de gran dimensión o enorme atractivo turístico. ¿Pero en aquella? Quizá no había sido la mejor coartada.
Cuando por fín llegaron a la taberna, el Gyojin empezó a apuntar lo que quería la gente. La mayoría quería agua, por lo que el tiburón se sintió aliviado de no tener que pagar una factura muy elevada. Tras ello, entraría en la taberna y le daría las servilletas donde había apuntado todo.
Puede que si todo está saliendo bien, sea porque por una vez no habrá problemas
Tardé más de lo esperado en llegar a mi destino, pues el condenado alfarero me había mandado en la dirección contraria a la que debía seguir. «Tal vez no era una indicación y sólo le picaba el cuello», pensé, tratando de buscar algún motivo por el que querría hacerme perder el tiempo. No lo encontré, así que por una vez y sin que sirviera de precedente me esforcé en achacarlo todo a un malentendido.
A pesar del contratiempo, habiendo dejado atrás ese estúpido falso orgullo que hacía que me mostrase reticente a preguntar el camino, terminé por alcanzar la plaza central de la ciudad. Me despedí de la extraordinariamente amable mujer que me había acompañado en el último tramo del recorrido y me detuve un instante a contemplar los alrededores.
Era un espacio rectangular, de una superficie seguramente mayor de la que aparentaba dado el trasiego de personas. La muchedumbre no era ni de lejos tan asfixiante como la que abarrotaba el puerto, pero aun así había más cabezas de las que podía contar. «¿Dónde me he metido?», me pregunté. Por la forma de ser y de vivir del curtidor de cuero había supuesto que aquél sería un lugar mucho más tranquilo y modesto, pero me había equivocado por completo.
El centro del lugar estaba ocupado por unas gigantescas jardineras situadas sobre unos peldaños. Unos espectaculares vegetales plagados de flores de todos los colores crecían imponentes, adoptando unas dimensiones mucho mayores de las que se podrían esperar viendo sus recipientes. El botánico que hubiese logrado criar esos especímenes debía ser todo un genio. Tras contemplar aquella maravilla, comencé a bordear la plaza en busca de alguna pista que me indicase dónde se encontraba el local del tal Fabián.
En más de una ocasión me tuve que detener para que alguien pasase por delante de mí. Una de estas pausas se prolongó durante varios minutos, pues un número casi obsceno de personas que al parecer iban en grupo decidió que su camino se encontraba justo delante de mis pies. En cuanto la última cabeza rebasó mi posición, un viejo letrero de madera atrajo mi atención e iluminó mi rostro como un rayo de sol. La inscripción era lo más simple que se podía despachar: "Fabián". Claro, conciso y, lo más importante de todo, inconfundible.
Me precipité hacia el interior sin dudarlo, haciendo sonar una campana que debía avisar al artesano de que acababa de acceder a su establecimiento. Una gran cantidad de botes cubiertos en su mayoría de polvo se distribuían por un sinfín de viejas estanterías de madera. Bajo cada uno de ellos, una inscripción realizada en las más pulcra de las caligrafías sobre una tarjeta aportaba una información que yo no podía distinguir. De hecho, ni siquiera conocía las palabras que representaban los trazos.
-¿Quién anda ahí? -dijo una malhumorada voz al fondo de la estancia.
A pesar del contratiempo, habiendo dejado atrás ese estúpido falso orgullo que hacía que me mostrase reticente a preguntar el camino, terminé por alcanzar la plaza central de la ciudad. Me despedí de la extraordinariamente amable mujer que me había acompañado en el último tramo del recorrido y me detuve un instante a contemplar los alrededores.
Era un espacio rectangular, de una superficie seguramente mayor de la que aparentaba dado el trasiego de personas. La muchedumbre no era ni de lejos tan asfixiante como la que abarrotaba el puerto, pero aun así había más cabezas de las que podía contar. «¿Dónde me he metido?», me pregunté. Por la forma de ser y de vivir del curtidor de cuero había supuesto que aquél sería un lugar mucho más tranquilo y modesto, pero me había equivocado por completo.
El centro del lugar estaba ocupado por unas gigantescas jardineras situadas sobre unos peldaños. Unos espectaculares vegetales plagados de flores de todos los colores crecían imponentes, adoptando unas dimensiones mucho mayores de las que se podrían esperar viendo sus recipientes. El botánico que hubiese logrado criar esos especímenes debía ser todo un genio. Tras contemplar aquella maravilla, comencé a bordear la plaza en busca de alguna pista que me indicase dónde se encontraba el local del tal Fabián.
En más de una ocasión me tuve que detener para que alguien pasase por delante de mí. Una de estas pausas se prolongó durante varios minutos, pues un número casi obsceno de personas que al parecer iban en grupo decidió que su camino se encontraba justo delante de mis pies. En cuanto la última cabeza rebasó mi posición, un viejo letrero de madera atrajo mi atención e iluminó mi rostro como un rayo de sol. La inscripción era lo más simple que se podía despachar: "Fabián". Claro, conciso y, lo más importante de todo, inconfundible.
Me precipité hacia el interior sin dudarlo, haciendo sonar una campana que debía avisar al artesano de que acababa de acceder a su establecimiento. Una gran cantidad de botes cubiertos en su mayoría de polvo se distribuían por un sinfín de viejas estanterías de madera. Bajo cada uno de ellos, una inscripción realizada en las más pulcra de las caligrafías sobre una tarjeta aportaba una información que yo no podía distinguir. De hecho, ni siquiera conocía las palabras que representaban los trazos.
-¿Quién anda ahí? -dijo una malhumorada voz al fondo de la estancia.
Luka Rooney
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Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
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Luka cogió su quinta cerveza mientras escuchaba la conversación entre dos de los humanos. Hablaban sobre un deporte en el cual competían equipos y se bastaba en pasar una pelota sobre una red, evitando que esta votase sobre unas líneas delimitadas.
- Eso es de nenas. En mi isla jugábamos con piedras, y más te valía que tocasen el suelo, en caso contrario tendrías que presumir de una herida más.
- En tu caso sería complicado no darte.
- Soy grande, pero ágil.
- ¿Cómo vas a ser ágil?
- Tengo unos pies ágiles.
- Y yo más fuerza que tú -comentó sonriendo uno de los presentes.
- ¿Me retas?
- No no, era broma -dijo disimulando su semblante ligeramente aterrorizado.
El Gyojin se levantó y se bebió la media jarra que le quedaba del tirón. La cerveza brotó por la comisura de sus labios durante unos segundos, hasta que el tiburón deslizó su lengua por ellos, tragando saliva y con ello los últimos restos de aquella bebida de cebada. Después, se desplazó unos metros hasta la taberna, donde pagó la cuenta y dió una generosa propina. Finalmente se despidió de los humanos amablemente, uno por uno. Todos formarían parte de su vida, y jamás se olvidarían mutuamente. Liberar esclavos sólo era una pequeña parte del plan que Luka tenía en mente, pero le provocaba tal satisfacción que sería su plan principal durante un tiempo. Al menos hasta que pudiera finalizar su plan principal. Pero todo en esta vida requiere tiempo, y dicho plan no era una excepción.
Los conocidos vienen y van. La libertad, en cierto modo, es igual. De repente somos libres como nos vemos atrapados en algo. Simplemente debemos disfrutar del momento.
Caminó por las transitadas calles de la isla meditando, pensando qué le depararía el futuro. Pasó por un par de tiendas, compró algún souvenir, alguna que otra botella de finos licores, y acabó volviendo a la plaza, algo desorientado. Alzó la vista hacia el cielo y contempló dónde se encontraba el sol. Iré por el sentido contrario. Pensó a la par que emprendía la marcha hacia el sur. No le sonaba ninguna de las calles por las que estaba caminando, pero a decir verdad todas eran iguales. O al menos bastante parecidas.
Preguntó a un par de señoras que se hicieron las sordas y aumentaron el ritmo que llevaban. Puede que después de todo, un Gyojin fuese raro por aquellos lares. Aminoró un poco la marcha hasta acabar en una tienda de objetos electrónicos. Se paró al ver un den den mushi bastante peculiar. Parecía tener un rostro tallado.
Así que aquí los hacen…
Indagó en su mochila hasta localizar el den den Zane que el propio capitán le había entregado, y vió que la calidad se asemejaba, por lo que decidido, entró en la tienda y preguntó al tendero sobre la posibilidad de hacerle uno. De primeras el tendero parecía algo atemorizado, una nueva señal de lo extraño que resultaba un ser como él en una isla como aquella. El tendero aceptó tras pensárselo durante bastante tiempo, y empezó a hacer bocetos.
- Es una gran prueba, la verdad. Es la primera vez que hago uno así… Ya sabes, siempre suelen venir humanos, pero nunca otro tipo de criaturas. Y ojo, no quiero decir que no haga trabajos para otras criaturas. Todos somos iguales, ¿verdad? Pero no, no suelo hacer esos trabajos. Realmente es la primera vez que veo a un Tritón como tú.
- Gyojin.
- Eso, a un Gyojin como tú. ¿Qué diferencia hay entre un Gyojin y un Tritón? Nunca he visto a uno de los segundos.
- La misma que entre un humano y un animal. Ahora tienes que intentar descifrar quién es el humano y quién el animal.
Una gota de sangre cayó visiblemente de la frente del hombre al mostrador, algo que reflejaba su miedo a decir algo que no le gustase al tiburón.
- No te preocupes, era una broma.
Luka observó desde la distancia el boceto del hombre. Era puro arte. Ese tipo tenía un don, y lo estaba plasmando sobre una hoja de papel rugoso.
- ¿Cuantos querrás?
- ¿Cómo funcionan?
- Su funcionamiento es similar a un walkie talkie, todos se pueden comunicar entre sí marcando su número, que es como una extensión. Solemos hacer pedidos de cuatro, pero puedes pedir desde cuatro hasta ocho.
- Cuatro está bien.
Tras hablar algo más con el tendero, quedó en acabar el pedido en seis días, por lo que la estancia del tiburón en la isla debía prolongarse algo más de lo esperado.
Además, acordó pagarle más de lo que el tendero le propuso con el fin de que dedicase aquél dinero a comprar mejores herramientas para su trabajo. Bastaba con echar un vistazo a la tienda para ver que todo estaba muy usado. Sin embargo, una persona con su don debía tener los mejores instrumentos del mercado. Ojalá la bondad del Gyojin fuese suficiente para despertar todo el arte que aquél tipo atesoraba.
- Eso es de nenas. En mi isla jugábamos con piedras, y más te valía que tocasen el suelo, en caso contrario tendrías que presumir de una herida más.
- En tu caso sería complicado no darte.
- Soy grande, pero ágil.
- ¿Cómo vas a ser ágil?
- Tengo unos pies ágiles.
- Y yo más fuerza que tú -comentó sonriendo uno de los presentes.
- ¿Me retas?
- No no, era broma -dijo disimulando su semblante ligeramente aterrorizado.
El Gyojin se levantó y se bebió la media jarra que le quedaba del tirón. La cerveza brotó por la comisura de sus labios durante unos segundos, hasta que el tiburón deslizó su lengua por ellos, tragando saliva y con ello los últimos restos de aquella bebida de cebada. Después, se desplazó unos metros hasta la taberna, donde pagó la cuenta y dió una generosa propina. Finalmente se despidió de los humanos amablemente, uno por uno. Todos formarían parte de su vida, y jamás se olvidarían mutuamente. Liberar esclavos sólo era una pequeña parte del plan que Luka tenía en mente, pero le provocaba tal satisfacción que sería su plan principal durante un tiempo. Al menos hasta que pudiera finalizar su plan principal. Pero todo en esta vida requiere tiempo, y dicho plan no era una excepción.
Los conocidos vienen y van. La libertad, en cierto modo, es igual. De repente somos libres como nos vemos atrapados en algo. Simplemente debemos disfrutar del momento.
Caminó por las transitadas calles de la isla meditando, pensando qué le depararía el futuro. Pasó por un par de tiendas, compró algún souvenir, alguna que otra botella de finos licores, y acabó volviendo a la plaza, algo desorientado. Alzó la vista hacia el cielo y contempló dónde se encontraba el sol. Iré por el sentido contrario. Pensó a la par que emprendía la marcha hacia el sur. No le sonaba ninguna de las calles por las que estaba caminando, pero a decir verdad todas eran iguales. O al menos bastante parecidas.
Preguntó a un par de señoras que se hicieron las sordas y aumentaron el ritmo que llevaban. Puede que después de todo, un Gyojin fuese raro por aquellos lares. Aminoró un poco la marcha hasta acabar en una tienda de objetos electrónicos. Se paró al ver un den den mushi bastante peculiar. Parecía tener un rostro tallado.
Así que aquí los hacen…
Indagó en su mochila hasta localizar el den den Zane que el propio capitán le había entregado, y vió que la calidad se asemejaba, por lo que decidido, entró en la tienda y preguntó al tendero sobre la posibilidad de hacerle uno. De primeras el tendero parecía algo atemorizado, una nueva señal de lo extraño que resultaba un ser como él en una isla como aquella. El tendero aceptó tras pensárselo durante bastante tiempo, y empezó a hacer bocetos.
- Es una gran prueba, la verdad. Es la primera vez que hago uno así… Ya sabes, siempre suelen venir humanos, pero nunca otro tipo de criaturas. Y ojo, no quiero decir que no haga trabajos para otras criaturas. Todos somos iguales, ¿verdad? Pero no, no suelo hacer esos trabajos. Realmente es la primera vez que veo a un Tritón como tú.
- Gyojin.
- Eso, a un Gyojin como tú. ¿Qué diferencia hay entre un Gyojin y un Tritón? Nunca he visto a uno de los segundos.
- La misma que entre un humano y un animal. Ahora tienes que intentar descifrar quién es el humano y quién el animal.
Una gota de sangre cayó visiblemente de la frente del hombre al mostrador, algo que reflejaba su miedo a decir algo que no le gustase al tiburón.
- No te preocupes, era una broma.
Luka observó desde la distancia el boceto del hombre. Era puro arte. Ese tipo tenía un don, y lo estaba plasmando sobre una hoja de papel rugoso.
- ¿Cuantos querrás?
- ¿Cómo funcionan?
- Su funcionamiento es similar a un walkie talkie, todos se pueden comunicar entre sí marcando su número, que es como una extensión. Solemos hacer pedidos de cuatro, pero puedes pedir desde cuatro hasta ocho.
- Cuatro está bien.
Tras hablar algo más con el tendero, quedó en acabar el pedido en seis días, por lo que la estancia del tiburón en la isla debía prolongarse algo más de lo esperado.
Además, acordó pagarle más de lo que el tendero le propuso con el fin de que dedicase aquél dinero a comprar mejores herramientas para su trabajo. Bastaba con echar un vistazo a la tienda para ver que todo estaba muy usado. Sin embargo, una persona con su don debía tener los mejores instrumentos del mercado. Ojalá la bondad del Gyojin fuese suficiente para despertar todo el arte que aquél tipo atesoraba.
La voz provenía de una gigantesca pila de libros que había tras un escritorio. Me aproximé hasta ella, ignorando por primera vez desde que entrase la gran cantidad de frascos que había repartidos por la zona. Los ejemplares eran de todo tipo: gruesos y finos, antiguos de páginas amarilleadas y nuevos con olor a imprenta, de tapa dura y de tapa blanda.
No obstante, lo que me interesaba se encontraba tras ellos. Un hombre menudo con bata blanca y gafas protectoras se inclinaba sobre una de las múltiples probetas que había en la estancia. Los estantes finalizaban para dar lugar a un receptáculo amplio y ordenado -a excepción de la mesa sepultada bajo libros-. ¿Qué demonios era aquello?
-¿Fabián? -pregunté con tono dubitativo.
-¿Quién me busca? -respondió la pequeña figura al tiempo que se daba la vuelta y me encaraba. Carecía por completo de pelo en la zona superior de su cabeza, limitándose éste a una corona que rodeaba la brillante calva. Un poblado bigote canoso adornaba su rostro.
-Ruffo. Me envía Pierre, de Isla Navideña. Quiere que recoja una resina o algo así, pero supongo que me habré equivocado.
-¿Lo dices por esto? Las resinas me dan dinero para vivir, pero mi pasión es la química -comentó, dejando a un lado el mal humor del que había hecho gala al principio-. Ven, tengo lo de Pierre guardado desde hace más de dos semanas. Esperaba que viniera él, quería enseñarle en qué estoy trabajando ahora. Seguro que le encantaría.
Rebasó mi posición y comenzó a caminar entre el laberinto de estanterías que había en la primera zona del establecimiento. Pese a lo modesto de su acceso, el interior se extendía por los locales adyacentes. ¿Cómo podía tener una tienda tan descuidada alguien a quien le iba tan bien el negocio? No entraba en mi cabeza, pero no opiné al respecto.
-¿Y qué es eso que le quieres enseñar a Pierre? -pregunté tras dejar atrás la decimoquinta estantería, asumiendo que no sería capaz de encontrar el camino de vuelta si me lo propusiera.
-A ti te lo voy a decir. Mis investigaciones son privadas, mocoso insolente -espetó, liberando a continuación una sonora carcajada que rozaba lo escalofriante. «¿Dónde me he metido?», me pregunté mientras le seguía por los estrechos pasillos.
Terminó por detenerse junto a una minúscula puerta que conducía a un trastero. Se introdujo en él para regresar con un bote cuyo tamaño con facilidad podría doblar a los que había visto hasta el momento. Me disponía a cogerlo y darle las gracias cuando un sonoro portazo me interrumpió. Ambos miramos en la dirección de la que provenía.
-¡Fabián! Estoy harto de que me des largas, viejo agarrado -gritó una amenazadora voz.
No obstante, lo que me interesaba se encontraba tras ellos. Un hombre menudo con bata blanca y gafas protectoras se inclinaba sobre una de las múltiples probetas que había en la estancia. Los estantes finalizaban para dar lugar a un receptáculo amplio y ordenado -a excepción de la mesa sepultada bajo libros-. ¿Qué demonios era aquello?
-¿Fabián? -pregunté con tono dubitativo.
-¿Quién me busca? -respondió la pequeña figura al tiempo que se daba la vuelta y me encaraba. Carecía por completo de pelo en la zona superior de su cabeza, limitándose éste a una corona que rodeaba la brillante calva. Un poblado bigote canoso adornaba su rostro.
-Ruffo. Me envía Pierre, de Isla Navideña. Quiere que recoja una resina o algo así, pero supongo que me habré equivocado.
-¿Lo dices por esto? Las resinas me dan dinero para vivir, pero mi pasión es la química -comentó, dejando a un lado el mal humor del que había hecho gala al principio-. Ven, tengo lo de Pierre guardado desde hace más de dos semanas. Esperaba que viniera él, quería enseñarle en qué estoy trabajando ahora. Seguro que le encantaría.
Rebasó mi posición y comenzó a caminar entre el laberinto de estanterías que había en la primera zona del establecimiento. Pese a lo modesto de su acceso, el interior se extendía por los locales adyacentes. ¿Cómo podía tener una tienda tan descuidada alguien a quien le iba tan bien el negocio? No entraba en mi cabeza, pero no opiné al respecto.
-¿Y qué es eso que le quieres enseñar a Pierre? -pregunté tras dejar atrás la decimoquinta estantería, asumiendo que no sería capaz de encontrar el camino de vuelta si me lo propusiera.
-A ti te lo voy a decir. Mis investigaciones son privadas, mocoso insolente -espetó, liberando a continuación una sonora carcajada que rozaba lo escalofriante. «¿Dónde me he metido?», me pregunté mientras le seguía por los estrechos pasillos.
Terminó por detenerse junto a una minúscula puerta que conducía a un trastero. Se introdujo en él para regresar con un bote cuyo tamaño con facilidad podría doblar a los que había visto hasta el momento. Me disponía a cogerlo y darle las gracias cuando un sonoro portazo me interrumpió. Ambos miramos en la dirección de la que provenía.
-¡Fabián! Estoy harto de que me des largas, viejo agarrado -gritó una amenazadora voz.
Luka Rooney
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Tras salir de aquella tienda, el rostro de Luka exhibía una reluciente sonrisa. No podía creer que fuese a tener un den den personalizado con su rostro, y menos aún que fuese tan real como el tipo le había asegurado. Se preguntó qué pensaría de aquello Zane, al igual que Therax o Alviss. Seguro que se reían. ¿Cuántos Gyojins tendrían un den den personalizado? La verdad es que seguro que era algo relativamente común, pero para el habitante del mar, cada cosa que hacía, le parecía ser el primer Gyojin en hacerlo.
Las transitadas calles estaban menos pobladas que hacía unos minutos, aunque el gentío seguía siendo importante. Durante un breve periodo de tiempo Luka se quedó absorto en sus pensamientos, dirigiéndose a tierra de nadie y alejándose de la tienda sin saber muy bien a qué dirección ir. Se cruzó con un par de mujeres que le miraron con cierta ira, así como algún que otro niño que se le quedaba embobado mirando. De cualquiera de las maneras, debía encontrar algún sitio donde pasar la noche y alojarse unos días hasta que los den den estuvieran acabados.
Le pienso dar uno a Therax, para avisarle cuando me tenga que curar. Otro a Tom, para ir contándole mis aventuras. Y el resto… no sé, tendré que pensarlo Se animó el luchador a la par que iba ampliando la mueca de sonrisa de su rostro.
Unos minutos más por las calles y el Gyojin empezó a sentirse incómodo con tantas miradas cruzándose con él. Era cierto que allá donde iba la gente solía mirarle más que a sus compañeros de banda, seguramente porque era mucho más complicado ver a un Gyojin que a un simple humano pelirrojo o rubio. Pero en aquella isla, no debían haber visto ningún Gyojin en años. Eso, o simplemente les gustaba mirar.
Creo que voy a salir poco por aquí. Quizá sea buena idea comprar algún libro, un par de tablas de madera y dedicarme a tallar algo
El tiburón miró al cielo, intentándose ubicar nuevamente gracias al sol, pero aquello parecía no funcionar nunca. La probabilidad de ir siempre al lado contrario donde quiero debe ser muy baja pensó mentalizándose que quizá esta vez le iría bien.
Un par de minutos más tarde vió cómo un tipo entraba bastante ofuscado a una tienda, y al acercarse se dió cuenta que era una tienda con algunos libros y otros enseres que no le interesaban demasiado al habitante del mar. Quizá allí podía comprar lo que quería y, de ese modo, alejarse hacia cualquier hostal cercano para pasar una semana alejado del mundo. Absorto en libros y serrín hasta que los den den estuvieran listos. Se había planteado incluso acercarse de nuevo a la tienda del hombre al que le encargó los den den y darle diez veces más dinero a cambio de que lo acabase lo antes posible, pero no recordaba el camino hacia la tienda. Me va a costar situarme
El Gyojin se quedó en la puerta y oyó un grito del humano que acababa de entrar. Por lo visto, un viejo le daba largas. Luka intuyó que el viejo sería el tendero, aunque no descartó que fuese alguien que estaba comprando. Aunque en ese caso… ¿por qué no esperarle fuera?
Luka se decidió a entrar y saludó a los tipos que había dentro, perdiéndose por las estanterías repletas de libros y buscando alguno de su interés mientras observaba el desenlace de aquella peculiar situación.
Las transitadas calles estaban menos pobladas que hacía unos minutos, aunque el gentío seguía siendo importante. Durante un breve periodo de tiempo Luka se quedó absorto en sus pensamientos, dirigiéndose a tierra de nadie y alejándose de la tienda sin saber muy bien a qué dirección ir. Se cruzó con un par de mujeres que le miraron con cierta ira, así como algún que otro niño que se le quedaba embobado mirando. De cualquiera de las maneras, debía encontrar algún sitio donde pasar la noche y alojarse unos días hasta que los den den estuvieran acabados.
Le pienso dar uno a Therax, para avisarle cuando me tenga que curar. Otro a Tom, para ir contándole mis aventuras. Y el resto… no sé, tendré que pensarlo Se animó el luchador a la par que iba ampliando la mueca de sonrisa de su rostro.
Unos minutos más por las calles y el Gyojin empezó a sentirse incómodo con tantas miradas cruzándose con él. Era cierto que allá donde iba la gente solía mirarle más que a sus compañeros de banda, seguramente porque era mucho más complicado ver a un Gyojin que a un simple humano pelirrojo o rubio. Pero en aquella isla, no debían haber visto ningún Gyojin en años. Eso, o simplemente les gustaba mirar.
Creo que voy a salir poco por aquí. Quizá sea buena idea comprar algún libro, un par de tablas de madera y dedicarme a tallar algo
El tiburón miró al cielo, intentándose ubicar nuevamente gracias al sol, pero aquello parecía no funcionar nunca. La probabilidad de ir siempre al lado contrario donde quiero debe ser muy baja pensó mentalizándose que quizá esta vez le iría bien.
Un par de minutos más tarde vió cómo un tipo entraba bastante ofuscado a una tienda, y al acercarse se dió cuenta que era una tienda con algunos libros y otros enseres que no le interesaban demasiado al habitante del mar. Quizá allí podía comprar lo que quería y, de ese modo, alejarse hacia cualquier hostal cercano para pasar una semana alejado del mundo. Absorto en libros y serrín hasta que los den den estuvieran listos. Se había planteado incluso acercarse de nuevo a la tienda del hombre al que le encargó los den den y darle diez veces más dinero a cambio de que lo acabase lo antes posible, pero no recordaba el camino hacia la tienda. Me va a costar situarme
El Gyojin se quedó en la puerta y oyó un grito del humano que acababa de entrar. Por lo visto, un viejo le daba largas. Luka intuyó que el viejo sería el tendero, aunque no descartó que fuese alguien que estaba comprando. Aunque en ese caso… ¿por qué no esperarle fuera?
Luka se decidió a entrar y saludó a los tipos que había dentro, perdiéndose por las estanterías repletas de libros y buscando alguno de su interés mientras observaba el desenlace de aquella peculiar situación.
Me di la vuelta un tanto alarmado. ¿Qué demonios sucedía? Un rápido vistazo en dirección al calvo me fue suficiente para comprobar que la visita no era agradable. Su expresión pareció ser dominada por el pánico durante un instante, mas enseguida se repuso, frunció los labios y llenó de aire sus pulmones.
-¡No te pienso dar nada! ¡Ni dinero, ni las bolitas de amor! ¡Que te quede claro! ¡Además he contratado a un guardaespaldas! ¡A ver si tienes huevos de amenazarme con él delante! -gritó con todas sus fueras, dirigiéndome a continuación una mirada de disculpa y escondiéndose detrás de mí.
-¿Pero qué dices? Yo sólo vengo a recoger la maldita resina. No busco pro... -una silueta grande y azulada pasando entre un par de grandes frascos captó momentáneamente mi atención. Cuando me disponía a continuar con mi comentario, la irrupción del que había entrado de forma tan abrupta me lo impidió de nuevo.
-No quiero dinero. Quiero el chisme ese en el que estás trabajando... o lo que sea -demandó el sujeto. Era un hombre de mediana estatura y barriga prominente. Vestía un chándal de un llamativo color verde y usaba un sombrero de color negro. Su cara destacaba por una descuidada barba y una multitud de pelos que nacían de sus fosas nasales. No pude evitar sentir cierto desagrado hacia él, pero los tres pasos rápidos que dio en mi dirección sacaron cualquier idea de mi cabeza-. No sabes dónde te metes muchacho. Apártate y déjame hablar con él.
Fabián se esforzaba por agazaparse detrás de mí. Usaba una mano para aferrar mi camisa y mantenerse cerca. «Ya no eres tan valiente, ¿no?», me quejé en mi fuero interno. De cualquier modo, no me sentía capaz de abandonar a aquel hombre a su suerte. Si fuese un completo desconocido, probablemente no habría tenido problema en hacerlo. No obstante, el curtidor de cuero que tan bien se había portado conmigo me había hablado mucho de él y, a decir verdad, muy bien. De sus palabras era fácil extraer que sentía un gran aprecio por el hombre que se acababa de convertir en mi protegido, así que no podía marcharme sin más.
-No puedo hacer eso -respondí calmadamente-. Verás, acabo de llegar y no sé cómo funcionan las cosas por aquí, pero creo que ése no es modo de entrar a un establecimiento.
-¡No te pienso dar nada! ¡Ni dinero, ni las bolitas de amor! ¡Que te quede claro! ¡Además he contratado a un guardaespaldas! ¡A ver si tienes huevos de amenazarme con él delante! -gritó con todas sus fueras, dirigiéndome a continuación una mirada de disculpa y escondiéndose detrás de mí.
-¿Pero qué dices? Yo sólo vengo a recoger la maldita resina. No busco pro... -una silueta grande y azulada pasando entre un par de grandes frascos captó momentáneamente mi atención. Cuando me disponía a continuar con mi comentario, la irrupción del que había entrado de forma tan abrupta me lo impidió de nuevo.
-No quiero dinero. Quiero el chisme ese en el que estás trabajando... o lo que sea -demandó el sujeto. Era un hombre de mediana estatura y barriga prominente. Vestía un chándal de un llamativo color verde y usaba un sombrero de color negro. Su cara destacaba por una descuidada barba y una multitud de pelos que nacían de sus fosas nasales. No pude evitar sentir cierto desagrado hacia él, pero los tres pasos rápidos que dio en mi dirección sacaron cualquier idea de mi cabeza-. No sabes dónde te metes muchacho. Apártate y déjame hablar con él.
Fabián se esforzaba por agazaparse detrás de mí. Usaba una mano para aferrar mi camisa y mantenerse cerca. «Ya no eres tan valiente, ¿no?», me quejé en mi fuero interno. De cualquier modo, no me sentía capaz de abandonar a aquel hombre a su suerte. Si fuese un completo desconocido, probablemente no habría tenido problema en hacerlo. No obstante, el curtidor de cuero que tan bien se había portado conmigo me había hablado mucho de él y, a decir verdad, muy bien. De sus palabras era fácil extraer que sentía un gran aprecio por el hombre que se acababa de convertir en mi protegido, así que no podía marcharme sin más.
-No puedo hacer eso -respondí calmadamente-. Verás, acabo de llegar y no sé cómo funcionan las cosas por aquí, pero creo que ése no es modo de entrar a un establecimiento.
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La mirada del Gyojin a cada uno de los tres humanos que allí se encontraban era cada vez más incrédula. ¿Qué clase de pintoresca escena era aquella?
Luka empezó a palpar libros sin siquiera leer sus títulos, por la simple apariencia de parecer que no estaba al tanto de lo que allí pasaba. Los dejó con sumo cuidado sobre las distintas mesas en las que estaban, desplazándose lentamente y haciendo el menor ruido posible.
A juzgar por lo oído, el tipo viejo era el dueño. El que tenía un sombrero negro le reclamaba algo y, por otra parte, el humano que se encontraba entre ambos era el… ¿Guardaespaldas? Tiene más pinta de guardarropa Pensó algo desilusionado el Gyojin, que se esperaba una pose y un look más profesional.
Se metió las manos en los bolsillos y se aproximó algo más intentando no ser visto, aunque aquello no era su fuerte, pero confiaba que la tensión del momento fuese suficientemente intensa como para que no se fijarán en él. Sólo tenía que centrarse en no hacer ruido y todo iría bien.
Luka se intentó concienciar en no intervenir si no había violencia. Al fin y al cabo le faltaban infinidad de datos para dar la razón con cierta coherencia a alguno de los dos bandos. Por otro lado, le empezó a llamar la atención todo lo que en un principio había obviado. ¿Qué diantres vendía aquella tienda? Infinidad de tarros con distintos materiales, sustancias y de más compuestos químicos le rodeaban. Observó con detenimiento cada uno de ellos. Los había líquidos, otros más viscosos, alguno incluso en estado sólido y de una infinidad de colores, la mayoría oscuros, que daba cierta grima.
Mientras los ojeaba notó, tanto por las palabras empleadas como por el tono, que la cosa empezaba a ponerse fea. Se agachó y continuó observando. Aquello no pintaba nada bien. Pero se preguntó qué pintaba allí un hombre con guardaespaldas, ¿sería algo común ese tipo de amenazas? ¿Las recibiría también el tipo que le iba a fabricar los den den? No toleraría que eso pasara. Y mucho menos si causaba un retraso en la entrega o impedía al joven trabajador emplear su arte.
Luka decidió entonces levantarse, pero se topó con una estantería claramente mal colocada, partiendo con su cabeza la madera, haciendo caer algunos tarros y causando un ruido de cristales rompiéndose que chafaría sus planes de continuar espiando desde la distancia sin ser observado.
Mierda
Continuó su gafe dando un sonoro puñetazo en la mesa de impotencia que hizo que otros tantos tarros cayesen al suelo y formaran una amalgama de olores y colores por el suelo de madera de aquella tienda.
- Lo siento -murmuró-. Esto no es nada espacioso.
Seguro que aquella vaga excusa no era suficiente como para calmar los ánimos por allí. Luka se alzó y ojeó a los humanos, presentándose.
- Mi nombre es Luka, siento lo de ahí atrás -señaló con el pulgar-, pagaré los daños causados. Por cierto, no he podido evitar escucharos, ¿hay algún tipo de problema?
El Gyojin adoptó una pose firme, intentando intimidar a los humanos. Sus incisivos parecían más afilados de lo que ya estaban, sus marcados y definidos músculos se hicieron notar y su contundente mirada se clavó en todos y cada uno de los humanos. Confiaba en intimidar a alguno de ellos, de manera que si decidían atacarle no fuese en una inferioridad tan grande. Aún así, sus presencias no le preocupaban demasiado ya que no parecían suponer un problema, pero la experiencia le decía que seguramente, ninguno de los dos bandos estuviese allí solo.
Luka empezó a palpar libros sin siquiera leer sus títulos, por la simple apariencia de parecer que no estaba al tanto de lo que allí pasaba. Los dejó con sumo cuidado sobre las distintas mesas en las que estaban, desplazándose lentamente y haciendo el menor ruido posible.
A juzgar por lo oído, el tipo viejo era el dueño. El que tenía un sombrero negro le reclamaba algo y, por otra parte, el humano que se encontraba entre ambos era el… ¿Guardaespaldas? Tiene más pinta de guardarropa Pensó algo desilusionado el Gyojin, que se esperaba una pose y un look más profesional.
Se metió las manos en los bolsillos y se aproximó algo más intentando no ser visto, aunque aquello no era su fuerte, pero confiaba que la tensión del momento fuese suficientemente intensa como para que no se fijarán en él. Sólo tenía que centrarse en no hacer ruido y todo iría bien.
Luka se intentó concienciar en no intervenir si no había violencia. Al fin y al cabo le faltaban infinidad de datos para dar la razón con cierta coherencia a alguno de los dos bandos. Por otro lado, le empezó a llamar la atención todo lo que en un principio había obviado. ¿Qué diantres vendía aquella tienda? Infinidad de tarros con distintos materiales, sustancias y de más compuestos químicos le rodeaban. Observó con detenimiento cada uno de ellos. Los había líquidos, otros más viscosos, alguno incluso en estado sólido y de una infinidad de colores, la mayoría oscuros, que daba cierta grima.
Mientras los ojeaba notó, tanto por las palabras empleadas como por el tono, que la cosa empezaba a ponerse fea. Se agachó y continuó observando. Aquello no pintaba nada bien. Pero se preguntó qué pintaba allí un hombre con guardaespaldas, ¿sería algo común ese tipo de amenazas? ¿Las recibiría también el tipo que le iba a fabricar los den den? No toleraría que eso pasara. Y mucho menos si causaba un retraso en la entrega o impedía al joven trabajador emplear su arte.
Luka decidió entonces levantarse, pero se topó con una estantería claramente mal colocada, partiendo con su cabeza la madera, haciendo caer algunos tarros y causando un ruido de cristales rompiéndose que chafaría sus planes de continuar espiando desde la distancia sin ser observado.
Mierda
Continuó su gafe dando un sonoro puñetazo en la mesa de impotencia que hizo que otros tantos tarros cayesen al suelo y formaran una amalgama de olores y colores por el suelo de madera de aquella tienda.
- Lo siento -murmuró-. Esto no es nada espacioso.
Seguro que aquella vaga excusa no era suficiente como para calmar los ánimos por allí. Luka se alzó y ojeó a los humanos, presentándose.
- Mi nombre es Luka, siento lo de ahí atrás -señaló con el pulgar-, pagaré los daños causados. Por cierto, no he podido evitar escucharos, ¿hay algún tipo de problema?
El Gyojin adoptó una pose firme, intentando intimidar a los humanos. Sus incisivos parecían más afilados de lo que ya estaban, sus marcados y definidos músculos se hicieron notar y su contundente mirada se clavó en todos y cada uno de los humanos. Confiaba en intimidar a alguno de ellos, de manera que si decidían atacarle no fuese en una inferioridad tan grande. Aún así, sus presencias no le preocupaban demasiado ya que no parecían suponer un problema, pero la experiencia le decía que seguramente, ninguno de los dos bandos estuviese allí solo.
La cara del tipo comenzó a adquirir un matiz rojizo que llegó a preocuparme. ¿Acaso estaría asfixiándose y no era capaz de decirlo? Me disponía a preguntarle e incluso acercarme un poco a él por si era necesario que hiciera algo, pero entonces estalló como si de una olla tapada se tratase. No salió vapor de ningún sitio -aunque no me hubiera extrañado-, lo que sí lanzó al aire fue una sarta de improperios de una longitud sin precedentes.
Fui incapaz de identificar la mayoría de ellos, seguramente por poseer algún significado local que escapaba a mi entendimiento. No obstante, el tono que empleaba para vomitarlos dejaba poca duda acerca de su naturaleza. Podía notar cómo mi peculiar anfitrión se encogía tras cada sílaba, agazapándose a mi espalda y aferrando mi camisa con más fuerza cada vez. «Me la vas a arrugar, desgraciado», me quejé en mi fuero interno mientras contemplaba la úvula del tipo del sombrero. No era el mejor momento para manifestar mi descontento con la actitud del... ¿cómo se denominaba a quien trabajaba con resinas?
Me dije que se lo preguntaría más tarde y aguardé a que el demandante y acalorado sujeto se calmase. Lo hizo tras unos segundos, momento que aproveché para tomar aire con ánimo de responderle -aunque no sabía muy bien cómo comportarme o qué decir-. A pesar de ello, un golpe a unos metros de distancia causó que volviese a guardar silencio.
Una estantería había sido derrumbada y se había roto por varios lugares. No sabía si lo primero había sido consecuencia de lo segundo o si, por el contrario, la caída era la responsable de que varias baldas se hubiesen quebrado. Por otro lado, la mayoría de los frascos de resina también se habían destruido, provocando que sustancias de viscosidad y color variable se extendieran por el suelo de la estancia. «¿Y éste quién es?», me pregunté al tiempo que dedicaba unos segundos a observar las escamas que cubrían su cuerpo. Una nariz tan puntiaguda y afilada como sus colmillos presidía su rostro, atrayendo de forma casi inevitable mi atención.
-Pues... no lo sé -respondí en relación a su pregunta. Lo cierto era que no mentía; yo tampoco tenía la menor idea de qué demonios era lo que reclamaba el hombre del sombrero, por qué se encontraba allí o qué relación guardaba con quien se suponía me daría la resina-. Este señor parece enfadado, eso sí, y éste otro -hice un gesto con el pulgar en dirección a mi espalda- está asustado, pero ahí me quedo.
Aparte la vista del corpulento hombre con aspecto de pez y volví a fijarla en el incomprensible desconocido. «No sé quién es, pero no me gustaría llevarme un tortazo de una de esas manazas», pensé sin volver a mirar al misterioso destructor de estanterías.
-¿Te importaría repetirlo? Un poco más despacio si puede ser -comenté, dirigiéndome a la fuente del temor de mi protegido. Por algún extraño motivo, aquel comentario no le agradó demasiado y liberó un sonoro grito antes de sacar una porra extensible de uno de sus bolsillos. Lo que en un primer momento no medía más de cinco centímetros se alargó hasta los treinta, emitiendo un brillo metálico que aseguraba que sus impactos dolerían.
Fui incapaz de identificar la mayoría de ellos, seguramente por poseer algún significado local que escapaba a mi entendimiento. No obstante, el tono que empleaba para vomitarlos dejaba poca duda acerca de su naturaleza. Podía notar cómo mi peculiar anfitrión se encogía tras cada sílaba, agazapándose a mi espalda y aferrando mi camisa con más fuerza cada vez. «Me la vas a arrugar, desgraciado», me quejé en mi fuero interno mientras contemplaba la úvula del tipo del sombrero. No era el mejor momento para manifestar mi descontento con la actitud del... ¿cómo se denominaba a quien trabajaba con resinas?
Me dije que se lo preguntaría más tarde y aguardé a que el demandante y acalorado sujeto se calmase. Lo hizo tras unos segundos, momento que aproveché para tomar aire con ánimo de responderle -aunque no sabía muy bien cómo comportarme o qué decir-. A pesar de ello, un golpe a unos metros de distancia causó que volviese a guardar silencio.
Una estantería había sido derrumbada y se había roto por varios lugares. No sabía si lo primero había sido consecuencia de lo segundo o si, por el contrario, la caída era la responsable de que varias baldas se hubiesen quebrado. Por otro lado, la mayoría de los frascos de resina también se habían destruido, provocando que sustancias de viscosidad y color variable se extendieran por el suelo de la estancia. «¿Y éste quién es?», me pregunté al tiempo que dedicaba unos segundos a observar las escamas que cubrían su cuerpo. Una nariz tan puntiaguda y afilada como sus colmillos presidía su rostro, atrayendo de forma casi inevitable mi atención.
-Pues... no lo sé -respondí en relación a su pregunta. Lo cierto era que no mentía; yo tampoco tenía la menor idea de qué demonios era lo que reclamaba el hombre del sombrero, por qué se encontraba allí o qué relación guardaba con quien se suponía me daría la resina-. Este señor parece enfadado, eso sí, y éste otro -hice un gesto con el pulgar en dirección a mi espalda- está asustado, pero ahí me quedo.
Aparte la vista del corpulento hombre con aspecto de pez y volví a fijarla en el incomprensible desconocido. «No sé quién es, pero no me gustaría llevarme un tortazo de una de esas manazas», pensé sin volver a mirar al misterioso destructor de estanterías.
-¿Te importaría repetirlo? Un poco más despacio si puede ser -comenté, dirigiéndome a la fuente del temor de mi protegido. Por algún extraño motivo, aquel comentario no le agradó demasiado y liberó un sonoro grito antes de sacar una porra extensible de uno de sus bolsillos. Lo que en un primer momento no medía más de cinco centímetros se alargó hasta los treinta, emitiendo un brillo metálico que aseguraba que sus impactos dolerían.
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Quizá el golpe que el Gyojin se había dado contra una de las maderas que ejercían como estanterías era fruto de oír los gritos y palabras malsonantes -o eso creía el tiburón- que uno de los tipos estaba soltando con energía. Algunas palabras no las entendía, otras no las había oído nunca, y alguna que otra le sonaba de haberla escuchado en algún antro en su juventud. De cualquiera de las maneras, el tipo que las estaba soltando, todas y cada una con más exaltación que la anterior, finalizó la innumerable lista con bastante energía. Y tal era aquella energía, que al acercarse, Luka pudo observar sin mucho riesgo a fallar quien era el hombre que había dado tanto cariño al resto. Estaba tan rojo que parecía que fuese a explotar, y por si acaso, el luchador dió un paso hacia atrás.
El chico que parecía ejercer de guardaespaldas comentó que no tenía muy claro lo que estaba pasando, algo que extrañó al Gyojin, el cual lanzó una mirada de incredulidad que pronto tuvo que retirar, ojeando al tipo de su espalda, que parecía querer decir algo durante todo ese tiempo. La tensión se podía palpar en el ambiente. Algo estaba a punto de salir mal, Luka lo presentía, pero no sabía qué sería ni cuando.
- Este tipo de trifulcas son más propias de un bar que de una tienda… de muchos utensilios -comentó el Gyojin dando un par de pasos hacia el frente-. Aunque claro, todo esto tiene que tener origen en algo, ¿no?
Sin embargo, el ambiente estaba tan caldeado que las palabras parecían no llegar a los oídos de los allí presentes. El hombre que había entrado con anterioridad a la tienda se llevó la mano al bolsillo. El habitante del mar adoptó una pose defensiva, pensando que quizá iba a sacar algún tipo de arma. Cuál fue su decepción al ver que sacaba una diminuta porra que parecía de juguete.
Con eso no castigas ni a un enano
Sin embargo, ésta tenía algún tipo de mecanismo que aumentó su tamaño hasta unos treinta centímetros, dimensión más o menos estándar en ese tipo de armas. El agresivo luchador dio un nuevo paso al frente e intentó calmar al hombre, que parecía querer matarlos a todos sólo con la mirada.
- Vamos, no sé qué habrá pasado, pero no hace falta emplear la violencia.
El hombre seguía, aparentemente, sin querer escuchar lo que nadie quería decirle, y pronto fijó su mirada en el Gyojin. ¿Por qué en él? Claramente era con el que menos debería enfadarse. Él sólo había entrado buscando algún entretenido libro entre tanto mejunje y, por desgracia, había roto una estantería. ¡Pero la iba a pagar!
- En serio, no quiero hacerte daño, vamos a hablar esto como…
El humano no dejó acabar la frase del tiburón, que con un ágil movimiento agarró la muñeca derecha -con la que sujetaba la porra- del hombre y frenaba su ataque, apretando quizá en exceso viendo la cara de éste.
- Decía, que no quiero hacerte daño -apretó más la muñeca, notando como el humano empezaba a dar pequeños gritos cada vez más frecuentes-. Ahora, vosotros dos -dirigió una mirada al supuesto guardaespaldas y al hombre de más avanzada edad-. Contadme, ¿por qué debería seguir agarrando a este tipo? Tenéis diez segundos antes de que le suelte. Diez, nueve…
El habitante del mar iba a estar poco tiempo en la isla, quería una estancia tranquila mientras le fabricaban los den den mushi, pero por lo visto, su nakama Therax tenía razón en algo, y es que, hiciera lo que hiciese, fuera donde fuese, se juntara con la gente que se juntase, acababa atrayendo a los problemas.
A veces ese rubito dice cosas con sentido
El chico que parecía ejercer de guardaespaldas comentó que no tenía muy claro lo que estaba pasando, algo que extrañó al Gyojin, el cual lanzó una mirada de incredulidad que pronto tuvo que retirar, ojeando al tipo de su espalda, que parecía querer decir algo durante todo ese tiempo. La tensión se podía palpar en el ambiente. Algo estaba a punto de salir mal, Luka lo presentía, pero no sabía qué sería ni cuando.
- Este tipo de trifulcas son más propias de un bar que de una tienda… de muchos utensilios -comentó el Gyojin dando un par de pasos hacia el frente-. Aunque claro, todo esto tiene que tener origen en algo, ¿no?
Sin embargo, el ambiente estaba tan caldeado que las palabras parecían no llegar a los oídos de los allí presentes. El hombre que había entrado con anterioridad a la tienda se llevó la mano al bolsillo. El habitante del mar adoptó una pose defensiva, pensando que quizá iba a sacar algún tipo de arma. Cuál fue su decepción al ver que sacaba una diminuta porra que parecía de juguete.
Con eso no castigas ni a un enano
Sin embargo, ésta tenía algún tipo de mecanismo que aumentó su tamaño hasta unos treinta centímetros, dimensión más o menos estándar en ese tipo de armas. El agresivo luchador dio un nuevo paso al frente e intentó calmar al hombre, que parecía querer matarlos a todos sólo con la mirada.
- Vamos, no sé qué habrá pasado, pero no hace falta emplear la violencia.
El hombre seguía, aparentemente, sin querer escuchar lo que nadie quería decirle, y pronto fijó su mirada en el Gyojin. ¿Por qué en él? Claramente era con el que menos debería enfadarse. Él sólo había entrado buscando algún entretenido libro entre tanto mejunje y, por desgracia, había roto una estantería. ¡Pero la iba a pagar!
- En serio, no quiero hacerte daño, vamos a hablar esto como…
El humano no dejó acabar la frase del tiburón, que con un ágil movimiento agarró la muñeca derecha -con la que sujetaba la porra- del hombre y frenaba su ataque, apretando quizá en exceso viendo la cara de éste.
- Decía, que no quiero hacerte daño -apretó más la muñeca, notando como el humano empezaba a dar pequeños gritos cada vez más frecuentes-. Ahora, vosotros dos -dirigió una mirada al supuesto guardaespaldas y al hombre de más avanzada edad-. Contadme, ¿por qué debería seguir agarrando a este tipo? Tenéis diez segundos antes de que le suelte. Diez, nueve…
El habitante del mar iba a estar poco tiempo en la isla, quería una estancia tranquila mientras le fabricaban los den den mushi, pero por lo visto, su nakama Therax tenía razón en algo, y es que, hiciera lo que hiciese, fuera donde fuese, se juntara con la gente que se juntase, acababa atrayendo a los problemas.
A veces ese rubito dice cosas con sentido
Entonces el ser de escamas intervino, al parecer tratando de transmitir un poco de paz. No era una mala idea, eso seguro, pero el energúmeno del sombrero no estaba muy por la labor. «¿Entenderá lo que le decimos?», me pregunté al darme cuenta de que no había respondido en ningún momento cuando nos habíamos dirigido a él. No obstante, en seguida descarté esa posibilidad. El hombre había entrado en la tienda exigiendo -cómo no-, y había sido capaz de comprender lo que decía perfectamente.
-Supongo que es un zoquete y ya está -musité en voz baja, viendo cómo el sujeto cargaba contra el de la piel azulada. El desconocido no pareció tener demasiados problemas a la hora de detener al de la porra extensible, que no tardó en quejarse a consecuencia de la postura que le habían hecho adoptar. Por otro lado, el extraño modo en que movía los dedos orientaba a que el destructor de estanterías apretaba su muñeca con una fuerza nada desdeñable.
-Ya te he dicho que no sé quién es ese hombre ni qué hace aquí -respondí con voz calmada. Fuera quien fuese, no pensaba dejarme amedrentar por nadie. A pesar de ello, no podía evitar pensar que su cara me sonaba de algo. ¿Sería alguien famoso? No alcanzaba a recordarlo, pero cada vistazo que lanzaba hacia su puntiaguda y antiestética nariz me reafirmaba en mi suposición.
-Es un miembro de los Cnoissons, un grupo de maf... empresarios locales -se corrigió Fabián al ver la mirada de odio que le dirigía el de la porra- que demandan periódicamente unos pagos por asegurar la protección de los negocios de la zona. Normalmente piden dinero, pero de algún modo se han enterado de una pequeña afición secreta que tengo y desde entonces me piden mis juguetitos -se quejó, empleando un tono un tanto peculiar para pronunciar la última palabra.
«¿Juguetitos?», me pregunté, recordando lo que estaba haciendo Fabián en el momento de mi llegada. No cabía duda de que aquello se podía calificar de muchas maneras, pero jugar no era una de ellas. Fuera como fuere, la situación que refería el artesano no se correspondía con el ambiente que había percibido al recorrer las calles del lugar. «Supongo que no todos serán conscientes de lo que pasa aquí... o nos está mintiendo», razoné, haciendo un leve gesto con la cabeza hacia el hombre que aún se ocultaba detrás de mí.
-Pues eso, ya lo sabes -le dije al de los dientes puntiagudos. Al mismo tiempo, no pude evitar usar mis dedos pulgares para acariciar disimuladamente las almohadillas de mis manos. Ése y ajustar la posición de la cadena en torno a mi torso eran los gestos que no podía evitar cuando me encontraba nervioso. ¿Que por qué lo estaba? Porque si el desconocido se decidía a soltar al del sombrero seguramente me vería obligado a mandarlo a volar, y debía estar preparado para ello.
-Supongo que es un zoquete y ya está -musité en voz baja, viendo cómo el sujeto cargaba contra el de la piel azulada. El desconocido no pareció tener demasiados problemas a la hora de detener al de la porra extensible, que no tardó en quejarse a consecuencia de la postura que le habían hecho adoptar. Por otro lado, el extraño modo en que movía los dedos orientaba a que el destructor de estanterías apretaba su muñeca con una fuerza nada desdeñable.
-Ya te he dicho que no sé quién es ese hombre ni qué hace aquí -respondí con voz calmada. Fuera quien fuese, no pensaba dejarme amedrentar por nadie. A pesar de ello, no podía evitar pensar que su cara me sonaba de algo. ¿Sería alguien famoso? No alcanzaba a recordarlo, pero cada vistazo que lanzaba hacia su puntiaguda y antiestética nariz me reafirmaba en mi suposición.
-Es un miembro de los Cnoissons, un grupo de maf... empresarios locales -se corrigió Fabián al ver la mirada de odio que le dirigía el de la porra- que demandan periódicamente unos pagos por asegurar la protección de los negocios de la zona. Normalmente piden dinero, pero de algún modo se han enterado de una pequeña afición secreta que tengo y desde entonces me piden mis juguetitos -se quejó, empleando un tono un tanto peculiar para pronunciar la última palabra.
«¿Juguetitos?», me pregunté, recordando lo que estaba haciendo Fabián en el momento de mi llegada. No cabía duda de que aquello se podía calificar de muchas maneras, pero jugar no era una de ellas. Fuera como fuere, la situación que refería el artesano no se correspondía con el ambiente que había percibido al recorrer las calles del lugar. «Supongo que no todos serán conscientes de lo que pasa aquí... o nos está mintiendo», razoné, haciendo un leve gesto con la cabeza hacia el hombre que aún se ocultaba detrás de mí.
-Pues eso, ya lo sabes -le dije al de los dientes puntiagudos. Al mismo tiempo, no pude evitar usar mis dedos pulgares para acariciar disimuladamente las almohadillas de mis manos. Ése y ajustar la posición de la cadena en torno a mi torso eran los gestos que no podía evitar cuando me encontraba nervioso. ¿Que por qué lo estaba? Porque si el desconocido se decidía a soltar al del sombrero seguramente me vería obligado a mandarlo a volar, y debía estar preparado para ello.
Luka Rooney
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El tiempo parecía haberse parado durante unos segundos. En ellos, el tiburón ojeaba a una de las dos partes envueltas en el conflicto, la cual estaba compuesta por el joven y el viejo. Mientrs el primero daba un discurso calmado, dando a entender de nuevo que no tenía ni idea de qué estaba pasando, el segundo parecía más dispuesto a cooperar.
- Ya veo… Así que tu no sabías nada, ¿no? -comentó en dirección al guardaespaldas.
El viejo casi soltó la palabra con la cual el Gyojin hubiese definido a lo que el portador de la porra se dedicaba. Una mafia.
En su isla natal, la isla Gyojin, había mafias que regentaban distintas tiendas y se sacaban impuestos de la nada para saquear todo lo que podían de manera “no violenta”. Al menos no física. Luka se había enfrentado durante su niñez a este tipo de mafias clandestinas que no hacían ningún bien a la isla. Pero no dejaba de ser un inofensivo niño -quizá más tocahuevos que el resto de críos-, por lo que poco pudo hacer por sí mismo.
Y es por este percance histórico, que Luka no creía que ninguna “protección” de este estilo le fuese bien a ningún negocio. ¿Pero qué tipo de hombre-pez de bien sería si sólo escuchaba a una de las partes?
- Está bien. Y tú, ¿qué tienes que decir? -le preguntó esta vez al hombre que sujetaba, que seguía enfurruñado intentando moverse sin mucho éxito- Sí, te estoy preguntando a tí -apretó ligeramente la mano de manera incremental hasta llegar a un punto que notó un crujido, donde paró-. ¿No piensas hablar? Está bien.
Espíritu libre pegó un tirón de la mano del humano para acabar dándole un rodillazo sobre el abdomen y, posteriormente, desarmar la curiosa porra de la mano derecha del hombre. Seguidamente, lanzó al suelo al tipo cerca del guardaespaldas.
- Bien, creo que ya he actuado suficiente. Caballero -dirigió la mirada al del pelo más canoso-, ¿podría indicarme dónde encontrar libros entretenidos? Me da igual de qué género sean. Ah, y cóbreme también los desperfectos que he ocasionado, lo siento, de veras. Es un tipo con resquicios muy pequeños para un tipo tan grande.
Desde su posición, el Gyojin observó cómo el tipo intentaba levantarse, pero no actuaría de nuevo a no ser que dirigiese un ataque sobre él. Seguramente el guardaespaldas se podría ocupar de él sin muchos problemas, o eso creía el tiburón, que tenía cierto respeto al gremio y, pese a su malpensar inicial, suponía que el humano tendría cierto nivel y podría defenderse solo ante un atacante que no se encontraba en plenas facultades.
El tiburón sintió cierto interés acerca del tema mafioso, y estaba seguro que en cualquier otra situación no hubiese dudado en preguntar acerca de aquella organización, pero se había concienciado en no meterse en líos. A pesar de ello, quizá ya lo hubiera hecho y no era del todo consciente. De cualquiera de las maneras, su intención era clara, pagar los desperfectos ocasionados, obtener algún libro, y marcharse por donde había venido hacia cualquier hostal que le acogiese a esperar los días necesarios para obtener sus queridos y preciados den den mushis.
- Ya veo… Así que tu no sabías nada, ¿no? -comentó en dirección al guardaespaldas.
El viejo casi soltó la palabra con la cual el Gyojin hubiese definido a lo que el portador de la porra se dedicaba. Una mafia.
En su isla natal, la isla Gyojin, había mafias que regentaban distintas tiendas y se sacaban impuestos de la nada para saquear todo lo que podían de manera “no violenta”. Al menos no física. Luka se había enfrentado durante su niñez a este tipo de mafias clandestinas que no hacían ningún bien a la isla. Pero no dejaba de ser un inofensivo niño -quizá más tocahuevos que el resto de críos-, por lo que poco pudo hacer por sí mismo.
Y es por este percance histórico, que Luka no creía que ninguna “protección” de este estilo le fuese bien a ningún negocio. ¿Pero qué tipo de hombre-pez de bien sería si sólo escuchaba a una de las partes?
- Está bien. Y tú, ¿qué tienes que decir? -le preguntó esta vez al hombre que sujetaba, que seguía enfurruñado intentando moverse sin mucho éxito- Sí, te estoy preguntando a tí -apretó ligeramente la mano de manera incremental hasta llegar a un punto que notó un crujido, donde paró-. ¿No piensas hablar? Está bien.
Espíritu libre pegó un tirón de la mano del humano para acabar dándole un rodillazo sobre el abdomen y, posteriormente, desarmar la curiosa porra de la mano derecha del hombre. Seguidamente, lanzó al suelo al tipo cerca del guardaespaldas.
- Bien, creo que ya he actuado suficiente. Caballero -dirigió la mirada al del pelo más canoso-, ¿podría indicarme dónde encontrar libros entretenidos? Me da igual de qué género sean. Ah, y cóbreme también los desperfectos que he ocasionado, lo siento, de veras. Es un tipo con resquicios muy pequeños para un tipo tan grande.
Desde su posición, el Gyojin observó cómo el tipo intentaba levantarse, pero no actuaría de nuevo a no ser que dirigiese un ataque sobre él. Seguramente el guardaespaldas se podría ocupar de él sin muchos problemas, o eso creía el tiburón, que tenía cierto respeto al gremio y, pese a su malpensar inicial, suponía que el humano tendría cierto nivel y podría defenderse solo ante un atacante que no se encontraba en plenas facultades.
El tiburón sintió cierto interés acerca del tema mafioso, y estaba seguro que en cualquier otra situación no hubiese dudado en preguntar acerca de aquella organización, pero se había concienciado en no meterse en líos. A pesar de ello, quizá ya lo hubiera hecho y no era del todo consciente. De cualquiera de las maneras, su intención era clara, pagar los desperfectos ocasionados, obtener algún libro, y marcharse por donde había venido hacia cualquier hostal que le acogiese a esperar los días necesarios para obtener sus queridos y preciados den den mushis.
El hombre azul -si es que era un hombre- escuchó lo que Fabián tenía que decir para, acto seguido, preguntar al del sombrero qué tenía que decir al respecto. De nuevo no respondió, lo que no sentó demasiado bien al sujeto que, por algún motivo desconocido, había llegado allí para repartir tortas. No terminaba de entender por qué se tomaba tantas molestias, así como cuál era la causa de que el matón no hubiese vuelto a abrir la boca para decir algo coherente.
Desde luego, si pensaba dejar a un lado su silencio el tipo de las escamas no le dio pie a ello. Antes de darme cuenta se encontraba a mis pies tras recibir un contundente golpe en el estómago. Arrugué un poco el rostro, en parte por imaginarme lo doloroso que tenía que haber sido el impacto y en parte por el lugar donde el desconocido había arrojado el cuerpo. ¿Tenía que tirarlo tan cerca de mí?
No obstante, por algún extraño motivo el modo en que se ofreció a costear la reparación de los daños que había causado me tranquilizó.
-¿Libros? Esto es una tienda de resinas, muchacho. ¿No lo ves? -dijo Fabián, que no podía evitar tener un ojo puesto sobre el cuerpo que yacía a escasos centímetros de mí-. Aunque tal vez tenga algo que te interese -recapacitó, separándose al fin de mí y perdiéndose con sorprendente agilidad entre las estanterías.
El silencio se hizo, roto únicamente por los jadeos del sicario. El tipo había perdido su sombrero, dejando a la vista unas prominentes y enrojecidas entradas. No pude evitar preguntarme por un instante si se deberían a alguna enfermedad dermatológica, pero entonces comenzó a mover la mano en dirección a la porra que le había sido arrebatada. No me lo pensé, le di un fuerte pisotón en el dorso y un nuevo golpe en la cabeza. Cuando por fin dejó de moverse, el brillante color rojizo de su cuero cabelludo volvió a llamar mi atención. «Tiene que estar bien saber de esas cosas», me dije, recordando cuál había sido mi primer pensamiento.
El sonido de los rápidos pasos de Fabián a mis espaldas me devolvió a la realidad. Regresaba con un voluminoso y polvoriento volumen cuya antigüedad sólo el conocería. Sin mediar palabra, se lo tendió al aniquilador de estanterías y se volvió hacia mí.
-Ahí tienes la resina, pero quiero darte otra cosa -comentó, comenzando a caminar en dirección al lugar donde lo había encontrado-. Me has caído bien, ¿sabes? El grandote ése es quien ha noqueado al puñetero gañán, pero tú no te has apartado ni nada de eso. Por cierto -añadió en voz alta para ser oído desde cualquier lugar de su establecimiento-, no hace falta que me pagues nada. Es más que suficiente con la zurra que le has dado a ése. ¡Hacía años que no disfrutaba así! -terminó, liberando una sonora carcajada que resonó en todo el local.
Me di la vuelta para ver si era necesario proferir semejante grito. En caso de que el de las escamas nos hubiera seguido, aquello sólo habría valido para hacer que me encogiese un poco de hombros por la sorpresa.
Desde luego, si pensaba dejar a un lado su silencio el tipo de las escamas no le dio pie a ello. Antes de darme cuenta se encontraba a mis pies tras recibir un contundente golpe en el estómago. Arrugué un poco el rostro, en parte por imaginarme lo doloroso que tenía que haber sido el impacto y en parte por el lugar donde el desconocido había arrojado el cuerpo. ¿Tenía que tirarlo tan cerca de mí?
No obstante, por algún extraño motivo el modo en que se ofreció a costear la reparación de los daños que había causado me tranquilizó.
-¿Libros? Esto es una tienda de resinas, muchacho. ¿No lo ves? -dijo Fabián, que no podía evitar tener un ojo puesto sobre el cuerpo que yacía a escasos centímetros de mí-. Aunque tal vez tenga algo que te interese -recapacitó, separándose al fin de mí y perdiéndose con sorprendente agilidad entre las estanterías.
El silencio se hizo, roto únicamente por los jadeos del sicario. El tipo había perdido su sombrero, dejando a la vista unas prominentes y enrojecidas entradas. No pude evitar preguntarme por un instante si se deberían a alguna enfermedad dermatológica, pero entonces comenzó a mover la mano en dirección a la porra que le había sido arrebatada. No me lo pensé, le di un fuerte pisotón en el dorso y un nuevo golpe en la cabeza. Cuando por fin dejó de moverse, el brillante color rojizo de su cuero cabelludo volvió a llamar mi atención. «Tiene que estar bien saber de esas cosas», me dije, recordando cuál había sido mi primer pensamiento.
El sonido de los rápidos pasos de Fabián a mis espaldas me devolvió a la realidad. Regresaba con un voluminoso y polvoriento volumen cuya antigüedad sólo el conocería. Sin mediar palabra, se lo tendió al aniquilador de estanterías y se volvió hacia mí.
-Ahí tienes la resina, pero quiero darte otra cosa -comentó, comenzando a caminar en dirección al lugar donde lo había encontrado-. Me has caído bien, ¿sabes? El grandote ése es quien ha noqueado al puñetero gañán, pero tú no te has apartado ni nada de eso. Por cierto -añadió en voz alta para ser oído desde cualquier lugar de su establecimiento-, no hace falta que me pagues nada. Es más que suficiente con la zurra que le has dado a ése. ¡Hacía años que no disfrutaba así! -terminó, liberando una sonora carcajada que resonó en todo el local.
Me di la vuelta para ver si era necesario proferir semejante grito. En caso de que el de las escamas nos hubiera seguido, aquello sólo habría valido para hacer que me encogiese un poco de hombros por la sorpresa.
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El viejo asustadizo se encontraba feliz. Era suficiente con ver su semblante, escuchar su tono de voz o ver cómo se movía por la tienda para darse cuenta. El Gyojin sonrió, dándose cuenta que quizá, solo con eso, ya había merecido la pena entrar allí y meterse en mitad de aquella pelea con tantas incógnitas.
-Bueno, allí vi un par de libros y pensé que habría más, lo siento -comentó el tiburón justo antes de que el viejo desapareciera.
Tuvo un momento para ojear al guardaespaldas. Seguía sin convencerle, pero se decidió a no juzgar su físico. Ya le había traído malas experiencias cuando, junto a su pandilla, se metían con la sirena Stoya por su fealdad durante la adolescencia. Dos años después, era la sirena más bella de toda la isla, y cada uno de los varones allí presentes fantaseaban con estar a escasos centímetros de ella. Sin embargo, Stoya decidió hacerles pagar por sus malos actos y crueldad, contoneándose con sendas burlas de lo que aquellos gamberros nunca tendrían cerca. Aquello marcó a los jóvenes de la época. Tanto, que llegaron a creer que Stoya era nombre de Diosa y ella se había personificado en una.
¿Qué será de ella ahora?
Luka sacudió ligeramente su cabeza y volvió al presente, donde se encontraba el aparente dueño de la tienda. Éste le tendió un libro del que apenas se podía leer siquiera el título.
-Gracias -comentó intentando descifrar qué había dibujado en la portada. Entre tanto polvo no se llegaban a distinguir ni los colores.
Cuando se disponía a pagar, se dio cuenta que el hombre había desaparecido otra vez. Y desde la lejanía, con un sonoro grito, le instó a no pagar. Dedujo que se encontraba lejos por el volumen del grito, por lo que respondió con uno más elevado.
-Insisto, te dejaré aquí unos berris, espero que llegue para pagar todo -hizo una pausa, cogiendo todo el aire que pudo-. No se me dan bien las matemáticas, pero creo que es una suma justa.
Luka se dispuso a encontrar a ambos hombres para estrechar sus manos y despedirse, y entonces se dio cuenta que quizá no estaban tan lejos. Oyó algo sobre resina, y ya superó su tasa de cosas de las que se hablaban y no tenía ni idea, por lo que se decidió a preguntar sobre ello.
-Venía a daros la mano y despedirme, pero antes de ello, ¿Para qué usáis estos elementos? La resina y las demás cosas con densidades malrollistas -preguntó, para poco después, plantear una nueva cuestión de la que quizá se arrepentiría-. Y respecto a ese tipo… ¿Qué hacemos con él? ¿Os traerá problemas?
-Bueno, allí vi un par de libros y pensé que habría más, lo siento -comentó el tiburón justo antes de que el viejo desapareciera.
Tuvo un momento para ojear al guardaespaldas. Seguía sin convencerle, pero se decidió a no juzgar su físico. Ya le había traído malas experiencias cuando, junto a su pandilla, se metían con la sirena Stoya por su fealdad durante la adolescencia. Dos años después, era la sirena más bella de toda la isla, y cada uno de los varones allí presentes fantaseaban con estar a escasos centímetros de ella. Sin embargo, Stoya decidió hacerles pagar por sus malos actos y crueldad, contoneándose con sendas burlas de lo que aquellos gamberros nunca tendrían cerca. Aquello marcó a los jóvenes de la época. Tanto, que llegaron a creer que Stoya era nombre de Diosa y ella se había personificado en una.
¿Qué será de ella ahora?
Luka sacudió ligeramente su cabeza y volvió al presente, donde se encontraba el aparente dueño de la tienda. Éste le tendió un libro del que apenas se podía leer siquiera el título.
-Gracias -comentó intentando descifrar qué había dibujado en la portada. Entre tanto polvo no se llegaban a distinguir ni los colores.
Cuando se disponía a pagar, se dio cuenta que el hombre había desaparecido otra vez. Y desde la lejanía, con un sonoro grito, le instó a no pagar. Dedujo que se encontraba lejos por el volumen del grito, por lo que respondió con uno más elevado.
-Insisto, te dejaré aquí unos berris, espero que llegue para pagar todo -hizo una pausa, cogiendo todo el aire que pudo-. No se me dan bien las matemáticas, pero creo que es una suma justa.
Luka se dispuso a encontrar a ambos hombres para estrechar sus manos y despedirse, y entonces se dio cuenta que quizá no estaban tan lejos. Oyó algo sobre resina, y ya superó su tasa de cosas de las que se hablaban y no tenía ni idea, por lo que se decidió a preguntar sobre ello.
-Venía a daros la mano y despedirme, pero antes de ello, ¿Para qué usáis estos elementos? La resina y las demás cosas con densidades malrollistas -preguntó, para poco después, plantear una nueva cuestión de la que quizá se arrepentiría-. Y respecto a ese tipo… ¿Qué hacemos con él? ¿Os traerá problemas?
En efecto, nos había seguido y Fabián había estado a punto de destrozarme el oído sin motivo. Maldije por lo bajo, pero mi enfado se esfumó en cuanto volví a contemplar al desconocido. La curiosidad que se había apoderado de mí al principio, mermada por lo tenso de la situación que acabábamos de dejar atrás, volvió con más intensidad.
-¿Quién eres? -pregunté sin responder a su pregunta. Atendiendo a los extravagantes razonamientos que poblaban mi mente, tal vez un "qué" hubiera encajado mejor en esa pregunta, pero aquella criatura hablaba. En consecuencia, aunque no cabía duda de que no era una persona, debía ser calificado como alguien. Jamás había visto a un ser de esas características, aunque lo cierto era que mi periplo por el "mundo exterior" -como gustaba en llamarlo- apenas había comenzado.
Aguardé a que respondiera a mi pregunta para, justo después, responder a la que había formulado anteriormente. El científico aficionado había desaparecido en las profundidades de su tienda de nuevo, por lo que nos había dejado solos y yo era el único que podía satisfacer su curiosidad.
-Pues tienen muchos usos, y las de Fabián tienen todavía más. Es muy famoso en todo el West Blue, o eso tengo entendido. Si te digo la verdad, no sé para qué se usan la mayoría de ellas, pero la que yo me voy a llevar es para tratar cuero -expliqué, notando cómo un inconfundible hormigueo nacía en mi estómago: era el momento de contar un poco de mi vida-. Verás, me envía un curtidor de cuero que es amigo suyo para que recoja una resina especial que usa. Me dijo algunas de sus propiedades, pero si te digo la verdad no me acuerdo de todas. Lo hacía más resistente, eso seguro. Te preguntarás de qué conozco yo a ese señor... pues es muy sencillo. Me crié con mis padres y dos hermanos, que son mellizos entre sí, en una isla que hasta donde yo sé ni siquiera tiene nombre. Sí, efectivamente, aislado del mundo. La cuestión es que cuando papá y mamá fallecieron noté que tenía que irme de allí. No sé explicarlo muy bien, pero sentí que ellos mismos me susurraban que debía abandonar la isla y ver todo aquello de lo que me habían mantenido apartado. No me malinterpretes, me enseñaron más o menos cómo funciona todo, pero sin dejarme participar de ello. Un poco raro, lo sé. Bueno, la cuestión es que un tiempo después un barco mercante se vio obligado a detenerse en un muelle pequeñito que mi padre había ido construyendo durante sus años de vida. Entonces lo vi claro. Me camelé al capitán del barco, Lorenzzo, no sé si te sonará de algo, y conseguí que me dejase viajar con ellos. Abandoné mi mar de origen, Paraíso, para acabar en Isla Navideña. Allí conocí a un tipo con perilla bastante remilgado, la verdad. Después de eso, casi por accidente fui a parar al local del curtidor del que te hablo... Y aquí estoy.
-¿Quién eres? -pregunté sin responder a su pregunta. Atendiendo a los extravagantes razonamientos que poblaban mi mente, tal vez un "qué" hubiera encajado mejor en esa pregunta, pero aquella criatura hablaba. En consecuencia, aunque no cabía duda de que no era una persona, debía ser calificado como alguien. Jamás había visto a un ser de esas características, aunque lo cierto era que mi periplo por el "mundo exterior" -como gustaba en llamarlo- apenas había comenzado.
Aguardé a que respondiera a mi pregunta para, justo después, responder a la que había formulado anteriormente. El científico aficionado había desaparecido en las profundidades de su tienda de nuevo, por lo que nos había dejado solos y yo era el único que podía satisfacer su curiosidad.
-Pues tienen muchos usos, y las de Fabián tienen todavía más. Es muy famoso en todo el West Blue, o eso tengo entendido. Si te digo la verdad, no sé para qué se usan la mayoría de ellas, pero la que yo me voy a llevar es para tratar cuero -expliqué, notando cómo un inconfundible hormigueo nacía en mi estómago: era el momento de contar un poco de mi vida-. Verás, me envía un curtidor de cuero que es amigo suyo para que recoja una resina especial que usa. Me dijo algunas de sus propiedades, pero si te digo la verdad no me acuerdo de todas. Lo hacía más resistente, eso seguro. Te preguntarás de qué conozco yo a ese señor... pues es muy sencillo. Me crié con mis padres y dos hermanos, que son mellizos entre sí, en una isla que hasta donde yo sé ni siquiera tiene nombre. Sí, efectivamente, aislado del mundo. La cuestión es que cuando papá y mamá fallecieron noté que tenía que irme de allí. No sé explicarlo muy bien, pero sentí que ellos mismos me susurraban que debía abandonar la isla y ver todo aquello de lo que me habían mantenido apartado. No me malinterpretes, me enseñaron más o menos cómo funciona todo, pero sin dejarme participar de ello. Un poco raro, lo sé. Bueno, la cuestión es que un tiempo después un barco mercante se vio obligado a detenerse en un muelle pequeñito que mi padre había ido construyendo durante sus años de vida. Entonces lo vi claro. Me camelé al capitán del barco, Lorenzzo, no sé si te sonará de algo, y conseguí que me dejase viajar con ellos. Abandoné mi mar de origen, Paraíso, para acabar en Isla Navideña. Allí conocí a un tipo con perilla bastante remilgado, la verdad. Después de eso, casi por accidente fui a parar al local del curtidor del que te hablo... Y aquí estoy.
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Luka miró al guardaespaldas tras su pregunta y arqueó la ceja. Quizá el viejo le gritaba porque era sordo. Pero descartó esa opción después de pensar que ya le había respondido previamente a un tono de voz normal. Quizá necesitaba su nombre para dirigirse a él.
-Mi nombre es Luka. He notado que me miras bastante, aunque es algo normal entre los humanos. Por si tenías alguna duda, soy un Gyojin.
Tras la respuesta, el peculiar humano procedió a contar un extenso resumen de su vida. Luka atendió a cada palabra y, cuando quiso darse cuenta, el viejo había vuelto a desaparecer. ¿Acaso era un ninja?
La vida del guardaespaldas parecía haber sido un poco complicada. Tanto en su niñez, aislado del mundo, como después, buscándose la vida en solitario. El hombre-pez se vió obligado a intervenir, dando un punto de vista personal sobre la situación y contando su propia experiencia.
-Entiendo tu sentimiento. Yo nunca conocí a mis padres -se encogió de hombros-. Ni creo que ahora lo hiciese de ser posible. Y siempre he estado solo en la vida, he tenido que cuidarme a mi mismo y en ocasiones a los que estaban a mi alrededor… Tienes un espíritu luchador, deberías mantenerlo -comentó el tiburón a la par que volvía a acercarse sobre el hombre que yacía en el suelo para comprobar que seguía vivo-. Sobre este no me has dicho nada. Y sí, antes de que digas nada, sé que tú no sabías nada de qué hacía aquí -previno antes de que el humano abriese la boca-. La pregunta iba a ese tal… Sebastián. Qué ha debido desaparecer otra vez. Supongo que tendremos que esperar.
El Gyojin aun seguía dándole vueltas a lo que el humano le había dicho acerca de las resinas. Se acercó al mostrador para ver algunas de cerca, pero seguía sin entender demasiado bien su función.
-Entiendo que pueda darle algún tipo de dureza. Incluso que lo embellezca. Digamos que es como el barniz -comentó con un símil de su profesión-. Pero no sé me ocurre ningún beneficio más.
Entonces la mirada del tiburón se centró en algo que había en una vitrina. No lo podía creer. Había visto ese bote con anterioridad, estaba seguro. Y su contenido era calcado. Hizo todos los esfuerzos posibles por recordar donde.
Ese bote con tribales y un contenido verdoso que da de todo menos confianza… Lo he visto en algún sitio...
-¡Sí! Ya me acuerdo. En casa de Eric. ¿Cómo dijo? Creo que la aplicaba sobre los sofás y se conservaban mejor. Sí, creo que era algo así.
Decidido a preguntar al viejo sobre qué era aquello y sus propiedades, Luka aguardó pacientemente a que volviese para aliviar así sus inquietudes.
-Mi nombre es Luka. He notado que me miras bastante, aunque es algo normal entre los humanos. Por si tenías alguna duda, soy un Gyojin.
Tras la respuesta, el peculiar humano procedió a contar un extenso resumen de su vida. Luka atendió a cada palabra y, cuando quiso darse cuenta, el viejo había vuelto a desaparecer. ¿Acaso era un ninja?
La vida del guardaespaldas parecía haber sido un poco complicada. Tanto en su niñez, aislado del mundo, como después, buscándose la vida en solitario. El hombre-pez se vió obligado a intervenir, dando un punto de vista personal sobre la situación y contando su propia experiencia.
-Entiendo tu sentimiento. Yo nunca conocí a mis padres -se encogió de hombros-. Ni creo que ahora lo hiciese de ser posible. Y siempre he estado solo en la vida, he tenido que cuidarme a mi mismo y en ocasiones a los que estaban a mi alrededor… Tienes un espíritu luchador, deberías mantenerlo -comentó el tiburón a la par que volvía a acercarse sobre el hombre que yacía en el suelo para comprobar que seguía vivo-. Sobre este no me has dicho nada. Y sí, antes de que digas nada, sé que tú no sabías nada de qué hacía aquí -previno antes de que el humano abriese la boca-. La pregunta iba a ese tal… Sebastián. Qué ha debido desaparecer otra vez. Supongo que tendremos que esperar.
El Gyojin aun seguía dándole vueltas a lo que el humano le había dicho acerca de las resinas. Se acercó al mostrador para ver algunas de cerca, pero seguía sin entender demasiado bien su función.
-Entiendo que pueda darle algún tipo de dureza. Incluso que lo embellezca. Digamos que es como el barniz -comentó con un símil de su profesión-. Pero no sé me ocurre ningún beneficio más.
Entonces la mirada del tiburón se centró en algo que había en una vitrina. No lo podía creer. Había visto ese bote con anterioridad, estaba seguro. Y su contenido era calcado. Hizo todos los esfuerzos posibles por recordar donde.
Ese bote con tribales y un contenido verdoso que da de todo menos confianza… Lo he visto en algún sitio...
-¡Sí! Ya me acuerdo. En casa de Eric. ¿Cómo dijo? Creo que la aplicaba sobre los sofás y se conservaban mejor. Sí, creo que era algo así.
Decidido a preguntar al viejo sobre qué era aquello y sus propiedades, Luka aguardó pacientemente a que volviese para aliviar así sus inquietudes.
-Fabián, es Fabián -corregí al gyojin. ¿Aunque qué era un gyojin? No podía negar que me sonaba esa palabra. Estaba claro que correspondía a una raza diferente a la mía, un rápido vistazo bastaba para constatar eso. Las escamas de su piel y su tono azulado guardaban una semejanza asombrosa con los peces, por lo que lo más probable era que se tratase de un ser anfibio. Entonces, como si aquel recuerdo se hubiese encontrado oculto bajo capas de preocupaciones, me vino a la mente un antiguo libro que mi padre me había hecho leer durante mi infancia.
Que lo hiciese requirió de un número considerable de capones, pues a mí poco me importaban por entonces las diferencias entre gigantes, humanos y aquellos seres que vivían en el mar. ¿Cómo había podido olvidarlo de ese modo? No pude evitar sonreírme ante el recuerdo de los míos, pero enseguida volví a mudar mi expresión y adopté mi pose habitual.
-Pues no lo sé, la verdad. Aún tengo mucho que aprender y las resinas no se aplican hasta el final. Debo asimilar todo el proceso anterior para que me enseñen para qué sirven, cómo se aplican y todo eso.
Fabián no tardó en aparecer. En sus manos llevaba una pequeña bolsa que no dudó en lanzarme con poco cuidado. Logré interceptarla al vuelo, en el último momento antes de que impactara de pleno contra mi cara. Torcí el gesto, reprimiendo las ganas de devolvérselas con más violencia, y comprobé qué había en su interior.
Me había parecido notar una superficie irregular al coger el obsequio del minúsculo hombre, y al abrirlo entendí por qué. En su interior se encontraba una serie de pequeñas esferas de color naranja, apretujadas entre sí para caber en el reducido espacio al que habían sido confinadas. Por otro lado, pesaban demasiado para el tamaño que poseían, lo que provocó que alzase la vista para interrogar a Fabián con la mirada.
-Eso es lo que quería el tipo ése -comentó distraídamente al tiempo que hacía un gesto con el dedo índice hacia algún lugar a mis espaldas-. Esas bolitas están llenas de un explosivo muy denso y estable, pero si revientan asegúrate de no estar cerca.
-¿Y a mí por que me das esto? -pregunté, estupefacto.
-Porque cuando se den cuenta de que ése no vuelve querrán explicaciones. Tal vez eso te ayude a dárselas -respondió-. Sólo tienes que arreglártelas para que reciban un impacto tan grande que las haga explotar. Lanzarlas muy rápido o algo así.
Me quedé atónito, cuestionándome cómo demonios había terminado metido en problemas con un grupo mafioso local cuando únicamente había ido a recoger un bote de resina. De mis labios únicamente salió una palabra: "Ruffo", pues súbita e inexplicablemente recordé que el gyojin me había dicho su nombre y yo no le había revelado el mío.
Que lo hiciese requirió de un número considerable de capones, pues a mí poco me importaban por entonces las diferencias entre gigantes, humanos y aquellos seres que vivían en el mar. ¿Cómo había podido olvidarlo de ese modo? No pude evitar sonreírme ante el recuerdo de los míos, pero enseguida volví a mudar mi expresión y adopté mi pose habitual.
-Pues no lo sé, la verdad. Aún tengo mucho que aprender y las resinas no se aplican hasta el final. Debo asimilar todo el proceso anterior para que me enseñen para qué sirven, cómo se aplican y todo eso.
Fabián no tardó en aparecer. En sus manos llevaba una pequeña bolsa que no dudó en lanzarme con poco cuidado. Logré interceptarla al vuelo, en el último momento antes de que impactara de pleno contra mi cara. Torcí el gesto, reprimiendo las ganas de devolvérselas con más violencia, y comprobé qué había en su interior.
Me había parecido notar una superficie irregular al coger el obsequio del minúsculo hombre, y al abrirlo entendí por qué. En su interior se encontraba una serie de pequeñas esferas de color naranja, apretujadas entre sí para caber en el reducido espacio al que habían sido confinadas. Por otro lado, pesaban demasiado para el tamaño que poseían, lo que provocó que alzase la vista para interrogar a Fabián con la mirada.
-Eso es lo que quería el tipo ése -comentó distraídamente al tiempo que hacía un gesto con el dedo índice hacia algún lugar a mis espaldas-. Esas bolitas están llenas de un explosivo muy denso y estable, pero si revientan asegúrate de no estar cerca.
-¿Y a mí por que me das esto? -pregunté, estupefacto.
-Porque cuando se den cuenta de que ése no vuelve querrán explicaciones. Tal vez eso te ayude a dárselas -respondió-. Sólo tienes que arreglártelas para que reciban un impacto tan grande que las haga explotar. Lanzarlas muy rápido o algo así.
Me quedé atónito, cuestionándome cómo demonios había terminado metido en problemas con un grupo mafioso local cuando únicamente había ido a recoger un bote de resina. De mis labios únicamente salió una palabra: "Ruffo", pues súbita e inexplicablemente recordé que el gyojin me había dicho su nombre y yo no le había revelado el mío.
Luka Rooney
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Aquél humano corrigió al Gyojin, que arqueó la ceja en una nueva señal de desconfianza. El supuesto guardaespaldas comento que el tal Sebastián, se llamaba en realidad Fabián. Luka hubiera jurado que habían dicho Sebastián en algún sitio, pero teniendo en cuenta que se tuvo que aprender más de sesenta nombres diferentes en el barco en el que vino -en el que trajo a los que anteriormente fueron esclavos-, pensó que pudo haberlo entendido mal.
Cuando el habitante del mar se disponía a replicar, volvió el hombre con el don de la oportunidad. Aquel hombre que desaparecía cuando intentabas comunicarte con él y aparecía cuando te disponías a hacer algo, causando que no llegases a hacerlo o no lo acabases si habías tenido la suficiente suerte y lo habías comenzado. Curioso don el suyo.
Sin embargo, por primera vez el Gyojin escucho atentamente lo que decía. Sin duda, esta vez sí que era interesante. Le lanzó una bolsa de “bolas”, que si había entendido bien, lanzadas con la suficiente fuerza, explotarían, haciendo pupa a los que se encontrasen cerca. Dicho lo cual, instó al guardaespaldas a alejarse si pensaba usarlo.
Luka no pudo evitar pensar en lo que pasó años atrás en la isla Gyojin. Unos piratas intentaron asaltar la isla a base de lanzar unos objetos similares a los que el viejo les mostraba. Cuando tocaban el suelo explotaban, aunque sólo los grandes podían causar daños mortales en una persona de edad media. Aquella sustancia llamó la atención del pequeño tiburón, que llegó a tocarla y notó su viscosidad. Podía unir varios trozos en uno, creando un arma cada vez más peligrosa. Y decidió probarla cuando nadie estaba despierto. Se alejó hasta el barrio pobre, se cercioró que nadie le seguía, palpó aquella arma y la lanzó desde un pequeño acantilado de doscientos metros. Y explotó. El acantilado cedió y Luka se vió obligado a correr por su vida, salvándola por escasos centímetros. En aquél momento el tiburón descubrió lo que era un arma química, y decidió no volver a ser partícipe ni en su uso, ni en su aprobación. Pese a que pareciera raro, el habitante del mar tenía un fino código ético, y ese tipo de armas estaban de manera bastante clara muy fuera de él.
-Supongo que si no hubieras creado semejante cosa -señaló la bolsa que tenía el guardaespaldas-, no tendrías este tipo de problemas. ¿Por qué has creado algo que puede matar a personas? No podemos luchar contra la abolición de las armas, ni las de fuego, ni las blancas, ni ningunas. Ya están en este mundo y mueven tanto dinero que… Digamos que es imposible. Pero… ¿Usar la química para crear este tipo de armas? ¿Por qué? ¿Y qué pretendes dándosela a tu guardaespaldas? ¿Que coja y se enfrente a todos los mafiosos lanzándoles bolitas que, puede que exploten, y puede que no?
El Gyojin se resignó y dió media vuelta. Se cercioró que el dinero que había dejado sobre el mostrador seguía ahí y comenzó a andar.
- Lamento haberme metido entre vosotros y ese tipo, pero sinceramente… No quiero más problemas. Y menos si tienen que ver con ese tipo de armas. Me buscaré algún sitio donde dormir.
Tras ello, el tiburón salió por la puerta y se dispuso a buscar algún hostal, pero se encontró con el tipo de los den den. Vino corriendo y con el semblante serio. Traía una bolsa. Nada más verme me la entregó.
- ¡Señor! Los he acabado ya. Pero me gustaría cambiar las condiciones de nuestro trato.
Luka abrió la bolsa y observó los den den. Eran de una calidad increíble, por lo que no dudó en escuchar las peticiones del hombre.
- Estoy dispuesto a pagar el doble de lo que te dije, son increíbles.
- No es dinero lo que vengo a pedir, si no justicia. Quiero que te encargues de los mafiosos que nos tienen controlados.
Cuando el habitante del mar se disponía a replicar, volvió el hombre con el don de la oportunidad. Aquel hombre que desaparecía cuando intentabas comunicarte con él y aparecía cuando te disponías a hacer algo, causando que no llegases a hacerlo o no lo acabases si habías tenido la suficiente suerte y lo habías comenzado. Curioso don el suyo.
Sin embargo, por primera vez el Gyojin escucho atentamente lo que decía. Sin duda, esta vez sí que era interesante. Le lanzó una bolsa de “bolas”, que si había entendido bien, lanzadas con la suficiente fuerza, explotarían, haciendo pupa a los que se encontrasen cerca. Dicho lo cual, instó al guardaespaldas a alejarse si pensaba usarlo.
Luka no pudo evitar pensar en lo que pasó años atrás en la isla Gyojin. Unos piratas intentaron asaltar la isla a base de lanzar unos objetos similares a los que el viejo les mostraba. Cuando tocaban el suelo explotaban, aunque sólo los grandes podían causar daños mortales en una persona de edad media. Aquella sustancia llamó la atención del pequeño tiburón, que llegó a tocarla y notó su viscosidad. Podía unir varios trozos en uno, creando un arma cada vez más peligrosa. Y decidió probarla cuando nadie estaba despierto. Se alejó hasta el barrio pobre, se cercioró que nadie le seguía, palpó aquella arma y la lanzó desde un pequeño acantilado de doscientos metros. Y explotó. El acantilado cedió y Luka se vió obligado a correr por su vida, salvándola por escasos centímetros. En aquél momento el tiburón descubrió lo que era un arma química, y decidió no volver a ser partícipe ni en su uso, ni en su aprobación. Pese a que pareciera raro, el habitante del mar tenía un fino código ético, y ese tipo de armas estaban de manera bastante clara muy fuera de él.
-Supongo que si no hubieras creado semejante cosa -señaló la bolsa que tenía el guardaespaldas-, no tendrías este tipo de problemas. ¿Por qué has creado algo que puede matar a personas? No podemos luchar contra la abolición de las armas, ni las de fuego, ni las blancas, ni ningunas. Ya están en este mundo y mueven tanto dinero que… Digamos que es imposible. Pero… ¿Usar la química para crear este tipo de armas? ¿Por qué? ¿Y qué pretendes dándosela a tu guardaespaldas? ¿Que coja y se enfrente a todos los mafiosos lanzándoles bolitas que, puede que exploten, y puede que no?
El Gyojin se resignó y dió media vuelta. Se cercioró que el dinero que había dejado sobre el mostrador seguía ahí y comenzó a andar.
- Lamento haberme metido entre vosotros y ese tipo, pero sinceramente… No quiero más problemas. Y menos si tienen que ver con ese tipo de armas. Me buscaré algún sitio donde dormir.
Tras ello, el tiburón salió por la puerta y se dispuso a buscar algún hostal, pero se encontró con el tipo de los den den. Vino corriendo y con el semblante serio. Traía una bolsa. Nada más verme me la entregó.
- ¡Señor! Los he acabado ya. Pero me gustaría cambiar las condiciones de nuestro trato.
Luka abrió la bolsa y observó los den den. Eran de una calidad increíble, por lo que no dudó en escuchar las peticiones del hombre.
- Estoy dispuesto a pagar el doble de lo que te dije, son increíbles.
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