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Han pasado ya casi dos semanas desde que vuestro buque, el Monkey D. Garp, atracó en el puerto de la isla Karakuri y el capitán Kensington, alias Dryer, se adentró en la misma para resolver unos asuntos. ¿De qué asuntos se trata? Pues lo cierto es que no tienes ni la más mínima idea, ya que lo único que os dijo es que volvería en cuatro días... y aún le seguís esperando.
Al principio nadie parecía prestarle mayor importancia al retraso de vuestro oficial superior, y tú el que menos, ya que viste en su ausencia la oportunidad perfecta para hacer aquello que más disfrutas: nada. Has pasado casi la totalidad de tu tiempo de espera tumbado sobre tu preciada y cómoda hamaca, aunque esta te parece menos cómoda cada día y los ratos que pasas tumbado en ella se han vuelto tediosos y desesperantes incluso para ti. Y eso por no hablar del frío... ni tan siquiera estás en la isla y te cala hasta los huesos. Quizás deberías plantearte hacer algo para entrar en calor.
Por otro lado, algunos de tus compañeros se han reunido en el lugar y les oyes debatir en voz baja sobre la precaria situación en la que parecéis encontraros. No tenéis ni idea de dónde está el capitán o a que se debe su retraso, en cualquier momento podríais recibir una llamada del Cuartel General y de enterarse de que habéis perdido a vuestro oficial superior... podéis asumir que no estarían muy contentos. Entre las muchas locuras que sugieren, ir en busca del capitán o tratar de conseguir algo de información en su camarote parecen ser las más viables. A no ser, claro está, que prefieras darte media vuelta y seguir durmiendo. ¿Quién podría reporchártelo?
Al principio nadie parecía prestarle mayor importancia al retraso de vuestro oficial superior, y tú el que menos, ya que viste en su ausencia la oportunidad perfecta para hacer aquello que más disfrutas: nada. Has pasado casi la totalidad de tu tiempo de espera tumbado sobre tu preciada y cómoda hamaca, aunque esta te parece menos cómoda cada día y los ratos que pasas tumbado en ella se han vuelto tediosos y desesperantes incluso para ti. Y eso por no hablar del frío... ni tan siquiera estás en la isla y te cala hasta los huesos. Quizás deberías plantearte hacer algo para entrar en calor.
Por otro lado, algunos de tus compañeros se han reunido en el lugar y les oyes debatir en voz baja sobre la precaria situación en la que parecéis encontraros. No tenéis ni idea de dónde está el capitán o a que se debe su retraso, en cualquier momento podríais recibir una llamada del Cuartel General y de enterarse de que habéis perdido a vuestro oficial superior... podéis asumir que no estarían muy contentos. Entre las muchas locuras que sugieren, ir en busca del capitán o tratar de conseguir algo de información en su camarote parecen ser las más viables. A no ser, claro está, que prefieras darte media vuelta y seguir durmiendo. ¿Quién podría reporchártelo?
Me giré hacia la pared en un vano intento por apartar de mí el murmullo que había inundado el barco. ¿Por qué tenían que hablar tanto? Así no había quien pudiera dormir. «¿A quién quieres engañar? Ya no te quedan ni ganas de dormir», me sorprendí pensando. ¿Quién habría pensado que algo como aquello podía ocurrir? Desde luego, el capitán Kensington no.
El capitán Kensington... Él era el responsable de que nos encontrásemos en esa situación. Al principio, los comentarios al respecto eran principalmente quejas y protestas por la falta de responsabilidad por parte del oficial al mando del barco. Traté de taparme mejor con la manta, refunfuñando a causa de las opiniones de los demás. ¿Cómo podía ser que yo, el marine que más capones recibía con diferencia, fuese el único que había entendido al instante que aquello no era normal?
-Son muchos días ya -dijo uno de mis compañeros de camarote, entrando por la puerta y dejándose caer sobre su cama-. Algunos se están empezando a asustar, ¿sabes? -comentó, obteniendo un gruñido como respuesta por mi parte-. Dicen que este frío es inhumano; las mantas hacen el apaño de día, pero por la noche la cosa cambia. Además, temen que algún pez gordo llame y quiera hablar con el capitán. Se podría meter en un buen lío, ¿no te parece? Ya han pasado varios días desde que se fue y no ha dado señales de vida. Bueno, no creo que nosotros nos fuésemos de rositas tampoco. No hemos informado de nada.
Aquel chico, cuyo nombre aún no me había aprendido, había enumerado una por una las ideas que habían rondado mi mente entre cabezada y cabezada. Sin embargo, ante la ausencia absoluta de cansancio no podía hacer otra cosa más que dar vueltas al asunto. Si la situación dependiese del capitán seguramente habría comenzado a repartir órdenes y capones a partes iguales, aludiendo a la iniciativa obligatoria en un marine y el arrojo necesario en cualquiera que estuviese bajo su mando.
Yo no me planteaba llegar a esos extremos, de eso no tenía la menor duda. No obstante, debía reconocer que las circunstancias obligaban a emprender algún tipo de acción... o a ordenar a alguien que lo hiciese. Había escuchado cómo los demás comentaban posibles alternativas desde mi hamaca, la cual comenzaba a antojárseme incómoda. Muchos sugerían abandonar el navío e ir en busca de información. Otros, en cambio, abogaban por tratar de deducir qué ocurría a través de lo que encontrasen entre las pertenencias del capitán. Ambas opciones eran arriesgadas, pero había que hacer algo.
-Oye -dije tras girar sobre mí mismo y sacar un pie de la hamaca para llamar la atención del chico-. ¿No crees que podría ser útil ver si hay alguna pista en el despacho o la habitación del capitán? No es que a mí me importe -mentí en un intento de librarme de tener que acompañarle-, pero veo que estás preocupado. Además, así a lo mejor conseguimos un punto desde el que empezar, ¿no te parece? Por cierto, ¿podrías traerme otra manta?
El capitán Kensington... Él era el responsable de que nos encontrásemos en esa situación. Al principio, los comentarios al respecto eran principalmente quejas y protestas por la falta de responsabilidad por parte del oficial al mando del barco. Traté de taparme mejor con la manta, refunfuñando a causa de las opiniones de los demás. ¿Cómo podía ser que yo, el marine que más capones recibía con diferencia, fuese el único que había entendido al instante que aquello no era normal?
-Son muchos días ya -dijo uno de mis compañeros de camarote, entrando por la puerta y dejándose caer sobre su cama-. Algunos se están empezando a asustar, ¿sabes? -comentó, obteniendo un gruñido como respuesta por mi parte-. Dicen que este frío es inhumano; las mantas hacen el apaño de día, pero por la noche la cosa cambia. Además, temen que algún pez gordo llame y quiera hablar con el capitán. Se podría meter en un buen lío, ¿no te parece? Ya han pasado varios días desde que se fue y no ha dado señales de vida. Bueno, no creo que nosotros nos fuésemos de rositas tampoco. No hemos informado de nada.
Aquel chico, cuyo nombre aún no me había aprendido, había enumerado una por una las ideas que habían rondado mi mente entre cabezada y cabezada. Sin embargo, ante la ausencia absoluta de cansancio no podía hacer otra cosa más que dar vueltas al asunto. Si la situación dependiese del capitán seguramente habría comenzado a repartir órdenes y capones a partes iguales, aludiendo a la iniciativa obligatoria en un marine y el arrojo necesario en cualquiera que estuviese bajo su mando.
Yo no me planteaba llegar a esos extremos, de eso no tenía la menor duda. No obstante, debía reconocer que las circunstancias obligaban a emprender algún tipo de acción... o a ordenar a alguien que lo hiciese. Había escuchado cómo los demás comentaban posibles alternativas desde mi hamaca, la cual comenzaba a antojárseme incómoda. Muchos sugerían abandonar el navío e ir en busca de información. Otros, en cambio, abogaban por tratar de deducir qué ocurría a través de lo que encontrasen entre las pertenencias del capitán. Ambas opciones eran arriesgadas, pero había que hacer algo.
-Oye -dije tras girar sobre mí mismo y sacar un pie de la hamaca para llamar la atención del chico-. ¿No crees que podría ser útil ver si hay alguna pista en el despacho o la habitación del capitán? No es que a mí me importe -mentí en un intento de librarme de tener que acompañarle-, pero veo que estás preocupado. Además, así a lo mejor conseguimos un punto desde el que empezar, ¿no te parece? Por cierto, ¿podrías traerme otra manta?
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Desafortunadamente tu compañero no te proporciona la manta, aunque mover el culo tal como el propone tal vez ayude a no quedarse pajarito. Pues te diriges con tu compañero a la cabina del capitán, a todo esto ¿Dónde está? Tras dar un par de vueltas por el barco finalmente la encontráis la misma, aunque ahora mismo parece estar ocupada por otros altos rangos, tenientes y alguno de los sargentos más veterano. Por el camino habéis escuchado de todo, desde que el barco no está pasando su mejor momento, que hay un problema en la quilla y que el capitán tiene un amante en esta isla o era un carpintero. Ah, si tienes algún den den mushi, te habrás dado cuenta de que está congelado, al igual que los que hayas visto por allí, tal vez pueda que incluso no podáis comunicaros con el cuartel general.
Por el momento dos marines rasos os impiden la entrada, alegando de que han recibido órdenes y que los superiores ya están al tanto de las preocupaciones de la tripulación. Parece que no habéis sido, los primeros, ni los últimos a los que se le ha ocurrido la idea. Hoy en día todo el mundo está con lo de ser un héroe y ese tipo de sueños. Los tipejos son dos hombre altos, pelo rapado, delgaduchos pero imponen un poco, incluso parecen gemelos.
Tal vez si tuvieras el rango de sargento… te dejarán pasar, para tomar decisiones con el resto. Pero tomar decisiones requiere pensar y son muchas obligaciones. Hagas lo que hagas puede que después te apetezca comer algo, que ya es hora ¿No? Tal vez no sería mala idea dirigirse allí más tarde y tantear lo que se comenta, siempre hay algún listillo que sabe de más o al menos tomar un caldito calentito. Pero en fin tal vez esto sea demasiado, por el momento deberías preocuparte por lo que vas a hacer, tal vez un par de tortas sirvieran para quitarse a esos dos de en medio e irrumpir en la reunión, aunque algo te dice que eso podría no ser muy buena idea si no tienes un mensaje importante que decir.
Por el momento dos marines rasos os impiden la entrada, alegando de que han recibido órdenes y que los superiores ya están al tanto de las preocupaciones de la tripulación. Parece que no habéis sido, los primeros, ni los últimos a los que se le ha ocurrido la idea. Hoy en día todo el mundo está con lo de ser un héroe y ese tipo de sueños. Los tipejos son dos hombre altos, pelo rapado, delgaduchos pero imponen un poco, incluso parecen gemelos.
Tal vez si tuvieras el rango de sargento… te dejarán pasar, para tomar decisiones con el resto. Pero tomar decisiones requiere pensar y son muchas obligaciones. Hagas lo que hagas puede que después te apetezca comer algo, que ya es hora ¿No? Tal vez no sería mala idea dirigirse allí más tarde y tantear lo que se comenta, siempre hay algún listillo que sabe de más o al menos tomar un caldito calentito. Pero en fin tal vez esto sea demasiado, por el momento deberías preocuparte por lo que vas a hacer, tal vez un par de tortas sirvieran para quitarse a esos dos de en medio e irrumpir en la reunión, aunque algo te dice que eso podría no ser muy buena idea si no tienes un mensaje importante que decir.
«¿En serio?», me pregunté, arqueando una ceja, al comprobar que el marine al que me había dirigido no se mostraba dispuesto a satisfacer mis deseos. No conforme con eso, el condenado parecía estar esperando que le siguiese. Clavé mis ojos en los suyos, cuestionándome cuál debía ser mi siguiente movimiento.
El desgraciado de Bottombu no parecía estar muy dispuesto a hacer nada. Ya le había visto deambular por el "Monkey D. Garp" en alguna ocasión durante los últimos días y, tal y como sospechaba, sin el capitán para tirarle el hueso en la dirección adecuada, a duras penas valía para limpiar los retretes. Algo similar debía estar sucediendo con los hombres que gozaban de la confianza del oficial al mando del barco de adiestramiento, porque aquella situación era inaudita.
Por una vez, y sin que sirviera de precedente, abandoné mi nicho y caminé junto a mi compañero por los pasillos. Por un momento le dejé llevar la voz cantante, pero enseguida me quedó claro que no estaba demasiado seguro de hacia dónde debía dirigirse. ¿Cuánto llevaba allí aquel chico? ¿De verdad me había dejado arrastrar por el recluta más novato del barco?
Suspiré de forma casi imperceptible, rascándome la cabeza y colocándome por delante de su posición para guiarle hasta el despacho del capitán Kensington. Había estado allí en innumerables ocasiones, la mayoría de ellas con la cabeza gacha en espera de una reprimenda y una soberana torta y, las que menos, para recibir algún encargo en concreto o -más raro todavía- una felicitación por el trabajo bien hecho.
Fuera como fuere, allí había dos tipos con cara de "me han dicho que no pase nadie y no lo hará ni el mismísimo Dexter Black". Sonreí, consciente de que buena parte de esa rigidez se acabaría diluyendo en cuanto llevasen a cabo unas cuantas misiones con un mínimo de dificultad. Siempre era así.
-Buenas... -comencé, pero me detuve al comprobar que no sabía qué hora era-. Buenas. Vengo para incorporarme al gabinete de crisis ultraconfidencial, secreto y definitivo que está teniendo lugar tras esa puerta -bromeé, enseñando mi acreditación y esperando que ostentar el rango de "Sargento" fuese suficiente para permitirme el paso. A fin de cuentas no había muchos marines en el barco que llevasen en él más tiempo que yo, ni que conociesen al capitán desaparecido del modo que lo hacía un servidor. Realmente lo pensaba así y, si me permitían el paso y ya en el interior me preguntaban qué podía aportar, ésa sería mi respuesta.
El desgraciado de Bottombu no parecía estar muy dispuesto a hacer nada. Ya le había visto deambular por el "Monkey D. Garp" en alguna ocasión durante los últimos días y, tal y como sospechaba, sin el capitán para tirarle el hueso en la dirección adecuada, a duras penas valía para limpiar los retretes. Algo similar debía estar sucediendo con los hombres que gozaban de la confianza del oficial al mando del barco de adiestramiento, porque aquella situación era inaudita.
Por una vez, y sin que sirviera de precedente, abandoné mi nicho y caminé junto a mi compañero por los pasillos. Por un momento le dejé llevar la voz cantante, pero enseguida me quedó claro que no estaba demasiado seguro de hacia dónde debía dirigirse. ¿Cuánto llevaba allí aquel chico? ¿De verdad me había dejado arrastrar por el recluta más novato del barco?
Suspiré de forma casi imperceptible, rascándome la cabeza y colocándome por delante de su posición para guiarle hasta el despacho del capitán Kensington. Había estado allí en innumerables ocasiones, la mayoría de ellas con la cabeza gacha en espera de una reprimenda y una soberana torta y, las que menos, para recibir algún encargo en concreto o -más raro todavía- una felicitación por el trabajo bien hecho.
Fuera como fuere, allí había dos tipos con cara de "me han dicho que no pase nadie y no lo hará ni el mismísimo Dexter Black". Sonreí, consciente de que buena parte de esa rigidez se acabaría diluyendo en cuanto llevasen a cabo unas cuantas misiones con un mínimo de dificultad. Siempre era así.
-Buenas... -comencé, pero me detuve al comprobar que no sabía qué hora era-. Buenas. Vengo para incorporarme al gabinete de crisis ultraconfidencial, secreto y definitivo que está teniendo lugar tras esa puerta -bromeé, enseñando mi acreditación y esperando que ostentar el rango de "Sargento" fuese suficiente para permitirme el paso. A fin de cuentas no había muchos marines en el barco que llevasen en él más tiempo que yo, ni que conociesen al capitán desaparecido del modo que lo hacía un servidor. Realmente lo pensaba así y, si me permitían el paso y ya en el interior me preguntaban qué podía aportar, ésa sería mi respuesta.
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Los dos guardias parecen dudar unos instantes, tras eso uno de ellos llama a la puerta y entra dentro, tras oír una sonora bronca hacia el marine, este salé indicándote que, si puedes entrar, aunque te advierte que el pastel no está para bollos.
-Sargento Iulio, le estábamos esperando- te dice el comandante Briss -Espero que para la próxima reunión venga más puntual, tal como se le solicita- proseguí el hombre indicándote asiento. Al parecer debe haber habido algún tipo de fallo en la cadena de mando, aunque con tanto caos cualquiera culpa a nadie.
Como puedes ver sois doce sargentos, cuatro tenientes, dos tenientes comandantes y el comandante lo que hace un total de diecinueve personas. Todos andáis en una mesa redonda, a tus lados están los sargentos Nujah y Chalmers.
-Os pongo al día, el capitán se encuentra desaparecido como sabréis, no hay forma de contactar con él, por si fuera poco nuestro den den mushi se han congelaod por lo que llevamos dos días incomunicados con el cuartel general, a los cuales tan solo le reportamos nuestra escala en esta isla- resume el comandante antes de resoplar -Muchos os preguntareis porque el capitán fu escoltado por tan solo un teniente comandante y un teniente, también os preguntareis porque marcho, bien el caos es que la quilla de barco esta severamente dañada desde hace un par de semanas- lo hemos mantenido oculto con alguna parte de la tripulación para no alarmar la situación, por lo que regresar no es una opción, estamos bien jodidos-finaliza Briss resoplando de nuevo.
Hay un silencio sepulcral en la sala, el par de tenientes-comandante niegan con la cabeza como si supieran lo que está a punto de suceder, y los tenientes parecen que intuyen lo que va a a proponer.
-Va a proponer un motín, ¿Me equivoco? Dar por muerto al capitán y asumir el bando ¿No es eso sucio Briss?- dice el hombre cincuenta tacos, calvo y fornido -Venga Briss llevas queriendo el jodido cargo desde que esa madre, que es muy puta…-prosigue en cólera.
-Deja de joder Chalmers, la situación es jodida de cojones- dicen Samuel uno de los teniente más jóvenes, el cual parece tener pocos pelos en la lengua -¿Tienes una idea mejor? Lo prioritario es restaurar la cadena de mando-finaliza.
El animo empieza a caldearse hasta el punto de que todos empiezan a hablar a grito limpio, con una voces tratando imponerse unas sobre otras ¿Qué harás en medio de este jolgorio? ¿Podrás dar un poco de luz al asunto?
-Sargento Iulio, le estábamos esperando- te dice el comandante Briss -Espero que para la próxima reunión venga más puntual, tal como se le solicita- proseguí el hombre indicándote asiento. Al parecer debe haber habido algún tipo de fallo en la cadena de mando, aunque con tanto caos cualquiera culpa a nadie.
Como puedes ver sois doce sargentos, cuatro tenientes, dos tenientes comandantes y el comandante lo que hace un total de diecinueve personas. Todos andáis en una mesa redonda, a tus lados están los sargentos Nujah y Chalmers.
-Os pongo al día, el capitán se encuentra desaparecido como sabréis, no hay forma de contactar con él, por si fuera poco nuestro den den mushi se han congelaod por lo que llevamos dos días incomunicados con el cuartel general, a los cuales tan solo le reportamos nuestra escala en esta isla- resume el comandante antes de resoplar -Muchos os preguntareis porque el capitán fu escoltado por tan solo un teniente comandante y un teniente, también os preguntareis porque marcho, bien el caos es que la quilla de barco esta severamente dañada desde hace un par de semanas- lo hemos mantenido oculto con alguna parte de la tripulación para no alarmar la situación, por lo que regresar no es una opción, estamos bien jodidos-finaliza Briss resoplando de nuevo.
Hay un silencio sepulcral en la sala, el par de tenientes-comandante niegan con la cabeza como si supieran lo que está a punto de suceder, y los tenientes parecen que intuyen lo que va a a proponer.
-Va a proponer un motín, ¿Me equivoco? Dar por muerto al capitán y asumir el bando ¿No es eso sucio Briss?- dice el hombre cincuenta tacos, calvo y fornido -Venga Briss llevas queriendo el jodido cargo desde que esa madre, que es muy puta…-prosigue en cólera.
-Deja de joder Chalmers, la situación es jodida de cojones- dicen Samuel uno de los teniente más jóvenes, el cual parece tener pocos pelos en la lengua -¿Tienes una idea mejor? Lo prioritario es restaurar la cadena de mando-finaliza.
El animo empieza a caldearse hasta el punto de que todos empiezan a hablar a grito limpio, con una voces tratando imponerse unas sobre otras ¿Qué harás en medio de este jolgorio? ¿Podrás dar un poco de luz al asunto?
La tensión que había en el ambiente era palpable, tanto que me pareció notar cómo acariciaba mi cara al introducirme en la estancia. Una mesa redonda repleta de tipos de uniforme enfadados, casi tuve que agradecer que no me arrojaran inmediatamente por la borda. Con pensamientos de esa índole en la cabeza, mantuve la boca cerrada y me abstuve de comentar que nadie me había informado.
Tomé asiento junto a los sargentos Nujah y Chalmers, que no tenían cara de estar viviendo el más feliz de sus días. ¿Sería verdad o sólo una percepción mía? A saber, pero ése no era el momento para entrar en debates internos vacíos e inútiles. Las palabras que salían de la boca del comandante Briss merecían mucha más atención. ¿Realmente estaba proponiendo lo que llegaba hasta mis oídos? No podía ser de otro modo, a no ser que me encontrase en un sueño o acabase de empezar a sufrir alucinaciones auditivas.
La respuesta no se hizo de esperar por parte de los allí presentes, y ninguno de los que alzaron la voz se mostró dispuesto a respaldar la medida propuesta. No obstante, ¿hasta qué punto era necesario que el comandante contase con apoyos para hacer lo que pretendía? Guardé silencio, esperando que el problema se solucionase solo de un modo u otro. Normalmente ocurría así. Yo mantenía la boca cerrada y siempre había alguien que se las ingeniaba para arreglarlo todo sin que yo tuviese que mover un dedo.
Sin embargo, en aquella ocasión no parecía que el desarrollo fuese a ser el habitual. Se sucedieron unos segundos de silencio, tensos como la cuerda de un arco y pesados como balas de cañón. Entonces, sin saber muy bien cómo, me encontré pidiendo la palabra a mis superiores.
-Si sirve de algo, me gustaría decir que la actitud normal del capitán Kensington descarta que esta ausencia sea algo voluntario o premeditado -diría en caso de que se me permitiese-. Creo que todos podemos estar de acuerdo al respecto. En cuanto a la cadena de mando, no es necesario que sea restaurada -añadí, mirando al comandante con un claro gesto de "ahora me explico"-. En ausencia del capitán, si no me equivoco, usted es la máxima autoridad aquí y estamos bajo su mando. Por otro lado, y volviendo a la inexplicable ausencia del capitán, propongo que se haga un rastreo exhaustivo del barco en busca de alguna pista sobre qué puede haber sucedido. Del mismo modo, creo que deberían considerar cualquier información a la que no podamos acceder la mayoría y buscar en ella alguna infromación acerca de qué puede estar sucediendo -comenté, refiriéndome a los marines de más alto rango, pues podía haber información confidencial y restringida que lo explicase todo-. Si se encuentra algo de utilidad, podría organizarse un grupo que fuese en busca del capitán y otro que buscase alguna población cercana. Tal vez podamos conseguir los materiales para reparar el barco o haya algún carpintero que pueda colaborar en las reparaciones.
Tomé asiento junto a los sargentos Nujah y Chalmers, que no tenían cara de estar viviendo el más feliz de sus días. ¿Sería verdad o sólo una percepción mía? A saber, pero ése no era el momento para entrar en debates internos vacíos e inútiles. Las palabras que salían de la boca del comandante Briss merecían mucha más atención. ¿Realmente estaba proponiendo lo que llegaba hasta mis oídos? No podía ser de otro modo, a no ser que me encontrase en un sueño o acabase de empezar a sufrir alucinaciones auditivas.
La respuesta no se hizo de esperar por parte de los allí presentes, y ninguno de los que alzaron la voz se mostró dispuesto a respaldar la medida propuesta. No obstante, ¿hasta qué punto era necesario que el comandante contase con apoyos para hacer lo que pretendía? Guardé silencio, esperando que el problema se solucionase solo de un modo u otro. Normalmente ocurría así. Yo mantenía la boca cerrada y siempre había alguien que se las ingeniaba para arreglarlo todo sin que yo tuviese que mover un dedo.
Sin embargo, en aquella ocasión no parecía que el desarrollo fuese a ser el habitual. Se sucedieron unos segundos de silencio, tensos como la cuerda de un arco y pesados como balas de cañón. Entonces, sin saber muy bien cómo, me encontré pidiendo la palabra a mis superiores.
-Si sirve de algo, me gustaría decir que la actitud normal del capitán Kensington descarta que esta ausencia sea algo voluntario o premeditado -diría en caso de que se me permitiese-. Creo que todos podemos estar de acuerdo al respecto. En cuanto a la cadena de mando, no es necesario que sea restaurada -añadí, mirando al comandante con un claro gesto de "ahora me explico"-. En ausencia del capitán, si no me equivoco, usted es la máxima autoridad aquí y estamos bajo su mando. Por otro lado, y volviendo a la inexplicable ausencia del capitán, propongo que se haga un rastreo exhaustivo del barco en busca de alguna pista sobre qué puede haber sucedido. Del mismo modo, creo que deberían considerar cualquier información a la que no podamos acceder la mayoría y buscar en ella alguna infromación acerca de qué puede estar sucediendo -comenté, refiriéndome a los marines de más alto rango, pues podía haber información confidencial y restringida que lo explicase todo-. Si se encuentra algo de utilidad, podría organizarse un grupo que fuese en busca del capitán y otro que buscase alguna población cercana. Tal vez podamos conseguir los materiales para reparar el barco o haya algún carpintero que pueda colaborar en las reparaciones.
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En un inicio tu discurso queda un poco enmudecido por el barullo de la discusión entre perros viejos, en especial Chalmers, el cual tiene un tono que parece que nunca llega al tope. Tras un par de intentos de arrancar al final, alguien suelta, dejar escuchar lo que dice el novato, aunque lo dice de forma tan sutil y entre dientes que no llegas a distinguir quien lo dice, bueno seguramente puedas descartar a Chalmers, eso seguro.
Finalmente, todos quedan sorprendido por tu dialecto, incluso ves algunos gestos de afirmación, a pesar de ello Briss frunce el ceño y se gira en su sillón, dando la espalda a todos los presentes mientras se cruza las manos, entre tanto se produce un tenso silencio el cual es solo interrumpido por la fuerte respiración de Chalmers.
-Aunque no esté de acuerdo con todo lo que dices tienes razón en varios puntos, aunque te especificaré la normativa en algunos aspectos- dice mientras se raspa la garganta -Aunque ahora mismo tenga la autoridad del barco, gracias a la cual he podido convocar este gabinete de crisis sigue habiendo varias decisiones que siguen requiriendo de la votación de tres miembros, mis otros compañeros el comandante Hein y el propio capitán, ambos desaparecidos -prosiguen haciendo una pausa -Estos votos no son delegables en la jerarquía por lo que decisiones en lo referente a arreglar el barco no pueden ser tomadas sin al menos uno más de los presentes (por lo visto su falta no cuentan como abstenciones) Por eso presentaba este mecanismo de abotonamiento para poder tomar decisiones con el respaldo de este gabinete- finaliza con tono políticamente correcto.
Se produce otra explosión de discusiones entre los sargentos antes de que Briss mandé a callar.
-Aun así estoy de acuerdo en lo que respecta a solicitar ayuda y tratar de buscar a Ken, es más que mi jefe, es un compañero de fatigas- dice de forma amistosa, mientras Chalmers masculle algunas palabras refunfuñando -Propongo a Hulio para realizar la expedición por la costa hasta el pueblo más cercano, una vez allí solicitar ayuda y restablecer contacto con el cuartel general debería ser nuestra mayor prioridad- propone confundiéndose con tu nombre -Chalmers sería un buen acompañante debido a la poca experiencia del chico ¿Qué opináis?- finaliza.
Todos en el gabinete parecen conformes, menos Chalmers, aunque intuyes que no tiene nada que ver contigo. No es una orden así que puedes replicar, por el momento. Si aceptas es probable que quieras solicitar algo de información o acceso a la bitácora del capitán, bueno el de los planes locos eres tú.
Finalmente, todos quedan sorprendido por tu dialecto, incluso ves algunos gestos de afirmación, a pesar de ello Briss frunce el ceño y se gira en su sillón, dando la espalda a todos los presentes mientras se cruza las manos, entre tanto se produce un tenso silencio el cual es solo interrumpido por la fuerte respiración de Chalmers.
-Aunque no esté de acuerdo con todo lo que dices tienes razón en varios puntos, aunque te especificaré la normativa en algunos aspectos- dice mientras se raspa la garganta -Aunque ahora mismo tenga la autoridad del barco, gracias a la cual he podido convocar este gabinete de crisis sigue habiendo varias decisiones que siguen requiriendo de la votación de tres miembros, mis otros compañeros el comandante Hein y el propio capitán, ambos desaparecidos -prosiguen haciendo una pausa -Estos votos no son delegables en la jerarquía por lo que decisiones en lo referente a arreglar el barco no pueden ser tomadas sin al menos uno más de los presentes (por lo visto su falta no cuentan como abstenciones) Por eso presentaba este mecanismo de abotonamiento para poder tomar decisiones con el respaldo de este gabinete- finaliza con tono políticamente correcto.
Se produce otra explosión de discusiones entre los sargentos antes de que Briss mandé a callar.
-Aun así estoy de acuerdo en lo que respecta a solicitar ayuda y tratar de buscar a Ken, es más que mi jefe, es un compañero de fatigas- dice de forma amistosa, mientras Chalmers masculle algunas palabras refunfuñando -Propongo a Hulio para realizar la expedición por la costa hasta el pueblo más cercano, una vez allí solicitar ayuda y restablecer contacto con el cuartel general debería ser nuestra mayor prioridad- propone confundiéndose con tu nombre -Chalmers sería un buen acompañante debido a la poca experiencia del chico ¿Qué opináis?- finaliza.
Todos en el gabinete parecen conformes, menos Chalmers, aunque intuyes que no tiene nada que ver contigo. No es una orden así que puedes replicar, por el momento. Si aceptas es probable que quieras solicitar algo de información o acceso a la bitácora del capitán, bueno el de los planes locos eres tú.
¿Quién había ordenado que se callasen? No tenía la menor idea, pero a punto estuve de detener mi discurso para identificar al responsable y darle las gracias. Lo cierto era que no me encontraba cómodo con tanta atención puesta sobre mí, pero las palabras salían de mi boca una tras otra mientras observaba las caras de mis oyentes.
Algunos me escuchaban con atención -o eso creía percibir-, asintiendo o negando según lo de acuerdo que estuviesen con lo que les decía. Otros, los que menos, me ignoraban deliberadamente y, por último, un tercer grupo fingía interés al tiempo que reflexionaba sobre a saber qué. «Deja de pensar en tonterías», me reprendí. Siendo sincero, no sabía si mis apreciaciones eran acertadas o no, pero debía mantener mi mente ocupada en algo para no caer preso de los nervios; había demasiadas personas pendientes de mí.
Concluido mi breve discurso, el comandante Briss no tardó en recuperar el uso de la palabra. Lo primero que hizo matizar mi afirmación sobre la jerarquía de mando, hecho que me sorprendió y casi provocó que me sonrojase. ¿Cómo podía no saber aquello? El capitán Kensington me habría arreado un buen tortazo de haber presenciado semejante error por mi parte, eso por descontado.
Fuera como fuere, el marine de más alto rango entre los allí reunidos parecía estar de acuerdo conmigo en líneas generales. «Espero que tengas esto en cuenta al hacer el informe de lo que está pasando aquí», me dije, intentando que mis pensamientos no se reflejasen en mi cara y guardando silencio. A fin de cuentas no era más que un simple sargento y, pese a que había sido necesario que arrojase cierta luz -irónico, ¿verdad?- sobre el problema, mi deber estaba más cercano a la obediencia que a la planificación.
«O no», pensé al escuchar las siguientes palabras del comandante. En dos frases había echado por tierra todo mi razonamiento previo. Tenía en mente encargarme la búsqueda de alguna población cercana; ¿quién me habría mandado abrir la boca? Iba a sustituir la escasa comodidad de mi camarote por una caminata de a saber qué longitud, la cual, por si no fuera suficiente, debería hacer luchando contra el frío. Me lo merecía, eso estaba claro. No obstante, lo que más me disgustaba era que hubiese modificado mi nombre de un modo tan extraño. ¿Hulio? Ni que no supiese ni coger una raqueta. Pero... ¿qué era una raqueta? Sacudí la cabeza, forzándome a volver a la realidad y dejar de lado las extrañas divagaciones que habían comenzado a aflorar en mi mente.
-Me gustaría saber si hay alguna información sobre la isla -pregunté, viendo poco útil llevarle la contraria al comandante -más aún cuando casi todos los allí presentes parecían estar de acuerdo con él-. La excepción era Chalmers, quien, curiosamente, iba a ser mi compañero-. Me refiero a datos sobre poblaciones cercanas, anotaciones del capitán o cualquier referencia que podáis tener vosotros. Me gustaría poder revisar todo lo que haya antes de salir -concluí, siendo consciente de cómo la pereza me invadía a cada palabra que decía. Tal vez pudiese dejar todo el trabajo de oficina a mi malhumorado compañero. ¿Quién me mandaba a mí meterme en semejante odisea?
Lo cierto era que, de haber podido elegir con total libertad mi cometido, seguramente habría preferido ir en busca del capitán Kensington. ¿Que podía haber manifestado mi opinión en ese sentido? Sí, pero aquello no era lo más práctico vista la situación en la que nos encontrábamos.
En caso de que hubiese información de utilidad, intentaría que fuese Chalmers quien la revisase y filtrase para extraer lo más útil. Mientras tanto, yo me dedicaría a analizar una a una las posibles goteras del techo, los desperfectos de los muebles que nos rodeasen y, en definitiva, a hacer cualquier cosa que no implicase trabajar.
Aprovecharía para interrogarle acerca de su descontento, sugiriendo que no le veo muy conforme con el plan de actuación y preguntando en ese sentido en caso de que se mostrase dispuesto a hablar. No era buena idea tener una mala relación con el tipo que me acompañaría en lo que estaba por venir.
Tras eso, en caso de que no hubiese nada importante que hacer antes de abandonar el barco, haría los preparativos para salir en busca de la población más cercana. Eso incluiría ropa de abrigo, comida por si fuese necesario y, por su puesto, personarme ante el comandante Briss en espera de alguna indicación que quisiese darme.
Algunos me escuchaban con atención -o eso creía percibir-, asintiendo o negando según lo de acuerdo que estuviesen con lo que les decía. Otros, los que menos, me ignoraban deliberadamente y, por último, un tercer grupo fingía interés al tiempo que reflexionaba sobre a saber qué. «Deja de pensar en tonterías», me reprendí. Siendo sincero, no sabía si mis apreciaciones eran acertadas o no, pero debía mantener mi mente ocupada en algo para no caer preso de los nervios; había demasiadas personas pendientes de mí.
Concluido mi breve discurso, el comandante Briss no tardó en recuperar el uso de la palabra. Lo primero que hizo matizar mi afirmación sobre la jerarquía de mando, hecho que me sorprendió y casi provocó que me sonrojase. ¿Cómo podía no saber aquello? El capitán Kensington me habría arreado un buen tortazo de haber presenciado semejante error por mi parte, eso por descontado.
Fuera como fuere, el marine de más alto rango entre los allí reunidos parecía estar de acuerdo conmigo en líneas generales. «Espero que tengas esto en cuenta al hacer el informe de lo que está pasando aquí», me dije, intentando que mis pensamientos no se reflejasen en mi cara y guardando silencio. A fin de cuentas no era más que un simple sargento y, pese a que había sido necesario que arrojase cierta luz -irónico, ¿verdad?- sobre el problema, mi deber estaba más cercano a la obediencia que a la planificación.
«O no», pensé al escuchar las siguientes palabras del comandante. En dos frases había echado por tierra todo mi razonamiento previo. Tenía en mente encargarme la búsqueda de alguna población cercana; ¿quién me habría mandado abrir la boca? Iba a sustituir la escasa comodidad de mi camarote por una caminata de a saber qué longitud, la cual, por si no fuera suficiente, debería hacer luchando contra el frío. Me lo merecía, eso estaba claro. No obstante, lo que más me disgustaba era que hubiese modificado mi nombre de un modo tan extraño. ¿Hulio? Ni que no supiese ni coger una raqueta. Pero... ¿qué era una raqueta? Sacudí la cabeza, forzándome a volver a la realidad y dejar de lado las extrañas divagaciones que habían comenzado a aflorar en mi mente.
-Me gustaría saber si hay alguna información sobre la isla -pregunté, viendo poco útil llevarle la contraria al comandante -más aún cuando casi todos los allí presentes parecían estar de acuerdo con él-. La excepción era Chalmers, quien, curiosamente, iba a ser mi compañero-. Me refiero a datos sobre poblaciones cercanas, anotaciones del capitán o cualquier referencia que podáis tener vosotros. Me gustaría poder revisar todo lo que haya antes de salir -concluí, siendo consciente de cómo la pereza me invadía a cada palabra que decía. Tal vez pudiese dejar todo el trabajo de oficina a mi malhumorado compañero. ¿Quién me mandaba a mí meterme en semejante odisea?
Lo cierto era que, de haber podido elegir con total libertad mi cometido, seguramente habría preferido ir en busca del capitán Kensington. ¿Que podía haber manifestado mi opinión en ese sentido? Sí, pero aquello no era lo más práctico vista la situación en la que nos encontrábamos.
En caso de que hubiese información de utilidad, intentaría que fuese Chalmers quien la revisase y filtrase para extraer lo más útil. Mientras tanto, yo me dedicaría a analizar una a una las posibles goteras del techo, los desperfectos de los muebles que nos rodeasen y, en definitiva, a hacer cualquier cosa que no implicase trabajar.
Aprovecharía para interrogarle acerca de su descontento, sugiriendo que no le veo muy conforme con el plan de actuación y preguntando en ese sentido en caso de que se mostrase dispuesto a hablar. No era buena idea tener una mala relación con el tipo que me acompañaría en lo que estaba por venir.
Tras eso, en caso de que no hubiese nada importante que hacer antes de abandonar el barco, haría los preparativos para salir en busca de la población más cercana. Eso incluiría ropa de abrigo, comida por si fuese necesario y, por su puesto, personarme ante el comandante Briss en espera de alguna indicación que quisiese darme.
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Al final todos parecen quedar conforme con tu decisión, y el comandante Briss te deja encima de la mesa una carpeta y te comenta que ahí tienen toda la información en referente a la isla y a los últimos informes redactados por el capitán.
Tras unos instantes te dejan con tu compañero de viajes, el sargento, el cual empieza a refunfuñar ignorándote por un buen rato. Si aprovechas para ver los informes veras que en la isla hay dos poblaciones, una pesquera que está a unas quince millas de distancia del punto que os encontrarías ahora y otra en el interior atravesando lo que parece unas gélidas cordilleras montañosas, en principio parecía que llegar a esta segunda era vuestro objetivo principal, ¿motivos?, desconocidos.
Sea como sea los análisis del segundo informe parecen dejar muy claro que el barco no podrá recorrer esas quince millas restantes para ser reparado en el astillero, sería necesario un tratamiento previo de urgencia en la quilla antes de poder desplazaros al astillero. El camino parece recorrer la abrupta costa de forma sinuosa, así que puede que tengáis que aprovisionaros para ciertas inclemencias y quien sabe si algún pirata, después de todo está bajo la protección de un corsario bajo las órdenes de un señor del bajo mundo.
Entre tanto ves que Chalmers ha comenzado a abrir la puerta de tarde en tarde, mirando si hay alguien espiando, parece nervioso. Mientras escucha alguna de las cosas que les dices empieza a indagar por las paredes ¿qué diantres está buscando?
-Te pediré que seas claro, no me gustan los rodeos- te dice en un principio -El protocolo es el natural, buscar a nuestro capitán, hasta en una banda de piratas es lo que se haría, pero en esta mierda de marina siempre están las disputas, los resquemores y esas puñeteras comidas de oficiales ¡Son un jodido grano en el culo!, ¿sabes? - exclama enfurecido -Mira sé que eres nuevo, así que no sabes cómo funcionan muchas cosas por aquí, pero te basta con saber que Briss hará todo lo que esté en su mano para asumir el cargo de la embarcación, regresar a la base, y colgarse una de esas puñeteras medallitas, si realmente quieres hacer lo correcto, vigila la puerta, no quiero que nadie me vea hurgando “el sistema”- te ordena secamente, mientras prosigue tanteando las paredes, dando golpes de vez en cuando tratando de ver si hay algo hueco o algo que no suena como debería.
Puedes obedecerle, o quedarte mirando las musarañas, aunque crees que a tu compañero le gusta a la gente activa, y te parece poco prudente hacer algo que pueda hacer que te grite a la hora, no, enserio, no quieres. También podrías hacer lo que sea que hace en las paredes, parece divertido e intrigante, también podrías dejarle e ir a buscar a tus hombres. Al parecer vais a poder llevares a unos siete cada uno, catorce en total. Puedes cogerte a tus amigos, la gente que peor te caiga o la mejor preparada, tu sabrás lo que crees que vas a necesitar y para donde piensas ir, Briss parece ser bastante flexible y no va a poner muchos impedimentos en cualquier cosa que le necesites, te dijo que andaría por cubierta, tal vez desees saber su versión del asunto o pedirle algo más o simplemente decirle que puede regresar a su nuevo despacho.
Tras unos instantes te dejan con tu compañero de viajes, el sargento, el cual empieza a refunfuñar ignorándote por un buen rato. Si aprovechas para ver los informes veras que en la isla hay dos poblaciones, una pesquera que está a unas quince millas de distancia del punto que os encontrarías ahora y otra en el interior atravesando lo que parece unas gélidas cordilleras montañosas, en principio parecía que llegar a esta segunda era vuestro objetivo principal, ¿motivos?, desconocidos.
Sea como sea los análisis del segundo informe parecen dejar muy claro que el barco no podrá recorrer esas quince millas restantes para ser reparado en el astillero, sería necesario un tratamiento previo de urgencia en la quilla antes de poder desplazaros al astillero. El camino parece recorrer la abrupta costa de forma sinuosa, así que puede que tengáis que aprovisionaros para ciertas inclemencias y quien sabe si algún pirata, después de todo está bajo la protección de un corsario bajo las órdenes de un señor del bajo mundo.
Entre tanto ves que Chalmers ha comenzado a abrir la puerta de tarde en tarde, mirando si hay alguien espiando, parece nervioso. Mientras escucha alguna de las cosas que les dices empieza a indagar por las paredes ¿qué diantres está buscando?
-Te pediré que seas claro, no me gustan los rodeos- te dice en un principio -El protocolo es el natural, buscar a nuestro capitán, hasta en una banda de piratas es lo que se haría, pero en esta mierda de marina siempre están las disputas, los resquemores y esas puñeteras comidas de oficiales ¡Son un jodido grano en el culo!, ¿sabes? - exclama enfurecido -Mira sé que eres nuevo, así que no sabes cómo funcionan muchas cosas por aquí, pero te basta con saber que Briss hará todo lo que esté en su mano para asumir el cargo de la embarcación, regresar a la base, y colgarse una de esas puñeteras medallitas, si realmente quieres hacer lo correcto, vigila la puerta, no quiero que nadie me vea hurgando “el sistema”- te ordena secamente, mientras prosigue tanteando las paredes, dando golpes de vez en cuando tratando de ver si hay algo hueco o algo que no suena como debería.
Puedes obedecerle, o quedarte mirando las musarañas, aunque crees que a tu compañero le gusta a la gente activa, y te parece poco prudente hacer algo que pueda hacer que te grite a la hora, no, enserio, no quieres. También podrías hacer lo que sea que hace en las paredes, parece divertido e intrigante, también podrías dejarle e ir a buscar a tus hombres. Al parecer vais a poder llevares a unos siete cada uno, catorce en total. Puedes cogerte a tus amigos, la gente que peor te caiga o la mejor preparada, tu sabrás lo que crees que vas a necesitar y para donde piensas ir, Briss parece ser bastante flexible y no va a poner muchos impedimentos en cualquier cosa que le necesites, te dijo que andaría por cubierta, tal vez desees saber su versión del asunto o pedirle algo más o simplemente decirle que puede regresar a su nuevo despacho.
El seco sonido que produjo la carpeta al aterrizar frente a mí fue como una sentencia. La mesa ante la que me encontraba tembló un poco al recibir el golpe, pero el silencio y la quietud volvieron a reinar en la sala unos instantes después. Tal vez me hubiera precipitado a la hora de pedir tanta información. Tenerla estaba bien, de eso no cabía duda, pero debía haber alguien que se molestase en leerla y asimilarla.
Me acerqué la carpeta y le lancé una mirada a Chalmers. Nos habían dejado solos y, a mis ojos, se mostraba aún más nervioso y enfadado que antes. Lo cierto era que nunca había estado cómodo junto a personas de esa clase, tan impulsivas y, por qué no, molestas. No obstante, las órdenes eran claras y tendría que aguantarme... Aunque me quejase.
Mi forzoso compañero no parecía tener intención de revisar la documentación, así que decidí abrir la carpeta. ¿Quién sabía? Tal vez sólo hubiese un par de informes no demasiado elaborados. Cuál fue mi decepción al comprobar que no era así. Lo primero que encontré fue un mapa, apareciendo en él dos enclaves. Uno se encontraba marcado por algún motivo. Quizás hubiese una explicación en el sinfín de papeles que había tras él, pero no sería yo quien se comiese semejante marrón.
Pasé rápido las páginas, buscando algo que a simple vista llamase mi atención y me obligase a detenerme para leerlo. Chalmers no paraba de mascullar comentarios incomprensibles, los cuales ignoré deliberadamente hasta que identifiqué un cartel de "Se busca". Era uno de esos que repartían con las caras de los criminales -muy vistoso, todo sea dicho-.
-Oye, ¿sabes quién es este tío? -pregunté, enseñándole el retrato que había encontrado. Seguramente habría información sobre él en la retahíla de folios que permanecía frente a mí, pero sólo ver el volumen de información que me ofrecía el dossier me causaba mareos. Una vez me respondiese, fuese cual fuese su respuesta, cerraría la carpeta y la dejaría sobre la mesa. Quizás, con algo de suerte el sargento decidiese revisar toda la documentación en algún momento; Chalmers podría echarle un ojo si lo estimaba oportuno.
No obstante, parecía tener otras cosas en mente. Actuaba como un paranoico, como si tuviese la certeza de que alguien le estaba escuchando, siguiendo o espiando. Me había encontrado con varios tipos así a lo largo de mi vida en el mundo exterior -como me gustaba llamarlo-, y nunca había sabido cómo actuar. Siempre me surgía la misma duda: ¿había perdido el juicio y debía ignorarle, o era un necio por no hacerle caso? Fuese cual fuera la opción acertada, el tiempo me la mostraría.
-No sé qué peleas se traen entre manos ni me interesa, la verdad -comenté mientras me encogía de hombros y me levantaba de la silla. Levanté los brazos y me estiré antes de seguir hablando-. Lo único que quiero hacer es encontrar al capitán Kensington.
Y así era. Sin duda era quien más había hecho por mí, aunque a su manera, desde que abandonase mi inhóspito hogar varios meses atrás. No sabía si Chalmers me estaba escuchando, pues parecía muy interesado en el sonido que emitían las paredes al ser golpeadas. Permanecí de pie unos minutos, esperando por si el sargento encontraba lo que fuese que estaba buscando.
Tras ello, si su exploración resultase infructuosa, abandonaría el lugar a la voz de "voy a prepararlo todo". ¿Que adónde me dirigiría? En primer lugar a la cocina del "Monkey D. Garp". Lo que me interesaba, la despensa, no se encontraba allí, pero sí su encargado. Informaría al tipo en cuestión acerca de las órdenes que había recibido para, acto seguido, pedirle que se encargase de aprovisionar a dieciséis hombres para algunos días. ¿Cuántos? No tenía ni idea; tal vez una semana. Sí, una semana estaría bien.
Después de eso me dirigiría a la zona de entrenamiento en busca de Neil. Seguramente había marines mucho más preparados en el barco, pero ninguno de ellos me inspiraba tanta confianza como el moreno. Además, su particular obsesión por el combate y todo lo que conllevara prepararse para el mismo me sería muy útil. Pasar allí tantas horas había desembocado en que forjase una amistad con un grupo de sargentos particularmente hábiles. Quizás accediesen a venir conmigo, tanto él como sus tres sudorosos amigos.
Los tres miembros restantes de mi grupo no serían tan fáciles de seleccionar. Creía recordar a una chica, la cual se había alistado hacía no demasiado tiempo, que demostraba unas capacidades intelectuales muy por encima de la mayoría. No sabía si accedería a acompañarnos, pero probar era gratis y no perdía nada por intentarlo. Para los dos huecos que quedaban buscaría un perfil similar al de la chica. Esperaba que con músculo y cerebro todo fuera más fácil, lo que conllevaría menos trabajo para mí.
Por último me dirigiría a la lavandería del barco de instrucción. ¿Por qué allí? Para preguntar si se nos podían proporcionar varias mudas, así como ropa de abrigo que nos permitiese movernos por la dichosa isla sin congelarnos. Una vez lo tuviera todo, si lo conseguía, y tras volver en busca de Chalmers -suponiendo que no hubiese encontrado nada anteriormente y él también hubiera reunido a sus siete hombres-, me dirigiría a la cubierta para empezar un viaje particularmente molesto.
Las órdenes que se nos habían asignado eran encontrar a alguien que pudiese reparar el barco. Si no recordaba mal, el mapa que había en la carpeta indicaba que había una población cercana a la costa. Aquélla no era la marcada, pero incumplir una orden directa del oficial al mando podría acarrear unas consecuencias que no quería. Por tanto, me dirigiría hacia allí en primer lugar y después vería cuál debía ser mi siguiente paso.
Me acerqué la carpeta y le lancé una mirada a Chalmers. Nos habían dejado solos y, a mis ojos, se mostraba aún más nervioso y enfadado que antes. Lo cierto era que nunca había estado cómodo junto a personas de esa clase, tan impulsivas y, por qué no, molestas. No obstante, las órdenes eran claras y tendría que aguantarme... Aunque me quejase.
Mi forzoso compañero no parecía tener intención de revisar la documentación, así que decidí abrir la carpeta. ¿Quién sabía? Tal vez sólo hubiese un par de informes no demasiado elaborados. Cuál fue mi decepción al comprobar que no era así. Lo primero que encontré fue un mapa, apareciendo en él dos enclaves. Uno se encontraba marcado por algún motivo. Quizás hubiese una explicación en el sinfín de papeles que había tras él, pero no sería yo quien se comiese semejante marrón.
Pasé rápido las páginas, buscando algo que a simple vista llamase mi atención y me obligase a detenerme para leerlo. Chalmers no paraba de mascullar comentarios incomprensibles, los cuales ignoré deliberadamente hasta que identifiqué un cartel de "Se busca". Era uno de esos que repartían con las caras de los criminales -muy vistoso, todo sea dicho-.
-Oye, ¿sabes quién es este tío? -pregunté, enseñándole el retrato que había encontrado. Seguramente habría información sobre él en la retahíla de folios que permanecía frente a mí, pero sólo ver el volumen de información que me ofrecía el dossier me causaba mareos. Una vez me respondiese, fuese cual fuese su respuesta, cerraría la carpeta y la dejaría sobre la mesa. Quizás, con algo de suerte el sargento decidiese revisar toda la documentación en algún momento; Chalmers podría echarle un ojo si lo estimaba oportuno.
No obstante, parecía tener otras cosas en mente. Actuaba como un paranoico, como si tuviese la certeza de que alguien le estaba escuchando, siguiendo o espiando. Me había encontrado con varios tipos así a lo largo de mi vida en el mundo exterior -como me gustaba llamarlo-, y nunca había sabido cómo actuar. Siempre me surgía la misma duda: ¿había perdido el juicio y debía ignorarle, o era un necio por no hacerle caso? Fuese cual fuera la opción acertada, el tiempo me la mostraría.
-No sé qué peleas se traen entre manos ni me interesa, la verdad -comenté mientras me encogía de hombros y me levantaba de la silla. Levanté los brazos y me estiré antes de seguir hablando-. Lo único que quiero hacer es encontrar al capitán Kensington.
Y así era. Sin duda era quien más había hecho por mí, aunque a su manera, desde que abandonase mi inhóspito hogar varios meses atrás. No sabía si Chalmers me estaba escuchando, pues parecía muy interesado en el sonido que emitían las paredes al ser golpeadas. Permanecí de pie unos minutos, esperando por si el sargento encontraba lo que fuese que estaba buscando.
Tras ello, si su exploración resultase infructuosa, abandonaría el lugar a la voz de "voy a prepararlo todo". ¿Que adónde me dirigiría? En primer lugar a la cocina del "Monkey D. Garp". Lo que me interesaba, la despensa, no se encontraba allí, pero sí su encargado. Informaría al tipo en cuestión acerca de las órdenes que había recibido para, acto seguido, pedirle que se encargase de aprovisionar a dieciséis hombres para algunos días. ¿Cuántos? No tenía ni idea; tal vez una semana. Sí, una semana estaría bien.
Después de eso me dirigiría a la zona de entrenamiento en busca de Neil. Seguramente había marines mucho más preparados en el barco, pero ninguno de ellos me inspiraba tanta confianza como el moreno. Además, su particular obsesión por el combate y todo lo que conllevara prepararse para el mismo me sería muy útil. Pasar allí tantas horas había desembocado en que forjase una amistad con un grupo de sargentos particularmente hábiles. Quizás accediesen a venir conmigo, tanto él como sus tres sudorosos amigos.
Los tres miembros restantes de mi grupo no serían tan fáciles de seleccionar. Creía recordar a una chica, la cual se había alistado hacía no demasiado tiempo, que demostraba unas capacidades intelectuales muy por encima de la mayoría. No sabía si accedería a acompañarnos, pero probar era gratis y no perdía nada por intentarlo. Para los dos huecos que quedaban buscaría un perfil similar al de la chica. Esperaba que con músculo y cerebro todo fuera más fácil, lo que conllevaría menos trabajo para mí.
Por último me dirigiría a la lavandería del barco de instrucción. ¿Por qué allí? Para preguntar si se nos podían proporcionar varias mudas, así como ropa de abrigo que nos permitiese movernos por la dichosa isla sin congelarnos. Una vez lo tuviera todo, si lo conseguía, y tras volver en busca de Chalmers -suponiendo que no hubiese encontrado nada anteriormente y él también hubiera reunido a sus siete hombres-, me dirigiría a la cubierta para empezar un viaje particularmente molesto.
Las órdenes que se nos habían asignado eran encontrar a alguien que pudiese reparar el barco. Si no recordaba mal, el mapa que había en la carpeta indicaba que había una población cercana a la costa. Aquélla no era la marcada, pero incumplir una orden directa del oficial al mando podría acarrear unas consecuencias que no quería. Por tanto, me dirigiría hacia allí en primer lugar y después vería cuál debía ser mi siguiente paso.
- Nota:
- Todo esto es suponiendo que Chalmers no encuentre nada y que, tras unos minutos viendo cómo hace el ganso dando porracitos en las paredes, me ponga en marcha. Intento comentar todo lo que haría para organizar los preparativos, pero si Chalmers encuentra algo o hay algún contratiempo con alguna de las cosas, no dudes en ignorar el post a partir de cuando creas oportuno.
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Finalmente, Chalmers da con lo que estaba buscando, tras lo cual te pide que te quedes en la puerta y no te muevas, ni permitas pasar a nadie. Ves cómo lleva lo que parece una pequeña maleta de metal blindado, parece pesar, ese pensamiento cobra aún más fuerza al ver el sonoro ruido que hace cuando lo deposita encima de la mesa del despacho del capitán.
Cuando la abre puedes ver más documentación en papel amarillento, casi parece reciclado o por lo menos de un color distinto al habitual, parece un informe o bien muy viejo o importante. Chalmer parece refunfuñar y mesarse esa pequeña perilla -Así que era eso- termina musitando mientras lee una nota, a su lado hay lo que parece una chequera y algunos recortes de periódico, fotos e incluso alguna carta.
Chalmers parece más decidido y parece tomar las riendas del asunto, como si comprendiera ciertas cosas, aun así, parece que no te va a comunicar nada, simplemente se limitará a darte largas. Te comenta que la costa es algo abrupta, lo peor es que por las condiciones climatológicas el viaje no va a ser fácil, al parecer esa ventisca del exterior os va a hacer mucho daño, tal vez os ralentice la marcha a unos dos o tres días. Al parecer tendrás que romper el hielo, tanto metafóricamente como en la vida real.
En las cocinar parecen que han recibido ya órdenes del propio Briss, te comentan que te darán unas cinco raciones por hombre, lo suficiente para unos 4 o 5 días si se estira mucho, al menos se comprometen a que serán calóricas por lo que os ayudará a mantener en calor.
Respecto a la formación de tú equipo Briss solo ha puesto un impedimento, que no te lleves a más sargentos contigo, al parecer dice que resultaría un poco extraño un sargento siguiendo órdenes de otro y que no puede renunciar a más miembros de u preciada cadena de mando, tal vez podría hacer la excepción de uno de ellos, pero a cambio de que renunciarán a tres hombres de tu grupo y naturalmente no estaría sujeto a tu ordenes, sino que sería un agente libre. Si no tienes problemas respecto a eso dice que le comuniques tu decisión lo más rápido posible, vuestra hora de salida será a las 12 de la noche para evitar ser vistos por el resto de la tripulación y no intranquilizarla más.
Entre tanto parece que os dan los ropajes de invierno, son abrigos blancoss de camuflaje, parecen hechos con pieles de osos polares o algo parecido la verdad es que son muy calentitos, aún asi os han advertido de que evitéis que se mojen en exceso, ya que, si no os quedarán inservibles. Por el resto os han dado material de escalada para unas cinco personas, tres palas y un saco de sal, por lo visto andáis faltos de material también. Y al parecer vais a tener que hacer un corredero seguro para la ayuda.
Cuando la abre puedes ver más documentación en papel amarillento, casi parece reciclado o por lo menos de un color distinto al habitual, parece un informe o bien muy viejo o importante. Chalmer parece refunfuñar y mesarse esa pequeña perilla -Así que era eso- termina musitando mientras lee una nota, a su lado hay lo que parece una chequera y algunos recortes de periódico, fotos e incluso alguna carta.
Chalmers parece más decidido y parece tomar las riendas del asunto, como si comprendiera ciertas cosas, aun así, parece que no te va a comunicar nada, simplemente se limitará a darte largas. Te comenta que la costa es algo abrupta, lo peor es que por las condiciones climatológicas el viaje no va a ser fácil, al parecer esa ventisca del exterior os va a hacer mucho daño, tal vez os ralentice la marcha a unos dos o tres días. Al parecer tendrás que romper el hielo, tanto metafóricamente como en la vida real.
En las cocinar parecen que han recibido ya órdenes del propio Briss, te comentan que te darán unas cinco raciones por hombre, lo suficiente para unos 4 o 5 días si se estira mucho, al menos se comprometen a que serán calóricas por lo que os ayudará a mantener en calor.
Respecto a la formación de tú equipo Briss solo ha puesto un impedimento, que no te lleves a más sargentos contigo, al parecer dice que resultaría un poco extraño un sargento siguiendo órdenes de otro y que no puede renunciar a más miembros de u preciada cadena de mando, tal vez podría hacer la excepción de uno de ellos, pero a cambio de que renunciarán a tres hombres de tu grupo y naturalmente no estaría sujeto a tu ordenes, sino que sería un agente libre. Si no tienes problemas respecto a eso dice que le comuniques tu decisión lo más rápido posible, vuestra hora de salida será a las 12 de la noche para evitar ser vistos por el resto de la tripulación y no intranquilizarla más.
Entre tanto parece que os dan los ropajes de invierno, son abrigos blancoss de camuflaje, parecen hechos con pieles de osos polares o algo parecido la verdad es que son muy calentitos, aún asi os han advertido de que evitéis que se mojen en exceso, ya que, si no os quedarán inservibles. Por el resto os han dado material de escalada para unas cinco personas, tres palas y un saco de sal, por lo visto andáis faltos de material también. Y al parecer vais a tener que hacer un corredero seguro para la ayuda.
-Quién me mandará a mí meterme en estos líos. Con lo a gusto que estaba yo en mi cama -me quejé en voz baja, intentando en vano cerrar aún más en torno a mi cuerpo el grueso abrigo que nos habían proporcionado.
-Deja de refunfuñar, que sabías perfectamente cómo acabaría todo en cuanto abriste la boca -respondió Neil al tiempo que cargaba sobre sus hombros la mochila que le habían entregado.
Lo cierto era que el planteamiento de la expedición iba a variar un poco con respecto a lo que me hubiera gustado. Según me había dicho Briss, únicamente podría llevar conmigo a un sargento, que tendría libertad de acción y, lo más molesto de todo, equivaldría a tres reclutas. ¿Acaso ese tacaño no quería que encontrásemos al capitán Kensington? Dirigí un rápido vistazo a Chalmers, que había sido el primero en llegar al punto de encuentro. Mis preguntas sobre la extraña caja que había encontrado se habían topado con un muro de silencio. Aquella aventura -si es que se podía llamar así- empezaba envuelta en una nube de intrigas y misterios, y eso era algo que no me gustaba en absoluto.
Fuera como fuere, había dejado la elección de los reclutas que nos acompañarían en manos de Neil. Tal vez elegirle a él por encima de otros tres hombres fuese una mala decisión, pero prefería tener al moreno cubriéndome las espaldas antes que a una legión de reclutas asustadizos.
-¿Estamos todos? -inquirí, recibiendo la infinitésima ráfaga de aire helado en mi rostro. Al frío intrínseco de aquel lugar se sumaba el hecho de que ya era media noche, descendiendo aún más la temperatura. Por un momento, agradecí de todo corazón que el grueso abrigo que cubría mi cuerpo se encontrase allí-. Pues vamos -añadiría, suponiendo que el equipo entero se encontrase allí.
Pondría rumbo a la dichosa población en la que debíamos buscar la ayuda necesaria para reparar el barco. Si alguien sugería emplear la sal para abrir un camino, rechazaría la opción de pleno. La nieve había caído sin descanso desde nuestra llegada, y nada ni nadie podía asegurar que el camino no fuese a estar completamente tapado para nuestra vuelta a causa de una nevada. Los recursos eran más que limitados, así que debíamos elegir muy bien cuándo y en qué gastarlos.
-Deja de refunfuñar, que sabías perfectamente cómo acabaría todo en cuanto abriste la boca -respondió Neil al tiempo que cargaba sobre sus hombros la mochila que le habían entregado.
Lo cierto era que el planteamiento de la expedición iba a variar un poco con respecto a lo que me hubiera gustado. Según me había dicho Briss, únicamente podría llevar conmigo a un sargento, que tendría libertad de acción y, lo más molesto de todo, equivaldría a tres reclutas. ¿Acaso ese tacaño no quería que encontrásemos al capitán Kensington? Dirigí un rápido vistazo a Chalmers, que había sido el primero en llegar al punto de encuentro. Mis preguntas sobre la extraña caja que había encontrado se habían topado con un muro de silencio. Aquella aventura -si es que se podía llamar así- empezaba envuelta en una nube de intrigas y misterios, y eso era algo que no me gustaba en absoluto.
Fuera como fuere, había dejado la elección de los reclutas que nos acompañarían en manos de Neil. Tal vez elegirle a él por encima de otros tres hombres fuese una mala decisión, pero prefería tener al moreno cubriéndome las espaldas antes que a una legión de reclutas asustadizos.
-¿Estamos todos? -inquirí, recibiendo la infinitésima ráfaga de aire helado en mi rostro. Al frío intrínseco de aquel lugar se sumaba el hecho de que ya era media noche, descendiendo aún más la temperatura. Por un momento, agradecí de todo corazón que el grueso abrigo que cubría mi cuerpo se encontrase allí-. Pues vamos -añadiría, suponiendo que el equipo entero se encontrase allí.
Pondría rumbo a la dichosa población en la que debíamos buscar la ayuda necesaria para reparar el barco. Si alguien sugería emplear la sal para abrir un camino, rechazaría la opción de pleno. La nieve había caído sin descanso desde nuestra llegada, y nada ni nadie podía asegurar que el camino no fuese a estar completamente tapado para nuestra vuelta a causa de una nevada. Los recursos eran más que limitados, así que debíamos elegir muy bien cuándo y en qué gastarlos.
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Chalmers lleva ya un rato esperando en cubierta, al parecer ha tomado a su escuadra habitual compuesta por sus hombres de confianza. Intuyes por sus rostros y caras largas que tienen al igual que el veterano sargento algún resquemor hacia Briss, probablemente el temperamental de Chalmers les ha puesto al tanto de la situación bajo su punto de vista.
Aunque probablemente lo más preocupante es que alguno de ellos está muy cercanos a la fecha de jubilación, un grupo de veteranos que, si bien pueden aportar experiencia, puede que ralenticen el grupo. Es por ello por lo que no te extraña esa mirada de sorpresa que ves en el veterano al haber elegido a un sargento en detrimento de tres hombres, aun así, no parece que te esté juzgando con la mirada. Seguramente le ha pillado desprevenido que tengas tanta confianza en otro sargento.
Entre tanto, Briss os observa desde el castillo de popa con otros dos oficiales, hablando por lo bajo entre ellos y ocultando con sus manos lo que dicen. Probablemente estén comentando la selección de hombres que habéis hecho, en especial la referente a Chalmers. Cuando todos estáis más o menos listos, y sueltas la orden, Briss se acerca a cada uno de vosotros despidiéndose por último de vosotros tres, los sargentos, y os desea buena suerte y ordena que tratéis de comunicaros con ellos nada más llegar a la población, con la esperanza de que los caracoles de corta distancia de abordo se hayan arreglado para entonces, así mismo os extiende un talonario bastante amplio para reabastecimiento, nuevos den den mushi y para poder hacer un adelanto a los carpinteros de la población más cercana. De hecho, nunca habías visto tanto ceros, exceptuando algún cartel de recompensa de infamia. El cheque se lo queda Chalmers el más veterano, pero mejor así ¿No? Menos responsabilidades para ti. Nada más bajar de la pasarela del barco, Chalmers te ha permite elegir si tu grupo queréis ir en la vanguardia o retaguardia, así que elige bien.
Finalmente, muy a tu pesar, os ponéis en marcha. El tiempo, inclemente, provoca que apenas podáis estimar lo que lleváis de trecho, ya que a los cinco minutos de marcha perdéis por completo todo rastro del barco. Por fortuna, al caminar en paralelo a la costa os permite no perderos, el fuerte viento no permite dejarte oír otra cosa que la tormenta, por lo que muchas de las veces que tratar de dirigirte a alguien tienes que insistir hasta que te oigan. Por el momento el viaje, dentro de su dureza no da muchos problemas hasta llegar a una bifurcación, una parece conducir a un desfiladero mientras que la otra continua por un acantilado de una estrechez inferior a un metro.
Ninguno de los caminos parece una buena alternativa, cada cual con sus peligros y desventajas. ¿Qué opinas? ¿Qué opinará Chalmers? ¿Dar media vuelta es viable?
Aunque probablemente lo más preocupante es que alguno de ellos está muy cercanos a la fecha de jubilación, un grupo de veteranos que, si bien pueden aportar experiencia, puede que ralenticen el grupo. Es por ello por lo que no te extraña esa mirada de sorpresa que ves en el veterano al haber elegido a un sargento en detrimento de tres hombres, aun así, no parece que te esté juzgando con la mirada. Seguramente le ha pillado desprevenido que tengas tanta confianza en otro sargento.
Entre tanto, Briss os observa desde el castillo de popa con otros dos oficiales, hablando por lo bajo entre ellos y ocultando con sus manos lo que dicen. Probablemente estén comentando la selección de hombres que habéis hecho, en especial la referente a Chalmers. Cuando todos estáis más o menos listos, y sueltas la orden, Briss se acerca a cada uno de vosotros despidiéndose por último de vosotros tres, los sargentos, y os desea buena suerte y ordena que tratéis de comunicaros con ellos nada más llegar a la población, con la esperanza de que los caracoles de corta distancia de abordo se hayan arreglado para entonces, así mismo os extiende un talonario bastante amplio para reabastecimiento, nuevos den den mushi y para poder hacer un adelanto a los carpinteros de la población más cercana. De hecho, nunca habías visto tanto ceros, exceptuando algún cartel de recompensa de infamia. El cheque se lo queda Chalmers el más veterano, pero mejor así ¿No? Menos responsabilidades para ti. Nada más bajar de la pasarela del barco, Chalmers te ha permite elegir si tu grupo queréis ir en la vanguardia o retaguardia, así que elige bien.
Finalmente, muy a tu pesar, os ponéis en marcha. El tiempo, inclemente, provoca que apenas podáis estimar lo que lleváis de trecho, ya que a los cinco minutos de marcha perdéis por completo todo rastro del barco. Por fortuna, al caminar en paralelo a la costa os permite no perderos, el fuerte viento no permite dejarte oír otra cosa que la tormenta, por lo que muchas de las veces que tratar de dirigirte a alguien tienes que insistir hasta que te oigan. Por el momento el viaje, dentro de su dureza no da muchos problemas hasta llegar a una bifurcación, una parece conducir a un desfiladero mientras que la otra continua por un acantilado de una estrechez inferior a un metro.
Ninguno de los caminos parece una buena alternativa, cada cual con sus peligros y desventajas. ¿Qué opinas? ¿Qué opinará Chalmers? ¿Dar media vuelta es viable?
«¿No son muy viejos?», me pregunté al ver a los elegidos por parte de Chalmers. Además, el número de marines que había allí dejaba claro que ninguno de ellos ostentaba un rango superior a recluta. Que unos tipos tan entrados en años no hubieran superado el más bajo de los escalafones de la Marina no hablaba demasiado bien de sus habilidades. No obstante, opté por mantener la boca cerrada y asegurarme de que todo estuviera listo para partir. Yo me había atrevido a disminuir el número de efectivos únicamente por llevar a Neil conmigo; ¿quién era yo para juzgar las decisiones de mi compañero?
Lancé un rápido vistazo a los alrededores antes de iniciar la marcha. El cascarrabias no quitaba ojo del castillo de popa, donde los mandos que gobernaban el "Monkey D. Garp" cuchicheaban a nuestra costa. Una actitud demasiado sospechosa, no podía negarlo, pero mi principal objetivo en aquel momento era mantenerme con vida en medio de un infierno blanco.
Nos habían agasajado con una última tanda de recursos, entre los que llamaba la atención una jugosa suma de dinero que Chalmers -afortunadamente- sería el encargado de gestionar y caracoles que, con toda seguridad, nos serían tan útiles como yo a la hora de limpiar la cubierta.
Bostecé, encogiéndome de hombros ante la evidencia de lo arriesgado de nuestra expedición, y me aproximé al sargento.
-Si te parece bien, creo que nosotros deberíamos ir en cabeza. Estoy seguro de que la experiencia de tus hombres será más útil si no se ven sorprendidos. -Tal vez fuese un comentario demasiado directo, pero la situación no permitía que me andase con remilgos. El concepto estaba claro: en caso de encontrar adversidades, era preferible que los más jóvenes se llevasen los palos para que los veteranos pudiesen plantear una respuesta más apropiada. ¿Le parecería bien a Chalmers? Esperaba que sí.
El camino era de todo menos agradable. Los dos sentidos que consideraba imprescindibles, el oído y la vista, eran anulados casi completamente por el clima. Me era imposible comunicarme con alguien sin arriesgarme a perder la voz o sin acercarme a él. En consecuencia, los diálogos eran escasos o nulos, limitados a lo justo e imprescindible para que nadie se apartase del grupo. «Al menos el camino está claro», me dije, observando la silueta difuminada de la costa que bordeábamos.
Nuestros pasos nos llevaron a detenernos frente a dos rutas con las mismas posibilidades de garantizarnos una travesía cómoda: ninguna. En el mejor de los casos, por ambos caminos corríamos el riesgo de ser aplastados por lo que fuera que decidiese caer sobre nuestras cabezas. Sin embargo, al menos por el desfiladero no podíamos precipitarnos al vacío.
-Creo que deberíamos ir por ahí -le dije a Chalmers tras aproximarme a él y llamar su atención con un par de toques en el hombro-. ¡Todo el mundo atento! -exclamaría a pleno pulmón en caso de que el sargento viese bien mi idea tras explicarle mis argumentos.
Lancé un rápido vistazo a los alrededores antes de iniciar la marcha. El cascarrabias no quitaba ojo del castillo de popa, donde los mandos que gobernaban el "Monkey D. Garp" cuchicheaban a nuestra costa. Una actitud demasiado sospechosa, no podía negarlo, pero mi principal objetivo en aquel momento era mantenerme con vida en medio de un infierno blanco.
Nos habían agasajado con una última tanda de recursos, entre los que llamaba la atención una jugosa suma de dinero que Chalmers -afortunadamente- sería el encargado de gestionar y caracoles que, con toda seguridad, nos serían tan útiles como yo a la hora de limpiar la cubierta.
Bostecé, encogiéndome de hombros ante la evidencia de lo arriesgado de nuestra expedición, y me aproximé al sargento.
-Si te parece bien, creo que nosotros deberíamos ir en cabeza. Estoy seguro de que la experiencia de tus hombres será más útil si no se ven sorprendidos. -Tal vez fuese un comentario demasiado directo, pero la situación no permitía que me andase con remilgos. El concepto estaba claro: en caso de encontrar adversidades, era preferible que los más jóvenes se llevasen los palos para que los veteranos pudiesen plantear una respuesta más apropiada. ¿Le parecería bien a Chalmers? Esperaba que sí.
El camino era de todo menos agradable. Los dos sentidos que consideraba imprescindibles, el oído y la vista, eran anulados casi completamente por el clima. Me era imposible comunicarme con alguien sin arriesgarme a perder la voz o sin acercarme a él. En consecuencia, los diálogos eran escasos o nulos, limitados a lo justo e imprescindible para que nadie se apartase del grupo. «Al menos el camino está claro», me dije, observando la silueta difuminada de la costa que bordeábamos.
Nuestros pasos nos llevaron a detenernos frente a dos rutas con las mismas posibilidades de garantizarnos una travesía cómoda: ninguna. En el mejor de los casos, por ambos caminos corríamos el riesgo de ser aplastados por lo que fuera que decidiese caer sobre nuestras cabezas. Sin embargo, al menos por el desfiladero no podíamos precipitarnos al vacío.
-Creo que deberíamos ir por ahí -le dije a Chalmers tras aproximarme a él y llamar su atención con un par de toques en el hombro-. ¡Todo el mundo atento! -exclamaría a pleno pulmón en caso de que el sargento viese bien mi idea tras explicarle mis argumentos.
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Chalmer parece conforme con tu decisión y afirma que os defenderán ante cualquier ataque por la retaguardia. También resulta conformé de la decisión de ir por el desfiladero y ordena al grupo entero a acercarse a una muesca en la enorme pared de pizarra que se encuentra en a la intercesión.
Ahí el viento sopla con menos intensidad y el tiempo es menos inclemente, aunque como es natural la sensación de frio no desaparece en lo más mínimo.
-A ver damiselas, hemos acordado atravesar el desfiladero, descansaremos aquí unos minutos mientras nos preparamos- dice mientras tira la mochila que carga al suelo y coge su fusil con dos manos.
Inmediatamente el hombre explica al grupo como atravesareis el desfiladero, explicando la postura y como usar el fusil a modo de bastón. Al parecer hace bastante hincapié en la postura, ya que de lo contrario una fuerte corriente de viento podría tumbaros al suelo. También os recuerda que no tenéis ni idea de lo que puede bajo el suelo.
Tras la lección dispersa la pequeña piña que habéis formado y os deja unos momentos de relajación, tú puedes hacer lo que quieras durante esos instantes, hablar con tus hombres, mirar el camino u vaguear. En el caso que quieras revisar el fusil reglamentario comprobarás que es de repetición y que tiene una cámara de ocho disparos, además crees recordar que tu mejor tiempo de recarga debe rondar los tres segundos.
Tras ello reanudáis la marcha, tal como os había advertido el veterano sargento, es dura. El viento sopla con fuerza y el frió se recrudece, crees oír ecos en la distancia ¿Será el viento o imaginaciones tuyas?
Los hombres de Chalmers parecen sufrir la marcha o acaso están detenidos, las cortinas de nieve hacen casi imposible ver lo que ocurre a tu alrededor, o al menos verlo de seguido. Entre tanto Neil parece querer vocearte algo, pero tan solo lo ves su rostro gesticular. Figuras acechantes os rodean ¿Qué harás?
Ahí el viento sopla con menos intensidad y el tiempo es menos inclemente, aunque como es natural la sensación de frio no desaparece en lo más mínimo.
-A ver damiselas, hemos acordado atravesar el desfiladero, descansaremos aquí unos minutos mientras nos preparamos- dice mientras tira la mochila que carga al suelo y coge su fusil con dos manos.
Inmediatamente el hombre explica al grupo como atravesareis el desfiladero, explicando la postura y como usar el fusil a modo de bastón. Al parecer hace bastante hincapié en la postura, ya que de lo contrario una fuerte corriente de viento podría tumbaros al suelo. También os recuerda que no tenéis ni idea de lo que puede bajo el suelo.
Tras la lección dispersa la pequeña piña que habéis formado y os deja unos momentos de relajación, tú puedes hacer lo que quieras durante esos instantes, hablar con tus hombres, mirar el camino u vaguear. En el caso que quieras revisar el fusil reglamentario comprobarás que es de repetición y que tiene una cámara de ocho disparos, además crees recordar que tu mejor tiempo de recarga debe rondar los tres segundos.
Tras ello reanudáis la marcha, tal como os había advertido el veterano sargento, es dura. El viento sopla con fuerza y el frió se recrudece, crees oír ecos en la distancia ¿Será el viento o imaginaciones tuyas?
Los hombres de Chalmers parecen sufrir la marcha o acaso están detenidos, las cortinas de nieve hacen casi imposible ver lo que ocurre a tu alrededor, o al menos verlo de seguido. Entre tanto Neil parece querer vocearte algo, pero tan solo lo ves su rostro gesticular. Figuras acechantes os rodean ¿Qué harás?
Mi propuesta tuvo una buena acogida por parte de Chalmers, cosa que por algún extraño motivo me agradó. Extraño porque nunca me había importado que mis sugerencias se tomaran en cuenta o no, aunque tal vez tuviera algo que ver que no acostumbrase a hacerlas. Fuera como fuere, marchamos tal y como yo había propuesto y nos encaminamos hacia el desfiladero.
Como buen veterano, el sargento explicó cómo debíamos ingeniárnoslas para atravesarlo, lo que ya me cansó de por sí. Con lo cómodo que hubiera sido que quien fuera que vivía allí hubiese abierto un camino para desplazarse de un lugar a otro de la isla. «Pero eso sería demasiado pedir, ¿no?», me quejé en mi fuero interno mientras Chalmers concluía con su discurso.
Debía reconocer que la experiencia que atesoraba me proporcionaba una gran seguridad, más aún cuando era la primera vez que a alguien se le ocurría la temeraria idea de colocarme al frente de un grupo de expedición. Bueno, visto mi historial, era arriesgado colocarme al frente de cualquier cosa que no fuese un pelotón de limpieza. Tal vez ese hecho fuese suficiente para hacerme desconfiar de Briss y el resto de los mandos, en teoría temporales, del "Monkey D. Garp". Quizás todas las dudas y reticencias de Chalmers estuviesen justificadas.
-O puede que no -susurré, dejándome caer sobra una piedra refugiada tras otra más grande. La ventisca allí parecía menos violenta, lo que me permitió observar con detenimiento a mis compañeros. Algunos hacían uso por primera vez de las provisiones que llevaban consigo, mientras que otros comprobaban el estado de sus rifles. Tanteé el mío, mas no lo moví del lugar que ocupaba a mi espalda.
Jamás había necesitado ese chisme endemoniado, y no pensaba romper la regla en aquella maldita isla invernal. Sin embargo, lo llevaba conmigo porque muchos de sus componentes podían ser de utilidad en un momento. ¿Quién podía despreciar un poco de pólvora en semejante entorno?
No tardamos demasiado en reanudar la marcha, y cualquier advertencia de Chalmers se volvió insignificante al lado de la verdadera dificultad que suponía moverse por allí. La comitiva avanzaba lenta pero segura -o eso intentaba-, pues lo más importante era no perder ni un solo hombre en el dichoso desfiladero que se abría ante nosotros.
-¿Habéis oído eso? -pregunté, mas el violento rugir de la ventisca ahogó mi voz. No obstante, los movimientos de los marines más cercanos dejaban claro que ellos también habían oído algo. Me pareció distinguir que Neil se dirigía a mí antes de que la primera sombra apareciese. ¿Qué quería decirme? No tenía ni la menos idea, pero debería preguntárselo más adelante.
Mi mano comenzó a brillar en espera de ver qué ocurría con aquellas siluetas. De detectar algún gesto hostil, me encargaría de que un cilindro de luz dejase inmóvil a quien fuese para siempre. Me negaba a morir pisoteado en un acantilado de la isla más apartada e impracticable del mundo.
-Con lo cómo que estaría yo ahora en mi hamaca -me quejé al tiempo que volvía a mirar a Neil con intención de descifrar su mensaje.
Como buen veterano, el sargento explicó cómo debíamos ingeniárnoslas para atravesarlo, lo que ya me cansó de por sí. Con lo cómodo que hubiera sido que quien fuera que vivía allí hubiese abierto un camino para desplazarse de un lugar a otro de la isla. «Pero eso sería demasiado pedir, ¿no?», me quejé en mi fuero interno mientras Chalmers concluía con su discurso.
Debía reconocer que la experiencia que atesoraba me proporcionaba una gran seguridad, más aún cuando era la primera vez que a alguien se le ocurría la temeraria idea de colocarme al frente de un grupo de expedición. Bueno, visto mi historial, era arriesgado colocarme al frente de cualquier cosa que no fuese un pelotón de limpieza. Tal vez ese hecho fuese suficiente para hacerme desconfiar de Briss y el resto de los mandos, en teoría temporales, del "Monkey D. Garp". Quizás todas las dudas y reticencias de Chalmers estuviesen justificadas.
-O puede que no -susurré, dejándome caer sobra una piedra refugiada tras otra más grande. La ventisca allí parecía menos violenta, lo que me permitió observar con detenimiento a mis compañeros. Algunos hacían uso por primera vez de las provisiones que llevaban consigo, mientras que otros comprobaban el estado de sus rifles. Tanteé el mío, mas no lo moví del lugar que ocupaba a mi espalda.
Jamás había necesitado ese chisme endemoniado, y no pensaba romper la regla en aquella maldita isla invernal. Sin embargo, lo llevaba conmigo porque muchos de sus componentes podían ser de utilidad en un momento. ¿Quién podía despreciar un poco de pólvora en semejante entorno?
No tardamos demasiado en reanudar la marcha, y cualquier advertencia de Chalmers se volvió insignificante al lado de la verdadera dificultad que suponía moverse por allí. La comitiva avanzaba lenta pero segura -o eso intentaba-, pues lo más importante era no perder ni un solo hombre en el dichoso desfiladero que se abría ante nosotros.
-¿Habéis oído eso? -pregunté, mas el violento rugir de la ventisca ahogó mi voz. No obstante, los movimientos de los marines más cercanos dejaban claro que ellos también habían oído algo. Me pareció distinguir que Neil se dirigía a mí antes de que la primera sombra apareciese. ¿Qué quería decirme? No tenía ni la menos idea, pero debería preguntárselo más adelante.
Mi mano comenzó a brillar en espera de ver qué ocurría con aquellas siluetas. De detectar algún gesto hostil, me encargaría de que un cilindro de luz dejase inmóvil a quien fuese para siempre. Me negaba a morir pisoteado en un acantilado de la isla más apartada e impracticable del mundo.
-Con lo cómo que estaría yo ahora en mi hamaca -me quejé al tiempo que volvía a mirar a Neil con intención de descifrar su mensaje.
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La luz emana de tu mano e ilumina a intervalos a través de la cortina de nieve desvelando el misterio, unos lobos, lobos terriblemente grandes casi del tamaño de un poni.
El primero de los lobos, el que estaba enfrente tuya se abalanza sobre ti, pero no tiene ninguna oportunidad, un haz de luz sale disparado como acto reflejo. A esa distancia y velocidad, le exageradamente grande bestia no tiene ninguna oportunidad y su pelaje blancuzco se ve salpicada por su vil sangre.
Un aullido de dolor retumba por el desfiladero haciéndose eco y siendo rápidamente ahogada por la ventisca, sus compañeros no tardan en aullar replicantes comunicándose unos con los otros, algo inevitable ha pasado.
Oyes algunos disparos, por lo que tus compañeros parecen que también están lidiando con la mandada, entre ellos Neil la cual está siendo atosigada por un cuarteto. Del resto, solo ves algunas de las figuras correspondientes a los de tu grupo, pero en el fragor y la tensión del momento es posible que te cueste comunicarte con el viejo y sus carrozas. Tal vez deberías lidiar con los tuyos primero antes de preocuparte de los demás.
La vida del lobo se apaga, pero sus hermanos, familiares y amigos no tardan en rodearte, dos tres, cuatro puede que incluso más te flanquean y rodean tan rápido que casi te cuesta seguirles la vista, sin duda el delicado terreno juega muy a su favor y la cortina de nieve no hace otra cosa que impedirte seguirlo de seguido, afortunadamente ellos también te pierden de vista, pero al estar en el centro y algo más estático seguramente no les cueste mucho intuir por donde andas. Parece ser que algo más que puro instinto los está guiando… evidentemente no son lobos normales.
En momentos como estos, creo que nadie podría discutir lo preferible que sería estar en una hamaca.
El primero de los lobos, el que estaba enfrente tuya se abalanza sobre ti, pero no tiene ninguna oportunidad, un haz de luz sale disparado como acto reflejo. A esa distancia y velocidad, le exageradamente grande bestia no tiene ninguna oportunidad y su pelaje blancuzco se ve salpicada por su vil sangre.
Un aullido de dolor retumba por el desfiladero haciéndose eco y siendo rápidamente ahogada por la ventisca, sus compañeros no tardan en aullar replicantes comunicándose unos con los otros, algo inevitable ha pasado.
Oyes algunos disparos, por lo que tus compañeros parecen que también están lidiando con la mandada, entre ellos Neil la cual está siendo atosigada por un cuarteto. Del resto, solo ves algunas de las figuras correspondientes a los de tu grupo, pero en el fragor y la tensión del momento es posible que te cueste comunicarte con el viejo y sus carrozas. Tal vez deberías lidiar con los tuyos primero antes de preocuparte de los demás.
La vida del lobo se apaga, pero sus hermanos, familiares y amigos no tardan en rodearte, dos tres, cuatro puede que incluso más te flanquean y rodean tan rápido que casi te cuesta seguirles la vista, sin duda el delicado terreno juega muy a su favor y la cortina de nieve no hace otra cosa que impedirte seguirlo de seguido, afortunadamente ellos también te pierden de vista, pero al estar en el centro y algo más estático seguramente no les cueste mucho intuir por donde andas. Parece ser que algo más que puro instinto los está guiando… evidentemente no son lobos normales.
En momentos como estos, creo que nadie podría discutir lo preferible que sería estar en una hamaca.
- Vayamos al grano....:
Bueno en primer lugar me disculpo por la tardanza, la universidad me tiene algo más de 10h diarias de curro allí y este prosigue al llegar a casa. Así que para agilizar la trama vamos a hacer lo siguiente, quiero que me interpretes el combate a gusto, en total son cinco los lobos que te rodean, cuatro los que rodean a Neil tu acompañante más cercana, el resto no están a tu alcance en la franja de tiempo que quiero que cubras que es algo inferior a dos minutos. Podrás auxiliar al resto en el siguiente post.
Puedes lidiar como se te antoje con estos, asumiendo los daños que consideres necesarios porque evidentemente los lobos tienen "despertado", solo despertado, ambos hakis. Me basta con que no asumas lo que hay bajo tus pies y en las pared. en caso de que crea que te pases de listo te lo haré saber o te corregiré en la siguiente moderación.
Si crees que puede intentar sacar a relucir, nunca mejor dicho, una de tus técnicas adelante, aunque no te preocupes que tenían algo especifico pensado para ello, por el momento centrémonos en sobrevivir.
Y en serio, mis más sinceras disculpas. espero que el parón no se note mucho en el nivel de rol, pero es algo que no quería posponer más.
Un ruido mitigado y un golpe seco me indicaron que había hecho diana. La sombra que se abalanzaba sobre mí yacía sobre la nieve, oculta a ratos por la ventisca e inmóvil. Pero aquello no era más que el preludio de lo que estaba por venir. Un coro de aullidos se elevó desde los alrededores, haciendo imposible aseverar cuántas de aquellas bestias nos querían hincar el diente. Maldije por lo bajo, tratando de distinguir dónde se encontraban mis compañeros.
Los gritos dejaban claro que la batalla no sólo había comenzado para mí, y los sonidos que emitían era la única prueba de vida que tenía de la mayor parte del grupo. Apenas conseguía ver a Neil, que había sido cercado y se preparaba para defender su vida con uñas y dientes. «Céntrate en mantenerte vivo. Si lo consigues podrás pensar en ayudar a los demás», me convencí, centrándome en las amenazadoras siluetas que trazaban círculos en torno a mí. ¿Cuántos eran? No lo sabía, pero muchos más de los que me hubiera gustado, eso por descontado.
Alcé mi mano en dirección a mis acechadores, haciéndola brillar con toda la intensidad de la que era capaz, y disparé en cuanto identifiqué el primer movimiento en mi dirección. El olor a pelo quemado colmó mi nariz, pero el animal continuó con su ofensiva y se lanzó contra mi cabeza. Me agaché en el último momento, notando el aliento de la fiera y dando las gracias por haberme librado de semejante ataque.
No obstante, sólo era un aviso. Rápidas pisadas en la nieve me avisaron de que la manada se ponía en marcha. Las garras y los colmillos volaron hacia mí. No me lo pensé y adopté mi forma elemental, disparando láseres por doquier en un vano intento por reducir el número de gigantescos cánidos. Me pareció ver que algunos zarpazos atravesaban mi cuerpo sin mayores repercusiones, mas en el fragor de la batalla había pocas cosas que se pudieran asegurar. En cambio, cuando un diente laceró la carne de mi hombro no me cupo la menor duda.
Liberé un gemido de dolor y cerca estuve de hincar la rodilla. Logré mantener la compostura para continuar con mi defensa, pero una garra me alcanzó en el costado. Trazas de luz salieron despedidas junto a la sangre, iluminando en su recorrido el aire que surcaban. Los gritos de dolor y furia de mis compañeros continuaban resonando en el lugar. No había modo de vencer si no podíamos ver a las fieras, menos aún si nos veíamos obligados a luchar en solitario en contra de unas criaturas adaptadas a ese clima. Me había equivocado; debía salir de allí y ayudar a mis compañeros.
Algo volvió a herirme. Zarpa o colmillo, no importaba, pero tuve que apoyarme sobre la rodilla que no había aterrizado sobre la nieve. Íbamos a caer allí. Ni siquiera lograríamos alcanzar el pueblo al que nos habían encomendado ir. No podría hacer nada por encontrar al capitán Kensington. Pero quizás pudiese ayudar en cierto modo a Neil y los demás.
Brillé con toda la intensidad que pude, asegurándome de llegar al límite sin importar las consecuencias, y cuando tres fieras se arrojaron sobre mí, grité. El porqué nunca lo tuve muy claro. Había miedo, eso seguro, pero también mucho más. Rabia y furia, adrenalina a espuertas y un pequeño rastro de esperanza. Quizás ésta última fue la responsable de lo que sucedió a continuación, quizás no, pero el hecho es que todo cambió en un instante.
Cuando quise darme cuenta seguía vivo, pero de un modo un tanto extraño. Estaba y no estaba, ocupaba un sinfín de espacios muy reducidos y, lo más importante, aportaba una luz que pugnaba por regalar la visibilidad que nos arrebataba la ventisca. Me había esparcido en forma de esferas de luz, muchas de ellas. Era consciente de cada una de ellas, pues yo era ellas y ellas eran yo. No pude evitar recordar las parábolas que el padre Vurlve me contaba acerca de Luzoke y, en cierto modo, empezaron a cobrar sentido para mí.
Los gritos dejaban claro que la batalla no sólo había comenzado para mí, y los sonidos que emitían era la única prueba de vida que tenía de la mayor parte del grupo. Apenas conseguía ver a Neil, que había sido cercado y se preparaba para defender su vida con uñas y dientes. «Céntrate en mantenerte vivo. Si lo consigues podrás pensar en ayudar a los demás», me convencí, centrándome en las amenazadoras siluetas que trazaban círculos en torno a mí. ¿Cuántos eran? No lo sabía, pero muchos más de los que me hubiera gustado, eso por descontado.
Alcé mi mano en dirección a mis acechadores, haciéndola brillar con toda la intensidad de la que era capaz, y disparé en cuanto identifiqué el primer movimiento en mi dirección. El olor a pelo quemado colmó mi nariz, pero el animal continuó con su ofensiva y se lanzó contra mi cabeza. Me agaché en el último momento, notando el aliento de la fiera y dando las gracias por haberme librado de semejante ataque.
No obstante, sólo era un aviso. Rápidas pisadas en la nieve me avisaron de que la manada se ponía en marcha. Las garras y los colmillos volaron hacia mí. No me lo pensé y adopté mi forma elemental, disparando láseres por doquier en un vano intento por reducir el número de gigantescos cánidos. Me pareció ver que algunos zarpazos atravesaban mi cuerpo sin mayores repercusiones, mas en el fragor de la batalla había pocas cosas que se pudieran asegurar. En cambio, cuando un diente laceró la carne de mi hombro no me cupo la menor duda.
Liberé un gemido de dolor y cerca estuve de hincar la rodilla. Logré mantener la compostura para continuar con mi defensa, pero una garra me alcanzó en el costado. Trazas de luz salieron despedidas junto a la sangre, iluminando en su recorrido el aire que surcaban. Los gritos de dolor y furia de mis compañeros continuaban resonando en el lugar. No había modo de vencer si no podíamos ver a las fieras, menos aún si nos veíamos obligados a luchar en solitario en contra de unas criaturas adaptadas a ese clima. Me había equivocado; debía salir de allí y ayudar a mis compañeros.
Algo volvió a herirme. Zarpa o colmillo, no importaba, pero tuve que apoyarme sobre la rodilla que no había aterrizado sobre la nieve. Íbamos a caer allí. Ni siquiera lograríamos alcanzar el pueblo al que nos habían encomendado ir. No podría hacer nada por encontrar al capitán Kensington. Pero quizás pudiese ayudar en cierto modo a Neil y los demás.
Brillé con toda la intensidad que pude, asegurándome de llegar al límite sin importar las consecuencias, y cuando tres fieras se arrojaron sobre mí, grité. El porqué nunca lo tuve muy claro. Había miedo, eso seguro, pero también mucho más. Rabia y furia, adrenalina a espuertas y un pequeño rastro de esperanza. Quizás ésta última fue la responsable de lo que sucedió a continuación, quizás no, pero el hecho es que todo cambió en un instante.
Cuando quise darme cuenta seguía vivo, pero de un modo un tanto extraño. Estaba y no estaba, ocupaba un sinfín de espacios muy reducidos y, lo más importante, aportaba una luz que pugnaba por regalar la visibilidad que nos arrebataba la ventisca. Me había esparcido en forma de esferas de luz, muchas de ellas. Era consciente de cada una de ellas, pues yo era ellas y ellas eran yo. No pude evitar recordar las parábolas que el padre Vurlve me contaba acerca de Luzoke y, en cierto modo, empezaron a cobrar sentido para mí.
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Todo sucede de una forma rápida y fugaz, todo eso junto con la desesperación patente en el resto del grupo se convierten en un cúmulo difícil de manejar, pero no te culpes, siempre hay un haz de esperanza.
-Ha llegado tu momento de brillar-
Multitud de disparos salen de todo tu cuerpo, dispersándote, casi como si tu existencia estuviera siendo borrada. Pero no es así, sientes cada haz de luz, notas como rasgan la piel de los lobos, o de los que esperas que sean los lobos, realmente ni siquiera eres muy consciente de lo que has hecho. No sabes muy bien qué, tampoco el cómo, pero te sientes en todo y nada, es algo extraño, como un burbujeo, te sientes como una luz, vaya novedad no, espera, no, como una sino muchas luces. Realmente todo esto es muy raro, aún así tu sientes que eres tú, así que al menos todo esta bien.
¿Espera, no estarás muerto? No, sino porque estarían cansado, Iulio, no seas vago y ponte a trabajar. A no, tal vez realmente por primera vez no es que no quieras, sino que no puedas. Oyes un estruendo, pero tu estas demasiado cansado, tanto como para dejar de sentir esa extrañas sensación, tanto como para apagar tu esperanza.
El desfiladero, es ensordecido bajo un terrible clamor, un alud se ha cernido inevitablemente sobre el lugar dejando un silencio tan solo enmudecido por las ráfagas de la interminable ventisca, quien sabe cual puede haber sido el origen de la ira de la montaña, tal vez las habilidades de un chico precipitado, tal vez un boicot judeo-masónico orquestado por Briss, o una simple coincidencia del destino.
Más tú destino no es vaguear eternamente en un ataúd sargento. Largo rato después una extraña figura recorre el páramo, la sombra no medirá menos de dos metros y esta en vuelta en tantas pieles que ni, aunque estuvieras despierto sabrías si es un hombre o una bestia. Sea lo que sea esta mucho más preparado que vosotros o que cualquiera de esos chuchos. El hombre este largo rato rebuscando en la nieve y finalmente agarra que parece ser una bota, quitando algo de nieve de alrededor y tirando de una forma muy poco delicada, comienza a recuperar levemente la consciencia, lo siguiente que sientes, es como algo te agarra y te zarandea hasta colgarte de tu espalda, luego sientes movimiento, mientras te zarandeas. Lentamente ves como quien te anda cargando deja unas pisadas a su paso, alejándote del lugar. Entre tanto tu sentido del oído te da para llegar a discernir algunos susurros del hombre, aunque más probable es que sean maldiciones y demás sandeces, al menos habla piensa el lado positivo. Todo esto antes de que el agotamiento y el frio te vuelvan a bajar el telón.
La próxima vez que despiertas, te encuentras en una mullida cama, con varios edredones y capas de mantas encima, a saber, cuanto llevas ahí, sea como sea aún estas convaleciente y te costará moverte. Tal vez te apetezca empezar a levantarte o dirigirte al hombre que te da la espalda mientras anda trasteando con esa chimenea que tienes en frente. La cabaña en la que te encuentras no tendrá más de doce o quince metros cuadrados, pese a lo cual no deja de ser una rustica y acogedora estancia similar en esencia a cualquier taberna enana de fantasía. ¿Y bien, seguimos zanganeando en la cama o nos movemos? Tal vez hablar al, el musculoso hombre de aspecto rudo e indumentarias de monje sería un buen comienzo.
-Ha llegado tu momento de brillar-
Multitud de disparos salen de todo tu cuerpo, dispersándote, casi como si tu existencia estuviera siendo borrada. Pero no es así, sientes cada haz de luz, notas como rasgan la piel de los lobos, o de los que esperas que sean los lobos, realmente ni siquiera eres muy consciente de lo que has hecho. No sabes muy bien qué, tampoco el cómo, pero te sientes en todo y nada, es algo extraño, como un burbujeo, te sientes como una luz, vaya novedad no, espera, no, como una sino muchas luces. Realmente todo esto es muy raro, aún así tu sientes que eres tú, así que al menos todo esta bien.
¿Espera, no estarás muerto? No, sino porque estarían cansado, Iulio, no seas vago y ponte a trabajar. A no, tal vez realmente por primera vez no es que no quieras, sino que no puedas. Oyes un estruendo, pero tu estas demasiado cansado, tanto como para dejar de sentir esa extrañas sensación, tanto como para apagar tu esperanza.
El desfiladero, es ensordecido bajo un terrible clamor, un alud se ha cernido inevitablemente sobre el lugar dejando un silencio tan solo enmudecido por las ráfagas de la interminable ventisca, quien sabe cual puede haber sido el origen de la ira de la montaña, tal vez las habilidades de un chico precipitado, tal vez un boicot judeo-masónico orquestado por Briss, o una simple coincidencia del destino.
Más tú destino no es vaguear eternamente en un ataúd sargento. Largo rato después una extraña figura recorre el páramo, la sombra no medirá menos de dos metros y esta en vuelta en tantas pieles que ni, aunque estuvieras despierto sabrías si es un hombre o una bestia. Sea lo que sea esta mucho más preparado que vosotros o que cualquiera de esos chuchos. El hombre este largo rato rebuscando en la nieve y finalmente agarra que parece ser una bota, quitando algo de nieve de alrededor y tirando de una forma muy poco delicada, comienza a recuperar levemente la consciencia, lo siguiente que sientes, es como algo te agarra y te zarandea hasta colgarte de tu espalda, luego sientes movimiento, mientras te zarandeas. Lentamente ves como quien te anda cargando deja unas pisadas a su paso, alejándote del lugar. Entre tanto tu sentido del oído te da para llegar a discernir algunos susurros del hombre, aunque más probable es que sean maldiciones y demás sandeces, al menos habla piensa el lado positivo. Todo esto antes de que el agotamiento y el frio te vuelvan a bajar el telón.
La próxima vez que despiertas, te encuentras en una mullida cama, con varios edredones y capas de mantas encima, a saber, cuanto llevas ahí, sea como sea aún estas convaleciente y te costará moverte. Tal vez te apetezca empezar a levantarte o dirigirte al hombre que te da la espalda mientras anda trasteando con esa chimenea que tienes en frente. La cabaña en la que te encuentras no tendrá más de doce o quince metros cuadrados, pese a lo cual no deja de ser una rustica y acogedora estancia similar en esencia a cualquier taberna enana de fantasía. ¿Y bien, seguimos zanganeando en la cama o nos movemos? Tal vez hablar al, el musculoso hombre de aspecto rudo e indumentarias de monje sería un buen comienzo.
Apenas era capaz de percibir el frío. ¿Cuánto llevaba allí? No lo sabía, pero los copos de nieve habían dejado de comportarse como tal y, a mi modo de sentir, eran diminutas bolas de algodón que acariciaban mi cara. Era un buen sitio para descansar un rato, ¿no? Uno tan válido como cualquier otro y, curiosamente, más placentero y confortable que ninguno.
No obstante, alguien parecía tener otros planes para mí. Desperté un instante antes de ser elevado como un saco de arena. Apenas logré distinguir un cúmulo de pieles que, al menos, tenía forma humanoide. Aquello me tranquilizó en parte, aunque los antecedentes caninos del lugar no fuesen demasiado halagüeños. A saber qué o quién me había recogido y si querría cocinarme al ajillo o salvarme de una muerte segura.
Cuando desperté, paradójicamente, tenía calor. Me encontraba sepultado bajo una montaña de pieles y prendas de abrigo, tantas que respirar llegaba a resultar incómodo. Pese a ello, decidí permanecer quieto durante un instante. La madera y la piedra imperaban a mi alrededor, dando forma a un habitáculo de pequeñas dimensiones pero perfectamente funcional. Tampoco podía pedirse mucho más, sobre todo teniendo en cuenta las circunstancias en las que había llegado hasta él. Tenía suerte de seguir vivo... o eso esperaba.
¿Qué demonios había pasado? ¿Cómo estaban los demás? No alcanzaba a ver a nadie, aunque la visión desde mi posición estaba muy limitada. Lo último que recordaba en aquellos instantes era esa extraña sensación, la que me había desbordado y me había permitido verlo todo de un modo tan... diferente. Me concentré durante un instante, aunque necesité más tiempo del que me hubiera gustado. Saqué -no sin esfuerzo- una mano de la montaña de mantas y me afané en revivir hasta la última emoción, hasta el pensamiento más insignificante.
Los gritos y los aullidos llegaron a mis oídos como si de un lejano eco se tratase. Mis dedos brillaron intermitentemente, como si quisiesen mostrarme que ocultaban algo, pero nada más sucedió. ¿Qué esperaba?
Prometiéndome que retomaría aquello más tarde, abandoné lentamente mi prisión peluda y salí del catre. Un mareo tan fugaz como intenso provocó que me tambalease durante un momento, pero no tardé en situarme de nuevo. La figura de mi anfitrión se encontraba a unos pasos de mí.
-¿Quién eres? ¿Dónde estamos? ¿Y los demás? -inquirí atropelladamente, en absoluto seguro acerca de qué pregunta era la prioritaria.
No obstante, alguien parecía tener otros planes para mí. Desperté un instante antes de ser elevado como un saco de arena. Apenas logré distinguir un cúmulo de pieles que, al menos, tenía forma humanoide. Aquello me tranquilizó en parte, aunque los antecedentes caninos del lugar no fuesen demasiado halagüeños. A saber qué o quién me había recogido y si querría cocinarme al ajillo o salvarme de una muerte segura.
Cuando desperté, paradójicamente, tenía calor. Me encontraba sepultado bajo una montaña de pieles y prendas de abrigo, tantas que respirar llegaba a resultar incómodo. Pese a ello, decidí permanecer quieto durante un instante. La madera y la piedra imperaban a mi alrededor, dando forma a un habitáculo de pequeñas dimensiones pero perfectamente funcional. Tampoco podía pedirse mucho más, sobre todo teniendo en cuenta las circunstancias en las que había llegado hasta él. Tenía suerte de seguir vivo... o eso esperaba.
¿Qué demonios había pasado? ¿Cómo estaban los demás? No alcanzaba a ver a nadie, aunque la visión desde mi posición estaba muy limitada. Lo último que recordaba en aquellos instantes era esa extraña sensación, la que me había desbordado y me había permitido verlo todo de un modo tan... diferente. Me concentré durante un instante, aunque necesité más tiempo del que me hubiera gustado. Saqué -no sin esfuerzo- una mano de la montaña de mantas y me afané en revivir hasta la última emoción, hasta el pensamiento más insignificante.
Los gritos y los aullidos llegaron a mis oídos como si de un lejano eco se tratase. Mis dedos brillaron intermitentemente, como si quisiesen mostrarme que ocultaban algo, pero nada más sucedió. ¿Qué esperaba?
Prometiéndome que retomaría aquello más tarde, abandoné lentamente mi prisión peluda y salí del catre. Un mareo tan fugaz como intenso provocó que me tambalease durante un momento, pero no tardé en situarme de nuevo. La figura de mi anfitrión se encontraba a unos pasos de mí.
-¿Quién eres? ¿Dónde estamos? ¿Y los demás? -inquirí atropelladamente, en absoluto seguro acerca de qué pregunta era la prioritaria.
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-No te atosigues joven, siéntate, deja que ese cuerpo magullado tuyo descanse- gruñe mientras parece remover un cucharón en una pequeña negruzca olla -Estas en las montañas Nobuu de Kakakuri, aunque lo último que esperaba encontrarme tras salir a cazar era un marine sepultado bajo un alud- dijo el hombre mientras tomaba algo de caldo con el puchero y dar un sorbo y hace un gesto de afirmación -Respecto a los otros, no se a que te refieres, ¿Acaso no deambulabas perdido por las montañas? – pregunta el hombre mientras llena un cuenco de lo que parece estofado de ciervo -Por cierto, mi nombre es Sarif- dice mientras te da el plato en mano.
Entre tanto el hombre se sienta en una silla que a situado enfrente de la cama sobre la que estas, el señor al parecer no te ha quitado ojo, de hecho, el hombre parece que te ha vendado y curado las heridas que tenías, incluso jurarías que en tu delirio seguramente te haya puesto un par de paños fríos en la frente. Casi no lo cuentas.
-¿Y bien que tare a un descuidado marine por estas tierras?- dice mientras coge su propio cuenco y comienza a comer, mientras continua vigilándote con el rabillo del ojo.
El hombre parece tener cierto reparo en tenerte ahí, pero tampoco parece preocupado en exceso, y de hecho su caridad parece más propia de un santo que de un hombre. Eso, junto a esos collares de bolas ahuyentadores de espíritus, te hace pensar que estas ante un hombre de fe.
Por otro lado, por una de las ventanas ves lo que parece ser una ventisca, por lo que por fin encuentras una explicación a esos incesantes chirridos y crujidos de la madera, al parecer la casa es mucho más resistente de lo que aparenta. El hombre por su parte se queda esperando respuestas, si le das un poco de coba, incluso puede que se tome con más calma de la habitual. Aunque tras escuchar lo que quiera no tardará demasiado en volver a sus tareas.
Entre tanto el hombre se sienta en una silla que a situado enfrente de la cama sobre la que estas, el señor al parecer no te ha quitado ojo, de hecho, el hombre parece que te ha vendado y curado las heridas que tenías, incluso jurarías que en tu delirio seguramente te haya puesto un par de paños fríos en la frente. Casi no lo cuentas.
-¿Y bien que tare a un descuidado marine por estas tierras?- dice mientras coge su propio cuenco y comienza a comer, mientras continua vigilándote con el rabillo del ojo.
El hombre parece tener cierto reparo en tenerte ahí, pero tampoco parece preocupado en exceso, y de hecho su caridad parece más propia de un santo que de un hombre. Eso, junto a esos collares de bolas ahuyentadores de espíritus, te hace pensar que estas ante un hombre de fe.
Por otro lado, por una de las ventanas ves lo que parece ser una ventisca, por lo que por fin encuentras una explicación a esos incesantes chirridos y crujidos de la madera, al parecer la casa es mucho más resistente de lo que aparenta. El hombre por su parte se queda esperando respuestas, si le das un poco de coba, incluso puede que se tome con más calma de la habitual. Aunque tras escuchar lo que quiera no tardará demasiado en volver a sus tareas.
Me llevé una mano a la cabeza en un intento por poner todas mis ideas en orden. Quedaba claro que debía agradecer a aquel hombre que la nieve no me hubiera engullido del modo que él ingería su comida. Tomé con cierta reticencia el cuenco que me ofrecía. Mi estómago rugía, pero lo cierto era que no tenía demasiadas ganas de comer, como si mi mente no fuese al mismo ritmo que mi cuerpo. Opté por hacerle caso al segundo y, tomando una cuchara, tragué lo que me ofrecían.
Lo hice en silencio, esforzándome por valorar la situación antes de decidir qué hacer. Sin embargo, enseguida quedó patente que necesitaba la ayuda del hombre. Sabía que me encontraba en unas montañas, de acuerdo, pero no sabía dónde estaban éstas ni cuánto me había alejado del Monkey D. Garp. Además desconocía el estado de mis compañeros. Rezando por que al menos Neil se encontrase bien, solté el rudimentario plato de comida junto a la cama y me erguí de nuevo.
―No ―respondí―, no estaba solo. Éramos un destacamento de varios hombres. Nos destinaron aquí para cumplir una misión ―continué, obviando que no recordaba para qué demonios nos habían hecho ir hasta esa isla infernal cubierta de nieve―, pero nuestro oficial desapareció y decidimos salir a buscarlo. ―Hice una pausa en la que me senté de nuevo en la cama. El sabor de ese estofado de ciervo era exquisito; tal vez no fuese mala idea pedirle a Sarif que me confiase la receta―. Yo soy Iulio, y era uno de los encargados de coordinar el grupo y la búsqueda del capitán.
Entonces reparé en mi salvador. Vestía de un modo bastante estrafalario, luciendo un gran collar de perlas gruesas como melocotones. Su atuendo, unido a la forma tan austera y solitaria en la que parecía conducir su vida, no tardó en sugerirme que me hallaba frente a algún tipo de ermitaño. En cierto modo se podía afirmar que, al igual que el padre Vurlve, consagraba su vida a algo o alguien que no era él mismo. En el caso de mi antiguo maestro, su fin era ocuparse de quienes no podían hacerlo por sí mismos... A saber qué se escondía tras el aislamiento de Sarif. ¿La iluminación o la búsqueda de una verdad suprema, tal vez? Quizás sólo fuese un disfraz para ocultar la apariencia de alguien buscado. No, no tenía motivos para desconfiar de él.
―Entonces no había nadie donde me encontraste, ¿no?―continué. Eso sólo podía significar que, o bien la ventisca los había sepultado antes que a mí, o realmente no se encontraban allí cuando el grandullón llegó. Pero ¿adónde podrían haber ido en ese caso? ¿Por qué podrían haberme dejado allí? Decidí confiar en la segunda opción. Pensar que Neil pudiese haber muerto enterrado bajo a saber cuántos kilos de frío y nieve me aterrorizaba. Entonces volvió esa extraña sensación, la que lo había cambiado todo durante la batalla contra los animales salvajes. Lo hizo de una forma mucho menos intensa que en aquel entonces, y la dejé fluir. Mi mano volvió a brillar, titilando de nuevo en señal de que algo bullía en mi interior. Pareció difuminarse, expandirse y separarse, provocando en mí una sensación cálida y terrorífica al mismo tiempo, pero todo volvió rápidamente a la normalidad.
Llevé mi vista hacia la ventana, respirando agitadamente y asegurándome de continuar dándole la espalda al ermitaño. No sabía si habría visto algo, pero esperaba que no. En el exterior, todo crujía y se agitaba con violencia a causa de las poderosas ráfagas de viento―. Sarif, ¿sabes cuánto tiempo duran las ventiscas en este lugar? Por cierto, ¿cuánto tiempo llevo aquí? ―¿Pero qué lugar era? Sí, las montañas de Nosequé, pero dónde se encontraban.
Hurgué entre mis cosas, paseando mi vista por la estancia por si Sarif las había colocado en algún lugar mientras se ocupaba de mí. Debía tener un mapa en algún lugar y, de encontrarlo, lo desplegaría frente a sus ojos por si podía indicarme nuestra posición.
Lo hice en silencio, esforzándome por valorar la situación antes de decidir qué hacer. Sin embargo, enseguida quedó patente que necesitaba la ayuda del hombre. Sabía que me encontraba en unas montañas, de acuerdo, pero no sabía dónde estaban éstas ni cuánto me había alejado del Monkey D. Garp. Además desconocía el estado de mis compañeros. Rezando por que al menos Neil se encontrase bien, solté el rudimentario plato de comida junto a la cama y me erguí de nuevo.
―No ―respondí―, no estaba solo. Éramos un destacamento de varios hombres. Nos destinaron aquí para cumplir una misión ―continué, obviando que no recordaba para qué demonios nos habían hecho ir hasta esa isla infernal cubierta de nieve―, pero nuestro oficial desapareció y decidimos salir a buscarlo. ―Hice una pausa en la que me senté de nuevo en la cama. El sabor de ese estofado de ciervo era exquisito; tal vez no fuese mala idea pedirle a Sarif que me confiase la receta―. Yo soy Iulio, y era uno de los encargados de coordinar el grupo y la búsqueda del capitán.
Entonces reparé en mi salvador. Vestía de un modo bastante estrafalario, luciendo un gran collar de perlas gruesas como melocotones. Su atuendo, unido a la forma tan austera y solitaria en la que parecía conducir su vida, no tardó en sugerirme que me hallaba frente a algún tipo de ermitaño. En cierto modo se podía afirmar que, al igual que el padre Vurlve, consagraba su vida a algo o alguien que no era él mismo. En el caso de mi antiguo maestro, su fin era ocuparse de quienes no podían hacerlo por sí mismos... A saber qué se escondía tras el aislamiento de Sarif. ¿La iluminación o la búsqueda de una verdad suprema, tal vez? Quizás sólo fuese un disfraz para ocultar la apariencia de alguien buscado. No, no tenía motivos para desconfiar de él.
―Entonces no había nadie donde me encontraste, ¿no?―continué. Eso sólo podía significar que, o bien la ventisca los había sepultado antes que a mí, o realmente no se encontraban allí cuando el grandullón llegó. Pero ¿adónde podrían haber ido en ese caso? ¿Por qué podrían haberme dejado allí? Decidí confiar en la segunda opción. Pensar que Neil pudiese haber muerto enterrado bajo a saber cuántos kilos de frío y nieve me aterrorizaba. Entonces volvió esa extraña sensación, la que lo había cambiado todo durante la batalla contra los animales salvajes. Lo hizo de una forma mucho menos intensa que en aquel entonces, y la dejé fluir. Mi mano volvió a brillar, titilando de nuevo en señal de que algo bullía en mi interior. Pareció difuminarse, expandirse y separarse, provocando en mí una sensación cálida y terrorífica al mismo tiempo, pero todo volvió rápidamente a la normalidad.
Llevé mi vista hacia la ventana, respirando agitadamente y asegurándome de continuar dándole la espalda al ermitaño. No sabía si habría visto algo, pero esperaba que no. En el exterior, todo crujía y se agitaba con violencia a causa de las poderosas ráfagas de viento―. Sarif, ¿sabes cuánto tiempo duran las ventiscas en este lugar? Por cierto, ¿cuánto tiempo llevo aquí? ―¿Pero qué lugar era? Sí, las montañas de Nosequé, pero dónde se encontraban.
Hurgué entre mis cosas, paseando mi vista por la estancia por si Sarif las había colocado en algún lugar mientras se ocupaba de mí. Debía tener un mapa en algún lugar y, de encontrarlo, lo desplegaría frente a sus ojos por si podía indicarme nuestra posición.
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El hombre soltó un largo suspiro, de hecho, resulta un poco empático, como si no terminará de entender esa preocupación tuya por tus camaradas, bueno que viva en una montaña alejado del mundo puede que sea señal de que no esta muy bien de la azotea. Al insistri por segunda vez el hombre te hace un gesto de que aguardes en la cama, diriguiendose a su escritorio saca lo que parece ser una especie de den den mushi, aunque no se parece en nada a algo que hayas visto antes, debe ser algún tipo de antigualla.
-Cuando te encontré, el alud había separado en dos el desfiladero, lo que pasará al otro lado o debajo de él me es ajeno- dice mientras coloca el terminal encima de la mesa – veamos si esto sigue funcionando- farfulla mientras parece que intenta ponerlo en funcionamiento -Oh parece que sigue funcionando – te dice mientras te pide un gesto de silencio -Esto, hola… Oh Brand, sí, sí, cuanto tiempo… Bueno, no, no todo anda bien -comienza a conversar por teléfono mientras se rasca un poco el pelo de la cabeza – Resulta que yo recogí el otro día a un marine extraviado ¿Qué cosas verdad? … El caso, es que me pregunta el chico de que si habéis visto a su destacamento o su capitán… Entiendo, vale se lo diré al chico- prosigue antes de girarse hacia ti -Si toma es para ti – dice tendiente el obsoleto pero resistente terminal.
Si coges el terminal oirás una voz eufórica de Chalmers.
-Gracias a dios chico, te dábamos por perdido- grita de forma muy efusiva -aquí estamos todos bien, algo heridos y con un poco de moquillo, pero todo bien- continúa voceando -El caso tu todo bien ¿No? ¿Dónde estás? - te pregunta con tono preocupado.
Si le informas de todo un poco te dirá de que han comenzado los preparativos para reparar el barco, al parecer irán con una especie de balsa a hacer las reparaciones más urgentes antes de llevar el barco a puerto, más o menos como habíais previsto.
-Respecto al capitán seguimos investigando, por tu lado procura recuperarte y seguiremos en contacto, averigua lo que puedas con el montañero ese, buen trabajo sargento- te ordena con un tono de aprobación antes de colgar.
Respecto a tus pertenencias están al lado de una cama, aún así aun tienes el cuerpo algo compareciente, tal vez no estaría mal hacer una breve recuperación y preguntar al montañero un par de cosas. El montañero indicará cualquier cosa que tu mapa indiqué en referencia a la isla, aunque ahora parece más pensativo que antes.
-Cuando te encontré, el alud había separado en dos el desfiladero, lo que pasará al otro lado o debajo de él me es ajeno- dice mientras coloca el terminal encima de la mesa – veamos si esto sigue funcionando- farfulla mientras parece que intenta ponerlo en funcionamiento -Oh parece que sigue funcionando – te dice mientras te pide un gesto de silencio -Esto, hola… Oh Brand, sí, sí, cuanto tiempo… Bueno, no, no todo anda bien -comienza a conversar por teléfono mientras se rasca un poco el pelo de la cabeza – Resulta que yo recogí el otro día a un marine extraviado ¿Qué cosas verdad? … El caso, es que me pregunta el chico de que si habéis visto a su destacamento o su capitán… Entiendo, vale se lo diré al chico- prosigue antes de girarse hacia ti -Si toma es para ti – dice tendiente el obsoleto pero resistente terminal.
Si coges el terminal oirás una voz eufórica de Chalmers.
-Gracias a dios chico, te dábamos por perdido- grita de forma muy efusiva -aquí estamos todos bien, algo heridos y con un poco de moquillo, pero todo bien- continúa voceando -El caso tu todo bien ¿No? ¿Dónde estás? - te pregunta con tono preocupado.
Si le informas de todo un poco te dirá de que han comenzado los preparativos para reparar el barco, al parecer irán con una especie de balsa a hacer las reparaciones más urgentes antes de llevar el barco a puerto, más o menos como habíais previsto.
-Respecto al capitán seguimos investigando, por tu lado procura recuperarte y seguiremos en contacto, averigua lo que puedas con el montañero ese, buen trabajo sargento- te ordena con un tono de aprobación antes de colgar.
Respecto a tus pertenencias están al lado de una cama, aún así aun tienes el cuerpo algo compareciente, tal vez no estaría mal hacer una breve recuperación y preguntar al montañero un par de cosas. El montañero indicará cualquier cosa que tu mapa indiqué en referencia a la isla, aunque ahora parece más pensativo que antes.
Respiré aliviado, dejando que Chalmers me dijera todo lo que le viniese en gana mientras ponía en orden mis ideas. Según parecía, y salvando el hecho de que había estado demasiado cerca de la muerte, las aguas habían vuelto a su cauce por sí mismas. Las reparaciones del barco ya se habían puesto en marcha, por lo que buena parte de nuestra misión había sido cumplida. No obstante, el devenir del capitán Kensington continuaba siendo la gran incógnita que se negaba a abandonar mi cabeza.
—De acuerdo —respondí al fin desde la cama—, tened cuidado. —Corté la comunicación, devolviéndole el anciano caracol a Sarif antes de respirar profundamente. Tal vez no fuese tan ermitaño como me había parecido en un primer momento, aunque el hecho de que mantuviese alguna vía de comunicación con la que suponía sería la población más cercana había resultado de extrema utilidad.
Posé mis ojos sobre mi anfitrión antes de pronunciar el 'gracias' más sincero que recordaba haber dicho y, acto seguido, me dejé caer de nuevo sobre la cama. Fueron apenas unos segundos, los justos para terminar de asumir la situación y decidir qué debía hacer a continuación.
—Entonces no te has encontrado a un hombre canoso y más recto que el tronco de un árbol, ¿no? —inquirí de repente. No estaba de más asegurarme de que Sarif no se hubiera topado por casualidad con el capitán en algún momento. Esperé su respuesta y, justo después, me levanté y busqué entre mis cosas hasta dar con el mapa del que me habían hecho entrega al abandonar el Monkey D. Garp—. ¿Sabrías decirme dónde nos encontramos y qué puedo esperar de esta isla?
Era una pregunta muy directa y en cierto modo exigente, pues pretendía que alguien que acababa de salvarme de una muerte helada me explicase cómo era su isla. Fuera como fuere, desconocía por completo qué había más allá de la población en la que se encontraban Neil y los demás. No podía buscar al oficial al mando caminando a ciegas por una inmensa extensión de dunas blancas, las cuales, todo sea dicho, habían demostrado albergar más peligros de los que habría podido imaginar en un primer momento.
—Cualquier cosa puede ser de utilidad para encontrar al capitán —terminé por decir, dejando claro que era consciente del enorme favor que le pedía a Sarif. Fuese cual fuese su respuesta, y tras asegurarme de obtener su permiso, volvería a tumbarme en la cama para descansar. Había sido un periodo de tiempo demasiado intenso y yo aún no me había recuperado del todo. Tenía que asegurarme de encontrarme en condiciones óptimas antes de marcharme.
—De acuerdo —respondí al fin desde la cama—, tened cuidado. —Corté la comunicación, devolviéndole el anciano caracol a Sarif antes de respirar profundamente. Tal vez no fuese tan ermitaño como me había parecido en un primer momento, aunque el hecho de que mantuviese alguna vía de comunicación con la que suponía sería la población más cercana había resultado de extrema utilidad.
Posé mis ojos sobre mi anfitrión antes de pronunciar el 'gracias' más sincero que recordaba haber dicho y, acto seguido, me dejé caer de nuevo sobre la cama. Fueron apenas unos segundos, los justos para terminar de asumir la situación y decidir qué debía hacer a continuación.
—Entonces no te has encontrado a un hombre canoso y más recto que el tronco de un árbol, ¿no? —inquirí de repente. No estaba de más asegurarme de que Sarif no se hubiera topado por casualidad con el capitán en algún momento. Esperé su respuesta y, justo después, me levanté y busqué entre mis cosas hasta dar con el mapa del que me habían hecho entrega al abandonar el Monkey D. Garp—. ¿Sabrías decirme dónde nos encontramos y qué puedo esperar de esta isla?
Era una pregunta muy directa y en cierto modo exigente, pues pretendía que alguien que acababa de salvarme de una muerte helada me explicase cómo era su isla. Fuera como fuere, desconocía por completo qué había más allá de la población en la que se encontraban Neil y los demás. No podía buscar al oficial al mando caminando a ciegas por una inmensa extensión de dunas blancas, las cuales, todo sea dicho, habían demostrado albergar más peligros de los que habría podido imaginar en un primer momento.
—Cualquier cosa puede ser de utilidad para encontrar al capitán —terminé por decir, dejando claro que era consciente del enorme favor que le pedía a Sarif. Fuese cual fuese su respuesta, y tras asegurarme de obtener su permiso, volvería a tumbarme en la cama para descansar. Había sido un periodo de tiempo demasiado intenso y yo aún no me había recuperado del todo. Tenía que asegurarme de encontrarme en condiciones óptimas antes de marcharme.
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El hombre hace un amago de comenzar a reír a carcajada limpia, pero tras tu insistencia parece que te toma algo más en serio y comienza a responder a tus preguntas en el orden que mejor le viene en gana.
-A no ser que vengáis a rezar, poco más puede ofreceros esta isla- masculló el hombre negando con aún media sonrisa en la cara -Aunque vos lo deberías tener más claro que yo, después de todo la marina no da puntada sin hilo- prosigue mientras comienza a recoger la olla del fuego para dejarla enfriar al otro lado de la puerta – Respecto al hombre… - arranca tras una breve pausa, tras la cual comienza a refunfuñar como si tratará de acordarse de algo.
Transcurre un breve silencio solo interrumpido por las rutinarias actividades del ermitaño y algunos aspavientos que realiza.
-Ahora que lo pienso hace unos días paso por aquí un hombre, coincide con tu descripción – finaliza girándose para ver tu reacción -Aunque ese hombre es nativo de por aquí, suele venir de tarde en tarde a rezar al tempo de lo alto de las colinas, el señor Philippe es un gran benefactor- finaliza el hombre -Aunque no sé a qué se dedica, puedo jurar que no lo he visto jamás con un uniforme como el tuyo- finaliza mientras termina sus últimas tareas - Tengo que marchar, no tardare mucho – dice antes de tomar los ropajes y pieles con los que le viste la primera vez y salir de nuevo al exterior.
Tras el sonoro portazo el hombre cierra con llave la pequeña cabaña, al parecer no se termina de fiar de ti, o tal vez sea un complot judeo-masónico con el objetivo de quitarte tus nuevos poderes, que a todo esto, que diablos era eso… Bueno tal vez tengas que darle un par de vueltas a todo esto y darte una cabezadita matutina, aunque esta vez sea por cansancio.
-A no ser que vengáis a rezar, poco más puede ofreceros esta isla- masculló el hombre negando con aún media sonrisa en la cara -Aunque vos lo deberías tener más claro que yo, después de todo la marina no da puntada sin hilo- prosigue mientras comienza a recoger la olla del fuego para dejarla enfriar al otro lado de la puerta – Respecto al hombre… - arranca tras una breve pausa, tras la cual comienza a refunfuñar como si tratará de acordarse de algo.
Transcurre un breve silencio solo interrumpido por las rutinarias actividades del ermitaño y algunos aspavientos que realiza.
-Ahora que lo pienso hace unos días paso por aquí un hombre, coincide con tu descripción – finaliza girándose para ver tu reacción -Aunque ese hombre es nativo de por aquí, suele venir de tarde en tarde a rezar al tempo de lo alto de las colinas, el señor Philippe es un gran benefactor- finaliza el hombre -Aunque no sé a qué se dedica, puedo jurar que no lo he visto jamás con un uniforme como el tuyo- finaliza mientras termina sus últimas tareas - Tengo que marchar, no tardare mucho – dice antes de tomar los ropajes y pieles con los que le viste la primera vez y salir de nuevo al exterior.
Tras el sonoro portazo el hombre cierra con llave la pequeña cabaña, al parecer no se termina de fiar de ti, o tal vez sea un complot judeo-masónico con el objetivo de quitarte tus nuevos poderes, que a todo esto, que diablos era eso… Bueno tal vez tengas que darle un par de vueltas a todo esto y darte una cabezadita matutina, aunque esta vez sea por cansancio.
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