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Si me hubieran dicho que iba a participar en un reality show hace tiempo me habría reído de lo lindo. Sin embargo, por razones del destino, me encontraba en un barco rumbo a una isla para participar en uno.¿La razón? Dinero, obviamente. Fama también, pero el dinero te da la vida. No estaba solo en esta "peculiar" odisea. El capitán y el tejón me acompañaban. A decir verdad, nosotros tres éramos perfectos para un show... pero de rarezas. En la cubierta de la nave se encontraban más personas que procedían de todo el mundo. Sin embargo, me llamó más la atención una mujer rubia que abusaba del botox y que soltaba cada dos por tres : "Yo por mi hija mato".
- ¡Bienvenidos a North Blue Shore! Soy Manolo Vázquez y seré el presentador de este programa. Es un placer conoceros a todos y todas - un hombre bajito y con gafas salió de la nada mientras un tío con cara de zombie le grababa con una cámara - El objetivo de este programa es que debeis convivir en un pueblo fantasma y el público decidirá quien se irá... "yendo" de la isla hasta que solo tres personas queden. El gran premio es de 50 millones de berries a repartir entre los concursantes y un bonito barco -
Al escuchar aquello, mis ojos se abrieron como platos. Era una inmensa cantidad de dinero, el barco me daba igual. Con el dinero del premio podría irme de picos pardos durante mucho tiempo. Estaba decidido, iba a lograr ganar fuera como fuese.
- Tenemos que ganar chicos. No creo que sea tan difícil ganarse a un público que se come estos shows de tele basura - sonreí pensando en la pasta
A lo lejos podía verse la supuesta isla rodeada de una densa niebla. A simple vista no parecía ser muy grande, un poco más pequeña de lo que me imaginaba. Los demás concursantes estaban intentando chupar cámara contando cosas de sus vidas que no le importaban a nadie. Una decía que se había acostado con un torero, otro que se metía más droga que un tal Alejandro Rivera y otra que presumía de sus nefastas e inexistentes dotes de canto.
- Esta gente da entre mal rollo y lástima - pronuncié bajito
- ¡Bienvenidos a North Blue Shore! Soy Manolo Vázquez y seré el presentador de este programa. Es un placer conoceros a todos y todas - un hombre bajito y con gafas salió de la nada mientras un tío con cara de zombie le grababa con una cámara - El objetivo de este programa es que debeis convivir en un pueblo fantasma y el público decidirá quien se irá... "yendo" de la isla hasta que solo tres personas queden. El gran premio es de 50 millones de berries a repartir entre los concursantes y un bonito barco -
Al escuchar aquello, mis ojos se abrieron como platos. Era una inmensa cantidad de dinero, el barco me daba igual. Con el dinero del premio podría irme de picos pardos durante mucho tiempo. Estaba decidido, iba a lograr ganar fuera como fuese.
- Tenemos que ganar chicos. No creo que sea tan difícil ganarse a un público que se come estos shows de tele basura - sonreí pensando en la pasta
A lo lejos podía verse la supuesta isla rodeada de una densa niebla. A simple vista no parecía ser muy grande, un poco más pequeña de lo que me imaginaba. Los demás concursantes estaban intentando chupar cámara contando cosas de sus vidas que no le importaban a nadie. Una decía que se había acostado con un torero, otro que se metía más droga que un tal Alejandro Rivera y otra que presumía de sus nefastas e inexistentes dotes de canto.
- Esta gente da entre mal rollo y lástima - pronuncié bajito
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-A ver, a ver, léemelo otra vez -pidió Arribor al tipejo trajeado. Éste se atuso el bigote durante un buen rato antes de dignarse a repetir lo que ponía en el documento.
-Ejem... Los participantes tendrán que convivir en un pueblo abandonado, conocido a partir de ahora como "pueblo fantasma", durante un periodo de al menos un mes. Los participantes deberán formar grupos de tres, de los cuales varios serán eliminados cada semana en función de las valoraciones del público hasta que quede únicamente uno. El grupo ganador se llevará una recompensa especial: el Nautilo, cargado con monedas de oro por valor de cincuenta millones de berries. El barco podrá ser rebautizado a gusto del ganador o ganadores.
-¿Ganador? ¿No son grupos de tres?
-Oh, perdón, será una errata. Durante el periodo de concurso, los participantes tendrán prohibido abandonar el pueblo, cuyas fronteras estarán delimitadas de forma clara. Queda prohibida la comisión de crímenes durante el concurso -En ese momento, el representante dijo algo tan rápido y tan bajito que Arribor ni se enteró, pero no le dejó tiempo para preguntar-. Todas las actividades serán grabadas por cientos de Den Den Mushi colocados en cada rincón del pueblo. El concurso será retransmitido en pantallas gigantes a una docena de islas diferentes, donde se recogerán los votos relacionados con las expulsiones.
-¿Y cómo diablos vamos a hacer que la gente no nos expulse?
-Sean ustedes populares.
-¿Populares? -¿Podrían ser populares? Un tejón de hierro, un sapo ligón y... él. Sí, a la gente le gustarían.- Claro que podemos ser populares.
-Muy bien, pues -El hombrecillo trajeado le entregó los documentos necesarios para firmarlos-. No se arrepentirá.
Arribor se arrepentía. A pesar de que tenía casi claro lo que había firmado, no se lo había imaginado así. Nadie le había dicho, por ejemplo, que el maldito pueblo fantasma parecía realmente un pueblo fantasma. Niebla, frío, sin electricidad, ruidos extraños por las noches... De vez en cuando se encontraba con las sillas apiladas sobre la mesa, con mensajes en el espejo o con un sofá flotante. Parecía el maldito balneario de los poltergeist. El puñetero lugar más aburrido de la Tierra.
Y la compañía no ayudaba. No tenía ni idea de quién decidía qué gente meter en el concurso, pero se había lucido. Habían elegido a los especímenes más ruidosos e intrascendentes que el destino había parido jamás, y Arribor se había peleado ya con dieciséis. Y es que entre ellos había algunos bastante fuertes, unos cuantos con pinta de criminales -más o menos como él- con los que intercambió un par de golpes antes de recordar las reglas.
Claro que él no era tan irritante. Estaba deseando que expulsasen a gente cuanto antes para librarse de aquella fauna. Sacaban lo peor de él, lo cual se amplificaba por no poder pegarles, y le hacían decir cosas que no había imaginado que diría jamas. Como por ejemplo:
-Arrancaré la cabeza de cualquiera que vuelva a chillar cuando vea una rata, ¿está claro?
-¡No me importa quién se haya comido el bacon, pero no vais a comeros a la morsa!
-Si vuelvo a despertarme contigo mirándome, te sacaré los ojos.
Se pasaba el día gritándole a todo el mundo. Estaba fuera de sí, con los nervios a flor de piel. Y eso que solo llevaban allí seis días. Esa noche sería la primera expulsión. Y viendo toda la gente que había, se expulsaría a bastantes grupos. Una parte de su ser le pedía abandonar, mandar al carajo el dinero del premio y limitarse a robarlo. Solo había un problema:
Arribor Neus jamás se deja ganar.
-Ejem... Los participantes tendrán que convivir en un pueblo abandonado, conocido a partir de ahora como "pueblo fantasma", durante un periodo de al menos un mes. Los participantes deberán formar grupos de tres, de los cuales varios serán eliminados cada semana en función de las valoraciones del público hasta que quede únicamente uno. El grupo ganador se llevará una recompensa especial: el Nautilo, cargado con monedas de oro por valor de cincuenta millones de berries. El barco podrá ser rebautizado a gusto del ganador o ganadores.
-¿Ganador? ¿No son grupos de tres?
-Oh, perdón, será una errata. Durante el periodo de concurso, los participantes tendrán prohibido abandonar el pueblo, cuyas fronteras estarán delimitadas de forma clara. Queda prohibida la comisión de crímenes durante el concurso -En ese momento, el representante dijo algo tan rápido y tan bajito que Arribor ni se enteró, pero no le dejó tiempo para preguntar-. Todas las actividades serán grabadas por cientos de Den Den Mushi colocados en cada rincón del pueblo. El concurso será retransmitido en pantallas gigantes a una docena de islas diferentes, donde se recogerán los votos relacionados con las expulsiones.
-¿Y cómo diablos vamos a hacer que la gente no nos expulse?
-Sean ustedes populares.
-¿Populares? -¿Podrían ser populares? Un tejón de hierro, un sapo ligón y... él. Sí, a la gente le gustarían.- Claro que podemos ser populares.
-Muy bien, pues -El hombrecillo trajeado le entregó los documentos necesarios para firmarlos-. No se arrepentirá.
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Arribor se arrepentía. A pesar de que tenía casi claro lo que había firmado, no se lo había imaginado así. Nadie le había dicho, por ejemplo, que el maldito pueblo fantasma parecía realmente un pueblo fantasma. Niebla, frío, sin electricidad, ruidos extraños por las noches... De vez en cuando se encontraba con las sillas apiladas sobre la mesa, con mensajes en el espejo o con un sofá flotante. Parecía el maldito balneario de los poltergeist. El puñetero lugar más aburrido de la Tierra.
Y la compañía no ayudaba. No tenía ni idea de quién decidía qué gente meter en el concurso, pero se había lucido. Habían elegido a los especímenes más ruidosos e intrascendentes que el destino había parido jamás, y Arribor se había peleado ya con dieciséis. Y es que entre ellos había algunos bastante fuertes, unos cuantos con pinta de criminales -más o menos como él- con los que intercambió un par de golpes antes de recordar las reglas.
Claro que él no era tan irritante. Estaba deseando que expulsasen a gente cuanto antes para librarse de aquella fauna. Sacaban lo peor de él, lo cual se amplificaba por no poder pegarles, y le hacían decir cosas que no había imaginado que diría jamas. Como por ejemplo:
-Arrancaré la cabeza de cualquiera que vuelva a chillar cuando vea una rata, ¿está claro?
-¡No me importa quién se haya comido el bacon, pero no vais a comeros a la morsa!
-Si vuelvo a despertarme contigo mirándome, te sacaré los ojos.
Se pasaba el día gritándole a todo el mundo. Estaba fuera de sí, con los nervios a flor de piel. Y eso que solo llevaban allí seis días. Esa noche sería la primera expulsión. Y viendo toda la gente que había, se expulsaría a bastantes grupos. Una parte de su ser le pedía abandonar, mandar al carajo el dinero del premio y limitarse a robarlo. Solo había un problema:
Arribor Neus jamás se deja ganar.
Zack Suky
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Cháchara, cháchara y más cháchara fue lo único que escuché de aquel tipo que nos explicaba las reglas del concurso. Lo único que pude captar de su monólogo, y porque me interesaba, fue que el premio eran varios millones de berries y un navío, el cual estaba seguro que mi capitán querría. Por alguna extraña razón llevaba un tiempo con una obsesión insana de intentar conseguir todos los barcos posibles bajo su mando, pero la cosa era que no tenía ni idea de a qué se debía eso, ya que no disponíamos apenas de miembros para considerarnos una banda. Él podría valer por cincuenta hombres o quizás por cien si tenía el día tonto, aunque la verdad es que nos habíamos quedado los tres solos y el manejo de los barcos se escapaba de nuestras dotes. Si solo supiésemos donde se encontraba Sarah quizás ella pudiese aleccionar a nuevos grumetes para el manejo de la flota que estábamos montando, pero como no era el caso, la obsesión de mi capitán escapaba a mi entendimiento.
-Bueno, el sabrá - pensé mientras me posicionaba junto a mis compañeros para desembarcar en la isla donde se desarrollaría el concurso.
En el lugar imperaba una densa niebla que no te dejaba ver más allá de varios palmos de la nariz y la poca vegetación que podía vislumbrarse crecía de forma retorcida y con tonos oscuros. Parecía el sitio ideal para montar un laboratorio clandestino, por lo que hice una anotación mental para buscar más adelante cual era la ubicación exacta del lugar. En este terreno podría esconderme fácilmente para fabricar mis juguetitos sin que nadie me molestase, aunque esos pensamientos quedaron relegados a un segundo plano cuando todos fuimos desfilando hacia el interior del caserío tras firmar el contrato que nos ataba a este estúpido espectáculo.
Al principio la estadía se me antojó aburrida e incluso crispante. Todos los integrantes del reallity eran más esperpentos que nosotros y cada uno llevaba una especie de "papel" que seguían a rajatabla por muchas incongruencias que eso generase en el día a día... Y para colmo, según me dijo Arribor, no podía pegar ni matar a nadie. Así la estancia iba a ser un rollo, o no, ya que el aburrimiento de los dos primeros días pudo conmigo y rápidamente me puse a hacer maldades nocturnas sin avisar a nadie.
Moví muebles y escondí la ropa interior de las féminas, al igual que comencé a comerme todo lo que había en la despensa cuando nadie me veía. Todo era para crispar el clima y que así todos comenzasen a odiarse. Hasta convencí a una de las más feas, una con los ojos saltones que usaba un pijama raro, de que Arribor estaba interesado en ella tras hablar un par de veces a solas con ella. Le dije cosas como que era muy tímido o que le encantaban sus "ojazos", cosa que pareció agradar a la tipeja y comenzó a perseguirlo hasta cuando dormía... Aunque no me conformé con putear solo al tuerto, si no que la última noche me colé furtivamente donde dormía el sapo y le robé los puros para esconderlos en el armario de uno de los tipos más brutos de toda la casa. Sabía que tenía el mismo vicio insano que yo, por lo que esperaba que se volviese loco al darse cuenta que le faltaban. Quizás pareciese un cabrón visto desde fuera, pero si no podía robar, fabricar o matar algo me terminaría volviendo loco yo... Y para eso que lo hiciesen ellos. Al fin y al cabo eran ellos los que me habían arrastrado hasta aquí para luego no dejarme robar el premio por la fuerza, así que todo lo que les putease me parecía poco.
-Ahora solo queda disfrutar del espectáculo - pensé maliciosamente cuando me levanté a la espera de que todo explotase mientras me encendía uno de mis cigarrillos que tan celosamente guardaba.
Quería comprobar la reacción del músico, como la de mi capitán al comprobar que "ojazos" se le había metido en la cama mientras dormía tras nuestra última charla.
- Que sí tonta, que si te grita es porque le gustas. Lo conozco desde hace más de dos años y siempre le he visto actuar así con las chicas que le ponen burro - fue lo que le dije. Por suerte parecía que tenía menos luces que un gato de escayola y la muy cenutria se lo creyó.
-Bueno, el sabrá - pensé mientras me posicionaba junto a mis compañeros para desembarcar en la isla donde se desarrollaría el concurso.
En el lugar imperaba una densa niebla que no te dejaba ver más allá de varios palmos de la nariz y la poca vegetación que podía vislumbrarse crecía de forma retorcida y con tonos oscuros. Parecía el sitio ideal para montar un laboratorio clandestino, por lo que hice una anotación mental para buscar más adelante cual era la ubicación exacta del lugar. En este terreno podría esconderme fácilmente para fabricar mis juguetitos sin que nadie me molestase, aunque esos pensamientos quedaron relegados a un segundo plano cuando todos fuimos desfilando hacia el interior del caserío tras firmar el contrato que nos ataba a este estúpido espectáculo.
***
Al principio la estadía se me antojó aburrida e incluso crispante. Todos los integrantes del reallity eran más esperpentos que nosotros y cada uno llevaba una especie de "papel" que seguían a rajatabla por muchas incongruencias que eso generase en el día a día... Y para colmo, según me dijo Arribor, no podía pegar ni matar a nadie. Así la estancia iba a ser un rollo, o no, ya que el aburrimiento de los dos primeros días pudo conmigo y rápidamente me puse a hacer maldades nocturnas sin avisar a nadie.
Moví muebles y escondí la ropa interior de las féminas, al igual que comencé a comerme todo lo que había en la despensa cuando nadie me veía. Todo era para crispar el clima y que así todos comenzasen a odiarse. Hasta convencí a una de las más feas, una con los ojos saltones que usaba un pijama raro, de que Arribor estaba interesado en ella tras hablar un par de veces a solas con ella. Le dije cosas como que era muy tímido o que le encantaban sus "ojazos", cosa que pareció agradar a la tipeja y comenzó a perseguirlo hasta cuando dormía... Aunque no me conformé con putear solo al tuerto, si no que la última noche me colé furtivamente donde dormía el sapo y le robé los puros para esconderlos en el armario de uno de los tipos más brutos de toda la casa. Sabía que tenía el mismo vicio insano que yo, por lo que esperaba que se volviese loco al darse cuenta que le faltaban. Quizás pareciese un cabrón visto desde fuera, pero si no podía robar, fabricar o matar algo me terminaría volviendo loco yo... Y para eso que lo hiciesen ellos. Al fin y al cabo eran ellos los que me habían arrastrado hasta aquí para luego no dejarme robar el premio por la fuerza, así que todo lo que les putease me parecía poco.
-Ahora solo queda disfrutar del espectáculo - pensé maliciosamente cuando me levanté a la espera de que todo explotase mientras me encendía uno de mis cigarrillos que tan celosamente guardaba.
Quería comprobar la reacción del músico, como la de mi capitán al comprobar que "ojazos" se le había metido en la cama mientras dormía tras nuestra última charla.
- Que sí tonta, que si te grita es porque le gustas. Lo conozco desde hace más de dos años y siempre le he visto actuar así con las chicas que le ponen burro - fue lo que le dije. Por suerte parecía que tenía menos luces que un gato de escayola y la muy cenutria se lo creyó.
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Ya habían pasado varios días desde que comenzó el concurso. El capitán estaba muy tenso y encontraba pelea con muchos de los hombres que por allí habían. Y el tejón parecía estar conteniéndose para no explotar, le habían prohibido hacer sus cositas de mamífero y la pagaba haciéndole putadas a los demás. Por mi parte, había logrado encamarme con algunas de las chicas más buenorras... pero eran bastante estúpidas y solo querían conmigo porque era guapo. Antes de "hacer cosas de adultos" protegía a mi pequeño soldado por si las moscas. Cada noche me acostaba con alguna, iba a su casa y lo hacíamos a escondidas de las cámaras. El problema era que no había privacidad y eso me llegaba a molestar un poco.
Algún maldito hijo de su madre me había escondido los puros y eso era bastante malo. Necesitaba fumar al menos una vez al día o de lo contrario me pondría muy arisco y saltaría por cualquier cosa. El mono lo llamaban algunos, yo lo llamaba "no me hables si no quieres morir". Los días pasaban lento y el ambiente iba calentándose cada vez más. Un par de energúmenos buscaban bronca con el primero que pillaran, habían algunos que eran solo palabrería pero otros tenían intención de iniciar peleas aunque estuviera prohibido.
Los siguientes días me los pasaba tocando el violín e ignorando a los gorilas que me hablaban en un idioma pobre de léxico y que se resumía en barbaridades. En la primera expulsión, se habían ido del pueblo 9 personas con lo cual hubo un pequeño período de paz en el pueblo durante un escaso tiempo. Al cabo de dos días ya comenzaron de nuevo los piques entre los concursantes. Cosas como que habían chicas que tenían dos novios con los que se acostaban y casi llegaban a las manos, bromas pesadas como quemarles la ropa a los que se bañaban y más cosas. Si yo fuera alguien que viera el programa, me daría vergüenza ajena y me dedicaría a hacer algo de provecho con mi vida.
Según las encuestas, los favoritos del público eran el capitán, el tejón, yo, una tía de ojos saltones que se pasaba la mayor parte del día contando su mierda de vida como si le importara a alguien y un hombre calvo que parecía darle a "la magia" por sus gestos nerviosos y su ridículo movimiento de mandíbula. Parecía que la cosa marchaba bien pero el público de aquel programa cambiaba mucho de opinión como las tías de allí de amantes.
Me encontraba en la casa que me habían asignado, intentando encender una zanahoria con el mechero mientras mi compañera de casa se duchaba. Sí, tenía una compañera de casa. Y sí. Estaba haciendo una estupidez pero la escasez de tabaco me hacía hacer cosas que normalmente no haría. Comencé a jugar con uno de los cuchillos de la cocina poco a poco hasta que la imagen de una peli de terror se infiltró en mi mente. Una película en la que un hombre vestido de anciana mataba a una mujer mientras esta se estaba duchando.
-¿Pero qué carajos estoy pensando?- me llevé la mano a la cabeza suspirando por la tontería que paso por mi cabeza. La niebla se iba haciendo más espesa fuera. ¿La niebla tendría algo que ver? Nah, solo era el cansancio, el estrés y la falta de fumar. Además, ¿quien no ha deseado ser nunca el asesino en una película de miedo? Vale, ahora me había dado miedo a mí mismo. Algo no encajaba en aquella isla.
Algún maldito hijo de su madre me había escondido los puros y eso era bastante malo. Necesitaba fumar al menos una vez al día o de lo contrario me pondría muy arisco y saltaría por cualquier cosa. El mono lo llamaban algunos, yo lo llamaba "no me hables si no quieres morir". Los días pasaban lento y el ambiente iba calentándose cada vez más. Un par de energúmenos buscaban bronca con el primero que pillaran, habían algunos que eran solo palabrería pero otros tenían intención de iniciar peleas aunque estuviera prohibido.
Los siguientes días me los pasaba tocando el violín e ignorando a los gorilas que me hablaban en un idioma pobre de léxico y que se resumía en barbaridades. En la primera expulsión, se habían ido del pueblo 9 personas con lo cual hubo un pequeño período de paz en el pueblo durante un escaso tiempo. Al cabo de dos días ya comenzaron de nuevo los piques entre los concursantes. Cosas como que habían chicas que tenían dos novios con los que se acostaban y casi llegaban a las manos, bromas pesadas como quemarles la ropa a los que se bañaban y más cosas. Si yo fuera alguien que viera el programa, me daría vergüenza ajena y me dedicaría a hacer algo de provecho con mi vida.
Según las encuestas, los favoritos del público eran el capitán, el tejón, yo, una tía de ojos saltones que se pasaba la mayor parte del día contando su mierda de vida como si le importara a alguien y un hombre calvo que parecía darle a "la magia" por sus gestos nerviosos y su ridículo movimiento de mandíbula. Parecía que la cosa marchaba bien pero el público de aquel programa cambiaba mucho de opinión como las tías de allí de amantes.
Me encontraba en la casa que me habían asignado, intentando encender una zanahoria con el mechero mientras mi compañera de casa se duchaba. Sí, tenía una compañera de casa. Y sí. Estaba haciendo una estupidez pero la escasez de tabaco me hacía hacer cosas que normalmente no haría. Comencé a jugar con uno de los cuchillos de la cocina poco a poco hasta que la imagen de una peli de terror se infiltró en mi mente. Una película en la que un hombre vestido de anciana mataba a una mujer mientras esta se estaba duchando.
-¿Pero qué carajos estoy pensando?- me llevé la mano a la cabeza suspirando por la tontería que paso por mi cabeza. La niebla se iba haciendo más espesa fuera. ¿La niebla tendría algo que ver? Nah, solo era el cansancio, el estrés y la falta de fumar. Además, ¿quien no ha deseado ser nunca el asesino en una película de miedo? Vale, ahora me había dado miedo a mí mismo. Algo no encajaba en aquella isla.
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Agilidad
Destreza
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Intelecto
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Varios
Arribor pasó por delante de la casa volcada y recordó con rabia las palabras de la Voz. "No está permitida la violencia", decía, para luego rematarlo con una frase tan rápida que resultaba ininteligible. ¿Por qué siempre hacían eso? Le ponía de los nervios. Le enfadaba tanto que le entraban ganas de volcar otra casa.
Y es que cada vez soportaba peor aquel lugar. Tanto tiempo libre le abrumaba, y la compañía no ayudaba, precisamente. A pesar de que estaba acostumbrado a pasar tiempo con sus compañeros, era inusual estar rodeados de tanta gente extraña. Arribor empezaba a sentirse ofendido por que hubiesen decidido invitarles a ese concurso, pues era como si les comparasen con el resto de esperpentos que habían contratado. Ni siquiera la expulsión de varios de ellos había aliviado su malestar, pues se habían marchado los únicos que podía considerar normales.
Y estaba la niebla. Cada día más espesa, cada día más fría. A veces se sentía como si viviera dentro de un congelador. Con humo y... Estaba tan tenso que ni siquiera se le ocurrían símiles adecuadas. Lo cierto era que jamás había estado de tan mal humor, por lo menos que él recordase. Ni tan siquiera la vez en que aquel niño le llamó señora podía compararse. Tal vez habría sido distinto de haberle dejado pegarle a alguien, pero no había manera. Se lo habían dejado claro: si se usaba la violencia contra algún otro concursante -frase imposible de comprender- le expulsarían, y Arribor era demasiado competitivo como para permitir que algo así ocurriese. Ni siquiera estaba seguro de por qué, pero quería ganar. ¿Qué tenía de divertido hacer algo si no era para ganar? Perder era propio de... bueno, de perdedores, y él no era nada de eso. Y tampoco abandonaba nada.
Cómo le habría gustado abandonar.
Lo único bueno de todo aquello era ver a Jolly fumando hortalizas. Eso, y que Franklin mantenía las distancias con él. La morsa parecía tenerle miedo, más de lo normal, y procuraba no pasar mucho tiempo en su presencia. Últimamente había decidido pegarse a Zack, aunque no sabía por qué. Arribor pensaba que había alguna relación entre eso y la desaparición repentina de comida, pero no estaba seguro de que fuera así.
La situación se prolongó una semana más. Arribor hizo un agujero en el suelo que alcanzó tal profundidad que no se veía el fondo, a pesar de que no recordaba para qué lo había hecho. Un pobre diablo se tropezó y cayó dentro, y ahora caminaba con el brazo torcido hacia el lado que no era, lo cual ya justificaba de sobra el esfuerzo de haberlo hecho. Por las noches, Arribor se tumbaba sobre los montones de tierra que se habían acumulado y pensaba en lo satisfactorio que sería arrancar una por una las extremidades de todos aquellos malnacidos irritantes. Podría construirse un fuerte con ellas o algo así. No era el único que experimentaba brotes de ira e incluso amagos de violencia, pero lo demás podían irse al infierno. No eran asunto suyo.
Cada mañana paseaba entre la niebla pensando en ese tipo de cosas. No tenía nadie a quien zurrar, ni le dejaban ingredientes para cocinar, y tampoco podía beber o meterse en líos -el alcohol estaba terminantemente prohibido, según los organizadores-. Se sentía como un alma en pena que pululaba sin nada que hacer.
Y un día todo estalló.
Abrió el ojo sano de buena mañana y la escasísima luz del sol que se colaba entre la densa niebla le reveló el ahuevado y cejijunto rostro de Emilia "la Huevos", a quien Arribor había apodado así por la exagerada redondez de sus ojos saltones. El pirata saltó de la cama dando un grito de terror. ¿Qué cuernos hacía ella allí? Había procurado evitar todo contacto con la rarita de los pijamas raros, pero en ese momento desearía que llevase puesto al menos uno, por raro que fuese.
La niebla se colaba en la casa que le habían asignado y envolvía con su humeante y húmeda textura la que sería la nueva pesadilla recurrente de Arribor. Emilia se levantó y le guiñó un ojo, y cuando pronunció la palabra "cariñito", la maltratada paciencia de Arribor reventó como una presa mal construida.
El aullido de ira y frustración que salió de sus labios debió de oírse en el pueblo entero. Llevaba días conteniéndolo, y ya no podía más. Todos iban a saber lo que ocurría cuando enfadaban a quien no debían.
Una hoja de sangre emergió de su brazo para hacer pedazos todo a su alcance: la cama, los muebles, la pobre Emilia... Cortó las paredes como si fuesen poco más que mantequilla y la casa entera se vino abajo con un estruendo y una nube de polvo. Pero no era suficiente. Apartó los cascotes que habían caído sobre él y lanzó un nuevo grito de guerra. Se sentía fuera de sí, como si en realidad todo fuese un sueño. Perfectamente podía estar soñándolo realmente, o drogado o hipnotizado. Daba igual. En cualquier caso, Arribor Neus había perdido la cabeza.
Y es que cada vez soportaba peor aquel lugar. Tanto tiempo libre le abrumaba, y la compañía no ayudaba, precisamente. A pesar de que estaba acostumbrado a pasar tiempo con sus compañeros, era inusual estar rodeados de tanta gente extraña. Arribor empezaba a sentirse ofendido por que hubiesen decidido invitarles a ese concurso, pues era como si les comparasen con el resto de esperpentos que habían contratado. Ni siquiera la expulsión de varios de ellos había aliviado su malestar, pues se habían marchado los únicos que podía considerar normales.
Y estaba la niebla. Cada día más espesa, cada día más fría. A veces se sentía como si viviera dentro de un congelador. Con humo y... Estaba tan tenso que ni siquiera se le ocurrían símiles adecuadas. Lo cierto era que jamás había estado de tan mal humor, por lo menos que él recordase. Ni tan siquiera la vez en que aquel niño le llamó señora podía compararse. Tal vez habría sido distinto de haberle dejado pegarle a alguien, pero no había manera. Se lo habían dejado claro: si se usaba la violencia contra algún otro concursante -frase imposible de comprender- le expulsarían, y Arribor era demasiado competitivo como para permitir que algo así ocurriese. Ni siquiera estaba seguro de por qué, pero quería ganar. ¿Qué tenía de divertido hacer algo si no era para ganar? Perder era propio de... bueno, de perdedores, y él no era nada de eso. Y tampoco abandonaba nada.
Cómo le habría gustado abandonar.
Lo único bueno de todo aquello era ver a Jolly fumando hortalizas. Eso, y que Franklin mantenía las distancias con él. La morsa parecía tenerle miedo, más de lo normal, y procuraba no pasar mucho tiempo en su presencia. Últimamente había decidido pegarse a Zack, aunque no sabía por qué. Arribor pensaba que había alguna relación entre eso y la desaparición repentina de comida, pero no estaba seguro de que fuera así.
La situación se prolongó una semana más. Arribor hizo un agujero en el suelo que alcanzó tal profundidad que no se veía el fondo, a pesar de que no recordaba para qué lo había hecho. Un pobre diablo se tropezó y cayó dentro, y ahora caminaba con el brazo torcido hacia el lado que no era, lo cual ya justificaba de sobra el esfuerzo de haberlo hecho. Por las noches, Arribor se tumbaba sobre los montones de tierra que se habían acumulado y pensaba en lo satisfactorio que sería arrancar una por una las extremidades de todos aquellos malnacidos irritantes. Podría construirse un fuerte con ellas o algo así. No era el único que experimentaba brotes de ira e incluso amagos de violencia, pero lo demás podían irse al infierno. No eran asunto suyo.
Cada mañana paseaba entre la niebla pensando en ese tipo de cosas. No tenía nadie a quien zurrar, ni le dejaban ingredientes para cocinar, y tampoco podía beber o meterse en líos -el alcohol estaba terminantemente prohibido, según los organizadores-. Se sentía como un alma en pena que pululaba sin nada que hacer.
Y un día todo estalló.
Abrió el ojo sano de buena mañana y la escasísima luz del sol que se colaba entre la densa niebla le reveló el ahuevado y cejijunto rostro de Emilia "la Huevos", a quien Arribor había apodado así por la exagerada redondez de sus ojos saltones. El pirata saltó de la cama dando un grito de terror. ¿Qué cuernos hacía ella allí? Había procurado evitar todo contacto con la rarita de los pijamas raros, pero en ese momento desearía que llevase puesto al menos uno, por raro que fuese.
La niebla se colaba en la casa que le habían asignado y envolvía con su humeante y húmeda textura la que sería la nueva pesadilla recurrente de Arribor. Emilia se levantó y le guiñó un ojo, y cuando pronunció la palabra "cariñito", la maltratada paciencia de Arribor reventó como una presa mal construida.
El aullido de ira y frustración que salió de sus labios debió de oírse en el pueblo entero. Llevaba días conteniéndolo, y ya no podía más. Todos iban a saber lo que ocurría cuando enfadaban a quien no debían.
Una hoja de sangre emergió de su brazo para hacer pedazos todo a su alcance: la cama, los muebles, la pobre Emilia... Cortó las paredes como si fuesen poco más que mantequilla y la casa entera se vino abajo con un estruendo y una nube de polvo. Pero no era suficiente. Apartó los cascotes que habían caído sobre él y lanzó un nuevo grito de guerra. Se sentía fuera de sí, como si en realidad todo fuese un sueño. Perfectamente podía estar soñándolo realmente, o drogado o hipnotizado. Daba igual. En cualquier caso, Arribor Neus había perdido la cabeza.
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Akuma no mi
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Al principio las pequeñas putadas y demás travesuras me valieron para paliar el aburrimiento. Fue extremadamente gracioso ver como todos se iban volviendo más y más locos por la ausencia de nicotina y tabaco, pero paulatinamente esas trastadas comenzaron a saberme a poco y tuve que llevarlas a otro nivel para no volverme loco como mi capitán.
Empecé a llenar botas, guantes y bolsillos con cada clavo oxidado que podía sacar de las tablas carcomidas del lugar, incluso por alguna razón llegué a mearlos antes de guardárselo a los participantes en su ropa. Quizás así fuese peor, quién sabe, aunque no me quedé ahí, ya que pasé de mover los muebles a medio serrarlos con mis uñas de tejón para que cualquiera que se apoyase o sentase en ellos se cayera de bruces... Aunque de lo que más orgulloso me sentí fue la obra que monté en una de las cocinas. Enredé en los cables de la luz para que el primero que encendiese crease un cortocircuito y que así la bombilla petase, pero el hecho clave fue trucar los fogones para que la estancia se fuera llenando de gas. Taponé todas las entradas de aire para que no se ventilase de ninguna forma y me marché a esperar a que comenzasen los fuegos artificiales. Por lo que había estado espiando al resto sabía que allí cocinaba uno de los supuestos favoritos del programa... Así que esperaba eliminar algo de competencia con algunas quemaduras alto grado.
Lo malo de ese plan es que tenía que esperar a que el gordo tuviese hambre. Me había preocupado de robar algo menos de comida para que fuese cuanto antes a comérsela, pero entonces mi espera se vio interrumpida por un grito atronador que no tardé en reconocer. Al capi se le había terminado de cruzar el cable.
Corrí en dirección a los aullidos para encontrarme con una situación de lo más dantesca. El pirata estaba fuera de control, reventándolo todo a su alrededor, cosa que sería de lo más tronchante si no fuese porque pude comprobar como varios de los cascotes que se encontraban a su alrededor estaban sanginolientos. Avancé para ver más de cerca la escena, rezando porque el muy estúpido no hubiese roto las reglas... Cosa que no tardé en confirmar cuando vi trozos de carne y tripas esparcidos por todos lados.
Una irrefrenable rabia comenzó a inundarme. No sabía muy bien por qué estaba tan enfadado porque en realidad yo no quería participar ni nada. Llevaba días pensando en matarlos a todos y llevarme el premio por la fuerza como había pensado en un inicio, aunque por algún extraño motivo mis emociones se magnificaron. Quizás fuese un efecto secundario del reallity o de estar tanto tiempo encerrado, pero el caso es que me encontraba como una moto.
-¿¡Pero qué cojones te pasa!? - espeté una vez estuve lo suficiente cerca para que me oyese bien. - Para esta mierda hubiésemos empezado así y no perdemos tanto puto tiempo en esta chorrada. Ahora nos expulsarán por tu puta culpa y tendremos que arramplar con todo con todas las alertas puestas - comencé a despotricar hasta que otro concursante se acercó a nosotros y comenzó a montar un espectáculo.
Llamaba asesino a Arribor mientras llamaba a la seguridad del programa para que nos echase. Tenía una voz estridente que comenzaba a taladrarme los oídos a cada sílaba que emanaba de su boca, consiguiendo que mi crispación fuese en aumento hasta llegar al descontrol.
-Calla la puta boca - grité soltando toda mi frustración mientras transformaba una de mis manos en garras de tejón a la par que le lanzaba un golpe directo a la cabeza.
La mano se introdujo en su cabeza ocasionando que este se callase de golpe, destrozando su cerebro tras arrancar un cacho antes de sacar la garra de su borboteante rostro. El simple tacto gelatinoso del órgano espachurrándose entre mis dedos hizo que me calmara un poco, aunque no lo suficiente para no proseguir. Cosa que me parecía rara, puesto que era lo que llevaba necesitando días, pero en lo que no me paré a recapacitar por el momento.
-¿Ves lo que has conseguido? - pregunté desquiciado al tuerto. - Esto también ha sido culpa tuya - proseguí mientras le lanzaba el cacho de cerebro a los pies. La enajenación mental volvía a aumentar y me sentía con ganas de lanzarme al cuello del pirata para intentar arrancárselo, pero entonces mi discurso se vio interrumpido por una fuerte explosión que muy a pesar sabía de donde venía. - Y eso, también es culpa tuya. Por meterme en este puto antro y no dejar que me lo lleve todo como en Braavos.
Sabía que mis palabras no servían de nada. Ni siquiera a mí me valían como una excusa real, pero el caso es que ya todo lo que no fuese despotricar me daba igual. No sabía como iba a acabar este tema, pero si algo tenía claro, es que si aparecía alguien de la administración del programa iba a arrancarle el corazón para hacerme un llavero. Nadie iba a sacarme de aquí sin que me llevase el dinero, aunque para ello tuviese que dinamitar toda la puta isla.
Empecé a llenar botas, guantes y bolsillos con cada clavo oxidado que podía sacar de las tablas carcomidas del lugar, incluso por alguna razón llegué a mearlos antes de guardárselo a los participantes en su ropa. Quizás así fuese peor, quién sabe, aunque no me quedé ahí, ya que pasé de mover los muebles a medio serrarlos con mis uñas de tejón para que cualquiera que se apoyase o sentase en ellos se cayera de bruces... Aunque de lo que más orgulloso me sentí fue la obra que monté en una de las cocinas. Enredé en los cables de la luz para que el primero que encendiese crease un cortocircuito y que así la bombilla petase, pero el hecho clave fue trucar los fogones para que la estancia se fuera llenando de gas. Taponé todas las entradas de aire para que no se ventilase de ninguna forma y me marché a esperar a que comenzasen los fuegos artificiales. Por lo que había estado espiando al resto sabía que allí cocinaba uno de los supuestos favoritos del programa... Así que esperaba eliminar algo de competencia con algunas quemaduras alto grado.
Lo malo de ese plan es que tenía que esperar a que el gordo tuviese hambre. Me había preocupado de robar algo menos de comida para que fuese cuanto antes a comérsela, pero entonces mi espera se vio interrumpida por un grito atronador que no tardé en reconocer. Al capi se le había terminado de cruzar el cable.
Corrí en dirección a los aullidos para encontrarme con una situación de lo más dantesca. El pirata estaba fuera de control, reventándolo todo a su alrededor, cosa que sería de lo más tronchante si no fuese porque pude comprobar como varios de los cascotes que se encontraban a su alrededor estaban sanginolientos. Avancé para ver más de cerca la escena, rezando porque el muy estúpido no hubiese roto las reglas... Cosa que no tardé en confirmar cuando vi trozos de carne y tripas esparcidos por todos lados.
Una irrefrenable rabia comenzó a inundarme. No sabía muy bien por qué estaba tan enfadado porque en realidad yo no quería participar ni nada. Llevaba días pensando en matarlos a todos y llevarme el premio por la fuerza como había pensado en un inicio, aunque por algún extraño motivo mis emociones se magnificaron. Quizás fuese un efecto secundario del reallity o de estar tanto tiempo encerrado, pero el caso es que me encontraba como una moto.
-¿¡Pero qué cojones te pasa!? - espeté una vez estuve lo suficiente cerca para que me oyese bien. - Para esta mierda hubiésemos empezado así y no perdemos tanto puto tiempo en esta chorrada. Ahora nos expulsarán por tu puta culpa y tendremos que arramplar con todo con todas las alertas puestas - comencé a despotricar hasta que otro concursante se acercó a nosotros y comenzó a montar un espectáculo.
Llamaba asesino a Arribor mientras llamaba a la seguridad del programa para que nos echase. Tenía una voz estridente que comenzaba a taladrarme los oídos a cada sílaba que emanaba de su boca, consiguiendo que mi crispación fuese en aumento hasta llegar al descontrol.
-Calla la puta boca - grité soltando toda mi frustración mientras transformaba una de mis manos en garras de tejón a la par que le lanzaba un golpe directo a la cabeza.
La mano se introdujo en su cabeza ocasionando que este se callase de golpe, destrozando su cerebro tras arrancar un cacho antes de sacar la garra de su borboteante rostro. El simple tacto gelatinoso del órgano espachurrándose entre mis dedos hizo que me calmara un poco, aunque no lo suficiente para no proseguir. Cosa que me parecía rara, puesto que era lo que llevaba necesitando días, pero en lo que no me paré a recapacitar por el momento.
-¿Ves lo que has conseguido? - pregunté desquiciado al tuerto. - Esto también ha sido culpa tuya - proseguí mientras le lanzaba el cacho de cerebro a los pies. La enajenación mental volvía a aumentar y me sentía con ganas de lanzarme al cuello del pirata para intentar arrancárselo, pero entonces mi discurso se vio interrumpido por una fuerte explosión que muy a pesar sabía de donde venía. - Y eso, también es culpa tuya. Por meterme en este puto antro y no dejar que me lo lleve todo como en Braavos.
Sabía que mis palabras no servían de nada. Ni siquiera a mí me valían como una excusa real, pero el caso es que ya todo lo que no fuese despotricar me daba igual. No sabía como iba a acabar este tema, pero si algo tenía claro, es que si aparecía alguien de la administración del programa iba a arrancarle el corazón para hacerme un llavero. Nadie iba a sacarme de aquí sin que me llevase el dinero, aunque para ello tuviese que dinamitar toda la puta isla.
Rainbow662
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El mundo se había convertido en un mosaico de colores difuminados y sonidos estrambóticos. La realidad perdía su sentido al mismo tiempo que la niebla se arremolinaba a su alrededor. O quizás solo se la imaginase, ya no estaba seguro de nada, y tampoco le importaba especialmente. La furia ardía en su interior como la mayor hoguera de la Tierra, crepitando con cada segundo que pasaba. Tenía que romper cosas, destruirlas, desahogar su ira de cualquier forma imaginable.
Vio a uno de los concursantes del programa, uno de esos tipejos que le miraban mal por ser pirata, por tener parche o por no sabe la diferencia entre el cava y el champán. Cómo lo odiaba. Tanto, que antes de darse cuenta se plantó frente a él con un portentoso salto. Su mano se cerró alrededor del rostro del gimoteante hombrecillo, que crujió como una nuez cuando Arribor apretó y lo hizo pedazos como... pues como a una nuez.
No era suficiente. Su enfado no había disminuido ni un ápice con eso. Tenía que seguir hasta que no quedase piedra sobre piedra.
-¡¡¡¡¡AAAAAAAHHHHHHHHHH!!!!! -gritó, fuera de sí.
Una voz familiar penetró en su conciencia. Le sonaba de algo ese tono metálico y enfadado, casi animal. Al oírla le venía a la cabeza el olor de los roedores y el picor que provocaban los pelos que dejaba por todas partes del barco. Oh, sí, eso también le irritaba. Y una leve molestia sin importancia se vio amplificada en ese momento hasta el punto de querer cargarse algo.
Y así lo hizo. Giró su demente cabeza hacia el origen de la voz. "El tejón", le susurraba cierta parte de su conciencia. "¿A quién le importa lo que sea?", le chillaba otra, intoxicada y alocada. Arribor decidió hacer caso ala segunda voz. Saltó una veintena de metros sobre el tejón y se dejó caer como un yunque, cargando su frente con haki y aterrizando de cabeza cual misil malintencionado.
Vio a uno de los concursantes del programa, uno de esos tipejos que le miraban mal por ser pirata, por tener parche o por no sabe la diferencia entre el cava y el champán. Cómo lo odiaba. Tanto, que antes de darse cuenta se plantó frente a él con un portentoso salto. Su mano se cerró alrededor del rostro del gimoteante hombrecillo, que crujió como una nuez cuando Arribor apretó y lo hizo pedazos como... pues como a una nuez.
No era suficiente. Su enfado no había disminuido ni un ápice con eso. Tenía que seguir hasta que no quedase piedra sobre piedra.
-¡¡¡¡¡AAAAAAAHHHHHHHHHH!!!!! -gritó, fuera de sí.
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Y así lo hizo. Giró su demente cabeza hacia el origen de la voz. "El tejón", le susurraba cierta parte de su conciencia. "¿A quién le importa lo que sea?", le chillaba otra, intoxicada y alocada. Arribor decidió hacer caso ala segunda voz. Saltó una veintena de metros sobre el tejón y se dejó caer como un yunque, cargando su frente con haki y aterrizando de cabeza cual misil malintencionado.
Zack Suky
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La escenita que monté al tuerto no salió para nada como esperaba. Creía que mis increpancias le harían entrar en razón y así comenzaría a atacar a los de la organización hasta que nos llevásemos el premio por la fuerza, si es que a eso se le podía llamar entrar en razón, pero por el contrario pareció perder la neurona que le quedaba y se volvió aún más loco.
Nada más verlo despegar ya intuí que pretendía. Lo había visto destruir enormes edificaciones solo con sus puños y sabía que si no echaba a correr cuanto antes iba a terminar igual que ojitos saltones como mínimo. Pude esquivar el potente golpe gracias a mi velocidad y conocimiento previo sobre el pirata, aunque no así pude hacer lo mismo con la onda expansiva que generó el topetazo y que me lanzó un par de metros por los aires hasta que frené con un montón de cascotes. Mi piel y resistencia amortiguaron el dolor del golpe, pero no así la mala ostia que anidaba en mí y que se había descontrolado por completo. Era como si la misma niebla se hubiese introducido en mi mente y no me dejase pensar con claridad, haciendo que mis instintos más primarios salieran a flor de piel arrastrándome con ellos.
Sin pensarlo siquiera, mi cuerpo comenzó a transformarse drásticamente, alcanzando una altura sobrehumana y un aspecto aberrante, mientras avanzaba frenéticamente hacia donde hubiese caído el tuerto. Mi Strong Point me proporcionaba todo eso, al igual que un importante incremento de fuerza con la que quería destrozar al pirata. Una vocecita dentro de mí me aseguraba que no tenía ni una sola oportunidad, pero no tardé en acallarla soltando un portentoso gruñido al mismo que saltaba con la intención de caer sobre Arribor para intentar despedazarlo con garras y dientes. Teníamos que llevarnos todo el dinero de este estúpido concurso y si era necesario me llevaría al tuerto en trocitos a buscarlo.
Nada más verlo despegar ya intuí que pretendía. Lo había visto destruir enormes edificaciones solo con sus puños y sabía que si no echaba a correr cuanto antes iba a terminar igual que ojitos saltones como mínimo. Pude esquivar el potente golpe gracias a mi velocidad y conocimiento previo sobre el pirata, aunque no así pude hacer lo mismo con la onda expansiva que generó el topetazo y que me lanzó un par de metros por los aires hasta que frené con un montón de cascotes. Mi piel y resistencia amortiguaron el dolor del golpe, pero no así la mala ostia que anidaba en mí y que se había descontrolado por completo. Era como si la misma niebla se hubiese introducido en mi mente y no me dejase pensar con claridad, haciendo que mis instintos más primarios salieran a flor de piel arrastrándome con ellos.
Sin pensarlo siquiera, mi cuerpo comenzó a transformarse drásticamente, alcanzando una altura sobrehumana y un aspecto aberrante, mientras avanzaba frenéticamente hacia donde hubiese caído el tuerto. Mi Strong Point me proporcionaba todo eso, al igual que un importante incremento de fuerza con la que quería destrozar al pirata. Una vocecita dentro de mí me aseguraba que no tenía ni una sola oportunidad, pero no tardé en acallarla soltando un portentoso gruñido al mismo que saltaba con la intención de caer sobre Arribor para intentar despedazarlo con garras y dientes. Teníamos que llevarnos todo el dinero de este estúpido concurso y si era necesario me llevaría al tuerto en trocitos a buscarlo.
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