Hayden Ashworth
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«Sargento Zuko, vaya al West Blue. Sargento Zuko, vaya al North Blue. Sargento Zuko, mimimimi»
¿Por qué no dejaban de mandarle a todas partes? Bueno, tampoco importaba. En aquel momento le habían mandado cierta… misión. Una tripulación pirata se había instalado en Galuna, extorsionando a los habitantes de un pueblo de la isla, y había sido asignado como segundo al mando de aquel batallón, bajo las órdenes de un teniente. Sabía que en el barco habían varios reclutas recién llegados, dispuestos a «estrenar». Primer examen lo llamó el capitán del cuartel. Carne de cañón, decía el dragón. Obviamente les parecían prescindibles. Odiaba esa clase de comportamiento en un ejército. Las nuevas generaciones no debían ser tratadas como carne de cañón, debían ser guiadas en el camino correcto para poder proteger la justicia con su propia fuerza. El sargento se iba a asegurar de que no muriese nadie en aquella batalla.
—¡Sargento! -lo llamó el teniente, un hombre alto y calvo-. ¿Qué demonios hace ahí?
El dragón se encontraba en el mascarón de proa mientras el barco avanzaba. Dio un salto y volvió a cubierta. Galuna estaba cerca, y sabía que pronto se iba a avecinar una batalla. Fuerzas pirata contra las fuerzas de la marina. Caminó por cubierta, mirando como los reclutas se movían, preparando el desembarque y la bajada de velocidad al llegar a la isla. Se paró en seco y clavó su vista en uno de los reclutas, cuyo aspecto llamaba la atención. Tenía… quemaduras. Además, parecía tener partes de su cuerpo vueltas a unir de forma quirúrgica. Durante un instante, su mente viajó atrás en el tiempo, al momento en que tenía tan solo catorce años y se vio envuelto en un combate por honor contra su propio padre. Apretó el puño y siguió andando, esperando a que el barco llegase a puerto.
¿Por qué no dejaban de mandarle a todas partes? Bueno, tampoco importaba. En aquel momento le habían mandado cierta… misión. Una tripulación pirata se había instalado en Galuna, extorsionando a los habitantes de un pueblo de la isla, y había sido asignado como segundo al mando de aquel batallón, bajo las órdenes de un teniente. Sabía que en el barco habían varios reclutas recién llegados, dispuestos a «estrenar». Primer examen lo llamó el capitán del cuartel. Carne de cañón, decía el dragón. Obviamente les parecían prescindibles. Odiaba esa clase de comportamiento en un ejército. Las nuevas generaciones no debían ser tratadas como carne de cañón, debían ser guiadas en el camino correcto para poder proteger la justicia con su propia fuerza. El sargento se iba a asegurar de que no muriese nadie en aquella batalla.
—¡Sargento! -lo llamó el teniente, un hombre alto y calvo-. ¿Qué demonios hace ahí?
El dragón se encontraba en el mascarón de proa mientras el barco avanzaba. Dio un salto y volvió a cubierta. Galuna estaba cerca, y sabía que pronto se iba a avecinar una batalla. Fuerzas pirata contra las fuerzas de la marina. Caminó por cubierta, mirando como los reclutas se movían, preparando el desembarque y la bajada de velocidad al llegar a la isla. Se paró en seco y clavó su vista en uno de los reclutas, cuyo aspecto llamaba la atención. Tenía… quemaduras. Además, parecía tener partes de su cuerpo vueltas a unir de forma quirúrgica. Durante un instante, su mente viajó atrás en el tiempo, al momento en que tenía tan solo catorce años y se vio envuelto en un combate por honor contra su propio padre. Apretó el puño y siguió andando, esperando a que el barco llegase a puerto.
Kayn Blackthorn
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─ ¡Blackthorn! ¡Échanos una mano por aquí! -gritaba uno de los cabos que organizaban, aún con cierta inexperiencia, la dote de reclutas que deambulaban de un lado a otro por cubierta.
Kayn terminó de asegurar con un nudo parte del cargamento antes de alzar la cabeza y mirar a su superior, limitándose a asentir en señal de que le había escuchado. Se puso en pie y trotó hasta donde se encontraba un pequeño grupo de marines, los cuales se encontraban organizando unos pocos contenedores con balas de cañón. Se sorprendieron un poco al verle aparecer de repente, aunque pronto adoptaron una actitud normal -dada la situación- y prosiguieron con su parte del trabajo. A decir verdad, aquello comenzaba a ser una mejoría más que notable. Si bien durante los primeros días en alta mar todos a su alrededor parecían rehuirle, ya fuera por su siniestro aspecto, su enorme altura o una mezcla de ambas, tras conocer su personalidad tranquila, amable y colaboradora la situación había ido a mejor. Para qué mentir, daba un poco de mal rollo, pero las apariencias engañaban, y eso era algo que al recluta le gustaba demostrar una vez tras otra.
El cabo observó al moreno desde abajo, ya que le sacaba un par de cabezas, ante lo que este se puso firme, haciendo el saludo militar propio del cuerpo sin decir ni una sola palabra.
─ Quiero que lleves uno de estos contenedores a cubierta. La batalla se librará en tierra, pero el teniente prefiere asegurarse de que estamos preparados para responder si es necesario -le indicó, señalando uno a su espalda-. Ah, y echa una mano ahí arriba. Antes nos han dicho que necesitaban unas cuantas manos extra para las maniobras de desembarco.
Asintió con decisión, antes de aproximarse hasta los recipientes y tomar uno con cierta facilidad. Eran pesados, y esto era algo que se deducía con tan solo echar un vistazo a los soldados que cargaban con ellos. Sin embargo, dados su tamaño y su complexión, no parecía un esfuerzo demasiado grande para el recluta. Ya con la carga, ascendió rápidamente a cubierta y depositó la munición cerca de la batería de cañones superior de estribor, antes de disponerse a echar una mano a sus compañeros con las velas. No podía hablar, pero ni siquiera le hizo falta, ya que no tardaron en llamar su atención para que apoyase en las labores de cubierta.
Los minutos pasarían así, prácticamente sin un solo momento de descanso, aunque en cierto sentido lo prefería. El nerviosismo era palpable en el ambiente, especialmente en los reclutas entre los que él se encontraba. Habían pasado apenas unas pocas semanas desde que finalizase su instrucción y ya les lanzaban a una batalla. La primera de muchas para algunos, la última para otros. Todos en aquel barco, hasta el más inconsciente, sabían a los riesgos a los que se expondrían aquel día. Era una decisión prematura, sin duda, y para aquellos que superasen el día habría dos posibles resultados: se romperían o se fortalecerían.
Kayn sintió una mirada clavada en él y no tardó en ladear el cuerpo para quitarse aquella sensación de encima. Sus ojos no se toparon con ninguna mirada, sin embargo, ya que todos parecían estar demasiado ocupados en sus quehaceres como para distraerse. Pese a ello, no pudo evitar fijarse en uno de sus superiores, el sargento Kasai, una joya del cuerpo, por lo que tenía entendido. Se rumoreaba que era incluso más fuerte que el teniente al mando de aquella pequeña fuerza, aunque aún no habían visto nada que lo confirmase. Quizá pudiera descubrirlo pronto. Su ensimismamiento se cortó al poco, justo al momento en que la voz del vigía se alzaba sobre todo ruido de cubierta.
─ ¡Tierra a la vista! -Gritaba- ¡Galuna al frente!
Todos observaron por un instante el horizonte, incluido el moreno, y sus miradas se quedaron clavadas en la isla que se mostraba en la lejanía frente a ellos, tranquila en apariencia, pero intimidante en cierto sentido.
─ ¿Qué andáis mirando? -Espetó el teniente, lanzándoles una inquisitiva mirada- No hemos venido a hacer turismo. ¡Moved el culo, reclutas!
─ ¡Sí, señor! -Gritaron al unísono. Todos excepto uno, claro, que se limitó a saludar antes de volver a sus tareas.
«Han pasado muchos años», se dijo, con los recuerdos azotando su mente. «Pero esta vez seré yo quien socorra al necesitado, no al revés».
Kayn terminó de asegurar con un nudo parte del cargamento antes de alzar la cabeza y mirar a su superior, limitándose a asentir en señal de que le había escuchado. Se puso en pie y trotó hasta donde se encontraba un pequeño grupo de marines, los cuales se encontraban organizando unos pocos contenedores con balas de cañón. Se sorprendieron un poco al verle aparecer de repente, aunque pronto adoptaron una actitud normal -dada la situación- y prosiguieron con su parte del trabajo. A decir verdad, aquello comenzaba a ser una mejoría más que notable. Si bien durante los primeros días en alta mar todos a su alrededor parecían rehuirle, ya fuera por su siniestro aspecto, su enorme altura o una mezcla de ambas, tras conocer su personalidad tranquila, amable y colaboradora la situación había ido a mejor. Para qué mentir, daba un poco de mal rollo, pero las apariencias engañaban, y eso era algo que al recluta le gustaba demostrar una vez tras otra.
El cabo observó al moreno desde abajo, ya que le sacaba un par de cabezas, ante lo que este se puso firme, haciendo el saludo militar propio del cuerpo sin decir ni una sola palabra.
─ Quiero que lleves uno de estos contenedores a cubierta. La batalla se librará en tierra, pero el teniente prefiere asegurarse de que estamos preparados para responder si es necesario -le indicó, señalando uno a su espalda-. Ah, y echa una mano ahí arriba. Antes nos han dicho que necesitaban unas cuantas manos extra para las maniobras de desembarco.
Asintió con decisión, antes de aproximarse hasta los recipientes y tomar uno con cierta facilidad. Eran pesados, y esto era algo que se deducía con tan solo echar un vistazo a los soldados que cargaban con ellos. Sin embargo, dados su tamaño y su complexión, no parecía un esfuerzo demasiado grande para el recluta. Ya con la carga, ascendió rápidamente a cubierta y depositó la munición cerca de la batería de cañones superior de estribor, antes de disponerse a echar una mano a sus compañeros con las velas. No podía hablar, pero ni siquiera le hizo falta, ya que no tardaron en llamar su atención para que apoyase en las labores de cubierta.
Los minutos pasarían así, prácticamente sin un solo momento de descanso, aunque en cierto sentido lo prefería. El nerviosismo era palpable en el ambiente, especialmente en los reclutas entre los que él se encontraba. Habían pasado apenas unas pocas semanas desde que finalizase su instrucción y ya les lanzaban a una batalla. La primera de muchas para algunos, la última para otros. Todos en aquel barco, hasta el más inconsciente, sabían a los riesgos a los que se expondrían aquel día. Era una decisión prematura, sin duda, y para aquellos que superasen el día habría dos posibles resultados: se romperían o se fortalecerían.
Kayn sintió una mirada clavada en él y no tardó en ladear el cuerpo para quitarse aquella sensación de encima. Sus ojos no se toparon con ninguna mirada, sin embargo, ya que todos parecían estar demasiado ocupados en sus quehaceres como para distraerse. Pese a ello, no pudo evitar fijarse en uno de sus superiores, el sargento Kasai, una joya del cuerpo, por lo que tenía entendido. Se rumoreaba que era incluso más fuerte que el teniente al mando de aquella pequeña fuerza, aunque aún no habían visto nada que lo confirmase. Quizá pudiera descubrirlo pronto. Su ensimismamiento se cortó al poco, justo al momento en que la voz del vigía se alzaba sobre todo ruido de cubierta.
─ ¡Tierra a la vista! -Gritaba- ¡Galuna al frente!
Todos observaron por un instante el horizonte, incluido el moreno, y sus miradas se quedaron clavadas en la isla que se mostraba en la lejanía frente a ellos, tranquila en apariencia, pero intimidante en cierto sentido.
─ ¿Qué andáis mirando? -Espetó el teniente, lanzándoles una inquisitiva mirada- No hemos venido a hacer turismo. ¡Moved el culo, reclutas!
─ ¡Sí, señor! -Gritaron al unísono. Todos excepto uno, claro, que se limitó a saludar antes de volver a sus tareas.
«Han pasado muchos años», se dijo, con los recuerdos azotando su mente. «Pero esta vez seré yo quien socorra al necesitado, no al revés».
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—Sargento.
—¿Mmh? -musitó en respuesta al teniente, sin dejar de mirar hacia la isla.
—Haga bien está misión y tal vez pueda salir de su eterno rango.
Zuko cerró los ojos. Le estaba ofreciendo una recomendación. Chasqueó la lengua. Nunca se había molestado en aplicar para subir de sargento, pues nunca había necesitado un rango mayor. Sin embargo, empezaba a ver cosas que no le gustaban y que tan solo podría arreglar en un alto cargo. ¿Era aquel el momento de venderse y empezar a escalar? Bueno, de venderse no. El dragón no iba a renunciar a sus principios aunque aquello significase que podría llegar más alto en la imaginaria escalera de la marina.
El barco se detuvo por fin en el puerto. El teniente empezó a ordenar que se juntaran todos los reclutas, con sus respectivas armas reglamentarias, en cubierta. Iba a hacer el discurso inicial, parecía ser. Se colocó tras él con los brazos cruzados, observando cómo se estiraba en una larga charla sobre la justicia y un breve resumen sobre la identidad de los piratas. Una tripulación cuyo único miembro de extensa fama era su capitán. Bartholomew Roberts, un despiadado criminal que saqueaba aldeas y atacaba barcos mercantes con su numerosa tripulación. Y, por lo visto, había decidido establecerse en Galuna, cobrando «impuestos» a los lugareños de uno de los pueblos. Una misiva anónima consiguió llegar al cuartel del North Blue, que había decidido enviar un batallón comandado por el Teniente Barristan y el Sargento Kasai.
—Roberts debe ser entregado a la justicia -concluía su discurso-. Que el día de hoy sea un mensaje para el resto de piratas del North Blue.
Y señaló la pasarela de bajada del barco a la par que bajaba a paso ligero, seguido por los reclutas. La vista del dragón volvió a posarse en el muchacho quemado, mientras pensaba en cómo lo podría haber pasado en la academia. ¿Habrían sido crueles sus compañeros? Esperaba que no.
Kayn Blackthorn
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Tras la llamada de atención del teniente, el ritmo al que trabajaban en cubierta se incrementó en un parpadeo. Lo que antes eran pasos rápidos ahora era un trote, y lo que antes fuera un trote se había convertido en carreras de un lado a otro de la embarcación. El tiempo para echar amarras se acercaba, así que debían apresurarse si querían dejarlo todo listo antes de llegar. Las municiones estaban preparadas, las armas afiladas y los hombres dispuestos. El ánimo de los reclutas era palpable en el ambiente, aunque presentaba una mezcla de sentimientos cruzados. Por un lado, muchos de ellos se encontraban impacientes, dispuestos a pisar tierra y llevar la justicia a los criminales que ahora ocupaban Galuna. Por otro lado, el nerviosismo en un sector menor de los soldados se notaba a millas de distancia. Era normal, después de todo, pues aquella sería con total seguridad la primera batalla en la que se verían metidos. En el caso de Kayn, por el contrario, todo lo que transmitía era calma y serenidad, una demasiado natural, quizá. No sería su primer combate, mucho menos su primera batalla, aunque ahora se encontrase en el bando contrario: el correcto.
— ¡Soldados! ¡A formar! -ordenó el teniente, una vez la embarcación arribó en la costa de Galuna.
Uno por uno, los hombres y mujeres formaron fila tras fila, con el orden y la elegancia que se les había enseñado en la academia. Tanto que casi parecían militares curtidos, aunque en la mayoría de los casos fuera algo bastante alejado de la realidad. El moreno destacaba entre ellos, en parte por su altura, aunque no tanto como por su aspecto. «Un blanco fácil de identificar», se decía, pensando en lo fácil que era dar con él entre la gente.
— Descansen.
Separaron levemente las piernas al unísono, cruzaron los brazos tras la espalda y se mantuvieron en aquella posición, aguardando las palabras de su superior, que no tardaría en comenzar un discurso alentador. Justicia, honor, orden; las premisas de la Marina, las cuales habían llevado consigo aquel día para enseñarles a los piratas que allí estaban, siempre vigilantes, siempre dispuestos a erradicar el mal y a aplicar el justo castigo a los demonios del mundo. Bartholomew Roberts era un nombre que gozaba de cierta infamia en las aguas norteñas. No era la primera vez que escuchaba hablar de él, y recordaba perfectamente su cartel de busca y captura. Con un precio sobre su cabeza de treinta millones de berries, se jactaba de sus continuos saqueos y abordajes a lo largo de las islas del North Blue. Aquel día sería el último que Roberts pasaría en libertad. Aquel día sería entregado a la justicia.
— Que el día de hoy sea un mensaje para el resto de piratas del North Blue.
— ¡Sí, señor! -Respondieron todos, poniéndose firmes y saludando al teniente, que correspondió con el mismo gesto.
— En marcha.
Barristan encabezó el desembarco, seguido de cerca por el destacamento marine que había llevado con él. Kayn se posicionó en las primeras filas de la formación, dispuesto a ser de los primeros en entrar en combate con los piratas. Su mente se encontraba centrada en la batalla que se avecinaba, aunque por un instante su mirada se cruzó con la del sargento Kasai, que parecía supervisar a los recién estrenados reclutas. Volvió su mirada al frente, intentando no darle demasiada importancia y actuando con normalidad, al menos con toda la que se esperaba de él. La madera de los muelles rechinaba ante el avance del pelotón, y pronto abandonaron la seguridad de la costa y el barco para adentrarse en el espeso bosque que predominaba en buena parte de la isla. Les tocaría atravesarlo si querían llegar hasta el pueblo, ya que se encontraba asentado en la falda de una de las montañas. Sería un desplazamiento complicado, dificultado por la vegetación... Un lugar perfecto para una emboscada.
«Seguro que ya saben que estamos aquí», pensó Kayn, observando los alrededores sin detenerse. «En Helpida sabíamos que llegaban antes de que echasen el ancla».
Los minutos fueron transcurriendo en un incómodo y tenso silencio, tan solo interrumpido por alguna rama aplastada bajo una bota marine o por el simple ruido que producían al marchar. No se habían topado con ningún pirata aún y, aunque en principio pudiera parecer que era una buena señal, que quizá no los esperasen, la preocupación parecía envolver al teniente, aunque tratase de ocultarlo. Las sospechas no tardaron en confirmarse, apenas un par de kilómetros antes de llegar al pueblo en el que se asentaba Roberts. Habían preparado un mensaje inquietante para darles la bienvenida.
— Joder... -Escuchó musitar a Barristan, que apretó los puños y continuó avanzando- Agudizad vuestros sentidos. Aparecerán en cualquier momento.
El moreno frunció el ceño, incapaz durante unos instantes de apartar la mirada de las víctimas del capitán pirata. Ahorcados, despellejados y desnudos, varios cuerpos colgaban de las ramas de los árboles, seguramente pertenecientes a los aldeanos del lugar, con mensajes grabados en profundos cortes. "Os esperamos". Pudo escuchar a uno de los reclutas que caminaban junto a él maldecir en voz baja, y sintió la presión y el nerviosismo que comenzaba a mitigar la moral del que tenía a su izquierda. Cabizbajo, ocultando su mirada con la gorra reglamentaria y temblando ligeramente. Posó una mano en su hombro, llamando su atención para que le mirase, y le dedicó un gesto tranquilo, seguro, antes de asentir, en su habitual silencio. El recluta asintió y ambos prosiguieron con la marcha.
Estaba claro que se habían enterado de la llegada del destacamento marine, lo que implicaba que alguien había dado el aviso. No quería imaginarse lo que habría sufrido la población mientras buscaban al culpable del chivatazo. Probablemente se encontrase entre los cuerpos mutilados, junto a sus cómplices. Un sacrificio que no sería en vano. «Lo juro».
— ¡Soldados! ¡A formar! -ordenó el teniente, una vez la embarcación arribó en la costa de Galuna.
Uno por uno, los hombres y mujeres formaron fila tras fila, con el orden y la elegancia que se les había enseñado en la academia. Tanto que casi parecían militares curtidos, aunque en la mayoría de los casos fuera algo bastante alejado de la realidad. El moreno destacaba entre ellos, en parte por su altura, aunque no tanto como por su aspecto. «Un blanco fácil de identificar», se decía, pensando en lo fácil que era dar con él entre la gente.
— Descansen.
Separaron levemente las piernas al unísono, cruzaron los brazos tras la espalda y se mantuvieron en aquella posición, aguardando las palabras de su superior, que no tardaría en comenzar un discurso alentador. Justicia, honor, orden; las premisas de la Marina, las cuales habían llevado consigo aquel día para enseñarles a los piratas que allí estaban, siempre vigilantes, siempre dispuestos a erradicar el mal y a aplicar el justo castigo a los demonios del mundo. Bartholomew Roberts era un nombre que gozaba de cierta infamia en las aguas norteñas. No era la primera vez que escuchaba hablar de él, y recordaba perfectamente su cartel de busca y captura. Con un precio sobre su cabeza de treinta millones de berries, se jactaba de sus continuos saqueos y abordajes a lo largo de las islas del North Blue. Aquel día sería el último que Roberts pasaría en libertad. Aquel día sería entregado a la justicia.
— Que el día de hoy sea un mensaje para el resto de piratas del North Blue.
— ¡Sí, señor! -Respondieron todos, poniéndose firmes y saludando al teniente, que correspondió con el mismo gesto.
— En marcha.
Barristan encabezó el desembarco, seguido de cerca por el destacamento marine que había llevado con él. Kayn se posicionó en las primeras filas de la formación, dispuesto a ser de los primeros en entrar en combate con los piratas. Su mente se encontraba centrada en la batalla que se avecinaba, aunque por un instante su mirada se cruzó con la del sargento Kasai, que parecía supervisar a los recién estrenados reclutas. Volvió su mirada al frente, intentando no darle demasiada importancia y actuando con normalidad, al menos con toda la que se esperaba de él. La madera de los muelles rechinaba ante el avance del pelotón, y pronto abandonaron la seguridad de la costa y el barco para adentrarse en el espeso bosque que predominaba en buena parte de la isla. Les tocaría atravesarlo si querían llegar hasta el pueblo, ya que se encontraba asentado en la falda de una de las montañas. Sería un desplazamiento complicado, dificultado por la vegetación... Un lugar perfecto para una emboscada.
«Seguro que ya saben que estamos aquí», pensó Kayn, observando los alrededores sin detenerse. «En Helpida sabíamos que llegaban antes de que echasen el ancla».
Los minutos fueron transcurriendo en un incómodo y tenso silencio, tan solo interrumpido por alguna rama aplastada bajo una bota marine o por el simple ruido que producían al marchar. No se habían topado con ningún pirata aún y, aunque en principio pudiera parecer que era una buena señal, que quizá no los esperasen, la preocupación parecía envolver al teniente, aunque tratase de ocultarlo. Las sospechas no tardaron en confirmarse, apenas un par de kilómetros antes de llegar al pueblo en el que se asentaba Roberts. Habían preparado un mensaje inquietante para darles la bienvenida.
— Joder... -Escuchó musitar a Barristan, que apretó los puños y continuó avanzando- Agudizad vuestros sentidos. Aparecerán en cualquier momento.
El moreno frunció el ceño, incapaz durante unos instantes de apartar la mirada de las víctimas del capitán pirata. Ahorcados, despellejados y desnudos, varios cuerpos colgaban de las ramas de los árboles, seguramente pertenecientes a los aldeanos del lugar, con mensajes grabados en profundos cortes. "Os esperamos". Pudo escuchar a uno de los reclutas que caminaban junto a él maldecir en voz baja, y sintió la presión y el nerviosismo que comenzaba a mitigar la moral del que tenía a su izquierda. Cabizbajo, ocultando su mirada con la gorra reglamentaria y temblando ligeramente. Posó una mano en su hombro, llamando su atención para que le mirase, y le dedicó un gesto tranquilo, seguro, antes de asentir, en su habitual silencio. El recluta asintió y ambos prosiguieron con la marcha.
Estaba claro que se habían enterado de la llegada del destacamento marine, lo que implicaba que alguien había dado el aviso. No quería imaginarse lo que habría sufrido la población mientras buscaban al culpable del chivatazo. Probablemente se encontrase entre los cuerpos mutilados, junto a sus cómplices. Un sacrificio que no sería en vano. «Lo juro».
Hayden Ashworth
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El silencio y la tensión pesaban más que un buque de guerra en aquel momento, apoyado sobre los hombros de un destacamento marine al completo. El dragón no estaba precisamente de buen humor, pues conocía de la fama de Roberts y no le gustaba un pelo. Había conocido piratas que simplemente perseguían cierta libertad. Si bien no apoyaba sus métodos, era algo que podía entender y respetar. Sin embargo, Roberts era distinto. Despiadado y sin moral, pisando los huesos que deja allá donde pisa. Sin embargo, si en su interior quedase algún ápice de duda respecto a si dejar vivo al hombre que perseguían, se desvaneció en cuanto vio la escena de bienvenida montada por los piratas.
Cadáveres desprovistos de su dignidad, colgados del cuello y con mensajes grabados a hierro en el torso. El sargento apretó el puño, con furia. Pudo escuchar a alguien vomitando entre los reclutas. Menuda primera misión, aquello debió causar una impresión importante. El teniente ordenó que se continuase la marcha.
—Cuando hayamos terminado-dijo Zuko-, quiero volver aquí. Al menos enterrarlos.
El teniente asintió, en silencio. Siguieron caminando, atentos a su alrededor. Zuko rastreó los alrededores con su haki, buscando predecir cualquier hostilidad. Salieron por fin del bosque, entrando en un pequeño pueblo… o lo que quedaba de él. Casas derrumbadas e incluso restos de un incendio. Las pocas casas que quedaban en pie parecían guardar en su interior las auras de los pueblerinos, asustados. El teniente y el sargento pararon en seco, levantando la mano para que se detuvieran también los reclutas.
—¿Sargento?
—Inocentes escondidos en las casas, puedo sentir su miedo. Hay varias auras esparcidas por el pueblo con sentimientos más… hostiles. Saben que estamos aquí.
—¿Alguna que pueda ser Roberts?
—No lo sé, no noto ninguna particularmente especial -se dio la vuelta, mirando a los reclutas-. Creo que los superamos en números. Mientras algunos combaten otros pueden sacar a los civiles y llevarlos a un lugar seguro.
El teniente asintió y empezó a dar órdenes, mandando a unos cuantos reclutas el ir hacia las casas con civiles. Zuko debía ayudar en ello también y después, con los reclutas, unirse a la batalla. El teniente se encargaría de Roberts y…Zuko movió la mano a toda velocidad, justo delante del teniente. Estaba recubierta de haki, totalmente negra. Abrió la mano y de su interior cayó una bala humeante.
—Ya atacan.
Y empezaron a salir de sus escondites, gritando y corriendo hacia los marines.
Cadáveres desprovistos de su dignidad, colgados del cuello y con mensajes grabados a hierro en el torso. El sargento apretó el puño, con furia. Pudo escuchar a alguien vomitando entre los reclutas. Menuda primera misión, aquello debió causar una impresión importante. El teniente ordenó que se continuase la marcha.
—Cuando hayamos terminado-dijo Zuko-, quiero volver aquí. Al menos enterrarlos.
El teniente asintió, en silencio. Siguieron caminando, atentos a su alrededor. Zuko rastreó los alrededores con su haki, buscando predecir cualquier hostilidad. Salieron por fin del bosque, entrando en un pequeño pueblo… o lo que quedaba de él. Casas derrumbadas e incluso restos de un incendio. Las pocas casas que quedaban en pie parecían guardar en su interior las auras de los pueblerinos, asustados. El teniente y el sargento pararon en seco, levantando la mano para que se detuvieran también los reclutas.
—¿Sargento?
—Inocentes escondidos en las casas, puedo sentir su miedo. Hay varias auras esparcidas por el pueblo con sentimientos más… hostiles. Saben que estamos aquí.
—¿Alguna que pueda ser Roberts?
—No lo sé, no noto ninguna particularmente especial -se dio la vuelta, mirando a los reclutas-. Creo que los superamos en números. Mientras algunos combaten otros pueden sacar a los civiles y llevarlos a un lugar seguro.
El teniente asintió y empezó a dar órdenes, mandando a unos cuantos reclutas el ir hacia las casas con civiles. Zuko debía ayudar en ello también y después, con los reclutas, unirse a la batalla. El teniente se encargaría de Roberts y…Zuko movió la mano a toda velocidad, justo delante del teniente. Estaba recubierta de haki, totalmente negra. Abrió la mano y de su interior cayó una bala humeante.
—Ya atacan.
Y empezaron a salir de sus escondites, gritando y corriendo hacia los marines.
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No tardaron demasiado en llegar hasta el pueblo tras encontrarse con la bienvenida que les había preparado Roberts. Sin embargo, si bien parecía que les estarían esperando armados hasta los dientes, lo cierto es que su llegada fue de lo más tranquila y silenciosa. No hubo disparos disuasorios, ni una jauría de piratas aguardando su llegada en la calle principal. Absolutamente nada. Por el contrario, muchas de las casas se encontraban derrumbadas o reducidas a ceniza hasta los cimientos, a excepción de unas pocas que aún se mantenían en pie, distribuidas con la arbitrariedad de la que solo goza el fuego. Kayn supuso que aquello era una represalia que los lugareños habían recibido como castigo y ejemplo ante el chivatazo a la Marina. A saber cuántas vidas se habían perdido antes de que echasen el ancla allí.
El destacamento marine se había detenido, y tanto el teniente como el sargento, oficiales al mando de aquella operación, mantenían una conversación entre ellos que el moreno no alcanzaba a oír. Seguramente estuvieran decidiendo como proceder, así que no le dio más importancia de la debida. Centró su atención en los alrededores, tratando de divisar a alguno de los criminales sin demasiado éxito. Si se encontraban allí, sabían cómo esconderse.
— Bien, va siendo hora de mover el culo, señoritas. Quiero un grupo de voluntarios que se encargue de evacuar a los civiles que aún se encuentren refugiados en sus hogares. Con unos quince debería ser suficiente. El resto, preparad vuestras armas y mantened la guardia alta. Mantendremos a esos perros alej...
El sonido de un disparo se extendió a lo largo del asentamiento como un eco frío. Todos y cada uno de los reclutas se pusieron en tensión, incluido Kayn, preparándose para el inminente ataque. Sus ojos de zafiro se clavaron en el sargento Kasai, cuya mano se había recubierto de un negro metálico de origen desconocido. Desde esta, la bala que buscaba arrebatarle la vida al teniente cayó al suelo, antes de que los hombres de Roberts comenzaran a salir de sus escondites, cargando desde distintas direcciones contra el grupo marine.
— ¿A qué estáis esperando? -espetó el teniente, con una calma incomprensible tras lo que acababa de ocurrir- ¡En marcha!
Los reclutas desenvainaron sables, prepararon los rifles y se dispusieron a responder a la ofensiva. Mientras tanto, una pequeña parte de estos aprovechó el momento para dirigirse hacia los edificios con intención de desalojar a todo civil que pudieran encontrarse. El moreno, dispuesto a echar una mano, no dudó ni por un instante en seguir al segundo grupo, aunque uno de los reclutas que lo habían acompañado en el viaje lo detuvo con la mano.
— Kayn -comenzó, negando con la cabeza-. Sé que quieres ayudar, pero dudo que puedas servirnos de mucho con esta gente. No te ofendas, pero están asustados y no creo que tu aspecto nos sea de mucha utilidad. Ellos no saben cómo eres -se escucharon unos cuantos disparos, y un proyectil impactó en el suelo no muy lejos de donde se encontraban. Algo más alterado, el recluta aceleró sus formas-. Apoya al teniente y mantén a los piratas alejados. Nosotros nos ocuparemos de que no sufran daño alguno.
Le habría gustado replicar, aunque no mostró intención de hacerlo. En principio porque no podía hacerlo, pero por un motivo mucho más importante: tenía razón. Él era consciente de lo desagradable que era su apariencia en primera instancia, y si encima se encontraban alterados tan solo empeoraría las cosas. Asintió con decisión como toda respuesta, ante lo que el recluta sonrió levemente y salió corriendo junto a los demás. El azabache observó entonces el campo de batalla que acababa de surgir, y trató de visualizar qué sectores necesitaban de una mayor ayuda. Sin perder más tiempo, se lanzó a la carrera, abriéndose paso entre marines y piratas, antes de embestir con todo el peso de su cuerpo a uno de los criminales, el cual había logrado evadir las líneas de defensar y flanquear al destacamento.
El choque tuvo la fuerza suficiente como para tirarle al suelo y hacerle rodar un par de metros antes de que volviera a alzarse, dándole tiempo suficiente a Kayn como para ponerse en guardia. Sentía su corazón latir a mil por hora, así como su cuerpo vibrando a causa de la adrenalina. Había pasado mucho tiempo desde la última vez.
— Ugh... Gusano -masculló el pirata, sonriendo con vehemencia y sacudiéndose un poco la ropa-. ¿Pero de qué clase de circo te ha sacado la Marina? ¿Aceptan atracciones entre sus filas? Vas a lamentar lo que has hecho.
El hombre cargó de frente y el recluta aguardó a que estuviera más cerca. Iba armado con un hacha de mano, por lo que tendría que andarse con ojo. El brazo del contrario se alzó junto al arma, y este descargó un ataque directo al hombro del moreno, que le sacaba cerca de una cabeza. Flexionó las piernas antes de dar un rápido paso hacia el lado en el que el pirata empuñaba el instrumento, justo antes de tomarle del antebrazo, pasarlo por encima de su hombro, girar sobre sí mismo y aprovechar su propio impulso para hacer que pasase por encima y cayera de espaldas sobre el suelo. Pudo escucharle toser de forma seca, como si hubiera perdido el aliento durante un instante. Había sido bastante básico, pero el adiestramiento en la academia, después de todo, resultaba bastante eficaz contra ratas sin formación de combate alguna.
— S-serás... -Gimoteó el harapiento hombre mientras se erguía.
Kayn echó el brazo hacia atrás y descargó un gancho con su diestra en la mandíbula del pirata, derribándole al momento. Escuchó gritos a su espalda: un par de criminales que se aproximaban desde la misma dirección que al que acababa de tumbar. Se giró con intención de recibir la carga, pero esta nunca llegó. Un par de disparos sonaron tras él, justo antes de que la pareja cayera al suelo, herida. Tres reclutas se habían unido al flanco junto a él. Tras recibir una leve palmada en el hombro por parte de uno que le hizo sonreír levemente, los cuatro se lanzaron al frente para despejar aquella zona.
El destacamento marine se había detenido, y tanto el teniente como el sargento, oficiales al mando de aquella operación, mantenían una conversación entre ellos que el moreno no alcanzaba a oír. Seguramente estuvieran decidiendo como proceder, así que no le dio más importancia de la debida. Centró su atención en los alrededores, tratando de divisar a alguno de los criminales sin demasiado éxito. Si se encontraban allí, sabían cómo esconderse.
— Bien, va siendo hora de mover el culo, señoritas. Quiero un grupo de voluntarios que se encargue de evacuar a los civiles que aún se encuentren refugiados en sus hogares. Con unos quince debería ser suficiente. El resto, preparad vuestras armas y mantened la guardia alta. Mantendremos a esos perros alej...
El sonido de un disparo se extendió a lo largo del asentamiento como un eco frío. Todos y cada uno de los reclutas se pusieron en tensión, incluido Kayn, preparándose para el inminente ataque. Sus ojos de zafiro se clavaron en el sargento Kasai, cuya mano se había recubierto de un negro metálico de origen desconocido. Desde esta, la bala que buscaba arrebatarle la vida al teniente cayó al suelo, antes de que los hombres de Roberts comenzaran a salir de sus escondites, cargando desde distintas direcciones contra el grupo marine.
— ¿A qué estáis esperando? -espetó el teniente, con una calma incomprensible tras lo que acababa de ocurrir- ¡En marcha!
Los reclutas desenvainaron sables, prepararon los rifles y se dispusieron a responder a la ofensiva. Mientras tanto, una pequeña parte de estos aprovechó el momento para dirigirse hacia los edificios con intención de desalojar a todo civil que pudieran encontrarse. El moreno, dispuesto a echar una mano, no dudó ni por un instante en seguir al segundo grupo, aunque uno de los reclutas que lo habían acompañado en el viaje lo detuvo con la mano.
— Kayn -comenzó, negando con la cabeza-. Sé que quieres ayudar, pero dudo que puedas servirnos de mucho con esta gente. No te ofendas, pero están asustados y no creo que tu aspecto nos sea de mucha utilidad. Ellos no saben cómo eres -se escucharon unos cuantos disparos, y un proyectil impactó en el suelo no muy lejos de donde se encontraban. Algo más alterado, el recluta aceleró sus formas-. Apoya al teniente y mantén a los piratas alejados. Nosotros nos ocuparemos de que no sufran daño alguno.
Le habría gustado replicar, aunque no mostró intención de hacerlo. En principio porque no podía hacerlo, pero por un motivo mucho más importante: tenía razón. Él era consciente de lo desagradable que era su apariencia en primera instancia, y si encima se encontraban alterados tan solo empeoraría las cosas. Asintió con decisión como toda respuesta, ante lo que el recluta sonrió levemente y salió corriendo junto a los demás. El azabache observó entonces el campo de batalla que acababa de surgir, y trató de visualizar qué sectores necesitaban de una mayor ayuda. Sin perder más tiempo, se lanzó a la carrera, abriéndose paso entre marines y piratas, antes de embestir con todo el peso de su cuerpo a uno de los criminales, el cual había logrado evadir las líneas de defensar y flanquear al destacamento.
El choque tuvo la fuerza suficiente como para tirarle al suelo y hacerle rodar un par de metros antes de que volviera a alzarse, dándole tiempo suficiente a Kayn como para ponerse en guardia. Sentía su corazón latir a mil por hora, así como su cuerpo vibrando a causa de la adrenalina. Había pasado mucho tiempo desde la última vez.
— Ugh... Gusano -masculló el pirata, sonriendo con vehemencia y sacudiéndose un poco la ropa-. ¿Pero de qué clase de circo te ha sacado la Marina? ¿Aceptan atracciones entre sus filas? Vas a lamentar lo que has hecho.
El hombre cargó de frente y el recluta aguardó a que estuviera más cerca. Iba armado con un hacha de mano, por lo que tendría que andarse con ojo. El brazo del contrario se alzó junto al arma, y este descargó un ataque directo al hombro del moreno, que le sacaba cerca de una cabeza. Flexionó las piernas antes de dar un rápido paso hacia el lado en el que el pirata empuñaba el instrumento, justo antes de tomarle del antebrazo, pasarlo por encima de su hombro, girar sobre sí mismo y aprovechar su propio impulso para hacer que pasase por encima y cayera de espaldas sobre el suelo. Pudo escucharle toser de forma seca, como si hubiera perdido el aliento durante un instante. Había sido bastante básico, pero el adiestramiento en la academia, después de todo, resultaba bastante eficaz contra ratas sin formación de combate alguna.
— S-serás... -Gimoteó el harapiento hombre mientras se erguía.
Kayn echó el brazo hacia atrás y descargó un gancho con su diestra en la mandíbula del pirata, derribándole al momento. Escuchó gritos a su espalda: un par de criminales que se aproximaban desde la misma dirección que al que acababa de tumbar. Se giró con intención de recibir la carga, pero esta nunca llegó. Un par de disparos sonaron tras él, justo antes de que la pareja cayera al suelo, herida. Tres reclutas se habían unido al flanco junto a él. Tras recibir una leve palmada en el hombro por parte de uno que le hizo sonreír levemente, los cuatro se lanzaron al frente para despejar aquella zona.
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—¡Sargento! -gritó el teniente cuando el dragón se dispuso a moverse, deteniéndelo-. Ayude a la evacuación de civiles.
Asintió en silencio y, haciendo gala de su velocidad, desapareció del sitio, levantando el polvo bajo sus pies. Se dirigió a toda prisa a una de las casas donde sentía presencias en su interior. Veía varios piratas acercándose a la puerta, dispuestos a enfadar más aún a los marines que habían llegado, matando a sus «rehenes». Sin embargo, Zuko llegó antes que ellos, ahuyentándolos del lugar con un único Rankyaku que los dejó fuera de combate. Cogió el pomo de la puerta y tiró, arrancándola con su fuerza. Estaba enfadado con los piratas, por lo que habían hecho, y no podía controlar su poder.
—¡La marina ha llegado! -dijo el sargento, mirando hacia el grupo de civiles que, asustados, se amontonaban en una esquina-. ¡Salid corriendo y seréis escoltados!
Con miedo, se levantaron y corrieron hacia fuera, donde los esperaban tres marines que, a gritos, empezó a alejarlos del lugar. Zuko salió de la casa de nuevo, observando el panorama. Los piratas empezaban a chocar con los marines en una batalla que, sin duda, sería sangrienta. Al menos para estándares del North Blue. Pudo ver a lo lejos como el inconfundible recluta marcado por quemaduras que había visto en el barco, se zafaba de un pirata con habilidad. Después recordaría preguntar por su nombre para ver su desarrollo de cerca, sin embargo en aquel momento no había tiempo.
Algo golpeó su cabeza y el sonido de metal rompiéndose y cayendo al suelo entró por sus oídos. Se giró para ver a uno de los piratas con una espada rota en la mano, mirándola con estupefacción y, después, mirando al sargento con miedo. Zuko ni se movió, devolviéndole una mirada de ira y rabia que, tras haber resistido como si nada a un espadazo en la cabeza y además roto la espada, debió ser intimidante, pues tiró lo que quedaba de espada al suelo y se fue corriendo mientras gritaba algo que el dragón no pudo entender. Sintió ganas de ir tras él para entregarlo luego a la justicia, pero tenía órdenes que obedecer. Evacuar a los civiles.
Asintió en silencio y, haciendo gala de su velocidad, desapareció del sitio, levantando el polvo bajo sus pies. Se dirigió a toda prisa a una de las casas donde sentía presencias en su interior. Veía varios piratas acercándose a la puerta, dispuestos a enfadar más aún a los marines que habían llegado, matando a sus «rehenes». Sin embargo, Zuko llegó antes que ellos, ahuyentándolos del lugar con un único Rankyaku que los dejó fuera de combate. Cogió el pomo de la puerta y tiró, arrancándola con su fuerza. Estaba enfadado con los piratas, por lo que habían hecho, y no podía controlar su poder.
—¡La marina ha llegado! -dijo el sargento, mirando hacia el grupo de civiles que, asustados, se amontonaban en una esquina-. ¡Salid corriendo y seréis escoltados!
Con miedo, se levantaron y corrieron hacia fuera, donde los esperaban tres marines que, a gritos, empezó a alejarlos del lugar. Zuko salió de la casa de nuevo, observando el panorama. Los piratas empezaban a chocar con los marines en una batalla que, sin duda, sería sangrienta. Al menos para estándares del North Blue. Pudo ver a lo lejos como el inconfundible recluta marcado por quemaduras que había visto en el barco, se zafaba de un pirata con habilidad. Después recordaría preguntar por su nombre para ver su desarrollo de cerca, sin embargo en aquel momento no había tiempo.
Algo golpeó su cabeza y el sonido de metal rompiéndose y cayendo al suelo entró por sus oídos. Se giró para ver a uno de los piratas con una espada rota en la mano, mirándola con estupefacción y, después, mirando al sargento con miedo. Zuko ni se movió, devolviéndole una mirada de ira y rabia que, tras haber resistido como si nada a un espadazo en la cabeza y además roto la espada, debió ser intimidante, pues tiró lo que quedaba de espada al suelo y se fue corriendo mientras gritaba algo que el dragón no pudo entender. Sintió ganas de ir tras él para entregarlo luego a la justicia, pero tenía órdenes que obedecer. Evacuar a los civiles.
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El guardamanos de un sable golpeó su pómulo izquierdo, haciéndole perder el equilibrio por un momento, lo que tuvo como consecuencia que acabase chocándose contra la pared chamuscada de una de las casas derruidas, casi tirando lo poco que quedaba de la misma. Centró su atención en su agresor, reaccionando rápidamente ante su acometida e inclinándose sobre sus rodillas antes de que el acero atravesase su pecho, logrando que el arma se clavase en la deteriorada madera, poco más arriba de su cabeza. Kayn gruñó mientras cerraba los puños, justo antes de comenzar a golpear el abdomen del pirata repetidamente. Su espada se había quedado clavada, lo que facilitó que la soltase una vez comenzó a recibir sus puñetazos. Tras lograr que media docena alcanzasen su objetivo, el recluta tomó por la camisa a su oponente y dio un giro de ciento ochenta grados, lanzándolo contra la pared, logrando que la atravesase y que los pocos restos que quedaban en pie de la misma se cernieran sobre él.
«Eso ha estado cerca», se dijo a sí mismo mientras se limpiaba un fino hilo de sangre que emergía de la comisura de sus labios con el dorso de la mano. La batalla se había recrudecido desde hacía unos pocos minutos. Si bien seguían superando en número a los piratas de Roberts, haber designado a un grupo de marines al rescate de los civiles hizo que la diferencia de efectivos no fuera tan notoria. Su ventaja, de hecho, se hizo prácticamente inexistente desde el momento en que se vieron rodeados por los bucaneros, cuya dispersión y poca organización fue más que suficiente como para que el destacamento se viera obligado a desperdigarse en pequeños grupos. Ambos bandos habían sufrido ya las primeras bajas, y los que se mantenían en pie combatían sin descanso contra sus oponentes.
El moreno echó un vistazo a su alrededor. De los cuatro hombres que eran en un principio desde ese flanco tan solo quedaban dos. En el caos de la batalla una bala perdida o un tajo inadvertido eran más que suficientes como para dejar fuera de combate a un soldado. Los dos reclutas que ahora se encontraban tendidos en el suelo habían sufrido graves heridas e, incapaces de continuar con la pelea, dejaron a sus compañeros en una situación peliaguda. Su avance se había detenido en ese sector y ahora todos sus esfuerzos se encontraban centrados en mantener alejados a los enemigos de sus camaradas heridos. Sin embargo, los piratas no dejaban de llegar uno tras otro. Si la situación se extendía demasiado serían incapaces de llevarles junto al resto.
— ¡Blackthorn! -gritó Daneer, el recluta que aún seguía en pie, justo después de recorrer el torso de uno de los lobos de mar con su espada- Hay que abrirse paso hasta el grupo principal. Probablemente se encuentren ya en la plaza del pueblo. Si intentamos dar un rodeo, es posible que sea demasiado tarde... Sé que es arriesgado, pero debemos acortar el camino -se encaminó hasta donde reposaban sus compañeros, jadeando aún por el intenso encuentro-. ¿Crees que podrías cargar con los dos?
Kayn no se tomó siquiera tres segundos en contestar. Asintió con decisión, colocándose al lado del marine, manteniendo su mirada sobre ambos soldados.
— Bien. Tienes más fuerza que yo, debería serte más fácil a ti que a mí. Yo me encargaré de despejar el camino, tú asegúrate de que no se pierdan por él -bromeó, probablemente intentando transmitir algo de calma, aunque el nerviosismo era más que palpable en su tono.
El moreno se inclinó. Era notablemente más alto que buena parte del destacamento que había acudido a Galuna. De hecho, quizá el único hombre que le superase en altura entre los marines fuera el sargento Kasai. Si bien no podría avanzar demasiado rápido, no debería ser muy complicado cargar con ambos hombres hasta la plaza. Tan solo debía depositar su confianza en Daneer, quien se la había ganado tras la escaramuza. Ayudó al que se encontraba en un estado menos grave a levantarse, permitiéndole apoyarse en él y pasando su brazo por encima de los hombros para que pudiera seguirle. Al otro lo cargó sobre su hombro. Pesaba y le costaba mantener el equilibrio, pero debía esforzarse. Tras mirar a Daneer durante un instante y asentir, indicándole que se encontraba preparado, los marines comenzaron a avanzar entre los escombros y las casas, atravesando las estrechas callejuelas que se extendían a un lado y a otro. De fondo, el ruido de los disparos, del acero chocando contra el acero y de los gritos de dolor era lo único que se escuchaba.
«Eso ha estado cerca», se dijo a sí mismo mientras se limpiaba un fino hilo de sangre que emergía de la comisura de sus labios con el dorso de la mano. La batalla se había recrudecido desde hacía unos pocos minutos. Si bien seguían superando en número a los piratas de Roberts, haber designado a un grupo de marines al rescate de los civiles hizo que la diferencia de efectivos no fuera tan notoria. Su ventaja, de hecho, se hizo prácticamente inexistente desde el momento en que se vieron rodeados por los bucaneros, cuya dispersión y poca organización fue más que suficiente como para que el destacamento se viera obligado a desperdigarse en pequeños grupos. Ambos bandos habían sufrido ya las primeras bajas, y los que se mantenían en pie combatían sin descanso contra sus oponentes.
El moreno echó un vistazo a su alrededor. De los cuatro hombres que eran en un principio desde ese flanco tan solo quedaban dos. En el caos de la batalla una bala perdida o un tajo inadvertido eran más que suficientes como para dejar fuera de combate a un soldado. Los dos reclutas que ahora se encontraban tendidos en el suelo habían sufrido graves heridas e, incapaces de continuar con la pelea, dejaron a sus compañeros en una situación peliaguda. Su avance se había detenido en ese sector y ahora todos sus esfuerzos se encontraban centrados en mantener alejados a los enemigos de sus camaradas heridos. Sin embargo, los piratas no dejaban de llegar uno tras otro. Si la situación se extendía demasiado serían incapaces de llevarles junto al resto.
— ¡Blackthorn! -gritó Daneer, el recluta que aún seguía en pie, justo después de recorrer el torso de uno de los lobos de mar con su espada- Hay que abrirse paso hasta el grupo principal. Probablemente se encuentren ya en la plaza del pueblo. Si intentamos dar un rodeo, es posible que sea demasiado tarde... Sé que es arriesgado, pero debemos acortar el camino -se encaminó hasta donde reposaban sus compañeros, jadeando aún por el intenso encuentro-. ¿Crees que podrías cargar con los dos?
Kayn no se tomó siquiera tres segundos en contestar. Asintió con decisión, colocándose al lado del marine, manteniendo su mirada sobre ambos soldados.
— Bien. Tienes más fuerza que yo, debería serte más fácil a ti que a mí. Yo me encargaré de despejar el camino, tú asegúrate de que no se pierdan por él -bromeó, probablemente intentando transmitir algo de calma, aunque el nerviosismo era más que palpable en su tono.
El moreno se inclinó. Era notablemente más alto que buena parte del destacamento que había acudido a Galuna. De hecho, quizá el único hombre que le superase en altura entre los marines fuera el sargento Kasai. Si bien no podría avanzar demasiado rápido, no debería ser muy complicado cargar con ambos hombres hasta la plaza. Tan solo debía depositar su confianza en Daneer, quien se la había ganado tras la escaramuza. Ayudó al que se encontraba en un estado menos grave a levantarse, permitiéndole apoyarse en él y pasando su brazo por encima de los hombros para que pudiera seguirle. Al otro lo cargó sobre su hombro. Pesaba y le costaba mantener el equilibrio, pero debía esforzarse. Tras mirar a Daneer durante un instante y asentir, indicándole que se encontraba preparado, los marines comenzaron a avanzar entre los escombros y las casas, atravesando las estrechas callejuelas que se extendían a un lado y a otro. De fondo, el ruido de los disparos, del acero chocando contra el acero y de los gritos de dolor era lo único que se escuchaba.
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El dragón siguió haciendo lo propio, entrando en las casas y sacando a la gente, parando a los piratas que los tomaban como objetivo en vez de ir a por los reclutas. El sargento no podía permitir que cayesen más inocentes tras aquellos que fueron utilizados como bienvenida, y parecía que todo iba bien. La fuerza del dragón era muy útil, pues más de una puerta estaba atrancada y debía ser abierta por las malas. Sin embargo, había un pensamiento en la cabeza de Zuko que era incapaz de no tener.
¿Dónde está Roberts? Ninguno de los piratas parecía tener una posición de poder o dar órdenes. Era como si hubiesen sido mandados previamente y fuesen un poco a su rollo, improvisando, mientras que el que mueve las piezas se mantenía apartado de todo. Además de todo lo que había hecho, aquel pirata era un cobarde que se escondía detrás de sus hombres. Sabía que muchos piratas tenían a su tripulación como una familia y el capitán siempre iba el primero, protegiéndolos. Aquel hombre ni siquiera tenía el honor de ser llamado capitán, manteniéndose alejado mientras permitía que sus hombres muriesen. Conforme pasaba el tiempo, el enfado del sargento por el pirata tan solo empeoraba.
Durante una de sus carreras de un lado a otro del lugar para buscar civiles, dio una patada en la cabeza a un pirata que parecía acercarse con sigilo por detrás a uno de los reclutas distraído, buscando dar un ataque mortal por la espalda, evitándolo el dragón con la patada. A lo lejos vio como tres piratas se acercaban con rifles a un grupo de civiles asustados. El dragón apretó los dientes y, utilizando el soru, se puso entre los civiles y los piratas. Sin dar tiempo a la reacción de los piratas, golpeó a uno de ellos en la cara y pateaba a otro en el estómago. El tercero levantó su rifle dispuesto a disparar, pero el dragón fue más rápido. Cogió el arma y la dobló hacia arriba, inutilizándola, para después dar un cabezazo al pirata, dejándolo fuera de combate. Dio señales a los civiles para que se unieran al resto del equipo de evacuación.
«¿Dónde estás, Roberts?»
¿Dónde está Roberts? Ninguno de los piratas parecía tener una posición de poder o dar órdenes. Era como si hubiesen sido mandados previamente y fuesen un poco a su rollo, improvisando, mientras que el que mueve las piezas se mantenía apartado de todo. Además de todo lo que había hecho, aquel pirata era un cobarde que se escondía detrás de sus hombres. Sabía que muchos piratas tenían a su tripulación como una familia y el capitán siempre iba el primero, protegiéndolos. Aquel hombre ni siquiera tenía el honor de ser llamado capitán, manteniéndose alejado mientras permitía que sus hombres muriesen. Conforme pasaba el tiempo, el enfado del sargento por el pirata tan solo empeoraba.
Durante una de sus carreras de un lado a otro del lugar para buscar civiles, dio una patada en la cabeza a un pirata que parecía acercarse con sigilo por detrás a uno de los reclutas distraído, buscando dar un ataque mortal por la espalda, evitándolo el dragón con la patada. A lo lejos vio como tres piratas se acercaban con rifles a un grupo de civiles asustados. El dragón apretó los dientes y, utilizando el soru, se puso entre los civiles y los piratas. Sin dar tiempo a la reacción de los piratas, golpeó a uno de ellos en la cara y pateaba a otro en el estómago. El tercero levantó su rifle dispuesto a disparar, pero el dragón fue más rápido. Cogió el arma y la dobló hacia arriba, inutilizándola, para después dar un cabezazo al pirata, dejándolo fuera de combate. Dio señales a los civiles para que se unieran al resto del equipo de evacuación.
«¿Dónde estás, Roberts?»
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El acero de Daneer rasgó las ropas y la carne de otro pirata más que, con un quejido, cayó al suelo sujetándose el muslo. Empleando la parte roma de la hoja, el marine golpeó en la cabeza a la sabandija, dejándola inconsciente. Los ojos ocre del chico se cruzaron con los de su silencioso compañero, que se encontraba analizando su estado con gesto preocupado. La desventaja que sufrían al tener que ocuparse uno de ellos de transportar a los heridos era notoria, visible en las múltiples heridas que ahora adornaban el cuerpo del recluta. Kayn no podía hacer más que avanzar y cumplir su cometido mientras el contrario lo daba todo para abrirles paso. "Respeto", sería la mejor palabra para definir lo que el moreno sentía en aquellos momentos. Para ser apenas el rango más bajo del cuerpo, el muchacho de cabellos grisáceos mostraba aptitudes más que impresionantes para el combate. Probablemente llegase lejos... Siempre y cuando salieran con vida de aquel infierno.
— Uf... Uf... -Jadeaba el albino, tomándose un momento para recuperar el aliento- ¿Vas bien, Kayn? -Resultaba un tanto irónico que fuera él quien lo preguntase cuando era quien estaba cargando con todo el peso del combate. El alto asintió, sonriendo con intención de despejar cualquier tipo de preocupación de la mente del contrario-. Bien... Ya casi estamos en la plaza. Creo que incluso estoy escuchando al teniente insultando a alguien -bromeó, secándose el sudor de la frente con el dorso de la mano-. Vamos, un último esfuerzo.
«Deberías preocuparte más por ti mismo», pensó el moreno, examinando con cierta preocupación a su compañero. Se tomó un breve instante para acomodar mejor al recluta que reposaba sobre su hombro y miró al que le usaba de apoyo, indicándole que debían continuar, ante lo que este asintió débilmente.
Lo cierto era que su avance estaba siendo exageradamente lento, lo que había tenido como resultado que se hubieran encontrado con más piratas de los que pudieran haberse esperado. Seguramente hubieran acudido atraídos por el ruido del combate. No se esperarían que un pequeño grupo de marines se estuviera desplazando por zonas tan estrechas, aunque en parte esto había jugado a su favor: no podían rodearles ni flanquearles, por lo que todos los enfrentamientos contra Daneer habían sido frontales, fáciles de responder. Por suerte, no sufrieron ningún encuentro desagradable más, aunque dejaron un buen número de callejuelas llenas de piratas que se encontraban fuera de combate. Cuando al fin lograron salir de los capilares del pueblo, a punto estuvieron de recibir fuego amigo por parte de los marines que se encontraban atrincherados en la plaza.
— ¡Son marines! -Gritó uno, bajando el arma y abriendo mucho los ojos- ¡Traed un médico! -Prosiguió, justo cuando Kayn salía de la oscuridad del mismo con los reclutas heridos.
Un par de soldados cargados con equipo médico se apresuraron a acercarse hasta ellos para lidiar con ellos, siendo ayudados por el moreno y el peligrís a la hora de transportarlos. Cuando le ofrecieron tratar sus heridas este último se negó. "No estoy tan mal, priorizad al resto", había sido su respuesta. No hubo réplica alguna, claro. La situación no lo permitía.
— ¿Dónde está el te...? -Comenzó Daneer, aunque no precisó de terminar la frase al escuchar improperios al otro lado de la plaza.
Barristan se encontraba dando órdenes a diestro y siniestro, organizando a los inexpertos reclutas con ayuda de unos pocos cabos que no lo hacían mucho mejor, pero que al menos mantenían mejor la calma. La situación allí era bastante peor de lo que se habían imaginado. El lugar se había convertido en una especie de puesto avanzado donde los marines se dividían en numerosos grupos para cubrir todas y cada una de las calles que conectaban con esa zona, que no eran pocas. Aprovechando los escombros pudieron levantar barricadas que facilitaban la defensa de las mismas y, de vez en cuando, iban llegando pequeños grupos de civiles escoltados por los reclutas destinados al rescate de los mismos. Su situación no cambiaba demasiado, pero al menos allí contarían con un destacamento entre ellos y los bucaneros. Mientras no pudieran garantizar un paso seguro hacia la costa, aquella era la mejor opción.
— ¡Señor! ¡Vienen por la calle principal! -Gritó un soldado antes de abrir fuego y alzar la voz aún más, esta vez con cierta histeria- ¡Llevan un...!
La barricada se convirtió en un montón de astillas, las cuales perforaron la piel de los reclutas cuyos cuerpos aún se mantenían enteros tras la explosión. Hubo varias amputaciones y un buen número de bajas. Ninguno de los hombres que se encontraban custodiando la vía se mantenía en pie. El suelo se tiñó con un rojo sangriento. Un numeroso grupo de piratas irrumpió en la plaza, atravesando el humo, y entre gritos y disparos se lanzaron contra los defensores de la Justicia, liderados por uno más corpulento y de aspecto inquietante, el cual portaba un enorme martillo con el que se iba abriendo paso.
— ¡Brahahahaha! ¿Qué clase de enclenques manda la Marina a por nosotros? ¿Nos habéis subestimado? -Inquiría con una arrogancia que rallaba lo temerario- Jamás capturaréis al capitán. ¡Le llevaré vuestros cráneos como tributo! Seguro que me gano un ascenso. ¡Brahahahaha!
Marines y piratas chocaron de forma violenta en un intercambio de pólvora, acero y sangre, haciendo que la relativa paz que reinaba en la plaza se desvaneciese y diera paso a un torbellino de violencia. Algunos de los soldados indicaron a los civiles que se resguardasen en el edificio central, aquel que debía ser tiempo atrás el ayuntamiento del pueblo... O lo que quedaba de él. Kayn frunció el ceño y apretó los puños, tenso y enfurecido. Conocía a varios entre los que habían sucumbido al cañonazo. Apretando los dientes, echó a correr con un objetivo fijo y, abriéndose paso entre los combatientes de ambos bandos, logró posicionarse frente al cabecilla, que alzó el martillo para descargar un violento golpe sobre el moreno.
— ¡Muere, basura!
A medida que Kayn se movía, una estela se formaba tras él. Flexionó ligeramente las rodillas mientras echaba el brazo derecho hacia atrás, prácticamente pegado al grandullón. Aprovechando el movimiento, se impulsó hacia arriba y descargó un doble puñetazo contra la mandíbula del pirata, aunque su movimiento fue tan rápido que pareció uno solo. El marine rugió, liberando toda la tensión de su cuerpo, al tiempo que sentía cómo el tabique de su oponente cedía y se fragmentaba con un desagradable «crack». Siguió ejerciendo fuerza hacia delante y, finalmente, aún empujando con su puño, hizo que el criminal cayera hacia atrás, generando un ruido seco al desplomarse, que fue seguido de un estruendo metálico en cuanto su arma se posó sobre el suelo. Unos pocos piratas que se encontraban detrás miraron con cierto miedo al recluta, retrocediendo un par de pasos.
A su espalda se escuchó el fervor de los demás reclutas alzarse ante aquella hazaña, e incluso le pareció percibir una risa por parte del teniente.
— ¡Empujad! -Gritó Barristan y, como uno solo, los marines avanzaron.
— Uf... Uf... -Jadeaba el albino, tomándose un momento para recuperar el aliento- ¿Vas bien, Kayn? -Resultaba un tanto irónico que fuera él quien lo preguntase cuando era quien estaba cargando con todo el peso del combate. El alto asintió, sonriendo con intención de despejar cualquier tipo de preocupación de la mente del contrario-. Bien... Ya casi estamos en la plaza. Creo que incluso estoy escuchando al teniente insultando a alguien -bromeó, secándose el sudor de la frente con el dorso de la mano-. Vamos, un último esfuerzo.
«Deberías preocuparte más por ti mismo», pensó el moreno, examinando con cierta preocupación a su compañero. Se tomó un breve instante para acomodar mejor al recluta que reposaba sobre su hombro y miró al que le usaba de apoyo, indicándole que debían continuar, ante lo que este asintió débilmente.
Lo cierto era que su avance estaba siendo exageradamente lento, lo que había tenido como resultado que se hubieran encontrado con más piratas de los que pudieran haberse esperado. Seguramente hubieran acudido atraídos por el ruido del combate. No se esperarían que un pequeño grupo de marines se estuviera desplazando por zonas tan estrechas, aunque en parte esto había jugado a su favor: no podían rodearles ni flanquearles, por lo que todos los enfrentamientos contra Daneer habían sido frontales, fáciles de responder. Por suerte, no sufrieron ningún encuentro desagradable más, aunque dejaron un buen número de callejuelas llenas de piratas que se encontraban fuera de combate. Cuando al fin lograron salir de los capilares del pueblo, a punto estuvieron de recibir fuego amigo por parte de los marines que se encontraban atrincherados en la plaza.
— ¡Son marines! -Gritó uno, bajando el arma y abriendo mucho los ojos- ¡Traed un médico! -Prosiguió, justo cuando Kayn salía de la oscuridad del mismo con los reclutas heridos.
Un par de soldados cargados con equipo médico se apresuraron a acercarse hasta ellos para lidiar con ellos, siendo ayudados por el moreno y el peligrís a la hora de transportarlos. Cuando le ofrecieron tratar sus heridas este último se negó. "No estoy tan mal, priorizad al resto", había sido su respuesta. No hubo réplica alguna, claro. La situación no lo permitía.
— ¿Dónde está el te...? -Comenzó Daneer, aunque no precisó de terminar la frase al escuchar improperios al otro lado de la plaza.
Barristan se encontraba dando órdenes a diestro y siniestro, organizando a los inexpertos reclutas con ayuda de unos pocos cabos que no lo hacían mucho mejor, pero que al menos mantenían mejor la calma. La situación allí era bastante peor de lo que se habían imaginado. El lugar se había convertido en una especie de puesto avanzado donde los marines se dividían en numerosos grupos para cubrir todas y cada una de las calles que conectaban con esa zona, que no eran pocas. Aprovechando los escombros pudieron levantar barricadas que facilitaban la defensa de las mismas y, de vez en cuando, iban llegando pequeños grupos de civiles escoltados por los reclutas destinados al rescate de los mismos. Su situación no cambiaba demasiado, pero al menos allí contarían con un destacamento entre ellos y los bucaneros. Mientras no pudieran garantizar un paso seguro hacia la costa, aquella era la mejor opción.
— ¡Señor! ¡Vienen por la calle principal! -Gritó un soldado antes de abrir fuego y alzar la voz aún más, esta vez con cierta histeria- ¡Llevan un...!
La barricada se convirtió en un montón de astillas, las cuales perforaron la piel de los reclutas cuyos cuerpos aún se mantenían enteros tras la explosión. Hubo varias amputaciones y un buen número de bajas. Ninguno de los hombres que se encontraban custodiando la vía se mantenía en pie. El suelo se tiñó con un rojo sangriento. Un numeroso grupo de piratas irrumpió en la plaza, atravesando el humo, y entre gritos y disparos se lanzaron contra los defensores de la Justicia, liderados por uno más corpulento y de aspecto inquietante, el cual portaba un enorme martillo con el que se iba abriendo paso.
— ¡Brahahahaha! ¿Qué clase de enclenques manda la Marina a por nosotros? ¿Nos habéis subestimado? -Inquiría con una arrogancia que rallaba lo temerario- Jamás capturaréis al capitán. ¡Le llevaré vuestros cráneos como tributo! Seguro que me gano un ascenso. ¡Brahahahaha!
Marines y piratas chocaron de forma violenta en un intercambio de pólvora, acero y sangre, haciendo que la relativa paz que reinaba en la plaza se desvaneciese y diera paso a un torbellino de violencia. Algunos de los soldados indicaron a los civiles que se resguardasen en el edificio central, aquel que debía ser tiempo atrás el ayuntamiento del pueblo... O lo que quedaba de él. Kayn frunció el ceño y apretó los puños, tenso y enfurecido. Conocía a varios entre los que habían sucumbido al cañonazo. Apretando los dientes, echó a correr con un objetivo fijo y, abriéndose paso entre los combatientes de ambos bandos, logró posicionarse frente al cabecilla, que alzó el martillo para descargar un violento golpe sobre el moreno.
— ¡Muere, basura!
«Réplica»
A medida que Kayn se movía, una estela se formaba tras él. Flexionó ligeramente las rodillas mientras echaba el brazo derecho hacia atrás, prácticamente pegado al grandullón. Aprovechando el movimiento, se impulsó hacia arriba y descargó un doble puñetazo contra la mandíbula del pirata, aunque su movimiento fue tan rápido que pareció uno solo. El marine rugió, liberando toda la tensión de su cuerpo, al tiempo que sentía cómo el tabique de su oponente cedía y se fragmentaba con un desagradable «crack». Siguió ejerciendo fuerza hacia delante y, finalmente, aún empujando con su puño, hizo que el criminal cayera hacia atrás, generando un ruido seco al desplomarse, que fue seguido de un estruendo metálico en cuanto su arma se posó sobre el suelo. Unos pocos piratas que se encontraban detrás miraron con cierto miedo al recluta, retrocediendo un par de pasos.
A su espalda se escuchó el fervor de los demás reclutas alzarse ante aquella hazaña, e incluso le pareció percibir una risa por parte del teniente.
— ¡Empujad! -Gritó Barristan y, como uno solo, los marines avanzaron.
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Zuko levantó la viga de madera, casi sin esfuerzo, permitiendo que unos civiles que habían quedado atrapados debajo pudiesen salir. Fueron agarrados enseguida por tres marines, que los cargaron a cuestas debido a que en aquel momento no podían caminar.
—Llevadlos con el resto, que los curen -dijo el sargento, mientras soltaba la guía.
Después de recibir un “¡Sí, señor!” salió de la casa en ruinas y observó cómo se desenvolvía el combate. Ya casi no quedaban civiles por rescatar y parecía que ninguno había sufrido daños. Además, las fuerzas marines parecían llevar la delantera, consiguiendo mantener a raya a los piratas. Zuko apretó los puños, empezando a correr hacia un grupo que parecía estar en desventaja de número.
—¡Agachaos! -los piratas se giraron, confusos, a la par que los marines se tiraban al suelo. Zuko saltó hacia delante, apoyándose en el suelo con las manos-¡RANKYAKU!
Y dio una patada al aire. Una onda cortante salió disparada y se llevó por delante a los piratas, apartándolos de los reclutas en peligro. Zuko volvió a ponerse de pie, mientras veía como los marines que acababa de salvar corrían hacia los piratas, para esposarlos, después de agradecerle el ataque. Cuando vio que todo a su alrededor iba bien, que los civiles de esa zona habían sido salvados, decidió empezar a moverse hacia el puesto de avanzada que había más adelante, dónde debía estar el teniente. Empezó a correr, lo más rápido que pudo, pensando en el odio que le tenía en aquel momento a aquella tripulación pirata. Y en el daño que le iba a hacer a Roberts. Por todos y cada uno de los inocentes caídos en su nombre.
—Llevadlos con el resto, que los curen -dijo el sargento, mientras soltaba la guía.
Después de recibir un “¡Sí, señor!” salió de la casa en ruinas y observó cómo se desenvolvía el combate. Ya casi no quedaban civiles por rescatar y parecía que ninguno había sufrido daños. Además, las fuerzas marines parecían llevar la delantera, consiguiendo mantener a raya a los piratas. Zuko apretó los puños, empezando a correr hacia un grupo que parecía estar en desventaja de número.
—¡Agachaos! -los piratas se giraron, confusos, a la par que los marines se tiraban al suelo. Zuko saltó hacia delante, apoyándose en el suelo con las manos-¡RANKYAKU!
Y dio una patada al aire. Una onda cortante salió disparada y se llevó por delante a los piratas, apartándolos de los reclutas en peligro. Zuko volvió a ponerse de pie, mientras veía como los marines que acababa de salvar corrían hacia los piratas, para esposarlos, después de agradecerle el ataque. Cuando vio que todo a su alrededor iba bien, que los civiles de esa zona habían sido salvados, decidió empezar a moverse hacia el puesto de avanzada que había más adelante, dónde debía estar el teniente. Empezó a correr, lo más rápido que pudo, pensando en el odio que le tenía en aquel momento a aquella tripulación pirata. Y en el daño que le iba a hacer a Roberts. Por todos y cada uno de los inocentes caídos en su nombre.
Kayn Blackthorn
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La espalda de Kayn tocó el suelo en un golpe seco, tanto que su respiración se paró por un instante. Negó con la cabeza, despejando su vista y volviendo a concentrarse en la batalla. En aquella batalla campal era demasiado complicado estar pendiente de todo lo que sucedía alrededor de uno mismo, y es que ese ataque a traición no podría haberlo visto venir de ninguna forma posible. Sentía el pómulo derecho ardiendo, congestionado, así como unas cuantas gotas descender por el mismo. Le habían abierto una herida con aquella barra, aunque era mucho menos grave de lo que pudo haber sido si tenemos en cuenta que, con un poco de mala suerte, quizá se hubiera partido la mandíbula o el cuello con la fuerza del impacto. El moreno apoyó las manos sobre la sucia calzada y se impulsó para volver a ponerse en pie, alzando la guardia y mirando desafiante al pirata que había logrado tumbarle.
— Sí que eres persistente, Parches -comentó con crueldad, mostrando una sonrisa arrogante.
El moreno inspiró profundamente antes de lanzarse a la carga, de frente. Quizá no fuera muy ortodoxo, pero era su forma de combatir: directa, temeraria, sin rodeos. No era lo suficientemente rápido como para intentar flanquear o coger desprevenido a sus rivales, pero contaba con la suficiente agilidad, fuerza y reflejos como para plantarles cara en distancias cortas. De nuevo, se preparó para conectar un puñetazo en el rostro del criminal, dispuesto a devolverle el golpe, ante lo que este respondió aferrando la barra y descargando un nuevo ataque directo a su cabeza. «Te tengo», le dijo el marine en su mente, realizando una metódica finta. Inclinó su cuerpo y dejó que el objeto pasase de largo, rozando su cabello, al tiempo que preparaba su verdadero ataque. Con su siniestra y aprovechando la fisura en la guardia del contrario, dio un pequeño brinco para tomar algo más de altura -si cabe- y descargar toda su fuerza sobre el pirata, logrando que su rostro terminase barriendo el suelo y que sus manos dejasen escapar la improvisada arma.
No sabía cuántos había logrado tumbar en lo que llevaban de día, pero parecían no tener fin. Para tener la ventaja del número parecían no tener fin, aunque aquello no era más que una ilusión. La dispersión que había en la plaza entre los marines lograba ese efecto, aunque parecían ir ganando la batalla. Su mirada recorrió rápidamente el campo de batalla, buscando la brillante calva del teniente entre los combatientes, sin éxito. ¿Dónde se había metido? Juraría haberle visto y escuchado al principio del choque, pero ahora se encontraba en paradero desconocido. «¿Habrá ido a buscar a Roberts?», inquirió mientras regresaba a la Tierra, mentalizándose antes de comenzar a moverse para seguir con la lucha.
— ¡Ayuda! -Resonó, como un eco, por encima de la orquesta que piratas y marines conformaban, captando la atención de Kayn.
Cuando logró localizar el origen de la llamada, todo cuanto vieron sus ojos fue el cuerpo de uno de los cabos alzarse por encima del resto y salir despedido contra uno de los edificios que delimitaban la plaza, atravesando una ventana. Probablemente habría recorrido una distancia cercana a la docena de metros, y el muchacho no tardó en localizar al culpable. Destacaba entre defensores de la ley y bandidos de mar. Se trataba de un hombre enorme, notablemente corpulento aunque con una anatomía equilibrada. Su piel era de tonalidad quemada, sucia, y su cabello y barba, descuidados, negros como la noche. A su espalda portaba una enorme hacha, con una cabeza lo suficientemente grande como para partir a un hombre por la mitad sin mucho esfuerzo, aunque no parecía restarle movilidad. ¿Tanta fuerza tenía? No tardó en reconocerle, y es que era uno de los rostros más famosos entre los hombres de Roberts. Su segundo al mando, Edward "el Yunque" Brooks. El precio por su cabeza rondaba los veinte millones, tan solo diez menos que el capitán, y no era para menos: se trataba de la mano ejecutora de su superior, el muro a superar antes de poder alcanzar al infame pirata del North Blue... Y Barristan no se encontraba allí para ayudarles. «Mierda». Ni siquiera estaba empleando su arma: iba deshaciéndose de los marines uno tras otro con la simple fuerza de sus puños.
Kayn comenzó a abrirse paso entre la multitud de combatientes, viéndose en la necesidad de frenarle. Su ritmo aumentó cuando, entre el grupo de marines que se interponía entre Edward y los civiles, localizó a Daneer. Los cinco reclutas se lanzaron a la vez contra el coloso y, en apenas unos pocos segundos, cuatro de ellos se encontraban fuera de combate, todos excepto el de cabello cano, cuyo cuerpo se tambaleaba. Los pasos del moreno se agilizaron, pero avanzar en esa situación a buen ritmo era complicado. El albino se lanzó de nuevo contra el subcapitán que, con una simple patada, mandó por los aires al recluta, que se estrelló contra el suelo sin fuerzas para volver a ponerse en pie, desarmado, aunque con vida. Dispuesto a rematarle, el pirata avanzó hacia el compañero del recluta que, en un último momento de esperanza, se lanzó contra él, acertando un fuerte puñetazo en el pómulo del grandullón que apenas logró obligarle a girar la cabeza.
— ¿Otro que quiere desperdiciar su vida? -Dijo el del hacha, mirando con indiferencia a Kayn, analizándolo de arriba a abajo- ¿Es que no son todas esas cicatrices suficientes como para hacerte aprender, mocoso?
— B-Blackthorn... -Musitó Daneer débilmente desde el suelo- Vete... Te matará...
El muchacho frunció el ceño y apretó los puños, manteniéndose firme frente al temible lobo de mar. Sentía la mano dolorida tras aquel golpe, pero Edward ni siquiera parecía mínimamente afectado por el ataque. No había que ser demasiado inteligente para darse cuenta de que ese hombre estaba a un nivel completamente diferente al suyo, pero eso no importaba ya. No se trataba de salir con vida, ni de esperar un milagro para alzarse con la victoria. Aquello tan solo iba de él y de lo que podía hacer. De proteger al resto. De ganar tiempo. Era él, en ese mismo instante, sin esperanzas de ganar, pero cumpliendo su deber. Porque, si no se enfrentaba a aquella bestia, ¿quién lo haría?
— Muy bien. Cumpliremos tu deseo de morir, entonces -comentó el pirata con cierta pereza, avanzando con paso calmado hacia el marine.
Kayn tensó cada músculo de su cuerpo, mentalizándose para lo que estaba por venir. Tan solo debía aguantar hasta que el teniente Barristan o el sargento Kasai aparecieran para socorrerles, y cumpliría con ello hasta las últimas consecuencias. Los pies del marine comenzaron a moverse al tiempo que su garganta emitía un rugido, descargando toda tensión acumulada al tiempo que se lanzaba contra el Yunque.
— Sí que eres persistente, Parches -comentó con crueldad, mostrando una sonrisa arrogante.
El moreno inspiró profundamente antes de lanzarse a la carga, de frente. Quizá no fuera muy ortodoxo, pero era su forma de combatir: directa, temeraria, sin rodeos. No era lo suficientemente rápido como para intentar flanquear o coger desprevenido a sus rivales, pero contaba con la suficiente agilidad, fuerza y reflejos como para plantarles cara en distancias cortas. De nuevo, se preparó para conectar un puñetazo en el rostro del criminal, dispuesto a devolverle el golpe, ante lo que este respondió aferrando la barra y descargando un nuevo ataque directo a su cabeza. «Te tengo», le dijo el marine en su mente, realizando una metódica finta. Inclinó su cuerpo y dejó que el objeto pasase de largo, rozando su cabello, al tiempo que preparaba su verdadero ataque. Con su siniestra y aprovechando la fisura en la guardia del contrario, dio un pequeño brinco para tomar algo más de altura -si cabe- y descargar toda su fuerza sobre el pirata, logrando que su rostro terminase barriendo el suelo y que sus manos dejasen escapar la improvisada arma.
No sabía cuántos había logrado tumbar en lo que llevaban de día, pero parecían no tener fin. Para tener la ventaja del número parecían no tener fin, aunque aquello no era más que una ilusión. La dispersión que había en la plaza entre los marines lograba ese efecto, aunque parecían ir ganando la batalla. Su mirada recorrió rápidamente el campo de batalla, buscando la brillante calva del teniente entre los combatientes, sin éxito. ¿Dónde se había metido? Juraría haberle visto y escuchado al principio del choque, pero ahora se encontraba en paradero desconocido. «¿Habrá ido a buscar a Roberts?», inquirió mientras regresaba a la Tierra, mentalizándose antes de comenzar a moverse para seguir con la lucha.
— ¡Ayuda! -Resonó, como un eco, por encima de la orquesta que piratas y marines conformaban, captando la atención de Kayn.
Cuando logró localizar el origen de la llamada, todo cuanto vieron sus ojos fue el cuerpo de uno de los cabos alzarse por encima del resto y salir despedido contra uno de los edificios que delimitaban la plaza, atravesando una ventana. Probablemente habría recorrido una distancia cercana a la docena de metros, y el muchacho no tardó en localizar al culpable. Destacaba entre defensores de la ley y bandidos de mar. Se trataba de un hombre enorme, notablemente corpulento aunque con una anatomía equilibrada. Su piel era de tonalidad quemada, sucia, y su cabello y barba, descuidados, negros como la noche. A su espalda portaba una enorme hacha, con una cabeza lo suficientemente grande como para partir a un hombre por la mitad sin mucho esfuerzo, aunque no parecía restarle movilidad. ¿Tanta fuerza tenía? No tardó en reconocerle, y es que era uno de los rostros más famosos entre los hombres de Roberts. Su segundo al mando, Edward "el Yunque" Brooks. El precio por su cabeza rondaba los veinte millones, tan solo diez menos que el capitán, y no era para menos: se trataba de la mano ejecutora de su superior, el muro a superar antes de poder alcanzar al infame pirata del North Blue... Y Barristan no se encontraba allí para ayudarles. «Mierda». Ni siquiera estaba empleando su arma: iba deshaciéndose de los marines uno tras otro con la simple fuerza de sus puños.
Kayn comenzó a abrirse paso entre la multitud de combatientes, viéndose en la necesidad de frenarle. Su ritmo aumentó cuando, entre el grupo de marines que se interponía entre Edward y los civiles, localizó a Daneer. Los cinco reclutas se lanzaron a la vez contra el coloso y, en apenas unos pocos segundos, cuatro de ellos se encontraban fuera de combate, todos excepto el de cabello cano, cuyo cuerpo se tambaleaba. Los pasos del moreno se agilizaron, pero avanzar en esa situación a buen ritmo era complicado. El albino se lanzó de nuevo contra el subcapitán que, con una simple patada, mandó por los aires al recluta, que se estrelló contra el suelo sin fuerzas para volver a ponerse en pie, desarmado, aunque con vida. Dispuesto a rematarle, el pirata avanzó hacia el compañero del recluta que, en un último momento de esperanza, se lanzó contra él, acertando un fuerte puñetazo en el pómulo del grandullón que apenas logró obligarle a girar la cabeza.
— ¿Otro que quiere desperdiciar su vida? -Dijo el del hacha, mirando con indiferencia a Kayn, analizándolo de arriba a abajo- ¿Es que no son todas esas cicatrices suficientes como para hacerte aprender, mocoso?
— B-Blackthorn... -Musitó Daneer débilmente desde el suelo- Vete... Te matará...
El muchacho frunció el ceño y apretó los puños, manteniéndose firme frente al temible lobo de mar. Sentía la mano dolorida tras aquel golpe, pero Edward ni siquiera parecía mínimamente afectado por el ataque. No había que ser demasiado inteligente para darse cuenta de que ese hombre estaba a un nivel completamente diferente al suyo, pero eso no importaba ya. No se trataba de salir con vida, ni de esperar un milagro para alzarse con la victoria. Aquello tan solo iba de él y de lo que podía hacer. De proteger al resto. De ganar tiempo. Era él, en ese mismo instante, sin esperanzas de ganar, pero cumpliendo su deber. Porque, si no se enfrentaba a aquella bestia, ¿quién lo haría?
— Muy bien. Cumpliremos tu deseo de morir, entonces -comentó el pirata con cierta pereza, avanzando con paso calmado hacia el marine.
Kayn tensó cada músculo de su cuerpo, mentalizándose para lo que estaba por venir. Tan solo debía aguantar hasta que el teniente Barristan o el sargento Kasai aparecieran para socorrerles, y cumpliría con ello hasta las últimas consecuencias. Los pies del marine comenzaron a moverse al tiempo que su garganta emitía un rugido, descargando toda tensión acumulada al tiempo que se lanzaba contra el Yunque.
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Zuko paró en seco durante el camino hacia el puesto de avanzada. Miró a su alrededor, viéndose rodeado de piratas, todos armados. Le habían tendido una emboscada. Chasqueó la lengua mientras oía reírse a uno de ellos, avanzando con un garrote al hombro. Tenía una estúpida sonrisa de arrogancia en el rostro.
—Y por fin, el ratón queda atrapado en la trampa.
—No tengo tiempo para esto. Apártate -le respondió el marine, con seriedad.
—¡Te superamos en número, imbécil! -dijo el pirata que parecía a cargo de la emboscada, después de soltar una sonora carcajada-. Ha llegado tu final.
—No digas que no te avisé… -el pirata simplemente rió de nuevo, mirando a sus compañeros-. Soru.
El marine desapareció de su sitio y apareció de nuevo frente al pirata, dando un fuerte puñetazo propulsado con fuego a su estómago. El criminal escupió sangre mientras que, como si lo hubiera atravesado, una línea de fuego salió por su espalda, provocando una expresión de sorpresa en sus compañeros. El pirata cayó al suelo, inconsciente y herido, mientras el marine volvía a colocarse de pie, mirando al resto. Algunos piratas soltaron sus armas del miedo y dieron un paso atrás.
—No lo volveré a repetir. No tengo tiempo para esto. ¿Vosotros lo tenéis?
Alguno pareció querer dar un paso adelante, pero la respuesta en mayoría fue salir corriendo en dirección opuesta. Los dos valientes que se quedaron no tardaron en verse solos y salir corriendo de nuevo. Zuko apretó los dientes, volviendo a su carrera hacia el puesto de avanzada. Tenía un mal presentimiento. Algo no iba bien en aquel lado de la isla. Y por lo visto tenía razón. Piratas por todas partes atacaban a los marines del lugar. El dragón no notaba la presencia del teniente en ningún lado, lo cual le hizo apretar los puños de rabia. Sin embargo, si bien parecía que los reclutas podían mantener a raya a los piratas, había uno que parecía tenerlo complicado.
El muchacho de las cicatrices se estaba enfrentando al que sería el segundo de abordo de Roberts, siendo superado en casi cualquier aspecto. El dragón apretó los dientes, colocando las piernas en posición para empezar a correr en cualquier momento. Entonces lo vio. El pirata dirigió un hachazo hacia uno de los reclutas, que parecía estar lo suficientemente herido como para esquivarlo. Y el chico de las cicatrices se puso en medio.
«Valiente sacrificio...»
El hacha cayó, dispuesta a destruir todo lo que había a su paso. Sin embargo, nunca llegó a tocar a los reclutas. El pirata abrió los ojos de la sorpresa pues, de golpe, el sargento se encontraba frente a él, parando su gigantesca hacha con una sola mano ennegrecida por su haki armadura. El dragón, sin soltar el hacha, habló:
—Buen trabajo, reclutas. Podéis descansar… ahora me encargo yo.
—¡¡Serás…!!
Zuko apretó la mano. El metal del hacha se rompió en mil pedazos, haciendo que el pirata diese un paso hacia atrás por la sorpresa. El dragón llevó el puño atrás, aún envuelto en haki, e hizo lo mismo que hará pocos minutos en la emboscada. El puño chocó contra la boca del estómago del pirata, haciendo que escupiese sangre, quemándose por el fuego aplicado. Sin embargo, a diferencia del golpe anterior, este fue dado con todas sus fuerzas en aquel momento, sin regularse. El pirata salió disparado hasta caer al suelo, varios metros atrás, y no volvió a levantarse.
El marine se dio la vuelta, buscando hablarle a los reclutas, pero una risa lo detuvo. Era grave y siniestra y pareció haber detenido a todo el puesto, piratas incluidos, aunque estaban siendo derrotados. Fue entonces cuando apareció por fin, el teniente… suspendido en el aire por la cabeza, siendo agarrado por una enorme figura de, muy posiblemente, casi cuatro metros de altura.
—Roberts… -murmuró Zuko, apretando los puños.
—¿Este era el líder de vuestro escuadrón? -tiró al teniente al suelo frente a él.
Zuko corrió y se arrodilló a su lado, buscando cualquier señal de que viviese. Tenía todo el cuerpo magullado y le salía sangre por la boca, aunque aun respiraba. El dragón se giró hacia los reclutas y gritó, como una orden:
—¡Llevaoslo de aquí! Sanadlo como podáis, mientras yo…
—Como que voy a dejaros -lo interrumpió Roberts, dando un paso al frente.
—… Mientras yo me encargo de él -terminó, levantándose mientras dos reclutas se llevaban al teniente de allí. Miró al pirata con rabia, aunque a este le pareció divertido, pues empezó a reírse.
—Está bien, supongo que me divertiré un rato más.
—Y por fin, el ratón queda atrapado en la trampa.
—No tengo tiempo para esto. Apártate -le respondió el marine, con seriedad.
—¡Te superamos en número, imbécil! -dijo el pirata que parecía a cargo de la emboscada, después de soltar una sonora carcajada-. Ha llegado tu final.
—No digas que no te avisé… -el pirata simplemente rió de nuevo, mirando a sus compañeros-. Soru.
El marine desapareció de su sitio y apareció de nuevo frente al pirata, dando un fuerte puñetazo propulsado con fuego a su estómago. El criminal escupió sangre mientras que, como si lo hubiera atravesado, una línea de fuego salió por su espalda, provocando una expresión de sorpresa en sus compañeros. El pirata cayó al suelo, inconsciente y herido, mientras el marine volvía a colocarse de pie, mirando al resto. Algunos piratas soltaron sus armas del miedo y dieron un paso atrás.
—No lo volveré a repetir. No tengo tiempo para esto. ¿Vosotros lo tenéis?
Alguno pareció querer dar un paso adelante, pero la respuesta en mayoría fue salir corriendo en dirección opuesta. Los dos valientes que se quedaron no tardaron en verse solos y salir corriendo de nuevo. Zuko apretó los dientes, volviendo a su carrera hacia el puesto de avanzada. Tenía un mal presentimiento. Algo no iba bien en aquel lado de la isla. Y por lo visto tenía razón. Piratas por todas partes atacaban a los marines del lugar. El dragón no notaba la presencia del teniente en ningún lado, lo cual le hizo apretar los puños de rabia. Sin embargo, si bien parecía que los reclutas podían mantener a raya a los piratas, había uno que parecía tenerlo complicado.
El muchacho de las cicatrices se estaba enfrentando al que sería el segundo de abordo de Roberts, siendo superado en casi cualquier aspecto. El dragón apretó los dientes, colocando las piernas en posición para empezar a correr en cualquier momento. Entonces lo vio. El pirata dirigió un hachazo hacia uno de los reclutas, que parecía estar lo suficientemente herido como para esquivarlo. Y el chico de las cicatrices se puso en medio.
«Valiente sacrificio...»
El hacha cayó, dispuesta a destruir todo lo que había a su paso. Sin embargo, nunca llegó a tocar a los reclutas. El pirata abrió los ojos de la sorpresa pues, de golpe, el sargento se encontraba frente a él, parando su gigantesca hacha con una sola mano ennegrecida por su haki armadura. El dragón, sin soltar el hacha, habló:
—Buen trabajo, reclutas. Podéis descansar… ahora me encargo yo.
—¡¡Serás…!!
Zuko apretó la mano. El metal del hacha se rompió en mil pedazos, haciendo que el pirata diese un paso hacia atrás por la sorpresa. El dragón llevó el puño atrás, aún envuelto en haki, e hizo lo mismo que hará pocos minutos en la emboscada. El puño chocó contra la boca del estómago del pirata, haciendo que escupiese sangre, quemándose por el fuego aplicado. Sin embargo, a diferencia del golpe anterior, este fue dado con todas sus fuerzas en aquel momento, sin regularse. El pirata salió disparado hasta caer al suelo, varios metros atrás, y no volvió a levantarse.
El marine se dio la vuelta, buscando hablarle a los reclutas, pero una risa lo detuvo. Era grave y siniestra y pareció haber detenido a todo el puesto, piratas incluidos, aunque estaban siendo derrotados. Fue entonces cuando apareció por fin, el teniente… suspendido en el aire por la cabeza, siendo agarrado por una enorme figura de, muy posiblemente, casi cuatro metros de altura.
—Roberts… -murmuró Zuko, apretando los puños.
—¿Este era el líder de vuestro escuadrón? -tiró al teniente al suelo frente a él.
Zuko corrió y se arrodilló a su lado, buscando cualquier señal de que viviese. Tenía todo el cuerpo magullado y le salía sangre por la boca, aunque aun respiraba. El dragón se giró hacia los reclutas y gritó, como una orden:
—¡Llevaoslo de aquí! Sanadlo como podáis, mientras yo…
—Como que voy a dejaros -lo interrumpió Roberts, dando un paso al frente.
—… Mientras yo me encargo de él -terminó, levantándose mientras dos reclutas se llevaban al teniente de allí. Miró al pirata con rabia, aunque a este le pareció divertido, pues empezó a reírse.
—Está bien, supongo que me divertiré un rato más.
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Kayn mordió el polvo una vez más, sintiendo la fría calzada de la plaza contra su mejilla en el momento del impacto. La enorme mano de Edward aferraba la cabeza del recluta y ejercía presión contra el suelo, manteniéndole inmóvil, tumbado. Los dientes del chico rechinaban al apretarse unos contra otros producto de la rabia e impotencia que sentía en aquellos momentos. Lo sabía desde antes de dar el primer golpe, pero no esperaba que la diferencia de poder entre ambos fuera a ser tan abismal. Cada golpe que recibía del subcapitán era más que suficiente como para lanzarle por los aires o hacerle morder el polvo, mientras que todo ataque que lanzaba contra el Yunque ni siquiera parecía afectarle lo más mínimo. Tanto era así que el pirata ni siquiera se estaba molestando en bloquear o esquivar sus acometidas. «Mierda... No puedo rendirme. ¡No todavía!» se repetía en su mente, intentando mantener su voluntad firme. Sintió cómo la presa del segundo de Roberts se deshacía, dejando de sentir la presión sobre su cráneo, poco antes de recibir una fuerte patada en el estómago que lo alzó del suelo y lo mandó volando unos cinco metros, haciendo que escupiera sangre.
El cuerpo del marine rodó una vez dejó de encontrarse suspendido en el aire durante otros cinco metros y, cuando se detuvo, permaneció inmóvil, boca abajo. Sus fuerzas menguaban por momentos y su consciencia amenazaba con abandonarle en cualquier instante. ¿Y ese tío era de un Blue? ¿Con qué clase de bestias se habría topado en el Grand Line?
— No entiendo por qué sigues intentándolo -comentaba con calma Edward-. ¿No ves que es inútil? Es imposible que alguien como tú me gane, mocoso. Os faltan años de experiencia para poder aspirar siquiera a hacerme daño. Ahora quédate ahí y espera tu...
El cuerpo del moreno comenzó a erguirse, apoyando las manos en el suelo para ayudarse. De vez en cuando leves espasmos sacudían su figura de arriba a abajo, aunque esto no le impidió terminar de ponerse en pie. Su respiración era agitada y pesada; su visión se nublaba por momentos, pero ahí estaba, manteniéndose firme contra aquella bestia.
— ¿En serio?
Kayn escupió sangre hacia un lado y se pasó el dorso de la mano por los labios. Sentía el metálico sabor de su interior en la boca y la garganta seca. Sus pies comenzaron a moverse, lentamente al principio, incrementando la velocidad a cada segundo que pasaba hasta encontrar a su dueño corriendo contra el subcapitán, que se mantuvo en su posición. «Solo un poco más, Kayn», se dijo. «¡Aguanta un poco más!». Gritó de rabia y, una vez más, su diestra alcanzó a su objetivo, esta vez en la boca del estómago. En un breve instante, el recluta se encontraba descargando un puñetazo tras otro contra el torso del Yunque, todos y cada uno de ellos empleando el máximo de las fuerzas que aún le quedaban, acompañados por la ira que descargaba en su alarido. Edward ni siquiera se inmutaba ante esto: permaneció ahí, parado, observando los inútiles esfuerzos del muchacho. De repente, en apenas un parpadeo, el brazo del pirata se movió y un contundente golpe alcanzó el rostro del marine, derribándole al momento. Intentó volver a ponerse en pie, pero la bota del bucanero ejerció fuerza sobre su espalda, impidiéndoselo.
— Tengo que reconocerlo, chaval, tienes un par de pelotas. Por desgracia para ti y tu compañero, eso no es suficiente. Hazme un favor y espérame. En cuanto termine lo que empecé con este volveré para terminar contigo.
Sin más, comenzó a avanzar hacia Daneer, y todo cuanto alcanzó a ver el muchacho fue a Edward empuñando su descomunal hacha, dispuesto a rematar al albino. Sentía que si se movía terminaría desmayándose o vomitando, pero no lo hizo. Por puro instinto, se puso en pie y se desplazó tan rápido como pudo, volviendo a interponerse entre el pirata y su compañero apenas un momento antes de que el primero descargase un letal ataque con su arma que bien podría partirle por la mitad. Kayn extendió los brazos de par en par, cerró los ojos e inclinó la cabeza, aceptando su muerte y destino, dispuesto a ofrecer su vida como pago por su deuda, únicamente arrepentido por no haber sido capaz de dar más de sí.
Sin embargo, los segundos pasaron y el filo de Edward no alcanzó el cuerpo del mudo. Tan solo la voz del sargento le hizo abrir los ojos, con esperanzas renovadas, y por un instante sus ojos se humedecieron al sentir toda aquella tensión esfumarse. El hacha se partió en mil pedazos y Kayn se dejó caer al suelo sobre sus rodillas, observando la espalda de su superior, que ahora se erguía como la salvación de los allí presentes frente a él. Con la misma facilidad con la que el pirata se había deshecho de ellos, Zuko acabó con el segundo de Roberts en un parpadeo. Todo cuanto quería el muchacho en ese momento era agradecerle su ayuda, y maldijo internamente por no poder expresarlo con palabras.
— Joder, Kayn... -musitó Daneer, aún en el suelo- Estás loco, compañero...
Los labios del mudo se tornaron en una leve sonrisa, antes de que todo a su alrededor se volviera negro, sin sentir cómo su cuerpo se desplomaba hacia un lado.
El cuerpo del marine rodó una vez dejó de encontrarse suspendido en el aire durante otros cinco metros y, cuando se detuvo, permaneció inmóvil, boca abajo. Sus fuerzas menguaban por momentos y su consciencia amenazaba con abandonarle en cualquier instante. ¿Y ese tío era de un Blue? ¿Con qué clase de bestias se habría topado en el Grand Line?
— No entiendo por qué sigues intentándolo -comentaba con calma Edward-. ¿No ves que es inútil? Es imposible que alguien como tú me gane, mocoso. Os faltan años de experiencia para poder aspirar siquiera a hacerme daño. Ahora quédate ahí y espera tu...
El cuerpo del moreno comenzó a erguirse, apoyando las manos en el suelo para ayudarse. De vez en cuando leves espasmos sacudían su figura de arriba a abajo, aunque esto no le impidió terminar de ponerse en pie. Su respiración era agitada y pesada; su visión se nublaba por momentos, pero ahí estaba, manteniéndose firme contra aquella bestia.
— ¿En serio?
Kayn escupió sangre hacia un lado y se pasó el dorso de la mano por los labios. Sentía el metálico sabor de su interior en la boca y la garganta seca. Sus pies comenzaron a moverse, lentamente al principio, incrementando la velocidad a cada segundo que pasaba hasta encontrar a su dueño corriendo contra el subcapitán, que se mantuvo en su posición. «Solo un poco más, Kayn», se dijo. «¡Aguanta un poco más!». Gritó de rabia y, una vez más, su diestra alcanzó a su objetivo, esta vez en la boca del estómago. En un breve instante, el recluta se encontraba descargando un puñetazo tras otro contra el torso del Yunque, todos y cada uno de ellos empleando el máximo de las fuerzas que aún le quedaban, acompañados por la ira que descargaba en su alarido. Edward ni siquiera se inmutaba ante esto: permaneció ahí, parado, observando los inútiles esfuerzos del muchacho. De repente, en apenas un parpadeo, el brazo del pirata se movió y un contundente golpe alcanzó el rostro del marine, derribándole al momento. Intentó volver a ponerse en pie, pero la bota del bucanero ejerció fuerza sobre su espalda, impidiéndoselo.
— Tengo que reconocerlo, chaval, tienes un par de pelotas. Por desgracia para ti y tu compañero, eso no es suficiente. Hazme un favor y espérame. En cuanto termine lo que empecé con este volveré para terminar contigo.
Sin más, comenzó a avanzar hacia Daneer, y todo cuanto alcanzó a ver el muchacho fue a Edward empuñando su descomunal hacha, dispuesto a rematar al albino. Sentía que si se movía terminaría desmayándose o vomitando, pero no lo hizo. Por puro instinto, se puso en pie y se desplazó tan rápido como pudo, volviendo a interponerse entre el pirata y su compañero apenas un momento antes de que el primero descargase un letal ataque con su arma que bien podría partirle por la mitad. Kayn extendió los brazos de par en par, cerró los ojos e inclinó la cabeza, aceptando su muerte y destino, dispuesto a ofrecer su vida como pago por su deuda, únicamente arrepentido por no haber sido capaz de dar más de sí.
Sin embargo, los segundos pasaron y el filo de Edward no alcanzó el cuerpo del mudo. Tan solo la voz del sargento le hizo abrir los ojos, con esperanzas renovadas, y por un instante sus ojos se humedecieron al sentir toda aquella tensión esfumarse. El hacha se partió en mil pedazos y Kayn se dejó caer al suelo sobre sus rodillas, observando la espalda de su superior, que ahora se erguía como la salvación de los allí presentes frente a él. Con la misma facilidad con la que el pirata se había deshecho de ellos, Zuko acabó con el segundo de Roberts en un parpadeo. Todo cuanto quería el muchacho en ese momento era agradecerle su ayuda, y maldijo internamente por no poder expresarlo con palabras.
— Joder, Kayn... -musitó Daneer, aún en el suelo- Estás loco, compañero...
Los labios del mudo se tornaron en una leve sonrisa, antes de que todo a su alrededor se volviera negro, sin sentir cómo su cuerpo se desplomaba hacia un lado.
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Zuko empezó a caminar hacia el pirata. Su mirada estaba fija, con el ceño fruncido y totalmente en silencio. El pirata, por su parte, reía. Parecía estar demasiado confiado en su propia fuerza y que podría vencer al sargento sin problema alguno. El marine, por su parte, no detuvo su andar, ignorando por completo los insultos y largos discursos detallados sobre lo que el pirata tenía pensado hacerle a su cuerpo a base de golpes. El dragón no lo escuchaba. Lo único que tenía en mente era que aquel hombre era el responsable de la muerte de los civiles.
—¡Habla de una vez! -gritó.
Justo antes de que Zuko pudiese dar un paso más, el pirata apareció a su izquierda, como si hubiese usado el soru. El sargento recibió un fuerte puñetazo en la cara que lo lanzó disparado a un lado. No tardó en estabilizarse de nuevo propulsando fuego con las manos y los pies, evitando así el chocar con algún obstáculo. Sin embargo, cuando lo hizo, ya tenía al pirata delante otra vez.
—¡Menuda arrogancia tenéis los marines!
Lo golpeó en el estómago, hacia arriba. Zuko escupió por el golpe mientras era lanzado en vertical. Empezó a caer de nuevo, en picado y de cabeza. Sin embargo, no llegó a tocar el suelo, pues recibió un segundo puñetazo en la cara que cambió su trayectoria. Cayó al suelo por fin. Antes de que pudiese levantarse, el pirata lo agarró por la cabeza y levantó, como había hecho con el teniente antes.
—Os creéis los más fuertes. No tenéis ni idea de a quién os enfrentáis. ¡Cuando yo digo que esta isla es mía, es que es mía!
Lo lanzó con fuerza a un lado, justo hacia las ruinas de lo que parecía ser una casa. Zuko chocó contra la dura piedra y notó como escombros caían sobre él. Escuchó la risa del pirata a la par que sus pesados pasos. Estaba demasiado enfadado como para siquiera sentir dolor, aunque estaba agradecido de haber sido él quien recibiera los golpes y no alguno de los reclutas.
—¡Esto es lo que pasa cuando creéis que podéis pararme! Ya derroté al hombre de más rango en vuestro asqueroso grupito, ¿qué os hacía pensar que no podría con este? ¡Habéis intentado quitarme mis tierras y ahora sufriréis! ¡Como nunca habéis sufrido! ¡Igual que lo ha hecho él!
Los escombros se movieron. Zuko salió de entre ellos, colocándose de pie, viendo como el pirata estaba señalando hacia donde él estaba. Salió de las ruinas, observando el rostro de sorpresa del pirata, viendo que después de todo lo que le había golpeado, el marine seguía en pie, casi como si no le hubiese dado un solo golpe. El sargento se quitó la parte de arriba del uniforme, que había quedado destrozada, dejando a la vista su musculado torso.
—¿Has acabado? -le dijo, a la par que su temperatura corporal aumentaba. Su piel tomó un tono rojizo y empezó a emitir vapor.
—¡Habla de una vez! -gritó.
Justo antes de que Zuko pudiese dar un paso más, el pirata apareció a su izquierda, como si hubiese usado el soru. El sargento recibió un fuerte puñetazo en la cara que lo lanzó disparado a un lado. No tardó en estabilizarse de nuevo propulsando fuego con las manos y los pies, evitando así el chocar con algún obstáculo. Sin embargo, cuando lo hizo, ya tenía al pirata delante otra vez.
—¡Menuda arrogancia tenéis los marines!
Lo golpeó en el estómago, hacia arriba. Zuko escupió por el golpe mientras era lanzado en vertical. Empezó a caer de nuevo, en picado y de cabeza. Sin embargo, no llegó a tocar el suelo, pues recibió un segundo puñetazo en la cara que cambió su trayectoria. Cayó al suelo por fin. Antes de que pudiese levantarse, el pirata lo agarró por la cabeza y levantó, como había hecho con el teniente antes.
—Os creéis los más fuertes. No tenéis ni idea de a quién os enfrentáis. ¡Cuando yo digo que esta isla es mía, es que es mía!
Lo lanzó con fuerza a un lado, justo hacia las ruinas de lo que parecía ser una casa. Zuko chocó contra la dura piedra y notó como escombros caían sobre él. Escuchó la risa del pirata a la par que sus pesados pasos. Estaba demasiado enfadado como para siquiera sentir dolor, aunque estaba agradecido de haber sido él quien recibiera los golpes y no alguno de los reclutas.
—¡Esto es lo que pasa cuando creéis que podéis pararme! Ya derroté al hombre de más rango en vuestro asqueroso grupito, ¿qué os hacía pensar que no podría con este? ¡Habéis intentado quitarme mis tierras y ahora sufriréis! ¡Como nunca habéis sufrido! ¡Igual que lo ha hecho él!
Los escombros se movieron. Zuko salió de entre ellos, colocándose de pie, viendo como el pirata estaba señalando hacia donde él estaba. Salió de las ruinas, observando el rostro de sorpresa del pirata, viendo que después de todo lo que le había golpeado, el marine seguía en pie, casi como si no le hubiese dado un solo golpe. El sargento se quitó la parte de arriba del uniforme, que había quedado destrozada, dejando a la vista su musculado torso.
—¿Has acabado? -le dijo, a la par que su temperatura corporal aumentaba. Su piel tomó un tono rojizo y empezó a emitir vapor.
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La oscuridad envolvió al pelinegro en cuestión de segundos y la sensación de ingravidez lo aferró. La brisa se detuvo y dejó de existir el concepto de «arriba y abajo»; todas las direcciones eran las mismas. Ni siquiera el concepto del tiempo parecía tener sentido alguno para él en aquel momento. Abrió los ojos, pero sintió que perdía el equilibrio y caía. Lo difícil, sin embargo, no sería recuperar el equilibrio, sino deducir en qué dirección se estaba precipitando. Sintió su estómago revolverse y, por un momento, la angustia en su pecho sacó de él un par de arcadas. En su afán por encontrar alguna forma de detener su caída, alguna plataforma a la que agarrarse para dejar de descender o algún obstáculo que le hiciera frenar, cayó en la cuenta de lo más preocupante de todo: no sabía dónde se encontraba.
«¿Es esto la muerte?» cuestionó, mirando a la nada, hacia la espesa oscuridad. Los recuerdos afloraban en su mente, borrosos al principio. La misión, el discurso, las ejecuciones, la batalla, el segundo de abordo, Roberts. Todas aquellas imágenes se sucedieron como un haz de luz en menos de un instante. Daneer en el suelo y él ganando tiempo. Su cuerpo como barrera. Una última barrera. Un último aliento. Quizá hubiera caído a causa de las heridas. Probablemente ya tuviera alguna costilla rota antes siquiera de recibir un segundo golpe, pero poco importaba en esos momentos. Al menos el sargento había llegado a tiempo para socorrer a los demás. Su carrera resultó más corta de lo esperado, pero pudo sacar algo de provecho: la satisfacción de haber salvado una vida. «Una vida por otra» se dijo, «es un precio justo».
Sus ojos se abrieron de par en par y la tos atenazó su pecho, antes de que intensos pinchazos le afligieran en el costado izquierdo. Se llevó la mano a la zona dolorida despacio, procurando no volver a experimentar aquella sensación, aunque tuvo que separarla casi al momento de tocarse. Efectivamente, parecía que se había destrozado los huesos. Al menos parecía no haber perforado el pulmón. Lo último que necesitaba era padecer problemas respiratorios, la mudez ya era tara más que suficiente.
—¡Está despierto! -Exclamó un marine a su lado que portaba la insignia del cuerpo médico de la Marina.
Kayn observó al soldado con confusión, no teniendo muy claro aún en qué situación se encontraba. Miró alrededor para darse cuenta al instante de que ya no se encontraban en el pueblo sino de vuelta en el bosque. No muy lejos de él se encontraban otros reclutas, tan o más heridos que él. La batalla había causado estragos en las filas del destacamento y no precisó de fijarse demasiado como para darse cuenta de que su número había menguado significativamente. Sus tiendes rechinaron al apretar la mandíbula en un intento de contener la rabia, antes de negar lentamente con la cabeza. Era una batalla, sabía cuál era el riesgo y a lo que se exponían, él y todos los demás... Pero habría deseado que las bajas fueran menores.
Unos pocos metros más allá, rodeado por unos cuantos cabos y los médicos de campo de más alto rango, se encontraba el teniente Barristan. Parecía gravemente herido, quizá el que más de los que allí estaban.
—Fue Roberts -le indicó su compañero mientras le vendaba el torso que, ahora que se fijaba, lo llevaba al descubierto-. El teniente perdió contra él. Parece que la fama del capitán no es infundada, después de todo.
El mudo frunció el ceño ante aquello y la preocupación quedó patente en su marcado rostro.
—El sargento Kasai es nuestra última esperanza ahora. Si no da señales de vida pronto, es posible que tengamos que retirarnos -siguió, concluyendo con los vendajes-. Ya estás, deja que te ayude a erguirte...
Con un gruñido, el moreno logró alzarse y quedar sentado sobre el manto de tierra que daba cuna al bosque. No pensó demasiado en sus propias heridas, sino que desvió todo pensamiento y mirada hacia el pueblo. A lo lejos podían verse columnas de humo ascender, e incluso creyó escuchar cómo se derrumbaba uno de los edificios. «La batalla no ha terminado todavía».
«¿Es esto la muerte?» cuestionó, mirando a la nada, hacia la espesa oscuridad. Los recuerdos afloraban en su mente, borrosos al principio. La misión, el discurso, las ejecuciones, la batalla, el segundo de abordo, Roberts. Todas aquellas imágenes se sucedieron como un haz de luz en menos de un instante. Daneer en el suelo y él ganando tiempo. Su cuerpo como barrera. Una última barrera. Un último aliento. Quizá hubiera caído a causa de las heridas. Probablemente ya tuviera alguna costilla rota antes siquiera de recibir un segundo golpe, pero poco importaba en esos momentos. Al menos el sargento había llegado a tiempo para socorrer a los demás. Su carrera resultó más corta de lo esperado, pero pudo sacar algo de provecho: la satisfacción de haber salvado una vida. «Una vida por otra» se dijo, «es un precio justo».
Sus ojos se abrieron de par en par y la tos atenazó su pecho, antes de que intensos pinchazos le afligieran en el costado izquierdo. Se llevó la mano a la zona dolorida despacio, procurando no volver a experimentar aquella sensación, aunque tuvo que separarla casi al momento de tocarse. Efectivamente, parecía que se había destrozado los huesos. Al menos parecía no haber perforado el pulmón. Lo último que necesitaba era padecer problemas respiratorios, la mudez ya era tara más que suficiente.
—¡Está despierto! -Exclamó un marine a su lado que portaba la insignia del cuerpo médico de la Marina.
Kayn observó al soldado con confusión, no teniendo muy claro aún en qué situación se encontraba. Miró alrededor para darse cuenta al instante de que ya no se encontraban en el pueblo sino de vuelta en el bosque. No muy lejos de él se encontraban otros reclutas, tan o más heridos que él. La batalla había causado estragos en las filas del destacamento y no precisó de fijarse demasiado como para darse cuenta de que su número había menguado significativamente. Sus tiendes rechinaron al apretar la mandíbula en un intento de contener la rabia, antes de negar lentamente con la cabeza. Era una batalla, sabía cuál era el riesgo y a lo que se exponían, él y todos los demás... Pero habría deseado que las bajas fueran menores.
Unos pocos metros más allá, rodeado por unos cuantos cabos y los médicos de campo de más alto rango, se encontraba el teniente Barristan. Parecía gravemente herido, quizá el que más de los que allí estaban.
—Fue Roberts -le indicó su compañero mientras le vendaba el torso que, ahora que se fijaba, lo llevaba al descubierto-. El teniente perdió contra él. Parece que la fama del capitán no es infundada, después de todo.
El mudo frunció el ceño ante aquello y la preocupación quedó patente en su marcado rostro.
—El sargento Kasai es nuestra última esperanza ahora. Si no da señales de vida pronto, es posible que tengamos que retirarnos -siguió, concluyendo con los vendajes-. Ya estás, deja que te ayude a erguirte...
Con un gruñido, el moreno logró alzarse y quedar sentado sobre el manto de tierra que daba cuna al bosque. No pensó demasiado en sus propias heridas, sino que desvió todo pensamiento y mirada hacia el pueblo. A lo lejos podían verse columnas de humo ascender, e incluso creyó escuchar cómo se derrumbaba uno de los edificios. «La batalla no ha terminado todavía».
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Cada paso que daba el sargento dejaba tras de sí un rastro de fuego. Apretó los puños mientras fruncía el ceño, acercándose al pirata, que dio dos pasos hacia atrás con sorpresa. Los reclutas que quedaban a su alrededor miraban estupefactos, a una distancia prudente, como la distancia entre ambos se acortaba y como la tensión del momento aumentaba. El pirata se reincorporó, agitando la cabeza y colocándose en posición.
—Parece que he pecado de exceso de confianza… ¡¡Esta vez no te levantarás!!
Empezó a correr hacia el marine mientras éste seguía con su camino pausado. Gritó, con rabia, a la par que daba un puñetazo directo a la cara del sargento. En el momento que dio el golpe, el dragón se desvaneció, como si de un espejismo se tratara. La expresión de rabia del pirata cambió a una de sorpresa tras desvanecerse la imagen residual.
—¿Cómo de rápido er…?
Sin embargo, antes de que terminase de hablar, recibió una patada en la espalda. Abrió la boca en un grito sin voz por el dolor a la par que era desplazado dos metros hacia delante, aguantando su posición con los pies y evitando salir disparado, creando surcos en la tierra. El dragón bajó la pierna y volvió a colocarse de pie, mirando aún con seriedad al criminal. Aquella técnica le daba una velocidad envidiable, a la par que aumentaba su capacidad con el fuego. Su cuerpo, caliente, emitía vapor y ardía, dejando tras sus pies un rastro de fuego en la tierra.
—Diez -dijo el marine, mientras seguía caminando hacia su objetivo.
—¿C… Cómo? -el pirata volvió a un estado de temor, caminando hacia atrás.
—Las personas que matasteis solo para hacernos ver que sabíais que veníamos. Eran diez. ¿Estaba entre ellos la persona que contactó con la marina?
El pirata gruñó, sin contestar. En su camino hacia atrás había llegado hasta la casa derrumbada. Empezó a coger escombros, piedras que había allí tiradas, y lanzarlas contra su enemigo. El dragón simplemente las esquivaba con su aumentada velocidad, moviéndose de un lado al otro. La furia empezaba a mezclarse con el temor en el pirata, que había empezado de nuevo a moverse hacia su enemigo. Ya no estaba tan concentrado como antes, no era tan veloz.
El dragón se agachó para esquivar un puñetazo y, antes de levantarse, descargó un fuerte puñetazo cargado de llamas en el estómago del criminal. Roberts, ahogado, abrió la boca escupiendo sangre. Su cuerpo salió disparado tras el fuerte el golpe, que había sido dado con todas las fuerzas del dragón en ese momento. Sin embargo, paró en seco cuando apareció en su trayectoria el sargento, agarrando su cabeza. Dio un salto y, propulsándose hacia abajo con fuego, estampó la cabeza del pirata contra el suelo, rompiéndolo.
Sin soltarlo lo levantó, cambiando su agarre de la nuca al cuello. Sin embargo, no apretaba lo suficiente como para estrangularlo. Tan solo lo sujetaba. Ni siquiera podía levantarlo del suelo y el pirata estaba de rodillas, pues era más alto que el dragón, el cual de por sí superaba por poco los dos metros. El pirata tenía sangre en la cara y parecía aturdido, mientras intentaba hablar.
—Q… Quema…
La mano del dragón estaba quemando su carne al contacto. Pero a Zuko le daba igual. Le dio un rodillazo en el pecho y lo tumbó en el suelo de espaldas. Se puso encima y empezó a darle puñetazos en la cara. Cada golpe lo hundía más en el suelo, creando grietas donde estaba su cabeza. El dragón estaba descargando toda la furia que llevaba almacenando desde el momento en que llegó a la isla. Entonces, sus puños empezaron a verse cargados de llamas. El fuego empezó a rodearlos mientras le golpeaba la cabeza, hasta que una gigantesca llama los hacía invisibles al resto del mundo.
Dentro del furioso fuego se seguían oyendo los golpes contra el duro suelo. A ese ruido le acompañó el de gritos de dolor mientras el criminal ardía. Pronto, los ruidos cesaron. Ya nadie gritaba y los golpes se detuvieron. El fuego empezó a tranquilizarse y hacerse más pequeño hasta que reveló a la figura de su interior. El marine, de pie, encima de un cadáver incinerado. El fuego desapareció por completo y la piel del marine dejó de ser roja y de emitir vapor. Miró al resto de marines, viendo como empezaban a sentirse aliviados y algunos incluso a llorar. Eran reclutas, eran nuevos. Muchos de ellos habían vivido su primera misión y esta debió ser un duro golpe. Zuko jadeaba, agotado.
—¿Dónde está el teniente? -preguntó.
Enseguida, empezaron a guiarlo hacia la zona del bosque donde estaban curando a los marines heridos en combate. El sargento quería ver si el teniente estaba bien y, además, hablar con cierta persona.
—Parece que he pecado de exceso de confianza… ¡¡Esta vez no te levantarás!!
Empezó a correr hacia el marine mientras éste seguía con su camino pausado. Gritó, con rabia, a la par que daba un puñetazo directo a la cara del sargento. En el momento que dio el golpe, el dragón se desvaneció, como si de un espejismo se tratara. La expresión de rabia del pirata cambió a una de sorpresa tras desvanecerse la imagen residual.
—¿Cómo de rápido er…?
Sin embargo, antes de que terminase de hablar, recibió una patada en la espalda. Abrió la boca en un grito sin voz por el dolor a la par que era desplazado dos metros hacia delante, aguantando su posición con los pies y evitando salir disparado, creando surcos en la tierra. El dragón bajó la pierna y volvió a colocarse de pie, mirando aún con seriedad al criminal. Aquella técnica le daba una velocidad envidiable, a la par que aumentaba su capacidad con el fuego. Su cuerpo, caliente, emitía vapor y ardía, dejando tras sus pies un rastro de fuego en la tierra.
—Diez -dijo el marine, mientras seguía caminando hacia su objetivo.
—¿C… Cómo? -el pirata volvió a un estado de temor, caminando hacia atrás.
—Las personas que matasteis solo para hacernos ver que sabíais que veníamos. Eran diez. ¿Estaba entre ellos la persona que contactó con la marina?
El pirata gruñó, sin contestar. En su camino hacia atrás había llegado hasta la casa derrumbada. Empezó a coger escombros, piedras que había allí tiradas, y lanzarlas contra su enemigo. El dragón simplemente las esquivaba con su aumentada velocidad, moviéndose de un lado al otro. La furia empezaba a mezclarse con el temor en el pirata, que había empezado de nuevo a moverse hacia su enemigo. Ya no estaba tan concentrado como antes, no era tan veloz.
El dragón se agachó para esquivar un puñetazo y, antes de levantarse, descargó un fuerte puñetazo cargado de llamas en el estómago del criminal. Roberts, ahogado, abrió la boca escupiendo sangre. Su cuerpo salió disparado tras el fuerte el golpe, que había sido dado con todas las fuerzas del dragón en ese momento. Sin embargo, paró en seco cuando apareció en su trayectoria el sargento, agarrando su cabeza. Dio un salto y, propulsándose hacia abajo con fuego, estampó la cabeza del pirata contra el suelo, rompiéndolo.
Sin soltarlo lo levantó, cambiando su agarre de la nuca al cuello. Sin embargo, no apretaba lo suficiente como para estrangularlo. Tan solo lo sujetaba. Ni siquiera podía levantarlo del suelo y el pirata estaba de rodillas, pues era más alto que el dragón, el cual de por sí superaba por poco los dos metros. El pirata tenía sangre en la cara y parecía aturdido, mientras intentaba hablar.
—Q… Quema…
La mano del dragón estaba quemando su carne al contacto. Pero a Zuko le daba igual. Le dio un rodillazo en el pecho y lo tumbó en el suelo de espaldas. Se puso encima y empezó a darle puñetazos en la cara. Cada golpe lo hundía más en el suelo, creando grietas donde estaba su cabeza. El dragón estaba descargando toda la furia que llevaba almacenando desde el momento en que llegó a la isla. Entonces, sus puños empezaron a verse cargados de llamas. El fuego empezó a rodearlos mientras le golpeaba la cabeza, hasta que una gigantesca llama los hacía invisibles al resto del mundo.
Dentro del furioso fuego se seguían oyendo los golpes contra el duro suelo. A ese ruido le acompañó el de gritos de dolor mientras el criminal ardía. Pronto, los ruidos cesaron. Ya nadie gritaba y los golpes se detuvieron. El fuego empezó a tranquilizarse y hacerse más pequeño hasta que reveló a la figura de su interior. El marine, de pie, encima de un cadáver incinerado. El fuego desapareció por completo y la piel del marine dejó de ser roja y de emitir vapor. Miró al resto de marines, viendo como empezaban a sentirse aliviados y algunos incluso a llorar. Eran reclutas, eran nuevos. Muchos de ellos habían vivido su primera misión y esta debió ser un duro golpe. Zuko jadeaba, agotado.
—¿Dónde está el teniente? -preguntó.
Enseguida, empezaron a guiarlo hacia la zona del bosque donde estaban curando a los marines heridos en combate. El sargento quería ver si el teniente estaba bien y, además, hablar con cierta persona.
Kayn Blackthorn
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Varios manos de distintos propietarios sujetaban con firme cuidado el torso del mudo, quien se encontraba en aquellos momentos completamente erguido, rodeado por sus compañeros. A todos ellos, sin excepción alguna, les sacaba cerca de una cabeza, pero por suerte para ellos el estado del recluta y la superioridad numérica de la que gozaban fueron suficientes para contener las irrefrenables ansias por ayudar que poseía su camarada. El médico de campo se lo había dejado bien claro, pero poco parecían importar las palabras para alguien como él cuando lo que estaba en juego eran las vidas de los demás. Pese a su condición, pretendía echar una mano con los heridos, asegurarse de que no hubiera ninguna pérdida más, y que los contrarios le indicasen que tenían todo controlado no sirvió de mucho.
—No seas cabezota -mascullaba uno de ellos, aferrado a la pierna del muchacho-. En tu estado estás más cerca de desfallecer que de proporcionar ayuda alguna. ¡Nosotros nos encargamos, pero estate quieto!
Kayn les dedicaba miradas de fugaz frustración, sintiéndose impotente e inútil en aquella situación. Sentía rabia por no ser lo suficientemente fuerte como para acudir al pueblo y apoyar al sargento en su combate, pero le molestaba mucho más que no le permitieran echar una mano donde sí que podía -pese a sus escasos conocimientos médicos-. Tras unos insufribles minutos al fin lograron que cejara en su intento... O quizá fueran las punzadas que seguían atenazando su costado. Fuera como fuese, el chico desistió y aceptó comportarse. Después de todo, lo único que estaba consiguiendo era obstaculizarle el trabajo a los demás marines y, de hecho, hacerles perder el tiempo con él. Refunfuñando, decidió apoyarse en el tronco de un grueso árbol y observar el panorama que se presentaba ante él.
La mayoría de los hombres y mujeres que allí se encontraban estaban heridos, aunque tan solo unos pocos desafortunados lo estaban tanto como para necesitar cuidados urgentes. El resto se dedicaba a tomarse un respiro tras la batalla que acababan de vivir. Algunos de ellos se encontraban apartados de los demás, solitarios, con la mirada perdida. Esas expresiones y rostros no eran extraños para el mudo, quien no podía evitar sentirse de nuevo como en casa, aunque no fuera una traslación precisamente positiva. La guerra no era apta para todo el mundo, y aquella tan solo había sido una de las muchas que se verían obligados a vivir. No podía evitar preguntarse «¿Cuántos abandonarán el cuerpo tras esto?».
Un poco más lejos, junto a algunos de los cabos que les habían acompañado, se encontraba un numeroso grupo de civiles. Eran aquellos que habían conseguido evacuar durante el combate. Sus miradas eran de temor y sus corazones rebosaban tristeza y congoja por lo que estuviera por venir. Era de esperar. El teniente había caído y si el sargento no volvía se verían obligados a abandonar su hogar, junto a todo aquello que formase su vida pasada. El moreno bajó la mirada, avergonzado en cierto sentido. Sonaba estúpido, pero le habría gustado poder brindarle otra oportunidad a aquella gente.
—¡William! ¡Vuelve aquí! -Se alzó una voz femenina entre el bullicio, no muy lejos de allí.
Los ojos del marine buscaron el motivo de aquel escándalo, dando rápidamente con el culpable: un niño que apenas rondaría los seis años correteaba dentro del perímetro marine, esquivando a los reclutas que intentaban atrapar a la escurridiza criaturita. Con rumbo errático, el chico se detuvo finalmente frente a aquel al que quería ver. Sin miedo, su inocente mirada quedó fija en los orbes del moreno, quien debía resultar un gigante para el pequeño.
Kayn se puso en cuclillas con cuidado, sin saber demasiado bien cómo actuar, para acercarse a la altura del muchacho. Sus compañeros se detuvieron, sorprendidos de que el niño se hubiera acercado voluntariamente a él. Después de todo, lo más probable era que su aspecto intimidase a cualquiera que rondase su edad. Sin embargo, no mostraba temor alguno en su rostro y postura, todo lo contrario. Ambos, marine y niño, se mantuvieron una mirada silenciosa. Lentamente, la mano del menor se aproximó a la mejilla mutilada del mayor y este último sintió sobre su quemada piel la pequeña calidez que transmitía. Con una sonrisa, el corazón del chico habló con la más pura y sincera de las voces:
—Gracias.
El recluta sonrió tras unos segundos en los que no realizó movimiento alguno y, con la misma calma que el enano había demostrado, revolvió su pelo con dulzura. Pudo ver por el rabillo del ojo cómo alguno de los marines que observaban la escena intentaban ocultar sus rostros con la visera de las gorras reglamentarias, mientras que otros reían animados, antes de que la madre llegase para recoger a su retoño. Esta observó al mudo, quien se irguió y puso firme, pese al dolor, dedicándole un saludo.
—¡Viene alguien! -Se escuchó en el otro extremo del puesto marine, ante lo que el moreno reaccionó rápidamente, dirigiendo su atención a las figuras que se aproximaban en la lejanía. Tras unos segundos de inquietud, al fin su paciencia fue recompensada- ¡Es el sargento Kasai! ¡El sargento ha vuelto!
—No seas cabezota -mascullaba uno de ellos, aferrado a la pierna del muchacho-. En tu estado estás más cerca de desfallecer que de proporcionar ayuda alguna. ¡Nosotros nos encargamos, pero estate quieto!
Kayn les dedicaba miradas de fugaz frustración, sintiéndose impotente e inútil en aquella situación. Sentía rabia por no ser lo suficientemente fuerte como para acudir al pueblo y apoyar al sargento en su combate, pero le molestaba mucho más que no le permitieran echar una mano donde sí que podía -pese a sus escasos conocimientos médicos-. Tras unos insufribles minutos al fin lograron que cejara en su intento... O quizá fueran las punzadas que seguían atenazando su costado. Fuera como fuese, el chico desistió y aceptó comportarse. Después de todo, lo único que estaba consiguiendo era obstaculizarle el trabajo a los demás marines y, de hecho, hacerles perder el tiempo con él. Refunfuñando, decidió apoyarse en el tronco de un grueso árbol y observar el panorama que se presentaba ante él.
La mayoría de los hombres y mujeres que allí se encontraban estaban heridos, aunque tan solo unos pocos desafortunados lo estaban tanto como para necesitar cuidados urgentes. El resto se dedicaba a tomarse un respiro tras la batalla que acababan de vivir. Algunos de ellos se encontraban apartados de los demás, solitarios, con la mirada perdida. Esas expresiones y rostros no eran extraños para el mudo, quien no podía evitar sentirse de nuevo como en casa, aunque no fuera una traslación precisamente positiva. La guerra no era apta para todo el mundo, y aquella tan solo había sido una de las muchas que se verían obligados a vivir. No podía evitar preguntarse «¿Cuántos abandonarán el cuerpo tras esto?».
Un poco más lejos, junto a algunos de los cabos que les habían acompañado, se encontraba un numeroso grupo de civiles. Eran aquellos que habían conseguido evacuar durante el combate. Sus miradas eran de temor y sus corazones rebosaban tristeza y congoja por lo que estuviera por venir. Era de esperar. El teniente había caído y si el sargento no volvía se verían obligados a abandonar su hogar, junto a todo aquello que formase su vida pasada. El moreno bajó la mirada, avergonzado en cierto sentido. Sonaba estúpido, pero le habría gustado poder brindarle otra oportunidad a aquella gente.
—¡William! ¡Vuelve aquí! -Se alzó una voz femenina entre el bullicio, no muy lejos de allí.
Los ojos del marine buscaron el motivo de aquel escándalo, dando rápidamente con el culpable: un niño que apenas rondaría los seis años correteaba dentro del perímetro marine, esquivando a los reclutas que intentaban atrapar a la escurridiza criaturita. Con rumbo errático, el chico se detuvo finalmente frente a aquel al que quería ver. Sin miedo, su inocente mirada quedó fija en los orbes del moreno, quien debía resultar un gigante para el pequeño.
Kayn se puso en cuclillas con cuidado, sin saber demasiado bien cómo actuar, para acercarse a la altura del muchacho. Sus compañeros se detuvieron, sorprendidos de que el niño se hubiera acercado voluntariamente a él. Después de todo, lo más probable era que su aspecto intimidase a cualquiera que rondase su edad. Sin embargo, no mostraba temor alguno en su rostro y postura, todo lo contrario. Ambos, marine y niño, se mantuvieron una mirada silenciosa. Lentamente, la mano del menor se aproximó a la mejilla mutilada del mayor y este último sintió sobre su quemada piel la pequeña calidez que transmitía. Con una sonrisa, el corazón del chico habló con la más pura y sincera de las voces:
—Gracias.
El recluta sonrió tras unos segundos en los que no realizó movimiento alguno y, con la misma calma que el enano había demostrado, revolvió su pelo con dulzura. Pudo ver por el rabillo del ojo cómo alguno de los marines que observaban la escena intentaban ocultar sus rostros con la visera de las gorras reglamentarias, mientras que otros reían animados, antes de que la madre llegase para recoger a su retoño. Esta observó al mudo, quien se irguió y puso firme, pese al dolor, dedicándole un saludo.
—¡Viene alguien! -Se escuchó en el otro extremo del puesto marine, ante lo que el moreno reaccionó rápidamente, dirigiendo su atención a las figuras que se aproximaban en la lejanía. Tras unos segundos de inquietud, al fin su paciencia fue recompensada- ¡Es el sargento Kasai! ¡El sargento ha vuelto!
Hayden Ashworth
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Los reclutas lo guiaron hasta llegar a aquella zona. Zuko hizo una mueca al ver el panorama. Unidades médicas ayudando a varios reclutas que habían sido heridos en combate, aunque no estaba seguro de si hubo alguna baja. Cuando los que estaban en pie lo vieron, tardaron varios segundos en darse cuenta de que aquello significaba que habían ganado. La zona se llenó de vítores y gritos de júbilo. Poco a poco se calmaron, pues aún no podían marcharse, al menos no hasta que estuviesen todos en condiciones. Los marines guiaron al dragón hasta donde se encontraba el teniente Barristan.
Estaba tumbado en el suelo, con varios médicos a cada lado. Tenía todo el cuerpo vendado y parecía que no se podía mover. Sin embargo, estaba despierto. El sargento llegó y se sentó al suelo a su lado. Parecía que los médicos habían terminado ya y tan solo estaban allí de observación por si había algún imprevisto.
—Que ya me he despertado, desgraciados. Id a curar al resto -les dijo, aunque no parecieron hacerle caso. Giró la cabeza levemente hacia el sargento y después volvió a mirar al cielo-. ¿Roberts está…?
Zuko asintió, aprovechando aquel momento para descansar. Miró al teniente, que parecía inmóvil. Sabía que Barristan era un hombre tosco y cabezota, sin embargo ni él negaba los consejos de los médicos cuando le decían que no se moviese.
—¿Alguna baja en nuestro bando? -preguntó, casi temiendo la respuesta.
—Tres. Dos reclutas y un cabo. Tres familias…
—Sí… -el dragón agachó la cabeza, apretando los dientes e intentando alejar ese pensamiento de su cabeza. Si iba a culparse a sí mismo de cada muerte… no sabía si podría sobrevivir-. ¿Y los piratas?
—Los que no han caído se han rendido o han sido dejados fuera de combate. Todos esposados, incluido el subcapitán de la tripulación. -Zuko asintió y se dispuso a levantarse, para buscar a la persona con la que quería hablar. Sin embargo, nada más hacerlo el teniente volvió a llamarlo-. Oye, chico… De no ser por ti, creo que esta misión habría salido mal y habríamos tenido más de tres bajas. Contaré lo que has hecho hoy, a ver si asciendes de una vez y puedes aprovechar tu fuerza para salvar las vidas más difíciles…
Zuko agradeció el comentario y se marchó, mientras oía como Barristan seguía insistiendo a los médicos que se centrasen en otros heridos. Buscó con la mirada la ubicación del recluta, aunque fue fácil de encontrar, pues su aspecto desentonaba más que el del resto. Estaba apoyado en un árbol, mirándolo todo. Estaba en mejor estado del que esperaba, aquello era buena señal. Empezó a caminar hacia él y, cuando llegó, le habló por fin.
—Recluta, yo…
—Disculpe, sargento, señor -dijo otro recluta a su izquierda. Cuando Zuko se giró para verle vio que se había cuadrado en una pose militar. Le indicó con un gesto que descansase y, cuando relajó su postura, le habló-. El recluta Blackthorn es mudo, señor. No podrá contestarle.
—Pero… Podrá oírme, ¿no?
—Oírle sí, señor.
—Perfecto. Puedes retirarte, recluta. Has hecho un buen trabajo hoy.
Miró al recluta Blackthorn con una mirada de orgullo y algo de incógnita por lo que el sargento pudiese hablar con él. Entonces se alejó, aunque no demasiado. El sargento se cruzó de brazos y se llevó una mano a la barbilla, algo pensativo. Aún tenía la ropa rasgada y afectada por la batalla, al menos la parte inferior, que era lo que quedaba.
—Lo que hiciste antes, recluta… Te alzaste delante de ese pirata aun sabiendo que tenías las de perder. Y estabas dispuesto a sacrificar tu vida por la de un compañero. Cuéntame… ¿En qué estabas pensando en ese momento? ¿Por qué decidiste eso?
Nada más decirle aquello, en voz alta, el dragón formó una conexión mental con el muchacho, enviándole un mensaje y una sensación de tranquilidad.
«Piensa tu respuesta, muchacho. La escucharé.»
Estaba tumbado en el suelo, con varios médicos a cada lado. Tenía todo el cuerpo vendado y parecía que no se podía mover. Sin embargo, estaba despierto. El sargento llegó y se sentó al suelo a su lado. Parecía que los médicos habían terminado ya y tan solo estaban allí de observación por si había algún imprevisto.
—Que ya me he despertado, desgraciados. Id a curar al resto -les dijo, aunque no parecieron hacerle caso. Giró la cabeza levemente hacia el sargento y después volvió a mirar al cielo-. ¿Roberts está…?
Zuko asintió, aprovechando aquel momento para descansar. Miró al teniente, que parecía inmóvil. Sabía que Barristan era un hombre tosco y cabezota, sin embargo ni él negaba los consejos de los médicos cuando le decían que no se moviese.
—¿Alguna baja en nuestro bando? -preguntó, casi temiendo la respuesta.
—Tres. Dos reclutas y un cabo. Tres familias…
—Sí… -el dragón agachó la cabeza, apretando los dientes e intentando alejar ese pensamiento de su cabeza. Si iba a culparse a sí mismo de cada muerte… no sabía si podría sobrevivir-. ¿Y los piratas?
—Los que no han caído se han rendido o han sido dejados fuera de combate. Todos esposados, incluido el subcapitán de la tripulación. -Zuko asintió y se dispuso a levantarse, para buscar a la persona con la que quería hablar. Sin embargo, nada más hacerlo el teniente volvió a llamarlo-. Oye, chico… De no ser por ti, creo que esta misión habría salido mal y habríamos tenido más de tres bajas. Contaré lo que has hecho hoy, a ver si asciendes de una vez y puedes aprovechar tu fuerza para salvar las vidas más difíciles…
Zuko agradeció el comentario y se marchó, mientras oía como Barristan seguía insistiendo a los médicos que se centrasen en otros heridos. Buscó con la mirada la ubicación del recluta, aunque fue fácil de encontrar, pues su aspecto desentonaba más que el del resto. Estaba apoyado en un árbol, mirándolo todo. Estaba en mejor estado del que esperaba, aquello era buena señal. Empezó a caminar hacia él y, cuando llegó, le habló por fin.
—Recluta, yo…
—Disculpe, sargento, señor -dijo otro recluta a su izquierda. Cuando Zuko se giró para verle vio que se había cuadrado en una pose militar. Le indicó con un gesto que descansase y, cuando relajó su postura, le habló-. El recluta Blackthorn es mudo, señor. No podrá contestarle.
—Pero… Podrá oírme, ¿no?
—Oírle sí, señor.
—Perfecto. Puedes retirarte, recluta. Has hecho un buen trabajo hoy.
Miró al recluta Blackthorn con una mirada de orgullo y algo de incógnita por lo que el sargento pudiese hablar con él. Entonces se alejó, aunque no demasiado. El sargento se cruzó de brazos y se llevó una mano a la barbilla, algo pensativo. Aún tenía la ropa rasgada y afectada por la batalla, al menos la parte inferior, que era lo que quedaba.
—Lo que hiciste antes, recluta… Te alzaste delante de ese pirata aun sabiendo que tenías las de perder. Y estabas dispuesto a sacrificar tu vida por la de un compañero. Cuéntame… ¿En qué estabas pensando en ese momento? ¿Por qué decidiste eso?
Nada más decirle aquello, en voz alta, el dragón formó una conexión mental con el muchacho, enviándole un mensaje y una sensación de tranquilidad.
«Piensa tu respuesta, muchacho. La escucharé.»
Kayn Blackthorn
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La mirada de Kayn se mantuvo fija en las personas que acababan de llegar al campamento marine. El sargento Kasai había regresado del pueblo y parecía bastante entero, lo que tan solo podía significar una cosa: Roberts había sido derrotado. Un suspiro de alivio escapó de sus labios. «Entonces... Todo ha terminado», se dijo con fuerzas renovadas, antes de volver a pegar la espalda al árbol en el que ya estuviera apoyado con anterioridad. No tardó en formarse un buen revuelo alrededor de su superior, aunque les llevó exactamente lo mismo conseguir que le dejaran pasar para reunirse con el teniente. Después de todo, tendría que informar de lo sucedido y hacer un reporte del estado de la misión. Desde allí no podría escuchar la conversación, aunque al menos sabía que Barristan debía de encontrarse consciente si iban a organizar una audiencia en esos momentos.
«Bien está lo que bien acaba».
Echó un rápido vistazo por la zona, comprobando que el ambiente había cambiado considerablemente tras la llegada de Zuko. Los ánimos habían vuelto a alzarse y se respiraba una calma que no sentía desde hacía semanas, antes de que zarpasen desde el cuartel para acudir a Galuna. Algunos de los reclutas rompieron a llorar incluso, liberando toda la tensión que habían estado acumulando a lo largo del día. Volverían a casa un día más y, por suerte, lo harían casi todos. Tan solo restaba honrar a los caídos, asegurarse de que los civiles fueran realojados y regresar al navío.
—Oye, Blackthorn -le llamaron desde su derecha. Era uno de los reclutas con los que había cargado de camino a la plaza junto a Daneer. Parecían encontrarse en mejor estado, aunque le habían fabricado unas muletas improvisadas con gruesas ramas. Probablemente aún no pudiera desplazarse con mucha seguridad-. Quería darte las gracias por lo de antes. Si no fuera por ti y Daneer yo... Bueno, quizá no pudiera estar hablando contigo ahora -indicó, esbozando una sonrisa nerviosa-. ¡Por cierto! He estado preguntando por ahí. Parece que Daneer ha estado preguntando por tu estado. Quizá debas ir a verle -se calló un momento, mirando en otra dirección-. Pero mejor luego, parece que te andan buscando.
El recluta se alejó y el mudo miró en la misma dirección hacia la que había mirado su compañero, dándose cuenta de que el sargento caminaba hacia él, mirándole directamente. Por un momento se sintió nervioso, aunque logró recuperar el control en cuestión de segundos. Adoptó una postura apropiada -dentro de lo que cabe, teniendo en cuenta su estado- y se dispuso a saludar formalmente a su superior, poco antes de que otro de los marines le avisase de que no podría responderle al haber perdido el habla. Cuando se plantó frente a él, por un momento temió que fueran a regañarle por haber actuado de forma tan temeraria. No le habría importado, en cualquier caso, ya que sabía que había hecho lo correcto. Sin embargo, no pudo ser mayor su sorpresa cuando escuchó el tono que empleó al hablarle. Si bien parecía cuestionar sus acciones, lo hizo de forma sosegada y casi con más curiosidad que enfado. Se quedó mudo -nunca mejor dicho-, al no saber demasiado bien cómo reaccionar: no podía hablar y no disponía de su pequeña pizarra para escribir.
Sus ojos se abrieron como platos e incluso dio un leve respingo, sobresaltado al escuchar la voz de su superior en su cabeza, sin que este articulase palabra alguna, como si viniera de dentro. Miró a los lados, confuso y nervioso, hasta que sintió la calma que le transmitieron aquellas palabras. Su mirada azulada quedó fija en la del contrario y, sin dudar un solo instante, pensó su respuesta con la mayor decisión que fue capaz de emplear.
«No estaba pensando en nada, señor. Había que actuar... y dejé que mi instinto decidiera por mí».
«Bien está lo que bien acaba».
Echó un rápido vistazo por la zona, comprobando que el ambiente había cambiado considerablemente tras la llegada de Zuko. Los ánimos habían vuelto a alzarse y se respiraba una calma que no sentía desde hacía semanas, antes de que zarpasen desde el cuartel para acudir a Galuna. Algunos de los reclutas rompieron a llorar incluso, liberando toda la tensión que habían estado acumulando a lo largo del día. Volverían a casa un día más y, por suerte, lo harían casi todos. Tan solo restaba honrar a los caídos, asegurarse de que los civiles fueran realojados y regresar al navío.
—Oye, Blackthorn -le llamaron desde su derecha. Era uno de los reclutas con los que había cargado de camino a la plaza junto a Daneer. Parecían encontrarse en mejor estado, aunque le habían fabricado unas muletas improvisadas con gruesas ramas. Probablemente aún no pudiera desplazarse con mucha seguridad-. Quería darte las gracias por lo de antes. Si no fuera por ti y Daneer yo... Bueno, quizá no pudiera estar hablando contigo ahora -indicó, esbozando una sonrisa nerviosa-. ¡Por cierto! He estado preguntando por ahí. Parece que Daneer ha estado preguntando por tu estado. Quizá debas ir a verle -se calló un momento, mirando en otra dirección-. Pero mejor luego, parece que te andan buscando.
El recluta se alejó y el mudo miró en la misma dirección hacia la que había mirado su compañero, dándose cuenta de que el sargento caminaba hacia él, mirándole directamente. Por un momento se sintió nervioso, aunque logró recuperar el control en cuestión de segundos. Adoptó una postura apropiada -dentro de lo que cabe, teniendo en cuenta su estado- y se dispuso a saludar formalmente a su superior, poco antes de que otro de los marines le avisase de que no podría responderle al haber perdido el habla. Cuando se plantó frente a él, por un momento temió que fueran a regañarle por haber actuado de forma tan temeraria. No le habría importado, en cualquier caso, ya que sabía que había hecho lo correcto. Sin embargo, no pudo ser mayor su sorpresa cuando escuchó el tono que empleó al hablarle. Si bien parecía cuestionar sus acciones, lo hizo de forma sosegada y casi con más curiosidad que enfado. Se quedó mudo -nunca mejor dicho-, al no saber demasiado bien cómo reaccionar: no podía hablar y no disponía de su pequeña pizarra para escribir.
Sus ojos se abrieron como platos e incluso dio un leve respingo, sobresaltado al escuchar la voz de su superior en su cabeza, sin que este articulase palabra alguna, como si viniera de dentro. Miró a los lados, confuso y nervioso, hasta que sintió la calma que le transmitieron aquellas palabras. Su mirada azulada quedó fija en la del contrario y, sin dudar un solo instante, pensó su respuesta con la mayor decisión que fue capaz de emplear.
«No estaba pensando en nada, señor. Había que actuar... y dejé que mi instinto decidiera por mí».
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Zuko escuchó la concisa pero clara respuesta del recluta. Su voz mental era la de alguien extremadamente joven y no encajaba para nada con el aspecto del marine. Durante un instante, el dragón se quedó pensando, algo confuso por aquello. Sin embargo, no tardó en llegar a él aquello que podía ser la respuesta correcta. El recluta estaba quemado y su cuerpo tenía señales de haber sido reconstruido. Si aquello fue lo que resultó en su pérdida del habla, tal vez todo ocurriese…
«No debía ser más que un niño...» -pensó, sin transmitirlo al recluta.
Con tranquilidad se sentó en el suelo, al lado de Blackthorn. Seguía algo cansado, pues aquella técnica tenía la mala costumbre de drenar sus energías. Se quedó unos instantes mirando al frente, en silencio y haciendo memoria. Aquel recuerdo no era de cuando entró a la marina. Era de mucho antes.
—Antes de entrar en la marina yo era miembro del ejército en un reino independiente. Lo llaman «El Imperio del Fuego». Yo… si bien era aún un aprendiz gozaba de una posición privilegiada, al ser… -¿hijo del emperador?-... sobrino de uno de los generales.-No era una mentira-. Asistí a un consejo de guerra. Una reunión del emperador con los generales para ver cómo avanzar hacia la isla enemiga. Se suponía que debía escuchar y aprender, sin embargo… El plan de avance consistía en pasar por una isla inocente que había de por medio. Pasarla por las llamas y seguir el camino del imperio. No pude escuchar y aprender. Hablé y grité contra ese plan, como si me pusiera delante de una bala dirigida a miles de personas que no conocía de nada. Por lo visto, en mi baja posición, hablar en voz alta contra el plan de un miembro del ejército era atacar a su honor. Fui retado a un duelo de fuego. Yo, un niño de catorce años contra un adulto entrenado. Acepté… No sé por qué acepté. Tan solo que aquellas personas no tenían porqué morir en el fuego. Grande fue mi sorpresa… al ver que el hombre cuyo honor había atacado… Era el señor del fuego en persona. El emperador… -se señaló la cicatriz de quemadura que rodeaba su ojo izquierdo, terminando de contar la historia al recluta sin utilizar palabras.
Tragó saliva. Aún le costaba sacar a relucir aquel recuerdo que tanto lo perseguía. Cada vez que lo hacía sentía escozor en su ojo izquierdo, como si la herida fuese reciente. Como si su padre aún estuviese allí para recordarle su deshonra. Respiró hondo, tranquilizándose, y siguió hablando.
—Todos aquellos que hoy en día son considerados héroes en la marina… Todos aquellos que se alzan famosos por hazañas que los cubren de gloria… Tienen una historia parecida. Tal vez de su tiempo en la academia, o de su tiempo de recluta. Cuando estaban en los rangos más bajos, sin renombre. Todos ellos afirmaban haber algún momento en sus vidas en los que, aún sabiendo que tenían las de perder, su cuerpo se movió solo. Por instinto -dijo mientras se ponía de pie una vez más y volvía a mirar al recluta a los ojos, con decisión e incluso algo de orgullo-. Tú también puedes ser un héroe, recluta. Lo noto.
Dicho aquello se alejó, a paso lento. Era la primera vez que se había fijado en un recluta más que en ningún otro. La primera vez que veía los actos desinteresados de justicia que él mismo sentía. Ni siquiera sabía si había hecho bien en decirle aquello, pues él no era tan bueno como su tío en lo que respectaba a discursos motivacionales. Sin embargo… esperaba haber calado en el corazón del muchacho. Haberle indicado la dirección al primer escalón de una larga escalera.
«No debía ser más que un niño...» -pensó, sin transmitirlo al recluta.
Con tranquilidad se sentó en el suelo, al lado de Blackthorn. Seguía algo cansado, pues aquella técnica tenía la mala costumbre de drenar sus energías. Se quedó unos instantes mirando al frente, en silencio y haciendo memoria. Aquel recuerdo no era de cuando entró a la marina. Era de mucho antes.
—Antes de entrar en la marina yo era miembro del ejército en un reino independiente. Lo llaman «El Imperio del Fuego». Yo… si bien era aún un aprendiz gozaba de una posición privilegiada, al ser… -¿hijo del emperador?-... sobrino de uno de los generales.-No era una mentira-. Asistí a un consejo de guerra. Una reunión del emperador con los generales para ver cómo avanzar hacia la isla enemiga. Se suponía que debía escuchar y aprender, sin embargo… El plan de avance consistía en pasar por una isla inocente que había de por medio. Pasarla por las llamas y seguir el camino del imperio. No pude escuchar y aprender. Hablé y grité contra ese plan, como si me pusiera delante de una bala dirigida a miles de personas que no conocía de nada. Por lo visto, en mi baja posición, hablar en voz alta contra el plan de un miembro del ejército era atacar a su honor. Fui retado a un duelo de fuego. Yo, un niño de catorce años contra un adulto entrenado. Acepté… No sé por qué acepté. Tan solo que aquellas personas no tenían porqué morir en el fuego. Grande fue mi sorpresa… al ver que el hombre cuyo honor había atacado… Era el señor del fuego en persona. El emperador… -se señaló la cicatriz de quemadura que rodeaba su ojo izquierdo, terminando de contar la historia al recluta sin utilizar palabras.
Tragó saliva. Aún le costaba sacar a relucir aquel recuerdo que tanto lo perseguía. Cada vez que lo hacía sentía escozor en su ojo izquierdo, como si la herida fuese reciente. Como si su padre aún estuviese allí para recordarle su deshonra. Respiró hondo, tranquilizándose, y siguió hablando.
—Todos aquellos que hoy en día son considerados héroes en la marina… Todos aquellos que se alzan famosos por hazañas que los cubren de gloria… Tienen una historia parecida. Tal vez de su tiempo en la academia, o de su tiempo de recluta. Cuando estaban en los rangos más bajos, sin renombre. Todos ellos afirmaban haber algún momento en sus vidas en los que, aún sabiendo que tenían las de perder, su cuerpo se movió solo. Por instinto -dijo mientras se ponía de pie una vez más y volvía a mirar al recluta a los ojos, con decisión e incluso algo de orgullo-. Tú también puedes ser un héroe, recluta. Lo noto.
Dicho aquello se alejó, a paso lento. Era la primera vez que se había fijado en un recluta más que en ningún otro. La primera vez que veía los actos desinteresados de justicia que él mismo sentía. Ni siquiera sabía si había hecho bien en decirle aquello, pues él no era tan bueno como su tío en lo que respectaba a discursos motivacionales. Sin embargo… esperaba haber calado en el corazón del muchacho. Haberle indicado la dirección al primer escalón de una larga escalera.
Kayn Blackthorn
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Destreza
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Mantuvo la posición tras responder la pregunta. Parecía que se había quedado paralizado incluso, aunque lo cierto es que todo lo que sentía en aquellos momentos era expectación más que otra cosa. Sus palabras o, mejor dicho, sus pensamientos parecieron sorprender al moreno, que se tomó un rato para meditar. No pudo evitar preguntarse a través de qué medio había logrado conectar sus mentes para mantener aquella conversación telepática, y sin duda se trataba de una sensación extraña. Que pudieran adentrarse en su mente y escuchar sus pensamientos era algo maravilloso y aterrador a la vez, como si pudieran adentrarse en sus secretos más ocultos. Sin embargo, no parecía ser la intención de su superior, y quizá ni siquiera llegasen hasta ese punto sus capacidades mentales. Quizá, después de todo, solo pudiera escuchar aquello que él quisiera, pensamiento que provocó en él cierto alivio. Sería vergonzoso que todas aquellas ideas fueran transmitidas en ese instante. Parecía un crío. Pero sí, aquella facultad estaba fuera del alcance de medios tradicionales, por lo que debía tratarse de las habilidades de una akuma no mi. Había escuchado rumores sobre que el sargento Kasai era usuario, aunque hasta el momento no había visto con sus propios ojos sus habilidades. De hecho, aún seguía sin conocerlas.
Cuando el hombre retomó la charla el mudo se limitó a prestar atención a sus palabras, a su historia. No sabía muy bien por qué le contaba todo aquello, pero no pudo hacer otra cosa más que empatizar con su superior. Parecía que había tenido una vida complicada, llevando aquella cicatriz como recordatorio de su pasado. Oponerse a una nación entera, a un emperador, casi hacía palidecer su pequeño sacrificio. Durante un instante se vio obligado a bajar la mirada, casi como sintiera que no tuviera derecho a mirarle. Después de todo, él era el héroe aquel día, el salvador y quien había hecho bien su trabajo, no él.
Estos pensamientos, sin embargo, comenzaron a esfumarse en cuanto continuó con su charla. Hablaba de héroes, de hazañas heroicas, de actos puros de bondad y sacrificio por los demás. La madera de los grandes, como quien dice. «Tú también puedes ser un heroe», fueron las palabras que calaron en lo más profundo de su ser, y por un momento la fuerza de sus piernas pareció tambalearse y amenazar con volver a dejarle caer al suelo. Se mantuvo firme y esbozó una leve sonrisa, sin apartar la mirada.
«Daré lo mejor de mí», se dijo, sin transmitírselo al sargento, observando su espalda mientras se marchaba. La charla había concluido, pero el efecto de esta perduraría durante mucho tiempo. Ahora sí, más decidido que nunca, estaba dispuesto a llegar hasta el final. Se miró las palmas de las manos, algo magulladas, y cerró los puños lentamente.
—¡Eh, Blackthorn! -Gritó alguien cerca de él.
Un recluta se acercó hasta él. Era el mismo que había informado al sargento de la mudez que padecía. La curiosidad que pudiera sentir por lo que habían hablado era más que visible en su mirada, aunque esta no era la única que se centraba en él. Por el rabillo del ojo pudo percatarse de que varios de sus compañeros le observaban con incertidumbre. Después de todo, a sus ojos tan solo había hablado el sargento. Una risa corta escapó del pecho de Kayn y, ignorando su tara, el muchacho que se encontraba a su lado lo abordó a preguntas, como si fuera a ser capaz de responderlas. El moreno, por su parte, apenas fue capaz de escucharlas. Sus pensamientos se encontraban sumidos en la visión de un futuro que, tras aquel día, parecía brillar para él.
Cuando el hombre retomó la charla el mudo se limitó a prestar atención a sus palabras, a su historia. No sabía muy bien por qué le contaba todo aquello, pero no pudo hacer otra cosa más que empatizar con su superior. Parecía que había tenido una vida complicada, llevando aquella cicatriz como recordatorio de su pasado. Oponerse a una nación entera, a un emperador, casi hacía palidecer su pequeño sacrificio. Durante un instante se vio obligado a bajar la mirada, casi como sintiera que no tuviera derecho a mirarle. Después de todo, él era el héroe aquel día, el salvador y quien había hecho bien su trabajo, no él.
Estos pensamientos, sin embargo, comenzaron a esfumarse en cuanto continuó con su charla. Hablaba de héroes, de hazañas heroicas, de actos puros de bondad y sacrificio por los demás. La madera de los grandes, como quien dice. «Tú también puedes ser un heroe», fueron las palabras que calaron en lo más profundo de su ser, y por un momento la fuerza de sus piernas pareció tambalearse y amenazar con volver a dejarle caer al suelo. Se mantuvo firme y esbozó una leve sonrisa, sin apartar la mirada.
«Daré lo mejor de mí», se dijo, sin transmitírselo al sargento, observando su espalda mientras se marchaba. La charla había concluido, pero el efecto de esta perduraría durante mucho tiempo. Ahora sí, más decidido que nunca, estaba dispuesto a llegar hasta el final. Se miró las palmas de las manos, algo magulladas, y cerró los puños lentamente.
—¡Eh, Blackthorn! -Gritó alguien cerca de él.
Un recluta se acercó hasta él. Era el mismo que había informado al sargento de la mudez que padecía. La curiosidad que pudiera sentir por lo que habían hablado era más que visible en su mirada, aunque esta no era la única que se centraba en él. Por el rabillo del ojo pudo percatarse de que varios de sus compañeros le observaban con incertidumbre. Después de todo, a sus ojos tan solo había hablado el sargento. Una risa corta escapó del pecho de Kayn y, ignorando su tara, el muchacho que se encontraba a su lado lo abordó a preguntas, como si fuera a ser capaz de responderlas. El moreno, por su parte, apenas fue capaz de escucharlas. Sus pensamientos se encontraban sumidos en la visión de un futuro que, tras aquel día, parecía brillar para él.
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