William White
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Me encontraba de viaje en la ciudad de Lanser ¿Motivos? Los de siempre, trabajo. Hacía cuantos meses andaba tras aquel objeto, la pipa de fumar del gran erudito de la ciudad de Salim, Adjahrim, el de los mil nombres. Algunos lo conocían como el mago, otros como el brujo, unos como el alquimista, el grande e incluso el loco.
Fuera como fuera nadie negar que el estrambótico hombre fuera unos de los autores más prolíficos de hacia mil años, todas y cada una de ellas rodeada de aquella aura de misterio y terror que tantas veces había coincido con la realidad. Aun así, este trabajo tenía una importancia más grande si cabía, si completaba este trabajo con éxito empezaría a poder trabajar bajo el nombre de la familia Armonia, conseguir uno de los cinco objetos de la lista, les había dicho el bróker.
Afortunadamente gracias a los contactos de la libreta de Abdull, tras unas cinco llamadas y dos investigaciones sobre el terreno había descubierto quien la tenía. La familia Slavent, unos burgueses que se habían hecho fortuna debido al comercio y demás negocios en los que no había querido indagar. El objetivo era simple y claro, la robaría y se la entregaría al bróker, ganándose así la confianza del mismo y subiendo un puesto más si cabían en la escala social del bajo mundo, solo así estaría más cerca de su objetivo, convertirse en bróker.
-No te dejes confundir por espejismos- me dije a mi mismo -Sin el objeto no hay nada que valga- proseguí autoconvenciéndome de mis palabras.
-Bueno Binks- dije al navegante al que había puesto bajo mi mando recientemente -¿Qué harás durante tu estancia aquí? ¿Jugar a las cartas? -bromeé haciendo referencia a una de sus anteriores adicciones.
Binks se limitó a lanzar una mirada de odio, la cual se suavizo al cabo de unos instantes. Después de todo, lo que más me gustaba de él era aquellos cambios de temperamento tan parecidos a los cambios del tiempo en alta mar. Él era un hombre de mediana edad, rodando la treintena pelo corto blanco, barba medio afeitada y expresiones redondeadas. El enclenque no llegaría ni al metro setenta, aunque lo más llamativo del hombre fue los delgados brazos que tenía, en algunos de ellos se podían ver la marca que habían dejado los opiáceos en su piel.
-Seguramente vaya a comprar unos libros que hace tiempo que quería tener- dijo haciendo referencia a su pasado como biólogo.
-¿Comprar? - pregunté extrañado.
-Bueno ya me entiendes- respondió mientras terminaba de amarrar la pequeña embarcación.
-Asegúrate de conseguir un sitio donde pasar la noche- le hice saber -Cuando lo tengas, llama- me despedí mientras me dirigía al centro de la milenaria ciudad.
Fuera como fuera nadie negar que el estrambótico hombre fuera unos de los autores más prolíficos de hacia mil años, todas y cada una de ellas rodeada de aquella aura de misterio y terror que tantas veces había coincido con la realidad. Aun así, este trabajo tenía una importancia más grande si cabía, si completaba este trabajo con éxito empezaría a poder trabajar bajo el nombre de la familia Armonia, conseguir uno de los cinco objetos de la lista, les había dicho el bróker.
Afortunadamente gracias a los contactos de la libreta de Abdull, tras unas cinco llamadas y dos investigaciones sobre el terreno había descubierto quien la tenía. La familia Slavent, unos burgueses que se habían hecho fortuna debido al comercio y demás negocios en los que no había querido indagar. El objetivo era simple y claro, la robaría y se la entregaría al bróker, ganándose así la confianza del mismo y subiendo un puesto más si cabían en la escala social del bajo mundo, solo así estaría más cerca de su objetivo, convertirse en bróker.
-No te dejes confundir por espejismos- me dije a mi mismo -Sin el objeto no hay nada que valga- proseguí autoconvenciéndome de mis palabras.
-Bueno Binks- dije al navegante al que había puesto bajo mi mando recientemente -¿Qué harás durante tu estancia aquí? ¿Jugar a las cartas? -bromeé haciendo referencia a una de sus anteriores adicciones.
Binks se limitó a lanzar una mirada de odio, la cual se suavizo al cabo de unos instantes. Después de todo, lo que más me gustaba de él era aquellos cambios de temperamento tan parecidos a los cambios del tiempo en alta mar. Él era un hombre de mediana edad, rodando la treintena pelo corto blanco, barba medio afeitada y expresiones redondeadas. El enclenque no llegaría ni al metro setenta, aunque lo más llamativo del hombre fue los delgados brazos que tenía, en algunos de ellos se podían ver la marca que habían dejado los opiáceos en su piel.
-Seguramente vaya a comprar unos libros que hace tiempo que quería tener- dijo haciendo referencia a su pasado como biólogo.
-¿Comprar? - pregunté extrañado.
-Bueno ya me entiendes- respondió mientras terminaba de amarrar la pequeña embarcación.
-Asegúrate de conseguir un sitio donde pasar la noche- le hice saber -Cuando lo tengas, llama- me despedí mientras me dirigía al centro de la milenaria ciudad.
Ailish S. Mcnamara
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Era un día tranquilo, tal vez demasiado. El mar estaba en calma, la vida en la ciudad portuaria seguía su alegre y ajetreado ritmo y en su mansión la princesita de la familia Slavent se encontraba observando hacia la lejanía en el balcón que daba directamente al mar. El único de toda la mansión que daba al acantilado. Disfrutaba del sonido del mar rompiendo contra las rocas con suavidad, como si fueran caricias, y del olor a mar, el mismo aroma que llevaba Deian en sus prendas la última vez que fue a visitarla. Aunque este se encontraba oculto tras el ron que debía haberse bebido... o usado para ducharse.
Rió imaginando la escena del pirata, yengo a beber un trago y cayéndole el contendido encima por cualquier motivo. Apartando su mirada del horizonte por un instante para volver a lo que estaba haciendo antes. De la mesita de cristal que había a su lado, dispuesta para la merienda de la joven, esta tomó una taza con humeante té de un translucido tono azulado. Con un sorbo, dejó que el líquido resbalase por su garganta, calentando su cuerpo. Después, suspiró, volvió a posar su taza sobre la mesa y abrió el cuaderno de dibujos que tenía a medio llenar, continuando el esbozo que había hecho de su "socio", añadiendo a este algunas citas sobre lo que se le había ocurrido. Tal vez las usase para escribir una historia más adelante. Con sus contactos, no le sería difícil escribir y vender un libro con ello. Pensó, perlo la idea se esfumó en segundos.
-Tengo que centrarme primero en mis objetivos, luego habrá tiempo para sueños.- Se dijo a sí misma pasadas unas horas, cerrando el cuaderno y volviendo a entrar a su cuarto para preparase. Aquella noche saldría.
Tenía un trabajo de relativa importancia, aunque no para ella. Su padre le había pedido que fuera en su lugar a una puja que iba a celebrarse en Lanser, ciudad a varias horas de viaje. Su familia iba a participar ofreciendo un objeto peculiar, de coleccionista. Así que suponía que iban a estar reunidas más personas del bajo mundo interesadas en este. Y como no, a ella le tocaba asegurarse de que dicho objeto se mantenía en posesión de la familia o, como mínimo, se vendiera por un precio suficiente. También tenía que quedarse con la cara de su comprador para recuperarlo más adelante. Ailish suspiró. "Tener que jugarme el cuello así para poder vengarme..."
Su vehículo salió de la mansión poco después del anochecer. La subasta tendría lugar a la noche del día siguiente.
Rió imaginando la escena del pirata, yengo a beber un trago y cayéndole el contendido encima por cualquier motivo. Apartando su mirada del horizonte por un instante para volver a lo que estaba haciendo antes. De la mesita de cristal que había a su lado, dispuesta para la merienda de la joven, esta tomó una taza con humeante té de un translucido tono azulado. Con un sorbo, dejó que el líquido resbalase por su garganta, calentando su cuerpo. Después, suspiró, volvió a posar su taza sobre la mesa y abrió el cuaderno de dibujos que tenía a medio llenar, continuando el esbozo que había hecho de su "socio", añadiendo a este algunas citas sobre lo que se le había ocurrido. Tal vez las usase para escribir una historia más adelante. Con sus contactos, no le sería difícil escribir y vender un libro con ello. Pensó, perlo la idea se esfumó en segundos.
-Tengo que centrarme primero en mis objetivos, luego habrá tiempo para sueños.- Se dijo a sí misma pasadas unas horas, cerrando el cuaderno y volviendo a entrar a su cuarto para preparase. Aquella noche saldría.
Tenía un trabajo de relativa importancia, aunque no para ella. Su padre le había pedido que fuera en su lugar a una puja que iba a celebrarse en Lanser, ciudad a varias horas de viaje. Su familia iba a participar ofreciendo un objeto peculiar, de coleccionista. Así que suponía que iban a estar reunidas más personas del bajo mundo interesadas en este. Y como no, a ella le tocaba asegurarse de que dicho objeto se mantenía en posesión de la familia o, como mínimo, se vendiera por un precio suficiente. También tenía que quedarse con la cara de su comprador para recuperarlo más adelante. Ailish suspiró. "Tener que jugarme el cuello así para poder vengarme..."
Su vehículo salió de la mansión poco después del anochecer. La subasta tendría lugar a la noche del día siguiente.
William White
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Intelecto
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Lanser pese a no ser la más grande de las ciudades de Diamuird, era la que más historia tenía a sus espaldas. Si no se equivocaba había sido la ciudad fundada durante la colonización de la isla, y aunque en la actualidad no era tan rica ya que la Slavent había puesto las trabas pertinentes para ello, continuaba siendo uno de los lugares más interesantes del lugar.
El puerto sin duda carecía de la infraestructura que había visto en otras grandes ciudades, aunque seguramente se debiera a la poca industrialización que había surgido su entorno. Aunque dudaba que tardará mucho más en llegar, después de todo hasta incluso Baristan había modernizado un por las cosas por sus aguas.
Por ahora simplemente se procuraría de informar un poco in situ de la situación de la isla, tanto en lo económico como en lo social, y así de paso indagar un poco por los bajos fondos del lugar, puede que sacará información interesante sobre la pipa y quién la guardaba, y por qué motivos esta se encontraba fuera de Slav Schatch ¿Acaso no tenían controlada esa ciudad?
Aprovechando un poco, la hora de día me limité a deambular por las calles y sus principales avenidas. Era sábado por lo que la mayoría de puestos estaban abiertos y había gran actividad por la zona comercial. Se paro en algunos escaparates a observar lo que vendían, un par de tiendas de ropa que no le llamarón mucho la atención al ser esta muy fina para su gusto, bueno realmente el principal problema era que le parecía demasiado cara. Las dos siguientes tiendas fueron una boutique de perfumería, con llamativos aromas e infinidad de espejos y una pequeña tienda de repostería.
Luego cruzó una calle y prosiguió por la avenida, justo en la esquina encontró lo que parecía ser un pub, ahora vacío o eso se atrevía a entre ver a través de sus peculiares cristales tintados. La última tienda que encontró era una librería, el tendero tenía expuestos algunos de sus ejemplares en un tenderete, aunque se encontraba muy vigilante.
-Si ese idiota me hubiera dicho el título, tal vez…- pensó para sus adentros, mientras examinaba un libro relacionado con un tema del que últimamente se estaba empezando a hablar mucho, genética, un tema interesante pero que queda muy lejos de sus conocimientos de medicina, los cuales no iban mucho más allá de la fisionomía y de los primeros auxilios.
Finalmente, tras andar un rato más por puestos variopintos, sin nada en especial se sentó en una de las terrazas de la plaza mayor, en el centro de la misma una enorme fuente de agua con una estatua de caliza en el centro. Alrededor de la misma se encontraban los edificios más emblemáticos, un palacete que había sido la residencia del gobernador en época colonias y que ahora hacia de ayuntamiento, un hotel que era donde se alojaban las personalidades y la oficina de telecomunicaciones de la isla, que hacía las veces de cuartel policial local.
-¿Qué va a tomar , señor?- se dirigió a mí un camarero, entrado en años, de pelo oscuro y bigote.
-Café solo, por favor- solicité al camarero, el cual apuntándolo en su libreta marchó raudo a atender otros clientes. Entre tanto me fijé en la gran actividad que notaba en la plaza, más en la terraza del hotel había un sinfín de clientes, mucho aristócrata y algún rostro que le resultaba familiar -¿Hay algún evento importante? No me esperaba tanta gente en mi retiro vacacional – pregunté al hombre engañándolo de forma muy burda, pero efectiva.
-Mañana noche se va a producir una subasta, al parecer la familia Slav va a sacar algunas obras de arte- dijo el hombre, en la recepción le pueden dar el catalogo ¿Quiere que se lo traiga? -se ofreció el camarero, servicial.
-Sí, por favor, tráigame la cuenta ya de paso- respondí simple.
Más cuando el hombre trajo de vuelta lo prometido, y le pagé el café con la conveniente propina, me encontre harto sorprendido de ver que lo que buscaba no era nada más que una pieza de subasta más.
El puerto sin duda carecía de la infraestructura que había visto en otras grandes ciudades, aunque seguramente se debiera a la poca industrialización que había surgido su entorno. Aunque dudaba que tardará mucho más en llegar, después de todo hasta incluso Baristan había modernizado un por las cosas por sus aguas.
Por ahora simplemente se procuraría de informar un poco in situ de la situación de la isla, tanto en lo económico como en lo social, y así de paso indagar un poco por los bajos fondos del lugar, puede que sacará información interesante sobre la pipa y quién la guardaba, y por qué motivos esta se encontraba fuera de Slav Schatch ¿Acaso no tenían controlada esa ciudad?
Aprovechando un poco, la hora de día me limité a deambular por las calles y sus principales avenidas. Era sábado por lo que la mayoría de puestos estaban abiertos y había gran actividad por la zona comercial. Se paro en algunos escaparates a observar lo que vendían, un par de tiendas de ropa que no le llamarón mucho la atención al ser esta muy fina para su gusto, bueno realmente el principal problema era que le parecía demasiado cara. Las dos siguientes tiendas fueron una boutique de perfumería, con llamativos aromas e infinidad de espejos y una pequeña tienda de repostería.
Luego cruzó una calle y prosiguió por la avenida, justo en la esquina encontró lo que parecía ser un pub, ahora vacío o eso se atrevía a entre ver a través de sus peculiares cristales tintados. La última tienda que encontró era una librería, el tendero tenía expuestos algunos de sus ejemplares en un tenderete, aunque se encontraba muy vigilante.
-Si ese idiota me hubiera dicho el título, tal vez…- pensó para sus adentros, mientras examinaba un libro relacionado con un tema del que últimamente se estaba empezando a hablar mucho, genética, un tema interesante pero que queda muy lejos de sus conocimientos de medicina, los cuales no iban mucho más allá de la fisionomía y de los primeros auxilios.
Finalmente, tras andar un rato más por puestos variopintos, sin nada en especial se sentó en una de las terrazas de la plaza mayor, en el centro de la misma una enorme fuente de agua con una estatua de caliza en el centro. Alrededor de la misma se encontraban los edificios más emblemáticos, un palacete que había sido la residencia del gobernador en época colonias y que ahora hacia de ayuntamiento, un hotel que era donde se alojaban las personalidades y la oficina de telecomunicaciones de la isla, que hacía las veces de cuartel policial local.
-¿Qué va a tomar , señor?- se dirigió a mí un camarero, entrado en años, de pelo oscuro y bigote.
-Café solo, por favor- solicité al camarero, el cual apuntándolo en su libreta marchó raudo a atender otros clientes. Entre tanto me fijé en la gran actividad que notaba en la plaza, más en la terraza del hotel había un sinfín de clientes, mucho aristócrata y algún rostro que le resultaba familiar -¿Hay algún evento importante? No me esperaba tanta gente en mi retiro vacacional – pregunté al hombre engañándolo de forma muy burda, pero efectiva.
-Mañana noche se va a producir una subasta, al parecer la familia Slav va a sacar algunas obras de arte- dijo el hombre, en la recepción le pueden dar el catalogo ¿Quiere que se lo traiga? -se ofreció el camarero, servicial.
-Sí, por favor, tráigame la cuenta ya de paso- respondí simple.
Más cuando el hombre trajo de vuelta lo prometido, y le pagé el café con la conveniente propina, me encontre harto sorprendido de ver que lo que buscaba no era nada más que una pieza de subasta más.
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