No he podido evitarlo - Privado/Pasado [Annie & Therax]

Annie recogió las velas junto a Robin y después se acercó hacia el timón para continuar con la travesía a la que se había adentrado. Ya quedaba poco para llegar a Banaro y con el viento a favor, llevaban una velocidad considerable en el Victory. También era verdad que ponía el viento a su favor, pero no le gustaba presumir de ese don. En verdad sí, pero de vez en cuando tenía que ser modesta.

La muchacha llevaba días pensativa, tras todo lo ocurrido su cabeza era un hervidero y no tenía ni idea de qué hacer. Si bien con Robin tenían un objetivo de intentar liberar Valston, no se sentía con las fuerzas suficientes para aparecer frente a la emperatriz Raynesse y comunicar lo que los Claveles querían decirle. Estaba alargando demasiado su visita y tarde o temprano llegaría un aviso por parte de los altos mandos de Skellige.

La arquera se separó del timón, apoyándose en la barandilla del Victory y miró hacia el horizonte. Los altos picos de Banaro cada vez estaban más cerca y, a pesar de ser una isla pequeña, el pueblo que habitaba en su interior no poseía ningún puerto. Según sus mapas, la civilización estaba en el interior así que le tocaría abandonar el barco en alguna cala con Robin a bordo. Ayden estaba en lo alto del mástil, vigilando todo con mucha concentración.

Robin se acercó hasta la cenicienta con un catalejo en la mano. Su rostro denotaba preocupación y luego se apoyó a su lado. Las palabras no fluían entre los dos así que no le quedó más remedio al moreno que romper el hielo.

-Ithilhén, ¿estás bien? - Annie tenía la mirada perdida y no respondió -. Bueno... ¿Y qué planeas hacer en Banaro? Se aleja un poco de nuestros objetivos.

La muchacha de cabellos cenicientos llevó la mano al bolsillo de su pantalón y sacó una nota arrugada para que Robin la leyera. En ella estaba citada a encontrarse con Therax y, lo que el muchacho leyó en cuestión de segundos y con gran rapidez, a ella le costó por lo menos media hora leerla por completo. La muchacha suspiró y volvió a coger la nota en cuanto el joven se la devolvió. Este tenía una sonrisa traviesa en su rostro y Annie no pudo evitar reírse por su culpa.

-Tendrás que esperarme en cuanto atraquemos en aquella cala, ¿entendido? - Robin asintió -. Si hay algún problema envíame a Ayden.

A medida que estaban cada vez más cerca de la cala, las estrellas del firmamento iban desapareciendo para dejar paso al rey del día. Las nubes de color rosado que pincelaban el cielo se fueron desvaneciendo hasta dejar un tenue amanecer. Annie tomó el timón para poder parar cerca de unos peñascos y después bajó el ancla con ayuda de su amigo. Tras eso, se agarró a una cuerda del mástil y se agarró cual tirolina hasta caer de un salto sobre la verde hierba.

En cierto modo estaba preocupada por recibir una nota del rubio así que quería verle lo más rápido posible, quizás fuera importante. Atravesó numerosos senderos hasta llegar a un camino principal que llevaba directo al pequeño pueblo. Alzó la cabeza y vio los grandes peñascos rodearlo todo, al parecer ya estaba dentro de la zona civilizada. Annie caminó con prisa, intentando encontrarlo, pero no había sugerido un sitio exacto en el que encontrarse así que sería buscar como buscar una aguja en un pajar.

Sus pasos le llevaron entre un sinfín de piedras de todas las formas y tamaños, interrumpida su continuidad de vez en cuando por plantas poco vistosas que aportaban algo de verde al paisaje. Caminaba preso de un extraño nerviosismo, que apretaba con suavidad su estómago de un modo que le era familiar. Era la misma sensación que había experimentado ante el acantilado de Avaros. No pudo evitar sonreír, ignorando deliberadamente la reprimenda que "H" se estaba molestando en dedicarle.

-No entiendo qué haces aquí. Esperaría esto de cualquier miembro de la banda, excepto de ti. ¿No te da vergüenza?

Comentarios de esa índole se repetían en bucle mientras el rubio descendía del risco, encaminándose siempre en dirección a la única población que había en la isla. Annie se había ido de Gray Rock por su cuenta, dejando en el barco las indicaciones que tendría que seguir para poder contactar con ella. Más allá de eso, no tenía ni idea de qué le había sucedido durante el conflicto, así como del método que había usado para librarse de la gigantesca ola que había arrasado con todo.

Perdido en sus cavilaciones, no fue del todo consciente del recorrido que estaba realizando hasta que visualizó la primera construcción. Una discreta chimenea contribuía a formar el rastro que le había llevado hasta allí. ¿Habrían llegado a aquel lugar tan recóndito las noticias del mundo? La recompensa que ofrecían por su cabeza había aumentado en gran medida, y lo último que quería era que alguien le reconociese y tratase de asegurarse el futuro a su costa. Pensó en cubrir su rostro con la capucha, pero enseguida descartó esa posibilidad.

Estaba orgulloso de quién era, cómo vivía y los motivos que le empujaban a actuar como lo hacía. Se negaba a ocultarse cada vez que se adentrase en terreno potencialmente hostil; ésa no era su forma de actuar, ni la de ninguno de sus compañeros. Aun así, no podía evitar sentir cierta intranquilidad, que manifestó en forma de un suspiro antes de dar el primer paso.

La hora no invitaba a que hubiese un gran tumulto en las estrechas y modestas calles, pero ya se podía ver a los primeros lugareños. La mayoría cargaban productos de primera necesidad, predominando el pan en las cestas que desfilaban ante los ojos del espadachín. Un leve rugido proveniente de su barriga le recordó que era la hora del desayuno, pero eso podía esperar. ¿Cómo podía encontrar a Annie, en caso de que realmente hubiera recibido su mensaje y se encontrase allí?

Llamar la atención descaradamente era una idea efectiva pero estúpida, que desechó en cuanto amenazó con materializarse en su mente. ¿Qué tal caminar sin rumbo fijo hasta dar con ella? Era otra opción, pero no demasiado válida. No tenía mucho tiempo que perder, y la búsqueda de la albina podría demorarse demasiado. Tib hubiera sido la clave, pero por desgracia no se encontraba allí.

-Ponte tú a olisquear el suelo -dijo "H" con evidente tono irónico.

-Como sigas así me tiro al mar de cabeza y nos vamos a la mierda los dos -replicó el domador, obteniendo un chillo enfadado como respuesta por parte del águila-. Ya sé qué hacer -añadió, dándose cuenta de que al espíritu no le gustaría que le usase para encontrar a Annie.

Ella debía haber visto sus habilidades en Gray Rock, así que esperaba que no le resultase demasiado difícil interpretar el mensaje. Sonrió, dirigiéndose hacia la primera calle que vio. Lanzaba ráfagas de aire de poca intensidad cada vez que otro camino surgía del que él estaba recogiendo. Eran débiles, pero capaces de agitar toldos, levantar faldas y hacer caer sombreros. Tal vez no fuesen el mejor reclamo en un día normal, pero la ausencia total de viento aquella mañana hacía que fuesen bastante útiles. Al menos eso esperaba.

Empezaba a pensar que no iba a parecer, que la misiva no había llegado a su destino o que, peor aún, el tiempo había hecho mella y Annie se había olvidado de él. La sombra se cernió sobre su corazón como la noche sobre el océano cuando se ponía el sol, tanto que incluso H guardó silencio en su interior. El ave era consciente del miedo que atenazaba al contramaestre de los Arashi no Kyoudai cuando se le ocurrían cosas como aquélla, pero la preocupación cedió el espacio al alivio unos instantes después.

Una leve brisa acarició su rostro y se arremolinó en torno a él, levantando con mimo su capa para continuar con su camino. Aquel viento no era normal, eso lo tenía más que claro. Lo más curioso era que sabía de dónde procedía, quién lo había motivado. La tenue ráfaga de viento le había tocado como lo harían unos labios, le habían besado con el etéreo gusto de quien ama en la distancia y la incertidumbre. Pero sólo sintió una. Aunque la saboreó como si fuese eterna, únicamente una corriente de viento fue en su busca.

Therax cerró los ojos, incapaz de saber si aquello no había sido más que un producto de su imaginación. Tal vez las ganas que tenía de ver a la albina habían traicionado sus sentidos. Podía ser que su mente, empujada por su corazón, hubiese inventado rápidamente todo aquello para protegerse del dolor. Pero no, unos rápidos pasos a sus espaldas hicieron nacer en él la felicidad más grande que recordaba haber experimentado.

Abrió los ojos justo cuando Annie se lanzaba hacia su pecho, abrazándole y hundiendo la cara en él. El rubio sonrió y correspondió el gesto. Haciendo gala de toda la delicadeza que era capaz de demostrar, colocó una mano en su cabeza y la otra en su espalda. Empujó suavemente a la chica contra él, intentando transmitirle que estaba ahí y no pensaba irse, y acertó a besar su frente un instante antes de que se separara.

-Bueno -respondió, consciente de que le esperaba una buena reprimenda-, fue un momento muy intenso. No sabía dónde estabas y varios de mis compañeros necesitaban cuidados. Luka y yo -explicó, sin cuestionarse si conocería o no la identidad del gyojin- nos encargamos de eso, y tiene la mala costumbre de salir de cada problema al borde de la muerte... Debí buscarte -concluyó, consciente de que no había motivos que justificasen su actuación.

Decidió omitir que él mismo había requerido de asistencia sanitaria tras el enfrentamiento con el marine, así como las cicatrices que quedarían para siempre como recuerdo en su espalda. Por otro lado, sabía que la bruja era Kath, pero no tenía la menor idea de quién era el otro tipo. No obstante, no era el momento de preguntar por él. Annie estaba dolida, con toda la razón, y necesitaba su perdón.

-No sabía cómo hacerlo -replicó-. No sabes cuántas veces me senté delante del papel, pero las palabras no venían a mí. ¿Cómo debía escribirte? ¿Era mejor pedirte perdón de entrada?, ¿tal vez hacer como si nada y rezar por que tú me hubieses perdonado? No lo sabía, y eso siempre causaba que guardase la pluma y decidiese esperar a tener claro qué hacer. Pero llegó un momento en que ya no aguantaba más. Necesitaba verte y me forcé a enviarte esa carta, por muy torpe que fuese -dijo, esbozando una media sonrisa y encogiéndose de hombros.

Extendió la mano hacia la de la albina, intentando cogerla para llevarla a sus labios. Temía desde lo más profundo que, pese a la primera reacción que había tenido al verle, las dudas o el dolor hubiesen enfriado lo que ella sentía por él.

Había sonreído. Sí, lo había visto, y todo rastro de miedo o congoja se había esfumado. Una hilera de perlas casi tan impolutas como el cabello de la albina confirmaban que no había rencor, sólo necesidad de tratar un asunto que, al igual que a él, la había mantenido en vilo. Therax correspondió el gesto, devolviéndole una mirada tierna que se esforzaba por ocultar sus ganas de devorarla.

El comentario de Annie le cogió por sorpresa. No por su contenido, sino por el modo en que lo había hecho. Fue un susurro, un mensaje apenas perceptible destinado a él, únicamente a él. La piel se le erizó conforme las palabras acariciaron su oído, tanto que no se habría extrañado si alguien le hubiese dicho que había dado un respingo. Sin embargo, no hubo tiempo para ello. La sensación, reconfortante a la par que un tanto incómoda, fue desapareciendo para dar lugar a un extraño calor. Era algo que nacía en su pecho y se extendía hasta el último rincón de su cuerpo.

El punto álgido fue alcanzado cuando, sin previo aviso, se aproximó a él para besar sus labios. Pudo notar cómo su mano, contradictoriamente cálida pese al tono de su piel, rodeaba su cuello para reducir aun más la distancia que la separaba de él. El rubio rodeó su cintura de forma casi inconsciente, acercándola a la suya propia antes de acariciarle el pelo con su mano libre. El tiempo se detuvo en su interior. Nada importaba más allá de la albina. Ella y sólo ella era capaz de darle sentido al mundo, a su existencia.

Y entonces, el beso se rompió. Sintió la tentación de protestar, pero no podían permanecer así para siempre. Además, por mucho que odiase admitirlo, ésa no era la mejor manera de aprovechar el tiempo que tenían. Quería que Annie le contase absolutamente todo lo que había sucedido en el tiempo que habían estado separados, y eso no podía hacerse con la boca ocupada en otros menesteres.

-Siempre -respondió ante la pregunta, notando cómo su estómago rugía en el vientre.

-Ya, comer... -dijo H en su interior, llevándose una severa reprimenda que culminó con un 'no quiero escucharte mientras esté con ella' por parte del rubio.

Le llevó hasta una taberna que, a juzgar por la frenética actividad del camarero y la ausencia de clientela, no debía llevar demasiado tiempo abierta. Aun así, un delicioso olor emanaba de la puerta del establecimiento, como si el encargado de la cocina se hubiese puesto manos a la obra mucho antes de abrir.

Therax hizo caso al gesto de Annie y entró primero, llevándose un análisis visual minucioso en cuanto cruzó el umbral de la puerta. Una mujer gruesa y tosca se afanaba por limpiar las jarras que tenía frente a ella. Un moño alto casi desecho presidía su cabeza, mientras que el mal genio reinaba en su mirada.

El contramaestre la ignoró y se dirigió a una mesa situada en un rincón apartado de la estancia. Cuando se dio cuenta de que tal vez debería haber retirado la silla para que la chica se sentase ya era demasiado tarde. Aunque, pensándolo bien, ella no era de las que buscaban un príncipe azul que la cuidase; eso podía hacerlo sin ningún problema.

-¿Y qué pasó contigo después de que casi explotase ese edificio? -inquirió tras unos eternos segundos de silencio-. Después de irte con Kath y el tipo ése, sea quien sea -añadió. Estaba nervioso, pero no sabía muy bien por qué. El momento crítico ya había pasado.

Aprovechó la respuesta de Annie para apartar un momento la mirada y centrarla en la maltrecha carta que les habían ofrecido. Los huevos revueltos con chorizo eran una buena opción, aunque tal vez fueran demasiado pesados para la hora que era. Cerca estuvo de atragantarse con su propia saliva cuando, contra todo pronóstico, la albina comentó como si nada que había estado un tiempo junto a Arribor Neus. El shock inicial fue sustituido por una sonrisa divertida unos instantes después.

Sin embargo, el menú volvió a la mesa y un tic amenazó con colarse en el ojo del rubio al escuchar la palabra 'favores'. Su capitán era seguramente el rey de los gañanes y, como contramaestre, Therax conocía la multitud de significados que podía tener ese término. Estaba acostumbrado a que las paredes vibrasen cuando el pelirrojo le hacía un favor a alguien, o cuando Luka encontraba una sepia de tentáculos particularmente sensuales.

Fuera como fuere, Annie continuó con su historia con total naturalidad. El domador se forzó a calmarse. No era propio de él comportarse de un modo tan irracional e impulsivo. Además, actuar así sólo demostraría la inseguridad que tanto se afanaba en ocultar. Ese tal Yuu debía ser un simple conocido, un amigo con el que la chica, su... ¿qué denominación debía ponerle? Bueno, daba igual, ese tipo sólo era alguien con quien tenía una buena relación.

Volvió a su carta, pero a la hora de pedir vio algo que le sacó de quicio. ¿¡Realmente le había guiñado un ojo, el muy desgraciado!? Podía entender que lo hubiese hecho de encontrarse sola, pero ¿acaso no veía que iba acompañada? ¿Qué manera era esa de insinuarse?, ¿por quién la estaba tomando?

En un inútil intento por guardar las formas, dejó bruscamente los papeles sobre la mesa. No obstante, una de las corrientes de viento que tan propias eran de él nació con violencia. Se dispersó por el lugar, rompiendo en cadena las ventanas del establecimiento. «Cálmate», se dijo, sin comprobar si los demás habían relacionado el extraño suceso con su desaire.

-No me gusta lo que hay en la carta -comentó tajantemente-. ¿Y si nos vamos a otro sitio? -añadió, fulminando al guaperas con la mirada. No quería que su encuentro terminase mal, no después de tanto tiempo sin ver su cara, no después de meses sin saber en qué estado se encontraba la albina que tan profundamente había calado en su corazón.

Se esforzó por reprimir de nuevo el tic que amenazaba con apoderarse de su ojo. El 'quédate tranquilito' parecía repetirse en bucle en su mente, como si algún ser molesto hubiese decidido que aquello debía atormentarle durante un rato. Tragó saliva, intentando arrastrar con ella cualquier rastro de sarcasmo, así como todo posible comentario de mal gusto que pudiese escaparse de sus labios.

- Me pongo así porque... -Se calló, pues el camarero se había acercado para pedirles perdón por lo sucedido. Casi sintió lástima por él, ya que se estaba disculpando por algo que no era capaz de comprender-. Porque te ha guiñado un ojo, ¡lo he visto! -exclamó con voz ahogada-. Y encima vas y le sonríes, ¡ahora mismo!

La chica le había cogido la mano y, por un instante, se sintió tentado de retirar la suya, mas finalmente no lo hizo. Estaba enfadado; no había que ser un lumbreras para darse cuenta. Resopló, pero unos efectos que no había previsto sucedieron a continuación. Lo que debía haber sido una exhalación normal y corriente se convirtió en un poderoso vendaval, que colisionó con violencia contra la pared del local antes de derribar un buen tramo.

En cualquier otra situación se habría disculpado, habría pagado los desperfectos y se habría marchado después de comer, dejando una generosa propina que cubriese las molestias. Sin embargo, esa vez ni siquiera se lo planteó. Dirigió una severa mirada a Annie, confuso. No sabía a qué demonios había venido el gesto del muchacho. ¿Y si ella le había enviado alguna señal que había pasado inadvertida para el espadachín?

- ¿Le conoces de antes? -inquirió-. Es que no sé a qué demonios puede haber venido ese gesto si no. No estoy cómodo aquí, Annie -sentenció, dejando claro que quería marcharse. Su ira sólo podía ir a más, y lo último que quería era discutir con la albina. No se merecían una pelea después de tanto tiempo separados, más aún cuando ésta podía tener unas consecuencias tan devastadoras desde el punto de vista material.

Mientras hablaba con ella, quien les estaba atendiendo había liberado un grito de sorpresa y, por qué no, miedo. Aquello había agradado a Therax, que se había esforzado por que ese hecho no se reflejase en su rostro. La mujer que les había recibido con una mirada desconfiada desde detrás de la barra había perdido su gesto adusto. Tenía la mandíbula desencajada, cerrándola sólo para llamar a grito pelado a un tal Jeromías. ¿Sería el encargado del mantenimiento? ¿Acaso su marido?

Therax se disponía a responder, pero una cuchara de madera voló hacia su cabeza. Fue un gesto tan inesperado que se quedó bloqueado, no reaccionando y recibiendo el impacto del cubierto. ¡Le había tirado una cuchara! Por si no fuera suficiente, Annie parecía no haber terminado. Una oleada de reproches cayó sobre él, enterrándole en acusaciones que no hicieron más que nutrir su enfado. Y...Un momento. ¿Qué estaba haciendo? De nuevo le arrojaba algo, pero tuvo que esperar a que el viento golpease el suelo junto a él para tener la certeza de qué estaba sucediendo.

―¡Que no me tires cosas! -exclamó, poniéndose de pie. Imitando a la albina, dio un golpe seco en la mesa que hizo temblar los pocos objetos que quedaban sobre ella. Un vendaval se desató al mismo tiempo, agitando la ropa de todos los allí presentes y tirando al suelo vasos, jarras y platos por igual.

―Tranquilízate, chico ―dijo H en su interior―. Estáis montando un espectáculo, ¿no os da vergüenza?

El rubio ignoró al ave y mantuvo su atención sobre Annie. ¿Realmente le estaba tirando a la cara la relación que le unía a los demás miembros de los Arashi? ¿Cómo podía decir algo así? Sabía de sobra que él y sus compañeros no tenían demasiadas personas en las que confiar, que las experiencias vividas habían hecho del grupo lo más parecido a una familia. No, iba más allá.

―¡Ellos fueron los únicos que me acogieron cuando estaba solo en el mundo! ¿¡Cómo se te ocurre decirme algo así!? ¿O acaso quieres que me olvide de ellos? ―estalló. Conforme sus palabras se deslizaban entre sus labios, varias agujeros se abrieron en el maltrecho techo que cubría sus cabezas. Los rayos del sol incidieron directamente sobre la pálida piel de la albina y, por un instante, el corazón del espadachín se ablandó; era una imagen digna de ser inmortalizada en un cuadro.

No obstante, la ira que se reflejaba en el rostro de la chica le devolvió a su estado anterior. No podía admitir que cosas como aquélla se convirtiesen en un motivo legítimo de reproche, porque no era justo que se le juzgase por defender a los suyos. ¿Cuánta gente había en el mundo dispuesta a dar la vida por otra persona?

Cuando quiso darse cuenta ya era demasiado tarde. Annie había tirado de él hasta sacarle del establecimiento y, en la distancia, el techo al fin había terminado de ceder. El ruido debió despertar a los lugareños que aún no hubieran salido del mundo de los sueños y, en el caso de los pocos que hubieran resistido, los perros no tardarían en hacer lo propio con sus ladridos.

Pero nada de aquello importaba al rubio. Ni siquiera se dio la vuelta para comprobar cómo había quedado la construcción. No pensaba cubrir las reparaciones con dinero de su propio bolsillo ni nada que se le pareciese. Aquel desgraciado era el culpable de que todo amenazase con irse a pique. Pasaban muy poco tiempo juntos, demasiado poco, y nada molestaba más a Therax que emplearlo en discutir.

No obstante, sus facciones se suavizaron en cuanto la albina volvió a despegar sus labios. Esos labios carnosos que destacaban sobre su pálida piel. Se los mordió; sabía que le encantaba que hiciera eso, y aún más cuando lo hacía de forma inconsciente. El contramaestre guardó silencio, dejando que se expresara tal y como sentía. Era una mujer bastante reservada a la hora de hablar sobre sí misma —al menos así se había comportado hasta el momento— y por nada del mundo quería interrumpir un arrebato de sinceridad.

Por primera vez la veía vulnerable, y hasta ese momento no se percató por completo de que ella esperaba lo mismo que él: alguien en quien apoyarse, una persona a la que amar y entregar una confianza absoluta más allá de cualquier razón o adversidad. Y él no había estado a la altura de la situación. Tal vez ella hubiese hecho unas acusaciones algo injustas, pero no cabía duda acerca de la verdad presente en sus palabras.

Suspiró. ¿Por qué tenían que hacerlo todo tan difícil? La pelea que dejaban atrás había sido completamente innecesaria, aunque debía admitir su utilidad de cara a la liberación del estrés acumulado. Guardó silencio, escrutando los ojos de Annie en espera de que se le ocurriese algo más que decir. Quería asegurarse de que no se dejaba nada en el tintero. Y cuando se disponía a replicar, se dio la vuelta.

¿Adónde demonios iba? Recorrió la distancia que había interpuesto entre ambos con dos grandes zancadas, agarrando con delicadeza su brazo e invitándola a que se girase. No había terminado de hacerlo cuando la atrajo hacia sí, uniendo sus labios y, de haber podido, sus almas. Prolongó el beso durante unos segundos en los que se esforzó por transmitirle hasta el más profundo de sus sentimientos. No quería que tuviese ninguna duda acerca de lo que sentía, y nada podía demostrarlo mejor que un gesto. Al fin y al cabo, las palabras se las llevaba el viento.

—¿Y bien? ¿Dónde está ese barco del que hablas? —sonrió, dejando que le llevase hasta él.


No dudó en atraer su cuerpo en cuanto se supo a salvo del exterior. Un candil servía de iluminación para la estancia a la que le había llevado, arrancándoles sombras caprichosas que danzaban en la pared. Estaba nervioso, más que en cualquier batalla que hubiera librado. Su corazón latía desbocado, palpitando en sus oídos y en cada rincón de su anatomía.

La besó de nuevo, de un modo mucho más apasionado esa vez, y decidió no poner fin. Sería ella quien decidiese cuándo parar, así que se dedicó a acariciarla con toda la suavidad que sus manos temblorosas fueron capaces de reunir. No sabía qué pensaba la albina, pero creía —o quería— intuirlo. Ya había experimentado aquello anteriormente: las ganas de fundirse en uno con Annie, el ansia de notar el roce de su piel con cada centímetro de la suya, pero ¿lo vería ella del mismo modo?

Aún dubitativo, llevó una mano a su espalda con intención de aflojar el corsé que acostumbraba a usar. La camisa... blusa... ¿qué demonios era aquello? Daba igual; sólo sabía que un instinto animal le empujaba a arrebatárselo. No obstante, algo le pedía que dejase que todo fluyera mejor, que se esforzase por hacer de aquélla una experiencia única para ambos. Aferró sus muslos y, sin mayor esfuerzo, la alzó hasta colocar su cara frente a la suya. Situó las piernas de Annie en torno a su torso, dando posteriormente unos pasos hasta pegar su espalda a la pared.

Ni siquiera un milímetro separaba ambos cuerpos. Podía notar su respiración a la perfección. Su busto ascendía y descendía con cada bocanada de aire, amenazando con dejar sin aliento a quien lo contemplaba en cualquier momento. Del mismo modo, él exhalaba nerviosamente a la menor distancia imaginable. Tragó saliva. La quería.