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Varios
Varios días han pasado desde que salisteis de Gray Rock, encaminados hacia la isla de los sueños, los bombones y el "dinero fácil" para adueñaros de todo. La avaricia es mala, pero necesaria para lo que pretendéis hacer. Y por fin, sobrevoláis la isla. Desde arriba podéis ver que salvo por unos metros de playa repleta de turistas tomando el sol, niños jugando en la arena y gente bañándose, no hay ningún punto en el que poder aparcar el chisme en el que os encontráis. A no ser que podáis dejarlo en el puerto como si fuese un barco. La superficie de la isla está cubierta completamente de edificaciones las cuales podréis visitar cuando solventéis el primer problema:
Spas, casinos, tiendas de ropa cara, joyerías, más casinos, hoteles para descansar o para pasar un buen rato, todo ello os entra por los ojos. ¿Dan ganas de probarlo todo verdad? Por cierto, entre tantos rascacielos no alcancéis a discernir si alguno será la sede del "gobernador de la isla". Os va a tocar investigar.
Spas, casinos, tiendas de ropa cara, joyerías, más casinos, hoteles para descansar o para pasar un buen rato, todo ello os entra por los ojos. ¿Dan ganas de probarlo todo verdad? Por cierto, entre tantos rascacielos no alcancéis a discernir si alguno será la sede del "gobernador de la isla". Os va a tocar investigar.
Habían pasado días desde el incidente que había marcado un hito en la historia de nuestro mundo. El mercenario tuvo el tiempo suficiente como para pensar en sus actos y reflexionar sobre su inútil participación en aquella guerra. Como por un simple arrebato de rabia había echado a perder tanto tiempo, tantas oportunidades. Quería arrepentirse, pero había algo dentro de él que no le permitía hacerlo. ¿Acaso podría haber hecho algo más? ¿Qué le habría otorgado escapar de aquel barco, salvo más rabia y sangre?
El destino quiso que fuese así, y el ladrón sabía que eso era algo que era algo casi imposible de cambiar. Sin embargo, no fue aquellos hechos los que le permitieron tener una profunda charla consigo mismo los días venideros a los acontecimientos. El presenciar el poder que tenían todos aquellos que le rodeaban, y ya ni siquiera el poder militar, sino la influencia que parecían tener sobre el mundo… era envidiable. Yuu lo sabía. Él sabía mejor que nadie que, delante de todos aquellos líderes, no era absolutamente nadie. Un simple cachorro de lobo rodeado de familias enteras de cánidos extremadamente poderosos. Por ello… sabía que si no hacía algo inmediatamente, no lograría llegar a incrementar su influencia.
¿Qué podía hacer? Aunque en poco tiempo se hubiese superado a sí mismo e incluso hubiese logrado varios de sus principales objetivos, aún le quedaban decenas de ellos por cumplir. Él era un simple ladrón, al menos hasta los tiempos que corrían. Sin embargo, su nombre parecía empezar a tener más visibilidad en varios lugares, debido a sus actos y a sus recientes ventas, las cuales le otorgaron un medio infalible para conseguir aquello que se le antojase. ¿Cuál sería su siguiente propósito? Yuu no lo sabía a ciencia cierta, pero si que sabía que necesitaba mucho más capital. Necesitaba una fuente de ingresos, un lugar donde empezar su negocio de una forma más organizada. No hacía demasiado, el pelinegro había visitado un lugar que podría perfectamente cumplir esos requisitos si se adueñase de él. Dicho sitio no quedaba demasiado lejos de su posición y, teniendo en cuenta los invitados que tenía a bordo, contaba con unos aliados con bastante poder fluyendo por sus venas. Ahora bien… ¿cuál de ellos sería el perfecto candidato?
——————————————————————————————————————-
El pelinegro podía saber en cualquier momento la posición de sus invitados, gracias a las cámaras localizadas en toda la nave. Sin embargo, no quería hablar con ellos directamente, pues debía pensar con anterioridad cuál sería más apto para lo que quería hacer. El plan que había creado era sencillo, puesto que quería hacerse con el control total de aquella isla, concretamente de Casino Island, de una manera diplomática. El falso tuerto no conocía el potencial de seguridad de aquel lugar, por lo que sin un previo análisis no podría saber si aquello era inexpugnable o si la fuerza militar era prácticamente nula. ¿Quizás era todo demasiado precipitado? Lo era, completamente. No obstante, Yuu confiaba en su capacidad para lidiar con situaciones apresuradas, aún sabiendo que había concebido diversos planes para llevar las riendas de la situación en todo momento.
En uno de los pasillos de la nave, el mercenario se apoyó en una pared y colocó su mano en su barbilla, empezando a reflexionar sobre los candidatos más aptos para el trabajo.
—”Voy a necesitar una mano extra en todo momento… alguien que sepa dialogar y que al mismo tiempo sepa luchar. Pero, joder… ¿Quién? El tipo este… ¿Arribor, era? Creo que ni me dijo su nombre. En fin, es una jodida bestia, pero… dudo que sepa dialogar sin que haya sangre de por medio. Los tíos bajo su mando… creo que son lo mismo que él, con lo que dudo que estén a la altura de esto. Luego está mi socia, pero… creo que no me servirá de mucho. Es fuerte y posiblemente sepa hablar y convencer a la gente, pero… desde que pienso que posiblemente la traicioné en su momento, noto que ella podría hacerlo en el peor momento y, posiblemente, quedarse la isla para ella. No, no… descarto a esos cuatro. De todas formas… a la que queda no la he visto ni siquiera luchar. Eso sí… creo que podría aprovecharme de que me debe una disculpa y convencerla para que venga y me ayude. Pero… joder, ¿y si me falla? Aunque, bueno… en realidad si que he visto el potencial que tiene, ahora que lo pienso. Si se convierte en lo que se transformó en la guerra, podría ser una excelente baza para escapar o para pasar al plan B. Y encima… sus armas de mujer me conquistaron incluso a mí. ¡Ya sé! ¡Se lo comentaré a ella! Lo primero… ¿cómo cojones se llamaba?”—pensó.
Inmediatamente, sacó su caracolófono y llamó directamente a alguien de la sala de mando, con el propósito de conocer la posición de la fémina con la que debía hablar.
—¿Hola? ¿Hay alguien? —preguntó el ladrón, mirando fijamente los ojos del caracol.
—¿Capitán? ¿Qué ocurre? —respondió una jovial voz al otro lado de la línea.
—Necesito que miréis las cámaras de la nave y me localicéis a una mujer de pelo blanco. A una de las invitadas, vaya.
—Inmediatamente, señor —dijo con una voz firme—. ¡Chicos! Necesitamos encontrar a una chica con el pelo blanco dentro de la nave. ¡El Capitán necesita saber donde está! —exclamó, dirigiéndose a los que en aquella sala se hallaban.
—Joder… tampoco hace falta que grites. Me has dejado sordo, tío —dijo Blade, con un oído medio taponado.
—¡Lo siento, jefe! Tiene una ruedecilla para el volumen, por si no lo sabía —alegó, con un tono miedoso por si decía alguna palabra que ofendiese al ladrón.
—Si, la ruedecilla… claro, ya sabía que estaba ahí. ¿Me tomas por tonto? Lo que pasa… es que no me acordaba que… —hizo una breve pausa—. ¿Habéis encontrado a la chica?
—Si, señor. Parece que está en su habitación. Es la diez.
—Muy bien. Buen trabajo —colgó inmediatamente, y se dirigió a la susodicha ubicación, la cual se encontraba a escasos pasos de donde se encontraba él originalmente—. Joder… no he tenido que caminar mucho, menos mal. Veamos… esta es la habitación número diez. Debería de estar aquí —tocó varias veces a la puerta con suaves golpes—. ¿Puedo pasar? Soy Yuu, el capitán de la nave.
——————————————————————————————————————
La puerta del hangar se hallaba completamente abierta, y los subordinados del mercenario le habían brindado tanto a él como a su compañera un paracaídas. Tras unos estiramientos de parte del pelinegro, se dispuso a colocarse al lado de la albina para decirle un par de cosas antes de partir.
—¡A ver! ¡Tenemos que aterrizar en el edificio más alto, que es donde mi intuición me dice que podría estar aquel al cual buscamos! ¡Eso sí, hay un montón de edificios altos y seguramente falle mi intuición! ¡Tenemos todo el tiempo del mundo, así que con que aterricemos bastará! ¿Lista? ¡Venga! —exclamó diversas veces, puesto que con la puerta del hangar abierta el viento hacía demasiado ruido como para que hablando normal le pudiese oír.
Sin mediar ninguna palabra más, el ladrón se precipitó al vacío con su paracaídas puesto y sus tres espadas agarradas fuertemente en un cinto a su cintura. El muchacho ya estaba acostumbrado a esa clase de descensos, con lo que solo podía disfrutarlos cada vez más. Estaban a unos dos mil metros por encima del nivel del mar, con lo cual no tardarían demasiado en llegar a la terraza del rascacielos más grande de aquel lugar. En cuanto estuviera a suficiente altura, abriría su paracaídas y aterrizaría en la terraza objetivo de la mejor forma posible. En cualquier caso, tendría que esperar a que su compañera llegase para empezar con el plan A.
El destino quiso que fuese así, y el ladrón sabía que eso era algo que era algo casi imposible de cambiar. Sin embargo, no fue aquellos hechos los que le permitieron tener una profunda charla consigo mismo los días venideros a los acontecimientos. El presenciar el poder que tenían todos aquellos que le rodeaban, y ya ni siquiera el poder militar, sino la influencia que parecían tener sobre el mundo… era envidiable. Yuu lo sabía. Él sabía mejor que nadie que, delante de todos aquellos líderes, no era absolutamente nadie. Un simple cachorro de lobo rodeado de familias enteras de cánidos extremadamente poderosos. Por ello… sabía que si no hacía algo inmediatamente, no lograría llegar a incrementar su influencia.
¿Qué podía hacer? Aunque en poco tiempo se hubiese superado a sí mismo e incluso hubiese logrado varios de sus principales objetivos, aún le quedaban decenas de ellos por cumplir. Él era un simple ladrón, al menos hasta los tiempos que corrían. Sin embargo, su nombre parecía empezar a tener más visibilidad en varios lugares, debido a sus actos y a sus recientes ventas, las cuales le otorgaron un medio infalible para conseguir aquello que se le antojase. ¿Cuál sería su siguiente propósito? Yuu no lo sabía a ciencia cierta, pero si que sabía que necesitaba mucho más capital. Necesitaba una fuente de ingresos, un lugar donde empezar su negocio de una forma más organizada. No hacía demasiado, el pelinegro había visitado un lugar que podría perfectamente cumplir esos requisitos si se adueñase de él. Dicho sitio no quedaba demasiado lejos de su posición y, teniendo en cuenta los invitados que tenía a bordo, contaba con unos aliados con bastante poder fluyendo por sus venas. Ahora bien… ¿cuál de ellos sería el perfecto candidato?
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El pelinegro podía saber en cualquier momento la posición de sus invitados, gracias a las cámaras localizadas en toda la nave. Sin embargo, no quería hablar con ellos directamente, pues debía pensar con anterioridad cuál sería más apto para lo que quería hacer. El plan que había creado era sencillo, puesto que quería hacerse con el control total de aquella isla, concretamente de Casino Island, de una manera diplomática. El falso tuerto no conocía el potencial de seguridad de aquel lugar, por lo que sin un previo análisis no podría saber si aquello era inexpugnable o si la fuerza militar era prácticamente nula. ¿Quizás era todo demasiado precipitado? Lo era, completamente. No obstante, Yuu confiaba en su capacidad para lidiar con situaciones apresuradas, aún sabiendo que había concebido diversos planes para llevar las riendas de la situación en todo momento.
En uno de los pasillos de la nave, el mercenario se apoyó en una pared y colocó su mano en su barbilla, empezando a reflexionar sobre los candidatos más aptos para el trabajo.
—”Voy a necesitar una mano extra en todo momento… alguien que sepa dialogar y que al mismo tiempo sepa luchar. Pero, joder… ¿Quién? El tipo este… ¿Arribor, era? Creo que ni me dijo su nombre. En fin, es una jodida bestia, pero… dudo que sepa dialogar sin que haya sangre de por medio. Los tíos bajo su mando… creo que son lo mismo que él, con lo que dudo que estén a la altura de esto. Luego está mi socia, pero… creo que no me servirá de mucho. Es fuerte y posiblemente sepa hablar y convencer a la gente, pero… desde que pienso que posiblemente la traicioné en su momento, noto que ella podría hacerlo en el peor momento y, posiblemente, quedarse la isla para ella. No, no… descarto a esos cuatro. De todas formas… a la que queda no la he visto ni siquiera luchar. Eso sí… creo que podría aprovecharme de que me debe una disculpa y convencerla para que venga y me ayude. Pero… joder, ¿y si me falla? Aunque, bueno… en realidad si que he visto el potencial que tiene, ahora que lo pienso. Si se convierte en lo que se transformó en la guerra, podría ser una excelente baza para escapar o para pasar al plan B. Y encima… sus armas de mujer me conquistaron incluso a mí. ¡Ya sé! ¡Se lo comentaré a ella! Lo primero… ¿cómo cojones se llamaba?”—pensó.
Inmediatamente, sacó su caracolófono y llamó directamente a alguien de la sala de mando, con el propósito de conocer la posición de la fémina con la que debía hablar.
—¿Hola? ¿Hay alguien? —preguntó el ladrón, mirando fijamente los ojos del caracol.
—¿Capitán? ¿Qué ocurre? —respondió una jovial voz al otro lado de la línea.
—Necesito que miréis las cámaras de la nave y me localicéis a una mujer de pelo blanco. A una de las invitadas, vaya.
—Inmediatamente, señor —dijo con una voz firme—. ¡Chicos! Necesitamos encontrar a una chica con el pelo blanco dentro de la nave. ¡El Capitán necesita saber donde está! —exclamó, dirigiéndose a los que en aquella sala se hallaban.
—Joder… tampoco hace falta que grites. Me has dejado sordo, tío —dijo Blade, con un oído medio taponado.
—¡Lo siento, jefe! Tiene una ruedecilla para el volumen, por si no lo sabía —alegó, con un tono miedoso por si decía alguna palabra que ofendiese al ladrón.
—Si, la ruedecilla… claro, ya sabía que estaba ahí. ¿Me tomas por tonto? Lo que pasa… es que no me acordaba que… —hizo una breve pausa—. ¿Habéis encontrado a la chica?
—Si, señor. Parece que está en su habitación. Es la diez.
—Muy bien. Buen trabajo —colgó inmediatamente, y se dirigió a la susodicha ubicación, la cual se encontraba a escasos pasos de donde se encontraba él originalmente—. Joder… no he tenido que caminar mucho, menos mal. Veamos… esta es la habitación número diez. Debería de estar aquí —tocó varias veces a la puerta con suaves golpes—. ¿Puedo pasar? Soy Yuu, el capitán de la nave.
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La puerta del hangar se hallaba completamente abierta, y los subordinados del mercenario le habían brindado tanto a él como a su compañera un paracaídas. Tras unos estiramientos de parte del pelinegro, se dispuso a colocarse al lado de la albina para decirle un par de cosas antes de partir.
—¡A ver! ¡Tenemos que aterrizar en el edificio más alto, que es donde mi intuición me dice que podría estar aquel al cual buscamos! ¡Eso sí, hay un montón de edificios altos y seguramente falle mi intuición! ¡Tenemos todo el tiempo del mundo, así que con que aterricemos bastará! ¿Lista? ¡Venga! —exclamó diversas veces, puesto que con la puerta del hangar abierta el viento hacía demasiado ruido como para que hablando normal le pudiese oír.
Sin mediar ninguna palabra más, el ladrón se precipitó al vacío con su paracaídas puesto y sus tres espadas agarradas fuertemente en un cinto a su cintura. El muchacho ya estaba acostumbrado a esa clase de descensos, con lo que solo podía disfrutarlos cada vez más. Estaban a unos dos mil metros por encima del nivel del mar, con lo cual no tardarían demasiado en llegar a la terraza del rascacielos más grande de aquel lugar. En cuanto estuviera a suficiente altura, abriría su paracaídas y aterrizaría en la terraza objetivo de la mejor forma posible. En cualquier caso, tendría que esperar a que su compañera llegase para empezar con el plan A.
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Annie daba vueltas en la habitación que se había hospedado de aquella nave. Parecía preocupada, pero no quería demostrar que lo estaba. Su aspecto de pasota en los últimos días se había visto mermado tras aquella guerra. Tuvo unos días para contactar con Robin, quién se encontraba atracado en el Victory en la isla más cercana a Gray Rock. Él chico y Ayden estaban bien y eso es lo que le importaba. No sabía cuanto tiempo le llevaría llegar hasta aquella isla, pero esperaba que no fuera mucho. Conocía las habilidades de Robin, pero no podía dejarlo solo cuando los Claveles estaban en busca de ambos.
La muchacha de cabellos cenicientos se acercó hasta el gran ventanal que permitía la entrada de luz y grandes vistas hasta la acomodada habitación. Desde que había subido a aquella nave, se había sentido como una princesa de cuento con tantos detalles. Le gustaba esa vida de lujos y caprichos, ¿por qué no podía tenerla como todos aquellos que poseían infinita riqueza? Suspiró y escuchó la voz del hombre al que había rescatado a la salida del peñón.
Se giró y caminó hasta la puerta, abriéndola y lo miró. No recordaba si la última vez habían llegado a presentarse, había pasado mucho tiempo desde el último reencuentro que la arquera prefería no recordar debido a lo raro que había sido.
-Annie - se presentó ella cruzándose de brazos -. Veo que has conseguido encontrarme, esos gritos se escuchan como si nada - sonrió -. ¿Y bien? Supongo que ya debe quedar poco para llegar a la siguiente isla ¿o es que ocurre algo?
Annie asomó la cabeza. Era mucha altura para tirarse con un... ¿cómo se llamaba? Ah sí, paracaídas. La arquera nunca había tenido oportunidad de utilizar un objeto así y no comprendía el funcionamiento, por suerte mientras se lo equipaba le dieron una clase exprés sobre como tirar de la cuerda al descender. Si por alguna razón no iba bien el descenso, no dudaría en volar y aterrizar como ella lo hacía, le daba igual que la gente la mirara. Lo primero era su vida.
Yuu se puso a su lado y, entre gritos, escuchó lo que tenía que decir. Se enteró perfectamente de todo y tras eso, asintió. Él se tiró primero y, Annie, tardó unos segundos en hacer lo mismo. Tirarse desde tanta altura no le resultaba agradable, menos mal que sabía volar. Meneó su arco y se aseguró de que las flechas tanto como su arma estuvieran bien aseguradas a la hora de lanzarse al vacío. Tras eso, retrocedió unos metros y cogió carrerilla para saltar.
El corazón le iba a mil por hora, pero cada vez estaba más cerca así que tiró de la cuerda para que el paracaídas se abriera. El descenso fue lento, pero siguió a Yuu desde arriba y tardó poco tiempo en aterrizar en la misma terraza que él. Cuando sus pies tocaron el suelo se sintió aliviada. Se desabrochó el paracaídas y lo dejó en el suelo, para acercarse hasta el borde del edificio.
Desde lo alto podía apreciar la cantidad infinita de negocios lujosos y sus ojos brillaban, le gustaría asistir a uno de esos spas tan conocidos por las altas esferas o a una joyería para lucir tantas piedras brillantes como pudiera. Lástima que no tenía el dinero suficiente para nada de eso.
-¿Por dónde empezamos a investigar? - Inquirió mirando al parcheado.
La muchacha de cabellos cenicientos se acercó hasta el gran ventanal que permitía la entrada de luz y grandes vistas hasta la acomodada habitación. Desde que había subido a aquella nave, se había sentido como una princesa de cuento con tantos detalles. Le gustaba esa vida de lujos y caprichos, ¿por qué no podía tenerla como todos aquellos que poseían infinita riqueza? Suspiró y escuchó la voz del hombre al que había rescatado a la salida del peñón.
Se giró y caminó hasta la puerta, abriéndola y lo miró. No recordaba si la última vez habían llegado a presentarse, había pasado mucho tiempo desde el último reencuentro que la arquera prefería no recordar debido a lo raro que había sido.
-Annie - se presentó ella cruzándose de brazos -. Veo que has conseguido encontrarme, esos gritos se escuchan como si nada - sonrió -. ¿Y bien? Supongo que ya debe quedar poco para llegar a la siguiente isla ¿o es que ocurre algo?
[...]
Annie asomó la cabeza. Era mucha altura para tirarse con un... ¿cómo se llamaba? Ah sí, paracaídas. La arquera nunca había tenido oportunidad de utilizar un objeto así y no comprendía el funcionamiento, por suerte mientras se lo equipaba le dieron una clase exprés sobre como tirar de la cuerda al descender. Si por alguna razón no iba bien el descenso, no dudaría en volar y aterrizar como ella lo hacía, le daba igual que la gente la mirara. Lo primero era su vida.
Yuu se puso a su lado y, entre gritos, escuchó lo que tenía que decir. Se enteró perfectamente de todo y tras eso, asintió. Él se tiró primero y, Annie, tardó unos segundos en hacer lo mismo. Tirarse desde tanta altura no le resultaba agradable, menos mal que sabía volar. Meneó su arco y se aseguró de que las flechas tanto como su arma estuvieran bien aseguradas a la hora de lanzarse al vacío. Tras eso, retrocedió unos metros y cogió carrerilla para saltar.
El corazón le iba a mil por hora, pero cada vez estaba más cerca así que tiró de la cuerda para que el paracaídas se abriera. El descenso fue lento, pero siguió a Yuu desde arriba y tardó poco tiempo en aterrizar en la misma terraza que él. Cuando sus pies tocaron el suelo se sintió aliviada. Se desabrochó el paracaídas y lo dejó en el suelo, para acercarse hasta el borde del edificio.
Desde lo alto podía apreciar la cantidad infinita de negocios lujosos y sus ojos brillaban, le gustaría asistir a uno de esos spas tan conocidos por las altas esferas o a una joyería para lucir tantas piedras brillantes como pudiera. Lástima que no tenía el dinero suficiente para nada de eso.
-¿Por dónde empezamos a investigar? - Inquirió mirando al parcheado.
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Véis la tierra acercándose cada vez más a vosotros mientras caéis y caéis... De una forma que aterraría a cualquiera, hasta que conseguís abrir los paracaídas. Aunque el de Yuu tarda más en querer abrirse. Igualmente, ambos os conseguís precipitar a una bonita azotea. Tenía plantas decorandola y una enorme piscina que ocupaba casi toda su superficie.
Annie, las corrientes de viento te llevan hasta lo que parece el borde del edificio. Por suerte, no son traicioneras y no vuelven a hinchar tu paracaídas para hacerte caer, así que estás segura, pero mejor que te apartes de ahí y vayas con Yuu, quien parece haberse precipitado a la piscina, a la zona en la que el agua le llega hasta las rodillas.
Yuu, el suelo es resbaladizo, así que ten cuidado de no caerte.
Desde ahí, la vista panorámica no os da muchos datos, aunque quizás algo de lo que hay en la azotea os ayude, como el bordado de esas toallas de baño que se sitúan sobre las tumbonas de playa. Tal vez sea la piscina privada del dueño de aquella isla, o solo uno de los más lujosos hoteles del mundo. También podrían ser ambas cosas, viendo donde os encontráis. Por cierto, escucháis voces acercándose y no es como si vuestras pintas fuesen las de unos turistas. ¿Qué hacéis?
Annie, las corrientes de viento te llevan hasta lo que parece el borde del edificio. Por suerte, no son traicioneras y no vuelven a hinchar tu paracaídas para hacerte caer, así que estás segura, pero mejor que te apartes de ahí y vayas con Yuu, quien parece haberse precipitado a la piscina, a la zona en la que el agua le llega hasta las rodillas.
Yuu, el suelo es resbaladizo, así que ten cuidado de no caerte.
Desde ahí, la vista panorámica no os da muchos datos, aunque quizás algo de lo que hay en la azotea os ayude, como el bordado de esas toallas de baño que se sitúan sobre las tumbonas de playa. Tal vez sea la piscina privada del dueño de aquella isla, o solo uno de los más lujosos hoteles del mundo. También podrían ser ambas cosas, viendo donde os encontráis. Por cierto, escucháis voces acercándose y no es como si vuestras pintas fuesen las de unos turistas. ¿Qué hacéis?
La puerta tardó varios segundos en abrirse pero, finalmente, la apertura fue precedida por los calmados pasos de la mujer que yacía en aquella habitación. Una muchacha con una diferencia de altura considerable apareció frente a él. Si bien su memoria a veces fallaba, podía recordar a aquella joven de cabellos cenicientos mejor de lo que podría esperar. No eran recuerdos hermosos ni mucho menos, puesto que resultó humillado y su orgullo pareció quedar fulminado. No obstante, el rencor guardado hacia la mujer era nulo, puesto que el solo hecho de haberse reencontrado con tal hermosa dama paliaba completamente que hubiese sido la misma que, tiempo atrás, rechazase al valeroso pelinegro.
Sus labios se abrieron para pronunciarse ante el mercenario, dando cabida a una melodiosa voz que acompañaba perfectamente a su aspecto.
—Annie —se cruzó de brazos, con un tono bastante serio en su voz—. Veo que has conseguido encontrarme, esos gritos se escuchan como si nada —dedicó una sonrisa al parcheado—. ¿Y bien? Supongo que ya debe quedar poco para llegar a la siguiente isla ¿o es que ocurre algo?
—Sí… definitivamente eres… —se quedó absorto en su mirada durante unos segundos, mas volvió en sí antes de que siquiera la muchacha se diese cuenta de que no estaba prestando atención a lo que estaba diciendo, salvo a sus últimas palabras—. ¿Ocurre algo? Ah, sí. Quería hablar contigo de algo… un tanto importante. —le indicó con un movimiento de mano que se apartase para dejarle pasar a su habitación. Si le dejaba pasar, entraría y se apoyaría en una de las paredes más cercanas a la puerta. Si no, simplemente se quedaría fuera—. Voy a ser directo. Ahora mismo hemos puesto rumbo a una isla en concreto. No sé la prisa que tendrás por llegar a la isla a la que íbamos en un principio, pero créeme, vas a querer escuchar lo que tengo que decir. No te conozco, ni tú me conoces a mí. Aún así, poco hace falta para saber que hay algo en tí que me intriga. ¿Poder? ¿Confianza? ¿O quizás… una oportunidad? No lo sé, pero voy a ser claro. De entre los invitados, eres la más indicada para ayudarme con esto. Casino Island será mía pronto. Por cualquier medio, voy a hacer que esa isla caiga en mi poder. Para eso, te necesito —se aclaró la garganta para seguir hablando—. Necesito que vengas conmigo y me ayudes a tomar el mando de la isla. No quiero sangre si no es necesario. Tengo dinero, tengo carisma y, además, tengo cierta facilidad… para hacer contactos. No sé si ya habrás quitado la atención sobre lo que te digo, pero… escucha lo que te voy a decir. Quid pro quo. Ayúdame con esto y te daré cualquier cosa que me pidas que, por supuesto, esté en mi mano conseguir —cerró los ojos y luego miró fijamente a la albina, a la par que tendía su mano derecha hacia delante—. ¿Trato hecho?
—————————————————————————————————————————
El viento no jugaba a favor de nadie. A última hora, el paracaídas del pelinegro pareció desestabilizarse y viró hacia el lado que no quería. La azotea parecía albergar una piscina de un tamaño considerable, con mobiliario bastante lujoso que el parcheado no lograría apreciar hasta llegar a tierra, o más bien, a agua. Por desgracia, la piscina no era el mejor lugar para aterrizar, dado que el fluido transparente no era algo que gustase en demasía al joven desde que ingirió la endemoniada fruta que le había otorgado tan basto poder. No obstante, no podía haberlo evitado y, al menos, no estaba en la parte profunda. Se quitó el paracaídas con rapidez y de un par de zancadas llegó hasta el borde de la piscina, donde salió de ella con un pequeño salto. Instintivamente, procedió a localizar con su mirada la posición de su compañera de pelo ceniciento. Cuando vio que estaba de una pieza, su oído pareció captar algo. Pisadas y… voces. En otra ocasión, la primera idea del mercenario hubiese sido acabar con ellos para no dejar cabos sueltos. No obstante, la idea de empezar derramando sangre no era la mejor para el curso de la misión que estaba en curso.
—¿Por dónde empezamos a investigar? —preguntó la muchacha al pelinegro, un tanto alejada de él y en voz quizás demasiado elevada.
—Escóndete. Si ves que algo va mal, espera a mi señal.
Acto seguido, se escondió detrás de una tumbona rápidamente. No era el mejor escondrijo, pero… no parecía haber nada mejor por los alrededores y debía de pensar rápido si no quería que le descubrieran tan pronto.
Sus labios se abrieron para pronunciarse ante el mercenario, dando cabida a una melodiosa voz que acompañaba perfectamente a su aspecto.
—Annie —se cruzó de brazos, con un tono bastante serio en su voz—. Veo que has conseguido encontrarme, esos gritos se escuchan como si nada —dedicó una sonrisa al parcheado—. ¿Y bien? Supongo que ya debe quedar poco para llegar a la siguiente isla ¿o es que ocurre algo?
—Sí… definitivamente eres… —se quedó absorto en su mirada durante unos segundos, mas volvió en sí antes de que siquiera la muchacha se diese cuenta de que no estaba prestando atención a lo que estaba diciendo, salvo a sus últimas palabras—. ¿Ocurre algo? Ah, sí. Quería hablar contigo de algo… un tanto importante. —le indicó con un movimiento de mano que se apartase para dejarle pasar a su habitación. Si le dejaba pasar, entraría y se apoyaría en una de las paredes más cercanas a la puerta. Si no, simplemente se quedaría fuera—. Voy a ser directo. Ahora mismo hemos puesto rumbo a una isla en concreto. No sé la prisa que tendrás por llegar a la isla a la que íbamos en un principio, pero créeme, vas a querer escuchar lo que tengo que decir. No te conozco, ni tú me conoces a mí. Aún así, poco hace falta para saber que hay algo en tí que me intriga. ¿Poder? ¿Confianza? ¿O quizás… una oportunidad? No lo sé, pero voy a ser claro. De entre los invitados, eres la más indicada para ayudarme con esto. Casino Island será mía pronto. Por cualquier medio, voy a hacer que esa isla caiga en mi poder. Para eso, te necesito —se aclaró la garganta para seguir hablando—. Necesito que vengas conmigo y me ayudes a tomar el mando de la isla. No quiero sangre si no es necesario. Tengo dinero, tengo carisma y, además, tengo cierta facilidad… para hacer contactos. No sé si ya habrás quitado la atención sobre lo que te digo, pero… escucha lo que te voy a decir. Quid pro quo. Ayúdame con esto y te daré cualquier cosa que me pidas que, por supuesto, esté en mi mano conseguir —cerró los ojos y luego miró fijamente a la albina, a la par que tendía su mano derecha hacia delante—. ¿Trato hecho?
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El viento no jugaba a favor de nadie. A última hora, el paracaídas del pelinegro pareció desestabilizarse y viró hacia el lado que no quería. La azotea parecía albergar una piscina de un tamaño considerable, con mobiliario bastante lujoso que el parcheado no lograría apreciar hasta llegar a tierra, o más bien, a agua. Por desgracia, la piscina no era el mejor lugar para aterrizar, dado que el fluido transparente no era algo que gustase en demasía al joven desde que ingirió la endemoniada fruta que le había otorgado tan basto poder. No obstante, no podía haberlo evitado y, al menos, no estaba en la parte profunda. Se quitó el paracaídas con rapidez y de un par de zancadas llegó hasta el borde de la piscina, donde salió de ella con un pequeño salto. Instintivamente, procedió a localizar con su mirada la posición de su compañera de pelo ceniciento. Cuando vio que estaba de una pieza, su oído pareció captar algo. Pisadas y… voces. En otra ocasión, la primera idea del mercenario hubiese sido acabar con ellos para no dejar cabos sueltos. No obstante, la idea de empezar derramando sangre no era la mejor para el curso de la misión que estaba en curso.
—¿Por dónde empezamos a investigar? —preguntó la muchacha al pelinegro, un tanto alejada de él y en voz quizás demasiado elevada.
—Escóndete. Si ves que algo va mal, espera a mi señal.
Acto seguido, se escondió detrás de una tumbona rápidamente. No era el mejor escondrijo, pero… no parecía haber nada mejor por los alrededores y debía de pensar rápido si no quería que le descubrieran tan pronto.
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Annie al principio se quedó en la puerta, escuchando lo que tenía que decir el parcheado. Sin embargo, en cuanto este se movió para apoyarse contra una pared decidió seguirlo. Al principio no esperaba que fuera nada importante, pero con su primera frase no pudo evitar esbozar una sonrisa traviesa. Enseguida el parcheado le contó su plan y, aunque al principio le escamaba un poco que todo fuera tan a las prisas, no perdía nada por aceptar.
Tan solo el hecho de poder contar con su ayuda para un futuro le parecía un buen beneficio. Alguien que era capaz de tener semejante vehículo surcando los cielos significaba que era importante, o eso creía ella. Por otro lado, tampoco tenía prisa pues Robin estaba a cargo del Victory y sabía protegerlo perfectamente.
-Trato hecho - Comentó la arquera extendiendo su mano derecha para cerrar el trato con Yuu. - Aunque, ahora que la revolución me ha captado, si conseguimos que domines esa isla no me importaría tener una base para ellos ahí. Siempre vienen bien los fondos para la armada.
Con aquel cierre del trato, tan solo tenían que disponerse a llegar a la famosa Casino Island y, finalmente, Annie separó su mano de la de Yuu.
El descenso no había sido tan fácil como esperaba, el propio hecho de que las corrientes de viento intentaran alejarla de la azotea del edificio, pero pudo crear una ligera corriente de viento que le permitió enderezar su caída. Aterrizó al borde de la azotea, pero todo salió bien y enseguida se separó del borde.
Después de haberle preguntado a Yuu por donde empezar a investigar y que este le ordenara esconderse, la muchacha de cabellos cenicientos escuchó unas voces. Miró a su alrededor para ver qué podía ser de utilidad y, aunque no sabían si se encontraban en una propiedad privada, yendo armados y con aquellas pintas llamarían demasiado la atención.
Corrió hacia las tumbonas, en donde veía al parcheado escondido detrás de ellas y agarró dos toallas con un gran estampado. Le tiró una al chico y se quedó con una para ella, para luego agacharse junto a él.
-Desnúdate, si nos ven con estas pintas y armados sospecharán y causaremos un gran revuelo -Comentó en voz baja.
Agarró otra toalla de la tumbona y envolvió su arco con la toalla dejándolo debajo de la tumbona para que no pudiera apreciarse. Se dio la vuelta y se desvistió por completo, dejando solamente su ropa interior a la vista. Después, se envolvió la toalla por encima y se puso de pie. Esperaba que Yuu le hiciera caso.
Tan solo el hecho de poder contar con su ayuda para un futuro le parecía un buen beneficio. Alguien que era capaz de tener semejante vehículo surcando los cielos significaba que era importante, o eso creía ella. Por otro lado, tampoco tenía prisa pues Robin estaba a cargo del Victory y sabía protegerlo perfectamente.
-Trato hecho - Comentó la arquera extendiendo su mano derecha para cerrar el trato con Yuu. - Aunque, ahora que la revolución me ha captado, si conseguimos que domines esa isla no me importaría tener una base para ellos ahí. Siempre vienen bien los fondos para la armada.
Con aquel cierre del trato, tan solo tenían que disponerse a llegar a la famosa Casino Island y, finalmente, Annie separó su mano de la de Yuu.
[...]
El descenso no había sido tan fácil como esperaba, el propio hecho de que las corrientes de viento intentaran alejarla de la azotea del edificio, pero pudo crear una ligera corriente de viento que le permitió enderezar su caída. Aterrizó al borde de la azotea, pero todo salió bien y enseguida se separó del borde.
Después de haberle preguntado a Yuu por donde empezar a investigar y que este le ordenara esconderse, la muchacha de cabellos cenicientos escuchó unas voces. Miró a su alrededor para ver qué podía ser de utilidad y, aunque no sabían si se encontraban en una propiedad privada, yendo armados y con aquellas pintas llamarían demasiado la atención.
Corrió hacia las tumbonas, en donde veía al parcheado escondido detrás de ellas y agarró dos toallas con un gran estampado. Le tiró una al chico y se quedó con una para ella, para luego agacharse junto a él.
-Desnúdate, si nos ven con estas pintas y armados sospecharán y causaremos un gran revuelo -Comentó en voz baja.
Agarró otra toalla de la tumbona y envolvió su arco con la toalla dejándolo debajo de la tumbona para que no pudiera apreciarse. Se dio la vuelta y se desvistió por completo, dejando solamente su ropa interior a la vista. Después, se envolvió la toalla por encima y se puso de pie. Esperaba que Yuu le hiciera caso.
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La puerta se abrió y de esta salió un grupo de personas ataviadas con bermudas, faldas y bañadores de coloridos estampados. Algunas de las personas llevaban gafas de sol o pamelas. Seguramente fuesen turistas, en caso de que hayáis caído en un hotel. Lo que estaba claro era que no estaban armados. Al veros, todos detuvieron sus distintas conversaciones, algunos antes que otros. Pero no tardaron en empezar a cuchichear sobre lo que hubierais estado haciendo ahí. Con las pintas de Annie que se tapa con la toalla y Yuu, estás a medio desvestir... No hay que ser muy listo para imaginarse lo que les pasa por la cabeza.
"Podrían hacer esas cosas en su cuarto..." "Esta juventud de hoy en día..." "Pero no es muy niña para andar con ese hombre..." Cosas por el estilo pueden escucharse por el fondo. Pero mejor eso a ser descubiertos. Además, nadie a reparado en los paracaídas. Podéis intentar huir al interior del edificio. Quizás sea la mejor opción para que os dejen en paz y se vuelvan a su vida relajada. Además, las personas que atienden a los clientes debían estar al llegar. Mejor si os dais prisa en moveros si no queréis que os pregunten por vuestra habitación y os echen al ver que no tenéis ninguna.
Una vez en el pasillo, si decidís salir podéis ir a donde queráis. Hay puertas, algunas abiertas, otras cerradas, e indicadores para las distintas plantas y lo que hay en ellas.
"Podrían hacer esas cosas en su cuarto..." "Esta juventud de hoy en día..." "Pero no es muy niña para andar con ese hombre..." Cosas por el estilo pueden escucharse por el fondo. Pero mejor eso a ser descubiertos. Además, nadie a reparado en los paracaídas. Podéis intentar huir al interior del edificio. Quizás sea la mejor opción para que os dejen en paz y se vuelvan a su vida relajada. Además, las personas que atienden a los clientes debían estar al llegar. Mejor si os dais prisa en moveros si no queréis que os pregunten por vuestra habitación y os echen al ver que no tenéis ninguna.
Una vez en el pasillo, si decidís salir podéis ir a donde queráis. Hay puertas, algunas abiertas, otras cerradas, e indicadores para las distintas plantas y lo que hay en ellas.
Una vez escondidos, el oído del mercenario intentó fijarse en las voces de aquellos que se hallaban accediendo al lugar. La voz de su compañera interrumpió el intento de escucha, diciéndole que se desvistiera para no causar una impresión equivocada a los que allí se encontraban.
—Vaya, qué directas son las jóvenes de hoy en día. Creía que querías que nos conociéramos más antes de… —bromeó al respecto, con una sonrisa burlona dibujada en su rostro —. No creo que haga falta desvestirse, lo tengo todo bajo control. Mira, esperemos a que estén despistados, salimos y… —de repente, su oído captó la conversación que estaban teniendo los sujetos de los cuales se hallaban escondiéndose.
—Podrían hacer esas cosas en su cuarto… —dijo una señora con gafas de sol y una pamela de un tamaño considerable, ubicada en la posición justa para verlos de lleno desde un lateral.
—Eh… —el mercenario dedicó una mirada nerviosa a Annie—. Parece que…
—Esta juventud de hoy en día… —dijo el hombre que iba con la señora.
—Nosotros ya nos íbamos… —sonrío falsamente e hizo un gesto con la cabeza a su compañera para marcharse— Coge la ropa, anda. Menos mal que se han fijado en tí y no en la espada que llevo colgada —habló en voz baja con la muchacha, antes de partir hacia dentro del edificio.
—Pero… ¿no es muy joven para ir con ese hombre? —alcanzó a decir un hombre con bermudas antes de que Yuu llegase a su posición.
—La pasión no conoce edades, joder. —dijo el ladrón, antes de cruzar el umbral de la puerta—. ¡Y no soy tan mayor, coño! —exclamó en voz no muy alta, para no alertar al personal pero lo suficiente como para que los huéspedes le escuchasen.
Independientemente de si Annie le seguía o no, alcanzó el pasillo en poco tiempo. Si le había seguido, que esperaba que sí, entonces era hora de trazar un plan para ver cuál sería su próximo movimiento. Yuu ya lo tenía más que claro, pero le faltaba el hecho de comunicárselo a su compañera para un mejor desarrollo de la misión.
—Dudo que aquí haya algo interesante. Bajemos y salgamos de aquí. Igual de camino escuchamos algo que nos sirva… pero lo dudo mucho. Esto parece un hotel así a simple vista y viendo a esos tipos que acabamos de cruzarnos… las sospechas de que lo es aumentan. Vale… vamos a bajar por las escaleras. ¿O quizás…? Espera, ¿y esas puertas grises con números arriba? —se refirió al ascensor que había en aquel hotel de grandes dimensiones. Si su compañera estaba de acuerdo, investigaría el ascensor para ver cómo bajar y, finalmente, ejecutar el descenso hasta la planta baja.
—Vaya, qué directas son las jóvenes de hoy en día. Creía que querías que nos conociéramos más antes de… —bromeó al respecto, con una sonrisa burlona dibujada en su rostro —. No creo que haga falta desvestirse, lo tengo todo bajo control. Mira, esperemos a que estén despistados, salimos y… —de repente, su oído captó la conversación que estaban teniendo los sujetos de los cuales se hallaban escondiéndose.
—Podrían hacer esas cosas en su cuarto… —dijo una señora con gafas de sol y una pamela de un tamaño considerable, ubicada en la posición justa para verlos de lleno desde un lateral.
—Eh… —el mercenario dedicó una mirada nerviosa a Annie—. Parece que…
—Esta juventud de hoy en día… —dijo el hombre que iba con la señora.
—Nosotros ya nos íbamos… —sonrío falsamente e hizo un gesto con la cabeza a su compañera para marcharse— Coge la ropa, anda. Menos mal que se han fijado en tí y no en la espada que llevo colgada —habló en voz baja con la muchacha, antes de partir hacia dentro del edificio.
—Pero… ¿no es muy joven para ir con ese hombre? —alcanzó a decir un hombre con bermudas antes de que Yuu llegase a su posición.
—La pasión no conoce edades, joder. —dijo el ladrón, antes de cruzar el umbral de la puerta—. ¡Y no soy tan mayor, coño! —exclamó en voz no muy alta, para no alertar al personal pero lo suficiente como para que los huéspedes le escuchasen.
Independientemente de si Annie le seguía o no, alcanzó el pasillo en poco tiempo. Si le había seguido, que esperaba que sí, entonces era hora de trazar un plan para ver cuál sería su próximo movimiento. Yuu ya lo tenía más que claro, pero le faltaba el hecho de comunicárselo a su compañera para un mejor desarrollo de la misión.
—Dudo que aquí haya algo interesante. Bajemos y salgamos de aquí. Igual de camino escuchamos algo que nos sirva… pero lo dudo mucho. Esto parece un hotel así a simple vista y viendo a esos tipos que acabamos de cruzarnos… las sospechas de que lo es aumentan. Vale… vamos a bajar por las escaleras. ¿O quizás…? Espera, ¿y esas puertas grises con números arriba? —se refirió al ascensor que había en aquel hotel de grandes dimensiones. Si su compañera estaba de acuerdo, investigaría el ascensor para ver cómo bajar y, finalmente, ejecutar el descenso hasta la planta baja.
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Annie creía que su idea no era tan mala, de hecho, resultaba perfecta. ¿Qué era lo peor que podía pasar si iba como si fuese una turista tomando el sol? Al parecer eso solo trajo cuchicheos de las personas que llegaron a la azotea. Miradas furtivas y sorpresas varias ante la gente y lo peor es que ella solamente estaba en toalla. ¿Por qué razón pensaban que había pasado algo entre ambos muchachos?
La revolucionaria infló los mofletes, dedicándole unos morritos como si les hubieran cortado el rollo aquella gente y se agachó para recoger su ropa y pertenencias. A medida que Yuu comenzó a caminar ella lo siguió a paso ligero y, cuando quedaba una poca distancia para llegar a la entrada, decidió quitarse la toalla y tirarla al suelo para ver las caras de vergüenza de la gente y también disfrutar de como algunos degustaban la vista que ella ofrecía.
Cuando salieron al umbral de la entrada, mientras Annie se vestía y colocaba su arco a la espalda, miró al chico con las cejas arqueadas.
-¿En serio? ¿La pasión no conoce edades? - La arquera rio por lo bajo - Les dices que no eres tan mayor como ellos creen y aun así has hablado como si tuvieras más de cincuenta años.
Tras aquel comentario, ambos decidieron continuar con la misión. Lo mejor era abandonar aquel edificio que no era más que un simple hotel; sin embargo, Yuu se había fijado en unas puertas extrañas con números. Annie las miró más de cerca y luego miró hacia atrás.
-No sé si será buena idea bajar por el ascensor, quizás las escaleras sean más seguras, pero vale. Lo que el jefe diga.
Annie pulsó uno de los botones que elevaban al ascensor hasta su planta y luego esperó.
La revolucionaria infló los mofletes, dedicándole unos morritos como si les hubieran cortado el rollo aquella gente y se agachó para recoger su ropa y pertenencias. A medida que Yuu comenzó a caminar ella lo siguió a paso ligero y, cuando quedaba una poca distancia para llegar a la entrada, decidió quitarse la toalla y tirarla al suelo para ver las caras de vergüenza de la gente y también disfrutar de como algunos degustaban la vista que ella ofrecía.
Cuando salieron al umbral de la entrada, mientras Annie se vestía y colocaba su arco a la espalda, miró al chico con las cejas arqueadas.
-¿En serio? ¿La pasión no conoce edades? - La arquera rio por lo bajo - Les dices que no eres tan mayor como ellos creen y aun así has hablado como si tuvieras más de cincuenta años.
Tras aquel comentario, ambos decidieron continuar con la misión. Lo mejor era abandonar aquel edificio que no era más que un simple hotel; sin embargo, Yuu se había fijado en unas puertas extrañas con números. Annie las miró más de cerca y luego miró hacia atrás.
-No sé si será buena idea bajar por el ascensor, quizás las escaleras sean más seguras, pero vale. Lo que el jefe diga.
Annie pulsó uno de los botones que elevaban al ascensor hasta su planta y luego esperó.
- Yuu:
- Sin saber cómo, ni cuando, ni tampoco el porqué acabaste en un jacuzzi bebiendo coñac rodeado de bellezas de todas partes del mundo, incluyendo algunas venidas de Momoiro. ¿Qué hacías ahí? Eso solo lo sabes tú, si es que te acuerdas, claro.
Al despertarte tienes un fuerte dolor de cabeza, y no sabes donde estas. Abres los ojos lentamente y poco a poco consigues vislumbrar una oscura habitación de hotel, pero gracias a un haz de luz que hay sobre la ventana te percatas de que es de día, pero están las cortinas cerradas. La habitación está hecha un maldito desastre, todo roto y patas arriba, como si un pequeño huracán hubiera pasado por allí destrozándolo todo a su paso. Te levantas y no tienes nada salvo tu ropa y tus armas, ¡ah! Tu parche ha desaparecido, al igual que todo tu dinero. Es decir, estás con lo puesto.
¿Qué haces joven Yuu?
Te estarás preguntando que donde estás, pues en el hotel más lujoso de toda la isla, cuyo dueño es una persona de difícil trato.
- Annie:
- Alcohol, bailes pegados, gente tirado billetes de cien en un culo que saben de quien. Dicen que te quieren, pero… yo que sé, cuando ellos están mal lo pasa bien… ¡Duro! Duro como el suelo en el que has despertado. Estás en las afueras de la ciudad, muy pegada a la costa. Dormida sobre un rebalaje de rocas húmedas y repletas de asquerosas y pegajosas algas. A tu lado una muchacha de apenas dieciséis o diecisiete años. ¿Quién es? No lo recuerdas, pero ambas tenéis una pulsera roja que pone: “El jilguero rojo”, y en lo más alto de la ciudad hay un edificio con el mismo logotipo, ¿qué casualidad, verdad?
¿Qué haces joven Annie?
¡Ah, por cierto! Tienes el parche de Yuu puesto en la cabeza, ¿cómo habrá llegado eso ahí?
Alcohol y mujeres, algo que muchos dirían que es la combinación perfecta. Sin embargo... uno de ellos desencadena un mal fatal. Un error del cual Yuu seguramente se arrepentiría tiempo después. Su plan principal empezaría ese día, más todo se vería frustrado cuando el despertar llegase. No es que llegase demasiada luz a la habitación, pero un pequeño rayo de luz impactó en las córneas del mercenario. Con su mano derecha se cubrió el rostro instintivamente, dando lugar entonces a sensaciones nada agradables. Como si alguien estuviese taladrándole la cabeza, sentía un dolor horrible y punzante en su cerebro. No era algo nuevo para él ni mucho menos, mas nunca había soportado muy bien este tipo de resacas.
—¿Qué co...? ¡Ah! ¡Joder! —exclamó, debido al intenso pinchazo que le había dado su cabeza— ¿Qué cojones hice anoche, tío? —se puso a observar la oscura habitación— No... esto no me está pasando a mí.
Intentó incorporarse en el sitio. No estaba en una cama, sino en una bañera de un coste bastante elevado... algo que algunos llamaban "jacuzzi". Estaba medio desnudo, estando su ropa tirada por el suelo de la habitación. Todo estaba patas arriba. Había algunas prendas femeninas manchadas, además de varias botellas derramadas sobre el parqué de nogal. No obstante, todo eso no estaba a la vista del ladrón. Aunque estaba acostumbrado a ver en la oscuridad, su cabeza no le dejaba centrarse en nada en esos instantes. Para lograr ver algo, debería hacer una acción inteligente y descubrir la ventana para que la habitación recibiese completamente al astro rey en su interior. Como lo único visible era la ventana, siguió esa fuente de luz. Cuando se incorporó, fue con cuidado de no resbalarse y salió del jacuzzi.
—Joder... ¿y dónde cojones está la albina? ¿Me ha abandonado, la muy...? Tengo que encontrarla cuando salga de esta mierda de sitio, joder —se quejó en voz baja para él mismo. En unos instantes, y tras tambalearse un poco, llegó a la ventana. Con un brusco deslizamiento, apartó las cortinas y toda la luz fue directa a sus dos ojos. Sí, a los dos—. ¡Ah! ¡Coño! ¡Hostia! ¡Joder! ¿Por qué? —se puso de cuclillas, aguantándose la cabeza con su mano, y notando algo por el camino— No. No, no, no puede ser. ¿Dónde...? ¡¿Dónde cojones está mi parche?! —gritó, sin ser consciente del fuerte dolor de cabeza que seguía teniendo y que le pasó factura tras el grito— Ah, joder... vale.
Intentó, rápidamente, acostumbrarse a ver con los dos ojos. Se apartó el flequillo de su rostro y empezó a levantarse, subiendo también la mirada para, progresivamente, hacer que la luz solar no le doliese tanto. Aunque doliese bastante, consiguió abrir sus dos párpados de par en par e, inmediatamente, se volteó para observar el panorama completo.
—Vaya... la que se montó aquí anoche —centró su mirada en una botella que permanecía en pie encima de una silla, parcialmente llena— Está todo hecho una mierda... y tú fuiste el causante de todo esto, ¿verdad? —le habló a la botella de coñac que, casualmente, no tenía ni etiqueta— Vale... no tengo mi parche. Pero... ¿y mi...? —echó un rápido vistazo a su alrededor, en busca de su ropa. En pocos instantes, la divisó esparcida por el suelo— Ah... al menos esto no se ha movido del sitio... Oh, y vosotras tampoco —dijo al ver su cinto con sus cuatro armas sin ningún rasguño— Cómo se nota que ni borracho dejó que os toquen. En fin...
Tras encontrarse un poco mejor, procedió a vestirse lentamente. Justo cuando acabó de colocarse la parte superior del traje, se colgó el cinto en su cintura, notando inmediatamente el peso de sus armas.
—Antes de pirarme... sí —dio unos cuantos pasos hacia el interior de la habitación, donde supuestamente se hallaba el baño, y procedió a lavarse la cara con abundante agua— Y pensar que tengo que salir ahí con este ojo de mierda al descubierto... qué grima —se secó la cara y, calmadamente, abrió la tapa del vater para proceder a orinar. Tras esto, que duró bastante al haber bebido muchísimo, se dirigió a la puerta de su habitación para salir al pasillo. Una vez saliese, quién sabe lo que le esperaría.
—¿Qué co...? ¡Ah! ¡Joder! —exclamó, debido al intenso pinchazo que le había dado su cabeza— ¿Qué cojones hice anoche, tío? —se puso a observar la oscura habitación— No... esto no me está pasando a mí.
Intentó incorporarse en el sitio. No estaba en una cama, sino en una bañera de un coste bastante elevado... algo que algunos llamaban "jacuzzi". Estaba medio desnudo, estando su ropa tirada por el suelo de la habitación. Todo estaba patas arriba. Había algunas prendas femeninas manchadas, además de varias botellas derramadas sobre el parqué de nogal. No obstante, todo eso no estaba a la vista del ladrón. Aunque estaba acostumbrado a ver en la oscuridad, su cabeza no le dejaba centrarse en nada en esos instantes. Para lograr ver algo, debería hacer una acción inteligente y descubrir la ventana para que la habitación recibiese completamente al astro rey en su interior. Como lo único visible era la ventana, siguió esa fuente de luz. Cuando se incorporó, fue con cuidado de no resbalarse y salió del jacuzzi.
—Joder... ¿y dónde cojones está la albina? ¿Me ha abandonado, la muy...? Tengo que encontrarla cuando salga de esta mierda de sitio, joder —se quejó en voz baja para él mismo. En unos instantes, y tras tambalearse un poco, llegó a la ventana. Con un brusco deslizamiento, apartó las cortinas y toda la luz fue directa a sus dos ojos. Sí, a los dos—. ¡Ah! ¡Coño! ¡Hostia! ¡Joder! ¿Por qué? —se puso de cuclillas, aguantándose la cabeza con su mano, y notando algo por el camino— No. No, no, no puede ser. ¿Dónde...? ¡¿Dónde cojones está mi parche?! —gritó, sin ser consciente del fuerte dolor de cabeza que seguía teniendo y que le pasó factura tras el grito— Ah, joder... vale.
Intentó, rápidamente, acostumbrarse a ver con los dos ojos. Se apartó el flequillo de su rostro y empezó a levantarse, subiendo también la mirada para, progresivamente, hacer que la luz solar no le doliese tanto. Aunque doliese bastante, consiguió abrir sus dos párpados de par en par e, inmediatamente, se volteó para observar el panorama completo.
—Vaya... la que se montó aquí anoche —centró su mirada en una botella que permanecía en pie encima de una silla, parcialmente llena— Está todo hecho una mierda... y tú fuiste el causante de todo esto, ¿verdad? —le habló a la botella de coñac que, casualmente, no tenía ni etiqueta— Vale... no tengo mi parche. Pero... ¿y mi...? —echó un rápido vistazo a su alrededor, en busca de su ropa. En pocos instantes, la divisó esparcida por el suelo— Ah... al menos esto no se ha movido del sitio... Oh, y vosotras tampoco —dijo al ver su cinto con sus cuatro armas sin ningún rasguño— Cómo se nota que ni borracho dejó que os toquen. En fin...
Tras encontrarse un poco mejor, procedió a vestirse lentamente. Justo cuando acabó de colocarse la parte superior del traje, se colgó el cinto en su cintura, notando inmediatamente el peso de sus armas.
—Antes de pirarme... sí —dio unos cuantos pasos hacia el interior de la habitación, donde supuestamente se hallaba el baño, y procedió a lavarse la cara con abundante agua— Y pensar que tengo que salir ahí con este ojo de mierda al descubierto... qué grima —se secó la cara y, calmadamente, abrió la tapa del vater para proceder a orinar. Tras esto, que duró bastante al haber bebido muchísimo, se dirigió a la puerta de su habitación para salir al pasillo. Una vez saliese, quién sabe lo que le esperaría.
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Annie dormía, pero no plácidamente. La luz del sol incidió sobre su ojo derecho y se llevó la mano a la cabeza, quejándose de la incomodidad. Cuando abrió los ojos, vio oscuridad en uno solo y luego se acarició la mano hasta sentir un parche. La única persona con la que había tenido contacto era Yuu, ¿por qué llevaba su parche?
Se irguió y observó todo lo que había a su alrededor. Se respiraba paz, pero también un olor a pescado podrido mezclado con la sal. La muchacha de cabellos cenicientos parpadeó varias veces, intentando centrarse en todo lo que había pasado. Lo único que recordaba era una fiesta alucinante y culos, muchos culos a los que tirar billetes.
Sus ropajes estaban húmedos por estar tumbada en unas rocas al lado del mar y las algas recorrían su cuerpo. Annie las quitó una por una, dibujando en su rostro muecas de asco. En menudo sitio había ido a parar, ¿por qué no estaba Yuu con ella? Pensó que tal vez este habría decidido ir solo a por el jefe del lugar, pero no tenía sentido si le pidió ayuda exactamente para eso.
Cuando se levantó, a su lado, se encontraba una muchacha también tumbada en el suelo. Esta tenía los cabellos pelirrojos cortos y un rostro muy dulce decorado con pecas. Parecía muy joven para estar en una situación así. Annie se agachó, agarrándose a las rocas para intentar no perder el equilibrio y se fijó en la muñeca de la chica. Tenía una pulsera roja y, ella misma también, ambas tenían el mismo nombre: El jilguero rojo.
La arquera ya supo inmediatamente que allí había debido ser toda la juerga. Pasó su mano por la mejilla de la chica, dándole ligeros toques con suavidad y esperó a que despertara. Se sentía un poco incómoda con el parche, le apretaba un poco la cabeza, pero le encantaba sentirse tan imponente con el puesto. A lo mejor hasta le cogía el gusto a llevar parches.
-¿Estás bien? - Inquirió un poco preocupada -. ¿Quién eres?
Mientras esperaba la respuesta de la muchacha, alzó la cabeza hacia la ciudad y, en el centro, el edificio más alto tenía el mismo logotipo del jilguero rojo. Annie iría allí en cuanto la pelirroja diese signos de vida, seguramente tenía algo que ver con lo que pasó en el edificio. Por otro lado, no podía permitir que una mujer joven se quedara sola en esas condiciones.
Se irguió y observó todo lo que había a su alrededor. Se respiraba paz, pero también un olor a pescado podrido mezclado con la sal. La muchacha de cabellos cenicientos parpadeó varias veces, intentando centrarse en todo lo que había pasado. Lo único que recordaba era una fiesta alucinante y culos, muchos culos a los que tirar billetes.
Sus ropajes estaban húmedos por estar tumbada en unas rocas al lado del mar y las algas recorrían su cuerpo. Annie las quitó una por una, dibujando en su rostro muecas de asco. En menudo sitio había ido a parar, ¿por qué no estaba Yuu con ella? Pensó que tal vez este habría decidido ir solo a por el jefe del lugar, pero no tenía sentido si le pidió ayuda exactamente para eso.
Cuando se levantó, a su lado, se encontraba una muchacha también tumbada en el suelo. Esta tenía los cabellos pelirrojos cortos y un rostro muy dulce decorado con pecas. Parecía muy joven para estar en una situación así. Annie se agachó, agarrándose a las rocas para intentar no perder el equilibrio y se fijó en la muñeca de la chica. Tenía una pulsera roja y, ella misma también, ambas tenían el mismo nombre: El jilguero rojo.
La arquera ya supo inmediatamente que allí había debido ser toda la juerga. Pasó su mano por la mejilla de la chica, dándole ligeros toques con suavidad y esperó a que despertara. Se sentía un poco incómoda con el parche, le apretaba un poco la cabeza, pero le encantaba sentirse tan imponente con el puesto. A lo mejor hasta le cogía el gusto a llevar parches.
-¿Estás bien? - Inquirió un poco preocupada -. ¿Quién eres?
Mientras esperaba la respuesta de la muchacha, alzó la cabeza hacia la ciudad y, en el centro, el edificio más alto tenía el mismo logotipo del jilguero rojo. Annie iría allí en cuanto la pelirroja diese signos de vida, seguramente tenía algo que ver con lo que pasó en el edificio. Por otro lado, no podía permitir que una mujer joven se quedara sola en esas condiciones.
- Yuu:
- Bien. A duras penas consigues vestirte, y lentamente tu ojo vago comienza a acostumbrarse a la luz, y descubres que con dos ojos ves mucho mejor que con uno. ¿Casualidad? No lo creo. Dejando eso de lado. Sales de la habitación, y nada más cruzar el arco de la puerta ves a un hombre grande, muy grande, excesivamente grande.
—¡Así que aquí estás! —dice en voz alta, acercándose hacia a ti—. El jefe te está buscando. Así que ven conmigo.
El grandullón espera que vayas tras él, y por el aspecto que tiene, las cicatrices de su cara y su corpulencia, podrías intuir que es más fuerte que tú, quizá no mucho, pero lo suficiente como para dejarte encamado algunos días.
Si decides ir con él llegas a la última planta del edifico, la zona más lujosa de todo el hotel, pero también la más vacía. Para entrar es necesario tener una llave que, al parecer, solo unos pocos tienen. No estaría de más que intentaras hacerte con una, la verdad. Camináis por un amplio pasillo hacia una sala de reuniones, y al entrar un hombre vestido con un traje blanco con camisa negra y corbata roja. ¿Elegante u hortera? Dependerá de tus gustos para la moda.
—Al fin te encuentro, Yuu —te dice—. ¿Dónde está el dinero que me estabas guardando? —te pregunta, con una extraña sonrisa en la cara.
En el caso de que no decidas ir con él, una decena de seguratas aparecerán ante ti e intentarán llevarte por la fuerza. ¿Qué harás joven Yuu?
- Annie:
- —¡El dinero! ¡Nos han robado el dinero! —dice la joven, despertándose de sopetón—. Annie, dime que has conseguido recuperar el dinero.
La joven habla de dinero, ¿qué dinero? Entonces un flashback sucede en tu cabeza. Yuu dándote un maletín pidiéndote que lo escondas, mientras él se queda hablando con un hombre cuyo rostro no eres capaz de recordar, aunque si recueras su reloj, un reloj plateado con las manillas con forma de dragón. Bonito, ¿verdad? La joven sigue aturdida, pero consigue calmarse y te habla.
—¿En serio no te acuerdas de mí? Soy Sabela —te dice—. Aunque con todo lo que tomamos anoche, me extraña que estemos en tan buen estado. Tenemos que volver al jilguero y encontrar el dinero.
¿Qué harás Annie? Si decides ir al dinero con la muchacha, a mitad de camino verás un hombre con un maletín, que nada más veros empieza a correr como alma que se lleva el diablo hacia unos callejones casi laberínticos. En cambio, si decides no ir y marcharte por tu cuenta, te toparás con un grupo de niños.
—Sigue viva —comentan por lo bajini, mientras uno de ellos sale corriendo.
¿Qué harás?
Incluso habiendo conseguido aquel parche especial que le permitía ver a través, aún tenía dificultad para que su ojo viese correctamente. Pese a que ahora lo tenía descubierto, su flequillo impedía que, a no ser que se fijasen mucho, nadie consiguiese ver su ojo completamente al descubierto. La manía que tenía con aquel glóbulo de color dorado era exagerada, y ni siquiera se arrepentía de perder visión si aquello permanecía oculto tanto para él como para el mundo. Era una aberración de la naturaleza, y Yuu era muy estricto con ello. No obstante, ahora tenía que aguantarlo hasta encontrar de nuevo el parche o hasta que encontrara un sustituto. No le gustaba ver mejor. No estaba acostumbrado. De todas formas era un hecho que, en aquella isla, eran necesarios todos los ojos posibles. Yuu aprovecharía aquella ventaja todo lo que pudiese.
Justo al salir de la habitación, ya más despejado y atento a todos los estímulos que pudiese recibir, se encontró con una verdadera estatua de carne y hueso que llamó su atención nada más verle.
—¡Así que aquí estás! El jefe te está buscando. Así que ven conmigo.
El muchacho se quedó pasmando mirando lo grande que era ese hombre. Si no le dio miedo aquel dragón, esto no podía ni asustarle. Sin embargo... su intuición le decía que debía hacerle caso. Al fin y al cabo un hombre así podría acabar con el mercenario de un solo puñetazos... o quizás de dos. Lo miró de arriba a abajo y puso una cara de confusión. ¿De qué jefe hablaba? ¿Se había rebajado a trabajar para alguien y él no lo sabía? Su curiosidad por saber de qué se trataba aquello fue lo que le hizo moverse de verdad tras el grandullón.
Sin mediar siquiera palabra con él, lo siguió todo el trayecto, pasando por unos pasillos en los que el lujo se podía incluso oler. No había nadie en ellos, absolutamente ni un alma. Parecía la típica planta repleta de suites para los altos cargos y la gente adinerado y... en efecto, así era probable que fuese. El recto pasaje les llevó a un portón doble de madera de ébano, adornada con unos brillantes pomos de oro blanco. El sujeto de enorme tamaño hizo los honores de abrirlas y, tras estas, se descubrió una sala de reuniones bastante amplia y en la que solo había una persona.
El joven pelinegro cruzó el umbral de la puerta justo después del gigante. Sentado en una silla al final de la sala, se hallaba un hombre vestido de blanco. Con paso calmado y mirando fijamente al hombre, Yuu caminó hasta estar justo a escasos centímetros de la mesa. Posó ambas manos sobre ella y se dispuso a decir algo; sin embargo, el trajeado sujeto abrió la conversación primero.
—Al fin te encuentro, Yuu. ¿Dónde está el dinero que me estabas guardando?
El joven muchacho arqueó una ceja. Sin duda, ver el rostro de aquel tipo despertaba ciertos vagos recuerdos en su cabeza, pero no conseguía estructurar nada y, por lo tanto, no sabía qué demonios había pasado la noche anterior. ¿De qué dinero hablaba? ¿Qué había hecho? ¿Con quién estaba lidiando? El mercenario no tenía ni idea de dónde demonios estaba el dinero… ¡si ni siquiera sabía de qué dinero estaba hablando! Intentó ordenar su mente en busca de alguna respuesta válida que le pudiese salvar el culo de aquella situación. Intentó… intentó actuar lo más tranquilo y seguro posible.
—Pues… es gracioso. Igual para ti no tanto, pero… es bastante gracioso lo que pasa. No sé si lo que llevo encima es la resaca del siglo, si ayer me echaron algo en la bebida… no sé porque no me acuerdo de absolutamente nada. Pero no nos alarmemos, ¿vale? Vale, sea lo que sea lo acabaré recordando y acabaré averiguando dónde demonios he dejado el dinero. Lo tengo controlado, de eso puedes estar seguro. Solo es cuestión de tiempo y… si me permites, ¿podrías recordarme lo que hablamos anoche? —dijo, bastante confiado.
Justo al salir de la habitación, ya más despejado y atento a todos los estímulos que pudiese recibir, se encontró con una verdadera estatua de carne y hueso que llamó su atención nada más verle.
—¡Así que aquí estás! El jefe te está buscando. Así que ven conmigo.
El muchacho se quedó pasmando mirando lo grande que era ese hombre. Si no le dio miedo aquel dragón, esto no podía ni asustarle. Sin embargo... su intuición le decía que debía hacerle caso. Al fin y al cabo un hombre así podría acabar con el mercenario de un solo puñetazos... o quizás de dos. Lo miró de arriba a abajo y puso una cara de confusión. ¿De qué jefe hablaba? ¿Se había rebajado a trabajar para alguien y él no lo sabía? Su curiosidad por saber de qué se trataba aquello fue lo que le hizo moverse de verdad tras el grandullón.
Sin mediar siquiera palabra con él, lo siguió todo el trayecto, pasando por unos pasillos en los que el lujo se podía incluso oler. No había nadie en ellos, absolutamente ni un alma. Parecía la típica planta repleta de suites para los altos cargos y la gente adinerado y... en efecto, así era probable que fuese. El recto pasaje les llevó a un portón doble de madera de ébano, adornada con unos brillantes pomos de oro blanco. El sujeto de enorme tamaño hizo los honores de abrirlas y, tras estas, se descubrió una sala de reuniones bastante amplia y en la que solo había una persona.
El joven pelinegro cruzó el umbral de la puerta justo después del gigante. Sentado en una silla al final de la sala, se hallaba un hombre vestido de blanco. Con paso calmado y mirando fijamente al hombre, Yuu caminó hasta estar justo a escasos centímetros de la mesa. Posó ambas manos sobre ella y se dispuso a decir algo; sin embargo, el trajeado sujeto abrió la conversación primero.
—Al fin te encuentro, Yuu. ¿Dónde está el dinero que me estabas guardando?
El joven muchacho arqueó una ceja. Sin duda, ver el rostro de aquel tipo despertaba ciertos vagos recuerdos en su cabeza, pero no conseguía estructurar nada y, por lo tanto, no sabía qué demonios había pasado la noche anterior. ¿De qué dinero hablaba? ¿Qué había hecho? ¿Con quién estaba lidiando? El mercenario no tenía ni idea de dónde demonios estaba el dinero… ¡si ni siquiera sabía de qué dinero estaba hablando! Intentó ordenar su mente en busca de alguna respuesta válida que le pudiese salvar el culo de aquella situación. Intentó… intentó actuar lo más tranquilo y seguro posible.
—Pues… es gracioso. Igual para ti no tanto, pero… es bastante gracioso lo que pasa. No sé si lo que llevo encima es la resaca del siglo, si ayer me echaron algo en la bebida… no sé porque no me acuerdo de absolutamente nada. Pero no nos alarmemos, ¿vale? Vale, sea lo que sea lo acabaré recordando y acabaré averiguando dónde demonios he dejado el dinero. Lo tengo controlado, de eso puedes estar seguro. Solo es cuestión de tiempo y… si me permites, ¿podrías recordarme lo que hablamos anoche? —dijo, bastante confiado.
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