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¬El devorador de hombres parecía que no iba a devorar a nadie más, o eso creía el pelirrojo mientras observaba el cuerpo chamuscado de su enemigo. Tras eso, viendo como todos los pueblerinos de aquel lugar se iban corriendo a esconderse, comenzó a descender adoptando su forma humana completa, haciendo desaparecer sus preciosas alas color carmesí.
—¡Desde hoy! —alzó su voz el pelirrojo—. Nombre este poblado mi territorio. ¡Desde hoy! —volvió a elevar su tono de voz—. Estaréis bajo mi bandera, y jamás volveréis a pasar hambre.
Dicho aquello, cogiendo un palo seco que había en el suelo, ató una bandera que tenía entre sus pertenencias —concretamente la que debió usar en el evento de los piratas, y no la que improvisó dibujando como un artista abstracto—. Y la ató en la rama para ponerla sobre el territorio.
Tras eso, ya con su compañero Therax al lado, se dispuso a partir hacia otro rincón de la isla, pero entonces, una persona apareció sobre el bicho más feo que jamás había visto Zane en su vida. No sabía si era una alpaca, un camello o una vaca deforme, pero al parecer era dócil. En cuanto se acercó, casi por instinto, su atención se fue para la amazona que lo cabalgaba. Se trataba de una mujer de rasgos finos y unos ojos de un tono castaño claro, que parecía tornarse de un sutil verde pistacho. Su cabello era de color oro viejo, cortado a media melena, y su busto, pese a estar recubierta de un atuendo de piel teñido de rojo sangre, dejaba entrever que estaba de buen ver. Sin embargo, lo que echaba para atrás al pelirrojo era que la mujer era diminuta. Era una enana, pero con las partes de su cuerpo compensado; no como esas enanas cabezonas, no.
“Es raro ver un espécimen así” —se dijo, sin quitarle un ojo de encima.
—Yo soy Zane D. Kenshin, señor de la piratería, amante egoísta y, en raras ocasiones, adorador de sacerdotisas —dijo como un gañán de taberna—. Y este de aquí es Therax, mi querido contramaestre.
Una vez se hicieron todas las presentaciones, el pelirrojo se acercó al rubio para hablar con él.
—¿Vamos con ella o prefieres que demos una vuelta por ahí por nuestra cuenta? —le preguntó, echando otra mirada a Branda—. Aunque si quedamos empate en la votación, te recuerdo que mi voto vale el doble.
Con esas palabras le quiso dar a entender que quería ir con la sacerdotisa. ¿Habría alguna que estuviera de buen ver? Esperaba que sí. La última vez que acabó rodeado de sacerdotisas casi le intentan quemar vivo para ofrecérselo a su diosa, pero como que no funciono.
Y de esa forma siguió al cuadrúpedo montado por la joven sacerdotisa hasta llegar a un agujero en la roca de aquel lugar. No era muy buena idea adentrarse ahí, sin más, pero confiaba en el gran binomio que hacía con el rubio. Aquel lugar era laberíntico, no obstante, el pelirrojo fue soltando plumas que iba creando y dejándolas en el suelo, a medida que se aprendía también el camino. En el interior había una gran ciudad, toda repleta de gente feliz y dicharachera, pero que los miraba raro; después de todo eran extraños. La joven los llevo hasta un gran salón rodeado de antorchas, cosa que no desagradaba al pirata, y sobre un trono la alta sacerdotisa. Ésta era de una estatura normal, cabello plateado y, como casi todas las mujeres en la faz del mundo, por increíble que pareciera, de buen ver. Sin embargo, ¿quién no estaba de buen ver para el pelirrojo? Un misterio que jamás se resolvería.
—Esta también esta buenorra —le comentó a Therax por lo bajini.
La sacerdotisa se levantó de su trono y se acercó a ellos.
—Hola extranjeros —dijo, con tono solemne—. Soy Adeline, la alta sacerdotisa de los Gargara. Me llena reconforta que halláis aceptado mi citación.
—Esto… —dijo—. ¿Un placer?
—¡Desde hoy! —alzó su voz el pelirrojo—. Nombre este poblado mi territorio. ¡Desde hoy! —volvió a elevar su tono de voz—. Estaréis bajo mi bandera, y jamás volveréis a pasar hambre.
Dicho aquello, cogiendo un palo seco que había en el suelo, ató una bandera que tenía entre sus pertenencias —concretamente la que debió usar en el evento de los piratas, y no la que improvisó dibujando como un artista abstracto—. Y la ató en la rama para ponerla sobre el territorio.
Tras eso, ya con su compañero Therax al lado, se dispuso a partir hacia otro rincón de la isla, pero entonces, una persona apareció sobre el bicho más feo que jamás había visto Zane en su vida. No sabía si era una alpaca, un camello o una vaca deforme, pero al parecer era dócil. En cuanto se acercó, casi por instinto, su atención se fue para la amazona que lo cabalgaba. Se trataba de una mujer de rasgos finos y unos ojos de un tono castaño claro, que parecía tornarse de un sutil verde pistacho. Su cabello era de color oro viejo, cortado a media melena, y su busto, pese a estar recubierta de un atuendo de piel teñido de rojo sangre, dejaba entrever que estaba de buen ver. Sin embargo, lo que echaba para atrás al pelirrojo era que la mujer era diminuta. Era una enana, pero con las partes de su cuerpo compensado; no como esas enanas cabezonas, no.
“Es raro ver un espécimen así” —se dijo, sin quitarle un ojo de encima.
—Yo soy Zane D. Kenshin, señor de la piratería, amante egoísta y, en raras ocasiones, adorador de sacerdotisas —dijo como un gañán de taberna—. Y este de aquí es Therax, mi querido contramaestre.
Una vez se hicieron todas las presentaciones, el pelirrojo se acercó al rubio para hablar con él.
—¿Vamos con ella o prefieres que demos una vuelta por ahí por nuestra cuenta? —le preguntó, echando otra mirada a Branda—. Aunque si quedamos empate en la votación, te recuerdo que mi voto vale el doble.
Con esas palabras le quiso dar a entender que quería ir con la sacerdotisa. ¿Habría alguna que estuviera de buen ver? Esperaba que sí. La última vez que acabó rodeado de sacerdotisas casi le intentan quemar vivo para ofrecérselo a su diosa, pero como que no funciono.
Y de esa forma siguió al cuadrúpedo montado por la joven sacerdotisa hasta llegar a un agujero en la roca de aquel lugar. No era muy buena idea adentrarse ahí, sin más, pero confiaba en el gran binomio que hacía con el rubio. Aquel lugar era laberíntico, no obstante, el pelirrojo fue soltando plumas que iba creando y dejándolas en el suelo, a medida que se aprendía también el camino. En el interior había una gran ciudad, toda repleta de gente feliz y dicharachera, pero que los miraba raro; después de todo eran extraños. La joven los llevo hasta un gran salón rodeado de antorchas, cosa que no desagradaba al pirata, y sobre un trono la alta sacerdotisa. Ésta era de una estatura normal, cabello plateado y, como casi todas las mujeres en la faz del mundo, por increíble que pareciera, de buen ver. Sin embargo, ¿quién no estaba de buen ver para el pelirrojo? Un misterio que jamás se resolvería.
—Esta también esta buenorra —le comentó a Therax por lo bajini.
La sacerdotisa se levantó de su trono y se acercó a ellos.
—Hola extranjeros —dijo, con tono solemne—. Soy Adeline, la alta sacerdotisa de los Gargara. Me llena reconforta que halláis aceptado mi citación.
—Esto… —dijo—. ¿Un placer?
Un reconfortante 'plof' precedió a la espantada de los habitantes de Zsuk, así como la detención en seco de la mosca. No era su intención inicial, pero se habían hecho con la población. «O lo que queda de ella», pensó el rubio, que observaba con una ceja arqueada el edificio que acababa de derrumbar su capitán. Numerosos cascotes habían ido a parar a construcciones cercanas, causando que quedasen en un estado similar.
Por otro lado, Huggart había vuelto a aparecer. No, era más acertado decir que había recuperado su forma normal. ¿Un usuario de Zoan? Tal vez, todo apuntaba a ello. Sintió la tentación de ir en su busca para pedirle explicaciones de cerca, pero un grito a sus espaldas llamó su atención. Una mujer de reducidas dimensiones se aproximaba a ellos. El rubio descendió hasta tocar el suelo e hizo desaparecer las alas de su espalda, no pudiendo evitar dirigir a la desconocida una mirada cargada de rabia.
Nunca le había gustado destacar ni ser el centro de atención, pero actuar como si no estuviese allí era, cuanto menos, una falta de respeto que no consentiría de encontrarse en otra situación. En consecuencia, se limitó a ignorar a la tal Branda cuando su capitán le presentó, observando los alrededores en busca de los supervivientes de Zsuk, pero ninguna cabeza se asomó para ver qué sucedía. ¿Cómo iba el pelirrojo a cumplir lo que les había prometido? ¿De dónde iba a sacar personas dispuestas a ser comidas por aquella piara de caníbales?
-Sí, vamos con los Gárgaras esos o como se llamen, pero deberíamos tener cuidado -comentó al tiempo que se ponía en marcha-. Nuestro primer contacto con la gente de aquí no ha sido tan bueno como me hubiera gustado.
Los pasos de la sacerdotisa les llevaron hasta el interior de una montaña. «Empezamos mal», se quejó Therax en su fuero interno, mas ver cómo Zane iba soltando plumas le tranquilizó por alguna razón que no llegaba a comprender. A fin de cuentas, si les hacían una encerrona allí dentro no habría plumas que les salvasen. Bueno, eso no era del todo cierto. Un ejército de okamas procedente de Momoiro tal vez podría hacer algo.
Therax caminaba, y no fue hasta que vio una luz que se dio cuenta de dónde se encontraban. Habían alcanzado la ciudad a la que se dirigían, así lo indicaban las personas que caminaban de un lugar a otro. Una gigantesca gruta era el lugar que habían elegido para vivir. Pilares de un grosor inimaginable se elevaban desde el suelo hacia el techo y, explicando que no se hubiese dado cuenta de dónde estaba hasta ese momento, franjas de luz nacían por doquier de las grietas que había en ellos. No tenía ni idea de cómo, pero los lugareños parecían habitar en bloques de pisos de una altitud extrema, tanta como la propia caverna.
Fuera como fuere, los destellos que nacían de la roca otorgaban al lugar una atmósfera mística, como si la luz que hacían nacer repeliese la oscuridad que siempre debía haber imperado allí. Perdido en sus observaciones, no se dio cuenta de que habían alcanzado su destino. Un pequeño topetazo con Zane le hizo darse cuenta de que se tenía que detener.
Un gran salón rodeado de antorchas les esperaba, y en él la que se suponía era la Suma Sacerdotisa o el nombre que le dieran en aquella cultura. Fue la mujer quien tomó la iniciativa, hecho que desconcertó al rubio. ¿Desde cuándo el gañán de su capitán no iniciaba una conversación con alguien del sexo opuesto?
-Yo soy Therax Palatiard -comenzó, ya que el saludo de su capitán dejaba mucho que desear-. Y él es Zane D. Kenshin, vegano convencido y firme defensor de la monogamia -añadió, dejando que su anfitriona les explicase por qué había solicitado su presencia.
Por otro lado, Huggart había vuelto a aparecer. No, era más acertado decir que había recuperado su forma normal. ¿Un usuario de Zoan? Tal vez, todo apuntaba a ello. Sintió la tentación de ir en su busca para pedirle explicaciones de cerca, pero un grito a sus espaldas llamó su atención. Una mujer de reducidas dimensiones se aproximaba a ellos. El rubio descendió hasta tocar el suelo e hizo desaparecer las alas de su espalda, no pudiendo evitar dirigir a la desconocida una mirada cargada de rabia.
Nunca le había gustado destacar ni ser el centro de atención, pero actuar como si no estuviese allí era, cuanto menos, una falta de respeto que no consentiría de encontrarse en otra situación. En consecuencia, se limitó a ignorar a la tal Branda cuando su capitán le presentó, observando los alrededores en busca de los supervivientes de Zsuk, pero ninguna cabeza se asomó para ver qué sucedía. ¿Cómo iba el pelirrojo a cumplir lo que les había prometido? ¿De dónde iba a sacar personas dispuestas a ser comidas por aquella piara de caníbales?
-Sí, vamos con los Gárgaras esos o como se llamen, pero deberíamos tener cuidado -comentó al tiempo que se ponía en marcha-. Nuestro primer contacto con la gente de aquí no ha sido tan bueno como me hubiera gustado.
Los pasos de la sacerdotisa les llevaron hasta el interior de una montaña. «Empezamos mal», se quejó Therax en su fuero interno, mas ver cómo Zane iba soltando plumas le tranquilizó por alguna razón que no llegaba a comprender. A fin de cuentas, si les hacían una encerrona allí dentro no habría plumas que les salvasen. Bueno, eso no era del todo cierto. Un ejército de okamas procedente de Momoiro tal vez podría hacer algo.
Therax caminaba, y no fue hasta que vio una luz que se dio cuenta de dónde se encontraban. Habían alcanzado la ciudad a la que se dirigían, así lo indicaban las personas que caminaban de un lugar a otro. Una gigantesca gruta era el lugar que habían elegido para vivir. Pilares de un grosor inimaginable se elevaban desde el suelo hacia el techo y, explicando que no se hubiese dado cuenta de dónde estaba hasta ese momento, franjas de luz nacían por doquier de las grietas que había en ellos. No tenía ni idea de cómo, pero los lugareños parecían habitar en bloques de pisos de una altitud extrema, tanta como la propia caverna.
Fuera como fuere, los destellos que nacían de la roca otorgaban al lugar una atmósfera mística, como si la luz que hacían nacer repeliese la oscuridad que siempre debía haber imperado allí. Perdido en sus observaciones, no se dio cuenta de que habían alcanzado su destino. Un pequeño topetazo con Zane le hizo darse cuenta de que se tenía que detener.
Un gran salón rodeado de antorchas les esperaba, y en él la que se suponía era la Suma Sacerdotisa o el nombre que le dieran en aquella cultura. Fue la mujer quien tomó la iniciativa, hecho que desconcertó al rubio. ¿Desde cuándo el gañán de su capitán no iniciaba una conversación con alguien del sexo opuesto?
-Yo soy Therax Palatiard -comenzó, ya que el saludo de su capitán dejaba mucho que desear-. Y él es Zane D. Kenshin, vegano convencido y firme defensor de la monogamia -añadió, dejando que su anfitriona les explicase por qué había solicitado su presencia.
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Vaya, qué mala acústica tiene el salón, ¿no? Juraría que la Alta Sacerdotisa ha dicho: “Hola, extranjeros. Mi nombre es Amerina, Alta Sacerdotisa de los Gagara. Me reconforta que hayáis aceptado mi invitación”. En fin, a veces pasan estas cosas. Pero me estoy adelantando. Retrocedamos un poco.
Concretamente, a cuando Branda os guía por las entrañas de la roca. La diminuta joven, que no aparta su vista de Zane en ningún momento, hace caso omiso a la existencia del pobre Therax. Y cuando habla, y habla mucho, lo hace dirigiéndose únicamente al pelirrojo. Es una descortesía, pero al menos os sirve para comprender un poco dónde os habéis metido.
-Yukiryu fue próspera antaño -comienza-. Teníamos luz, teníamos calor y teníamos vida. Tenían, en realidad, porque todo eso acabó, como habéis visto. Mis antepasados vivieron buenos tiempos gracias a la industria barquística... De los barcos o cómo se diga. No había mejores rompehielos que los de Yukiryu, y eso permitió a los líderes del pasado construir ciudades legendarias. Luego llegó la guerra, y todo se acabó.
En ese momento Branda hace una pausa y se disculpa diciendo que debería informar de que ya os acercáis. Pone los dedos alrededor de su brazo y aprieta, pellizcando un buen trozo de carne que estira como si fuese plastilina hasta sacarlo de su cuerpo. La parte que se ha quitado adquiere la forma de una Branda en miniatura, con sus mismas ropas y todo, y se adelanta corriendo, presumiblemente para advertir de vuestra llegada. La Branda enana que os acompaña es un poco más pequeña ahora.
-¿Por dónde iba? Ah, sí, la guerra. Nos enseñan que estaban fabricando un combustible nuevo, algo fabuloso que hace que quemar excrementos y grasa de morsa sea ridículo en comparación. Pero algo salió mal y se produjo un incendio monstruosamente grande. La ciudad de Marshabia, que era la capital de entonces, quedó reducida a cenizas. Todos los puertos y los grandes barcos se perdieron, y ya nadie pudo atravesar el hielo para comunicarse con el mundo exterior. Yukiryu quedó aislada. Y con el rey muerto entre las llamas, todos los que quisieron ocupar su lugar se enfrentaron durante cien largos años usando armas con fuego y polvo negro que calcinaba la roca. Cuando sus armas se acabaron, se cansaron de luchar, y las gentes de la isla olvidaron el pasado. Solo los Gagara, los Adoradores del Fuego, tratamos de resurgir de nuestras cenizas y alzarnos como una nación nueva, donde reine el calor y la luz.
Como veis, Branda habla mucho.
Según dice, las hogueras que visteis eran un sistema de comunicación. Echando determinados polvos a las llamas, cambian ligeramente su color o su intensidad, lo que conforma un sistema de códigos a larga distancia. Y Branda siempre tiene una de sus “yoes” cerca de los asentamientos bárbaros, así que pudo tomar fácilmente la decisión de llevaros ante Amerina.
Y esto nos lleva a nuestra querida sacerdotisa, que claramente ha recibido el mensaje de la mini-Branda.
-¿Sois vos el hombre que responde al nombre de Zane D Kenshin? -Está claro que Branda se lo ha dicho, pero a las sacerdotisas les gusta el protocolo. Aunque no les gusta prestar atención a Therax, que es ignorado de nuevo-. ¿Sois vos el hombre capaz de conjurar el fuego?
Branda, a vuestro lado, asiente imperceptiblemente, y Amerina cae de rodillas con lágrimas en su rostro.
-Hemos esperado vuestra llegada mucho tiempo. Sois el Señor del Fuego, la Llama Encarnada, que nos conducirá a una nueva época de esplendor.
¡Eh!, qué guay, ¿no? Resulta que estos no quieren comeros, solo adorar las flamígeras posaderas de Zane y... bueno, a Therax le darán de comer o algo. Parece que es todo bueno, ¿verdad? Ya podéis relajaros y...
-Vos nos guiaréis a la batalla, mi señor -suelta Amerina-. Sí, ahora que la antigua ciudad vuelve a funcionar, no es casual vuestra llegada. Vos lideraréis nuestros ejércitos contra los impíos bárbaros devoradores de carne humana que habitan estas tierras y extenderéis el dominio de la tribu Gagara y la Fe de la Llama a todos los rincones de esta isla. Todos los hombres y mujeres de bien se postrarán ante vuestra luz, y cualquier enemigo será purgado sin piedad con el justo castigo de la pira. Guiadnos, oh, señor. Llevadnos a la guerra.
Concretamente, a cuando Branda os guía por las entrañas de la roca. La diminuta joven, que no aparta su vista de Zane en ningún momento, hace caso omiso a la existencia del pobre Therax. Y cuando habla, y habla mucho, lo hace dirigiéndose únicamente al pelirrojo. Es una descortesía, pero al menos os sirve para comprender un poco dónde os habéis metido.
-Yukiryu fue próspera antaño -comienza-. Teníamos luz, teníamos calor y teníamos vida. Tenían, en realidad, porque todo eso acabó, como habéis visto. Mis antepasados vivieron buenos tiempos gracias a la industria barquística... De los barcos o cómo se diga. No había mejores rompehielos que los de Yukiryu, y eso permitió a los líderes del pasado construir ciudades legendarias. Luego llegó la guerra, y todo se acabó.
En ese momento Branda hace una pausa y se disculpa diciendo que debería informar de que ya os acercáis. Pone los dedos alrededor de su brazo y aprieta, pellizcando un buen trozo de carne que estira como si fuese plastilina hasta sacarlo de su cuerpo. La parte que se ha quitado adquiere la forma de una Branda en miniatura, con sus mismas ropas y todo, y se adelanta corriendo, presumiblemente para advertir de vuestra llegada. La Branda enana que os acompaña es un poco más pequeña ahora.
-¿Por dónde iba? Ah, sí, la guerra. Nos enseñan que estaban fabricando un combustible nuevo, algo fabuloso que hace que quemar excrementos y grasa de morsa sea ridículo en comparación. Pero algo salió mal y se produjo un incendio monstruosamente grande. La ciudad de Marshabia, que era la capital de entonces, quedó reducida a cenizas. Todos los puertos y los grandes barcos se perdieron, y ya nadie pudo atravesar el hielo para comunicarse con el mundo exterior. Yukiryu quedó aislada. Y con el rey muerto entre las llamas, todos los que quisieron ocupar su lugar se enfrentaron durante cien largos años usando armas con fuego y polvo negro que calcinaba la roca. Cuando sus armas se acabaron, se cansaron de luchar, y las gentes de la isla olvidaron el pasado. Solo los Gagara, los Adoradores del Fuego, tratamos de resurgir de nuestras cenizas y alzarnos como una nación nueva, donde reine el calor y la luz.
Como veis, Branda habla mucho.
Según dice, las hogueras que visteis eran un sistema de comunicación. Echando determinados polvos a las llamas, cambian ligeramente su color o su intensidad, lo que conforma un sistema de códigos a larga distancia. Y Branda siempre tiene una de sus “yoes” cerca de los asentamientos bárbaros, así que pudo tomar fácilmente la decisión de llevaros ante Amerina.
Y esto nos lleva a nuestra querida sacerdotisa, que claramente ha recibido el mensaje de la mini-Branda.
-¿Sois vos el hombre que responde al nombre de Zane D Kenshin? -Está claro que Branda se lo ha dicho, pero a las sacerdotisas les gusta el protocolo. Aunque no les gusta prestar atención a Therax, que es ignorado de nuevo-. ¿Sois vos el hombre capaz de conjurar el fuego?
Branda, a vuestro lado, asiente imperceptiblemente, y Amerina cae de rodillas con lágrimas en su rostro.
-Hemos esperado vuestra llegada mucho tiempo. Sois el Señor del Fuego, la Llama Encarnada, que nos conducirá a una nueva época de esplendor.
¡Eh!, qué guay, ¿no? Resulta que estos no quieren comeros, solo adorar las flamígeras posaderas de Zane y... bueno, a Therax le darán de comer o algo. Parece que es todo bueno, ¿verdad? Ya podéis relajaros y...
-Vos nos guiaréis a la batalla, mi señor -suelta Amerina-. Sí, ahora que la antigua ciudad vuelve a funcionar, no es casual vuestra llegada. Vos lideraréis nuestros ejércitos contra los impíos bárbaros devoradores de carne humana que habitan estas tierras y extenderéis el dominio de la tribu Gagara y la Fe de la Llama a todos los rincones de esta isla. Todos los hombres y mujeres de bien se postrarán ante vuestra luz, y cualquier enemigo será purgado sin piedad con el justo castigo de la pira. Guiadnos, oh, señor. Llevadnos a la guerra.
El pirata de cabellos rojizos estaba intentando no soltar una carcajada al ver como la sacerdotisa, cuyo nombre resulto ser Amerina y no Adeline, pasaba olímpicamente de Therax. Era raro que una mujer, de primeras, se fijara antes en Zane que, en su contramaestre, pues muchas mozas preferían los rubios de ojos azules y cabello sedoso, a un atractivo, bebedor y parlanchín pelirrojo de torso hercúleo. Sin embargo, mantuvo la compostura mientras ella hablaba.
—Sí —contestó Zane, con firmeza en su tono de voz—. El mismo que viste y calza. A su servicio, mi señora —prosiguió, intentando camelársela, creando una bola de fuego en su mano, la cual se deshizo en pocos segundos.
Entre la jovencita que miraba al fuego con lascivia, y la sacerdotisa, cuyas palabras cada vez eran más sectarias, el pelirrojo tuvo un pequeño debate en su interior. ¿Seguirles el juego caso o irse de allí? Si hacía lo primero, posiblemente entrara en una guerra sin sentido y con la que no tenía nada que ver, pero si hacía lo segundo, quizás, tendría que abrirse camino a espadazos; y eso tampoco era buena idea. Nuevamente miró a Therax, y entonces hizo lo de siempre, echarle el muerto a otro.
—Un servidor, poseedor de la ancestral llama eterna de comienzo y fin de los tiempos, estaría dispuesto a combatir por su causa. Sin embargo, mi paladín de los vientos aquí presente, cuyo nombre es Therax, al cual amistosamente llamo polloh, es quien decidirá qué debemos hacer. Es mi amigo y consejero, y siempre mira por mi bien —se aproximó a Therax, y le guiñó un ojo—. Es por ello, mi señora, que él tendrá la última palabra en esto, y decidirá si nos unimos a su empresa. Pues lo único que aviva el fuego y hace que sea perpetuo, es el viento de los dioses que él es capaz de producir.
“A falta de Spanner, siempre hay un Therax” —se dijo, dibujando en su rostro una mueca parecida a una sonrisa vacilona.
—Sí —contestó Zane, con firmeza en su tono de voz—. El mismo que viste y calza. A su servicio, mi señora —prosiguió, intentando camelársela, creando una bola de fuego en su mano, la cual se deshizo en pocos segundos.
Entre la jovencita que miraba al fuego con lascivia, y la sacerdotisa, cuyas palabras cada vez eran más sectarias, el pelirrojo tuvo un pequeño debate en su interior. ¿Seguirles el juego caso o irse de allí? Si hacía lo primero, posiblemente entrara en una guerra sin sentido y con la que no tenía nada que ver, pero si hacía lo segundo, quizás, tendría que abrirse camino a espadazos; y eso tampoco era buena idea. Nuevamente miró a Therax, y entonces hizo lo de siempre, echarle el muerto a otro.
—Un servidor, poseedor de la ancestral llama eterna de comienzo y fin de los tiempos, estaría dispuesto a combatir por su causa. Sin embargo, mi paladín de los vientos aquí presente, cuyo nombre es Therax, al cual amistosamente llamo polloh, es quien decidirá qué debemos hacer. Es mi amigo y consejero, y siempre mira por mi bien —se aproximó a Therax, y le guiñó un ojo—. Es por ello, mi señora, que él tendrá la última palabra en esto, y decidirá si nos unimos a su empresa. Pues lo único que aviva el fuego y hace que sea perpetuo, es el viento de los dioses que él es capaz de producir.
“A falta de Spanner, siempre hay un Therax” —se dijo, dibujando en su rostro una mueca parecida a una sonrisa vacilona.
Zane inició su respuesta tal y como era de esperar, haciendo gala de la labia propia de un vendedor de humo. El rubio estaba acostumbrado a ello, pero el hecho de que Spanner no estuviera allí alteraba completamente el status quo. Por eso, cuando el capitán de los Arashi le tiró encima toda la responsabilidad de la decisión, toda la culpa en lo que a su devenir inmediato se refería, casi se atraganta con su propia saliva.
—Eh, sí —dijo, buscando ganar unos segundos para que se le ocurriera algo que decir; aquello se le daba muy mal. Le pareció distinguir cómo la Suma Sacerdotisa arqueaba una ceja, pero estaba demasiado nervioso como para pararse a analizar los gestos de nadie—. Yo... no. —Tosió, aclarándose la garganta antes de dar un paso hacia delante, sacar pecho y extender los brazos—. ¡Yo, oh, poderoso paladín de los vientos y guardián de la llama...! Sí, eso sí. Veamos... —Sus mejillas se fueron sonrojando por momentos, mas no fue consciente de ello en ningún momento—. ¡Como fiel protector del fuego ancestral, declaro que mi veredicto es que la llama del principio y el fin de los tiempos combatirá por vuestra causa!
Cuando quiso darse cuenta, había cerrado con fuerza los ojos y había dirigido la mirada hacia el techo. Los abrió de nuevo, dando un paso hacia atrás y recuperando su posición junto a Zane. Le había tenido que hacer gracia al muy cabrón, eso seguro. Quería decirle al pelirrojo que no le parecía buena idea enemistarse con todos y cada uno de los pueblos de la isla y que, al menos por el momento, veía más prudente seguirle la corriente a Amerina... Al menos hasta que supiesen a ciencia cierta de qué iba realmente todo ese cuento místico que les había contado.
No obstante, comentar ese tipo de cosas con el capitán no era demasiado prudente, no mientras se encontrasen frente a la Suma Sacerdotisa y sus fieles pupilas. ¿Quién sabía dónde estaba la barrera de la ofensa para aquella gente? Sobre todo teniendo en cuenta que, por norma general, a más religioso, más fácil de ofender. No le extrañaría que Zane intuyese el porqué de su patética y teatral respuesta, pero esperaría al momento oportuno para comentarlo con él.
—Eh, sí —dijo, buscando ganar unos segundos para que se le ocurriera algo que decir; aquello se le daba muy mal. Le pareció distinguir cómo la Suma Sacerdotisa arqueaba una ceja, pero estaba demasiado nervioso como para pararse a analizar los gestos de nadie—. Yo... no. —Tosió, aclarándose la garganta antes de dar un paso hacia delante, sacar pecho y extender los brazos—. ¡Yo, oh, poderoso paladín de los vientos y guardián de la llama...! Sí, eso sí. Veamos... —Sus mejillas se fueron sonrojando por momentos, mas no fue consciente de ello en ningún momento—. ¡Como fiel protector del fuego ancestral, declaro que mi veredicto es que la llama del principio y el fin de los tiempos combatirá por vuestra causa!
Cuando quiso darse cuenta, había cerrado con fuerza los ojos y había dirigido la mirada hacia el techo. Los abrió de nuevo, dando un paso hacia atrás y recuperando su posición junto a Zane. Le había tenido que hacer gracia al muy cabrón, eso seguro. Quería decirle al pelirrojo que no le parecía buena idea enemistarse con todos y cada uno de los pueblos de la isla y que, al menos por el momento, veía más prudente seguirle la corriente a Amerina... Al menos hasta que supiesen a ciencia cierta de qué iba realmente todo ese cuento místico que les había contado.
No obstante, comentar ese tipo de cosas con el capitán no era demasiado prudente, no mientras se encontrasen frente a la Suma Sacerdotisa y sus fieles pupilas. ¿Quién sabía dónde estaba la barrera de la ofensa para aquella gente? Sobre todo teniendo en cuenta que, por norma general, a más religioso, más fácil de ofender. No le extrañaría que Zane intuyese el porqué de su patética y teatral respuesta, pero esperaría al momento oportuno para comentarlo con él.
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A Amerina se le ilumina la cara. Parece una niña a la que le hacen el mejor regalo del mundo el día de Navidad. Con cada palabra aumenta su sonrisa y sus rodillas parecen doblarse un poco más. Cuando la cháchara acaba, se incorpora rápidamente y da una palmada.
-¡El Señor está con nosotros! -exclama.
Una docena de personas aparece de entre las numerosas cortinas del salón. Son hombres y mujeres vestidos igual que Branda, algunos con marcas de quemaduras aquí y allá. Uno de ellos usa piernas protésicas de un metal bastante viejo y se cubre con una capa de púas de hierro negro que le da aspecto de erizo malvado. Cada uno sujeta una antorcha, y lo más curioso es que no desprenden un aura humana. Con el mantra los percibiríais inicialmente como fuego, como un poso de calor en el aire, pero no como seres humanos. Habría que buscarlos específicamente para detectarlos.
-¡Hermanos Rojos, deleitaos! ¡El Polloh ha hablado! ¡Vamos a la guerra! ¡La Ciudad Antigua será nuestra!
-¡Larga vida al Polloh! -claman, y se ponen a aullar como locos mientras dan vueltas alrededor de Therax. En cierto modo hasta es bonito.
-Mi señor, vuestras huestes estarán listas en poco tiempo. Mi fiel Hermano Rojo, Taiho -Amerina señala al hombre-erizo, que se acerca con aire dócil. No obstante, si lo sondeáis con el haki notaréis que es más o menos tan fuerte como Therax- reunirá al ejército. Estaremos listos para atacar al alba, si así lo deseáis. Podéis supervisar vos mismo nuestro trabajo, si os place, o podemos ofreceros descanso y comida hasta que todo esté listo. Mientras tanto, Branda se ocuparía de agasajaros.
Si buscáis a la diminuta enana que habéis conocido, lo siento mucho. La Branda real, la que no tiene dobles de plastilina arrancados de su cuerpo gracias a la Mare Mare no mi, tiene el tamaño de un gorila y una voz que los haría enmudecer. Aparece poco después, y absorbe a su pequeña doble agarrándola y pegándosela como si fuesen dos cachos de chicle.
-¿Os interesará ver la ejecución, mi señor Polloh? -le dice a Therax, poniéndole ojitos. Cómo se nota que ahora eres popular-. Varios herejes van a ser purificados en el fuego como ofrenda a vos y al Lord de la Llama.
Las dos opciones son bastante diver.
Branda tiene preparado un tour por su cuidad subterránea que incluye las cataratas heladas, las estalactitas heladas, la Gran Hoguera, donde todo el mundo puede ir a calentarse, el Bosque, una especie de reserva natural donde crían animales para cazarlos de forma controlada, y el Foso de los Ecos. Los ecos en cuestión son de los gritos de la gente que aguarda en el fondo a ser quemados vivos. No es muy agradable, pero lo compensa el fastuoso banquete de setas, té de setas y animalitos raros alimentados con setas que se preparará unas horas después. Oh, y no olvidemos la traicionera y embriagadora sidra de setas.
Por su parte, Taiho manda a sus Hermanos Rojos a reunir a todas las tropas. Tres centenares de personas armadas con lo que bien podrían ser muestras de arte moderno: fusiles y cañones reconvertidos en hachas o mazas, trozos de tubería o de cascos de barcos afilados hasta la letalidad, anclas decoradas con el símbolo de la llama... Aun así, casi parecen un ejército. Tienen cierto aire marcial en su forma de colocarse en filas y obedecer al instante a cualquiera de los Hermanos. Todos desfilan durante las siguientes horas hasta formar a la entrada de un amplio túnel que se adentra en la tierra durante a saber cuánto.
Hayáis hecho lo que hayáis hecho, cuando todo esté listo, ya que se os ve ansiosos por combatir, acabaréis yendo con las tropas -más que nada porque salir de aquí sin perderse es imposible- hasta que el subsuelo os conduzca a un helado valle. A lo lejos se distinguen luces eléctricas en mitad de la noche.
-Aquella es la Ciudad Antigua -afirma Taiho con voz solemne. Oh, así que esa es la famosa ciudad de la que todo el mundo hablaba en el poblado subterráneo-. Venga, Señor del Fuego. Venga, Polloh. Conquistad.
-¡El Señor está con nosotros! -exclama.
Una docena de personas aparece de entre las numerosas cortinas del salón. Son hombres y mujeres vestidos igual que Branda, algunos con marcas de quemaduras aquí y allá. Uno de ellos usa piernas protésicas de un metal bastante viejo y se cubre con una capa de púas de hierro negro que le da aspecto de erizo malvado. Cada uno sujeta una antorcha, y lo más curioso es que no desprenden un aura humana. Con el mantra los percibiríais inicialmente como fuego, como un poso de calor en el aire, pero no como seres humanos. Habría que buscarlos específicamente para detectarlos.
-¡Hermanos Rojos, deleitaos! ¡El Polloh ha hablado! ¡Vamos a la guerra! ¡La Ciudad Antigua será nuestra!
-¡Larga vida al Polloh! -claman, y se ponen a aullar como locos mientras dan vueltas alrededor de Therax. En cierto modo hasta es bonito.
-Mi señor, vuestras huestes estarán listas en poco tiempo. Mi fiel Hermano Rojo, Taiho -Amerina señala al hombre-erizo, que se acerca con aire dócil. No obstante, si lo sondeáis con el haki notaréis que es más o menos tan fuerte como Therax- reunirá al ejército. Estaremos listos para atacar al alba, si así lo deseáis. Podéis supervisar vos mismo nuestro trabajo, si os place, o podemos ofreceros descanso y comida hasta que todo esté listo. Mientras tanto, Branda se ocuparía de agasajaros.
Si buscáis a la diminuta enana que habéis conocido, lo siento mucho. La Branda real, la que no tiene dobles de plastilina arrancados de su cuerpo gracias a la Mare Mare no mi, tiene el tamaño de un gorila y una voz que los haría enmudecer. Aparece poco después, y absorbe a su pequeña doble agarrándola y pegándosela como si fuesen dos cachos de chicle.
-¿Os interesará ver la ejecución, mi señor Polloh? -le dice a Therax, poniéndole ojitos. Cómo se nota que ahora eres popular-. Varios herejes van a ser purificados en el fuego como ofrenda a vos y al Lord de la Llama.
Las dos opciones son bastante diver.
Branda tiene preparado un tour por su cuidad subterránea que incluye las cataratas heladas, las estalactitas heladas, la Gran Hoguera, donde todo el mundo puede ir a calentarse, el Bosque, una especie de reserva natural donde crían animales para cazarlos de forma controlada, y el Foso de los Ecos. Los ecos en cuestión son de los gritos de la gente que aguarda en el fondo a ser quemados vivos. No es muy agradable, pero lo compensa el fastuoso banquete de setas, té de setas y animalitos raros alimentados con setas que se preparará unas horas después. Oh, y no olvidemos la traicionera y embriagadora sidra de setas.
Por su parte, Taiho manda a sus Hermanos Rojos a reunir a todas las tropas. Tres centenares de personas armadas con lo que bien podrían ser muestras de arte moderno: fusiles y cañones reconvertidos en hachas o mazas, trozos de tubería o de cascos de barcos afilados hasta la letalidad, anclas decoradas con el símbolo de la llama... Aun así, casi parecen un ejército. Tienen cierto aire marcial en su forma de colocarse en filas y obedecer al instante a cualquiera de los Hermanos. Todos desfilan durante las siguientes horas hasta formar a la entrada de un amplio túnel que se adentra en la tierra durante a saber cuánto.
Hayáis hecho lo que hayáis hecho, cuando todo esté listo, ya que se os ve ansiosos por combatir, acabaréis yendo con las tropas -más que nada porque salir de aquí sin perderse es imposible- hasta que el subsuelo os conduzca a un helado valle. A lo lejos se distinguen luces eléctricas en mitad de la noche.
-Aquella es la Ciudad Antigua -afirma Taiho con voz solemne. Oh, así que esa es la famosa ciudad de la que todo el mundo hablaba en el poblado subterráneo-. Venga, Señor del Fuego. Venga, Polloh. Conquistad.
- Nota:
- El tiempo entre la reunión y la partida del ejército es todo vuestro. Podéis llenarlo como queráis y hacer lo que queráis, con todas las acciones cerradas que os apetezcan. Es decir, aquí sois dioses, so...
Todo transcurrió de forma vertiginosa, siendo la mutación en el semblante de la Suma Sacerdotisa lo más lento a ojos del rubio. Un nutrido grupo de personas emergió de detrás de las cortinas que abarrotaban la estancia. ¿Qué demonios hacían allí?, ¿a qué habían estado esperando? Todo era muy raro. Fuera como fuere, el rol que le había otorgado su capitán y su decisión respecto a lo que harían habían cambiado por completo su situación. Sin comerlo ni beberlo, había ascendido de 'última mierda del lugar' a 'Polloh que ha proclamado la guerra'. Lo cierto era que no tenía demasiado claro qué prefería.
Túnicas como la que presentaba Branda danzaban por aquí y por allá, resaltando entre ellas un tipo siniestro que fue escrutado por los ojos verdes de Therax. Tenía una orden muy clara, por lo que debía ser una de las personas de confianza de Amerina. Se aseguró de recordar aquel detalle, así como la actitud sumisa que demostraba ante ella, como si de una fiel mascota se tratase.
—¿Ofrenda? —inquirió el contramaestre—. No, el Lord de la Llama jamás ha pedido ofrendas, y mucho menos humanas —sentenció con tono firme—. Simplemente quiere que le rindáis culto, que honréis su nombre y elevéis vuestras plegarias cuando corresponda.
No estaba cómodo improvisando sobre la marcha; nunca se le había dado bien y jamás lo haría. De hecho, casi hubiera preferido entrar allí a punta de espada y ayudar a aquellos pobres infelices a seguir adelante con su mísera vida, pero la situación no le permitía actuar de ese modo. Ya se habían vistos envueltos en problemas con la primera tribu local que se habían encontrado, y si Huggart se había asustado de aquella gente debía ser por algo. La prudencia era su mejor aliada por el momento. Sólo esperaba que el pelirrojo lo viese igual que él.
Ése y no otro fue el motivo que justificó su aparente indiferencia hacia quienes aguardaban su destino en el Foso de los Ecos. Ya tendrían la oportunidad más adelante de inventarse algo para sacarles de allí. Dejando eso a un lado, la visita guiada por el lugar no fue del todo desagradable. A decir verdad, el modo en que los lugareños les brindaban tributos y les daban las gracias llegaba a resultar agradable. Una lástima que todo fuera una burda mentira por su parte.
El tiempo transcurrió más rápido de lo esperado, o eso le pareció al domador cuando le informaron de que había llegado la hora de la batalla. Sí que se habían tomado en serio eso de 'al alba'. Un numeroso contingente de soldados esperaba órdenes, equipados con armas de lo más estrafalario. No obstante, el comentario del tal Taiho le pilló completamente por sorpresa. ¿Para qué demonios reunían a sus tropas si no pensaban mover un dedo?
Carraspeó, tomándose unos largos segundos para pensar algo creíble que decir, y lanzó su pregunta al aire.
—¿Quién habita en la Ciudad Antigua? —inquirió, dejando unos instantes para que el tipo de los pinchos o cualquier otro respondiese. Acto seguido, reanudó su pequeño sermón—. El Lord de la Llama os dará la victoria si así lo ve oportuno, pero debéis ser vosotros, sus fieles, quienes lideréis la iniciativa y demostréis hasta dónde llega vuestra fe.
Pretendía sonar serio y seguro, pero lo cierto era que no sabía hasta qué punto sus palabras habían calado en los allí presentes. Era el momento de Zane, pues él era a quien realmente seguían de forma ciega —al menos a eso apuntaba todo por el momento—.
Túnicas como la que presentaba Branda danzaban por aquí y por allá, resaltando entre ellas un tipo siniestro que fue escrutado por los ojos verdes de Therax. Tenía una orden muy clara, por lo que debía ser una de las personas de confianza de Amerina. Se aseguró de recordar aquel detalle, así como la actitud sumisa que demostraba ante ella, como si de una fiel mascota se tratase.
—¿Ofrenda? —inquirió el contramaestre—. No, el Lord de la Llama jamás ha pedido ofrendas, y mucho menos humanas —sentenció con tono firme—. Simplemente quiere que le rindáis culto, que honréis su nombre y elevéis vuestras plegarias cuando corresponda.
No estaba cómodo improvisando sobre la marcha; nunca se le había dado bien y jamás lo haría. De hecho, casi hubiera preferido entrar allí a punta de espada y ayudar a aquellos pobres infelices a seguir adelante con su mísera vida, pero la situación no le permitía actuar de ese modo. Ya se habían vistos envueltos en problemas con la primera tribu local que se habían encontrado, y si Huggart se había asustado de aquella gente debía ser por algo. La prudencia era su mejor aliada por el momento. Sólo esperaba que el pelirrojo lo viese igual que él.
Ése y no otro fue el motivo que justificó su aparente indiferencia hacia quienes aguardaban su destino en el Foso de los Ecos. Ya tendrían la oportunidad más adelante de inventarse algo para sacarles de allí. Dejando eso a un lado, la visita guiada por el lugar no fue del todo desagradable. A decir verdad, el modo en que los lugareños les brindaban tributos y les daban las gracias llegaba a resultar agradable. Una lástima que todo fuera una burda mentira por su parte.
El tiempo transcurrió más rápido de lo esperado, o eso le pareció al domador cuando le informaron de que había llegado la hora de la batalla. Sí que se habían tomado en serio eso de 'al alba'. Un numeroso contingente de soldados esperaba órdenes, equipados con armas de lo más estrafalario. No obstante, el comentario del tal Taiho le pilló completamente por sorpresa. ¿Para qué demonios reunían a sus tropas si no pensaban mover un dedo?
Carraspeó, tomándose unos largos segundos para pensar algo creíble que decir, y lanzó su pregunta al aire.
—¿Quién habita en la Ciudad Antigua? —inquirió, dejando unos instantes para que el tipo de los pinchos o cualquier otro respondiese. Acto seguido, reanudó su pequeño sermón—. El Lord de la Llama os dará la victoria si así lo ve oportuno, pero debéis ser vosotros, sus fieles, quienes lideréis la iniciativa y demostréis hasta dónde llega vuestra fe.
Pretendía sonar serio y seguro, pero lo cierto era que no sabía hasta qué punto sus palabras habían calado en los allí presentes. Era el momento de Zane, pues él era a quien realmente seguían de forma ciega —al menos a eso apuntaba todo por el momento—.
Zane estaba flipando en colores con todo lo que estaba ocurriendo en aquella ciudad subterránea. Eran personas extrañas y algo siniestras, al menos desde su punto de vista. Las gentes aclamaban su nombre como nunca lo habían hecho antes. Eso solo le había ocurrido una vez, y fue cuando se quitó la camiseta nada más llegar a Momoiro, aunque lo que vino justo después lo había borrado de su memoria. A medida que veía a las personas de aquel lugar, todo parecía cada vez más sectario, algo que le dejó claro cuando hablaron de sacrificios.
—¿Cómo que ofrendas? —preguntó en voz alta—. ¿Un cochinillo o algo así?
Su pregunta fue tomada a broma, consiguiendo que muchos guerreros se rieran, y entonces Therax intervino por ambos. En los labios de Zane se pudo ver que decía gracias, en el más puro silencio, y suspirando de alivio después. Deambuló por aquella isla durante un tiempo, evitando adentrarse en lugares estrechos y poco transitado. Una cosa era que algunos le considerasen un dios, pero otra que verdaderamente ese fuera el pensamiento general en la ciudad. ¿Y si querían sacrificarle y comérselo vivo? No sería la primera vez que alguien intentara hacer pollo frito con él; y en ese momento serían dos pollos para la degustación.
Con el paso de las horas, el vino y la comida iba y venía, pero no se fiaba del todo. Esperó a que la sacerdotisa comiera para hacerlo él, e igual con el vino. Podría ser la primera vez que no abusaba de la hospitalidad de alguien que le ofrecía cualquier cosa; incluso vírgenes para desflorar. Therax estaba encoñado de Annie, su novia revolucionaria, y Zane, bueno, cada vez que se acercaba a una mujer no podía evitar pensar en su amada Sakura…, la echaba de menos.
La hora de la batalla llegó, y se preparó para lo que estaba por venir. El pelirrojo no tuvo que decirle mucho a su contramaestre, pues le confiaría la vida si fuera necesario, pero no podía evitar pensar que algo estaba mal.
—Antes de emprender camino hacia la batalla contestadme a una pregunta —dijo, derrochando extrema educación, intentando imitar a los guerreros de los cuentos—. ¿Quién habita en aquella ciudad? Una cosa es despojársela a sus líderes, y otra derramar sangre inocente.
Zane no era una persona altruista, tampoco un héroe libertado, él era un pirata que buscaba sacar provecho de cualquier situación, y en ese momento quería aquella isla para fundar su propio país.
—¿Cómo que ofrendas? —preguntó en voz alta—. ¿Un cochinillo o algo así?
Su pregunta fue tomada a broma, consiguiendo que muchos guerreros se rieran, y entonces Therax intervino por ambos. En los labios de Zane se pudo ver que decía gracias, en el más puro silencio, y suspirando de alivio después. Deambuló por aquella isla durante un tiempo, evitando adentrarse en lugares estrechos y poco transitado. Una cosa era que algunos le considerasen un dios, pero otra que verdaderamente ese fuera el pensamiento general en la ciudad. ¿Y si querían sacrificarle y comérselo vivo? No sería la primera vez que alguien intentara hacer pollo frito con él; y en ese momento serían dos pollos para la degustación.
Con el paso de las horas, el vino y la comida iba y venía, pero no se fiaba del todo. Esperó a que la sacerdotisa comiera para hacerlo él, e igual con el vino. Podría ser la primera vez que no abusaba de la hospitalidad de alguien que le ofrecía cualquier cosa; incluso vírgenes para desflorar. Therax estaba encoñado de Annie, su novia revolucionaria, y Zane, bueno, cada vez que se acercaba a una mujer no podía evitar pensar en su amada Sakura…, la echaba de menos.
La hora de la batalla llegó, y se preparó para lo que estaba por venir. El pelirrojo no tuvo que decirle mucho a su contramaestre, pues le confiaría la vida si fuera necesario, pero no podía evitar pensar que algo estaba mal.
—Antes de emprender camino hacia la batalla contestadme a una pregunta —dijo, derrochando extrema educación, intentando imitar a los guerreros de los cuentos—. ¿Quién habita en aquella ciudad? Una cosa es despojársela a sus líderes, y otra derramar sangre inocente.
Zane no era una persona altruista, tampoco un héroe libertado, él era un pirata que buscaba sacar provecho de cualquier situación, y en ese momento quería aquella isla para fundar su propio país.
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Taiho se os queda mirando... y se echa a reír.
-Líderes, dice, jorojorojorojorojoro. No hay líderes en Cuidad Antigua, Lord de la Llama. Es un lugar prohibido. Alrededor cavaron un foso hace décadas. Un foso enorme con un solo puente. Los Hombres Pingüino lo vigilan para que nadie escape. A esa ciudad echamos a los enfermos para que no infecten a otros. A los que no quieren morir con honor, claro. Muchos son cobardes y prefieren el exilio. Yo los mataría, pero es pecado matar algo que no vas a comerte, excepto si es un pecador
Un pecador como los que quemaron anoche. Sabían que no queríais ofrendas, así que lo hicieron sin invitaros a verlo. Los Gagara son muy considerados.
-Nosotros no podemos entrar en Ciudad Antigua. Nunca entra nadie. Es un lugar maldito y muerto.
-Hasta hace poco -interviene Big Branda, conteniendo un bostezo con su enorme mano-. Nadie sabe por qué, pero se encendió hace como una semana, todas las luces a la vez. No son fuegos, son luces antiguas. Luces amarillas de cuando el mundo era próspero -Luces eléctricas, para los despistados-. La ciudad debe ser nuestra, por eso hemos venido. Nosotros luchamos contra los Uha Larnk e impedimos que la conquisten. Y vosotros, mis señores, la conquistáis para vuestra gloria.
Ciudad Antigua es muy pintoresca, por cierto. Grandes edificios de hormigón y acero cubiertos de escarcha, largas y serpenteantes avenidas enterradas en la nieve ennegrecida por toneladas de cenizas, hogueras dispersas que señalan donde hay grupos de enfermos que aún se aferran a la vida. Un gigantesco foso sin fondo excavado en el hielo rodea la ciudad, que conecta con el resto de Yukiryu tan solo por un único puente custodiado por gente vestida con armaduras negras y yelmos anaranjados que recuerdan vagamente a un pingüino. Y, lo más importante, el brillo de las luces eléctricas. Un edificio destaca especialmente. No es el más alto ni el más entero, pero aún puede distinguirse el desvaído símbolo del Gobierno Mundial en su fachada.
Según os dicen, los Hombres Pingüino, grandes guerreros elegidos de entre todas las tribus, no son hostiles, pero los habitantes de Ciudad Antigua, sí. Los primeros no os ayudarán ni os molestarán, al menos hasta que intentéis salir, os dicen; los segundos probablemente os maten para comeros. Pero todo estará bien si habéis conquistado de alguna forma la ciudad antes de que lleguen los Uha Larnk. Esos... bueno, esos sí que son hostiles.
-Líderes, dice, jorojorojorojorojoro. No hay líderes en Cuidad Antigua, Lord de la Llama. Es un lugar prohibido. Alrededor cavaron un foso hace décadas. Un foso enorme con un solo puente. Los Hombres Pingüino lo vigilan para que nadie escape. A esa ciudad echamos a los enfermos para que no infecten a otros. A los que no quieren morir con honor, claro. Muchos son cobardes y prefieren el exilio. Yo los mataría, pero es pecado matar algo que no vas a comerte, excepto si es un pecador
Un pecador como los que quemaron anoche. Sabían que no queríais ofrendas, así que lo hicieron sin invitaros a verlo. Los Gagara son muy considerados.
-Nosotros no podemos entrar en Ciudad Antigua. Nunca entra nadie. Es un lugar maldito y muerto.
-Hasta hace poco -interviene Big Branda, conteniendo un bostezo con su enorme mano-. Nadie sabe por qué, pero se encendió hace como una semana, todas las luces a la vez. No son fuegos, son luces antiguas. Luces amarillas de cuando el mundo era próspero -Luces eléctricas, para los despistados-. La ciudad debe ser nuestra, por eso hemos venido. Nosotros luchamos contra los Uha Larnk e impedimos que la conquisten. Y vosotros, mis señores, la conquistáis para vuestra gloria.
Ciudad Antigua es muy pintoresca, por cierto. Grandes edificios de hormigón y acero cubiertos de escarcha, largas y serpenteantes avenidas enterradas en la nieve ennegrecida por toneladas de cenizas, hogueras dispersas que señalan donde hay grupos de enfermos que aún se aferran a la vida. Un gigantesco foso sin fondo excavado en el hielo rodea la ciudad, que conecta con el resto de Yukiryu tan solo por un único puente custodiado por gente vestida con armaduras negras y yelmos anaranjados que recuerdan vagamente a un pingüino. Y, lo más importante, el brillo de las luces eléctricas. Un edificio destaca especialmente. No es el más alto ni el más entero, pero aún puede distinguirse el desvaído símbolo del Gobierno Mundial en su fachada.
Según os dicen, los Hombres Pingüino, grandes guerreros elegidos de entre todas las tribus, no son hostiles, pero los habitantes de Ciudad Antigua, sí. Los primeros no os ayudarán ni os molestarán, al menos hasta que intentéis salir, os dicen; los segundos probablemente os maten para comeros. Pero todo estará bien si habéis conquistado de alguna forma la ciudad antes de que lleguen los Uha Larnk. Esos... bueno, esos sí que son hostiles.
- Nota:
- Podéis inventar, controlar y hacer acciones cerradas a la gente de la ciudad
El pelirrojo se abstuvo a continuar manteniendo una conversación con Taiho después de lo que había contestado. Sentía que algo no estaba bien con esa esperpéntica gente. Atracción sexual hacia el fuego, sacrificios humanos y canibalismo. ¿Qué sería lo próximo? ¿Relaciones sexuales entre hermanos? Aunque pensándolo bien eso último no era demasiado malo, si eso del fruto se obtendría un niño con problemas y mala genética.
«Normal que se hayan aislado en su ciudadela», se dijo para sus adentros.
Dio un paso hacia adelante, no sin antes tener lanzarle una mirada de complicidad a su tercero de abordo y hacerle saber que no confiaba en esa gente; aunque era algo que creía que era evidente, y observó la fosa que rodeaba la vieja ciudad. Era una zanja profunda, con una única entrada y una única salida: el puente —al menos que él pudiera ver desde allí usando su vista de pájaro—. Los habitantes no parecían estar en buen estado, aunque muchos de ellos parecían estar preparándose para la batalla.
—Therax, adelantémonos y vayamos hacia la ciudad —Su espalda se recubrió de fuego y de pronto emergieron dos alas de color rojo carmesí—. Vosotros, mientras tanto, quedaos aquí y esperad a mi señal —dispuso canalizando una pequeña parte de su voluntad destructiva sobre ellos, haciendo temblar el terreno, girando su cabeza y mirando al ejército que había a sus espaldas.
Dio un salto y emprendió el vuelo el primero, yendo lento hasta que Therax le alcanzó para luego aumentar la velocidad hasta llegar a la ciudad antigua.
—No me fio de esta gente. Creo que nos hemos metido en un berenjenal de cuidado y es posible que ellos no sean los buenos de esta historia —le comunicó a su contramaestre—. Primero los caníbales, ahora estos que son caníbales y sectarios. Y aún nos queda conocer a los chalaos de la ciudad antigua esta. ¿Qué opinas, tío?
Era probable que su compañero opinara como él, o tal vez no y todo fueran paranoias suyas. Mientras hablaban continuó su camino hasta llegar al centro de la ciudad antigua, justo al lado del edificio que, aparentemente, en el pasado perteneció a la marina del gobierno mundial. En cuanto puso el primer pie sobre el suelo deshizo sus alas y observó el lugar. Había mucha gente mirándolos. Niños, mujeres, ancianos y hombres armados. Muchos de ellos tenían aspecto enfermizo y famélico, como si no tuvieran una nutrición decente.
—¡He venido en son de paz a hablar con vuestro líder! —exclamó, imperante—. ¿Dónde se encuentra?
«Normal que se hayan aislado en su ciudadela», se dijo para sus adentros.
Dio un paso hacia adelante, no sin antes tener lanzarle una mirada de complicidad a su tercero de abordo y hacerle saber que no confiaba en esa gente; aunque era algo que creía que era evidente, y observó la fosa que rodeaba la vieja ciudad. Era una zanja profunda, con una única entrada y una única salida: el puente —al menos que él pudiera ver desde allí usando su vista de pájaro—. Los habitantes no parecían estar en buen estado, aunque muchos de ellos parecían estar preparándose para la batalla.
—Therax, adelantémonos y vayamos hacia la ciudad —Su espalda se recubrió de fuego y de pronto emergieron dos alas de color rojo carmesí—. Vosotros, mientras tanto, quedaos aquí y esperad a mi señal —dispuso canalizando una pequeña parte de su voluntad destructiva sobre ellos, haciendo temblar el terreno, girando su cabeza y mirando al ejército que había a sus espaldas.
Dio un salto y emprendió el vuelo el primero, yendo lento hasta que Therax le alcanzó para luego aumentar la velocidad hasta llegar a la ciudad antigua.
—No me fio de esta gente. Creo que nos hemos metido en un berenjenal de cuidado y es posible que ellos no sean los buenos de esta historia —le comunicó a su contramaestre—. Primero los caníbales, ahora estos que son caníbales y sectarios. Y aún nos queda conocer a los chalaos de la ciudad antigua esta. ¿Qué opinas, tío?
Era probable que su compañero opinara como él, o tal vez no y todo fueran paranoias suyas. Mientras hablaban continuó su camino hasta llegar al centro de la ciudad antigua, justo al lado del edificio que, aparentemente, en el pasado perteneció a la marina del gobierno mundial. En cuanto puso el primer pie sobre el suelo deshizo sus alas y observó el lugar. Había mucha gente mirándolos. Niños, mujeres, ancianos y hombres armados. Muchos de ellos tenían aspecto enfermizo y famélico, como si no tuvieran una nutrición decente.
—¡He venido en son de paz a hablar con vuestro líder! —exclamó, imperante—. ¿Dónde se encuentra?
Eran muchas las traiciones e intenciones ocultas que pesaban sobre las espaldas de los Arashi, de ahí que, en situaciones como aquélla -y exceptuando a Marc-, de entrada se mostrasen reticentes a creer cualquier cosa que se les dijera. El rubio pudo distinguir a la perfección el rápido vistazo que le dirigió el "Descamisetado", confirmando sus suposiciones. ¿Quién en su sano juicio confiaría en aquella secta quemapecadores?
El pelirrojo ya se encontraba en las alturas cuando un manto de energía azulada cubrió el cuerpo de Therax, condensándose para formar alas en su espalda. Observó a los allí presentes antes alzar el vuelo. Taiho continuaba sonriendo con autosuficiencia, mientras que Big Branda mantenía su pose de aparente aburrimiento. El primero era de quien más desconfiaba el domador. Los perros fieles acostumbraban a ser los más peligrosos por un simple hecho: llevaban las doctrinas al extremo, más incluso que quienes las habían concebido. ¿De qué sería capaz aquel tipo? Una combinación de curiosidad y alarma se instalaron en su interior antes de batir las alas.
Sobrevoló el puente que mantenía aislados a los lugareños. Al comprender el porqué del término 'Hombres Pingüino' no pudo reprimir una sonrisa. Los chalados del fuego no se caracterizaban por meditar mucho los nombres, eso había quedado más que claro. Luces abarrotaban la ciudad -o lo que quedaba de ella- bajo sus pies. Que un lugar como aquél recibiese la denominación de Ciudad Antigua, así como el entorno en el que vivían los caníbales, dejaba claro que en Yukiryu debía haber ocurrido algo en el pasado, algo trágico que había condenado al fin a una civilización desarrollada. ¿Qué podría ser? Las palabras de Zane le sacaron de su ensimismamiento:
-Creo que esto va a acabar mal sin importarlo que hagamos -respondió, liberando una carcajada antes de adoptar de nuevo un gesto serio-. De quien menos me fío es de ese Taiho. No sé, tiene algo que no me gusta. Tampoco entiendo por qué aquí todo el mundo parece querer comerse a todo el mundo -concluyó, encogiéndose de hombros y prometiéndose que él no sufriría ese destino-. Además, está claro que esta gente no son los primeros pobladores de la isla. Esa civilización tenía una tecnología mucho más desarrollada, pero ¿qué o quién puede haber encendido las luces?
La energía azulada desapareció unos segundos antes de que sus pies se posaran en el suelo. Zane hablaba, como siempre. Era algo que se le daba mucho mejor. Por eso él prefería observar. Aquella gente no les miraba con miedo, o al menos eso le parecía. Tampoco había amabilidad o alegría en sus rostros, aunque la situación tampoco favorecía esto último. Fuera como fuere, extendió su voluntad hasta cubrir la distancia que les separaba de los habitantes de la Ciudad Antigua.
La última pregunta del capitán le sonó un tanto extraña. ¿Acaso no les habían dicho que allí no había líderes? Claro que no era disparatado pensar que les hubiesen engañado. No, definitivamente no estaba de más asegurarse de que la información que habían recibido era veraz. Por su parte, Therax clavó los ojos, de un intenso color azul en esos momentos, en el símbolo del Gobierno Mundial. Sin duda había conocido tiempos mejores, pero aún era perfectamente distinguible.
-¿Es que esta gente está metida en todo? -se quejó en voz alta, asegurándose de que su capitán le escuchase-. Esto no puede significar nada bueno -añadió, aproximándose a la puerta para intentar abrirla.
Intentaría hacerlo con sus propias manos y, en caso de que alguien fuese a impedírselo por la fuerza, no dudaría en desenvainar a Yuki-onna para acabar con su existencia. Del mismo modo, en caso de no conseguir abrir el camino, trataría de hacerlo con sus armas.
El pelirrojo ya se encontraba en las alturas cuando un manto de energía azulada cubrió el cuerpo de Therax, condensándose para formar alas en su espalda. Observó a los allí presentes antes alzar el vuelo. Taiho continuaba sonriendo con autosuficiencia, mientras que Big Branda mantenía su pose de aparente aburrimiento. El primero era de quien más desconfiaba el domador. Los perros fieles acostumbraban a ser los más peligrosos por un simple hecho: llevaban las doctrinas al extremo, más incluso que quienes las habían concebido. ¿De qué sería capaz aquel tipo? Una combinación de curiosidad y alarma se instalaron en su interior antes de batir las alas.
Sobrevoló el puente que mantenía aislados a los lugareños. Al comprender el porqué del término 'Hombres Pingüino' no pudo reprimir una sonrisa. Los chalados del fuego no se caracterizaban por meditar mucho los nombres, eso había quedado más que claro. Luces abarrotaban la ciudad -o lo que quedaba de ella- bajo sus pies. Que un lugar como aquél recibiese la denominación de Ciudad Antigua, así como el entorno en el que vivían los caníbales, dejaba claro que en Yukiryu debía haber ocurrido algo en el pasado, algo trágico que había condenado al fin a una civilización desarrollada. ¿Qué podría ser? Las palabras de Zane le sacaron de su ensimismamiento:
-Creo que esto va a acabar mal sin importarlo que hagamos -respondió, liberando una carcajada antes de adoptar de nuevo un gesto serio-. De quien menos me fío es de ese Taiho. No sé, tiene algo que no me gusta. Tampoco entiendo por qué aquí todo el mundo parece querer comerse a todo el mundo -concluyó, encogiéndose de hombros y prometiéndose que él no sufriría ese destino-. Además, está claro que esta gente no son los primeros pobladores de la isla. Esa civilización tenía una tecnología mucho más desarrollada, pero ¿qué o quién puede haber encendido las luces?
La energía azulada desapareció unos segundos antes de que sus pies se posaran en el suelo. Zane hablaba, como siempre. Era algo que se le daba mucho mejor. Por eso él prefería observar. Aquella gente no les miraba con miedo, o al menos eso le parecía. Tampoco había amabilidad o alegría en sus rostros, aunque la situación tampoco favorecía esto último. Fuera como fuere, extendió su voluntad hasta cubrir la distancia que les separaba de los habitantes de la Ciudad Antigua.
La última pregunta del capitán le sonó un tanto extraña. ¿Acaso no les habían dicho que allí no había líderes? Claro que no era disparatado pensar que les hubiesen engañado. No, definitivamente no estaba de más asegurarse de que la información que habían recibido era veraz. Por su parte, Therax clavó los ojos, de un intenso color azul en esos momentos, en el símbolo del Gobierno Mundial. Sin duda había conocido tiempos mejores, pero aún era perfectamente distinguible.
-¿Es que esta gente está metida en todo? -se quejó en voz alta, asegurándose de que su capitán le escuchase-. Esto no puede significar nada bueno -añadió, aproximándose a la puerta para intentar abrirla.
Intentaría hacerlo con sus propias manos y, en caso de que alguien fuese a impedírselo por la fuerza, no dudaría en desenvainar a Yuki-onna para acabar con su existencia. Del mismo modo, en caso de no conseguir abrir el camino, trataría de hacerlo con sus armas.
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Oh, Ciudad Antigua. ¿Os gusta? Es bonita, ¿verdad? Edificios robustos de ventanas tapiadas con tablones que aún se mantienen en pie, grandes zonas ennegrecidas y rodeadas de huesecillos de pájaro y espinas de pescado, cuerpos tirados por ahí entre nubes de moscas blancas y gordas, gente tosiendo con cada respiración y esputando sangre y flemas. En una de cada diez ventanas brilla una luz eléctrica; lo mismo con las farolas, todas ellas congeladas y pocas intactas tras tanto tiempo. La gente se aparta de la luz que emiten las bombillas que han sobrevivido a los elementos, asustada por esa extraña novedad en sus miserables vidas.
El edificio del gobierno es el más grande con diferencia. Su sombra se extiende por una amplia plaza a rebosar de restos de hogueras y de un par todavía activas. Por todas las calles empieza a llegar un goteo de gente que se mueve arrastrando los pies cansinamente. Alrededor de uno de los fuegos se agrupan tres hombres que se sientan junto a los cuerpos caídos de dos de sus conciudadanos. No se los comerán, tranquilos; nadie en su sano juicio se come a los habitantes de Ciudad Antigua. En alguna parte de la plaza hay un cartel escrito hace mucho tiempo con letra tosca y descuidada, ahora cubierto de nieve.
Un buen grupo se acerca a vosotros. Son gente de todo tipo, de todas las edades, pero todos de ojos fieros y expresión hosca. Es de esperar que vivir en Yukiryu le agria el carácter a uno.
Therax, abres la oxidada y helada puerta metálica del edificio gubernamental. El chirrido que provoca revela que es algo que nadie hace en mucho tiempo. En cuanto lo consigues, con un único chasquido como aviso, una ametralladora que cuelga del techo empieza a dispararte una ráfaga rápida y continua sin dejar de apuntarte con una mira láser.
Al mismo tiempo, Zane, una pareja de niños se acerca a ti. Tienen los ojos abiertos como platos y uno de ellos alarga la mano hacia una de las pavesas que flotan por el aire tras dispersarse tus alas. El muy memo, que no tendrá más de cinco años, se quema, y eso parece enfadarle, así que te pega un bocado en la pierna. No te dolerá mucho, eso seguro, pero sí que te hará sangre. En fin, ¿qué es un poco de sangre para el Señor del Fuego?
La gente parece intranquila, pero estos no os atacan. Deben ser majos. Muchos se dan la vuelta y se largan. Otro de ellos se apoya sobre el antiguo cartel y lo despeja de nieve sin querer. Ahora podríais leerlo si casualmente os fijarais en él: Ciudad Antigua. Colonia de enfermos.
Disfrutad de la visita.
El edificio del gobierno es el más grande con diferencia. Su sombra se extiende por una amplia plaza a rebosar de restos de hogueras y de un par todavía activas. Por todas las calles empieza a llegar un goteo de gente que se mueve arrastrando los pies cansinamente. Alrededor de uno de los fuegos se agrupan tres hombres que se sientan junto a los cuerpos caídos de dos de sus conciudadanos. No se los comerán, tranquilos; nadie en su sano juicio se come a los habitantes de Ciudad Antigua. En alguna parte de la plaza hay un cartel escrito hace mucho tiempo con letra tosca y descuidada, ahora cubierto de nieve.
Un buen grupo se acerca a vosotros. Son gente de todo tipo, de todas las edades, pero todos de ojos fieros y expresión hosca. Es de esperar que vivir en Yukiryu le agria el carácter a uno.
Therax, abres la oxidada y helada puerta metálica del edificio gubernamental. El chirrido que provoca revela que es algo que nadie hace en mucho tiempo. En cuanto lo consigues, con un único chasquido como aviso, una ametralladora que cuelga del techo empieza a dispararte una ráfaga rápida y continua sin dejar de apuntarte con una mira láser.
Al mismo tiempo, Zane, una pareja de niños se acerca a ti. Tienen los ojos abiertos como platos y uno de ellos alarga la mano hacia una de las pavesas que flotan por el aire tras dispersarse tus alas. El muy memo, que no tendrá más de cinco años, se quema, y eso parece enfadarle, así que te pega un bocado en la pierna. No te dolerá mucho, eso seguro, pero sí que te hará sangre. En fin, ¿qué es un poco de sangre para el Señor del Fuego?
La gente parece intranquila, pero estos no os atacan. Deben ser majos. Muchos se dan la vuelta y se largan. Otro de ellos se apoya sobre el antiguo cartel y lo despeja de nieve sin querer. Ahora podríais leerlo si casualmente os fijarais en él: Ciudad Antigua. Colonia de enfermos.
Disfrutad de la visita.
Los goznes de la puerta metálica rechinaron, protestando porque alguien osase mover sus hojas tras tanto tiempo cerradas. La condenada puerta pasaba, y mucho, pero terminó por ceder ante el empuje del rubio. Cuando al fin logró abrirla de par en par, el impulso aplicado con todo su cuerpo provocó que diese un par de pasos en el interior. Se disponía a avisar a Zane, pues no tenía del todo claro si se habría entretenido con los desmejorados lugareños. Se podía esperar casi cualquier cosa de él.
No obstante, un chasquido casi inmediato le silenció. «No me jodas», maldijo en su fuero interno antes de que la premonición anunciada por el sonido se materializase. Los proyectiles salieron disparados en su dirección a una velocidad y cadencia demenciales. Therax reaccionó a tiempo, dando un poderoso salto hacia atrás que llevó sus pies de nuevo al exterior. Sin embargo, aquel maldito chisme había decidido que se convertiría en su objetivo mientras durase su empeño por entrar en las instalaciones del Gobierno Mundial. Firmemente anclado al techo, pivotaba sobre su eje para mantener al espadachín en la trayectoria de su mira láser.
Desenvainó a toda velocidad a Byakko, interceptando los primeros disparos que volvían a ir destinados a su cuerpo. Acto seguido, se hizo a un lado para salir del radio de influencia del trasto infernal. Si se ocultaba en un lateral de la puerta no podría apuntar en su dirección, ¿no? Pese a que el planteamiento de la idea no era malo, una de las balas perforó su hombro derecho instantes antes de que se ocultase.
Consciente de que estaba a salvo —al menos por el momento—, dedicó un momento a analizar la herida. Había orificio de entrada y de salida y apenas sangraba. Un par de movimientos le fueron suficientes para comprobar que no se había afectado ninguna estructura nerviosa. No era nada que no se arreglase con algunas curas, un par de puntos y paciencia.
—¡Zane! —exclamó desde su posición—. Han dejado preparada una sorpresa por si alguien tiene interés en saber qué hay aquí dentro. No sé a ti, pero a mí esto me da más ganas de entrar —reprimió una sonrisa que, de haber aparecido, no habría tardado en esfumarse—. ¿Se puede saber qué te ha pasado ahí?
El pelirrojo sangraba por una pierna, y la inconfundible marca de unos dientes indicaba el origen de la herida. No le resultaba extraño que su capitán recibiese un mordisco. Llevaba muchos años viajando junto a él y sabía que, probablemente, ése era el lugar más normal en el que había recibido una dentellada. El problema no estaba ahí. «No puede ser verdad», se dijo, observando un cartel situado a una distancia considerable tras el suzaku. No había reparado en él anteriormente, pero la inscripción que aparecía en él era de lo más reveladora.
Señaló en su dirección para que el Descamisetado también pudiera leerlo, si es que no lo había hecho ya. ¿Por qué motivo se podría crear una colonia de enfermos? No sabía quién la había creado, pero si habían sido los zumbados del fuego no era descabellado pensar en un motivo espiritual; algo así como una posesión demoníaca. Y en eso decidió poner todas sus esperanzas, porque la otra opción, mucho más científica y plausible, podía ser fatal.
A sus ojos, la principal razón para hacer algo así era evitar el contagio de la enfermedad en cuestión. Si los habitantes de la Ciudad Antigua eran portadores de una patología transmisible, ¿cuál podría ser el mecanismo de contagio? Volvió a detener sus ojos sobre la lesión del pelirrojo, tragando saliva a continuación. ¿Y en qué podría consistir dicha afección?
Fuera como fuere, tenía que hacer algo con la ametralladora que le impedía el paso. En aquellos momentos no se encontraba en su estado de mayor lucidez, pues la posibilidad de que acabasen de meterse en un gran problema estaba ahí y le aterrorizaba. Trató de situar la posición relativa del arma de fuego en base a lo que había podido ver unos segundos antes y, una vez creyó estar seguro, lanzó una onda cortante. Byakko se hizo visible en el lateral de la puerta durante un instante, lo justo para lanzar la descarga afilada con la que su dueño quería quitar la piedra del camino.
No obstante, un chasquido casi inmediato le silenció. «No me jodas», maldijo en su fuero interno antes de que la premonición anunciada por el sonido se materializase. Los proyectiles salieron disparados en su dirección a una velocidad y cadencia demenciales. Therax reaccionó a tiempo, dando un poderoso salto hacia atrás que llevó sus pies de nuevo al exterior. Sin embargo, aquel maldito chisme había decidido que se convertiría en su objetivo mientras durase su empeño por entrar en las instalaciones del Gobierno Mundial. Firmemente anclado al techo, pivotaba sobre su eje para mantener al espadachín en la trayectoria de su mira láser.
Desenvainó a toda velocidad a Byakko, interceptando los primeros disparos que volvían a ir destinados a su cuerpo. Acto seguido, se hizo a un lado para salir del radio de influencia del trasto infernal. Si se ocultaba en un lateral de la puerta no podría apuntar en su dirección, ¿no? Pese a que el planteamiento de la idea no era malo, una de las balas perforó su hombro derecho instantes antes de que se ocultase.
Consciente de que estaba a salvo —al menos por el momento—, dedicó un momento a analizar la herida. Había orificio de entrada y de salida y apenas sangraba. Un par de movimientos le fueron suficientes para comprobar que no se había afectado ninguna estructura nerviosa. No era nada que no se arreglase con algunas curas, un par de puntos y paciencia.
—¡Zane! —exclamó desde su posición—. Han dejado preparada una sorpresa por si alguien tiene interés en saber qué hay aquí dentro. No sé a ti, pero a mí esto me da más ganas de entrar —reprimió una sonrisa que, de haber aparecido, no habría tardado en esfumarse—. ¿Se puede saber qué te ha pasado ahí?
El pelirrojo sangraba por una pierna, y la inconfundible marca de unos dientes indicaba el origen de la herida. No le resultaba extraño que su capitán recibiese un mordisco. Llevaba muchos años viajando junto a él y sabía que, probablemente, ése era el lugar más normal en el que había recibido una dentellada. El problema no estaba ahí. «No puede ser verdad», se dijo, observando un cartel situado a una distancia considerable tras el suzaku. No había reparado en él anteriormente, pero la inscripción que aparecía en él era de lo más reveladora.
Señaló en su dirección para que el Descamisetado también pudiera leerlo, si es que no lo había hecho ya. ¿Por qué motivo se podría crear una colonia de enfermos? No sabía quién la había creado, pero si habían sido los zumbados del fuego no era descabellado pensar en un motivo espiritual; algo así como una posesión demoníaca. Y en eso decidió poner todas sus esperanzas, porque la otra opción, mucho más científica y plausible, podía ser fatal.
A sus ojos, la principal razón para hacer algo así era evitar el contagio de la enfermedad en cuestión. Si los habitantes de la Ciudad Antigua eran portadores de una patología transmisible, ¿cuál podría ser el mecanismo de contagio? Volvió a detener sus ojos sobre la lesión del pelirrojo, tragando saliva a continuación. ¿Y en qué podría consistir dicha afección?
Fuera como fuere, tenía que hacer algo con la ametralladora que le impedía el paso. En aquellos momentos no se encontraba en su estado de mayor lucidez, pues la posibilidad de que acabasen de meterse en un gran problema estaba ahí y le aterrorizaba. Trató de situar la posición relativa del arma de fuego en base a lo que había podido ver unos segundos antes y, una vez creyó estar seguro, lanzó una onda cortante. Byakko se hizo visible en el lateral de la puerta durante un instante, lo justo para lanzar la descarga afilada con la que su dueño quería quitar la piedra del camino.
Por las fosas nasales del pelirrojo se llenaron de algo que casi le hace vomitar. No se había fijado hasta ese instante, pero el hedor que desprendía toda la Ciudad Antigua era algo a lo que no estaba acostumbrado. Él llevaba muchos años conviviendo con piratas de dudoso saneamiento, que cuyo contacto con el agua era algo tan extraño como ver a un noble trabajar.
“Voy a tener que enseñarles lo que es el gel y el champú” —se dijo, mientras un grupo de niños comenzaba a acercarse a ellos, el infortunio de que uno de ellos se quemó en cuanto mis alas desaparecieron.
—¡Hola! —exclamó en voz alta—. ¿Te encuentras bien, jovenci…? ¡AAAH!
Antes de darse cuenta, un niño estaba cogido de su pierna como una lapa, dándole un bocado tras otro como si quisiera arrancarle el muslo. El dolor era ínfimo, pero se trataba de una sensación extraña, sentir como la diminuta boca de un chaval le daba fuertes mordiscos era algo que no le terminaba de agradar. Empezó a mover la pierna de atrás hacia adelante, intentando que el chaval se soltara.
—Suéltale enano del demonio.
Al final, agarrando al niño con todas sus fuerzas con su mano derecha se lo quitó de encima. Se movía como un cachorrillo furioso e iracundo, así que lo lanzó hacia un grupo de hombres que aún continuaban mirándole.
—Metedlo en una jaula —espetó el pirata, mientras una llama de color azulada comenzó a recubrir su pierna, curándole la herida y cualquier infección que pudiera tener ese joven en la boca—. ¿Que qué me ha pasado? Que a todo el mundo le gusta comer pollo. Eso es lo que me ha pasado. ¿Y porque coño los amantes del fuego nos han traído a una puta colonia de enfermos?
Estaba muy enfadado. Primero ejecuciones, gente sexualmente atraídas por el fuego, caníbales y personas enfermas y contagiosas. ¿Qué clase de lugar era ese? Observó la entrada del edificio y luego miró a Therax, al que se acercó inmediatamente.
—Puede que te escueza —Las mismas llamas azules que había usado con sí mismo, las empleó con su tercero de abordo, cerrando la herida que tenía en el hombro—. ¿Mejor?
Y sin decir nada, vio como lanzaba una honda cortante a quien fuera que estuviera en aquel edificio. Aquella era la batalla de su compañero, así que no iba a meterse. Observó aquel lugar de nuevo, y era un maldito foco de infecciones, aunque había estado en prostíbulos con menos higiene, eso seguro. Cuando el ruido de las balas cesó, se adentró en el edificio.
—¿Por qué coño tienen una colonia de enfermos?
Zane estaba exaltado, y cada vez le gustaba menos estar en aquel lugar. Y entonces, escucho un ruido. Una sombra en el piso superior tapó una de las ventanas que hacía que entrara la luz. ¿Qué podría ser?
“Voy a tener que enseñarles lo que es el gel y el champú” —se dijo, mientras un grupo de niños comenzaba a acercarse a ellos, el infortunio de que uno de ellos se quemó en cuanto mis alas desaparecieron.
—¡Hola! —exclamó en voz alta—. ¿Te encuentras bien, jovenci…? ¡AAAH!
Antes de darse cuenta, un niño estaba cogido de su pierna como una lapa, dándole un bocado tras otro como si quisiera arrancarle el muslo. El dolor era ínfimo, pero se trataba de una sensación extraña, sentir como la diminuta boca de un chaval le daba fuertes mordiscos era algo que no le terminaba de agradar. Empezó a mover la pierna de atrás hacia adelante, intentando que el chaval se soltara.
—Suéltale enano del demonio.
Al final, agarrando al niño con todas sus fuerzas con su mano derecha se lo quitó de encima. Se movía como un cachorrillo furioso e iracundo, así que lo lanzó hacia un grupo de hombres que aún continuaban mirándole.
—Metedlo en una jaula —espetó el pirata, mientras una llama de color azulada comenzó a recubrir su pierna, curándole la herida y cualquier infección que pudiera tener ese joven en la boca—. ¿Que qué me ha pasado? Que a todo el mundo le gusta comer pollo. Eso es lo que me ha pasado. ¿Y porque coño los amantes del fuego nos han traído a una puta colonia de enfermos?
Estaba muy enfadado. Primero ejecuciones, gente sexualmente atraídas por el fuego, caníbales y personas enfermas y contagiosas. ¿Qué clase de lugar era ese? Observó la entrada del edificio y luego miró a Therax, al que se acercó inmediatamente.
—Puede que te escueza —Las mismas llamas azules que había usado con sí mismo, las empleó con su tercero de abordo, cerrando la herida que tenía en el hombro—. ¿Mejor?
Y sin decir nada, vio como lanzaba una honda cortante a quien fuera que estuviera en aquel edificio. Aquella era la batalla de su compañero, así que no iba a meterse. Observó aquel lugar de nuevo, y era un maldito foco de infecciones, aunque había estado en prostíbulos con menos higiene, eso seguro. Cuando el ruido de las balas cesó, se adentró en el edificio.
—¿Por qué coño tienen una colonia de enfermos?
Zane estaba exaltado, y cada vez le gustaba menos estar en aquel lugar. Y entonces, escucho un ruido. Una sombra en el piso superior tapó una de las ventanas que hacía que entrara la luz. ¿Qué podría ser?
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La ametralladora queda inservible después de que Therax la parta en dos. Una lástima, porque la pobre solo hacía su trabajo. En fin, de cualquier modo tenéis vía libre al interior del edificio. Un amplio vestíbulo, largos pasillos iluminados por lámparas y bombillas pasadas de moda, enormes capas de polvo cubriendo infinidad de puertas... Podéis explorar lo que os plazca, pero teniendo en cuenta que las instalaciones cuentan con un sistema de seguridad bastante molesto: mallas de rayos láser que surgen aleatoriamente de las paredes, guardias cibernéticos tan desfasados como armados y unas cuantas cosas más diseñadas para impedir la intrusión. La seguridad será más intensa según descendáis unos cuantos niveles. No sé qué querrá decir eso...
En cierto momento, de camino al último sótano, podréis llegar hasta la puerta más gruesa, más blindada y más gubernamental que hayáis visto nunca. El símbolo del Gobierno Mundial y el dragón de los Nobles Mundiales la guardan como una barrera infranqueable; para quienes no lo respeten hay un teclado electrónico, pero algún malvado lo ha estropeado. Bueno, ya os las apañaréis.
También es interesante señalar que no estáis solos en el edificio. Unos cuantos pisos por encima se percibe una Voz, un aura ruda y poco amistosa, bastante más fuerte de lo normal. Pero, eh, seguro que es un tío majo. O no.
En cierto momento, de camino al último sótano, podréis llegar hasta la puerta más gruesa, más blindada y más gubernamental que hayáis visto nunca. El símbolo del Gobierno Mundial y el dragón de los Nobles Mundiales la guardan como una barrera infranqueable; para quienes no lo respeten hay un teclado electrónico, pero algún malvado lo ha estropeado. Bueno, ya os las apañaréis.
También es interesante señalar que no estáis solos en el edificio. Unos cuantos pisos por encima se percibe una Voz, un aura ruda y poco amistosa, bastante más fuerte de lo normal. Pero, eh, seguro que es un tío majo. O no.
Off: Sentíos libres de incluir todos los sistemas de seguridad y de explorar lo que os apetezca, mientras no hagáis explotar el edificio.
La cálida sensación que recorría su cuerpo conforme éste iba sanando le hizo sentir estúpido. Había olvidado por completo que el Descamisetado no sólo era capaz de destruir con la calurosa ira que algún inconsciente le había regalado; también era capaz de sanar. Le agradeció el gesto con un tímido movimiento de sus labios y un leve asentimiento para, acto seguido, volver a contemplar el interior del edificio gubernamental.
Del trasto del infierno que había querido matarle apenas quedaban los restos. Un amasijo de chatarra y furiosas chispas pendían del techo, permitiendo que algunos de sus componentes cayesen de vez en cuando para inundar el lugar con su sonido metálico. Tal vez estuviese abandonado, pero se habían olvidado de apagar la fuente de alimentación de la estructura.
—¿Armas biológicas? —fue su poco resolutiva respuesta—. Es lo primero que se me ha ocurrido al leer el cartel y ver el estado de esta gente, pero, bien pensado, este lugar parece llevar mucho tiempo abandonado. Si todas estas personas llevasen aquí desde que se fueron quienes lo construyeron deberían estar muertos, ¿no te parece?
De un modo u otro, lo que quedaba claro era que quien había edificado aquel lugar no quería que nadie accediese a sus instalaciones. Esa prohibición era suficiente por sí misma para despertar la curiosidad de Therax. No obstante, que el símbolo de la Marina presidiese el lugar hacía del acceso algo casi obligatorio.
No tardaron en darse cuenta de que la complejidad de la estructura no era para nada desdeñable. Pasillos que nacían sin cesar; puertas metálicas cerradas a cal y canto y otras que se abrían en cuanto pasaban cerca de ellas; así como escaleras que prometían conducir al mismísimo infierno, en muchas ocasiones a apenas unos metros de las que aparentaban conducir el paraíso.
En cuanto se dispusieron a descender al primer sótano, un sonido metálico atrajo su atención. Eran varios los cúmulos de metal que, haciendo gala de una anatomía que pretendía emular a la de un humano, apuntaban hacia ellos con sus armas. El rubio había tenido la oportunidad —o la desgracia— de hacer frente alguna que otra vez a los trastos que el Gobierno Mundial fabricaba para hacer frente a sus amenazas, y un simple vistazo bastaba para deducir que los que contemplaban debían ser cuanto menos los bisabuelos de los contemporáneos.
Unos rápidos cortes fueron suficientes para dar por concluido el problema. Pese a ello, conforme avanzaban descubrían que únicamente era el primero de los muchos inconvenientes que hallarían a su paso. Tenues zumbidos avisaban periódicamente de que caminaban por el pasillo equivocado, precediendo a la detonación que sellaba el túnel por el que en teoría se disponían a caminar.
Tras un buen rato, se encontraron a varios metros de distancia del que suponían sería su objetivo. Un inmenso portón se erguía frente a ellos, luciendo con orgullo el emblema de la Marina y los Dragones Celestiales. El rubio arrugó el gesto y dio un paso al frente, mas unos destellos le sorprendieron y le obligaron a retroceder a toda velocidad. Frente a ellos, diminutas semiesferas metálicas se desplazaban por el suelo, el techo y las paredes como lo haría un pez bajo el agua. No cabía duda: una de ellas había disparado el láser que le había rozado el muslo izquierdo.
—Casi —se quejó—. Esto es cosa tuya, ¿no? —sonrió, dándose la vuelta y deshaciendo el camino que acababan de recorrer—. Si no te parece mal, yo me encargo de avisar a nuestro anfitrión de que estamos aquí... capitán —añadió en última instancia, conocedor de que el pelirrojo también habría detectado la presencia que se hallaba sobre sus cabezas. Si Zane no ponía ningún impedimento, recorrería el lugar en busca del aura que había detectado.
Del trasto del infierno que había querido matarle apenas quedaban los restos. Un amasijo de chatarra y furiosas chispas pendían del techo, permitiendo que algunos de sus componentes cayesen de vez en cuando para inundar el lugar con su sonido metálico. Tal vez estuviese abandonado, pero se habían olvidado de apagar la fuente de alimentación de la estructura.
—¿Armas biológicas? —fue su poco resolutiva respuesta—. Es lo primero que se me ha ocurrido al leer el cartel y ver el estado de esta gente, pero, bien pensado, este lugar parece llevar mucho tiempo abandonado. Si todas estas personas llevasen aquí desde que se fueron quienes lo construyeron deberían estar muertos, ¿no te parece?
De un modo u otro, lo que quedaba claro era que quien había edificado aquel lugar no quería que nadie accediese a sus instalaciones. Esa prohibición era suficiente por sí misma para despertar la curiosidad de Therax. No obstante, que el símbolo de la Marina presidiese el lugar hacía del acceso algo casi obligatorio.
No tardaron en darse cuenta de que la complejidad de la estructura no era para nada desdeñable. Pasillos que nacían sin cesar; puertas metálicas cerradas a cal y canto y otras que se abrían en cuanto pasaban cerca de ellas; así como escaleras que prometían conducir al mismísimo infierno, en muchas ocasiones a apenas unos metros de las que aparentaban conducir el paraíso.
En cuanto se dispusieron a descender al primer sótano, un sonido metálico atrajo su atención. Eran varios los cúmulos de metal que, haciendo gala de una anatomía que pretendía emular a la de un humano, apuntaban hacia ellos con sus armas. El rubio había tenido la oportunidad —o la desgracia— de hacer frente alguna que otra vez a los trastos que el Gobierno Mundial fabricaba para hacer frente a sus amenazas, y un simple vistazo bastaba para deducir que los que contemplaban debían ser cuanto menos los bisabuelos de los contemporáneos.
Unos rápidos cortes fueron suficientes para dar por concluido el problema. Pese a ello, conforme avanzaban descubrían que únicamente era el primero de los muchos inconvenientes que hallarían a su paso. Tenues zumbidos avisaban periódicamente de que caminaban por el pasillo equivocado, precediendo a la detonación que sellaba el túnel por el que en teoría se disponían a caminar.
Tras un buen rato, se encontraron a varios metros de distancia del que suponían sería su objetivo. Un inmenso portón se erguía frente a ellos, luciendo con orgullo el emblema de la Marina y los Dragones Celestiales. El rubio arrugó el gesto y dio un paso al frente, mas unos destellos le sorprendieron y le obligaron a retroceder a toda velocidad. Frente a ellos, diminutas semiesferas metálicas se desplazaban por el suelo, el techo y las paredes como lo haría un pez bajo el agua. No cabía duda: una de ellas había disparado el láser que le había rozado el muslo izquierdo.
—Casi —se quejó—. Esto es cosa tuya, ¿no? —sonrió, dándose la vuelta y deshaciendo el camino que acababan de recorrer—. Si no te parece mal, yo me encargo de avisar a nuestro anfitrión de que estamos aquí... capitán —añadió en última instancia, conocedor de que el pelirrojo también habría detectado la presencia que se hallaba sobre sus cabezas. Si Zane no ponía ningún impedimento, recorrería el lugar en busca del aura que había detectado.
El pelirrojo observó de reojo que era aquello que podía haber eclipsado la luz que entraba en la abandonada edificación gubernamental, agudizando su vista de pájaro para tener un mayor alcance. Era una presencia poderosa, pero que, aparentemente, en un principio, no parecía mostrar hostilidad. Sin embargo, la respuesta que había recibido de su contramaestre le hizo poner toda su atención sobre él.
—Un momento…, ¿me estás diciendo que el que me ha mordido puede ser un arma andante? —Zane tragó saliva y frunció el entrecejo—. ¿En serio? —continuó inmediatamente después—. Mirando desde una perspectiva lógica, podría ser una respuesta plausible que explicaría porque los habitantes de aquí tienen tanta obsesión por la carne humana y son tan difíciles de matar. Eso sin contar que el frío de esta isla ayudaría a que su carne no se descompusiera tan rápidamente, retrasando su putrefacción. Sabes lo que significa, ¿verdad? ¡Estamos en una ciudad repleta de zombies!
Durante un segundo sus ojos se iluminaron como los de un niño con un juguete nuevo, y en su cara se dibujó una sonrisa curiosa. Había discutido con Spanner varias veces la posibilidad de que los muertos vivientes existieran, pero era algo que él negaba a no ser que estuvieran bajo los efectos de una fruta del diablo que resucitar a los muertos. Si era verdad lo que habían deducido, sería de las pocas veces que tendría la razón en algo frente a su segundo de abordo, y eso le motivaba para querer saber más de lo que estaba ocurriendo en ese lugar.
La edificación seguía el modelo estándar de construcción de un complejo gubernamental, tres alas bien definidas: una central amplia y dos laterales algo más estrechas. La primera puerta que encontraron descendía hacia el sótano, ¿sería buena idea adentrarse allí? A medida que avanzaban se encontraban con que la instalación era más tecnológica de lo que parecía en un principio. Las paredes tenían la marca de quemaduras, y en el suelo había restos destruidos de metal.
—¿Te encargas tú o lo hago yo? —preguntó, al ver frente a él lo que parecía ser un organismo cibernético preparado para atacarles. Por su aspecto llevaba allí muchos años, quizá demasiados. Sus extremidades al moverse rechinaban como las bisagras de una puerta oxidada, dando a entender que hacía mucho que no tenían una buena revisión. Therax, no le contestó, solo bastó una mirada para hacer entender al señor de la piratería que se iba a encargar él del asunto. Dos cortes y se acabó—. Has estado entrenando, ¿verdad? Es la primera vez que te veo hacer ese movimiento.
La forma en la que el rubio había atacado le traía recuerdos de sus años en Wano. Antes tenía un estilo de lucha más contemporáneo, y verle hacer eso le dejaba ver que Therax se encontraba entre los mejores espadachines del mundo seguramente.
Al final, llegaron hasta una gran puerta de metal con la gaviota de la marina sobre el símbolo de los dragones celestiales. Eso le pareció extraño, pues rara vez el pájaro sobrevolaba la garra del dragón. Nuevamente, Therax se adelantó, pero algo le hizo retroceder.
—¡Ah, claro! —exclamó—. Los robots oxidados para ti, pero los láseres de la muerte para mí, ¿no? —ironizó, desenfundado sus dos espadas, crujiéndose el cuello moviéndolo de un lado al otro con lentitud. Y de pronto, la presencia que había sentido cuando estaban arriba se hizo notar con fuerza. En ese momento ya no era pacífica, sino que desprendía muerte y peligro—. Si te hace ilusión… Eso sí, intenta no destruir el edificio. No me gustaría tener que cortar piedra para volver a la superficie.
El pelirrojo alzó el puño y esperó que Therax lo chocara antes de poner rumbo a la habitación con los láseres.
Respiró hondo y dio un paso hacia adelante, sin pasar la losa en la que se había colocado su compañero antes de retroceder. Una decena de luces se encendieron simultáneamente, pero solo una de ellas disparó. El disparo rozó su hombro, haciéndole una quemadura que apenas tardó unos segundos en curarse.
—Pues es hora de jugar al tiro al plato —comentó en voz alta, adentrándose en la sala con todos sus sentidos alertas.
Las esferas comenzaron a disparar rápidamente, a lo que el pirata respondía esquivando o bloqueando y lanzando una pequeña onda cortante para intentar destruirlas. Su capacidad de disparo y precisión era eficiente, pero requería de dos segundos para poder realizar otro lanzar otro rayo, momentos que aprovechaba el pelirrojo para destruirlas. Al cabo de un minuto ya no quedaban esferas, y una puerta se abrió al final de aquella sala. Daba a un piso inferior, así que Zane no dudó en bajar las escaleras para ver que se encontraría.
—Un momento…, ¿me estás diciendo que el que me ha mordido puede ser un arma andante? —Zane tragó saliva y frunció el entrecejo—. ¿En serio? —continuó inmediatamente después—. Mirando desde una perspectiva lógica, podría ser una respuesta plausible que explicaría porque los habitantes de aquí tienen tanta obsesión por la carne humana y son tan difíciles de matar. Eso sin contar que el frío de esta isla ayudaría a que su carne no se descompusiera tan rápidamente, retrasando su putrefacción. Sabes lo que significa, ¿verdad? ¡Estamos en una ciudad repleta de zombies!
Durante un segundo sus ojos se iluminaron como los de un niño con un juguete nuevo, y en su cara se dibujó una sonrisa curiosa. Había discutido con Spanner varias veces la posibilidad de que los muertos vivientes existieran, pero era algo que él negaba a no ser que estuvieran bajo los efectos de una fruta del diablo que resucitar a los muertos. Si era verdad lo que habían deducido, sería de las pocas veces que tendría la razón en algo frente a su segundo de abordo, y eso le motivaba para querer saber más de lo que estaba ocurriendo en ese lugar.
La edificación seguía el modelo estándar de construcción de un complejo gubernamental, tres alas bien definidas: una central amplia y dos laterales algo más estrechas. La primera puerta que encontraron descendía hacia el sótano, ¿sería buena idea adentrarse allí? A medida que avanzaban se encontraban con que la instalación era más tecnológica de lo que parecía en un principio. Las paredes tenían la marca de quemaduras, y en el suelo había restos destruidos de metal.
—¿Te encargas tú o lo hago yo? —preguntó, al ver frente a él lo que parecía ser un organismo cibernético preparado para atacarles. Por su aspecto llevaba allí muchos años, quizá demasiados. Sus extremidades al moverse rechinaban como las bisagras de una puerta oxidada, dando a entender que hacía mucho que no tenían una buena revisión. Therax, no le contestó, solo bastó una mirada para hacer entender al señor de la piratería que se iba a encargar él del asunto. Dos cortes y se acabó—. Has estado entrenando, ¿verdad? Es la primera vez que te veo hacer ese movimiento.
La forma en la que el rubio había atacado le traía recuerdos de sus años en Wano. Antes tenía un estilo de lucha más contemporáneo, y verle hacer eso le dejaba ver que Therax se encontraba entre los mejores espadachines del mundo seguramente.
Al final, llegaron hasta una gran puerta de metal con la gaviota de la marina sobre el símbolo de los dragones celestiales. Eso le pareció extraño, pues rara vez el pájaro sobrevolaba la garra del dragón. Nuevamente, Therax se adelantó, pero algo le hizo retroceder.
—¡Ah, claro! —exclamó—. Los robots oxidados para ti, pero los láseres de la muerte para mí, ¿no? —ironizó, desenfundado sus dos espadas, crujiéndose el cuello moviéndolo de un lado al otro con lentitud. Y de pronto, la presencia que había sentido cuando estaban arriba se hizo notar con fuerza. En ese momento ya no era pacífica, sino que desprendía muerte y peligro—. Si te hace ilusión… Eso sí, intenta no destruir el edificio. No me gustaría tener que cortar piedra para volver a la superficie.
El pelirrojo alzó el puño y esperó que Therax lo chocara antes de poner rumbo a la habitación con los láseres.
Respiró hondo y dio un paso hacia adelante, sin pasar la losa en la que se había colocado su compañero antes de retroceder. Una decena de luces se encendieron simultáneamente, pero solo una de ellas disparó. El disparo rozó su hombro, haciéndole una quemadura que apenas tardó unos segundos en curarse.
—Pues es hora de jugar al tiro al plato —comentó en voz alta, adentrándose en la sala con todos sus sentidos alertas.
Las esferas comenzaron a disparar rápidamente, a lo que el pirata respondía esquivando o bloqueando y lanzando una pequeña onda cortante para intentar destruirlas. Su capacidad de disparo y precisión era eficiente, pero requería de dos segundos para poder realizar otro lanzar otro rayo, momentos que aprovechaba el pelirrojo para destruirlas. Al cabo de un minuto ya no quedaban esferas, y una puerta se abrió al final de aquella sala. Daba a un piso inferior, así que Zane no dudó en bajar las escaleras para ver que se encontraría.
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Allá va Therax, a la caza del aura. Espero que disfrutes de la búsqueda de un potencial enemigo en un siniestro edificio abandonado y lleno de fantasmas. Está bien, no hay fantasmas. Pero podría. Lo que sí hay son gélidas corrientes de aire y toneladas de polvo. La parte buena es que, según te acercas a la presencia desconocida, los sistemas de seguridad han sido ya destruidos. Eso por decirlo suavemente. Los robots viejos están agujereados de parte a parte, aunque no creo que reconozcas el arma que se ha usado para ello. Qué diablos, no la reconoces.
La voz que buscas está a pocos metros de ti, al girar la esquina. La encuentras rebuscando en una pila de piezas hechas polvo que podrían haber sido tanto un robot viejo como una tostadora gigante que hubiese implosionado. Tienes frente a ti a la mujer más bella que un pedazo de hielo hediondo como Yukiryu haya parido nunca. Cabello rubio, casi plateado, recogido en una trenza tan larga que la lleva enrollada en el brazo derecho; una piel tan clara que parece brillar a la escasa luz que entra por las ventanas; ojos del verde más intenso imaginado nunca por hombre alguno... Su dentadura son dos ristras de preciosas perlas blancas como la nieve, quizás un poco más grandes de lo normal, pero, eh, no te puedes quejarte, ¿verdad? Viste con pieles y gruesas botas de cuero trabajado, y un escudo pequeño y redondo cuelga de su cinturón. Cuando te ve, sonríe, una placentera puñalada en el corazón para cualquiera con buen gusto.
Gestos incomprensibles con las manos, te dice. Es que Jilla la Rompecuellos es muda. O eso dice en la tarjeta que te tiende con una sonrisa. Es una lámina de piedra que hace las veces de presentación: "Jilla la Rompecuellos. Tribu de los Uha Larnk. Si puedes leer esto, estás muerto".
Multitud de largas cuchillas blancas surcan el aire a tu encuentro. En una primera mirada verás que son lisas, afiladas y completamente distintas de cualquier arma nunca vista. En una segunda, cuando veas que en realidad son sus dientes que se han alargado y convertido en mortíferas espadas, tal vez comprendas que comió la Tisu Tisu no mi. ¿Lo bueno? Que las mudas no se andan con discursos antes de matarte.
No me olvido de Zane y sus aventuras en los sótanos. Bajando la escalera llegas a unas curiosas instalaciones. Aquello lleva cerrado tanto tiempo que huele incluso a limpio. Largos tubos metálicos con ventanucos de grueso cristal helado se disponen a los lados de la amplia sala, todos numerados y bien cerraditos. Excepto uno. Aparte de sillas destrozadas, latas y restos de comida, una consola conectada a una pantalla rota pero iluminada y un par de neveritas vacías es el único mobiliario visible. También hay un cubo, pero no creo que quieras acercarte.
Hay alguien contigo. Cuando te oye llegar, se te acerca con el majestuoso y patético porte de un cisne recién salido de una lavadora. Viste ropas más caras que todo lo que has visto en tu vida, pero parece desnutrido y por su barba puedes deducir que lleva allí al menos una o dos semanas. Este no es como la muda, y habla mucho.
-Ya iba siendo hora de que enviasen a alguien. ¿Tienes idea de cuánto hace que he despertado? Espero que haya una explic... ¿Qué haces todavía de pie, eh, mierdecilla? -El tipo sigue parloteando, presentándose con mucha mayor pomposidad. Se nota que lleva mucho tiempo sin hablar con nadie-. Tanto tiempo desde que fuimos a dormir... Los modales de la plebe deben haberse atrofiado, como sus cerebros. Ya te meteré en vereda. No he pasado cien años criogenizado en este inmundo sótano para que la chusma me mire como tú lo haces. Y menos después de lo que ha costado encender las malditas luces con ese ordenador del demonio. Me sacarás de aquí y luego te haré azotar. ¡Oh, ya lo verás!
Felicidades, Señor del Fuego. Bienvenido a las instalaciones secretas del abandonado Proyecto Mañana. Te presento al sagrado Saint Ioglain Ribloss. Profesión: Tenryubitto.
La voz que buscas está a pocos metros de ti, al girar la esquina. La encuentras rebuscando en una pila de piezas hechas polvo que podrían haber sido tanto un robot viejo como una tostadora gigante que hubiese implosionado. Tienes frente a ti a la mujer más bella que un pedazo de hielo hediondo como Yukiryu haya parido nunca. Cabello rubio, casi plateado, recogido en una trenza tan larga que la lleva enrollada en el brazo derecho; una piel tan clara que parece brillar a la escasa luz que entra por las ventanas; ojos del verde más intenso imaginado nunca por hombre alguno... Su dentadura son dos ristras de preciosas perlas blancas como la nieve, quizás un poco más grandes de lo normal, pero, eh, no te puedes quejarte, ¿verdad? Viste con pieles y gruesas botas de cuero trabajado, y un escudo pequeño y redondo cuelga de su cinturón. Cuando te ve, sonríe, una placentera puñalada en el corazón para cualquiera con buen gusto.
Gestos incomprensibles con las manos, te dice. Es que Jilla la Rompecuellos es muda. O eso dice en la tarjeta que te tiende con una sonrisa. Es una lámina de piedra que hace las veces de presentación: "Jilla la Rompecuellos. Tribu de los Uha Larnk. Si puedes leer esto, estás muerto".
Multitud de largas cuchillas blancas surcan el aire a tu encuentro. En una primera mirada verás que son lisas, afiladas y completamente distintas de cualquier arma nunca vista. En una segunda, cuando veas que en realidad son sus dientes que se han alargado y convertido en mortíferas espadas, tal vez comprendas que comió la Tisu Tisu no mi. ¿Lo bueno? Que las mudas no se andan con discursos antes de matarte.
No me olvido de Zane y sus aventuras en los sótanos. Bajando la escalera llegas a unas curiosas instalaciones. Aquello lleva cerrado tanto tiempo que huele incluso a limpio. Largos tubos metálicos con ventanucos de grueso cristal helado se disponen a los lados de la amplia sala, todos numerados y bien cerraditos. Excepto uno. Aparte de sillas destrozadas, latas y restos de comida, una consola conectada a una pantalla rota pero iluminada y un par de neveritas vacías es el único mobiliario visible. También hay un cubo, pero no creo que quieras acercarte.
Hay alguien contigo. Cuando te oye llegar, se te acerca con el majestuoso y patético porte de un cisne recién salido de una lavadora. Viste ropas más caras que todo lo que has visto en tu vida, pero parece desnutrido y por su barba puedes deducir que lleva allí al menos una o dos semanas. Este no es como la muda, y habla mucho.
-Ya iba siendo hora de que enviasen a alguien. ¿Tienes idea de cuánto hace que he despertado? Espero que haya una explic... ¿Qué haces todavía de pie, eh, mierdecilla? -El tipo sigue parloteando, presentándose con mucha mayor pomposidad. Se nota que lleva mucho tiempo sin hablar con nadie-. Tanto tiempo desde que fuimos a dormir... Los modales de la plebe deben haberse atrofiado, como sus cerebros. Ya te meteré en vereda. No he pasado cien años criogenizado en este inmundo sótano para que la chusma me mire como tú lo haces. Y menos después de lo que ha costado encender las malditas luces con ese ordenador del demonio. Me sacarás de aquí y luego te haré azotar. ¡Oh, ya lo verás!
Felicidades, Señor del Fuego. Bienvenido a las instalaciones secretas del abandonado Proyecto Mañana. Te presento al sagrado Saint Ioglain Ribloss. Profesión: Tenryubitto.
Zane paseó por angostos pasillos hasta llegar a una larga escalinata que descendía hasta un lugar oscuro. Hizo prender su mano para encontrar algo de luz, pero se topó de frente con un interruptor.
—¿Qué podría pasar si lo aprieto? —se preguntó en voz alta.
Y lo pulsó. Al hacerlo, unas ristras de faros halógenos se encendieron por todo el camino que llevaba a lo más profundo de aquel sótano. El lugar estaba repleto de telas de araña y un gran olor a humedad. Bajó las escaleras y se topó de lleno con unas instalaciones demasiado tecnológicas para una como repleta de caníbales como era aquella. Era una estancia muy grande, casi tan grande como la cubierta de su barco. Había paneles por todos lados, unos apagados y otros, casualmente, encendidos. Casi todo el mobiliario estaba destrozado, como si hubiera habido una juerga tabernera allí hacía mucho tiempo: sillas rotas, mesas partidas por la mitad, cristales de botellas estampilladas en el suelo… Pero lo que más le impacto es que había casi una decena de cilindros de cristal con base metálica en cada lado de la sala, cubiertos con una gruesa capa de suciedad y una tenue iluminación azulada que procedía de su interior. Le recordaba
“A Spanner le encantaría este lugar” —se dijo, acercándose para curiosear un poco.
Se acercó al tubo que tenía más cerca, pasando la mano por el cristal para quitar la mugre. Entonces, se percató de algo: el tubo estaba abierto. Y entonces, alguien apareció. Era un sujeto soberbio y muy venido arriba, como si se creyera el centro del universo, y eso molestaba al pelirrojo.
—¿A quién llamas mierdecilla, personaje? —le preguntó con chulería. La respuesta no le gustó para nada. ¿En serio ese sujeto era un dragón celestial? ¿Qué demonios hacía allí? Esas preguntas fueron contestadas por aquel hombre. Estar tanto tiempo encerrado y sin hablar con nadie le hizo soltarse demasiado de la lengua, y eso le dio una gran idea al pirata —“¿Y si…? —se preguntó, esbozando una sonrisilla—. Lamento informarle, señor, que hace mucho tiempo que el antiguo gobierno mundial cayó bajo las manos de la revolución —le dijo, con gesto calmado y mirándolo a los ojos—. Todos los dragones celestiales fueron expulsados de la ancestral tierra de Marie Geoise y condenados a muerte… —El tono de voz de Zane intentaba mostrar pena y aflicción—. Los últimos ochenta años han sido convulsos y oscuros, pero siempre puede convertirse en mi protegido y sobrevivir. ¿Qué me dice?
—¿Qué podría pasar si lo aprieto? —se preguntó en voz alta.
Y lo pulsó. Al hacerlo, unas ristras de faros halógenos se encendieron por todo el camino que llevaba a lo más profundo de aquel sótano. El lugar estaba repleto de telas de araña y un gran olor a humedad. Bajó las escaleras y se topó de lleno con unas instalaciones demasiado tecnológicas para una como repleta de caníbales como era aquella. Era una estancia muy grande, casi tan grande como la cubierta de su barco. Había paneles por todos lados, unos apagados y otros, casualmente, encendidos. Casi todo el mobiliario estaba destrozado, como si hubiera habido una juerga tabernera allí hacía mucho tiempo: sillas rotas, mesas partidas por la mitad, cristales de botellas estampilladas en el suelo… Pero lo que más le impacto es que había casi una decena de cilindros de cristal con base metálica en cada lado de la sala, cubiertos con una gruesa capa de suciedad y una tenue iluminación azulada que procedía de su interior. Le recordaba
“A Spanner le encantaría este lugar” —se dijo, acercándose para curiosear un poco.
Se acercó al tubo que tenía más cerca, pasando la mano por el cristal para quitar la mugre. Entonces, se percató de algo: el tubo estaba abierto. Y entonces, alguien apareció. Era un sujeto soberbio y muy venido arriba, como si se creyera el centro del universo, y eso molestaba al pelirrojo.
—¿A quién llamas mierdecilla, personaje? —le preguntó con chulería. La respuesta no le gustó para nada. ¿En serio ese sujeto era un dragón celestial? ¿Qué demonios hacía allí? Esas preguntas fueron contestadas por aquel hombre. Estar tanto tiempo encerrado y sin hablar con nadie le hizo soltarse demasiado de la lengua, y eso le dio una gran idea al pirata —“¿Y si…? —se preguntó, esbozando una sonrisilla—. Lamento informarle, señor, que hace mucho tiempo que el antiguo gobierno mundial cayó bajo las manos de la revolución —le dijo, con gesto calmado y mirándolo a los ojos—. Todos los dragones celestiales fueron expulsados de la ancestral tierra de Marie Geoise y condenados a muerte… —El tono de voz de Zane intentaba mostrar pena y aflicción—. Los últimos ochenta años han sido convulsos y oscuros, pero siempre puede convertirse en mi protegido y sobrevivir. ¿Qué me dice?
La cautela no le duró demasiado. Giró con cuidado las primeas esquinas y subió con precaución las siguientes escaleras, pero pronto se dio cuenta de que no había nada de lo que preocuparse por el momento. Los sistemas de seguridad destrozados chisporroteaban como prueba de una vida artificial ya extinta. Un par de detenciones le bastaron para comprobar que aquella destrucción no había sido causada por un arma normal. Therax torció el gesto, preguntándose hasta qué punto habría sido mala idea ir en busca de la presencia con tanta decisión. Respiró profundamente, volviéndose a centrar en la localización del aura que le había llevado hasta allí y reanudando la marcha.
Una plateada cabellera transportó su mente hasta otro lugar por un instante. La piel nívea de la mujer con la que se acababa de topar le concedía el aire de una escultura de hielo, de una obra de arte susceptible de ser arruinada con algo tan simple como un contacto demasiado cercano. Era como si Annie hubiese ido a verle por sorpresa. Pero no. Un pequeño escudo colgaba de su cinturón y vestía con una pieles que no eran muy propias de la albina.
La desconocida le tendió lo que pretendía ser una tarjeta de presentación o algo por el estilo. «Jilla... ¿Los Uha Larnk?», pensó. ¿Acaso no eran ellos a los que había hecho referencia el enano de la nariz de latón? No tuvo tiempo de reflexionar mucho más, porque las últimas palabras escritas en el fragmento de piedra le anunciaron lo que estaba por venir.
El rubio saltó ágilmente hacia atrás para ganar algo de distancia, contemplando cómo casi cualquier atisbo de belleza desaparecía del rostro de la Rompecuellos. No podía negar la utilidad de la habilidad de la mujer, pero arruinaba por completo su atractivo. A decir verdad, tampoco tenía tiempo para detenerse a pensar en semejante cúmulo de tonterías, y así se lo confirmó la sensación cálida y húmeda que acarició su mejilla. Alguno de los mortíferos dientes debía haberle rozado la cara. Ni siquiera lo había notado, lo que demostraba cuán afilados estaban.
El rubio flexionó las rodillas, preparado para reaccionar ante cualquier nuevo envite. Quería saber al menos quién era ella, cuál era la naturaleza de la tribu a la que pertenecía o qué hacía allí. Los sectarios del fuego no eran santo de su devoción y algo el invitaba a pensar que la realidad de aquella isla era muy diferente de lo que les habían querido hacer creer. Tal vez ese algo fuesen los sacrificios humanos, quién sabía?
De un modo u otro, cerró la boca un segundo después de abrirla. Ella misma le había dicho que era muda, así que poco podía hacer más que luchar por su vida. Desenvainó a Yuki-onna y a Wirapuru, sonriendo antes de lanzarse a por Jilla. Sendos cortes sucesivos rasgaron el aire en una violenta trayectoria diagonal y descendente. Cada uno de ellos pretendía dar vida a una onda cortante que, en caso de que la mujer se limitase a poner distancia de por medio y retroceder, avanzaría con un potencial efecto devastador.
Una plateada cabellera transportó su mente hasta otro lugar por un instante. La piel nívea de la mujer con la que se acababa de topar le concedía el aire de una escultura de hielo, de una obra de arte susceptible de ser arruinada con algo tan simple como un contacto demasiado cercano. Era como si Annie hubiese ido a verle por sorpresa. Pero no. Un pequeño escudo colgaba de su cinturón y vestía con una pieles que no eran muy propias de la albina.
La desconocida le tendió lo que pretendía ser una tarjeta de presentación o algo por el estilo. «Jilla... ¿Los Uha Larnk?», pensó. ¿Acaso no eran ellos a los que había hecho referencia el enano de la nariz de latón? No tuvo tiempo de reflexionar mucho más, porque las últimas palabras escritas en el fragmento de piedra le anunciaron lo que estaba por venir.
El rubio saltó ágilmente hacia atrás para ganar algo de distancia, contemplando cómo casi cualquier atisbo de belleza desaparecía del rostro de la Rompecuellos. No podía negar la utilidad de la habilidad de la mujer, pero arruinaba por completo su atractivo. A decir verdad, tampoco tenía tiempo para detenerse a pensar en semejante cúmulo de tonterías, y así se lo confirmó la sensación cálida y húmeda que acarició su mejilla. Alguno de los mortíferos dientes debía haberle rozado la cara. Ni siquiera lo había notado, lo que demostraba cuán afilados estaban.
El rubio flexionó las rodillas, preparado para reaccionar ante cualquier nuevo envite. Quería saber al menos quién era ella, cuál era la naturaleza de la tribu a la que pertenecía o qué hacía allí. Los sectarios del fuego no eran santo de su devoción y algo el invitaba a pensar que la realidad de aquella isla era muy diferente de lo que les habían querido hacer creer. Tal vez ese algo fuesen los sacrificios humanos, quién sabía?
De un modo u otro, cerró la boca un segundo después de abrirla. Ella misma le había dicho que era muda, así que poco podía hacer más que luchar por su vida. Desenvainó a Yuki-onna y a Wirapuru, sonriendo antes de lanzarse a por Jilla. Sendos cortes sucesivos rasgaron el aire en una violenta trayectoria diagonal y descendente. Cada uno de ellos pretendía dar vida a una onda cortante que, en caso de que la mujer se limitase a poner distancia de por medio y retroceder, avanzaría con un potencial efecto devastador.
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Las placas de acero congelado y los azulejos agrietados que cubren las paredes son como mantequilla derretida para los dientes de esta mortífera belleza norteña. Abre la boca como si tuviese gomas elásticas en vez de mandíbula, haciendo trizas los restos de maquinaria y marcando los muros con profundos cortes. No parece que tenga intención de poner distancia de por medio. De hecho, lo que hace es acercarse. Acercarse mientras se arranca una muela y la sostiene entre los dedos con un gesto rapidísimo. La muela -impoluta, por cierto; no ha visto una caries de cerca en la vida- crece hasta convertirse en un bizarro escudo que detiene tu ataque. Luego el diente vuelve a su tamaño original y cae desechado al suelo. No puedes verlo, pero ya le ha crecido otra pieza para ocupar su lugar.
Por cierto, solo un detalle: los dientes que has esquivado no se han retraído, así que, cuando La Rompecuellos cierra la boca como un cepo para osos, las blancas espadas que con tanta elegancia has evadido se cierran sobre ti desde ambos lados. Todo apunta a que Jilla va a masticarte. Pero alégrate; al menos no hay nadie para verlo.
Bajando unos cuantos pisos, un pobre noble no da crédito a lo que está oyendo. ¿Los Dragones exterminados? ¿La Tierra Santa tomada por los simples humanos? Sin duda debe ser un truco, una broma de mal gusto. En su cara se refleja la más absoluta estupefacción.
-Bastardo mentiroso. ¿Me esta engañando? Sí, sin duda -Ioglain murmura para sí mismo. Al fin y al cabo se ha criado rodeado de gente a la que no ve más que como a insectos. ¿Por qué iba a ocultar sus pensamientos de semejantes amebas inferiores?- Contamos con todo el poder de los almirantes, con las fuerzas militares del mundo entero como protección. Tenemos derecho a gobernar, esta escoria está mintiendo. Pero... -El noble mira a su alrededor, a las instalaciones abandonadas hace tanto tiempo-. Tal vez eso explique... No, no puede ser. ¡Tú! ¡Te ordeno que me muestres pruebas de lo que dices! Si me estás mintiendo te arrepentirás del día en que pusiste el pie en este mundo.
Parece una amenaza seria.
Oh, y el edificio se sacude con un estruendo. Alguien acaba de irrumpir en él por la fuerza. En el exterior, por si os da por mirar por la ventana, a las afueras de la ciudad, el ejercito de los chalaos del fuego lucha contra un ejército aún mayor que se identifica, a voces y entre gritos de guerra, como los Uha Larnk. No parece que les vaya muy bien a vuestros súbditos, que intentan compensar con fuego la inferioridad en número y en ferocidad. ¿No os encanta el olor a batalla por la mañana?
Por cierto, solo un detalle: los dientes que has esquivado no se han retraído, así que, cuando La Rompecuellos cierra la boca como un cepo para osos, las blancas espadas que con tanta elegancia has evadido se cierran sobre ti desde ambos lados. Todo apunta a que Jilla va a masticarte. Pero alégrate; al menos no hay nadie para verlo.
Bajando unos cuantos pisos, un pobre noble no da crédito a lo que está oyendo. ¿Los Dragones exterminados? ¿La Tierra Santa tomada por los simples humanos? Sin duda debe ser un truco, una broma de mal gusto. En su cara se refleja la más absoluta estupefacción.
-Bastardo mentiroso. ¿Me esta engañando? Sí, sin duda -Ioglain murmura para sí mismo. Al fin y al cabo se ha criado rodeado de gente a la que no ve más que como a insectos. ¿Por qué iba a ocultar sus pensamientos de semejantes amebas inferiores?- Contamos con todo el poder de los almirantes, con las fuerzas militares del mundo entero como protección. Tenemos derecho a gobernar, esta escoria está mintiendo. Pero... -El noble mira a su alrededor, a las instalaciones abandonadas hace tanto tiempo-. Tal vez eso explique... No, no puede ser. ¡Tú! ¡Te ordeno que me muestres pruebas de lo que dices! Si me estás mintiendo te arrepentirás del día en que pusiste el pie en este mundo.
Parece una amenaza seria.
Oh, y el edificio se sacude con un estruendo. Alguien acaba de irrumpir en él por la fuerza. En el exterior, por si os da por mirar por la ventana, a las afueras de la ciudad, el ejercito de los chalaos del fuego lucha contra un ejército aún mayor que se identifica, a voces y entre gritos de guerra, como los Uha Larnk. No parece que les vaya muy bien a vuestros súbditos, que intentan compensar con fuego la inferioridad en número y en ferocidad. ¿No os encanta el olor a batalla por la mañana?
El semblante de Zane permanecía serio e impasible, intentando pensar en situaciones tristes y desagradables como podían ser un buen ron arruinado con refresco de cola, un filete de ternera de Lyvneel pasado de cocción o, simplemente, un mundo sin mujeres y únicamente poblado por okamas. ¿Con qué intención? No reírse en la cara de aquel triste hombrecillo, que se negaba a aceptar la falsa verdad que le había comunicado el pirata.
—¡No oses elevarme la voz!
El capitán pirata desplegó una pequeña parte de su destructiva voluntad por los alrededores, pero sin incidir de forma concreta en el dragón celestial. Su idea era infundirle temor y respeto, de tal manera que fuera más obediente y menos cretino. El suelo empezó a temblar de sopetón, mientras que objetos cercanos tirados por el suelo de rompían y algunas paredes se resquebrajaban por la presión que era capaz de ejercer el pirata. Ante la mirada de una persona normal, que no hubiera contemplado a los guerreros del nuevo mundo en acción, Zane sería un monstruo, un ser destructivo proveniente de las más antiguas epopeyas apocalípticas que presagiaban el fin del mundo conocido; o eso era lo que el pelirrojo creía.
—¿Acaso crees que una organización como la que regía el mundo era capaz de parar al mundo que tanto intentaban proteger? ¿Qué la revolución no tenía topos entre vuestras filas alcanzando puestos de gran poder? —la voz del pelirrojo era tosca y desagradable, pero al mismo tiempo imponente—. Fue un plan medido y calculado punto por punto, hasta que un día… ¡ZAS!
Su entrecejo estaba fruncido y sus ojos atisbaban un ápice de oscuridad que iban acorde a la tensión que se podía sentir en ese momento. Y de pronto, paz y calma. Zane volvió a su estado natural y suspiró hondo.
—Está bien —dijo, mirando a los ojos al dragón celestial—. Si es lo que quieres…, saldremos fuera. Pero te advierto que esta isla no es como la recuerdas. Ahora es un infierno invernal repleto de caníbales y adoradores del fuego. ¿Y sabes qué? —Zane alzó su mano y prendió una llama tan poderosa como cálida, capaz de aumentar la temperatura de lo que estuviera a su alrededor—. Yo soy su dios.
Dicho aquello, comenzó a caminar hacia el piso superior y una fuerte presencia se hizo notar de golpe, seguido de un estrepitoso ruido. “¿Qué demonios?”, se preguntó el pelirrojo, llevando la mano al mango de su espada.
Preocupado por Therax, el pelirrojo cerró los ojos para aumentar el resto de sus sentidos gracias a su mantra y así saber si continuaba en el interior del edificio. Era capaz de escuchar el inconfundible sonido de una espada meciéndose, cortando el viento, así como los gemidos de su contramaestre. “Veo que está entretenido”, se dijo, mientras el ruido de una batalla ajena a ellos ocurría en el exterior.
—Vaya tela… —susurró, al mismo tiempo que abría los ojos y atravesaba la puerta que conducía a la planta baja. Allí, el semblante de alguien o algo que no era capaz de distinguir con claridad porque estaba a contraluz—. ¿Quién va? —preguntó, aferrándose al mango de su katana, pero sin desenvainarla del todo.
—¡No oses elevarme la voz!
El capitán pirata desplegó una pequeña parte de su destructiva voluntad por los alrededores, pero sin incidir de forma concreta en el dragón celestial. Su idea era infundirle temor y respeto, de tal manera que fuera más obediente y menos cretino. El suelo empezó a temblar de sopetón, mientras que objetos cercanos tirados por el suelo de rompían y algunas paredes se resquebrajaban por la presión que era capaz de ejercer el pirata. Ante la mirada de una persona normal, que no hubiera contemplado a los guerreros del nuevo mundo en acción, Zane sería un monstruo, un ser destructivo proveniente de las más antiguas epopeyas apocalípticas que presagiaban el fin del mundo conocido; o eso era lo que el pelirrojo creía.
—¿Acaso crees que una organización como la que regía el mundo era capaz de parar al mundo que tanto intentaban proteger? ¿Qué la revolución no tenía topos entre vuestras filas alcanzando puestos de gran poder? —la voz del pelirrojo era tosca y desagradable, pero al mismo tiempo imponente—. Fue un plan medido y calculado punto por punto, hasta que un día… ¡ZAS!
Su entrecejo estaba fruncido y sus ojos atisbaban un ápice de oscuridad que iban acorde a la tensión que se podía sentir en ese momento. Y de pronto, paz y calma. Zane volvió a su estado natural y suspiró hondo.
—Está bien —dijo, mirando a los ojos al dragón celestial—. Si es lo que quieres…, saldremos fuera. Pero te advierto que esta isla no es como la recuerdas. Ahora es un infierno invernal repleto de caníbales y adoradores del fuego. ¿Y sabes qué? —Zane alzó su mano y prendió una llama tan poderosa como cálida, capaz de aumentar la temperatura de lo que estuviera a su alrededor—. Yo soy su dios.
Dicho aquello, comenzó a caminar hacia el piso superior y una fuerte presencia se hizo notar de golpe, seguido de un estrepitoso ruido. “¿Qué demonios?”, se preguntó el pelirrojo, llevando la mano al mango de su espada.
Preocupado por Therax, el pelirrojo cerró los ojos para aumentar el resto de sus sentidos gracias a su mantra y así saber si continuaba en el interior del edificio. Era capaz de escuchar el inconfundible sonido de una espada meciéndose, cortando el viento, así como los gemidos de su contramaestre. “Veo que está entretenido”, se dijo, mientras el ruido de una batalla ajena a ellos ocurría en el exterior.
—Vaya tela… —susurró, al mismo tiempo que abría los ojos y atravesaba la puerta que conducía a la planta baja. Allí, el semblante de alguien o algo que no era capaz de distinguir con claridad porque estaba a contraluz—. ¿Quién va? —preguntó, aferrándose al mango de su katana, pero sin desenvainarla del todo.
El mundo empresarial desconocía por completo la mina de oro que se había perdido el día que Jilla había decidido su profesión. Saltaba a la vista que la de pelo plateado llevaba a cabo su labor a la perfección, pero si cada uno de los dientes que se arrancase fuese empleado para dar forma a dentaduras postizas... ¡Y sin gasto en materiales!
Desconocía por qué pensamientos como aquél no dejaban de acudir a su mente en apenas milésimas de segundo, como si cada acción de la asesina despertase en él una reacción absurda e inapropiada. En esa ocasión, el gesto de desechar su improvisado escudo en forma de diente —¿o acaso era más apropiado decirlo al revés?— había sido el causante de que, sin perder de vista lo que ocurría,
su mente se alejase unos pasos.
Therax sonrió, alzando mínimamente los sables y visualizando las afiladas prolongaciones que nacían de la boca de la mujer tribal. Pese a lo que cualquiera hubiera podido intuir en un primer momento, no habían regresado a su posición original y permanecían ocupando un lugar que no les pertenecía. Parecían cercarle como depredadores hambrientos, ansiando encontrar un mínimo resquicio que les permitiese devorarle. Por desgracia para ellos —o para quien los controlaba desde no demasiada distancia—, el domador nunca había sido una presa fácil de atrapar.
Sendas alas emergieron de su espalda, posicionándose como escudos a ambos lados del rōnin alado e interceptando los filos sedientos de sangre antes de que lograsen atravesar su carne. Con la vista fija en su objetivo y ambas espadas libres para morder, realizó un violento movimiento con sus alas antes de abandonar su posición. Al tiempo que deshacía el bloqueo realizado sobre los dientes de Jilla, el viento y sus alas le impulsaron hacia delante con gran velocidad.
Yuki-onna trazó un corte horizontal en dirección al cuello de su oponente, mientras que Wirapuru dibujó una trayectoria ascendente capaz de hacer trizas aquello que encontrase en su camino.
Desconocía por qué pensamientos como aquél no dejaban de acudir a su mente en apenas milésimas de segundo, como si cada acción de la asesina despertase en él una reacción absurda e inapropiada. En esa ocasión, el gesto de desechar su improvisado escudo en forma de diente —¿o acaso era más apropiado decirlo al revés?— había sido el causante de que, sin perder de vista lo que ocurría,
su mente se alejase unos pasos.
Therax sonrió, alzando mínimamente los sables y visualizando las afiladas prolongaciones que nacían de la boca de la mujer tribal. Pese a lo que cualquiera hubiera podido intuir en un primer momento, no habían regresado a su posición original y permanecían ocupando un lugar que no les pertenecía. Parecían cercarle como depredadores hambrientos, ansiando encontrar un mínimo resquicio que les permitiese devorarle. Por desgracia para ellos —o para quien los controlaba desde no demasiada distancia—, el domador nunca había sido una presa fácil de atrapar.
Sendas alas emergieron de su espalda, posicionándose como escudos a ambos lados del rōnin alado e interceptando los filos sedientos de sangre antes de que lograsen atravesar su carne. Con la vista fija en su objetivo y ambas espadas libres para morder, realizó un violento movimiento con sus alas antes de abandonar su posición. Al tiempo que deshacía el bloqueo realizado sobre los dientes de Jilla, el viento y sus alas le impulsaron hacia delante con gran velocidad.
Yuki-onna trazó un corte horizontal en dirección al cuello de su oponente, mientras que Wirapuru dibujó una trayectoria ascendente capaz de hacer trizas aquello que encontrase en su camino.
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Auch. Detener unos dientes afilados como espadas con tus bonitas alas queda muy chulo visto desde fuera, pero las plumas suelen usarse más para hacer almohadas que escudos. Los colmillos de Jilla, aunque no te han partido en dos como a ella le habría gustado, sí que han penetrado en tus alas y se han manchado con tu sangre antes de retraerse hacia su boca. Lo bueno es que tu rival no logra reaccionar del todo a tu ataque. Sus dientes crecen y detienen el golpe que va dirigido a su cuello, así que su cabeza sigue sobre sus hombros, pero el otro corte dibuja una larga línea de sangre del abdomen al hombro según tu espada saja su carne. Una herida fea...
Jilla se tambalea. Se aparta unos pasos seguida por un reguero de sangre y se apoya en una pared. La expresión de ira atroz que deforma sus rasgos hace que ya no parezca tan guapa. Abre la boca tanto que su mandíbula cruje y se desencaja. No, nada guapa. De repente escupe una ráfaga de dientes, blancos como perlas, que se clavan en el suelo, el techo, las paredes... Los dientes crecen hasta alcanzar un tamaño ridículo, como si los hubiera escupido un gigante. Jilla arranca un par de sus colmillos a modo de espadas -negras, por obra y gracia del haki- y se lanza a por ti con dos cortes ascendentes desde su izquierda. Al mismo tiempo, de cada uno de los dientes que ha dejado clavados por ahí surgen otros tantos, como ramas de un árbol que se extienden para matarte.
Pero todos los dientes asesinos del mundo no son nada comparados con el berreante hijo de... perdón, con las quejas del Noble Mundial, que parece tener problemas, literalmente, con todo. Lo bueno es que, aunque refunfuñando, se va con Zane sin demasiados problemas. Cosas de estar cagado de miedo, supongo.
En cuanto a nuestro amigo el pájaro de fuego, tienes el honor de toparte con una pareja de brutos que deben de pertenecer al clan de los Uha Larnk. En estos casos siempre suelen ser uno grande y otro bajito, pero aquí sería difícil saber quién es más corpulento. Por un lado, estudiando con inepta curiosidad los restos de las ametralladoras del sistema de seguridad, el bueno de Amthor Destripaosos masca un trozo de hielo del tamaño de una sandía como si no fuese más que.. pues una sandía. Su barba está cubierta de nieve y canas, y es tan descuidada que bien podría afeitársela con el hacha de mango corto -corto para él, pues mide su buen metro y medio- que lleva al cinto. Su mano derecha brilla por su ausencia casi tanto como brilla el cepo de hierro negro que la sustituye. Algo más adelantada, Tiburón Blanco Erna, una colgada que va con un bikini de piel que deja a la vista unos músculos que ya quisiera un gorila, salta sobre ti sin presentación alguna dispuesta a cogerte la cabeza entre las manos y aplastártela como a una ciruela madura.
Ambos son ridículamente fuertes, así que yo evitaría que me mordiesen la cara.
Jilla se tambalea. Se aparta unos pasos seguida por un reguero de sangre y se apoya en una pared. La expresión de ira atroz que deforma sus rasgos hace que ya no parezca tan guapa. Abre la boca tanto que su mandíbula cruje y se desencaja. No, nada guapa. De repente escupe una ráfaga de dientes, blancos como perlas, que se clavan en el suelo, el techo, las paredes... Los dientes crecen hasta alcanzar un tamaño ridículo, como si los hubiera escupido un gigante. Jilla arranca un par de sus colmillos a modo de espadas -negras, por obra y gracia del haki- y se lanza a por ti con dos cortes ascendentes desde su izquierda. Al mismo tiempo, de cada uno de los dientes que ha dejado clavados por ahí surgen otros tantos, como ramas de un árbol que se extienden para matarte.
Pero todos los dientes asesinos del mundo no son nada comparados con el berreante hijo de... perdón, con las quejas del Noble Mundial, que parece tener problemas, literalmente, con todo. Lo bueno es que, aunque refunfuñando, se va con Zane sin demasiados problemas. Cosas de estar cagado de miedo, supongo.
En cuanto a nuestro amigo el pájaro de fuego, tienes el honor de toparte con una pareja de brutos que deben de pertenecer al clan de los Uha Larnk. En estos casos siempre suelen ser uno grande y otro bajito, pero aquí sería difícil saber quién es más corpulento. Por un lado, estudiando con inepta curiosidad los restos de las ametralladoras del sistema de seguridad, el bueno de Amthor Destripaosos masca un trozo de hielo del tamaño de una sandía como si no fuese más que.. pues una sandía. Su barba está cubierta de nieve y canas, y es tan descuidada que bien podría afeitársela con el hacha de mango corto -corto para él, pues mide su buen metro y medio- que lleva al cinto. Su mano derecha brilla por su ausencia casi tanto como brilla el cepo de hierro negro que la sustituye. Algo más adelantada, Tiburón Blanco Erna, una colgada que va con un bikini de piel que deja a la vista unos músculos que ya quisiera un gorila, salta sobre ti sin presentación alguna dispuesta a cogerte la cabeza entre las manos y aplastártela como a una ciruela madura.
Ambos son ridículamente fuertes, así que yo evitaría que me mordiesen la cara.
- Cosilla del post anterior:
- Esencia de acero – Nivel II: tanto en su forma híbrida como en su forma completa, las alas y las plumas de Therax son capaces de cortar y pueden ser empleadas como filos.
Nota: este PU es lo que había empleado en el post anterior, sólo que soy un poco… bueno, eso, y se me olvidó añadir el spoiler para que quedara claro. Ha sido comentado con el moderador.
Como si del ansiado mecanismo de acción se tratase, la actitud de “La Rompecuellos” se volvió completamente ofensiva. Sus piezas dentarias salieron disparadas en todas direcciones, incrustándose en las paredes y amenazando al rubio con su marmórea superficie carente de caries. ¿Cuánto tiempo dedicaría a lavarse los dientes? Crecieron de forma alarmante, otorgando al corredor la apariencia de la dentadura de una fiera metálica. Y, de forma sincronizada, la de pelo plateado se lanzó al ataque y sus dientes aumentaron su longitud.
El rōnin alado no esperaba un envite desde tantos frentes. Alzó sus sables, tiznados de un color negro capaz de repeler las improvisadas armas de Jilla. Desplegó las alas una vez más, bloqueando de nuevo algunos de los colmillos que prometían atravesarle. No obstante, varios de ellos consiguieron atravesar su mal construida defensa y atravesar su carne. Una… ¿paleta? A saber, pero provocó un corte de profundidad considerable en su hombro izquierdo. Uno más se clavó sin clemencia en su muslo derecho, y un tercero alcanzó su espalda. Gritó de dolor, observando el gesto de satisfacción en la cara de su oponente.
No era capaz de reconocer el motivo, pero aquella mujer despertaba en él una furia que pocas veces había experimentado antes, como si el odio escondido en lo más recóndito de su ser pugnase por salir al exterior y arrasar con todo lo que encontrase a su paso. Una violenta corriente de aire nació a su alrededor, golpeando con rabia cuanto encontró a su paso. Realizó un par de cortes tan limpios como secos, tratando de romper los dientes que le habían herido.
Sangraba; era perfectamente consciente de ello, y mucho más de lo que le gustaría. No obstante, sería capaz de continuar peleando. De hecho, tenía claro que perseveraría incluso si su cuerpo le suplicaba que parase.
El viento comenzó a circular con fuerza en torno a su cuerpo y sus armas, adquiriendo una peligrosa naturaleza casi sólida. Al mismo tiempo, alzó a Byakko y señaló con firmeza a Jilla. Las corrientes de aire adquirieron una naturaleza completamente antinatural a lo largo y ancho del pasillo y, siguiendo las órdenes de quien las había generado, se condensaron hasta límites insospechados.
Fue un leve movimiento de su mano, apenas un bamboleo imperceptible de la punta del sable, y los proyectiles se lanzaron a toda velocidad hacia la de los Uha-Larnk. Un instante después se desplazó cuan rápido pudo hacia el lateral de su contrincante y trazó sendos cortes horizontales en dirección a su costado.
- Cosillas:
- Wind Armour: Therax es capaz de consolidar una violenta ráfaga de aire en torno a él. Ésta se adapta a su cuerpo sin dificultarle en absoluto la movilidad. El aire va a tanta velocidad en un espacio tan reducido que, a efectos de interacción, se comporta como una armadura sólida. Tendrá una dureza de 9 en la escala MOHS y la tenacidad del platino.
Wind Blade: Therax consolida una violenta ráfaga de aire en torno a sus espadas, actuando como un segundo filo invisible pero perceptible al notar el viento. Esto tiene varias consecuencias sobre la hoja de sus espadas:- La longitud del eje mayor y menor del filo crece un 10%.
- El grosor del filo crece un 50%.
Por otro lado, el viento que envuelve sus sables aumenta la capacidad de corte de la espada debido a la velocidad que lleva. Esto se traduce en lo siguiente:- De forma pasiva, Therax es capaz de cortar cosas con 1 grado más en la escala MOHS de lo que puede hacer en condiciones normales.
- De forma activa, con dos posts de recarga, es capaz de cortar algo cuya dureza en la escala MOHS se encuentra 2 grados por encima de su capacidad normal.
Etesio: Therax crea un sinfín de violentas corrientes de viento, las cuales dirige de modo que quedan confinadas en un espacio muy pequeño. El resultado es que se forman pequeñas esferas de unos cinco centímetros de diámetro, las cuales son apreciables debido al sonido que producen y el discreto efecto visual que generan. El número de estas esferas que puede generar es veinticinco.
Pueden ser lanzadas al doble de velocidad que su viento alcanza por tabla –influenciado por otros PUs, lógicamente-, pasando a adquirir entonces una forma un tanto más alargada, similar a la de la bala de un fusil de precisión. La potencia que llevan es tal que pueden perforar el acero. Pueden permanecer suspendidas indefinidamente hasta que Therax decida movilizarlas, desplazamiento tras el cual desaparecen sin importar si han alcanzado su objetivo o no. Para volver a emplear esta habilidad necesita tres turnos de recuperación. - La longitud del eje mayor y menor del filo crece un 10%.
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