Loh Polloh congelaoh [Moderado Nivel 5 - Zane y Therax]

Aire: 1 - Jilla: 0.

Unas cuantas de las esferas de aire se estrellan contra los grandes dientes conjurados como defensa, pero otras logran impactar contra el cuerpo de Jilla, llevándose consigo trozos de carne sanguinolentos que el viento dispersa por ahí. Antes de que la sangre manche siquiera el suelo, tus dos espadas conectan un ataque y dejan su marca imperecedera en el maltrecho cuerpo de Jilla, que no llega a poder defenderse. Therax, eres un monstruo cruel.

Durante unos segundos solo se percibe el silencioso ambiente típico de la ciudad de los enfermos. Luego, el viento arrastra hasta ti el sonido de la batalla lejana. Vuestros amiguitos de rojo las están pasando canutas, y una hueste de Uha Larnk, encabezada por un hombre subido a un alce enorme, entra en la ciudad por el puente que defienden los Hombres Pingüino. La verdad es que el jinete del alce da miedo incluso a distancia. Emite ese aura de monstruosidad y salvajismo que uno esperaría encontrar en el líder final de sus enemigos.

Pero no te distraigas mucho, porque Jilla se levanta.

En completo silencio, se alza. De sus herias brota la sangre, negra y cálida, emitiendo calor al gélido aire de Yukiryu, cerradas por dentaduras clavadas en la carne cual costura de emergencia. En sus ojos no hay nada, solo un blanco y un rojo que revelan su estado de semiinconsciencia. Y un así, te ataca. Su habilidad despierta y una enorme dentadura surge del suelo, desde el exterior. Una serie de gigantescos cepos, hechos de largos y afilados colmillos, forman apretados círculos concéntricos alrededor del lugar donde os encontráis. De inmediato, se cierra sobre el edificio al completo. Una trampa mortal que destroza las instalaciones del Gobierno y amenaza con trituraros entre sus poderosas piezas. Es la despedida de Jilla antes de morir y caer presa de su propio ataque.

En la planta baja, Erna atrapa las espadas de Zane con sus manos desnudas. Ves cómo el calor la hiere, levantando ampollas que estallan en sangrantes ríos de fétido olor, pero ella no parece inmutarse. Retrocede un paso a la par que tú y luego vuelve a la carga. Revienta una de las ondas cortantes de un cabezazo y, con la sangre manando de una fea brecha en la frente, lanza un puñetazo cargado de una rabia animal y una fuerza sobrehumana. Al mismo tiempo, el cepo del otro tipo se extiende, conectado a su dueño por una cadena de hierro negro y oxidado, para atrapar a tu colega el noble.

Ah, sí, y los dientes de Jilla revientan en pedazos todo el lugar. Dos largos muros de colmillos que se cierran sobre vosotros en un instante, destrozando paredes, techos y maquinaria, como si fueseis la desafortunada presa de una cruel cazadora.

Pero tranquilos, esto es Yukiryu; una vez muertos, aquí no dejarán que vuestra carne se desaproveche.

Therax respiraba agitadamente. Jilla yacía en el suelo, perforada, cortada y, de haber sido decisión del rubio, cualquier cosa que fuese encaminada a arrebatarle el último suspiro de vida. Debería conformarse con las dos primeras, las que él mismo había sido capaz de causar. Una inhalación más profunda, la que se realiza cuando la frecuencia cardíaca comienza a disminuir y la calma vuelve a imperar, arrastró hasta sus oídos rumores lejanos. ¿Qué demonios estaba sucediendo fuera? ¿Un combate? Eso parecía, pero debía haber sucedido algo que escapaba a la información que manejaba. Dudaba profundamente que las huestes de moribundos que poblaban el lugar fuesen capaz de hacer mucho más que desplazarse unos metros para fallecer más a gusto.

De un modo u otro, la tranquilidad no le duró demasiado. La guerrera volvió a erguirse, causando que alzase de nuevo sus sables y esperase algún tipo de ofensiva por su parte. No obstante, nada de eso sucedió. Había escuchado de personas fuera de lo común, gente cuyo espíritu de lucha y su incapacidad para aceptar la derrota motivaba que perseverase en la batalla incluso después de haber sido derrotado. Siempre había creído que sólo eran habladurías, historias para no dormir con las que abuelas regalaban los oídos de sus nietos.

Y ésa no parecía ser la excepción, pues Jilla se mostraba ida, como si viviese un trance. Nada bueno podía salir de aquello. Súbitamente, una vibración sacudió la estructura y estremeció las paredes con una furia recién despertada. Apenas tuvo un instante para reaccionar, pero lo hizo. El muro cedió ante el ímpetu de un gigantesco colmillo y, al igual que él, toda la estructura comenzó a ser triturada. El techo no tardó en quedar completamente surcado de grietas, permitiendo que el polvo acumulado en pisos superiores se precipitara hacia las profundidades.

Therax batió sus alas con fuerza, impulsándose hacia las alturas con toda la potencia que era capaz de reunir. Sus sables hendían la roca y la hacían añicos para continuar permitiendo su ascenso sin fin. No sabía cuánta distancia le separaba del cielo, pero se negaba en redondo a morir a dientes de una suerte de depredador gigante e inerte. El viento giró con fuerza a su alrededor, alcanzando una violencia demencial que frenaba mínimamente la mordida. Lo justo para cubrir los escasos metros que separaban al espadachín de la siguiente pieza dentaria.

En su interior, H parecía empujar con una rabia inusitada, como si respondiese a sus más profundos instintos y pugnase por ayudarle a salir vivo de aquella encerrona. No. Era más que eso. El ave también temía por su vida. Su perenne serenidad se veía distorsionada por el peligro evidente, por la amenaza que prometía segar la vida de ambos. El águila otorgaba al rōnin alado cada gota de su energía, cada mililitro de su experiencia. ¿Acaso soplaba el viento más fuerte? ¿Acaso las corrientes golpeaban todo lo que se cernía sobre él con más potencia e ira? Eso creía sentir, pero no podía asegurarlo ni detenerse a comprobarlo.

La luz emergió entre los que debían ser los últimos fragmentos de... ¿roca?, ¿metal? A saber, pero no le importaba en absoluto. Su corazón aún latía desbocado cuando la voz de Zane llegó hasta sus oídos. Resultaba cuanto menos curioso experimentar el alivio que podía generar una voz conocida en una situación como aquélla. Antes de reclamar su atención, dedicó un instante a comprobar la situación que rodeaba las instalaciones del Gobierno Mundial. Los zumbados del fuego combatían frente a una hueste de sujetos que, a juzgar por sus atuendos, debían pertenecer al pueblo de Jilla. A la cabeza de ellos, el jinete de... ¿un alce? provocó que cada célula de su cuerpo se agitase.

La inestabilidad reinaba sobre cualquier otra percepción en Therax cuando finalmente respondió a la llamada de su capitán. Le ardían las entrañas de un modo que jamás había experimentado. Cada susurro de H se convertía en el grito más agudo en sus oídos. El viento recordaba al roce de las plumas del ave cuando acariciaba su piel. ¿Qué demonios le estaba sucediendo?

—Aquí —dijo con voz entrecortada, esforzándose en vano por recuperar una respiración que le permitiese hablar con un mínimo de normalidad. Un reguero de sangre recorría su pierna derecha al completo. No sabía en qué momento, pero uno de los colmillos había lacerado su muslo durante la huida. A decir verdad, vista la situación debía dar las gracias por haber salido vivo.

Enfundó sus espadas y desenvainó a Hi no Tamashii al tiempo que se aproximaba lentamente al pelirrojo. Presionó uno de los mecanismos ocultos en su empuñadura y, cuando el calor emitido por la hoja del tantō despejó cualquier duda acerca de su uso, lo colocó sobe la herida. El olor a quemado acompañó a la cauterización de la herida, arrebatándole un gemido al espadachín y forzándole a apretar los dientes para sobrellevar el dolor momentáneo.

Bueno, no ha estado mal, ¿eh? ¿A que Yukiryu es divertida? No me extraña que la queráis. La base del Gobierno es ahora basura, toneladas de escombros donde descansan eternamente los cuerpos de tres salvajes y los restos del proyecto de criogenia de la Marina. Qué silencio se hace de repente... Solo el viento y la nieve, que empieza a caer con fuerza, parecen existir en el páramo helado. Unos segundos de dulce paz en los que los ruidos de la batalla han dado paso a los cantos de victoria de un bando y a los sonoros pasos del enorme alce sobre la nieve. Sobre él, vuestro último obstáculo.

-¡Soy Uha Gholl! ¡Soy el Señor de la Nieve! -clama el hombre. Cada rasgo de su rostro, incluida la larga coleta que le llega hasta las rodillas, parece esculpido en hielo. Afilado, frío, cruel, el Señor de la Nieve rasga el mundo con cada palabra. Su férrea voluntad hace sacudirse la nieve-. ¡¿Quién de vosotros es el Señor del Fuego?!

La pregunta es un poco tonta, porque solo uno de vosotros tiene alas flamígeras, pero la gente de aquí no es muy espabilada. Será por el frío o por comer gente. O igual que es Uha Gholl es educado.

-No necesitamos dioses aquí -gruñe. Desmonta y fija la mirada en Zane. Parece sentir repulsión por su mera presencia-. No hay dioses aquí, en Yukiryu. No hay fuego aquí, en Yukiryu -Empuña su espada, un trozo de acero serrado el triple de grande que él que parece arrancado a mordiscos de un barco. No se puede decir que no haya sido así. Su haki la tiñe de un negro tan oscuro y malvado como el de sus ojos-. Solo comida.

Su cuerpo cambia. La piel adquiere un insalubre color oliváceo que apenas da de sí para contener la terrible musculatura que crece bajo ella; las orejas se agrandan hasta alcanzar la forma de dos curiosas dagas; la nariz se alarga y se afila, convertida en un hocico que capta los aromas más sutiles del aire. El Señor de la Nieve alcanza fácilmente los cuatro metros de altura, con afiladas zarpas negras solo superadas en horror por su dentadura diseñada para romper el hueso y devorar la carne. La Gobu Gobu no mi ha convertido a Uha Gholl en un goblin devorador de humanos. Ahora su espada ya no le queda tan grande.

De un monstruoso salto, la criatura llega a vuestra altura y corta el aire con su arma en una parábola brutal e inmisericorde. Su objetivo es, en principio, Zane, pero si puede os destrozará a los dos con igual placer. Más comida para después.

Durante un instante un mal presentimiento inundó al pelirrojo, haciendo que un escalofrío recorriera su emplumada espalda al no escuchar la voz de su amigo Therax hasta pasados unos largos segundos. Apareció volando, rodeado de una corriente de aire casi divina y se postró a su lado, casi sin aliento.

—Cuando acabemos aquí te prometo un par de días en un spa con todos los gastos pagados —le dijo el pelirrojo entre risas, mientras su mirada iba dirigida a la fea herida que tenía la pierna derecha de su compañero.

Y entonces lo hizo. Como era ya costumbre en el médico de los hermanos de la tormenta, en lugar de pedir ayuda a su capitán con una herida como aquella, decidió usar un tanto con poderes caloríficos para cauterizar su herida y, por consiguiente, quedarse con una preciosa cicatriz en el cuádriceps. No parecía muy profunda, pero le habían arrancado un buen trozo de carne así por las buenas.

—En ocasiones me entran ganas de darte dos hostias —le dijo—. Aparta el chuchillo de la pierna y déjame a mí, anda.

El pelirrojo soltó al dragón celestial del brazo y enfundó sus espadas en sus respectivas vainas. Fue entonces cuando su garra diestra se envolvió de un fuego rojizo que, lentamente, fue tornándose de un dorado pardusco con ligeros destellos casi divinos. Ese fuego emitía un calo reconfortante, pero que no quemaba y envolvió a su tercero de abordo con él, haciendo que cualquier herida que tuviera fuera curada. Por su aspecto no parecía tener dolencias graves, así que en pocos segundos estaría en perfecto estado.

De pronto, alguien apareció sobre una loma nevada, cargando sobre sus hombros una espada que lo duplicaba en tamaño como mínimo. No pudo ver su rostro con claridad dado que estaba contra luz, pero emitía una fuerza y una voluntad digna de un guerrero que habita el nuevo mundo. Su aura emitía hambre y sed de sangre, y era algo que podía percibirse en el entorno que lo rodeaba.

Casi por instinto, el suzaku desató su destructiva voluntad sobre aquel hombrecillo, convirtiendo en gravilla las piedras más cercanas y agrietando el suelo de su alrededor. Asimismo, con un movimiento de cabeza le insinuó a Loglain que se hiciera a un lado, esperando que el dragón celestial le hiciera caso.

—¡Soy yo! —le dijo, llevando de nuevo las manos a sus dos katanas y desenfundándolas—. ¡Aunque puedes llamarme Zane!

Las palabras de Gholl fueron tajantes: no quería dioses en su isla, tan solo comida. ¿Desde cuándo era él un dios? Muchas mujeres lo habían comparado con un adonis a lo largo de los años, pero de ahí a ser considerado una autentica deidad… Eso era demasiado. Sin embargo, lo que más preocupaba al pelirrojo era el negro de su espada y el tamaño tan desmesurado que había adoptado aquel nombrecillo, cuya envergadura superaba la de Zane en su forma híbrida.

—Algo me dice que vamos a tener que darle candela entre los dos, ¿estás preparado? —le preguntó, haciéndole un pequeño corte sin importancia en el cuádriceps izquierdo—. ¿Mejor? Que conviviendo conmigo deberías estar acostumbrado a estas cosas.

El grandullón de piel verdosa parecía ser una persona terrible y atemorizante, pero simple a la hora de combatir. Dio un poderoso salto elevándose casi diez metros de altura, quebrando con sus poderosas piernas el suelo sobre el que había estado de pie, aterrizando a pocos metros del suzaku. Sin embargo, aquello no le impidió lanzar una fortísima onda cortante que avanzaba con ferocidad hacia sus enemigos, en este caso Zane y Therax.

Rápidamente, con el filo de sus espadas tornándose de un color negro casi absoluto, trazó un poderoso corte vertical que formó una onda cortante que chocó contra la que Gholl le había enviado. La fuerza de ambas era similar, hasta el punto que su encontronazo termino en una explosión que esparció la nieve del terreno hasta verse por primera vez lo que en su día había sido el suelo empedrado de una isla, en apariencia, del gobierno.

—¡Oye, tú! —le gritó a Gholl—. ¿Estás seguro de querer seguir por este camino? —No hizo falta respuesta alguna, pues la mirada de aquel hombre se lo dijo todo—. Tú mismo, pero luego no quiero lloros.

Las plumas de su cuerpo se encendieron, envolviéndose de un fuego tan intenso que derretía la nieve que estaba bajo sus pies y, al mismo tiempo, evaporaba el agua en el que se estaba convirtiendo. Sus espadas continuaban oscuras, dado que todo su haki estaba concentrado en ellas para ser capaz de cortarlo todo por duro que fuera. Flexionó sus piernas, atrasando su diestra casi medio metro, y se impulsó hacia el grandullón con la intención de hacerle creer que iba a cargar sobre él de frente, para agitar su ala izquierda y desplazarse hacia la derecha y trazar un corte horizontal de fuerza hacia adentro con su katana izquierda, mientras que con un ademán de su mano derecha creaba un fogonazo de fuego a quinientos grados para ver cuánto fuego podía soportar. Tras eso, reculó hacia atrás mientras Therax preparaba su ofensiva.

Era simple y llanamente deformación profesional. ¿Qué hacía un médico con una herida? Curarla, evidentemente. A Therax se le olvidaba con demasiada frecuencia que entre las habilidades de su capitán se encontraba aquélla, la de sanar las heridas como quien riega las plantas. Más aún cuando el receptor de sus poderes se las ingeniaba para no resultar demasiado dañado. El calor acarició su cuerpo con una calidez que le hizo cuestionarse la sexualidad del pelirrojo. ¿Hasta qué punto influiría él en la gentileza de sus llamas?

—Me parece que no es el mejor momento para pegarme. Se están zurrando ahí abajo y todo eso. —No obstante, cuando dirigió su atención a la batalla únicamente encontró silencio. Súbitamente fue roto por el júbilo de uno de los grupos contendientes. Los vítores propios de la victoria colmaron el aire hasta que el jinete del ciervo decidió adelantarse.

Los cuerpos inertes de los soldados pingüino, pisoteados y deformados como consecuencia del enfrentamiento, hacían las veces de una escolta macabra postrada a sus pies. No lo esperaba, pero la sorpresa tampoco fue mayúscula. Zane acostumbraba a exhibir la rigidez de su voluntad en aquellas ocasiones, a hacerla chocar directamente con la de sus adversarios para demostrarles que no podrían con él. La nieve se agitó y la gravilla se deshizo antes de la colisión de ambos egos. Un impertinente malestar se adueñó momentáneamente del rōnin alado, que se esforzó por recuperar la compostura para hacer frente a la amenaza.

—Sí, eso parece. Intentaré no hacerte daño sin querer —bromeó de forma forzada. Y es que, pese a que el domador era muy dado a lanzar comentarios de ese tipo en situaciones de aquella naturaleza, algo no iba bien en lo más profundo de su ser. Experimentaba las vivencias de H con una profundidad y cercanía mucho más potente de lo normal, como si el ave luchase por salir al exterior.

Uha Gholl pasó a la ofensiva. Su monstruosa figura color aceituna se lanzó al ataque, blandiendo su enorme arma con un ansia homicida capaz de morder los huesos de quien encontrase a su paso. El Descamisetado no dudó en adelantarse para bloquear la ofensiva, momento que aprovechó Therax para tomar altura.

Un manto de energía azulada comenzó a nacer de su cuerpo, envolviendo con delicadeza su anatomía hasta abrazarla por completo. De una luminosidad más intensa, sendas alas etéreas confinaron a las que ya adornaban su espalda. Las plumas comenzaron a definirse, dibujadas con delicadeza por doquier para finalmente otorgarle la apariencia de un águila humanoide.

Bajo él, el líder de los Uha Larnk y el Emperador sin corona intercambiaban golpes. El viento rodeó con furia sus sables, consolidándose en torno a los mismos para dotarlos de mayor tamaño y poder destructivo. Y en cuanto el pelirrojo puso distancia entre ambos, Therax se lanzó en picado sobre la cabeza del jefe tribal. El aire golpeaba violentamente sus alas, impulsándole a gran velocidad con el fin de incrementar la potencia del golpe. Sus espadas, teñidas de un intenso color negro e impregnadas con su voluntad, arañaron el aire con la única intención de quedar incrustadas en el cráneo de la abominación que se les oponía.

Los ojos de Uha Gholl ya os han matado media docena de veces, así de intensa es su mirada homicida. Pocas veces en su vida ha tenido la oportunidad de matar a un supuesto dios y a su ángel, ni mucho menos de alimentarse de su carne tal y como exigían las ancestrales costumbres de la isla de hielo. Aquí la carne no se desperdicia.

El fuego no le asusta, sino que parece animarlo a pelear. Su montura, con un cuerno bruscamente torcido, se aleja al trote unos metros, aunque sin perder de vista a su amo. Gholl parece alegrarse cuando su primer ataque es interceptado. Tal vez le deis una lucha que valga la pena.

No se molesta en alzar su espada ante las de Zane. La empuña con ambas manos y se coloca en una guardia relajada, propia de alguien consciente de su fuerza y más acostumbrado a solucionar sus combates con avasalladora y destructiva ferocidad más que con técnica y destreza, pero espera con ansia reprimida el encuentro con su contrincante.

No se sorprende cuando el pájaro de fuego cambia su trayectoria y ataca desde su lateral. Uha Gholl ha matado a mucha gente que fintaba de ese modo. Al mismo tiempo que retuerce su cuerpo para esquivar el fuego, el cual solo logra provocarle leves quemaduras que el goblin ignora, cierra sus fauces sobre la espada. Sus poderosos dientes, ennegrecidos por el haki, muerden y detienen el acero. Sus ojos sonríen con malicia. Con una brutal sacudida que hace tronar todas sus vértebras levanta a Zane a través de su arma para colocarlo entre él y Therax cuando éste lanza su ataque. Un segundo después, su propia espada surca el aire para partiros en dos a los dos al mismo tiempo.

No había modo de que aquella mole de músculo y huesos evitase ambos ataques. Tan solo tenía dos extremidades y las empleaba para empuñar su única arma. Cada uno de los piratas atacaba desde un ángulo diferente y el rubio disponía de la ventaja que otorgaba la altura. Parecía imposible, pero sucedió.

Uha Gholl interceptó la ofensiva de Zane. Desde su posición, Therax no pudo comprobar si el superior de Jilla había sufrido o no algún daño, aunque su siguiente movimiento dejó claro que, de existir, debía ser mínimo. Lanzó al Descamisetado contra él con una violencia descomunal, tanta que el domador no vio posibilidad de detenerse o cambiar su trayectoria. No obstante, acertó a cambiar la posición de sus armas para que sus filos no hiriesen a su capitán.

Craso error. Había combatido junto al pelirrojo en incontables ocasiones. De hecho, en cualquier otra situación probablemente hubiera esperado un movimiento como aquél por su parte... Pero H chillaba en algún rincón de su ser con una potencia inusitada. ¿Sería aquella isla? ¿Acaso había allí algo que laceraba la conciencia del espíritu animal? A saber, pero las emociones más humanas que había percibido de su parte golpeaban con furia cada rincón de su conciencia.

Zane desapareció ante sus ojos. Un elegante movimiento ascendente le permitió apartarse de la trayectoria del mandoble de Gholl. Por desgracia para el rubio, él no fue capaz de reaccionar con la misma velocidad. La tormenta que le devoraba por dentro, la infernal acometida que había comenzado y la celeridad con la que el suzaku se había apartado le cogieron por sorpresa.

Acertó a interponer sus sables, pero la potencia de la colisión provocó que saliera despedido y aterrizase aparatosamente sobre los restos de la propiedad de la Marina. Cada átomo de su cuerpo crujió, se retorció o chirrió. Si le hubiesen preguntado en ese preciso instante, podría haber afirmado sin lugar a dudas que algo más se rompió dentro de él... como si hasta su alma se hubiese resquebrajado a consecuencia del impacto.

En otro momento y lugar, probablemente se hubiera dedicado a considerar la fuerza de la bestia a la que se enfrentaban, a intentar elaborar un plan ofensivo que incrementase sus probabilidades de vencer, pero no podía. El águila que habitaba en su interior había perdido el control por completo... No, aquello no era cierto. Hræsvelgr estaba haciendo aquello intencionadamente, y ya no se comportaba como una presencia pseudoparásita. Iba más allá: sus emociones y las del rōnin alado se entremezclaban de forma anárquica en un lazo forzado por el ave. ¿Era aquélla la causa por la que había percibido antes su miedo de un modo tan vívido? Los pensamientos de uno eran asumidos sin reticencias por el otro como suyos, las intenciones se fusionaban en una mezcla perfecta que no podía ser atribuida a ninguno de los dos.

Los bloques de acero y hormigón cubrían por completo la silueta de Therax, regalándole a sus ojos un profundo negro que nada tenía que ver con lo que experimentaba. Un torrente de colores fluía en su interior, desbocado e imposible de contener. El azul y el verde se entrelazaban en una coreografía medida y perfecta, mientras que la oscuridad reinaba fuera. ¿Sería capaz de asumir todo aquello, que no significaba nada y a la vez lo era todo?

Aunque muy lejano, oía el estrepitoso ruido del enfrentamiento entre Zane y Uha Gholl. Debía levantarse, pero H le exigía paciencia con una violenta insistencia nunca antes demostrada. Le urgía que Therax se quedase allí, que pusiese de su parte para terminar de liberar el poder que se había estado gestando en su interior.

El rubio comenzaba a verlo claro. Aquello iba mucho más allá de cualquier nuevo enfoque que buscase darle a los poderes de su fruta o la relación que pudiese mantener con Hræsvelgr. No, era algo más profundo, ancestral, primitivo e irrefrenable. Era pura naturaleza, la misma esencia del ave fluyendo desbocada. Trascendía una evolución puntual; algo tan nimio se antojaba hasta insultante. Más bien consistía en la culminación de un proceso, el fin de una vereda que habían comenzado a caminar juntos mucho tiempo atrás.

Cada emoción de la que ambos habían sido conscientes volvía con más fuerza, cada batalla en la que habían caído derrotados se presentaba de nuevo ante sus ojos, cada trabajoso paso en dirección a la cima volvía a sentirse en sus pies. El verdadero espíritu del vínculo entre un ser humano y el alma que pasaba a formar parte de él cobraba forma poco a poco, eclosionando como una nueva esencia mucho más bella y trascendental.

Therax gritó, pero ninguna voz humana nació de su garganta. En su lugar, un agudo y sobrecogedor chillido golpeó con furia los oídos de todos los presentes en los alrededores. Los escombros que cubrían la figura del rōnin alado comenzaron a temblar, anunciando la culminación de su identidad y su vuelta a la batalla como alguien nuevo. No, aquello no era cierto. Pese a la negrura que le envolvía, sentía que podía contemplar determinados aspectos de sí mismo y de su existencia con una nitidez nunca antes experimentada. Siempre había estado ahí, creciendo poco a poco y forjándose con cada experiencia que ambos habían compartido. Pero el despertar de Hræsvelgr al fin había llegado, y quienes estaban allí podrían contemplarlo.

Los restos de la base del Gobierno Mundial volaron por los aires cuando un águila humanoide de dos metros y medio de altura los apartó con furia. Emergió una vez más, imponente y decidido, casi arrogante. Un discreto plumaje dorado tan sencillo como hermoso coloreaba el plumaje de su cabeza y tercio distal de sus extremidades, mientras que un impoluto blanco caracterizaba al resto de su cuerpo. Cuatro alas destacaban en su espalda. Las dos superiores, más grandes, abarcaban una distancia de tres metros cada una, mientras que las situadas inmediatamente por debajo poseían la mitad del tamaño.

Apenas un leve aleteo le bastó para elevarse por encima de Zane y Uha Gholl. El viento rugía con una furia jamás vista en el área, abrazando con grácil sutileza la figura del contramaestre. Aguardó al momento preciso, ése en que el pelirrojo se distanciase lo suficiente como para no poder atacarle por error, y lanzó sendas ondas cortantes hacia el señor de la guerra. Iban empujadas y guiadas por las ráfagas de viento más poderosas que jamás había invocado, aunque era consciente de que sus nuevas capacidades le permitían hacer mucho más.

Sin esperar a ver qué hacía el líder tribal con respecto a su primera tentativa, se lanzó a por él con toda sus fuerzas. Un vendaval recorrió la misma trayectoria que él, permitiéndole recorrer la distancia que los separaba en un instante. Wirapuru y Yuki-onna aullaban con el azulado resplandor del negro que encarnaba la voluntad de Therax. Un corte en diagonal amenazó con lacerar su torso, mientras que otro, transversal, prometió eliminar por completo la pétrea solidez de su pared abdominal.

Uha Gholl sonríe al dejar caer la espada que se clava en su mano. Es el primer pequeño triunfo de una larga lista de trofeos que piensa arrebataros. Sin embargo, la aparición del águila humanoide le sorprende. Alza su arma para detener la ondas cortantes y el mundo entero parece vibrar con el estruendo del choque. Aferra su espadón con las dos manos y reúne todas sus fuerzas para desviar las ondas hacia un lado. El problema es que no logra reaccionar a tiempo al segundo ataque. Las dos espadas de Therax penetran en su carne dejando a su paso serias heridas. Uha Gholl aprieta los dientes y se traga un gruñido de dolor.

En cuanto al ataque de Zane, su técnica también alcanza un objetivo. Un cuerpo muerto cae al barrizal machacado recubierto de nieve derretida y copos frescos en que se ha convertido la zona, un hombre de tres metros de altura, recubierto de pelaje y con dos enormes cuernos sobresaliendo de su frente, uno de ellos apuntando en una dirección antinatural. Os presento al difunto usuario de la Eru Eru no mi. Enhorabuena, Zane, has matado al alce.

Es en ese instante cuando la voluntad de Gholl se extiende por doquier, revolviendo la nieve, haciendo estallar las ventanas heladas y agrietando la roca gris de los edificios cercanos. Su fisionomía también cambia. No sois los únicos que gozan de un poder despertado. Sus garras se alargan, sus brazos se dislocan y crecen hasta casi rozar el suelo. Su cuerpo alcanza los seis metros y se vuelve más delgado y esbelto, aunque su piel verdosa oculta una musculatura que parece comprimida, como si la fuerza de un buey estuviese oculta en un pistacho. Sus orejas y su nariz se vuelven más afiladas, casi tanto como su desproporcionada dentadura. Antes de que podáis detenerlo agarra el cuerpo de su camarada caído y le da un buen bocado. El obsceno espectáculo del canibalismo cierra sus heridas como por arte de magia.

El monstruo sonríe de nuevo y babea ante la idea de devoraros. Zane, el goblin recoge tu espada, un mondadiente entre sus grandes manos, y te la lanza con la potencia y la velocidad de un rayo. Therax, justo en ese instante deja su arma en la nieve y arremete contra ti. El goblin recorta la distancia entre vosotros con unos saltos tremendamente ágiles antes de abalanzarse sobre tu cuerpo para agarrarte con brazos y piernas y así poder hincarte el diente. Pero tranquilo, que si no puede comerse un trozo de tu cara se conformará con arrancarte un ala o algo así. Uha Gholl no es un comensal exigente.

Observó cómo la figura de Uha Gholl cambiaba por completo. Lentamente adquirió una apariencia diferente, creciendo en todos los sentidos y adelgazándose su envergadura. ¿Qué clase de engendro podía tener unos brazos tan largos y escandalosmente descompensados? No obstante, aquél era el menor de sus problemas. La ambición del líder tribal se extendió por el lugar, agitando la nieve y las entrañas del rubio. Incluso sus instintos más básicos se estremecieron, haciendo nacer en él un desconocido estado mental que le sobrecogió. ¿Era eso el miedo? ¿Así se sentían los oponentes del pelirrojo cuando desataba su inmisericorde voluntad sobre ellos?

Los cortes que le había infligido sangraban considerablemente como reflejo del daño recibido. Era un oponente colosal y extremadamente poderoso, pero comenzaba a ceder ante el empuje del Decsamisetado y su contramaestre. Cuando quiso darse cuenta, Uha Gholl había comenzado a moverse en su dirección. Buscaba venganza. Hizo el intento de moverse, pero su pierna derecha le falló, deslizándose sobre el terreno y provocando que se desequilibrase.

—¡Therax! —Zane se había dirigido a él—. ¿Recuerdas eso que estábamos ensayando? —le dijo—. ¡Vamos a ponerlo a prueba!

El rubio sabia a qué se refería, y es que hacía tiempo que habían concluido que la combinación de sus fuerzas podía tener un poder devastador, inimaginable para la mayoría de los mortales. El pelirrojo había inundado la zona con un mar de llamas que había reducido al recuerdo cualquier rastro de nieve en los alrededores. Se interponía entre Uha Gholl y el domador, dificultándole identificar su figura. Aun así, las extremidades del señor de la guerra se prolongaron en su dirección.

Therax aleteó una vez, intentando apartarse de la trayectoria. Sin embargo, el breve paso en falso que había experimentado anteriormente, el apenas perceptible desliz que había sufrido, le jugó una mala pasada. En casi cualquier situación algo tan simple no habría tenido la menor trascendencia, pero el inusitado poder destructivo de su enemigo no entendía de lo común y mundano.

Su brazo derecho golpeó su ala con furia. Los huesos que la conformaban crujieron con fuerza, lamentándose a causa del iracundo impacto que habían recibido. Las afiladas uñas de Uha Gholl atravesaron la membrana de su ala, lanzando un reguero de sangre sobre la tierra mojada e inutilizando su extremidad. Había perdido muchísima movilidad, pues probablemente no podría hacer uso de ella en el resto del combate. Tenía que hacer lo posible para zanjarlo de una vez por todas.

Entendiendo a la perfección las intenciones del pelirrojo, hizo que el viento soplara según sus designios en toda la zona. Rugía con la furia de la naturaleza, envolviendo con él la colosal figura del enemigo. Lo usó para albergar en su interior las letales llamas de Zane. Mucho antes de lo que cualquiera podría haber pensado, un aterrador tornado de fuego cercaba el cuerpo de Uha Gholl. Giraba a una velocidad que ya de por sí era potencialmente letal y, con la voracidad de las llamas, confiaba en que el sujeto de piel verdosa no encontrase forma de salir indemne... Por otro lado, si caía inerte sobre el terreno, mucho mejor.

Hay pocas criaturas que se hayan criado en una isla helada que alguna vez hayan contemplado un gigantesco tornado llameante. Ninguna, en realidad. Y menos aún que hayan podido gozar del dudoso honor de encontrarse en su centro. Uha Gholl, Señor de las Nieves, Devorador de Hombres, líder de los Uha Larnk, es el primero y, probablemente, el último. El gigantesco goblin golpea el fuego, como si así pudiese espantarlo. Para él no es más que una cosa, una aberración insana que debe responder a sus designios, como todos los demás. Pero el fuego no es algo que pueda devorar, no es algo que pueda someter bajo su violenta voluntad. Mientras que para algunos el fuego es alabado como fuente de vida, en el resto de Yukiryu es temido como el dios de la muerte.

Mientras su carne se consume bajo el fiero incendio giratorio en que se ha convertido su mundo, Uha Gholl experimenta por primera vez algo parecido al miedo. Las llamas consiguen lo que décadas de guerra y frío no han conseguido: arrancar a la bestia un grito de dolor. Con un último alarido monstruoso, Uha Gholl proyecta su voluntad hacia vosotros en forma de una potentísima onda de choque que arrasa todo lo que encuentra a su camino. Y estáis en su camino... En el aire, cargado con las cenizas y el último grito del dictador caníbal, podéis distinguir un rostro hambriento de rasgos salvajes. Es difícil decir si es humano o goblin.

Y mientras vosotros termináis vuestros asuntos, un noble muy enfadado y muy, pero que muy asustado, corre por la nieve hasta toparse con un barrigudo con bigote que monta en un trineo tirado por una morsa curiosamente parecida a él. Aunque no tenéis forma de saberlo, el noble pasará un par de días de viaje con el hombre-morsa y terminará usando sus anillos para comprar el bien más preciado del buhonero: un pequeño aparato volador que funciona a pedales que su abuelo encontró mucho tiempo atrás en las instalaciones del Gobierno. Tras realizar el mayor esfuerzo físico de su existencia desde aquella vez que tuvo que hacerse la cama, el Dragón Celestial Ioglain Ribloss alcanza un barco que, a cambio del diamante que esconde en la bota, lo llevan a una base de la Marina, donde describirá, con la mayor indignación posible, como el apestoso humano que aparece en tantos carteles de "Se busca" ha osado someterle a todo de vejaciones indignas. Se asegurará de que su cabeza alcance el precio adecuado y de que un almirante le dé una lección en cuanto lo encuentren...

Pero volvamos a lo que interesa. A no ser que hayáis muerto, parece que la batalla por fin ha acabado. La nieve ha dejado de caer, y los estragos del combate han revelado parte del antiguo adoquinado de la ciudad que permanecía oculto bajo la nieve. Los primeros en dejarse ver son los habitantes de la propia ciudad. La urbe dedicada a los enfermos parece más hecha polvo que nunca, pero los ojos de sus gentes brillan de emoción tras haber podido saborear, aunque solo haya sido por un momento, lo que es el calor. Luego, poco a poco, llegan los demás.

El último ataque ha atraído la atención de todos en kilómetros a la redonda: los adoradores del fuego, temerosos ante tal manifestación de su adorado y temible dios; los restos de los Uha Larnk, olvidada ya la lucha y unidos en un pavor y un silencio común con sus enemigos; los pobladores de las aldeas y cuevas perdidas de Yukiryu, que se concentran alrededor de la ciudad por primera vez desde que el hielo y el invierno reclamasen para siempre su hogar. Cientos de ojos contemplan la nieve derretida y la tierra quemada de debajo. Todos alzan la vista al cielo, al agujero azul que las llamas han creado en las nubes. El sol, la luz legendaria que hacía mucho habían olvidado, les saluda por primera vez en sus vidas.

Yukiry observa, silenciosa y expectante. Y ahora ¿qué?

Los gritos de dolor de Uha Gholl inundaban el ambiente, aunque no más que las llamas que devoraban su carne sin ningún tipo de clemencia. Therax estaba extenuado, pero no podía permitirse el lujo de restar velocidad al huracán hasta que no quedase nada del líder tribal. Y entonces llegó. Un último clamor mordió el ambiente con toda la violenta ambición del señor de la guerra. Se propagó por la zona, encontrando una férrea defensa en Zane y un objetivo vulnerable en Therax.

El rubio pudo experimentar una vez más lo que se sentía al ser alcanzado por la voluntad de los reyes. Hincó una rodilla, agotado, con la visión borrosa y el estómago revuelto, antes de recuperar su forma humana y dejarse caer, boca arriba, sobre los adoquines que habían salido a luz. Era perfectamente consciente de lo que acababa de suceder. Sabía a ciencia cierta que algo había cambiado en su interior, que la relación entre H y él era ya una completamente nueva. Comprendía la profundidad de su nueva naturaleza, así que no pudo evitar sonreír y liberar una profunda carcajada que no dejó de costarle varias punzadas a nivel torácico. Más costillas rotas, genial.

—Nunca he estado mejor —contestó, tomándose unos segundos para levantarse con un considerable grado de dificultad. Los niveles de adrenalina en su torrente sanguíneo disminuían a toda velocidad. Comenzaba a ser plenamente consciente de las heridas sufridas y el tiempo que tardaría en recuperarse del todo de ellas. Hasta la última de sus articulaciones; incluso el hueso más pequeño le imploraba con un doloroso silencio que se retirase a descansar. Pero Zane aún no había acabado. Tenía algo más que hacer allí.

Therax desconocía la procedencia del discurso de su capitán. Le sonaba como si hubiese mezclado las palabras de los mejores oradores de la historia para dar vida a una quimera motivacional. No demasiado bien disimulada, todo sea dicho. Aun así, una imagen valía más que mil palabras, y muchas imágenes en sucesión debían ser más poderosas aún.

La multitud que se congregaba en la Ciudad Antigua había sido atraída por el enfrentamiento de titanes que ésta había acogido. Debían haber escuchado el sonido de los aceros al chocar, el lamento de la carne al ser lancerada y el crepitar de las llamas que habían acabado con Uha Gholl. ¿Acaso no era suficiente para garantizar la legitimidad del pelirrojo?

Maltrecho, Therax empleó la poca fuerza que le quedaba para hacer que el viento transportase las palabras de su capitán hasta todos los presentes. Se aseguró de que no perdían un ápice de potencia ni intensidad y que, con cada una de ellas, el aire agitase el pelo de las niñas y ancianas como una sugerente esperanza. ¿Hasta dónde había llegado? Resultaba que se había convertido en quien le hacía los efectos escénicos a su capitán. Casi podía escuchar el 'patético' de César entre los murmullos del gentío.

—Bueno, también me he partido la cara con la loca de los dientes y ese desgraciado de nombre impronunciable —dijo para sí mismo en voz baja. Deseaba de todo corazón que todo saliera bien, pues nada deseaba más que darse un buen baño y asegurarse de que sus heridas fueran tratadas apropiadamente. Además, Tib y César debían estar esperándole y, al menos el primero de ellos, con preocupación.

¿Qué esperabas, un aplauso? Eso no se lleva mucho aquí. La multitud reacciona a tu discurso con un frío silencio inmutable mientras te miran fijamente. Hay un par que aplauden tímidamente, pero paran enseguida cuando ven que nadie os acompaña. La gente de aquí no es muy entusiasta, la verdad. La mayoría no han visto una bandera en su vida, y al resto parece importarle un huevo quién mande sobre este cacho de hielo que llaman hogar. En realidad, algunos incluso te miran con hostilidad, pero no van a protestar porque aquí se respeta la fuerza. Aunque muchos están pensando que a lo mejor eres un blandengue por usar palabras tan complicadas, como si fueses un vegetariano.

-¡Haz lo del fuego! -grita alguien.

Pero seguro que, en el fondo, están agradecidos porque les hayáis devuelto el cielo azul y les hayáis traído el poderoso don del fuego. El calor y la luz han ganado la lealtad de la mayoría, y la fuerza compra la del resto, al menos por el momento. Todos aguardan expectantes a ver qué es lo que hará ahora el Señor del Fuego. Con bandera o sin bandera, con discursos o sin discursos, se puede decir que habéis logrado ocupar la cima de la pirámide aquí en la isla helada.

Enhorabuena, Yukiryu es vuestra.