[Privado] Una isla invernal, un amante del fuego y un salvaje malhumorado. En busca de los piratas Chopp.

Eric se mantuvo callado todo el trayecto en barco hacia la isla de Drum. No solo había frío, sino que le había vestido como un mojigato cualquiera y le habían prohibido ponerse su hermoso poncho de piel. ¿Qué clase de ofensa era aquella para un héroe de guerra? Bueno, en realidad no era un héroe, pero si alguien que había ayudado a la inminente victoria del gobierno mundial en aquella batalla sin sentido que fue Gray Rock. Entretanto, su superior era Zuko, un joven que conoció hacía ya casi tres años, aunque fue de pasada.

-Llegaremos pronto, capitán -dijo el timonel de aquel barco,

Al llegar, se puso en posición junto al resto de los marines, que estaban firmes con las manos pegadas a sus laterales. En lugar de imitarlos, el shandiano se cruzó de brazos y miró al frente, observando aquella isla blanca recubierta de nieve. Era la primera vez que iba a una isla de invierno, él no sabía lo que era la nieve. Había leído sobre ella, y había metido la mano en la parte trasera del interior del frigorífico para saber cómo era y no le gustaba. Fue entonces, cuando algo golpeó su cara. Su olor le era familiar, así como su tacto, sí era su capa. ¿Pero quien se la había lanzado?

Zuko se metió en la boca el caramelo con palo sabor a refresco de cola que acababa de abrir. Tenía frente a sí, extendidos por toda la mesa que tenía en aquella habitación de barco, varios carteles de Se Busca. Había unos veinte. Concretamente, los veinte miembros que tenían recompensa en la banda de los piratas Chopp. Se estimaba que la tripulación contaba con un total de cincuenta hombres y veinte de ellos tenían sus identidades descubiertas y puestas un precio por el gobierno. Por lo general las cantidades eran algo bajas, pues la mayoría apenas llegaban al millón, por lo que Zuko dedujo que era una banda que dependía con fuerza en sus dos miembros más fuertes, dejando al resto como carne de cañón.

Los dos carteles más importantes, frente a todos, eran los del capitán y el segundo de abordo. El capitán Chopped y Risitas McGee. Chopped, con una recompensa de cuatrocientos millones de berries, era un cerdo. Literalmente, era un cerdo humanoide, con una rojiza barba como el fuego peinada de punta hacia arriba, con un aspecto extravagante. Risitas, con una recompensa de doscientos sesenta y ocho millones de berries, era un delgado payaso con máscara del color del marfil, llevando en esta una amplia sonrisa y un traje de arlequín.

El capitán se puso la larga chaqueta marine sobre los hombros, metiendo los brazos en las mangas, pues esperaba un clima bastante frío. Se dirigió a la puerta de la habitación y la abrió, para encontrarse colgando del picaporte al otro lado una larga tela negra. La cogió y vio que era una capa con ornamentos similares a los colmillos de un animal. Levantó la única ceja que tenía en señal de desconcierto hasta que sus recuerdos le dieron la respuesta. Aquel extraño sargento de costumbres tribales. Un chico al que había conocido tiempo atrás, cuando aún era un recluta. Se sorprendió al ver que, tras el incidente de Gray Rock, decidió unirse a la marina bajo el rango de sargento. No debía perderle el ojo de encima, pues era alguien que prometía. La cuestión era:

—¿Por qué se la han hecho quitar? -le preguntó Zuko al teniente que los acompañaba en la misión, que justo pasaba por allí.

—Va contra el reglamento, capitán. Debe ir estrictamente con el uniforme y nada más. Como usted estaba ocupado dejamos la capa ahí y…

—Bueno, el sargento Zor-el podrá llevar la capa durante esta misión. ¿Está claro?

—Pero, capitán, las normas…

—Yo estoy a cargo de esta misión, yo hago las normas. El sargento Zor-el viene de un lugar de extrañas costumbres. ¿A ti te parece que estos ornamentos son un simple collar?

—Pues…

—Además, hace frío. Teniente, no vuelva a tomar una decisión sobre lo que deben hacer o no mis hombres sin consultarme. ¿Está claro?

—Sí, capitán.

—Reunelos a todos en la cubierta.

El teniente hizo un gesto militar, cuadrándose, mientras salía corriendo hacia cubierta llamando a voces a todo el mundo. Poco después el llamado del timonel llegó a sus oídos. Salió a cubierta para ver a todo el mundo allí reunido ya, esperando órdenes, mientras que al fondo empezaba a divisarse la nevada isla. El capitán caminó para ponerse delante, aunque por el camino lanzó la capa de nuevo a su dueño.

—Si alguien se la intenta quitar otra vez, sargento, dígale que tiene mi permiso para seguir sus costumbres siempre que esté bajo mi mando -le dijo tras devolvérsela sin delicadeza.

Se puso por fin al frente de todo y se dio la vuelta, para ver a todos los hombres que habían puesto bajo su mando, la mayoría reclutas. Se quitó el caramelo de la boca para hablar mejor y entonces tosió, para aclararse la voz.

—Los piratas Chopp son una tripulación numerosa, pero los verdaderos peligros son sus dos cabecillas. Sabemos que se han atrincherado en Sakura y permanecen ocultos a los guardias. Están en un pueblo, amenazando a sus habitantes, diciéndoles que si hablan de su presencia a los guardias de la isla arrasarán con las casas. Un testigo anónimo consiguió contactar con la marina sin que los piratas se diesen cuenta y aquí estamos. Cuando lleguemos haremos todo el ruido posible. Pediremos a los civiles que se encierren en sus casas y obligaremos a los piratas a salir de su escondite. Es un plan simple. Salen, los detenemos y volvemos con ellos esposados. ¿Está todo claro?

El marine de rango medio miraba que le había expropiado de sus ropajes miraba de reojo a Eric, mostrando una ligera animadversión hacia su persona. Puede que no lo dijera abiertamente, pero no estaba conforme con que el shandiano no se vistiera como un marine normal. Eric asintió mirando al capitán, para quitarse la camiseta mientras se colocaba su poncho y su collar con magatamas de marfil. Una vez lo hizo se puso firme, para luego levantar la mano cuando terminó su nuevo líder de hablar.

-Yo tengo una… ¿Cómo se dice…? ¿Propuesta? Sí, tengo una propuesta capitán Kasai -dijo en voz alta.

-Silencio Sargento, no tiene permiso para hablar -espetó el teniente comandante, algo enfurecido.

Haciendo oídos sordos a lo que le había dicho, Eric le apartó la mirada y dio dos pasos al frente, colocándose algo más cerca de Zuko. En ese momento se dio cuenta de que había comenzado con mal pie en aquella brigada, pues ninguno de sus iguales, así como su otro superior en aquella empresa lo toleraba. Tenía fama de salvaje y arrogante, pero ninguno se había molestado en entablar una conversación con él más allá de lo necesario, y eso le molestaba.

-Opino que deberíamos vestirnos de paisano antes de llegar. Si algo he aprendido de los agentes con los que luché mano a mano en la guerra es que la apariencia es importante, y si ven como un buque de la marina aparece en las costas de la isla, así como un escuadrón de marines nos va a ser más difíciles encontrarlos. ¿Qué opina? Yo creo que deberíamos desembarcar en un bote a una distancia prudencial e ir de normal.

Lo que decía tenía lógica, pero no sabía si en un lugar tan estricto le harían caso.

Fuera lo que fuera, estuvieran de incógnito o no, al llegar a la costa bajaría de la embarcación en la que estuviera y pondría rumbo al pueblo esclavizado por los piratas.

Escuchó con atención lo que el sargento decía, a pesar de las quejas del teniente, al cual mandó callar levantando la mano derecha. Bajo su mando todo el mundo tenía voz si quería decir algo importante, y aquella parecía ser la situación. El plan del sargento tenía sentido y le hizo pensar en algo que no se le había ocurrido. ¿Cómo podía ser tan estúpido? Tampoco era tiempo de lamentarse por aquello. Se llevó una mano a la barbilla, pensativo.

—Si vamos de paisanos nos costará llevar tranquilidad a los civiles. Además, dudo que nos hagan caso cuando les pidamos que se escondan en sus casas. Sin embargo, si nos ven venir huirán. Gracias por señalarlo, sargento -miró al teniente-. Teniente, escoja diez voluntarios de entre los reclutas y, junto a ellos, vístase de paisano. Desembarcarán en un bote antes que nosotros y se moverán hasta el final del pueblo, colocándose en una posición en la que podrán saber si los piratas intentan huir de nosotros -el teniente se cuadró en un saludo militar y empezó a elegir gente entre los reclutas-. Sargento, vendrás conmigo.

No tardaron los elegidos en bajar en el bote y adelantarse a la misión. El barco se movía hasta llegar al puerto. Por suerte el pueblo era justamente el que estaba a puerto, por lo que nada más llegar podrían empezar la misión. Bajarían y empezarían a pedir a todo el que viesen que se encerrara en sus casas y, de camino a estas, corriese la voz. Pronto su situación en el pueblo llamaría la atención de los piratas y saldrían a luchar o intentarían escapar. En ese caso el teniente avisaría al dragón por su conexión mental.

Llegaron por fin al pueblo. El capitán dio la orden de prepararse y vio como todos los reclutas cogían sus armas. Por lo que vio las armas del sargento eran sus propios puños, por lo que no se sorprendió al ver que no se movía del sitio. Junto al sargento y seguido por todos los reclutas, el dragón bajó la pasarela ajustándose los guantes. No tardaron en ser vistos por varios civiles cuyo rostro cambió al de la preocupación enseguida, tal vez temerosos de lo que harían los piratas si se enterasen de la llegada de la marina.

—Ciudadanos -dijo el dragón-, soy el Capitán Kasai, de la marina. Dejen de temer, pues la ayuda ha llegado. Colaboren y todo será más sencillo. Encierrense en sus casas. Y si de camino a ellas se encuentran con alguien, digale que la marina ha llegado y que hagan lo mismo.

Los civiles no tardaron en soltar todo lo que llevaban entre manos y salir corriendo. El dragón miró a su equipo y, con un movimiento de mano, dio la orden de seguir avanzando por el pueblo.

La propuesta del salvaje, al parecer, no había sido descabellada del todo, y con ella se había quitado de encima a los inútiles de los reclutas que le miraban mal, así como a ese teniente de pacotilla con aires de superioridad. En cambio, el plan oculto tras su intervención de ir de paisano y a sus anchas había sido descartado y le tocaba ir al ladito del capitán. No obstante, quizás, solo quizás, apegarse a gente de rango alto le ayudaría a escalar puesto más fácilmente en la marina, y así no tener a mucha gente dándole órdenes.

-Sí, capitán -le dijo, haciendo el salido marine.

Mientras el barco ponía rumbo hacia las costas de aquella nevada isla que era Drum, el shandiano encendía su pipa y fumaba observando el horizonte. Mientras fumaba solo podía mirar a Zuko, en dos años había escalado muchos puestos en la marina, ya no era ese recluta prepotente, ahora era un capitán marine orgulloso y respetado. En cambio, él seguía siendo el mismo de entonces; y eso le daba rabia. Al llegar a la isla desembarcaron y pusieron rumbo al primer pueblo. Las gentes de allí me recordaban a las de mi isla, aunque con un tono de piel más pálido y con mucha más ropa.

Una mujer se acercó y se puso frente a ellos.

-Hola -dijo con decisión-. Soy la alcaldesa de Bighorn, le doy las gracias a ayudarnos con los intrusos.

-De nada señora -se adelantó Eric.

Poco después, la alcaldesa los llevó hacia un gran caserón. El camino fue corto y en línea recta. Eric estaba cansado de llevar puesta unas botas, sintiendo como sus pies eran cohibidos de su posición natural. No podía sentir el suelo y le sudaban, haciendo que moviera los dedos continuamente.

“Que incómodo es esto” -se decía una y otra vez, gruñendo con ligero mosqueo.

Al llegar a la casa, entraron todos. El cielo se había oscurecido y tornado de gris, para poco después comenzar a caer unos copos de nieve blanca. Aquella era la primera vez que el shandiano veía nevar, así que salió de la casa y miró al cielo. Los copos de nieve caían sobre su rostro y su cuerpo, precipitando contra su cuerpo. Eran fríos y húmedos, no le gustaba. Fue entonces, cuando notó una presencia. Se concentró usando su mantra y los notó, eran más de doce personas y estaban rodeando la casa; y su aura parecía hostil. Rápidamente entró en la casa, abriendo de un portazo que casi derriba la puerta.

-Nos han rodeado, capitán -dijo, alertando a todos-. He notado algo más de doce presencias, y casi todas son hostiles. ¿Qué hacemos?

Si no fuera porque ya había pasado varios días en el calabozo por hacer lo que le daba la gana, hubiera ido uno a uno contra los captores usando sus terremotos y acabando con ellos. Sin embargo, si lo volvía a hacer sin persona, seguramente, estaría más tiempo encerrado sin hacer nada.

Poco a poco los marines se fueron dispersando, corriendo la voz por toda la ciudad de que debían esconderse en sus casas. Tal vez así harían salir a los piratas. La alcaldesa, con una extraña tranquilidad, se colocó frente al capitán y el sargento para darles las gracias. Entonces los llevó, junto a varios reclutas más, hasta una gran casa. Aquello tan solo retrasaba su misión y daba oportunidad a los piratas de moverse por la ciudad, por lo que solo estaría un minuto en aquel lugar.

Sin embargo, el minuto no llegó a cumplirse. Pues el sargento, que había salido fuera un momento, volvió a entrar advirtiendo la presencia hostil del enemigo. El dragón extendió su haki, notando también aquello de lo que el shandiano hablaba. El capitán pidió a la alcaldesa que no saliese de la casa en ningún momento mientras salía afuera, seguido por todos sus hombres. En cuanto lo hizo vio que los piratas ya no estaban escondidos. Los estaban rodeando y apuntando con sus armas.

Zuko se puso las manos en los bolsillos y se dio la vuelta, mirando a los reclutas y al sargento.

—Ya sabéis que hacer. Vuestra primera orden, y la más importante, es que no muráis. Cuando pueda avisaré mentalmente al teniente, es imposible que tengan solo doce hombres y…

—Tienes razón. Somos más. Aunque te equivocas al contar a los que estamos aquí. Somos trece -dijo una grave voz a su espalda.

El dragón se dio la vuelta para ver, junto a los piratas que tenían un rostro de confusión en la cara debido a la tranquilidad del dragón dando órdenes, a un enorme cerdo humanoide vestido con ropas orientales. La bestia debía medir por lo menos cinco metros y llevaba una enorme lanza cargada al hombro. Bajo el hocico de cerdo tenía una rojiza barba como el fuego que apuntaba hacia arriba, casi como si fuese fuego de verdad.

—Ocultas tu aura, ¿eh? Parece que el cerdo tiene trucos bajo la manga. Pero me temo que te has equivocado de ciudad. Aquí no hay charcos de barro ni…

La lanza cayó justo hacia su posición, levantando una gran cantidad de nieve que impedía la vista. Cuando esta se disipó se vio como el capitán marine se encontraba de pie encima de la lanza, clavada en el suelo, con una sonrisa algo arrogante en el rostro.

—Sargento Zor-el -dijo, recordando la ficha del shandiano-, tumba a cuantos puedas, pero intenta no derrumbar casas.

El aviso del shandiano causó más el pánico entre los ciudadanos que entre sus propios compañeros, que le miraban con aires de superioridad, pese a que muchos de ellos eran de un rango inferior al suyo. No fue hasta que el capitán corroboró sus afirmaciones, que se movilizaran e hicieran un plan de acción. Lo sucedido había terminado por mosquear a Eric, que gruñía como una bestia.

-No te preocupes, Zu.., -hizo una pequeña pausa, sabiendo que no podía llamarle por su nombre de pila-. Capitán. ¡Vamos! -mandó a los reclutas.

Todos salieron del caserón y se puso en guardia, teniendo la casa a sus espaldas y contemplando todo lo que había. Fue entonces, cuando Zuko comenzó a hablarle a la nada, para poco después ver como los cuerpos de muchos de los reclutas caían al suelo heridos.

“¿Qué demonios?” -pensó, al ver como media docena de hombres le rodeaban.

-Tú vas a ser el siguiente, haraposo -dijo uno de ellos.

-No me llamo haraposo -le corrigió-. Me llamo Eric.

-¿Ahora la marina deja alistarse a retrasados? -intervino uno.

El shandiano no conocía muy bien el idioma del mar azul, pero si sabía lo que era ser una persona retrasada. Era una persona que no estaba adelantada, que iba por detrás de los demás. Él era un guerrero de los Baal’sha, el heredero del clan del lobo, y nadie estaba por encima de él. Y entonces, le dieron la orden de atacar.

-Que pesados con que no destruya cosas… -se quejó.

Concentrando el poder de su fruta y dando un pequeño golpe que hizo temblar el suelo en un radio de veinte metros durante unos segundos, que aprovechó para lanzar una poderosa onda de choque a los dos piratas parlanchines que tenía frente a él, acabando con otro más sin querer. Justo después, se abalanzó contra el que tenía más cerca y le propino una serie de golpes a media altura, para luego agarrar su cabeza y estrellarla contra su rodilla. El último que quedaba intentó huir, pero el shandiano lanzó una onda de choque que lentamente fue cobrando la apariencia de un lobo, que esquivó echándose a un lado. Sin embargo, en su mente recordó la guerra, guerreros que podían mover a voluntad sus ataques a distancia, y lo intentó. Intentó mover la onda de choque que había lanzado a su enemigo, y juraría que había girado unos grados durante un instante.

Y propinando un fuerte puñetazo al pirata, aparecía en escena el teniente rodeado de sus hombres.

El dragón empezó a mover los brazos, haciendo estiramientos antes del combate, sin moverse de encima de la gigantesca alabarda que utilizaba el cerdo. Todos a su alrededor empezaban a combatir contra el resto de piratas, incluido el sargento de melena plateada. Entonces el capitán chocó el puño derecho contra la palma de la mano izquierda, desatando entre ambas manos una pequeña explosión que dejó escapar algo de humo.

—Listo.

—¿Te estás burlando de mí? -dijo el cerdo, sujetando la alabarda.

—¿No se nota? -contestó el marine con una sonrisa.

El cerdo gritó mientras apartaba su arma y la movía hasta detrás de su cuerpo. El dragón saltó para evitar caer y aterrizó en el suelo, aunque no le dio tiempo a ponerse de pie cuando la gigantesca arma trazó un corte diagonal justo encima de él. Habiéndolo evitado al agacharse en el último momento, movió el cuerpo hacia delante y empezó a correr hasta llegar a una de las piernas del cerdo. Lo agarró por el tobillo y tiró con fuerza, haciendo que el enorme animal humanoide cayese al suelo hacia delante, levantando una gran cantidad de nieve.

—Eres lento y tu tamaño te impide tener una maniobrabilidad decente, me temo -se burló el dragón adoptando de nuevo una posición de combate mientras el cerdo se levantaba.

—¿¡Crees que me has hecho daño!?

—¡No, pero ahora te lo haré!

Y dio un fuerte puñetazo al estómago de la bestia. El golpe provocó unas ligeras olas en la grasa del gordo estómago que tenía el cerdo y este ni se inmutó. El dragón miró hacia arriba para ver como el animal le observaba con una sonrisa. La bestia dirigió un fuerte puñetazo al dragón, el cual lo esquivó moviéndose a un lado y haciendo que el puño del cerdo golpease nieve y suelo. Dio un salto poniéndose a la espalda del cerdo y, utilizando el geppou, golpeó el aire como punto de apoyo para darse la vuelta y volver a saltar hasta la cabeza del animal, dando un puñetazo descendente en la frente al porcino mink, el cual volvió a encajar sin problemas.

—Vas a tener que intentarlo más fuerte.