Katharina von Steinhell
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La música resonaba por todo el lugar y hacía bailar a hombres y mujeres por igual, salvo a unos pocos que estaban demasiado inmersos en sus pensamientos. La cerveza que se servía era buena y nadie se quejaba de ella. La comida también lucía y olía bien, aunque el sabor decepcionaba un poco. Sin embargo, todos estaban contentos en ese lugar. Sentada en una mesa del rincón, y con un libro de tapa negra sobre esta, se encontraba una hermosa mujer de cabellos rosa pálido. Como de costumbre, estaba leyendo e interiorizándose más en el mundo de las artes arcanas. ¿Cuántas veces había leído el mismo libro? Lo cierto de todo es que nunca dejaba de sorprenderse y aprender algo nuevo. No podía negar que la armonía entre la gaita, la guitarra y el tambor, le gustaba y tranquilizaba. No todos los días podía estar con la guardia baja, pero en ese momento podía permitírselo. Nadie de la taberna buscaba pleito ni quería dañarle.
La verdad es que no tenía ningún motivo específico para visitar Isla Banaro, de hecho, ni siquiera le parecía atractiva visualmente, pero quería sumarla a su lista de islas conocidas. Había viajado por una buena parte de Paraíso y también conocía algunas islas de todos los Blues. Así como no tenía motivos para permanecer allí, tampoco los tenía para quejarse. Tenía frente a ella una comida más que decente y la calidez de la chimenea, además de la alegre música de los bardos. Incluso una chica inexpresiva y fría como ella disfrutaba de un momento tan normal como ese. Por otra parte, se había separado temporalmente de los Arashi para estudiar unas ruinas que resultaron ser una farsa. No sabía cuánto tardaría en reunirse con ellos, pero tampoco le importaba demasiado. No se consideraba a sí misma un miembro formal de la banda, pues deseaba la libertad de ir hacia donde ella quisiese, aunque si alguno de sus compañeros tenía problemas, no dudaría en acudir.
—¡Venga, onee-chan! ¡Bailemos! —dijo un hombre con una sonrisa de oreja a oreja. Katharina no percibió ninguna hostilidad en sus palabras, tampoco segundas intenciones: simplemente la estaba invitando a bailar para pasar un buen rato.
—Lo siento, pero bailar no es lo mío —le respondió con las cejas arqueadas y los ojos cerrados, haciendo un ademán negativo con la mano. Sin embargo, al hombre no le importó que Katharina no supiese bailar, y con un movimiento brusco le cogió del brazo y la llevó a la “pista de baile”.
En ese lugar, donde todos se olvidaban de sus problemas y se entregaban a la música, se sintió completamente extraña. ¿Desde cuándo podía relajarse de esa forma? Una sonrisa se dibujó en su rostro, convenciéndose poco a poco que estaba bien dejar de trabajar y estudiar un rato. Al principio sus movimientos fueron muy torpes y los hombres no dudaron en burlarse de ella, provocando que se sonrojara y se frustrase, buscando el rincón donde estaba sentada. Pero unas chicas impidieron que lo hiciera y la llevaron de vuelta a la pista de baile, mostrándole algunos pasos para dejar de hacer el ridículo.
La verdad es que no tenía ningún motivo específico para visitar Isla Banaro, de hecho, ni siquiera le parecía atractiva visualmente, pero quería sumarla a su lista de islas conocidas. Había viajado por una buena parte de Paraíso y también conocía algunas islas de todos los Blues. Así como no tenía motivos para permanecer allí, tampoco los tenía para quejarse. Tenía frente a ella una comida más que decente y la calidez de la chimenea, además de la alegre música de los bardos. Incluso una chica inexpresiva y fría como ella disfrutaba de un momento tan normal como ese. Por otra parte, se había separado temporalmente de los Arashi para estudiar unas ruinas que resultaron ser una farsa. No sabía cuánto tardaría en reunirse con ellos, pero tampoco le importaba demasiado. No se consideraba a sí misma un miembro formal de la banda, pues deseaba la libertad de ir hacia donde ella quisiese, aunque si alguno de sus compañeros tenía problemas, no dudaría en acudir.
—¡Venga, onee-chan! ¡Bailemos! —dijo un hombre con una sonrisa de oreja a oreja. Katharina no percibió ninguna hostilidad en sus palabras, tampoco segundas intenciones: simplemente la estaba invitando a bailar para pasar un buen rato.
—Lo siento, pero bailar no es lo mío —le respondió con las cejas arqueadas y los ojos cerrados, haciendo un ademán negativo con la mano. Sin embargo, al hombre no le importó que Katharina no supiese bailar, y con un movimiento brusco le cogió del brazo y la llevó a la “pista de baile”.
En ese lugar, donde todos se olvidaban de sus problemas y se entregaban a la música, se sintió completamente extraña. ¿Desde cuándo podía relajarse de esa forma? Una sonrisa se dibujó en su rostro, convenciéndose poco a poco que estaba bien dejar de trabajar y estudiar un rato. Al principio sus movimientos fueron muy torpes y los hombres no dudaron en burlarse de ella, provocando que se sonrojara y se frustrase, buscando el rincón donde estaba sentada. Pero unas chicas impidieron que lo hiciera y la llevaron de vuelta a la pista de baile, mostrándole algunos pasos para dejar de hacer el ridículo.
Viper
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Isla Banaro parecía ser un pedazo de tierra más. Sin embargo, era realmente peculiar, tal vez muy peculiar. Los ''Peñones Banana'', gigantes picos rocosos encontrados en los límites de la isla, hacían relativamente difícil la entrada. Además, pertenecía al Paraíso, cuando encajaba perfectamente con una isla del West Blue. Todo lo dicho anteriormente y más, pensaba el joven de ropajes oscuros, protegido por su capucha del mismo color que su vestimenta.
Aparte de la misión que se le había otorgado, no existía otra explicación para que él estuviese ahí. No simplemente se trataba de que la isla no le generaba ninguna clase de interés, al menos no el suficiente para que tratase de ir por gusto. Tampoco se trataba de que carecía de las herramientas necesarias para llegar, aunque sí carecía de ellas.
Caminando entre las estructuras de la ciudad en el interior de la isla y, sumergido en sus pensamientos, llegó a la conclusión de que necesitaba un lugar relativamente seguro para continuar con sus extrañas reflexiones. A lo lejos pudo ver un establecimiento que parecía decente.
—Una taberna —dijo por lo bajo.
La música que lograba escapar de la taberna no terminaba de agradarle del todo a Viper. No obstante, no tenía otro lugar al que acudir a tales horas. Se adentró en el establecimiento y, ágilmente, alcanzó una mesa alejada de cada hombre o mujer encontrada en aquel lugar. Fue tarde cuando se percató de que había un plato encima de la que mesa que tomó unos segundos antes, lo más probable es que le perteneciera a alguien que ahora bailaba en el ''escenario''. El jovenzuelo no tuvo reparo en darle un bocado al alimento dentro del plato, no sabía del todo mal, por lo que bocado tras bocado acabó con aquello que estaba en el recipiente; si tenía suerte el anterior dueño de la mesa, al estar presuntamente borracho, no pueda reconocer su mesa.
Ya con un lugar relativamente seguro, ni muy lejos ni muy cerca de la salida, volvió a introducirse en su mente. Su objetivo en Isla Banaro podría esperar un poco más.
Aparte de la misión que se le había otorgado, no existía otra explicación para que él estuviese ahí. No simplemente se trataba de que la isla no le generaba ninguna clase de interés, al menos no el suficiente para que tratase de ir por gusto. Tampoco se trataba de que carecía de las herramientas necesarias para llegar, aunque sí carecía de ellas.
Caminando entre las estructuras de la ciudad en el interior de la isla y, sumergido en sus pensamientos, llegó a la conclusión de que necesitaba un lugar relativamente seguro para continuar con sus extrañas reflexiones. A lo lejos pudo ver un establecimiento que parecía decente.
—Una taberna —dijo por lo bajo.
La música que lograba escapar de la taberna no terminaba de agradarle del todo a Viper. No obstante, no tenía otro lugar al que acudir a tales horas. Se adentró en el establecimiento y, ágilmente, alcanzó una mesa alejada de cada hombre o mujer encontrada en aquel lugar. Fue tarde cuando se percató de que había un plato encima de la que mesa que tomó unos segundos antes, lo más probable es que le perteneciera a alguien que ahora bailaba en el ''escenario''. El jovenzuelo no tuvo reparo en darle un bocado al alimento dentro del plato, no sabía del todo mal, por lo que bocado tras bocado acabó con aquello que estaba en el recipiente; si tenía suerte el anterior dueño de la mesa, al estar presuntamente borracho, no pueda reconocer su mesa.
Ya con un lugar relativamente seguro, ni muy lejos ni muy cerca de la salida, volvió a introducirse en su mente. Su objetivo en Isla Banaro podría esperar un poco más.
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Poco a poco los ánimos comenzaron a calmarse, al mismo tiempo que la música se tornaba menos eufórica y más tranquila. En vez de la gaita y la guitarra, dio inicio la dulce y armónica melodía de un piano. ¿Desde cuándo en una taberna se tocaba tal música? En todo caso, a Katharina no le desagradaba. Les sonrió por última vez a las chicas que intentaron enseñarle a bailar y luego volvió a su asiento, intentando olvidar la vergüenza que pasó por ser realmente torpe en el baile. Se dio cuenta del sujeto que estaba sentado en la mesa de al lado, preguntándose en qué momento había llegado. La bruja estuvo pendiente en todo momento de quién entraba y quién salía, pero no se dio cuenta de la presencia del encapuchado hasta que le vio directamente con sus ojos. ¿Quién diablos era? Bueno, no importaba mucho. Esperaba que no complicase las cosas ni intentase algo raro con ella, considerando los más de cuatrocientos millones que había por su cabeza.
Un hombre musculoso y con un tatuaje en el brazo derecho se acercó a la mesa de al lado. No parecía estar demasiado contento con que el encapuchado sujeto estuviese allí. Con ambos puños golpeó fuertemente la mesa y buscó el rostro del desconocido bajo la capucha. Le preguntó violentamente por qué se había comido su comida y qué hacía sentado en su asiento. «E-Espera, ¿se comió la comida de ese cerdo? Qué repugnante», se dijo a sí misma. Podía intervenir, por supuesto, pero no era su problema y tampoco quería llamar la atención. A menos que se viese afectada directamente, no movería un dedo. Por otro lado, levantó la mano y llamó a la mesera, quien se acercó apresuradamente a su puesto.
—Aún les queda cerveza, ¿no? —mencionó la pelirrosa—. Quiero una. Ah, y también el platillo seis del menú.
La mujer, delgada y atractiva, anotó rápidamente el pedido de la bruja y salió corriendo a la cocina para dar las órdenes correspondientes. Mientras tanto, el hombre musculoso continuaba alegándole al ladrón de puestos. Ya resultaba molesto, pues seguía golpeando la mesa y cada vez hablaba más fuerte. No era muy difícil irritar a Katharina, sobre todo si había alguien haciendo el idiota.
—¿Quieres dejar de llorar? —le preguntó con el ceño fruncido y los brazos cruzados bajo sus pechos—. Mira, allá hay una mesa desocupada. Puedes sentarte allí o…
—¡¿Y quién diablos crees que eres tú para venir a decirme qué hacer?! —le interrumpió. El hombre estaba tan exaltado producto de la ira y la cerveza, que ni siquiera se dio cuenta de que estaba a punto de cometer un gran error.
Katharina no toleraba que las personas le levantasen la voz y tampoco le gustaba que creyesen que podían hacer algo contra ella. «Parece que tendré que ponerlo en su lugar», se comentó a sí misma en sus pensamientos. Sin embargo, no alcanzó a hacer nada. Su atención fue acaparada por el extraño grupo de hombres y mujeres que acababa de entrar. El de al medio, un sujeto de contextura atlética y cabellos azules, parecía ser quien llevaba la batuta. «Algo me dice que serán muy problemáticos», pensó.
—Como sea, vete antes de que pierda la paciencia. He tenido un buen día, no quiero mancillarlo con tu sangre —le advirtió—. Si estás tan seguro de que puedes contra mí, te sugiero que primero veas el tablón de anuncios.
Un hombre musculoso y con un tatuaje en el brazo derecho se acercó a la mesa de al lado. No parecía estar demasiado contento con que el encapuchado sujeto estuviese allí. Con ambos puños golpeó fuertemente la mesa y buscó el rostro del desconocido bajo la capucha. Le preguntó violentamente por qué se había comido su comida y qué hacía sentado en su asiento. «E-Espera, ¿se comió la comida de ese cerdo? Qué repugnante», se dijo a sí misma. Podía intervenir, por supuesto, pero no era su problema y tampoco quería llamar la atención. A menos que se viese afectada directamente, no movería un dedo. Por otro lado, levantó la mano y llamó a la mesera, quien se acercó apresuradamente a su puesto.
—Aún les queda cerveza, ¿no? —mencionó la pelirrosa—. Quiero una. Ah, y también el platillo seis del menú.
La mujer, delgada y atractiva, anotó rápidamente el pedido de la bruja y salió corriendo a la cocina para dar las órdenes correspondientes. Mientras tanto, el hombre musculoso continuaba alegándole al ladrón de puestos. Ya resultaba molesto, pues seguía golpeando la mesa y cada vez hablaba más fuerte. No era muy difícil irritar a Katharina, sobre todo si había alguien haciendo el idiota.
—¿Quieres dejar de llorar? —le preguntó con el ceño fruncido y los brazos cruzados bajo sus pechos—. Mira, allá hay una mesa desocupada. Puedes sentarte allí o…
—¡¿Y quién diablos crees que eres tú para venir a decirme qué hacer?! —le interrumpió. El hombre estaba tan exaltado producto de la ira y la cerveza, que ni siquiera se dio cuenta de que estaba a punto de cometer un gran error.
Katharina no toleraba que las personas le levantasen la voz y tampoco le gustaba que creyesen que podían hacer algo contra ella. «Parece que tendré que ponerlo en su lugar», se comentó a sí misma en sus pensamientos. Sin embargo, no alcanzó a hacer nada. Su atención fue acaparada por el extraño grupo de hombres y mujeres que acababa de entrar. El de al medio, un sujeto de contextura atlética y cabellos azules, parecía ser quien llevaba la batuta. «Algo me dice que serán muy problemáticos», pensó.
—Como sea, vete antes de que pierda la paciencia. He tenido un buen día, no quiero mancillarlo con tu sangre —le advirtió—. Si estás tan seguro de que puedes contra mí, te sugiero que primero veas el tablón de anuncios.
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Al inicio fue una tarea complicada ignorar a la alegre y ruidosa música, para poder pensar con tranquilidad y evitar confusiones. La variación en el ritmo no hizo más que ayudar a Viper a entrar en las profundidades de su mente, alcanzar tal estado era un verdadero reto aunque haya un silencio sepulcral. En el interior del encapuchado se desataban cuestiones verdaderamente extrañas; comenzó con evaluar el lugar en el que se encontraba, desde el material con el que había sido construido, hasta las personas que estaban en ese momento. Llegado el momento, cerró sus ojos y se sumergió aún más en la red de ideas encontradas en su mente, pensó en el promedio de altura de uno de los Peñones Banana, en qué pasaría si alguien se lanzara de la punta de uno... Es más, pensó en lo complicado que sería para él alcanzar la cima de uno.
Todo lo que había logrado construir se vio derrumbado ante los fructíferos golpes de un fornido hombre. Los ojos del encapuchado se abrieron ligeramente. Volvió al mundo de los vivos y no de muy bien humor. Perdió la noción del tiempo, pero no se había movido ni un centímetro. Sus manos reposaban en la mesa, las miraba tratando de aguantar su enojo. Sin previo aviso, el musculoso hombre se encontró con la fría mirada del encapuchado, su aspecto no parecía intimidante, pero aquellos ojos representaban un mínimo peligro.
El joven Agente no debía llamar demasiado la atención; tendría que recurrir al dialogo para salir del lío que había previsto. Creía poder matarle ahí mismo. No obstante, dio un largo suspiro y miró fijamente al ''gigante''.
—Creo que te confundes de mesa, ordené esta comida hace un rato —dijo con total seguridad —. Esto no es más que un malentendido.
Sus palabras cayeron en oídos sordos. Aquel hombre no tuvo reparo en detenerse y golpeó con más fuerza la mesa. A ese paso tendría que irse o pagar la mesa. El encapuchado empezaba a considerar la idea de asesinarle en plena taberna, aunque eso implicase inconvenientes en su misión. Trataría de seguir con sus movimientos persuasivos, pero se vio interrumpido por las palabras de la chica pelirrosa. Presenció la conversación entre ella y el grandullón, tratando de averiguar quién era mirándola de reojo. Sus dudas incrementaron considerablemente cuando le sugirió al dueño de la mesa que mirase el tablón de anuncios. En el peor de los casos se trataría de un pirata con una recompensa ligeramente alta, aquello complicaría los movimientos del encapuchado por la isla, así que tendría un ojo encima de ella en todo momento.
Terminada la conservación entre ambos, la furia del hombre se vio disminuida al considerar una amenaza a aquella chica. Sin embargo, volvió a fijar su atención en el encapuchado. Intercambiaron miradas y Viper siguió con su dialogo.
—Ya la escuchaste, hay otras mesas vacías. Si no quieres meterte en un muy grave problema, te recomiendo irte de mi vista —trató de decirlo lo más bajo posible, pero que fuese audible para ambos.
El jovenzuelo dejó su Tachi, Shibakariki, encima de la mesa en la que se encontraban. Le sostenía la mirada al hombre con total seguridad. Ambos trataban de intimidarse entre sí, en cualquier momento podría darse un innecesario combate en donde ambos saldrían perjudicados de una u otra forma
Todo lo que había logrado construir se vio derrumbado ante los fructíferos golpes de un fornido hombre. Los ojos del encapuchado se abrieron ligeramente. Volvió al mundo de los vivos y no de muy bien humor. Perdió la noción del tiempo, pero no se había movido ni un centímetro. Sus manos reposaban en la mesa, las miraba tratando de aguantar su enojo. Sin previo aviso, el musculoso hombre se encontró con la fría mirada del encapuchado, su aspecto no parecía intimidante, pero aquellos ojos representaban un mínimo peligro.
El joven Agente no debía llamar demasiado la atención; tendría que recurrir al dialogo para salir del lío que había previsto. Creía poder matarle ahí mismo. No obstante, dio un largo suspiro y miró fijamente al ''gigante''.
—Creo que te confundes de mesa, ordené esta comida hace un rato —dijo con total seguridad —. Esto no es más que un malentendido.
Sus palabras cayeron en oídos sordos. Aquel hombre no tuvo reparo en detenerse y golpeó con más fuerza la mesa. A ese paso tendría que irse o pagar la mesa. El encapuchado empezaba a considerar la idea de asesinarle en plena taberna, aunque eso implicase inconvenientes en su misión. Trataría de seguir con sus movimientos persuasivos, pero se vio interrumpido por las palabras de la chica pelirrosa. Presenció la conversación entre ella y el grandullón, tratando de averiguar quién era mirándola de reojo. Sus dudas incrementaron considerablemente cuando le sugirió al dueño de la mesa que mirase el tablón de anuncios. En el peor de los casos se trataría de un pirata con una recompensa ligeramente alta, aquello complicaría los movimientos del encapuchado por la isla, así que tendría un ojo encima de ella en todo momento.
Terminada la conservación entre ambos, la furia del hombre se vio disminuida al considerar una amenaza a aquella chica. Sin embargo, volvió a fijar su atención en el encapuchado. Intercambiaron miradas y Viper siguió con su dialogo.
—Ya la escuchaste, hay otras mesas vacías. Si no quieres meterte en un muy grave problema, te recomiendo irte de mi vista —trató de decirlo lo más bajo posible, pero que fuese audible para ambos.
El jovenzuelo dejó su Tachi, Shibakariki, encima de la mesa en la que se encontraban. Le sostenía la mirada al hombre con total seguridad. Ambos trataban de intimidarse entre sí, en cualquier momento podría darse un innecesario combate en donde ambos saldrían perjudicados de una u otra forma
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El sonido de la guitarra apaciguó los ánimos del hombre, quien terminó creyendo las palabras del encapuchado y decidió alejarse a buscar otra mesa. Se escuchaba la armoniosa voz de la mujer de cabellos rojos y ojos carmesíes, quien narraba la historia de una doncella llamada Catherine. No obstante, pronto la melodía cambió a una un tanto más agitada y acompañada del dulce sonido de la flauta y el rítmico golpeteo de pequeños tambores. A Katharina le sorprendía lo mucho que la música hacía efecto en las personas, incluso calmando sus corazones. Gracias a las chicas que cantaban a cambio de unas cuantas monedas, pudo disfrutar sin problema el platillo que lucía exquisito frente a ella. La carne jugosa acompañada de papas redondas y horneadas le abrió el apetito. Si no hubiera tenido los modales que tenía, dignos de una persona de alta cuna, seguramente se mostraría babeando. Tras probar el primer bocadillo, soltó una sonrisa de satisfacción.
Enseguida abrió el libro de magia que siempre lo llevaba consigo y comenzó a echarle una ojeada. Podía comer y leer al mismo tiempo, después de todo las mujeres podían hacer dos cosas a la vez. Sin embargo, estaba demasiado concentrada en sus asuntos como para escuchar los pasos y la presencia del hombre que se le acercó. Solo un suave golpe a la mesa la sacó de sus pensamientos. Alzó la mirada y se encontró con el tipo de cabellos azules, quien desvergonzadamente llevó su mano a la boca de Katharina y retiró un trozo de carne. El rostro de la bruja se tornó rojo como un tomate, primero por la vergüenza; luego por la furia. Frunció el ceño y quitó el brazo del desconocido con un fuerte golpe que dejó enrojecida la zona alcanzada. ¿Por qué las personas se esmeraban tanto en interrumpirle?
—¿Se puede saber que intentas hacer? —preguntó la pelirrosa intentando contener la rabia.
El desconocido sonrió confiadamente y enseñó unos afilados colmillos, luego llevó las manos y las colocó detrás de su cabeza. Finalmente, se encogió de hombros y respondió:
—Parece que te sorprendí, ¿eh? —respondió y las palabras que salieron de su boca no hicieron más que molestar a Katharina.
No quería ponerse a pelear dentro de la taberna, así que cogió sus cosas y salió. Notó que el hombre del cabello azul la siguió de cerca, actuando como lo haría un acosador. La bruja se encontraba en el callejón donde solo los gatos callejeros serían los testigos del poder de la pelirrosa. Por supuesto que no dejaría impune al hombre que le avergonzó, por supuesto que le haría pagar su atrevimiento. ¿Desde cuándo una reina dejaba que un simple sirviente le tocase? Casi como si fuera un espectáculo de magia, una delgada y afilada espada comenzó a aparecer de la mano de Katharina. En realidad, se trataba de la Hoja de Argoria transformada en una katana gracias a las habilidades de la pirata. ¿Lo de la mano? Pues ahí se ubicaba la anterior forma del arma. No obstante, la indiferencia mostrada por el peliazul le molestó aún más.
—Ahora el sorprendido soy yo —mintió descaradamente—. ¿Qué te parece si hacemos una apuesta? Si yo gano, tendrás una cita conmigo. Y si no… ¿Alguna idea?
—Si yo gano, serás mi esclavo. Y tus hombres también.
Aquellas palabras no solo sorprendieron al hombre, sino que le molestaron.
—No me gusta cómo hablas, princesa. Dejando la apuesta a un lado, creo que tendré que darte una lección.
El bandido sacó un estoque y adoptó una posición un tanto extraña: la espada apuntando hacia su oponente y el brazo detrás de la espalda. La bruja sonrió macabramente y desapareció de la vista del enemigo, para luego reaparecer justo detrás de él. Inmediatamente después, el arma del hombre de cabellos azules se rompió por la mitad.
—¡¿QUÉ DIABLOS?! —expresó con una sorpresa exagerada y sincera. Sus ojos, grandes como platos, parecían que en cualquier momento se escaparían de sus cuencas. Por otro lado, su lengua alcanzó una longitud digna de un premio. Sin lugar a duda, la bruja disfrutó ver aquella expresión en el rostro del bandido—. Mi… mi… mi espada… ¡¿Qué has hecho?!
—Lo que haría con cualquier insecto: enseñarle su lugar. Así que ahora tengo varios esclavos, ¿no es cierto? Dime, ¿cómo les contarás a tus hombres que acabas de perder con la mujer a la que querías llevar a la cama?
Enseguida abrió el libro de magia que siempre lo llevaba consigo y comenzó a echarle una ojeada. Podía comer y leer al mismo tiempo, después de todo las mujeres podían hacer dos cosas a la vez. Sin embargo, estaba demasiado concentrada en sus asuntos como para escuchar los pasos y la presencia del hombre que se le acercó. Solo un suave golpe a la mesa la sacó de sus pensamientos. Alzó la mirada y se encontró con el tipo de cabellos azules, quien desvergonzadamente llevó su mano a la boca de Katharina y retiró un trozo de carne. El rostro de la bruja se tornó rojo como un tomate, primero por la vergüenza; luego por la furia. Frunció el ceño y quitó el brazo del desconocido con un fuerte golpe que dejó enrojecida la zona alcanzada. ¿Por qué las personas se esmeraban tanto en interrumpirle?
—¿Se puede saber que intentas hacer? —preguntó la pelirrosa intentando contener la rabia.
El desconocido sonrió confiadamente y enseñó unos afilados colmillos, luego llevó las manos y las colocó detrás de su cabeza. Finalmente, se encogió de hombros y respondió:
—Parece que te sorprendí, ¿eh? —respondió y las palabras que salieron de su boca no hicieron más que molestar a Katharina.
No quería ponerse a pelear dentro de la taberna, así que cogió sus cosas y salió. Notó que el hombre del cabello azul la siguió de cerca, actuando como lo haría un acosador. La bruja se encontraba en el callejón donde solo los gatos callejeros serían los testigos del poder de la pelirrosa. Por supuesto que no dejaría impune al hombre que le avergonzó, por supuesto que le haría pagar su atrevimiento. ¿Desde cuándo una reina dejaba que un simple sirviente le tocase? Casi como si fuera un espectáculo de magia, una delgada y afilada espada comenzó a aparecer de la mano de Katharina. En realidad, se trataba de la Hoja de Argoria transformada en una katana gracias a las habilidades de la pirata. ¿Lo de la mano? Pues ahí se ubicaba la anterior forma del arma. No obstante, la indiferencia mostrada por el peliazul le molestó aún más.
—Ahora el sorprendido soy yo —mintió descaradamente—. ¿Qué te parece si hacemos una apuesta? Si yo gano, tendrás una cita conmigo. Y si no… ¿Alguna idea?
—Si yo gano, serás mi esclavo. Y tus hombres también.
Aquellas palabras no solo sorprendieron al hombre, sino que le molestaron.
—No me gusta cómo hablas, princesa. Dejando la apuesta a un lado, creo que tendré que darte una lección.
El bandido sacó un estoque y adoptó una posición un tanto extraña: la espada apuntando hacia su oponente y el brazo detrás de la espalda. La bruja sonrió macabramente y desapareció de la vista del enemigo, para luego reaparecer justo detrás de él. Inmediatamente después, el arma del hombre de cabellos azules se rompió por la mitad.
—¡¿QUÉ DIABLOS?! —expresó con una sorpresa exagerada y sincera. Sus ojos, grandes como platos, parecían que en cualquier momento se escaparían de sus cuencas. Por otro lado, su lengua alcanzó una longitud digna de un premio. Sin lugar a duda, la bruja disfrutó ver aquella expresión en el rostro del bandido—. Mi… mi… mi espada… ¡¿Qué has hecho?!
—Lo que haría con cualquier insecto: enseñarle su lugar. Así que ahora tengo varios esclavos, ¿no es cierto? Dime, ¿cómo les contarás a tus hombres que acabas de perder con la mujer a la que querías llevar a la cama?
Viper
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Sin problemas asimiló la idea de enfrentarse al musculoso hombre, junto a todas las desventajas que traería consigo haberlo hecho. No obstante, el hombre cedió y dejó en paz al joven de pelos violáceos. Tal vez eran un cobarde. O tal vez las canciones mostradas en aquella taberna le habían lavado el cerebro. El encapuchado se dejó entrar en el eufórico y entretenido ambiente del lugar, se acomodó en su asiento y procedió a experimentar sensaciones increíbles.
Pasado un rato llegaron varias emociones de desinterés y seriedad; todo en el interior de la taberna había cambiado ligeramente. Bueno, no todo. Simplemente se sentía diferente. El Agente no tardó en percatarse de los extraños sujetos que habían ingresado que, por alguna razón que desconocía, le sonaba haberlos visto en otro lugar. Siguió con la mirada al más destacable de ellos; el peliazul. El chico realizó un muy descarado acto, y Viper sabía que le saldría a un gran precio, mucho más si se trataba de aquella pelirrosa. Supuso que estaba realmente enojada. Primero, cruzó un par de palabras poco agradables con el grandullón de antes. Y ahora, el peliazul engreído trataba de de molestarla, o eso llegó a comprender el encapuchado. Como era de esperarse no tardaron en salir, aquella era la mejor decisión para no quebrantar el ambiente que adoptó la taberna.
El jovenzuelo posó su mano debajo de su barbilla mientras miraba a cada hombre y mujer del bar. A excepción de los últimos en entrar, ninguno le sonaba haberle visto. Tenía muy poco para alcanzar una conclusión sólida, así que tendría que usar a la chica del pelo rosa para intervenir o relacionarse con ellos.
—[I]”Si trato de averiguar quiénes son hablando con ellos será muy extraño… despertará sospechas que no deseo. Pero si se trata de ellos puedo estar desperdiciando mi mejor oportunidad” —divagaba entre sus pensamientos en busca de una solución —[I]”… Aunque, si la chica no regresa junto al peliazul, tal vez pueda hacerme pasar por su conocido y quiera saber dónde se encuentra. Bien, es lo único que tengo. Debo hacerlo”.
Alzó la voz y llamó a la camarera más cercana. Realizó un pedido y en varios segundos le trajeron una jarra repleta de cerveza. No era un consumidor habitual de esa clase de bebidas, pero daba una mejor imagen de sí. Al observar la jarra de madera, reparó en que carecía del dinero necesario para pagarla. Se quedó perplejo al descubrir su error. Ya había causado suficientes problemas en aquel sitio y eso sólo iba a empeorarlo. Sin embargo, para su sorpresa, un viejito barbudo exclamó:
—¡Carmelita, paga todas las bebidas y dale una cerveza a todos estos hombres! ¡Yo invito! —acto seguido, los gritos eufóricos inundaron las cuatro paredes de la taberna.
Pasado un rato llegaron varias emociones de desinterés y seriedad; todo en el interior de la taberna había cambiado ligeramente. Bueno, no todo. Simplemente se sentía diferente. El Agente no tardó en percatarse de los extraños sujetos que habían ingresado que, por alguna razón que desconocía, le sonaba haberlos visto en otro lugar. Siguió con la mirada al más destacable de ellos; el peliazul. El chico realizó un muy descarado acto, y Viper sabía que le saldría a un gran precio, mucho más si se trataba de aquella pelirrosa. Supuso que estaba realmente enojada. Primero, cruzó un par de palabras poco agradables con el grandullón de antes. Y ahora, el peliazul engreído trataba de de molestarla, o eso llegó a comprender el encapuchado. Como era de esperarse no tardaron en salir, aquella era la mejor decisión para no quebrantar el ambiente que adoptó la taberna.
El jovenzuelo posó su mano debajo de su barbilla mientras miraba a cada hombre y mujer del bar. A excepción de los últimos en entrar, ninguno le sonaba haberle visto. Tenía muy poco para alcanzar una conclusión sólida, así que tendría que usar a la chica del pelo rosa para intervenir o relacionarse con ellos.
—[I]”Si trato de averiguar quiénes son hablando con ellos será muy extraño… despertará sospechas que no deseo. Pero si se trata de ellos puedo estar desperdiciando mi mejor oportunidad” —divagaba entre sus pensamientos en busca de una solución —[I]”… Aunque, si la chica no regresa junto al peliazul, tal vez pueda hacerme pasar por su conocido y quiera saber dónde se encuentra. Bien, es lo único que tengo. Debo hacerlo”.
Alzó la voz y llamó a la camarera más cercana. Realizó un pedido y en varios segundos le trajeron una jarra repleta de cerveza. No era un consumidor habitual de esa clase de bebidas, pero daba una mejor imagen de sí. Al observar la jarra de madera, reparó en que carecía del dinero necesario para pagarla. Se quedó perplejo al descubrir su error. Ya había causado suficientes problemas en aquel sitio y eso sólo iba a empeorarlo. Sin embargo, para su sorpresa, un viejito barbudo exclamó:
—¡Carmelita, paga todas las bebidas y dale una cerveza a todos estos hombres! ¡Yo invito! —acto seguido, los gritos eufóricos inundaron las cuatro paredes de la taberna.
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Entró a la taberna y buscó con la mirada a los compañeros de su nuevo sirviente. El hombre de cabellos azules frunció el ceño y murmuró algo inaudible, pero Katharina no le prestó atención. Caminó con las manos metidas en los bolsillos y atravesó el edificio hasta detenerse en medio de un grupo conformado por varias personas. Aparentemente les informó de lo que había sucedido, pues muchos de ellos se mostraron confusos y otros enojados. «Me pregunto si de verdad él es el líder…», pensó la bruja al mismo tiempo que comenzó a caminar. Sin embargo, fue detenida por un hombre de casi dos metros de altura y tan robusto que ocultaba completamente a la frágil chica de cabellos rosas. Era calvo y tenía varios tatuajes repartidos en todo su cuerpo, además cargaba una gigantesca espada en su espalda.
—Escucha, chica, ninguno de nosotros aceptará ser tu esclavo solo porque este imbécil lo haya apostado, ¿queda claro? Él no es ni de lejos el líder de nuestra banda —aclaró el calvo—. Vete de aquí antes de que las cosas se pongan feas. Es por tu bien, niña.
Katharina frunció el ceño y enseguida soltó un suspiro.
—¿Me permites hablar con tu líder, entonces? Tengo una propuesta muy tentadora.
El hombre guardó silencio durante varios segundos y luego asintió con la cabeza, aceptando presentar a Katharina ante su jefe. El grupo de bandidos estaba conformado por aproximadamente diez sujetos, muchos de los cuales parecían rudos, aunque realmente no eran demasiado fuertes. El calvo le ordenó a la pelirrosa que se detuviera y luego fue a hablar con un hombre de cabellos grises y mirada vacía.
—Ven, niña —ordenó el bandido.
—Así que tú venciste a Marcus, ¿eh? Debes ser bastante fuerte como para hacerlo. Dime, ¿en qué te puedo ayudar?
—He escuchado algunos rumores bastante… interesantes. Un hombre con suficiente dinero como para comprar un país vendrá a hacer negocios a este lugar. No sé con quién se reunirá ni el objetivo de su reunión, pero es lo de menos. Lo importante es la oportunidad que tenemos frente a nuestros ojos —anunció con una sonrisa en el rostro—. Mi intención es secuestrarle y pedir una grotesca suma de dinero por su rescate. Lamentablemente no puedo hacerlo yo sola y es por eso que necesito tu ayuda.
—Escucha, chica, ninguno de nosotros aceptará ser tu esclavo solo porque este imbécil lo haya apostado, ¿queda claro? Él no es ni de lejos el líder de nuestra banda —aclaró el calvo—. Vete de aquí antes de que las cosas se pongan feas. Es por tu bien, niña.
Katharina frunció el ceño y enseguida soltó un suspiro.
—¿Me permites hablar con tu líder, entonces? Tengo una propuesta muy tentadora.
El hombre guardó silencio durante varios segundos y luego asintió con la cabeza, aceptando presentar a Katharina ante su jefe. El grupo de bandidos estaba conformado por aproximadamente diez sujetos, muchos de los cuales parecían rudos, aunque realmente no eran demasiado fuertes. El calvo le ordenó a la pelirrosa que se detuviera y luego fue a hablar con un hombre de cabellos grises y mirada vacía.
—Ven, niña —ordenó el bandido.
—Así que tú venciste a Marcus, ¿eh? Debes ser bastante fuerte como para hacerlo. Dime, ¿en qué te puedo ayudar?
—He escuchado algunos rumores bastante… interesantes. Un hombre con suficiente dinero como para comprar un país vendrá a hacer negocios a este lugar. No sé con quién se reunirá ni el objetivo de su reunión, pero es lo de menos. Lo importante es la oportunidad que tenemos frente a nuestros ojos —anunció con una sonrisa en el rostro—. Mi intención es secuestrarle y pedir una grotesca suma de dinero por su rescate. Lamentablemente no puedo hacerlo yo sola y es por eso que necesito tu ayuda.
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