Leiren Evans
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Akuma no mi
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No sé cuánto tiempo llevaba en aquella isla pululando de casino en casino o de casino en prostíbulo, o de casa de apuestas en casino, o de casino en bares... Dios, ¿pero cuántos casinos había en aquel lugar? Bueno, el caso era el siguiente: no encontraba a la persona que estaba buscando. Hacía un par de semanas Arthur me había despertado a gritos diciendo que tenía la misión perfecta para mí, según él "algo sencillito que no debería costarte mucho más que un par de horas completar, ya me dirás qué tal". Pues bueno, para ahorraros el buscar el diccionario de Arthur-castellano, os traduzco, que ya me sé el idioma: esto va a dolerte en los huevos y vas a pegarte como mínimo un mes dando vueltas por el paraíso, eso si tienes la suerte de no tener que ir al nuevo mundo, para acabar no con menos de siete palizas encima hasta que termines la misión. Ains, si es que qué amor de sensei tengo, ¿eh? Así que nada, me embarqué en busca de un pirata al que la marina ya le tenía un poco de ganas y que últimamente estaba dando un poco la tabarra por las cercanías de aquella isla; y es que bueno, en apenas una semana había robado a más de setecientas personas.
Y ahí estaba, gastando algo de dinero -siempre el mínimo, y no mío, obviamente- en los sitios donde más fácil pudiera ser robarle a la gente. No es que fuera un maestro en el arte del carterismo, pero habiendo vivido casi toda mi infancia en las calles uno aprende a saber qué bolsillos están llenos, cuáles no y cuáles se pueden vaciar mejor. Todo tenía pinta de que iba a salir bien, a fin de cuentas, ¿qué era lo peor que podía pasar?
Y ahí estaba, gastando algo de dinero -siempre el mínimo, y no mío, obviamente- en los sitios donde más fácil pudiera ser robarle a la gente. No es que fuera un maestro en el arte del carterismo, pero habiendo vivido casi toda mi infancia en las calles uno aprende a saber qué bolsillos están llenos, cuáles no y cuáles se pueden vaciar mejor. Todo tenía pinta de que iba a salir bien, a fin de cuentas, ¿qué era lo peor que podía pasar?
Dretch
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Akuma no mi
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No era una noche cualquiera en el Figaro’s Grand Hotel & Casino. Había tensión y se notaba. El casino estaba como siempre, abarrotado de gente de los diferentes estratos sociales y el circulo vicioso de las apuestas seguía su inalterable ciclo: ganar, perder y vuelta a empezar. A pesar de que, la tapadera de la familia Figaro era un negocio de lo más lucrativo, las ganancias del juego aquella noche no eran más que un aperitivo del verdadero plato principal que se estaba cocinando. El Don había decido que había llegado el momento de expandir sus negocios y, aquello no hacía presagiar nada bueno para los autóctonos de Casino Island.
Un hombre permanecía ojo avizor desde una de las banquetas de la barra del bar. A Angelo Morelli, el barman, le producía una sensación extraña de desconexión, como si aquel individuo fuera una especie de observador. Intentó recordar cuanto había bebido. Al principio le había parecido que mucho, pero ahora que le tenía enfrente, recordó el montón de hielo derritiéndose, y de que pedía un nuevo trago de ginebra antes de acabarse el anterior y mezclaba la nueva copa con la vieja. Había bebido a sorbos toda la velada. El extranjero parecía controlarse muy bien.
Dretch Buerganor iba pulcramente vestido: camisa, chaqueta y pantalones, nada de vaqueros. Sus zapatos estaban limpios y abrillantados. Los ojos del hombre eran de colores un poco distintos: uno gris brillante y el otro violeta. De apariencia esbelta, pero no demasiado delgado, de tez pálida y con ciertos mechones canosos. Aquellos detalles podrían haberle dado un aire extraño, de no ser por el lugar en el que se encontraba. Cuando hablaba con el barman, lo hacía sin sonreír. No era un tipo especialmente expresivo, pero sus modales eran neutros. Tampoco era un creído, como la gran mayoría de jugadores que abarrotaban las mesas de apuestas aquella noche y a los que ya había servido una ingente cantidad de bebida. Simplemente había pedido otra copa, como si hubiera hablado de un cambio de tiempo.
La propuesta músicas del Figaro’s se basaba exclusivamente en jazz en vivo y, en aquel momento, la música resonaba en toda la sala. Morelli había tratado de tirarle de la lengua, pero no había conseguido apenas resultados. Él no era de la zona, le dijo, pero el barman ya lo había adivinado por la forma en que se mantenía alejado de lo que le rodeaba. Cuando le insistió, él solo le concedió «Al norte de aquí», lo cual no era gran cosa. Sin embargo, Angelo ya estaba acostumbrado a las evasivas. Estaba en la isla por negocios, le había confesado ¿Qué clase de negocios? Cancelación de facturas. Morelli no sabía que quería decir eso, y Dretch no mostró el menor interés en explicárselo.
Habían pasado ya algunos meses desde su intervención en Gray Rock y, a pesar del tiempo y del hecho de que le hubiesen obligado a tomarse los días libres que le quedaban, no era paz y tranquilidad lo que encontraba en el silencio. En el fondo, el agente seguía sintiéndose responsable de la muerte de Kaori Nanami. Pero, lo peor sin duda era aquella prótesis metálica que ahora tenía por brazo derecho. No era agradable tener semejante mamotreto biónico como recordatorio por su incompetencia.
El agente suspiró y tomó de nuevo un pequeño sorbo de su copa. Técnicamente estaba de vacaciones pero, irónicamente, había llegado a la conclusión que la única forma de no tocar fondo era mantener la cabeza ocupada. Casino Island tenía todo un abanico de delincuentes y las suficientes preguntas sin respuestas como para meter las narices donde no le llamaban. No sabía gran cosa de la familia Figaro, pero llevaba varios días frecuentando la sala de juegos. Ocasionalmente había hecho algunas apuestas para no levantar sospechas, pero dadas las singularidades de su fruta del diablo, aquello no había sido una buena idea.
Por ahora todo estaba tranquilo, o al menos tan tranquilo como se podía estar en aquella isla. Sin embargo, aquella noche había algo singular. El resto de veladas, la gestión de la sala había estado al cargo de Gianfranco Figaro, hermano y mano derecha del Don. Pero aquella noche, el propio Spiaghi Figaro estaba al frente del casino ¿Qué motivos tenía un pez gordo de la mafia para mostrarse en público tan abiertamente? Dretch lo desconocía, pero algo en su interior le decía que se estaba cociendo algo a su alrededor.
Un hombre permanecía ojo avizor desde una de las banquetas de la barra del bar. A Angelo Morelli, el barman, le producía una sensación extraña de desconexión, como si aquel individuo fuera una especie de observador. Intentó recordar cuanto había bebido. Al principio le había parecido que mucho, pero ahora que le tenía enfrente, recordó el montón de hielo derritiéndose, y de que pedía un nuevo trago de ginebra antes de acabarse el anterior y mezclaba la nueva copa con la vieja. Había bebido a sorbos toda la velada. El extranjero parecía controlarse muy bien.
Dretch Buerganor iba pulcramente vestido: camisa, chaqueta y pantalones, nada de vaqueros. Sus zapatos estaban limpios y abrillantados. Los ojos del hombre eran de colores un poco distintos: uno gris brillante y el otro violeta. De apariencia esbelta, pero no demasiado delgado, de tez pálida y con ciertos mechones canosos. Aquellos detalles podrían haberle dado un aire extraño, de no ser por el lugar en el que se encontraba. Cuando hablaba con el barman, lo hacía sin sonreír. No era un tipo especialmente expresivo, pero sus modales eran neutros. Tampoco era un creído, como la gran mayoría de jugadores que abarrotaban las mesas de apuestas aquella noche y a los que ya había servido una ingente cantidad de bebida. Simplemente había pedido otra copa, como si hubiera hablado de un cambio de tiempo.
La propuesta músicas del Figaro’s se basaba exclusivamente en jazz en vivo y, en aquel momento, la música resonaba en toda la sala. Morelli había tratado de tirarle de la lengua, pero no había conseguido apenas resultados. Él no era de la zona, le dijo, pero el barman ya lo había adivinado por la forma en que se mantenía alejado de lo que le rodeaba. Cuando le insistió, él solo le concedió «Al norte de aquí», lo cual no era gran cosa. Sin embargo, Angelo ya estaba acostumbrado a las evasivas. Estaba en la isla por negocios, le había confesado ¿Qué clase de negocios? Cancelación de facturas. Morelli no sabía que quería decir eso, y Dretch no mostró el menor interés en explicárselo.
Habían pasado ya algunos meses desde su intervención en Gray Rock y, a pesar del tiempo y del hecho de que le hubiesen obligado a tomarse los días libres que le quedaban, no era paz y tranquilidad lo que encontraba en el silencio. En el fondo, el agente seguía sintiéndose responsable de la muerte de Kaori Nanami. Pero, lo peor sin duda era aquella prótesis metálica que ahora tenía por brazo derecho. No era agradable tener semejante mamotreto biónico como recordatorio por su incompetencia.
El agente suspiró y tomó de nuevo un pequeño sorbo de su copa. Técnicamente estaba de vacaciones pero, irónicamente, había llegado a la conclusión que la única forma de no tocar fondo era mantener la cabeza ocupada. Casino Island tenía todo un abanico de delincuentes y las suficientes preguntas sin respuestas como para meter las narices donde no le llamaban. No sabía gran cosa de la familia Figaro, pero llevaba varios días frecuentando la sala de juegos. Ocasionalmente había hecho algunas apuestas para no levantar sospechas, pero dadas las singularidades de su fruta del diablo, aquello no había sido una buena idea.
Por ahora todo estaba tranquilo, o al menos tan tranquilo como se podía estar en aquella isla. Sin embargo, aquella noche había algo singular. El resto de veladas, la gestión de la sala había estado al cargo de Gianfranco Figaro, hermano y mano derecha del Don. Pero aquella noche, el propio Spiaghi Figaro estaba al frente del casino ¿Qué motivos tenía un pez gordo de la mafia para mostrarse en público tan abiertamente? Dretch lo desconocía, pero algo en su interior le decía que se estaba cociendo algo a su alrededor.
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Era absurda la velocidad en la que los segundos se convertían en minutos, los minutos en horas, las horas en días, los días en meses... Bueno, quizá no tanto, pero sí era verdad que ya me estaba empezando a cansar bastante de aquel lugar; y no era que mi yo competitivo estuviera ya harto de perder -que también-, sino que llevar una misión de búsqueda en un sitio en el que, si no todos, casi todos los presentes eran o tenían que ver con el mundo criminal de alguna forma u otra, pues, cansaba. Un poco solo.
—Veinticinco, rojo.
Dije, con la misma voz monótona y aburrida de las últimas horas, antes de volver mi vista a la gente que me rodeaba tras apostar las últimas fichas que me quedaban para ese día. Nada. Lo mismo que había estado viendo hasta entonces. ¡Si es que hasta en mi maldita mesa había un pirata buscado! De poca monta, pero aún así... Sería tan sencillo como llevarlo hasta afuera, noquearlo y llevármelo, lo había hecho cientos de veces. Pero Arthur me echaría la bronca; si no traía el objetivo que él me había elegido me tocaría entrenar diez veces más y, creedme, mi entrenamiento base ya es una burrada como para eso.
Sin darme cuenta mi mirada se había posado en la barra del bar. No es que hubiera mucha gente y la poca que había no cuadraba en absoluto con mi objetivo, pero había un señor que me llamaba la atención, apenas se había movido de ese sitio en horas; o yo qué sé, capaz mi cabeza ya no daba de sí y veía patrones y pistas donde no las había. Suspiré apesadumbrado antes de volver la mirada a la mesa, justo cuando la ruleta se había parado. Elegí un número en particular para perder lo antes posible; cuantas menos posibilidades mejor en aquel momento.
—Oh. —fue lo único que salió de mi boca, de nuevo, con el mismo tono aburrido y sin ganas de vivir del resto del día, cuando vi el número en el que había caído la bola. El puto veinticinco.
Antes de que pudiera hacer nada el señor pirata que estaba en mi misma mesa se la cargó dándole un fuerte golpe con ambas manos en plan mazo gigante; a ver, teniendo en cuenta sus dos metros y pico pues un poco gigante sí que era. Las astillas y los trozos de madera volaron en un radio de un par de metros antes de que el señor -aún estaba intentando recordar su nombre, sin éxito aparente- empezara a gritar que habían sido sus últimas fichas y a amenazarme por haber hecho trampas y haber ganado. Es decir, ¿qué culpa tenía yo de ganar si mi plan inicial era perder como si no hubiera un mañana?
Antes de que pudiera decirle que lo sentía -y antes de que los guardias de aquel lugar hicieran algo... si es que que mala seguridad por dios- me lanzó un directo a la cara. Lo esquivé sin problema alguno y lo derribé poniéndole la zancadilla. Había gente torpe en el mundo y luego estaba aquel pirata de pacotilla. Volví a suspirar mientras los guardas se llevaban al grandullón y se disculpaban conmigo por los problemas ocasionados, volviéndome a dar las fichas apostadas y ganadas. Y allí me quedé, pensando qué iba a hacer con mi vida con aquellas fichas y pasándome la mano por la cabeza rascándome mi tan poco habitual verde cabello, suelto ya que no llevaba mi bandana; aunque bueno, tampoco llevaba mi atuendo típico, sino un traje sencillo gris oscuro de materiales flexibles.
—Veinticinco, rojo.
Dije, con la misma voz monótona y aburrida de las últimas horas, antes de volver mi vista a la gente que me rodeaba tras apostar las últimas fichas que me quedaban para ese día. Nada. Lo mismo que había estado viendo hasta entonces. ¡Si es que hasta en mi maldita mesa había un pirata buscado! De poca monta, pero aún así... Sería tan sencillo como llevarlo hasta afuera, noquearlo y llevármelo, lo había hecho cientos de veces. Pero Arthur me echaría la bronca; si no traía el objetivo que él me había elegido me tocaría entrenar diez veces más y, creedme, mi entrenamiento base ya es una burrada como para eso.
Sin darme cuenta mi mirada se había posado en la barra del bar. No es que hubiera mucha gente y la poca que había no cuadraba en absoluto con mi objetivo, pero había un señor que me llamaba la atención, apenas se había movido de ese sitio en horas; o yo qué sé, capaz mi cabeza ya no daba de sí y veía patrones y pistas donde no las había. Suspiré apesadumbrado antes de volver la mirada a la mesa, justo cuando la ruleta se había parado. Elegí un número en particular para perder lo antes posible; cuantas menos posibilidades mejor en aquel momento.
—Oh. —fue lo único que salió de mi boca, de nuevo, con el mismo tono aburrido y sin ganas de vivir del resto del día, cuando vi el número en el que había caído la bola. El puto veinticinco.
Antes de que pudiera hacer nada el señor pirata que estaba en mi misma mesa se la cargó dándole un fuerte golpe con ambas manos en plan mazo gigante; a ver, teniendo en cuenta sus dos metros y pico pues un poco gigante sí que era. Las astillas y los trozos de madera volaron en un radio de un par de metros antes de que el señor -aún estaba intentando recordar su nombre, sin éxito aparente- empezara a gritar que habían sido sus últimas fichas y a amenazarme por haber hecho trampas y haber ganado. Es decir, ¿qué culpa tenía yo de ganar si mi plan inicial era perder como si no hubiera un mañana?
Antes de que pudiera decirle que lo sentía -y antes de que los guardias de aquel lugar hicieran algo... si es que que mala seguridad por dios- me lanzó un directo a la cara. Lo esquivé sin problema alguno y lo derribé poniéndole la zancadilla. Había gente torpe en el mundo y luego estaba aquel pirata de pacotilla. Volví a suspirar mientras los guardas se llevaban al grandullón y se disculpaban conmigo por los problemas ocasionados, volviéndome a dar las fichas apostadas y ganadas. Y allí me quedé, pensando qué iba a hacer con mi vida con aquellas fichas y pasándome la mano por la cabeza rascándome mi tan poco habitual verde cabello, suelto ya que no llevaba mi bandana; aunque bueno, tampoco llevaba mi atuendo típico, sino un traje sencillo gris oscuro de materiales flexibles.
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- Lo siento... Pero no valgo para esto
- Quiero Yuri... Pero como se que ninguna se va a presatar para esto con rol me basta
- Un tango lo bailan dos... o tres, pero el caso es que esto no va de tango. [Michaela-Hayato] [Evento]
- Esto... sí. Yo venía para... esto... - Aoi & Iulio [Privado - Pasado]
- !Pero yo soy torpe....pero lo intentare!
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