Espadas y almas de alquiler. Érase una vez en Dark Dome... [Mitch & Ummak]

Envuelto en una precaria gabardina de cañamo sin mangas, que fácilmente podría haber sido un saco en otra hora. Caminaba encorvado, ocultado sus alas vestigiales tras la vestimenta, un barbudo vagabundo. Si había algo por lo que destacase aquel desdeñable tipo era por su larga barba rubia que parecía crecerle directamente desde sus patillas y por su extravagante hatillo. Se trataba de una enorme vara de fresno, en cuyo extremo superior se había anudado una enorme manta de cuadros rojos y verdes. A cada paso que daba, un reguero de polvo se escapaba del interior de la manta dejando un caminito de granos de arena tras de sí. Los días de caminatas por los suburbios de la ciudad transcurrían demasiado despacio para el shandian.  Ummak ni tan siquiera había tenido la oportunidad de cruzar una palabra con los habitantes de la isla desde su naufragio, del cual hacía ya más de nueve lunas. Aunque teniendo en cuenta la perpetua oscuridad de aquella isla, no estaba tan seguro de cuánto tiempo llevaba allí.

Lo cierto era que podía abandonar aquel lugar cuando quisiera, había conseguido reparar su Burnboard, pero no podía volver junto al Clan de la Lágrima con las manos vacías. A fin de cuentas, era un orgulloso guerrero y su honor estaba por encima de cualquier dificultad que se le plantase en su camino. Sin embargo, le resultaría bastante complicado conseguir algún trato ventajoso para la Revolución con su aspecto actual. Tras su modesta participación en la batalla de Gray Rock, había decenas de octavillas con su rostro en multitud de lugares públicos. No era ningún secreto para los Darkdominers que el criminal revolucionario, Ummak Zor-El se escondía en los suburbios de su bella ciudad. Sin embargo, nadie había acudido en su búsqueda, en aquella ciudad nadie reparaba en los pobres. Pero su mayor enemigo en aquella ruidosa población no era la justicia, sino que había resultado ser el hambre.

Durante su primer día en la isla, había tratado de proveerse de herramientas para reparar su Burnboard en una de esas extravagantes herrerías que los habitantes de la Ciudad sin Luz. Casi todas tenían un patrón bastante similar. Aunque Ummak no sabía interpretar su escritura, siempre solían anunciarse empleando generalmente, armas y herramientas de artesanía como: palas, tridentes y sables. Aunque, en un principio creyó que se trataban de maestros herreros, en seguida se percató de que aquellos utensilios no eran más que minúsculas reproducciones a escala que los “demonios de ojos saltones”, que así era como había decidido llamar a los locales, utilizaban para alimentarse. Más tarde, comprendió que, en el mismo lugar en el que teóricamente se producían aquellas ridículas herramientas, también se empleaban como almacenes de comida cocinada. Nada de todo aquello tenía sentido para el joven guerrero. En la tribu de los Baal’sha, un artesano era considerado como alguien honorable que contribuía al fortalecimiento del clan. La restauración era un concepto inexistente en la cultura shandian. El cocinado de las presas y hortalizas recolectadas corría, generalmente, a cargo de los siervos; salvo en contadas festividades, en las que los chamanes ejercían ciertos rituales durante su preparación.  Para Ummak, la mera idea de poner al mismo nivel a artesanos y siervos, hacía que su sien palpitase de ira. Definitivamente, los demonios de ojos saltones eran unos salvajes.

- ¡Eh, Anciano! – gritó una voz, desde uno de los laterales del estrecho callejón por el que caminaba – ¿Quieres un trabajo fácil? Bien pagado, para un tipo como tú será cuestión de abrir y cerrar los ojos… Nadie repara en los de tu calaña ¿Qué me dices?

Ummak alzó la cabeza y posó su mirada en aquel hombre. El gangster era alto y robusto, de cara ancha y nariz más bien chata, sin asomo de patillas y grandes ojos, con largos bigotes que llevaba puntiagudos y engominados. Sin embargo, no era su físico lo que llamó la atención del salvaje sino su aliento. Las fosas nasales del shandian se dilataron y en seguida captó el olor a atún que provenía del aliento de aquel sujeto.  Sacudió su hatillo y enseguida la manta que lo envolvía comenzó a iluminarse hasta tomar en apenas unos segundos una tonalidad incandescente. Incluso, por donde antes se escapaba la arena, ahora caían espesos pegotes de cristal fundido.

- Anciano querer comida. Tu no querer enfadar a Anciano ¿Verdad? Ser trabajo fácil y bien pagado – dijo, mientras le aproximaba la manta en llamas a su rostro y esbozaba una sonrisa demente.

Oculto bajo una triste capa con capucha de color negro, remendada con parches de distintos tamaños y colores para tapar agujeros, se ocultaba Mitch, huyendo de un grupo de mafiosos que habían puesto un pequeño precio a su cabeza por haberse apoderado, de forma más o menos ilícita de un cargamento de botellas de whiky de Eriu Land, el cual le había sido sustraído por un tercero que había desaparecido de la isla. En resumen, se estaba ocultando de un grupo de mafiosos que le buscaban para recuperar un alijo de alcohol que ya no poseía.

Llevaba deambulando cuatro días por los peores rincones de una ciudad que no le gustaba. El sol parecía que se había olvidado de aquel lugar, y la gente era de todo menos simpática. Dormía en la calle, y frecuentaba durante el día lugares en los que la gente como él no suele adentrarse, como podían ser teterías y residencias de ancianos haciéndose pasar por el familiar de algún anciano senil que lo confundía con su nieto, y de esa forma conseguir algo de incentivo y comida gratis. Según el reloj de la residencia que llevaba frecuentando dos días seguidos, eran la siete de la tarde, y supuesto bisabuelo Rupert tenía que irse a dormir.

—Hasta mañana, abuelito —le dijo Mitch, dándole un falso beso sobre la frente—. Mañana volveré a visitarte.

Mitch salió del asilo, torciendo hacia la izquierda, pues había un oscuro callejón donde pudo sacar su repugnante capa y ponérsela. Comenzó su andanza hacia el puerto comercial, en busca de algún barco que partiera ese día y no tuviera que ver con los negocios de la familia Carr, que últimamente manejaba el cotarro allí gracias a sus contactos con el dueño de la zona costera. A dos calles de llegar a su destino, se paró a observar una escena. Uno de los hombres de Jacky la pescadora estaba hablando con un mendigo, pero, para su sorpresa, el mafioso estaba reculando sobre sus pasos, mientras el vagabundo le amenazaba con una extraña arma.

El mafioso comenzó a correr en su dirección, y Mitch, haciendo gala de su solidaridad, le dejó escapar. Quiso continuar su camino, sin embargo, algo en su interior le hizo dar la vuelta y aproximarse al hombre que había espantado al camorrista de Jack.

—Yo que tú me iba de aquí —le dijo Mitch—. Este es territorio de Jacky la pescadora y has amenazado a uno de sus hombres.

Una vez que su interlocutor se hubo marchado, el joven de los Zor-El, hambriento como hacía años que no estaba, barrió con su vista en busca de alguna migaja del atún que rezumaba el aliento de aquel tipo. Pero lo que Ummak desconocía es que existían establecimientos en los que los demonios de ojos saltones empleaban para alimentarse. Por extraño que pudiera parecer para el salvaje, nadie en aquella oscura ciudad iba comiéndose un lomo de atún por mitad de la calle. Resignado, le propinó un fuerte puntapié a un cubo de basura cercano, derramando su contenido en mitad del callejón.

Al levantar la vista del suelo, se topó de frente con el que sin duda debía de tratarse de otro vagabundo de Dark Dome que desencajaba, al menos en apariencia, tanto como él en la ciudad. Sin embargo, este no se amedrento lo más mismo con la apariencia del shandian, sino que trato de advertirle de las consecuencias de sus acciones.

Ummak bufó y la comisura de sus labios se extendieron formando una leve sonrisa al notar que había aceptado con gusto el desafío.

-Ummak no formar parte de esta… ¿Chomak? – durante unos instantes su juicio pareció nublarse por completo mientras todas sus neuronas disponibles trataban de darle un significado a aquella palabra shandianii, pero al cabo de unos segundos realizó un ademan de fatiga con su mano siniestra – Ningún eshina haber hecho jamás temer a un sajak – se burló, comparando la casta de los siervos con la de los guerreros – Haber cosas que siempre mantenerse durante generaciones, ser orden natural.

Apoyándose en la lanza incandescente y caminando encorvado como si verdadera se tratase de un anciano, recortó la distancia que lo separaba del otro mendigo.

- Ese Eshina deber aprender cual ser su lugar y tu saber parecer demasiado sobre él – divagó, casi como si pareciese que, pese a enfrentarse frente a él, estuviese ignorando su existencia – Ummak no rebajarse a pisar la casa de un Eshina, Antiguos Guerreros no ver con buenos ojos… Pero Eshina si poder salir de hogar en busca de Ummak ¿demonio? – inquirió mirando fijamente al desconocido, sin apenas pestañear – Iaqui-pescadora no deber tener tierras, no ser natural… ¿Tu saber cuáles ser mejores tierras de Iaqui-pescadora? - le preguntó con un toque de malicia en la voz que difícilmente pasaría desapercibido.

traductor de Común-Shandianii: