Un niño pera, un agente de paisano y proyecto de criminal. El asesinato de isla vacaciones. [Priv. Galhard, Giotto & Lance]

Corría el año 1600... No, no es la manera de empezar. ¿Y qué tal un ''Estábamos yo, un cadáver y una pena de cárcel cuando...''? Tampoco, llama la atención pero no es como debería darle un principio a esta historia. Para qué romperme la cabeza cuando puedo hablar como siempre, supongo. 

Los fondos en la cuenta corriente empezaban a escasear de forma peligrosa. Aunque estaba más que acostumbrado a vivir con casi ningún cero durante semanas, esta vez no me tranquilizaba mirar el interior de mi cartera y verla vacía, exceptuando aquella estampita de la Virgen que me habían regalado hace un tiempo. Al menos olía bien. Y los trabajos se habían acapado, al menos por ahora ya que, tras la última ronda de robos y asesinatos, habían intensificado muchísimo más el nivel de alerta y el número de rondas que hacía la marine por la isla. Era el momento de abandonar aquella ciudad y buscar otra. Entre docenas y docenas tampoco tendría mucho problema para elegir y, quién sabe, a lo mejor me tocaba el premio gordo si tenía suerte o pensaba bien lo que hacía. Momoiro estaba pasando por una época de crecimiento económico, o eso me había parecido oír, así que no parecía tan de locos hacer una visita por allí. Cuando sobra el dinero, faltan personas a quién pagar para cumplir tus deseos, y allí debería estar yo.

Ya había arreglado los detalles del trato con un navegante bastante curtido en esta ruta, de sexualidad bastante dudosa, pero que sin duda era el más profesional en lo que se trata de ir hacia Momoiro. Entonces, de camino al puerto, se me acercó un chaval con una ropa bastante informal, que me ofrecía un trozo de papel de cierta calidad. Buen gramaje. Solo había unas tres palabras en el centro ''Isla de Vacaciones'', un mapa por detrás y una serie de imágenes que mostraban toboganes, piscinas, spas, masajes... Creo que ya se entiende, porque entre todas formaban un collage muy extenso. Y ahí se me iluminaron de verdad los ojos. ¿Qué mejor lugar para robar que una isla donde pasan las tardes los ricos, tranquilos y confiados? Dudo que nadie fuera capaz de preocuparse de lo que fuera que hubiese en su maleta cuando te están descontracturando el cuello o el agua caliente de baña todo el cuerpo, y esa era mi mejor oportunidad.

Abandonando al primer navegante, me monté en mi querido y conocido Umi Ressha. Quizás conocido era decir demasiado, ya que los modelos, pasajeros y conductores iban cambiando, pero la esencia siempre permanecía. Vestido tal y como solía, de traje oscuro, corbata del mismo color y camisa morada a rayas, salí del tren marítimo dispuesto a comerme el mundo y las carteras de todo el que se pusiese delante, animado por el ambiente que había allí. La isla era muy pequeña, pero su territorio abarcaba lo suficiente para que una serie de edificios se plantaran alrededor de una palmera gigante, la cual servía de soporte para lo que parecía ser el hotel de la isla, también llamado ''Mi destino''. Además, mis intenciones se reforzaban cuando, nada más adentrarme en la isla, un arco que nacía de ambos lados del camino y se cerraba sobre este se presentaba con una pancarta blanca en mitad del mismo. 


Dejaba claro donde estaba, y eso me hacía esbozar una sonrisa y pensar en el olor del dinero. Con el paso más alegre que mi cuerpo me dejaba llevar, me acerqué a la entrada o lo que parecía serlo, con un trío de guardias observando a todo aquel que la cruzaba. Entonces una mano se chocó contra mi pecho, haciendo que me parase en seco, y vi cómo uno de los señores, ya en sus cuarenta años, se agachaba un poco para mirarme de frente. Abrió su boca y de esta salió un hilo de voz tierno, como el de aquel que está hablando con su nieto, con cuidado para no herirlo:

—¿Dónde están tus padres, chico? — Me miró de arriba abajo, fijándose en el traje que llevaba. — ¿Sabes si van a venir o vamos a buscarlos?

«Tómese unas vacaciones, señor Leblanc. Le va a venir bien para despejar su mente, señor LeBlanc»

Fueron las palabras que le había repetido continuamente el psicólogo del gobierno una y otra vez, por los sentimientos de dudas que estaba teniendo tras lo ocurrido en su última misión. Y así lo hizo, a gastos pagados por el mismísimo gobierno mundial, se tomó cinco días de asueto, y apenas le quedaban dos días para poder volver al trabajo.

Se encontraba tomando una copa de vino en la barra que había en el centro de una piscina con forma pentagonal, con un bañador que le cubría hasta un poco por encima de las rodillas, de color negro con líneas blancas y azules. El rubio contemplaba todo desde allí: los bustos de jóvenes y preciosas mujeres, niños jugando y chapoteando, algunos gañanes de piscina que buscaban algo más que una banal conversación con las primeras… ¡Todo era fantástico! Aunque Giotto estaba aburrido.

Él no estaba para tomar descansos, y muchos menos solos en un lugar como ese. En menos de una semana había parado un total de cinco discusiones, y había tenido que huir de más de un okama acosador que buscaba hacerle probar para que entendiera del tema. ¿Qué tema tenía que entender? Fuera lo que fuere, no tenía interés alguno, así que lo evitaba con fuerzas.

Eran poco más de las seis de la tarde, y en dos horas, en el salón central, iba a actuar la gran T. Campana, un cantante que se había hecho famoso con canciones cutres y colaboraciones aún más míseras, pero que tenía ligero ritmillo. Así que salió de la piscina, ayudándose con el flotador que tenía en la cintura, y salió de allí. La piscina no era honda, para nada, como mucho el agua le llegaba hasta el cuello, pero se sentía muy mal cuando entraba en contacto con ella; un pequeño precio por tener el poder de un demonio, se decía a sí mismo.

Y se fue para su suite, situada en la última planta.

Como era común en el despilfarro de Leena. la madre de Galhard, era notorio y decidió que había tenido una dura jornada como marquesa, pese a la plena disconformidad de Laghard, su esposo, arrastró a la familia a un hotel que una amiga de la corte le había recomendado en isla vacaciones... Marine D'Or, Galhard, pese a compartir en parte la opinión de su padre, no podía ahogar la curiosidad que le despertaba el nombre del lugar. Quizás ahí podría vivir alguna aventura como las que Margaret, su niñera le había contado durante su infancia, además cada vez el deseo de formar parte de la marina crecía en el joven. Junto con sus padres y hermano llegaron al Hall del hotel, el cual estaba finamente adornado con muebles de mármol blanco y muebles con un estilo similar a los colores y la estética de la armada. Mientras sus padres hacían el papeleo, Galhard decidió dar una vuelta, dirigiéndose hacia la entrada. Allí pudo ver como un joven era interrumpido por tres guardias que frenaban su paso. El chico aunque de aspecto ladino parecía estar en problemas pues aunque las palabras de los guardias sonaban amables escondían hostilidad y Galhard decidió intervenir.

—Buenos días agentes ¿Ocurre algún problema con él? Espero que no haya causado ningún problema mi escolta, es aun novato y le perdimos de vista al llegar. ¿Podrían ser tan amables de permitirle el paso? No me gustaría que mi padre le vaya a despedir en lugar de solo darle un rapapolvo.—

Las palabras de Galhard trataban de ser convincentes, más aún cuando el chico llevaba colgado en su cuello una acreditación conforme era alguien que se hospedaba en el lugar.

—¡Vamos! Que mi padre se va a enfadar si no te presentas, espero que pueda entender que te han interrumpido en tu ronda de vigilancia.— Dijo el joven mientras le guiñaba el ojo al chico que los guardias importunaban.

Me fijé en las ropas que llevaba el sujeto que estaba frenando mi marcha: trajeado. Llevaba una vestimenta elegante, por lo que parecía que, a la hora de elegir la ropa que iba a llevar la seguridad del lugar, primaron las apariencias y el atractivo respecto a la utilidad. A menos que llevasen otro tipo de ropa debajo, ese traje fuese inesperadamente elástico, o una base marine se ubicase cerca, en caso de ataque estarían muy mal preparados para afrontar al enemigo. Quizás perdían cierta verosimilitud mis palabras cuando yo era el primero que iba a todos lados, incluido mi trabajo como ladrón y sicario, con un precioso traje oscuro, pero en mi caso era más por una manía y gusto que otra cosa. Además, a mí no me estaban pagando por ‘’proteger’’ una zona llena de ricos, aunque claro, a aquellos ricos tampoco les debía agradar ver a gente con traje militar delante suya, dando la sensación de estar presenciando una guerra constante.
 
Pero me estaba yendo por las ramas. La única razón por la que había estado examinando este aspecto de la gente que me había parado era para determinar si el tratar de escapar de ellos y huir era una buena opción, rentable, frente a convencerlos mediando palabra. Lo segundo iba a ser bastante complicado a estas alturas, pues estaba casi seguro de que a sus ojos me consideraban, solo juzgando mi aspecto, como un niño pequeño, alguien desvalido y para nada independiente. Y que creyeran mis palabras en ese estado era  una situación bastante poco creíble, además de que debía de sumarle a esa opción el hecho de que mi cartera estaba vacía y el pagar una entrada no era una variable que contemplase por ahora. Aunque zafarme de sus manos y salir corriendo hacia el interior del resort parecía bastante sencillo al comparar la diferencia de alturas y mis capacidades sobrenaturales, realmente tampoco me valía la pena desatar un escuadrón de guardias que me buscasen por todo el interior, ya que solo serviría para poner a los visitantes a la defensiva. Y si pasaba eso, era dinero que estaba perdiendo.
 
Mientras daba vueltas a mi mente, ignorando por completo la voz del señor que me estaba repitiendo una y otra vez la frase ‘’¿Se te ha comido la lengua el gato?’’ y cuya única misión actual parecía ser sacarme de mis casillas lo antes posible, otra voz apareció de fondo. Una bastante más amigable, que no me trataba con menos respeto que al resto, y ya por ello ganaba puntos y se ponía por encima de los guardias que me habían parado. Con un suspiro, levanté las manos en señal de cansancio y cierta rabia tras todo lo ocurrido.
 
—¡Por fin alguien que me trata como se debe! — Miré fijamente al chaval que había aparecido: gorro pirata y pecho al descubierto. Quizás no había venido al mejor lugar para robar, porque si la primera persona que veía aparecer tenía esas pintas… De todas formas, seguí escuchando lo que tenía que decir, dándome cuenta de que me estaba tratando como un compañero de trabajo suyo, y los ojos se me iluminaron. ¿Se estaba equivocando o simplemente tenía ganas de ayudarme? Porque ambas opciones me parecían igual de extrañas, dada mi desconfianza en el resto de gente. — ¿Me puedes ayudar a salir de aquí? Se quiere ver que no les ha gustado mi apariencia a estos hombres, o algo así, porque llevo un buen rato para que me dejen pasar. — Escuché la última frase que tenía que decir el chico, y traté de llevarle la razón para ganar credibilidad en todo este asunto. — ¡Ya me jodería perder el trabajo tan pronto!
 
De pronto, las manos que me sujetaban estaban comenzando a perder fuerza, quizás porque estaban demasiado centrados en la charla o porque habían perdido seguridad en sus opiniones y sentían que estaban equivocados. De todas formas, mi momento había llegado y, haciendo un movimiento que oscilaba entre lo repentino para escapar de su agarre y la suavidad para no tirar de él en el proceso, me alejé dando un par de pasos hacia atrás y sonriendo hacia él, dando a entender que no estaba enfadado, y sí aliviado porque todo se había resuelto.
 
—¡Vamos que a este ritmo sí que voy a terminar en la calle! — Comencé una carrera de velocidad bastante mediocre, la justa y necesaria para llamarse así y no footing o cualquier tontería parecida, y poder alejarme de allí sin dar la sensación de huir de la autoridad. Si aquel chaval me seguía a mi mismo ritmo, no dudaría en agradecerle su acción por esta vez. — Gracias, eh. Poco más y me tienen allí todo el día con la coña de que creían que era un niño pequeño. A todo esto, ¿eres…? — No trataba de ser rudo, y el tono era acorde a mi intención, ya que llevaba una musicalidad y un no sé qué amigable.