Helado-chan
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—¿Estás seguro de esto, momantai?
—Por favor, Shiro, ¿por quién me tomas? Ni que fuera un novato —alzó la mano y un hombre de mala muerte se paró justo a su lado—. Un chocolate, bien caliente. Oh, y con cuatro o cinco de azúcar.
Shiro, la pequeña rata verde de orejas largas que estaba siempre en la cabeza de Neo, se golpeó la cara con la palma de su patita tan fuerte que posiblemente lo hubiese escuchado la mitad de la isla. Suspiró y vio como el hombre se iba a buscar el pedido del pelinegro mientras él y varios hombres más que lo habían escuchado se le quedaban mirando con una cara más bien extraña.
—Se supone que no deberíamos... Ya sabes... ¿Atraer la atención?
Neo sonrió en su asiento mientras miraba hacia delante. El lugar no era muy grande, lo esperado de una subasta del bajo mundo donde solo selectos y adinerados personajes de la sociedad mafiosa eran capaces de entrar. Entonces, ¿cómo es que Neo y su peludo amigo estaban allí? Esa pregunta es tan buena como cualquier otra. Digamos, aunque no cubra la pregunta con la precisión necesario, que nuestro pequeño Aran ha trabajado como cazador el tiempo suficiente como para saber buscar información y lugares de mala muerte como aquel. Y una nariz rota siempre ayuda a que la gente hable.
—Claro. Es decir, por favor, ni que hubiera pedido un puto café, ¿sabes? Yo soy todo un profesional.
Shiro suspiró y se dejó caer en la capucha de Neo, rezando para que la gente lo ignorara y pudieran irse de allí sin tener que romper ningún brazo. Se suponía que aquello estaba apunto de empezar y nuestro pelinegro no podía disimular la emoción: estaba a punto de conseguir aquello por lo que tanto había luchado... Estaba a punto de conseguir un microondas.
—Por favor, Shiro, ¿por quién me tomas? Ni que fuera un novato —alzó la mano y un hombre de mala muerte se paró justo a su lado—. Un chocolate, bien caliente. Oh, y con cuatro o cinco de azúcar.
Shiro, la pequeña rata verde de orejas largas que estaba siempre en la cabeza de Neo, se golpeó la cara con la palma de su patita tan fuerte que posiblemente lo hubiese escuchado la mitad de la isla. Suspiró y vio como el hombre se iba a buscar el pedido del pelinegro mientras él y varios hombres más que lo habían escuchado se le quedaban mirando con una cara más bien extraña.
—Se supone que no deberíamos... Ya sabes... ¿Atraer la atención?
Neo sonrió en su asiento mientras miraba hacia delante. El lugar no era muy grande, lo esperado de una subasta del bajo mundo donde solo selectos y adinerados personajes de la sociedad mafiosa eran capaces de entrar. Entonces, ¿cómo es que Neo y su peludo amigo estaban allí? Esa pregunta es tan buena como cualquier otra. Digamos, aunque no cubra la pregunta con la precisión necesario, que nuestro pequeño Aran ha trabajado como cazador el tiempo suficiente como para saber buscar información y lugares de mala muerte como aquel. Y una nariz rota siempre ayuda a que la gente hable.
—Claro. Es decir, por favor, ni que hubiera pedido un puto café, ¿sabes? Yo soy todo un profesional.
Shiro suspiró y se dejó caer en la capucha de Neo, rezando para que la gente lo ignorara y pudieran irse de allí sin tener que romper ningún brazo. Se suponía que aquello estaba apunto de empezar y nuestro pelinegro no podía disimular la emoción: estaba a punto de conseguir aquello por lo que tanto había luchado... Estaba a punto de conseguir un microondas.
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