Página 2 de 2. • 1, 2
Hamlet
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
¿Me arrepentía de haberme separado del grupo? Quizás un poco. ¿Habría resultado eso en un camino más sereno? No, desde luego. Ellos también habrían sido impactados por el alud y quizás habrían sufrido un destino peor, si cabe. No obstante, por más que paseaba mi mirada por el sistema montañoso, era incapaz de encontrar sus recias y erguidas figuras. Menos la de Kayn, por supuesto. Si se irguiera sería visible desde otro Blue. Maldito grandullón amable. Me preguntaba cómo, sin mediar palabra, había conseguido calarme tan hondo. Era un buenazo.
Proseguí la marcha con la mayor celeridad posible -que no era excesiva, tanto por el impacto de la nieve como por la propia escarcha que entorpecía mi paso. Quedó claro que estaba huyendo de mí cuando hizo ademán de girarse y comprobar mi posición, para finalmente acelerar su pasos. No podía permitirme que se adelantara demasiado, de modo que, entre temblores -pues la nieve se había adentrado en todos y cada uno de los resquicios de mi abrigo-, ignoré el dolor que provenía de mis rodillas y di pasos rápidos hacia aquel tipo.
La distancia entre ambos no varió demasiado. Cuando el perseguido daba un acelerón para intentar que me perdiera, acababa por tropezarse, y cuando era yo quien recortaba espacio acababa por encajar mi pie en una de sus monstruosas huellas. En una de esas ocasiones, me fijé en el ángulo en el que se encontraba uno de sus pies. Resultaba antinatural a la vista. No había forma de que alguien caminase con las extremidades tan torcidas.
Cuando volví a fijarme en el fugitivo, me di cuenta de que había desaparecido, aunque la explicación fue más sencilla de lo que había pensado en primera instancia: sus pasos le llevaron a la montaña, desembocando en una pequeña oquedad bien camuflada entre las rocas, que debía de llevar a una caverna. Respiré hondo y me adentré, irguiéndome lo más posible.
En el par de segundos que me llevó entrar en la cueva, eché un vistazo a todos sus rincones. Lo más curioso de la misma eran sus paredes, recubiertas por una capa de hielo que debía estar sosteniendo la estructura. El suelo estaba repleto de cajas cerradas, armas y otros útiles y herramientas, que yacían desperdigados sin orden aparente. Y allí, sentado justo en frente de la entrada y con la espalda apoyada en la pared helada, se hallaba el fugitivo.
Había que tener algún problema visual para no distinguir que era un semigigante. Uno de menor tamaño, sin duda, pero no dejaba de serlo. Su abrigo estaba raído y dejaba ver un torso musculoso y lleno de cicatrices. Su rostro apenas era visible tras una larga y descuidada melena morena y una barba que no estaba mejor arreglada, pero aun podían verse sus profundos ojos grises. Había desenvainado su arma, sosteniéndola con fuerza. Era un enorme montante de herrumbrosa hoja, aunque para él debía de ser poco menos que una espada corta. El tipo se fijó en mí y emitió un sonido, un leve gorjeo que me impidió distinguir si era una risa seca o un gruñido de frustración.
-Al final lo has conseguido -comenzó, jadeante-. Eres tenaz, Marine, de eso no me cabe duda. Tienes mi respeto.
Con esa última frase se levantó, apoyándose en el mandoble para mantenerse en pie. Observé entonces sus piernas y comprobé con horror que no me había equivocado: su pie derecho estaba torcido en un ángulo antinatural. La rasgada pernera del pantalón dejaba ver la piel descarnada de su pierna.
-Al suelo -ordené, con toda la firmeza que pude-. Responderás por qué has estado huyendo de un agente de la Marina. ¡Vamos!
Trataba de no mostrarme intimidado, y aunque ciertamente no me poseía el miedo, aquel era el primer semigigante que me plantaba cara. Muchos de los trucos que había aprendido no me servirían con él. Mis ojos apenas llegarían a su ombligo, con suerte.
Por un momento quise pensar que no estaría vinculado con los hechos extraños que sucedían en la isla, que no tendría que someter a aquel guerrero para obtener una confesión. Sin embargo, aquello quedaba fuera de toda cuestión cuando alzó la hoja y lanzó un tajo descendente contra mí, descargando su enorme peso y su fuerza. El impacto iba a ser atroz.
-Tú primero -susurró con voz grave mientras caía su hoja, revelando al mismo tiempo una sonrisa de dientes amarillentos.
Proseguí la marcha con la mayor celeridad posible -que no era excesiva, tanto por el impacto de la nieve como por la propia escarcha que entorpecía mi paso. Quedó claro que estaba huyendo de mí cuando hizo ademán de girarse y comprobar mi posición, para finalmente acelerar su pasos. No podía permitirme que se adelantara demasiado, de modo que, entre temblores -pues la nieve se había adentrado en todos y cada uno de los resquicios de mi abrigo-, ignoré el dolor que provenía de mis rodillas y di pasos rápidos hacia aquel tipo.
La distancia entre ambos no varió demasiado. Cuando el perseguido daba un acelerón para intentar que me perdiera, acababa por tropezarse, y cuando era yo quien recortaba espacio acababa por encajar mi pie en una de sus monstruosas huellas. En una de esas ocasiones, me fijé en el ángulo en el que se encontraba uno de sus pies. Resultaba antinatural a la vista. No había forma de que alguien caminase con las extremidades tan torcidas.
Cuando volví a fijarme en el fugitivo, me di cuenta de que había desaparecido, aunque la explicación fue más sencilla de lo que había pensado en primera instancia: sus pasos le llevaron a la montaña, desembocando en una pequeña oquedad bien camuflada entre las rocas, que debía de llevar a una caverna. Respiré hondo y me adentré, irguiéndome lo más posible.
En el par de segundos que me llevó entrar en la cueva, eché un vistazo a todos sus rincones. Lo más curioso de la misma eran sus paredes, recubiertas por una capa de hielo que debía estar sosteniendo la estructura. El suelo estaba repleto de cajas cerradas, armas y otros útiles y herramientas, que yacían desperdigados sin orden aparente. Y allí, sentado justo en frente de la entrada y con la espalda apoyada en la pared helada, se hallaba el fugitivo.
Había que tener algún problema visual para no distinguir que era un semigigante. Uno de menor tamaño, sin duda, pero no dejaba de serlo. Su abrigo estaba raído y dejaba ver un torso musculoso y lleno de cicatrices. Su rostro apenas era visible tras una larga y descuidada melena morena y una barba que no estaba mejor arreglada, pero aun podían verse sus profundos ojos grises. Había desenvainado su arma, sosteniéndola con fuerza. Era un enorme montante de herrumbrosa hoja, aunque para él debía de ser poco menos que una espada corta. El tipo se fijó en mí y emitió un sonido, un leve gorjeo que me impidió distinguir si era una risa seca o un gruñido de frustración.
-Al final lo has conseguido -comenzó, jadeante-. Eres tenaz, Marine, de eso no me cabe duda. Tienes mi respeto.
Con esa última frase se levantó, apoyándose en el mandoble para mantenerse en pie. Observé entonces sus piernas y comprobé con horror que no me había equivocado: su pie derecho estaba torcido en un ángulo antinatural. La rasgada pernera del pantalón dejaba ver la piel descarnada de su pierna.
-Al suelo -ordené, con toda la firmeza que pude-. Responderás por qué has estado huyendo de un agente de la Marina. ¡Vamos!
Trataba de no mostrarme intimidado, y aunque ciertamente no me poseía el miedo, aquel era el primer semigigante que me plantaba cara. Muchos de los trucos que había aprendido no me servirían con él. Mis ojos apenas llegarían a su ombligo, con suerte.
Por un momento quise pensar que no estaría vinculado con los hechos extraños que sucedían en la isla, que no tendría que someter a aquel guerrero para obtener una confesión. Sin embargo, aquello quedaba fuera de toda cuestión cuando alzó la hoja y lanzó un tajo descendente contra mí, descargando su enorme peso y su fuerza. El impacto iba a ser atroz.
-Tú primero -susurró con voz grave mientras caía su hoja, revelando al mismo tiempo una sonrisa de dientes amarillentos.
Hayden Ashworth
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Chasqueó la lengua. Empezar un plan en el que estuviese Eric era siempre la tarea más ardua de todo lo que conllevaba ser líder de aquella brigada. No debían llamar la atención de los criminales en el castillo hasta que hubiesen llegado arriba, por tanto el único que debería haber subido rápido era Iulio, que tenía la capacidad de estar allí en un segundo sin hacer ruido alguno y sin ser detectado. Pero no, el joven y salvaje Eric tenía que subir con el Geppou y llamar la atención de todo el mundo. El dragón empezó a subir también con el geppou, a veces saltando desde la pared para un mayor impulso. Y, tal como había predicho, empezaron a tirarles barriles.
¿Barriles? ¿En serio? ¿Les estaban tomando el pelo? Tras la petición de ayuda de la araña, el vicealmirante empezó a moverse por el aire con sus capacidades. Luchaba tanto en el aire que para él era ya casi como combatir en el suelo. Rebotaba de un lado a otro, fijando como objetivo los barriles que estaban a punto de caer sobre sus compañeros, partiéndolos en mil astillas de un golpe. Débil y frágil madera. De vez en cuando también se propulsaba con fuego, siempre y cuando este no fuese un peligro para el resto de marines. Seguían subiendo, a la par que iba destrozando los barriles, y el origen de estos empezaba a ser aparente.
Un enorme gorila de pelaje marrón estaba asomado al borde del precipicio, gritando como un mono salvaje, levantando barriles sobre su cabeza y lanzándolos cual bestia. El dragón apretó los dientes. Esperó al momento justo en el que no había barriles en escena y empezó a subir lo más rápido que pudo, golpeando el aire cada segundo, casi como un misil a reacción. Se paró justo enfrente del gorila, que ya tenía alzado otro barril más. El simio lo miró con los ojos abiertos, asustado, como el marine echaba un puño atrás. Lo descargó con fuerza hacia delante, impactando con el rostro del simio, que salió disparado hacia atrás mientras que el barril salía disparado hacia arriba.
Zuko se puso de pie al borde del precipicio y paró el barril en el aire con una mano cuando cayó sobre él. Lo dejó en el suelo con delicadeza y empezó a caminar hacia delante, ajustándose los puños de la chaqueta como pudo con aquellos guantes. El gorila se puso de pie. Fue entonces cuando Zuko se fijó en que iba vestido. Tenía una chaqueta verde y una boina en la cabeza. Cogió del suelo lo que parecía ser un puro, que se le había caído tras el golpe, y se lo metió en la boca. Aunque no lo encendió.
—Maldisión —dijo con peculiar acento—. En verdad lo sentí.
¿Zoan? ¿Animal parlante? ¿O simplemente un hombre que parecía mucho un gorila? No importaba. Pues enseguida se puso a gritar mientras que se golpeaba el pecho con ambos puños. Las puertas del castillo de colores se abrieron y empezaron a salir persona tras persona, todas con armas de algún tipo, que se colocaron detrás del gorila. El dragón se quedó quieto observando el espectáculo mientras comprobaba si el resto de la brigada habían subido ya.
—Mi nombre es Jo Che Guerrilla, marines. He sido encargado con la tarea de acabar con ustedes antes de que puedan llegar al castillo. ¡Y venseré!
¿Barriles? ¿En serio? ¿Les estaban tomando el pelo? Tras la petición de ayuda de la araña, el vicealmirante empezó a moverse por el aire con sus capacidades. Luchaba tanto en el aire que para él era ya casi como combatir en el suelo. Rebotaba de un lado a otro, fijando como objetivo los barriles que estaban a punto de caer sobre sus compañeros, partiéndolos en mil astillas de un golpe. Débil y frágil madera. De vez en cuando también se propulsaba con fuego, siempre y cuando este no fuese un peligro para el resto de marines. Seguían subiendo, a la par que iba destrozando los barriles, y el origen de estos empezaba a ser aparente.
Un enorme gorila de pelaje marrón estaba asomado al borde del precipicio, gritando como un mono salvaje, levantando barriles sobre su cabeza y lanzándolos cual bestia. El dragón apretó los dientes. Esperó al momento justo en el que no había barriles en escena y empezó a subir lo más rápido que pudo, golpeando el aire cada segundo, casi como un misil a reacción. Se paró justo enfrente del gorila, que ya tenía alzado otro barril más. El simio lo miró con los ojos abiertos, asustado, como el marine echaba un puño atrás. Lo descargó con fuerza hacia delante, impactando con el rostro del simio, que salió disparado hacia atrás mientras que el barril salía disparado hacia arriba.
Zuko se puso de pie al borde del precipicio y paró el barril en el aire con una mano cuando cayó sobre él. Lo dejó en el suelo con delicadeza y empezó a caminar hacia delante, ajustándose los puños de la chaqueta como pudo con aquellos guantes. El gorila se puso de pie. Fue entonces cuando Zuko se fijó en que iba vestido. Tenía una chaqueta verde y una boina en la cabeza. Cogió del suelo lo que parecía ser un puro, que se le había caído tras el golpe, y se lo metió en la boca. Aunque no lo encendió.
—Maldisión —dijo con peculiar acento—. En verdad lo sentí.
¿Zoan? ¿Animal parlante? ¿O simplemente un hombre que parecía mucho un gorila? No importaba. Pues enseguida se puso a gritar mientras que se golpeaba el pecho con ambos puños. Las puertas del castillo de colores se abrieron y empezaron a salir persona tras persona, todas con armas de algún tipo, que se colocaron detrás del gorila. El dragón se quedó quieto observando el espectáculo mientras comprobaba si el resto de la brigada habían subido ya.
—Mi nombre es Jo Che Guerrilla, marines. He sido encargado con la tarea de acabar con ustedes antes de que puedan llegar al castillo. ¡Y venseré!
No tenía demasiado claro por qué el vicealmirante me había pedido que informase de la situación una vez llegase arriba, pues no había encontrado respuesta alguna a mi breve descripción. Mentiría si dijese que no me molestó ese gesto. Una cosa era ser el superior, el oficial al mando, el que llevaba la voz cantante y todo eso; y otra muy distinta ser un maleducado sin remedio. Eso lo sabía hasta yo, que me había criado en una pequeña extensión de tierra y sólo había disfrutado de la compañía de cuatro personas hasta los dieciocho años.
Sin embargo, los asuntos que nos llevaban hasta allí eran más relevantes que mi pataleta, así que me propuse dejarla para otro momento y centrarme en lo que tenía entre manos. Comencé a avanzar hacia las figuras a paso lento, tan lento que casi podía notar como cada copo de nieve cedía bajo mi peso. Y conforme me aproximaba a mi destino, los ruidos provenientes del acantilado se habían más evidentes. Alguien —con toda seguridad alguno de mis compañeros, o más de uno— se estaba dedicando a destruir los barriles que les arrojaba una de las siluetas.
—¿Pero se puede saber qué co...? —musité cuando la incertidumbre dio paso a un gorila vestido como el habitante de un pueblo escondido en las montañas. El sonido de los barriles al ser destruidos se encontraba demasiado cerca cuando el de la boina hizo un gesto a los dos... ¿castores? que había tras él. Estos dejaron sobre la nieve los barriles que habían estado transportando y emprendieron el camino de vuelta hacia el castillo.
Sin duda planeaban dar la voz de alarma, pero eso era algo que me negaba a permitir. Me lancé hacia uno de ellos, conectando un rodillazo en un lateral de su cabeza antes de que tuviese tiempo de reaccionar.
—¡Code, ve a infodmad! —ordenó a su compañero. Quise detenerle, pero una rápida dentellada me cerró el paso. Al contemplar sus dientes me quedó claro por qué el animal hablaba de ese modo. Era curioso cómo sus incisivos podían pasar de ser motivo de risa a ser motivo de preocupación en apenas un instante.
Chasqueé la lengua, escuchando como los portones del castillo se abrían para permitir el paso a sus habitantes. Maldije por lo bajo, dando un par de pasos hacia atrás antes de desplazarme a toda velocidad junto a mis compañeros. Kenzo acababa de culminar su ascenso cuando aparecí a su lado.
—Veo que te ha tocado hacer de mula —bromeé.
Sin embargo, los asuntos que nos llevaban hasta allí eran más relevantes que mi pataleta, así que me propuse dejarla para otro momento y centrarme en lo que tenía entre manos. Comencé a avanzar hacia las figuras a paso lento, tan lento que casi podía notar como cada copo de nieve cedía bajo mi peso. Y conforme me aproximaba a mi destino, los ruidos provenientes del acantilado se habían más evidentes. Alguien —con toda seguridad alguno de mis compañeros, o más de uno— se estaba dedicando a destruir los barriles que les arrojaba una de las siluetas.
—¿Pero se puede saber qué co...? —musité cuando la incertidumbre dio paso a un gorila vestido como el habitante de un pueblo escondido en las montañas. El sonido de los barriles al ser destruidos se encontraba demasiado cerca cuando el de la boina hizo un gesto a los dos... ¿castores? que había tras él. Estos dejaron sobre la nieve los barriles que habían estado transportando y emprendieron el camino de vuelta hacia el castillo.
Sin duda planeaban dar la voz de alarma, pero eso era algo que me negaba a permitir. Me lancé hacia uno de ellos, conectando un rodillazo en un lateral de su cabeza antes de que tuviese tiempo de reaccionar.
—¡Code, ve a infodmad! —ordenó a su compañero. Quise detenerle, pero una rápida dentellada me cerró el paso. Al contemplar sus dientes me quedó claro por qué el animal hablaba de ese modo. Era curioso cómo sus incisivos podían pasar de ser motivo de risa a ser motivo de preocupación en apenas un instante.
Chasqueé la lengua, escuchando como los portones del castillo se abrían para permitir el paso a sus habitantes. Maldije por lo bajo, dando un par de pasos hacia atrás antes de desplazarme a toda velocidad junto a mis compañeros. Kenzo acababa de culminar su ascenso cuando aparecí a su lado.
—Veo que te ha tocado hacer de mula —bromeé.
Azumane Aoi
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Tras una sucesión de barriles que parecían ser tirados por enormes brazos peludos desde el castillo, y que eran convenientemente destrozados a patadas por parte del jefe de aquella pintoresca brigada, Aoi consiguió llegar a la cima, todavía sobre la chepa de su compañero araña.
Para ser totalmente sinceros, la muchacha no aportó absolutamente nada útil a aquel ascenso, ya que no hizo más que mantenerse bien sujeta para no caer y parlotear con el mudo y su pajarillo, lo cual solo daba a conocer su posición al enemigo.
Debido a esto, no sería de extrañar que sus compañeros la mirasen con ojos juiciosos cuando, al llegar a la cima de la montaña y bajar de la araña de un salto, la muchacha se limpiase la nieve de los pantalones con desparpajo y dijese:
—¡Buen trabajo en equipo!
La novata se colocó bien su capa de invierno sin prestar atención a su alrededor, antes de levantar la vista y darse cuenta de que los portalones del castillo se estaban abriendo de par y par, y ante ellos se encontraban tres animales grandotes con ropa.
Aoi intentó reprimir una mueca de sorpresa para mantener el tipo ante sus compañeros, pero sus ojos actuaron por su cuenta, abriéndose de par en par y otorgándole un gesto un tanto cómico.
¿Era aquella la isla de los animales parlantes? ¿El país de las maravillas animales? ¿O quizá había algo en el agua que te otorgaba la habilidad de transformarte en animal? No lo sabía. Quizá nunca podría saberlo con seguridad.
Lo único que tenía claro en aquellos momentos es que se encontraban en peligro inminente.
Aoi junto las palmas de las manos frente a su pecho, cerró los ojos y ejecutó una pequeña inclinación, antes de respirar profundamente y colocarse en posición defensiva.
Eso sí, detrás de Iulio y Zuko.
—¿Creéis que podremos resolver esto... pacíficamente mientras tomamos un té? -inquirió, medio en broma y medio en serio.
"No me gusta la violencia... Se me va a estropear el karma...", se lamentó para sus adentros.
Para ser totalmente sinceros, la muchacha no aportó absolutamente nada útil a aquel ascenso, ya que no hizo más que mantenerse bien sujeta para no caer y parlotear con el mudo y su pajarillo, lo cual solo daba a conocer su posición al enemigo.
Debido a esto, no sería de extrañar que sus compañeros la mirasen con ojos juiciosos cuando, al llegar a la cima de la montaña y bajar de la araña de un salto, la muchacha se limpiase la nieve de los pantalones con desparpajo y dijese:
—¡Buen trabajo en equipo!
La novata se colocó bien su capa de invierno sin prestar atención a su alrededor, antes de levantar la vista y darse cuenta de que los portalones del castillo se estaban abriendo de par y par, y ante ellos se encontraban tres animales grandotes con ropa.
Aoi intentó reprimir una mueca de sorpresa para mantener el tipo ante sus compañeros, pero sus ojos actuaron por su cuenta, abriéndose de par en par y otorgándole un gesto un tanto cómico.
¿Era aquella la isla de los animales parlantes? ¿El país de las maravillas animales? ¿O quizá había algo en el agua que te otorgaba la habilidad de transformarte en animal? No lo sabía. Quizá nunca podría saberlo con seguridad.
Lo único que tenía claro en aquellos momentos es que se encontraban en peligro inminente.
Aoi junto las palmas de las manos frente a su pecho, cerró los ojos y ejecutó una pequeña inclinación, antes de respirar profundamente y colocarse en posición defensiva.
Eso sí, detrás de Iulio y Zuko.
—¿Creéis que podremos resolver esto... pacíficamente mientras tomamos un té? -inquirió, medio en broma y medio en serio.
"No me gusta la violencia... Se me va a estropear el karma...", se lamentó para sus adentros.
Eric Zor-El
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Una gélida brisa mecía los largos cabellos del shandiano mientras olfateaba aquel lugar. A sus orificios nasales llegó el inconfundible aroma a alcohol del malo y carne pesimamente cocinada, ¿cómo sabía eso? Porque olía a quemado, simplemente. Pero entonces, de la nada, como si de espectros se tratasen, aparecieron un grupo de individuos de aspecto animal. Iban vestidos como los hombres del mar azul, hablaban como solían hacerlos los habitantes de esas islas, y actuaban como ellos.
—Será mejor que tu quitar de aquí —dijo Eric en voz alta, mirando al hombre-vaca que se había puesto frente a él.
Era un sujeto vestido con pantalones apretados, casi rotos, completamente envuelto en bello de color castaño con regiones en blanco impoluto. Su cara era extraña, como la de un bobino con rasgos humanizados y grandes cuernos.
—Muuu..chacho, no creo que estés en condiciones de dar óoordenes —le replicó él.
Eric frunció el ceño y gruñó. ¿Qué debía hacer? Le habían dicho que no usara sus poderes, así que lanzar una onda de choque o emplear su fruta estaba prohibido, al menos si no quería escuchar a Zuko darle una reprimenda aburrida sobre el valor de los bienes inmuebles, o lo que fuera eso.
—No repetir ninguna vez más… ¡Tú apartar de mi sendero! —Pero el hombre-vaca no le hizo caso, se impulsó con sus piernas e embistió a Eric con su cornamenta. Ante aquello, el salvaje salió despedido varios metros hacia atrás, con una fea herida en el costado—. Esta noche yo cenar chuletón.
Clavó una fría mirada sobre su oponente y se abalanzó sobre él, propinándole un fuerte golpe en la cara que no lo movió ni un centímetro.
—Muuu…cho ruido y poo…cas nueces —le dijo a modo de burla, haciendo retroceder a Eric de un empujón.
El salvaje miró a Zuko mientras cerraba su puño con fuerza.
—Será mejor que tu quitar de aquí —dijo Eric en voz alta, mirando al hombre-vaca que se había puesto frente a él.
Era un sujeto vestido con pantalones apretados, casi rotos, completamente envuelto en bello de color castaño con regiones en blanco impoluto. Su cara era extraña, como la de un bobino con rasgos humanizados y grandes cuernos.
—Muuu..chacho, no creo que estés en condiciones de dar óoordenes —le replicó él.
Eric frunció el ceño y gruñó. ¿Qué debía hacer? Le habían dicho que no usara sus poderes, así que lanzar una onda de choque o emplear su fruta estaba prohibido, al menos si no quería escuchar a Zuko darle una reprimenda aburrida sobre el valor de los bienes inmuebles, o lo que fuera eso.
—No repetir ninguna vez más… ¡Tú apartar de mi sendero! —Pero el hombre-vaca no le hizo caso, se impulsó con sus piernas e embistió a Eric con su cornamenta. Ante aquello, el salvaje salió despedido varios metros hacia atrás, con una fea herida en el costado—. Esta noche yo cenar chuletón.
Clavó una fría mirada sobre su oponente y se abalanzó sobre él, propinándole un fuerte golpe en la cara que no lo movió ni un centímetro.
—Muuu…cho ruido y poo…cas nueces —le dijo a modo de burla, haciendo retroceder a Eric de un empujón.
El salvaje miró a Zuko mientras cerraba su puño con fuerza.
Hamlet
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
"¡Mierda!" tuve tiempo de pensar, aunque no pude expresarlo con palabras.
El ataque me había pillado por sorpresa, de modo que no pude coordinar mente y piernas y esquivar la ofensiva. En su lugar, recordé a mis compañeros, en especial al Vicealmirante Kasai. Ya me lo habían explicado y había captado las nociones básicas, pero seguía tratándose de un poder demasiado difícil de describir.
"Concéntrate en tus brazos" decía el Vicealmirante. "Traslada tu mente al lugar al que quieras dirigir tu energía, y te será más fácil contener tu espíritu en esa zona. Tensa los músculos y respira hondo. Mantente firme en tu deseo de defenderte. Si deseas que tu cuerpo sea inquebrantable, Wyrm, tu voluntad ha de serlo".
Dirigí mi mirada a Cornelius, que hasta entonces había estado observando el entrenamiento cómodamente apoyado en el mástil de la vela mayor. Este asintió, convencido por la explicación que había dado el oficial.
"Está bien..." musité con más bien poca confianza.
Estiré mi brazo derecho y dirigí mi concentración hasta el antebrazo, notando como mi espíritu colmaba la extremidad. Emití una leve exclamación de sorpresa ante la situación, reparando en que, de algún modo, me estaba protegiendo con Haki.
"¡Creo que funciona, señor!" exclamé, impresionado.
"Bien..." masculló mientras tomaba el sable de uno de los grumetes de la embarcación. "A ver si realmente funciona".
La hoja del montante chocó con fuerza contra mi antebrazo, que había alzado cubierto de Haki para protegerme. Sentí una punzada de dolor que resultó ser más leve de lo que esperaba. Cuando me fijé en el semigigante, reparé en que había retrocedido por la inercia del golpe.
Me sentí verdaderamente anonadado. Creía que el Vicealmirante había sido blando conmigo, mas los hechos me demostraban lo contrario: ¡había logrado protegerme usando mi propia energía! El semigigante simplemente gruñó con frustración, puede que por no haber logrado dañarme o simplemente porque no iba a tenerlo tan fácil. Decidí aprovechar la situación para resultar algo más intimidante.
-¡Ya lo has visto! -exclamé, siendo consciente de la expresión chulesca que se formaba en mi rostro-. Lo vas a tener crudo. Te sugiero que te rindas y me hables de todo lo que quiero saber: el castillo, tus cajas... ¡Venga!
Aquella actitud tomó por sorpresa al guerrero, que fijó sus grises ojos en mí. Su expresión pasó de la sorpresa a la seriedad y de nuevo a aquella horrenda sonrisa.
-Parece que el lobo ha dejado atrás su piel de cordero -respondió, con aire pensativo-. ¡Bien! No voy a responder ni a una sola de tus preguntas. En su lugar, veré hasta que punto te he estado subestimando... Y cambiaré mi actitud al respecto.
Con gesto despectivo, arrojó el mandoble contra una pared. A continuación, se crujió los nudillos y se colocó en la mejor posición que pudo con su pie roto, no sin emitir un casi inaudible gemido de dolor al hacerlo. No pude evitar perder mi apariencia confiada ante tal tenacidad.
-Soy Bristol, marine. Si no hay una recompensa sobre mi cabeza... Bueno, dejaré que seas tú quien razone por qué. Y ahora, valiente... Sácame las palabras como mejor se te dé. Quizás de eso dependan las vidas de tus compañeros.
Como una exhalación, se impulsó contra mí usando su pie bueno, avanzando varios metros de un salto. Finalizó su movimiento con un puñetazo. Impresionado como estaba, no solo por su velocidad pese a tener el pie dislocado sino también por su última afirmación, no pude apartarme y recibí el impacto directo, solo pudiendo protegerme con el antebrazo cubierto por Haki. La fuerza del impacto me hizo estrellarme con la pared helada, que se resquebrajó por el golpe con mi espalda. Mi brazo no había sufrido tanto, afortunadamente.
Clavé mis pupilas en el guerrero y exclamé con ira:
-¡Os arrepentiréis de haberos acercado a ellos!
El ataque me había pillado por sorpresa, de modo que no pude coordinar mente y piernas y esquivar la ofensiva. En su lugar, recordé a mis compañeros, en especial al Vicealmirante Kasai. Ya me lo habían explicado y había captado las nociones básicas, pero seguía tratándose de un poder demasiado difícil de describir.
***
"Concéntrate en tus brazos" decía el Vicealmirante. "Traslada tu mente al lugar al que quieras dirigir tu energía, y te será más fácil contener tu espíritu en esa zona. Tensa los músculos y respira hondo. Mantente firme en tu deseo de defenderte. Si deseas que tu cuerpo sea inquebrantable, Wyrm, tu voluntad ha de serlo".
Dirigí mi mirada a Cornelius, que hasta entonces había estado observando el entrenamiento cómodamente apoyado en el mástil de la vela mayor. Este asintió, convencido por la explicación que había dado el oficial.
"Está bien..." musité con más bien poca confianza.
Estiré mi brazo derecho y dirigí mi concentración hasta el antebrazo, notando como mi espíritu colmaba la extremidad. Emití una leve exclamación de sorpresa ante la situación, reparando en que, de algún modo, me estaba protegiendo con Haki.
"¡Creo que funciona, señor!" exclamé, impresionado.
"Bien..." masculló mientras tomaba el sable de uno de los grumetes de la embarcación. "A ver si realmente funciona".
***
La hoja del montante chocó con fuerza contra mi antebrazo, que había alzado cubierto de Haki para protegerme. Sentí una punzada de dolor que resultó ser más leve de lo que esperaba. Cuando me fijé en el semigigante, reparé en que había retrocedido por la inercia del golpe.
Me sentí verdaderamente anonadado. Creía que el Vicealmirante había sido blando conmigo, mas los hechos me demostraban lo contrario: ¡había logrado protegerme usando mi propia energía! El semigigante simplemente gruñó con frustración, puede que por no haber logrado dañarme o simplemente porque no iba a tenerlo tan fácil. Decidí aprovechar la situación para resultar algo más intimidante.
-¡Ya lo has visto! -exclamé, siendo consciente de la expresión chulesca que se formaba en mi rostro-. Lo vas a tener crudo. Te sugiero que te rindas y me hables de todo lo que quiero saber: el castillo, tus cajas... ¡Venga!
Aquella actitud tomó por sorpresa al guerrero, que fijó sus grises ojos en mí. Su expresión pasó de la sorpresa a la seriedad y de nuevo a aquella horrenda sonrisa.
-Parece que el lobo ha dejado atrás su piel de cordero -respondió, con aire pensativo-. ¡Bien! No voy a responder ni a una sola de tus preguntas. En su lugar, veré hasta que punto te he estado subestimando... Y cambiaré mi actitud al respecto.
Con gesto despectivo, arrojó el mandoble contra una pared. A continuación, se crujió los nudillos y se colocó en la mejor posición que pudo con su pie roto, no sin emitir un casi inaudible gemido de dolor al hacerlo. No pude evitar perder mi apariencia confiada ante tal tenacidad.
-Soy Bristol, marine. Si no hay una recompensa sobre mi cabeza... Bueno, dejaré que seas tú quien razone por qué. Y ahora, valiente... Sácame las palabras como mejor se te dé. Quizás de eso dependan las vidas de tus compañeros.
Como una exhalación, se impulsó contra mí usando su pie bueno, avanzando varios metros de un salto. Finalizó su movimiento con un puñetazo. Impresionado como estaba, no solo por su velocidad pese a tener el pie dislocado sino también por su última afirmación, no pude apartarme y recibí el impacto directo, solo pudiendo protegerme con el antebrazo cubierto por Haki. La fuerza del impacto me hizo estrellarme con la pared helada, que se resquebrajó por el golpe con mi espalda. Mi brazo no había sufrido tanto, afortunadamente.
Clavé mis pupilas en el guerrero y exclamé con ira:
-¡Os arrepentiréis de haberos acercado a ellos!
Hayden Ashworth
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
—¡Ah, Capitán! —gritó el gorila cuando la última figura salió del castillo de colores.
Un hombre cuya altura y envergadura entre hombro y hombro provocaba una enorme sombra sobre sus subordinados se acercó a los marines. Durante un instante miró a un lado como uno de los suyos, que parecía una vaca, ya se estaba peleando con Eric. El hombre tenía el pelo larguísimo, negro y rizado. De entre los mechones salían dos cuernos negros que apuntaban hacia arriba. Cada uno de sus pasos hacía temblar el suelo. Se paró justo delante de Zuko.
—Yo soy El Toro, marines. ¿Sabéis de donde vengo? Del Nuevo Mundo. Los piratas de allí nos comemos para desayunar a marineruchos como vosotros. Marchaos de aquí y perdonaré esta osadía.
Zuko se quitó las manoplas y las tiró al suelo, para después dar una señal a aquellos que estaban demasiado cerca de él para que se alejasen un poco.
—Eres la primera vaca que conozco que habla más que embiste.
Aquello pareció golpear un nervio en el pirata, que apretó los dientes y enseguida golpeó el suelo justo donde hasta hace unos milisegundos estaba Zuko, que ya se había apartado. El golpe levantó la nieve y agrietó un poco el suelo.
—Serás... —murmuró enfadado tras darse cuenta de que no había golpeado nada.
Zuko apareció en el aire, justo al lado de la cara del pirata, golpeándolo fuertemente con el puño. El pirata salió disparado hacia un lado y cayó al suelo.
—Mucho me temo que hay que pedir permiso a los gobernantes de la isla para hacer edificaciones —dijo señalando hacia el castillo con el pulgar—. Eso de ahí es ilegal. ¡Eric! —gritó llamando la atención de su subordinado—. Deja de jugar con la vaca y aplasta —ordenó señalando el castillo para que quedara claro lo que le estaba diciendo. Entonces volvió a mirar al toro mientras se crujía los nudillos y este se levantaba—. ¿Continuamos?
El toro gritó y entonces todos sus subordinados empezaron a correr hacia ellos.
Un hombre cuya altura y envergadura entre hombro y hombro provocaba una enorme sombra sobre sus subordinados se acercó a los marines. Durante un instante miró a un lado como uno de los suyos, que parecía una vaca, ya se estaba peleando con Eric. El hombre tenía el pelo larguísimo, negro y rizado. De entre los mechones salían dos cuernos negros que apuntaban hacia arriba. Cada uno de sus pasos hacía temblar el suelo. Se paró justo delante de Zuko.
—Yo soy El Toro, marines. ¿Sabéis de donde vengo? Del Nuevo Mundo. Los piratas de allí nos comemos para desayunar a marineruchos como vosotros. Marchaos de aquí y perdonaré esta osadía.
Zuko se quitó las manoplas y las tiró al suelo, para después dar una señal a aquellos que estaban demasiado cerca de él para que se alejasen un poco.
—Eres la primera vaca que conozco que habla más que embiste.
Aquello pareció golpear un nervio en el pirata, que apretó los dientes y enseguida golpeó el suelo justo donde hasta hace unos milisegundos estaba Zuko, que ya se había apartado. El golpe levantó la nieve y agrietó un poco el suelo.
—Serás... —murmuró enfadado tras darse cuenta de que no había golpeado nada.
Zuko apareció en el aire, justo al lado de la cara del pirata, golpeándolo fuertemente con el puño. El pirata salió disparado hacia un lado y cayó al suelo.
—Mucho me temo que hay que pedir permiso a los gobernantes de la isla para hacer edificaciones —dijo señalando hacia el castillo con el pulgar—. Eso de ahí es ilegal. ¡Eric! —gritó llamando la atención de su subordinado—. Deja de jugar con la vaca y aplasta —ordenó señalando el castillo para que quedara claro lo que le estaba diciendo. Entonces volvió a mirar al toro mientras se crujía los nudillos y este se levantaba—. ¿Continuamos?
El toro gritó y entonces todos sus subordinados empezaron a correr hacia ellos.
Azumane Aoi
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Aoi miraba a su alrededor con cara de poco agrado. Las peleas se sucedían a diestra y siniestra sin siquiera hacer intento de diálogo. Aquella no era la manera correcta de resolver las cosas, o al menos eso era lo que pensaba la recién alistada marine. En sus tiempos como cazadora de recompensas, si bien su trabajo consistía básicamente en atrapar criminales y cobrar dinero a cambio, ella siempre se esforzaba por dialogar con el delincuente antes de tener que recurrir a la violencia. Incluso cuando el asunto llegaba a las manos, se dedicaba a bloquear y anulas los movimientos de su oponente y ponerle las esposas, evitando herirlos y procurando minimizar los daños en la medida de lo posible.
Pero sus compañeros estaban luchando contra aquella gente, sin haberse detenido a investigar en profundidad el asunto, o a intentar dialogar con el supuesto enemigo. Ni siquiera sabían con exactitud qué estaba pasando, así que aquella panda de personas con aspecto animal -o animales con aspecto de persona- no podían ser considerados villanos ni delincuentes todavía. Y, sin embargo, allí estaba ella, metida de lleno en aquella situación, obligada a pelear con una persona que quizá no tenía la culpa de nada.
¿Era así como hacían las cosas en la Marina? ¿No era la Marina una especie de guardia al servicio de la ciudadanía, encargada de proteger a los civiles? ¿Por qué estaban atacando civiles sin fundamento sólido entonces?
No le gustaba ni un pelo.
Aunque también era cierto que los otros habían sido los primeros en atacar...
El supuesto jefe pegó cuatro gritos y se puso a intercambiar golpes con el Vicealmirante, y un montón de subordinados echaron a correr en su dirección. Uno de ellos no tardó en llegar a donde se encontraba Aoi, sable en mano y chillando como si tuviera un cangrejo en los pantalones. Este parecía un humano normal y corriente, o al menos la chica no le veía nada fuera de lo normal. Un poco escuálido y bastante joven, quizá un nuevo miembro de aquella pandilla extraña.
El joven asestó un corte diagonal en su dirección, y Aoi se apartó de su trayectoria.
—¿No habrá manera de solucionar esto como adultos? -inquirió, dirigiéndose en general a todos los presentes, y en particular a su superior-. ¿No podemos dejar las armas, hablar como personas delante de una buena cerveza y solucionar esto de manera civilizada? ¿De verdad tenemos que atacar como animales? -añadió, para luego mirar a los oponentes-. Oh. Perdón. No iba con mala intención -se disculpó, al darse cuenta de la posible ofensa.
El joven espadachín parecía ligeramente dubitativo, pero mantenía el sable en alto, y en su dirección.
—¡P-p-prepárate para morir! -exclamó, con poca confianza.
Aoi emitió un suspiro de resignación.
—¿De verdad tenemos que llegar a esto? ¿Debemos pegarnos simplemente porque nuestros superiores lo están haciendo? -le preguntó al chico, al tiempo que se desataba el lazo de la capa. El joven no le respondió, ni bajó el sable-. Está bien -aceptó la muchacha de mala gana, quitándose la capa ya que le restaba movilidad en los brazos, y lanzándola a un lado-. Combatamos.
El espadachín se lanzó hacia ella de nuevo e intentó darle una estocada en el abdomen. Aoi dio un giro de cuarenta y cinco grados, apartándose de la trayectoria del arma, y empujó la hoja con la palma de la mano lejos de sí, desestabilizando al oponente. El muchacho sujetó la espada con ambas manos entonces y volvió a atacar, esta vez tentando asestar un corte diagonal que le golpearía el cuello y, con mala suerte, la aorta. Aoi separó las piernas para controlar mejor su equilibrio, flexionó las rodillas para esquivar el corte del joven y apuntó a sus brazos, dando un gancho vertical que golpeó el antebrazo del espadachín y lo obligó a subirlos por la inercia del movimiento. El muchacho dio un paso atrás, intentando mantener el equilibrio, y Aoi aprovechó que estaba agachada para dar un barrido con su pierna izquierda y tirarlo al suelo.
Se incorporó y se hizo crujir los nudillos.
—Es más difícil pelear con frío, y no he tenido tiempo de calentar los músculos... ¿No podemos simplemente hablar? -insistió.
—E-eres una marine muy rara... ¡Pero tengo que matarte! -le gritó el muchacho, levantándose y empuñando el arma en sus manos temblorosas de nuevo.
"Esto es sencillamente triste.", pensó la marine, observándolo con ojos compasivos. "Este chico ni siquiera quiere estar aquí. Esta pelea es absurda."
Pero sus compañeros estaban luchando contra aquella gente, sin haberse detenido a investigar en profundidad el asunto, o a intentar dialogar con el supuesto enemigo. Ni siquiera sabían con exactitud qué estaba pasando, así que aquella panda de personas con aspecto animal -o animales con aspecto de persona- no podían ser considerados villanos ni delincuentes todavía. Y, sin embargo, allí estaba ella, metida de lleno en aquella situación, obligada a pelear con una persona que quizá no tenía la culpa de nada.
¿Era así como hacían las cosas en la Marina? ¿No era la Marina una especie de guardia al servicio de la ciudadanía, encargada de proteger a los civiles? ¿Por qué estaban atacando civiles sin fundamento sólido entonces?
No le gustaba ni un pelo.
Aunque también era cierto que los otros habían sido los primeros en atacar...
El supuesto jefe pegó cuatro gritos y se puso a intercambiar golpes con el Vicealmirante, y un montón de subordinados echaron a correr en su dirección. Uno de ellos no tardó en llegar a donde se encontraba Aoi, sable en mano y chillando como si tuviera un cangrejo en los pantalones. Este parecía un humano normal y corriente, o al menos la chica no le veía nada fuera de lo normal. Un poco escuálido y bastante joven, quizá un nuevo miembro de aquella pandilla extraña.
El joven asestó un corte diagonal en su dirección, y Aoi se apartó de su trayectoria.
—¿No habrá manera de solucionar esto como adultos? -inquirió, dirigiéndose en general a todos los presentes, y en particular a su superior-. ¿No podemos dejar las armas, hablar como personas delante de una buena cerveza y solucionar esto de manera civilizada? ¿De verdad tenemos que atacar como animales? -añadió, para luego mirar a los oponentes-. Oh. Perdón. No iba con mala intención -se disculpó, al darse cuenta de la posible ofensa.
El joven espadachín parecía ligeramente dubitativo, pero mantenía el sable en alto, y en su dirección.
—¡P-p-prepárate para morir! -exclamó, con poca confianza.
Aoi emitió un suspiro de resignación.
—¿De verdad tenemos que llegar a esto? ¿Debemos pegarnos simplemente porque nuestros superiores lo están haciendo? -le preguntó al chico, al tiempo que se desataba el lazo de la capa. El joven no le respondió, ni bajó el sable-. Está bien -aceptó la muchacha de mala gana, quitándose la capa ya que le restaba movilidad en los brazos, y lanzándola a un lado-. Combatamos.
El espadachín se lanzó hacia ella de nuevo e intentó darle una estocada en el abdomen. Aoi dio un giro de cuarenta y cinco grados, apartándose de la trayectoria del arma, y empujó la hoja con la palma de la mano lejos de sí, desestabilizando al oponente. El muchacho sujetó la espada con ambas manos entonces y volvió a atacar, esta vez tentando asestar un corte diagonal que le golpearía el cuello y, con mala suerte, la aorta. Aoi separó las piernas para controlar mejor su equilibrio, flexionó las rodillas para esquivar el corte del joven y apuntó a sus brazos, dando un gancho vertical que golpeó el antebrazo del espadachín y lo obligó a subirlos por la inercia del movimiento. El muchacho dio un paso atrás, intentando mantener el equilibrio, y Aoi aprovechó que estaba agachada para dar un barrido con su pierna izquierda y tirarlo al suelo.
Se incorporó y se hizo crujir los nudillos.
—Es más difícil pelear con frío, y no he tenido tiempo de calentar los músculos... ¿No podemos simplemente hablar? -insistió.
—E-eres una marine muy rara... ¡Pero tengo que matarte! -le gritó el muchacho, levantándose y empuñando el arma en sus manos temblorosas de nuevo.
"Esto es sencillamente triste.", pensó la marine, observándolo con ojos compasivos. "Este chico ni siquiera quiere estar aquí. Esta pelea es absurda."
Hamlet
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
En serio, tenía que aprender a no decir frases de ese tipo. Solían llevarme a una derrota absoluta.
Tenía suerte de no estar sangrando por todos y cada uno de mis orificios. Mi pecho, carente de armadura -puesto que había decidido no llevarla a esta misión-, me dolía horrores, casi como aquella vez en la que Neus había decidido darme su carta de presentación.
Tosí sangre mientras el semigigante me arrastraba por el suelo. Apenas podía ver que avanzábamos por un oscuro túnel, y que Bristol seguía renqueando, casi ileso y con su pie torcido, sin reparar en que me había despertado. Siendo él de tanta altura, necesitaba mantener la cabeza gacha para poder seguir avanzando, con lo que pude percibí su media sonrisa debajo de la descuidada barba.
Los minutos se convirtieron en horas, o, al menos, el dolor que atenazaba mi espalda por ser arrastrado por el pedregoso suelo de la caverna alargaba cada instante exponencialmente. ¿Y ahora qué? Tendría que volver a ser rescatado por mis superiores, como de costumbre. Había vuelto a meter la pata, y todo porque jamás aprendería a cooperar con mis compañeros, a empatizar con cada uno de ellos, a actuar también en su beneficio y no solo en el de la Justicia.
Me esperaba una buena reprimenda, y si el Vicealmirante no me la daba, sería yo mismo.
El túnel llegó a su término varios minutos después, revelando que una bóveda de piedra pulida, en la que se hallaban excavadas numerosas celdas. Bristol me arrastró por delante de los calabozos, haciendo tintinear con su mano libre un manojo de llaves. Cuando exploré cada uno de los compartimentos con mi mirada descubrí esqueletos de tamaños variados, con harapos en lugar de ropa, encadenados a las lisas paredes.
Haciendo gala de una brusquedad sin precedentes, el semigigante me arrojó a una de las celdas, que ya se encontraba abierta. Caí boca abajo, golpeando mi dolorido pecho y mi cara contra el suelo. Volví a toser.
-¡Hemos llegado! -exclamó Bristol, con fingida emoción-. Estos son tus reales aposentos. Pronto bajarán a... Darte el servicio completo. ¡Hazte un favor y no intentes escapar! No nos gustaría...
Con paso pesado, cerró la puerta de la celda, volviendo a hacer tintinear sus llaves. Arrastrando su pie malo, se alejó.
Pero apenas pude darme cuenta de eso, porque la tráquea me ardía. Algo parecido a la bilis subía por ella. Retorciéndome tanto como me permitía mi apalizado cuerpo, tosí con fuerza, esperando arrancar de mi garganta lo que yo esperaba que fuera algo de sangre estancada.
No lo era.
Con un poderoso esfuerzo, escupí lo que parecía un lodo negruzco. Eso había salido de mí, de eso no cabía duda. ¿Había vuelto la enfermedad? Algo dentro de mí se encogió, ciertamente aterrorizado por el hecho de que este no era un enemigo al que pudiera vencer con determinación y fuerza física.
Me tapé la cara con las manos, frías por el clima invernal. Ojalá no tardasen en sacarme de ahí. Ahora más que nunca, no quería estar solo.
Tenía suerte de no estar sangrando por todos y cada uno de mis orificios. Mi pecho, carente de armadura -puesto que había decidido no llevarla a esta misión-, me dolía horrores, casi como aquella vez en la que Neus había decidido darme su carta de presentación.
Tosí sangre mientras el semigigante me arrastraba por el suelo. Apenas podía ver que avanzábamos por un oscuro túnel, y que Bristol seguía renqueando, casi ileso y con su pie torcido, sin reparar en que me había despertado. Siendo él de tanta altura, necesitaba mantener la cabeza gacha para poder seguir avanzando, con lo que pude percibí su media sonrisa debajo de la descuidada barba.
Los minutos se convirtieron en horas, o, al menos, el dolor que atenazaba mi espalda por ser arrastrado por el pedregoso suelo de la caverna alargaba cada instante exponencialmente. ¿Y ahora qué? Tendría que volver a ser rescatado por mis superiores, como de costumbre. Había vuelto a meter la pata, y todo porque jamás aprendería a cooperar con mis compañeros, a empatizar con cada uno de ellos, a actuar también en su beneficio y no solo en el de la Justicia.
Me esperaba una buena reprimenda, y si el Vicealmirante no me la daba, sería yo mismo.
El túnel llegó a su término varios minutos después, revelando que una bóveda de piedra pulida, en la que se hallaban excavadas numerosas celdas. Bristol me arrastró por delante de los calabozos, haciendo tintinear con su mano libre un manojo de llaves. Cuando exploré cada uno de los compartimentos con mi mirada descubrí esqueletos de tamaños variados, con harapos en lugar de ropa, encadenados a las lisas paredes.
Haciendo gala de una brusquedad sin precedentes, el semigigante me arrojó a una de las celdas, que ya se encontraba abierta. Caí boca abajo, golpeando mi dolorido pecho y mi cara contra el suelo. Volví a toser.
-¡Hemos llegado! -exclamó Bristol, con fingida emoción-. Estos son tus reales aposentos. Pronto bajarán a... Darte el servicio completo. ¡Hazte un favor y no intentes escapar! No nos gustaría...
Con paso pesado, cerró la puerta de la celda, volviendo a hacer tintinear sus llaves. Arrastrando su pie malo, se alejó.
Pero apenas pude darme cuenta de eso, porque la tráquea me ardía. Algo parecido a la bilis subía por ella. Retorciéndome tanto como me permitía mi apalizado cuerpo, tosí con fuerza, esperando arrancar de mi garganta lo que yo esperaba que fuera algo de sangre estancada.
No lo era.
Con un poderoso esfuerzo, escupí lo que parecía un lodo negruzco. Eso había salido de mí, de eso no cabía duda. ¿Había vuelto la enfermedad? Algo dentro de mí se encogió, ciertamente aterrorizado por el hecho de que este no era un enemigo al que pudiera vencer con determinación y fuerza física.
Me tapé la cara con las manos, frías por el clima invernal. Ojalá no tardasen en sacarme de ahí. Ahora más que nunca, no quería estar solo.
Kenzo Nakajima
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
El panorama que encontraron al llegar a la cumbre fue, cuanto menos, extraño. Un gran gorila era el encargado de lanzar los barriles montaña abajo, pero lo más sorprendente no era eso sino el hecho de que hablaba como un humano normal. O bueno, como un humano con un acento muy peculiar. Se presentó como Jo Che Guerrilla, mostrándose decidido a no dejarles avanzar.
En ese momento un hombre de tamaño impresionante hizo su aparición, presentándose como El Toro. Su sobrenombre le iba al pelo, ya que dos largos cuernos coronaban su enorme cabeza. Muchos de sus hombres aparecieron también, y pronto uno con aspecto de vaca se enzarzó con su compañero salvaje. Tampoco pasó demasiado tiempo hasta que Zuko comenzó a pelear contra el capitán pirata, y Kenzo, ya en forma híbrida y con sus diez espadas desenvainadas, se situó entre los demás bucaneros y la posición que ocupaban Kayn y Aoi, en actitud protectora hacia sus dos compañeros y subordinados.
Sin embargo pronto el gorila requirió su atención. Daba la impresión de ser uno de los más poderosos entre los subordinados del Toro, y cuando sacó un enorme hacha y le atacó el espadachín se vio obligado a rodar hacia un lado para evitar ser alcanzado, abandonando su posición.
- No muráis - Dijo a sus dos compañeros mientras se encaraba con el enorme simio parlante.
Este lanzó un nuevo hachazo en horizontal que perfectamente podría haberle partido en dos. Kenzo detuvo el golpe con dos de sus espadas, pero con lo que no contaba era con la descomunal potencial del envite. Ambas katanas escaparon de sus patas y salieron despedidas, clavándose en la nieve a varios metros de distancia.
El marine se dio cuenta en ese instante de que, si quería vencer a su oponente, debía ser mucho más rápido que él y anticipar sus movimientos, ya que en lo referente a fuerza física estaba en evidente desventaja. Pasó las espadas que sujetaba en sus brazos humanos a las patas que habían perdido las suyas, de forma que hasta que tuviese tiempo de recuperarlas quedasen libres estas dos primeras, que eran las que le permitían disparar telarañas, y se dispuso a pasar a la ofensiva.
Trató de concentrarse al máximo en su oponente y en los movimientos que hacía, buscando la manera de predecirlos. Era algo que ya en alguna ocasión aislada había logrado, pero que aún no dominaba del todo. Atacó al enorme mono con gran velocidad, buscando golpear y alejarse nuevamente a una distancia prudencial desde la que poder volver a hostigarle nuevamente. Su ofensiva fue bloqueada por el arma de su rival, pero en el último momento pudo darse cuenta de que el contragolpe iba a venir desde la izquierda y saltó en dirección contraria para evitarlo.
Una gota de sudor bajó por su frente. Desde luego, aquel combate iba a ser duro.
En ese momento un hombre de tamaño impresionante hizo su aparición, presentándose como El Toro. Su sobrenombre le iba al pelo, ya que dos largos cuernos coronaban su enorme cabeza. Muchos de sus hombres aparecieron también, y pronto uno con aspecto de vaca se enzarzó con su compañero salvaje. Tampoco pasó demasiado tiempo hasta que Zuko comenzó a pelear contra el capitán pirata, y Kenzo, ya en forma híbrida y con sus diez espadas desenvainadas, se situó entre los demás bucaneros y la posición que ocupaban Kayn y Aoi, en actitud protectora hacia sus dos compañeros y subordinados.
Sin embargo pronto el gorila requirió su atención. Daba la impresión de ser uno de los más poderosos entre los subordinados del Toro, y cuando sacó un enorme hacha y le atacó el espadachín se vio obligado a rodar hacia un lado para evitar ser alcanzado, abandonando su posición.
- No muráis - Dijo a sus dos compañeros mientras se encaraba con el enorme simio parlante.
Este lanzó un nuevo hachazo en horizontal que perfectamente podría haberle partido en dos. Kenzo detuvo el golpe con dos de sus espadas, pero con lo que no contaba era con la descomunal potencial del envite. Ambas katanas escaparon de sus patas y salieron despedidas, clavándose en la nieve a varios metros de distancia.
El marine se dio cuenta en ese instante de que, si quería vencer a su oponente, debía ser mucho más rápido que él y anticipar sus movimientos, ya que en lo referente a fuerza física estaba en evidente desventaja. Pasó las espadas que sujetaba en sus brazos humanos a las patas que habían perdido las suyas, de forma que hasta que tuviese tiempo de recuperarlas quedasen libres estas dos primeras, que eran las que le permitían disparar telarañas, y se dispuso a pasar a la ofensiva.
Trató de concentrarse al máximo en su oponente y en los movimientos que hacía, buscando la manera de predecirlos. Era algo que ya en alguna ocasión aislada había logrado, pero que aún no dominaba del todo. Atacó al enorme mono con gran velocidad, buscando golpear y alejarse nuevamente a una distancia prudencial desde la que poder volver a hostigarle nuevamente. Su ofensiva fue bloqueada por el arma de su rival, pero en el último momento pudo darse cuenta de que el contragolpe iba a venir desde la izquierda y saltó en dirección contraria para evitarlo.
Una gota de sudor bajó por su frente. Desde luego, aquel combate iba a ser duro.
Eric Zor-El
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Un mar de nubes se cernió sobre la ínsula nívea en la que se encontraba, trayendo consigo una corriente de aire cargada de pequeñas motas de agua coagulada hasta formar copos de nieve que se quedaban anclados en su largo y sedoso cabello grisáceo.
“Lo que faltaba, ahora cae nieve del cielo”
El hombre-vaca no cedía en su fútil intento de derrotar al shandiano, que se dedicaba a bloquear y esquivar todos y cada uno de sus golpes. Su contrincante intercambiaba un golpe tras otro, siguiendo una pauta predecible y muy básica: medía las distancias con su mano mala, mientras que con la diestra intentaba darle un puñetazo decisivo en la cara. Según había visto, en el mar azul a ese estilo de combate le llamaban boxeo.
—Eres muuu…y ágil, pero no podrás estar esquivaaaa…do siempre —le dijo.
Eric no se molestó en contestarle a una afirmación tan absurda y carente de sentido como aquella. ¿Qué no podía estar esquivándole siempre? Eso era una realidad. Nadie podría estar una eternidad sin descansar y combatiendo. Ni siquiera los grandes dioses podían. Y entonces, oyó la voz de Zuko. Le había dado la señal para poder ser él y combatir. Se fijó en que el dedo de su superior estaba señalando hacia un sitio, giró la cabeza hacia su derecha y se dio cuenta de que se trataba del castillo. ¿Quería que lo destrozara? Seguramente, y sus deseos se iban a hacer realidad.
Sin embargo, mientras miraba hacia el castillo, el hombre-vaca le golpeó en toda la cara y lo derribó, cayendo al frío y nevado suelo.
—Actum’oi tresla’kmui —maldijo Eric, levantándose del suelo.
Abrió su boca y movió de un lado al otro su mandíbula inferior, cerciorándose de que estaba en perfecto estado. Le dolía, pero no se había roto. Su contrincante le miraba con soberbia, como si fuera superior a él, y eso no le gustaba. Estaba enfadado, y eso no era bueno. Concentró el poder de su fruta del diablo en su puño derecho, formándose una especie de esfera etérea alrededor de él. Ondas vibratorias comenzaron a girar a su alrededor con gran velocidad, mientras que con su otra mano hacía el ademán de invitar al hombre-vaca a acercarse a él.
—Venir aquí, vaquita. Ser hora de preparar novillo con setas —Y su contrincante, después de adelantar su pierna derecha y llevarla de adelante hacia atrás un par de veces, se impulsó hacia el shandiano.
Eric clavó su mirada sobre él. La distancia que los separaba era de apenas cuatro metros, y el castillo estaba a unos veinte. Respiró hondo, inhalando una gran cantidad de gélido aire para soltarlo un segundo después. Tras ello, llevó su brazo hacia atrás para que cogiera más fuerza, y en cuanto el hombre-vaca estuvo frente a él lo llevó hacia adelante creando una potente onda de choque imbuida con el poder de su fruta del diablo, la cual le permitía crear ondas vibratorias de gran magnitud.
El hombre-vaca salió despedido en dirección a una de las torres del castillo, la cual salió despedida junto a él. El castillo estaba hecho de algo raro, parecían pequeños bloques de ladrillo, pero no era estaban fabricado de adobe, sino que eran más parecido al plástico que solían usar los del mar azul, concretamente los infantes para jugar.
—Esto no ser bueno y resistente para un hogar —se dijo, mientras volvía a concentrar el poder de su fruta en su mano y lo destruía de un único golpe.
“Lo que faltaba, ahora cae nieve del cielo”
El hombre-vaca no cedía en su fútil intento de derrotar al shandiano, que se dedicaba a bloquear y esquivar todos y cada uno de sus golpes. Su contrincante intercambiaba un golpe tras otro, siguiendo una pauta predecible y muy básica: medía las distancias con su mano mala, mientras que con la diestra intentaba darle un puñetazo decisivo en la cara. Según había visto, en el mar azul a ese estilo de combate le llamaban boxeo.
—Eres muuu…y ágil, pero no podrás estar esquivaaaa…do siempre —le dijo.
Eric no se molestó en contestarle a una afirmación tan absurda y carente de sentido como aquella. ¿Qué no podía estar esquivándole siempre? Eso era una realidad. Nadie podría estar una eternidad sin descansar y combatiendo. Ni siquiera los grandes dioses podían. Y entonces, oyó la voz de Zuko. Le había dado la señal para poder ser él y combatir. Se fijó en que el dedo de su superior estaba señalando hacia un sitio, giró la cabeza hacia su derecha y se dio cuenta de que se trataba del castillo. ¿Quería que lo destrozara? Seguramente, y sus deseos se iban a hacer realidad.
Sin embargo, mientras miraba hacia el castillo, el hombre-vaca le golpeó en toda la cara y lo derribó, cayendo al frío y nevado suelo.
—Actum’oi tresla’kmui —maldijo Eric, levantándose del suelo.
Abrió su boca y movió de un lado al otro su mandíbula inferior, cerciorándose de que estaba en perfecto estado. Le dolía, pero no se había roto. Su contrincante le miraba con soberbia, como si fuera superior a él, y eso no le gustaba. Estaba enfadado, y eso no era bueno. Concentró el poder de su fruta del diablo en su puño derecho, formándose una especie de esfera etérea alrededor de él. Ondas vibratorias comenzaron a girar a su alrededor con gran velocidad, mientras que con su otra mano hacía el ademán de invitar al hombre-vaca a acercarse a él.
—Venir aquí, vaquita. Ser hora de preparar novillo con setas —Y su contrincante, después de adelantar su pierna derecha y llevarla de adelante hacia atrás un par de veces, se impulsó hacia el shandiano.
Eric clavó su mirada sobre él. La distancia que los separaba era de apenas cuatro metros, y el castillo estaba a unos veinte. Respiró hondo, inhalando una gran cantidad de gélido aire para soltarlo un segundo después. Tras ello, llevó su brazo hacia atrás para que cogiera más fuerza, y en cuanto el hombre-vaca estuvo frente a él lo llevó hacia adelante creando una potente onda de choque imbuida con el poder de su fruta del diablo, la cual le permitía crear ondas vibratorias de gran magnitud.
El hombre-vaca salió despedido en dirección a una de las torres del castillo, la cual salió despedida junto a él. El castillo estaba hecho de algo raro, parecían pequeños bloques de ladrillo, pero no era estaban fabricado de adobe, sino que eran más parecido al plástico que solían usar los del mar azul, concretamente los infantes para jugar.
—Esto no ser bueno y resistente para un hogar —se dijo, mientras volvía a concentrar el poder de su fruta en su mano y lo destruía de un único golpe.
Nota para el corrector: Es un castillo de "lego", de ahí que sea tan facil de destruir.
«Testosterona por todas partes», me quejé en mi fuero interno. Un sujeto cornudo había abandonado el pintoresco castillo de colores, exhibiendo —de forma metafórica, por supuesto— sus colosales testículos del Nuevo Mundo y enviando a sus subordinados contra mis compañeros y yo mismo. Era algo que no terminaba de entender; siempre habría una nueva división que les persiguiese y, con contadísimas excepciones, ningún pirata podía hacerle frente a una organización como la Marina.
Pero eso poco importaba. Todo iría razonablemente bien mientras no se diesen cuenta de ello, mientras no recapacitasen y se uniesen para derrocar a quienes mantenían el orden en el mundo. La imagen de la capitana Rhammi acudió a mi mente casi como una idea parásita, obligándome a pensar por un instante si realmente era tan malo el hipotético escenario que se me había ocurrido. Si quienes tomaban las decisiones en la cúspide fuesen como ella, tal vez no tuviese del todo claro el lado en el que debía estar.
De un modo u otro, el hecho era que todo se había revuelto a mi alrededor. No sabía por qué, pero solía darse la curiosa casualidad de que los grupos a los que nos enfrentábamos acostumbraban a disponer de una serie de sujetos que sobresalían por encima de los demás en cierta medida y, por norma general, el número de esos tipos se asemejaba casi siempre al nuestro. Aquella trifulca no era una excepción: el vicealmirante luchaba con el toro bravo, Eric destrozaba y Kenzo se disponía a hacer de su oponente carne de carnicería —nunca mejor dicho—. La única que al parecer intentaba aportar un mínimo de sentido común era la nueva, Aoi, pero su rival no parecía muy dispuesto a dejarla.
Caminé por el margen del lugar en el que estaba transcurriendo el enfrentamiento. No me cabía la menor duda de que me esperaban. En algún lugar tras tanto delincuente sediento de violencia me esperaba mi supuesto adversario, ése que sin saberlo había sido designado por una mano casi narrativamente divina para hacerme frente. Yo, por el contrario, tenía el convencimiento de haber identificado con anterioridad un pedrusco con pinta de ser la mar de cómodo. Y hacia él me dirigí, convirtiéndolo en mi asiento y observando en primera plana cómo Aoi se desenvolvía en aquel tipo de situaciones.
Si algún incauto se dirigía hacia mí con ansias asesinas, alzaba un dedo instantes antes de que un láser perforase algún elemento de su anatomía. A fin de cuentas, ¿quién esperaba ser sorprendido de ese modo?
Pero eso poco importaba. Todo iría razonablemente bien mientras no se diesen cuenta de ello, mientras no recapacitasen y se uniesen para derrocar a quienes mantenían el orden en el mundo. La imagen de la capitana Rhammi acudió a mi mente casi como una idea parásita, obligándome a pensar por un instante si realmente era tan malo el hipotético escenario que se me había ocurrido. Si quienes tomaban las decisiones en la cúspide fuesen como ella, tal vez no tuviese del todo claro el lado en el que debía estar.
De un modo u otro, el hecho era que todo se había revuelto a mi alrededor. No sabía por qué, pero solía darse la curiosa casualidad de que los grupos a los que nos enfrentábamos acostumbraban a disponer de una serie de sujetos que sobresalían por encima de los demás en cierta medida y, por norma general, el número de esos tipos se asemejaba casi siempre al nuestro. Aquella trifulca no era una excepción: el vicealmirante luchaba con el toro bravo, Eric destrozaba y Kenzo se disponía a hacer de su oponente carne de carnicería —nunca mejor dicho—. La única que al parecer intentaba aportar un mínimo de sentido común era la nueva, Aoi, pero su rival no parecía muy dispuesto a dejarla.
Caminé por el margen del lugar en el que estaba transcurriendo el enfrentamiento. No me cabía la menor duda de que me esperaban. En algún lugar tras tanto delincuente sediento de violencia me esperaba mi supuesto adversario, ése que sin saberlo había sido designado por una mano casi narrativamente divina para hacerme frente. Yo, por el contrario, tenía el convencimiento de haber identificado con anterioridad un pedrusco con pinta de ser la mar de cómodo. Y hacia él me dirigí, convirtiéndolo en mi asiento y observando en primera plana cómo Aoi se desenvolvía en aquel tipo de situaciones.
Si algún incauto se dirigía hacia mí con ansias asesinas, alzaba un dedo instantes antes de que un láser perforase algún elemento de su anatomía. A fin de cuentas, ¿quién esperaba ser sorprendido de ese modo?
Hayden Ashworth
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Casi como una guerra en miniatura, las batallas estallaron a su alrededor. El Toro, en su magnífico tamaño, saltó hacia delante y empezó a descargar puñetazo tras puñetazo sobre el vicealmirante. El dragón vio venir los puños, que para provenir de un ser tan grande eran bastante rápidos, casi como una metralleta de golpes. Se movía de un lado a otro, esquivando los puñetazos y esperando el momento para contraatacar, cuando escuchó las replicas de su nueva subordinada. Zuko no pudo sino sentir nostalgia de sus primeros días, de cuando tenía una visión similar del mundo y, aunque sabía que la muchacha era demasiado idealista, sabía que tenía parte de razón. Lo mismo alguien como ella le vendría bien, para no desviarse de sus principios.
Con el dorso de la mano desvió el último puñetazo del Toro, haciendo que este se desequilibrase unos segundos. Entonces, con fuerza, dirigió una onda de choque a su estómago, enviándolo a caer sobre su espalda en la nieve otra vez.
—Entiendo lo que sientes, cadete. Pero no es tan sencillo. Esta gente lleva un tiempo aterrorizando a los civiles de este reino, chantajeando. Nuestro deber es detenerlos. Demuestra que no eres como ellos, no seas cruel. Nunca mates a menos que sea estrictamente necesario o...
Un puño cayó desde arriba como un martillo sobre la cabeza de Zuko, que saltó hacia atrás para esquivarlo. La nieve volvió a levantarse y el dragón pudo ver como el Toro había agrietado el suelo.
—¡Estoy harto de discursitos de marines! ¡Siempre la misma mierda! ¡Cuando acabe con todos y cada uno de vosotros arrasaré con esta isla y no quedará nadie vivo! —gritó El Toro, justo antes de clavar su mirada en Aoi—. Aunque puede que deje viva a tu amiguita, tal vez quiera ser nuestra amiga...
—... o a menos que sean como este tío —terminó Zuko, a la par que su entrecejo se fruncía en una expresión de ira.
El ruido y temblor del derrumbe se oyó tras él. Por fin, Eric había hecho su trabajo. La nieve se levantó ante el derrumbe como una nube de polvo que llegó hasta Zuko por la espalda y lo cubrió. El dragón salió de ella, corriendo hacia delante, directo hacia El Toro, el cual se cruzó de brazos preveniendo un ataque directo. El vicealmerante saltó y golpeó con el puño el punto en el que se cruzaban sus extremidades a modo de bloqueo, a la par que clavaba sus ojos en los del pirata.
Con el dorso de la mano desvió el último puñetazo del Toro, haciendo que este se desequilibrase unos segundos. Entonces, con fuerza, dirigió una onda de choque a su estómago, enviándolo a caer sobre su espalda en la nieve otra vez.
—Entiendo lo que sientes, cadete. Pero no es tan sencillo. Esta gente lleva un tiempo aterrorizando a los civiles de este reino, chantajeando. Nuestro deber es detenerlos. Demuestra que no eres como ellos, no seas cruel. Nunca mates a menos que sea estrictamente necesario o...
Un puño cayó desde arriba como un martillo sobre la cabeza de Zuko, que saltó hacia atrás para esquivarlo. La nieve volvió a levantarse y el dragón pudo ver como el Toro había agrietado el suelo.
—¡Estoy harto de discursitos de marines! ¡Siempre la misma mierda! ¡Cuando acabe con todos y cada uno de vosotros arrasaré con esta isla y no quedará nadie vivo! —gritó El Toro, justo antes de clavar su mirada en Aoi—. Aunque puede que deje viva a tu amiguita, tal vez quiera ser nuestra amiga...
—... o a menos que sean como este tío —terminó Zuko, a la par que su entrecejo se fruncía en una expresión de ira.
El ruido y temblor del derrumbe se oyó tras él. Por fin, Eric había hecho su trabajo. La nieve se levantó ante el derrumbe como una nube de polvo que llegó hasta Zuko por la espalda y lo cubrió. El dragón salió de ella, corriendo hacia delante, directo hacia El Toro, el cual se cruzó de brazos preveniendo un ataque directo. El vicealmerante saltó y golpeó con el puño el punto en el que se cruzaban sus extremidades a modo de bloqueo, a la par que clavaba sus ojos en los del pirata.
El pescado estaba vendido y, haciendo honor a la verdad, la subasta no había durado demasiado. Lo histriónico de su presentación y el modo en que el castillo multicolor había hecho aparición en lo alto de la cumbre helada me habían hecho esperar algo más del Toro. No obstante, algunos intercambios de golpes con el vicealmirante no habían tardado en dar al traste con todas mis expectativas. El morlaco no le llegaba ni a la suela de los zapatos. Tal vez en cuanto a fuerza bruta la evidencia jugase a su favor, pero el resto de variables decantaban la balanza hacia el lado del marine.
Tres incautos carneros cayeron abatidos por mis proyectiles lumínicos antes de que Eric golpease la fortaleza. «Animal», pensé, dándome cuenta un instante después de cuán idónea era su naturaleza a la vista de quiénes eran sus oponentes. Cúmulos de nieve alzaron el vuelo igual que lo harían las crías de un pichón y, del mismo modo que éstas, pronto descubrieron que su ansiada libertad no era más que una vana ilusión. Cayeron con la misma celeridad que habían ascendido, si no más, para aterrizar sobre los cuerpos de las bestias que antes habían habitado su interior.
—¡Home run! —exclamé, no demasiado seguro de qué significaban esas palabras o si tan siquiera existían. No obstante, las peludas extremidades de los invasores comenzaron a emerger una vez más de la nieve. De nuevo, fui abatiendo a cuantos sepultados se atrevían a regresar a la superficie, intuyendo aproximadamente la localización de sus cuerpos en función del lugar por el que brotaban sus patas.
«Pues creo que con esto ya estaría», me dije, escrutando la zona en la que mis compañeros seguían peleando al tiempo que llevaba la mano derecha a un bolsillo interior de mi túnica. Si no me equivocaba... ¡Ahí estaba! Extraje un paquete de pistachos a medio acabar que había guardado en algún momento. Su extremo superior, abierto y cuidadosamente plegado, había hecho su función y había mantenido cerrado el pequeño recipiente. Con algo de suerte no estarían demasiado manidos.
Tres incautos carneros cayeron abatidos por mis proyectiles lumínicos antes de que Eric golpease la fortaleza. «Animal», pensé, dándome cuenta un instante después de cuán idónea era su naturaleza a la vista de quiénes eran sus oponentes. Cúmulos de nieve alzaron el vuelo igual que lo harían las crías de un pichón y, del mismo modo que éstas, pronto descubrieron que su ansiada libertad no era más que una vana ilusión. Cayeron con la misma celeridad que habían ascendido, si no más, para aterrizar sobre los cuerpos de las bestias que antes habían habitado su interior.
—¡Home run! —exclamé, no demasiado seguro de qué significaban esas palabras o si tan siquiera existían. No obstante, las peludas extremidades de los invasores comenzaron a emerger una vez más de la nieve. De nuevo, fui abatiendo a cuantos sepultados se atrevían a regresar a la superficie, intuyendo aproximadamente la localización de sus cuerpos en función del lugar por el que brotaban sus patas.
«Pues creo que con esto ya estaría», me dije, escrutando la zona en la que mis compañeros seguían peleando al tiempo que llevaba la mano derecha a un bolsillo interior de mi túnica. Si no me equivocaba... ¡Ahí estaba! Extraje un paquete de pistachos a medio acabar que había guardado en algún momento. Su extremo superior, abierto y cuidadosamente plegado, había hecho su función y había mantenido cerrado el pequeño recipiente. Con algo de suerte no estarían demasiado manidos.
Azumane Aoi
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
El muchacho de manos temblorosas comenzó a asestar sablazos a diestro y siniestro con los ojos cerrados, como si no quisiera ver lo que estaba haciendo. Quizá porque no quería ver la sangre, en caso de acertar con alguno de sus movimientos.
Aoi intentó apartarse de la trayectoria del arma, cosa que no era extremadamente difícil ya que solo debía salir del rango de movimiento de los brazos del muchacho, que permanecía inmóvil. Sin embargo, los movimientos del sable eran caóticos y aleatorios, debido a la torpeza de su usuario, y por ende difícil de predecir. Aoi se llevó un par de cortes superficiales en el antebrazo derecho, que levantó a propósito para interrumpir la trayectoria de la espada e impedir que acertase en algún órgano vital, antes de conseguir apartarse a un lado y ponerle la zancadilla.
Su superior respondió a la pregunta que ella había formulado mientras tanto, y Aoi observó cómo el joven enclenque caía de bruces sobre la nieve, golpeándose la nariz contra el suelo. Aprovechó que estaba de espaldas para agacharse a su lado y golpearle la nuca con fuerza utilizando el dorso de la mano, noqueándolo para que no diese más problemas.
Solo por si acaso, le dio una patada al sable que yacía ahora en la nieve, alejándolo del chico para evitar que pudiera volver a atacar inmediatamente en caso de despertarse.
La muchacha seguía molesta por aquella sucesión de acontecimientos y, aunque comprendía las palabras de su jefe, no estaba de acuerdo con su manera de pensar. Aunque debía admitir que aquel toro le había caído mal y, si Zuko no lo hubiese golpeado, lo habría hecho ella.
—Siempre hay una manera de resolver las cosas sin usar la violencia. El problema es que suele ser la vía difícil, que nadie quiere tomar -replicó, recuperando la capa del suelo y echándosela sobre los hombros.
Eric destruyó entonces el castillo, enviando una especie de onda de fuerza invisible que empujó a todo lo que se puso en su camino y arrasó con los bloques de plástico de la construcción, tirándolos montaña abajo. Eso... Eso iba a causar un alud como mínimo.
Aoi parpadeó, ligeramente confusa sobre lo que acababa de suceder, pero desvió su atención hacia la exclamación efusiva de su compañero el Rubiales, que no había movido un dedo en todo el combate. O al menos, ella no lo había visto.
La novata se acercó al rubio y se colocó bien los guantes.
—¿Son eso pistachos? -preguntó, al tiempo que la silueta del Toro se alzaba a sus espaldas.
Aoi intentó apartarse de la trayectoria del arma, cosa que no era extremadamente difícil ya que solo debía salir del rango de movimiento de los brazos del muchacho, que permanecía inmóvil. Sin embargo, los movimientos del sable eran caóticos y aleatorios, debido a la torpeza de su usuario, y por ende difícil de predecir. Aoi se llevó un par de cortes superficiales en el antebrazo derecho, que levantó a propósito para interrumpir la trayectoria de la espada e impedir que acertase en algún órgano vital, antes de conseguir apartarse a un lado y ponerle la zancadilla.
Su superior respondió a la pregunta que ella había formulado mientras tanto, y Aoi observó cómo el joven enclenque caía de bruces sobre la nieve, golpeándose la nariz contra el suelo. Aprovechó que estaba de espaldas para agacharse a su lado y golpearle la nuca con fuerza utilizando el dorso de la mano, noqueándolo para que no diese más problemas.
Solo por si acaso, le dio una patada al sable que yacía ahora en la nieve, alejándolo del chico para evitar que pudiera volver a atacar inmediatamente en caso de despertarse.
La muchacha seguía molesta por aquella sucesión de acontecimientos y, aunque comprendía las palabras de su jefe, no estaba de acuerdo con su manera de pensar. Aunque debía admitir que aquel toro le había caído mal y, si Zuko no lo hubiese golpeado, lo habría hecho ella.
—Siempre hay una manera de resolver las cosas sin usar la violencia. El problema es que suele ser la vía difícil, que nadie quiere tomar -replicó, recuperando la capa del suelo y echándosela sobre los hombros.
Eric destruyó entonces el castillo, enviando una especie de onda de fuerza invisible que empujó a todo lo que se puso en su camino y arrasó con los bloques de plástico de la construcción, tirándolos montaña abajo. Eso... Eso iba a causar un alud como mínimo.
Aoi parpadeó, ligeramente confusa sobre lo que acababa de suceder, pero desvió su atención hacia la exclamación efusiva de su compañero el Rubiales, que no había movido un dedo en todo el combate. O al menos, ella no lo había visto.
La novata se acercó al rubio y se colocó bien los guantes.
—¿Son eso pistachos? -preguntó, al tiempo que la silueta del Toro se alzaba a sus espaldas.
Eric Zor-El
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
El lugar donde hacía unos segundos se encontraba un grandioso e inestable castillo se quedó vacío, tan solo con unos pocos de esos extraños ladrillos de material desconocido. Eric se acercó a uno de ellos y lo golpeó con el pie, con poca fuerza, pero se veían bastante ligeros. Cogió uno con las manos y pesaban bastante poco. Al tacto no parecía natural. No se trataba de madera, tampoco de piedra, ni siquiera adobe. Se parecía más al plustico que usaban para meter la comida en la máquina del frio para que no se pusiera mala.
—¡Tú, vago! —Alzó la voz, dirigiéndose a Iulio, mientras al mismo tiempo le lanzaba el ladrillo, atravesándolo y dejando un agujero que no tardó en iluminarse y cerrarse—. Mirar tu eso y decirme de que material estar hecho.
Entretanto, el shandiano dio una vuelta por lo que había sido la planta de aquel castillo. Estaba repleto de objetos muy interesantes y tenía muchos cofres. Sin embargo, su vista se fue para unos brazaletes que estaban en una especie de vitrina de vidrio, como expuestos para verse. Eran unos brazales de cuero negro, con unos tribales que le recordaba a los tatuajes que le hizo el chamán de su tribu. Levantó el cristal y los cogió. Al tacto eran suaves y delicados, como el tacto del lomo peludo de un zorro skypieano.
—A mi gustar… —dijo, observando que ninguno de sus compañeros le estuviera viendo. Y entonces, los cogió, guardándolos en uno de los bolsillos de su poncho—. ¡BOTIN DE GUERRA! ¡AI’KALAMTOPE! —gritó, finalmente, llamando la atención.
—¡Tú, vago! —Alzó la voz, dirigiéndose a Iulio, mientras al mismo tiempo le lanzaba el ladrillo, atravesándolo y dejando un agujero que no tardó en iluminarse y cerrarse—. Mirar tu eso y decirme de que material estar hecho.
Entretanto, el shandiano dio una vuelta por lo que había sido la planta de aquel castillo. Estaba repleto de objetos muy interesantes y tenía muchos cofres. Sin embargo, su vista se fue para unos brazaletes que estaban en una especie de vitrina de vidrio, como expuestos para verse. Eran unos brazales de cuero negro, con unos tribales que le recordaba a los tatuajes que le hizo el chamán de su tribu. Levantó el cristal y los cogió. Al tacto eran suaves y delicados, como el tacto del lomo peludo de un zorro skypieano.
—A mi gustar… —dijo, observando que ninguno de sus compañeros le estuviera viendo. Y entonces, los cogió, guardándolos en uno de los bolsillos de su poncho—. ¡BOTIN DE GUERRA! ¡AI’KALAMTOPE! —gritó, finalmente, llamando la atención.
Hayden Ashworth
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Tras desvíar varios puñetazos del Toro, dejando su pecho al descubierto, golpeó con fuerza esté haciendo que perdiese el aliento durante unos segundos. Entonces golpeó su barbilla con el pie. El gigantón cayó al suelo de espaldas en un fuerte estruendo que levantó una nube de nieve a su alrededor. El vicealmirante aterrizó encima del criminal, que parecía encontrarse aturdido, mientras se sacudía las palmas de las manos. Todos a su alrededor parecían haber terminado ya con lo suyo. Zuko se sentó un momento, todavía encima del enorme pirata, para descansar de piernas cruzadas. El castillo ya no estaba donde solía estar y Eric estaba gritando, preguntando a Iulio cual era el material de lo que estaba hecho. Sin embargo, Zuko tenía otra pregunta.
—Eh, Toro. ¿Cómo conseguistéis levantar el castillo tan rápido? —Recibió un gruñido como respuesta. Sin levantarse, Zuko cerró la mano en un puño y golpeó el sitio en el que estaba sentado. El pirata se quejó de dolor.
—Fruta del diablo... Uno de nosotros puede... construir cosas... con bloques de plástico... ¡¿Cómo eres tan fuerte, puto canijo?!
El dragón golpeó de nuevo, esta vez poniéndose de pie y bajando del torso del pirata al suelo. Oyó entonces como Eric gritaba una de sus palabras favoritas. Una de las pocas de su idioma que Zuko sabía lo que significaba porque no dejaba de repetirlas cada vez que iban de misión.
—¡Eric! ¡Nosotros no...! Bah, da igual —se rindió—. Me haré el ciego si cogéis algo.
—Eh, Toro. ¿Cómo conseguistéis levantar el castillo tan rápido? —Recibió un gruñido como respuesta. Sin levantarse, Zuko cerró la mano en un puño y golpeó el sitio en el que estaba sentado. El pirata se quejó de dolor.
—Fruta del diablo... Uno de nosotros puede... construir cosas... con bloques de plástico... ¡¿Cómo eres tan fuerte, puto canijo?!
El dragón golpeó de nuevo, esta vez poniéndose de pie y bajando del torso del pirata al suelo. Oyó entonces como Eric gritaba una de sus palabras favoritas. Una de las pocas de su idioma que Zuko sabía lo que significaba porque no dejaba de repetirlas cada vez que iban de misión.
—¡Eric! ¡Nosotros no...! Bah, da igual —se rindió—. Me haré el ciego si cogéis algo.
Azumane Aoi
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Aoi no tuvo suerte con los pistachos del rubio, ya que Eric llamó su atención acerca del material con el que estaba construido aquel castillo. El ladrillo atravesó al rubio como si fuese invisible, y cayó unos metros más allá.
—Oye, lo de hacer que todo te la sude hasta el punto en que las cosas te atraviesan, ¿es talento natural o lo has entrenado? Porque me interesa hacer de eso -le preguntó la novata a Iulio, sacudiendo la cabeza en señal de asentimiento repetidamente-. Bueno, ya me lo contarás luego -añadió, al oír los gritos del salvaje-. ¡¿Has encontrado algo interesante o has pisado uno de esos ladrillos con el pie?! -se preocupó, a sabiendas de lo que dolía pisar uno de esos endemoniados ladrillos de plástico con los pies descalzos. Aunque ella nunca los había visto tan grandes.
Eric se encontraba en una zona llena de lo que parecían ser tesoros, momento en que Aoi terminó de comprender que los chillidos que había escuchado decían "Botín de guerra". La muchacha dio un par de pasos titubeantes hacia atrás y sacudió las manos en señal de negación.
—No, no, no está bien que cojamos cosas... Aunque haya tantos... tesoros... ¡Probablemente son de la gente del pueblo! O quizá no -argumentó, intentando resistirse a la tentación, mientras caminaba marcha atrás hasta posicionarse cerca de Zuko.
Fue entonces cuando el Vicealmirante les dio permiso para coger algo, casi con resignación, momento en que Aoi puso pies en polvorosa y reapareció en tan solo un par de segundos junto a Eric, para echar un vistazo a su alrededor.
No quería coger nada que tuviese oro o joyas, porque esas cosas llamaban la atención y cualquiera con mala intención intentaría robártelas. Tampoco le interesaba el dinero, ya que hasta ahora estaba viviendo básicamente a gastos pagados en el Cuartel, y no tenía vicios, más allá del alcohol que no podía tomar. Además, si tuviese dinero, la tentación de gastárselo en botellas de licor era demasiado grande...
Rebuscando entre los escombros encontró una pulsera de metal, que probablemente se habría caído de alguna parte. Parecía lo suficientemente simplona como para pasar desapercibida, pero... ¿acaso servía de algo además de pura decoración?
Aoi la recogió del suelo y se la guardó en el bolsillo, para luego encogerse de hombros.
Si bien no parecía ser un premio maravilloso, podía guardarla como recuerdo de su primera misión de Brigada exitosa. Y, siendo una pulsera tan común, probablemente nadie la echaría de menos. Era el premio perfecto.
La marine caminó entonces sin prisa hasta volver a situarse junto a Iulio, esperando que quizá ahora estuviese más dispuesto a responder. Y si no lo estaba... Siempre podía interrogarlo en el camino de vuelta.
—Oye, lo de hacer que todo te la sude hasta el punto en que las cosas te atraviesan, ¿es talento natural o lo has entrenado? Porque me interesa hacer de eso -le preguntó la novata a Iulio, sacudiendo la cabeza en señal de asentimiento repetidamente-. Bueno, ya me lo contarás luego -añadió, al oír los gritos del salvaje-. ¡¿Has encontrado algo interesante o has pisado uno de esos ladrillos con el pie?! -se preocupó, a sabiendas de lo que dolía pisar uno de esos endemoniados ladrillos de plástico con los pies descalzos. Aunque ella nunca los había visto tan grandes.
Eric se encontraba en una zona llena de lo que parecían ser tesoros, momento en que Aoi terminó de comprender que los chillidos que había escuchado decían "Botín de guerra". La muchacha dio un par de pasos titubeantes hacia atrás y sacudió las manos en señal de negación.
—No, no, no está bien que cojamos cosas... Aunque haya tantos... tesoros... ¡Probablemente son de la gente del pueblo! O quizá no -argumentó, intentando resistirse a la tentación, mientras caminaba marcha atrás hasta posicionarse cerca de Zuko.
Fue entonces cuando el Vicealmirante les dio permiso para coger algo, casi con resignación, momento en que Aoi puso pies en polvorosa y reapareció en tan solo un par de segundos junto a Eric, para echar un vistazo a su alrededor.
No quería coger nada que tuviese oro o joyas, porque esas cosas llamaban la atención y cualquiera con mala intención intentaría robártelas. Tampoco le interesaba el dinero, ya que hasta ahora estaba viviendo básicamente a gastos pagados en el Cuartel, y no tenía vicios, más allá del alcohol que no podía tomar. Además, si tuviese dinero, la tentación de gastárselo en botellas de licor era demasiado grande...
Rebuscando entre los escombros encontró una pulsera de metal, que probablemente se habría caído de alguna parte. Parecía lo suficientemente simplona como para pasar desapercibida, pero... ¿acaso servía de algo además de pura decoración?
Aoi la recogió del suelo y se la guardó en el bolsillo, para luego encogerse de hombros.
Si bien no parecía ser un premio maravilloso, podía guardarla como recuerdo de su primera misión de Brigada exitosa. Y, siendo una pulsera tan común, probablemente nadie la echaría de menos. Era el premio perfecto.
La marine caminó entonces sin prisa hasta volver a situarse junto a Iulio, esperando que quizá ahora estuviese más dispuesto a responder. Y si no lo estaba... Siempre podía interrogarlo en el camino de vuelta.
Kenzo Nakajima
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Poco a poco el marine fue desgastando al enorme simio moviéndose sin parar a su alrededor hasta que los movimientos del gorila comenzaron a ser imprecisos, muestra de su agotamiento. Entonces, acercándose hacia el con gran velocidad, pasó por su lado descargando un feroz tajo sobre el talón de aquiles del primate. Este cayó sobre sus rodillas, incapaz de mantener el equilibrio.
Una vez dispuso de aquella enorme ventaja capturar al esbirro fue una tarea sencilla. Tras recibir un impacto seco en la sien con el mango de una de las katanas del hombre araña quedó inconsciente, momento que aprovechó el Comandante para ponerle unas esposas.
Sus compañeros se habían deshecho del resto de malhechores, así como destruido el peculiar castillo, y ahora estaban registrando los bienes incautados a la banda pirata buscando algo que fuese a resultarles de utilidad. Kenzo, con andar pausado, se acercó a Eric y Aoi y echó una ojeada a su alrededor. Entre los muchos objetos que allí había uno llamó poderosamente su atención: una gran vasija decorada con motivos arácnidos. El marine se sonrió. Ya era casualidad encontrar en un lugar como aquel algo tan profundamente ligado a él. Tanto fue así que decidió coger dicha vasija para llevársela al barco. Esperaba no tener ningún problema debido a ello, al fin y al cabo tenía permiso específico de su superior para hacerlo.
Una vez dispuso de aquella enorme ventaja capturar al esbirro fue una tarea sencilla. Tras recibir un impacto seco en la sien con el mango de una de las katanas del hombre araña quedó inconsciente, momento que aprovechó el Comandante para ponerle unas esposas.
Sus compañeros se habían deshecho del resto de malhechores, así como destruido el peculiar castillo, y ahora estaban registrando los bienes incautados a la banda pirata buscando algo que fuese a resultarles de utilidad. Kenzo, con andar pausado, se acercó a Eric y Aoi y echó una ojeada a su alrededor. Entre los muchos objetos que allí había uno llamó poderosamente su atención: una gran vasija decorada con motivos arácnidos. El marine se sonrió. Ya era casualidad encontrar en un lugar como aquel algo tan profundamente ligado a él. Tanto fue así que decidió coger dicha vasija para llevársela al barco. Esperaba no tener ningún problema debido a ello, al fin y al cabo tenía permiso específico de su superior para hacerlo.
Hamlet
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
El techo crujió sobre mí, haciéndome reaccionar presto. Si Zor-El había empezado a hacer de las suyas, tenía que salir de ahí. Venciendo los límites de mi cuerpo, completamente destrozado por la fatiga y los golpes, alcancé los barrotes de la celda y tiré de ellos con toda la fuerza que me quedaba, haciendo un titánico esfuerzo para doblar el hierro, aplicando hasta la más mínima pizca de esfuerza para crear un orificio lo suficientemente grande como para escapar.
Aunque costó bastante, pronto pude atravesar las rejas y comprobar que, efectivamente, el techo se estaba resquebrajando. "¿Es que no sabe hacer las cosas con mayor sutileza?" pensé sobre Zor-El, que había dado rienda suelta a sus poderes sin siquiera contemplar donde podía estar su compañero.
En un patético movimiento que solo podría describirse como la mezcla entre correr y arrastrarse, puse todo mi empeño y renovadas fuerzas en escapar de la caverna antes de que la bóveda se desplomase sobre mi cabeza. Moviendo como pude las piernas, atravesé el estrecho pasillo por el que Bristol me había llevado -por cierto, ni rastro del semigigante-. Escuché los pétreos fragmentos del techo caer detrás de mí, levantando una insondable nube de polvo que me impedía ver lo que dejaba atrás. Me había quedado sin pistas para ayudar al Vicealmirante.
En breve llegué a la cavidad en la que me había enfrentado a Bristol, no sin antes contemplar como el pasillo por el que había venido quedaba bloqueado. Se acabó. Había vuelto a fracasar, como ya era costumbre. Apreté los dientes y los puños, comenzando a temblar de la rabia. Había vuelto a demostrarme que no había ningún tipo de oportunidades para un soldado sin talento. Gente como Bristol camparía a sus anchas hasta que agentes de métodos nada ortodoxos pero altamente efectivos como Zor-El les detuvieran. ¿Y qué sería de él? Poco podría hacer que no fuera redactar informes de misiones, porque, aparentemente, esa era su única utilidad en la Marina.
De la frustración me dejé caer al suelo. Sentado podría analizar hasta que punto había sido un insensato. Con la caída, no obstante, choqué con una caja del botín de Bristol, dejando caer su contenido. Reparé en lo que llevaba en su interior. Se trataba de un par de guanteletes, hechos a medida para un humano y no para un semigigante. Con la vista deduje que podría llevarlos. Busqué en el tejido algún tipo de inscripción o símbolo reconocible, algún tipo de pista, pero nada hallé. No obstante, era algo. Eso había pertenecido a alguien antes de que cayera en las manos de Bristol, y el mostrenco debía haberlo sustraído de algún modo. Todavía podía descubrir algo más antes de rendirme.
Con algo más de decisión, me levanté y salí al exterior. La nevada había amainado y se podía ver perfectamente la ladera de la montaña, que recorrí con la vista. A mi derecha observé como la comitiva del Vicealmirante descendía de la montaña, prácticamente ilesos. Sentí algo de sosiego al verlos a salvo. A mi izquierda, en cambio, encontré un rastro. Pisadas grandes y profundas. Bristol. No le podía ver en este momento, ni siquiera sabía cuanto tiempo llevaban ahí las huellas. Lo que sabía es que había ido en esa dirección.
Vacilé durante varios segundos. ¿Qué debía hacer? No tenía nada claro cuál era el curso de acción correcto en ese momento. Y, sintiéndome tan derrotado como me sentía, podía no estar tomando la mejor decisión. Sacudí la cabeza, me ajusté los guanteletes y emprendí el camino para encontrarme con los Justice Riders. No tenía sentido seguir por aquel camino, motivado únicamente por el sentimiento de derrota. La Justicia esperaba más de sus soldados. No podía decepcionarla otra vez. Hoy no.
Aunque costó bastante, pronto pude atravesar las rejas y comprobar que, efectivamente, el techo se estaba resquebrajando. "¿Es que no sabe hacer las cosas con mayor sutileza?" pensé sobre Zor-El, que había dado rienda suelta a sus poderes sin siquiera contemplar donde podía estar su compañero.
En un patético movimiento que solo podría describirse como la mezcla entre correr y arrastrarse, puse todo mi empeño y renovadas fuerzas en escapar de la caverna antes de que la bóveda se desplomase sobre mi cabeza. Moviendo como pude las piernas, atravesé el estrecho pasillo por el que Bristol me había llevado -por cierto, ni rastro del semigigante-. Escuché los pétreos fragmentos del techo caer detrás de mí, levantando una insondable nube de polvo que me impedía ver lo que dejaba atrás. Me había quedado sin pistas para ayudar al Vicealmirante.
En breve llegué a la cavidad en la que me había enfrentado a Bristol, no sin antes contemplar como el pasillo por el que había venido quedaba bloqueado. Se acabó. Había vuelto a fracasar, como ya era costumbre. Apreté los dientes y los puños, comenzando a temblar de la rabia. Había vuelto a demostrarme que no había ningún tipo de oportunidades para un soldado sin talento. Gente como Bristol camparía a sus anchas hasta que agentes de métodos nada ortodoxos pero altamente efectivos como Zor-El les detuvieran. ¿Y qué sería de él? Poco podría hacer que no fuera redactar informes de misiones, porque, aparentemente, esa era su única utilidad en la Marina.
De la frustración me dejé caer al suelo. Sentado podría analizar hasta que punto había sido un insensato. Con la caída, no obstante, choqué con una caja del botín de Bristol, dejando caer su contenido. Reparé en lo que llevaba en su interior. Se trataba de un par de guanteletes, hechos a medida para un humano y no para un semigigante. Con la vista deduje que podría llevarlos. Busqué en el tejido algún tipo de inscripción o símbolo reconocible, algún tipo de pista, pero nada hallé. No obstante, era algo. Eso había pertenecido a alguien antes de que cayera en las manos de Bristol, y el mostrenco debía haberlo sustraído de algún modo. Todavía podía descubrir algo más antes de rendirme.
Con algo más de decisión, me levanté y salí al exterior. La nevada había amainado y se podía ver perfectamente la ladera de la montaña, que recorrí con la vista. A mi derecha observé como la comitiva del Vicealmirante descendía de la montaña, prácticamente ilesos. Sentí algo de sosiego al verlos a salvo. A mi izquierda, en cambio, encontré un rastro. Pisadas grandes y profundas. Bristol. No le podía ver en este momento, ni siquiera sabía cuanto tiempo llevaban ahí las huellas. Lo que sabía es que había ido en esa dirección.
Vacilé durante varios segundos. ¿Qué debía hacer? No tenía nada claro cuál era el curso de acción correcto en ese momento. Y, sintiéndome tan derrotado como me sentía, podía no estar tomando la mejor decisión. Sacudí la cabeza, me ajusté los guanteletes y emprendí el camino para encontrarme con los Justice Riders. No tenía sentido seguir por aquel camino, motivado únicamente por el sentimiento de derrota. La Justicia esperaba más de sus soldados. No podía decepcionarla otra vez. Hoy no.
Hayden Ashworth
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Todo había ido bien. Zuko se llevó la mano al bolsillo y sacó su ya casi vacío paquete de caramelos en palo. Cogió uno, quitó el envoltorio y se lo puso en la boca, esperando que aquello matase sus ganas de encenderse un cigarro. Vigiló de cerca los objetos que cogían cada uno, miró entre los escombros de plástico tras ordenar que a los piratas supervivientes se los esposase. Encontró lo que parecía ser un saco enorme, seguramente aquel en el que transportaron aquellos objetos. El vicealmirante se rascó la nuca y empezó a guardarlo todo en el saco lo más rápido que pudo.
—Vamos a bajar con todo esto y con los piratas abajo, ¿de acuerdo? Quiero que lo que hayáis cogido lo enseñéis a los lugareños junto a lo que haya en este saco, y si lo que hayáis cogido es de alguien de la isla no podéis llevaroslo, ¿entendido?
Cuando todo estuvo listo para bajar de nuevo al pueblo, así lo hicieron todos juntos. Recibieron los elogios y las gracias de los lugareños que por fin salían de sus casas. El vicealmirante dejó el saco para que los lugareños pudiesen recuperar sus objetos. Por suerte, parecía que las reliquias que sus subordinados habían cogido pertenecían a los piratas. El dragón aprovechó el momento para esperar al retorno de Wyrm y que este le contase que es lo que había visto. Confiaba plenamente en el motivo por el cual su subordinado se había separado del grupo, sabía que debía haber una razón de peso. Si hubiese sido, por ejemplo, Eric, no se habría fiado tanto, eso seguro. Cuando hubo vuelto, los marines se marcharon y durante el viaje Zuko se encerró en su camarote para terminar con el papeleo.
—Vamos a bajar con todo esto y con los piratas abajo, ¿de acuerdo? Quiero que lo que hayáis cogido lo enseñéis a los lugareños junto a lo que haya en este saco, y si lo que hayáis cogido es de alguien de la isla no podéis llevaroslo, ¿entendido?
Cuando todo estuvo listo para bajar de nuevo al pueblo, así lo hicieron todos juntos. Recibieron los elogios y las gracias de los lugareños que por fin salían de sus casas. El vicealmirante dejó el saco para que los lugareños pudiesen recuperar sus objetos. Por suerte, parecía que las reliquias que sus subordinados habían cogido pertenecían a los piratas. El dragón aprovechó el momento para esperar al retorno de Wyrm y que este le contase que es lo que había visto. Confiaba plenamente en el motivo por el cual su subordinado se había separado del grupo, sabía que debía haber una razón de peso. Si hubiese sido, por ejemplo, Eric, no se habría fiado tanto, eso seguro. Cuando hubo vuelto, los marines se marcharon y durante el viaje Zuko se encerró en su camarote para terminar con el papeleo.
Contenido patrocinado
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Página 2 de 2. • 1, 2
- [Justice Riders - Eric, Iulio & Kenzo] Una sencilla misión.
- La forma de vida definitiva [Priv. Justice Riders][Rol de Brigada]
- [Justice Riders - Pasado] Un caudillo salvaje, una novata y una misión simple.
- Demostradme lo que valéis [Priv. Justice Riders][Zuko-Kayn-Kenzo-Heaten]
- Castillo de los B.Volpi
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.