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Usureros, lerdos e indecentes. La silenciosa y gran mordaza del Oeste [Moderado Nivel 4 - Kaito] - Página 2 Empty Re: Usureros, lerdos e indecentes. La silenciosa y gran mordaza del Oeste [Moderado Nivel 4 - Kaito] {Lun 13 Ene 2020 - 20:21}

Comen. Lo hacen con un ansia y unas ganas que hasta a mí, con la garganta reseca, se me hace la boca agua. Les envidio. Serán torpes, lentos y quizá un poco tontos, pero es innegable que poder comer lo que quieras es tan útil como correr sobre el barro. La evolución, forzada o natural, les ha bendecido en muchos aspectos, y sería una estupidez decir que son inferiores a los tipejos que los montan. ¡La mar, cuánto daría yo por poder comer con tanto gusto esa bazofia! O a ellos… O a esos otros.

Me relamo justo en el momento en que uno de los miembros más grandes de la piara decide subir los escalones al cadalso. Oigo su peso, le oigo olisquear incesantemente el cuerpo de la anciana para, después, darme cuenta de que está buscando otro aroma. El mío. Chilla, y al graznido le sigue un “Clack”. Me pego al suelo justo en el momento en que el tablón se dobla bajo la pezuña, pero ya me ha visto. Nos hemos visto.

Su ojo es como una pequeña canica en comparación a la cuenca. Está hundido, hambriento y desesperado por un bocado que parece enterrado más allá del barro, tras las astillas. Está triste. Pero no es ese triste como cuando alguien llora, sino el triste como… un vacío. Es el mismo triste que tienen los ojos de los gordos que no hacen más que comer porque hacerlo es lo único que aporta un significado a sus vidas. Es el triste de un hambre infinita.

Antes de poder huir o entristecerme el jinete tira de la criatura. Parece que se había subido al cadalso con la intención de tener una mejor vista de los alrededores, y a juzgar por las acciones y las palabras del grupo que poco después se reúne paseando por la plaza, no tienen más que hacer allí. Se van. Lo hacen arrastrando el cuerpo del rehén que poco puede hacer aparte de tragar barro.

¿Me habrá visto?, me pregunto. Es probable que su terrible posición le haya dado una ventaja respecto a sus captores, la ventaja de saber que estoy vivo. ¿Acaso no soy su jefe?, podría preguntarse… y seguramente lo haría con la ilusión de que le rescatase de su horrible situación. Por supuesto, si aquello era así, olvidaba convenientemente que era un traidor. ¿Pero quién en su situación no lo haría? Aferrarse a la vida con uñas y dientes es un instinto totalmente natural.

Espero unos minutos más para asegurarme que la patrulla no vuelve. Me escurro fuera del cadalso, refugiándome tras el puesto por si acaso. Rebusco allí, sacando la cabeza de vez en cuando para controlar mis alrededores, intentando dar con algo que pudiera serme útil. Sin mis armas y sin mi capa, por no hablar de la deshidratación, era poco más que una sombra listilla, una que no quería seguir dependiendo de trucos bien pensados y estrategias arriesgadas. Necesitaba la firme seguridad del acero y el refrescante abrigo del agua. Luego haría lo mismo con la mujer, no dudando de quedarme con los instrumentos más inverosímiles como una dentadura postiza o una afilada alpargata. Todo recurso podía ser explotado, y no iba a pararme demasiado a sopesar con qué me quedaría finalmente hasta encontrar una guarida. Porque, por supuesto, el cadalso no era ni un escondrijo.

Una vez aprovisionado con el batiburrillo de cachivaches que pudiera mendigarle a la suerte, me dirigiría rápidamente hasta el amparo de los edificios que rodeaban la plaza. Lo ideal era encontrar un lugar abierto y alto, a la sombra, preferentemente de piedra. Lo cierto es que no tenía mucho donde escoger, y con el vulgar menú en platos de madera que tenía delante me dirigí hacia las casas del vulgo. ¿Por qué no el banco? Leñe, era un edificio demasiado obvio. ¿Y las cantinas? Ya habrían sido desprovistas de toda comida por la gente, y sería de tontos quedarme allí.  La clave era buscar la seguridad del número, como las sardinas, así que intentaría entrar a alguna de las viviendas. Intentaría acceder al interior desde los tejados y azoteas, aprovechándome así las vistas desde lo alto para hacerme una idea aproximada de la orografía de la isla.
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Usureros, lerdos e indecentes. La silenciosa y gran mordaza del Oeste [Moderado Nivel 4 - Kaito] - Página 2 Empty Re: Usureros, lerdos e indecentes. La silenciosa y gran mordaza del Oeste [Moderado Nivel 4 - Kaito] {Jue 16 Ene 2020 - 16:59}

Por fortuna el peligro parece haber desaparecido por completo y en apenas unos instantes lo único que logras escuchar es el sonido viscoso de sus tentáculos al moverse por el fango. Echas un vistazo a tu alrededor, hacia el cadalso y a los enseres que los ciudadanos de aquel pequeño han abandonado tras su huida y, la verdad, es que no logras identificar gran cosa entre el fango: sombreros abandonados, alguna cesta de mimbre repleta de chatarra, varias herraduras oxidadas y maderos podridos que probablemente en otro tiempo pertenecieran a alguno de los edificios colindantes.

A fin de cuentas, era de esperar, la zona parece haber sido anegada violentamente por algún tipo de desastre climatológico de proporciones colosales. No es que parezca un hecho insólito, pero ¿Qué probabilidades habría de que un suceso así sucediese en uno de los pacíficos Blues? Entonces llega a tu mente las noticias que oíste antes de que posases tus tentáculos en el North Blue, ya sabes, lo del cataclismo que sacudió uno de los Blues… Todo comienza a encajar y comienzas a hacerte una idea de dónde demonios te encuentras. Sin embargo, si algún día tuviste una referencia visual de esta isla, los cambios que esta parece haber sufrido bastan para que estas no lleguen a tu mente.

Sea como sea, decides dejar las divagaciones para otro momento y te empeñas en registrar el cuerpo inconsciente de la pescadera. Aunque el pestilente olor te abruma, enseguida sacrificas tus fosas nasales en busca de un preciado botín. La búsqueda es tediosa y parece infructuosa, pero en el escote de la señora encuentras una pequeña carpeta de color azul. Parece en demasiado buen estado como para haber permanecido demasiado tiempo en el infernal humedal en el que te encuentras. Retiras las gomas con cuidado y descubres que, lejos de tratarse de algún tipo de tesoro, se tratan de simples papeles. Al parecer, la madre del pescador llevaba encima un contrato de compra venta por el que, a juzgar por lo que puedes leer en la minúscula letra, esta vendería unos terrenos diamurdianos a un tal Clyde Phigmusher, por la ridícula cantidad de un berrie, una cesta de comida y una botella de whisky. No tienes ni idea de que va todo aquello y de si es una venta legal o no, pero el nombre de la isla te suena.

Aprovechando esta última información, decides subirte a uno de los tejados, no sin antes jugarte la vida al dejar que las maltrechas estructuras, mientras oteas el horizonte. Desde aquella posición puedes ver la magnitud del desastre natural, el lodo y el fango llegan hasta un acantilado, cuyas tierras parecen tan yermas como improductivas y, sin embargo, parece la única zona de la isla que se libró del desastre. A los pies de los riscos cientos de cruces se apilan unas casi encima de las otras, pues parece el único lugar apto que los habitantes encontraron para enterrar a sus muertos. Dejando de lado ese pequeño detalle, mires donde mires tan solo hay fango y escombros. A lo lejos te parece ver lo que otra hora fuera una gran ciudad, pero no recuerdas que los edificios tuvieran normalmente ese tinte parduzco, propio del barro. Definitivamente el lugar te suena, pero esta tan cambiado que tendrás que lanzar una moneda al aire si pretendes guiarte por tu instinto.
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Usureros, lerdos e indecentes. La silenciosa y gran mordaza del Oeste [Moderado Nivel 4 - Kaito] - Página 2 Empty Re: Usureros, lerdos e indecentes. La silenciosa y gran mordaza del Oeste [Moderado Nivel 4 - Kaito] {Vie 17 Ene 2020 - 21:47}

Rapiño de entre los restos sin volcar un esfuerzo consciente, y luego hago lo mismo con la mujer pese al olor. Siempre he estado acostumbrado a los olores fuertes y desagradables, y en cierta manera me gustan, pero ese tinte destilado de vejez y alcohol me resulta… añejo; agrio como un mal vino. Solo cuando tengo ya la carpeta en mis manos y me dirijo al edificio una chispa de inteligencia me hace detenerme pinchándome con las espuelas de una curiosidad ignota. Tardo unos segundos en darme cuenta de que, obviamente, una carpeta sirve para guardar documentos.

—A ver a ver…—digo pasándome las cosas de uno a otro miembro mientras subo la precaria pared que pronto reclama mi esfuerzo con agresivos crujidos—. Puñetas, que me mato.

Me coloco el conocimiento oculto que con tantas ansias quiero devorar en la boca y subo apresuradamente antes de que la estructura ceda más. “No había sido tan buena idea subir, después de todo” reconsidero mientras el bamboleo del edificio empieza a estabilizarse. Ya en el techo abro el tesoro marcado con mi mordisco y engullo las palabras una tras otra. Es entonces, envuelto en las descripciones notariales del terreno, cuando aparece el nombre de la nación: Diamuird.

Mis uñas se clavan doblando el cartón.

************


La hecatombe azotó el West justo cuando nos dirigíamos hacia Baristán. Solo la percibimos el navegante y yo, los únicos de todo el navío que realmente estábamos en comunión con el mar. Con una orden sensata y rancia informé a la doctora de lo que debía hacer en mi ausencia: dirigirse a la isla y comenzar con los preparativos de la futura granja. Aunque incomodada, la Doctora Áurea aceptó tras darme la charla de que ella no era una mandada. Convenientemente le recordé que Oak me había dejado para asegurarme de que no volviese a traicionar a su organización, porque dada su antigua malversación ya no atendería a razones; si pasaba algo más, la mataría sin regalarme a mí ser su verdugo. A veces me arrepiento de no haber vengado a Tocinito… ¿pero qué hubiera obtenido? Él no hubiera vuelto… y hubiera perdido un trabajador altamente cualificado.

—Iré, como van todos a parar la torre del North…

—¿Para qué? ¿Qué importa ese mar? El daño aquí está hecho.

Pero sabía bien que cada día que pasaba la herida del océano se abría más y más.

—Quizás lleguemos a saber cómo parar lo que pasa aquí…

Y quién lo había hecho.

Preparé mis cosas y me tomé un largo tiempo para despedirme correctamente de todos mis queridos animales, desde mi fiel Suchu a la última de las cabritillas encontradas en el container a la deriva. Hecho aquello, solo restó instruir a una tripulación acostumbrada y a una jefa poco dada a recibir órdenes. Por último tocó despedirse de la mujer en la que delegaba todo cuanto me importaba.

—Volveré lo más pronto posible, Aurea. Le he dejado a la tripulación instrucciones de los regímenes que siguen cada una de mis mascotas, tanto dietéticos como de actividad. Ya sabes los planes de la granja submarina y las investigaciones…

—Sí, sí, ¿no tenías prisa? —dijo salpicándome del desprecio que rezumaban sus manos.

Ni siquiera me miraba.

—Y Aurea…—dije al borde del despacho que le prestaba—. Si algo le pasa a mis mascotas…—sonreí, saboreando la venganza que había rechazado—. Bueno… ya pensaría algo concreto.

—Claro…

Me miró frunciendo el ceño y arrugando la nariz, incapaz de entender cuán lejos podría llegar llegado el momento.

******

Respiro. Lo hago desterrando una emoción y unas prisas que no son nada buenas. Con paciencia y tranquilidad oteo el horizonte rumiando las posibilidades que tengo. Ya hace tiempo que cesó la subida del mar, y solo puedo achacar el destrozo aún húmedo que mancha las calles a la desviación de algún caudal de agua o al rebosar de alguna presa o balsa acumulada en las montañas y depresiones. Aunque parezca que ya no hay que temer más a las inundaciones, esta última ha sido la puntilla del ataúd de esta gente, y nada puede asegurar que cuando vuelva a llover la cosa cambie. La verdad es que nada puede interponerse al imperioso avance del agua… Absolutamente nada.

—¿Cuándo lloverá de nuevo? —escupo odiando al sol que aún sigue empeñado en cocerme junto al barro.

Reviso por encima la basura que he recogido en la destartalada cesta de mimbre y bajo con más cuidado que antes encajando el sombrero de ala ancha sobre mi cabeza. El pescadero no había tenido reparos en tirarlo en la carrera, como tampoco había tenido miramientos en dejar allí tirada a su propia madre. Yo nunca tuve madre.

Ando por la plaza con precaución y lentitud, agarrando algún que otro peligro oculto en el barro y reuniéndolos con sus hermanos en la canasta. No es que fuera a encontrar mucha chatarra cuando ya otros se habían dedicardo a buscarla, pero rasparme con un clavo oxidado es lo que menos me apetece aquella situación. Una vez llego al cadalso me subo a este con cuidado y observo las calles que emanan de lo que en un día fue el centro del pueblo. La cosa está clara; sé lo que tengo que hacer.

—¡Levántese señora! —digo golpeándola con medio bacalao podrido en la cara—¡No es hora de echarse siestas!

Porque, ¿para qué iba a dirigirme a la lejana ciudad costera? ¿Para dejar mis cosas allí? Nah. ¿E ir al acantilado? ¿Para exponerme a un terreno abierto sin oportunidad de enterarme qué estaba pasando? Ni de puta coña. No. Nanai. Lo primero era hablar con los locales utilizando un intermediario. Un intermediario que debía estar agradecido de que no me lo hubiese comido. ¿Qué mejor manera de demostrarles que no soy un monstruo? O al menos no… tan monstruoso.

Y ahí me quedaría bajo el refrescante amparo del sombrero dándole algún que otro golpecito extra para hacerle recobrar la consciencia. Porque, joder, o seguía viva o esos sonidos tan raros que provenían de su cuerpo eran producto de bolsas de gases acumuladas entre sus mollas. Eso sí, si en un rato consideraba que el calor superaba a las ganas de llevar a la vieja con su gente, me marcharía en dirección opuesta a la pared que precedía al cuerpo de meseta de la isla, con la intención de llegar al mar para refrescarme y, probablemente, buscar algo que comer antes de que cayera la noche.

Pero si se despertaba todo empezaría con una ancha sonrisa y un "Buenos días, dormilona". Eso sí, desde ahí no sabía muy bien cómo iba a ganarme su confianza para que me llevase ante los suyos... y pensándolo bien se había quedado sin medio de transporte... Esperaba no verme obligado a ayudarla a andar, por el bien de mis piernas, mi espalda y... bueno, mi ser.

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Usureros, lerdos e indecentes. La silenciosa y gran mordaza del Oeste [Moderado Nivel 4 - Kaito] - Página 2 Empty Re: Usureros, lerdos e indecentes. La silenciosa y gran mordaza del Oeste [Moderado Nivel 4 - Kaito] {Miér 22 Ene 2020 - 10:04}

La foca se despierta súbitamente para huir y chillar… bueno, como una foca. ¡Cuánto hace que no cazo una rica y grasienta foca! La cosa no pinta bien, pero mi sonrisa y mis palabras amables la hacen mirar hacia atrás con unos ojos aún hundidos en el franco terror de ser una presa fácil.

—¡Señora, señora, que se va a hacer daño con las astillas! —advierto con una preocupación no del todo fingida al verla arrastrarse por los restos destrozados de su asiento—. Deje que la ayude, por favor.

Solo le insisto con mis palabras y mi sumiso lenguaje corporal, pero no me acerco hasta que ella me da permiso. Cautamente la ayudo a levantar el terrible peso de su edad y gordura. De no tener siete patas para estabilizarme y empujar, sinceramente, creo que hubiera sido una empresa imposible.

—Creo… que… hemos… empezado… con… mal… pie —farfullo costosamente por el titánico esfuerzo—. ¿No… cree…?

—¡Pero zi uhté no tiene piéces! ¡No tiene guasa er purpo este ni ná!

Tengo ganas de matarla. No solo es por la sangre que manaba de sus rodillas y palmas, porque ese olorcillo no termina de tapar el aliento de bodega podrida, sino por su falta de neuronas. Reconozco que siempre me había gustado la gente simple, pero no tanto como para aguantar tanto en tan poco. Ella, por ahora, es poco más que una horrible carga. Literal y figuradamente hablando.

Durante el corto y aun así eterno camino hasta la casa de unos vecinos consigo ganarme una disculpa tan vulgar como ella. Acepta a explicar el “malentendío”, y espera que se arreglen las cosas en lo que a mí respecta. Aún tiene miedo, puedo verlo en sus ojos y olerlo a través de su peste, por lo que no puedo fiarme cuando dice de cambiar un poco el rumbo para ir “Anca Gustavs”.

—Por… supuesto… la… acerco… en… un… segundín.

Como si no estuviera lo suficientemente débil ya, debo agotar unos preciados recursos para sembrar buenas relaciones. Finalmente llegamos a la puerta y la suelto, dándome cuenta de que la anciana aguanta reciamente sobre las columnas que tiene por piernas. ¡Será vaga la vieja esta! Tomo el aliento que me ha robado esta muestra de respeto a los mayores y levanto una mano pidiéndole que me deje hablar cuando mis pulmones se llenen.

—Un… segundo —carraspeo, y me pongo recto de nuevo—. Creo que será mejor que hable usted por mí, señora, ya me pasaré más tarde. Tome —añado quitándome el sombrero y sacudiendo el barro a un lado—, esto es de su hijo. El pobre debe estar muy preocupao por usté —añado desechando la idea de arruinar su relación—. Él debe tener mis cosas… un chubasquero negro y una cacharra como una tubería que tenía antes de todo esto. Seguro que lo ha criao usté bien para que no vaya por ahí robando y secuestrando personas, por muy raras y con pinta de purpo que tengan. Vendré luego a la hora de la merienda. Oh… y creo que esto es suyo, que se le ha caído al juir —añado devolviéndole su carpeta.

Me despido con una sonrisa y una leve palmadita en su hombro, deseando que el cambio en mi registro haya ablandado su corazón enquistado de grasa. Salgo de allí como alma que lleva el diablo, pues no quiero ver al trío de fortachones que han tenido que construir aquella casa con tan pocos recursos. Bueno, no quiero que ellos me vean. ¡Además, el cercano murmullo del mar me está llamando prometiéndome una seguridad que la tierra firme jamás me ofrecería!

Me dirijo hacia él, y aunque miro a mi alrededor en busca de posibles amenazas creo que nada puede separarme durante más tiempo del salado frescor de una buena playa. Arrojando el contenido oxidado de la cesta sobre una roca o un montón de arena iría entrando al agua siempre que notase que esta estuviese limpia y fuera segura.

De ser así me lavaría, limpiándome de toda la inmundicia y de posibles restos de barro de mi cuerpo y mi miembro herido, en el cual confiaba para que se regenerase, como ya había hecho otras veces, solo con el tiempo. Tras un breve momento de descanso dejaría que mis instintos tomaran el relevo para ayudarme a encontrar fuentes de alimento que conocía bien en sabor y forma: cangrejos, ostras, peces incautos, erizos y liebres de mar conformarían un banquete que no me importaría demasiado devorar crudo. Habiéndome criado en el entorno salvaje, con mis labrados conocimientos de biología y cocina, y con mi ascendencia de mi parte estaba seguro de que no podían hacerme ningún mal. Tras esto me tomaría una merecida siesta refugiado bajo el abrigo de rocas en las que previamente me aseguraría no hubiera ninguna desagradable sorpresa. Y así reposaría dando cabezadas al borde de la alerta, descansando para luego volver a la caza y la siega de frutos marinos que llevar de vuelta en la cesta y a la casa cuando el sol me indicara que era hora de merendar.

Y si todo salía bien llamaría con tres toques a la puerta... porque si, ya de primeras, el mar no estaba bien, no tenía muchas ideas de qué hacer al respecto.

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Usureros, lerdos e indecentes. La silenciosa y gran mordaza del Oeste [Moderado Nivel 4 - Kaito] - Página 2 Empty Re: Usureros, lerdos e indecentes. La silenciosa y gran mordaza del Oeste [Moderado Nivel 4 - Kaito] {Jue 23 Ene 2020 - 10:55}

Me desperezo; lo hago con la satisfacción que solo un buen descanso y un estómago lleno pueden darle a cualquier ser vivo. A medida que salgo de los huecos entre las rocas y recoloco mis huesos sin prisas, me doy cuenta de que, quizás, la merienda pase a ser una merienda-cena. Pero aquello no me preocupa en demasía, estoy demasiado contento con la reconfortante sensación de ir recuperando las fuerzas.

—Veamos qué me ofrece el mar para llevar como regalo —digo antes de comenzar la caza.

Pescar es sumamente fácil cuando uno puede desplazar el agua a su antojo, y más aún cuando ha aprendido a hacerlo con un cuidado sigilo. No tardo demasiado en llenar la cesta hasta el borde con puñados de camarones, erizos frescos, lapas y obstinados mejillones a los que me veo obligado a sacar a pedrazos. Cojo bastante, pero lo justo para no desbalancear el ecosistema que aún se recupera tras la hecatombe; aún faltarán unos cuantos meses para atraer a predadores superiores a estas aguas. Salgo, y pensando en esto último miro hacia el azul horizonte preguntándome qué habrá sido del emperador marino… ¿Y dónde estarán mis queridos animales y sus repugnantes cuidadores? Sé que si quiero tener mis respuestas deberé sondar esta noche en los pensamientos de mis comensales. Debo darme prisa.

Galopo en dirección hacia la casa para casi perder mi mercancía de un traspiés. La comodidad del reconstituyente sueño casi me ha hecho olvidar que me falta un buen trozo de una pata. Me digo que no se volverá a repetir, pero sé que un cuchillo que se afila constantemente nunca dura mucho. Respiro, empujando la impresión del susto a un lado y opto por un paso apresurado pero prudente ante los peligros ocultos tras la mugre. Finalmente llego a la casa y llamo a su puerta.

Tras los tres toques solo me abre un fantasma, probablemente un mecanismo automatizado que no tiene ni pies ni cabeza en un entorno como en el que me encuentro, pero que quizás pueda ser justificado por las manos artesanas de los que han sabido arreglar su hogar con restos ajenos. Dentro está oscuro, demasiado como para que cualquier humano se sienta cómodo, pero yo disto mucho de serlo y debo obtener mis respuestas cuanto antes. Entro para notar cómo la puerta se cierra con un sonoro cliché sin nadie tras ella.

—Genial, puto genial —digo comprobando que, efectivamente, no puedo volverla a abrir —. En fin, con permiso…

Miro a mi alrededor maravillándome de cómo la falta de luz convierte todo color en poco más que una marabunta de grises. Es como estar bajo el agua, en el trecho que anhela las profundidades, y a diferencia del vulgar y terrestre homínido yo no podría sentirme más en mi terreno. ¿Un sitio cerrado, oscuro y prácticamente de pesadilla? Eso es lo que yo llamo una reconfortante gruta… solo le falta un pelín más de humedad. Mas sabiendo que tampoco soy completamente un cefalópodo, me veo obligado a abrirme uno de los mejillones más rotos para devorar su contenido crudo y tirar sus cáscaras al suelo recogiéndolas como cuchillos ocultos entre las ventosas de dos de mis siete brazos sanos. Acto seguido me paso la mano por el pelo privándolo de la humedad que aún contiene, acumulándola en mi mano para buscar con esta un afilado erizo que cojo sin problemas con mi jutsu “agarre de lapa”.

Avanzo sin miedo buscando con mi olfato las almas ocultas en el entorno. Al estar en territorio ajeno debo ser respetuoso con sus dueños, pero también firme para que no me crean poco más que una vulgar presa a la que devorar. No he venido a quitarles nada que no considere ni justo ni necesario, pues también su sociedad debe recuperarse como la vida oculta entre las rocas de la costa.

Durante el camino, más al inicio que al final, reverberan en mis ventosas un sonido parecido al rugido de un animal, pero demasiado constante y ahogado como para realmente serlo. El motor que están intentando despertar en el sótano puede tener mil funciones, pero me gustaría pensar que sirve para el suministro eléctrico de la casa. Porque, aunque podría pensar que se trata del de una motosierra que está preparando un loco con máscara sería… bueno, pensar demasiado mal de ellos. Debo darles cierta confianza para que esta pueda ser recíproca. ¡Ay, qué bien me ha venido la siesta que ya utilizo hasta vocabulario complejo! ¡Qué felicidad! Poco tardo en llegar a la primera bifurcación, encontrándome unas escaleras interrumpidas con una cortina. Me asomo primero al pasillo que continúa, viendo alguna que otra sombra de puerta que, por supuesto, no tienen tanta importancia como lo que pueda haber oculto tras un melodramático telón.

—¿Qué habrá tras la cortina número uno? —digo abriéndola con un rejo de sopetón, preparándome inevitablemente para atacar lo que haya detrás—. ¿¡Quién lo diría?! Más escalones.—diría si mis neuróticas sospechas son infundadas.

Iría subiendo de lado para no verme obstaculizado con las dimensiones de mis miembros y para controlar qué dejaba atrás. Aunque pueda parecer para observadores externos que me dejo llevar por un deje cómico, es mucho más sabio continuar hacia el techo buscando una posible salida del edificio en caso de que las cosas se torciesen… como solían hacerlo.

Eso sí, en el caso de que hubiese un monstruo oculto tras la tela retrocedería afianzando mis armas para responder de manera acorde a su amenaza. No quería lanzarle un erizo a los ojos a un rival que realmente no lo fuera... Dejar ciega a la gente no estaba bien visto.

Cosicas:

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Usureros, lerdos e indecentes. La silenciosa y gran mordaza del Oeste [Moderado Nivel 4 - Kaito] - Página 2 Empty Re: Usureros, lerdos e indecentes. La silenciosa y gran mordaza del Oeste [Moderado Nivel 4 - Kaito] {Vie 24 Ene 2020 - 11:44}

A veces me arrepiento de focalizar mi haki en el olfato, pero así se ha desarrollado innatamente en mí. Esta es una de esas ocasiones. Decir que todo a mi alrededor olía podrido se quedaría corto, pues ese vulgar olor que incluso a veces aprecio en el compost y los quesos más extraños no tiene nada que ver con la… corrupción que hay a mi alrededor. Incluso siendo un caníbal capaz de comer larvas urgadas de la carne muerta no puedo reprimir las arcadas. Me detengo, intentando usar el resto de sentidos menos perturbados para encontrar las tres luces de humanidad en la casa, y tras encontrarlas y ver su estado ceso el esfuerzo. Es demasiado aguantar una paliza constante a mi más preciado sentido, porque decir que el gusto es algo sin el olfato es mentir a medias.


¿Qué demonios?, pienso, desconcertado. De haber olido toda la casa igual lo hubiera notado nada más entrar, y no una vez activase el haki. Las cosas solían tener impresiones psíquicas de los que habían pasado por ahí, de sus dueños o de, inevitablemente, los actos que se perpetraran a su alrededor; así olían de mal los hospitales, peor los psiquiátricos y aún más horriblemente los calabozos más profundos de N.I.D. ¿Qué clase de horrores había emponzoñado la casa para que perdurase con tanta intensidad? Doy unos pasos antes de darme cuenta de que debo volver brevemente a colocar la cortina en su sitio.

Continúo en mi búsqueda de más respuestas a nuevas preguntas, y me asomo con cuidado en cada sala en mi camino, preparándome para el combate antes de girar los pomos. Por suerte no encuentro más que las cosas, lo que me deja las buenas salidas de las ventanas sin tapiar y las escaleras atrás como única preocupación.

No me preocupa demasiado carecer del sentido de las corrientes, ya que siempre lo he considerado una ventaja abusiva en la que la gente confía demasiado. Tener un sentido de más significa que pueden engañarte en un nuevo espectro. Usando mi oído al natural puedo notar cómo el sonido del motor crece en intensidad, algo que solo se justifica en que dicho utensilio cambia de planta. La idea de la motosierra empieza a ser más plausible, lo que no es bueno en absoluto.

Me dirijo al estudio para comprobar, de primera mano, qué información se esconde allí. Porque por algo debe, o debía ser un estudio. Aunque lo haría con la ventana abierta por si acaso debía buscar una rápida salida de aquella chapucera fortaleza. Que haya solo tres presencias allí aparte de la mía significa que alguien falta por venir, si es que mi mediadora había podido marcharse en algún momento...

Nunca me he encontrado con más caníbales, ahora que lo pienso.

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Usureros, lerdos e indecentes. La silenciosa y gran mordaza del Oeste [Moderado Nivel 4 - Kaito] - Página 2 Empty Re: Usureros, lerdos e indecentes. La silenciosa y gran mordaza del Oeste [Moderado Nivel 4 - Kaito] {Sáb 25 Ene 2020 - 22:21}

Me veo forzado a dejar mi proyectil de nuevo en la cesta para husmear los papeles. ¡Y menos mal que lo hago! Si ya esos documentos estaban para el arrastre, la humedad hubiera acabado del todo con ellos. Tras echarles un vistazo rápido comprendo que son las escrituras de una buena porción de terreno, ¡y encima sin firmar! ¿Comprenderían acaso los dueños de aquel antro reconstituido el tesoro que guardaba el estudio o solo le habían robado la casa a la familia que vivía antes? Fuese como fuese, decido que para tener tales ingratos como dueños mejor me los quedo.

El sonido se hace cada vez más fuerte y, cómo no, la desagradable hoja en movimiento empieza a cortar la pared de mi izquierda como si fuese mera mantequilla. Recogiendo los documentos con prisas bajo mi axila avanzo rápidamente hacia la ventana que la previsión, que ya no podía tachar de paranoia, había dejado abierta.

No me despido con una mofa, no sonrío, simplemente miro el rostro del loco con un metódico interés que apenas brilla en mis ojos. Intento moverme rápido, pegándome a la pared tras salir para rodear el edificio. Si lo conseguía, escucharía sin ver la sarta de disparos. Y uso sarta porque bien parecían una sarta de mentiras. ¿Por qué? Porque con ellas no vinieron ni cristales rotos, ni trallazos en la madera vieja.

Si todo iba bien, y las manos maestras que habían re-hecho el edificio permitían que este aguantara mi peso, me deslizaría sigilosamente hasta la parte de atrás de la casa con intención de huir al amparo de los edificios, la noche y las espesas calles embarradas. Era hora de volver al banco de la calle central, con un poco de suerte con tres captores a mi espalda.

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Usureros, lerdos e indecentes. La silenciosa y gran mordaza del Oeste [Moderado Nivel 4 - Kaito] - Página 2 Empty Re: Usureros, lerdos e indecentes. La silenciosa y gran mordaza del Oeste [Moderado Nivel 4 - Kaito] {Sáb 25 Ene 2020 - 22:54}

Plap. Ese es el sonido que hace mi cuerpo al estamparse contra la pared. La ventana huyó vil e irracionalmente en mi intento por salir por ella, y se recolocó deformando la habitación al completo hasta colocarse al lado de mi rival. Es entonces cuando me quedo ahí, con cara de tonto, mientras pongo mi cerebro en marcha convirtiendo todo movimiento ajeno en algo poco más lento que una espesa melaza.

Casi me arrepiento de usar la técnica, porque no tardo apenas una fracción de segundo en llegar a una fea conclusión. Las frutas del diablo eran un asunto espinoso, pero no tanto como la cesta que le lanzo a la criatura en un desesperado intento para ganar unos preciosos segundos para intentar esquivar la metralla. Sería entonces cuando me daría cuenta de que o aquel ser debía tener una puntería pésima, o toda la cesta y su contenido habían tenido la inmensa suerte de esquivar cada uno de los proyectiles de los que seguiría huyendo. Sería poco después cuando me daría cuenta de que estos tampoco resonaban contra la madera. Y sería entonces, mientras aún continuaba corriendo como un gato escapando de una manguera, cuando razono y trazo macabras hipótesis sin pies ni cabeza, tal y como lo eran los aberrantes poderes de las frutas malditas.

—El olor de antes es el alma de una persona. Una persona que es a la vez esta misma casa o bien extiende su influjo en ella. Y él no es más que un constructo… o un preso. O un disfraz.

La cuestión es, ¿me arriesgaré a poner mis teorías a prueba o seguiré huyendo? ¡Porque bien podría tratarse de una fruta que controle puertas y ventanas! ¿No? ¡¿No?! ¡¿Y qué voy a hacer yo contra un tiarraco con una motosierra?! Pues intentar ir hacia él corriendo erráticamente, girando a través de la pared y el techo como un auténtico ninja marino que sabe aprovechar además la inercia del giro para catapultar con un miembro elástico de tres largos metros un improvisado kunai con sabor a marisco, empapado de haki y apuntado directo al cuello del escamoso agresor.

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Usureros, lerdos e indecentes. La silenciosa y gran mordaza del Oeste [Moderado Nivel 4 - Kaito] - Página 2 Empty Re: Usureros, lerdos e indecentes. La silenciosa y gran mordaza del Oeste [Moderado Nivel 4 - Kaito] {Lun 27 Ene 2020 - 16:32}

Consigo evitar la metralla, real o falsa, con la agilidad que caracterizaba a mi profesión y ascendencia, pero no me doy por satisfecho. No, cuando uno no sabe si realmente lo que le ataca tiene un potencial letal debe tratar cada fragmento de información que le mandan sus sentidos como la premonición de la propia muerte. He de huir de allí, he de hacerlo antes de que ese costroso imbécil termine de introducir el cargador con el movimiento que ha dejado al descubierto el resto de sus armas. ¿Serán esas granadas reales?, me pregunto, mientras todo lo que me rodea continúa fluyendo lenta e inexorablemente. Sé que pronto se acabará el subidón.

¡Déjame salir! —le exijo gritando.

Porque ya no me queda sala por la que correr. Me he lanzado hacia él, esperándome y preparándome para lo peor, porque sé que, aunque consiga deslizarme por el lado por el que carga su arma y por ende por donde su cuchilla no puede maniobrar con tanta facilidad, la ventana puede volver a intentar engañarme.

De hecho, confío que con ese grito se crea que vaya a intentarlo.

Al fin y al cabo, un sentido no es más que una nueva dimensión en la que engañar. En mi desesperada huida, que no era del todo tan falsa, como debían ser las buenas mentiras, intentaría agarrar con la punta de mis ventosas cuantas granadas pudiera al paso para arrancarlas de sus anillas y soltarlas inmediatamente, dejándolas allí cayendo mientras golpeaba con la mitad más plana de mis miembros el suelo con la intención de catapultarme a gran velocidad. ¿Mi objetivo? Claramente estaba mirando la cercana ventana, porque aún no sabía si la casa también podía verme, pero mi intención era que el lateral de los rejos que aún estaban en contacto con el suelo se pegaran, haciendo de freno y, gracias a la inevitable fuerza residual de mi rápido paseo por el techo, girar velozmente hacia el improvisado hueco lleno de astillas por el que había entrado la criatura.

Supongo que tendré, o más bien tendría, el tiempo justo para cubrirme la cara y los ojos con el brazo homínido que no estaba ocupado en sostener los papeles que ya eran míos, pero sabía que me llevaría unos cuantos arañazos pese a la resistencia innata de mi raza. Y aunque consiguiera bajar rápidamente por la escalera, que debía estar más cerca que lejos, tenía en consideración que mi plan podría haberse ido al traste si los explosivos también eran falsos o si alguno de los otros tres residentes estaba por allí esperándome. De ser esto último, no me pararía más que para empujarme o escurrirme a través de él y dejarle atrás, huyendo de la hipotética explosión a la que no tenía ninguna intención de exponerme.

Kaitocosas:

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Usureros, lerdos e indecentes. La silenciosa y gran mordaza del Oeste [Moderado Nivel 4 - Kaito] - Página 2 Empty Re: Usureros, lerdos e indecentes. La silenciosa y gran mordaza del Oeste [Moderado Nivel 4 - Kaito] {Lun 3 Feb 2020 - 16:27}

Aclaratorium:

Huyo y llego al piso de abajo trastabillando mis muchos miembros en la miríada de escalones, pero algo anda peor que este asustado pulpo entierra firme. Mucho peor. Mis párpados se abren tanto que si no fuera por el nérvio óptico se me podrían haber caído los ojos al suelo, lo hacen de puro terror; las granadas están conmigo. Repliego el miembro, atrasándolo para tomar impulso para lanzar aquella peligrosa carga hasta que su cercanía a mi rostro me hace darme cuenta de que, por suerte, también me he llevado las anillas. Caigo al suelo sintiendo las palpitaciones mientras los pesados proyectiles aún yacen firmemente agarrados en mis ventosas.

—Casi me da un infarto...—escupo, mareado, intentando ponerme firme de nuevo en mis temblorosos miembros.

Aunque había aprendido a mantener la cabeza fría ante situaciones límite, eso no significaba en absoluto que no me afectasen. Y ahora mismo, en este maldito instante, me recupero de un "¿Y si...?" que habría resultado fatal y fatídico. Pero, como de costumbre, traspaso rápidamente la barrera que detiene y retrasa a otros. Ahora no solo estoy bien, sino que dispongo de un peligroso arma en mi amplio arsenal de trucos. ¿Pero cómo funciona?, me pregunto, obtuso, sin querer trastear demasiado con algo cuya finalidad es explotar. Las guardo bajo mi ser, agarradas por el miembro tullido al que no puedo pedirle más que eso.

Me percato entonces de que las cosas han vuelto al cauce normal del tiempo, y me veo obligado a continuar moviéndome para huir de la extraña aberración que probablemente no tardaría en seguirme al bajo. Uso mi sigilo para confundirme entre las sombras que hay de sobra en la casa, y avanzo al interior del edificio sabiendo que es una estupidez volver arriba y luchar contra algo a lo que no le afecta un cuchillo lanzado al cuello. Aunque claro, me digo, aún no se lo ha sacado.

Intento avanzar en completo silencio, aferrándome a los papeles bajo mi sobaco con un recelo casi obsesivo. Mi intención al ir allí había sido obtener respuestas, y una vez más me veía perdiendo el tiempo en no perder la vida que el destino se emperraba en arrebatarme.

Tecnicosas:

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Usureros, lerdos e indecentes. La silenciosa y gran mordaza del Oeste [Moderado Nivel 4 - Kaito] - Página 2 Empty Re: Usureros, lerdos e indecentes. La silenciosa y gran mordaza del Oeste [Moderado Nivel 4 - Kaito] {Miér 5 Feb 2020 - 10:56}

No hay puerta en la cocina. Desde allí solo puedo ver las sombras de los muebles destartalados y la nula oscuridad de los espacios vacíos. Vivir, o más bien discurrir por una gruta tiene sus inconvenientes, y por mucho que mi ascendencia estuviese adaptada a estos entornos la vista no era lo que se usaba precisamente bajo el agua. Desgraciadamente, el aire nunca ofrecía muchas pistas en entornos cerrados: no trasmitía tan bien el olor, no se desplazaba al más mínimo movimiento y desde luego no podía usarlo con las artes de mi raza.

Miro el desagradable umbral astillado unos pequeños instantes antes de asomarme a la sala. Enfrentarme a una criatura capaz de controlar la arquitectura a mi alrededor me obliga a cometer riesgos con el propósito de llegar al fondo de todo esto; aunque quizás sea la curiosidad lo que me empuje a comprobar qué puede ser la presencia que había detectado nada más entrar al domicilio. Gracias a mi altura, o quizás más bien al hecho de que me pongo sobre largas e interminables puntillas para no arriesgarme más de la cuenta a entrar demasiado, veo la extraña silueta de la criatura durmiente.

Frunzo el ceño; aquello de natural tenía más bien poco. Ya iban dos coincidencias muy juntitas y de la mano como para poder atribuir una relación de pura y cruel casualidad. ¿Hay por aquí un científico loco torciendo la naturaleza sin un propósito aparente?, me pregunto girándome de vuelta al pasillo. Es en ese instante cuando me doy cuenta del sepulcral silencio a mi alrededor. Antes de salir hago el intento de encontrar silenciosamente algún arma, esperando, o más bien deseando, que los extraños poderes del que estoy aún por encontrar no se apliquen a todo artículo del hogar. Como cocinero, carnicero y caníbal, no había nada mejor que un buen cuchillo, pero como tampoco quiero quedarme más tiempo allí de lo necesario, me conformaría con cualquier otra herramienta.

Hecho aquello, o tras considerar que ya había perdido demasiado el tiempo, volvería al pasillo y discurriría por la pared de este avanzando y echando miradas furtivas a mi espalda y derredor en la búsqueda del escamoso asesino que había decidido, por lo menos, apagar su motosierra, así como del aún desconocido y teórico usuario de akuma que había movido tan hijoputescamente la ventana. ¡Dios, cómo me duele aún la nariz!

Si todo llegaba a salir bien en mi camino, no tardaría en llegar a la próxima puerta que, entreabierta, parecía prometerme otra más tras atravesar otro estudio. Decido entonces esperar, tomándome un momento para meditar mis opciones antes de adentrarme en una sala en la que, teóricamente, había detectado la última de las almas.

Porque, por supuesto, hasta los animales y monstruos tenían de eso.

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Usureros, lerdos e indecentes. La silenciosa y gran mordaza del Oeste [Moderado Nivel 4 - Kaito] - Página 2 Empty Re: Usureros, lerdos e indecentes. La silenciosa y gran mordaza del Oeste [Moderado Nivel 4 - Kaito] {Lun 10 Feb 2020 - 15:59}

De entre todas las herramientas oxidadas, cubiertas de limo y, definitivamente, podridas, me decanto por uno de los peladores que, aunque aparentemente menos letal que sus hermanos mayores, me ofrece unas características que ningún otro utensilio es capaz de darme. Un cuchillo pelador, o más bien este de entre su subgénero, tiene una punta afilada y dura, curvada hacia delante como la garra de un depredador, y aunque relativamente cortante su punto fuerte se halla en la tenacidad de su filo. La mayoría suelen ser gruesos, en forma de cuña, lo suficientemente robustos para llevar una vida repetitiva en la cocina a costa, por supuesto, de no puedan hacer cortes tan delicados como, por ejemplo, los deshuesadores. Son estos rasgos los que me empujan a cogerlo sobre la pesada hacha de cocina, inútil para apuñalar, peligrosa incluso si contemplábamos el desgaste de su mango. Empuñándolo y utilizando la humedad de los microorganismos para afianzar mi agarre con el arte de mi raza, salgo en silencio y continúo con mi prudente investigación.

Por suerte me detengo antes de entrar, y gracias a mi cuidadosa actuación puedo ver a través de la puerta entreabierta cómo el escamoso homínido me busca. No puedo evitar preguntarme cuándo, o más bien cómo, ha llegado allí, y poco tardo en encontrar una hipotética explicación. Si el usuario de aquella akuma podía mover una ventana, indudablemente podía cambiar la distribución del hogar a su antojo. ¿Pero entonces por qué no me había destrozado ya? ¿Y si…?

El silbido no pausa mi tren de pensamiento, pero hace que tome una mínima desviación al empujar mi cuerpo hacia la profunda oscuridad del pasillo. El traqueteo de las patas de la bestia es perfectamente audible en el silencio de una noche en la que, afortunadamente, ha dejado de rugir la motosierra. Espero allí, tras la oscura linde, quieto en contra de la sombra que proyecta la poca luz del exterior que se cuela por la abertura del umbral al despacho. Soy paciente, comedido y… curioso, lo suficiente como para quedarme brevemente para intentar ver mejor al cuadrúpedo que atiende a la llamada de su amo.

Una vez pasara la criatura, y por ende el peligro, intentaría encontrar el sótano y el tercer alma en el resto de la casa. Eso sí, por mucho que quisiese relajarme no podía confiar en aquella falsa sensación de tranquilidad al saber, o más bien sospechar, que el híbrido que se había “marchado” era el usuario de la akuma. ¿Por qué si no iba a salir de allí? Estaría buscándome, usando sus poderes para controlar el entorno de alguna forma y manera, ya que, de ser el tercer enemigo una manifestación de la propia casa, este hubiera debido ser capaz de encontrarme bastante antes de que su compañero saliese.

En mi sigilosa incursión intentaría respaldarme en el haki brevemente, simplemente para comprobar si aquella peste persistía y si, a pesar del momentáneo shock, era capaz de determinar una dirección en la que encontrar al último ocupante del hogar. Eso, claro está, si el cuarto no era la aberrante presencia de la casa.

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Notas:

En el brumoso mar de las almas no queda rastro alguno del miasma tóxico que antes casi me hizo vomitar. Sólo quedamos en la casa el aura que se oculta en algún lugar del sótano y yo, y parece que los seres que tienen más de bestias que de hombres continúan con su intención de cazar aquello que acababa de huir con tanta prisa. Si ellos supiesen donde estaba se jactarían de dar vueltas tontas a su territorio, pero no puedo culparles por intentar encontrarme donde alguien "sensato" hubiera huído. Al fin y al cabo, ¿quién en su sano juicio se quedaría salvo este curioso octópodo?

Poco tardo en llegar al final del pasillo y encontrar las escaleras hacia el sótano. Estan amablemente iluminadas por una pequeña linterna de aceite que cuelga de una pared, mohosa y llena de limo, lo que me permite ver perfectamente que la madera de los escalones es poco más que un nido y banquete para organismos lignófagos. Lo único de su estructura que parece menos mordisqueado son los firmes balustres que sirven al pasamanos, que aunque algún que otro picado tienen, parecen ser menos apetitosos que los delicados y antiguos tablones del suelo.

Me tomo un corto momento, pues no quiero desaprovechar la ventana de tiempo que me ha abierto el lagarto al marcharse, para sopesar las diferentes opciones y piruetas que puedo efectuar para bajar en el más completo silencio. Cualquiera con dos patas lo hubiera tenido muy jodido, pero yo tengo ocho... Bueno, siete actualmente.

Primero coloco uno de mis tentáculos sobre una pared, y con el envés empujo la mugre a un lado para cerciorarme de que, efectivamente, resbalan como el más burlón de los musgos. Si quiero desplazarme usando ambos muros que bajan me vería obligado a usar las ventosas, pero razono que incluso aunque el agarre de estas fuese pleno, usarlas conllevaría arriesgarme a llevarme algún trozo digerido por los microorganismos haciéndome precipitarme escaleras abajo... Por lo que, obviamente, desecho la idea.

Solo queda pues la alternativa de distribuir lenta y progresivamente mi peso sobre mis siete largos miembros sanos, y usando el apoyo del pasamanos desplazarme sin hacer crujir los escalones tal y como mi natural agilidad y conocimiento en las artes del sigilo debían permitirme. Y aquel fue mi intento, paciente, pausado y crítico como el pasear sobre papel de arroz, hielo fino o delante del cuarto de un padre demasiado estricto.

Una vez llegara abajo, aunque aquello dependía si mantenía la pureza del silencio, continuaría investigando sin hacer ruido para encontrar a la persona aún oculta. Para obtener mis respuestas primero tendría que encontrar alguien a quien interrogar.

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La recepción del sótano es un desgüace lleno de cachibaches que muchos incautos hubieran catalogado como basura. Tuberías, chapas, tornillos, lámparas viejas y rotas, tostadoras, una bicicleta, un caballo de juguete para que lo monten los niños... Todo esperando que alguien lo suficientemente paciente y cariñoso le dedique un poco de tiempo para devolverles su servicial vida. No puedo reprimir una mueca de desagrado ante la capa de polvo del taller del vago malandrín que solo ha hecho más que acumularlos para abandonarlos a su suerte.

Continúo adelante sin atreverme a tocar la chatarra apilada, no fuera a ser que se cayese y arruinase mi sigilo, e intento buscar en la mesa de trabajo alguna herramienta letal como una afilada gubia o un destornillador para ocupar el hueco que había dejado la concha lanzada. Una vez hecho aquello, o tras obviarlo por la ausencia o desmorone de las viejas herramientas, prosigo por el pasillo de absoluta oscuridad. Camino lentamente, intentando percibir toda vibración de mi entorno a través de las fieles ventosas que arrastran mi persona con una parsimoniosa cautela. Sé que no hay más vida allí que la mugre y el alma que antes percibí, pero sigo sin fiarme del todo del sentido extraterrenal. Estoy plenamente seguro de que este también puede ser engañado, de ahí que no lo use demasiado.

La única verdad allí, en la oscuridad, es el repiqueteo constante del metal contra el metal que reverbera empujándome hacia delante. Me detengo justo cuando la luz de lejanos candiles perfila la silueta del reo en la amplia sala oculta tras un requiebro a la izquierda. Lo más desconcertante de aquello no es la situación del humano atrapado, sino el húmedo clima tropical que se cuece en aquella sala. Para alguien como yo es francamente agradable, pero para un pielseca debe ser un angustioso infierno. Avanzo hasta el límite del pasillo, asomándome sin atravesar a un lado y a otro para cerciorarme que allí no hay más peligros.

—¿Eres peligroso? —digo sin dar un paso más—. ¿O eres solo una presa?

Quizá sería más apropiado llamarle cena.

Entonces espero, atento a mis alrededores con la obsesión neurótica de alguien que sabe que no cuesta demasiado matar a un ser desprevenido.



Mente sobre Corazón:


Última edición por Kaito Takumi el Mar 18 Feb 2020 - 13:38, editado 2 veces
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Usureros, lerdos e indecentes. La silenciosa y gran mordaza del Oeste [Moderado Nivel 4 - Kaito] - Página 2 Empty Re: Usureros, lerdos e indecentes. La silenciosa y gran mordaza del Oeste [Moderado Nivel 4 - Kaito] {}

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