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Kaito Takumi
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Akuma no mi
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Mi tentáculo se retuerce sobre el destornillador, afianzándolo instintivamente como respuesta a lo que acaba de pasar. El encarcelado ha dejado de jugar con su cuenco para mostrarse como un horrendo saco de huesos, como un monstruo ciego y despellejado que hace bien en estar encerrado. Grita.
Su chillido roto y agudo me hace preguntarme cómo algo tan desnutrido es capaz de semejante esfuerzo. Su voz es una cuchilla que se clava en mis huesos, en mis oídos y que apuñala sin piedad mi alma sin saber que ello es un acto inútil. He aprendido hace mucho a no dejarme llevar por el tempestuoso mar de las emociones, y soy capaz de cruzarlo a contracorriente con suma facilidad.
Sin embargo no reprimo la agradable sorpresa que recorre mi columna llenándome de una maravillada satisfacción. Lo que hace es realmente impresionante. La creación del rojo mar y la caída los rastrillos que bajan uno tras de otro encerrándome son técnicas asombrosas, pero lo más sensacional, lo que hace que un espasmo de contento haga aflorar una pequeña sonrisa en mi rostro muerto, es la creación del monstruo en el techo de la jaula. Es tan interesante. Casi es... halagador.
Un torrente de teorías recorren mi cabeza mientras mi cuerpo se desliza sobre la sangre silenciosamente intentando sortear los lentos tentáculos sin hacer el más mínimo ruido. El rojo líquido no es muy diferente al agua, pero me tomo un extra de precaución a sabiendas de que su contenido proteico lo distingue en viscosidad. Como ninja marino y dueño del jutsu "llavero de mar", soy capaz de moverme sin romper la ruidosa tensión superficial, pero, por supuesto, no confío que la sensación del inexplicable evento bíblico sea del todo real.
—Lo siento —digo deprovisto de toda emoción, midiendo analíticamente el ir y venir de los tentáculos en la oscuridad mientras parte de mis esfuerzos se invierten en moverme y detectar posibles nuevos peligros—. Suelo dar una primera mala impresión. —Y mi forma de saludar no había sido la más adecuada—. ¿Quieres que te ayude? ¿Que te salve? ¿Es eso?
Había llegado a aquella conclusión tras analizar fríamente los acontecimientos hasta el momento. La puerta se había abierto al yo llegar, por él, invitando a un extraño a entrar, quizás con la esperanza de que pudiese sacarle de su infierno. La casa transmitía el olor de un alma torturada, sufriendo más allá de lo que cualquier ser inteligente hubiera considerado posible, haciéndome casi vomitar al reconocer, innata pero incoscientemente, la profundidad de la emoción. La ventana se había movido para evitar que me fuera, pero cuando grité pidiendo que me dejara salir no se movió del sitio. Aún era lo suficientemente humano, aunque nunca me había gustado demasiado esa expresión, para compadecerse de alguien que realmente quería, y podía, irse. Y ahora, tras presentarme tan burdamente obligándole a relegarse a uno de los dos horribles papeles propuestos, sumado a la mala impresión de mi alma, de la que yo tenía constancia, le había obligado a intentar defenderse. Es comprensible que estuviese asustado, y atacase como un animal herido y atrapado. ¿Por qué iba a ser mi enemigo, o el aliado del monstruo, si estaba en tan paupérrimo estado? No, lo único con cierto sentido es que fuera un pobre desgraciado.
O eso o el verdadero ser allí era el molusco sobre la jaula, que atraía a incautos con un extraño reclamo. Pero esa teoría simplista y aburrida, aunque justificable, era menos divertida. Que un híbrido con parte de calamar hubiera ingerido una fruta del diablo resultaba... francamente desagradable. O al menos lo era en comparación con la trama cuidadosamente hilada que había deducido.
Confiaba en mi hipótesis, y habíendola puesto a prueba con mis palabras tan solo me quedaba esperar a los resultados mientras dejaba a un lado las alternativas bélicas para las que ya me estaba preparando. Podría haber usado el sentido de las corrientes para detectar las emociones a mi alrededor, pero ante la desagradable impresión que me tiró al suelo poco después de entrar a la casa prefería no usarlo... de momento.
Su chillido roto y agudo me hace preguntarme cómo algo tan desnutrido es capaz de semejante esfuerzo. Su voz es una cuchilla que se clava en mis huesos, en mis oídos y que apuñala sin piedad mi alma sin saber que ello es un acto inútil. He aprendido hace mucho a no dejarme llevar por el tempestuoso mar de las emociones, y soy capaz de cruzarlo a contracorriente con suma facilidad.
Sin embargo no reprimo la agradable sorpresa que recorre mi columna llenándome de una maravillada satisfacción. Lo que hace es realmente impresionante. La creación del rojo mar y la caída los rastrillos que bajan uno tras de otro encerrándome son técnicas asombrosas, pero lo más sensacional, lo que hace que un espasmo de contento haga aflorar una pequeña sonrisa en mi rostro muerto, es la creación del monstruo en el techo de la jaula. Es tan interesante. Casi es... halagador.
Un torrente de teorías recorren mi cabeza mientras mi cuerpo se desliza sobre la sangre silenciosamente intentando sortear los lentos tentáculos sin hacer el más mínimo ruido. El rojo líquido no es muy diferente al agua, pero me tomo un extra de precaución a sabiendas de que su contenido proteico lo distingue en viscosidad. Como ninja marino y dueño del jutsu "llavero de mar", soy capaz de moverme sin romper la ruidosa tensión superficial, pero, por supuesto, no confío que la sensación del inexplicable evento bíblico sea del todo real.
—Lo siento —digo deprovisto de toda emoción, midiendo analíticamente el ir y venir de los tentáculos en la oscuridad mientras parte de mis esfuerzos se invierten en moverme y detectar posibles nuevos peligros—. Suelo dar una primera mala impresión. —Y mi forma de saludar no había sido la más adecuada—. ¿Quieres que te ayude? ¿Que te salve? ¿Es eso?
Había llegado a aquella conclusión tras analizar fríamente los acontecimientos hasta el momento. La puerta se había abierto al yo llegar, por él, invitando a un extraño a entrar, quizás con la esperanza de que pudiese sacarle de su infierno. La casa transmitía el olor de un alma torturada, sufriendo más allá de lo que cualquier ser inteligente hubiera considerado posible, haciéndome casi vomitar al reconocer, innata pero incoscientemente, la profundidad de la emoción. La ventana se había movido para evitar que me fuera, pero cuando grité pidiendo que me dejara salir no se movió del sitio. Aún era lo suficientemente humano, aunque nunca me había gustado demasiado esa expresión, para compadecerse de alguien que realmente quería, y podía, irse. Y ahora, tras presentarme tan burdamente obligándole a relegarse a uno de los dos horribles papeles propuestos, sumado a la mala impresión de mi alma, de la que yo tenía constancia, le había obligado a intentar defenderse. Es comprensible que estuviese asustado, y atacase como un animal herido y atrapado. ¿Por qué iba a ser mi enemigo, o el aliado del monstruo, si estaba en tan paupérrimo estado? No, lo único con cierto sentido es que fuera un pobre desgraciado.
O eso o el verdadero ser allí era el molusco sobre la jaula, que atraía a incautos con un extraño reclamo. Pero esa teoría simplista y aburrida, aunque justificable, era menos divertida. Que un híbrido con parte de calamar hubiera ingerido una fruta del diablo resultaba... francamente desagradable. O al menos lo era en comparación con la trama cuidadosamente hilada que había deducido.
Confiaba en mi hipótesis, y habíendola puesto a prueba con mis palabras tan solo me quedaba esperar a los resultados mientras dejaba a un lado las alternativas bélicas para las que ya me estaba preparando. Podría haber usado el sentido de las corrientes para detectar las emociones a mi alrededor, pero ante la desagradable impresión que me tiró al suelo poco después de entrar a la casa prefería no usarlo... de momento.
Kaito Takumi
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La voz del torturado invidente desaparece, pero no encuentro el tan ansiado silencio, simplemente el rugido de la falsa bestia marina que con su quejido demuestra que poco tiene de calamar. Los calamares no tienen cuerdas vocales, aunque estas bien podrían ser herencia de prácticamente cualquier mamífero que le otorgue la habilidad de respirar en tierra. "En fin... se acabó eso de hacer de psicólogo", pienso mientras abrazo mi verdadera naturaleza.
Lanzo la concha a un lado mientras las medusas vomitadas ondean lentamente hacia mi persona, lo hago con fuerza, con intención de salpicar y hacer ruido como distracción y prueba de que la cosa ante mí caza usando el sonido. Luego me desembarazo de los papeles que llevaba ya un buen rato sujetando bajo el brazo. A falta de una extremidad necesito tener mi brazo homínido desarmado y libre para poder usarlo con la misma eficacia que su hermano que sostiene el cuchillo. ¿Qué importan los papeles en un entorno post-apocalíptico? Nada. Menos que nada en mi situación. Me son absolutamente inútiles para recuperar mis pertenencias, salvar mi vida, darle muerte al monstruo, darle sentido a todo aquello y reunirme con mis mascotas. Entonces me arqueo hacia delante, contorsionándome para ocupar el mínimo espacio mientras mis seis miembros en tierra se doblan rápidamente sobre sí mismos para formar compactas imitaciones de pezuñas. Con el techo plagado de tentáculos y las paredes lejos en la oscuridad no necesito usar mis ventosas para arrastrarme, solo necesito potencia para llegar a mi enemigo cuanto antes.
El séptimo miembro, armado con el destornillador, se repliega en torno al arma, rodeándola mientras gira acumulando la potencia formando un muelle con un único propósito: un único golpe después de la carga. La carga que acaba de empezar. Allí no me vale en absoluto el sigilo, ni tampoco el miedo que vulgarmente ha intentado lanzar aquel pobre desgraciado sobre mi corazón. En las tres cámaras de mi pecho no hay lugar para emociones; mi cerebro las ha cortado todas bajo el filo de la fría y pura lógica.
Con mi velocidad, y con la agilidad que dos miembros extra para girar y corregir trayectorias aportan sobre el imperfecto galope de un caballo, reconozco que sortear las lentas medusas no deberían ser un problema. Mucho menos cuando sé, como todo buen hijo del mar, que el peligro invisible que arrastran suele ser hasta quince veces más grande que la bien visible caperuza. Pero, aunque agachado, echado hacia delante y veloz, las afiladas ventosas,que en sus compatriotas más pequeños suelen ser invisibles o imperceptibles, sí que lo son. Arañan mi espalda como rastrillos, haciéndome jirones la piel pero incapaces de cerrarse a tiempo para perpetuar el agarre. Y con los firmes empujones de mis patas acostumbradas a caminar bajo los líquidos de la marisma corro hacia mi objetivo a sabiendas de que frenar será una empresa mucho más difícil.
Por ello me veo obligado a intentarlo a metros de mi objetivo, habiendo dado un último impulso sobre el que derrapar sobre el mar de sangre. Entonces, y solo entonces, usaría el haki reconociendo el error que había cometido sobre mi nariz. ¡Pues claro que no olía lo de antes! ¡¿Cómo iba hacerlo después de la ostia y con la sangre seca acumulada alrededor de mis fosas?! E incluso de poder olfatear bien la peste de la criatura, el limpio y esteril aroma de mi falta de emociones, que no de propósito, me daría los segundos justos para usar mi vista extraterrenal para apuntar a mi enemigo. Intentaría entonces, midiendo dónde estaba realmente y cual iba a ser su reacción, matarlo extendiendo de súbito mi miembro-lanza imbuído en voluntad para destrozar con precisión su punto vital más expuesto. Fuese este cerebro o corazón, humano u octopodo, como cocinero, antropófago, hijo del mar y asesino no había, realmente, ninguno al que no supiese cómo llegar con una macabra eficiencia.
Con mis brazos cruzados y mis patas en cruz para frenarme intentaría evitar que el choque contra los barrotes me costase un golpe demasiado grande, pero de seguro me daría contra ellos al querer asegurar que mi ataque había llegado a su destino. Y seguramente me aseguraría de repetirlo, si el daño no había puesto fin de una vez por todas al encuentro.
Lanzo la concha a un lado mientras las medusas vomitadas ondean lentamente hacia mi persona, lo hago con fuerza, con intención de salpicar y hacer ruido como distracción y prueba de que la cosa ante mí caza usando el sonido. Luego me desembarazo de los papeles que llevaba ya un buen rato sujetando bajo el brazo. A falta de una extremidad necesito tener mi brazo homínido desarmado y libre para poder usarlo con la misma eficacia que su hermano que sostiene el cuchillo. ¿Qué importan los papeles en un entorno post-apocalíptico? Nada. Menos que nada en mi situación. Me son absolutamente inútiles para recuperar mis pertenencias, salvar mi vida, darle muerte al monstruo, darle sentido a todo aquello y reunirme con mis mascotas. Entonces me arqueo hacia delante, contorsionándome para ocupar el mínimo espacio mientras mis seis miembros en tierra se doblan rápidamente sobre sí mismos para formar compactas imitaciones de pezuñas. Con el techo plagado de tentáculos y las paredes lejos en la oscuridad no necesito usar mis ventosas para arrastrarme, solo necesito potencia para llegar a mi enemigo cuanto antes.
HENTAI: KNIGHT
El séptimo miembro, armado con el destornillador, se repliega en torno al arma, rodeándola mientras gira acumulando la potencia formando un muelle con un único propósito: un único golpe después de la carga. La carga que acaba de empezar. Allí no me vale en absoluto el sigilo, ni tampoco el miedo que vulgarmente ha intentado lanzar aquel pobre desgraciado sobre mi corazón. En las tres cámaras de mi pecho no hay lugar para emociones; mi cerebro las ha cortado todas bajo el filo de la fría y pura lógica.
Con mi velocidad, y con la agilidad que dos miembros extra para girar y corregir trayectorias aportan sobre el imperfecto galope de un caballo, reconozco que sortear las lentas medusas no deberían ser un problema. Mucho menos cuando sé, como todo buen hijo del mar, que el peligro invisible que arrastran suele ser hasta quince veces más grande que la bien visible caperuza. Pero, aunque agachado, echado hacia delante y veloz, las afiladas ventosas,que en sus compatriotas más pequeños suelen ser invisibles o imperceptibles, sí que lo son. Arañan mi espalda como rastrillos, haciéndome jirones la piel pero incapaces de cerrarse a tiempo para perpetuar el agarre. Y con los firmes empujones de mis patas acostumbradas a caminar bajo los líquidos de la marisma corro hacia mi objetivo a sabiendas de que frenar será una empresa mucho más difícil.
Por ello me veo obligado a intentarlo a metros de mi objetivo, habiendo dado un último impulso sobre el que derrapar sobre el mar de sangre. Entonces, y solo entonces, usaría el haki reconociendo el error que había cometido sobre mi nariz. ¡Pues claro que no olía lo de antes! ¡¿Cómo iba hacerlo después de la ostia y con la sangre seca acumulada alrededor de mis fosas?! E incluso de poder olfatear bien la peste de la criatura, el limpio y esteril aroma de mi falta de emociones, que no de propósito, me daría los segundos justos para usar mi vista extraterrenal para apuntar a mi enemigo. Intentaría entonces, midiendo dónde estaba realmente y cual iba a ser su reacción, matarlo extendiendo de súbito mi miembro-lanza imbuído en voluntad para destrozar con precisión su punto vital más expuesto. Fuese este cerebro o corazón, humano u octopodo, como cocinero, antropófago, hijo del mar y asesino no había, realmente, ninguno al que no supiese cómo llegar con una macabra eficiencia.
Con mis brazos cruzados y mis patas en cruz para frenarme intentaría evitar que el choque contra los barrotes me costase un golpe demasiado grande, pero de seguro me daría contra ellos al querer asegurar que mi ataque había llegado a su destino. Y seguramente me aseguraría de repetirlo, si el daño no había puesto fin de una vez por todas al encuentro.
- Notas combativas:
Tengo tiers principales en agilidad y velocidad, y luego está el tema de +3 tiers AGI por ser un pulposo. Maestrías de Reflejos, Combate callejero, Asesinato y Resistencia inducida. Asumo los daños a la espalda que es lo que considero más aceptable y lógico en la situación y en el hecho de que mis miembros miden unos cuantos metros, por lo que me alzan bastante en el modo de "caballero".
Sigo con lo de antes de sin emociones, y aparte:- Caballero Octópodo:
- Un x2 a Velocidad a costa de no usar las ventosas de los miembros en el suelo. Que son seis a pezuñas, y de las otras dos patas una tiene el destornillador y la otra (la jodida) las bombas pegadas a mi "culo-sifón" (Donde estaría la boca de un pulpo).
- Notas hakises:
- Realmente han pasado los turnos de descanso para poder usarlos, así que a ver. Tengo Armamento 1 , tristemente, y el mantra si está alto para lo que lo quiero; creo yo.
Kaito Takumi
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Siento el inconfundible crujido húmedo de un cráneo que cede dándome acceso al cerebro. Es... en muchos sentidos, como abrir un mejillón. ¿Pero luego? Luego solo encuentro una oscuridad que me empuja a la incosciencia.
Para cuando vuelvo al mundo me encuentro en la puerta de un edificio que tardo en reconocer. Es el mismo edificio al que había entrado, esa fortaleza que muchos habrían llamado de pesadilla. Ahora no es más que una casa de cuento, limpia y mantenida por hadas y duendes del hogar que parecen tan imposibles como el buen día que se ha levantado. El contraste con el resto del pueblo es aún más evidente que antes.
—¿Qué...?
Miro a mi alrededor confundido por... Bueno, por todo. Busco letras que leer en el documento que había abandonado, y que curiosamente ahora está conmigo, y tras hacerlo me doy cuenta de que eso de que "no se puede leer en sueños" puede ser una mentira muy gorda. Me rasco, me muerdo y uso mi haki para intentar discernir si estoy atrapado en algún tipo de ilusión, pero no encuentro prueba alguna de ello.
Aceptando temporalmente que esa es la realidad, cojo mis cosas y entro en la casa buscando la manera y forma de asegurar que no estoy loco. Me dirijo primero al sótano, directo a la sala del monstruo, donde encuentro en un ataud entreabierto un cuerpo reseco con un hueco en la frente en el que cabe justo la punta del destornillador.
—¿¡Qué?! ¿¡Cómo?! ¿¡Qué?!
Si los muertos podían tener frutas o si estas podían alargar la vida más allá de la carne era algo que me desconcertaba. En un vulgar intento por tranquilizarme firmo con mi propia tinta y la punta del cuchillo el documento que me designa desde entonces como un gran terrateniente. Aún descontento con mi rúbrica planto la huella de mi pulgar y mi primera ventosa central como marcas de caracter más personal y verídico. Pero incluso aquello no me quita el mal sabor de boca de un día malgastado en propósito. Lo que yo quiero, lo que yo ansío más allá de lo obtenido por casualidad... era... recuperarlos. A todos ellos.
Entonces alguien llamó a la puerta.
CONTINUARÁ... (en un diario para rematar la trama de Dretch, recuperar mis cosas y dar una explicación de qué ha pasado en la parte de Bleyd)
Para cuando vuelvo al mundo me encuentro en la puerta de un edificio que tardo en reconocer. Es el mismo edificio al que había entrado, esa fortaleza que muchos habrían llamado de pesadilla. Ahora no es más que una casa de cuento, limpia y mantenida por hadas y duendes del hogar que parecen tan imposibles como el buen día que se ha levantado. El contraste con el resto del pueblo es aún más evidente que antes.
—¿Qué...?
Miro a mi alrededor confundido por... Bueno, por todo. Busco letras que leer en el documento que había abandonado, y que curiosamente ahora está conmigo, y tras hacerlo me doy cuenta de que eso de que "no se puede leer en sueños" puede ser una mentira muy gorda. Me rasco, me muerdo y uso mi haki para intentar discernir si estoy atrapado en algún tipo de ilusión, pero no encuentro prueba alguna de ello.
Aceptando temporalmente que esa es la realidad, cojo mis cosas y entro en la casa buscando la manera y forma de asegurar que no estoy loco. Me dirijo primero al sótano, directo a la sala del monstruo, donde encuentro en un ataud entreabierto un cuerpo reseco con un hueco en la frente en el que cabe justo la punta del destornillador.
—¿¡Qué?! ¿¡Cómo?! ¿¡Qué?!
Si los muertos podían tener frutas o si estas podían alargar la vida más allá de la carne era algo que me desconcertaba. En un vulgar intento por tranquilizarme firmo con mi propia tinta y la punta del cuchillo el documento que me designa desde entonces como un gran terrateniente. Aún descontento con mi rúbrica planto la huella de mi pulgar y mi primera ventosa central como marcas de caracter más personal y verídico. Pero incluso aquello no me quita el mal sabor de boca de un día malgastado en propósito. Lo que yo quiero, lo que yo ansío más allá de lo obtenido por casualidad... era... recuperarlos. A todos ellos.
Entonces alguien llamó a la puerta.
CONTINUARÁ... (en un diario para rematar la trama de Dretch, recuperar mis cosas y dar una explicación de qué ha pasado en la parte de Bleyd)
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- Decisiones y una gran recompensa. (Moderado nivel 5) (Alice)
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