Carne caliente y bolas de nieve [Kazuya y Omega] [Privado]

- ¡Recordad! Sólo se darán por válidas las hamburguesas que comáis enteras. No puede quedar ni un solo cacho, ni tampoco cuentan si vomitáis. ¡A la de tres!

¿Cómo había acabado allí? En mitad de un jodido infierno congelado donde no se podía ni estornudar sin que los mocos se convirtieran en sólidos proyectiles mortales en pleno vuelo. ¿Dónde se había quedado la hermosa calidez del desierto, el dulce beso de las arenas, la brisa seca y ardiente? En su lugar allí tenían una asquerosa parodia blanca de desierto, con nieve por arena y un frío tan intenso que el albino no era capaz de dejar de tiritar. Para sobrevivir a aquella pesadilla se había metido en el primer local caliente que había encontrado, justo para acabar en mitad de un concurso de comer hamburguesas. Nunca había sido muy fan de la comida rápida, tenía buen olfato y por ende disfrutaba de la comida... y sufría especialmente la mediocre. Sin embargo la promesa de llevarse algo caliente a la boca en aquel momento era como un trago de agua de oasis.

- ¡Ya!

Con voracidad se abalanzó sobre su primera pieza, haciendo desaparecer un cuarto de apenas dos mordiscos. Para su sorpresa no le esperaba un cacho de desechos cárnicos camuflados bajo enormes cantidades de estridente salsa, sino una deliciosa sinfonía de sabores en armonía. La carne estaba en su punto perfecto, acompañada de una deliciosa salsa barbacoa y un sabor frutal dulce y ácido que no supo identificar. Atacó con renovados ánimos su comida, alzando la mano en cuanto acabó:

- ¡Otra!

No fue el único, pues un hombre "corpulento", por no decir mórbidamente obeso, gritó a la vez que él. Lo observó por un momento con descaro, reconociendo en él el rival que podría disputarle aquel concurso. Tras dirigirse mutuamente una mirada cargada de... amor y aprecio, ambos comenzaron a engullir su segunda hamburguesa. No tardaron en dejar atrás al resto de competidores, devorando a un ritmo totalmente inhumano. Pronto el estómago de Atsu comenzó a gruñir y quejarse, acompañado por un sordo dolor. Frunciendo el ceño, respiró hondo y se centró en su estómago, acelerando el proceso digestivo a un ritmo inhumano:

- Semei kikan.

La competición de hamburguesas más grande del pueblo se llevaría a cabo dentro de dos horas y, para entonces, los cocineros debían tener por lo menos 100 de estas preparadas y bien calientes. Era un desafío que sería bien recompensado, al menos eso había prometido el señor Lucius, un hombre bajito y bien gordo que estaba en problemas. Su cocinero estrella había sufrido un accidente y los hombres que le seguían decidieron largarse a otro trabajo; menos pega, más dinero. El organizador de la competición no tuvo de otra que salir a la calle a buscar un cocinero medianamente bueno que pudiera preparar las malditas hamburguesas en ese tiempo. Preguntó en restaurantes y locales de comida rápida, pero ninguno tenía tiempo libre para ayudarle. Fue entonces que, en medio de su desesperación, comenzó a preguntarles a los transeúntes y así fue como dio a parar con los hermanos Kimimaro.

Había razones suficientes para ayudar al viejo Lucius, no solo porque había dinero involucrado —que siempre venía bien—, sino también porque cocinar era lo que más entretenía al joven peliceleste. Según había explicado el organizador, el mínimo a preparar sería de 100 hamburguesas, pero era muy probable que esta cantidad fuese a aumentar con el transcurso de la competición. Como sea, Kazuya había aceptado el trabajo a cambio de usar una receta experimental que contentaría a los participantes. A pesar de que la condición propuesta por el cocinero no era demasiado confiable, el tiempo corría y Lucius se quedaba sin opciones, por lo que decidió aceptar.

—¡Bien! ¡Manos a la obra! —expresó Kazuya al encontrarse en medio de la cocina, rodeado de todo tipo de utensilios, muebles e ingredientes frescos.

La hamburguesa era un sándwich conocido en todo el mundo hecho a base de carne picada cocinada a la parrilla o al horno, aunque también podía freírse. Teniendo en cuenta el concepto, lo primero que hizo el cocinero fue coger un cuchillo bien afilado y picar la carne a un ritmo que parecía inhumano. Los trozos eran tan diminutos que no tenían más de medio centímetro de envergadura, demostrando la precisión de Kazuya. Salpimentar la carne era un proceso igual de importante que los que estaban por venir, aplicando una proporción muy bien medida para que la sal ni la pimienta opacasen el sabor del ingrediente. Con ayuda de su hermana, fueron cortando poco a poco la carne hasta conseguir una ingente cantidad de esta que dejaron en un enorme cuenco de madera.

—Tú ocúpate de las hamburguesas, Kazuya —le dijo su hermana melliza, cogiendo un par de cebollas y lanzándolas al aire—. Prepararás tu nueva salsa, ¿no?

—A los competidores les encantará —aseguró el cocinero, sonriendo de oreja a oreja—. ¡Te encargo lo demás, Kimi!

En la mayoría de los libros de receta se usaba el perejil para la preparación de hamburguesas, sin embargo, el cocinero se había decantado por el cilantro. Más fresco; más amigable. Removió con sumo detalle los tallos de este y dejó sólo las hojas, las cuales procedió a lavar. Tras dejar el contenido en otro cuenco, hizo lo mismo con el ajo y la cebolla, picando los ingredientes muy finamente sin llegar a triturarlos. A continuación, mezcló todos alimentos previamente picados con huevo batido hasta conseguir una textura homogénea. La clave estaba en usar sólo un poco de pan rallado para obtener una mezcla más compacta. Si hubiese contado con un par de horas adicionales, habría dejado reposar las hamburguesas en el congelador, pero tiempo era lo que menos tenía.

Con facilidad el cocinero empezó a coger grandes trozos de la mezcla para formar verdaderas bolas de carne. Como no había moldes para que las hamburguesas quedasen iguales, tuvo que hacerlo al ojímetro. Luego de formar treinta de estas, echó un buen chorro de aceite de oliva en cada una de las seis sartenes y lo dejó calentando a fuego alto durante unos minutos. Con una espátula fue depositando una a una las hamburguesas, preocupado de que estas no se cocinasen demasiado.

Ya era hora de empezar la preparación de su salsa experimental. Todo el mundo le conocía como salsa barbecue, aunque esta tenía una pequeña variación: en vez de usar kétchup, iría directamente con el tomate picado finamente. No optaría por el vinagre, sino que usaría vino tinto. La cebolla la caramelizaría sólo un poco para disminuir la acidez y, el ingrediente secreto, ají verde muy bien cortado para agregar ese toque picante que tanto les hacía falta a los alimentos.

—¡La competencia está por comenzar, muchachos!

—Las primeras treinta ya están preparadas —respondió el cocinero sin dejar de freír las hamburguesas, quitándose el sudor de la frente con el brazo—. El queso fundido está sabroso, los aros de cebolla caramelizados hacen un juego perfecto con la salsa barbecue ligeramente modificada y el tocino otorgaba un toque grasiento rebosante de sabor a la combinación.

—¿Qué le echaste a la salsa, Kazuya? Hay algo que no logro distinguir. No son los tomates ni es el ají, tampoco la cebolla medianamente caramelizada —le preguntó su hermana tras entregar la primera tanda de hamburguesas.

—Je, es un secreto. Pronto lo sabrás.

El alivio en su estómago llegó casi al momento. La comida avanzó hacia sus intestinos a un ritmo acelerado, y su cuerpo pasó a absorber los nutrientes. Suspiró hondo con una sonrisa, sintiendo su estómago ligero de nuevo. Su rival había aprovechado ese breve lapso para intentar tomarle ventaja, aunque cada vez iba más lento. Atsu sonrió más ampliamente y cogió su cuarta hamburguesa, arrancando casi la mitad de un mordisco. Fue tan a a lo bruto que le costó un poco manejar tanta porción, pero se las apañó para masticarla. Era una pena no poder tomárselo con calma y disfrutar de las hamburguesas, porque estaban francamente deliciosas. Eran sin lugar a dudas las mejores que había tomado nunca. Cuando iba por la séptima, tomó un momento para observar a su principal competidor y al resto. Parecía que empezaba a costarle continuar comiendo. Unos cuantos ya se habían rendido, y había una chica que parecía a punto de vomitar. Desvió la mirada para evitar verlo y volvió a inspirar hondo.

- Semei kikan.

La presión en su estómago volvió a desaparecer, dejándolo de nuevo ligero y listo para la siguiente tanda. Continuó con ánimos renovados, aunque algo más cansado. Emplear el rokushiki tenía su precio. A pesar de sus ingenios para vaciar su estómago y poder seguir comiendo, el hombre obeso estaba totalmente dispuesto a ganar y seguía comiendo. La competición continuó ferozmente, y las hamburguesas continuaron llegando de la cocina y desapareciendo frente a los pozos sin fondo que eran ellos dos. Los otros competidores fueron retirándose, incapaces de seguir el ritmo. Finalmente a la undécima hamburguesa, las tripas de su rival rugieron con ferocidad, y el tipo dejó caer la hamburguesa sobre el plato antes de salir corriendo hacia el baño. Atsu terminó la suya y levantó el puño derecho en señal de victoria.

- ¡Tenemos un ganador! Atsu, con doce hamburguesas.

Se levantó con cierto esfuerzo, sintiéndose bastante pesado. Nuevamente recurrió a sus habilidades para digerir la comida, pero esto también tuvo un contrapunto que no esperaba. Podía dar buena cuenta de grandes cantidades de comida, pero por algún lado tenía que salir. Frunció el ceño cuando notó el cosquilleo en sus bajos. Igual debería ir al baño él también, pero si iba ahora podían considerar que era porque iba a vomitar. Tendría que aguantarse un rato, y ejercitar un poco el esfínter. Avanzó hacia el árbitro y le dijo:

- Me gustaría ver al cocinero, quiero felicitarle en persona. Estas hamburguesas son las mejores que he tomado nunca.

El administrador volvía cada tanto para apresurar a los cocineros, pues dos de los competidores eran auténticos monstruos. El peliceleste había olvidado cuántas ya había cocinado, y el calor de la cocina empezaba a hostigarle. Repetidamente debía quitarse el sudor de la frente para seguir cocinando las malditas hamburguesas. Por otra parte, su hermana tampoco lo tenía fácil. Mientras que Kazuya se encargaba de la carne en sí, Kimoto se ocupaba de armar el sándwich en sí.

—¡Por fin terminamos! —suspiró el cocinero, echándose al suelo y estirando los brazos. Hacía mucho que no participaba en una competencia de comida.

—¡Lo han hecho muy bien, chicos! —reconoció el organizador, llorando de alegría y alivio, pues todo había salido como esperaba—. ¡En serio me salvaron! ¡Gracias!

El hombre había prometido una buena suma de dinero, lo que les iba estupendo a los aventureros.  Por supuesto, Kimoto era la que se encargaba de los temas administrativos, de lo contrario, se habrían ido a la ruina antes de partir de Vednacor. Con el dinero del trabajo podrían comprar provisiones y algo de ropa. ¡Incluso un nuevo equipo culinario!

—A todo esto, hay alguien que quiere conocerles, chicos —dijo de pronto el hombre—. Es el ganador de la competencia, seguro estará encantado por tremendo trabajo.

Kazuya creía que el vencedor era poco menos que un monstruo. Se había imaginado al primer lugar como un tipo alto y gordo, muy gordo. Sin embargo, parecía un tipo de lo más... normal, salvo por su color de piel. En Vednacor no había morenos, pero tampoco era un tema de importancia.

—¡Hola! Soy Kazuya, y ella es mi hermana: Kimoto —diría una vez el ganador hubiera llegado a la cocina.