Corred, Correos [Pasado Privado Lexy-Kaito]

Parece magia, ¿verdad? ¿Cómo esas aves saben dónde tienen que ir para entregar las cartas y paquetes? ¿Dónde descansan? ¿Qué comen? Todas esas preguntas esconden respuestas guardadas con recelo por una de las industrias más poderosas de los mares. Afortunadamente, parecía que hoy iba a obtener unas cuantas de ellas de una forma relativamente fácil.

Había encontrado a Ruffus con el ala rota flotando sobre las frías aguas del North. Era un albatros de transporte, una criatura magnífica e increíblemente fuerte que, a pesar del dolor, el hambre y la extenuación, continuaba pataleando con insistencia para llegar a su destino. La verdad es que había tenido suerte que pasara por allí justo en el momento en que los tiburones se acercaban para comprobar que, efectivamente, no podía volar.

—¡Deja de picotearme, bastardo!

Aquellas fueron las primeras palabras que le dediqué cuando el muy gilipollas intentaba huir de mi abrazo. Lo cierto es que tardó poco en comprender, lo mismo que tardó el gran blanco en cargarnos con sus fauces abiertas, que solo quería ayudarle. Un par de bicherazos al morro del pretencioso pez le hicieron retirarse, porque, aunque no sea conocido, lo cierto es que la mayoría de tiburones son unos miedicas. De esta manera, y cuatro sardinas después, nos hicimos buenos conocidos; y aquello fue suficiente para que la criatura me señalase con su afilado pico dónde quería ir y para que le diese ese nombre.

Tres horas de incesante nado después con la criatura como sombrero y capitán, llegamos a una enorme y perdida rocalla llena de aves de correo. Gritaban, pero no lo hacían por ese gusto que tienen las aves marinas de chillar por las mañanas… Había piratas atacando su nido y base.

Había sido el viaje más movidito de mi vida. Haberme colado en aquel barco pirata no habría sido problema alguno si no me hubiera metido de polizón en una maldita caja. Pero bueno, la verdad es que según había escuchado aquel barco iba a las islas del paraíso. ¿Que significaba esto? Alcohol, bailes y fiesta a tuti plen. Ya había comprado mis guirnaldas, un sujetador de cocos, una faldita de hojas y varias muñequeras para empezar mis vacaciones. Además mi equipo estaba en mi bolsa que viajaba conmigo dentro de la caja.

Cuando llegamos a nuestro destino los piratas parecían estar ocupados fuera del barco. Parecía que estaban liándose a tortas con algo o con alguien. Porras....esto retrasaría mis planes de tomar un "Copa Cabana" de ginebra en la playa. Me puse mi pistola detrás de la falda de hojas por si las moscas y escuché a un marino que pasaba por allí gritando.

-¡Si, ahora os ayudo con esos pajarracos!¡Pero luego invito yo a Wisky a los doce!- dijo mientras cogía mi caja.

Al escuchar "Whisky" salí disparada de la caja, lanzando la tapa por los aires y gritando con el dedo índice de la mano derecha en alto.

-¡¡QUE SEAN TRECE WHISKYS!!-hasta que me di cuenta que tenía al pirata de frente- Ops...tu no haaaas vistooo nada-finalicé cogiendo la tapa rápidamente y cerrando la caja golpe conmigo dentro.

El pirata se quedó con una cara de WTF y arrancó la tapa de cuajo, pero cuando lo hizo, estaba yo apuntándole con mi pistola en la frente. Se quedó con los ojos abiertos como platos y un "pum" sonó en la sala. El pirata cayó de espaldas a mi con un boquete en la frente producido por el disparo.

-Vaya esto traerá problemas...hora de cambiarse- dije mientras me quitaba el sujetador de cocos y me ponía mi ropa de faena.

Una vez lista salí de la caja y me dirigí a la puerta de la bodega con intención de salir del barco para ir "a la isla" donde habíamos llegado. LLevaba mis pistolas, mi atuendo de aventura y mi bazoka a la espalda.

Los garfios de abordaje se clavaban en el escollo como fieras garras y las escalinatas lamían las heridas abiertas. Uno tras otro los distintos piratas iban y venían pateando nidos, sin miramiento alguno a las pobres aves desempleadas que no tenían nada que ver con el pequeño edificio que estaba siendo desvalijado.

—¿Qué hacemos con este, Capitán? —dijo uno de los dos desaliñados rufianes que sostenían al anciano.

—No es oro ni es nada; al agua con él —rugió el pirata con el sombrero y el trabuco más grandes.

Para aquellos dos piratuelos hubiera sido sencillo patear al viejo barranco abajo, pero en lugar de hacer lo simple y sencillo prefirieron complicarse. Se lo llevaron a un lado, lejos de las idas y venidas de los carroñeros que robaban paquetes y mataban a los fieros pelícanos que los protegían.

— En esta pistola solo hay una bala para seis tiros. Si te disparo cinco veces sin morir, te dejaremos con vida.
Gris y triste, el antiguo guardián del mar apenas alzó la mirada. Había vivido mucho, tanto como no importarle la certeza de la muerte. Extendió su mano temblorosa y huesuda, aceptando su destino.

Los dos rieron, pero uno dejó de hacerlo cuando ese pedazo de cabrón le reventó la cabeza de un único y preciso tiro. Joder, ni yo, que estaba acostumbrado a los rápidos giros del destino, me lo había visto venir. Ahora su frágil figura no importaba, porque en su rostro delgado y sin afeitar se reflejaba la ira y la calma de una enorme tormenta.

—¡HIjopu…!

Rufus graznó, y lanzándosele a la cara del malvado de un salto casi hizo que la tajada también le diese a él. Aún estaba haciéndome a aquella espada marina, pero me alegra decir que el pájaro solo se manchó de la sangre de otro.

Entrecerrando sus perlas grises, el canoso esqueleto me recorrió con una mirada tan fría como el acero. Juzgaba quién era, y no qué era, pero no sabría decir cuál de las dos alternativas habría sido peor. Abrió sus secos labios para hablar de manera aún más seca.

—¿Es de fiar, Machiavello?

El ave graznó.

Dijera lo que dijese el viejo, ese pájaro tenía cara de Rufus.

No tardé mucho en salir del barco, y la verdad, hasta me aburrí por no encontrar oposición alguna. Aquel barco había quedado fantasma total y ya solo me quedaba la opción de acercarme a la barandilla de proa a divisar donde demonios estaba. Cuando logré aferrarme a dicha barandilla pude observar que estábamos en un atolón lleno de pájaros que huían de los piratas. ¿En serio hemos acabado en un atolón de correos? MY GOD, esto si que no me lo esperaba....adiós al Whisky, a los bailes nocturnos y a la sangre fresca en mi cara.

Por fortuna escuché un disparo y los ojos se me abrieron como platos mientras sonreía como cuando a una yonki le dan metadona. Comencé a buscar el origen con la vista y pude ver una "Reunión" donde ya había un cadáver a lo lejos. Aplaudí como una loca y me dispuse a sacar mi bazoka de mi espalda y llevármelo al hombro.

Cuando me disponía a disparar parecía que el peligro había desaparecido allí. Ya solo quedaban un pajarraco, un tipo y un viejo...así no tenía gracia...bueno, hora de socializar.

Cogí una cuerda y bajé del barco pirata para  empezar a caminar en dirección a aquella gente. Enfundé de nuevo el bazoka a mi espalda ya que no querían que se pensaran que era hostil. Corrí y corrí hasta llegar a ellos con las manos levantadas...por si acaso.

-Emm perdón ¿este barco no iba al Paraíso? Creo que me he perdido -dije con un tono de pena y disculpa a la vez. Finalmente me di cuenta de la situación y dije- ¿Interrumpo algo?

Mantenía las manos levantadas para dejar claro en todo momento que no era hostil...y estaba deseando que me dieran un motivo la verdad. Si ellos habían sido quienes me interrumpieron mis vacaciones lo iban a pagar caro.

Y ahí estaba yo, esperando que la inquisitiva mirada del enjuto marinero decidiera si era o no de fiar a pesar del ave. No parecía tener muchos amigos, al menos sin plumas, y refunfuñando entre dientes masculló algo que sonó vagamente positivo. Los gruñidos humanos eran los sonidos más complejos que uno podía encontrar, mucho más que los distintos cantos y cloqueos de los pavos más maleducados.

—¿Tienes alguna pistola?
Negué, aunque visto lo visto si hubiera tenido una no hubiera cometido la imprudencia de dársela. Prefería encargarme yo de todos aquellos bucaneros antes de arriesgarme a que ese tipo llegara a acariciar nuevamente un gatillo cargado.

—Tráeme una. Una con balas.

Hablaba no creyéndose importante, sino simplemente necesario. Parecía creer que podía darme ordenes, o quizás había vivido un tiempo, ya hace mucho, donde había estado muy acostumbrado a darlas. Lo cierto es que no me hacía ni puta gracia… Pero menos me la hacían los que pisaban huevos.

—Mira, yo he venido a traer a Rufus. Y a ver esto. Y solo voy a poder ver cómo funciona todo si… Bueno, si funciona.

El destello asesino de sus ojos me ponía nervioso. Casi podía ver las cosas que me hubiera hecho si hubiera tenido balas de sobra… Ninguna era buena.

—Yo me encargo de esos tipos mientras usted se queda aquí… quietecito.

El hombre arrugó su afilada nariz y abrió la boca, pero se limitó a mirar a la muchacha que iba viniendo. Evité girarme, pero pivoté para no perder a ninguno de los tres, lo que incluía a aquella mala bestia que picoteaba los cadáveres, de vista.

Y sabe la mar que aquella mujer era de las cosas más horrendas que había visto en mi vida. Desde su sonrisa hasta su contoneo había una belleza impertérrita que para mí era lo peor de la humanidad hecho carne. Bueno, carne precisamente no, sino hueso y pellejo blanco si no tintado con amargos tatuajes que me daban arcadas. Aquel ser delante de mí exhibía colores brillantes, y bien reconocía esto por instinto, tal como era en muchos casos señal de animal venenoso o de sabor francamente horrible. Ni habiéndola engordado con cuatrocientos kilos de dulce grasa hubiera accedido a comérmela, y casi ni a lamer aquella mala carne.

—¿Qué clase de… —Una arcada que hizo eco en mi capucha. Una arcada por pensar en ella como mujer y tener una mente demasiado traicionera—. Perdón. ¿Qué clase de pregunta es esa?

—Dame tu pistola.

De nuevo aquel hombre hablaba como si pudiera exigir todo cuanto quisiese.

—Mejor que no lo hagas.—Repté entre las rocas para marcharme a por presas más apetecibles.—. Ni que te metas.

Admito que la expresión de aquel chico me resultaba algo molesta pero era entendible ya que no me había dado tiempo a ducharme...cosas de estar encerrada en una caja. Me quedé mirándole mientras tenía su pequeña charla con el esquelético tipo y esperaba a que terminaran de hablar. Cuando me preguntó: ¿Qué clase de pregunta es esa? me había dado cuenta que quizás debía dar algo de contexto.

-Venía de polizón en el barco de esos piratas que están expoliando esta roca. He logrado que no me vean ya que no se esperaban que saliera de una caja. Te he observado desde la cubierta de su navío....he visto que no eras pirata y he venido a preguntar. Simple, fácil de entender ¿no?-dije intentando explicarle.

Tras esto torcí mi vista y me quedé mirando al hombre que pedía un arma.

-Lo siento, pero a mis pistolas las quiero más que a mi padre chato así que va a ser que no- le dije antes de que mis palabras fuera corroboradas por la negativa del chico, no sin antes, decirme que no me metiera en el medio de los asuntos que estuvieran tratando.

-O tranquilo, vosotros seguid con vuestra terapia/charla o lo que estuvierais haciendo, yo con vuestro permiso voy a desvalijar el barquito y me iré en un bote tan rápido como pueda mientras esos idiotas revientan la isla- dije con una sonrisa mientras desenfundaba mi bazoka y me lo llevaba al hombro -Tan solo espero que opongan resistencia o me aburriré mucho.

Me despedí del hombre, pero del otro no creo que me hubiera dado tiempo ya que se estaba largando del lugar ". Quizás debía alertarle de que iba a liarla, pero bueno, no sería gracioso... El aspecto del tipo que me ignoró  me hacía también bastante gracia ¿no lo había visto en otro lugar o así? ¿Sería mi tío Billy? No, no lo creía.

Aquel lugar apestaba a la muerte de los más inocentes. Huevos rotos por doquier, aves muertas y pólvora quemada se mezclaban en un perfume aderezado con la risa de los hombres. Iban y venían, uno detrás de otro, cargando paquetes que traían de la casa-almacén a su vez palomar que aquella institución marcaba como propia con su bandera. Nunca me había gustado encontrar el símbolo del gobierno mundial, ni estampado ni bordado, pero si aquello significaba que podía trazar cierta línea de respeto con los dueños del mundo… que así fuere.

Me quedé detrás de las rocas, oculto en las sombras y los afilados perfiles de roca negra que escondían mi silueta de aquellos pobres desgraciados que acariciaban y apretaban su botín envuelto en papel de estraza. No pude evitar preguntarme qué albergaban aquellas cajas destinadas para otros, y auntes de que pudiera darme cuenta me había agregado como uno más a la fila.

El interior del edificio era precioso. Decenas y decenas de hileras de cajas nido se amontonaban formando un entresijo de pasillos y pasarelas por las que discurrían los animales entrenados, huyendo y graznando, intentando a duras penas proteger las cartas y paquetes por los que tan duramente habían sobrevolado los océanos. Aquí y allá había comederos, y el olor del mar y la paja se mezclaban con el reconfortante calor del guano recién puesto.

—Hmm…—El placer del suspiro pronto se tornó en enfado. Había demasiada sangre derramada sin motivo.

Al menos uno de los malhechores aprovechaba para echarse sobre los hombros las aves agarradas por el largo cuello. Desgraciadamente aquel forrajeador, único villano que realmente me pareció valer la pena, supo verme.

—¡Alto! ¿Quién eres tú?

Exhalé. Me vacié de toda emoción para centrarme en las sensaciones que me rodeaban. La visión de la carne malgastada, el ferroso aliento de la sangre pegada en mi nariz, el ruido de las risas disolviéndose en una preocupación casi angustiosa, el agua palpitando dentro de mi arma y el dulce sabor del miedo. Todo debía acabar ahí. Todos debían acabar allí, muertos.

Mis piernas se tensaron, apretándose como contracturados muelles compuestos por mil anillos de músculo; mi cintura se dobló, obligando a mis hombros a girar sobre el eje de mi columna lenta y tan dolorosamente como un torniquete mal hecho; mis brazos se extendieron, rodeándome, dando una vuelta casi completa mientras mis dedos aferraban el arma con firmeza.

Podía notar cada una de mis fibras retorcerse, y casi podía escuchar a mi ser rechinar como una cuerda que se aprieta y tensa.

Que chico tan majo...y tan solitario....me daba hasta penita. Pero bueno a lo hecho tiro en el pecho, así que seguí mi camino para volver al barco con suma cautela de que los expoliadores piratas no me vieran todavía.  Una vez subí al barco me quedé mirando desde la batayola de babor el panorama sangriento que había en la isla. Oh que hermoso, casi parece una obra divina. Pájaros muertos...cosas destrozadas y muchos piratas dando vueltas...si es que era el escenario perfecto para una "bumba bumba".

No me demoré más y preparé un bote salvavidas por si las moscas. Acto seguido comencé a peinar el barco de arriba abajo buscando algo que fuera de valor y no estuviera apuntalado al casco. Para mi desgracia no encontré nada, lo cual, me enfadó...mucho. Me quedé pensativa sentada sobre un barril de la cubierta con las piernas cruzadas mientras pensaba en alto.

-A ver, estos tíos son unos tiesos...vienen aquí a por ¿pájaros?..joder, si que deben de tener hambre.  Todos visten igual, pro aquel chico de capucha no, ergo....no es uno de ellos....básicamente me habría pegado un tiro de buenas a primeras si lo fuera...ergo....no es de su banda...ergo...¡¡AAAAAAGGGGG BASTA DE PENSAR!!! DUELE!!- dije dando un salto del barril mientras me dirigía corriendo hacia la borda del barco que daba con el atolón.

-Tengo que preguntarle a ese chico que hace aquí, dudas, dudas pero ninguna respuesta...odio que me levanten la curiosidad...pero antes....-miré alzando la vista hacia el edificio que allí se erguía, y luego en las cercanías un grupo de piratas  estaban cogiendo cajas...bingo.

Cogí el bazoka y lo puse a mi hombro, procuré enfocar el disparo al medio de aquellos piratas con cajas sin intención de darle al edificio, pero el estruendo se escucharía si o sí si había alguien dentro. Pulsé el botón de la mira, esta se puso en mi ojo y apunté.

-¡¡KOWABUNGA!!-dije mientras disparaba un misil que iba en dirección a aquel grupito de piratas. El misil impactó de lleno contra dos haciendo una gran explosión de astillas, carne y humo. Los piratas del alrededor no sabían de donde había venido el disparo. Yo por mi parte me escondí tras la batayola nuevamente mientras me comenzaba a reír sola en el suelo.

En ese momento me levanté de golpe, chasqueé mis dedos y dije.

-Casi se me olvida, el chico de la capucha ¿Andandará?- dije colocando el bazoka a mi espalda nuevamente y bajando a tierra por una de las cuerdas que previamente había usado para subir. Si el chico seguía por ahí, habría escuchado la explosión seguramente.

No podía retorcerme más. Ahí, en el máximo de mi torsión, temblaba en el límite de escurrir cada gota de mi alma con el esfuerzo que se retuerce un trapo para limpiar la mugre. Deseaba matarles, borrarles de la existencia para que solo quedara tras ellos el mal recuerdo de sus actos. Esos pobres animales… Esos pobres huevos…

Puede que la venganza no fuera la razón más pura para improvisar un movimiento del bushido gyojin, pero lo cierto es que jamás me había importado las limitaciones morales del estilo. Era un ninja, un proscrito, un desgraciado que usaba todo cuanto aprendía para mejorar. Era un carroñero, un caníbal, un asesino y, sobretodo, una madre. Creo que fue por eso último por lo que el haki pasó a toda la extensión de mi arma, tintando el puro chorro de un negro aún más espeso que mi tinta.

Toda aquella fuerza saltó de mí, haciéndome girar en el aire y despegarme del suelo mientras el largo y afilado látigo de agua trazaba un circulo perfecto. O quizás fue una espiral. Fuese cual fuese su curvatura, ese ataque no encontró resistencia alguna en sus cuerpos. Barrigas desgarradas, cuellos cercenados y rostros rotos se esparcían aquí y allá como la sangre salpicada y el agua que poco a poco volvía a su color natural. A más cerca de la onda habían estado, más limpias eran las heridas. Solo los del extrarradio gritaban, agarrándose las carnes retorcidas y aplastadas por la innombrable presión de la umigatana. Bueno, yo también gritaba.

—¡Error, error! ¡Un total error! —chillaba, arrastrándome por el suelo con un lumbago de mil demonios.

El caos generalizado fue a peor cuando seguido de una explosión llegaron más gritos de afuera. ¿Qué cojones había pasado? ¿Qué había hecho “bum”? ¡¿Quién?! ¿¡Dónde había un fisioterapeuta?!

¡¡Tocado y hundido!!!. Otro boquete rico en mitad de aquél atolón lleno de piratas confusos, pájaros muertos y muchas cajas rotas. Saqué mi libretita de anotar cosas y marqué con un pequeño lápiz que llevaba con ella lo siguiente:

-A ver...-dije señalando el caos producido- Uno, tres, seis...seis- anota- seis muertos de un bazokazo, plus marca personal.

Comencé a caminar ya a la vista de los piratas que me habían visto tras el fogonazo del bazoka. Yo por mi parte guardé la libretita mientras pensaba donde demonios estaba aquel tipo de la capucha. ¿Iría al edificio? No tenía ni la más remota idea, pero tampoco me dio demasiado tiempo a pensar en el momento en que varias balas rebotaron contra el suelo donde pisaba, haciendo que, me tirara a un lado hasta detrás de una roca.

-Los nativos de esta isla son muy agresivos- dije hablándole a mi bazoka mientras me mantenía oculta tras la roca. Podía ver a lo lejos el edificio, que estaba a tiro de piedra realmente. Pero había piratas en el medio.

-¡Eh tu desgraciada como te atreves a disparanos, estás muerta!-dijo uno de los piratas que comenzó a acercarse con pistola en mano hacia la roca donde estaba oculta. El resto de piratas comenzaron a hacer lo mismo.

-¡No tienes escapatoria!-insistió.

Yo me levanté y me dejé ver de torso hacia arriba en la roca. Me llevé la mano al mentón mientras miraba para los lados del atolón mientras les decía.

-¡Eso es hipotéticamente incorrecto señ....!-no tuve tiempo a acabar mis palabras antes de que tuviera que volver a esconderme rápida debido a la ráfaga de disparos que volvían contra mi cobertura.

-¡¡SUPERMAN SÁLVAMEEE!!-grité con el objetivo de que el encapuchado misterioso me escuchara allá donde estuviere.

—Puedo hacerlo… Puedo hacerlo…—me repetí flotando en aquel mar de sangre y gritos.

Giré un poco hacia el lado opuesto al que me había contorsionado, y el dolor me chilló que no podía hacerlo. Desde luego haber trasladado aquella técnica aún por perfilar a tierra firme había sido un error. En el agua, dulce, amable y salada, esta habría sostenido mi esqueleto y amortiguado el final del movimiento con su abrazo; pero en el asqueroso suelo donde el aire no daba amor ni cobijo, toda la fuerza centrípeta se había trasladado al tocar el suelo al caer, frenándome in situ y trasladando el esfuerzo a mis ligamentos y huesos. La mar, cómo dolía.
—¡Mi cara!

—¡Mis ojos!

—¡Me destripo!

Como si no tuviera suficiente con mi miseria, algunos de aquellos imbéciles seguían malviviendo. Necesitaba tomar una decisión, una que sabía que iba a doler antes de dejar de hacerlo. Respiré hondo; o lo intenté, porque cuando a uno le duele algo no puede respirar todo lo hondo que debiera. Entonces, sin querer pensarlo, ¡clack!

El suspiro que salió de mi ser no terminó llevándose toda la agonía de mi columna, pero como todos los alivios era algo fantástico. Pude ponerme en pie lentamente, aunque aún era la viva representación de una tortícolis andante.

Qué pereza me daba acabar con aquellas diminutas motas de vida que aún manchaban el almacén estampado de sangre y tripas. Quería descansar, pero debía seguir trabajando antes de pasar afuera donde se escuchaban más explosiones y gritos. Pero primero cerré la puerta para que, fuese lo que fuese que se estaba liando fuera, no molestara más adentro. Siempre podía acabar saliendo por alguno de los ventanales del techo por donde llegaban las aves marinas, a diferencia de los tristes bípedos.

—Hagamos esto rápido… pero bien.

Hasta los ciegos intentaban huir arañando el sanguinolento suelo. Solo el destripado pareció estar agradecido de que pusiera fin a su miseria. Le dejé el último, y quizás fue por eso que bajó al cabeza rendido ante el cruel bichero que arrancaba yugulares y partía cráneos.

Su regazo estaba lleno de sangre, mierda y tripas deshechas. Ese tipo de cortes eran los peores; uno tardaba en morir, y solía hacerlo por septicemia. Él lo sabía. Yo no sabía si era médico o no, pero desde luego era, o había sido, inteligente. Estaba triste, tanto como para estropear su carne. Nunca me había molestado el sabor del terror en un buen asado, y casi lo agradecía para los filetes, pero la tristeza apenas iba bien en sopas.
—Ahora no—susurré cortante.

Repté hasta el muro observando con curiosidad cómo el hombre se quedaba ahí, petrificado, habiendo perdido la capacidad de decidir o siquiera pensar. Eso sí, aún subía el aroma de su tristeza por la claraboya por la que salí.

Y vaya la que se había liado afuera. Y yo sin agua en mi nueva espada. Iba a ser bonito ver cómo se las apañaba la peliazul con todos esos tipos comenzando a rodear la roca tras la que se había escondido. Desgraciadamente, el esqueleto andante había entrado sigilosamente en la escena por el flanco. Viéndole palpar los cuerpos destrozados, decidí agacharme detrás de la cornisa.

Que ese tipo tuviera un arma no era nada divertido.

La cosa se estaba poniendo fea y el encapuchado todavía no había hecho acto de presencia...que decepcionante. No podía ver nada salvo lo que había tras la roca donde estaba mientras escuchaba los pasos los piratas acercándose a mi mientras disparaban. Uno de ellos se adelantó disparando su pistola mientras avanzaba por delante del resto.Yo en ese momento me puse a contar con los dedos.

-Uno, dos, tres, cuatro, cinco....y recarga- dije levantándome rauda sacando mi pistola para pegar un tiro en el pecho al pirata que se encontraba a pocos metros de mi recargando su arma. Este cayó de espaldas pero el tiroteo continuó...y se me acababa el tiempo. Quizás era una buena oportunidad para que alguien me echara una manita y desenvolviera, no sé, cosicas.

Cogí de mi cinturón dos pequeñas bolitas colo níquel y las sostuve entre los dedos con una mano mientras que con otra mantenía la pistola todavía humeante del anterior tiro.

Alcé la mano y lancé una detrás de mi y otra delante de la roca, estas explotaron creando una intensa humareda negra lacrimógena. Los piratas comenzaron a toses y a sentir picor en sus ojos, sin olvidar, que no veían nada. En ese momento aproveché para salir corriendo por el flanco con el bazoka a la espalda y las dos pistolas desenfundadas. Mi objetivo era dar un rodeo aprovechando la distracción para esconderme en el desvalijado edificio de correo. Cabe decir que durante la carrera que me estaba pegando, soltaba algunos tiros a ciegas para ver si le daba a alguno, y así fue, ya que algún ¡UGH! se escuchaba en mitad de la humareda.

Como todos los campos de batalla, lo que tenía ante mí era un absoluto y desordenado caos. Y aún así, aquel preciso tirador se movía como un escalpelo sobre la carne, seccionando con precisos tiros a bocajarro las vidas de los piratas uno a uno. Trabajaba tranquilo, con ritmo constante, esperando a cada oportunidad que se le oponía de que sus muertes no fuesen detectadas. Cada uno de esos malechores que daba un paso en falso o se quedaba atrás no tardaba en caer al suelo.

Aprendía mirándole, pero no podía comprender cómo algo que ya desde arriba parecía complicado podía hacerse al pie del cañón, sin referencia alguna y envuelto en el estruendo de los revólveres. ¿Tan poderoso era su sentido de las corrientes? Iba a ser un problema, especialmente si decidía que todo forastero era una fácil diana.

Y además de este tenía que añadir el errático comportamiento de la horrenda muchacha que, para más inri, parecía cargar una armería. Fuese de donde se sacaba las bombas, estas representaban un peligro añadido para todos. Bueno, menos para mí, que estaba arriba del edificio intentando forzar a mis músculos a relajarse para destensarse.
Si quería terminar de definir aquella técnica de muerte masiva necesitaba aprovechar los momentos en los que no podía practicarla para pensar cómo. Demostrado quedaba que no debía doblarme hasta mi máximo, no en el suelo, y que en el agua debía arquear mis muchos brazos para dirigir el círculo sobre un eje trazado –en lugar de verme arrastrado aleatoriamente por mi propia corriente—. Quizás, para la próxima vez, tenía que poner menos esfuerzo en acumular la fuerza y más en contrarrestar el freno a la caída. ¿Pero cómo? ¿Cómo, cómo, cómo?

Y si para la próxima vez… me anclo al suelo. Si me anclara y luego soltara, evitaría saltar tanto. ¿Tenía sentido? Hmm… No mucho, la verdad, e implicaría que el momento que debía quedarme cargando el ataque fuera mucho más vulnerable... Pero por algo tiene uno que comenzar, ¿no? La próxima vez intentaré probar dicha hipótesis, y ya de ahí pasaré a otra, y a otra, y a otra…

Mientras la lluvia de balas continuaba yo corría y corría en dirección al edificio con el objetivo de desaparecer de la escena. A mayores pude distinguir que a más de un pirata se le habían acabado ya la balas que había disparado a través del humo. Esto me tentaba muchísimo para ir de nuevo a por ellos, pero ,ya solo me quedaban las granadas y algo de munición escasa.

Alcé la vista por el edificio suspirando por mi suerte aunque sería una cínica si no pensaba que me lo estaba pasando en grande. Cuando me aparté el flequillo mientras miraba ala parte superior pude ver al encapuchado en el tejado.  Cualquier diría que estaba contemplando el escenario de humo, explosiones previas y casquillos de bala por todos lados.

Me quedé mirándole mientras, haciendo una "O" con las manos a modo de megáfono le grite.

-¡EH AMIGO! ¿Puedes echarme una manita?-dije en alusión al estropicio de ruido y balas que había unos metros detrás de mi.

Mientras estaba de espaldas hablando hacia el tejado del edificio, uno de los piratas apareció de entre la humareda apuntándome a pocos metros con su pistola y con una sonrisa bastante maliciosa. Apretó el percutor para cargar la bala en la recámara, y un característico "Clink" me alertó.

Me fui girando poco a poco con las manos en alto hasta ver al pirata. Nos separaban unos pocos metros y no tardaría mucho en aparecer más ya que le humo se iba dispersando.

-Yo que tu no lo haría big boy- dije seca- O él te matará- dije señalando al tejado del edificio de correo donde estaba el encapuchado. Obviamente era un farol, pues no nos conocíamos de nada salvo por decir cuatro palabras, pero oye, si se lo creía le podría reventar la cara...o eso, o el encapuchado decidía echarme una manito con el resto. Si esto no ocurría, tendría que usar lo que no quería usar....y me largaría de aquella roca, total, tengo un bote y en el barco no había nada y en la isla dudaba que tampoco. Solo seguía en aquel lugar por la curiosidad que me había levantado aquel tipo con el que había "hablado" antes.

Parecía que la chica había mordido más de lo que podía tragar. Y ahí estaba, pidiéndome ayuda y revelando mi posición vulgarmente. Si tan solo no lo hubiera hecho, quizás, y solo quizás, hubiera bajado para echarle un tentáculo. Pero no. No me sentía con nada más que con ganas de bajar por la claraboya antes de que los piratas se dedicasen a jugar al tiro al blanco. Suficiente tenía ya con el tipo que vivía allí.

—¡Allí no hay nadie! ¿Te crees que soy idiota?—escuché decir al idiota que, probablemente, había mirado antes de soltar esa tontería.

Salté sobre los muertos y la sangre diluida tan silenciosamente como pude. Era un ninja del mar, pero no podía negar la propia naturaleza del líquido que se quejó escupiendo al aire. Aún quedaba uno, aquel que a pesar de saber mal aún podía saber.

—¿Cómo habéis llegado aquí? No es que esto esté señalizado… Ni siquiera tiene un faro—comenté dándome cuenta en ese instante.

Aquel hombre tardó en contestar tanto tiempo que para cuando empezó a hacerlo ya llevaba mis buenos minutos intentando estirar los músculos aún agarrotados. Hablaba con un tono monótono, casi como si le costara recordar o mover la boca. ¿La tendría dormida? Eso solía pasar con la pérdida de sangre, pero no había perdido tanta…

—Carl tuvo la idea. Jhon diseñó las bombas para que explotaran a intervalos. Los detectores no funcionaban; no sabíamos donde se paraban, había demasiados atolones.

Oscilé el cuello intentando sacarlo de su tenso estado, casi parecía que agitaba mi cráneo como una copa para mezclar bien las ideas. Todo lo que se me ocurría era malo, y desgraciadamente parecía bastante exacto.

Las aves marinas vuelan aprovechando los vientos para realizar el mínimo esfuerzo, y muchas de ellas duermen volando. Solo muy de vez en cuando tienden a pararse en algún atolón seguro, deteniéndose brevemente para descansar. Si el correo postal empleaba estas aves, encontrar las bases de paquetería y/o cobro era imposible rastreando los trazos de las mismas, porque coincidirían demasiadas piedras de parada que no tenían valor alguno. Debían herirlas, empujándolas allí donde las entrenaran para que sanasen. Volvían al hogar sin saber qué traían consigo… Las que volvían. Era solo cuestión de suerte e insistencia el que acabasen encontrando algún atolón de correos.

—¿Cuántas?

Me había doblado de nuevo, esta vez al otro lado en un vano intento por contrarrestar el daño hecho.

—¿Qué?

La sangre y el agua volvían al arma, aspiradas con ronquidos de desagüe.
—He dicho que cuántas.

Por primera vez sus ojos perdidos encontraron los míos. Volvieron a brillar de miedo.

—No… No sé—lloraba.

Pero lo sabía.

—¿Cuántas?

Temblaba, desde la boca hasta los pies.

La pregunta volvió a hacer eco antes de obtener respuesta.

—¡Muchas! ¡Cientos!

Hasta las aves que por allí pululaban guardaron silencio, juzgándole. Hice de verdugo. Fue frío, rápido y sin dejar que el odio me retorciese de más. No dolió.

Maldito bastardo hijo de.... horario infantil activado. ¡Se había largado! Vale, se acabó, me largo de aquella inmunda isla.No había logrado ir al Paraíso, no había logrado emborracharme, no había esnifado nada desde hace días, no había torturado a nadie, no pude molestar a nadie y reírme de él por días....¡Y ahora esto!....vale. Me quedé mirando al pirata tirando una de mis pistolas al suelo mientras que con la otra pistola fingí haciendo una broma que me pegaba un tiro en la sien, tirándome al suelo fingiendo que estaba muerta.

El pirata empezó a reirse como un descosido ante aquella estúpida táctica.

-¿Tu eres tonta chica? ¿Pero que eres ahora una zariguella?-dijo apuntándome con su pistola a apenas unos dos metros para dispararme- Anda vete al infierno payasa.

En ese momento un disparo sale de mi pistola impactando en la cabeza del tipo.



El tipo cayó de espaldas como si de un saco de patatas fuera. Quedando con los ojos en blanco y una gran charco de sangre haciéndole de aureola. Yo pegué un brinco y me ajusté mis cinturones mientras sonreía y saltaba como una cría hasta mirar el cadáver.

-¡Parece un angelito!- dije aplaudiendo antes de ver que estaba a punto de entrar en la línea de visión de los piratas restantes...el humo ya no estaba para darme cobertura. Así que puse pies en polvorosa y corrí en la dirección contraria al barco, o séase, en la dirección contraria a los piratas ( por detrás del edificio rumbo a la costa del atolón). Mientras iba corriendo iba contando las balas de mis pistolas y revisando mis cinturones a toda prisa mientras a la par buscaba una cobertura nueva. Necesitaba recuperar el aliento antes de volver en la dirección contraria para coger un bote del barco de los piratas y largarme cuanto antes. ¿Que sería del encapuchado? Bah, al diablo con él.

Sin embargo cuando creí estar a salvo comencé a escuchar un montón de ruido detrás mía nuevamente....eran todos los piratas que ahora iban con sable en mano persiguiéndome por el rocaje. Si el encapuchado me veía, estuviera donde estuviera, vería lo siguiente.

Fuera había cada vez menos y menos ruido; dentro seguía estando todo en silencio. Tenía muchas cosas en las que pensar y más que hacer, pero la verdad es que no tenía ninguna gana. Echaba de menos a mis compañeros, demasiado. La nostalgia es un sentimiento muy curioso; incluso te hace añorar las cosas malas, como levantarte a las dos de la mañana para darle de comer a las crías que lloran por comida.

¿Dónde estarán mis padres y mis hermanos ahora? No importa. ¿Importa? ¿Me importa? No es momento para esto.

Todos esos pensamientos discurrieron uno detrás de otro mientras buscaba a mi alrededor lo poco que podían tener de útil aquellos hombres. Las monedas no significaban nada para mi, ni los billetes, si acaso algún reloj, pero las dagas y los cuchillos siempre venían bien. Los paquetes rotos de alrededor contenían cartas, ositos de peluche, frascos rotos de colonia y demás regalos de destinos que jamás los recibirían. Los pájaros de cuellos rotos y cuerpos estallados se repartían aquí y allá formando un crisol cuanto menos malo. Allí estaban las hembras, las pocas que quedaban, vigilando sus huevos y defendiéndolos a muerte.

—Deja de picotearme, hija de puta—le gruñí a un cormorán al que le estaba añadiendo los huevos de sus vecinos caídos. Desde luego tendrían una madre fiera y protectora.

Y allí me quede, pasando el tiempo para intentar enmendar un error que no era mío a la espera de que algo o alguien llamara a la puerta para que le abriese. Descansaba trabajando, pues era suficiente saber que al menos podía hacer algo.

Mientras corría delante de los piratas iba pensando, que ya es decir, en como dar la vuelta y volver al barco pirata sin que estos "admiradores" me siguieran tocando las narices. La verdad es que aquello ya me había dejado de hacer gracia y estaba ya cansada de correr de un lado para otro. Así que me paré en seco y enfundé mis pistolas no sin antes asegurarme que solo estábamos ese grupo de piratas y yo solos. La casa de correos se veía en la lejanía y era preferible que fuera así ya que no me interesaba que me vieran hacer ciertas cosas como las que les iba a hacer a aquellos idiotas.

Me quedé mirándoles y de mi mano comenzó a salir un líquido morado espeso que comenzó a gotear contra el suelo. Cuando aquel líquido tocaba una superficie salía humo, lo que daba a entender que era un ácido. Les miré con una sonrisa de oreja a oreja mientras les alentaba a venir a por mi.

-Venga ¿quién quiere ser el primero en irse calentito para casa?. Esto os va a doler mucho..muchísimo...y solo es necesaria una gota. ¿Os imagináis lo que pienso haceros...-dije mientras de mi mano brotaba un pequeño chorro morado en gran cantidad que hacía el mismo efecto anteriormente dicho contra el suelo- con todo eso?

Los piratas pararon en seco y a pesar de su número y fanfarronería se habían quedado bastante impresionados por aquello. Uno de ellos dijo: "Una usuaria", otros decían "yo paso" mientras tiraban sus armas y se largaban, otros se quedaron sin saber que hacer. Sin embargo dos se quedaron frente a mi con la espada con intención de atacarme. Yo suspiré profundamente, como con pesadez y les dije:

-Porqué los hombres siempre tenéis que mediros la virilidad...APARTAOS- dije extendiendo mis manos y lanzando dos pequeños chorros morados contra sus pecheras haciendo que estos cayeran al suelo, como si de una bala se tratase para escarnio del resto de presentes.

Ambos piratas comenzaron a gritar y a agarrarse el pecho mientras un pequeño humo salía de sus pechos y la sangre comenzaba a brotar, la piel se les comenzaba a corroer  y los espasmos que iban teniendo por el dolor iban menguando según iban muriendo. Aquello era un veneno corrosivo del que estaba muy orgullosa, pues era una usuaria que podía manejar diferentes tipos de venenos.

Miré al resto con cara de enfado -¿Alguien más va a tocarme los ovarios?¿No? ¿verdad?. Bien- dije comenzando a caminar entre ellos para ir dirección a su barco- Hoy me habéis pillado de buenas chicos, así que solo me llevaré un bote y hasta más ver...proseguid con vuestro pillaje.

Continué caminando mientras deseaba abandonar aquel maldito lugar. Ya me daba igual el encapuchado, el viejo,los pájaros...todo. A mi regreso al barco pirata pasé nuevamente por el lado del edificio de correo, me detuve por unos instantes y me quedé mirando la fachada. No le di demasiada importancia y caminé unos metros más para alejarme.

Llamaron a la puerta. Lo hicieron nuevamente con otros tres toques antes de que decidiera girarme hacia el portón y andar lentamente hacia él. Atrás había alguien que olía a tranquilidad y sangre. Aunque nunca lo había olido antes, no con el sentido de las corrientes que había aprendido mi nariz y mi lengua, algo en mí sabía que era el olor de los asesinos.

—¿Si?

Estaba nervioso, pero aunque lo oculté en el tono creo que él también podía oler mis emociones.

—Abre. Ahora.

Deslicé el pestillo desde lejos con el bichero pegado al tentáculo y me giré al mismo y parsimonioso ritmo con el que la puerta se abría. Casi llegué a pegarme tanto al muro como la propia madera.

El anciano se tomó un momento para mirar el destrozo. Sus fríos ojos pasaron de cuerpo en cuerpo antes de detenerse momentáneamente en la circular estela de sangre grabada en la madera. Finalmente me atravesaron, un instante en el que apreté mi arma con fuerza.

—Parece que has estado ocupado.

Intentaba mirarle al completo, sin dejar distraerme por aquella mirada seca y acusadora que me disparaba. Era difícil, y aunque podía ver que sus manos se habían movido no podía juzgar bien si lo hacían para preparar su disparo. La distancia no me dejaría esqivarlo, y su rostro era una máscara que no daba pie alguno a sus acciones. Me di cuenta que debía haber reservado la escasa resistencia que tenía para usar mi… ¿Cómo lo llamaban los pielseca? Haki.

Mientras el viejo tuviera esa pistola estaría indefenso, y seguía estándolo realmente hasta que me asegurase de que no había cogido alguna más de reserva. Nuestras fuerzas podrían equipararse, aunque como en la naturaleza residían en habilidades distintas. ¿Quién ganaba en un enfrentamiento de un oso contra un león? ¿Y una barracuda contra un mero? ¿Vence el púgil o el sumo? Cuestión de suerte y contexto; como todo en esta vida.

Y entonces me dio la espalda y se fue hacia sus amigos emplumados, comprobando cajetín por cajetín cuales quedaban y qué huevos habían dejado. Se quedó quieto otro momento antes de ver qué había hecho.

—¿Cómo los has repartido? —Parecía molesto.

—A los cajetines vivos más cercanos, de dentro hacia afuera.

Me fui acercando sin saber si aprovechar el momento para atacarle o… bueno, no.

—No me será difícil re-ordenarlos entonces. Menos mal que están manchados de sangre los que has movido.

Escuché el percutor accionarse y me di cuenta de que su hombro estaba en una postura un tanto extraña. ¿Iba a dispararme apuntándose por el hueco de la axila ocultado por las holgadas y desgastadas ropas? Puto genio.

—Ahora vete.

Es difícil no hacerle caso a alguien que te encañona, la verdad. Así que eso hice, retrocediendo con paso firme hasta deslizarme hasta la puerta, abrirla y salir. Me di la vuelta y aquella horrenda visión me hizo dar un pequeño saltito. Y lo que venía detrás era aún peor, una marabunta de indeseables que aún estaban vivos. ¡¿Cuántas personas podían hacinarse en un barco?! ¡Ni que fueran sardinas!


—Vaya, tú otra vez. Y esos. Vaya.

¿A qué olía? Oler de verdad, y no de emociones. ¿Lejía? No, peor. Era amargo pero dulzón, y tenue en el aire aún raspaba mi agudo olfato. ¡Ah, claro! Por eso no me gustaba llevar bombas de humo como a otros ninjas; uno acabaría apestando como esa chica.

—¡Capitana, ¿qué hacemos ahora?! —gritó un valiente de la multitud. El resto, confusos, tardaron más en entenderle de lo que tardé yo.

Era obvio para una mancha de desgraciados refugiarse bajo la sombra de alguien más poderoso. Y habiendo pasado desapercibido el auténtico verdugo, la corona recaía sobre los mechones tintados de azul.

Bueno parecía que había adquirido nuevos adeptos sin nisiquiera haberlos buscado.Ahora aquellos piratas ante mi "Exhibición" anterior con dos de sus compañeros no dudaron en trabajar para mi.¿En serio? ¿ No tenían un capitán? No sé se me ocurre. Tampoco iba a darle demasiadas vueltas ya que solo seguía con la idea en la cabeza de salir de aquel maldito lugar. Cuando el resto de piratas se reunieron conmigo, como esperando órdenes, yo no sabía realmente que hacer. Ahora estábamos  casi enfrente de la puerta del edificio.

Pensé y pensé y la verdad que tener uno cuantos matones me venía muy pero que muy bien para usarlos como escudos de carde para x situaciones....vale, compro la idea y la acepto.

-Hola Chicos, si, ahora seré vuestra capitana. ¿No teníais capitán o que?- dije confusa llevándome las manos a la cintura.

Uno de los piratas señaló el boquete que había quedado en el suelo unos metros más adelante de mi bazokazo. Señaló una charco de sangre con un montón de trocitos y restos de vete tu a saber que parte del cuerpo era eso.El pirata se me quedó mirando señalando aquel amasijo como respondiendo a mi pregunta...vale, me lo había cargado y sin darme cuenta.

-Ops..ya veo, bueno tenemos que establecer unas prioridades...dej- mis palabras se cortaron al ver que la puerta de el edificio se abría. Como no, era el encapuchado...genial.

-¡TU! -dije señalándole inquisitorialmente.- ¿Como te atreves a dejarme tirada con estos morlacos? -dije antes de acercarm a un pirata y hacerle "pat pat" en el hombro- Con cariño eh.

Uno de los piratas me dijo que hacíamos ahora y me quedé pensativa por unos segundos con la mano en el mentón. Pude ver que con la mitad de los que estábamos allí podíamos coger el barco y largarnos...pero la otra mitad me molestaba. Siempre he sido una persona de gustos sencillos y de aglomeraciones pequeñas..así que lo tuve bastante fácil.

-La mitad conmigo...el resto...matadle - dije dándome la vuelta con comenzando a correr hacia el barco.

Obviamente iba a cepillárselos a todos, eso esperaba al menos  por parte del encapuchado. ¿Entonces porque mandarlos como carne de cañón contra él? Simple, era divertido. Mientras corría hacia el barco me despedía de él con la mano mientras le gritaba.

-!Mucho gusto de vera! y nos les pegues mucho ¡¿vale?!Nos veremos pronto -dije mientras me iba alejando rauda con la mitad de los tripulantes.

Los piratas miraron al encapuchado por unos instantes, sonriendo, preparando sus armas.

-Esto va a doler chico.-dijo el primero abalanzándose sobre él.

Era interesante ver cómo aquella loca, a la que ahora podía catalogar como tal, se había hecho dueña y señora de la situación. Era incluso divertido. Tenía dieciséis hombres y había dejado a mi cargo a los más valientes para marcharse cobardemente. Con ello también se había deshecho de los estúpidos, porque de verdad creían que podían derrotarme con la ventaja que les ofrecía su número.
Cuando la feroz carga del más valiente, y por lo tanto más estúpido, iba por la mitad, estallé el líquido bajo mis tentáculos formando un rojo telón por el que escapar. Siempre había sido ágil, y era doblemente rápido si se trataba de huir.

Un par de tiros errados silbaron muy detrás de mí cuando atravesé las afiladas rocas sobre las que prácticamente me había criado. Andar por los corrales y los afilados mejillones había sido uno de mis entrenamientos como ninja, y los escollos de pájaros marinos eran mil veces más suaves en comparación; por no hablar de que tenían mil y un sombríos lugares en los que esconderse.

No pude evitar sonreír cuando escuché los pesados pasos y tropiezos por el pedregoso terreno; hubiera sido lo mismo que gritasen “Estamos aquí para morir”. Pero bueno, ¿cómo culparles? Se creían cazadores de una gacela ya a la carrera y el sigilo no era una prioridad. No suya, claro.

 Se convirtieron en siete cuando dejaron al último y más cansado distanciarse demasiado. Una pualada arrastrada desde la clavícula hasta detrás de la oreja puso fin a su vida a costa de un simple gorgojo. Dejé el cadáver en el suelo, desangrándose. Para el siguiente bastó con una puñalada en el ojo, desde atrás y abajo, para simplemente remover el líquido craneal con ayuda de las artes de mi pueblo. Cuando saqué la hoja me llevé todo su pensamiento engarzado y simplemente dejé que su cuerpo se escurriera entre las rocas. Los cinco se dieron la vuelta cuando ya no estaba ahí.

—¿Frank?

Solo a las presas podían importarles el nombre de los muertos. Se acercaron, buscándole, y viéndolo todo desde arriba localicé al último que llevaba revólver. Todo mi peso cayó en sus hombros y cuello apoyado en un condensado pivote de tentáculos que hizo de martillo. El crujido húmedo que hizo su cráneo contra el suelo me recorrió las ventosas como un delicado escalofrío. No me gustaba jugar con la comida, pero siempre me había deleitado en cada parte de la carnicería.

—Deberíais correr —aconsejé fríamente.

Tres aceptaron la sugerencia poniendo pies en polvorosa mientras el cuarto, el mismo que había liderado el movimiento, extendía sus armas no sin arrepentirse de su decisión. Sabía que estaba solo, y como un animal que no le quedaba otra opción que luchar debía, al menos, parecer fiero. Toda la arrogancia de su rostro y la furia de sus dientes se desvaneció cuando me estiré más allá de los dos metros como un horrible espectro.

—Te dejaré ir… si me haces un pequeño favor.

Como ya he dicho, era un animal al que no le quedaba otra opción.

—Llevarás mis palabras al barco. Mis palabras exactas.


Vi de lejos cómo el hombre, más pálido ahora que nunca, miraba frenéticamente a un lado y a otro antes saltar y engancharse al barco que acababa de desatracar. Tuvo que usar uno de sus cuchillos para morder la batayola, agitando sus piernas al aire sin encontrar de dónde tomar el impulso que le restaba.

—¡Echadme una mano!

Silenciosamente volví al agua del que había salido apenas media hora antes para anclarme tranquilamente a los bajos del barco. Iban a pagar, en su momento, todos y cada uno de ellos.

“Os rendiréis, y mostrando solo vuestra piel desnuda os tumbaréis en cubierta atando a la mujer, también desnuda, al mástil”.

—¿Y si no?

Recordaría la valentía de aquel hombre mucho tiempo, tanto como lo poco que tardó en arrojarla cuando vio los fríos tentáculos bajo mi manto.

No tardamos en subir a la cubierta del navío  y empezar a hacer lo propio de marineros que querían botar el barco y salir de allí. La verdad es que entre irme en un bote a irme en un barco había bastante diferencia...y encima con tripulación incluida. Realmente aquellos papanatas me daban igual pero servían al propósito de largarnos de aquel infecto lugar e ir por fin a otro lugar donde al menos hubiera alcohol para beber.

-Venga haced cosas de marineros y moved este trozo de madera, yo iré a popa a revisar unas cosillas- dije llevándome las manos a la espalda mientras caminaba con tranquilidad hacia la sección de popa.

Mientras los marineros estaban a lo suyo, yo cogí un par de sacos de suministros de la bodega de popa, donde incluía un pequeño barrilete de agua y algunos productos secos. Los cargué al hombro y los llevé hasta el bote que colgaba de la sección trasera del navío. De vez en cuando miraba a mi alrededor ya que no me interesaba que aquellos lerdos pudieran molestarme o peor, pillarme. Esto era un "plan b" porque estaba visto que el "plan a" que era eliminar al sujeto encapuchado no iba a salir bien y lo sabía. Así que me aseguré una ruta de fuga por si las moscas.

Una vez finiquitado el aprovisionamiento salí por la portezuela del castillo de popa hacia la cubierta. Para mi asombro uno de los marineros "superivivientes" estaba allí. O una de dos: o había matado al encapuchado o había escapado como una rata...y que cosas que la opción ganadora era la segunda.

Parecía ser que el encapuchado me había dejado un mensaje a modo de "ultimatum" para aquellos marinos y para mi concretamente. ¿Desnuda? ¿En serio? ...vaya con el bicho raro...y yo pensaba que estaba mal de la cabeza.

Por suerte uno de los marineros salió en mi defensa con un frugal "¿y si no?, cosa que me hizo suspirar un gesto de tranquilidad. Finalmente hablé yo.

-A ver lelos, el plan es el siguiente. O hacéis lo que ese tipo de la roca dice y nos desnudamos todos aquí como si de una orgía se tratase, perdiendo la poca virilidad que os queda y suplicando para que no os metan un palo por el culo, o por el contrario, podéis mandar al infierno a ese tipo, luchar y cerrarle la boca. ¿No queréis que os toque yo verdad?- dije en alusión a lo sucedido con el veneno corrosivo previamente.

-Por supuesto que no capitana -gritaron unos mientras que otros callaron.-Que venga, que tenemos para repartir amor para ese idiota.

-Nunca he dudado de vosotros chicos- dije mirándoles con una sonrisa mientras iba dando pasos hacia atrás para volver a popa.- Al que lo mate lo nombraré mi segundo de abordo ¿de acuerdo ?, así que venga,  preparaos porque va a venir..vamos, fijo que va a venir.

Los marineros se dispusieron en la cubierta, peinando cada zona con el sable y la pistola en la mano, mientras que yo, corrí hacia popa fingiendo tranquilidad, con el objetivo, de que el encapuchado se centrara en esos trozos de carne restante, se saciara, y  para cuando se diera de cuenta yo ya estaría fuera.

La sombra de la fragata era realmente reconfortante. Fría, oscura y con el eterno eco de las corrientes que recorrían el océano resonando la madera salpicada aquí y allá de algas y percebes; no podía pedir mejor remanso de paz. Era una auténtica pena que se acabase.

Podría haber vuelto con el viejo para ayudarle a limpiar y reparar su hogar, y así rezar para que le cayera en gracia y por extensión a su peligrosa facción… pero no podía perdonar a esos indeseables. Bueno, poder podía, pero no quería. Y tampoco iba a costarme demasiado darme el gusto de impartir una justicia que no tenía costumbre de ver a menudo. Esperé unos veinte minutos, cuando ya el peligroso y escarpado fondo marino del accidente geográfico que abandonábamos se diluía en la eterna llanura de oscuridad.

—Debí haberles dado alguna señal para que me avisasen—me lamenté, pero deseché la idea rápidamente porque entonces sabrían cuándo me acercaría.

Repté por el fondo del casco dejando que mi odio se enfriase antes de decidir el “cómo” iba a presentarme. Hacía un rato que la fragata había dejado de moverse, lo que me indicaba sin duda alguna de que mis palabras habían llegado a los oídos correctos. ¿Debía entonces subir despreocupadamente? Ni en broma. Podían estar apostados, esperando a que asomase la cabeza por cubierta para descargar sobre mí una lluvia de proyectiles. Y ahora, lo peor, contaban con una loca con bombas.

Si mal no recordaba se trataba de una nave de tres palos, casi equidistantes, a lo que debía añadirle un largo bauprés; fue por allí por donde subí. Era lo más razonable, porque así podía esconderme bajo su sombra como lo estaba haciendo también la tosca figura de grandes pechos cuya cabeza había sido carcomida a balazos. Tomándome toda la tranquilidad del mundo para desplazarme rodeado de humedad y silencio, fui trepando hasta que vi a aquellos cerdos pulular asomados con preocupación al mar. Tenían la indecencia de, además de no haberse desnudado, aún llevar sus sombreros.

Volví a bajar como la sombra que era para refugiarme de nuevo en otra. No habían accedido a mis peticiones, amables y simples, por lo que sufrirían una muerte más trágica que el frío y rápido trabajo de un cuchillo bien afilado.

Fui replegando mis tentáculos en una pegajosa espiral que, poco a poco, centímetro a centímetro, fue condensándose en un compacto bulto de carne. Pegado con mis ventosas fui descolgándome hacia el mar, subiendo todo cuanto largo era mientras mis muchos brazos seguían girando componiendo las compactas fibras de una cuerda. Algo poco más que las puntas de mis extremidades me mantenían agarrado al barco, permitiéndome apenas realizar el esfuerzo sobre dos metros cuadrados de extensión. Recargué la umigatana con su elemento predilecto, el agua de mar, hasta su máxima capacidad. Entonces, solo entonces, giré mi cuerpo sosteniendo la espada sobre la cintura y exhalé el líquido elemento que se almacenaba en mis pulmones hemibranquiales.

¿Debía darle un nombre a aquello? No era ese el momento; no cuando aún quedaba mucho por pulir.

Me desenredé con toda la fuerza de mis muchas piernas, bajando a la vez que giraba para condensar todo mi músculo en un único y obsceno bulbo de poder puro. Incliné el arma algo más de la cuenta antes de activarla, temeroso de no medir tan bien como creía la distancia entre su chorro y mi propia carne. Hizo un silbido, un agudo y corto chillido que trajo de la mano el crujido de la madera.



No había hecho un círculo perfecto, pero aquella fatal curvatura era una fatal puñalada para las entrañas del navío. El agua entraba sin prisa, como si supiese que, tarde o temprano, el mar reclamaría lo que era suyo.

—Y ahora sólo queda relajarse…—comenté, dejándome caer hacia las profundidades para obtener un mejor vistazo de lo que, inevitablemente, debía exponerse al agua.

Bueno, parecía que todo estaba listo para largarme de aquel maldito lugar. Ya tenía las provisiones, los remos, el bote y mis armas preparadas para alejarme cuanto antes. Aquel día había sido  divertido y no lo iba a negar, pero, también muy pesado de llevar...sobre todo por los encontronazos con los piratas. A pesar de que había logrado una "tripulación" esta me daba igual realmente...ya habían muerto la mitad y la otra mitad ya estaba dispuesta para ir al matadero si en encapuchado cumplía su ultimátum.

Acudí a la cubierta principal del navío y notaba que este estaba ligeramente escorado, casi no se apreciaba el desnivel. Seguramente eran las olas y no le di demasiada importancia hasta que fui abordada por uno de los piratas que estaban registrando el barco previamente.

-Capitana- dijo con un tono serio y conciso- No hemos encontrado nada peligroso en el barco, todo está en orden y...-sus palabras fueron cortadas por el griterío de uno de los marinos que estaban en la cubierta inferior.

-¡BOQUETE EN LA JUNTA!-dijo mientras varios marineros comenzaron a correr como locos para corroborar las palabras del marino.

El barco comenzó a hacer un un ruido raro,como si la madera se estuviera empapando..por dentro. El barco comenzó a escorarse un poco más....mierda, nos hundimos. Me quedé pensativa por unos segundos ante la expectación de los marineros..finalmente grité:

-¡¡ICEBERG POR PROA!!!!, ah no eso es de otra cosa...¡Mujeres y niños primero!..MIERDA ESO TAMPOCO ES....emmm...tapad el boquete con brea y telas ,vamos vamos vamos.- dije mientras los marineros flipaban un poco pero aceptaban las órdenes. Si el boquete no era muy grande quizás saldríamos de esta...y sino...tengo uno de los botes  a buen recaudo.

Los marineros comenzaron a coger puntales, telas, brea y saltaron al compartimento que se llenaba de agua rápidamente. Parecían más listos de lo normal...que lástima que peleando fueran nulos. Comenzaron a intentar taponar el agujero, aunque realmente no sabía si eso tenía éxito. Yo por mi parte me dirigí nuevamente al castillo de popa, si la cosa se torcía...desaparecería de escena.

La paciencia era una de mis pocas virtudes. A algunos les gustaba exponerse a los ataques enemigos tras dar una puñalada, y yo esperaba, simplemente, a que el veneno y la infección surtieran su cruel efecto sobre la carne. ¿Con cuántas carnes maceradas en ponzoña me había deleitado? ¡¿Cuántas caras dobladas de dolor había arrancado de sus rostros para colgarlas y hacer cecina?! Decenas, si no cientos. La gente no solía llegar a mi pantano, y desde luego no salían con vida.

Aunque ahora el agua fuera dulce y no salada, era la misma historia. Tan solo tenía que esperar para irlos hundiendo uno por uno sin tener que preocuparme después de limpiar bien los pulmones de las algas de charca y las larvas de mosquito que se tragaban.

Tampoco tenía que preocuparme de otros depredadores, porque estos, por muy lanzados, fieros y grandes que fuesen en comparación al cocodrilo, no podían permitirse esperar como ellos. No, los tiburones y los reyes de mar pululan por ahí, cazando activamente, y para cuando les llegue el olor de la sangre en la inmensidad azul ya me habría marchado.

Pero… quizás eran los depredadores de tierra los realmente peligrosos.

¿Cuánto tardaría el gobierno en mandar una flota para proteger el atolón? Hasta de un simple barco lleno de marines habría de temer, no por su poder, sino por sus terribles consecuencias. Ser paciente no era, ni de lejos, ser estúpido; como tampoco lo era ser cobarde.

—Bueno… más práctica, supongo—dije preparando el arma y cambiando de postura.

Esta vez, en la ingravidez del agua, me decidí por lanzar un corte a la panza. Tenía tiempo de sobra para practicar, y así lo hice antes de decidirme a accionar al umigatana. Cuando el inevitable mareo de los cientos de giros terminó y yo mismo dejaba de girar por inercia, preparé el golpe decisivo.

El instrumento volvió a silbar como feroz advertencia al pobre navío. La fragata, y todos sus ocupantes, no tenían nada que hacer ante un vedadero hijo del mar.