Corred, Correos [Pasado Privado Lexy-Kaito]

Los marineros estaban como locos intentando tapar el boquete del navío. Yo mientras botaba el bote al agua pensaba para mis adentros. El encapuchado estaba tocando las narices..y empezaba a ser molesto. Conste que me encantaba la idea de hundir cosas...pero cosas donde ni estuviera yo encima. Torcí al vista a mi espalda donde había tres marineros que estaban con el aparejo de popa para recoger vela, ya que si el barco se movía por el viento entraría más agua. Me llevé la mano al mentón y les señalé.

-Vosotros tres ¿cuantos barriles de pólvora tenemos?-dije seca y rápida.

Los marineros se quedaron confusos por unos instantes pero finalmente uno respondió.

-Dos docenas, quizás menos ¿por?.- dijo mientras contaba con sus dedos.

Una sonrisa se dibujó en mi cara de oreja a oreja mientras ordenaba a los marineros que no estuvieran tapando el boquete que hicieran un reguero de pólvora desde la santa-bárbara hasta la cubierta superior. Mientras esto sucedía yo pululaba por la batayola, observando el mar como buscando algo.

Los marineros comenzaron a hacer el reguero de pólvora hasta la cubierta principal, otros continuaban con el velamen y los últimos parecían estar taponando el boquete satisfactoriamente, a pesar, de que el agua ya les llegaba por la barbilla. No quedaba mucho tiempo, y el encapuchado acabaría cansándose tarde o temprano y vendría a por nosotros directamente.

- ¿Está listo el reguero?- dije sin quitar la vista del bote que tenía previsto coger.

Antes de que los piratas pudieran responderme a aquella pregunta, otro ruido, como de un silbido sonó en el barco. Por desgracia, los silbidos no son cosa natural del mar...así que me podía oler que algo le habían hecho al barco...y no estaba dispuesta a esperar a descubrirlo.

Los marineros ante el ruido comenzaron a asomarse por la barandilla de proa a ver si veían algo, pero nada. Desenfundé mi pistola y apunté al reguero, con intención de disparar mientras la marinería estaba ocupada.

La cicatriz que había dejado en la panza de la nave hizo finalmente ceder a la estructura que se colapsó hacia dentro con un crujido. No parecía mucho a simple vista, y de hecho se asemejaba a una doblez en un barco de papel, pero de seguro tragaba agua. Cientos y cientos de litros corrían en carrera para empujar el barco hacia abajo, queriendo ser los primeros en llegar a sobrepasar la línea de flotación.

Podría haberme sentido satisfecho con aquello, pero a decir verdad me parecía ridículo el daño para el esfuerzo invertido. Tenía claro que la potencia de mi arma disminuiría con la distancia, pero me creía lo suficiente ducho en las artes gyojin como para haberla potenciado al girar en el líquido elemento. Debía practicar más.

Otro día, claro. Volví a cargar el arma.

Me dirigí a la zona de popa para terminar de dar el golpe final a los últimos hilos de esperanza de aquellos pieleseca. Salí del agua como mandaba el jutsu, lentamente y en completo silencio. Emergí trepando con mis ventosas, arqueado hacia delante y sosteniendo cada arma en una mano. El bichero en la diestra, la peligrosa y horrible espada de agua preparada para matar. Quería darme prisa en zanjar todo aquello de una vez por todas.

Desgraciadamente, antes de poder dirigir mi atención hacia las barcas de la fragata, una melena azul captó mi atención. Esperé a subir del todo y a apuntarla con el mango de mi artefacto antes de pronunciar mi susurro.

—Tira las armas.

Esta vez no iba a dejar que otros llevaran mis palabras... ni mis claras amenazas.

Los marineros estaban contentos por haber tapado "medianamente" el boquete que había aparecido en el barco, pero en ese momento, otro crujido se escuchó en la bodega. Los marineros miraron a sus pies y como si fuera magia un corte que hizo que el barco de abriera por la panza. El agua comenzó a entrar a borbotones pillando a los que habían "reparado" la bodega como a sus primeras víctimas. El barco escoró nuevamente y algunos marineros cayeron al suelo, el barco comenzaba a ceder hacia abajo.

-¡¡Capitana! ¡¡Nos hundimos!!-dijo uno de los marineros que había logrado escapar de la cubierta inferior, empapadado, mientras hacía aspavientos para avisarme.

El resto de marineros en cubierta se dieron cuenta de lo sucedido, y como alma que lleva el diablo corrieron a los botes que todavía no habían sido desplegados...salvo el mío, el  de popa.

Si bien el dicho marino decía "El capitán es el último en abandonar el barco" yo tenía mi propia filosofía de "por los cojones". Así que intenté embarcar en el bote, pero en ese momento noté algo apuntándome a la cabeza...y encima me alentaba a tirar mis armas. Sonreí por unos segundos y con las manos en alto me giré para ver que, efectivamente, era mi amado encapuchado.

-Lo siento, creo que llegas un poco tarde para la travesía, hemos tenido un imprevisto..bueno...miles de imprevistos llamados "litros de agua" que requieren una evacuación cuanto antes- dije intentando ir hacia el bote con paso tranquilo y amigable mientras mantenía las manos en alto- ¿Has venido a matarme?

Aunque estaba seguro de que la chica no pudiera verlo por la capucha, había entrecerrado mis ojos de manera acusadora. Intentaba huir, y eso no me hacía ninguna gracia. No había acatado mi orden y creía, como la loca que parecía, que sus acciones no iban a tener consecuencia. Había mandado a una panda de indeseables a matarme. Independientemente de lo bien que pudieran ejecutar aquella orden, su cruel intención persistía en el tiempo.

—Debería.

Presioné el botón… pero no lo hice como debía hacerse para cortar, solo para que el mango fuese vaciando sus diales como una manguera. Intentaría empaparla de los pies a la cabeza con la intención de neutralizar cualquier pólvora que acarreara, por si acaso se le ocurría realizar otra inconsciente locura.


Tras eso retrocedería, dejándola para que lanzase su bote al agua dejándola pensar que podría salir de allí sin más reprimendas que un chapuzón. Al fin y al cabo, aún quedaba gente viva en el barco, gente que se había mojado antes que ella.

Era divertido ver como aquel pánfilo que había subido intentaba disparar su revólver sin éxito. También era triste. Cada fallido chasquido del percutor hundía su rostro asustado más y más en un asfixiante terror. Me quede ahí, en el umbral de la escalera por la que, escalón a escalón, subía el mar y el resto de desgraciados que creían haber salido del infierno con vida. Pobres idiotas.

Era fácil clavarles desde lejos los cuchillos que había robado de sus compañeros. Tenía la ventaja de la altura, lo estrecho del pasillo y la tranquilidad de saber que según avanzara el agua los iría empujando entre ellos y hacia arriba. Gritaban, suplicaban, lloraban y se culpaban los unos a los otros… No llegué a matar a ninguno para cuando me aparté de la puerta y me lancé de cabeza al mar.

Antes de hacerlo, claro está, debía macerarlos en la cantidad justa de sufrimiento.

Contemplé desde las aguas cómo sacaban los botes, casi peleándose por ellos, y cómo algunos caían a las aguas pataleando como niños pequeños. Agarraba sus pies y clavaba mi bichero en sus pantorrillas para arrastrarlos metros más abajo, allá donde los colores se pierden, y luego los dejaba sueltos para que volviesen a flotar. Claramente, no todos lo hacían vivos.

Tres barquitas… Había tres para diez personas. Una había tenido la desfachatez y el egoísmo de coger una entera para sí misma.

Incluso a través de la barrera acuática podía oír los gritos de terror que traían consigo las estelas de las balas que disparaban con pánico. Cuando un proyectil atravesaba el agua se deformaba, desviaba y frenaba sin que apenas llegase a atravesar más allá de unos cuantos pies, y luego caía, presa de su peso, siendo poco más que un tropezón de hierro y plomo.

Esperé a que terminaran, a que se calmaran tras comprobar que solo tenían consigo sus propias palabras y el silencioso susurro del caprichoso mar, y entonces actué. Extendí con mi jutsu "Lengua de mar" mi control sobre las aguas y fijé mis nuevos tentáculos acuáticos sobre la primera de las embarcaciones, hundiéndola lenta e inexorablemente. No tardó en llenarse de agua, y los cuatro desgraciados nadaron desesperados hasta la otra intentando encontrar refugio.

Pero parecía que no les dejaban subir. Pude oler y ver la sangre desde abajo, fruto de una patada cruel que vino seguida de un sablazo. Les siguieron dos disparos, y el cuarto quedo allí, rodeado de cadáveres, pataleando. Le hundí el siguiente, aguantándole desde la oscuridad como había hecho con sus compañeros.

La gente cuando es ahogada no suele gritar, sino que se esfuerza por aguantar la respiración hasta que, inevitablemente, buscan desesperadamente una bocanada de aire para encontrar solo agua. Tragan, y siguen tragando hasta que sus pulmones y estómago se llenan y la vida se escapa de sus ojos hundidos. Luego se hunden ellos.


Para la segunda barcaza de desdichados me decidí por poner en práctica de nuevo la técnica sin nombre, con lo que conseguí llevarme una pierna y media así como las dos mitades de la barca. Dejé que el miembro amputado se hundiera antes de decidirme a cogerlo, y desde la nube de sangre sucia pude ver cómo el resto de malnacidos iban muriendo uno tras otro. Aquella muchacha se estaba encargando de hacerme el trabajo sucio.

—Es suficiente...—me dije extrapolando que aquella loca habia ido simplemente de polizón.


Volví al atolón, donde aquella noche, disfrutando del jamón al horno, tuve la oportunidad de explicarme y ofrecerle mis servicios al guardián del correo. Fue una auténtica pena que no comiese, con lo bien que me había salido, una casi tan grande como que me dijese que la bandera del gobierno era poco más que un falso señuelo. Preferí creerle, porque aunque me estuviese mintiendo, cosa bastante probable, no tenía potestad para exigir nada más que problemas con la vil institución.

Aunque no estaba todo por perdido, había conseguido un amigo, más o menos, la oportunidad de quedarme todo cuanto se había perdido bajo la mar, una mayor comprensión de mi espada, así como la grata experiencia de conocer cómo funcionaba el sistema de mensajería que movía el mundo.

A eso le llamaba yo un buen día.