Roland Oppenheimer
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Os encontrais en un barco. Es de noche, con la luna llena en lo alto iluminando el ancho mar. Desde la cubierta, a lo lejos, se puede divisar Casino Island y su respectivo puerto. Toda la isla está repleta de construcciones metálicas y muchas luces brillantes provenientes de salas de juegos, cabarets, discotecas y hoteles de lujo, pero no estáis allí por nada de eso. Al menos no en esta ocasión.
Vuestro barco está repleto de suministros para los numerosos locales de la isla, lo hace de él la tapadera perfecta para entrar sin llamar la atención. Os estaréis preguntando que por qué queréis entrar, muy sencillo. El grupo de inteligencia de la agencia de espionaje ha informado del avistamiento de un conocido revolucionario en la isla, pero por desgracia no han podido obtener más información. Por ese mismo motivo enviaron a tres maravillosos agentes a encargarse de su neutralización.
Por desgracia, una vez que esos agentes pisaron la isla no se supo nada más de ellos, y por eso les enviaron a ustedes, después de que un segundo grupo también desapareciera. Vuestro objetivo principal es el revolucionario, pero si ya de paso consiguierais descubrir qué ha sido de esos 6 agentes en paradero desconocido, mejor que mejor.
En fin, tenéis unos 30 minutos para prepararos antes de que el barco atraque. Por si no lo sabíais aún, estáis de infiltrados en el barco, de modo que tendréis que salir de este sin que os vean o podríais llamar la atención, el cómo hacerlo ya es cosa vuestra. Una vez en tierra, os encontraréis en un embarcadero con más barcos del mismo tipo y podréis observar cómo llevan los suministros a diferentes sitios. Si escucháis a escondidas, os enteraréis de que los llevan al Hotel Glamour de 23 estrellas, al Pub de moda llamado Space Monkey y al casino Más y Más.
Vuestro barco está repleto de suministros para los numerosos locales de la isla, lo hace de él la tapadera perfecta para entrar sin llamar la atención. Os estaréis preguntando que por qué queréis entrar, muy sencillo. El grupo de inteligencia de la agencia de espionaje ha informado del avistamiento de un conocido revolucionario en la isla, pero por desgracia no han podido obtener más información. Por ese mismo motivo enviaron a tres maravillosos agentes a encargarse de su neutralización.
Por desgracia, una vez que esos agentes pisaron la isla no se supo nada más de ellos, y por eso les enviaron a ustedes, después de que un segundo grupo también desapareciera. Vuestro objetivo principal es el revolucionario, pero si ya de paso consiguierais descubrir qué ha sido de esos 6 agentes en paradero desconocido, mejor que mejor.
En fin, tenéis unos 30 minutos para prepararos antes de que el barco atraque. Por si no lo sabíais aún, estáis de infiltrados en el barco, de modo que tendréis que salir de este sin que os vean o podríais llamar la atención, el cómo hacerlo ya es cosa vuestra. Una vez en tierra, os encontraréis en un embarcadero con más barcos del mismo tipo y podréis observar cómo llevan los suministros a diferentes sitios. Si escucháis a escondidas, os enteraréis de que los llevan al Hotel Glamour de 23 estrellas, al Pub de moda llamado Space Monkey y al casino Más y Más.
Yarmin Prince
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- ¿Primero me encasquetas a Midorima y ahora esto? -había preguntado con indignación a Issei-. ¿Estás intentando que dimita o algo? Porque mira que me han hecho varias ofertas como jefe de seguridad en varias factorías de Water Seven cobrando bastante más que aquí.
- Primero de todo -había respondido Issei, con su siempre calmada voz-, Midorima es tu pareja porque resulta que ninguno de los dos tenía, y hay una serie de normas que todos, incluído tú, debemos cumplir. Segundo, y pese a tus formas algo irregulares de trabajar, eres uno de los mejores hombres con los que esta agencia cuenta en el campo de la investigación y han desaparecido seis agentes. ¡Seis! Necesito mandarte, no porque hayas hecho algo mal, sino porque haces tu trabajo muy bien. ¿Vale?
Y se había dejado convencer como un idiota... ¿Cómo había terminado en un barco de suministros? Es decir, era lógico que debía desplazarse hasta Casino Island, pero no entendía por qué demonios tenía que hacerlo encima de una caja de naranjas. ¡De una puta caja de naranjas! Que podrían haber ido en un barco discreto, desplazarse por su cuenta o al menos suplantar a los marineros, pero por algún motivo que escapaba a su comprensión tres agentes debían ocultarse en una despensa por no sobornar a un par de paletos.
Por la distancia a la que estaban debía quedar una media hora para atracar, así que fue preparando sus cosas: Talonario en el tobillo, Creaviudas al costado... Primer Amor estaba colgando ya de su cintura y el Fragmento del Edén oculto en su chaqueta, hecho una madeja. En su bandolera llevaba papeles, dinero en efectivo y un fardo de kilo de cocaína que pensaba endosar a la primera persona que le mirase mal, así como en la muñeca llevaba el reloj de la CIA que tantas veces le había ayudado a navegar. Cuando estuvo todo listo, sin ningún reparo, salió a la cubierta. Total, ¿qué es lo peor que podía pasar?
La luna estaba en lo alto, cerca de medianoche. Con sus compañeros en algún lugar, solo necesitaba llegar a tierra con cuidado de no ser visto por los marineros; aunque tampoco tenía claro que eso fuese particularmente difícil dado que, con sus habilidades, la misma sombra proyectada del palo mayor lo ocultaba de la vista.
- Primero de todo -había respondido Issei, con su siempre calmada voz-, Midorima es tu pareja porque resulta que ninguno de los dos tenía, y hay una serie de normas que todos, incluído tú, debemos cumplir. Segundo, y pese a tus formas algo irregulares de trabajar, eres uno de los mejores hombres con los que esta agencia cuenta en el campo de la investigación y han desaparecido seis agentes. ¡Seis! Necesito mandarte, no porque hayas hecho algo mal, sino porque haces tu trabajo muy bien. ¿Vale?
Y se había dejado convencer como un idiota... ¿Cómo había terminado en un barco de suministros? Es decir, era lógico que debía desplazarse hasta Casino Island, pero no entendía por qué demonios tenía que hacerlo encima de una caja de naranjas. ¡De una puta caja de naranjas! Que podrían haber ido en un barco discreto, desplazarse por su cuenta o al menos suplantar a los marineros, pero por algún motivo que escapaba a su comprensión tres agentes debían ocultarse en una despensa por no sobornar a un par de paletos.
Por la distancia a la que estaban debía quedar una media hora para atracar, así que fue preparando sus cosas: Talonario en el tobillo, Creaviudas al costado... Primer Amor estaba colgando ya de su cintura y el Fragmento del Edén oculto en su chaqueta, hecho una madeja. En su bandolera llevaba papeles, dinero en efectivo y un fardo de kilo de cocaína que pensaba endosar a la primera persona que le mirase mal, así como en la muñeca llevaba el reloj de la CIA que tantas veces le había ayudado a navegar. Cuando estuvo todo listo, sin ningún reparo, salió a la cubierta. Total, ¿qué es lo peor que podía pasar?
La luna estaba en lo alto, cerca de medianoche. Con sus compañeros en algún lugar, solo necesitaba llegar a tierra con cuidado de no ser visto por los marineros; aunque tampoco tenía claro que eso fuese particularmente difícil dado que, con sus habilidades, la misma sombra proyectada del palo mayor lo ocultaba de la vista.
Giotto Leblanc
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“Maldición”
Fue el único pensamiento que tuvo Giotto cuando el líder de la Karasu Tengu, la agencia a la que pertenecía, le convocó después de pasar un trimestre sin poder ponerse en contacto con él. ¿Lo peor? Que estaba a pocas horas de poder coger la excedencia que tanto había ansiado y esperaba no tener que realizar una misión en el último momento. Sin poder negarse, caminó raudo por los pasillos de la instalación gubernamental hasta llegar al despacho de su jefe. Allí, en su interior, se encontraba Dretch, que no lo había visto desde lo sucedido en la aguja.
—Ha tardado quince minutos en llegar, señor Leblanc —comentó con ligero retintín—. Algo raro en alguien tan puntual como usted.
—Y su llamada tres meses tarde —le respondió el rubio—. Señor Buerganor —dijo, inclinando la cabeza para saludar a su compañero—. ¿Para qué nos ha reunido? En seis horas he de coger un barco para mis merecidas vacaciones, y no tengo muchas ganas de estar encerrado aquí —comentó, haciendo referencia a que se sentía incómodo estando con Dretch.
—Lo siento mucho, pero sus vacaciones van a tener que esperar. Han desaparecido seis agentes en una misión, y según nuestros contactos también se encuentra un reconocido revolucionario en el mismo lugar. Así que necesito a mis mejores hombres en esto.
—¿Y no están disponibles la señorita Fitzgerald o el señor Shintaro? Apostaría a que mi compañero Dretch estaría mejor trabajando con ellos.
—Sé por dónde va, señor Leblanc, Me da exactamente igual los problemas que haya tenido o tenga con el señor Buerganor. Aquí mando yo, y si digo que van a trabajar juntos van a hacerlo, o si no haré que su vida dentro de la agencia sea un infierno. ¿Me ha entendido usted bien?
—Sí, señor.
—Así que siéntese y atienda bien, porque solo voy a explicaros en que consiste el plan una única vez.
A su pensar, Giotto no tuvo más opción que sentarse y atender con detenimiento. Debían ir a Casino Island, la ciudad del ocio y el dinero. La sede de la corrupción legalizada por el gobierno mundial para que mafiosos campen a sus anchas y timen a las altas élites de la nobleza mundial. Nunca había estado allí, pero había oído mil y un rumores sobre que se cocía en ese lugar, y no le gustaba.
—¿Alguna duda? —preguntó el jefe.
—No, señor.
Horas más tarde estaba en el barco, sentado sobre el filo de la cama con la mirada fija en un punto concreto, una mancha en el suelo de su camarote que le daba el trastorno obsesivo compulsivo de querer limpiarlo, pero sabía que por mucho que frotara no se iría, pues estaba bien incrustado en la madera del suelo. Era de noche, y el capitán del barco estaba anunciando que atracarían en pocos minutos. Se puso si mejor traje, se ajustó sus guantes y se colgó su capa. Iba vestido como un gentleman, y no hacía falta aclarar que el traje le quedaba demasiado bien. En sus bolsillos varios fajos de billetes para gastar, y en el interior de su chaqueta un talonario.
Alguien pegó a la puerta, cinco sonoros golpes que Giotto culminó con dos más, y supo que era el marino que había sobornado.
—Señor Bélanger, estamos a punto de llegar.
—Perfecto —le dijo Giotto—. Toma este talón. Recuerda que solo podrás cobrarlo cuando yo haga una llamada al llegar a mi hotel. ¿Cómo está mi compañero?
—Le espera en el lugar acordado.
—De acuerdo.
"Ahora solo tengo que reunirme con Dretch y saldremos de aquí."
Fue el único pensamiento que tuvo Giotto cuando el líder de la Karasu Tengu, la agencia a la que pertenecía, le convocó después de pasar un trimestre sin poder ponerse en contacto con él. ¿Lo peor? Que estaba a pocas horas de poder coger la excedencia que tanto había ansiado y esperaba no tener que realizar una misión en el último momento. Sin poder negarse, caminó raudo por los pasillos de la instalación gubernamental hasta llegar al despacho de su jefe. Allí, en su interior, se encontraba Dretch, que no lo había visto desde lo sucedido en la aguja.
—Ha tardado quince minutos en llegar, señor Leblanc —comentó con ligero retintín—. Algo raro en alguien tan puntual como usted.
—Y su llamada tres meses tarde —le respondió el rubio—. Señor Buerganor —dijo, inclinando la cabeza para saludar a su compañero—. ¿Para qué nos ha reunido? En seis horas he de coger un barco para mis merecidas vacaciones, y no tengo muchas ganas de estar encerrado aquí —comentó, haciendo referencia a que se sentía incómodo estando con Dretch.
—Lo siento mucho, pero sus vacaciones van a tener que esperar. Han desaparecido seis agentes en una misión, y según nuestros contactos también se encuentra un reconocido revolucionario en el mismo lugar. Así que necesito a mis mejores hombres en esto.
—¿Y no están disponibles la señorita Fitzgerald o el señor Shintaro? Apostaría a que mi compañero Dretch estaría mejor trabajando con ellos.
—Sé por dónde va, señor Leblanc, Me da exactamente igual los problemas que haya tenido o tenga con el señor Buerganor. Aquí mando yo, y si digo que van a trabajar juntos van a hacerlo, o si no haré que su vida dentro de la agencia sea un infierno. ¿Me ha entendido usted bien?
—Sí, señor.
—Así que siéntese y atienda bien, porque solo voy a explicaros en que consiste el plan una única vez.
A su pensar, Giotto no tuvo más opción que sentarse y atender con detenimiento. Debían ir a Casino Island, la ciudad del ocio y el dinero. La sede de la corrupción legalizada por el gobierno mundial para que mafiosos campen a sus anchas y timen a las altas élites de la nobleza mundial. Nunca había estado allí, pero había oído mil y un rumores sobre que se cocía en ese lugar, y no le gustaba.
—¿Alguna duda? —preguntó el jefe.
—No, señor.
Horas más tarde estaba en el barco, sentado sobre el filo de la cama con la mirada fija en un punto concreto, una mancha en el suelo de su camarote que le daba el trastorno obsesivo compulsivo de querer limpiarlo, pero sabía que por mucho que frotara no se iría, pues estaba bien incrustado en la madera del suelo. Era de noche, y el capitán del barco estaba anunciando que atracarían en pocos minutos. Se puso si mejor traje, se ajustó sus guantes y se colgó su capa. Iba vestido como un gentleman, y no hacía falta aclarar que el traje le quedaba demasiado bien. En sus bolsillos varios fajos de billetes para gastar, y en el interior de su chaqueta un talonario.
Alguien pegó a la puerta, cinco sonoros golpes que Giotto culminó con dos más, y supo que era el marino que había sobornado.
—Señor Bélanger, estamos a punto de llegar.
—Perfecto —le dijo Giotto—. Toma este talón. Recuerda que solo podrás cobrarlo cuando yo haga una llamada al llegar a mi hotel. ¿Cómo está mi compañero?
—Le espera en el lugar acordado.
—De acuerdo.
"Ahora solo tengo que reunirme con Dretch y saldremos de aquí."
Dretch
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Otro día la misma mierda. Daba igual cuantos criminales eliminara, cuantos disidentes silenciase o a cuantos hombres y mujeres, presuntamente inocentes, arrastrase del lecho de sus camas para rendir cuentas con la inflexible justicia gubernamental. Llegados a este punto, Dretch prácticamente se había inmunizado a las barbaridades que su trabajo le exigía y, por ende, a deshumanizar a cualquier enemigo del Gobierno Mundial. Por ello, cuando en la Karasu le asignaron aquella peculiar misión, apenas se molestó en poner algún tipo de pega. Debía hacerse y se haría, a eso se resumía su trabajo.
Aunque sabía de la existencia de un tercer agente involucrado en la misión, el joven búho tan solo había tenido trato con su compañero Giotto Leblanc y, de haber sabido que así sería desde un principio, tal vez no hubiese aceptado aquella misión. Y es que en las últimas semanas habían tenido tantos desencuentros ¿por dónde empezar? Su evidente insubordinación en la aguja norteña, su empeño en priorizar una prejuiciosa detención sobre su compañero Shintaro en mitad de una crisis a escala mundial o el hecho en sí mismo de que este hubiese calcinado vivo a un ex agente del cipher pool que podría haber arrojado algo de luz sobre los planes de la Armada Revolucionaria. Giotto y su nueva forma temeraria de actuar suponían una amenaza, no solo para su misión, si no para la propia reputación de la agencia.
Cualquiera podría pensar que todo esto no eran más que temores infundados, que claramente el norteño estaba exagerando sobre la forma de actuación de su subordinado. Sin embargo, la desconfianza del agente había dado sus frutos. Puesto que actualmente eran incapaces de permanecer en la misma habitación sin dedicarse miradas de odio con el rabillo del ojo, ambos habían actuado por su cuenta. Leblanc había optado por sobornar a uno de los marineros del navío, mientras que él… Bueno, digamos que había optado por espiar al espía. Si alguien aceptaba un soborno a cambio de algo, lo que fuera, solo podía significar una cosa, que siempre que alguien estuviese dispuesto a pagar una suma superior su secretismo y confidencialidad no valdrían una mierda. Por ese mismo motivo fue que, desde su infiltración en la embarcación, se había convertido en la sombra de ese marinero. No se fiaba y era preferible lidiar con la ocultación de un cadáver que con filtración de información.
De hecho, el marinero, que ahora golpeaba con un curioso recelo la puerta del camarote prestado al impetuoso Leblanc, sonreía de oreja a oreja. Poco le importaba si era leal o no, si había alguien esperándole con los brazos abiertos en Casino Island o si de tena algún familiar en la Marina o la Cipher Pol. El tío era hombre muerto, en tanto descubriese quien más estaba enterado de su trato con Leblanc. Parapetado tras una esquina del corredor, el agente esperó a que este último se alejase de la habitación de su dudoso compañero, dispuesto a seguirle a donde quiera que fuera. Si había cobrado, estaría contento y nadie que esté contento es capaz de reprimir su alegría e irse de la lengua con aquellos que considerase sus iguales. Así pues, silenciando su respiración bajo los pliegues de su bufanda y desabotonando los puños de su camisa, el agente dejo que sus agujas de calceta se deslizaran de sus antebrazos hacia las palmas de sus manos. Más para su desgracia que para su beneficio, la misión había comenzado antes de que llegaran a tierra…
Aunque sabía de la existencia de un tercer agente involucrado en la misión, el joven búho tan solo había tenido trato con su compañero Giotto Leblanc y, de haber sabido que así sería desde un principio, tal vez no hubiese aceptado aquella misión. Y es que en las últimas semanas habían tenido tantos desencuentros ¿por dónde empezar? Su evidente insubordinación en la aguja norteña, su empeño en priorizar una prejuiciosa detención sobre su compañero Shintaro en mitad de una crisis a escala mundial o el hecho en sí mismo de que este hubiese calcinado vivo a un ex agente del cipher pool que podría haber arrojado algo de luz sobre los planes de la Armada Revolucionaria. Giotto y su nueva forma temeraria de actuar suponían una amenaza, no solo para su misión, si no para la propia reputación de la agencia.
Cualquiera podría pensar que todo esto no eran más que temores infundados, que claramente el norteño estaba exagerando sobre la forma de actuación de su subordinado. Sin embargo, la desconfianza del agente había dado sus frutos. Puesto que actualmente eran incapaces de permanecer en la misma habitación sin dedicarse miradas de odio con el rabillo del ojo, ambos habían actuado por su cuenta. Leblanc había optado por sobornar a uno de los marineros del navío, mientras que él… Bueno, digamos que había optado por espiar al espía. Si alguien aceptaba un soborno a cambio de algo, lo que fuera, solo podía significar una cosa, que siempre que alguien estuviese dispuesto a pagar una suma superior su secretismo y confidencialidad no valdrían una mierda. Por ese mismo motivo fue que, desde su infiltración en la embarcación, se había convertido en la sombra de ese marinero. No se fiaba y era preferible lidiar con la ocultación de un cadáver que con filtración de información.
De hecho, el marinero, que ahora golpeaba con un curioso recelo la puerta del camarote prestado al impetuoso Leblanc, sonreía de oreja a oreja. Poco le importaba si era leal o no, si había alguien esperándole con los brazos abiertos en Casino Island o si de tena algún familiar en la Marina o la Cipher Pol. El tío era hombre muerto, en tanto descubriese quien más estaba enterado de su trato con Leblanc. Parapetado tras una esquina del corredor, el agente esperó a que este último se alejase de la habitación de su dudoso compañero, dispuesto a seguirle a donde quiera que fuera. Si había cobrado, estaría contento y nadie que esté contento es capaz de reprimir su alegría e irse de la lengua con aquellos que considerase sus iguales. Así pues, silenciando su respiración bajo los pliegues de su bufanda y desabotonando los puños de su camisa, el agente dejo que sus agujas de calceta se deslizaran de sus antebrazos hacia las palmas de sus manos. Más para su desgracia que para su beneficio, la misión había comenzado antes de que llegaran a tierra…
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El marinero al que Dretch sigue se mueve por la cubierta y baja hasta la bodega mientras va cantando una canción de borrachos. El olor a alcohol se huele a distancia. Si alguien le siguiera hasta abajo podría observar como se echa a dormir en un camastro. Sería un buen momento para silenciarle... o no, quién sabe.
Por otro lado, el barco atraca. Una vez en tierra, os encontraréis en un embarcadero con más barcos del mismo tipo y podréis observar cómo llevan los suministros a diferentes sitios. Si escucháis a escondidas, os enteraréis de que los llevan al Hotel Glamour de 23 estrellas, al Pub de moda llamado Space Monkey y al casino Más y Más.
Por otro lado, el barco atraca. Una vez en tierra, os encontraréis en un embarcadero con más barcos del mismo tipo y podréis observar cómo llevan los suministros a diferentes sitios. Si escucháis a escondidas, os enteraréis de que los llevan al Hotel Glamour de 23 estrellas, al Pub de moda llamado Space Monkey y al casino Más y Más.
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- Navidad, polvo y ron, ¡polvorrón! -canturreaba un hombre por cubierta en una insidiosa melodía mientras paseaba por cubierta, seguido por quien podría ser sin muchas dudas su compañero de cama de no ser por la elegancia de su traje y fular. El hecho de llevar traje en medio de un barco lo identificaba de manera casi inequívoca que formaba parte de una agencia de inteligencia con más fachada que cerebro-. Tú y yo, polvorrón, vámonos de botellón.
La canción era irritante, y el tono se le clavaba como una aguja en el cráneo. ¿Por qué la gente tenía que hacer eso? ¿Tan difícil era simplemente hacer su trabajo tarareando algo de verdad? ¡Eh, un momento! ¿Por qué el tonto del fular perseguía al marinero con agujas en la mano? No había que ser un lince -y él lo era- para saber que pensaba hacérselas pagar por canturrear eso... O al menos esperaba que fuese por eso, pero en cualquier caso no podía permitirle arriesgar la integridad de la misión por una disputa musical. De nuevo, esperaba que se tratase de una disputa musical y no de algún tipo de asesinato sin sentido provocado por motivos no totalmente ajenos a él. Pero no podía acercarse a evitarlo sin ser descubierto... Era hora de ser descubierto.
Movió los dedos en una suerte de de aspaviento parsimonioso, desprendiendo una luz verde y brillante antes de que el Fragmento del Edén se materializase en sus manos. Con fría calma apuntó, más despacio de lo que necesitaba pero más deprisa de lo que casi cualquiera podría, y mientras una palabra de muerte se deslizaba silenciosa entre sus labios un rayo verde iluminó, durante apenas un instante, toda la cubierta, desvelándolo pero impactando en el lóbulo parietal de su víctima, que cayó por las escaleras con un ruido sordo.
Sin heridas, sin marcas, sin testigos. Si alguien tenía un motivo para matarlo bien muerto estaba; si se trataba de un agente, todavía mejor. Si no lo era solo debía atar un cabo suelto: Podía hacer un nuevo amigo o dejar un cuerpo más en la bodega.
- Cuando termines de limpiar te espero abajo -dijo, saliendo momentáneamente a la luz-. Tenemos que hablar.
Bajó del barco con calma, sin preocuparse lo más mínimo de si alguno de los marineros que estaban en tierra descargando se había fijado en el relámpago esmeralda. Una vez en el puerto buscó un barco donde sentarse y, sin mucho más, esperar a que llegase el niño de la calceta. Si sabía lo que le convenía, no tardaría mucho.
La canción era irritante, y el tono se le clavaba como una aguja en el cráneo. ¿Por qué la gente tenía que hacer eso? ¿Tan difícil era simplemente hacer su trabajo tarareando algo de verdad? ¡Eh, un momento! ¿Por qué el tonto del fular perseguía al marinero con agujas en la mano? No había que ser un lince -y él lo era- para saber que pensaba hacérselas pagar por canturrear eso... O al menos esperaba que fuese por eso, pero en cualquier caso no podía permitirle arriesgar la integridad de la misión por una disputa musical. De nuevo, esperaba que se tratase de una disputa musical y no de algún tipo de asesinato sin sentido provocado por motivos no totalmente ajenos a él. Pero no podía acercarse a evitarlo sin ser descubierto... Era hora de ser descubierto.
Movió los dedos en una suerte de de aspaviento parsimonioso, desprendiendo una luz verde y brillante antes de que el Fragmento del Edén se materializase en sus manos. Con fría calma apuntó, más despacio de lo que necesitaba pero más deprisa de lo que casi cualquiera podría, y mientras una palabra de muerte se deslizaba silenciosa entre sus labios un rayo verde iluminó, durante apenas un instante, toda la cubierta, desvelándolo pero impactando en el lóbulo parietal de su víctima, que cayó por las escaleras con un ruido sordo.
Sin heridas, sin marcas, sin testigos. Si alguien tenía un motivo para matarlo bien muerto estaba; si se trataba de un agente, todavía mejor. Si no lo era solo debía atar un cabo suelto: Podía hacer un nuevo amigo o dejar un cuerpo más en la bodega.
- Cuando termines de limpiar te espero abajo -dijo, saliendo momentáneamente a la luz-. Tenemos que hablar.
Bajó del barco con calma, sin preocuparse lo más mínimo de si alguno de los marineros que estaban en tierra descargando se había fijado en el relámpago esmeralda. Una vez en el puerto buscó un barco donde sentarse y, sin mucho más, esperar a que llegase el niño de la calceta. Si sabía lo que le convenía, no tardaría mucho.
Giotto Leblanc
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El marinero se fue canturreando con excesiva felicidad de la puerta del camarote en el que se encontraba. Algo en su interior le decía que no había sido buena idea sobornarlo para no tener que esconderse como un perro en la bodega, pero ya no podía dar marcha atrás; todo estaba hecho. El marino le había insinuado mediante una clave, que había hablado con él cuando le soborno, que ya podía salir de allí, aunque con cautela. La respuesta a la pregunta sobre su compañero le dejaba entrever que el camino hasta la salida más cercana estaba parcialmente despejado.
El agente comprobó de nuevo su aspecto, agarró el maletín con el que había venido, y cuyo contenido podría ayudarle en esa empresa, y salió del camarote. Camino lento y precavido, sin causar sonido alguno y ocultándose en las sombras del navío. Fue entonces cuando una cegadora luz verde lo iluminó todo.
—¿Qué diantres ha sido eso? —se preguntó internamente, viendo cómo junto a Dretch se encontraba otro hombre. Conocía su rostro, pero no su nombre. Era alguien que también trabajaba con el gobierno mundial, otro agente—. Pobre Johny… Tendré que buscarme otro informador en esta parte del paraíso —comentó, de forma que Dretch le escuchara—. No te molestes en ocultar el cuerpo, y prepárate para el protocolo de escapada amanecer.
Y dicho aquello, chasqueó los dedos para prender todas y cada una de las lámparas de aceite que se encontraran en su radio de acción. El reventón de los candiles propagó el aceite por partes concretas de la cubierta, incluyendo algunos camarotes y pasillos, escuchándose los gritos de agitación procedentes de la mayoría de los miembros de esa tripulación.
Aprovechando ese momento de fogosa distracción, el rubio dio un pequeño salto en el aire y desapareció en menos de lo que dura un pestañeo en la penumbra, llegando a tierra como si nada. Allí, esperaría a que su compañero Dretch saliera del barco e iría con él hacia donde se encontraba el otro agente.
Entretanto, el agudo oído de Giotto pudo escuchar como algunos brabucones marinos gritaban a que lugares iban a llevar sus cargamentos en esa ocasión, logrando saber quiénes eran los que se dirigían al hotel Glamour 23.
—Ese grupo de allí se dirige al hotel en cuestión —diría a los dos agentes—. ¿Usurpamos su lugar como transportistas o vamos por nuestra cuenta? —su tono de voz se volvió más bajo—. En el maletín tengo un par de pelucas y algo de maquillaje por si lo necesitamos.
Mientras hablaba no era capaz de apartar la vista del otro agente. Aquel joven tenía algo que le atraía, no sexualmente, sino que le hacía querer estar con él en todo momento. Quizás fuera su forma de hablar o de actuar, pero esperaba que, con el tiempo, fueran buenos amigos.
—¿Qué me decís? —volvió a preguntar.
Una vez terminaran de hablar, la idea era llegar al hotel y completar su misión. El hotel se veía desde lejos. Era un lugar gigantesco, quizás el que poseía más plantas y mayor extensión sobre el terreno. La cola para entrar al pub de moda era extremadamente larga, mientras que los dos ascensores que llevaban directamente al casino estaban protegidos por un par de gorilas, literalmente. Esa noche actuaba uno de los cantantes del momento: Justino Lago de Leña.
“Pues aquí estamos” —se dijo, observando todo aquello.
El agente comprobó de nuevo su aspecto, agarró el maletín con el que había venido, y cuyo contenido podría ayudarle en esa empresa, y salió del camarote. Camino lento y precavido, sin causar sonido alguno y ocultándose en las sombras del navío. Fue entonces cuando una cegadora luz verde lo iluminó todo.
—¿Qué diantres ha sido eso? —se preguntó internamente, viendo cómo junto a Dretch se encontraba otro hombre. Conocía su rostro, pero no su nombre. Era alguien que también trabajaba con el gobierno mundial, otro agente—. Pobre Johny… Tendré que buscarme otro informador en esta parte del paraíso —comentó, de forma que Dretch le escuchara—. No te molestes en ocultar el cuerpo, y prepárate para el protocolo de escapada amanecer.
Y dicho aquello, chasqueó los dedos para prender todas y cada una de las lámparas de aceite que se encontraran en su radio de acción. El reventón de los candiles propagó el aceite por partes concretas de la cubierta, incluyendo algunos camarotes y pasillos, escuchándose los gritos de agitación procedentes de la mayoría de los miembros de esa tripulación.
Aprovechando ese momento de fogosa distracción, el rubio dio un pequeño salto en el aire y desapareció en menos de lo que dura un pestañeo en la penumbra, llegando a tierra como si nada. Allí, esperaría a que su compañero Dretch saliera del barco e iría con él hacia donde se encontraba el otro agente.
Entretanto, el agudo oído de Giotto pudo escuchar como algunos brabucones marinos gritaban a que lugares iban a llevar sus cargamentos en esa ocasión, logrando saber quiénes eran los que se dirigían al hotel Glamour 23.
—Ese grupo de allí se dirige al hotel en cuestión —diría a los dos agentes—. ¿Usurpamos su lugar como transportistas o vamos por nuestra cuenta? —su tono de voz se volvió más bajo—. En el maletín tengo un par de pelucas y algo de maquillaje por si lo necesitamos.
Mientras hablaba no era capaz de apartar la vista del otro agente. Aquel joven tenía algo que le atraía, no sexualmente, sino que le hacía querer estar con él en todo momento. Quizás fuera su forma de hablar o de actuar, pero esperaba que, con el tiempo, fueran buenos amigos.
—¿Qué me decís? —volvió a preguntar.
Una vez terminaran de hablar, la idea era llegar al hotel y completar su misión. El hotel se veía desde lejos. Era un lugar gigantesco, quizás el que poseía más plantas y mayor extensión sobre el terreno. La cola para entrar al pub de moda era extremadamente larga, mientras que los dos ascensores que llevaban directamente al casino estaban protegidos por un par de gorilas, literalmente. Esa noche actuaba uno de los cantantes del momento: Justino Lago de Leña.
“Pues aquí estamos” —se dijo, observando todo aquello.
Dretch
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El adusto y esquivo agente siguió con paso ligero por la cubierta, casi ingrávido, hacia el ser humane que en breves instantes pasaría a formar parte de la recién inaugurada lista de caídos por la necedad de Leblanc. Lo cierto era que, debido a la evidente embriaguez del marinero, probablemente podría haber caminado detrás de él con las manos metidas en los bolsillos mientras arrastraba los pies que nada habría sucedido. Sin embargo, la profesionalidad era tan prioritaria en su ser como el respirar. Tan solo bastaron unos segundos para que se percatara de que, en aquellas condiciones, el uso de sus agujas sería más un problema que un inconveniente. Hasta el más mínimo arañazo en el lugar adecuado era capaz de generar toda una ingente y escandalosa cantidad de sangre, si quería hacerlo bien, lastimar su cuerpo de aquella manera era totalmente inviable. Quizás con asfixiarlo, o tal vez fracturar su cuello sería más que suficiente para acabar con la amenaza sin dejar rastro alguno de su actuación.
Sus divagaciones llegaron a su fin en el momento en el, tras varios intentos fallidos, el marinero enfiló el camino que presumiblemente llevaba hacia la bodega del navío. Miró hacia todas direcciones en busca de posibles testigos, pero no vio a nadie. Aquella era su oportunidad, si ejecutaba al marinero y ataba a alguno de los pesados aparejos de la cubierta, nada le impediría ser pasto de los peces.
El agente suspiró y se arremangó sutilmente la manga de su antebrazo derecho para tener más comodidad. Era demasiado fácil, tan fácil que casi se arrepentía de lo que estaba a punto de hacer. Casi. Con su pierna derecha, pisaría la parte posterior de la rodilla del marinero obligándole a caer hacia adelante, mientras que con su extremidad metálica taparía de la boca del marinero y, valiéndose de su otro brazo, realizaría un brusco movimiento de torsión hacia atrás para fracturar el cuello de aquel pobre diablo.
Sin embargo, nada de aquello ocurrió.
Un extraño juego de luces surgió de uno de los mástiles de la cubierta ¿Le habían descubierto? No, no era eso, pero no tardarían en hacerlo. Antes de que se diera cuenta, el cuerpo sin vida del marinero estaba rodando cual saco de patatas por las escaleras que daban acceso a la bodega.
- ¿Pero qué demonios? - fue lo único que fue capaz de articular el agente bajo los pliegues de su bufanda, mientras se giraba hacia el lugar de origen del disparo.
Mentiría si dijera que no esperaba encontrarse a un risueño Giotto, al cual fulminaría con la mirada. Pero no fue eso lo que su ojo vio. Frente a él se encontraba un tipo bien parecido, de cabellos rubio ceniza y con la que probablemente fuese la expresión más distendida y confortable que jamás había visto. Por como hablaba y actuaba, no había duda de que estaban en el mismo bando. Sin embargo ¿Cómo podía alguien con tal aura de paz ser tan cretino? Solo había dos respuestas, o era muy bueno en lo que hacía o le habían colocado en la Cipher Pol a dedo y, por lo que a Dretch respectaba, ya había obtenido su respuesta.
- Genial, no solo tengo que lidiar con Leblanc, sino que encima también soy la chacha de un trepa– rezongó mientras se aproximaba con paso raudo hacia las escaleras de la bodega, en espera que nadie más se hubiera dado cuenta del haz de luz verde que había recorrido la cubierta en plena noche – Que larga se me va a hacer esta noche…
Craso error, pues a su espalda escuchó la particular voz de Leblanc, el cual lamentaba la muerte de Johny. Tenía ganas de gritar, de soltarle el rapapolvo de su vida, de decirle que todo lo que hasta ahora había salido mal era su culpa. Pero no lo hizo, tenía un cadáver del que deshacerse y una misión, ya tendrían tiempo de resolver sus diferencias después. Todo iba bien hasta que el norteño escucho un chasquido de dedos, el ruido de un cristal al romperse y el crepitar de las llamas. En aquel momento dio gracias, gracias de no tener ni pajolera idea de cómo se usaba su akuma, pues de haber sabido cómo, probablemente ambos se hubiesen enzarzado en una pelea sin sentido en mitad de aquella embarcación.
Al borde de un ataque de nervios, finalmente el agente puso pies en polvorosa, alejándose del lugar del crimen y, por ende, del despropósito. No seáis vistos le dijeron, ahora había un barco en llamas que, si bien era cierto que no vaticinaba su llegada, sí que ocasionaría que la gente hiciese las suficientes preguntas como para torpedear su infiltración. Una vez se hubo reunido con el hombre-linterna y el hombre-ingenio, se bajó la bufanda hasta el cuello y habló.
- ¡No! Me da igual lo que me vayáis a decir o proponer, he visto suficiente. En especial tú – exclamó mientras veía como Giotto acariciaba su maletín de pelucas -Terminamos esta misión y cada uno sigue por su lado, no nos hemos conocido nunca y así seguirá hasta el fin de los tiempos. Aclarado esto, centrémonos en la misión. Nadie con recompensa sobre su cabeza tiene la tranquilidad necesaria para pasar un tiempo en un lugar público como este sin tener un contacto, alguien que le garantice que, con independencia de lo que ocurra aquí, su identidad nunca saldrá a la luz. Después de la que habéis liado, si empezamos a hacer preguntas incomodas, nos van a ver venir de lejos.
El agente titubeo durante unos instantes, hasta que finalmente se deshizo de su enfado y volvió a ser quien realmente era.
- Os diré que haremos. Punto número uno, echaremos a suerte quien es nuestro criminal favorito y el elegido interpretará a un exótico y excéntrico señor de la guerra del Nuevo Mundo, estoy seguro que ambos habéis leído informes en los que de rebote se nombra a algunos de estos tipos, el resto se harán pasar por sus guardaespaldas. Punto número dos, abusamos de la suerte en los casinos y hacemos que el nombre de nuestro señor de la guerra se empiece a escuchar en círculos más exclusivos. Punto número tres, dejamos que sea la Revolución o las mafias de Casino quienes quieran reunirse con nosotros, pero rehusamos hasta cantar nuestro bingo. Punto número cuatro, cedemos a reunirnos, pero con nuestras condiciones. Al final de la noche, un criminal habrá matado a otro criminal en una ciudad de criminales ¿Alguna pregunta?
Sus divagaciones llegaron a su fin en el momento en el, tras varios intentos fallidos, el marinero enfiló el camino que presumiblemente llevaba hacia la bodega del navío. Miró hacia todas direcciones en busca de posibles testigos, pero no vio a nadie. Aquella era su oportunidad, si ejecutaba al marinero y ataba a alguno de los pesados aparejos de la cubierta, nada le impediría ser pasto de los peces.
El agente suspiró y se arremangó sutilmente la manga de su antebrazo derecho para tener más comodidad. Era demasiado fácil, tan fácil que casi se arrepentía de lo que estaba a punto de hacer. Casi. Con su pierna derecha, pisaría la parte posterior de la rodilla del marinero obligándole a caer hacia adelante, mientras que con su extremidad metálica taparía de la boca del marinero y, valiéndose de su otro brazo, realizaría un brusco movimiento de torsión hacia atrás para fracturar el cuello de aquel pobre diablo.
Sin embargo, nada de aquello ocurrió.
Un extraño juego de luces surgió de uno de los mástiles de la cubierta ¿Le habían descubierto? No, no era eso, pero no tardarían en hacerlo. Antes de que se diera cuenta, el cuerpo sin vida del marinero estaba rodando cual saco de patatas por las escaleras que daban acceso a la bodega.
- ¿Pero qué demonios? - fue lo único que fue capaz de articular el agente bajo los pliegues de su bufanda, mientras se giraba hacia el lugar de origen del disparo.
Mentiría si dijera que no esperaba encontrarse a un risueño Giotto, al cual fulminaría con la mirada. Pero no fue eso lo que su ojo vio. Frente a él se encontraba un tipo bien parecido, de cabellos rubio ceniza y con la que probablemente fuese la expresión más distendida y confortable que jamás había visto. Por como hablaba y actuaba, no había duda de que estaban en el mismo bando. Sin embargo ¿Cómo podía alguien con tal aura de paz ser tan cretino? Solo había dos respuestas, o era muy bueno en lo que hacía o le habían colocado en la Cipher Pol a dedo y, por lo que a Dretch respectaba, ya había obtenido su respuesta.
- Genial, no solo tengo que lidiar con Leblanc, sino que encima también soy la chacha de un trepa– rezongó mientras se aproximaba con paso raudo hacia las escaleras de la bodega, en espera que nadie más se hubiera dado cuenta del haz de luz verde que había recorrido la cubierta en plena noche – Que larga se me va a hacer esta noche…
Craso error, pues a su espalda escuchó la particular voz de Leblanc, el cual lamentaba la muerte de Johny. Tenía ganas de gritar, de soltarle el rapapolvo de su vida, de decirle que todo lo que hasta ahora había salido mal era su culpa. Pero no lo hizo, tenía un cadáver del que deshacerse y una misión, ya tendrían tiempo de resolver sus diferencias después. Todo iba bien hasta que el norteño escucho un chasquido de dedos, el ruido de un cristal al romperse y el crepitar de las llamas. En aquel momento dio gracias, gracias de no tener ni pajolera idea de cómo se usaba su akuma, pues de haber sabido cómo, probablemente ambos se hubiesen enzarzado en una pelea sin sentido en mitad de aquella embarcación.
Al borde de un ataque de nervios, finalmente el agente puso pies en polvorosa, alejándose del lugar del crimen y, por ende, del despropósito. No seáis vistos le dijeron, ahora había un barco en llamas que, si bien era cierto que no vaticinaba su llegada, sí que ocasionaría que la gente hiciese las suficientes preguntas como para torpedear su infiltración. Una vez se hubo reunido con el hombre-linterna y el hombre-ingenio, se bajó la bufanda hasta el cuello y habló.
- ¡No! Me da igual lo que me vayáis a decir o proponer, he visto suficiente. En especial tú – exclamó mientras veía como Giotto acariciaba su maletín de pelucas -Terminamos esta misión y cada uno sigue por su lado, no nos hemos conocido nunca y así seguirá hasta el fin de los tiempos. Aclarado esto, centrémonos en la misión. Nadie con recompensa sobre su cabeza tiene la tranquilidad necesaria para pasar un tiempo en un lugar público como este sin tener un contacto, alguien que le garantice que, con independencia de lo que ocurra aquí, su identidad nunca saldrá a la luz. Después de la que habéis liado, si empezamos a hacer preguntas incomodas, nos van a ver venir de lejos.
El agente titubeo durante unos instantes, hasta que finalmente se deshizo de su enfado y volvió a ser quien realmente era.
- Os diré que haremos. Punto número uno, echaremos a suerte quien es nuestro criminal favorito y el elegido interpretará a un exótico y excéntrico señor de la guerra del Nuevo Mundo, estoy seguro que ambos habéis leído informes en los que de rebote se nombra a algunos de estos tipos, el resto se harán pasar por sus guardaespaldas. Punto número dos, abusamos de la suerte en los casinos y hacemos que el nombre de nuestro señor de la guerra se empiece a escuchar en círculos más exclusivos. Punto número tres, dejamos que sea la Revolución o las mafias de Casino quienes quieran reunirse con nosotros, pero rehusamos hasta cantar nuestro bingo. Punto número cuatro, cedemos a reunirnos, pero con nuestras condiciones. Al final de la noche, un criminal habrá matado a otro criminal en una ciudad de criminales ¿Alguna pregunta?
Roland Oppenheimer
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Bueno, bueno, bueno. Parece que al fin os habéis encontrado todos, pero la cosa no dura mucho. A falta de mejores propuestas, el equipo decide seguir la idea del señor Buérganor, peor...oh no, Yarmin da media vuelta y se mete en un callejón sombrío. Mientras, Dretch y Giotto tiran una moneda ya que ambos tienen cara de criminales, a su manera. Cara, Dretch; cruz, Giotto. El ganador se libra de actuar como un tiránico criminal de los bajos fondos. El perdedor tiene que ser si siervo obediente y guardaespaldas.
Una vez decidido quién es quién, Giotto usa un poco su mágico maletín de pelucas. El señor Buérganor ahora tiene el pelo gris y largo, como un elfo, y una barba a juego. Por su parte, el señor LeBlanc porta una peluca al más puro estilo Greese, con ese tupé tan maravilloso.
Ahora la pareja se dirige al casino. Pasan hay un control de seguridad. Les obligan a dejar cualquier objeto metálico que lleven encima salvo prótesis. En caso de portar alguna arma, no se asustan al verla. Están acostumbrados a ello. Os muestran como las guardan en un cajón de seguridad y os dan una llave con el número 108, que coincide con el de la taquilla con vuestros objetos. Una vez dentro pueden ver una sala circular. Es enorme, en el centro hay un puesto circular que es un barra completamente redonda donde un apuesto camarero sirve toda clase de bebidas. Algunas damiselas están allí sentadas, bebiendo solas. Al fondo hay una serie de máquinas comúnmente denominadas tragaperras y el resto de la estancia está compuesto por distintas mesas de juego y un público muy elegante. Entre los juegos hay ruletas, mesas de blackjack y toda clase de juegos que podais imaginar. Ahora es decisión vuestra qué hacer.
Por su parte, el señor Prince anda por oscuros callejones mal iluminados, repletos de charcos de agua y ratas apestosas. Si levantas la vista puedes observar varios rascacielos a lo lejos, ninguno cerca de ti. Delante tuyo hay un entramado de callejones que parece no tener fin, aunque te parece ver a un grupo de personas de aspecto sospechoso moverse de forma veloz, como si tuvieran prisa. Ah, y por cierto, hay un hombre desharrapado durmiendo en el suelo. Ahora es decisión tuya qué hacer.
- Tirada de moneda:
Una vez decidido quién es quién, Giotto usa un poco su mágico maletín de pelucas. El señor Buérganor ahora tiene el pelo gris y largo, como un elfo, y una barba a juego. Por su parte, el señor LeBlanc porta una peluca al más puro estilo Greese, con ese tupé tan maravilloso.
Ahora la pareja se dirige al casino. Pasan hay un control de seguridad. Les obligan a dejar cualquier objeto metálico que lleven encima salvo prótesis. En caso de portar alguna arma, no se asustan al verla. Están acostumbrados a ello. Os muestran como las guardan en un cajón de seguridad y os dan una llave con el número 108, que coincide con el de la taquilla con vuestros objetos. Una vez dentro pueden ver una sala circular. Es enorme, en el centro hay un puesto circular que es un barra completamente redonda donde un apuesto camarero sirve toda clase de bebidas. Algunas damiselas están allí sentadas, bebiendo solas. Al fondo hay una serie de máquinas comúnmente denominadas tragaperras y el resto de la estancia está compuesto por distintas mesas de juego y un público muy elegante. Entre los juegos hay ruletas, mesas de blackjack y toda clase de juegos que podais imaginar. Ahora es decisión vuestra qué hacer.
Por su parte, el señor Prince anda por oscuros callejones mal iluminados, repletos de charcos de agua y ratas apestosas. Si levantas la vista puedes observar varios rascacielos a lo lejos, ninguno cerca de ti. Delante tuyo hay un entramado de callejones que parece no tener fin, aunque te parece ver a un grupo de personas de aspecto sospechoso moverse de forma veloz, como si tuvieran prisa. Ah, y por cierto, hay un hombre desharrapado durmiendo en el suelo. Ahora es decisión tuya qué hacer.
Dretch
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Cuando la moneda comenzó a girar en el aire, en seguida un pensamiento surgió en la mente del agente. Más que un pensamiento, era una realidad. Si el era, por lo que creía, el agente de más rango allí ¿Qué demonios hacia echando a suertes quien interpretaba el rol de líder en su pequeña pantomima? Por desgracia, ya era demasiado tarde para desdecirse y, al comprobar el resultado de la fortuna, a punto estuvo de tirarse de los pelos ¿De verdad tenía que hacer de esbirro de aquel rubito enfática? La mera idea hizo que se le dilataran las fosas nasales y que su ceño se frunciera con gesto de desaprobación.
Y lo peor aún estaba por empezar, pues aquello le daba la excusa perfecta a Leblanc para hacer uso de su cuestionable maletín e maquillaje y pelucas, más propio de una drag queen que de un agente de la cipher pol. Así pues, a regañadientes y rezongando constantemente de fondo, accedió a ser caracterizado por su compañero. Al menos le quedaba el consuelo de que el otro tipo, el de cabello rubio ceniza, también tendría que pasar por la misma humillación que él. Fue entonces cuando se percató que este se había escabullido, no podía culparle por ello. De haber conocido el resultado de la moneda, el mismo lo habría hecho, pero ya era demasiado tarde para eso.
Finalmente se encaminaron hacia uno de los casinos, probablemente al que más luces tuviera, aquello era irrelevante. Más aun teniendo en cuenta que Dretch detestaba toda aquella suciedad relacionada con las casas de juego y apuestas. Donde los demás podían ver gente borracha y divirtiéndose, el veía criminales en potencia y enfermos. Por cada segundo que permanecía en aquella isla, tenía que hacer un gran esfuerzo de concentración para no torcer el gesto y poner cara de asco. En apenas unos minutos de marcha, sus pasos les llevaron hasta un control de seguridad en el cual debían de depositar sus armas. Por fortuna para el agente, hiciera lo que hiciera, su prótesis mecánica pitaría irremediablemente en los detectores de metales, con el consiguiente escándalo. Sin embargo, ni una palabra salió e su boca cuando le preguntaron por ella. Simplemente le dedicaba una fría mirada a su “jefe” y permanecía con el mismo gesto frio y carente de vida propio de un guardaespaldas extranjero, aunque ocasionalmente su ojo sano iba y venía entre los encargados de seguridad del casino. Probablemente la única parte de su cuerpo que mostrase una expresión, amenaza. Para Dretch, aquel tipo de papel no era nada que no pudiese manejar con soltura, se estaba limitando a actuar como lo haría cualquier paisano de su mar natal con cualquier desconocido.
Una vez Leblanc hubo desenredado el entuerto con los de seguridad, se llevó su mano diestra a la boca para taparse los labios y comenzó a hablar:
- ¿Un accidente con marionetas? Sabes que eso no va a colar verdad – espetó incrédulo a las explicaciones – Y tápate la boca, en estos sitios todo el mundo observa. Vamos a por algunas fichas para empezar a jugar, por suerte para los dos, no sé cómo funciona mi akuma y eso hoy es un punto a favor en este caso. Limítate a jugar en donde quieras, pero compra una única ficha, queremos que llames la atención ¿Comprendes? Que pregunten quien eres y se interesen.
Y lo peor aún estaba por empezar, pues aquello le daba la excusa perfecta a Leblanc para hacer uso de su cuestionable maletín e maquillaje y pelucas, más propio de una drag queen que de un agente de la cipher pol. Así pues, a regañadientes y rezongando constantemente de fondo, accedió a ser caracterizado por su compañero. Al menos le quedaba el consuelo de que el otro tipo, el de cabello rubio ceniza, también tendría que pasar por la misma humillación que él. Fue entonces cuando se percató que este se había escabullido, no podía culparle por ello. De haber conocido el resultado de la moneda, el mismo lo habría hecho, pero ya era demasiado tarde para eso.
Finalmente se encaminaron hacia uno de los casinos, probablemente al que más luces tuviera, aquello era irrelevante. Más aun teniendo en cuenta que Dretch detestaba toda aquella suciedad relacionada con las casas de juego y apuestas. Donde los demás podían ver gente borracha y divirtiéndose, el veía criminales en potencia y enfermos. Por cada segundo que permanecía en aquella isla, tenía que hacer un gran esfuerzo de concentración para no torcer el gesto y poner cara de asco. En apenas unos minutos de marcha, sus pasos les llevaron hasta un control de seguridad en el cual debían de depositar sus armas. Por fortuna para el agente, hiciera lo que hiciera, su prótesis mecánica pitaría irremediablemente en los detectores de metales, con el consiguiente escándalo. Sin embargo, ni una palabra salió e su boca cuando le preguntaron por ella. Simplemente le dedicaba una fría mirada a su “jefe” y permanecía con el mismo gesto frio y carente de vida propio de un guardaespaldas extranjero, aunque ocasionalmente su ojo sano iba y venía entre los encargados de seguridad del casino. Probablemente la única parte de su cuerpo que mostrase una expresión, amenaza. Para Dretch, aquel tipo de papel no era nada que no pudiese manejar con soltura, se estaba limitando a actuar como lo haría cualquier paisano de su mar natal con cualquier desconocido.
Una vez Leblanc hubo desenredado el entuerto con los de seguridad, se llevó su mano diestra a la boca para taparse los labios y comenzó a hablar:
- ¿Un accidente con marionetas? Sabes que eso no va a colar verdad – espetó incrédulo a las explicaciones – Y tápate la boca, en estos sitios todo el mundo observa. Vamos a por algunas fichas para empezar a jugar, por suerte para los dos, no sé cómo funciona mi akuma y eso hoy es un punto a favor en este caso. Limítate a jugar en donde quieras, pero compra una única ficha, queremos que llames la atención ¿Comprendes? Que pregunten quien eres y se interesen.
Giotto Leblanc
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¿Desde cuándo el señor Buerganor dejaba el devenir de sus destinos a la aleatoriedad del cincuenta por ciento que tiene un lanzamiento de moneda? Era lo más raro que le había visto hacer a su compañero, pero él era el jefe de aquella empresa, así que no diría nada. Y lo más importante…, ¿Quién había lanzado una moneda al aire y se había ido? Todo era muy extraño.
—¿De dónde ha salido esa moneda? —preguntó Giotto, observando como el rubio de curioso atractivo se marchaba de allí.
Por raro que pareciera, el señor Buerganor había accedido a ser maquillado por él. ¿Por qué improvisar disfraces cuando teníamos, cada uno, nuestras propias identidades secretas como criminales? En fin. Fuera como fuera, Giotto se alejó hasta un lugar donde no hubiera mucha gente. Era un callejón poco iluminado, donde algunas prostitutas y algunos borrachos estaban realizando acciones que no eran del todo legales. ¿Pero quién era Giotto para juzgarlos?
—¿Esta listo? —le preguntó, abriendo el maletín y comenzando a maquillarlo. Tenía varias pelucas, algunas máscaras y un maquillaje carísimo regalado por el instructor de espías del gobierno mundial. Agarró la esponja y la bañó en una base de maquillaje de un tono más claro que el de la piel de Dretch, con la intención de enfriar el cromatismo de su tez. Ambos parecían estar incomodos con eso. Giotto sabía que tenía que hablar con él sobre todo lo ocurrido, ¿debía hacerlo en esas circunstancias? Era la pregunta que azotaba la cabeza del rubio. Una vez hubo acabado con el maquillaje, sacó una peluca de un color rubio platino, que alguien vulgar podría confundir con un gris muy claro; así como una media barba, la cual pegó en la cara del agente con sumo cuidado.
—Ahora sujéteme este espejo, que tengo que maquillarme yo —El tono de voz de Giotto era seco y desganado—. Un poco más alto —le dijo. El rubio se puso una redecilla en el pelo para reducir su volumen capilar, para luego colocarse un tupé de color castaño chocolate, así como unas lentillas de color verde. Además, para ir a juego con su nuevo look, se quitó la corbata, quemándola al instante, y se abrió la camisa hasta la altura del pecho. Se subió un poco más los pantalones y empezó a lamerse los dientes con la lengua—. Ahora solo nos falta una cosa…
Con sumo cuidado, dejó el maletín dentro de un contenedor de basura, para luego poner rumbo hacia el hotel-casino. Al llegar a la puerta se toparon de golpe con un control de seguridad, desde su punto de vista, demasiado riguroso. Cacheaban a todo y a todas antes de entrar. Al llegar, uno de los gorilas miró de arriba abajo a Giotto, quien mostró una sonrisa burlona e hizo una mueca.
—¿Algún problema, pollo? —le preguntó, mirándolo con soberbia por encima del hombro, como si el segurata fuera alguien inferior a él.
—No, ninguno —le respondió, pero tenemos un problema con su amigo.
Y claro que lo había. El detector de metales que le habían pasado parecía que iba a estallar cuando se lo pasaron su brazo diestro. Se había olvidado de que su brazo era metalico, ¿cómo no había preparo algo para un inconveniente como ese? Ya daba igual. Giotto suspiró y se dirigió al otro hombre de seguridad.
—Lo lamento mucho, pero su compañero no puede pesar. No hasta que nos enseñe que lleva en el brazo.
—Enséñale la mano, Vladikoff —le dijo, esperando que mostrara parte de su brazo metálico. Una vez lo hiciera continuaría hablando—. Tiene un brazo de metal, ¿acaso ocurre algo por eso?
Uno de los seguratas frunció el entrecejo.
—Cada segundo que me retenéis aquí me estáis haciendo perder dinero, a mí, al gran Benito Vuitonny —dijo Giotto, simulando un ligero enfado—. Iré al grano. ¿Habéis oído hablar de las peleas clandestinas que se hacían antes en Water Seven? —preguntó, viendo como los seguratas le miraban extrañados—. A mi muchacho lo encontré allí. Era el campeón invicto, al menos hasta que lucho contra Napoleón, el marionetista. ¿No sé si habéis oído hablar de él? Un individuo que comió una extraña fruta y era capaz de usar marionetas. En un abrir y cerrar de ojos le arrancó el brazo y casi lo mata. Le acogí, le curé y ahora me debe la vida. ¿Nos dejáis pasar ya o tengo que llamar a mi biógrafo para que corrobore la historia?
Los hombres se miraron entre sí, y finalmente los dejaron entrar.
—Te dije hace meses que fueras al departamento de ingeniería para que te pusieran un inhibidor de detectores. Me costó varios favores que accedieran a remodelarte el brazo gratuitamente —le dijo Giotto, en voz baja—. Si compramos una única ficha sospecharán. Voy a sacar la cantidad suficiente como para poder ir a una mesa de poder de las grandes.
Giotto se acercó a la estación de cajero y cambió trescientos mil berries en fichas.
—Aquí tiene, señor —le dijo la mujer que se encargaba de cambiar el dinero por fichas.
—De nada, encanto. Pero deja que te haga una pregunta, esto está lleno de pordioseros, ¿dónde se pone la gente de bien? —Y le guiñó un ojo.
La joven comenzó a soltar una risa aguda, que más que coqueta parecía turbia y desagradable.
—En el segundo piso, señor.
—Muchas gracias. Esto por la información —Y le lanzó una ficha a la muchacha—. Cómprate algo bonito y búscame mañana por mañana.
—¿Vamos o qué? —le preguntó a Dretch.
Camino de una punta de la sala a la otra, hasta llegar a unas escaleras que llevaban al piso superior. Una vez llegaron había un segurata junto a un cordón gordo de terciopelo rojo.
—¿A dónde cree que va?
—A desplumar a los que te pagan—le respondió Giotto.
—Aquí la puja mínima es veinte mil.
—Eso es lo que valen mis zapatos, chaval. Así que déjate de tonterías y déjame pasar.
Giotto le desafió con la mirada, y finalmente el segurata le dejo pasar.
La gente que había allí eran mafiosos conocidos, entre los que se encontraban Jonhy pies grandes y Rita la cantaora.
“Habrá que tener cuidado” —se dijo, mientras lanzaba una mirada de complicidad a Dretch y cogía una copa de champagne de una camarera ligera de ropa que pasaba por allí.
Se acercó a la primera mesa de póquer que vio. Solo tenía cinco asientos y estaban ocupados dos.
—¿Puedo sentarme? —preguntó.
—Está libre —le dijo uno de ellos.
Giotto sonrió.
—Perfecto.
—¿De dónde ha salido esa moneda? —preguntó Giotto, observando como el rubio de curioso atractivo se marchaba de allí.
Por raro que pareciera, el señor Buerganor había accedido a ser maquillado por él. ¿Por qué improvisar disfraces cuando teníamos, cada uno, nuestras propias identidades secretas como criminales? En fin. Fuera como fuera, Giotto se alejó hasta un lugar donde no hubiera mucha gente. Era un callejón poco iluminado, donde algunas prostitutas y algunos borrachos estaban realizando acciones que no eran del todo legales. ¿Pero quién era Giotto para juzgarlos?
—¿Esta listo? —le preguntó, abriendo el maletín y comenzando a maquillarlo. Tenía varias pelucas, algunas máscaras y un maquillaje carísimo regalado por el instructor de espías del gobierno mundial. Agarró la esponja y la bañó en una base de maquillaje de un tono más claro que el de la piel de Dretch, con la intención de enfriar el cromatismo de su tez. Ambos parecían estar incomodos con eso. Giotto sabía que tenía que hablar con él sobre todo lo ocurrido, ¿debía hacerlo en esas circunstancias? Era la pregunta que azotaba la cabeza del rubio. Una vez hubo acabado con el maquillaje, sacó una peluca de un color rubio platino, que alguien vulgar podría confundir con un gris muy claro; así como una media barba, la cual pegó en la cara del agente con sumo cuidado.
—Ahora sujéteme este espejo, que tengo que maquillarme yo —El tono de voz de Giotto era seco y desganado—. Un poco más alto —le dijo. El rubio se puso una redecilla en el pelo para reducir su volumen capilar, para luego colocarse un tupé de color castaño chocolate, así como unas lentillas de color verde. Además, para ir a juego con su nuevo look, se quitó la corbata, quemándola al instante, y se abrió la camisa hasta la altura del pecho. Se subió un poco más los pantalones y empezó a lamerse los dientes con la lengua—. Ahora solo nos falta una cosa…
Con sumo cuidado, dejó el maletín dentro de un contenedor de basura, para luego poner rumbo hacia el hotel-casino. Al llegar a la puerta se toparon de golpe con un control de seguridad, desde su punto de vista, demasiado riguroso. Cacheaban a todo y a todas antes de entrar. Al llegar, uno de los gorilas miró de arriba abajo a Giotto, quien mostró una sonrisa burlona e hizo una mueca.
—¿Algún problema, pollo? —le preguntó, mirándolo con soberbia por encima del hombro, como si el segurata fuera alguien inferior a él.
—No, ninguno —le respondió, pero tenemos un problema con su amigo.
Y claro que lo había. El detector de metales que le habían pasado parecía que iba a estallar cuando se lo pasaron su brazo diestro. Se había olvidado de que su brazo era metalico, ¿cómo no había preparo algo para un inconveniente como ese? Ya daba igual. Giotto suspiró y se dirigió al otro hombre de seguridad.
—Lo lamento mucho, pero su compañero no puede pesar. No hasta que nos enseñe que lleva en el brazo.
—Enséñale la mano, Vladikoff —le dijo, esperando que mostrara parte de su brazo metálico. Una vez lo hiciera continuaría hablando—. Tiene un brazo de metal, ¿acaso ocurre algo por eso?
Uno de los seguratas frunció el entrecejo.
—Cada segundo que me retenéis aquí me estáis haciendo perder dinero, a mí, al gran Benito Vuitonny —dijo Giotto, simulando un ligero enfado—. Iré al grano. ¿Habéis oído hablar de las peleas clandestinas que se hacían antes en Water Seven? —preguntó, viendo como los seguratas le miraban extrañados—. A mi muchacho lo encontré allí. Era el campeón invicto, al menos hasta que lucho contra Napoleón, el marionetista. ¿No sé si habéis oído hablar de él? Un individuo que comió una extraña fruta y era capaz de usar marionetas. En un abrir y cerrar de ojos le arrancó el brazo y casi lo mata. Le acogí, le curé y ahora me debe la vida. ¿Nos dejáis pasar ya o tengo que llamar a mi biógrafo para que corrobore la historia?
Los hombres se miraron entre sí, y finalmente los dejaron entrar.
—Te dije hace meses que fueras al departamento de ingeniería para que te pusieran un inhibidor de detectores. Me costó varios favores que accedieran a remodelarte el brazo gratuitamente —le dijo Giotto, en voz baja—. Si compramos una única ficha sospecharán. Voy a sacar la cantidad suficiente como para poder ir a una mesa de poder de las grandes.
Giotto se acercó a la estación de cajero y cambió trescientos mil berries en fichas.
—Aquí tiene, señor —le dijo la mujer que se encargaba de cambiar el dinero por fichas.
—De nada, encanto. Pero deja que te haga una pregunta, esto está lleno de pordioseros, ¿dónde se pone la gente de bien? —Y le guiñó un ojo.
La joven comenzó a soltar una risa aguda, que más que coqueta parecía turbia y desagradable.
—En el segundo piso, señor.
—Muchas gracias. Esto por la información —Y le lanzó una ficha a la muchacha—. Cómprate algo bonito y búscame mañana por mañana.
—¿Vamos o qué? —le preguntó a Dretch.
Camino de una punta de la sala a la otra, hasta llegar a unas escaleras que llevaban al piso superior. Una vez llegaron había un segurata junto a un cordón gordo de terciopelo rojo.
—¿A dónde cree que va?
—A desplumar a los que te pagan—le respondió Giotto.
—Aquí la puja mínima es veinte mil.
—Eso es lo que valen mis zapatos, chaval. Así que déjate de tonterías y déjame pasar.
Giotto le desafió con la mirada, y finalmente el segurata le dejo pasar.
La gente que había allí eran mafiosos conocidos, entre los que se encontraban Jonhy pies grandes y Rita la cantaora.
“Habrá que tener cuidado” —se dijo, mientras lanzaba una mirada de complicidad a Dretch y cogía una copa de champagne de una camarera ligera de ropa que pasaba por allí.
Se acercó a la primera mesa de póquer que vio. Solo tenía cinco asientos y estaban ocupados dos.
—¿Puedo sentarme? —preguntó.
—Está libre —le dijo uno de ellos.
Giotto sonrió.
—Perfecto.
Yarmin Prince
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- Deberías ser más educado -dijo con tranquilidad. La bandolera reposaba sobre sus piernas, cruzadas, y su espalda se mantenía en una posición erguida mientras miraba con la más absoluta de las indiferencias al agente tuerto-. Nunca sabes si a tu interlocutor le va a agradar que sobrerreacciones.
Tras aquello se levantó despacio, dejando que los casi veinte centímetros de altura que lo separaban del modistillo hiciesen gala sin separar sus ojos de él. Le molestaba que cualquier granjero de pueblo venido a más pudiese tener la osadía de intentar siquiera llamarle trepa. Aunque su ascenso hubiese sido altamente irregular había formado parte de un minucioso plan estudiado al milímetro: Desde la aparente muerte de Arcturus hasta la captura de Fudge con vida habían creado un vodevil perfecto en el que su nombre significaba éxito. La reintegración de Arabasta en el Gobierno Mundial se había escrito como una ópera magistral donde él había sido el héroe durante los cinco actos, eliminando a todos sus rivales en el camino... Anotó mentalmente ocuparse de aquel imbécil y se marchó, ignorando el espectáculo pueril que estaban empezando a liar aquellos dos. ¿Por qué pelucas?
Se internó por entre las calles del puerto y se fundió con las sombras, evitando que la luz de la luna se posase sobre su cuerpo. Totalmente vestido de negro y cuidando meticulosamente no salir del amparo de los cada vez más laberínticos y oscuros callejones era prácticamente que alguien lo percibiese, mucho más si no lo estaban buscando. Al tiempo que hacía aquello prácticamente por instinto, y según se iba relajando más y más empezó a reflexionar acerca de su misión, sobre los seis agentes desaparecidos, sobre el supuesto "peligroso revolucionario" que se ocultaba en la isla. Si Issei había dicho la verdad lo más probable era que el Cipher Pol no tuviese la menor idea de lo que pasara en esa isla, y si tras dos equipos desaparecidos todavía tenían en mente que se trataba de solo una persona directamente sus cheques los estaban firmando una panda de subnormales. Pero eso no era problema suyo.
Siguió caminando sin hacer caso de los negocios oscuros que se llevaban a cabo en medio de los callejones, inmerso en la idea de qué podía ocultarse tras la isla de los casinos, quién manejaría los hilos en aquel entramado de ocio y pecado... Fuese la Revolución o un señor del crimen estaba claro que el Bajo Mundo estaba metido hasta el cuello. Pasó por encima de un indigente, tan solo evitando pisarlo por el riesgo de que revelase su presencia, y sacó el Den Den Mushi carmesí mientras marcaba la combinación de Gellert.
- Casino Island -espetó nada más el rey contestó-. Bajos fondos. Quién manda. Pregunta a Stoldbery.
Erik Stoldbery había sido durante mucho tiempo una de las figuras más prominentes del Inframundo como el mayor tratante de blancas del mundo y, aunque su organización había perdido mucho peso desde la muerte de su hija, seguía mateniendo contactos por todas partes y, tras la reeducación en Oasis, por fin habían podido empezar a hacer uso de su vasta agenda para anticiparse a los movimientos rivales. Si había algo interesante que saber acerca de la isla, el viejo lo sabría, y si no por lo menos tendría claro que no valía la pena intentar apoderarse del negocio.
Estaba dirigiéndose hacia los grandes rascacielos del lugar con la mayor cautela posible sin bajar el ritmo de sus pasos, centrado en llegar cuanto antes al cinturón central de la isla. Sabía que si alguien podía controlar la isla no lo haría desde un cuchitril, y aunque los agentes se encontrasen en uno un árbol debía ser extirpado desde la raíz.
Tras aquello se levantó despacio, dejando que los casi veinte centímetros de altura que lo separaban del modistillo hiciesen gala sin separar sus ojos de él. Le molestaba que cualquier granjero de pueblo venido a más pudiese tener la osadía de intentar siquiera llamarle trepa. Aunque su ascenso hubiese sido altamente irregular había formado parte de un minucioso plan estudiado al milímetro: Desde la aparente muerte de Arcturus hasta la captura de Fudge con vida habían creado un vodevil perfecto en el que su nombre significaba éxito. La reintegración de Arabasta en el Gobierno Mundial se había escrito como una ópera magistral donde él había sido el héroe durante los cinco actos, eliminando a todos sus rivales en el camino... Anotó mentalmente ocuparse de aquel imbécil y se marchó, ignorando el espectáculo pueril que estaban empezando a liar aquellos dos. ¿Por qué pelucas?
Se internó por entre las calles del puerto y se fundió con las sombras, evitando que la luz de la luna se posase sobre su cuerpo. Totalmente vestido de negro y cuidando meticulosamente no salir del amparo de los cada vez más laberínticos y oscuros callejones era prácticamente que alguien lo percibiese, mucho más si no lo estaban buscando. Al tiempo que hacía aquello prácticamente por instinto, y según se iba relajando más y más empezó a reflexionar acerca de su misión, sobre los seis agentes desaparecidos, sobre el supuesto "peligroso revolucionario" que se ocultaba en la isla. Si Issei había dicho la verdad lo más probable era que el Cipher Pol no tuviese la menor idea de lo que pasara en esa isla, y si tras dos equipos desaparecidos todavía tenían en mente que se trataba de solo una persona directamente sus cheques los estaban firmando una panda de subnormales. Pero eso no era problema suyo.
Siguió caminando sin hacer caso de los negocios oscuros que se llevaban a cabo en medio de los callejones, inmerso en la idea de qué podía ocultarse tras la isla de los casinos, quién manejaría los hilos en aquel entramado de ocio y pecado... Fuese la Revolución o un señor del crimen estaba claro que el Bajo Mundo estaba metido hasta el cuello. Pasó por encima de un indigente, tan solo evitando pisarlo por el riesgo de que revelase su presencia, y sacó el Den Den Mushi carmesí mientras marcaba la combinación de Gellert.
- Casino Island -espetó nada más el rey contestó-. Bajos fondos. Quién manda. Pregunta a Stoldbery.
Erik Stoldbery había sido durante mucho tiempo una de las figuras más prominentes del Inframundo como el mayor tratante de blancas del mundo y, aunque su organización había perdido mucho peso desde la muerte de su hija, seguía mateniendo contactos por todas partes y, tras la reeducación en Oasis, por fin habían podido empezar a hacer uso de su vasta agenda para anticiparse a los movimientos rivales. Si había algo interesante que saber acerca de la isla, el viejo lo sabría, y si no por lo menos tendría claro que no valía la pena intentar apoderarse del negocio.
Estaba dirigiéndose hacia los grandes rascacielos del lugar con la mayor cautela posible sin bajar el ritmo de sus pasos, centrado en llegar cuanto antes al cinturón central de la isla. Sabía que si alguien podía controlar la isla no lo haría desde un cuchitril, y aunque los agentes se encontrasen en uno un árbol debía ser extirpado desde la raíz.
Roland Oppenheimer
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El dúo pitiflautas:
Una vez superado el detector de metales sin mucha complicación se dirigen a la segunda planta. Todos allí tienen rostros maliciosos y visten ropas elegantes. En la mesa en la que se sienta Benito hay dos hombres con gabardina y sombrero. Parecen algo rudos y poco dados a hablar. Al poco llega una mujer, muy alta, más de dos metros, con un también largo vestido negro y plateado que se sienta. Deciden comenzar la partida dado que nadie parece querer unirse, a no ser que al guardaespaldas ruso del brazo metálico le de por participar.
En todo caso están jugando al Draw Póker. La primera mano de Benito son el 2 de corazones, el 2 de picas, el As de corazones, el 4 de diamantes y un 8 de picas.
Si Dretch decidiera jugar, tendría otras cartas en el spoiler (aconsejo no mirar si no vas a participar en la partida)
Además, en la sala podeis observar cómo los empleados están nerviosos y demasiado tensos. ¿Por qué será?
El rubiales encantador:
Del Den Den Mushi te responden los siguiente:
- Casino Island, una isla regida por el presidente de la compañía Chenóvyl, Oules Manstream. Pero esto es solo una tapadera, realmente se llama Ernest Fillendore y posee todas y cada una de las propiedades de Casino Island. También es un señor del crimen con una gran organización a sus espaldas, la cuál es muy peligrosa. Su base se encuentra en el casino Más y Más. Ten cuidado.
Ahora con esa información ya tú decidirás qué hacer.
Una vez superado el detector de metales sin mucha complicación se dirigen a la segunda planta. Todos allí tienen rostros maliciosos y visten ropas elegantes. En la mesa en la que se sienta Benito hay dos hombres con gabardina y sombrero. Parecen algo rudos y poco dados a hablar. Al poco llega una mujer, muy alta, más de dos metros, con un también largo vestido negro y plateado que se sienta. Deciden comenzar la partida dado que nadie parece querer unirse, a no ser que al guardaespaldas ruso del brazo metálico le de por participar.
En todo caso están jugando al Draw Póker. La primera mano de Benito son el 2 de corazones, el 2 de picas, el As de corazones, el 4 de diamantes y un 8 de picas.
Si Dretch decidiera jugar, tendría otras cartas en el spoiler (aconsejo no mirar si no vas a participar en la partida)
- Cartas:
- 5 de corazones, 5 de diamantes, 5 de picas, 5 de trébol y un Joker
Además, en la sala podeis observar cómo los empleados están nerviosos y demasiado tensos. ¿Por qué será?
El rubiales encantador:
Del Den Den Mushi te responden los siguiente:
- Casino Island, una isla regida por el presidente de la compañía Chenóvyl, Oules Manstream. Pero esto es solo una tapadera, realmente se llama Ernest Fillendore y posee todas y cada una de las propiedades de Casino Island. También es un señor del crimen con una gran organización a sus espaldas, la cuál es muy peligrosa. Su base se encuentra en el casino Más y Más. Ten cuidado.
Ahora con esa información ya tú decidirás qué hacer.
Giotto Leblanc
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—¿Tú vas a jugar? —le dijo uno de ellos a Dretch, que estaba de pie como un pasmarote.
Todas las miradas apuntaron de golpe contra el manco. El nivel de hostilidad que se palpaba en el ambiente podría salirse de cualquier gráfico que pudiera evaluar algo como aquello. Entre mafiosos, piratas y algunos otros individuos de aspecto poco amigable, parecía que en cualquier momento pudiera estallar una batalla en la que solo sobreviviría quien tuviera el arma más fuerte. Sin embargo, antes de que pudiera decir nada, Giotto alzó la mano y le hizo un ademán para sentarse a Dretch.
—Mi chavalito claro que juega —El rubio sacó de su bolsillo uno de los aparatosos plásticos donde metían las fichas en aquel lugar, y le entregó cien mil berries a Dretch—. Para algo es mi chico de la suerte —mostró una sonrisa burlesca—. Si consigues duplicar esa cifra puedes quedarte con el total de mi primera inversión, “D”. Eso sí, a partir de ahí todos serán beneficios para mí.
Dicho aquello, el crupier empezó a repartir cartas a todos y cada uno de los jugadores que estaban en la mesa. La primera puja era de dos mil berries, obligatoria para todos aquellos que quieran estar en la siguiente ronda. Giotto miró sus cartas, un par de doses, un as, un ocho y un cuatro. “Basura”, se dijo, mientas observaba al resto de jugadores. El primero pasó de jugar, mientras que el segundo cambiaba dos cartas y el tercero la mano entera. ¿Tan malo era lo que había conseguido? Llegó el turno para él, así que decidió quedarse con los doses y entregar el resto.
—Dame tres —le dijo, para luego pasar al siguiente.
Giotto observó sus primeras cartas y las unió todo en un montoncito que mantuvo en su mano, a la vista de todos. Entretanto, pudo percatarse de que los empleados estaban demasiado tensos. Algunos de ellos, pese a estar el aire acondicionado sudaban y estaban inquietos.
“¿Qué les pasará?” —se preguntó.
Y entonces llegó el turno de Dretch.
“A ver como juegas, señor Buerganor” —pensó, sonriente.
Todas las miradas apuntaron de golpe contra el manco. El nivel de hostilidad que se palpaba en el ambiente podría salirse de cualquier gráfico que pudiera evaluar algo como aquello. Entre mafiosos, piratas y algunos otros individuos de aspecto poco amigable, parecía que en cualquier momento pudiera estallar una batalla en la que solo sobreviviría quien tuviera el arma más fuerte. Sin embargo, antes de que pudiera decir nada, Giotto alzó la mano y le hizo un ademán para sentarse a Dretch.
—Mi chavalito claro que juega —El rubio sacó de su bolsillo uno de los aparatosos plásticos donde metían las fichas en aquel lugar, y le entregó cien mil berries a Dretch—. Para algo es mi chico de la suerte —mostró una sonrisa burlesca—. Si consigues duplicar esa cifra puedes quedarte con el total de mi primera inversión, “D”. Eso sí, a partir de ahí todos serán beneficios para mí.
Dicho aquello, el crupier empezó a repartir cartas a todos y cada uno de los jugadores que estaban en la mesa. La primera puja era de dos mil berries, obligatoria para todos aquellos que quieran estar en la siguiente ronda. Giotto miró sus cartas, un par de doses, un as, un ocho y un cuatro. “Basura”, se dijo, mientas observaba al resto de jugadores. El primero pasó de jugar, mientras que el segundo cambiaba dos cartas y el tercero la mano entera. ¿Tan malo era lo que había conseguido? Llegó el turno para él, así que decidió quedarse con los doses y entregar el resto.
—Dame tres —le dijo, para luego pasar al siguiente.
Giotto observó sus primeras cartas y las unió todo en un montoncito que mantuvo en su mano, a la vista de todos. Entretanto, pudo percatarse de que los empleados estaban demasiado tensos. Algunos de ellos, pese a estar el aire acondicionado sudaban y estaban inquietos.
“¿Qué les pasará?” —se preguntó.
Y entonces llegó el turno de Dretch.
“A ver como juegas, señor Buerganor” —pensó, sonriente.
Dretch
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Obligado por su jefe, un titubeante Vladikoff se sentó en la mesa aceptando su dinero y las cartas del crupier. Sin embargo, pese a la impresionante mano que le había tocado, algo allí no iba bien. Si había usado los poderes de su akuma, no era consciente de ello y nada de lo que estaba sucediendo tenia ningún sentido para él. Apenas llevaban unos minutos en el local y ya habían llamado la atención hasta tal punto que el ambiente se había enrarecido con la tensión. El destino había repartido sus cartas y, a diferencia de las que tenía en su mano, estas no eran tan espectaculares. Así pues, tras el turno de Giotto, Dretch se apresuró a poner en marcha su primera jugada.
- Con el debido respeto, señor – dijo en un marcado acento norteño, mientras estudiaba la expresión que su supuesto jefe con detenimiento – No creo que sea buena idea jugar en la misma mesa que usted, tengo demasiado que perder – confesó, mientras que con un casi imperceptible temblor de manos jugueteaba con sus cartas.
Ya, inconscientemente habían conseguido lo importante, que era la atención de los empleados del local. Podría perfectamente ganar y desplumar a todos los jugadores con una mano tan conveniente, pero con tantas miradas nerviosas sobre ellos, ganaría más si reafirmaba la posición de Giotto como temido señor de la guerra. Puede que Leblanc no ganase aquella mano, pero al destaparse la suya esperaba que comprendiesen el tipo de hombre que era hombre que era su jefe. Para Dretch, la auténtica partida se jugaba fuera de esa mesa y no se trataba ni más ni menos que de un duelo de ingenios. Que, mediante pequeños detalles, miradas y gestos, aquella gente comprendiese que lo peligroso no era lo que Leblanc pudiese ganar del casino, sino más bien de mantener su buen humor y fuerte temperamento a ralla para evitar un posible desastre
- No voy – respondió al crupier, mientras rechinaba los dientes y depositaba las cartas sobre la mesa, boca abajo. El show había empezado y, en cuanto su mano se destapase empezaría a dar leves pinceladas de como era verdaderamente el tipo al que, tras esa mascara de descaro y fanfarronería, supuestamente servía
- Con el debido respeto, señor – dijo en un marcado acento norteño, mientras estudiaba la expresión que su supuesto jefe con detenimiento – No creo que sea buena idea jugar en la misma mesa que usted, tengo demasiado que perder – confesó, mientras que con un casi imperceptible temblor de manos jugueteaba con sus cartas.
Ya, inconscientemente habían conseguido lo importante, que era la atención de los empleados del local. Podría perfectamente ganar y desplumar a todos los jugadores con una mano tan conveniente, pero con tantas miradas nerviosas sobre ellos, ganaría más si reafirmaba la posición de Giotto como temido señor de la guerra. Puede que Leblanc no ganase aquella mano, pero al destaparse la suya esperaba que comprendiesen el tipo de hombre que era hombre que era su jefe. Para Dretch, la auténtica partida se jugaba fuera de esa mesa y no se trataba ni más ni menos que de un duelo de ingenios. Que, mediante pequeños detalles, miradas y gestos, aquella gente comprendiese que lo peligroso no era lo que Leblanc pudiese ganar del casino, sino más bien de mantener su buen humor y fuerte temperamento a ralla para evitar un posible desastre
- No voy – respondió al crupier, mientras rechinaba los dientes y depositaba las cartas sobre la mesa, boca abajo. El show había empezado y, en cuanto su mano se destapase empezaría a dar leves pinceladas de como era verdaderamente el tipo al que, tras esa mascara de descaro y fanfarronería, supuestamente servía
Roland Oppenheimer
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La partida empieza sin ninguna complicación. A Benito le dan el As de tréboles, el 6 de diamantes y el 6 de corazones. Por su parte Vladikoff se retira. Si continúan jugando, la primera partida la gana Benito, obteniendo un montón de fichitas azules con un 100.000 tallado en ellas.
Al poco de comenzar una segunda ronda, escuchan barullo al fondo y los empleados se encuentran aún más nerviosos. Si asoman la cabeza para ver qué ocurre, pueden ver a dos hombres, ambos con aspecto de mafiosos, discutiendo. Se pueden escuchar palabras y frases sueltas como "déjala" o "mi territorio, mis normas".
El resto de jugadores en vuestra mesa se miran molestos, y alguno bufa. Parece que conocen a esos tipos y no les caen bien.
Al poco de comenzar una segunda ronda, escuchan barullo al fondo y los empleados se encuentran aún más nerviosos. Si asoman la cabeza para ver qué ocurre, pueden ver a dos hombres, ambos con aspecto de mafiosos, discutiendo. Se pueden escuchar palabras y frases sueltas como "déjala" o "mi territorio, mis normas".
El resto de jugadores en vuestra mesa se miran molestos, y alguno bufa. Parece que conocen a esos tipos y no les caen bien.
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