Desentrañando el pasado [Pasado][Privado]

Había iniciado la batalla final. Cualquiera podría decir que era un combate a dos bandas, la mujer y el mink contra los bandidos, pero en la cabeza de Roland era ligeramente distinto: él contra todos. Sin embargo, ya que la mujer estaba ocupada con el líder pequeñín, se iba a centrar en ganar esa ridícula apuesta, no iba a permitir que pensaran que no era capaz de nada.

- Meh, no hace falta una apuesta, ya sabemos quién va a ganar - dijo el mink refiriéndose a sí mismo.

Dos hombres, uno con un hacha y otro con un mazo saltaron directo hacia él, intentando golpear desde el aire. Roland lo evitó dando un pequeño salto hacia atrás, mientras que volvía a sacar su lanza de un espejo que creó rápidamente para hacerlo desaparecer al momento. Con su arma hizo frente a dos hombres, ensartando a uno a la altura del estómago y realizando un corte profundo al otro, a la altura del pecho. Dos menos, solo quedaban 29 personas más.

- ¡¡¡ APARTAD !!! - gritó el hombre de gran tamaño -. Este es mío - gruñó mientras se crujía los dedos.

El hombre de pie era mucho mayor de lo que aparentaba sentado. Fácilmente rozaba los 4 o 5 metros de altura, y toda su ropa marcaba sus músculos.

- Yo soy Krauser L. Pequeño. Has matado a compañeros míos, no te lo voy a perdonar - decía enfadado. La ira se reflejaba en cada palabra que pronunciaba.

- Y yo soy... - se detuvo antes de decir su auténtico nombre - Dnalor Remiehneppo. No tengo nada en contra tuya salvo que has firmado tu sentencia de muer...

Un puñetazo que impactó en su cara interrumpió su cantinela cuando fue mandado a volar con la pared del fondo. El gigantón parecía tener poca paciencia, y había osado golpear al agente mientras estaba hablando. Cuando Roland se desincrustó de la pared contra la que había sido lanzado, miró a su rival, agarró con fuerza su lanza, y se lanzó contra él. Le había golpeado duramente, pero pudo resistirlo y arremeter. Empezó a lanzar estocadas, que sorprendentemente el grandullón esquivó con cierta facilidad y logró acercarse lo suficiente para golpearle de nuevo usando la ventaja que le otorgaban su brazos más grandes y largos que los de un humano común.

Roland gruñó, a lo que siguió un escupitajo de sangre. Guardó rápidamente su lanza en la Dimensión Reflejo, pensaba devolverle los mismos golpes que él había recibido. Volvió a saltar sobre el ese hombre de altura demencial, lanzando una patada a la altura del pecho, que también esquivó. Después Roland siguió encadenando toda clases de golpes por donde podía, puñetazos, patadas, volteretas con sorpresa, pero todo eso seguía esquivándolo.

- ¡Maldito! - Roland había llegado a la conclusión de cómo podía esquivar todos sus ataques alguien tan grande, y no le gustaba - Acabaré contigo, saco de boxeo.

Roland usó su Instinto Animal, el cual centró en el aquel hombre. Ese hombre era capaz de predecir sus movimientos por el mismo motivo que él había sido capaz de predecirlos en otras ocasiones. Debía usar fuego contra fuego para darle una paliza. Volvió al ataque, sin detenerse lo más mínimo. En esta ocasión encontró una abertura por la que lanzó una patada lateral que impactó sobre su costado. Sin embargo, el hombre ni se inmutó, y la cara de Roland palideció.

- No puede ser... ¡¿También sabes hacer eso?! - gritó Roland para tragarse otro golpe.

La golpiza que se llevó a continuación le estaba pasando factura. Roland empezaba a notar dolor por todo su cuerpo, y cuando intentaba golpear a su rival, casi nunca acertaba. Las pocas veces que lo hacía acababan en estrepitosos fracasos.

- Estás acabado, Dnalor.

Debía deshacerse de veinte enemigos para asegurarse de ganarle a ese petulante hombre encapuchado. Teniendo en cuenta las habilidades de la espadachina, tampoco era especialmente complicado. Notó que su acompañante lo estaba pasando mal con el gigantón, así que pensó en darle una mano, sin embargo, pronto se dio cuenta de que ella estaba rodeada y con sus propios problemas de los que ocuparse. Blandió a Fushigiri y cortó por la mitad una bala que fue disparada. Corrió directamente hacia el tirador, atravesando la estancia en un parpadeo. Le golpeó con la empuñadura del arma la boca del estómago para luego cortarle la cabeza. La sangre salpicó sus prendas; nada a lo que no estuviese acostumbrada. Otro disparo. El proyectil atravesó su hombro y la hechicera soltó un quejido, pero enseguida la herida se cerró.

—Eres… ¡Eres un maldito monstruo…! —gritó desesperadamente el merodeador.

Se abalanzó directamente hacia su oponente. Ejecutó una finta en el último segundo y acabó cortando su cuerpo en dos mitades perfectamente iguales. Las entrañas cayeron al suelo en un charco de sangre. Entonces, desenvainó su otra arma: la Hoja de Argoria transformada en una katana completamente negra. Sonrió, falta de humanidad. Danzó por el campo de batalla como si hubiese nacido para rendirle culto. Compuso una orquesta de dolor y gritos, sufrimiento y desesperación. En cada movimiento cercenaba una cabeza o una extremidad; en cada paso, dividía en dos un cuerpo. Y ni siquiera los anillos lanzados por el aparente líder eran capaces de frenar el inhumano festín de sangre de Katharina. Lo tenía bastante claro, y es que no dejaría a nadie con vida en ese maldito castillo.

El líder de los bandidos rugió furioso y sacó otro anillo más, el cual dividió en tres. Ahora eran seis los que surcaban la habitación de un lado a otro, aunque no marcaron ninguna diferencia. La fuerza de la espadachina era sencillamente abrumadora, y es que daba igual lo mucho que los anillos cortasen su piel: esta se sanaba casi al instante. Continuó danzando con los merodeadores, ejecutando cortes perfectamente limpios. Y al cabo de un rato su rostro estaba completamente ensangrentado, pero entre todo ese maquillaje escarlata sus ojos azules brillaban como dos auténticos zafiros. Volvió a sonreír, como queriendo preguntarle a su contrincante si era todo lo que tenía.

Se había estado conteniendo hacía mucho ya; no tenía sentido seguir haciéndolo. La habitación le había aburrido y quería volver al Nuevo Mundo cuanto antes. Fushigiri chocó con la espada de uno de los merodeadores, quien se sintió orgulloso por haber frenado un ataque de Katharina. Pero bastó una patada imbuida en haki para separar desastrosamente su cuerpo en dos. Al ritmo que iba, y con toda su experiencia como duelista, ganaría sin ninguna dificultad la apuesta que le había hecho al encapuchado. Los gritos continuaron y cuando ya quedaba menos de la mitad de la gente, la hechicera posó los ojos sobre el merodeador.

—Prepárate porque sigues tú.

Roland estaba tirado en el suelo. A su alrededor algunos compañeros del grandullón no hacían más que reírse de la paliza que había estado recibiendo a lo largo del combate. Era normal, Roland también se hubiera reído igual de cualquier desgraciado en su posición, pero no iba a permitir ser tratado de esa forma. Poco a poco se volvió a poner de pie. Podía sentir todas y cada una de sus heridas, desde traumatismos hasta una costilla rota, pasando por articulaciones a punto de entumecerse. Estaba cerca de su límite y, si quería derrotar a su oponente, no podía contenerse, a pesar de su tapadera.

- Tú, Pequeño, no eres más que un enano maricón. ¿No sabes pegar más fuerte? - le espetó, provocándolo -. Aquí sigo, esperando por ti.

- No soy ningún enano, me apellido Pequeño pero soy un semigigante, y voy a acabar contigo.

El semigigante se abalanzó sobre Roland, pero este se elevó en el aire de un salto hacia atrás y, propulsándose con otro salto en el mismo aire gracias al Geppou, se lanzó de cabeza contra su rival para asestarle un testarazo en su frente. Ambas cabezas colisionaron, pero Roland nuevamente fue enviado a volar hacia atrás.

Joder, otra vez igual, pensó, mientras buscaba mentalmente una respuesta para superar esa defensa. Había usado el haki de armadura en ese último golpe, pero no parecía ser suficiente. Debía encontrar una falla en su defensa o algún punto débil lo antes posible. No pensaba rendirse ni ceder. Muy bien, probemos con eso.

- Tú serás un semigigante - dijo Roland - pero yo soy un mink.

Se lanzó sobre el grandullón a gran velocidad usando el Soru para asestar un puñetazo cargado de electricidad en su abdomen. El golpe iba acompañado de haki de armadura y, aunque no hizo que se doblase, sí que hizo retroceder a su rival. Roland, sin perder oportunidad, continuó su ataque, siempre manteniendo centrado su Insinto Animal sobre el hombre para no recibir ninguna sorpresa. Saltó lo más alto que pudo para dar una voltereta hacia atrás, acompañada de una patada que golpeó en el mentón del semigigante. Había conseguido pillarle por sorpresa y no pensaba dejar escapar el momento. A partir de ahí encadeno una serie de golpes en los que aplicaba toda su fuerza junto a la electricidad y el haki de armadura. Tras terminar su combo, el semigigante cayó de rodillas y se inclinó hacia delante, aporyando sus brazos en el suelo.

- Noo...yo... - decía en voz baja - ¡Vengaré a mis hermanos caídos!

Se levantó en un arrebato de furia y locura. Su paciencia y cordura habían llegado al límite. En este punto del combate ninguno pensaba ceder, pero solo uno podía alcanzar la victoria. A su alrededor nadie se atrevía a interrumpirles, pero ninguno de los contrincantes se había dado cuenta; solo tenían ojos para su adversario.

Ambos acometieron, cada uno con un puñetazo cargado de fuerza y destrucción, el cuál provocó una pequeña onda de viento a su alrededor, agitando la ropa de los espectadores. Los dos, grandes luchadores, habían llegado al punto de no retorno y, en un instante, todo se decidiría, y solo el que más voluntad tuviese prevalecería. En la cabeza de Roland empezaron a resonar todas aquellas voces que le menospreciaban y subestimaban. Recordó todas aquellas veces en las que le habían empujado y se había vuelto a levantar, y pensó que por nada del mundo iba a perder.

- ¡AHHHHHHHH! - gritó en un último esfuerzo.

Y el brazo del semigigante cedió, dejando que el puñetazo del mink alcanzara su rostro. Pequeño cayó contra el piso estrepitosamente, y no volvió a levantar la cabeza.

Los anillos cortantes danzaron como gorriones por el campo de batalla, aproximándose peligrosamente hacia su presa. Pudo desviar un par, pero los otros alcanzaron sus costados y muslos en partes iguales. La sangre cayó al suelo y a la hechicera se le escapó un gruñido de dolor. Frunció el ceño y centró la mirada en el jefe, aunque dos imbéciles se interpusieron en su mano. El hombre que comandaba a los merodeadores intentó frenarles, pero antes de que las palabras se deslizasen desesperadamente por su boca la espadachina ya había cercenado ambos cuerpos. Era una masacre en su máximo esplendor, y no sentiría culpa alguna puesto que había algo evidente en aquella pelea: todos y cada uno de ellos empuñaban armas. Los bandidos debían estar preparados para matar y morir, de lo contrario, no sostendrían espadas ni fusiles. Y esa idea en su cabeza le permitió continuar sin titubear en lo absoluto.

Ignoró a su acompañante puesto que tenía sus propios problemas de los que ocuparse. Flexionó las piernas y desapareció de la vista de los humanos ordinarios, corriendo a una velocidad impresionante y blandiendo mortíferamente sus hojas imbuidas en haki de armadura. Cortaba la carne y el hueso con una facilidad injusta para los simples mortales, quienes comenzaron a huir hacia las posibles salidas. Pero Katharina las había estudiado todas al momento de llegar. Y bastó un solo pensamiento para que inquebrantables muros de roca obstruyesen la huida. Desesperados y aterrados, los bandidos dispararon y lucharon contra las murallas levantadas por obra de magia. Como si se alimentara del miedo de sus presas, la bruja caminó lentamente hacia ellos sin una pizca de humanidad en sus ojos azul hielo. Algunos lloraban a cántaros; otros, sencillamente se habían cagado en los pantalones. Repugnante y humillante en partes iguales, como mínimo.

—¡Detente! ¡Tu enemigo soy yo! —gritó el líder mientras corría lo más rápido que podía, pero la pirata le ignoró.

El jefe volvió a lanzar sus anillos con una destreza envidiable, demostrando ser muy superior en técnica a sus subordinados. Pero la espadachina se había aburrido ya de los juegos de niños. Sus espadas se tornaron de un intenso color azul metálico y las llamas del mismo tono nacieron de estas. Con la fuerza ofrecida por el endurecimiento, Katharina cortó todos y cada uno de los discos que jamás supusieron un problema para ella. Pensó que era suficiente para destrozar la voluntad de su enemigo, incluso creyó que bastaba para hacerle caer de rodillas mientras veía a sus hombres morir causa de su mal liderazgo. Sin embargo, demostró poseer un impresionante sentido de protección hacia la gente que lideraba que le condujo a sacrificar su propio cuerpo para salvar a una chica de no más de diecisiete años.

Fushigiri trazó una trayectoria descendente y vertical, aunque no alcanzó a dividir al hombre en dos. La sangre salpicó hacia todos lados y un chirrido de dolor recorrió la estancia. El merodeador se mantuvo de pie y con la mandíbula apretada, frunciendo el ceño y soportando la mirada de Katharina. ¿Acaso no se daba cuenta de que estaba muerto? Nada de lo que hiciese serviría para salvar a sus hombres, ni siquiera a la muchacha que estaba arrinconada entre la espada y la pared de un modo muy literal; era la que había dejado ir la noche anterior. Dio un paso hacia delante, pero aun así el merodeador no se movió. Estaba ensimismado en dar lo que fuese con tal de salvar a una sola persona. Katharina miró hacia el lado: no había dejado a casi ni uno con vida, de hecho, sólo quedaba el semigigante, con el que su acompañante estaba luchando de una manera muy sospecha, y los dos que tenía en frente.

—¿Te das cuenta de lo que ha causado tu falta de liderazgo? Si hubieras controlado mejor a tus hombres jamás me hubiesen atacado, y todos continuarían con vida. Oh, por favor, no me mires como si yo fuera la culpable de todo esto —le espetó con el ceño fruncido—. No existe ninguna diferencia entre que tus bandidos quiten una vida a que yo lo haga, ¿o acaso la vida de ellos vale más que la de los demás? Somos asesinos, jefe, pero tardaste demasiado tiempo en darte cuenta y te has convencido a ti mismo de tener una moral superior a la mía.

—D-Déjala vivir… T-Tengo m-mucho oro allá dentro… Lo íbamos a usar… para subvencionar la cura a esta maldita enfermedad… ¡Llévatelo y déjala vivir! ¡Te lo ruego! —Las lágrimas comenzaron a caer del rostro del merodeador—. No importa si acabas con mi vida, pero, por favor, a ella no…

La hechicera miró al hombre y luego a la chica, quien estaba completamente aterrada. Había demostrado ser fuerte, al menos mucho más que la mayoría de los que había enfrentado hasta el momento. Pero no cambiaba el hecho de que atentó contra su vida, y debía pagar por tal ofensa. Katharina envainó ambas espadas y soltó un suspiro.

—Eres lamentable.

Una gigantesca y afilada estaca de roca penetró desde la espalda el pequeño cuerpo de la muchacha de cabellos rubios, cuya vida se escapó en un grito ahogado. Cuando el merodeador vio el cadáver de la chica la ira se adueñó de su cuerpo y se abalanzó furiosamente sobre la asesina, pero sus movimientos eran lentos y torpes. Imbuyó su mano de haki de armadura y atravesó el pecho del hombre, destrozando su corazón.

El mink, al terminar su enfrentamiento, observó el resto de la estancia. Una carnicería se extendía ante sus ojos, y pudo observar cómo la mujer pirata mataba a sangre fría a las dos últimas personas vivas. Roland podría haber reaccionado de manera desmesurada, deteniéndola y preguntando qué sentido tenía hacer eso con gente que se había rendido o si de verdad era necesario exterminarlos a todos, pero lo cierto es que a Roland le daba igual. Lo único en que pensaba ahora era que la mujer le iba a tachar de inútil porque ella había ganado la dichosa apuesta. Si se hubiera enfrentado al semigigante seguro que las cosas hubieran ocurrido al revés.

Ahora que habían acabado con el enemigo, ante Roland se habrían dos posibilidades. Podía intentar acabar con la bruja ya que el combate debería haberla desgastado, pero también podía hacer como si nunca se la hubiera encontrado y centrarse en el estudio del Plomo Ámbar a través de la investigación de esos hombres. Nadie tenía que saber que se había topado con ella, total, su trabajo no era cazar malditos piratas, eso era cosa de marines. Y cuando pensó eso se le ocurrió una magnífica idea.

Creó un espejo, que apareció ante él como una puerta a otro mundo. Al atravesarlo, accedió a la Dimensión Reflejo, dejando atrás aquella zona repleta de cadáveres y, más importante, dejando atrás a aquella mujer. Una vez dentro buscó entre los espejos de las paredes alguno que le llevase a la zona que estaba buscando. Por un momento no parecía ser así, pero después de unos minutos localizó un espejo que se encontraba en una sala de comunicaciones.

Atravesó dicho espejo y llegó a aquella sala, repleta de tecnología para comunicaciones. Rápidamente agarró un micrófono y contactó con el Gobierno Mundial a través de su clave como agente.

- Aquí agencia del Cipher Pol - se escuchaba a través de los altavoces -. ¿Estoy hablando con el agente Oppenheimer?

- Así es.

- ¿De qué se trata? Según nos consta usted se encuentra de permiso ahora mismo.

- En mi permiso he encontrado a un grupo criminal en la isla de Flevance. Dicho grupo ya ha sido reducido y neutralizado, pero estaban llevando a cabo una investigación ilegal sobre el Plomo Ámbar, mineral venenoso perteneciente a esta isla. Pido que venga un grupo de agentes para incautar la investigación y que la sigamos llevando a cabo desde nuestros laboratorios en Ennies Lobby.

- De acuerdo. Mandaremos a un grupo que llegará lo antes posible. Usted espere allí.

- Bien.

Definitivamente Dnalor era un usuario de alguna Fruta del Diablo cuyo poder aún le era desconocido, pero como no le importaba demasiado… Se fijó en que su cuerpo estaba empapado en sangre; necesitaba una ducha con urgencia. Con tantas runas de muerte acumuladas por el paso del tiempo, creó un montón de zombis y esqueletos que mandó a registrar hasta el último rincón del castillo en busca de cualquier cosa que tuviese algo de valor. Los no muertos obedecieron las órdenes de la nigromante y partieron en grupos de a tres. Se encontraron con las mujeres que habían permanecido encerradas durante el asalto, incluso con los niños. Y como ninguno recibió una especificación al respecto, simplemente atacaron y luego devoraron sus cadáveres.

En la oficina del mandamás, los esqueletos encontraron muchísimo oro y reliquias que costaban una fortuna. No tardaron en llegar a la bóveda donde los merodeadores escondían toda la riqueza que supuestamente usarían para encontrar una cura a la enfermedad. Comenzaron a vaciarla y echaron todo lo que encontraron en sacos tan pesados que debían cargarlos entre dos, incluso entre tres o cuatro. Cuando los no muertos salieron al patio central, la bruja pudo oír los gritos de la gente. Estos no duraron más que unos instantes. No podía permitir que nadie saliese con vida de ese lugar para evitarse problemas en un futuro cercano, y hablando de sobrevivientes… ¿Dónde estaba Dnalor? Igual le convenía matarle para que no fuese un testigo de semejante masacre.

Poco a poco los zombis y esqueletos fueron depositando todos los tesoros del castillo en el vestíbulo donde aún había cadáveres frescos. Debía encontrar un buen comprador en el Bajo Mundo, de hecho, conocía a uno que siempre le ofrecía buenos tratos. No era la primera vez que Katharina vaciaba un castillo como ese y se echaba encima unos cuantos millones, así que era sensato asumir que poseía los contactos necesarios. Los merodeadores habían reunido un tesoro grotesco, seguramente asaltando a los marineros cercanos y saqueando islas vecinas. Además, era probable que gran cantidad del oro lo hubiesen extraído directamente de la antigua ciudad de Flevance. En fin, tampoco debía darles más vueltas al asunto.

En caso de que el misterioso encapuchado, quien había desaparecido como por obra de magia, no volviese se limitaría a atravesar la puerta principal y largarse. Tomaría un baño y conduciría su séquito de no muertos a la costa de la isla para marcharse. El Nuevo Mundo le esperaba y finalmente haría caer a la Orden Carmesí.

Una vez terminada la retrasmisión con el Gobierno Mundial a Roland le quedaba poco más que hacer allí, por lo que volvió a crear otro espejo para salir de la habitación y así entrar en su Dimensión Reflejo. Una vez dentro se movió hasta donde tenía todas las muestras de Plomo Ámbar y se dijo:

- Bueno, al lío. Vamos a organizar todo esto y a realizar más pruebas.

El equipo enviado por el Gobierno Mundial tardaría aún varios días en llegar, por lo que pretendía tenerlo todo preparado para que nada más llegar tuvieran que empaquetar las cosas, subirlas al barco en el que viniesen, y listo. Aunque primero quería organizar su propia dimensión de bolsillo. Total, había tiempo de sobra.

Se preguntó qué haría la pirata allí, pero no le dio importancia. Tenía otros asuntos más importantes a los que atender y con toda seguridad ella ya se habría ido de la isla para cuando llegasen sus compañeros. O a lo mejor no y tenía la oportunidad de atraparla, aunque a esas alturas ya le daba igual.