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Maki
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Saberes
Akuma no mi
Varios
"¿Tengo que pelear con el bajito? Qué poco espectacular." Aun así, el trabajo era trabajo, y si tenía que darle una tunda a un villano diminuto y que hablaba raro, pues lo haría. No necesitaba meterse con alguien de su tamaño para ser un héroe. Precisamente ahí estaba la clave para ser un héroe.
Maki hizo caso de la petición de Pulmones y dejó que se encargase de la pelea. El bueno de Pulmones... Algún día llegaría a ser un gran revolucionario. Solo tenía que mejorar un poco sus frases y sus entradas espectaculares y dejarse bigote. Si hacía eso y se esforzaba mucho, tal vez algún día su nombre sería reconocido en el mundo entero. El Oficial Pulmones, el Colibrí de Fuego. Sería bonito leerlo en un periódico. O escuchar como alguien se lo leía mientras Maki estaba en su jacuzzi de oficial.
Pero no podía perderse con tonterías. Había trabajo por hacer.
Agarró con una mano a la chica y con la otra la alfombra antes de echar a correr. Tenía que destruir todo lo posible y luego marcharse enseguida. No sabía cuánto tardaría en llegar la Marina, pero lo mejor era dar por hecho que ya estaban allí. El manual lo dejaba muy claro: "Actuar siempre como si se tuviera una pistola apuntándote al culo". Y, de hecho, la tenía. Cuando quiso darse cuenta, el bajito ya estaba disparándole. Las balas rebotaban en las paredes de hormigón y rompían algunas de las lámparas del techo.
Maki se refugió en un laboratorio donde un par de científicos echaban un pulso, y se dispuso a cumplir con su deber, destrozando todo lo que encontraba a su paso. Le lanzó una mesa al pistolero, pero éste la esquivo fácilmente rodando por el suelo. Pero no estaba preparado; no sabía que era una trampa de Maki, que iba a aplastarlo con la gran alfombra. O ésa era la idea. Aunque quiso lanzar la alfombra, la adrenalina hizo que se equivocara de mano y arrojó en su lugar a la chica. La cabeza de la joven golpeó de lleno la del villano bajito y ambos quedaron tiesos en el suelo.
¿Qué decía el manual sobre daños colaterales?
No tenía tiempo para pensárselo. fue de acá para allá arrasando con todo. La chica estaría bien; allí había científicos. La nevera con las muestras del compuesto de la ludopatía se rompió con un satisfactorio escándalo, mucho mejor que el que produjo la nevera donde los trabajadores guardaban su comida. Encima le había dado hambre... Iba siendo hora de buscar a Pulmones para pedirle que se transformara en fuego volador y los sacara de allí con su prisionero y su glorioso éxito.
Maki hizo caso de la petición de Pulmones y dejó que se encargase de la pelea. El bueno de Pulmones... Algún día llegaría a ser un gran revolucionario. Solo tenía que mejorar un poco sus frases y sus entradas espectaculares y dejarse bigote. Si hacía eso y se esforzaba mucho, tal vez algún día su nombre sería reconocido en el mundo entero. El Oficial Pulmones, el Colibrí de Fuego. Sería bonito leerlo en un periódico. O escuchar como alguien se lo leía mientras Maki estaba en su jacuzzi de oficial.
Pero no podía perderse con tonterías. Había trabajo por hacer.
Agarró con una mano a la chica y con la otra la alfombra antes de echar a correr. Tenía que destruir todo lo posible y luego marcharse enseguida. No sabía cuánto tardaría en llegar la Marina, pero lo mejor era dar por hecho que ya estaban allí. El manual lo dejaba muy claro: "Actuar siempre como si se tuviera una pistola apuntándote al culo". Y, de hecho, la tenía. Cuando quiso darse cuenta, el bajito ya estaba disparándole. Las balas rebotaban en las paredes de hormigón y rompían algunas de las lámparas del techo.
Maki se refugió en un laboratorio donde un par de científicos echaban un pulso, y se dispuso a cumplir con su deber, destrozando todo lo que encontraba a su paso. Le lanzó una mesa al pistolero, pero éste la esquivo fácilmente rodando por el suelo. Pero no estaba preparado; no sabía que era una trampa de Maki, que iba a aplastarlo con la gran alfombra. O ésa era la idea. Aunque quiso lanzar la alfombra, la adrenalina hizo que se equivocara de mano y arrojó en su lugar a la chica. La cabeza de la joven golpeó de lleno la del villano bajito y ambos quedaron tiesos en el suelo.
¿Qué decía el manual sobre daños colaterales?
No tenía tiempo para pensárselo. fue de acá para allá arrasando con todo. La chica estaría bien; allí había científicos. La nevera con las muestras del compuesto de la ludopatía se rompió con un satisfactorio escándalo, mucho mejor que el que produjo la nevera donde los trabajadores guardaban su comida. Encima le había dado hambre... Iba siendo hora de buscar a Pulmones para pedirle que se transformara en fuego volador y los sacara de allí con su prisionero y su glorioso éxito.
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Akuma no mi
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Uno de los guardaespaldas del hombre pequeño sacó una manopla y me sonrió con malicia, mirándome con cara de pocos amigos. Era casi tan alto como yo en mi forma híbrida, aunque el doble de fornido. Uno de sus compañeros se le adelantó —una mujer pequeña y de grandes senos—, lanzándome una patada. Dejé que me diera en el estómago, sintiendo un dolor que podía considerar insignificante, y le cogí de la pierna para zarandearla repetidamente contra la pared. Demasiada violencia en un solo movimiento, lo sabía, pero había muchas vidas involucradas como para detenerme a pensar en cómo hacer correctamente las cosas. Solo esperaba que estuviera bien para después. Por alguna razón, no me atacaban todos juntos, tenían la convicción de que les iría mejor en un combate individual. Y otro de los guardaespaldas se presentó a mí. Se trataba de un hombre delgado y de ojos celestes que llevaba un cuchillo en cada mano.
Esquivé ágilmente sus veloces estocadas, retrocediendo poco a poco sin fijarme que me había arrinconado. La pared me detuvo cuando intenté echarme hacia atrás, recibiendo de lleno una puñalada en el estómago. Solté un grito débil; podía resistir esa dosis de dolor. Aproveché la victoria temporal de mi oponente para golpearle con la palma abierta el pecho, haciéndole tambalear a medida que retrocedía. Le volví a golpear, aunque esta vez con un golpe de dedo en dirección a los puntos críticos del cuello. El guardaespaldas terminó por caer al suelo sin consciencia y con una expresión de dolor en el rostro.
—Sabes moverte, fenómeno, pero yo te pondré en tu lugar —vociferó el más grande de todos—. Ay, siempre quise decir algo así. La verdad es que soy nuevo en el trabajo y aún estoy practicando mis frases.
—¿Nuevo en el trabajo…? ¿A qué te dedicabas antes? —le pregunté, dejándome llevar por la curiosidad.
—Era repartir de pizzas, un trabajo bastante común y mal pagado. No te lo recomiendo —contestó, despreocupado—. Aquí se me paga mejor, así que ponte en guardia, mocoso. Te partiré la madre.
—Pero… Yo no tengo madre, de hecho, no llegué a conocerla.
—Oh, lo siento mucho… Debe ser una putada. ¡Como sea, te derrotaré! ¿Por qué ahora sueno como un héroe?
El grandulón se abalanzó sobre mí, lanzando una ráfaga de puñetazos. Sabía desenvolverse, algunos de sus golpes impactaban en mi cuerpo y me desestabilizaban. Desvié uno de sus jabs en dirección a mi cara y mis garras se deslizaron por su pecho, dejándole una fea herida que comenzó a sangrar. El guardaespaldas frunció el ceño y soltó una mueca de dolor, mirándome con furia. «Ya verás tú, mocoso…», me advirtió justo antes de abalanzarse otra vez. Fue un duro encuentro. Esquivé como pude sus ataques, pero estos eran veloces y muy poderosos. Ni siquiera en mi forma híbrida era capaz de aguantar tanto castigo, y eso que me regeneraba poco a poco. Sin embargo, mi oponente también se iba debilitando. Tras intercambiar golpes, los suyos se volvieron más lentos y menos potentes.
—Eres fuerte, mocoso… Pero no lo suficiente… —dijo él, jadeando cansadamente.
Me limité a guardar silencio; quería preservar todas mis fuerzas para ayudar al señor Gelatina. Las manos del guardaespaldas emitieron un resplandor y su puño derecho impactó de lleno en mi rostro, haciéndome sentir un dolor que jamás había sentido. La sangre empezó a manar de mi nariz. Intenté defenderme, pero ese golpe me hizo demasiado daño como para recuperarme enseguida. Continué recibiendo castigo por parte de mi oponente y por mucho que temblaran mis rodillas me mantuve de pie, firme.
—Eso es, eso es. ¡Enséñame lo que tienes!
En ese momento una extraña sensación recorrió todo mi cuerpo y se concentró en mis manos. Las sentía intensamente calientes, aunque no estaban en llamas. Yo mismo me sentía muy poderoso, como si pudiera hacer cualquier cosa. El puño del guardaespaldas chocó directamente con el mío y, sin embargo, no resulté lastimado. Mi oponente pareció sorprenderse. Y no era el único. Continué atacando, ignorando el dolor. Jab esquivado, golpe de palma lanzado. Mis ataques eran más potentes que nunca y no tardaron en romper la defensa de mi adversario, quien acabó perdiendo el conocimiento tras recibir un poderoso golpe de dedo triple en la boca del estómago.
El caos estaba reinando en el laboratorio y entre jadeos busqué al señor Gelatina, encontrándome primero con Jeanne. La joven humana había perdido el conocimiento y tenía la frente roja. Me la eché al hombro y seguí con mi búsqueda. Fui interceptado por el comandante en la mitad del pasillo. Lucía preocupado y ansioso.
—Señor, hay humo saliendo de esa habitación… Ah, y también hay fuego —le informé, teniendo la mirada puesta en él. Las personas, incluso en su ludopatía inducida, apostaban las unas con las otras para ver quién salía primero con vida del laboratorio—. Deberíamos largarnos. Es probable que la Marina ya esté en este lugar. ¿Usamos la salida de emergencia? —le pregunté, apuntando con la mano el letrero que decía en grandes letras blancas: «Salida de emergencia».
Esquivé ágilmente sus veloces estocadas, retrocediendo poco a poco sin fijarme que me había arrinconado. La pared me detuvo cuando intenté echarme hacia atrás, recibiendo de lleno una puñalada en el estómago. Solté un grito débil; podía resistir esa dosis de dolor. Aproveché la victoria temporal de mi oponente para golpearle con la palma abierta el pecho, haciéndole tambalear a medida que retrocedía. Le volví a golpear, aunque esta vez con un golpe de dedo en dirección a los puntos críticos del cuello. El guardaespaldas terminó por caer al suelo sin consciencia y con una expresión de dolor en el rostro.
—Sabes moverte, fenómeno, pero yo te pondré en tu lugar —vociferó el más grande de todos—. Ay, siempre quise decir algo así. La verdad es que soy nuevo en el trabajo y aún estoy practicando mis frases.
—¿Nuevo en el trabajo…? ¿A qué te dedicabas antes? —le pregunté, dejándome llevar por la curiosidad.
—Era repartir de pizzas, un trabajo bastante común y mal pagado. No te lo recomiendo —contestó, despreocupado—. Aquí se me paga mejor, así que ponte en guardia, mocoso. Te partiré la madre.
—Pero… Yo no tengo madre, de hecho, no llegué a conocerla.
—Oh, lo siento mucho… Debe ser una putada. ¡Como sea, te derrotaré! ¿Por qué ahora sueno como un héroe?
El grandulón se abalanzó sobre mí, lanzando una ráfaga de puñetazos. Sabía desenvolverse, algunos de sus golpes impactaban en mi cuerpo y me desestabilizaban. Desvié uno de sus jabs en dirección a mi cara y mis garras se deslizaron por su pecho, dejándole una fea herida que comenzó a sangrar. El guardaespaldas frunció el ceño y soltó una mueca de dolor, mirándome con furia. «Ya verás tú, mocoso…», me advirtió justo antes de abalanzarse otra vez. Fue un duro encuentro. Esquivé como pude sus ataques, pero estos eran veloces y muy poderosos. Ni siquiera en mi forma híbrida era capaz de aguantar tanto castigo, y eso que me regeneraba poco a poco. Sin embargo, mi oponente también se iba debilitando. Tras intercambiar golpes, los suyos se volvieron más lentos y menos potentes.
—Eres fuerte, mocoso… Pero no lo suficiente… —dijo él, jadeando cansadamente.
Me limité a guardar silencio; quería preservar todas mis fuerzas para ayudar al señor Gelatina. Las manos del guardaespaldas emitieron un resplandor y su puño derecho impactó de lleno en mi rostro, haciéndome sentir un dolor que jamás había sentido. La sangre empezó a manar de mi nariz. Intenté defenderme, pero ese golpe me hizo demasiado daño como para recuperarme enseguida. Continué recibiendo castigo por parte de mi oponente y por mucho que temblaran mis rodillas me mantuve de pie, firme.
—Eso es, eso es. ¡Enséñame lo que tienes!
En ese momento una extraña sensación recorrió todo mi cuerpo y se concentró en mis manos. Las sentía intensamente calientes, aunque no estaban en llamas. Yo mismo me sentía muy poderoso, como si pudiera hacer cualquier cosa. El puño del guardaespaldas chocó directamente con el mío y, sin embargo, no resulté lastimado. Mi oponente pareció sorprenderse. Y no era el único. Continué atacando, ignorando el dolor. Jab esquivado, golpe de palma lanzado. Mis ataques eran más potentes que nunca y no tardaron en romper la defensa de mi adversario, quien acabó perdiendo el conocimiento tras recibir un poderoso golpe de dedo triple en la boca del estómago.
El caos estaba reinando en el laboratorio y entre jadeos busqué al señor Gelatina, encontrándome primero con Jeanne. La joven humana había perdido el conocimiento y tenía la frente roja. Me la eché al hombro y seguí con mi búsqueda. Fui interceptado por el comandante en la mitad del pasillo. Lucía preocupado y ansioso.
—Señor, hay humo saliendo de esa habitación… Ah, y también hay fuego —le informé, teniendo la mirada puesta en él. Las personas, incluso en su ludopatía inducida, apostaban las unas con las otras para ver quién salía primero con vida del laboratorio—. Deberíamos largarnos. Es probable que la Marina ya esté en este lugar. ¿Usamos la salida de emergencia? —le pregunté, apuntando con la mano el letrero que decía en grandes letras blancas: «Salida de emergencia».
Maki
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¿Había sido cuestión de suerte encontrar la salida de emergencia? ¿O era cosa del destino? ¿Podría ser que el universo quisiera que escapasen de allí sanos y salvos tras haber terminado su misión con éxito? No le extrañaría nada que así fuese. La Causa estaba por encima de todo, incluso por encima del destino y la fortuna.
-El Hombre del Coco estará satisfecho -dijo Maki, contento también. Habían destruido el laboratorio y capturado al malvado cerebro criminal que había tras un plan secreto-. Voy al baño un segundo y nos vamos.
Dejó a Pulmones con el prisionero enrollado en la alfombra mientras él iba a buscar un cuarto de baño. Miró detrás de las puertas cerradas pero no encontró más que salas con instrumental de laboratorio, armarios llenos de cacharros que le resultaban casi extraterrestres y alguna que otra lavandería. Era increíble la cantidad de gente que escondía lavanderías en sitios así. Supuso que eso de ir de blanco y tratar con mejunjes químicos hacía que fuese necesario tener una buena lavadora a mano.
Deambuló por los pasillos al trote, consciente de que no tenían tiempo que perder; si los marines les encontraban allí podían verse en serio peligro. Pero no podía huir de allí con la vejiga llena. Eso sería poco digno de un oficial, así que siguió buscando un lugar donde aliviarse. Sabía que cada segundo que perdía era precioso, irrecuperable. Cada habitación que no servía a sus propósitos suponía un intolerable fracaso. Pero al fin lo hizo. Sus ojos se abrieron como platos cuando por fin vio el cartel y atravesó la puerta como una exhalación.
-Por fin, ¡la cocina!
El sitio perfecto para un aperitivo de media tarde. Unas galletitas con algo de queso, o tal vez un poco de jamón de medusa con un par de huevos de erizos fritos. ¿Habría pan recién hecho? Le encantaba el pan recién hecho. Ojalá no se hubiera terminado la mayonesa.
"¡¿Pero qué haces?!", gritó una parte de su ser, tal vez su vejiga. Dejó de hurgar en la nevera y fue rápidamente a encontrar un baño. Logró dar con los aseos del personal y, tras cinco largos minutos de dudar con los simbolitos confusos que separaban el de hombres y el de mujeres, se decidió por entrar a uno cualquiera, orinó y volvió con Pulmones tras lavarse las manos y mirarse un rato al espejo.
-Ea, pues ya podemos irnos -Abrió la puerta de emergencia y descubrió que los rifles de los marines le apuntaban a la cara-. Diantres, han sido muy rápidos.
Pero él también lo era. Había llegado la hora de sacar el último invento de Cucharas: el globo de combate. Cerró la puerta de golpe y, mientras sus enemigos la derribaban, él hinchó el globo hasta un tamaño aceptable. Con sus armas y su estructura metálica, tan fina como la montura de unas gafas, el robot, dron o como se llamase se activó. En cuanto los marines se abrieron paso, el dron hinchable MK-R-54 empezó a disparar.
Maki no se esperaba que una de sus propias balas rebotase y lo hiciera estallar, pero al menos les regaló un momento épico. Eso y una oportunidad, una pequeña ventana de tiempo gracias a que los marines se habían puesto a salvo para evitar las ametralladoras del dron. Maki empleó esos segundos en agarrar la alfombra y gritar a Pulmones que los siguiera mientras se abría paso por el pasillo de emergencia hasta el exterior.
-Espero que hayas aprendido algo, novato -dijo al chico-. Así es como trabajamos aquí: con estilo.
-El Hombre del Coco estará satisfecho -dijo Maki, contento también. Habían destruido el laboratorio y capturado al malvado cerebro criminal que había tras un plan secreto-. Voy al baño un segundo y nos vamos.
Dejó a Pulmones con el prisionero enrollado en la alfombra mientras él iba a buscar un cuarto de baño. Miró detrás de las puertas cerradas pero no encontró más que salas con instrumental de laboratorio, armarios llenos de cacharros que le resultaban casi extraterrestres y alguna que otra lavandería. Era increíble la cantidad de gente que escondía lavanderías en sitios así. Supuso que eso de ir de blanco y tratar con mejunjes químicos hacía que fuese necesario tener una buena lavadora a mano.
Deambuló por los pasillos al trote, consciente de que no tenían tiempo que perder; si los marines les encontraban allí podían verse en serio peligro. Pero no podía huir de allí con la vejiga llena. Eso sería poco digno de un oficial, así que siguió buscando un lugar donde aliviarse. Sabía que cada segundo que perdía era precioso, irrecuperable. Cada habitación que no servía a sus propósitos suponía un intolerable fracaso. Pero al fin lo hizo. Sus ojos se abrieron como platos cuando por fin vio el cartel y atravesó la puerta como una exhalación.
-Por fin, ¡la cocina!
El sitio perfecto para un aperitivo de media tarde. Unas galletitas con algo de queso, o tal vez un poco de jamón de medusa con un par de huevos de erizos fritos. ¿Habría pan recién hecho? Le encantaba el pan recién hecho. Ojalá no se hubiera terminado la mayonesa.
"¡¿Pero qué haces?!", gritó una parte de su ser, tal vez su vejiga. Dejó de hurgar en la nevera y fue rápidamente a encontrar un baño. Logró dar con los aseos del personal y, tras cinco largos minutos de dudar con los simbolitos confusos que separaban el de hombres y el de mujeres, se decidió por entrar a uno cualquiera, orinó y volvió con Pulmones tras lavarse las manos y mirarse un rato al espejo.
-Ea, pues ya podemos irnos -Abrió la puerta de emergencia y descubrió que los rifles de los marines le apuntaban a la cara-. Diantres, han sido muy rápidos.
Pero él también lo era. Había llegado la hora de sacar el último invento de Cucharas: el globo de combate. Cerró la puerta de golpe y, mientras sus enemigos la derribaban, él hinchó el globo hasta un tamaño aceptable. Con sus armas y su estructura metálica, tan fina como la montura de unas gafas, el robot, dron o como se llamase se activó. En cuanto los marines se abrieron paso, el dron hinchable MK-R-54 empezó a disparar.
Maki no se esperaba que una de sus propias balas rebotase y lo hiciera estallar, pero al menos les regaló un momento épico. Eso y una oportunidad, una pequeña ventana de tiempo gracias a que los marines se habían puesto a salvo para evitar las ametralladoras del dron. Maki empleó esos segundos en agarrar la alfombra y gritar a Pulmones que los siguiera mientras se abría paso por el pasillo de emergencia hasta el exterior.
-Espero que hayas aprendido algo, novato -dijo al chico-. Así es como trabajamos aquí: con estilo.
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