Ivan Markov
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Dark Dome tenía sus encantos. Noche eterna, grandes carteles de neón, enormes cantidades de diferentes tipos de entretenimientos tales como teatros, locales de copas, casinos e incluso un coliseo con sus respectivas apuestas. También gozaba de una de las tasas de criminalidad más elevadas del Paraíso, en competencia directa con Mock Town, con la diferencia de tener una población que superaba el medio millón de personas, de tal manera que si alguien del vulgo desaparecía, nadie hacía demasiadas preguntas. Pero entre todas estas curiosas cualidades, estaba otra que brillaba. Principalmente por la grasa de sus freidoras. Los locales de comida rápida poblaban la ciudad por todas partes: hamburgueserías, kebabs, pizzerías... en Dark Dome habían elevado el maltrato culinario a la categoría de arte.
¿Qué hacía pues en uno de esos sitios alguien como Ivan? Evidentemente ponerse como un cerdo. Mientras devoraba su tercera hamburguesa doble completa con pepinillos y mostaza, una mujer con el pelo teñido de azul entró en el local. El pirata fingió no haberla visto, pero cuando esta pasó a su lado dejó como por descuido un pequeño dial en su regazo. Ivan esperó un momento, y tras limpiarse las manos con una servilleta totalmente impermeable (una tarea harto complicada), se guardó el dial de grabación en el interior de su chaqueta. En aquel pequeño aparato había una grabación de una reunión entre dos de las familias de la ciudad, información que le vendría bien para sus futuros planes.
- ¡Otra hamburguesa, jefe! Y de paso, una cerveza - hizo un gesto con la mano al camarero.
La acción de los últimos días le había dado un hambre criminal. Ir de fiesta con Katharina era un deporte de alto riesgo; aquella chica no tenía control ninguno sobre sí misma cuando bebía. Tal vez tenía que empezar a darle el cambiazo con la bebida y darle zumo de naranja en lugar de alcohol. Quién sabe, con la resistencia negativa que tenía, tal vez se emborracharía igual. Merecía la pena hacer la prueba.
¿Qué hacía pues en uno de esos sitios alguien como Ivan? Evidentemente ponerse como un cerdo. Mientras devoraba su tercera hamburguesa doble completa con pepinillos y mostaza, una mujer con el pelo teñido de azul entró en el local. El pirata fingió no haberla visto, pero cuando esta pasó a su lado dejó como por descuido un pequeño dial en su regazo. Ivan esperó un momento, y tras limpiarse las manos con una servilleta totalmente impermeable (una tarea harto complicada), se guardó el dial de grabación en el interior de su chaqueta. En aquel pequeño aparato había una grabación de una reunión entre dos de las familias de la ciudad, información que le vendría bien para sus futuros planes.
- ¡Otra hamburguesa, jefe! Y de paso, una cerveza - hizo un gesto con la mano al camarero.
La acción de los últimos días le había dado un hambre criminal. Ir de fiesta con Katharina era un deporte de alto riesgo; aquella chica no tenía control ninguno sobre sí misma cuando bebía. Tal vez tenía que empezar a darle el cambiazo con la bebida y darle zumo de naranja en lugar de alcohol. Quién sabe, con la resistencia negativa que tenía, tal vez se emborracharía igual. Merecía la pena hacer la prueba.
Yarmin Prince
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- Hola, quería una hamburguesa.
Así había comenzado la probablemente situación más embarazosa a la que muchos de los presentes habían tenido que enfrentarse nunca. "Esto no es tu mansión, príncipe", había recibido como respuesta a su petición, pero a Yarmin no le había importado. De hecho, a Yarmin le había incluso molestado que ese hombre de negocios tan bien vestido y con una chaqueta tan cara que trabajaba en la lujosa trastienda de una hamburguesería tan transitada no quisiera servirle aquello por lo que eran tan famosos.
- Yo puedo poner la carne -había respondido, sin el menor atisbo de duda. El hombre se había violentado un poco, claro, pero Yarmin no dejó de sonreír en ningún momento. Normalmente utilizaba el poder de su fruta para resultar tranquilizador y amable, pero en esa ocasión se esforzaba en que su gesto tranquilo fuese lo más amenazador posible. Lo cual había acompañado, como no podía ser de otra manera, de un disparo en la frente a uno de los guardaespaldas de ese hombre.
Se llamaba Sergei Derakai, una suerte de mafioso de Dark Dome que asfixiaba a los barrios pobres con su servicio de protección integral, el mismo servicio de protección que llevaba meses evitando que el Servicio Secreto operase en Dark Dome. Yarmin había calculado que estaba perdiendo cerca de siete millones de berries mensuales a causa de aquello, dado que la ciudad de la noche eterna era uno de los centros del vicio en el Grand Line y, además, se encontraba en una posición geoestratégica comparable a la de Water Seven o el reino de Arzur.
- Querría una hamburguesa, por favor. ¿Podría traeérmela? -volvió a pedir, disparando contra otro de los escoltas. Al principio de la noche había seis, y Yarmin estaba custodiado por apenas una mujer menuda con un rifle a la espalda, bastante poco práctico para pequeñas distancias pero, probablemente, con un factor de miedo mucho mayor al que impondría Gellert con su palo de combate.
- Baruch, Nikolai -terminó diciendo el hombre, atusándose la poblada barba con nerviosismo-. Traedle una hamburguesa, por favor.
- ¿Entonces tu negocio es de hamburguesas? -preguntó Yarmin mientras sus ojos escarlata brillaban con cierto asombro.
- Sí, señor Markov, esta es una hamburguesería.
- Entonces no necesitas gorilas -sentenció, y tanto Bellatrix como él descargaron una lluvia de plomo sobre todos los hombres excepto Derakai-. Recuérdalo bien, Sergei. Ahora las calles son del Servicio Secreto.
Abandonó la trastienda mientras se guardaba el arma y, con las mismas, se acercó al mostrador para pedir la mejor hamburguesa que tuviesen disponible. Sabía que los disparos se habían escuchado; también sabía que algunos miraban hacia él. Pero nadie dijo nada y anotaron su pedido. Iba a ser una gran noche.
Así había comenzado la probablemente situación más embarazosa a la que muchos de los presentes habían tenido que enfrentarse nunca. "Esto no es tu mansión, príncipe", había recibido como respuesta a su petición, pero a Yarmin no le había importado. De hecho, a Yarmin le había incluso molestado que ese hombre de negocios tan bien vestido y con una chaqueta tan cara que trabajaba en la lujosa trastienda de una hamburguesería tan transitada no quisiera servirle aquello por lo que eran tan famosos.
- Yo puedo poner la carne -había respondido, sin el menor atisbo de duda. El hombre se había violentado un poco, claro, pero Yarmin no dejó de sonreír en ningún momento. Normalmente utilizaba el poder de su fruta para resultar tranquilizador y amable, pero en esa ocasión se esforzaba en que su gesto tranquilo fuese lo más amenazador posible. Lo cual había acompañado, como no podía ser de otra manera, de un disparo en la frente a uno de los guardaespaldas de ese hombre.
Se llamaba Sergei Derakai, una suerte de mafioso de Dark Dome que asfixiaba a los barrios pobres con su servicio de protección integral, el mismo servicio de protección que llevaba meses evitando que el Servicio Secreto operase en Dark Dome. Yarmin había calculado que estaba perdiendo cerca de siete millones de berries mensuales a causa de aquello, dado que la ciudad de la noche eterna era uno de los centros del vicio en el Grand Line y, además, se encontraba en una posición geoestratégica comparable a la de Water Seven o el reino de Arzur.
- Querría una hamburguesa, por favor. ¿Podría traeérmela? -volvió a pedir, disparando contra otro de los escoltas. Al principio de la noche había seis, y Yarmin estaba custodiado por apenas una mujer menuda con un rifle a la espalda, bastante poco práctico para pequeñas distancias pero, probablemente, con un factor de miedo mucho mayor al que impondría Gellert con su palo de combate.
- Baruch, Nikolai -terminó diciendo el hombre, atusándose la poblada barba con nerviosismo-. Traedle una hamburguesa, por favor.
- ¿Entonces tu negocio es de hamburguesas? -preguntó Yarmin mientras sus ojos escarlata brillaban con cierto asombro.
- Sí, señor Markov, esta es una hamburguesería.
- Entonces no necesitas gorilas -sentenció, y tanto Bellatrix como él descargaron una lluvia de plomo sobre todos los hombres excepto Derakai-. Recuérdalo bien, Sergei. Ahora las calles son del Servicio Secreto.
Abandonó la trastienda mientras se guardaba el arma y, con las mismas, se acercó al mostrador para pedir la mejor hamburguesa que tuviesen disponible. Sabía que los disparos se habían escuchado; también sabía que algunos miraban hacia él. Pero nadie dijo nada y anotaron su pedido. Iba a ser una gran noche.
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Tras el primer disparo, se puso tenso. ¿Broncas tan pronto? Se suponía que aquella era una zona más o menos tranquila, de poco interés para las bandas grandes. Un mafioso del tres al cuarto, un tal Drakai, o Derakoff o algún otro nombre kyeskayo. El caso es que era una de estas zonas pequeñas donde las grandes familias dejaban a los peces pequeños engordar mientras no molestaran. Por eso tras el tiro, Ivan entró en forma completa y se centró en su oído. Alguien, con una voz suave y tranquila que sin embargo resultaba realmente siniestra, parecía muy empeñado en conseguir una hamburguesa. No era ninguna clase de las palabras de la jerga de Dark Dome para droga o dinero. ¿Qué le estaría pidiendo, y a quién? Entonces un nombre llegó a sus oídos, uno que le causó un escalofrío que le recorrió la espalda. ¿Allí? ¿Quién podía ser? Tras una nueva tanda de tiros, esta vez varios realizados con un arma de mayor calibre, el extraño nombró a su interlocutor: Sergei. ¿Ese no era el nombre del kieskayo que controlaba la zona?
Justo lo que necesitaba, más competencia. Y además llevada por alguien de su familia, supuestamente. Eso si no era alguien que usase el nombre. Debido a su aislamiento no conocía a toda la familia, pero había visto a la mayoría por el palacio en algún momento cuando servía a Derian. Y en el momento en que el extraño entró a través de la trastienda, le quedó claro que no era ninguno de los que conociera, o se acordaría. Vaya tipazo. De haber sabido que tenía un primo así, se habría dado al incesto mucho antes. Lo observó de arriba a abajo, con rostro neutro y evaluador. Mientras su pose parecía decir que lo estaba vigilando, en su mente lo estaba desnudando. Tras dejar volar su imaginación durante un momento se dio cuenta de algo: era rubio y de ojos rojos. Todos los Markov que conocía eran de pelo negro azabache o albinos, y la gran mayoría tenían ojos azules. Nada impedía que la genética hubiese tirado por otro lado, que heredase su parte no Markov, pero era simple y llanamente raro.
- En fin, creo que tenemos bastantes de que hablar, señor... ¿Markov? - dijo, dejando caer la duda - No me gusta tener incordios, así que primero limpiemos el local.
Tal vez con más fuerza de la que debía, liberó su haoshoku sobre el local, excluyendo únicamente al atractivo extraño. Todos los clientes y empleados se desmayaron al momento, así como el bueno de Drogaroff en la despensa. Sólo quedaron en pie el extraño y su acompañante, que quedó apoyada sobre la barra, temblando. Ivan centró su mirada en ella, y con ello, todo el peso de su presencia. Sin poder soportarlo, la mujer se desplomó echando espumarajos - Curioso. Tienes una acompañante fuerte. Muy curioso - frunció el ceño. ¿Qué hacía ahí alguien con una secuaz tan dura como para resistirse a su voluntad? El tipo no parecía alguien tan poderoso. Tal vez simplemente era de esa especie en vías de extinción de mafiosos que operaban por pura carisma e ingenio, sin poder físico que lo respaldase. En cualquier caso, le quedó claro que no hablaba con un don nadie.
- Como decía, estoy muy interesado en ti. Me gustaría saber en qué consiste ese Servicio Secreto que lideras... y por qué usas el apellido de mi familia - dijo, con una sonrisa amable a la que no acompañaban sus ojos.
Justo lo que necesitaba, más competencia. Y además llevada por alguien de su familia, supuestamente. Eso si no era alguien que usase el nombre. Debido a su aislamiento no conocía a toda la familia, pero había visto a la mayoría por el palacio en algún momento cuando servía a Derian. Y en el momento en que el extraño entró a través de la trastienda, le quedó claro que no era ninguno de los que conociera, o se acordaría. Vaya tipazo. De haber sabido que tenía un primo así, se habría dado al incesto mucho antes. Lo observó de arriba a abajo, con rostro neutro y evaluador. Mientras su pose parecía decir que lo estaba vigilando, en su mente lo estaba desnudando. Tras dejar volar su imaginación durante un momento se dio cuenta de algo: era rubio y de ojos rojos. Todos los Markov que conocía eran de pelo negro azabache o albinos, y la gran mayoría tenían ojos azules. Nada impedía que la genética hubiese tirado por otro lado, que heredase su parte no Markov, pero era simple y llanamente raro.
- En fin, creo que tenemos bastantes de que hablar, señor... ¿Markov? - dijo, dejando caer la duda - No me gusta tener incordios, así que primero limpiemos el local.
Tal vez con más fuerza de la que debía, liberó su haoshoku sobre el local, excluyendo únicamente al atractivo extraño. Todos los clientes y empleados se desmayaron al momento, así como el bueno de Drogaroff en la despensa. Sólo quedaron en pie el extraño y su acompañante, que quedó apoyada sobre la barra, temblando. Ivan centró su mirada en ella, y con ello, todo el peso de su presencia. Sin poder soportarlo, la mujer se desplomó echando espumarajos - Curioso. Tienes una acompañante fuerte. Muy curioso - frunció el ceño. ¿Qué hacía ahí alguien con una secuaz tan dura como para resistirse a su voluntad? El tipo no parecía alguien tan poderoso. Tal vez simplemente era de esa especie en vías de extinción de mafiosos que operaban por pura carisma e ingenio, sin poder físico que lo respaldase. En cualquier caso, le quedó claro que no hablaba con un don nadie.
- Como decía, estoy muy interesado en ti. Me gustaría saber en qué consiste ese Servicio Secreto que lideras... y por qué usas el apellido de mi familia - dijo, con una sonrisa amable a la que no acompañaban sus ojos.
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Bella pidió una hamburguesa simple con pepinillos, mientras que para él comenzaron a preparar la que al parecer se llamaba "libra real", una suerte de carne de libra con lechuga Sommer y cebolla caramelizada. También tenía setas y una salsa al humo que le hizo casi la boca agua cuando le explicaron cómo se hacía a través de una receta artesanal que llevaba en la familia más de trece generaciones... Tanto que apenas se fijó en el extraño que lo desnudaba con la mirada -o que lo observaba, hacía mucho tiempo que en su caso muchas veces eran la misma cosa- hasta que empezó a escuchar las cabezas de la gente golpear contra las mesas y a su compañera soltar espumarajos por la boca.
Antes de que cayese redonda la sujetó, apoyándola contra el suelo delicadamente mientras maldecía para sí por lo que iba a tardar repentinamente su hamburguesa. ¿Por qué había sido necesario dejar inconsciente a todo el local? Sin duda trataba de llamar su atención o, como mínimo, librarse de cualquiera salvo de él. O... Bueno, cabía la posibilidad de que fuese un vulgar ladrón, pero estaba seguro de qué había hecho y ningún simple ladrón sería capaz de hacerlo.
- Creo que eso era innecesario -planteó mientras se levantaba, recolocándose el traje hasta que estuvo, una vez más, perfecto-, me habría sentado a hablar con que solo me lo hubieses pedido.
Clavó su mirada profundamente crispada en el único hombre que quedaba en pie. Tenía el pelo blanco, se cubría con una gabardina roja y su cabello blanco llegaba algo más allá de las ojeras; era atractivo, todo lo que una persona del norte podía ser: rasgos bastos aunque no demasiado, extraordinariamente alto -para lo que era un humano, y no esas bestias que a veces aparecían con casi dos metros y medio- y, lo más importante, lo trataba en términos de "mi familia". Y habida cuenta de que no había más Prince que uno y que el único que había utilizado en esa isla era Markov... Estaba ante un hombre que disfrutaba poniendo la oreja.
Desfrunció el ceño y tornó a una mirada atípicamente amable, como si nada hubiese sucedido, y se sentó a la mesa junto a él sin tocar el respaldo de la silla. Desde allí se fijó en la totalidad de su cuerpo, tratando de averiguar hasta qué punto iba armado el desconocido... Aunque no parecía llevar nada. No se confió, pero se tranquilizó un poco. Simplemente habló:
- ¿Tu familia? -bravuconeó como solo un noble haría-. Soy Mihael Markov, hijo de Mihaela Markov y único heredero legítimo vivo al trono de Hallstat. Si somos parientes tal vez deberías presentarte, en lugar de desmayar a mi escolta. -Sus últimas palabras trataron de ir en un tono más amable, pero mantuvo la distancia en su lenguaje no verbal. Allí el Markov era él, fuese quien fuese el que tenía delante, y aunque él fuese un impostor.
Antes de que cayese redonda la sujetó, apoyándola contra el suelo delicadamente mientras maldecía para sí por lo que iba a tardar repentinamente su hamburguesa. ¿Por qué había sido necesario dejar inconsciente a todo el local? Sin duda trataba de llamar su atención o, como mínimo, librarse de cualquiera salvo de él. O... Bueno, cabía la posibilidad de que fuese un vulgar ladrón, pero estaba seguro de qué había hecho y ningún simple ladrón sería capaz de hacerlo.
- Creo que eso era innecesario -planteó mientras se levantaba, recolocándose el traje hasta que estuvo, una vez más, perfecto-, me habría sentado a hablar con que solo me lo hubieses pedido.
Clavó su mirada profundamente crispada en el único hombre que quedaba en pie. Tenía el pelo blanco, se cubría con una gabardina roja y su cabello blanco llegaba algo más allá de las ojeras; era atractivo, todo lo que una persona del norte podía ser: rasgos bastos aunque no demasiado, extraordinariamente alto -para lo que era un humano, y no esas bestias que a veces aparecían con casi dos metros y medio- y, lo más importante, lo trataba en términos de "mi familia". Y habida cuenta de que no había más Prince que uno y que el único que había utilizado en esa isla era Markov... Estaba ante un hombre que disfrutaba poniendo la oreja.
Desfrunció el ceño y tornó a una mirada atípicamente amable, como si nada hubiese sucedido, y se sentó a la mesa junto a él sin tocar el respaldo de la silla. Desde allí se fijó en la totalidad de su cuerpo, tratando de averiguar hasta qué punto iba armado el desconocido... Aunque no parecía llevar nada. No se confió, pero se tranquilizó un poco. Simplemente habló:
- ¿Tu familia? -bravuconeó como solo un noble haría-. Soy Mihael Markov, hijo de Mihaela Markov y único heredero legítimo vivo al trono de Hallstat. Si somos parientes tal vez deberías presentarte, en lugar de desmayar a mi escolta. -Sus últimas palabras trataron de ir en un tono más amable, pero mantuvo la distancia en su lenguaje no verbal. Allí el Markov era él, fuese quien fuese el que tenía delante, y aunque él fuese un impostor.
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Lo que le faltaba. El tipo era irritantemente altanero y egocéntrico. Su actitud era calcada a la de cualquier noble con el título subido a la cabeza. ¿Tal vez sí fuera de la familia? No les faltaban chalados así, para ser sinceros. No por nada se solía decir que la mitad de los Markov nacían locos. Sin embargo algo terminaba sin cuadrarle en todo aquello. ¿Hijo de Mihaela? Dudaba que su tía hubiese tenido nunca inclinaciones sexuales, menos aún que hubiese tenido hijos. Aquella mujer había vivido por y para la ciencia, nada más. Le miró fijamente, con severidad:
- Desconocía que la tía Mihaela hubiese tenido hijos, primo - arrastró la palabra con un deje de desdén - De hecho no pareces tener más de veintipocos años, y si la tía siguiera viva tendría unos treinta. Un poco joven para tenerte, ¿no?
Miró fijamente a los ojos de Mihael, sin parpadear, y cogió su vaso de cerveza. Hijo de Mihaela... aquel impostor había sido tan idiota que ni se había molestado en crear una coartada en condiciones. Pensó en matarlo allí mismo y librar de aquella escoria al mundo, pero ese ya no era su estilo. Por otro lado, ¿no era competencia? Y se sentía molesto, realmente molesto, de que alguien estuviera proclamando ser heredero al trono. Si alguien debía gobernar en Hallstat era Iliana o él mismo. Una suave neblina comenzó a aparecer en torno al albino y extenderse por el local lentamente. No era tan espesa como para impedir la visión, pero la temperatura descendió un par de grados. Una capa de escarcha se extendió por el vaso, y la cerveza comenzó a helarse.
- Mi nombre es Ivan Markov, hijo de Derian Markov y verdadero heredero al trono. Es momento, impostor, de que pidas perdón y reveles tu verdadera identidad antes de que pierda la paciencia - inclinó ligeramente la cabeza hacia su izquierda, entrecerrando los ojos - Eso o puedes lidiar con las consecuencias.
Ivan empezaba a estar verdaderamente furioso. Su pose aparentemente calmada y aspecto normalmente tranquilo empezaban a cambiar. Su piel se volvió pálida como la muerte, y mientras miraba a los ojos del impostor, sus pupilas se volvieron de color rojo sangre. En su mente se formuló una imagen que era más un deseo, fruto de la ira y sed de sangre: su puño atravesando el pecho de Mihael y saliendo por su espalda, agarrando su corazón aún latiente y estrujándolo con fuerza. Imprimió toda esa furia en su mirada y la lanzó como un dardo de puro pensamiento contra el otro.
- Desconocía que la tía Mihaela hubiese tenido hijos, primo - arrastró la palabra con un deje de desdén - De hecho no pareces tener más de veintipocos años, y si la tía siguiera viva tendría unos treinta. Un poco joven para tenerte, ¿no?
Miró fijamente a los ojos de Mihael, sin parpadear, y cogió su vaso de cerveza. Hijo de Mihaela... aquel impostor había sido tan idiota que ni se había molestado en crear una coartada en condiciones. Pensó en matarlo allí mismo y librar de aquella escoria al mundo, pero ese ya no era su estilo. Por otro lado, ¿no era competencia? Y se sentía molesto, realmente molesto, de que alguien estuviera proclamando ser heredero al trono. Si alguien debía gobernar en Hallstat era Iliana o él mismo. Una suave neblina comenzó a aparecer en torno al albino y extenderse por el local lentamente. No era tan espesa como para impedir la visión, pero la temperatura descendió un par de grados. Una capa de escarcha se extendió por el vaso, y la cerveza comenzó a helarse.
- Mi nombre es Ivan Markov, hijo de Derian Markov y verdadero heredero al trono. Es momento, impostor, de que pidas perdón y reveles tu verdadera identidad antes de que pierda la paciencia - inclinó ligeramente la cabeza hacia su izquierda, entrecerrando los ojos - Eso o puedes lidiar con las consecuencias.
Ivan empezaba a estar verdaderamente furioso. Su pose aparentemente calmada y aspecto normalmente tranquilo empezaban a cambiar. Su piel se volvió pálida como la muerte, y mientras miraba a los ojos del impostor, sus pupilas se volvieron de color rojo sangre. En su mente se formuló una imagen que era más un deseo, fruto de la ira y sed de sangre: su puño atravesando el pecho de Mihael y saliendo por su espalda, agarrando su corazón aún latiente y estrujándolo con fuerza. Imprimió toda esa furia en su mirada y la lanzó como un dardo de puro pensamiento contra el otro.
- Jäger schau:
- Cuando activa este poder, los ojos de Ivan se vuelven rojos. Todo el que le mire a los ojos sentirá miedo hacia él, este es un efecto escénico y a interpretar por el jugador, pero perdurará durante un rato después a que se corte el contacto visual. Además las personas que tengan al menos diez niveles menos que él sabrán al momento que están ante alguien más poderoso que ellos. De manera activa y no más de una vez cada dos posts por persona, puede hacer que alguien a quien esté mirando a los ojos sienta su sed de sangre en toda su intensidad, y tendrá una premonición como las del haki de observación en que verá a Ivan atacándole de acuerdo a la manera en que este esté pensando en dañarle.
Yarmin Prince
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- Resulta curioso, Ivan... -Un momento. ¿Esos ojos? Se habían vuelto de un color rojo sangre y... ¿Le estaba haciendo sentir miedo? Le intentaba hacer sentir miedo-. Lo primero, esos truquitos no los utilices conmigo. No soy una vulgar presa a la que puedas intimidar con un truco tan simplón.
O sí. En realidad, que pudiese utilizar un poder que infiriese en la mente de las personas le asustaba un poco, más que nada porque una vez escuchó su supuesto origen empezó a hacerse una idea de con quién estaba tratando: Antiguo cazador, aliado del desaparecido Silver D. Syxel, traidor al gobierno durante los eventos de Gray Rock mientras él estaba recuperándose de una muy dolorosa operación... Sin duda un nombre que debía temer.
- Como decía, resulta curioso que nadie cuestione la edad de Lion D. Émile, un hombre apenas nueve años menor que su padre, y justo lo hagan con la usuaria de la nenri nenri no mi, ¿no te parece? -Soltó una carcajada amable y movió los brazos en un ademán que dejaba sus manos perfectamente a la vista-. Eso da mucho que pensar sobre la sociedad en la que vivimos, sobre todo en las absurdas imposiciones sociales con las que una mujer tiene que lidiar día a día. Pero eso no es tan importante, realmente, porque cuando lo piensas... Hallstat me importa una mierda. Tengo doce años, y me han criado para ser "perfecto". -Acompasó con comillas esa última palabra, sobre la que forzó un poco más el tono-. Sé todo sobre la historia de Hallstat, y apenas he pasado en ella un mes a lo sumo entre todas las visitas; lo único que quiero de mi madre es el apellido que me dio. Y por las puertas que me abre, tampoco te creas que me interesa demasiado pelearme con la creciente cifra de bastardos legitimados de Derian. Pero, bien pensado, es una feliz coincidencia habernos encontrado aquí. ¿No crees, primo?
Esperó pacientemente, inclinándose hacia delante con una sonrisa malévola curvando sus labios. Sus ojos estaban llenos de la misma malicia, pero al mismo tiempo mantenía una cierta alegría por encontrarse al heredero. Si se parecía un poco a lo que sabía de su familia sería lo suficientemente ambicioso como para querer la corona de Hallstat, aunque desde luego no parecía el típico Markov: No era estúpidamente prepotente. Aunque sí era un poquito gilipollas, y eso había caracterizado a todos los Markovs que conocía.
O sí. En realidad, que pudiese utilizar un poder que infiriese en la mente de las personas le asustaba un poco, más que nada porque una vez escuchó su supuesto origen empezó a hacerse una idea de con quién estaba tratando: Antiguo cazador, aliado del desaparecido Silver D. Syxel, traidor al gobierno durante los eventos de Gray Rock mientras él estaba recuperándose de una muy dolorosa operación... Sin duda un nombre que debía temer.
- Como decía, resulta curioso que nadie cuestione la edad de Lion D. Émile, un hombre apenas nueve años menor que su padre, y justo lo hagan con la usuaria de la nenri nenri no mi, ¿no te parece? -Soltó una carcajada amable y movió los brazos en un ademán que dejaba sus manos perfectamente a la vista-. Eso da mucho que pensar sobre la sociedad en la que vivimos, sobre todo en las absurdas imposiciones sociales con las que una mujer tiene que lidiar día a día. Pero eso no es tan importante, realmente, porque cuando lo piensas... Hallstat me importa una mierda. Tengo doce años, y me han criado para ser "perfecto". -Acompasó con comillas esa última palabra, sobre la que forzó un poco más el tono-. Sé todo sobre la historia de Hallstat, y apenas he pasado en ella un mes a lo sumo entre todas las visitas; lo único que quiero de mi madre es el apellido que me dio. Y por las puertas que me abre, tampoco te creas que me interesa demasiado pelearme con la creciente cifra de bastardos legitimados de Derian. Pero, bien pensado, es una feliz coincidencia habernos encontrado aquí. ¿No crees, primo?
Esperó pacientemente, inclinándose hacia delante con una sonrisa malévola curvando sus labios. Sus ojos estaban llenos de la misma malicia, pero al mismo tiempo mantenía una cierta alegría por encontrarse al heredero. Si se parecía un poco a lo que sabía de su familia sería lo suficientemente ambicioso como para querer la corona de Hallstat, aunque desde luego no parecía el típico Markov: No era estúpidamente prepotente. Aunque sí era un poquito gilipollas, y eso había caracterizado a todos los Markovs que conocía.
- Tus trucos jedi no funcionan conmigo:
- El Secreto: Yarmin ha sintonizado desde el principio con su Akuma no mi, siendo que pasivamente puede ver cuándo alguien utiliza trucos de control mental sobre alguien. Activamente, si se da cuenta a tiempo de que lo están utilizando contra él, puede anular sus efectos.
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¿Cómo había hecho eso? Mihael era la primera persona capaz de resistirse de aquella manera a su Jäger Schau. Eso lo preocupó un tanto. Igual no era tan inofensivo como a primera vista había aparentado ser... es decir, seguía pareciéndolo. No tenía pinta de que fuese capaz de resistir dos bofetadas mal dadas, ni que fuera capaz de hacer daño a una mosca, pero bien sabía que las apariencias engañaban. Podría seguir sospechándolo si no hubiese resistido de aquella manera el poder hipnótico de su mirada; sólo esa gesta ya lo situaba por encima del común de los mortales. ¿Tal vez si fuera hijo de Mihaela? Es decir, su argumento sonaba bastante lógico. La niebla comenzó a disiparse lentamente, y Ivan se relajó notoriamente. Ignorando la pulla de su "primo", dejó el vaso en la mesa, mirándolo por un momento con lástima. Aquel truco le había costado la bebida.
- Está bien, chico. Tus palabras suena razonables - no le creía aún, pero decidió seguirle el juego a ver hasta dónde llegaba. Seguía queriendo saber mucho sobre él, si su grupo era una amenaza y descubrir si realmente eran familia. Debía admitir que si era una treta, no estaba tan mal pensada como había creído en un momento. Además, ¿quién escogería algo tan poco creíble pudiendo escoger otra historia para su origen menos refutable? Podría haber dicho ser uno de los muchos bastardos que su padre había dejado por ahí. Por otro lado, que fuese una historia tan inverosímil y al mismo tiempo creíble la hacía una buena mentira. No podía descartar aún ninguna posibilidad. Pero... si era cierta, ¿en qué estaría pensando Mihaela ocultando un hijo a la familia y haciéndolo crecer forzadamente? Era raro. Sin embargo no había conocido a su tía con dieciocho años, así que tampoco podía decir a ciencia cierta que a esa edad no hubiese tonteado con alguien, acabando embarazada y ocultándolo para que no la repudiasen por tener un bastardo.
- Es curioso de todos modos que la tía te ocultase a todos, primo. A no ser que tampoco seas fruto de un matrimonio legítimo - acompañó de un gesto medio condescendiente, medio burlón sus palabras - Pero eso me da igual. Creo que a estas alturas en esta familia poco importan esa clase de cosas, ¿me equivoco? - sonrió sarcásticamente y se permitió una suave risa. Aquel chico... hombre, o lo que que fuera, era extraño. Su cuerpo era de adulto, lo que hacía difícil imaginárselo como un chaval de doce años. Sin embargo que lo fuera bien explicaba su actitud prepotente y orgullosa. Un niño sin mucha experiencia en la vida al que le han dicho desde niño que es el mejor, que ha nacido en la mejor familia... cuadraba con cómo eran muchos jóvenes Markov. Por otro lado, había algo en cada una de sus palabras y forma de hablar que destilaba una madurez poco propia de un prepúber.
- Y bien, mi querido Misha, ¿podrías explicarme qué estás haciendo en mi isla y por qué estás tiroteando a la pobre gente de Bobalikoff? - ni esfuerzo hizo ya en recordar el nombre del tipo - Y, como te pregunté antes, quiero saber qué es ese "Servicio Secreto" tuyo. Creo que me lo debes después del problema que has estado a punto de causar. Lo último que necesita la ciudad en este momento es un cambio en la balanza de poder.
- Está bien, chico. Tus palabras suena razonables - no le creía aún, pero decidió seguirle el juego a ver hasta dónde llegaba. Seguía queriendo saber mucho sobre él, si su grupo era una amenaza y descubrir si realmente eran familia. Debía admitir que si era una treta, no estaba tan mal pensada como había creído en un momento. Además, ¿quién escogería algo tan poco creíble pudiendo escoger otra historia para su origen menos refutable? Podría haber dicho ser uno de los muchos bastardos que su padre había dejado por ahí. Por otro lado, que fuese una historia tan inverosímil y al mismo tiempo creíble la hacía una buena mentira. No podía descartar aún ninguna posibilidad. Pero... si era cierta, ¿en qué estaría pensando Mihaela ocultando un hijo a la familia y haciéndolo crecer forzadamente? Era raro. Sin embargo no había conocido a su tía con dieciocho años, así que tampoco podía decir a ciencia cierta que a esa edad no hubiese tonteado con alguien, acabando embarazada y ocultándolo para que no la repudiasen por tener un bastardo.
- Es curioso de todos modos que la tía te ocultase a todos, primo. A no ser que tampoco seas fruto de un matrimonio legítimo - acompañó de un gesto medio condescendiente, medio burlón sus palabras - Pero eso me da igual. Creo que a estas alturas en esta familia poco importan esa clase de cosas, ¿me equivoco? - sonrió sarcásticamente y se permitió una suave risa. Aquel chico... hombre, o lo que que fuera, era extraño. Su cuerpo era de adulto, lo que hacía difícil imaginárselo como un chaval de doce años. Sin embargo que lo fuera bien explicaba su actitud prepotente y orgullosa. Un niño sin mucha experiencia en la vida al que le han dicho desde niño que es el mejor, que ha nacido en la mejor familia... cuadraba con cómo eran muchos jóvenes Markov. Por otro lado, había algo en cada una de sus palabras y forma de hablar que destilaba una madurez poco propia de un prepúber.
- Y bien, mi querido Misha, ¿podrías explicarme qué estás haciendo en mi isla y por qué estás tiroteando a la pobre gente de Bobalikoff? - ni esfuerzo hizo ya en recordar el nombre del tipo - Y, como te pregunté antes, quiero saber qué es ese "Servicio Secreto" tuyo. Creo que me lo debes después del problema que has estado a punto de causar. Lo último que necesita la ciudad en este momento es un cambio en la balanza de poder.
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- Mika Markov nunca se interesó por un hombre, que yo sepa -admitió, encogiéndose de hombros-. Aunque según ella yo no soy un "mono sin pelo", ni tampoco un humano. -Echó la cabeza hacia atrás, suspirando profundamente-. La verdad es que tienes razón; no importa demasiado, no a estas alturas.
Su tono apesadumbrado caló hondo en un silencio que se sobrevino durante segundos, antes de que siguiese hablando. Simplemente dejó que la atmósfera se fuese volviendo densa poco a poco, paladeándola sin mirar a ninguna parte, con el rostro más crispado de lo que en realidad estaba y esperando mientras fingía buscar una respuesta satisfactoria para Ivan Markov, primero de los bastardos autolegitimados y rey de un terruño en constante guerra donde, aunque no lo supiese, él ya había tomado el control... Más o menos. Aunque no parecía que a su "primo" le importase una mierda el destino de Hallstat, por mucho que se le llenase la boca. En realidad tenía cierta gracia que fuese el hijo de una puta granjera con más piernas que neuronas -y probablemente solo tuviese una pierna- el que imponía autoridad real, aunque siendo justos Ivan sí era hijo de un Markov y él no, así que adoptar la postura servil era en cierto modo la mejor manera de no hacerlo indagar más profundamente: Mientras creyese que era útil creería su verdad.
- Bobalikoff parecía haber olvidado que su local es una hamburguesería -respondió, llevando perezosamente la cabeza de nuevo a su lugar-. Vende hamburguesas, patatas fritas y se mantiene dentro de este local sin molestar. Porque eso hace un hamburguesero. ¿Existe la palabra hamburguesero? Porque delincuentucho fracasado se me hace muy larga.
Volvió a dejar que el silencio se fuese haciendo patente, en aquella ocasión clavando la mirada en Ivan. El Servicio Secreto era, ante todo, secreto, y dar información acerca de él era una prerrogativa que solo bajo muy determinadas circunstancias debía hacerse. No obstante sacó una tarjeta del bolsillo interior de su chaqueta y se la tendió. En ella estaban algunos datos básicos como el nombre -Mihael Markov-, un número de den den mushi -redirigido previamente por la central de Oasis para pinchar cualquier llamada- y el puesto que, de cara al mundo, ocupaba en el organigrama: Jefe Integral de Relaciones Autónomas, Familiares y Administrativas -J.I.R.A.F.A.-.
- Esencialmente no es mi Servicio Secreto, sino que trabajo para él -explicó-. Pero básicamente se trata de un equipo disciplinar de inversiones sobre el terreno para la toma y garantía de capital de riesgo. -En jerga del Bajo Mundo aquello significaba "mercenarios", aunque de una manera ciertamente elegante-. Aparte se han apostillado importantes agencias de contratación recientemente que complementan nuestro catálogo de productos recreativos y control de plagas. Pero tranquilo Ivy, si de verdad es tu isla... De lo cual, por cierto, no tenía datos... Tendrás tu parte. El Servicio Secreto cuida muy bien sus relaciones.
Su tono apesadumbrado caló hondo en un silencio que se sobrevino durante segundos, antes de que siguiese hablando. Simplemente dejó que la atmósfera se fuese volviendo densa poco a poco, paladeándola sin mirar a ninguna parte, con el rostro más crispado de lo que en realidad estaba y esperando mientras fingía buscar una respuesta satisfactoria para Ivan Markov, primero de los bastardos autolegitimados y rey de un terruño en constante guerra donde, aunque no lo supiese, él ya había tomado el control... Más o menos. Aunque no parecía que a su "primo" le importase una mierda el destino de Hallstat, por mucho que se le llenase la boca. En realidad tenía cierta gracia que fuese el hijo de una puta granjera con más piernas que neuronas -y probablemente solo tuviese una pierna- el que imponía autoridad real, aunque siendo justos Ivan sí era hijo de un Markov y él no, así que adoptar la postura servil era en cierto modo la mejor manera de no hacerlo indagar más profundamente: Mientras creyese que era útil creería su verdad.
- Bobalikoff parecía haber olvidado que su local es una hamburguesería -respondió, llevando perezosamente la cabeza de nuevo a su lugar-. Vende hamburguesas, patatas fritas y se mantiene dentro de este local sin molestar. Porque eso hace un hamburguesero. ¿Existe la palabra hamburguesero? Porque delincuentucho fracasado se me hace muy larga.
Volvió a dejar que el silencio se fuese haciendo patente, en aquella ocasión clavando la mirada en Ivan. El Servicio Secreto era, ante todo, secreto, y dar información acerca de él era una prerrogativa que solo bajo muy determinadas circunstancias debía hacerse. No obstante sacó una tarjeta del bolsillo interior de su chaqueta y se la tendió. En ella estaban algunos datos básicos como el nombre -Mihael Markov-, un número de den den mushi -redirigido previamente por la central de Oasis para pinchar cualquier llamada- y el puesto que, de cara al mundo, ocupaba en el organigrama: Jefe Integral de Relaciones Autónomas, Familiares y Administrativas -J.I.R.A.F.A.-.
- Esencialmente no es mi Servicio Secreto, sino que trabajo para él -explicó-. Pero básicamente se trata de un equipo disciplinar de inversiones sobre el terreno para la toma y garantía de capital de riesgo. -En jerga del Bajo Mundo aquello significaba "mercenarios", aunque de una manera ciertamente elegante-. Aparte se han apostillado importantes agencias de contratación recientemente que complementan nuestro catálogo de productos recreativos y control de plagas. Pero tranquilo Ivy, si de verdad es tu isla... De lo cual, por cierto, no tenía datos... Tendrás tu parte. El Servicio Secreto cuida muy bien sus relaciones.
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Parecía que a Misha le gustaba hablar mucho sin decir demasiado. ¿Le gustaba el sonido de su propia voz? Probablemente. También intentar hacerse el dramático, con esos gestos de actor y silencios teatrales. Ivan decidió de todos modos mantener silencio y esperar a ver si llegaba al grano en algún punto del futuro cercano. Finalmente le dio una tarjeta con su nombre, cargo y número de Den Den Mushi. Luego pasó a explicarle a qué se dedicaba el Servicio Secreto. Al parecer eran alguna clase de monos que se dedicaban a partir piernas y limpiarle barrios a sus clientes. Estaría bien tenerlos en cuenta por si en algún momento necesitaba algo de fuerza bruta y no le apetecía moverse por su cuenta. Tras comprobar que la tarjeta no tenía nada raro, se la guardó en uno de los bolsillos interiores de la chaqueta y se cruzó de brazos.
- Está bien, jirafita. Si realmente sois limpiadores, tal vez en algún momento me interese que recojáis algún estropicio. Por ahora...
Apoyó ambas manos en la mesa y miró fijamente a los ojos del hombre. O niño. O jirafa. Se había explicado, pero aún así eso no justificaba el estropicio que habían montado. Un malentendido, una palabra fuera de lugar o una noticia alarmante podían hacer saltar por los aires el polvorín que se había formado en la ciudad. Si no pisaba con cuidado, la guerra entre las familias estallaría mucho antes de lo que planeaba. Y antes tenía cosas que preparar. Por suerte no se habían cargado a Burguesakoff, lo que ya era algo. Su muerte sí que hubiese supuesto un problema gordo.
- Si queréis hacer negocios conmigo o en mi isla vais a tener que seguir mis reglas. Por ahora, hasta nuevo aviso, si vais a estar en el territorio del imbécil este de Perakoff, vais a ser discretos. No quiero jaleos en las calles, más tiroteos con testigos o que se sepa que estáis moviéndoos por la ciudad. Si causáis problemas, tomaré medidas.
Ahora venía la segunda parte. Relajando el gesto, con un aire entre magnánimo y condescendiente, se echó hacia atrás y acomodó en la silla. Estaba balanceándose un poco en la cuerda floja declarando ya la isla como su territorio, pero en aquel momento lo mejor sería mantener a grupos foráneos como aquel controlados y atados en corto. Era más, aún en el caso de que no echasen a perder sus planes desatando accidentalmente una guerra de bandas, no le apetecía descubrir para cuando tomase el poder que aquella gente había extendido su influencia demasiado en la ciudad.
- Este movimiento que habéis llevado a cabo esta noche ha sido una completa insensatez. O bien no estáis informados de la situación en la ciudad, o simplemente os dio igual meteros en casa de otro a derribar sus muebles y pintarrajear en sus paredes. En cualquier caso estoy dispuesto a olvidarlo todo y hacer borrón y cuenta nueva. Eso es, si recibo una compensación.
- Está bien, jirafita. Si realmente sois limpiadores, tal vez en algún momento me interese que recojáis algún estropicio. Por ahora...
Apoyó ambas manos en la mesa y miró fijamente a los ojos del hombre. O niño. O jirafa. Se había explicado, pero aún así eso no justificaba el estropicio que habían montado. Un malentendido, una palabra fuera de lugar o una noticia alarmante podían hacer saltar por los aires el polvorín que se había formado en la ciudad. Si no pisaba con cuidado, la guerra entre las familias estallaría mucho antes de lo que planeaba. Y antes tenía cosas que preparar. Por suerte no se habían cargado a Burguesakoff, lo que ya era algo. Su muerte sí que hubiese supuesto un problema gordo.
- Si queréis hacer negocios conmigo o en mi isla vais a tener que seguir mis reglas. Por ahora, hasta nuevo aviso, si vais a estar en el territorio del imbécil este de Perakoff, vais a ser discretos. No quiero jaleos en las calles, más tiroteos con testigos o que se sepa que estáis moviéndoos por la ciudad. Si causáis problemas, tomaré medidas.
Ahora venía la segunda parte. Relajando el gesto, con un aire entre magnánimo y condescendiente, se echó hacia atrás y acomodó en la silla. Estaba balanceándose un poco en la cuerda floja declarando ya la isla como su territorio, pero en aquel momento lo mejor sería mantener a grupos foráneos como aquel controlados y atados en corto. Era más, aún en el caso de que no echasen a perder sus planes desatando accidentalmente una guerra de bandas, no le apetecía descubrir para cuando tomase el poder que aquella gente había extendido su influencia demasiado en la ciudad.
- Este movimiento que habéis llevado a cabo esta noche ha sido una completa insensatez. O bien no estáis informados de la situación en la ciudad, o simplemente os dio igual meteros en casa de otro a derribar sus muebles y pintarrajear en sus paredes. En cualquier caso estoy dispuesto a olvidarlo todo y hacer borrón y cuenta nueva. Eso es, si recibo una compensación.
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"¡¿Disculpa?!", se contuvo Yarmin de decir mientras escuchaba la sarta de bobadas que Ivan estaba escupiendo; parecía que el refresco de la azul y noble sangre real no había sido suficiente para deshacer lo que generaciones de endogamia habían logrado. Ignoró -o decidió ignorar, más bien- los torpes análisis de situación que el rey bastardo estaba haciendo. Claro que habían entrado sin permiso y, obviamente, el plan no habría terminado en Eristoff. Todas y cada una de las familias, mucho más relevantes y con unas raíces mucho más profundas que el kyeskayo, iban a pasar por el ojo del Servicio Secreto. Pero Cucharoff tenía un territorio que no había parecido interesar a nadie, un poder que no sabía utilizar y desde luego una localización geoestratégica para cuando todo saltase por los aires, que sería ni antes ni después de que el príncipe encantador dijese... Aunque no debía ser difícil embaucar a un saco de unto como el pequeño Markov para que creyese que era su decisión.
- Sigo preguntándome desde cuándo esta isla es tuya -dijo llanamente, con una neutralidad que enfrió la atmósfera a su alrededor. Evidentemente Ivan no era idiota, pero se creía más listo de lo que realmente era y, si pretendía ganarle aquella partida, iba a tener que esforzarse más-. Mis informes tienen apenas dos semanas de tiempo y, aun si en ese tiempo hubieses conseguido hacerte amo y señor de este antro de decadencia, me habría enterado antes de poner un pie en él. Por lo tanto vamos a asumir que la isla aún no es tuya, pero que tienes un plan para hacerte con ella o bien la fuerza suficiente para hacerlo.
Sabía, o por lo menos tenía una cierta seguridad al respecto, que ningún ejército extranjero -si es que se podía llamar extranjero a alguien en una isla donde todos estaban de pasada- estaba en las inmediaciones del lugar. También sabía que Ivan Markov no era líder de ninguna de las mafias que operaban allí, no al menos si no era el más discreto de todos los señores del crimen y, siendo justos, su estilismo delataba que era más bien un cantamañanas con gabardina que un genio. De hecho se parecía físicamente bastante más a un pestuzo con la cara bañada en ácido que a su supuesto padre. ¿Había mamá dado el braguetazo del siglo gracias a un rey casi tan lerdo como su "hijo"? Contuvo la risa y resopló por un momento.
- Tal como yo lo veo, hay dos formas de solventar esto, y desde luego no me pagan lo bastante ni mi prima de beneficios será lo suficientemente jugosa como para que me merezca la pena arriesgar la vida contra uno de los piratas más poderosos que podría encontrar en el Paraíso. -La cera era algo que a la nobleza siempre le gustaba, y si caía en cierta coherencia podía parecer más un pensamiento furtivo que una clara zalamería-. Evidentemente la que nos compensa a ambos es la de hacer borrón y cuenta nueva, pero si quieres hacer negocios con el Servicio Secreto antes de que este lugar sea tuyo, no puedo consentir que seas tú quien imponga las condiciones del acuerdo. Por varios motivos, aunque el más importante es que tú estarías ganando sin riesgos con el fruto de nuestro trabajo. Y somos una organización seria, Ivan. No sabes cuánto.
No podía, lógicamente, dejar que su deseo de cooperar con el principito le llevase a cerrar un mal acuerdo. Además, si no discutía un poco era obvio que se daría cuenta de todo lo que estaba a punto de suceder.
- En cualquier caso, y como gesto de buena voluntad, daré las órdenes pertinentes para dejar a Bacaroff en paz... Si es eso lo que deseas. Sin embargo, estoy seguro de que agradecerás los seiscientos hombres de la organización que ya se encuentran posicionados; alguno de ellos en círculos cercanos a las cúpulas de poder que ansías tomar. -Hizo una pausa, como si lo que estaba a punto de proponer le supusiese un cierto dilema. La realidad era que no, pero de cara a la galería Mihael Markov no lideraba el Servicio Secreto. Tenía que parecer que baremaba sus opciones. Tras un instante de mirar al vacío, habló de nuevo-: Un simple puerto en esta isla y el nulo territorio de Gorgoroff es todo lo que el Servicio Secreto necesita para ampliar su cartera de dividendos, lo que haría a mis jefes asumir un riesgo... ¿Moderado? ¿Consideras que tu pequeña revolución va a ser un riesgo moderado para los intereses de mis jefes o más bien una grave amenaza? En cualquier caso. Puerto franco, territorio en los muelles; es todo lo que necesitamos. Si nos das eso, cuentas con nuestro apoyo. Si quieres un porcentaje tendrás que abrir tu reino de oscuridad al catálogo de productos recreativos que la organización distribuye. Digamos... Que un veinte por ciento. Por los lazos que nos unen, un veinticinco. Sin riesgos, solo un pequeño y deprimido barrio y el permiso para trasladar vendedores autónomos. ¿Qué te parece?
- Sigo preguntándome desde cuándo esta isla es tuya -dijo llanamente, con una neutralidad que enfrió la atmósfera a su alrededor. Evidentemente Ivan no era idiota, pero se creía más listo de lo que realmente era y, si pretendía ganarle aquella partida, iba a tener que esforzarse más-. Mis informes tienen apenas dos semanas de tiempo y, aun si en ese tiempo hubieses conseguido hacerte amo y señor de este antro de decadencia, me habría enterado antes de poner un pie en él. Por lo tanto vamos a asumir que la isla aún no es tuya, pero que tienes un plan para hacerte con ella o bien la fuerza suficiente para hacerlo.
Sabía, o por lo menos tenía una cierta seguridad al respecto, que ningún ejército extranjero -si es que se podía llamar extranjero a alguien en una isla donde todos estaban de pasada- estaba en las inmediaciones del lugar. También sabía que Ivan Markov no era líder de ninguna de las mafias que operaban allí, no al menos si no era el más discreto de todos los señores del crimen y, siendo justos, su estilismo delataba que era más bien un cantamañanas con gabardina que un genio. De hecho se parecía físicamente bastante más a un pestuzo con la cara bañada en ácido que a su supuesto padre. ¿Había mamá dado el braguetazo del siglo gracias a un rey casi tan lerdo como su "hijo"? Contuvo la risa y resopló por un momento.
- Tal como yo lo veo, hay dos formas de solventar esto, y desde luego no me pagan lo bastante ni mi prima de beneficios será lo suficientemente jugosa como para que me merezca la pena arriesgar la vida contra uno de los piratas más poderosos que podría encontrar en el Paraíso. -La cera era algo que a la nobleza siempre le gustaba, y si caía en cierta coherencia podía parecer más un pensamiento furtivo que una clara zalamería-. Evidentemente la que nos compensa a ambos es la de hacer borrón y cuenta nueva, pero si quieres hacer negocios con el Servicio Secreto antes de que este lugar sea tuyo, no puedo consentir que seas tú quien imponga las condiciones del acuerdo. Por varios motivos, aunque el más importante es que tú estarías ganando sin riesgos con el fruto de nuestro trabajo. Y somos una organización seria, Ivan. No sabes cuánto.
No podía, lógicamente, dejar que su deseo de cooperar con el principito le llevase a cerrar un mal acuerdo. Además, si no discutía un poco era obvio que se daría cuenta de todo lo que estaba a punto de suceder.
- En cualquier caso, y como gesto de buena voluntad, daré las órdenes pertinentes para dejar a Bacaroff en paz... Si es eso lo que deseas. Sin embargo, estoy seguro de que agradecerás los seiscientos hombres de la organización que ya se encuentran posicionados; alguno de ellos en círculos cercanos a las cúpulas de poder que ansías tomar. -Hizo una pausa, como si lo que estaba a punto de proponer le supusiese un cierto dilema. La realidad era que no, pero de cara a la galería Mihael Markov no lideraba el Servicio Secreto. Tenía que parecer que baremaba sus opciones. Tras un instante de mirar al vacío, habló de nuevo-: Un simple puerto en esta isla y el nulo territorio de Gorgoroff es todo lo que el Servicio Secreto necesita para ampliar su cartera de dividendos, lo que haría a mis jefes asumir un riesgo... ¿Moderado? ¿Consideras que tu pequeña revolución va a ser un riesgo moderado para los intereses de mis jefes o más bien una grave amenaza? En cualquier caso. Puerto franco, territorio en los muelles; es todo lo que necesitamos. Si nos das eso, cuentas con nuestro apoyo. Si quieres un porcentaje tendrás que abrir tu reino de oscuridad al catálogo de productos recreativos que la organización distribuye. Digamos... Que un veinte por ciento. Por los lazos que nos unen, un veinticinco. Sin riesgos, solo un pequeño y deprimido barrio y el permiso para trasladar vendedores autónomos. ¿Qué te parece?
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Pues vaya con esa gente. Sabían bastante de la ciudad, aunque menos de lo que creían. No parecía que supiese lo que se estaba cociendo entre bastidores, o que él estuviese tras el culto que estaba logrando tantos adeptos en los barrios más pobres de la ciudad. También estaban por otro lado sus zombies, pero no podía culparles de que no sospechasen de un montón de neveras frigoríficas. O del transporte de un montón de cadáveres. En el mercado negro había gente con gustos muy raros. Dejando eso aparte, sospechaba que Misha tenía bastante más poder de decisión del que había dejado caer, o no estaría negociando las condiciones en nombre de sus jefes con tanta libertad. También cabía la posibilidad de que lo tuvieran hablado de antemano, claro. En cualquier caso no le terminaba de gustar su propuesta. Darles territorio a una gente de la que no sabía nada podía ser peligroso. Muy peligroso. Especialmente si era cierto que tenían ya seiscientos hombres posicionados en la ciudad y no una bravata.
- No creo que lo que tenga pensado sea una amenaza para tus jefes, siempre y cuando penséis jugar bajo mis reglas. Sin embargo, como gesto de buena voluntad, estoy dispuesto a ofrecer una cláusula de rescisión. Ya que ofrecéis ayuda y no causar disturbios respetando mi voluntad, una vez esté todo atado tus jefes recibirán un dossier sobre los cambios que sufrirá la ciudad. No debería haber problemas, pero en caso de que no resultaran... convenientes, podréis rescindir el contrato y recibir una compensación de diez millones de berries.
Dedicó un momento a pensar sus opciones, mientras dejaba pasar un poco el tiempo como si no le corriera la prisa. Observó su cerveza, con la esperanza de que ya se hubiera derretido la parte congelada, pero no parecía estar en condiciones de ser bebida, al menos aún. Qué diablos. Se levantó, pasó detrás de la barra y se sirvió él mismo una - ¿Te puedo ofrecer algo? Me temo que en este respetable local no tienen más que Poca Loca y Estrella Pamm. Pepsikoff no tiene mucha vista para los negocios. - Cogió su cerveza y, en caso de que le hubiese pedido algo, la bebida de Mihael. Se dirigió de nuevo a la mesa, se sentó y dio un largo trago a su bebida.
- Estoy dispuesto a ofrecer una zona como puerto franco y un barrio, por supuesto. Y no creo que tengamos problema ninguno con esos productos siempre y cuando tenga mi veinticinco por ciento, ni un berrie menos. Habrá un límite de trabajadores, siempre en concordancia con el volumen de negocios y la población del barrio, claro. Y esos trabajadores serán los miembros del Servicio Secreto que tendrán derecho de estancia y trabajo en Dark Dome; en cualquier otro caso antes se me comunicará la presencia. Si tenemos todo eso claro, creo que podremos hacer negocios - alzó la cerveza - ¿Estamos de acuerdo, primo?
- No creo que lo que tenga pensado sea una amenaza para tus jefes, siempre y cuando penséis jugar bajo mis reglas. Sin embargo, como gesto de buena voluntad, estoy dispuesto a ofrecer una cláusula de rescisión. Ya que ofrecéis ayuda y no causar disturbios respetando mi voluntad, una vez esté todo atado tus jefes recibirán un dossier sobre los cambios que sufrirá la ciudad. No debería haber problemas, pero en caso de que no resultaran... convenientes, podréis rescindir el contrato y recibir una compensación de diez millones de berries.
Dedicó un momento a pensar sus opciones, mientras dejaba pasar un poco el tiempo como si no le corriera la prisa. Observó su cerveza, con la esperanza de que ya se hubiera derretido la parte congelada, pero no parecía estar en condiciones de ser bebida, al menos aún. Qué diablos. Se levantó, pasó detrás de la barra y se sirvió él mismo una - ¿Te puedo ofrecer algo? Me temo que en este respetable local no tienen más que Poca Loca y Estrella Pamm. Pepsikoff no tiene mucha vista para los negocios. - Cogió su cerveza y, en caso de que le hubiese pedido algo, la bebida de Mihael. Se dirigió de nuevo a la mesa, se sentó y dio un largo trago a su bebida.
- Estoy dispuesto a ofrecer una zona como puerto franco y un barrio, por supuesto. Y no creo que tengamos problema ninguno con esos productos siempre y cuando tenga mi veinticinco por ciento, ni un berrie menos. Habrá un límite de trabajadores, siempre en concordancia con el volumen de negocios y la población del barrio, claro. Y esos trabajadores serán los miembros del Servicio Secreto que tendrán derecho de estancia y trabajo en Dark Dome; en cualquier otro caso antes se me comunicará la presencia. Si tenemos todo eso claro, creo que podremos hacer negocios - alzó la cerveza - ¿Estamos de acuerdo, primo?
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- El Servicio Secreto puede aceptar un veinticinco por cierto respecto a los beneficios netos de este trato -matizó-. ¿No tienen Zup?
Las reglas del principito eran sencillas: No causar problemas, aceptar los cambios que sobrevendrían a la imposición de un nuevo cacique y pagarle lo que él quería. No tendrían control sobre las reglas a las que intentaría someterlos, pero podrían recoger sus cosas e irse. Podía sonar bastante provechoso, pero Nabocoff había sigo una molestia que le costaba casi diez millones de berries al mes, y eso solo era su parte de los beneficios; el Servicio Secreto estaba perdiendo cerca de cincuenta. Evidentemente no era solo la ampliación de sus negocios de cocaína en la isla, sino que el ataque constante de Macarroff a sus hombres le obligaba a duplicar también la inversión en seguridad para los cargamentos de armas y esclavos que intentaba mover en esa ruta. Su control -o eliminación, a Yarmin le atraía más la idea de eliminarlo- implicaba una ganancia bruta tan elevada que no sería difícil llamar al veinticinco por ciento que ganaría Ivan calderilla: Solo por controlar la zona ganaban veinte millones netos. Evidentemente de los otros treinta el bastardete no necesitaba saber nada; su trato era por operar allí, de lo que ahorrasen no tenía por qué compartir nada.
- Creo -comentó mientras esperaba el Zup, o al menos el Cliff Drop- que si el Servicio Secreto puede establecerse adecuadamente tu parte, primo, ascendería a unos cinco millones según nuestro departamento de finanzas. Dejémoslo en que mientras ronde esa cifra y no suba demasiado recibirás esa cantidad íntegra. Si el negocio baja un poco te irá mejor, si sube peor. ¿Qué me dices de un ajuste cada vez que el mercado varíe un diez por ciento? Así es menos papeleo para mí y menos gastar en vigilancia para ti.
La oferta era muy generosa, a pesar de que Yarmin se iba a embolsar el doble. Pero Ivan no arriesgaba nada ni tenía que enfrentarse con nadie, tan solo debía sentarse en un trono ayudado por él y no tocar mucho las narices luego. En cualquier caso, si se convertía en un problema lo único que necesitaba era echarle al Gobierno encima, lo cual tampoco sería difícil teniendo en cuenta quién era él y quién era Ivan.
- No obstante, mi queridísimo Ivan, la cláusula de rescisión debe ser más garantista con nosotros. Vas a ganar mucho dinero, y lo justo sería que si debemos abandonar el lugar se nos compense con al menos un año de tu cuota: Sesenta millones de berries. Y las cosas que podrían hacer al SS abandonar este lugar y buscar instalarse en otro más tranquilo son las siguientes...
Se las comentó detenidamente, aunque en realidad eran de sentido común: La isla era suya, pero en su barrio mandaban ellos. Podía entrar y salir libremente, pero cualquier miembro armado de su organización debía utilizar las entradas controladas que ya establecerían. El pago se realizaría en presencia de dos únicos miembros de cada equipo con mismo rango equivalente. Es decir, ellos dos debían verse una vez al mes para el pago y recuento. Y la tercera era sencilla, aunque entrañaba ciertas cuestiones y matices que debían ser tenidos en cuenta: Conocería cuántos agentes estarían en la zona y podría identificarlos numéricamente, pero sus nombres se mantendrían en el más profundo de los secretos. En realidad Yarmin ya había reclutado a suficientes personas en la isla para que los números y las cifras volviesen cuanto antes a Oasis, pero igualmente la parte más importante de la organización era su carácter secreto.
- Dicho esto, todavía tengo que atar unos cabos respecto a Blablakoff -añadió, acercándose también a la barra-. No agitaré las aguas, pero tiene que tranquilizar a sus socios y hacer el traspaso de poder mucho más tranquilo. Seguro que te hace ilusión acompañarme, mientras mi amiga se despierta.
Las reglas del principito eran sencillas: No causar problemas, aceptar los cambios que sobrevendrían a la imposición de un nuevo cacique y pagarle lo que él quería. No tendrían control sobre las reglas a las que intentaría someterlos, pero podrían recoger sus cosas e irse. Podía sonar bastante provechoso, pero Nabocoff había sigo una molestia que le costaba casi diez millones de berries al mes, y eso solo era su parte de los beneficios; el Servicio Secreto estaba perdiendo cerca de cincuenta. Evidentemente no era solo la ampliación de sus negocios de cocaína en la isla, sino que el ataque constante de Macarroff a sus hombres le obligaba a duplicar también la inversión en seguridad para los cargamentos de armas y esclavos que intentaba mover en esa ruta. Su control -o eliminación, a Yarmin le atraía más la idea de eliminarlo- implicaba una ganancia bruta tan elevada que no sería difícil llamar al veinticinco por ciento que ganaría Ivan calderilla: Solo por controlar la zona ganaban veinte millones netos. Evidentemente de los otros treinta el bastardete no necesitaba saber nada; su trato era por operar allí, de lo que ahorrasen no tenía por qué compartir nada.
- Creo -comentó mientras esperaba el Zup, o al menos el Cliff Drop- que si el Servicio Secreto puede establecerse adecuadamente tu parte, primo, ascendería a unos cinco millones según nuestro departamento de finanzas. Dejémoslo en que mientras ronde esa cifra y no suba demasiado recibirás esa cantidad íntegra. Si el negocio baja un poco te irá mejor, si sube peor. ¿Qué me dices de un ajuste cada vez que el mercado varíe un diez por ciento? Así es menos papeleo para mí y menos gastar en vigilancia para ti.
La oferta era muy generosa, a pesar de que Yarmin se iba a embolsar el doble. Pero Ivan no arriesgaba nada ni tenía que enfrentarse con nadie, tan solo debía sentarse en un trono ayudado por él y no tocar mucho las narices luego. En cualquier caso, si se convertía en un problema lo único que necesitaba era echarle al Gobierno encima, lo cual tampoco sería difícil teniendo en cuenta quién era él y quién era Ivan.
- No obstante, mi queridísimo Ivan, la cláusula de rescisión debe ser más garantista con nosotros. Vas a ganar mucho dinero, y lo justo sería que si debemos abandonar el lugar se nos compense con al menos un año de tu cuota: Sesenta millones de berries. Y las cosas que podrían hacer al SS abandonar este lugar y buscar instalarse en otro más tranquilo son las siguientes...
Se las comentó detenidamente, aunque en realidad eran de sentido común: La isla era suya, pero en su barrio mandaban ellos. Podía entrar y salir libremente, pero cualquier miembro armado de su organización debía utilizar las entradas controladas que ya establecerían. El pago se realizaría en presencia de dos únicos miembros de cada equipo con mismo rango equivalente. Es decir, ellos dos debían verse una vez al mes para el pago y recuento. Y la tercera era sencilla, aunque entrañaba ciertas cuestiones y matices que debían ser tenidos en cuenta: Conocería cuántos agentes estarían en la zona y podría identificarlos numéricamente, pero sus nombres se mantendrían en el más profundo de los secretos. En realidad Yarmin ya había reclutado a suficientes personas en la isla para que los números y las cifras volviesen cuanto antes a Oasis, pero igualmente la parte más importante de la organización era su carácter secreto.
- Dicho esto, todavía tengo que atar unos cabos respecto a Blablakoff -añadió, acercándose también a la barra-. No agitaré las aguas, pero tiene que tranquilizar a sus socios y hacer el traspaso de poder mucho más tranquilo. Seguro que te hace ilusión acompañarme, mientras mi amiga se despierta.
Ivan Markov
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No había Zup, por más que buscase entre el hielo del mueble. Sólo botellas de Poca Loca y... un color diferente atrajo su atención. Sí que había una botella de Cliff Drop, debía ser la última que quedaba. En la botella había una inscripción que ponía algo sobre aumenta el MLG o una cosa así. Se encogió de hombros y volvió a la mesa, dejando la botella de refresco junto a su primo. La oferta que le hizo no sonaba nada mal. Probablemente si la hacía era porque ellos seguían ganando de la oferta, pero no tenía nada que perder realmente en el trato. Sólo tenía una condición que poner sobre la cláusula de rescisión antes de aceptar las condiciones, que pese a todo sonaban bastante razonables. Lo único que podía ser motivo de preocupación era el tema de los nombres, pero realmente con conocer los rostros le era suficiente para mantener un ojo sobre esa gente. Al fin y al cabo iban a estar en su isla.
- Siempre y cuando vuestra partida sea como dices por la violación de una de esas tres condiciones, recibiréis el pago de sesenta millones. Si no, tendréis que conformaros con los diez que he ofrecido. Mientras tengamos eso en cuenta, creo que podremos hacer negocios sin problemas. Por lo demás, me parece un trato justo.
Echó un trago a su bebida, no muy convencido con ella. Aquellas rubias de mala calidad eran un insulto a la cerveza de verdad. Tras eso se levantó con la botella en la mano y se dirigió con Mihael hacia la trastienda - Veamos pues a nuestro querido Chiriviakoff - comentó con una sonrisa. Como había imaginado, en esta se encontraron a Pizzachenko tirado en el suelo, con algo de baba en la boca, rodeado por los cadáveres de sus gorilas. El olor a sangre lo excitó por un momento, pero no dejó que trasluciera. No iba a ponerse a beber delante de ese hombre, y menos sangre de calidad inferior. Un matón de barrio con las venas picadas no era la clase de cena que escogería normalmente. Además él prefería su comida caliente.
- Despierta, Chochinovich - dijo, dándole un puntapié en el costado - Este buen señor tiene asuntos contigo.
Tenía curiosidad por ver qué tenía en mente Mihael. Es decir, había dicho que dejaría las calles de momento en paz. Tal vez pretendía encargarse de que Bonobich le obedeciera, consiguiendo su zona en la ciudad sin romper el equilibrio de poder como quería. En cualquier caso sería interesante ver cómo se las gastaba don Jirafa en acción. Se hizo a un lado y se apoyó contra la pared junto a la puerta, quedando entre las sombras.
- Siempre y cuando vuestra partida sea como dices por la violación de una de esas tres condiciones, recibiréis el pago de sesenta millones. Si no, tendréis que conformaros con los diez que he ofrecido. Mientras tengamos eso en cuenta, creo que podremos hacer negocios sin problemas. Por lo demás, me parece un trato justo.
Echó un trago a su bebida, no muy convencido con ella. Aquellas rubias de mala calidad eran un insulto a la cerveza de verdad. Tras eso se levantó con la botella en la mano y se dirigió con Mihael hacia la trastienda - Veamos pues a nuestro querido Chiriviakoff - comentó con una sonrisa. Como había imaginado, en esta se encontraron a Pizzachenko tirado en el suelo, con algo de baba en la boca, rodeado por los cadáveres de sus gorilas. El olor a sangre lo excitó por un momento, pero no dejó que trasluciera. No iba a ponerse a beber delante de ese hombre, y menos sangre de calidad inferior. Un matón de barrio con las venas picadas no era la clase de cena que escogería normalmente. Además él prefería su comida caliente.
- Despierta, Chochinovich - dijo, dándole un puntapié en el costado - Este buen señor tiene asuntos contigo.
Tenía curiosidad por ver qué tenía en mente Mihael. Es decir, había dicho que dejaría las calles de momento en paz. Tal vez pretendía encargarse de que Bonobich le obedeciera, consiguiendo su zona en la ciudad sin romper el equilibrio de poder como quería. En cualquier caso sería interesante ver cómo se las gastaba don Jirafa en acción. Se hizo a un lado y se apoyó contra la pared junto a la puerta, quedando entre las sombras.
Yarmin Prince
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- Estoy seguro de que dejé a alguien más con vida -masculló, examinando con detenimiento la estancia. Veía a la gente tirada, pero no estaba seguro de haber disparado más de dos veces. Una muerte piadosa, en realidad, y bastante más limpia de lo que aquellos hombres merecían-. ¿Tú qué dices, mi buen amigo?
Cochinoff murmuró algo ininteligible, pero no importaba demasiado. Con un giro de muñeca surgió, como de la nada, un cuchillo de hoja ligeramente curva. El acero templado de excelente calidad relució en la pobremente iluminada estancia como un blanco presagio de muerte. Yarmin sonrió, aunque no terminó de comprender por qué eso no le hacía demasiada ilusión al bueno de Birriacoff.
- Una buena daga es un amigo para toda la vida, ¿sabes, Ivan? -dijo mientras paseaba delicadamente el frío filo por la cara de un cuerpo. Bajo él había sangre que empezaba a secarse, aunque teniendo en cuenta que estaba todo encharcado era poco fiable. Y la verdad, no tenía claro si alguno habría sobrevivido. Salvo al que le faltaba un trozo de cráneo, claro. Ese era fácil de reconocer-. Sales con él, a veces le cuentas tus secretos más íntimos, le presentas gente interesante...
No tenía demasiada fuerza, pero sabía dónde clavar para desde la espalda trazar una perfecta trayectoria hasta el corazón sin rozar un solo hueso. La hoja se hundió y el cuerpo, inerte, ni siquiera reaccionó. Yarmin chasqueó la lengua mientras retiraba el cuchillo poco a poco, procurando que su preciso corte de entrada saliese dejando un surco que atravesaba su columna.
Lamió el filo y puso mala cara. Incluso escupió. Estaba malísimo.
- Barracoff, amigo... Tus hombres no deberían comer la porquería que cocináis aquí. Están aceitosos.
Yarmin había probado más de setecientas sangres distintas en los últimos quince años, cerca de quinientas en los últimos tres; no era un experto, pero sí había desarrollado un exquisito gusto de sibarita. Si todos estaban como el primero resultaría decepcionante. Pero había sido una casualidad hermosa -un poco forzada, tal vez- que el primero estuviese muerto ya, y cuando se sentó sobre la espalda de Bollocoff como si del peor sillón del mundo se tratase este, que había intentado levantarse, cayó de bruces nuevamente.
- Has matado a mucha gente, ¿sabes? -Miraba hacia Ivan con una ceja levantada, divertido-. Pero no a la adecuada. Yo siempre he pensado que la violencia gratuita no lleva a ningún sitio. -Lentamente pasó la hoja sobre el pómulo de su asiento, dejándole una mancha de sangre en la cara-. También, y seguro que el buen Ivan coincide, he creído durante toda mi vida que la gente más violenta tiende a ser tierna cuando nadie la ve. Y que la información es poder. ¿No opinas igual? -Cacheteó su mejilla con la hoja. Podía notar su furia, pero eso solo lo animaba a continuar-. Cuando nos vimos por primera vez, antes de que matases a ciento cincuenta colaboradores del Servicio... Decidí investigarte. ¿Y sabes qué descubrí? ¿Quieres saberlo?
Sacó una fotografía y un mechero. Se la puso delante de la cara y le prendió fuego.
- Una llamada, Sergei. Una llamada. No vas a volver a verlas, a no ser que me desobedezcas una sola vez. Y créeme, no quieres volver a verlas. ¿Me vas a hacer un favor, por esta cortesía?
Podía verlo apretar los puños, y sonaba el chapoteo de sus brazos al temblar de rabia sobre la sangre de sus "empleados". Sin embargo terminó asintiendo.
- No te oigo.
- S-sí, maldita sea. Perro te jurro que morrirás.
Yarmin guardó el cuchillo y sacó un den den mushi de color rojo. Sus ojos crueles se clavaban en el kyeskayo, sonriendo mientras esperaba a que su dueño hiciese la llamada.
- ¿Recuerdas qué sucede si me enfado? Ladra.
Y ladró. No de muy buena gana, pero ladró. No necesitaba usar su poder, su perro sabía que todo iba a ir terriblemente mal si no obedecía.
- Ahora llévame hasta el señor Markov, por favor. -Señaló a Ivan-. Y deprisa. -Miró hacia el peliblanco, aunque siguió dirigiéndose hacia Pollakoff-. Serás mis ojos y mis oídos en esta isla. Cumplirás mis órdenes y dirigirás mi negocio. Responderás solo ante mí o quien yo te diga que respondas, y evidentemente no cobrarás más de lo necesario para sobrevivir por tus servicios. Te necesito vivo solo para no molestar a mi nuevo socio, pero yo desataría una nube de fuego y sangre sobre los tuyos encantado. Sin embargo, en lugar de eso, ahora trabajas para el Servicio Secreto. Tus negocios ahora son míos, tu vida y lo que más quieres... Mías también. Tú eres mío, y si por algún casual decides acabar con todo destruiré todo lo que alguna vez has amado, todo lo que hayan amado tus hijas y todo lo que podrían haber amado. Y me aseguraré de poner a alguien en tu lugar para que nadie note tu ausencia. -Cualquiera pensaría que era un farol, pero tenía fotos suyas y un cirujano sin escrúpulos que adoraba dibujar caras en dobles. Estaba un poco desperdiciado haciendo siempre copias de Yarmin, seguro que le encantaba cambiar de modelo por una vez-. Y te juro por lo más sagrado que, al menor indicio de traición, tu destino ni siquiera yo me atrevo a decir en voz alta cuál será. -Se levantó-. Ahora incorpórate y date una ducha, tienes que hacer recados.
Cochinoff murmuró algo ininteligible, pero no importaba demasiado. Con un giro de muñeca surgió, como de la nada, un cuchillo de hoja ligeramente curva. El acero templado de excelente calidad relució en la pobremente iluminada estancia como un blanco presagio de muerte. Yarmin sonrió, aunque no terminó de comprender por qué eso no le hacía demasiada ilusión al bueno de Birriacoff.
- Una buena daga es un amigo para toda la vida, ¿sabes, Ivan? -dijo mientras paseaba delicadamente el frío filo por la cara de un cuerpo. Bajo él había sangre que empezaba a secarse, aunque teniendo en cuenta que estaba todo encharcado era poco fiable. Y la verdad, no tenía claro si alguno habría sobrevivido. Salvo al que le faltaba un trozo de cráneo, claro. Ese era fácil de reconocer-. Sales con él, a veces le cuentas tus secretos más íntimos, le presentas gente interesante...
No tenía demasiada fuerza, pero sabía dónde clavar para desde la espalda trazar una perfecta trayectoria hasta el corazón sin rozar un solo hueso. La hoja se hundió y el cuerpo, inerte, ni siquiera reaccionó. Yarmin chasqueó la lengua mientras retiraba el cuchillo poco a poco, procurando que su preciso corte de entrada saliese dejando un surco que atravesaba su columna.
Lamió el filo y puso mala cara. Incluso escupió. Estaba malísimo.
- Barracoff, amigo... Tus hombres no deberían comer la porquería que cocináis aquí. Están aceitosos.
Yarmin había probado más de setecientas sangres distintas en los últimos quince años, cerca de quinientas en los últimos tres; no era un experto, pero sí había desarrollado un exquisito gusto de sibarita. Si todos estaban como el primero resultaría decepcionante. Pero había sido una casualidad hermosa -un poco forzada, tal vez- que el primero estuviese muerto ya, y cuando se sentó sobre la espalda de Bollocoff como si del peor sillón del mundo se tratase este, que había intentado levantarse, cayó de bruces nuevamente.
- Has matado a mucha gente, ¿sabes? -Miraba hacia Ivan con una ceja levantada, divertido-. Pero no a la adecuada. Yo siempre he pensado que la violencia gratuita no lleva a ningún sitio. -Lentamente pasó la hoja sobre el pómulo de su asiento, dejándole una mancha de sangre en la cara-. También, y seguro que el buen Ivan coincide, he creído durante toda mi vida que la gente más violenta tiende a ser tierna cuando nadie la ve. Y que la información es poder. ¿No opinas igual? -Cacheteó su mejilla con la hoja. Podía notar su furia, pero eso solo lo animaba a continuar-. Cuando nos vimos por primera vez, antes de que matases a ciento cincuenta colaboradores del Servicio... Decidí investigarte. ¿Y sabes qué descubrí? ¿Quieres saberlo?
Sacó una fotografía y un mechero. Se la puso delante de la cara y le prendió fuego.
- Una llamada, Sergei. Una llamada. No vas a volver a verlas, a no ser que me desobedezcas una sola vez. Y créeme, no quieres volver a verlas. ¿Me vas a hacer un favor, por esta cortesía?
Podía verlo apretar los puños, y sonaba el chapoteo de sus brazos al temblar de rabia sobre la sangre de sus "empleados". Sin embargo terminó asintiendo.
- No te oigo.
- S-sí, maldita sea. Perro te jurro que morrirás.
Yarmin guardó el cuchillo y sacó un den den mushi de color rojo. Sus ojos crueles se clavaban en el kyeskayo, sonriendo mientras esperaba a que su dueño hiciese la llamada.
- ¿Recuerdas qué sucede si me enfado? Ladra.
Y ladró. No de muy buena gana, pero ladró. No necesitaba usar su poder, su perro sabía que todo iba a ir terriblemente mal si no obedecía.
- Ahora llévame hasta el señor Markov, por favor. -Señaló a Ivan-. Y deprisa. -Miró hacia el peliblanco, aunque siguió dirigiéndose hacia Pollakoff-. Serás mis ojos y mis oídos en esta isla. Cumplirás mis órdenes y dirigirás mi negocio. Responderás solo ante mí o quien yo te diga que respondas, y evidentemente no cobrarás más de lo necesario para sobrevivir por tus servicios. Te necesito vivo solo para no molestar a mi nuevo socio, pero yo desataría una nube de fuego y sangre sobre los tuyos encantado. Sin embargo, en lugar de eso, ahora trabajas para el Servicio Secreto. Tus negocios ahora son míos, tu vida y lo que más quieres... Mías también. Tú eres mío, y si por algún casual decides acabar con todo destruiré todo lo que alguna vez has amado, todo lo que hayan amado tus hijas y todo lo que podrían haber amado. Y me aseguraré de poner a alguien en tu lugar para que nadie note tu ausencia. -Cualquiera pensaría que era un farol, pero tenía fotos suyas y un cirujano sin escrúpulos que adoraba dibujar caras en dobles. Estaba un poco desperdiciado haciendo siempre copias de Yarmin, seguro que le encantaba cambiar de modelo por una vez-. Y te juro por lo más sagrado que, al menor indicio de traición, tu destino ni siquiera yo me atrevo a decir en voz alta cuál será. -Se levantó-. Ahora incorpórate y date una ducha, tienes que hacer recados.
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El espectáculo que Misha dio no fue en principio fuera de lo común, si bien tenía que admitir que el tipo tenía mucho estilo. Era reticente a hacerlo y no lo haría en voz alta, eso sí. Lo que le sorprendió enormemente fue que probó la sangre de uno de los hombres derrotados. Es decir, él era un puto vampiro. No podía evitar pensar en que cuando alguien probaba sangre lo hacía por gusto. Al fin y al cabo él inconscientemente lo relacionaba con una sensación extremadamente placentera. Sin embargo tras la sorpresa inicial llegó a la conclusión de que era parte del papel para intimidar a Barbinski. Por otro lado, todo el rollo de secuestrar a sus hijas y demás tenía un toque muy siniestro que no terminó de gustarle. Tal vez en un pasado lo hubiese aprobado, pero él ya no era ese hombre. De todos modos era lo que cabía esperar entre criminales, y mientras jirafita y su organización no le hicieran cosas así a sus seres queridos o a sus ciudadanos, todo correcto. En cambio una rata como Poliakov se merecía lo que le ocurriera. La pena era que su familia no tenía la culpa.
- Un perro maltratado algún día puede morder a su amo - dijo en cuanto Pollovski hubo desaparecido de la vista - Mientras no haga mi movimiento lo necesito vivo, pero una vez domine la isla de manera efectiva me da igual si lo haces desaparecer.
Tal vez esas palabras pudiesen salvar a la familia, esperaba. Si Peperonoff desaparecía, las hijas perdían su valor como elemento disuasorio. Tampoco iba a llorar si no lograba nada con sus palabras, ni siquiera conocía a aquella gente, pero no veía valor en una muerte innecesaria. En cambio que aquella escoria kieskaya desapareciese de su isla era algo positivo. Gente como él eran lo que había hecho que una de las joyas de la civilización y los avances tecnológicos se hubiese convertido en un agujero de desesperanza y una representación de todo lo que estaba mal en la humanidad. No pretendía convertir Dark Dome en un ejemplo de la falsa justicia y el orden que el Gobierno preconizaba y supuestamente defendía, pero sí impondría unas normas. Le daba igual que el contrabando pasase por su isla o que se vendiesen drogas en ella; si alguien quería meterse un chute era una decisión tan respetable como el que no, en su opinión. Y si era tan imbécil como para no controlarse y acabar enganchado, su problema. Pero no toleraría que los robos, extorsiones, asesinatos y ajustes de cuentas continuasen siendo una constante; las calles debían ser seguras.
- En fin, supongo que entonces tenemos un trato. ¿No, primo? - se separó de la pared, dejando la botella en una estantería y tendiéndole la mano para estrechársela - Por cierto, creo que oigo movimiento en el bar. Tu chica debe estar ya despertando.
Percibía movimientos provenientes de la estancia adyacente. De momento una única persona se había levantado, pero adivinaba por los sonido que otras tantas estaban en proceso de recuperar la consciencia. Probablemente no acabarían de adivinar qué había ocurrido, pero cualquiera lo bastante espabilado se percataría de que había sido un fenómeno provocado. Ahora, dudaba que, salvo tal vez la acompañante de Mihael, nadie supiese lo que era el haoshoku en aquel bar. Tal vez se pensaran que les habían echado droja en el colacao, y dar las apropiadas explicaciones era una tarea que le tocaría al bueno de Pericoff.
- Un perro maltratado algún día puede morder a su amo - dijo en cuanto Pollovski hubo desaparecido de la vista - Mientras no haga mi movimiento lo necesito vivo, pero una vez domine la isla de manera efectiva me da igual si lo haces desaparecer.
Tal vez esas palabras pudiesen salvar a la familia, esperaba. Si Peperonoff desaparecía, las hijas perdían su valor como elemento disuasorio. Tampoco iba a llorar si no lograba nada con sus palabras, ni siquiera conocía a aquella gente, pero no veía valor en una muerte innecesaria. En cambio que aquella escoria kieskaya desapareciese de su isla era algo positivo. Gente como él eran lo que había hecho que una de las joyas de la civilización y los avances tecnológicos se hubiese convertido en un agujero de desesperanza y una representación de todo lo que estaba mal en la humanidad. No pretendía convertir Dark Dome en un ejemplo de la falsa justicia y el orden que el Gobierno preconizaba y supuestamente defendía, pero sí impondría unas normas. Le daba igual que el contrabando pasase por su isla o que se vendiesen drogas en ella; si alguien quería meterse un chute era una decisión tan respetable como el que no, en su opinión. Y si era tan imbécil como para no controlarse y acabar enganchado, su problema. Pero no toleraría que los robos, extorsiones, asesinatos y ajustes de cuentas continuasen siendo una constante; las calles debían ser seguras.
- En fin, supongo que entonces tenemos un trato. ¿No, primo? - se separó de la pared, dejando la botella en una estantería y tendiéndole la mano para estrechársela - Por cierto, creo que oigo movimiento en el bar. Tu chica debe estar ya despertando.
Percibía movimientos provenientes de la estancia adyacente. De momento una única persona se había levantado, pero adivinaba por los sonido que otras tantas estaban en proceso de recuperar la consciencia. Probablemente no acabarían de adivinar qué había ocurrido, pero cualquiera lo bastante espabilado se percataría de que había sido un fenómeno provocado. Ahora, dudaba que, salvo tal vez la acompañante de Mihael, nadie supiese lo que era el haoshoku en aquel bar. Tal vez se pensaran que les habían echado droja en el colacao, y dar las apropiadas explicaciones era una tarea que le tocaría al bueno de Pericoff.
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- Tranquilo, sería inhumano privar a tantas niñas de su padre. -Panzacoff ya se había metido en el pequeño aseo para arreglarse, y el agua enturbiaría sus voces-. Solo mantendré encadenado al perro mientras se desenvuelven los preparativos, pero no puedo dejar que lo sepa. Al fin y al cabo es toda mi fuerza de negociación, y el Servicio Secreto no se ha hecho un respetable nombre matando niñas.
En efecto, el Servicio Secreto hacía muchas más cosas, normalmente legales o al menos no diametralmente opuestas a la ley. Era un equipo de gestión de capitales, un servicio de escolta y muchas otras cosas además de una red de contactos en el Bajo Mundo que repartía, desde el corazón de Arabasta, armas y drogas por igual. Lógicamente eran a veces relacionados con las drogas y las armas, pero nunca ningún hombre del Gobierno se había topado con miembros de semejante organización. Nadie sabía, al final del día, que Yarmin Prince era una víbora entre los arbustos. Nadie era consciente de que el Gobierno Mundial se enfrentaba a una enfermedad que lo consumía desde dentro con infame voracidad, lo cual debía reconocer que se debía más a la fruta que tenía que a su propia inteligencia. Con el tiempo y la confianza, había que admitir, se había vuelto vago. Debía trabajar en eso.
- Sí, tenemos trato -concedió mientras empezaba a sacar los papeles de cesión de beneficios, el contrato de compraventa de la hamburguesería y el sinfín de burocracia que tendría que rellenar Molotoff-. Ahora la haré entrar, no te preocupes. Es notaria de profesión.
Mientras terminaba de colocar todos los papeles en la mesa Chapatoff regresó. En ese momento hizo entrar a Bellatrix con una llamada a través del den den mushi, que abrió con seguridad y atravesó el umbral con toda la dignidad que su pelo alborotado y medio aplastado le permitía.
- ¿Todo listo? -preguntó al ver los papeles, tratando de ignorar lo que sucedía. Aunque miró a Ivan por un segundo, más desconcertada que otra cosa.
- Sí -contestaron al unísono el kyeskayo y él.
- Bien, de una parte Mihael Markov, representante del Servicio Secreto y del otro lado...
La burocracia continuó durante cerca de treinta y nueve interminables minutos antes de señalar a Ivan dónde debía firmar para conseguir su parte en un documento ya prediseñado donde lo único que faltaba era su nombre. Las condiciones estaban perfectamente estipuladas, dejando perfectamente claro que todo aquello estaba preparado de antemano. No era la primera vez, al fin y al cabo, que se enfrentaba a aquellos contratiempos. Y también estaba bien que su "primo" se diese cuenta de que eran profesionales de primera.
En efecto, el Servicio Secreto hacía muchas más cosas, normalmente legales o al menos no diametralmente opuestas a la ley. Era un equipo de gestión de capitales, un servicio de escolta y muchas otras cosas además de una red de contactos en el Bajo Mundo que repartía, desde el corazón de Arabasta, armas y drogas por igual. Lógicamente eran a veces relacionados con las drogas y las armas, pero nunca ningún hombre del Gobierno se había topado con miembros de semejante organización. Nadie sabía, al final del día, que Yarmin Prince era una víbora entre los arbustos. Nadie era consciente de que el Gobierno Mundial se enfrentaba a una enfermedad que lo consumía desde dentro con infame voracidad, lo cual debía reconocer que se debía más a la fruta que tenía que a su propia inteligencia. Con el tiempo y la confianza, había que admitir, se había vuelto vago. Debía trabajar en eso.
- Sí, tenemos trato -concedió mientras empezaba a sacar los papeles de cesión de beneficios, el contrato de compraventa de la hamburguesería y el sinfín de burocracia que tendría que rellenar Molotoff-. Ahora la haré entrar, no te preocupes. Es notaria de profesión.
Mientras terminaba de colocar todos los papeles en la mesa Chapatoff regresó. En ese momento hizo entrar a Bellatrix con una llamada a través del den den mushi, que abrió con seguridad y atravesó el umbral con toda la dignidad que su pelo alborotado y medio aplastado le permitía.
- ¿Todo listo? -preguntó al ver los papeles, tratando de ignorar lo que sucedía. Aunque miró a Ivan por un segundo, más desconcertada que otra cosa.
- Sí -contestaron al unísono el kyeskayo y él.
- Bien, de una parte Mihael Markov, representante del Servicio Secreto y del otro lado...
La burocracia continuó durante cerca de treinta y nueve interminables minutos antes de señalar a Ivan dónde debía firmar para conseguir su parte en un documento ya prediseñado donde lo único que faltaba era su nombre. Las condiciones estaban perfectamente estipuladas, dejando perfectamente claro que todo aquello estaba preparado de antemano. No era la primera vez, al fin y al cabo, que se enfrentaba a aquellos contratiempos. Y también estaba bien que su "primo" se diese cuenta de que eran profesionales de primera.
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Echó un vistazo evaluador a la notaria de Mihael, sosteniéndole la mirada. Había sido lo bastante fuerte de voluntad como para resistirse a su haoshoku cuando lo liberó en general, pero no cuando lo concentró sobre ella. Estaba claro que era más que una burócrata de una organización de limpiadores. ¿También haría de agente de campo? ¿Guardaespaldas de Misha-Misha? Quién sabe. Dejó de darle vueltas al tema y atendió a la exposición del contrato con mucho cuidado y deteniéndose a leer cada apartado. Aunque enrevesado, se las apañó para descifrar los apartados más complejos del texto legal. Al menos las partes que le influían a él, claro está, aunque tampoco descuidó la explicación del resto. Tal vez debería dedicar un tiempo a leer algún manual de Derecho que no fuese demasiado ladrillo... si es que eso era posible. Al fin y al cabo iba a gobernar una ciudad.
- Todo correcto - dijo, una vez se hubo cerciorado de que todo estaba de acuerdo a sus intereses y a lo hablado. Sacó la pluma que le había quitado al criminal Ugetsu Asari, la entintó y firmó con un trazo elegante. Había sido un rato bastante largo y tedioso, y ya había dado tiempo a que todos los clientes y empleados despertaran, a que los primeros se marcharan del local y llegase una nueva remesa de corderitos. Se estiró para desentumecerse un poco y tras limpiarla, guardó la pluma en su estuche. Por un momento pensó en ofrecerle formalizar su trato con unas copas como tenía por tradición hacer, pero ya le había dejado colgado cuando le tendió la mano. Por su parte con aquella firma quedaba todo arreglado.
- Aclararemos el lugar de la primera entrega en dos semanas por Den Den Mushi - miró a su primo y le tendió un papel con su número - Esto será todo por hoy.
Se despidió con un gesto de la mano y salió por la puerta de la trastienda a un patio de luces. Tras cerrar y asegurarse de que nadie le miraba, activó el mimetismo de su abrigo y salió volando hacia los cielos. Menudo día tan raro; primero había estado casi a punto de amenazarlo de muerte, luego pasaron a medirse las pollas y al final terminaban firmando tan tranquilamente un trato de negocios. Su primo era bueno en lo que hacía, eso tenía que concedérselo. No sólo se había librado de su ira por causar un disturbio que podía haber sido letal para sus planes, sino que se las había arreglado para salirse totalmente con la suya.
- Zorro astuto...
- Todo correcto - dijo, una vez se hubo cerciorado de que todo estaba de acuerdo a sus intereses y a lo hablado. Sacó la pluma que le había quitado al criminal Ugetsu Asari, la entintó y firmó con un trazo elegante. Había sido un rato bastante largo y tedioso, y ya había dado tiempo a que todos los clientes y empleados despertaran, a que los primeros se marcharan del local y llegase una nueva remesa de corderitos. Se estiró para desentumecerse un poco y tras limpiarla, guardó la pluma en su estuche. Por un momento pensó en ofrecerle formalizar su trato con unas copas como tenía por tradición hacer, pero ya le había dejado colgado cuando le tendió la mano. Por su parte con aquella firma quedaba todo arreglado.
- Aclararemos el lugar de la primera entrega en dos semanas por Den Den Mushi - miró a su primo y le tendió un papel con su número - Esto será todo por hoy.
Se despidió con un gesto de la mano y salió por la puerta de la trastienda a un patio de luces. Tras cerrar y asegurarse de que nadie le miraba, activó el mimetismo de su abrigo y salió volando hacia los cielos. Menudo día tan raro; primero había estado casi a punto de amenazarlo de muerte, luego pasaron a medirse las pollas y al final terminaban firmando tan tranquilamente un trato de negocios. Su primo era bueno en lo que hacía, eso tenía que concedérselo. No sólo se había librado de su ira por causar un disturbio que podía haber sido letal para sus planes, sino que se las había arreglado para salirse totalmente con la suya.
- Zorro astuto...
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Contuvo la sonrisa mientras Ivan firmaba. Era un criminal buscado y firmaba alegremente los papeles de un desconocido. No había nada raro en ellos, pero iba a amortizar mucho esa firma cuando aprendiese a falsificarla. Además, por la cómoda cantidad de cinco millones iba a tener tranquilidad mientras el Servicio Secreto se enriquecía a manos llenas. Y más dinero para su organización suponía un crecimiento cada vez mayor de su ya nutrido ejército, mejores condiciones para los sacos de esperma y una mayor cantidad de médicos e investigadores para pronto poder autoabastecerse.
- Princesa, si no te importa llama al Rey. Que prepare el encargo.
Se volvió hacia el mafioso, que apretaba los puños con furia y prácticamente limaba sus dientes al chocarlos. Sin embargo no lo miraba y trataba de mantenerse en una pose servil. Le daba mucha pena cuando alguien de pronto parecía haber perdido la llama de la esperanza, pero le divertía la rabia contenida y el rencor a punto de explotar.
- ¿Lo ves, amigo mío? Ese hombre va a ser un socio mucho mejor de lo que tú jamás hubieses sido -le dijo con una sonrisa de oreja a oreja-. Intenté razonar, no quería que sufrieses un mal acuerdo, e incluso cuando te negaste simplemente intenté introducirme poco a poco sin darte problemas... Pero tú no querías ganar dinero, ni siquiera más poder, solo satisfacer un ego estúpido, ¿verdad? Nadie te iba a dar dinero, te lo ibas a ganar tú; por eso atacaste, por eso has decidido enfrentarte a quien no debías. Bien. No pasa nada.
Posó su mano sobre él y el brillo azul del serv chocó instantáneamente contra Sergei. Sus manos se relajaron y por un momento la mirada se le perdió en el vacío.
- Vas a coger este den den mushi y a llamar a todos tus consejeros. Particularmente quiero que todos los que te auparon a negar mi presencia aquí estén presentes en no más de una hora desde ya.
Derakai se resistió por un momento, pero terminó llamándolos a todos. Yarmin tenía claro que, si bien necesitaba al gordo vivo, ninguno de los demás tenía por qué terminar la noche que quedaba por delante.
- Cuando todo esté listo avísame -instó a su compañera, y cerró de un portazo al salir.
Dark Dome era ahora su aliada.
- Princesa, si no te importa llama al Rey. Que prepare el encargo.
Se volvió hacia el mafioso, que apretaba los puños con furia y prácticamente limaba sus dientes al chocarlos. Sin embargo no lo miraba y trataba de mantenerse en una pose servil. Le daba mucha pena cuando alguien de pronto parecía haber perdido la llama de la esperanza, pero le divertía la rabia contenida y el rencor a punto de explotar.
- ¿Lo ves, amigo mío? Ese hombre va a ser un socio mucho mejor de lo que tú jamás hubieses sido -le dijo con una sonrisa de oreja a oreja-. Intenté razonar, no quería que sufrieses un mal acuerdo, e incluso cuando te negaste simplemente intenté introducirme poco a poco sin darte problemas... Pero tú no querías ganar dinero, ni siquiera más poder, solo satisfacer un ego estúpido, ¿verdad? Nadie te iba a dar dinero, te lo ibas a ganar tú; por eso atacaste, por eso has decidido enfrentarte a quien no debías. Bien. No pasa nada.
Posó su mano sobre él y el brillo azul del serv chocó instantáneamente contra Sergei. Sus manos se relajaron y por un momento la mirada se le perdió en el vacío.
- Vas a coger este den den mushi y a llamar a todos tus consejeros. Particularmente quiero que todos los que te auparon a negar mi presencia aquí estén presentes en no más de una hora desde ya.
Derakai se resistió por un momento, pero terminó llamándolos a todos. Yarmin tenía claro que, si bien necesitaba al gordo vivo, ninguno de los demás tenía por qué terminar la noche que quedaba por delante.
- Cuando todo esté listo avísame -instó a su compañera, y cerró de un portazo al salir.
Dark Dome era ahora su aliada.
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