La Mercancía Secreta [Raion, Mitch]

Raion llevaba bastante poco tiempo en libertad, y aunque sus heridas físicas ya estaban curadas las internas aún no estaban cerca de cicatrizar. La vida en el North Blue estaba resultando muy tranquila, aunque imaginaba que eso estaba a punto de cambiar. Decidido a aprovechar lo único que sabía con certeza que se le daba bien para ganarse la vida, al menos hasta ser lo suficientemente fuerte para vengarse de su antiguo amo, se inscribió en el gremio de cazarrecompensas. Si algo sabía era que en el mundo sobraban delincuentes, y cobrar las recompensas ofrecidas por sus cabezas era una muy buena forma de vida para alguien como él. Tal vez la mejor a la que podía optar.

Aún no se había topado con nadie que estuviese en busca y captura, pero eso no quería decir que no buscase otros trabajos. Como por ejemplo la oferta que había leído un par de días antes. Un trabajo de seguridad privada, escoltando un cargamento transportado en un velero para evitar que fuese atracado antes de llegar a su destino. La capitana del navío ofrecía una considerable suma de dinero a quien se hiciese cargo de que las mercancías llegase sanas y salvas, protegiéndolas de cualquier posible intento de robo o destrucción.

El león se presentó en el puerto dispuesto a cumplir con su cometido tras haber contactado con la navegante. Mientras embarcaba recibió la noticia de que no iría solo. Al parecer otro chico joven se había apuntado también a la misión de proteger la misteriosa mercancía.

Era una mañana sombría en el mar del norte. Las aguas bravas mecían con demasiada fuerza el barco que estaba amarrado al muelle. Era un velero de pequeñas dimensiones, de apenas quince metros de eslora, con una única vela y, en la parte trasera, una turbina. La capitana Sunshine esperaba en el puerto, junto a tres de sus hombres. Allí también se encontraba un extraño ser, un león capaz de caminar sobre dos piernas. ¿Sería uno de tantos usuarios de frutas del diablo? ¿O se trataría de otro tipo de especie humanoide como los gyojins? No lo sabía, pero tampoco le importaba mucho. Solo quería cobrar y poco más.

—Un tercio por adelantado, ¿verdad? —le dijo Mitch, mirando a la capitana.

—No es eso a lo que acordamos la otra noche, señor Buerganor —le respondió.

Mitch sonrió, y se adelantó para cruzar la pasarela, pasando al lado de la señorita Sunshine.

—Espero que cumpla su palabra.

Tiempo después, con ligeras dificultades, el barco zarpó. Si hubiera tenido que elegir él el día para embarcarse, posiblemente, habría escocido otro. Miró por la borda, y el mar parecía que quería tragarse el velero. Sobre el barco apenas había tripulantes. La capitana, sus tres hombres, el león bípedo y él. Se apoyó sobre el mástil y se sentó.

—¿Tú eres un usuario o eres de alguna especie autóctona de algún lugar recóndito del mundo? —le preguntó al león—. Mi nombre es Mitch, a todo esto.

Poco después de zarpar, un humano con un pelo que llamaba la atención por sus curiosas formas se acercó a él y en tono desenfadado e informal le preguntó por su aspecto. Raion no se ofendió lo más mínimo. Sabía que los mink eran una auténtica rareza y que muchos humanos incluso ignoraban su existencia, y estaba acostumbrado a despertar su curiosidad. Con voz calmada y gesto serio, el león respondió:

- Soy un mink león.

Se quedó mirando durante unos segundos al chico, que aparentaba más o menos su misma edad. Este continuó mirándole, como esperando que la respuesta del león continuara. Finalmente, escasos segundos después, el cazarrecompensas suspiró y retomó la palabra:

- Mi nombre es Raion, y he sido contratado por la Capitana Sunshine para defender este barco y las mercancías que transporta hasta que lleguemos a puerto.

Y dicho esto volvió a fijar su vista en el horizonte, perdiéndose en la inmensidad del mar a la espera de que el viaje terminase o de que algún otro navío se acercara.

—¿Un Mink? —preguntó, extrañado. Era la primera vez que escuchaba algo como eso. En el mar del norte, al menos en su isla natal, todos eran seres humanos, quizás algún humano amorfo con piernas o el cuello largo, pero gente normal, a fin de cuentas. Su nombre resultó ser Raion, y era de pocas palabras. Por su gesto era serio, distante y, en apariencia, triste.

Ninguno de los dos dijo nada más. Mitch se estiró en el suelo del barco, que se tambaleaba de vez en cuando, hasta que escuchó un pequeño crujido que le dio cierto estado de satisfacción y gozo. En su infancia le habían dicho que estirarse no era bueno, pero le daba igual, él se sentía bien cuando lo hacía. Entonces, el barco dio otro movimiento brusco, pero no fue fluido, sino como si chocara con algo.

—¿Habéis pillado algún arrecife de por medio? —preguntó en voz alta. Y entonces, unos enganches se acoparon a la baranda del velero. Eran unos garfios de hierro con cuerdas, y procedían de un costado.

Se levantó con rapidez, y observó que estaban siendo abordados desde un submarino. Se acercó, katana en mano, y cortó una de las cuerdas, pero ya era tarde. Cinco hombres habían abordado el barco, y en el submarino esperaban algunos más.

—No tenéis nada que hacer —dijo uno de ellos—. Entregad las armas y el cargamento, y prometo que nadie saldrá herido.

Mitch miró a la capitana, estaba apuntando a uno de los hombres con un mosquete, mientras que uno de sus tripulantes apuntaba a los otros dos con extrañas armas de filo.

—Así que teníamos el enemigo dentro… —comentó Mitch, mostrando una sonrisa—. Que típico.

El barco tembló bruscamente, como si hubiese chocado contra alguna clase de barrera. Raion desenvainó su arma y oteó el horizonte, pero no fue capaz de ver nada. Tan solo el mar, exactamente igual que segundos antes, extendiéndose hasta el lejano horizonte. Hasta que una extraña máquina emergió de las aguas para justo después lanzar varios garfios que se engancharon en la borda. ¿Qué clase de ingenios escondía el mundo? El mink nunca había imaginado que existiese un vehículo capaz de navegar bajo el mar como los peces.

No tuvo mucho tiempo para divagar acerca de las maravillas de los mares, ya que pronto cinco hombres habían abordado su navío y uno de los subordinados de la capitana había mostrado ser en realidad un infiltrado de aquellos... ¿piratas? Si, debían de ser piratas, si no no llevarían una calavera pintada en su extraño vehículo.

El león, con un feroz rugido de emoción ante el inminente combate, se abalanzó sobre dos de los enemigos blandiendo su arma con la mano derecha. Atacó con fuerza, haciendo que uno de ellos se viese obligado a retroceder varios metros ante su embate. Sin embargo el otro aprovechó su movimiento para contraatacar, estando más cerca de alcanzar al mink de lo que a este le habría gustado. Los choques de armas continuaron, el peculiar instrumento de batalla de Raion contra las espadas de los dos asaltantes. Parecía que nadie tomaba la delantera con claridad, pues aunque el león exhibía gran fuerza y fiereza el hecho de que sus oponentes fuesen dos hacía que estuviera pasando bastantes apuros para no ser herido.

Tras un ataque descendente que casi consigue desarmar a uno de sus rivales, el cazarrecompensas se dio cuenta demasiado tarde de que había dejado demasiado expuesto su costado izquierdo. El otro de ellos no tardó en darse cuenta y aprovecharlo para descargar un veloz golpe con su espada. El león, sin opciones de esquivar el golpe, utilizó el poder que recientemente había descubierto que su voluntad poseía para cubrir su brazo izquierdo con una invisible armadura y tratar de pararlo. Sin embargo aunque su improvisada defensa contuvo parte del ataque no fue suficiente para detenerlo por completo, y la fría hoja se hundió un par de centímetros en su carne.

El león bípedo no tardó en atacar a los que se pusieron más cerca de él. Era una bestia parda, podría decirse que daba hasta miedo. Mitch observaba la complejidad de la situación en la que se encontraba. Tenía dos opciones, luchar para vivir o escapar con la mercancía aprovechando la contienda para venderla por su cuenta al mejor postor. Si daban tanto dinero por protegerla era porque su valor era, como mínimo, cinco veces superior. Sin embargo, en aquel velero no había botes con el que escapar, así que tendría que luchar si quería robar.

Mitch llevó la mano al mango de su espada, desenfundándola lentamente mientras caminaba hacia el lugar donde estaba el traidor que apuntaba a los tripulantes. Se fijó en que sus manos no temblaban ni un ápice mientras sujetaba dos dagas con una especie de cañón dentro, algo así como una pistola-cuchillo, algo muy raro. En el rostro del joven criminal se podía vislumbrar una sonrisa.

—Yo soy y soltaba tus armas —le dijo, mientras apoyaba la katana sobre su hombro.

—¡Cállate! —le dijo, accionando el gatillo de sus extrañas pistolas sin dejar de apuntar a los marineros—. ¡Suelta tú tu espada!

—Tres…, dos…, uno…

Y agitó su espada hacia adelante, lanzando una onda cortante gélida como el aire de las frías montañas de Drum, que avanzó rápidamente y cortó el brazo del traidor. Al suceder eso, gritó desoladamente y apuntó a Mitch, disparando. Casi por instinto, Mitch se echó a un lado y se impulsó hacia su agresor, clavándole la katana en el hombro, retorciéndola mientras lo miraba a los ojos.

—Te advertí que soltaras las armas —tras eso, se alejó y de un giro le cortó la cabeza—. Y a mí se hace caso —culminó diciendo.

Cuando quiso darse cuenta, el velero había sido invadido por más personas. Habñia un total de diez, por todos lados. El león continuaba dándolo todo, pero si quería salir de allí vivo tendría que acabar con eso de un solo ataque.

"Espero no tener que usar eso..." —pensó, mientras la capitana disparaba con su rifle a varios de los invasores.

Pese al dolor el mink lanzó su puño contra el agresor que, aún con su espada terminando el movimiento que había herido al cazarrecompensas, no tuvo tiempo de reaccionar. La enorme extremidad, rodeada por la invisible armadura creada por su fuerza de voluntad, golpeó la mandíbula del pirata. Se oyó un crujido que, al menos en la experiencia del felino, no podía significar otra cosa que una fractura ósea mientras el hombre caía al suelo, completamente aturdido.

Raion se puso entonces frente al otro y pasó a la ofensiva ahora que se hallaba en igualdad numérica. Cubriendo su arma con la misma armadura transparente atacó una y otra vez, pero su oponente consiguió evitar o bloquear todos sus embates hasta que uno de ellos logró quebrar el filo de su espada. Tal vez aquella extraña armadura fuese más útil de lo que parecía. Una vez desarmado su enemigo no pasó demasiado tiempo hasta que un ataque del león le acertó de lleno entre el cuello y el hombro derecho, matándole en el acto.

El mink corrió hacia el resto de asaltantes, cuyo número había aumentado hasta diez, aunque entre los dos de los que se había deshecho y el que había eliminado el tal Mitch ya solo quedaban siete. Y entre ellos destacaba uno que portaba un sombrero negro con la misma calavera que adornaba la pared de su extraño vehículo subacuático.

- Ese parece el capitán. - Indicó al otro mercenario mientras su rostro adoptaba una expresión salvaje. - Yo me encargo de él, tú ocúpate de los otros.

La capitana parecía muy nerviosa. “¿Qué clase de mercancía llevaba para que intentaran robarla de esa manera?” —Se cuestionó el joven criminal—. “¿Y si tenían un submarino y gente infiltrada porque no hacer un agujero en el casco y robar la mercancía durante la noche?” —continuó discerniendo en su mente. Hubiera sido más fácil y sencillo, al menos desde su perspectiva como intento de ladrón.

—Esto no entraba en los planes, capitana —le dijo Mitch, sin quitar el ojo Raion.

Aquel extraño león se desenvolvía muy bien en combate, quizá demasiado para el gusto de Mitch. Era una bestia parda que parecía poder arrasar con todo lo que se encontraba de frente, y si Mitch no quería ser carne para felinos de gran tamaño sería mejor que tuviera cuidado si finalmente se decidía a intentar robar la mercancía. Y por si fuera poco había cogido el mando de líder.

—Sí, sí —le dijo Mitch, al recibir una orden suya—. Yo me encargo del resto, mientras tú luchas contra su jefe. “Y si te matan, pues a otra cosa mariposa” —culminó diciendo para sus adentros, mientras clavaba su mirada sobre los individuos que estaban gruñendo y berreando como gañanes.

La capitana volvió a disparar, pero esa vez apunto a la cabeza de uno de los asaltantes, cuyo cuerpo cayó por la borda al estar cerca de la baranda. Sus compañeros la miraron con odio, una ira que solo es capaz de sentir aquel que ha perdido un ser querido. Él lo había visto antes, aunque no lo había experimentado en primera persona; de momento. Descendió hasta la cubierta de nuevo, bajando los escalones, mientras su espada iba tornándose de un color muy brillante. Uno de los bandidos le ataco de frente, algo que aprovechó Mitch para echarse ágilmente hacia un lado, girando sobre su propio eje central, y colocándose tras su enemigo.

—Mala suerte la tuya —le dijo, para después clavarle su espada con fuerza.

Tras sacarla se puso frente al resto de maleantes. La capitana había disparado a otro, pero esta vez en el hombro. Mantenía lejos del timón a los enemigos, dejándolos en la parte delantera del barco. Mitch sabía que la unión hacía la fuerza, pero tenía un as en la manga. Su espada continuaba brillando, pero de pronto dicho brillo se fue para la parte superior de la misma, acumulándose en su punta. Inmediatamente después, Mitch comenzó a dar una estocada tras otra al aire, apuntando a sus enemigos, hasta hacer un total de quince. No empleó mucha fuerza, pero si la suficiente para que cada estocara al aire se convirtiera en unas punzantes ondas de energía espiritual capaces de atravesar la carne humana sin problema alguno.

Los bandidos cayeron al suelo, desangrándose, mientras Raion continuaba luchando contra el jefe de aquella bandada de inútiles.

El felino comenzó a acosar al jefe de la banda con sus ataques, golpeando una y otra vez tanto con su arma como con las piernas y su puño libre. Este se defendía de forma eficaz, interponiendo su espada o evitando los ataques del mink. Su expresión traducía una gran concentración en el combate, así como una profunda rabia. Esta probablemente se debiera a que no esperaba encontrar tanta resistencia en un simple navío mercante, aunque también podía tener algo que ver el hecho de que sus hombres siguiesen cayendo uno tras otro como moscas.

Cubriendo su arma de electricidad Raion lanzó un nuevo tajo oblicuo que el pirata, haciendo gala de unos grandes reflejos, evitó con un salto en diagonal que le colocó en el costado del león. Atacó con su espada, y este, demasiado cerca como para evitarlo, se desvaneció en el aire. En su forma elemental poseía gran libertad, siendo capaz de moverse en aquellos espacios abiertos casi a su antojo. Se situó a la espalda del capitán y, antes de que este pudiese darse la vuelta para hacerle frente, descargó un tajo horizontal sobre él con todas sus fuerzas que estuvo a punto de partir a su enemigo en dos.

Cansado por la intensidad de la batalla el león miró a su alrededor. El tal Mitch había conseguido herir de gravedad a cinco de los seis corsarios restantes, mientras que el otro había sido alcanzado por un disparo. Viendo que al fin la encarnizada batalla había llegado a su fin el cazarrecompensas guardó su arma antes de dirigirse hacia donde se encontraban el resto de pasajeros del barco.

- Buen combate. - Felicitó a Mitch por su desempeño con una ligera sonrisa. - No he podido ver cómo te has deshecho de esos cinco porque estaba demasiado ocupado con el capitán, pero me ha sorprendido que acabases con tantos en tan poco tiempo. No esperaba encontrarme otro vigilante a sueldo tan poderoso.

A decir verdad tampoco esperaba que una tripulación pirata asaltase el barco, por lo que había sido muy buena cosa que hubiera alguien como Mitch a bordo. La capitana parecía ahora notablemente más relajada, con sus mercancías al fin fuera de peligro. Sin embargo no había parecido sorprenderla demasiado que intentasen robársela de forma tan violenta. ¿Por qué? ¿Qué era lo que transportaba que tan secreto y valioso era?

La encarnizada batalla que el león estaba manteniendo comenzaba a desplazarse hacia el lugar donde se encontraba Mitch, que no tardó en dar una pequeña carrerita y alejarse de ellos; situándose al lado de la capitana. El aprendiz de maleante no era muy dado a las batallas, es más, intentaba evitarlas siempre que podía. ¿Para qué luchar si podía huir? Sin embargo, pese a eso, no era una persona que se desenvolviera mal en combate. Su compañero en aquel trabajo se volvió translúcido durante un momento, algo que lo impactó de golpe.

“Así que un logia…” —se dijo, mostrando una pequeña sonrisa—. “Que interesante”

Al cabo de un rato, Raion había acabado con su contrincante. Mitch miró a la capitana, que parecía satisfecha por lo ocurrido. Guardó su arma, y me dejó al timón durante un instante.

—Mantelo recto, ¿entendido? —me ordenó.

—Por voy a cobrarte un suplemento —le dijo.

Entretanto, el león le felicito por el trabajo.

—Sí. No ha estado mal —le respondió—. Tú estás hecho una fiera, espero no tener que ponerme nunca en tu camino.

Mitch le guiñó un ojo, haciendo una mueca parecida a una sonrisa. Si era sincero tenía miedo de tener que enfrentarse a una bestia como aquella en un futuro. “Que seres tan terribles existen en el mundo”, se dijo. Hacía poco que había salido de su isla natal, y entre gente amorfa con brazos y piernas largas y animales parlantes estaba un poco asustado.

La capitana salió del interior del barco con varios metros de cuerda.

—Atémosles —ordenó—. Los entregaremos cuando lleguemos a nuestro destino.

—Yo no sé hacer nudos eficientes, capitana —se excusó Mitch, para no tener que estar haciendo el tonto atando piratas—. Hágalo mejor usted.

El comportamiento del chico al que habían contratado junto a él para proteger el navío era peculiar, tan directo y cercano. En parte su simpatía le gustaba, pero también le hacía sentir un poco incómodo, ya que para él no resultaba natural desenvolverse con tanta facilidad conversando con un completo desconocido. Así que cuando le guiñó el ojo Raion se limitó a asentir antes de dirigirse a una de las esquinas de cubierta y sentarse allí.

Poco después la capitana apareció nuevamente portando varios metros de cuerda. Aclaró que debían atar a los criminales, a lo que Raion, asintiendo, se dispuso a ayudar. No era el mayor especialista en nudos, pero era mejor colaborar que permanecer sin nada que hacer el resto del viaje.

Mientras trabajaba junto a la capitana y sus hombres en aquella tarea el león comenzó a pensar en las maravillas que había visto desde que abandonara las tierras de su antiguo amo y saliese al mar convertido en un mink libre. Desde personas con poderes tan peculiares como el suyo hasta vehículos que eran capaces de desplazarse por las profundidades del mar en lugar de sobre la superficie, cosas que durante su vida como esclavo jamás hubiese imaginado que pudieran existir continuaban apareciendo ante sus ojos, cada vez con mayor frecuencia. Y algo le decía que todo aquello no tenía comparación posible con lo que le esperaba, ya que apenas habían pasado unas semanas desde que consiguió su libertad. Desde el día que marcó un antes y un después en su vida. El día en que Dana fue asesinada.

El cazarrecompensas apretó inconscientemente los puños cuando aquella tragedia, todavía tan reciente, volvió de nuevo a ocupar la parte principal de su mente. Nunca la abandonaba del todo, pero en momentos como aquel en los que pasaba a un primer plano el dolor atenazaba su corazón como en el instante en que vio cómo su antiguo amo partía el cuello de su amada, y cómo su cuerpo sin vida caía al suelo. Recordaba la impotencia que sintió en aquel momento, incapaz de salvar a la mujer a la que tanto amaba.

El león continuó sumido en tan lúgubres pensamientos hasta que finalmente llegó el momento en el que a lo lejos, en el horizonte, comenzó a divisarse tierra firme. Parecía que el viaje tocaba a su fin, y que los dos hombres contratados a modo de seguridad podrían cobrar, merecidamente además, su ansiado pago.

Lo cierto era, y fue algo que pudo comprobar el joven Buerganor durante el resto de la travesía, era que a la capitana no le gustaba que le llevaran la contraria ni que se incumplieran sus órdenes. Desde el momento en el que Mitch se había negado a atar a aquellos asaltantes, sus miradas de inquina y mala leche eran comunes. Su tono de voz cambiaba de uno dulce y maternal cuando se dirigía al León, a uno más severo y mordaz se dirigía a él. Eso le hacía mucha gracia al aprendiz de criminal, que siempre le respondía con una sonrisa.

El contrato que le vinculaba con aquel barco era el de custodia y protección, y eso era lo único que iba a hacer. Pero era una verdad como un templo que no se le daba bien hacer nudos, aunque también era verdad que hacía muchos años que no probaba a realizar uno. ¿Cómo era? Se preguntaba, intentando recordar las palabras de su madre: “Hacemos una cruz y después doblamos hasta tener dos conejitos que quieren entrar en su madriguera porque hacer frío y tienen sueño, así que le damos la vuelta entre sí…, y juntos a la madriguera a dormir”. Suspiraba de nostalgia cada vez que recordaba esa maldita frase, y era incapaz de no pensar como hubiera sido su vida si su maldito primo no la hubiera liado hasta el punto de arruinar a la familia.

Los dos días transcurrieron, y desembarcaron en un lugar cuyo nombre no recordaba. Espero hasta que la capitana le entrego su recompensa. Se despidió de Raion, y se fue de allí en busca de una taberna en la que encontrar otro trabajito.