Abigail Mjöllnir
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Que entretenido estaba siendo viajar por el North Blue. Había tenido bastante suerte aunque, para qué mentir, sus relajados viajes eran fruto de una cuidadosa planificación fruto de sus dotes como navegante. Esta vez el mar la había traído una isla pequeñita, no tanto como la de su convento pero no estaba demasiado lejos. Amarró su pequeña nave en el puerto y se acercó al pueblo, que estaba organizando su mercado, como todos los días para poder ganarse el pan.
Abigail miró con curiosidad los puestos, interesándose bastante en el de las verduras por los tomates tan bonitos que tenían, de hecho, compró un par para ir comiendo algo. Entonces se percató de que uno de los puestos estaba totalmente vacío.
—Echo en falta algo de pescado, ¿es lo que venden en ese puesto vacío? —preguntó, manoseando los tomates que tenía en las manos para distraerse.
—Ah, sí, es el puesto del viejo Tsugumu, está accidentado y no puede pescar, así que no tiene nada que vender. Solo podemos ayudarle en sus tareas domésticas, no tenemos tanto tiempo como para ayudarle a pescar —informó el hombre de la verdulería, un señor con una barba corta y una bandana en la frente con el dibujo de una lechuga.
Abigail se quedó pensativa por unos segundos. Le dio un bocado a uno de los tomates y continuó pensando mientras los saboreaba.
—¿Dónde vive ese anciano? Me gustaría prestarle mi ayuda —acabó diciendo, y continuó devorando uno de los tomates. Era obvio que el anciano necesitaría ayuda para poder subsistir mientras recuperaba. Con un par de indicaciones la monja pudo llegar hasta la casa del anciano, un hogar humilde sin lujos, justo como Dios mandaba.
Llamó a la puerta. Nada. Volvió a llamar. Nada.
—¿Hay alguien en casa?
—¡Me he roto la pierna! ¿cómo quieres que baje a abrir? Está abierto.
Ah, las personas mayores. Esta en concreto le recordaba a su Madre Superiora, podría gestionarlo bien. Abrió la puerta y pasó dentro, cerrando tras ella pero sin cerrar la puerta del todo, la dejó justo como la había encontrado. Avanzó por un pequeño pasillo y giró a la izquierda, donde había oído la voz del anciano. Allí estaba, sentado, con la pierna escayolada y en alto.
—Oh, por el amor del cielo, ¿una monja? ¡ya le dije al lechuguero ese que no voy a morirme!
—No, no, se le ve con mucha energía. Me ha contado que no puede salir a pescar, y pensé en ayudar.
—Hm. Mira, vamos a hacer una cosa. Te presto el equipo y los cubos. De lo que me traigas tú te quedas con la mitad y la otra mitad la vendo para mis gastos. Eso y un regalo sorpresa. ¿Te parece bien?
Abigail asintió con la cabeza y siguió las indicaciones del viejo para recoger todo el equipo, desde una de las cañas de pescar hasta los cubos para meter los peces, pasando por los cebos y todo lo demás. Salió de allí con todo el equipo y se dirigió al lugar en el que solía pescar el anciano, que por lo que le había dicho estaba...
—Aquí es —dijo cuando llegó al lugar indicado. La primera pista fue la pequeña cabaña de pesca, probablemente propiedad del viejo. Ya tendría tiempo para examinarla luego, sería mejor que empezara cuanto antes, tenía un largo día por delante. De momento agarró uno de los taburetes tras la cabaña, se sentó junto al mar y desplegó el equipo.
Tras poner el cebo lanzó la caña al mar. Ahora solo quedaba esperar.
Abigail miró con curiosidad los puestos, interesándose bastante en el de las verduras por los tomates tan bonitos que tenían, de hecho, compró un par para ir comiendo algo. Entonces se percató de que uno de los puestos estaba totalmente vacío.
—Echo en falta algo de pescado, ¿es lo que venden en ese puesto vacío? —preguntó, manoseando los tomates que tenía en las manos para distraerse.
—Ah, sí, es el puesto del viejo Tsugumu, está accidentado y no puede pescar, así que no tiene nada que vender. Solo podemos ayudarle en sus tareas domésticas, no tenemos tanto tiempo como para ayudarle a pescar —informó el hombre de la verdulería, un señor con una barba corta y una bandana en la frente con el dibujo de una lechuga.
Abigail se quedó pensativa por unos segundos. Le dio un bocado a uno de los tomates y continuó pensando mientras los saboreaba.
—¿Dónde vive ese anciano? Me gustaría prestarle mi ayuda —acabó diciendo, y continuó devorando uno de los tomates. Era obvio que el anciano necesitaría ayuda para poder subsistir mientras recuperaba. Con un par de indicaciones la monja pudo llegar hasta la casa del anciano, un hogar humilde sin lujos, justo como Dios mandaba.
Llamó a la puerta. Nada. Volvió a llamar. Nada.
—¿Hay alguien en casa?
—¡Me he roto la pierna! ¿cómo quieres que baje a abrir? Está abierto.
Ah, las personas mayores. Esta en concreto le recordaba a su Madre Superiora, podría gestionarlo bien. Abrió la puerta y pasó dentro, cerrando tras ella pero sin cerrar la puerta del todo, la dejó justo como la había encontrado. Avanzó por un pequeño pasillo y giró a la izquierda, donde había oído la voz del anciano. Allí estaba, sentado, con la pierna escayolada y en alto.
—Oh, por el amor del cielo, ¿una monja? ¡ya le dije al lechuguero ese que no voy a morirme!
—No, no, se le ve con mucha energía. Me ha contado que no puede salir a pescar, y pensé en ayudar.
—Hm. Mira, vamos a hacer una cosa. Te presto el equipo y los cubos. De lo que me traigas tú te quedas con la mitad y la otra mitad la vendo para mis gastos. Eso y un regalo sorpresa. ¿Te parece bien?
Abigail asintió con la cabeza y siguió las indicaciones del viejo para recoger todo el equipo, desde una de las cañas de pescar hasta los cubos para meter los peces, pasando por los cebos y todo lo demás. Salió de allí con todo el equipo y se dirigió al lugar en el que solía pescar el anciano, que por lo que le había dicho estaba...
—Aquí es —dijo cuando llegó al lugar indicado. La primera pista fue la pequeña cabaña de pesca, probablemente propiedad del viejo. Ya tendría tiempo para examinarla luego, sería mejor que empezara cuanto antes, tenía un largo día por delante. De momento agarró uno de los taburetes tras la cabaña, se sentó junto al mar y desplegó el equipo.
Tras poner el cebo lanzó la caña al mar. Ahora solo quedaba esperar.
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El destino a veces suele jugar con las personas de manera bastante… curiosa. El día de hoy, podemos encontrar a nuestro pequeño herrero disfrutando de un paseo por un pueblo, que pese a no ser un lugar lleno de muchos lujos, las personas viven de manera humildes y siempre se les notaba muy felices. Pero eso no aplicaba en Tsugumu, el viejo gruñón. Un anciano que para su edad, se puede claramente notar que aún tiene bastante fuerza que derrochar, pero también se puede decir que lo que tiene de enérgico, lo tiene de gruñon.
- y ahora un chico… ¿es que nadie me puede dejar en paz? - decía el anciano mientras golpeaba la silla, claramente se encontraba de muy mal humor.
- Debería conservar la calma señor Tsugumu, enojarse es malo para la salud. He venido porque he oído que tiene algún que otro trabajo. Los chismes en este pueblo vuelan más rápido que las águilas.
- Si, tengo trabajo que darte pero vas ¡MUY RETRASADO! Una monja ha venido hace un rato y ya ha ido a cumplir con mi recado y no le vendría mal nada de ayuda. Hazlo y serás bien recompensado ¡PERO PARA AYER! Se encuentra en el lago, cuando llegues ya sabrás que hacer.
Y así fue como tras recibir las instrucciones del sargento cascarrabias, Alpha se puso en camino a la alberca. Aunque no se tratase de un trabajo que tenga que ver con la herrería, ser nómada le ha enseñado que el dinero extra nunca cae nada mal, y aunque fuera un trabajo que saliera de su zona de confort, si tenía la capacidad de hacerlo, no dudar.
Después de un rato de caminar, observo lo que claramente era una monja. Aunque hubo un momento durante la conversación con Tsugumu que Alpha, llego a pensar que el anciano estaba tomándole el pelo, pero al parecer no era mentira. Se acercó a la mujer tomando una distancia prudencial, no quería invadir su espacio personal. Era momento de presentarse, era momento de trabajar.
-Soy Alpha, encantado de conocerte. El señor Tsugumu me ha dicho que viniera a darte una mano.
- y ahora un chico… ¿es que nadie me puede dejar en paz? - decía el anciano mientras golpeaba la silla, claramente se encontraba de muy mal humor.
- Debería conservar la calma señor Tsugumu, enojarse es malo para la salud. He venido porque he oído que tiene algún que otro trabajo. Los chismes en este pueblo vuelan más rápido que las águilas.
- Si, tengo trabajo que darte pero vas ¡MUY RETRASADO! Una monja ha venido hace un rato y ya ha ido a cumplir con mi recado y no le vendría mal nada de ayuda. Hazlo y serás bien recompensado ¡PERO PARA AYER! Se encuentra en el lago, cuando llegues ya sabrás que hacer.
Y así fue como tras recibir las instrucciones del sargento cascarrabias, Alpha se puso en camino a la alberca. Aunque no se tratase de un trabajo que tenga que ver con la herrería, ser nómada le ha enseñado que el dinero extra nunca cae nada mal, y aunque fuera un trabajo que saliera de su zona de confort, si tenía la capacidad de hacerlo, no dudar.
Después de un rato de caminar, observo lo que claramente era una monja. Aunque hubo un momento durante la conversación con Tsugumu que Alpha, llego a pensar que el anciano estaba tomándole el pelo, pero al parecer no era mentira. Se acercó a la mujer tomando una distancia prudencial, no quería invadir su espacio personal. Era momento de presentarse, era momento de trabajar.
-Soy Alpha, encantado de conocerte. El señor Tsugumu me ha dicho que viniera a darte una mano.
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De momento no picaba nada, aunque veía a los peces moverse. Estaba en el sitio correcto, solo necesitaría algo de tiempo y paciencia. No tardó mucho en notar el primer tirón. Abigail agarró la caña y empezó a tirar mientras recogía la cuerda, y un par de segundos después el primer pez ya estaba colgando en el aire. «Con eso va uno... debería llevarle suficientes como para que pueda vender durante un día o dos» pensó, y también tenía que pensar cómo los conservarían. Sin embargo, no creyó que aquello fuera a ser mucho problema, si se dedicaba a venderlos era que él mismo tenía, puede que en su casa, una forma de conservar el pescado.
Se encogió de hombros, no valía la pena pensar en eso ahora. Además, si el resto del pueblo le estaba ayudando en sus tareas, seguramente sabrían qué hacer con todo el pescado que llevaran. Después de quitarse los guantes, guardarlos para que no se pringaran demasiado y meter el pez en el primer cubo volvió a empezar. Como antes, colocó el cebo. Y como antes, lanzó el anzuelo. Aquel trabajo le recordaba a la vida en el convento: tranquilo, silencioso, solo ella, Dios y la naturaleza.
Bueno, ella, Dios y otra persona más que apareció.
Se acercó un muchacho de aspecto joven, cabellera castaña larga y bastante más bajo que ella. Iba vestido con un poncho y unos vaqueros pero dado que ella misma llevaba un hábito no era quien para criticar el gusto vistiendo del jovencito. ¿También lo había mandado el mismo anciano? No lo culpaba, tenía que velar por su negocio y mandar a dos personas sería mejor que mandar solo a una, era una buena decisión, aunque eso significara que su parte de la recompensa también se dividiría.
—Abigail. E igualmente, joven —se presentó, procurando no dejar de prestar atención a la caña. Aún no se movía.
—En aquella cabaña de allí debería haber algo de material de repuesto, igual hay más cañas y cubos —dijo, girando el rostro para señalar con la cabeza la pequeña cabaña de pesca que tenían a unos metros —El cebo podemos compartirlo, hay mucho y no creo que llegue a gastarlo todo —notó entonces otro tirón de la caña, pero al recoger el hilo vio que el pez listillo se había llevado el cebo sin quedarse ahí.
Suspiró, no todo podía salirle bien. Ahora que lo pensaba, venía con las manos vacías, ¿el anciano no le había dicho nada?
—No sé si el señor Tsugumu te lo ha comentado, pero no puede venir a pescar. Creo que los vecinos le ayudarán a preparar su puesto de venta, pero tenemos que llevarle la mercancía —explicó brevemente por si había pillado al anciano de mal humor. Y bueno, que a nadie le venía mal un pequeño resumen.
Repitió el mismo proceso de nuevo. Colocar cebo, lanzar caña, esperar a que piquen. Siendo dos irían más rápido y menos mal, porque terminaría necesitando la ayuda.
Se encogió de hombros, no valía la pena pensar en eso ahora. Además, si el resto del pueblo le estaba ayudando en sus tareas, seguramente sabrían qué hacer con todo el pescado que llevaran. Después de quitarse los guantes, guardarlos para que no se pringaran demasiado y meter el pez en el primer cubo volvió a empezar. Como antes, colocó el cebo. Y como antes, lanzó el anzuelo. Aquel trabajo le recordaba a la vida en el convento: tranquilo, silencioso, solo ella, Dios y la naturaleza.
Bueno, ella, Dios y otra persona más que apareció.
Se acercó un muchacho de aspecto joven, cabellera castaña larga y bastante más bajo que ella. Iba vestido con un poncho y unos vaqueros pero dado que ella misma llevaba un hábito no era quien para criticar el gusto vistiendo del jovencito. ¿También lo había mandado el mismo anciano? No lo culpaba, tenía que velar por su negocio y mandar a dos personas sería mejor que mandar solo a una, era una buena decisión, aunque eso significara que su parte de la recompensa también se dividiría.
—Abigail. E igualmente, joven —se presentó, procurando no dejar de prestar atención a la caña. Aún no se movía.
—En aquella cabaña de allí debería haber algo de material de repuesto, igual hay más cañas y cubos —dijo, girando el rostro para señalar con la cabeza la pequeña cabaña de pesca que tenían a unos metros —El cebo podemos compartirlo, hay mucho y no creo que llegue a gastarlo todo —notó entonces otro tirón de la caña, pero al recoger el hilo vio que el pez listillo se había llevado el cebo sin quedarse ahí.
Suspiró, no todo podía salirle bien. Ahora que lo pensaba, venía con las manos vacías, ¿el anciano no le había dicho nada?
—No sé si el señor Tsugumu te lo ha comentado, pero no puede venir a pescar. Creo que los vecinos le ayudarán a preparar su puesto de venta, pero tenemos que llevarle la mercancía —explicó brevemente por si había pillado al anciano de mal humor. Y bueno, que a nadie le venía mal un pequeño resumen.
Repitió el mismo proceso de nuevo. Colocar cebo, lanzar caña, esperar a que piquen. Siendo dos irían más rápido y menos mal, porque terminaría necesitando la ayuda.
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La dama se presentó con Abigail, un nombre poco común, pero esos son los que dejan una huella bien marcada en la historia. Giro si cabeza. Observo la cabaña que estaba a unos cuantos pasos, de un diseño simple, pero en buen estado.
-Sí, he escuchado que el señor Tsugumu no puede hacer sus quehaceres, pero me he enterado por los lugareños. - dijo el pequeño de una manera relajada y despreocupada - Aunque no creo que al señor le guste demostrase como alguien débil, pero eso ya es cosa de su naturaleza.
Camino hacia la cabaña buscando el equipo que necesita para cumplir con la tarea. Tardo un poco en encontrar la caña y el cubo, puesto que dentro del lugar estaba un poco desordenado y Alpha se vio en la obligación de arreglarlo, detestaba el desorden, pero este no era muy uno grande, así que tardo unos cinco minutos a lo mucho.
- Disculpa la tardanza. - Dijo mientras se colocó a un lado de ella, aun guardando distancia - Tal vez esto te suene un poco tonto pero… es mi primera vez pescando, no tengo muy bien en claro como lanzar la caña o como colocar el anzuelo ¿sería descortés de mi parte pedir que hagas una demostración par mí?
Una sonrisa y una mirada amable vinieron después de esas palabras, y esa es una de las principales razones por la cual todos se sientes atraídos por Alpha.
-Sí, he escuchado que el señor Tsugumu no puede hacer sus quehaceres, pero me he enterado por los lugareños. - dijo el pequeño de una manera relajada y despreocupada - Aunque no creo que al señor le guste demostrase como alguien débil, pero eso ya es cosa de su naturaleza.
Camino hacia la cabaña buscando el equipo que necesita para cumplir con la tarea. Tardo un poco en encontrar la caña y el cubo, puesto que dentro del lugar estaba un poco desordenado y Alpha se vio en la obligación de arreglarlo, detestaba el desorden, pero este no era muy uno grande, así que tardo unos cinco minutos a lo mucho.
- Disculpa la tardanza. - Dijo mientras se colocó a un lado de ella, aun guardando distancia - Tal vez esto te suene un poco tonto pero… es mi primera vez pescando, no tengo muy bien en claro como lanzar la caña o como colocar el anzuelo ¿sería descortés de mi parte pedir que hagas una demostración par mí?
Una sonrisa y una mirada amable vinieron después de esas palabras, y esa es una de las principales razones por la cual todos se sientes atraídos por Alpha.
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Ya, bueno, el anciano era de armas tomar, pero no era nada que no se pudiera manejar bien. En su caso por años de tratar con una señora mayor con un carácter parecido.
El muchacho desapareció temporalmente, probablemente por estar buscando dentro de aquella cabaña, tardó unos cuantos minutos, tal vez cinco, igual había tenido que rebuscar un poco. De momento los peces no picaban... y menos mal, porque así podría concentrarse en mantener una pequeña conversación con el joven. Por lo que decía, sus dotes de pesca eran de completo principiante. No pasaba nada, podría darle una pequeña lección express.
En aquel momento otro de los peces picó. Antes de poder responderle, la religiosa volvió a repetir lo de antes: tiró con fuerza de la caña mientras recogía el sedal. Otro pez que quedó colgando de la caña, con ese ya serían dos piezas. Lo desenganchó del anzuelo cuando dejó de moverse y lo metió en el cubo, ahora sí podía darle las explicaciones que necesitara.
—Eso sería el último paso —dijo, segura de que lo había visto —. Ahora presta atención, vas a tener que mancharte las manos un poco —comentó, para luego poner entre ambos el recipiente con todo el cebo. Metió la mano y agarró uno de los gusanos que usaba de cebo mientras que con la otra acercó el sedal con el anzuelo.
—Tienes que hacerlo con cuidado y controlando el pulso, los anzuelos están muy afilados. Debes clavar el anzuelo en el cebo. Una cosa... — hizo gala de su pulso, el mejor de su convento, y clavó el anzuelo en el gusano a la primera. Ahí estaba el poder del pulso de una tiradora, tenía un sinfin de usos.
—Cuando ya lo tienes así solo tienes que lanzar el anzuelo con la caña así, sin pasarte de fuerza —explicó y, aún sentada, lanzó el anzuelo con el cebo, que cayó a unos cuantos metros de ellos, en el agua —. Ahora solo es esperar. Cuando pique algo notarás algo de tensión, ahí es cuando tienes que tirar de la caña mientras recoges el sedal con la manivelita esta del lado, como he hecho antes —con eso quedaría explicada la base de la pesca. Con cañas más modernas se podrían hacer más virguerías, pero era un ancianito, no iba a tener trastos muy avanzados.
—¿Lo has entendido todo? Es un ejercicio de paciencia más que nada —resumido hasta el extremo era eso, ser paciente, y el cielo te recompensaba con el pez.
—¿Qué te trae por la isla, por cierto? Entiendo que eres forastero, como yo —nada le impedía mantener algo de conversación sin dejar de prestar atención al mar, así el tiempo se pasaría antes. Empezaba a necesitar fumar... cuando picase el siguiente.
El muchacho desapareció temporalmente, probablemente por estar buscando dentro de aquella cabaña, tardó unos cuantos minutos, tal vez cinco, igual había tenido que rebuscar un poco. De momento los peces no picaban... y menos mal, porque así podría concentrarse en mantener una pequeña conversación con el joven. Por lo que decía, sus dotes de pesca eran de completo principiante. No pasaba nada, podría darle una pequeña lección express.
En aquel momento otro de los peces picó. Antes de poder responderle, la religiosa volvió a repetir lo de antes: tiró con fuerza de la caña mientras recogía el sedal. Otro pez que quedó colgando de la caña, con ese ya serían dos piezas. Lo desenganchó del anzuelo cuando dejó de moverse y lo metió en el cubo, ahora sí podía darle las explicaciones que necesitara.
—Eso sería el último paso —dijo, segura de que lo había visto —. Ahora presta atención, vas a tener que mancharte las manos un poco —comentó, para luego poner entre ambos el recipiente con todo el cebo. Metió la mano y agarró uno de los gusanos que usaba de cebo mientras que con la otra acercó el sedal con el anzuelo.
—Tienes que hacerlo con cuidado y controlando el pulso, los anzuelos están muy afilados. Debes clavar el anzuelo en el cebo. Una cosa... — hizo gala de su pulso, el mejor de su convento, y clavó el anzuelo en el gusano a la primera. Ahí estaba el poder del pulso de una tiradora, tenía un sinfin de usos.
—Cuando ya lo tienes así solo tienes que lanzar el anzuelo con la caña así, sin pasarte de fuerza —explicó y, aún sentada, lanzó el anzuelo con el cebo, que cayó a unos cuantos metros de ellos, en el agua —. Ahora solo es esperar. Cuando pique algo notarás algo de tensión, ahí es cuando tienes que tirar de la caña mientras recoges el sedal con la manivelita esta del lado, como he hecho antes —con eso quedaría explicada la base de la pesca. Con cañas más modernas se podrían hacer más virguerías, pero era un ancianito, no iba a tener trastos muy avanzados.
—¿Lo has entendido todo? Es un ejercicio de paciencia más que nada —resumido hasta el extremo era eso, ser paciente, y el cielo te recompensaba con el pez.
—¿Qué te trae por la isla, por cierto? Entiendo que eres forastero, como yo —nada le impedía mantener algo de conversación sin dejar de prestar atención al mar, así el tiempo se pasaría antes. Empezaba a necesitar fumar... cuando picase el siguiente.
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Escuchaba. Observaba. En el momento que Abigail comenzó a explicar e pescar, Alpha prestaba atención de una manera un poco, curiosa. Le miraba de pies a cabeza. Sus manos, sus piernas, sus hombros, su postura al lanzar el anzuelo, todo. Luego de que ella lanzara la carnada, el pelilargo realizo lo mismo movimientos que ella. Era como si supiera pescar, pero no mentía, simplemente uso su “Habilidad” para poder aprender a pescar, la vida le ha dado un don bastante útil.
- Has sido tan buena explicando, que lo he podido hacer igual que tu.- Dijo mostrando total satisfacción- Realmente eres muy buena explicando, señorita Abigail.
Con una mano se quitó el poncho. Lo coloco justo en sus pies y se sentó sobre él. Quedaba a la vista un hermoso tatuaje de un árbol de botón de cerezo. Un cuerpo bien marcado y entrenado a pesar de ser tan pequeño. Se quedo mirando fijamente al agua, esperando que algún pez picara. Esto era un juego de paciencia, una de las especialidades del herrero.
- Siendo honesto, solo estoy de paso para descansar un poco. Lastimosamente mi trabajo no lo puedo desempeñar en este lugar, soy herrero. Me especializo en crear armas y armaduras, Pero no creo que las personas de este lugar necesiten cosas como esas.- Dijo mientras sacaba un pez del agua. Era grande para ser su primer pecado y no le había costado ningún esfuerzo lograrlo.- Como herrero, se te es obligado muchas cosas, pero muchos no hacen lo que yo hago, buscar los materiales por mi mismo. Muchos esperan que el material lleguen solo al taller. Soy fiel creyente de que buscar los materiales por mi propia cuenta, me ayudara a entender mejor su naturaleza y me ayudara a crear algo realmente bueno. - Mientra hablaba sobre su trabajo se le notaba feliz, era algo que realmente le encantaba, vivía de eso. Aunque para muchos, los métodos que utiliza para logras sus metas no son lo más… adecuados.
- Has sido tan buena explicando, que lo he podido hacer igual que tu.- Dijo mostrando total satisfacción- Realmente eres muy buena explicando, señorita Abigail.
Con una mano se quitó el poncho. Lo coloco justo en sus pies y se sentó sobre él. Quedaba a la vista un hermoso tatuaje de un árbol de botón de cerezo. Un cuerpo bien marcado y entrenado a pesar de ser tan pequeño. Se quedo mirando fijamente al agua, esperando que algún pez picara. Esto era un juego de paciencia, una de las especialidades del herrero.
- Siendo honesto, solo estoy de paso para descansar un poco. Lastimosamente mi trabajo no lo puedo desempeñar en este lugar, soy herrero. Me especializo en crear armas y armaduras, Pero no creo que las personas de este lugar necesiten cosas como esas.- Dijo mientras sacaba un pez del agua. Era grande para ser su primer pecado y no le había costado ningún esfuerzo lograrlo.- Como herrero, se te es obligado muchas cosas, pero muchos no hacen lo que yo hago, buscar los materiales por mi mismo. Muchos esperan que el material lleguen solo al taller. Soy fiel creyente de que buscar los materiales por mi propia cuenta, me ayudara a entender mejor su naturaleza y me ayudara a crear algo realmente bueno. - Mientra hablaba sobre su trabajo se le notaba feliz, era algo que realmente le encantaba, vivía de eso. Aunque para muchos, los métodos que utiliza para logras sus metas no son lo más… adecuados.
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Lo pilló a la primera, si fuera un examen le habría dado un diez. Eso le ahorraba tiempo a la monja y también le ahorraba saliva en explicaciones, por lo que todo el mundo salía ganando con ello.
—Me alegra oirlo, joven. Así adelantaremos bastante —se mostró contenta, aunque no le salían sonrisas demasiado amplias, Abigail era algo más seria, por decirlo de alguna manera. No lo miró apenas, pues quería dedicarle toda la atención que pudiera a los peces, el tiempo avanzaba y no se podía permitir retrasarse.
—Hm, herrero. Eso explica esa fuerza —no había pasado por alto que levantaba los peces con una mayor facilidad que ella, y eso parecía deberse a que, simplemente, tenía más fuerza física. Se le notaba la pasión en lo que hablaba, eso estaba bien, así era como se llegaba a la perfección.
—Nunca se sabe, en el mar hay muchos peligros que acechan incluso a almas tan humildes e inocentes como las del pueblo —en cualquier momento podrían atacar la villa, no era necesario ni que tuvieran un motivo concreto para ello. Podrían querer robarles lo poco que tuvieran, o por placer, o simplemente para limpiar la isla y establecer una base.
—Yo solo soy una hermana nómada que dedica su vida a servir a Dios a su manera —se llamaba a sí misma hermana, pero los tres revólveres que llevaba a la vista, siendo el de su espalda el que más podría asustar por su tamaño, decían que hacía algo más que buenas obras altruistas —Viajo por las islas del North Blue, ayudo a quien lo necesite y capturo a quienes alteran la paz de las vidas de gente como los lugareños de esta isla —tarde o temprano acabaría saliendo el tema de sus armas, y tres pistolas eran demasiadas como para que el discurso de la defensa propia fuera convinvente. Además, mentir sin ningún motivo estaba muy feo.
Otro pez saltó y que acabó en su cubo. Poco a poco iban avanzando, pero aún quedaba mucho para poder cubrir los días de venta del anciano Tsugumu. Esta vez dejó la caña en el suelo por unos segundos, haciendo una pausa. Se llevó las manos a uno de los bolsillos externos de su chaqueta y sacó un cigarrillo. Se lo encendió con un mechero y se lo puso entre los labios. Aspiró, respiró parte del humo y la otra parte la expulsó lejos del muchacho, no quería incomodarlo con sus manías raras.
No sabía si era por su penitencia, por sentirse culpable o por un principio de adicción, pero necesitaba fumar algo.
Volvió a sujetar la caña, volvió a prepararla y volvió a lanzar el anzuelo.
—Hm, este hombre tiene un buen sitio de pesca, en mi antiguo convento apenas picaba nada —comentó, sorprendida del rendimiento del lago. Y pensar que tuvieron que renunciar a pescar en su convento y dedicarse al trueque para conseguir pescado... ¿Sería por el cebo?
—Me alegra oirlo, joven. Así adelantaremos bastante —se mostró contenta, aunque no le salían sonrisas demasiado amplias, Abigail era algo más seria, por decirlo de alguna manera. No lo miró apenas, pues quería dedicarle toda la atención que pudiera a los peces, el tiempo avanzaba y no se podía permitir retrasarse.
—Hm, herrero. Eso explica esa fuerza —no había pasado por alto que levantaba los peces con una mayor facilidad que ella, y eso parecía deberse a que, simplemente, tenía más fuerza física. Se le notaba la pasión en lo que hablaba, eso estaba bien, así era como se llegaba a la perfección.
—Nunca se sabe, en el mar hay muchos peligros que acechan incluso a almas tan humildes e inocentes como las del pueblo —en cualquier momento podrían atacar la villa, no era necesario ni que tuvieran un motivo concreto para ello. Podrían querer robarles lo poco que tuvieran, o por placer, o simplemente para limpiar la isla y establecer una base.
—Yo solo soy una hermana nómada que dedica su vida a servir a Dios a su manera —se llamaba a sí misma hermana, pero los tres revólveres que llevaba a la vista, siendo el de su espalda el que más podría asustar por su tamaño, decían que hacía algo más que buenas obras altruistas —Viajo por las islas del North Blue, ayudo a quien lo necesite y capturo a quienes alteran la paz de las vidas de gente como los lugareños de esta isla —tarde o temprano acabaría saliendo el tema de sus armas, y tres pistolas eran demasiadas como para que el discurso de la defensa propia fuera convinvente. Además, mentir sin ningún motivo estaba muy feo.
Otro pez saltó y que acabó en su cubo. Poco a poco iban avanzando, pero aún quedaba mucho para poder cubrir los días de venta del anciano Tsugumu. Esta vez dejó la caña en el suelo por unos segundos, haciendo una pausa. Se llevó las manos a uno de los bolsillos externos de su chaqueta y sacó un cigarrillo. Se lo encendió con un mechero y se lo puso entre los labios. Aspiró, respiró parte del humo y la otra parte la expulsó lejos del muchacho, no quería incomodarlo con sus manías raras.
No sabía si era por su penitencia, por sentirse culpable o por un principio de adicción, pero necesitaba fumar algo.
Volvió a sujetar la caña, volvió a prepararla y volvió a lanzar el anzuelo.
—Hm, este hombre tiene un buen sitio de pesca, en mi antiguo convento apenas picaba nada —comentó, sorprendida del rendimiento del lago. Y pensar que tuvieron que renunciar a pescar en su convento y dedicarse al trueque para conseguir pescado... ¿Sería por el cebo?
Freites D. Alpha
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-Supongo que el sitio es bastante bueno. Son pequeños lugares como este los que pueden brindar paz a las personas. Tranquilos… silenciosos… hermosos.
[/]
Y allí salió uno más. Repitió el proceso y lanzo de nuevo la carnada al agua. Realmente este lugar le traía tranquilidad a su corazón, era uno de los pocos lugares que podrían lograr tal cosa. Estaba feliz de tener un trabajo tranquilo después de tanto tiempo. Lo disfrutaba. Además que aprender a pescar es un logro desbloqueado que estaba seguro que más adelante le serviría de alguna manera.
-[i]Es una buena historia la verdad. Pero el mundo me ha enseñado que solo los más fuertes son los que toman las riendas.- Quito la mirada de la carnada para obsérvala a ella – Solo los más fuertes son los que tienen el derecho de decidir quien vive y quien muere. Es un hecho algo lamentable, pero así son las cosas. Si quieres brindar un hogar y proteger al débil, tienes que ser lo suficientemente fuerte. Señorita Abigail.
Al terminar su mirada regresó al agua, al parecer otro había picado. Tiro con fuerza, sacando uno más, al parecer hoy era su día de suerte.
-Mira por ejemplo a estos peses, luchan por sobrevivir, buscan de la carnada porque tienen hambre y nosotros luchamos contra ellos por que queremos sobrevivir también, aunque obviamente nosotros somos más fuertes. Pero sabrás muy bien, que no todo pez es fácil de pescar. Existen diferentes tipos de tamaños, fuerzas y habilidades que desconocemos aun del mundo submarino. Y eso aplica en nosotros los seres humanos también. Piratas, criminales, mafiosos y un sinfín de “malos” a quienes cazar ¿No es así? ¿Tienes el poder para lograr dar un equilibrio a la balanza? ¿Serias capas de sacrificar lo que fuera por proteger al prójimo? ¿Incluso si eso te obliga a convertirte en aquello que cazas?
¿Sabias palabras o una verdad contundente? Eso dependía de ella, aunque era para Freites hablar naturalmente sobre este tema, él era un pirata con ambiciones. Y tenía muy bien en claro como son las cosas. Pero ¿ella tenía bien en claro como funcionaba el mundo?
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Y allí salió uno más. Repitió el proceso y lanzo de nuevo la carnada al agua. Realmente este lugar le traía tranquilidad a su corazón, era uno de los pocos lugares que podrían lograr tal cosa. Estaba feliz de tener un trabajo tranquilo después de tanto tiempo. Lo disfrutaba. Además que aprender a pescar es un logro desbloqueado que estaba seguro que más adelante le serviría de alguna manera.
-[i]Es una buena historia la verdad. Pero el mundo me ha enseñado que solo los más fuertes son los que toman las riendas.- Quito la mirada de la carnada para obsérvala a ella – Solo los más fuertes son los que tienen el derecho de decidir quien vive y quien muere. Es un hecho algo lamentable, pero así son las cosas. Si quieres brindar un hogar y proteger al débil, tienes que ser lo suficientemente fuerte. Señorita Abigail.
Al terminar su mirada regresó al agua, al parecer otro había picado. Tiro con fuerza, sacando uno más, al parecer hoy era su día de suerte.
-Mira por ejemplo a estos peses, luchan por sobrevivir, buscan de la carnada porque tienen hambre y nosotros luchamos contra ellos por que queremos sobrevivir también, aunque obviamente nosotros somos más fuertes. Pero sabrás muy bien, que no todo pez es fácil de pescar. Existen diferentes tipos de tamaños, fuerzas y habilidades que desconocemos aun del mundo submarino. Y eso aplica en nosotros los seres humanos también. Piratas, criminales, mafiosos y un sinfín de “malos” a quienes cazar ¿No es así? ¿Tienes el poder para lograr dar un equilibrio a la balanza? ¿Serias capas de sacrificar lo que fuera por proteger al prójimo? ¿Incluso si eso te obliga a convertirte en aquello que cazas?
¿Sabias palabras o una verdad contundente? Eso dependía de ella, aunque era para Freites hablar naturalmente sobre este tema, él era un pirata con ambiciones. Y tenía muy bien en claro como son las cosas. Pero ¿ella tenía bien en claro como funcionaba el mundo?
Abigail Mjöllnir
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Soltó un pequeño suspiro y volvió a darle una calada al cigarrillo. Jamás entendería por qué la gente solía tratarla como si no tuviera idea de nada. Supuso que se trataba de la arrogancia típica de la juventud, de forma que se lo dejaría pasar. Durante la primera parte del discurso del muchacho Abigail se limitó a continuar pescando, sin establecer mucho contacto visual.
—Si algo bueno tiene esta conversación es que demuestra que mi hábito es efectivo como arma, no se me toma en serio cuando lo llevo puesto. No es una historia, es lo que hago —dijo, como una forma indirecta de decir lo que estaba bastante harta de recalcar desde que salió del convento, que ser monja no la hacía imbécil —. Un buen consejo sería que no subestimaras la determinación de quien se ha lanzado al mar sea por el motivo que sea y siga vivo, puede salirte caro —continuó, con la mirada puesta en el anzuelo bajo el agua. Así de maja era, dando consejos útiles para el día a día a una de las muchas personas que la tomaban por ignorante. Ella predicaba con el ejemplo, el muchacho se había lanzado al mar por el motivo que fuera y sobrevivía, por tanto, no debía subestimarlo ni por su juventud ni por su estatura.
Las ondas que hacía el anzuelo en el agua con el movimiento la ayudaban a relajarse y a evitar que se terminara el cigarro en unos segundos. Si estuviera sola y en completo silencio estaría en la más absoluta gloria, pero no todo podía ser perfecto en los caminos del Señor.
Tosió durante unos segundos. Por el amor del cielo, condenado tabaco, no había palabras para describir el asco que le daba y lo que sufría por dentro por tener que fumarlo. ¿Cómo podía gustarle a alguien esa sensación que te dejaba en la boca y en los pulmones? Nunca lo entendería.
—Tus preguntas no tienen respuesta. Las palabras se las lleva el viento, hablan los actos, pues por ellos nos juzgan y conocen. Los sacrificios que he hecho quedan entre mi Dios y yo —respondió. La monja era una mujer honesta y directa, no tenía problema ni reparo en llamarle la atención por entrar en terrenos pantanosos —. Hm, aquí viene otro —tal vez el anciano era más inteligente de lo que podía imaginar, durante su juventud debió estudiar aquellos peces para poder conseguir un cebo que prácticamente los atrajera a las cañas de pescar.
—Eso deberías contárselo a alguien que se dedique a proteger, como los marines. Mi trabajo y objetivos son totalmente distintos.
Tiró de la caña, pero el pez se había escapado a tiempo. Chasqueó la lengua y volvió a preparar la caña. Cada vez estaban más cerca de cumplir con el plazo que le había dado el anciano.
—Si algo bueno tiene esta conversación es que demuestra que mi hábito es efectivo como arma, no se me toma en serio cuando lo llevo puesto. No es una historia, es lo que hago —dijo, como una forma indirecta de decir lo que estaba bastante harta de recalcar desde que salió del convento, que ser monja no la hacía imbécil —. Un buen consejo sería que no subestimaras la determinación de quien se ha lanzado al mar sea por el motivo que sea y siga vivo, puede salirte caro —continuó, con la mirada puesta en el anzuelo bajo el agua. Así de maja era, dando consejos útiles para el día a día a una de las muchas personas que la tomaban por ignorante. Ella predicaba con el ejemplo, el muchacho se había lanzado al mar por el motivo que fuera y sobrevivía, por tanto, no debía subestimarlo ni por su juventud ni por su estatura.
Las ondas que hacía el anzuelo en el agua con el movimiento la ayudaban a relajarse y a evitar que se terminara el cigarro en unos segundos. Si estuviera sola y en completo silencio estaría en la más absoluta gloria, pero no todo podía ser perfecto en los caminos del Señor.
Tosió durante unos segundos. Por el amor del cielo, condenado tabaco, no había palabras para describir el asco que le daba y lo que sufría por dentro por tener que fumarlo. ¿Cómo podía gustarle a alguien esa sensación que te dejaba en la boca y en los pulmones? Nunca lo entendería.
—Tus preguntas no tienen respuesta. Las palabras se las lleva el viento, hablan los actos, pues por ellos nos juzgan y conocen. Los sacrificios que he hecho quedan entre mi Dios y yo —respondió. La monja era una mujer honesta y directa, no tenía problema ni reparo en llamarle la atención por entrar en terrenos pantanosos —. Hm, aquí viene otro —tal vez el anciano era más inteligente de lo que podía imaginar, durante su juventud debió estudiar aquellos peces para poder conseguir un cebo que prácticamente los atrajera a las cañas de pescar.
—Eso deberías contárselo a alguien que se dedique a proteger, como los marines. Mi trabajo y objetivos son totalmente distintos.
Tiró de la caña, pero el pez se había escapado a tiempo. Chasqueó la lengua y volvió a preparar la caña. Cada vez estaban más cerca de cumplir con el plazo que le había dado el anciano.
Freites D. Alpha
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-¿Subestimar? Eso es algo que no se debe hacer en los mares, hacerlo lo considero una sentencia de muerte.- Tras soltar ese comentario, Alpha sonrió ¿Quizás por algún buen recuerdo? Quién sabe. La mente del pequeño siempre estaba llena de muchas cosas. Un sinfín de ideas y maneras de cómo vivir, de cómo sobrellevar la vida de la mejor manera… sobrevivir.
-Lamento si mi comentario le ha molestado, no he querido ser descortés. La fuerza puede venir de cualquier lado y de los lugares donde menos pensemos, señorita Abigail.- El viento soplo con fuerza. Su larga cabellera baila al compás de la brisa.- Pero en mi caso, asumiré que el diablo tiene un lugar muy especial para mí en el infierno guardado. Yo… extingo vidas, Señorita Abigail. Muchas veces he matado criaturas tan hermosas, simplemente porque son quehaceres del oficio. Pero a la vez que hago eso, transfiero sus vidas al acero que empuña una espada, al escudo que protege una voluntad, a la armadura que guía un propósito… y a una lanza que desafía al destino.
Uno pasos se escucharon, se acercaban con rapidez hasta que una pequeña nube de polvo apareció justo en el costado derecho del pirata. Era una enorme ave naranja de unos dos metros, tenía un asiento y unas mochilas a los costados de este. La enorme ave acerco su cabeza hacia Freites, le acariciaba la cabeza con su pico. Alpha levanto su brazo y colocolo su mano sobre la cabeza de la criatura.- llegaste en buen momento, hermosa.- La muestra de afecto solo duro unos segundos, jalo de nuevo la caña de pescar llevándose consigo otra víctima, repitió un proceso una vez más y la arrojo al agua.
-Una vida es una vida, y no pretendo ser perdonado. Pero respeto totalmente sus creencias y propósitos. Señorita.- El ave al ver ocupado a Alpha, se quedó sentada justo a su lado. Sin quitarle el ojo de encima a Abigail.
-Lamento si mi comentario le ha molestado, no he querido ser descortés. La fuerza puede venir de cualquier lado y de los lugares donde menos pensemos, señorita Abigail.- El viento soplo con fuerza. Su larga cabellera baila al compás de la brisa.- Pero en mi caso, asumiré que el diablo tiene un lugar muy especial para mí en el infierno guardado. Yo… extingo vidas, Señorita Abigail. Muchas veces he matado criaturas tan hermosas, simplemente porque son quehaceres del oficio. Pero a la vez que hago eso, transfiero sus vidas al acero que empuña una espada, al escudo que protege una voluntad, a la armadura que guía un propósito… y a una lanza que desafía al destino.
Uno pasos se escucharon, se acercaban con rapidez hasta que una pequeña nube de polvo apareció justo en el costado derecho del pirata. Era una enorme ave naranja de unos dos metros, tenía un asiento y unas mochilas a los costados de este. La enorme ave acerco su cabeza hacia Freites, le acariciaba la cabeza con su pico. Alpha levanto su brazo y colocolo su mano sobre la cabeza de la criatura.- llegaste en buen momento, hermosa.- La muestra de afecto solo duro unos segundos, jalo de nuevo la caña de pescar llevándose consigo otra víctima, repitió un proceso una vez más y la arrojo al agua.
-Una vida es una vida, y no pretendo ser perdonado. Pero respeto totalmente sus creencias y propósitos. Señorita.- El ave al ver ocupado a Alpha, se quedó sentada justo a su lado. Sin quitarle el ojo de encima a Abigail.
Abigail Mjöllnir
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Bueno, al menos se disculpó, eso tranquilizó los nervios de la cazadora, que ralentizó bastante las caladas que le daba al cigarrillo. Al final una muerte era una muerte, no podía discutir eso. Por lo que contaba se trataba de un asesino confeso, pero dado que no reconoció su rostro no tenía motivos para atacar, bien podría estar marcándose un farol o haciéndose el guay, muchos adolescentes pecaban de eso. Además, ahora mismo estaba con lo de pescar... no abandonaría al anciano por pegarse con un desconocido.
—Hace una semana tuve que segar un par de vidas —comentó al hilo de lo que decía haber hecho, tirando de la caña para cazar otro pez. Una vez dejó el pez en le cubo dio una larga calada, no le gustaba recordar esos sucesos, removían su culpabilidad y le recordaban que no tenía derecho a volver a su monasterio.
—Era un criminal buscado de unos nueve millones, un adolescente que se ganó el precio por su cabeza a base de secuestrar y torturar mascotas, y chantajear a sus dueños, que iban desde mercaderes a alcaldes —volvió a preparar la caña, la lanzó y acto seguido soltó el cigarrillo y lo apagó con el pie. Soltó un pequeño suspiro, los adolescentes eran demasiado estúpidos para su propio bien, la edad del pavo era una mala etapa, y ahí incluía la suya, llena de rebeldía. Miró de soslayo al muchacho y a su ave, estaba convencida de que teniendo un acompañante así entendería el dolor de la gente que sufrió por culpa de aquel muchacho.
—Una anciana de Karakura y su gato fueron su última víctima —continuó explicando —Este muchacho estaba empezando a influenciar a los jóvenes de la isla para que lo ayudara, proclamándose líder, en fin, marcando músculo como dirían —si sus crímenes no eran ya suficiente, estaba empezando a corromper almas inocentes, para alguien como Abigail sus crímenes traspasaban lo imperdonable.
—Dejó que sus hombres sufrieran por no ser capaz de enfrentarme cara a cara. Ofendió a mi antigua orden, me mintió tres veces en una sola frase y rechazó entregarse después de aceptar mis condiciones —volvió a mirar al mar. No tardó demasiado en volver a encontrar otro pez. El cubo estaba ya medio lleno... no quedaba mucho para cumplir con lo que le había prometido al anciano —Tramaba algo... no me siento orgullosa, pero decidí cortar de raíz, me saltaré los detalles gráficos. Su fachada se desmoronó por completo, dos se escaparon y otros dos se entregaron después, aparte del otro que cayó —por sus palabras se podía deducir que tenía la suficiente sangre como para enfrentarse a un grupo de seis en solitario. Y habría ido mejor de no ser por su estúpida maldición y sus condenadas condiciones.
—Una ave protectora, ¿eh? ¿cuál es su nombre? —preguntó, devolviéndole la mirada por un par de segundos al ave antes de volver a dirigir sus ojos al lago. No había visto un animal así nunca... era bonito poder ver todas las creaciones del cielo.
Sonrió, y continuó con su pesca.
—Hace una semana tuve que segar un par de vidas —comentó al hilo de lo que decía haber hecho, tirando de la caña para cazar otro pez. Una vez dejó el pez en le cubo dio una larga calada, no le gustaba recordar esos sucesos, removían su culpabilidad y le recordaban que no tenía derecho a volver a su monasterio.
—Era un criminal buscado de unos nueve millones, un adolescente que se ganó el precio por su cabeza a base de secuestrar y torturar mascotas, y chantajear a sus dueños, que iban desde mercaderes a alcaldes —volvió a preparar la caña, la lanzó y acto seguido soltó el cigarrillo y lo apagó con el pie. Soltó un pequeño suspiro, los adolescentes eran demasiado estúpidos para su propio bien, la edad del pavo era una mala etapa, y ahí incluía la suya, llena de rebeldía. Miró de soslayo al muchacho y a su ave, estaba convencida de que teniendo un acompañante así entendería el dolor de la gente que sufrió por culpa de aquel muchacho.
—Una anciana de Karakura y su gato fueron su última víctima —continuó explicando —Este muchacho estaba empezando a influenciar a los jóvenes de la isla para que lo ayudara, proclamándose líder, en fin, marcando músculo como dirían —si sus crímenes no eran ya suficiente, estaba empezando a corromper almas inocentes, para alguien como Abigail sus crímenes traspasaban lo imperdonable.
—Dejó que sus hombres sufrieran por no ser capaz de enfrentarme cara a cara. Ofendió a mi antigua orden, me mintió tres veces en una sola frase y rechazó entregarse después de aceptar mis condiciones —volvió a mirar al mar. No tardó demasiado en volver a encontrar otro pez. El cubo estaba ya medio lleno... no quedaba mucho para cumplir con lo que le había prometido al anciano —Tramaba algo... no me siento orgullosa, pero decidí cortar de raíz, me saltaré los detalles gráficos. Su fachada se desmoronó por completo, dos se escaparon y otros dos se entregaron después, aparte del otro que cayó —por sus palabras se podía deducir que tenía la suficiente sangre como para enfrentarse a un grupo de seis en solitario. Y habría ido mejor de no ser por su estúpida maldición y sus condenadas condiciones.
—Una ave protectora, ¿eh? ¿cuál es su nombre? —preguntó, devolviéndole la mirada por un par de segundos al ave antes de volver a dirigir sus ojos al lago. No había visto un animal así nunca... era bonito poder ver todas las creaciones del cielo.
Sonrió, y continuó con su pesca.
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-¿Secuestrar y matar mascotas? Tenía que haber estado muy de mal de la cabeza para hacer tales cosas. Las mascotas están para llenar un vacío en el corazón de las personas solitarias, y para sonrisa en las familias. Acciones sin sentido por parte de un ser humano sin sentido.-
El ave dejo de observar a la monja, enfocándose en el anzuelo. Alpha tiro una vez mas de el logrando sacar de nuevo, fue colocado en el cubo y el pequeño arrojo otra carnada más, pronto la tarea estaría cumplida, y era un alivio que su amiga estuviera allí para ayudar cuando sea el momento.
-Ella es Suzaku. No es mi protectora, pero si se encarga de llevar mis cosas y de ser una agradable compañía.- Su fiel amiga le acaricio de nuevo con el pico, este simplemente la debajo ser, ya que no le molestaba para nada la muestra de afecto de su amiga.- Pero… creo que no me explicado bien con respecto a mi oficio. - Este carraspeo un poco la garganta para poder comunicarse con más claridad.- Al ser un herrero, busco los materiales más fantásticos y formidables que puedan existir en este mundo. Pueden ser de origen animal o mineral. Habiendo dicho esto, se puede entender que mis materiales podrían salir hasta de un minúsculo gatito… Pero ¿Con que propósito? Un gatito no era hecho para ser un fuerte cazador o tiene una parte de su cuerpo con algo que realmente destaque. No está hecho para matar, y yo no mato por placer.
De pronto Suzaku se colocó detrás de él y se sentó. El herrero simplemente se dejó llevar y se recostó sobre sus plumas, Era totalmente una delicia.
-En muchos casos, las vidas que he extinguido son de criaturas fuertes, de gran tamaño. Diseñadas para matar y poner en peligro la vida de otras especies. Busco a las criaturas que están en el tope de la cadena alimenticia. Considero digno luchar contra ellas y poder forjar algo fantástico. Pero en otro caso la minera también es divertida, explorar debajo de la tierra es algo fantástico. Aunque usted puede conocer este tema mejor que yo señorita… y es curioso que el destino nos haya cruzado, pero esta es una de mis metas personales como herrero.-
De pronto, la mirada de Alpha se tornó un poco más seria. Aún seguía enfocado en el anzuelo. Pero al parecer la pregunta que tenía que realizar, parecía ser algo bastante importante para él.
-Busco las treinta piezas de plata que le dieron a Judas Iscariote ¿Puede su conocimiento darme una pista de donde ir a buscarlas?-
El ave dejo de observar a la monja, enfocándose en el anzuelo. Alpha tiro una vez mas de el logrando sacar de nuevo, fue colocado en el cubo y el pequeño arrojo otra carnada más, pronto la tarea estaría cumplida, y era un alivio que su amiga estuviera allí para ayudar cuando sea el momento.
-Ella es Suzaku. No es mi protectora, pero si se encarga de llevar mis cosas y de ser una agradable compañía.- Su fiel amiga le acaricio de nuevo con el pico, este simplemente la debajo ser, ya que no le molestaba para nada la muestra de afecto de su amiga.- Pero… creo que no me explicado bien con respecto a mi oficio. - Este carraspeo un poco la garganta para poder comunicarse con más claridad.- Al ser un herrero, busco los materiales más fantásticos y formidables que puedan existir en este mundo. Pueden ser de origen animal o mineral. Habiendo dicho esto, se puede entender que mis materiales podrían salir hasta de un minúsculo gatito… Pero ¿Con que propósito? Un gatito no era hecho para ser un fuerte cazador o tiene una parte de su cuerpo con algo que realmente destaque. No está hecho para matar, y yo no mato por placer.
De pronto Suzaku se colocó detrás de él y se sentó. El herrero simplemente se dejó llevar y se recostó sobre sus plumas, Era totalmente una delicia.
-En muchos casos, las vidas que he extinguido son de criaturas fuertes, de gran tamaño. Diseñadas para matar y poner en peligro la vida de otras especies. Busco a las criaturas que están en el tope de la cadena alimenticia. Considero digno luchar contra ellas y poder forjar algo fantástico. Pero en otro caso la minera también es divertida, explorar debajo de la tierra es algo fantástico. Aunque usted puede conocer este tema mejor que yo señorita… y es curioso que el destino nos haya cruzado, pero esta es una de mis metas personales como herrero.-
De pronto, la mirada de Alpha se tornó un poco más seria. Aún seguía enfocado en el anzuelo. Pero al parecer la pregunta que tenía que realizar, parecía ser algo bastante importante para él.
-Busco las treinta piezas de plata que le dieron a Judas Iscariote ¿Puede su conocimiento darme una pista de donde ir a buscarlas?-
Abigail Mjöllnir
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Asintió. Efectivamente, era necesaria una mente extremadamente turbia para hacer lo que hacía aquel que recibió el apodo de "Pisagatos" y, por supuesto, también era necesaria una cobardía de la que no dudó en hacer gala en su momento. No merecía la pena seguir hablando de trabajos pasados, menos siendo unos tan desagradables.
De momento no picaban... No entendía mucho de herrería así que no podía rebatirle que fuera necesario matar para ello. Mientras el contrario hablaba la religiosa observó de nuevo al pájaro, sonrió al ver que se llevaban bien y continuó escuchando las explicaciones del muchacho.
—No sé de explorar —respondió —. Solo sé de disparar, rezar y navegar —era lo que había aprendido en su monasterio. Como monja guardiana debía saber disparar y conocer sus armas para defender su hogar. Como novicia debía rezar, y como encargada de los trueques debía salir a navegar a los puertos más cercanos. Todo tareas rutinarias, ningún hobby. Y aún así se divertía con todo aquello. Echaba de menos aquella paz y tranquilidad...
Sus pensamientos fueron interumpidos por la pregunta del joven. Abigail solo era una novicia en su convento, puede que con más funciones de lo normal por su vitalidad e iniciativa, pero solo era eso, una novicia "nacida" allí.
—No tengo ni idea de dónde podría estar algo así. Solo soy una monja de baja categoría, algo así lo sabría algún arzobispo o similar —era verdad que no sabía nada de reliquias, pero no había sido un buen movimiento preguntarle sobre eso a una religiosa a quien acabas de decir que matas por los materiales. No mentía, pero se alegraba de no saber nada al respecto.
—Ni siquiera sé si hay más monasterios con nuestros mismos credos. Solo pertenecí a una orden de clausura, nada más —ellas y su fé, no había nada más en el lugar donde había crecido. Antes sí, había una fruta del diablo, pero ya había desaparecido, por lo que no quedaba nada de valor económico ni religioso, mucho menos una reliquia.
Llevaba ya un par de minutos resistiéndose, pero la monja acabó por bostezar un poco, no estaba aburrida, solo un poco adormilada, demasiadas horas de sueño pendientes. Puede que se quedara unos días en la villa para descansar antes de irse... ¡Oh! Otro pez. ¿Cuánto tiempo había pasado ya? Después de capturar el pez decidió mirar al cielo. Ya debía haber pasado el mediodía... o quizá eran ya las cuatro o cinco, aún no terminaba de controlar la posición del sol.
—Ve poco a poco, algo así no lo encontrarías en uno de los Blues —no tenía mucha idea, pero estaba convencida de que no guardarían una reliquia en un mar como ese.
De momento no picaban... No entendía mucho de herrería así que no podía rebatirle que fuera necesario matar para ello. Mientras el contrario hablaba la religiosa observó de nuevo al pájaro, sonrió al ver que se llevaban bien y continuó escuchando las explicaciones del muchacho.
—No sé de explorar —respondió —. Solo sé de disparar, rezar y navegar —era lo que había aprendido en su monasterio. Como monja guardiana debía saber disparar y conocer sus armas para defender su hogar. Como novicia debía rezar, y como encargada de los trueques debía salir a navegar a los puertos más cercanos. Todo tareas rutinarias, ningún hobby. Y aún así se divertía con todo aquello. Echaba de menos aquella paz y tranquilidad...
Sus pensamientos fueron interumpidos por la pregunta del joven. Abigail solo era una novicia en su convento, puede que con más funciones de lo normal por su vitalidad e iniciativa, pero solo era eso, una novicia "nacida" allí.
—No tengo ni idea de dónde podría estar algo así. Solo soy una monja de baja categoría, algo así lo sabría algún arzobispo o similar —era verdad que no sabía nada de reliquias, pero no había sido un buen movimiento preguntarle sobre eso a una religiosa a quien acabas de decir que matas por los materiales. No mentía, pero se alegraba de no saber nada al respecto.
—Ni siquiera sé si hay más monasterios con nuestros mismos credos. Solo pertenecí a una orden de clausura, nada más —ellas y su fé, no había nada más en el lugar donde había crecido. Antes sí, había una fruta del diablo, pero ya había desaparecido, por lo que no quedaba nada de valor económico ni religioso, mucho menos una reliquia.
Llevaba ya un par de minutos resistiéndose, pero la monja acabó por bostezar un poco, no estaba aburrida, solo un poco adormilada, demasiadas horas de sueño pendientes. Puede que se quedara unos días en la villa para descansar antes de irse... ¡Oh! Otro pez. ¿Cuánto tiempo había pasado ya? Después de capturar el pez decidió mirar al cielo. Ya debía haber pasado el mediodía... o quizá eran ya las cuatro o cinco, aún no terminaba de controlar la posición del sol.
—Ve poco a poco, algo así no lo encontrarías en uno de los Blues —no tenía mucha idea, pero estaba convencida de que no guardarían una reliquia en un mar como ese.
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-Gracias, agradezco tu honestidad.
Realmente esperaba encontrar alguna pista sobre uno de los tesoros de la historia, así fuera una muy vaga, pero algo si pudo sacar, los altos cargos de su religión sabían dónde encontrar lo que Alpha buscaba, y si sabían dónde estaba un tesoro, el resto sería pan comido.
-Donde existe uno existen muchos, Señorita. Esos son tesoros que fueron enterrados a través de la historia. Yo simplemente trato de encontrarlo para hacer algo mejor con ellos.
Ciertamente al pirata le encantaba la idea de trabajar con materiales extraños, y trabajar con materiales malditos no sería una acepción. Pensar que tal vez en un futuro podría conseguir algo muy bueno para transformarlo en algo fantástico, le hacía sonreír como nunca.
-Pero tienes totalmente la razón- decía mientras sacaba otro pez y lo colocaba en la cubeta – Los blues no tienen suficiente lugares donde pueda encontrar algo de buena calidad, y los que ya están son bastante escasos, dominados por reinos o el mimo gobierno - Suspiro - Entrar es prácticamente imposible, así que ya pensare en otra cosa. Tengo que visitar ciertos sitios en todos los blues antes de partir al Grand line… ¿También planeas ir al Grand Line?
El joven observo que ya faltaba poco, saco un pez más del agua. Lo coloco en la cubeta. Lanzo de nuevo la carnada y a esperar una vez más. Paciencia.
Realmente esperaba encontrar alguna pista sobre uno de los tesoros de la historia, así fuera una muy vaga, pero algo si pudo sacar, los altos cargos de su religión sabían dónde encontrar lo que Alpha buscaba, y si sabían dónde estaba un tesoro, el resto sería pan comido.
-Donde existe uno existen muchos, Señorita. Esos son tesoros que fueron enterrados a través de la historia. Yo simplemente trato de encontrarlo para hacer algo mejor con ellos.
Ciertamente al pirata le encantaba la idea de trabajar con materiales extraños, y trabajar con materiales malditos no sería una acepción. Pensar que tal vez en un futuro podría conseguir algo muy bueno para transformarlo en algo fantástico, le hacía sonreír como nunca.
-Pero tienes totalmente la razón- decía mientras sacaba otro pez y lo colocaba en la cubeta – Los blues no tienen suficiente lugares donde pueda encontrar algo de buena calidad, y los que ya están son bastante escasos, dominados por reinos o el mimo gobierno - Suspiro - Entrar es prácticamente imposible, así que ya pensare en otra cosa. Tengo que visitar ciertos sitios en todos los blues antes de partir al Grand line… ¿También planeas ir al Grand Line?
El joven observo que ya faltaba poco, saco un pez más del agua. Lo coloco en la cubeta. Lanzo de nuevo la carnada y a esperar una vez más. Paciencia.
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Se concentró de nuevo en la pesca, estaba empezando a hacérsele tarde y preferiría abandonar la isla antes del anochecer. No es que fuera a pasar nada por quedarse, era solo que Abigail tenía algunas manías personales a la hora de navegar. ¿Hacer algo mejor con reliquias? Lo dudaba mucho, creía que no todo estaba hecho para ser usado y las reliquias, fueran de donde fueran y pertenecieran a las creencias que fueran, merecían respeto y descanso.
—Cuando haga unos cien millones me lo pensaré, de momento estoy bien en el Norte —dijo. Pensó que era una buena marca, capturar criminales por valor de cien millones significaría que tenía la habilidad necesaria para entrar en el Grand Line. Además, tenía entendido que la Reverse Mountain podía ser algo difícil de navegar... así que también quería pulir sus propias habilidades como navegante antes de intentarlo. Quería ver mundo, no estrellarse en la entrada del Grand Line.
Volvió a atrapar otro pez y se dio cuenta de que tenía el cubo prácticamente lleno ya. Con un par más o así podría concluir el día y llevárselos al anciano. De nuevo tuvo que bostezar, y esta vez se vio obligada a justificarse ante el muchacho, pues no quería que pareciera que le aburría tanto.
—Lo siento, llevo unos cuantos días sin dormir —no le dio más explicaciones porque no consideró que fuera necesario darlas, pero su falta de sueño se debía principalmente a la fatiga de navegar y viajar casi sin descanso. Antes había pensado en salir de la isla antes del anochecer pero... casi sería mejor idea quedarse en una posada y pasar la noche allí.
Seguía pasando el tiempo, los peces continuaban picando, unos más pronto y otros más tarde; para cuando quiso darse cuenta ya tenía el cubo lleno, casi rebosaba de todos los peces que había atrapado. Finalmente suspiró y recogió la caña, con eso tendría bastante... más aún sabiendo que eran dos cubos, uno cada uno. Y aunque habían acordado que ella se llevaría la mitad... no lo veía correcto.
Se levantó, se estiró para desperezarse y empezó a recoger todos sus bártulos, aunque primero llevó el taburete a la cabaña de pesca.
—Yo voy a ir llevándole esto ya, ¿vienes o te quedas un poco más?
Le daría unos segundos más para responder o que empezara a recoger y empezaría a caminar hacia el pueblo. Además de sueño empezaba a tener hambre, lo que significaba que su trabajo allí había terminado.
—Cuando haga unos cien millones me lo pensaré, de momento estoy bien en el Norte —dijo. Pensó que era una buena marca, capturar criminales por valor de cien millones significaría que tenía la habilidad necesaria para entrar en el Grand Line. Además, tenía entendido que la Reverse Mountain podía ser algo difícil de navegar... así que también quería pulir sus propias habilidades como navegante antes de intentarlo. Quería ver mundo, no estrellarse en la entrada del Grand Line.
Volvió a atrapar otro pez y se dio cuenta de que tenía el cubo prácticamente lleno ya. Con un par más o así podría concluir el día y llevárselos al anciano. De nuevo tuvo que bostezar, y esta vez se vio obligada a justificarse ante el muchacho, pues no quería que pareciera que le aburría tanto.
—Lo siento, llevo unos cuantos días sin dormir —no le dio más explicaciones porque no consideró que fuera necesario darlas, pero su falta de sueño se debía principalmente a la fatiga de navegar y viajar casi sin descanso. Antes había pensado en salir de la isla antes del anochecer pero... casi sería mejor idea quedarse en una posada y pasar la noche allí.
Seguía pasando el tiempo, los peces continuaban picando, unos más pronto y otros más tarde; para cuando quiso darse cuenta ya tenía el cubo lleno, casi rebosaba de todos los peces que había atrapado. Finalmente suspiró y recogió la caña, con eso tendría bastante... más aún sabiendo que eran dos cubos, uno cada uno. Y aunque habían acordado que ella se llevaría la mitad... no lo veía correcto.
Se levantó, se estiró para desperezarse y empezó a recoger todos sus bártulos, aunque primero llevó el taburete a la cabaña de pesca.
—Yo voy a ir llevándole esto ya, ¿vienes o te quedas un poco más?
Le daría unos segundos más para responder o que empezara a recoger y empezaría a caminar hacia el pueblo. Además de sueño empezaba a tener hambre, lo que significaba que su trabajo allí había terminado.
Freites D. Alpha
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Akuma no mi
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-Es momento de partir Suzaku. - Tanto el como la ave se levantaron - En mi caso creo que no es necesario que valla contigo, Suzaku es mucho más rápida que yo, ella dejara mi parte de la pesca mientras yo dejo las cosas en su lugar aquí. Además, tengo unas cuantas cosas que atender, mañana en la mañana debo partir de la isla, puedes decirle al señor que antes de partir pasare buscando mi parte del pago.
La super ave tomo con su pico la cubeta. Salio a toda velocidad en dirección al pueblo sin mirar atrás. Alpha comenzó a recoger las cosas con mucha calma, realmente no tenia prisa, aunque en el fondo quería disfrutar un poco más de la tranquilad del lugar, pero no podía, tenia muchas cosas que hacer.
-Ha sido una experiencia bastante gratificante para mí, agradezco mucho que me enseñara a pescar, Aunque tengo el presentimiento que nos encontraremos pronto. – Se coloco de nuevo su poncho. Dirigió su mirada al lago estirando un poco el cuerpo, después de todo estuvo sentado mucho tiempo- Tengo un presentimiento que nos encontraremos de nuevo. Señorita. Ten un lindo viaje.
La super ave tomo con su pico la cubeta. Salio a toda velocidad en dirección al pueblo sin mirar atrás. Alpha comenzó a recoger las cosas con mucha calma, realmente no tenia prisa, aunque en el fondo quería disfrutar un poco más de la tranquilad del lugar, pero no podía, tenia muchas cosas que hacer.
-Ha sido una experiencia bastante gratificante para mí, agradezco mucho que me enseñara a pescar, Aunque tengo el presentimiento que nos encontraremos pronto. – Se coloco de nuevo su poncho. Dirigió su mirada al lago estirando un poco el cuerpo, después de todo estuvo sentado mucho tiempo- Tengo un presentimiento que nos encontraremos de nuevo. Señorita. Ten un lindo viaje.
Abigail Mjöllnir
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Akuma no mi
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—Como veas —respondió, viendo cómo el ave se marchó con la cubeta —. Nada que agradecer, espero que te sea útil esa habilidad —continuó. Por su parte no podía decir que quisiera encontrarse de nuevo con nadie. No porque le cayera mal ni nada, era más que por su oficio solo había un par de motivos por los que volvía a cruzar palabra con una persona viajera: Bien era un contacto o bien era una presa.
—Ya nos veremos entonces, y le daré el aviso de que pasarás mañana, y buen viaje —dicho aquello empezó a caminar hacia el pueblo. Siguió la misma ruta de ida y tardó más o menos el mismo tiempo en llegar, estaba anocheciendo cuando llegó y tenía que darse prisa para no pillar al anciano dormido. Esta vez no llamó, si no que entró directamente y avanzó hasta donde lo había visto la otra vez, ahí seguía, estaban empezando a ayudarlo a subir a su habitación.
—Le traigo la otra parte de la pesca, veo que el pájaro ya ha traído la primera. El muchacho que me ayudó dijo que vendría mañana a recoger el pago, no hay problema, ¿verdad? —explicó la monja, cumpliendo así con lo que le había prometido al herrero. Con eso ya no tenía más responsabilidades que la de aceptar lo que quisiera darle.
—Hm, supongo que no. ¿Quieres tu pago ya? Aprovecha antes de que estos dos me suban arriba, si no tendrás que volver mañana como el otro chaval —dijo, se le notaba impaciente. Respondería rápido para dejarlo dormir tranquilo.
—Claro, solo deme un momento, meteré los peces en el congelador —finalizó, procediendo luego a meter ambos cubos de peces en hielo para que se mantuviera fresco al finalizar la noche. Cubrió los peces con más hielo y cerró el arcón, con eso ya estaba todo listo.
Después de recibir su pago Abigail se marchó y fue a la posada, pasaría allí la noche.
Así acabaría aquel pequeño encargo, con ella cobrando por la noche y su acompañante sorpresa cobrando al día siguiente.
—Ya nos veremos entonces, y le daré el aviso de que pasarás mañana, y buen viaje —dicho aquello empezó a caminar hacia el pueblo. Siguió la misma ruta de ida y tardó más o menos el mismo tiempo en llegar, estaba anocheciendo cuando llegó y tenía que darse prisa para no pillar al anciano dormido. Esta vez no llamó, si no que entró directamente y avanzó hasta donde lo había visto la otra vez, ahí seguía, estaban empezando a ayudarlo a subir a su habitación.
—Le traigo la otra parte de la pesca, veo que el pájaro ya ha traído la primera. El muchacho que me ayudó dijo que vendría mañana a recoger el pago, no hay problema, ¿verdad? —explicó la monja, cumpliendo así con lo que le había prometido al herrero. Con eso ya no tenía más responsabilidades que la de aceptar lo que quisiera darle.
—Hm, supongo que no. ¿Quieres tu pago ya? Aprovecha antes de que estos dos me suban arriba, si no tendrás que volver mañana como el otro chaval —dijo, se le notaba impaciente. Respondería rápido para dejarlo dormir tranquilo.
—Claro, solo deme un momento, meteré los peces en el congelador —finalizó, procediendo luego a meter ambos cubos de peces en hielo para que se mantuviera fresco al finalizar la noche. Cubrió los peces con más hielo y cerró el arcón, con eso ya estaba todo listo.
Después de recibir su pago Abigail se marchó y fue a la posada, pasaría allí la noche.
Así acabaría aquel pequeño encargo, con ella cobrando por la noche y su acompañante sorpresa cobrando al día siguiente.
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