Alexandra Holmes
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La situación en la prisión de baja seguridad de Dark Dome City se había estado tensando desde los últimos meses, incluso antes de la llegada de Xandra al recinto. Las condiciones de vida allí no eran las más favorables precisamente y, aunque eso lo lo "lógico" según el punto de vista de los ciudadanos legales, los reclusos y reclusas no estaban del todo de acuerdo. Al ser de baja seguridad era una prisión de tamaño medio y mixta, aunque con pabellones separados en dos edificios distintos para evitar, en la medida de lo posible, altercados de índole sexual (aunque no llegaban a reducirlos a cero ni de lejos). La irrupción de la nueva reclusa, Alexandra Holmes, había sido un punto crítico en la situación de la prisión. No porque fuera negociadora o cualquier cosa de esas, era simplemente porque estaba siendo tan insoportable para las demás reclusas que los ánimos en el sector femenino de la prisión se caldearon muchísimo más rápido de lo habitual. Algunas querían huir, otras querían exigir un confinamiento permanente para ella, otras querían matarla sin consecuencias para sus penas de prisión. Todas tenían, pues, algo en común: rebelarse.
Durante el entrenamiento y experimentación de Alexandra las reclusas ya habían empezado a organizarse y a prepararse. Burlando las patrullas de la seguridad de la prisión se hicieron con armas y defensas suficientes para resistir un ataque estándar. El motin dio comienzo cuando alguien dejó inconsciente a Xandra en el patio.
—Ugh, mi cabeza... —murmuró Alexandra mientras abría lentamente los ojos. Estaba en el comedor de la prisión, ahora transformado en una pseudobase. Habían montado barricadas, tenían incluso un pequeño centro de control con den den mushis robados para controlar el resto de puntos de control que tenían en la prisión. ¿Los guardias de seguridad? Habían sido expulsados al cuartel exterior de la prisión donde ahora intentaban trazar un plan para recuperar el control del interior del recinto.
—¿Estás despierta, bruja? Aprovecha lo que puedas, no te queda mucho tiempo —dijo una voz tras Alexandra.
Intentó moverse pero estaba atada de pies y manos. Huh, parecía que por fin le habían echado ovarios para intentar ejecutarla de una vez. Y sí, aquello la molestaba sobremanera pero de momento no se revolvió ni intentó liberarse, sería sencillo quemar las cuerdas o hacerlas más frágiles con sus habilidades pero si lo hacía se le echarían todas encima y... era buena, pero no tan buena.
—¿Un motín? Es un poco cliché, ¿no os parece? —preguntó la prisionera de las prisioneras. La pregunta no hizo demasiada gracia a la cabecilla: una mujer de unos veinticinco años con el pelo corto y negro, rasurado por un lado, cuyo rasgo más distintivo era la cicatriz de su cuello, que indicaba que había sobrevivido de alguna forma a algo parecido a un degüello. Esta mujer, que recibía el apodo de "Redneck" por ese detalle, se acercó a Alexandra y le propinó una patada en la cara con un mensaje muy claro, que cerrara la boca de una vez. No fue muy difícil obedecer al mensaje subliminal, especialmente porque la patada fue lo suficientemente fuerte como para hacerle perder la consciencia.
—¡Eh, hijos de puta, sé que seguís escuchándome! —exclamó a través del Den Den mushi —. Os voy a decir lo que va a pasar: vamos a matar a cualquier gilipollas que intente entrar en la prisión, voy a matar personalmente a esta puta que ha jodido a mis chicas en el último mes y cuando os vuelva a llamar quiero que me traigáis café para que lo beba de su calavera y que luego salgáis cagando ostias del recinto. Voy a quedarme con vuestra prisión y con todo lo que hay dentro. ¡Y ahora largo de mi cárcel, coño, no queréis cabrearme más! —colgó justo al acabar, sin dar tiempo a réplicas.
El mensaje de Redneck fue bastante directo -y un poco lleno de tacos-. Los guardias de la prisión, ahora tras unas barricadas en la entrada de la prisión, no sabía exactamente qué hacer. Podrían pedir ayuda a las fuerzas policiales de Dark Dome, pero era una ciudad con muchas familias mafiosas... de momento le seguirían el juego. Ahora tenían un problema más serio, el alcaide estaba todavía dentro. Sí, su edificio estaba separado de ambas prisiones, pero si ganaban el control total no les costaría demasiado armarse e ir a por él, si llegaban a ese punto... probablemente tendrían que pasar a ejecutar a todas las reclusas.
—Vamos a mantenerlas controladas, que un equipo se mueva sin ser visto hasta el recinto del alcaide y haced guardia en el interior. Tirad a matar ante cualquiera que intente entrar, ¿entendido?
El jefe de seguridad dio sus órdenes y sus equipos empezaron a desplegarse.
—Si quieres jugar con los mayores, Roja, jugarás. Los criminales de Dark Dome no sois los únicos con instinto asesino.
Alexandra, mientras tanto, continuaba inconsciente. La señora roja tenía mucha fuerza en las piernas, pero más le valía no haberla dejado tonta con esa patada.
Durante el entrenamiento y experimentación de Alexandra las reclusas ya habían empezado a organizarse y a prepararse. Burlando las patrullas de la seguridad de la prisión se hicieron con armas y defensas suficientes para resistir un ataque estándar. El motin dio comienzo cuando alguien dejó inconsciente a Xandra en el patio.
—Ugh, mi cabeza... —murmuró Alexandra mientras abría lentamente los ojos. Estaba en el comedor de la prisión, ahora transformado en una pseudobase. Habían montado barricadas, tenían incluso un pequeño centro de control con den den mushis robados para controlar el resto de puntos de control que tenían en la prisión. ¿Los guardias de seguridad? Habían sido expulsados al cuartel exterior de la prisión donde ahora intentaban trazar un plan para recuperar el control del interior del recinto.
—¿Estás despierta, bruja? Aprovecha lo que puedas, no te queda mucho tiempo —dijo una voz tras Alexandra.
Intentó moverse pero estaba atada de pies y manos. Huh, parecía que por fin le habían echado ovarios para intentar ejecutarla de una vez. Y sí, aquello la molestaba sobremanera pero de momento no se revolvió ni intentó liberarse, sería sencillo quemar las cuerdas o hacerlas más frágiles con sus habilidades pero si lo hacía se le echarían todas encima y... era buena, pero no tan buena.
—¿Un motín? Es un poco cliché, ¿no os parece? —preguntó la prisionera de las prisioneras. La pregunta no hizo demasiada gracia a la cabecilla: una mujer de unos veinticinco años con el pelo corto y negro, rasurado por un lado, cuyo rasgo más distintivo era la cicatriz de su cuello, que indicaba que había sobrevivido de alguna forma a algo parecido a un degüello. Esta mujer, que recibía el apodo de "Redneck" por ese detalle, se acercó a Alexandra y le propinó una patada en la cara con un mensaje muy claro, que cerrara la boca de una vez. No fue muy difícil obedecer al mensaje subliminal, especialmente porque la patada fue lo suficientemente fuerte como para hacerle perder la consciencia.
—¡Eh, hijos de puta, sé que seguís escuchándome! —exclamó a través del Den Den mushi —. Os voy a decir lo que va a pasar: vamos a matar a cualquier gilipollas que intente entrar en la prisión, voy a matar personalmente a esta puta que ha jodido a mis chicas en el último mes y cuando os vuelva a llamar quiero que me traigáis café para que lo beba de su calavera y que luego salgáis cagando ostias del recinto. Voy a quedarme con vuestra prisión y con todo lo que hay dentro. ¡Y ahora largo de mi cárcel, coño, no queréis cabrearme más! —colgó justo al acabar, sin dar tiempo a réplicas.
El mensaje de Redneck fue bastante directo -y un poco lleno de tacos-. Los guardias de la prisión, ahora tras unas barricadas en la entrada de la prisión, no sabía exactamente qué hacer. Podrían pedir ayuda a las fuerzas policiales de Dark Dome, pero era una ciudad con muchas familias mafiosas... de momento le seguirían el juego. Ahora tenían un problema más serio, el alcaide estaba todavía dentro. Sí, su edificio estaba separado de ambas prisiones, pero si ganaban el control total no les costaría demasiado armarse e ir a por él, si llegaban a ese punto... probablemente tendrían que pasar a ejecutar a todas las reclusas.
—Vamos a mantenerlas controladas, que un equipo se mueva sin ser visto hasta el recinto del alcaide y haced guardia en el interior. Tirad a matar ante cualquiera que intente entrar, ¿entendido?
El jefe de seguridad dio sus órdenes y sus equipos empezaron a desplegarse.
—Si quieres jugar con los mayores, Roja, jugarás. Los criminales de Dark Dome no sois los únicos con instinto asesino.
Alexandra, mientras tanto, continuaba inconsciente. La señora roja tenía mucha fuerza en las piernas, pero más le valía no haberla dejado tonta con esa patada.
Katharina von Steinhell
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Estaba en el comedor de la prisión envuelta en una caótica situación, rodeada de chicas rudas y violentas. Tenían un par de armas a su disposición, las cuales lograron arrebatárselas a los guardias cuyos cadáveres se encontraban en el ensangrentado pasillo. Ni siquiera se inmutó cuando la autoproclamada líder, Redneck, le propinó una poderosa patada en la cara a otra de las reclusas. Soltó un suspiro, preguntándose por qué todo tuvo que acabar de esa forma. ¿Un motín justo cuando espiaba a uno de los hombres de una familia enemiga? Joder, eso sí que era mala suerte. Entre el desorden y la violencia le costaría un montón encontrarle para hacerle unas cuantas preguntas y, dependiendo de sus palabras, atravesarle el corazón con su espada.
Para entender cómo es que Katharina estaba ahora mismo en un lugar tan indigno hay que retroceder un poco.
Jamás imaginó que Ivan le pediría tal cosa: infiltrarse en una prisión mixta de baja seguridad para recaudar información sobre una familia enemiga. Si bien había abandonado su carrera como espía y asesina, aún poseía habilidades extraordinariamente útiles como, por ejemplo, la capacidad para adoptar la forma que ella desease: la polimorfia. Así que no suponía ningún riesgo ni peligro adentrarse voluntariamente en una prisión de Dark Dome. Sin embargo, el recelo hacia el favor tenía su origen en las protuberancias que tenía por cicatrices en la espalda, desgarradores recuerdos de un pasado lejano pero doloroso. Tuvo que convencerse a sí misma de que lo haría por un amigo; además, lo habían planeado muy bien y la posibilidad de que hubiese esposas de kairoseki era mínima.
Le dio una paliza a un mafioso medianamente conocido y dejarse atrapar para ser enviada a esa prisión en particular. Gracias a su libre capacidad para adoptar la forma que ella quisiese, tomó la apariencia de una veinteañera de largos cabellos negros, ojos rojos y rasgos afilados. Metro sesenta y cinco de altura, pechos ligeramente pequeños y una estrecha cintura, culo bien formado y unas piernas alucinantes. Si bien no se había esmerado en crear una verdadera identidad secreta con todos sus detalles, tampoco quería estar dentro de un cuerpo horrendo y difícil de manejar.
Los primeros días logró mantener un perfil bajo sin llamar la atención, pero a la semana los problemas llamaron a su puerta. Era de noche cuando un hombrón de dos metros y medio se coló en el edificio de las mujeres únicamente con el propósito de satisfacer su apetito sexual. Intentó colarse en la celda de Katharina, pero a cambio recibió un duro castigo: siete costillas rotas, mandíbula dislocada y ambas rodillas destrozadas sin posibilidad de recuperación. Estuvo a punto de atravesarle el pecho con su mano cuando llegaron los guardias, electrocutando a la bruja para llevársela a la celda de aislamiento. Pasó allí tres días sin apenas recibir comida; no le molestaba el ambiente oscuro y húmedo, mucho menos el silencio y la soledad, pero todo resultaba una verdadera mierda porque tenía que reunir información sobre Gustavo di Fiore. Luego de ser liberada el motín comenzó, optando por “guarecerse” en el comedor junto a las otras inútiles que, tarde o temprano, acabaría asesinando.
—Tú, ve a ver si los guardias están cerca —le ordenó la líder del grupo femenino a Katharina.
La espadachina ignoró las palabras de la criminal, pues estaba demasiado ocupada vaciando un tarro de galletas. Cuando descubrió que se estaba organizando un motín, pensó inmediatamente en asaltar el comedor y la cocina para llenar el estómago. Pese a que la comida de la prisión era una mierda, resultaba mejor que no comer nada.
—¡¿Me estás escuchando?! —gruñó entonces, acercándose bruscamente a la pelinegra.
—No viene nadie —respondió sin devolverle la mirada. ¿Para qué rebajarse?—. Si no sabes lo que es el mantra no te molestes en preguntarme cómo lo sé. Ah, parece que tu saco de boxear está despertando. ¡Pero qué honorable golpear a alguien amarrado! —comentó sarcásticamente, abriendo como platos las gotas de sangre que llevaba por ojos y haciendo un gesto esotérico con las manos.
Redneck les ordenó a sus muchachas que amordazasen también a la arrogante pelinegra, pero estas intercambiaron miradas nerviosas.
—Le dio una paliza a Kraug, no sé si sea buena idea meternos con ella…
—¡Exacto! No es buena idea meterse conmigo. —Casi y quería abrirse paso a la fuerza sin importar cuántas vidas pudiese tomar en el camino, pero por algo se llamaba "misión de infiltración" y no "genocidio en la prisión"—. Escuchen: les ayudaré en su motín, pero a cambio quiero información sobre Gustavo di Fiore.
Para entender cómo es que Katharina estaba ahora mismo en un lugar tan indigno hay que retroceder un poco.
Jamás imaginó que Ivan le pediría tal cosa: infiltrarse en una prisión mixta de baja seguridad para recaudar información sobre una familia enemiga. Si bien había abandonado su carrera como espía y asesina, aún poseía habilidades extraordinariamente útiles como, por ejemplo, la capacidad para adoptar la forma que ella desease: la polimorfia. Así que no suponía ningún riesgo ni peligro adentrarse voluntariamente en una prisión de Dark Dome. Sin embargo, el recelo hacia el favor tenía su origen en las protuberancias que tenía por cicatrices en la espalda, desgarradores recuerdos de un pasado lejano pero doloroso. Tuvo que convencerse a sí misma de que lo haría por un amigo; además, lo habían planeado muy bien y la posibilidad de que hubiese esposas de kairoseki era mínima.
Le dio una paliza a un mafioso medianamente conocido y dejarse atrapar para ser enviada a esa prisión en particular. Gracias a su libre capacidad para adoptar la forma que ella quisiese, tomó la apariencia de una veinteañera de largos cabellos negros, ojos rojos y rasgos afilados. Metro sesenta y cinco de altura, pechos ligeramente pequeños y una estrecha cintura, culo bien formado y unas piernas alucinantes. Si bien no se había esmerado en crear una verdadera identidad secreta con todos sus detalles, tampoco quería estar dentro de un cuerpo horrendo y difícil de manejar.
Los primeros días logró mantener un perfil bajo sin llamar la atención, pero a la semana los problemas llamaron a su puerta. Era de noche cuando un hombrón de dos metros y medio se coló en el edificio de las mujeres únicamente con el propósito de satisfacer su apetito sexual. Intentó colarse en la celda de Katharina, pero a cambio recibió un duro castigo: siete costillas rotas, mandíbula dislocada y ambas rodillas destrozadas sin posibilidad de recuperación. Estuvo a punto de atravesarle el pecho con su mano cuando llegaron los guardias, electrocutando a la bruja para llevársela a la celda de aislamiento. Pasó allí tres días sin apenas recibir comida; no le molestaba el ambiente oscuro y húmedo, mucho menos el silencio y la soledad, pero todo resultaba una verdadera mierda porque tenía que reunir información sobre Gustavo di Fiore. Luego de ser liberada el motín comenzó, optando por “guarecerse” en el comedor junto a las otras inútiles que, tarde o temprano, acabaría asesinando.
—Tú, ve a ver si los guardias están cerca —le ordenó la líder del grupo femenino a Katharina.
La espadachina ignoró las palabras de la criminal, pues estaba demasiado ocupada vaciando un tarro de galletas. Cuando descubrió que se estaba organizando un motín, pensó inmediatamente en asaltar el comedor y la cocina para llenar el estómago. Pese a que la comida de la prisión era una mierda, resultaba mejor que no comer nada.
—¡¿Me estás escuchando?! —gruñó entonces, acercándose bruscamente a la pelinegra.
—No viene nadie —respondió sin devolverle la mirada. ¿Para qué rebajarse?—. Si no sabes lo que es el mantra no te molestes en preguntarme cómo lo sé. Ah, parece que tu saco de boxear está despertando. ¡Pero qué honorable golpear a alguien amarrado! —comentó sarcásticamente, abriendo como platos las gotas de sangre que llevaba por ojos y haciendo un gesto esotérico con las manos.
Redneck les ordenó a sus muchachas que amordazasen también a la arrogante pelinegra, pero estas intercambiaron miradas nerviosas.
—Le dio una paliza a Kraug, no sé si sea buena idea meternos con ella…
—¡Exacto! No es buena idea meterse conmigo. —Casi y quería abrirse paso a la fuerza sin importar cuántas vidas pudiese tomar en el camino, pero por algo se llamaba "misión de infiltración" y no "genocidio en la prisión"—. Escuchen: les ayudaré en su motín, pero a cambio quiero información sobre Gustavo di Fiore.
Ivan Markov
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En medio de todo el movimiento de los equipos de seguridad, llegaron dos personas a la prisión: una mujer vestida con un traje negro masculino, elegante, y un hombre muy alto de pelo oscuro con una gabardina roja, gafas de sol y un sombrero de ala ancha a juego. Se acercaron al jefe de seguridad y la mujer sacó una placa del Departamento de Policía de Dark Dome - Desde ahora esta operación deja de ser autoridad suya. Este motín será controlado por nosotros - el hombre la miró con cierta incredulidad y sorpresa, pues apenas se había percatado de su presencia cuando le plantó sus credenciales en la cara. Tras recomponerse un poco, alcanzó a decir - ¿Cómo se han enterado? No tienen que hacer esto, tenemos la situación bajo control.
El hombre alto observó las imágenes de los visual den den mushis y se rió entre dientes viendo la situación del pabellón femenino: la mitad de las pantallas estaban apagadas, y las otras mostraban barricadas, hogueras y cadáveres en los pasillos, así como grupos de prisioneras armadas con lo que habían podido quitarle a los guardias y armas improvisadas. Observó con una sonrisa desagradable al jefe, negando con la cabeza - No parece en absoluto que tengáis la situación bajo control. Por eso me han llamado a mí - su tono de voz fue tan siniestro y sanguinario que le provocó un escalofrío. La detective se adelantó y añadió - El señor Helkan es la persona que llamamos cuando las cosas se salen de madre. Como es el caso de esta situación. Voy a hacerle un favor y librarle del marrón que le caería si esto se descontrola de verdad. A cambio van a apagar todos los dispositivos de grabación. Al señor Helkan no le gusta ser grabado... ni a nadie le gustaría que se filtrasen las imágenes de lo que va a suceder. La versión oficial que dará será que el motín se acabó disolviendo por sí mismo por luchas entre las prisioneras.
Las palabras de la detective fueron incluso más oscuras si cabía. Dark Dome se caracterizaba por la corrupción y la brutalidad policial, pero normalmente aquella zona estaba mucho más calmada y no tenían que presenciar aquella clase de sucesos... ni la podrida forma de actual del departamento de policía, que prefería mandar a un eliminador a arreglar los problemas. Sin embargo aquello arreglaba sus problemas. El jefe de seguridad asintió con la cabeza - De acuerdo, la operación queda en sus manos. ¿Necesitará ayuda, señor Helkan? - el aludido se giró hacia él, quitándose las gafas y mostrando unos ojos dorados que brillaban en la penumbra permanente de Dark Dome - Yo trabajo solo. Mantenga a sus hombres alejados del recinto.
Ivan recorrió los pasillos silbando, jugando con una larga daga plateada. Katharina estaba tardando demasiado en realizar un encargo muy sencillo, y se había empezado a preocupar. Pensaba colarse en la prisión cuando le llegó el soplo del motín, y en seguida supo que las cosas se habían ido a tomar por culo. Tras una llamada a Helen y cambiar su aspecto con la polimorfia, había logrado que la detective le colase como eliminador de la policía en la prisión. Su tarea oficialmente era eliminar a las instigadoras y detener el motín lo antes posible. En realidad su objetivo era encontrar a Katharina, asegurarse de que todo iba bien y conseguir la información él mismo si no la tenía aún.
- ¿Dónde te has metido, bruja?
Olfateó en busca del distintivo aroma de sus bragas. No podía andar muy lejos. Mientras vagabundeaba, escuchó un movimiento a su espalda, pero ni se molestó en girarse. Cuando el tablón bajó hacia su cabeza sólo encontró aire, y la reclusa miró extrañada el pasillo vacío. Entonces una línea sangrienta se dibujó en sus antebrazos y el madero se le cayó al suelo. La daga ensangrentada se apoyó contra su cuello, y Ivan le habló al oído desde la espalda - Vas a llevarme con Redneck, o te dejaré desangrarte hasta morir. Te he abierto las arterias en canal, y no pasará mucho antes de que pierdas el conocimiento. Si colaboras, te curaré.
El hombre alto observó las imágenes de los visual den den mushis y se rió entre dientes viendo la situación del pabellón femenino: la mitad de las pantallas estaban apagadas, y las otras mostraban barricadas, hogueras y cadáveres en los pasillos, así como grupos de prisioneras armadas con lo que habían podido quitarle a los guardias y armas improvisadas. Observó con una sonrisa desagradable al jefe, negando con la cabeza - No parece en absoluto que tengáis la situación bajo control. Por eso me han llamado a mí - su tono de voz fue tan siniestro y sanguinario que le provocó un escalofrío. La detective se adelantó y añadió - El señor Helkan es la persona que llamamos cuando las cosas se salen de madre. Como es el caso de esta situación. Voy a hacerle un favor y librarle del marrón que le caería si esto se descontrola de verdad. A cambio van a apagar todos los dispositivos de grabación. Al señor Helkan no le gusta ser grabado... ni a nadie le gustaría que se filtrasen las imágenes de lo que va a suceder. La versión oficial que dará será que el motín se acabó disolviendo por sí mismo por luchas entre las prisioneras.
Las palabras de la detective fueron incluso más oscuras si cabía. Dark Dome se caracterizaba por la corrupción y la brutalidad policial, pero normalmente aquella zona estaba mucho más calmada y no tenían que presenciar aquella clase de sucesos... ni la podrida forma de actual del departamento de policía, que prefería mandar a un eliminador a arreglar los problemas. Sin embargo aquello arreglaba sus problemas. El jefe de seguridad asintió con la cabeza - De acuerdo, la operación queda en sus manos. ¿Necesitará ayuda, señor Helkan? - el aludido se giró hacia él, quitándose las gafas y mostrando unos ojos dorados que brillaban en la penumbra permanente de Dark Dome - Yo trabajo solo. Mantenga a sus hombres alejados del recinto.
Ivan recorrió los pasillos silbando, jugando con una larga daga plateada. Katharina estaba tardando demasiado en realizar un encargo muy sencillo, y se había empezado a preocupar. Pensaba colarse en la prisión cuando le llegó el soplo del motín, y en seguida supo que las cosas se habían ido a tomar por culo. Tras una llamada a Helen y cambiar su aspecto con la polimorfia, había logrado que la detective le colase como eliminador de la policía en la prisión. Su tarea oficialmente era eliminar a las instigadoras y detener el motín lo antes posible. En realidad su objetivo era encontrar a Katharina, asegurarse de que todo iba bien y conseguir la información él mismo si no la tenía aún.
- ¿Dónde te has metido, bruja?
Olfateó en busca del distintivo aroma de sus bragas. No podía andar muy lejos. Mientras vagabundeaba, escuchó un movimiento a su espalda, pero ni se molestó en girarse. Cuando el tablón bajó hacia su cabeza sólo encontró aire, y la reclusa miró extrañada el pasillo vacío. Entonces una línea sangrienta se dibujó en sus antebrazos y el madero se le cayó al suelo. La daga ensangrentada se apoyó contra su cuello, y Ivan le habló al oído desde la espalda - Vas a llevarme con Redneck, o te dejaré desangrarte hasta morir. Te he abierto las arterias en canal, y no pasará mucho antes de que pierdas el conocimiento. Si colaboras, te curaré.
Alexandra Holmes
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Agilidad
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Qué... ah, sí, aquella mujer había dejado su mundo en un negro total con aquella patada. Volvió a abrir los ojos, aún seguían ahí, así que... solo habían pasado unos minutos esta vez. Aún estaba encogida pero desde su posición podía ver más o menos lo que ocurría en el comedor: una mujer que no recordaba haber visto antes estaba desafiando a Redneck. Aquello la alarmaría si no fuera porque la propia Xandra sabía que incluso ella podría con la roja si se enfrentaran de forma justa. Lo que no entendió de ninguna forma fue el porqué de exigir información a cambio de ayuda, es decir, ¿qué podría hacer? lo único sensato, después de ese desastre, sería intentar huir.
Redneck, por su parte, miraba fijamente a Katharina pensando si debía aceptar su oferta o no.
—Solo para que lo sepas, esta gilipollas lleva atacando a mis chicas durante semanas con... Ugh, brujería, por lo menos —informó ante el cachondeo de la espadachina. Las reclusas de aquel pabellón, salvo alguna excepción, eran ajenas a conceptos como el haki o la energía elemental.
—Energía psicológica, palurda, energía psicológica de los fragmentos más intensos y poderosos de la personalidad que se manifiestan como elementos de la naturaleza de una forma que puede compararse con la misteriosa forma de energía que conocemos como Ha- —no podía evitarlo, era superior a ella, tenía que explicarlo. Redneck hizo una señal con la cabeza y una mujer distinta, una más corpulenta, empezó a acercarse a la científica. No le dejó acabar, la puso en pie agarrándola del cuello y le dio un rodillazo a la científica en el estómago. Debía ser venganza por lo de la otra vez. Con su última palabra a medias daba a entender que, como mínimo, conocía el Haki. La científica gritó, tosió varias veces y jadeó del dolor, sin llegar a vomitar.
—A nadie de esta cárcel le gusta aprender, eh —soltó, burlona, antes de recibir otro igual. Fue más difícil contener las náuseas pero logró no vomitar ni con el segundo rodillazo.
Podía ser una bruta, pero la roja era consciente de que necesitaría ayuda si las cosas se torcían, y por torcerse se referiría a que la seguridad de la prisión decidiera llevar la situación al siguiente nivel. Además, las otras reclusas no estaban demasiado dispuestas a intentar amordazarla por la demostración de poder de días atrás ante Kraug. ¿Había sido ella? Alexandra se fijó también en Kath -dentro de sus posibilidades, que eran más bien pocas- aunque aún no le dijo nada.
— ...Vale, acepto la ayuda, pero no la jodas —aceptó a regañadientes. Su alivio mental era que pensaba deshacerse de ella cuando triunfaran, pero eso no tenía por qué saberlo nadie —, y tú, Vick, sé que le tienes ganas pero no te pases, no queremos que esté agotada cuando empiece a acuchillarla. Quiero oirla gritar.
Le ponía buena cara al mal tiempo pero Alexandra estaba acumulando cabreo de una forma que no era sana. Resistir la tentación de quemar las cuerdas y volver a darles una paliza para recordarles quién era ella estaba siendo una tarea durísima. Pero no, no, debía resistirse, su posición de debilidad actual podía ser una ventaja para huir de la prisión en medio del altercado.
En otro lado del pabellón, Ivan estaba "convenciendo" a una de las rebeldes para que lo llevara ante la cabecilla de la revuelta. No le había dejado muchas opciones, la verdad. Para la rebelde era morir allí mismo o tardar unos minutos más en morirse, su elección... se aferraría a la vida. Ella no era una criminal de sangre, solo quería salir de aquel infierno cuanto antes.
—V-v-v-vale, te llevaré con ella si me curas... y si me proteges de ella. Da... da mucho miedo —dijo, en un tono temeroso. Aceptaba pero estaba profundamente asustada de la reacción de la cabecilla, era una mujer que no dudaría en matarla y lo sabía.
Sin tener más alternativa empezó a guiarlo con prisas por los distintos pasillos. La escena era incluso peor de lo que se veía a través de los Visual Den Den Mushi, los cadáveres mezclados con el calor de las hogueras y el olor de la pólvora eran algo que no podría soportar el 75% de las reclusas del pabellón. El ambiente se notaba pesado, cargado, y estando dentro se podía ver la división interna de las reclusas. Estaban las que apoyaban el motín en sí, las que intentaban huir aprovechando la falta de seguridad y luego estaban las que se quedaban en sus celdas, deseando que todo acabara.
No tardarón mucho en tener enfrente el comedor. Estaban las puertas abiertas de par en par con una barricada enfrente con dos reclusas haciendo guardia. No tardaron en avistarlos a los dos y dar la voz de alarma al interior.
—¡Jefa, Helen está sangrando y viene con un hombre! ¿Qué hacemos? —dijo una de las guardias.
—¿Qué? ¿Para qué hemos robado las pistolas? ¡Voladles los sesos y ya! —respondió Redneck, sin ningún tipo de consideración por la que estaba siendo amenazada. Ahora Ivan podría entender por qué quería protección además de la curación. Las dos guardias empezaron a disparar sus rifles apuntando principalmente a su compañera, después de todo, si le daban a ella terminarían dándole a él. La puntería de ambas era bastante normal, era difícil entrenar el tiro en una prisión.
—Tch, han tardado menos de lo que esperaba... les habrán crecido los cojones de repente —dijo Red, que pasó a mirar a Alexandra —. Habrá que adelantar tu ejecución, milf.
La detective y el hombre que la había acompañado, el señor Helkan, habían mandado a tomar vientos los planes de la seguridad de la prisión, que se vio obligada a retirar a todos sus efectivos. Recordó a los que había enviado al recinto del alcaide y se apresuró a descolgar el Den Den Mushi para llamarlos de vuelta.
—A todas las unidades, retiráos. Decidle al alcaide que la situación estará bajo control en breve, que se tranquilice y volved al puesto exterior. Dejadlas solas. Repito, dejadlas solas.
El receptor del mensaje dudó pero no le dio demasiadas vueltas, órdenes eran órdenes y así se mantenían alejados del peligro, no vio motivos para rechazar la orden. Respondieron con un "Recibido" y colgaron.
Mientras los hombres del recinto del alcaide cumplían con su cometido y regresaban, el propio jefe de seguridad de la prisión apagó manualmente todos los Visual Den Den Mushi, de forma que al cortarse la conexión no habría forma de saber qué estaba ocurriendo menos y mucho menos podrían grabarlo.
—Espero que su hombre sea fuerte, hay algunas personas ahí dentro que deberían estar en una prisión marine, no en una prisión civil. Por suerte las dos más "populares" parece que van a matarse entre ellas.
Una de ellas era Redneck, por simple peligrosidad por los antecedentes relacionados con el bajo mundo. La otra que mencionaba era Alexandra, en su caso por lo rápido que había evolucionado dentro, no lo veían normal. ¿Habían más así? Sí, pero las dos que más se habían hecho un "nombre" dentro eran ellas dos.
Redneck, por su parte, miraba fijamente a Katharina pensando si debía aceptar su oferta o no.
—Solo para que lo sepas, esta gilipollas lleva atacando a mis chicas durante semanas con... Ugh, brujería, por lo menos —informó ante el cachondeo de la espadachina. Las reclusas de aquel pabellón, salvo alguna excepción, eran ajenas a conceptos como el haki o la energía elemental.
—Energía psicológica, palurda, energía psicológica de los fragmentos más intensos y poderosos de la personalidad que se manifiestan como elementos de la naturaleza de una forma que puede compararse con la misteriosa forma de energía que conocemos como Ha- —no podía evitarlo, era superior a ella, tenía que explicarlo. Redneck hizo una señal con la cabeza y una mujer distinta, una más corpulenta, empezó a acercarse a la científica. No le dejó acabar, la puso en pie agarrándola del cuello y le dio un rodillazo a la científica en el estómago. Debía ser venganza por lo de la otra vez. Con su última palabra a medias daba a entender que, como mínimo, conocía el Haki. La científica gritó, tosió varias veces y jadeó del dolor, sin llegar a vomitar.
—A nadie de esta cárcel le gusta aprender, eh —soltó, burlona, antes de recibir otro igual. Fue más difícil contener las náuseas pero logró no vomitar ni con el segundo rodillazo.
Podía ser una bruta, pero la roja era consciente de que necesitaría ayuda si las cosas se torcían, y por torcerse se referiría a que la seguridad de la prisión decidiera llevar la situación al siguiente nivel. Además, las otras reclusas no estaban demasiado dispuestas a intentar amordazarla por la demostración de poder de días atrás ante Kraug. ¿Había sido ella? Alexandra se fijó también en Kath -dentro de sus posibilidades, que eran más bien pocas- aunque aún no le dijo nada.
— ...Vale, acepto la ayuda, pero no la jodas —aceptó a regañadientes. Su alivio mental era que pensaba deshacerse de ella cuando triunfaran, pero eso no tenía por qué saberlo nadie —, y tú, Vick, sé que le tienes ganas pero no te pases, no queremos que esté agotada cuando empiece a acuchillarla. Quiero oirla gritar.
Le ponía buena cara al mal tiempo pero Alexandra estaba acumulando cabreo de una forma que no era sana. Resistir la tentación de quemar las cuerdas y volver a darles una paliza para recordarles quién era ella estaba siendo una tarea durísima. Pero no, no, debía resistirse, su posición de debilidad actual podía ser una ventaja para huir de la prisión en medio del altercado.
En otro lado del pabellón, Ivan estaba "convenciendo" a una de las rebeldes para que lo llevara ante la cabecilla de la revuelta. No le había dejado muchas opciones, la verdad. Para la rebelde era morir allí mismo o tardar unos minutos más en morirse, su elección... se aferraría a la vida. Ella no era una criminal de sangre, solo quería salir de aquel infierno cuanto antes.
—V-v-v-vale, te llevaré con ella si me curas... y si me proteges de ella. Da... da mucho miedo —dijo, en un tono temeroso. Aceptaba pero estaba profundamente asustada de la reacción de la cabecilla, era una mujer que no dudaría en matarla y lo sabía.
Sin tener más alternativa empezó a guiarlo con prisas por los distintos pasillos. La escena era incluso peor de lo que se veía a través de los Visual Den Den Mushi, los cadáveres mezclados con el calor de las hogueras y el olor de la pólvora eran algo que no podría soportar el 75% de las reclusas del pabellón. El ambiente se notaba pesado, cargado, y estando dentro se podía ver la división interna de las reclusas. Estaban las que apoyaban el motín en sí, las que intentaban huir aprovechando la falta de seguridad y luego estaban las que se quedaban en sus celdas, deseando que todo acabara.
No tardarón mucho en tener enfrente el comedor. Estaban las puertas abiertas de par en par con una barricada enfrente con dos reclusas haciendo guardia. No tardaron en avistarlos a los dos y dar la voz de alarma al interior.
—¡Jefa, Helen está sangrando y viene con un hombre! ¿Qué hacemos? —dijo una de las guardias.
—¿Qué? ¿Para qué hemos robado las pistolas? ¡Voladles los sesos y ya! —respondió Redneck, sin ningún tipo de consideración por la que estaba siendo amenazada. Ahora Ivan podría entender por qué quería protección además de la curación. Las dos guardias empezaron a disparar sus rifles apuntando principalmente a su compañera, después de todo, si le daban a ella terminarían dándole a él. La puntería de ambas era bastante normal, era difícil entrenar el tiro en una prisión.
—Tch, han tardado menos de lo que esperaba... les habrán crecido los cojones de repente —dijo Red, que pasó a mirar a Alexandra —. Habrá que adelantar tu ejecución, milf.
Mientras tanto, en el exterior de la prisión
La detective y el hombre que la había acompañado, el señor Helkan, habían mandado a tomar vientos los planes de la seguridad de la prisión, que se vio obligada a retirar a todos sus efectivos. Recordó a los que había enviado al recinto del alcaide y se apresuró a descolgar el Den Den Mushi para llamarlos de vuelta.
—A todas las unidades, retiráos. Decidle al alcaide que la situación estará bajo control en breve, que se tranquilice y volved al puesto exterior. Dejadlas solas. Repito, dejadlas solas.
El receptor del mensaje dudó pero no le dio demasiadas vueltas, órdenes eran órdenes y así se mantenían alejados del peligro, no vio motivos para rechazar la orden. Respondieron con un "Recibido" y colgaron.
Mientras los hombres del recinto del alcaide cumplían con su cometido y regresaban, el propio jefe de seguridad de la prisión apagó manualmente todos los Visual Den Den Mushi, de forma que al cortarse la conexión no habría forma de saber qué estaba ocurriendo menos y mucho menos podrían grabarlo.
—Espero que su hombre sea fuerte, hay algunas personas ahí dentro que deberían estar en una prisión marine, no en una prisión civil. Por suerte las dos más "populares" parece que van a matarse entre ellas.
Una de ellas era Redneck, por simple peligrosidad por los antecedentes relacionados con el bajo mundo. La otra que mencionaba era Alexandra, en su caso por lo rápido que había evolucionado dentro, no lo veían normal. ¿Habían más así? Sí, pero las dos que más se habían hecho un "nombre" dentro eran ellas dos.
Katharina von Steinhell
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Escuchó a la mujer que estaba siendo golpeada y se fijó más en ella: melena castaña, ojos azules y buena figura. Usó demasiadas palabras para explicar algo que podía explicarse en seis: energía vital de las criaturas vivas. Bueno, era una definición burda que no profundizaba demasiado en lo que de verdad es el haki, pero que una de esas mujeres supiese la existencia de esta fuerza resultaba como mínimo interesante. ¿Iba ser que al final hubiese alguien prometedor en esa prisión de mierda? Miró desde su cómoda posición la golpiza que recibió únicamente por volver a abrir la boca.
—¿Cómo te llamas? —le preguntó a la mujer de cabellos marrones. Esperaba que conservase las fuerzas suficientes para responder.
Empezaba a entender que las reglas en esa prisión eran bastante sencillas: sólo había que hacerse respetar. Y el que hubiera destrozado a Kraug parecía darle lo que necesitaba. Ninguna de las mujeres intentó siquiera ponerle un dedo encima; normal, si podía romperle siete costillas a un hombre de más de dos metros, ¿qué posibilidades tenían ellas? Redneck entendió muy bien la negación de sus subordinadas, compañeras o lo que fuesen. Desconocía cómo se trataban los unos a los otros en las cárceles. ¿Existía siquiera una jerarquía fuertemente estructurada? Eran unas imbéciles, la necesitarían en caso de que quisiesen huir de la prisión. Fue entonces que acabó por escuchar algo que no le agradó: «Queremos que esté agotada cuando empiece a acuchillarla. Quiero oírla gritar». Frunció el ceño y de un salto bajó de la mesa en la que estaba.
—Ya veo, eres de las que ataca a los demás cuando no pueden defenderse —le espetó, fulminándole con sus ojos carmesíes—. No sabría si catalogarlo como un acto inteligente… o cobarde.
Detestaba a los sádicos y, por ende, a los torturadores. ¿Cuán retorcida debía estar una mente para regocijarse con el dolor ajeno? Alguien que actuase así no era de confiar, su cabeza era un vertedero de mierda inestable que en cualquier momento explotaría. No es que le importase la integridad de la mujer. Tampoco quería ahorrarle el sufrimiento ni estaba mostrándose preocupada por ella. Odiaba la tortura, y uno de los motivos eran las tres grandes cicatrices que tenía en la espalda; cortesía de un torturador. El mundo podía considerarle tomarle por alguien cruel y, si bien era cierto, la bruja se limitaba a asesinar indolora y rápidamente.
Estuvo a punto de crear una espada de hielo para cercenar la cabeza de la mujer cuando una situación le sorprendió medianamente. Del otro lado se hallaba una mujer con los brazos ensangrentados, rehén de un hombre cuya presencia podía diferenciar particularmente bien: Ivan Markov. ¿Qué hacía el vampiro en ese lugar cuando todo era un caos? Oh, espera. ¿Estaba dudando de su capacidad? ¿Creía que estaba teniendo demasiados problemas como para conseguir la información de Gustavo di Fiore? Pero qué poca estima y falta de confianza… Bueno, había tenido unas pocas dificultades y tampoco había trabajado al máximo, de hecho, estaba tardando un poco más de lo habitual en terminar con algo que parecía muy simple, pero tampoco era motivo para dudar. Ya hablaría con él.
En vez de hacerse cargo del “problema” por su propia cuenta, Redneck usó a dos de sus guardias para cargarse a esa tal Helen junto a Ivan. Un débil ataque como ese solo le causaría algo de dolor al vampiro, pero sus heridas regenerarían al instante. No podía decir lo mismo de esa chica: moriría al instante. Decidió actuar, no porque el movimiento de las presidiaras supusiese algún riesgo para su mano derecha, sino porque consideraba una falta muy grave el apuntarle a un amigo y salir impune. Cuando las mujeres presionaron el gatillo de sus armas, la bruja le dio una fuerte patada al suelo y levantó una enorme placa hecha de pura roca que usó como proyectil, lanzándola directamente hacia las prisioneras. Los disparos fueron interrumpidos cuando la masa de concreto y roca golpeó sus débiles cuerpos, estrellándolos contra la pared y reventándolos al instante. La sangre comenzó a escurrir por los bordes y, cuando la roca finalmente cayó, mostró dos masas rojizas y gelatinosas.
—No era necesario que vinieras, Ivan, lo he tenido todo bajo control —le mencionó a su compañero, levantando una pequeña sonrisa—. Desde este momento yo paso a estar al mando y, si alguna tiene problema con ello, puede empezar a pensar que su final no será tan instantáneo como el de estas dos. Conseguirán información sobre Gustavo di Fiore y no adelantarán ninguna ejecución.
—¿Cómo te llamas? —le preguntó a la mujer de cabellos marrones. Esperaba que conservase las fuerzas suficientes para responder.
Empezaba a entender que las reglas en esa prisión eran bastante sencillas: sólo había que hacerse respetar. Y el que hubiera destrozado a Kraug parecía darle lo que necesitaba. Ninguna de las mujeres intentó siquiera ponerle un dedo encima; normal, si podía romperle siete costillas a un hombre de más de dos metros, ¿qué posibilidades tenían ellas? Redneck entendió muy bien la negación de sus subordinadas, compañeras o lo que fuesen. Desconocía cómo se trataban los unos a los otros en las cárceles. ¿Existía siquiera una jerarquía fuertemente estructurada? Eran unas imbéciles, la necesitarían en caso de que quisiesen huir de la prisión. Fue entonces que acabó por escuchar algo que no le agradó: «Queremos que esté agotada cuando empiece a acuchillarla. Quiero oírla gritar». Frunció el ceño y de un salto bajó de la mesa en la que estaba.
—Ya veo, eres de las que ataca a los demás cuando no pueden defenderse —le espetó, fulminándole con sus ojos carmesíes—. No sabría si catalogarlo como un acto inteligente… o cobarde.
Detestaba a los sádicos y, por ende, a los torturadores. ¿Cuán retorcida debía estar una mente para regocijarse con el dolor ajeno? Alguien que actuase así no era de confiar, su cabeza era un vertedero de mierda inestable que en cualquier momento explotaría. No es que le importase la integridad de la mujer. Tampoco quería ahorrarle el sufrimiento ni estaba mostrándose preocupada por ella. Odiaba la tortura, y uno de los motivos eran las tres grandes cicatrices que tenía en la espalda; cortesía de un torturador. El mundo podía considerarle tomarle por alguien cruel y, si bien era cierto, la bruja se limitaba a asesinar indolora y rápidamente.
Estuvo a punto de crear una espada de hielo para cercenar la cabeza de la mujer cuando una situación le sorprendió medianamente. Del otro lado se hallaba una mujer con los brazos ensangrentados, rehén de un hombre cuya presencia podía diferenciar particularmente bien: Ivan Markov. ¿Qué hacía el vampiro en ese lugar cuando todo era un caos? Oh, espera. ¿Estaba dudando de su capacidad? ¿Creía que estaba teniendo demasiados problemas como para conseguir la información de Gustavo di Fiore? Pero qué poca estima y falta de confianza… Bueno, había tenido unas pocas dificultades y tampoco había trabajado al máximo, de hecho, estaba tardando un poco más de lo habitual en terminar con algo que parecía muy simple, pero tampoco era motivo para dudar. Ya hablaría con él.
En vez de hacerse cargo del “problema” por su propia cuenta, Redneck usó a dos de sus guardias para cargarse a esa tal Helen junto a Ivan. Un débil ataque como ese solo le causaría algo de dolor al vampiro, pero sus heridas regenerarían al instante. No podía decir lo mismo de esa chica: moriría al instante. Decidió actuar, no porque el movimiento de las presidiaras supusiese algún riesgo para su mano derecha, sino porque consideraba una falta muy grave el apuntarle a un amigo y salir impune. Cuando las mujeres presionaron el gatillo de sus armas, la bruja le dio una fuerte patada al suelo y levantó una enorme placa hecha de pura roca que usó como proyectil, lanzándola directamente hacia las prisioneras. Los disparos fueron interrumpidos cuando la masa de concreto y roca golpeó sus débiles cuerpos, estrellándolos contra la pared y reventándolos al instante. La sangre comenzó a escurrir por los bordes y, cuando la roca finalmente cayó, mostró dos masas rojizas y gelatinosas.
—No era necesario que vinieras, Ivan, lo he tenido todo bajo control —le mencionó a su compañero, levantando una pequeña sonrisa—. Desde este momento yo paso a estar al mando y, si alguna tiene problema con ello, puede empezar a pensar que su final no será tan instantáneo como el de estas dos. Conseguirán información sobre Gustavo di Fiore y no adelantarán ninguna ejecución.
Ivan Markov
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Sonrió al escuchar la respuesta de la reclusa. Se remangó el brazo izquierdo y se apoyó la punta de la daga en el antebrazo, cortando la piel y haciéndose una herida lo bastante profunda como para que sangrara en condiciones. Al momento sus poderes entraron en acción intentando cerrar la herida, pero se concentró en retener su factor regenerativo al menos por un momento. Entonces le ofreció el brazo a la reclusa y dijo:
- Bebe - al ver su indecisión añadió - O morirás.
Evidentemente eso no fue suficiente para convencerla al momento. Al fin y al cabo la gente solía ponerse muy nerviosa cuando había sangre de por medio, y el poder curativo de su sangre era un secreto bien guardado que sólo conocían él, Katharina y Brianna. Sin embargo la prisionera acabó decidiendo que no era la mejor de las ideas negarse a seguir las órdenes de un loco con una daga, y bebió de su herida. Al principio con reticencia, pero cuando el sabor de la sangre de vampiro llegó a sus sentidos, con más ánimos. Al final tuvo que apartarla violentamente de su brazo.
- Ya está. No morirás hoy.
- ¿Qué... me has hecho? - dijo con mirada febril - Me siento muy bien...
Ivan no le contestó y le dio un empujón para que siguiera caminando. La mujer continuó guiándole, ahora con más ánimos. El poder de su sangre no sólo curaba a los que bebían de ella, sino que era una poderosa droga excitante que aumentaba sus energías y les causaba euforia. En ocasiones se lamentaba de no poder probarla él mismo para saber qué se sentía.
- Ahí en frente está el comedor. Están allí.
Frunció el ceño al ver la barricada y escuchar las voces. Entonces dos mujeres con pistolas asomaron y les apuntaron. El vampiro apartó de un empujón a la mujer y recibió dos tiros limpios en el pecho. Sin inmutarse, sacó los colmillos y se dispuso a avanzar, cuando... dos rocas las aplastaron. ¿En serio? Oh, venga ya. Eso de robarle descaradamente sus víctimas estaba feo. Se dirigió a la barrica y la pasó de un salto, entrando en el comedor para encontrarse con una curiosa estampa.
- No parecía que lo tuvieras muy controlado. Llevas una semana para conseguir una información que debería haberte llevado dos días como mucho, y ahora empieza un motín. Estaban a punto de entrar con armas de asalto a interrumpirlo por las malas cuando he llegado. Te puedo dar... quince minutos. Luego tengo que interrumpir este motín y ejecutar a las que no se rindan pacíficamente, para eso me han traído. O eso creen, vaya - se giró hacia las supervivientes - Así que ya podéis colaborar, o vuestros sesos adornarán el suelo, queridas.
- Bebe - al ver su indecisión añadió - O morirás.
Evidentemente eso no fue suficiente para convencerla al momento. Al fin y al cabo la gente solía ponerse muy nerviosa cuando había sangre de por medio, y el poder curativo de su sangre era un secreto bien guardado que sólo conocían él, Katharina y Brianna. Sin embargo la prisionera acabó decidiendo que no era la mejor de las ideas negarse a seguir las órdenes de un loco con una daga, y bebió de su herida. Al principio con reticencia, pero cuando el sabor de la sangre de vampiro llegó a sus sentidos, con más ánimos. Al final tuvo que apartarla violentamente de su brazo.
- Ya está. No morirás hoy.
- ¿Qué... me has hecho? - dijo con mirada febril - Me siento muy bien...
Ivan no le contestó y le dio un empujón para que siguiera caminando. La mujer continuó guiándole, ahora con más ánimos. El poder de su sangre no sólo curaba a los que bebían de ella, sino que era una poderosa droga excitante que aumentaba sus energías y les causaba euforia. En ocasiones se lamentaba de no poder probarla él mismo para saber qué se sentía.
- Ahí en frente está el comedor. Están allí.
Frunció el ceño al ver la barricada y escuchar las voces. Entonces dos mujeres con pistolas asomaron y les apuntaron. El vampiro apartó de un empujón a la mujer y recibió dos tiros limpios en el pecho. Sin inmutarse, sacó los colmillos y se dispuso a avanzar, cuando... dos rocas las aplastaron. ¿En serio? Oh, venga ya. Eso de robarle descaradamente sus víctimas estaba feo. Se dirigió a la barrica y la pasó de un salto, entrando en el comedor para encontrarse con una curiosa estampa.
- No parecía que lo tuvieras muy controlado. Llevas una semana para conseguir una información que debería haberte llevado dos días como mucho, y ahora empieza un motín. Estaban a punto de entrar con armas de asalto a interrumpirlo por las malas cuando he llegado. Te puedo dar... quince minutos. Luego tengo que interrumpir este motín y ejecutar a las que no se rindan pacíficamente, para eso me han traído. O eso creen, vaya - se giró hacia las supervivientes - Así que ya podéis colaborar, o vuestros sesos adornarán el suelo, queridas.
Alexandra Holmes
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No tenía ni idea de los motivos que la llevaban a actuar así pero el caso era que la nueva se había interesado en ella lo suficiente como para preguntarle su nombre, y de buenas maneras además, cosa que agradecía en ese agujero. Tuvo que esperar unos segundos para recuperar el aliento tras los golpes pero contestó a tan educada alma sin pensárselo dos veces. Por suerte no estaban apretando su cuello, por lo que podía hablar de forma bastante normal.
—Alexandra. Me llamo Alexandra Holmes —respondió, aún respirando de forma agitada por el dolor que se concentraba en su estómago.
No quitó la sonrisilla de la cara cuando la nueva volvió a desafiar a Redneck echándole en cara que era una cobardica. Xandra coincidía, ladraba mucho pero al final habían sido sus subordinadas las que semanas atrás se habían enfrentado a ella, no la cabecilla en sí. Aquella reclusa ya le caía bien aunque solo fuera por el detalle de estar salvándole el pellejo con su actuación.
La alarma no se hizo esperar y pilló a la mayoría por sorpresa, ¿ya habían enviado a gente? Por lo que bramaban las dos tiradoras debía ser una única persona. Teniendo en cuenta cómo era el personal de seguridad... no era alguien de dentro, ninguno tenía valor ni fuerza para intentar por sí mismo una hazaña así.
Llegó el segundo motivo por el cual la nueva le caía bien, su pequeño gran espectáculo con el que acabó con aquellas vidas le resultaba especialmente atractivo, aunque no de una manera física, era un atractivo de curiosidad. No era normal. El hombre se llamaba Ivan y se conocían. Alexandra prestaba toda la atención que podía, gustándole especialmente la parte en la que anunciaba que no se adelantaría ninguna ejecución. El hombre, Ivan, anunció que sus órdenes eran interrumpir el motin y básicamente cargárselas a todas, al menos a todas las que no cooperen y se rindan.
La noticia llegó como un mazazo para las instigadoras. Si ya estaban intimidadas por Katharina y su forma de ejecutar a aquellas dos, ahora directamente estaban acojonadas. El poder de mando de Redneck se venía abajo por momentos, se desmoronaba, y Alexandra aprovechó aquel momento de debilidad para poder liberarse sin consecuencias negativas para su integridad física. Cerró los ojos y convocó su energía elemental como sabía. Primero fue el fuego, lo llevó hasta sus pies, quemando las cuerdas que mantenían sus piernas atadas pero sin llegar a ejecutar completamente su técnica. Después fue el hielo, lo llevaría hasta sus manos para humedecer y cubrir de escarcha la cuerda, debilitándola lo suficiente como para poder romperla con sus propias manos. De igual manera no llegó a completar la técnica, solo usó su principio para soltarse. Un bonito alarde de habilidades muy poco habituales para una reclusa civil que, sumado a su escaso conocimiento del haki, hacía ver que debía ser una de las reclusas menos normales de la prisión.
—¡Y ahora suéltame, coño, o te volveré a hacer lo de las duchas! —exclamó, agarrando con fuerza la mano que sujetaba su cuello. Apretó haciendo uso de sus dos manos y de todas sus fuerzas, logrando que finalmente la soltaran. Se arrodilló en el suelo, tosiendo y recuperando el aliento. Un poco después levantó el cuerpo para sorpresa de Redneck, ¿acaso podía haberse soltado en cualquier momento? Sí, ese era el caso.
—No me digas que no te lo esperabas —comentó, pasando a ignorarla olímpicamente por el momento -seguía teniendo ganas de estrangularla pero no era el momento más oportuno-. En su lugar, se acercó al sospechoso dúo que no había hecho mucho esfuerzo por ocultar sus intenciones finales.
—¿Qué necesitáis que haga? La Xandra siempre cumple con sus trabajos —preguntó ofreciéndose voluntaria y de paso haciéndose algo de publicidad para intentar evitar el fatídico destino de, citando casi textualmente, "adornar el suelo con los sesos".
—Alexandra. Me llamo Alexandra Holmes —respondió, aún respirando de forma agitada por el dolor que se concentraba en su estómago.
No quitó la sonrisilla de la cara cuando la nueva volvió a desafiar a Redneck echándole en cara que era una cobardica. Xandra coincidía, ladraba mucho pero al final habían sido sus subordinadas las que semanas atrás se habían enfrentado a ella, no la cabecilla en sí. Aquella reclusa ya le caía bien aunque solo fuera por el detalle de estar salvándole el pellejo con su actuación.
La alarma no se hizo esperar y pilló a la mayoría por sorpresa, ¿ya habían enviado a gente? Por lo que bramaban las dos tiradoras debía ser una única persona. Teniendo en cuenta cómo era el personal de seguridad... no era alguien de dentro, ninguno tenía valor ni fuerza para intentar por sí mismo una hazaña así.
Llegó el segundo motivo por el cual la nueva le caía bien, su pequeño gran espectáculo con el que acabó con aquellas vidas le resultaba especialmente atractivo, aunque no de una manera física, era un atractivo de curiosidad. No era normal. El hombre se llamaba Ivan y se conocían. Alexandra prestaba toda la atención que podía, gustándole especialmente la parte en la que anunciaba que no se adelantaría ninguna ejecución. El hombre, Ivan, anunció que sus órdenes eran interrumpir el motin y básicamente cargárselas a todas, al menos a todas las que no cooperen y se rindan.
La noticia llegó como un mazazo para las instigadoras. Si ya estaban intimidadas por Katharina y su forma de ejecutar a aquellas dos, ahora directamente estaban acojonadas. El poder de mando de Redneck se venía abajo por momentos, se desmoronaba, y Alexandra aprovechó aquel momento de debilidad para poder liberarse sin consecuencias negativas para su integridad física. Cerró los ojos y convocó su energía elemental como sabía. Primero fue el fuego, lo llevó hasta sus pies, quemando las cuerdas que mantenían sus piernas atadas pero sin llegar a ejecutar completamente su técnica. Después fue el hielo, lo llevaría hasta sus manos para humedecer y cubrir de escarcha la cuerda, debilitándola lo suficiente como para poder romperla con sus propias manos. De igual manera no llegó a completar la técnica, solo usó su principio para soltarse. Un bonito alarde de habilidades muy poco habituales para una reclusa civil que, sumado a su escaso conocimiento del haki, hacía ver que debía ser una de las reclusas menos normales de la prisión.
—¡Y ahora suéltame, coño, o te volveré a hacer lo de las duchas! —exclamó, agarrando con fuerza la mano que sujetaba su cuello. Apretó haciendo uso de sus dos manos y de todas sus fuerzas, logrando que finalmente la soltaran. Se arrodilló en el suelo, tosiendo y recuperando el aliento. Un poco después levantó el cuerpo para sorpresa de Redneck, ¿acaso podía haberse soltado en cualquier momento? Sí, ese era el caso.
—No me digas que no te lo esperabas —comentó, pasando a ignorarla olímpicamente por el momento -seguía teniendo ganas de estrangularla pero no era el momento más oportuno-. En su lugar, se acercó al sospechoso dúo que no había hecho mucho esfuerzo por ocultar sus intenciones finales.
—¿Qué necesitáis que haga? La Xandra siempre cumple con sus trabajos —preguntó ofreciéndose voluntaria y de paso haciéndose algo de publicidad para intentar evitar el fatídico destino de, citando casi textualmente, "adornar el suelo con los sesos".
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Se encogió de hombros ante las palabras del recién aparecido vampiro, quedándose tercamente en su postura: lo tenía todo bajo control. El motín no suponía ningún problema para alguien como ella. Quince minutos era tiempo suficiente para encontrar el paradero de Gustavo di Fiore y hallar las respuestas que necesitaba para la futura toma de la ciudad. Pudo haberlo hecho en cualquier otro momento, y no es que no se le hubiese ocurrido antes, simplemente el ambiente presidiario era demasiado atractivo para ella. Qué puta mentira. Había algo dentro de la prisión, en algún lugar muy profundo, que le impedía usar su cúpula de hipermagia con completa normalidad, recibiendo fuertes e incómodas interferencias que generaban un molesto ruido al intentar concentrarse. El poder de su magia era tal que se expandía invisiblemente en forma de esfera y, concentrándose en ello, podía escuchar y ver todo lo que ocurría dentro de esta. Así que tenía dos opciones: encargarse de lo que fuese que interfería con la Cúpula de Hipermagia, o hallar a Gustavo di Fiore por medios tradicionales.
—Yo soy Katharina y ya pueden ir pensando en un buen honorífico para referirse a mí. Decirme simplemente por mi nombre suena muy irrespetuoso, ¿verdad? —les comentó a las prisioneras sin levantar ninguna expresión en su voz ni en su rostro, cosa que cambió cuando se dirigió a su amigo—. ¿Quince minutos? Venga, está bien. Iremos al pabellón de los hombres y buscaremos a Gustavo di Fiore, un hombre de cabellos rubios y estrabismo. La que lo encuentre ganará un boleto directo a la libertad, tienen mi palabra.
Al menos una de las prisioneras había mostrado iniciativa, la misma a la que le habían dado una paliza. Alexandra era su nombre. ¿Qué necesitaba que hiciera…? Pues había dos cuestiones: encontrar el dispositivo-mecanismo que interfería con la Cúpula de Hipermagia o buscar expresamente a Gustavo di Fiore. Considerando que sólo tenían quince minutos para encontrar al mafioso y secuestrarle, lo suyo era asistir en el objetivo principal y no andarse con distracciones.
—Tú vendrás conmigo —le respondió luego de un largo silencio—. Quiero ver qué tan bien trabajas, Alexandra Holmes, así que buscarás a Gustavo di Fiore y harás las respectivas preguntas por mí, averiguarás todo lo que su mafia tiene pensado hacer en Dark Dome dentro de los siguientes días. Tú también vendrás conmigo —le dijo a Helen, la muchacha que había sido atacada por el vampiro—, y las demás estarán bajo el mando de Redneck. Tenemos quince minutos antes de que este hombre comience una sangrienta masacre, y no querrán estar en su camino.
Dejaría que el grupo de Redneck saliese primero y, una vez quedase con Helen, Alexandra y Ivan, les comentaría algo que tenía en mente:
—He tardado más de lo calculado porque hay un dispositivo que interfiere negativamente con mis habilidades, Ivan, y no puedo usar cómodamente la Cúpula de Hipermagia. —Recordaba haberle explicado a su mano derecha cómo funcionaba ese poder—. Es importante encontrarlo y apagarlo, o lo que haga falta para que deje de interferir con mi habilidad. Y estoy completamente segura de que se encuentra en algún lugar bajo tierra, de allí proviene esa señal tan… ruidosa y molesta. El problema es que contamos con poco tiempo y no podemos hacer todo a la vez, así que debemos elegir, y con debemos me refiero a Ivan y yo, entre buscar el mecanismo y quedárnoslo o ir directamente a por Gustavo di Fiore.
—Yo soy Katharina y ya pueden ir pensando en un buen honorífico para referirse a mí. Decirme simplemente por mi nombre suena muy irrespetuoso, ¿verdad? —les comentó a las prisioneras sin levantar ninguna expresión en su voz ni en su rostro, cosa que cambió cuando se dirigió a su amigo—. ¿Quince minutos? Venga, está bien. Iremos al pabellón de los hombres y buscaremos a Gustavo di Fiore, un hombre de cabellos rubios y estrabismo. La que lo encuentre ganará un boleto directo a la libertad, tienen mi palabra.
Al menos una de las prisioneras había mostrado iniciativa, la misma a la que le habían dado una paliza. Alexandra era su nombre. ¿Qué necesitaba que hiciera…? Pues había dos cuestiones: encontrar el dispositivo-mecanismo que interfería con la Cúpula de Hipermagia o buscar expresamente a Gustavo di Fiore. Considerando que sólo tenían quince minutos para encontrar al mafioso y secuestrarle, lo suyo era asistir en el objetivo principal y no andarse con distracciones.
—Tú vendrás conmigo —le respondió luego de un largo silencio—. Quiero ver qué tan bien trabajas, Alexandra Holmes, así que buscarás a Gustavo di Fiore y harás las respectivas preguntas por mí, averiguarás todo lo que su mafia tiene pensado hacer en Dark Dome dentro de los siguientes días. Tú también vendrás conmigo —le dijo a Helen, la muchacha que había sido atacada por el vampiro—, y las demás estarán bajo el mando de Redneck. Tenemos quince minutos antes de que este hombre comience una sangrienta masacre, y no querrán estar en su camino.
Dejaría que el grupo de Redneck saliese primero y, una vez quedase con Helen, Alexandra y Ivan, les comentaría algo que tenía en mente:
—He tardado más de lo calculado porque hay un dispositivo que interfiere negativamente con mis habilidades, Ivan, y no puedo usar cómodamente la Cúpula de Hipermagia. —Recordaba haberle explicado a su mano derecha cómo funcionaba ese poder—. Es importante encontrarlo y apagarlo, o lo que haga falta para que deje de interferir con mi habilidad. Y estoy completamente segura de que se encuentra en algún lugar bajo tierra, de allí proviene esa señal tan… ruidosa y molesta. El problema es que contamos con poco tiempo y no podemos hacer todo a la vez, así que debemos elegir, y con debemos me refiero a Ivan y yo, entre buscar el mecanismo y quedárnoslo o ir directamente a por Gustavo di Fiore.
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Ahora que estaban las cámaras apagadas... ¿por qué mantener aquella forma? Prefería su aspecto real a aquella burda forma. Ah, sí, por los testigos. Observó a las prisioneras. La verdad era que no le convencía lo que pretendía hacer Katharina. Seguía teniendo que cumplir con el trato con la detective para mantener las apariencias y que ella no acabase con un marrón gordo. Y si ella acababa mal por aquello, hubiera sido como escupir hacia arriba. No, tenía que ocuparse de frenar aquel motín por las buenas o por las malas, y prefería que fuese por las vagas, sinceramente. No necesitaban a aquellas payasas para arreglar el tema de Gustavo. Podían obtener la información ellos mismos sin problemas. Es más, la idea originalmente había sido que la consiguiera la propia Katharina. Los dos juntos haría que se volviera un juego de niños. Observó al grupete de prisioneras que se alejaba y se acercó, deteniéndolas con un gesto.
- En realidad, chicas... tengo otra tarea para vosotras primero.
Se detuvieron, por supuesto, aunque no de buena gana. Probablemente más por intimidación que por respeto. Pero él no necesitaba más. Se acercó con aparente calma, pero en cuanto estuvo al lado de ellas agarró a Redneck y le estampó la cabeza contra la pared con tanta fuerza que abolló esta. La chica no estaba muerta, parecía que era de una pasta dura, pero aún así había empleado fuera más que suficiente para dejarla KO unas cuantas horas. Se giró a sus subordinadas, que parecían a punto de salir corriendo (probablemente no lo habían hecho aún había sido por la impresión) y les dirigió una mirada fría.
- El motín se ha terminado. Haced correr la voz. Volved todas a vuestras celdas o a donde se suponga que debáis estar. Si en quince minutos alguien sigue armando bulla, os mataré a todas.
Era un farol, por supuesto. Matar a todo el mundo habría sido contraproducente y además una pérdida de tiempo. Sin embargo era una amenaza contundente y había imprimido suficiente sed de sangre en su voz como para que sonase realmente convincente, como si realmente estuviera deseando matarlas a todas. Si las asustaba lo suficiente acabarían vigilándose entre sí y evitando que nadie continuara liándola. Le harían el trabajo ellas mismas y se libraría de tener que preocuparse. Mientras las secuaces de Redneck corrían pasillo por el pasillo alejándose, se giró hacia Katharina y se encogió de hombros.
- Sé que tenías otros planes para ellas, pero tengo que cumplir con lo que le prometí a la detective. Y no necesitamos a esa escoria para hacer nuestro trabajo.
Se quitó las gafas y se sacó el sombrero. Mientras lo hacía, su piel palideció y al apartarse el sombrero de delante de la cara, su pelo y su rostro habían cambiado. Ahora era un hombre albino de ojos dorados. Le guiñó el ojo a Helen cuando le dedicó una mirada de confusión y le susurró un "guárdame el secreto" en un tono de voz que las tres pudieron oír perfectamente. Tras eso escuchó las palabras de Katharina atentamente. ¿Un dispositivo capaz de negar su magia? La opción era evidente. Sin embargo... eso planteaba un interrogante. ¿Estaba ahí porque sabían que Katharina estaba en el lugar? ¿Cumpliría otra función y interfería en los poderes de la bruja accidentalmente? ¿O estaba pensado para interferir con poderes de akuma no mi?
- No debería haber duda, Kath. Tenemos que reventar esa máquina. Sin embargo estaría bien que podamos fingir que ha sufrido un accidente. No queremos que nadie sepa que nos interesaba que se rompiera...
Dejó caer las palabras con una segunda intención que esperaba que su capitana captase. Ahora mismo esas dos prisioneras que había decidido cogerse de mascotas eran un riesgo. Ya había desestimado su juicio sobre las otras, pero sólo porque era un asunto que hubiera podido poner en riesgo toda la operación. No iba a actuar más sin buenos motivos en contra de la autoridad de Katharina.
- En fin, a buscar esa máquina pues. ¿Tienes idea de dónde vienen las interferencias?
- En realidad, chicas... tengo otra tarea para vosotras primero.
Se detuvieron, por supuesto, aunque no de buena gana. Probablemente más por intimidación que por respeto. Pero él no necesitaba más. Se acercó con aparente calma, pero en cuanto estuvo al lado de ellas agarró a Redneck y le estampó la cabeza contra la pared con tanta fuerza que abolló esta. La chica no estaba muerta, parecía que era de una pasta dura, pero aún así había empleado fuera más que suficiente para dejarla KO unas cuantas horas. Se giró a sus subordinadas, que parecían a punto de salir corriendo (probablemente no lo habían hecho aún había sido por la impresión) y les dirigió una mirada fría.
- El motín se ha terminado. Haced correr la voz. Volved todas a vuestras celdas o a donde se suponga que debáis estar. Si en quince minutos alguien sigue armando bulla, os mataré a todas.
Era un farol, por supuesto. Matar a todo el mundo habría sido contraproducente y además una pérdida de tiempo. Sin embargo era una amenaza contundente y había imprimido suficiente sed de sangre en su voz como para que sonase realmente convincente, como si realmente estuviera deseando matarlas a todas. Si las asustaba lo suficiente acabarían vigilándose entre sí y evitando que nadie continuara liándola. Le harían el trabajo ellas mismas y se libraría de tener que preocuparse. Mientras las secuaces de Redneck corrían pasillo por el pasillo alejándose, se giró hacia Katharina y se encogió de hombros.
- Sé que tenías otros planes para ellas, pero tengo que cumplir con lo que le prometí a la detective. Y no necesitamos a esa escoria para hacer nuestro trabajo.
Se quitó las gafas y se sacó el sombrero. Mientras lo hacía, su piel palideció y al apartarse el sombrero de delante de la cara, su pelo y su rostro habían cambiado. Ahora era un hombre albino de ojos dorados. Le guiñó el ojo a Helen cuando le dedicó una mirada de confusión y le susurró un "guárdame el secreto" en un tono de voz que las tres pudieron oír perfectamente. Tras eso escuchó las palabras de Katharina atentamente. ¿Un dispositivo capaz de negar su magia? La opción era evidente. Sin embargo... eso planteaba un interrogante. ¿Estaba ahí porque sabían que Katharina estaba en el lugar? ¿Cumpliría otra función y interfería en los poderes de la bruja accidentalmente? ¿O estaba pensado para interferir con poderes de akuma no mi?
- No debería haber duda, Kath. Tenemos que reventar esa máquina. Sin embargo estaría bien que podamos fingir que ha sufrido un accidente. No queremos que nadie sepa que nos interesaba que se rompiera...
Dejó caer las palabras con una segunda intención que esperaba que su capitana captase. Ahora mismo esas dos prisioneras que había decidido cogerse de mascotas eran un riesgo. Ya había desestimado su juicio sobre las otras, pero sólo porque era un asunto que hubiera podido poner en riesgo toda la operación. No iba a actuar más sin buenos motivos en contra de la autoridad de Katharina.
- En fin, a buscar esa máquina pues. ¿Tienes idea de dónde vienen las interferencias?
Alexandra Holmes
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¿Un honorífico para aquella mujer? Tendría que darle algunas vueltas a ver qué podría convencerle. Según la proposición de la que se hacía llamar Katharina ella tendría la tarea de encontrar a Gustavo di Fiore y encontrar las respuestas que quería: la actividad de la mafia en la que estaba en los siguientes días. ¿Encontrar a un mafioso y convencerlo para que hablara? ¡Pan comido, no había nada que no pudiera lograr con el poder de la ciencia o el de sus dedos! Pero aparte de eso le llamó la atención lo que decía, Cúpula de hipermagia, habilidad, tal vez...
Pero oh, sus pensamientos fueron interrumpidos por el ataque de Ivan a la que antes pretendía asesinarla. Vale, aquel hombre ya le caía bien. Así de fácil había desmontado el motín y prácticamente todas echaron a correr presas del pánico salvo dos: la propia Alexandra y Helen, que aún parecía estar un poco ida.
Las sorpresas continuaron llegando y es que el hombre empezó a cambiar de aspecto. Y el aspecto que adoptó... Le sonaba. Le sonaba mucho. La bombilla le llegó cuando recordó uno de sus últimos viajes de trabajo, había visto carteles colgados por ahí, especialmente en tabernas.
—Espera, ¿te ha llamado Ivan porque eres ese Ivan, el Markov? Huuuh. Tengo muchas preguntas pero no quiero acabar igual que Red. Por cierto, superfan tuya desde hace un minuto y medio por eso que acabas de hacer.
Estaba visiblemente sorprendida como podía apreciarse por la boca abierta aún después de aquellas palabras, pero agitó la cabeza y pensó en sus nuevas órdenes, encontrar la máquina.
Máquina... Habilidades... Y ese cambio de forma...
—¿Eres usuario de Akuma, verdad? —se acercó, ahora con las manos metidas en los bolsillos del traje naranja de reclusa, al que había cambiado de forma, examinándolo más de cerca, era la primera vez que veía a un Usuario de Habilidades como tal usarlas. No estaba totalmente segura sobre Kath, pero si tuviera que apostar se jugaría un brazo a que esa "Hipermagia" era una habilidad del diablo —. No conozco ninguna habilidad física que permita hacer algo así... fascinante como un simple fruto puede conceder cosas así — murmuró, recordando dos cosas: una conversación de unos guardias durante su confinamiento solitario y parte de la verborrea de su ex-jefe mientras se cagaba en las farolas que alumbraban a los muertos de algunos laboratorios rivales. Empezaría por la parte que les interesaba ahora mismo: la posible localización de esa máquina.
—Hace un par de semanas estuve en confinamiento solitario, oí a algunos de los guardias comentar sobre los ruidos infernales que se oían en una de las salas de los sótanos de la prisión, ya sabes, donde seguramente hagan sus cosas de gente corrupta en una ciudad dominada por mafias —dijo, girándose hacia Kath, recordando la conversación como si la hubiera oído el día anterior. ¿Que dónde estaba dicho sótano? Ni idea, no tenía tanta libertad dentro de la prisión como para recorrérsela de arriba a abajo, solo llevaba un mes allí metida.
—Si es alguna clase de dispositivo con la potencia suficiente como para abarcar un radio tan grande como la propia prisión debe ser lo que hace ese ruido que decían. No habrán tenido tiempo de implantarle un aislamiento acústico —explicó, hablando como si supiera qué clase de dispositivo era. Y no es que supiera qué dispositivo era, pero tenía una ligera idea de lo que podía ser, y si estaba en lo cierto entonces es que no habían tenido tiempo de aislarle el ruido, probablemente por una cuestión de tiempo y dinero.
En cuanto a la máquina... huh, eso explicaba que gente como Redneck o ella misma estuvieran encerradas ahí a pesar de superar con creces la peligrosidad de las otras civiles que estaban recluídas ahí. Debían ser los conejillos de indias.
—No sé dónde está exactamente el sótano, no eran tan bocazas y me he pasado el mes peleándome con esta gentuza, no he tenido tiempo de explorar —continuó, tratando de no darles demasiadas esperanzas —. Pero puedo apagarla si la encontramos, si es lo que creo que es no me llevará casi nada de tiempo —no parecía muy preocupada cuando hablaba. Estaba contenta de poder ver en primera persona lo que creía que había abajo, casi ni recordaba que estaba la posibilidad de que Ivan Markov las ejecutara allí mismo.
¿Y qué era la máquina? Evidentemente no lo podía saber a ciencia cierta, pero tenía sus sospechas.
Pero oh, sus pensamientos fueron interrumpidos por el ataque de Ivan a la que antes pretendía asesinarla. Vale, aquel hombre ya le caía bien. Así de fácil había desmontado el motín y prácticamente todas echaron a correr presas del pánico salvo dos: la propia Alexandra y Helen, que aún parecía estar un poco ida.
Las sorpresas continuaron llegando y es que el hombre empezó a cambiar de aspecto. Y el aspecto que adoptó... Le sonaba. Le sonaba mucho. La bombilla le llegó cuando recordó uno de sus últimos viajes de trabajo, había visto carteles colgados por ahí, especialmente en tabernas.
—Espera, ¿te ha llamado Ivan porque eres ese Ivan, el Markov? Huuuh. Tengo muchas preguntas pero no quiero acabar igual que Red. Por cierto, superfan tuya desde hace un minuto y medio por eso que acabas de hacer.
Estaba visiblemente sorprendida como podía apreciarse por la boca abierta aún después de aquellas palabras, pero agitó la cabeza y pensó en sus nuevas órdenes, encontrar la máquina.
Máquina... Habilidades... Y ese cambio de forma...
—¿Eres usuario de Akuma, verdad? —se acercó, ahora con las manos metidas en los bolsillos del traje naranja de reclusa, al que había cambiado de forma, examinándolo más de cerca, era la primera vez que veía a un Usuario de Habilidades como tal usarlas. No estaba totalmente segura sobre Kath, pero si tuviera que apostar se jugaría un brazo a que esa "Hipermagia" era una habilidad del diablo —. No conozco ninguna habilidad física que permita hacer algo así... fascinante como un simple fruto puede conceder cosas así — murmuró, recordando dos cosas: una conversación de unos guardias durante su confinamiento solitario y parte de la verborrea de su ex-jefe mientras se cagaba en las farolas que alumbraban a los muertos de algunos laboratorios rivales. Empezaría por la parte que les interesaba ahora mismo: la posible localización de esa máquina.
—Hace un par de semanas estuve en confinamiento solitario, oí a algunos de los guardias comentar sobre los ruidos infernales que se oían en una de las salas de los sótanos de la prisión, ya sabes, donde seguramente hagan sus cosas de gente corrupta en una ciudad dominada por mafias —dijo, girándose hacia Kath, recordando la conversación como si la hubiera oído el día anterior. ¿Que dónde estaba dicho sótano? Ni idea, no tenía tanta libertad dentro de la prisión como para recorrérsela de arriba a abajo, solo llevaba un mes allí metida.
—Si es alguna clase de dispositivo con la potencia suficiente como para abarcar un radio tan grande como la propia prisión debe ser lo que hace ese ruido que decían. No habrán tenido tiempo de implantarle un aislamiento acústico —explicó, hablando como si supiera qué clase de dispositivo era. Y no es que supiera qué dispositivo era, pero tenía una ligera idea de lo que podía ser, y si estaba en lo cierto entonces es que no habían tenido tiempo de aislarle el ruido, probablemente por una cuestión de tiempo y dinero.
En cuanto a la máquina... huh, eso explicaba que gente como Redneck o ella misma estuvieran encerradas ahí a pesar de superar con creces la peligrosidad de las otras civiles que estaban recluídas ahí. Debían ser los conejillos de indias.
—No sé dónde está exactamente el sótano, no eran tan bocazas y me he pasado el mes peleándome con esta gentuza, no he tenido tiempo de explorar —continuó, tratando de no darles demasiadas esperanzas —. Pero puedo apagarla si la encontramos, si es lo que creo que es no me llevará casi nada de tiempo —no parecía muy preocupada cuando hablaba. Estaba contenta de poder ver en primera persona lo que creía que había abajo, casi ni recordaba que estaba la posibilidad de que Ivan Markov las ejecutara allí mismo.
¿Y qué era la máquina? Evidentemente no lo podía saber a ciencia cierta, pero tenía sus sospechas.
Katharina von Steinhell
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Se encogió de hombros cuando a Ivan estrellar la cabeza de Redneck contra el suelo, dejando un pequeño charco de sangre y fisuras en este. Le importaba más lo que iba a comer dentro de las próximas horas que la vida de cualquiera de esas prisioneras. No le tomó demasiada importancia al hecho de que le vampiro hubiese interferido en una orden directa de Katharina, es decir, tenía que cumplir con su parte del trabajo y lo entendía… más o menos. Sin embargo, esperaba que no les hiciera nada a esas dos que tenía en frente puesto que las necesitaba. Podían ser incluso sus mascotas, o algo por el estilo. Pasaba de tener esclavos, pero una mascota era algo muy distinto.
—No pasa nada —respondió la bruja, completamente indiferente—. Acabaremos en nada el trabajo y volveremos al hotel.
Con las cámaras apagadas ya no hacía falta esconderse tras una identidad falsa, así que su imagen rápidamente volvió a la normalidad. Sus cabellos negros fueron reemplazados por largas y finas hebras de un tono rosa pálido. Ahora sus ojos eran dos profundos zafiros, y la mayoría de sus rasgos faciales se volvieron todavía más delicados. No es que le molestase la apariencia que había elegido para ese trabajo en particular, pero volver a la normalidad se sentía especialmente bien.
Escuchó las respuestas de Ivan y también de… Alexandra; sí, ese era su nombre. Hablaba demasiado y perfectamente podía economizar el excesivo uso de palabras, pero tampoco le iba a castigar por ello. Se había decidido casi de manera unánime ir a por la máquina que interfería con la Cúpula de Hipermagia de la bruja. Sabia decisión puesto que, una vez desactivada, tardaría apenas unos segundos en encontrar a Gustavo di Fiore. De acuerdo a lo explicado por la prisionera, la hechicera podía confirmar que los ruidos provenían del subsuelo. Se podía trazar una línea imaginaria y completamente vertical desde los baños de los hombres hacia abajo. Katharina suponía que ahí estaba la máquina. Era muy lista, por supuesto, y luego de haber estado una semana en ese apestoso lugar había reconocido ya todos los patrones perceptibles. Cada cierto tiempo comenzaba a sonar ese molesto ruido, como si un martillo estuviese golpeando escandalosamente el suelo de cemento.
—Con el motín acabado podremos movernos fácilmente por la prisión, y creo que es hora de ir a los baños de los hombres. Son repugnantes, por cierto. Dependiendo de cómo sea este molesto dispositivo podríamos quedárnoslos para venderlo; el dinero siempre viene bien.
Una vez dicho eso, y cuando todos estaban listos para partir, la hechicera abandonó el comedor y se internó en el pasillo lleno de barricadas, cadáveres y sangre maloliente. Era un espectáculo tétrico, caótico, espeluznante. Pero nada que la bruja no hubiese visto ya, considerando que había vivido en carne propia más de una sangrienta guerra. Y había estado en el Reino de los Muertos también. Avanzó, haciendo a un lado todo cuanto estuviera en su camino. Algunas cosas simplemente respondían a la voluntad mental de Katharina, moviéndose por obra de magia. Literalmente.
—Según recuerdo, debemos atravesar el patio central y allí hay un edificio donde están los baños de los hombres.
—No pasa nada —respondió la bruja, completamente indiferente—. Acabaremos en nada el trabajo y volveremos al hotel.
Con las cámaras apagadas ya no hacía falta esconderse tras una identidad falsa, así que su imagen rápidamente volvió a la normalidad. Sus cabellos negros fueron reemplazados por largas y finas hebras de un tono rosa pálido. Ahora sus ojos eran dos profundos zafiros, y la mayoría de sus rasgos faciales se volvieron todavía más delicados. No es que le molestase la apariencia que había elegido para ese trabajo en particular, pero volver a la normalidad se sentía especialmente bien.
Escuchó las respuestas de Ivan y también de… Alexandra; sí, ese era su nombre. Hablaba demasiado y perfectamente podía economizar el excesivo uso de palabras, pero tampoco le iba a castigar por ello. Se había decidido casi de manera unánime ir a por la máquina que interfería con la Cúpula de Hipermagia de la bruja. Sabia decisión puesto que, una vez desactivada, tardaría apenas unos segundos en encontrar a Gustavo di Fiore. De acuerdo a lo explicado por la prisionera, la hechicera podía confirmar que los ruidos provenían del subsuelo. Se podía trazar una línea imaginaria y completamente vertical desde los baños de los hombres hacia abajo. Katharina suponía que ahí estaba la máquina. Era muy lista, por supuesto, y luego de haber estado una semana en ese apestoso lugar había reconocido ya todos los patrones perceptibles. Cada cierto tiempo comenzaba a sonar ese molesto ruido, como si un martillo estuviese golpeando escandalosamente el suelo de cemento.
—Con el motín acabado podremos movernos fácilmente por la prisión, y creo que es hora de ir a los baños de los hombres. Son repugnantes, por cierto. Dependiendo de cómo sea este molesto dispositivo podríamos quedárnoslos para venderlo; el dinero siempre viene bien.
Una vez dicho eso, y cuando todos estaban listos para partir, la hechicera abandonó el comedor y se internó en el pasillo lleno de barricadas, cadáveres y sangre maloliente. Era un espectáculo tétrico, caótico, espeluznante. Pero nada que la bruja no hubiese visto ya, considerando que había vivido en carne propia más de una sangrienta guerra. Y había estado en el Reino de los Muertos también. Avanzó, haciendo a un lado todo cuanto estuviera en su camino. Algunas cosas simplemente respondían a la voluntad mental de Katharina, moviéndose por obra de magia. Literalmente.
—Según recuerdo, debemos atravesar el patio central y allí hay un edificio donde están los baños de los hombres.
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Al escuchar hablar a la morena, soltó una risa. Era muy habladora, pero se veía que era lista. Y además orgulloso como era le gustaba que le alabasen más que a un tonto una piruleta. Por lo demás parecía que todos estaban de acuerdo en ir a buscar el ingenio mecánico ese. Era lo más lógico al fin y al cabo, una vez hubiesen reventado esa cosa, Katharina podría simplemente localizar a ese hombre con su magia.
- Sí, es el poder de una akuma, y soy Ivan Markov. Te firmaría un autógrafo, pero estamos con un poco de prisa.
Se dirigieron hacia el baño de los hombres. Había el pequeño problema de que este estaba en el pabellón de hombres, y seguramente las salidas estarían llenas de guardias. Cuando llegaron a uno de los pasillos que conectaba ambas zonas de la prisión (guiados por las reclusas), Ivan hizo un gesto para que se detuvieran. Podía oler bastante gente al otro lado, pero no percibía a gente fuerte. Debería ser fácil tumbarlos a todos... se concentró y liberó su haoshoku sobre la gente del pasillo, haciendo temblar ligeramente el suelo. Una leve revisión de la zona con su mantra bastó para cerciorarse de que no quedaba nadie en pie.
- Todo despejado.
Abrió la puerta, desvelando un pasillo alargado lleno de guardias inconscientes. Entró silbando alegremente y se puso a revisarlos buscando algo interesante. En uno de los bolsillos de uno de ellos se encontró un den den pod último modelo, un caracol con concha en espiral que servía para reproducir música. Venía con cascos incorporados. Ivan sonrió de oreja a oreja y le mostró su botín a Katharina.
- Me pregunto si traerá música interesante. ¡Eh, caracol, ponme algo de rock!
Comenzó a mover la cabeza al ritmo de la música y se puso las gafas de sol. ¿Por qué? Porque molaba. Y porque era así de cretino. Tarareó la canción mientras se colaban en el pabellón masculino. Una vez ahí las chicas no podían guiarles, pero su olfato sí. El horrible pestazo a baño de hombre era inconfundible. Bueno, a decir verdad en toda la prisión la higiene brillaba por su ausencia, pero podía distinguir los matices, ese "delicioso" aroma a podrido.
- Es ahí - dijo con tono nasal, tapándose la nariz. Una vez entraron, preguntó - ¿Cómo bajamos? Puedo simplemente cargarme el suelo y abrir un agujero con la espada, si nadie tiene una idea mejor.
Preparó a Vanator, y en caso de que Katharina le diera la orden, cortaría un cuadrado perfecto de uno por uno en el suelo.
- Sí, es el poder de una akuma, y soy Ivan Markov. Te firmaría un autógrafo, pero estamos con un poco de prisa.
Se dirigieron hacia el baño de los hombres. Había el pequeño problema de que este estaba en el pabellón de hombres, y seguramente las salidas estarían llenas de guardias. Cuando llegaron a uno de los pasillos que conectaba ambas zonas de la prisión (guiados por las reclusas), Ivan hizo un gesto para que se detuvieran. Podía oler bastante gente al otro lado, pero no percibía a gente fuerte. Debería ser fácil tumbarlos a todos... se concentró y liberó su haoshoku sobre la gente del pasillo, haciendo temblar ligeramente el suelo. Una leve revisión de la zona con su mantra bastó para cerciorarse de que no quedaba nadie en pie.
- Todo despejado.
Abrió la puerta, desvelando un pasillo alargado lleno de guardias inconscientes. Entró silbando alegremente y se puso a revisarlos buscando algo interesante. En uno de los bolsillos de uno de ellos se encontró un den den pod último modelo, un caracol con concha en espiral que servía para reproducir música. Venía con cascos incorporados. Ivan sonrió de oreja a oreja y le mostró su botín a Katharina.
- Me pregunto si traerá música interesante. ¡Eh, caracol, ponme algo de rock!
Comenzó a mover la cabeza al ritmo de la música y se puso las gafas de sol. ¿Por qué? Porque molaba. Y porque era así de cretino. Tarareó la canción mientras se colaban en el pabellón masculino. Una vez ahí las chicas no podían guiarles, pero su olfato sí. El horrible pestazo a baño de hombre era inconfundible. Bueno, a decir verdad en toda la prisión la higiene brillaba por su ausencia, pero podía distinguir los matices, ese "delicioso" aroma a podrido.
- Es ahí - dijo con tono nasal, tapándose la nariz. Una vez entraron, preguntó - ¿Cómo bajamos? Puedo simplemente cargarme el suelo y abrir un agujero con la espada, si nadie tiene una idea mejor.
Preparó a Vanator, y en caso de que Katharina le diera la orden, cortaría un cuadrado perfecto de uno por uno en el suelo.
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—Te tomo la palabra con el autógrafo, pichón —fue lo último que diría antes de salir del comedor detrás de ambos. ¿Cuánto podría sacar por el autógrafo de un pirata famoso? Aunque bueno, podría pincharlo en un álbum, hacer colección de autógrafos y cambiarlos por una isla llena de siervos o algo así.
—Si es el prototipo experimental que imagino deberíais quedároslo una vez esté desactivado —dijo la prisionera, que consideraba un auténtico desperdicio vender una pieza de equipo así por muy experimental que fuera puesto que tecnología de ese calibre no se encontraba con frecuencia precisamente, y menos en una prisión con protección reducida por el motín.
—Si queréis dinero siempre se puede echar un vistazo a la sala donde se guardan las pertenencias de los reos, siempre hay alguna joya. O podríais llevaros algo del alcaide, no lo conozco pero a lo mejor es uno de esos con tan mal gusto que tiene un busto de bronce o plata —comentó, dando ideas sobre dónde podían sacar dinero en la cárcel de alguna forma que no fuera vender un prototipo de tecnología punterísima.
El camino en sí resultaba desolador por las barricadas, cadáveres de ambos bandos y sangre que ya estaba empezando a secarse y a sufrir transformaciones químicas. Daba un poquito de asco pero por lo pringoso que estaría el suelo con sangre, no por otra cosa. El asco se le fue, no obstante, cuando el conocido pirata hizo algo interesantísimo al pasar del pabellón femenino al masculino: el suelo tembló ligeramente y al avanzar más se encontraron a la totalidad de los guardias inconscientes. Eso no era Armadura ni Observación.
—¿Todos los piratas son así de interesantes o solo sois vosotros dos? —preguntó asumiendo que Kath, ya que iba con Ivan, debía ser también una pirata como él. Teniendo en cuenta que de momento sus poderes le permitían cambiar de forma... no cuadraba, a menos que fuera ese tipo de haki o que tuviera una habilidad rara de cojones. Fuera cual fuera el caso estaba empezando a tener ganas de acoplarse a esos dos como una lapa hasta saciar su curiosidad, y puede que lo acabara haciendo.
Avanzó junto a los dos -aún se preguntaba quién demonios era aquella mujer- y al ver a Ivan rebuscando entre los cuerpos tuvo una idea: podría hacerlo ella también, también sabía mover las manos y los dedos. No buscaría algo como música, pero sí le vendría bien tener un Den Den Mushi personal. No tardó mucho en encontrar un Den Den Mushi, y también... Unas pocas carteras. No tenía apenas tiempo para detenerse así que solo pudo llevarse un par de carteras y meterse el DDM en el bolsillo, ya le preguntaría el número al bicho más tarde.
Revisó la primera mientras el pirata se ponía la música, no encontró mucho, unos cuantos billetes, una identificación... Serían diez mil berries como mucho, no le hacía ningún apaño. En cuanto a la otra pues no mejoraba mucho, otros treinta mil berries en billetes y una nota con una hora (bastante tarde) y un lugar apuntado, una sección de la cárcel. Bueno, era un pabellón femenino, no sería extraño pensar que los guardias decidieran divertirse con las reclusas menos conflictivas.
Tiró las carteras vacías y continuó avazando con ambos hasta que llegaron al desdichado baño del pabellón masculino. La higiene era... bueno, digamos que los reclusos masculinos eran mucho menos exigentes que las mujeres. El pestazo, aunque un tanto fuerte, no afectó tanto a la científica como al pirata. ¿Motivo? Bueno, trabajaba en un laboratorio, cualquier medio de cultivo biológico tiraba un pestazo parecido, ¿y cuando germinaban las bacterias? Ahí ya era la fiesta.
—Si el suelo es igual que las paredes no tengo fuerza para romperlo —traducción de lo dicho: ya había intentado abrir agujeros en las paredes antes y no había conseguido resultados satisfactorios precisamente.
—Ugh —reaccionó finalmente al olor —. He hecho cultivos biológicos que huelen peor que esto pero... uf, no huelo nada así desde la última gastroenteritis de mi tercer ex-marido —que estuviera más o menos acostumbrada a esos olores no los volvía placenteros.
—Si es el prototipo experimental que imagino deberíais quedároslo una vez esté desactivado —dijo la prisionera, que consideraba un auténtico desperdicio vender una pieza de equipo así por muy experimental que fuera puesto que tecnología de ese calibre no se encontraba con frecuencia precisamente, y menos en una prisión con protección reducida por el motín.
—Si queréis dinero siempre se puede echar un vistazo a la sala donde se guardan las pertenencias de los reos, siempre hay alguna joya. O podríais llevaros algo del alcaide, no lo conozco pero a lo mejor es uno de esos con tan mal gusto que tiene un busto de bronce o plata —comentó, dando ideas sobre dónde podían sacar dinero en la cárcel de alguna forma que no fuera vender un prototipo de tecnología punterísima.
El camino en sí resultaba desolador por las barricadas, cadáveres de ambos bandos y sangre que ya estaba empezando a secarse y a sufrir transformaciones químicas. Daba un poquito de asco pero por lo pringoso que estaría el suelo con sangre, no por otra cosa. El asco se le fue, no obstante, cuando el conocido pirata hizo algo interesantísimo al pasar del pabellón femenino al masculino: el suelo tembló ligeramente y al avanzar más se encontraron a la totalidad de los guardias inconscientes. Eso no era Armadura ni Observación.
—¿Todos los piratas son así de interesantes o solo sois vosotros dos? —preguntó asumiendo que Kath, ya que iba con Ivan, debía ser también una pirata como él. Teniendo en cuenta que de momento sus poderes le permitían cambiar de forma... no cuadraba, a menos que fuera ese tipo de haki o que tuviera una habilidad rara de cojones. Fuera cual fuera el caso estaba empezando a tener ganas de acoplarse a esos dos como una lapa hasta saciar su curiosidad, y puede que lo acabara haciendo.
Avanzó junto a los dos -aún se preguntaba quién demonios era aquella mujer- y al ver a Ivan rebuscando entre los cuerpos tuvo una idea: podría hacerlo ella también, también sabía mover las manos y los dedos. No buscaría algo como música, pero sí le vendría bien tener un Den Den Mushi personal. No tardó mucho en encontrar un Den Den Mushi, y también... Unas pocas carteras. No tenía apenas tiempo para detenerse así que solo pudo llevarse un par de carteras y meterse el DDM en el bolsillo, ya le preguntaría el número al bicho más tarde.
Revisó la primera mientras el pirata se ponía la música, no encontró mucho, unos cuantos billetes, una identificación... Serían diez mil berries como mucho, no le hacía ningún apaño. En cuanto a la otra pues no mejoraba mucho, otros treinta mil berries en billetes y una nota con una hora (bastante tarde) y un lugar apuntado, una sección de la cárcel. Bueno, era un pabellón femenino, no sería extraño pensar que los guardias decidieran divertirse con las reclusas menos conflictivas.
Tiró las carteras vacías y continuó avazando con ambos hasta que llegaron al desdichado baño del pabellón masculino. La higiene era... bueno, digamos que los reclusos masculinos eran mucho menos exigentes que las mujeres. El pestazo, aunque un tanto fuerte, no afectó tanto a la científica como al pirata. ¿Motivo? Bueno, trabajaba en un laboratorio, cualquier medio de cultivo biológico tiraba un pestazo parecido, ¿y cuando germinaban las bacterias? Ahí ya era la fiesta.
—Si el suelo es igual que las paredes no tengo fuerza para romperlo —traducción de lo dicho: ya había intentado abrir agujeros en las paredes antes y no había conseguido resultados satisfactorios precisamente.
—Ugh —reaccionó finalmente al olor —. He hecho cultivos biológicos que huelen peor que esto pero... uf, no huelo nada así desde la última gastroenteritis de mi tercer ex-marido —que estuviera más o menos acostumbrada a esos olores no los volvía placenteros.
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Blanqueó los ojos cuando su amigo le ofreció un autógrafo a Alexandra, quien había resultado ser una parlanchina singular. Tras recorrer el pasillo, el vampiro les detuvo y se encargó de deshacerse de los hombres que aguardaban del otro lado con una onda de haoshoku. Le parecía bien que sus subordinados se ocupasen del trabajo que podía hacer ella; era importante dejarles algo de trabajo. Era cierto que las habilidades de la hechicera le permitían hacer prácticamente cualquier cosa, teniendo muy pocas limitaciones. Nada de ilusiones ni barreras mágicas, aunque tampoco las necesitaba. Su estilo de lucha era elegante y directo; no le apetecía jugar de esa forma con las mentes de la gente. ¿Por qué no decirlo? Estaba más que satisfecha con el kenjutsu que había fundado ella misma.
Vio a su equipo registrar los cuerpos desmayados cual ave de rapiña, rebuscando entre sus bolsillos cualquier cosa que fuese interesante o tuviese algo de valor. Miró con cara de nada a Ivan cabecear con las gafas de sol puestas. ¿Se había drogado antes de venir o de verdad lo estaba pasando bien dentro de la prisión? Y Alexandra también revisó a los hombres ahí tirados, quitándoles las carteras y dejándolas tan vacías como el cerebro de cierto revolucionario que conocía. Malos recuerdos, vaya. Pero Katharina, por cuyas venas corría sangre de noble, se mantuvo solemne y no imitó a sus compañeros. Aunque igual podía echarle un vistazo a la sala del alcaide y ver qué tal; quizás encontrase algo interesante ahí, algo que podía vender en el mercado negro. Tenía buen linaje, sí, pero también era pirata.
La bruja se encogió de hombros ante la respuesta de la reclusa.
—Casi todos los piratas son una tanda de borrachos e inútiles, matones que apenas saben lo que quieren. Surcan el mar dominados por falsas ambiciones y acaban muriendo bajo la espada de alguien como yo —respondió, dejando muy en claro su aún indisimulable odio a los piratas en general—. Te encontrarás con pocos piratas tan interesantes como Ivan y yo, tenemos nuestro propio estilo y no nos rebajamos a atormentar pequeños pueblos. En algún momento acabaremos dominando países enteros —terminó de decir, soltando una sonrisa rebosante de arrogancia y ambición.
Luego de contestarle a Alexandra, continuó el resto del camino en silencio y arrugó la nariz cuando sintió el repugnante aroma de la combinación entre orina, mierda y vómito. ¿Qué eran esas manchas blancas que…? No, no quería preguntarse ninguna cosa. Los hombres eran asquerosos. Quería salir de ahí lo antes posible, y la idea de Ivan no parecía tan mala salvo porque la hechicera tenía su propia forma de llegar al subterráneo. ¿Nadie había notado ese sonido de ultratumba que provenía desde lo más profundo? Cerró los ojos e intentó concentrarse tan solo un momento. El suelo estaba hecho de piedra y pasado los veinte metros sentía una discontinuidad. No estaba segura del todo, pero creía que había un corredor allá abajo.
—No desgastes el filo de tu arma en algo tan nimio, ya me ocupo yo.
Sus ojos emitieron un destello prácticamente imperceptible y un instante después el suelo respondió a su caprichosa voluntad, formándose una verdadera escalera que conducía a las profundidades de la prisión, como si se tratase de un pasaje al infierno. Seguramente Ivan pudiese ver perfectamente a través de la oscuridad, pero ella no. Así que generó pequeñas llamas de fuego que mantendría suspendidas unos cuantos minutos en las paredes del conducto. Los peldaños eran medianamente altos y empinados; lamentablemente no tenía un control perfecto para moldear la roca, aunque era más que suficiente. Podía darle algo más de detalle con su magia de transmutación, pero era innecesario.
—Bueno, ¿quién va primero?
Vio a su equipo registrar los cuerpos desmayados cual ave de rapiña, rebuscando entre sus bolsillos cualquier cosa que fuese interesante o tuviese algo de valor. Miró con cara de nada a Ivan cabecear con las gafas de sol puestas. ¿Se había drogado antes de venir o de verdad lo estaba pasando bien dentro de la prisión? Y Alexandra también revisó a los hombres ahí tirados, quitándoles las carteras y dejándolas tan vacías como el cerebro de cierto revolucionario que conocía. Malos recuerdos, vaya. Pero Katharina, por cuyas venas corría sangre de noble, se mantuvo solemne y no imitó a sus compañeros. Aunque igual podía echarle un vistazo a la sala del alcaide y ver qué tal; quizás encontrase algo interesante ahí, algo que podía vender en el mercado negro. Tenía buen linaje, sí, pero también era pirata.
La bruja se encogió de hombros ante la respuesta de la reclusa.
—Casi todos los piratas son una tanda de borrachos e inútiles, matones que apenas saben lo que quieren. Surcan el mar dominados por falsas ambiciones y acaban muriendo bajo la espada de alguien como yo —respondió, dejando muy en claro su aún indisimulable odio a los piratas en general—. Te encontrarás con pocos piratas tan interesantes como Ivan y yo, tenemos nuestro propio estilo y no nos rebajamos a atormentar pequeños pueblos. En algún momento acabaremos dominando países enteros —terminó de decir, soltando una sonrisa rebosante de arrogancia y ambición.
Luego de contestarle a Alexandra, continuó el resto del camino en silencio y arrugó la nariz cuando sintió el repugnante aroma de la combinación entre orina, mierda y vómito. ¿Qué eran esas manchas blancas que…? No, no quería preguntarse ninguna cosa. Los hombres eran asquerosos. Quería salir de ahí lo antes posible, y la idea de Ivan no parecía tan mala salvo porque la hechicera tenía su propia forma de llegar al subterráneo. ¿Nadie había notado ese sonido de ultratumba que provenía desde lo más profundo? Cerró los ojos e intentó concentrarse tan solo un momento. El suelo estaba hecho de piedra y pasado los veinte metros sentía una discontinuidad. No estaba segura del todo, pero creía que había un corredor allá abajo.
—No desgastes el filo de tu arma en algo tan nimio, ya me ocupo yo.
Sus ojos emitieron un destello prácticamente imperceptible y un instante después el suelo respondió a su caprichosa voluntad, formándose una verdadera escalera que conducía a las profundidades de la prisión, como si se tratase de un pasaje al infierno. Seguramente Ivan pudiese ver perfectamente a través de la oscuridad, pero ella no. Así que generó pequeñas llamas de fuego que mantendría suspendidas unos cuantos minutos en las paredes del conducto. Los peldaños eran medianamente altos y empinados; lamentablemente no tenía un control perfecto para moldear la roca, aunque era más que suficiente. Podía darle algo más de detalle con su magia de transmutación, pero era innecesario.
—Bueno, ¿quién va primero?
Ivan Markov
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Entornó los ojos ante la pregunta de la capitana. ¿Era necesario preguntar? Evidentemente iría él. Tanto porque estaba deseando librarse de ese pestazo y de esas molestas bolas de fuego como porque si alguien iba a meterse en un agujero oscuro que descendía a las profundidades, iba a ser él. No se perdería semejante oportunidad de meter las narices en algo peligroso - Os veo abajo, mozas - tras hablar, su cuerpo se encogió de golpe, convirtiéndose en un pequeño murciélago negro que se metió por el agujero y bajó en línea recta por el hueco de las escaleras. La oscuridad era tan profunda que ni él podía ver demasiado bien, pero no lo necesitaba en esa forma. Su radar le informaba de todo lo que había por el camino. En cuanto bajó hasta el fondo comenzó a revolotear por el sótano, tratando de reconocer todo. Efectivamente había una gran máquina que vibraba y hacía ruidos insorportables... de hecho esos ruidos interferían con su radar y le impedían sentir bien el resto de cosas de la sala.
- Puto aparato...
Pasó a su forma de vampiro y sacó un dial de fulgor. Lo prendió lo justo para que solo emitiera luz, usándolo de pequeña linterna. Lo dejó en el suelo en el centro de la estancia y se puso a curiosear los alrededores. Había algunas cajas metálicas, estantes con recambios, una caldera... y luego ese aparato. Sinceramente no tenía ni idea de lo que era. Era una gran estructura metálica cónica con un montón de tubos que vibraba y se agitaba. No parecía haber nadie más por los alrededores. Aquella tarea sería bastante sencilla y todo, al final. Maldita Katharina.
- ¿En serio te has tirado una semana para esto? Podrías haber hecho esta escalera desde el principio y arreglarlo el primer día. ¡Ni siquiera hay guardias! - dijo en cuanto las vio asomar.
Se acercó al aparato y caminó a su alrededor. No parecía haber cables ni nada de lo que tirar para desenchufarlo, aunque sí una controla de comandos que prefería no tocar. No habiendo gente que tal vez sí supiera manejarla. Tras determinar que no iba a ser útil con esa tarea, se acercó a una pared, se sentó contra esta y se acomodó. No estaría ocioso de todos modos, mientras descansaba extendió su haki de observación y prestó atención por si alguien decidía pasarse a hacerles una visita.
- Hey, la que parece lista. ¿No sabrás hacer funcionar ese aparato, no?
- Puto aparato...
Pasó a su forma de vampiro y sacó un dial de fulgor. Lo prendió lo justo para que solo emitiera luz, usándolo de pequeña linterna. Lo dejó en el suelo en el centro de la estancia y se puso a curiosear los alrededores. Había algunas cajas metálicas, estantes con recambios, una caldera... y luego ese aparato. Sinceramente no tenía ni idea de lo que era. Era una gran estructura metálica cónica con un montón de tubos que vibraba y se agitaba. No parecía haber nadie más por los alrededores. Aquella tarea sería bastante sencilla y todo, al final. Maldita Katharina.
- ¿En serio te has tirado una semana para esto? Podrías haber hecho esta escalera desde el principio y arreglarlo el primer día. ¡Ni siquiera hay guardias! - dijo en cuanto las vio asomar.
Se acercó al aparato y caminó a su alrededor. No parecía haber cables ni nada de lo que tirar para desenchufarlo, aunque sí una controla de comandos que prefería no tocar. No habiendo gente que tal vez sí supiera manejarla. Tras determinar que no iba a ser útil con esa tarea, se acercó a una pared, se sentó contra esta y se acomodó. No estaría ocioso de todos modos, mientras descansaba extendió su haki de observación y prestó atención por si alguien decidía pasarse a hacerles una visita.
- Hey, la que parece lista. ¿No sabrás hacer funcionar ese aparato, no?
Alexandra Holmes
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Espera, espera, espera.
Kath, Kath... ¿dónde había visto ese nombre antes? La mujer hablaba con cierto toque arrogante que no le disgustaba, y en principio parecía destilar odio hacia el estereotipo habitual de piratas. Ella, por otra parte, parecía tener mucha más ambición. Entonces algo hizo "clic" en su cabeza. Y si, ojo, y si esa Kath fuera LA KATH. La von Steinhell, ¿no había salido en los periódicos hace no mucho tras su último aumento de recompensa? Era demasiado conocida y no entendía cómo no la había reconocido antes -después de que recuperara su aspecto-. Bueno, todos los genios tienen un patinazo de vez en cuando, no pasaba nada.
—Ambiciosos, eh... me gusta la gente ambiciosa —quizá por eso le caía bien aquella pareja. Alexandra no tenía la intención de dominar países, pero sí tenía el sueño, objetivo y ambición de trascender, aunque en su caso era en un sentido más físico que otra cosa. Deseaba trascender, superar los límites impuestos a los humanos sin el uso de esas extrañas frutas demoníacas y, en última instancia, coronarse como el ser evolutivo "perfecto", ese era su significado de "trascender la humanidad".
Observó de nuevo el lugar después de que Ivan bajara tras llamarlas mozas. Huh. Estaba segura de que los tres habían pensado lo mismo, pero solo una de esas tres personas tenía el valor y el coraje necesarios para plasmar con palabras lo que nadie quería oír.
—Tengo que admitir que los reclusos masculinos tienen valor. Estos baños son el último sitio donde me haría una paja.
Tras aquella confesión de una extraña y bizarra admiración por la capacidad de los tíos de superar el asco para masturbarse, la científica prestó atención al espadachín que había bajado. ¿Sin guardias? Ah, claro, el motín. Parecía que la zorrona de antes había hecho algo bien al final.
—¡Ya bajo! —se apresuró a decir, luchando consigo misma para no soltar alguna perla como "¡Ja, te ha llamado lerda!". Al bajar, gracias al uso de ese dial -aunque se quedaría algo lejos del láser ese controlado- pudo ver el objeto que tantos problemas estaba causando. Una estructura metálica con forma de cono y muchos tubos soldados que se agitaba y vibraba constantemente.
—Me gustaría decirte que sí —dijo, rodeando el aparato sin acercarse demasiado. No había visto los planos en sí, pero estaba totalmente convencida de que era ese trasto que había descubierto unas semanas antes de entrar en prisión.
—Peeero puedo trastear un poco con la consola, a ver si hay suerte —se trataba de una consola de control estándar, probablemente desarrollada a la vez que ese trasto. Tenía un pequeño problema y es que su jefe acaparaba constantemente la única que había en el laboratorio, así que no estaba demasiado puesta en esos temas. Por suerte, la gente era previsora e incluía el mejor comando jamás inventado: los de ayuda.
No conocía los protocolos de aquella invención, así que tendría que ser un poco bruta y "original". En lugar de buscar cómo apagarlo, buscó sus características físicas. Voltajes, necesitaba saber con cuánta electricidad funcionaba exactamente.
—Os explico un poco —les preparó mentalmente para otra turra —. Ese cacharro está activando, agitando y excitando un trozo de kairoseki. Está extrayendo la longitud de onda que inhabilita el uso de las habilidades demoníacas y la está amplificando y emitiendo. Es solo un prototipo en pruebas alfa, por eso no estáis totalmente anulados y agotados, no está funcionando como debería —continuaba tecleando, tratando de memorizar cada cosa que veía en la pantalla —. Está finalizado con muchísimas prisas, un clímax un poco chapuza, en mi opinión —ahora, ¿por qué sabía todo eso? no tenían que preocuparse, a Alexandra le quedaba muchísima saliva que gastar —. Aparte de ser científica también hacía labores de espía industrial por mi cuenta. Un lumbreras con el que me lié un mes antes de acabar en prisión pertenecía al equipo que desarrollaba esto y me lo contó en un intento por impresionarme. No esperaba que pudieran acabarlo en tan poco tiempo, pero viendo la chapuza final... deben estar desesperados por el favor de alguna mafia.
¿Alguna pregunta? ¿No? Bien, estupendo, podía continuar con su trabajo.
Finalmente pudo encontrar las especificaciones y el manual dentro de la consola de control. Lo habrían hecho así para que nadie pudiera robar los planos y manuales en papel para replicarlo. Viendo lo que veía... tenía buenas y malas noticias para la pareja de piratas. Soltó un suspiro y apagó la consola. El artefacto continuaba vibrando. Puso la mano encima por un momento y notó una cantidad de calor brutal que le hizo apartarla enseguida, vale, eso quemaba y no poco.
—No he encontrado la forma de apagarla, pero sí el voltaje máximo que aguanta —estaba nerviosa. No por estar trabajando para dos piratas de tantísimo renombre, estaba nerviosa porque tendría que chamuscarse las manos para poder salir de la cárcel. Tragó saliva. Oh, dios, iba a pegar un chillido curioso en cuanto pusiera las manos ahí.
—Va a sonar raro, pero necesito que alguno me meta algo en la boca. Algo que pueda morder. Tengo que... tengo que sujetar esta mierda y quema como un volcán o un café con leche del tiempo.
Dejó algo de tiempo para que alguno de los dos cumpliera con su petición -o no-. Se arremangó, se sujetó el brazo izquierdo con la mano derecha y empezó a dejar fluir su electricidad natural por su brazo izquierdo. Concentró dicha corriente en su mano y la puso sobre el artefacto. Inmediatamente empezó a morder o a chillar, según si le habían hecho caso o no. Solo fueron cinco segundos de sobrecargar el aparato con electricidad, pero fueron los cinco segundos más largos y dolorosos de su vida, acompañados con un desagradable sonido de quemado como banda sonora y un olor a carne viva quemada como banda olora. Apartó la mano en cuanto notó que la vibración paró.
La mano de Alexandra humeaba, desprendiendo también algo de vapor y goteando sangre caliente entre ampollas. Jadeó, peleando para que el inmenso dolor no la dejara inconsciente, y dedicó los siguientes minutos a generar escarcha en la mano para ir reduciendo la temperatura para evitar daños mayores. No le quedaban energías para hablar, solo quería tratarse la mano y salir de aquella condenada cárcel.
Puto trasto. Lo que había que hacer por dos autógrafos.
Kath, Kath... ¿dónde había visto ese nombre antes? La mujer hablaba con cierto toque arrogante que no le disgustaba, y en principio parecía destilar odio hacia el estereotipo habitual de piratas. Ella, por otra parte, parecía tener mucha más ambición. Entonces algo hizo "clic" en su cabeza. Y si, ojo, y si esa Kath fuera LA KATH. La von Steinhell, ¿no había salido en los periódicos hace no mucho tras su último aumento de recompensa? Era demasiado conocida y no entendía cómo no la había reconocido antes -después de que recuperara su aspecto-. Bueno, todos los genios tienen un patinazo de vez en cuando, no pasaba nada.
—Ambiciosos, eh... me gusta la gente ambiciosa —quizá por eso le caía bien aquella pareja. Alexandra no tenía la intención de dominar países, pero sí tenía el sueño, objetivo y ambición de trascender, aunque en su caso era en un sentido más físico que otra cosa. Deseaba trascender, superar los límites impuestos a los humanos sin el uso de esas extrañas frutas demoníacas y, en última instancia, coronarse como el ser evolutivo "perfecto", ese era su significado de "trascender la humanidad".
Observó de nuevo el lugar después de que Ivan bajara tras llamarlas mozas. Huh. Estaba segura de que los tres habían pensado lo mismo, pero solo una de esas tres personas tenía el valor y el coraje necesarios para plasmar con palabras lo que nadie quería oír.
—Tengo que admitir que los reclusos masculinos tienen valor. Estos baños son el último sitio donde me haría una paja.
Tras aquella confesión de una extraña y bizarra admiración por la capacidad de los tíos de superar el asco para masturbarse, la científica prestó atención al espadachín que había bajado. ¿Sin guardias? Ah, claro, el motín. Parecía que la zorrona de antes había hecho algo bien al final.
—¡Ya bajo! —se apresuró a decir, luchando consigo misma para no soltar alguna perla como "¡Ja, te ha llamado lerda!". Al bajar, gracias al uso de ese dial -aunque se quedaría algo lejos del láser ese controlado- pudo ver el objeto que tantos problemas estaba causando. Una estructura metálica con forma de cono y muchos tubos soldados que se agitaba y vibraba constantemente.
—Me gustaría decirte que sí —dijo, rodeando el aparato sin acercarse demasiado. No había visto los planos en sí, pero estaba totalmente convencida de que era ese trasto que había descubierto unas semanas antes de entrar en prisión.
—Peeero puedo trastear un poco con la consola, a ver si hay suerte —se trataba de una consola de control estándar, probablemente desarrollada a la vez que ese trasto. Tenía un pequeño problema y es que su jefe acaparaba constantemente la única que había en el laboratorio, así que no estaba demasiado puesta en esos temas. Por suerte, la gente era previsora e incluía el mejor comando jamás inventado: los de ayuda.
No conocía los protocolos de aquella invención, así que tendría que ser un poco bruta y "original". En lugar de buscar cómo apagarlo, buscó sus características físicas. Voltajes, necesitaba saber con cuánta electricidad funcionaba exactamente.
—Os explico un poco —les preparó mentalmente para otra turra —. Ese cacharro está activando, agitando y excitando un trozo de kairoseki. Está extrayendo la longitud de onda que inhabilita el uso de las habilidades demoníacas y la está amplificando y emitiendo. Es solo un prototipo en pruebas alfa, por eso no estáis totalmente anulados y agotados, no está funcionando como debería —continuaba tecleando, tratando de memorizar cada cosa que veía en la pantalla —. Está finalizado con muchísimas prisas, un clímax un poco chapuza, en mi opinión —ahora, ¿por qué sabía todo eso? no tenían que preocuparse, a Alexandra le quedaba muchísima saliva que gastar —. Aparte de ser científica también hacía labores de espía industrial por mi cuenta. Un lumbreras con el que me lié un mes antes de acabar en prisión pertenecía al equipo que desarrollaba esto y me lo contó en un intento por impresionarme. No esperaba que pudieran acabarlo en tan poco tiempo, pero viendo la chapuza final... deben estar desesperados por el favor de alguna mafia.
¿Alguna pregunta? ¿No? Bien, estupendo, podía continuar con su trabajo.
Finalmente pudo encontrar las especificaciones y el manual dentro de la consola de control. Lo habrían hecho así para que nadie pudiera robar los planos y manuales en papel para replicarlo. Viendo lo que veía... tenía buenas y malas noticias para la pareja de piratas. Soltó un suspiro y apagó la consola. El artefacto continuaba vibrando. Puso la mano encima por un momento y notó una cantidad de calor brutal que le hizo apartarla enseguida, vale, eso quemaba y no poco.
—No he encontrado la forma de apagarla, pero sí el voltaje máximo que aguanta —estaba nerviosa. No por estar trabajando para dos piratas de tantísimo renombre, estaba nerviosa porque tendría que chamuscarse las manos para poder salir de la cárcel. Tragó saliva. Oh, dios, iba a pegar un chillido curioso en cuanto pusiera las manos ahí.
—Va a sonar raro, pero necesito que alguno me meta algo en la boca. Algo que pueda morder. Tengo que... tengo que sujetar esta mierda y quema como un volcán o un café con leche del tiempo.
Dejó algo de tiempo para que alguno de los dos cumpliera con su petición -o no-. Se arremangó, se sujetó el brazo izquierdo con la mano derecha y empezó a dejar fluir su electricidad natural por su brazo izquierdo. Concentró dicha corriente en su mano y la puso sobre el artefacto. Inmediatamente empezó a morder o a chillar, según si le habían hecho caso o no. Solo fueron cinco segundos de sobrecargar el aparato con electricidad, pero fueron los cinco segundos más largos y dolorosos de su vida, acompañados con un desagradable sonido de quemado como banda sonora y un olor a carne viva quemada como banda olora. Apartó la mano en cuanto notó que la vibración paró.
La mano de Alexandra humeaba, desprendiendo también algo de vapor y goteando sangre caliente entre ampollas. Jadeó, peleando para que el inmenso dolor no la dejara inconsciente, y dedicó los siguientes minutos a generar escarcha en la mano para ir reduciendo la temperatura para evitar daños mayores. No le quedaban energías para hablar, solo quería tratarse la mano y salir de aquella condenada cárcel.
Puto trasto. Lo que había que hacer por dos autógrafos.
Katharina von Steinhell
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Escuchó la explicación de la prisionera, asintiendo en cada momento con la cabeza. ¿Le seguía? Sí. ¿Entendía lo que decía? Más o menos. ¿Le parecía cuerda? Para nada. En todo caso, lo único que necesitaba saber era que esa cosa de ahí era un problema para sus habilidades y, si la señora no podía destruirlo, lo haría ella con sus propias manos. ¿El problema? Si llegaba a tocar el trozo de kairoseki lo pasaría muy mal. Así que dejó que la chica lista se ocupase de toda la ingeniería destructiva. Por su parte, se mantuvo quieta y en silencio con la espalda apoyada en la pared. Incluso soltó un bostezo.
¿Algo para morder…? No es como que anduviera con esas cosas, la verdad, pero algo se le ocurrió. Cogió un trozo de metal y… No, no era buena idea pasarle eso si trabajaría con electricidad. Tampoco es que su magia pudiera cambiar la estructura química de algún objeto. Los enlaces metálicos continuarían ahí y, si bien no era científica, tenía el conocimiento de sobra para saber lo que eso conllevaba. Así que registró un poco más la habitación, y soltó una sonrisita cuando descubrió algo que sería de utilidad.
—¿Esto te sirve? —le preguntó, pasándole un pato de goma. Estaba orgullosa de su descubrimiento y le daba un poco igual que estuviera manchado. No era ella la que se iba a poner esa cosa en la boca. ¿Se preguntó qué hacía un pato de goma en ese lugar? Sí. ¿Buscó respuestas? No, quería mantener su integridad mental a salvo.
Lo aceptase o no, la hechicera volvió a su cómodo puesto y se limitó a mirar el trabajo de la señora. Arrugó la nariz cuando el olor a carne chamuscada invadió la habitación y se tapó los oídos para no escuchar algún grito innecesario. Fueron unos largos y dolorosos segundos para ella, lo sabía, pero tanto sufrimiento acabó teniendo buenos resultados.
—Me siento mucho mejor —comentó entonces la pelirrosa, reuniendo energía mágica sin ninguna clase de interferencia—, y tú te has ganado esto.
Un pentáculo dorado emergió de su mano y una luz del mismo color rodeó el cuerpo de la científica. Daba igual si se resistía o no, una sensación de alivio le invadiría y las quemaduras de sus manos desaparecerían poco a poco. Nada de dolor ni ampollas. Su hechizo Sanación era muy útil para ayudar a las otras personas. Para sanarse a sí misma tenía las runas, las cuales eran mucho más eficientes y poderosas.
Sin previo aviso, Katharina tomó asiento y cerró los ojos: era momento de convocar la súper Cúpula de Hipermagia. Tomó una gran bocanada de aire y suspiró. Entonces, dejó escapar toda la magia. De un momento a otro descubrió todo lo que había en la prisión, escuchó los gritos de los reos y sintió la desesperación y el miedo en el ambiente, incluso vio a las fuerzas especiales amotinadas en la entrada, esperando una sola orden para ingresar. Fue muy sencillo encontrar al hombre que buscaba, y menos mal no perdieron el tiempo en buscarle en la sección de hombres.
—Gustavo di Fiore está en la habitación del alcaide, ¿vamos?
¿Algo para morder…? No es como que anduviera con esas cosas, la verdad, pero algo se le ocurrió. Cogió un trozo de metal y… No, no era buena idea pasarle eso si trabajaría con electricidad. Tampoco es que su magia pudiera cambiar la estructura química de algún objeto. Los enlaces metálicos continuarían ahí y, si bien no era científica, tenía el conocimiento de sobra para saber lo que eso conllevaba. Así que registró un poco más la habitación, y soltó una sonrisita cuando descubrió algo que sería de utilidad.
—¿Esto te sirve? —le preguntó, pasándole un pato de goma. Estaba orgullosa de su descubrimiento y le daba un poco igual que estuviera manchado. No era ella la que se iba a poner esa cosa en la boca. ¿Se preguntó qué hacía un pato de goma en ese lugar? Sí. ¿Buscó respuestas? No, quería mantener su integridad mental a salvo.
Lo aceptase o no, la hechicera volvió a su cómodo puesto y se limitó a mirar el trabajo de la señora. Arrugó la nariz cuando el olor a carne chamuscada invadió la habitación y se tapó los oídos para no escuchar algún grito innecesario. Fueron unos largos y dolorosos segundos para ella, lo sabía, pero tanto sufrimiento acabó teniendo buenos resultados.
—Me siento mucho mejor —comentó entonces la pelirrosa, reuniendo energía mágica sin ninguna clase de interferencia—, y tú te has ganado esto.
Un pentáculo dorado emergió de su mano y una luz del mismo color rodeó el cuerpo de la científica. Daba igual si se resistía o no, una sensación de alivio le invadiría y las quemaduras de sus manos desaparecerían poco a poco. Nada de dolor ni ampollas. Su hechizo Sanación era muy útil para ayudar a las otras personas. Para sanarse a sí misma tenía las runas, las cuales eran mucho más eficientes y poderosas.
Sin previo aviso, Katharina tomó asiento y cerró los ojos: era momento de convocar la súper Cúpula de Hipermagia. Tomó una gran bocanada de aire y suspiró. Entonces, dejó escapar toda la magia. De un momento a otro descubrió todo lo que había en la prisión, escuchó los gritos de los reos y sintió la desesperación y el miedo en el ambiente, incluso vio a las fuerzas especiales amotinadas en la entrada, esperando una sola orden para ingresar. Fue muy sencillo encontrar al hombre que buscaba, y menos mal no perdieron el tiempo en buscarle en la sección de hombres.
—Gustavo di Fiore está en la habitación del alcaide, ¿vamos?
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Esa mujer estaba verdaderamente loca. Pero era el tipo de locura que le gustaba, tenía agallas. Podía haber creído que era porque creía que le matarían si no cooperaba con ellos, pero no olía miedo en ella. No parecía que fuese el motivo. Se cruzó de brazos y observó con curiosidad cómo trabajaba, soltando un "auch" al verla apoyar las manos sobre el metal caliente y escucharse el sonido del pato de goma estrujado. La situación casi sería cómica, pero sabía bien lo que dolían las quemaduras y le tenía demasiado respeto al calor. Aún así el sonido lo hacía divertido.
Cuando hubo acabado, mientras Katharina la curaba con su conjuro, se levantó y se acercó a ellas. Se percató de que aún seguía en el grupo la reclusa a la que había perdonado cuando entró. No había sido demasiado útil, por no decir que no había hecho absolutamente nada... pero por ahora al menos no era un estorbo. Mientras no lo fuera, no le importaba que les siguiera. Siempre podía servirle de fuente de sangre de emergencia si las cosas se ponían feas... aunque no creía que fuera el caso. Katharina interrumpió sus pensamientos dándole una noticia que no podría haberle tocado más las narices.
- ¿En la QUÉ? ¡Me cago en todos los muertos de ese mamón!
¿Por qué tenían que salirle las cosas así? Se supone que tendría que haber sido una operación sencilla y sin contratiempos, nada de llamar la atención. Y ahora resultaba que tenían que meterse en la habitación del alcaide, donde seguramente estuviera el susodicho. Y no quería que se armase un jaleo así y llamar la atención de las familias. Enfadado, le metió tal patada a la máquina que la prisionera acababa de estropear que movió toda la masa metálica y la estampó contra la pared con un estruendo bastante notorio. Resopló y dijo:
- Vámonos de una vez. Me aseguraré de que no tengamos problemas.
Acto seguido mandó una orden mental a Helen: "Asegúrate de que el alcaide no esté en su despacho. Me da igual el método que uses mientras no levantes sospechas." Tras eso subieron otra vez al mugriento baño de antes, aunque esta vez como ya sabía lo que le esperaba, en cuanto el primer indicio del pestazo llegó a su nariz, se la tapó y dejó de respirar. No es como si necesitase hacerlo mientras se mantuviese en forma completa.
- Deberías cerrar eso - dijo a Kath con voz rara por tener la nariz tapada, haciendo gesto con la cabeza al agujero al sótano.
Tras un corto paseo, evitando las patrullas usando el kenbunshoku, llegaron frente al despacho. Antes de entrar Ivan comprobó cuántas presencias había en el interior y solo percibió una... en apariencia, al menos, di Fiore estaba solo. Antes de entrar cambió su rostro a uno anodino, con ojos y pelo oscuros, y el aspecto de su chaqueta a una gabardina. A continuación se volvió a las mujeres y dijo con una sonrisa burlona y una inclinación:
- Las damas primero.
Cuando hubo acabado, mientras Katharina la curaba con su conjuro, se levantó y se acercó a ellas. Se percató de que aún seguía en el grupo la reclusa a la que había perdonado cuando entró. No había sido demasiado útil, por no decir que no había hecho absolutamente nada... pero por ahora al menos no era un estorbo. Mientras no lo fuera, no le importaba que les siguiera. Siempre podía servirle de fuente de sangre de emergencia si las cosas se ponían feas... aunque no creía que fuera el caso. Katharina interrumpió sus pensamientos dándole una noticia que no podría haberle tocado más las narices.
- ¿En la QUÉ? ¡Me cago en todos los muertos de ese mamón!
¿Por qué tenían que salirle las cosas así? Se supone que tendría que haber sido una operación sencilla y sin contratiempos, nada de llamar la atención. Y ahora resultaba que tenían que meterse en la habitación del alcaide, donde seguramente estuviera el susodicho. Y no quería que se armase un jaleo así y llamar la atención de las familias. Enfadado, le metió tal patada a la máquina que la prisionera acababa de estropear que movió toda la masa metálica y la estampó contra la pared con un estruendo bastante notorio. Resopló y dijo:
- Vámonos de una vez. Me aseguraré de que no tengamos problemas.
Acto seguido mandó una orden mental a Helen: "Asegúrate de que el alcaide no esté en su despacho. Me da igual el método que uses mientras no levantes sospechas." Tras eso subieron otra vez al mugriento baño de antes, aunque esta vez como ya sabía lo que le esperaba, en cuanto el primer indicio del pestazo llegó a su nariz, se la tapó y dejó de respirar. No es como si necesitase hacerlo mientras se mantuviese en forma completa.
- Deberías cerrar eso - dijo a Kath con voz rara por tener la nariz tapada, haciendo gesto con la cabeza al agujero al sótano.
Tras un corto paseo, evitando las patrullas usando el kenbunshoku, llegaron frente al despacho. Antes de entrar Ivan comprobó cuántas presencias había en el interior y solo percibió una... en apariencia, al menos, di Fiore estaba solo. Antes de entrar cambió su rostro a uno anodino, con ojos y pelo oscuros, y el aspecto de su chaqueta a una gabardina. A continuación se volvió a las mujeres y dijo con una sonrisa burlona y una inclinación:
- Las damas primero.
Alexandra Holmes
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Dolía un cojón y medio, y si no había caído inconsciente aún era únicamente por pura fuerza de voluntad. No tenía la intención de impresionar a nadie, era su comportamiento natural y genuino, una pirada a la que le faltaban algunos tornillos pero en plan bien. Se sorprendió al ver aquel pentagrama, ¿qué clase de poder tendría para conseguir eso? Alexandra apretó el puño y movió la mano para comprobar que, efectivamente, no sentía dolor y que su quemadura había sanado prácticamente por completo.
—¡Hey, gracias! Bonito truco, ¿luego me puedes decir cómo lo has hecho? –respondió así a la curación. Ah, el espíritu curioso e inquisidor de la ciencia, nunca tenía suficiente conocimiento encima, siempre debía saber algo más.
Y así, de repente, la señora pirata descubrió de forma inmediata la localización de Gustavo. Ese poder le resultaba tremendamente interesante, y la científica estaba ya pensando cómo podría convencerla para que le permitiese estudiarla, ¿quién sabe qué podría averiguar?
Vale, osea que se había achicharrado para nada. Seguía siendo fan de Ivan, pero esa se la guardaría. Por suerte el cacharro salió contra una pared que estaba lejos de la científica, así que no se enfadó. No mucho. Un poco. Le pondría chinchetas en los zapatos o le pondría la zancadilla en el camino de salida, ya se le ocurriría alguna venganza apropiada.
El poder del susodicho Markov también era algo que le gustaría investigar y estudiar. Alexandra siguió a ambos piratas hasta el edificio del alcaide, que de alguna forma estaba vacío. Hm, qué raro... en medio del motín estaba segura de que habrían protegido el edificio. ¿Y dónde estaba la otra reclusa? La mayor se encogió de hombros, bleh, daba igual.
—Las damas primero, ¿eh? —dijo, acercándose a la puerta cerrada —. ¿Sabéis? Esta puerta tiene un intrincado sistema de seguridad que funciona con una contraseña que poca gente conoce —dijo de repente. Obviamente no era cierto, la puerta era muy bonita pero no dejaba de ser una puerta normal que cedería ante un impacto relativamente fuerte. Acarició la puerta, sin llamar ni nada aún —. ¡Ábrete Sésamo! —dijo la contraseña y le dio un puñetazo con todas sus fuerzas para abrirla de golpe.
Y de nuevo le dolía la mano, aunque mucho menos que antes. No ganaba para disgustos. No fue tan impresionante como le hubiera gustado porque la puerta estaba reforzada pero sí que había podido abrirla. La puerta, con la cerradura rota del golpe, se abrió lentamente, dejando ver el interior del despacho.
—Huh. Esperaba que fuera algo más épico. Y menos doloroso. No hace falta que me cures esta vez, a base de sufrimiento se aprende mejor —confesó, dejando que Katharina tomara la iniciativa. Lo de Gustavo era una movida suya, después de todo.
—¡Hey, gracias! Bonito truco, ¿luego me puedes decir cómo lo has hecho? –respondió así a la curación. Ah, el espíritu curioso e inquisidor de la ciencia, nunca tenía suficiente conocimiento encima, siempre debía saber algo más.
Y así, de repente, la señora pirata descubrió de forma inmediata la localización de Gustavo. Ese poder le resultaba tremendamente interesante, y la científica estaba ya pensando cómo podría convencerla para que le permitiese estudiarla, ¿quién sabe qué podría averiguar?
Vale, osea que se había achicharrado para nada. Seguía siendo fan de Ivan, pero esa se la guardaría. Por suerte el cacharro salió contra una pared que estaba lejos de la científica, así que no se enfadó. No mucho. Un poco. Le pondría chinchetas en los zapatos o le pondría la zancadilla en el camino de salida, ya se le ocurriría alguna venganza apropiada.
El poder del susodicho Markov también era algo que le gustaría investigar y estudiar. Alexandra siguió a ambos piratas hasta el edificio del alcaide, que de alguna forma estaba vacío. Hm, qué raro... en medio del motín estaba segura de que habrían protegido el edificio. ¿Y dónde estaba la otra reclusa? La mayor se encogió de hombros, bleh, daba igual.
—Las damas primero, ¿eh? —dijo, acercándose a la puerta cerrada —. ¿Sabéis? Esta puerta tiene un intrincado sistema de seguridad que funciona con una contraseña que poca gente conoce —dijo de repente. Obviamente no era cierto, la puerta era muy bonita pero no dejaba de ser una puerta normal que cedería ante un impacto relativamente fuerte. Acarició la puerta, sin llamar ni nada aún —. ¡Ábrete Sésamo! —dijo la contraseña y le dio un puñetazo con todas sus fuerzas para abrirla de golpe.
Y de nuevo le dolía la mano, aunque mucho menos que antes. No ganaba para disgustos. No fue tan impresionante como le hubiera gustado porque la puerta estaba reforzada pero sí que había podido abrirla. La puerta, con la cerradura rota del golpe, se abrió lentamente, dejando ver el interior del despacho.
—Huh. Esperaba que fuera algo más épico. Y menos doloroso. No hace falta que me cures esta vez, a base de sufrimiento se aprende mejor —confesó, dejando que Katharina tomara la iniciativa. Lo de Gustavo era una movida suya, después de todo.
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Soltó un bostezo, aburrida. ¿Por qué a su amigo le preocupaba tanto que se encontrara en la habitación del alcaide? Podían matarlos a todos y ya está. Usaría sus poderes de nigromancia para crear a un muerto viviente muy útil y todo saldría a la perfección. Bueno, tendría que evitar tajos muy feos que se vieran a simple vista en el cadáver, así que una puñalada directa al corazón era lo suyo. Aparentemente, la gente aún no se daba cuenta de que la magia podía solucionarlo todo. La bruja poseía un poder sin límites y podía especializarse en cualquier área que ella decidiese. ¿Elementos? Perfecto, los dominaría todos. ¿Nigromancia? Va, usaría su propia energía para crear cadáveres y reanimarlos. Ahora mismo había alcanzado un nivel que le hacía prácticamente invencible, o al menos eso quería pensar.
Se volteó a la mujer y le sonrió con orgullo, infló el pecho y cerró los ojos.
—Ha sido magia —contestó muy satisfecha con sus habilidades. Había curado las heridas de la prisionera y también encontró la ubicación del objetivo casi con un chasquido de dedos.
Generó un fuego fatuo para iluminar las escaleras y subió, tapándose la nariz para evitar sentir la desagradable peste. ¿Por qué los hombres no podían ser más limpios? Esas manchas blancas en el suelo le parecían como mínimo repugnantes, y ni hablar del concentrado olor a mierda fermentada. Se limitó a asentir a las palabras de Ivan y volvió a reunir maná para cerrar el agujero que había hecho. Siguió casi en silencio los pasos del vampiro, escuchando las diez mil historias que Alexandra tenía. Era una mujer divertida y estaba resultando ser bastante útil, tenía ovarios y era lo que más le gustaba. Necesitaba gente así en la banda que estaba montando con Ivan.
—Así que tú también haces magia, ¿eh? —le comentó a la mujer con una sonrisa divertida en el rostro, y entonces dejó caer los ojos sobre el despacho del alcaide. Di Fiore era un sujeto delgado y de aspecto despreciable, unos pequeños mechones rubios caían de su paliducha cabeza y vestía el típico uniforme de los reos. Aún no había entablado conversación con él y ya le caía mal. Se acercó al hombre con paso pesado y antes de que pudiera hacer nada le propinó un puñetazo en el rostro, sacándole un par de dientes en el proceso. ¿Por qué lo había hecho? Bueno, le caía mal y se sentía en todo el derecho de golpearle cuánto quisiera. Lo levantó del cuello de la camiseta como si no pesara más que un muñeco y lo observó bien. Ojos negros y grandes ojeras, cuerpo delgado y aparentemente débil.
—Necesito información y tú me la darás, así que es hora de comenzar el interrogatorio. ¿Quieres hacer los honores, Ivan? —le preguntó a su amigo.
Se volteó a la mujer y le sonrió con orgullo, infló el pecho y cerró los ojos.
—Ha sido magia —contestó muy satisfecha con sus habilidades. Había curado las heridas de la prisionera y también encontró la ubicación del objetivo casi con un chasquido de dedos.
Generó un fuego fatuo para iluminar las escaleras y subió, tapándose la nariz para evitar sentir la desagradable peste. ¿Por qué los hombres no podían ser más limpios? Esas manchas blancas en el suelo le parecían como mínimo repugnantes, y ni hablar del concentrado olor a mierda fermentada. Se limitó a asentir a las palabras de Ivan y volvió a reunir maná para cerrar el agujero que había hecho. Siguió casi en silencio los pasos del vampiro, escuchando las diez mil historias que Alexandra tenía. Era una mujer divertida y estaba resultando ser bastante útil, tenía ovarios y era lo que más le gustaba. Necesitaba gente así en la banda que estaba montando con Ivan.
—Así que tú también haces magia, ¿eh? —le comentó a la mujer con una sonrisa divertida en el rostro, y entonces dejó caer los ojos sobre el despacho del alcaide. Di Fiore era un sujeto delgado y de aspecto despreciable, unos pequeños mechones rubios caían de su paliducha cabeza y vestía el típico uniforme de los reos. Aún no había entablado conversación con él y ya le caía mal. Se acercó al hombre con paso pesado y antes de que pudiera hacer nada le propinó un puñetazo en el rostro, sacándole un par de dientes en el proceso. ¿Por qué lo había hecho? Bueno, le caía mal y se sentía en todo el derecho de golpearle cuánto quisiera. Lo levantó del cuello de la camiseta como si no pesara más que un muñeco y lo observó bien. Ojos negros y grandes ojeras, cuerpo delgado y aparentemente débil.
—Necesito información y tú me la darás, así que es hora de comenzar el interrogatorio. ¿Quieres hacer los honores, Ivan? —le preguntó a su amigo.
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Se encogió de hombros al escuchar a Kath. La verdad es que tanto el puñetazo como el interrogatorio eran una pérdida de tiempo. Y no podían perder tiempo; se suponía que esa tarea tenía que ser en silencio y sin testigos. Nadie debía enterarse de que allí hubiese pasado nada. Y la mejor manera para eso era simplemente asegurarse de que Fiore cooperaba. Pero no tenían ninguna garantía de que fuese a hablar de buenas o a callarse sobre aquel suceso.
- ¿Para qué interrogarle? Aún bajo tortura un hombre puede mentir. En cambio la sangre nunca miente.
Agarró al tembloroso hombre por el cuello de la camisa y lo levantó en el aire. Este empezó a pedir clemencia y a prometer que hablaría, pero difícilmente podría decir algo que fuese a parar al vampiro en aquel momento. Abrió la boca descubriendo los colmillos y le hincó los dientes en la carótida, bebiendo ávidamente su líquido vital. Siguió succionando aún cuando escuchó su corazón ralentizarse y comenzar poco a poco a detenerse, y al final terminó bebiendo de un cuerpo muerto. Y entonces los recuerdos comenzaron a fluir. Años de vida recorrieron su mente en un instante, anonadándole, pero logró mantener el control y buscar la información que quería.
- Lo tengo - dijo, dejando caer el cadáver - Ya tengo toda la información que necesitamos.
Sacó un pañuelo viejo y se limpió la sangre de la boca y el cuello. Entonces con un gesto casi perezoso, colocó la mano izquierda sobre el cadáver mientras esta emitía un brillo violáceo. Casi al momento el cuerpo comenzó a moverse y se levantó, como si nada hubiese ocurrido. "Actuarás con normalidad y fingirás que nada ha ocurrido aquí" fue la orden mental que le dio.
- Este no dará problemas ya. Será mejor que os larguéis de aquí - dijo a Kath - Saca a estas dos, se lo han ganado. Por cierto, supongo que estás pensando lo mismo que yo. Esta mujer tiene potencial - señaló con la cabeza a Xandra - Yo voy a arreglar este entuerto y fingir que he estado trabajando hasta ahora.
Tras decir eso volvió a sacar las gafas de sol. Mientras se las llevaba al rostro su cuerpo comenzó a cambiar, volviendo a convertirse en Helkan. Salió del despacho cerrando la puerta tras de sí y se dirigió hacia el pabellón femenino. Primero iría a comprobar que todo estaba en orden ya, y luego se iría a anunciar que había terminado su trabajo.
- ¿Para qué interrogarle? Aún bajo tortura un hombre puede mentir. En cambio la sangre nunca miente.
Agarró al tembloroso hombre por el cuello de la camisa y lo levantó en el aire. Este empezó a pedir clemencia y a prometer que hablaría, pero difícilmente podría decir algo que fuese a parar al vampiro en aquel momento. Abrió la boca descubriendo los colmillos y le hincó los dientes en la carótida, bebiendo ávidamente su líquido vital. Siguió succionando aún cuando escuchó su corazón ralentizarse y comenzar poco a poco a detenerse, y al final terminó bebiendo de un cuerpo muerto. Y entonces los recuerdos comenzaron a fluir. Años de vida recorrieron su mente en un instante, anonadándole, pero logró mantener el control y buscar la información que quería.
- Lo tengo - dijo, dejando caer el cadáver - Ya tengo toda la información que necesitamos.
Sacó un pañuelo viejo y se limpió la sangre de la boca y el cuello. Entonces con un gesto casi perezoso, colocó la mano izquierda sobre el cadáver mientras esta emitía un brillo violáceo. Casi al momento el cuerpo comenzó a moverse y se levantó, como si nada hubiese ocurrido. "Actuarás con normalidad y fingirás que nada ha ocurrido aquí" fue la orden mental que le dio.
- Este no dará problemas ya. Será mejor que os larguéis de aquí - dijo a Kath - Saca a estas dos, se lo han ganado. Por cierto, supongo que estás pensando lo mismo que yo. Esta mujer tiene potencial - señaló con la cabeza a Xandra - Yo voy a arreglar este entuerto y fingir que he estado trabajando hasta ahora.
Tras decir eso volvió a sacar las gafas de sol. Mientras se las llevaba al rostro su cuerpo comenzó a cambiar, volviendo a convertirse en Helkan. Salió del despacho cerrando la puerta tras de sí y se dirigió hacia el pabellón femenino. Primero iría a comprobar que todo estaba en orden ya, y luego se iría a anunciar que había terminado su trabajo.
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Después de que abriera la puerta se quedó a un lado, lo que sea que tuvieran pendiente en ese despacho era cosa de Katharina e Ivan, por lo que no intervendría. Alzó una ceja al observar a Ivan en acción, ¿estaba chupándole la sangre? Eso no era tan raro porque había conocido a gente muy kinky en sus casi cuarenta años de vida, pero lo que sí la fascinó fue el hecho de que eso fuera suficiente para extraer información. Y... ¿se levantaba?¿cómo podía hacerlo sin sangre?
¿Potencial? La sonrisa de Alexandra se ensanchó, orgullosa de ver que alguien más se daba cuenta de eso.
—Hoho, y más que tendré cuando sepáis cuál es mi campo de trabajo —respondió y, aunque le habría encantado hacer allí mismo una disertación sobre el factor linaje y cómo pensaba usarlo para modificar sus propios genes hasta lograr una evolución que mereciera su propia denominación -homo novus es lo que tenía en mente- no era el momento ni el lugar.
—A decir verdad... —dijo, una vez Ivan se hubiera ido —. Os debo una muy gorda por sacarme de aquí. Y me preguntaba si... ¿puedo salir de esta isla con vosotros? pero primero tengo un asunto que atender, debo encargarme del que me vendió. Si te parece bien puedo encontrarme con vosotros en el puerto —preguntó directamente. No se le daba bien irse por las ramas. Iba a salir de Dark Dome igualmente, lo único que cambiaría sería el hecho de irse sola o acompañada, nada más —. Aunque antes... la mercenaria que quiso matarme hacía negocios aquí, creo que puedo encontrar algo en su celda —comentó, pensando que tal vez habría algo, como... dinero o algo así.
Después de lo que respondiera Katharina, Alexandra se iría de la prisión, aunque antes pasaría por el almacén de pertenencias de las reclusas. Se daría prisa. Se movió hasta el pabellón femenino y acto seguido se metió en la celda de la Roja.
—¿Si yo fuera una zorra desalmada dónde guardaría el dinero de asuntos turbios de prisión? —pensó en voz alta. Por suerte ella misma era un poco una "zorra desalmada", así que no le costó demasiado trabajo adivinar dónde tendría el dinero: en la cama de su compañera de celda para que se comiera ella el muerto si por lo que sea algo salía mal. Rebuscó y... ajá, una bolsa.
«Huh, tendría sobornados a los guardias para que no revisaran la celda» pensó al ver que estaba la bolsa llena de billetes, no se paró a contarlo, pero debía haber al menos un par de millones, quizá algo más. Después se recogió el pelo, necesitaba que no se notara tanto que acababa de salir de la prisión, así que de paso se hizo con las sábanas una túnica improvisada con capucha y sin mangas.
Salió de la prisión sin que la vieran con la ayuda de la pirata. La otra reclusa que logró huir se separó de ellos en ese momento mientras que Alexandra, ataviada con la capa improvisada blanca y tras acordar con Katharina que se encontrarían en el puerto, se desplazó rápidamente hasta su casa, todavía llevando la bolsa con el dinero. Ah, cierto, las llaves... no había podido pasar por sus propias pertenencias porque en cualquier momento iba a entrar el personal de seguridad así que no las tenía encima.
«Le dije que dejar una copia fuera era mala idea» pensó mientras movía un fragmento roto de la pared que escondía dentro una copia de la llave de la vivienda.
Abrió la puerta, cerrándola con suavidad después de entrar. El ruido alertó al único habitante de la vivienda, que salió a su encuentro mientras Alexandra se bajaba la capucha de aquella improvisada túnica.
—¿Le-Lexa?¿qué haces aquí?¿no te habían dado treinta años? —preguntó Hreik, el marido de Alexandra, mientras ésta dejaba la bolsa con el dinero en una mesa. El anillo... ah, cierto, en prisión. Bueno, no importaba. La científica se acercó sin decir nada al hombre con el que estaba casada y le agarró la mano con fuerza, retorciéndosela hasta que abadonara cualquier clase de resistencia. Así, pudo quitarle el anillo.
—Me voy a ir, Hreik —anunció antes de meterle el anillo en la boca, obligándolo a tragárselo. Después tuvo un pequeño momento de humanidad y lo besó por última vez, asegurándose de emplearse a fondo para hacerle ver lo que había perdido solo por su estúpida idea de "hacer lo correcto". Le mordió con delicadeza el labio, se separó de su rostro y acto seguido le propinó un puñetazo para tumbarlo. Se relamió, saboreándolo por última vez, y se dirigió a él por última vez.
—Ninguno de vosotros creyó en mí pero no te preocupes, ya he encontrado gente que cree en mi potencial —que los piratas no se referían a ese potencial, pero ese era un detalle que su marido no tenía que saber —. Completaré la investigación que rechazasteis, y cuando lo haga y logre evolucionar... serás el primero en morir, Hreik, ese será mi último regalo como ex-mujer: que seas el primero en experimentar el poder de la evolución artificial.
—Estás... loca —respondió él, a lo que Alexandra respondería dándole una patada para dejarlo inconsciente.
—Gilipollas.
Tras aquella pequeña discusión de matrimonio, la nueva pirata fue al dormitorio para preparar su huida final de Dark Dome. Arrampló con lo que encontró que fuera de valor, aunque se centró más en la caja fuerte de ahorros que tenían, tenían algunos millones por si ambos perdían el trabajo y... bueno, en parte se había cumplido esa condición. Agarró un maletín y empezó a llenarlo de billetes, sumando también al maletín los que estaban esperando en el salón. En total debía tener unos... ¿Díez millones? sería suficiente para ir tirando.
Agarró el maletín lleno, la bolsa vacía, volvió a colocarse la capucha de la túnica improvisada y salió de allí, arrojando la llave después de cerrar la puerta. Se apresuró en ir al puerto, donde esperaba que estuvieran esperándola.
—Perdonad la tardanza —se bajó la capucha —, tenía que "arreglar los papeles del divorcio" —dijo, haciendo el gesto de las comillas con la mano que tenía libre. El resto dependía de aquellos dos piratas.
¿Potencial? La sonrisa de Alexandra se ensanchó, orgullosa de ver que alguien más se daba cuenta de eso.
—Hoho, y más que tendré cuando sepáis cuál es mi campo de trabajo —respondió y, aunque le habría encantado hacer allí mismo una disertación sobre el factor linaje y cómo pensaba usarlo para modificar sus propios genes hasta lograr una evolución que mereciera su propia denominación -homo novus es lo que tenía en mente- no era el momento ni el lugar.
—A decir verdad... —dijo, una vez Ivan se hubiera ido —. Os debo una muy gorda por sacarme de aquí. Y me preguntaba si... ¿puedo salir de esta isla con vosotros? pero primero tengo un asunto que atender, debo encargarme del que me vendió. Si te parece bien puedo encontrarme con vosotros en el puerto —preguntó directamente. No se le daba bien irse por las ramas. Iba a salir de Dark Dome igualmente, lo único que cambiaría sería el hecho de irse sola o acompañada, nada más —. Aunque antes... la mercenaria que quiso matarme hacía negocios aquí, creo que puedo encontrar algo en su celda —comentó, pensando que tal vez habría algo, como... dinero o algo así.
Después de lo que respondiera Katharina, Alexandra se iría de la prisión, aunque antes pasaría por el almacén de pertenencias de las reclusas. Se daría prisa. Se movió hasta el pabellón femenino y acto seguido se metió en la celda de la Roja.
—¿Si yo fuera una zorra desalmada dónde guardaría el dinero de asuntos turbios de prisión? —pensó en voz alta. Por suerte ella misma era un poco una "zorra desalmada", así que no le costó demasiado trabajo adivinar dónde tendría el dinero: en la cama de su compañera de celda para que se comiera ella el muerto si por lo que sea algo salía mal. Rebuscó y... ajá, una bolsa.
«Huh, tendría sobornados a los guardias para que no revisaran la celda» pensó al ver que estaba la bolsa llena de billetes, no se paró a contarlo, pero debía haber al menos un par de millones, quizá algo más. Después se recogió el pelo, necesitaba que no se notara tanto que acababa de salir de la prisión, así que de paso se hizo con las sábanas una túnica improvisada con capucha y sin mangas.
Salió de la prisión sin que la vieran con la ayuda de la pirata. La otra reclusa que logró huir se separó de ellos en ese momento mientras que Alexandra, ataviada con la capa improvisada blanca y tras acordar con Katharina que se encontrarían en el puerto, se desplazó rápidamente hasta su casa, todavía llevando la bolsa con el dinero. Ah, cierto, las llaves... no había podido pasar por sus propias pertenencias porque en cualquier momento iba a entrar el personal de seguridad así que no las tenía encima.
«Le dije que dejar una copia fuera era mala idea» pensó mientras movía un fragmento roto de la pared que escondía dentro una copia de la llave de la vivienda.
Abrió la puerta, cerrándola con suavidad después de entrar. El ruido alertó al único habitante de la vivienda, que salió a su encuentro mientras Alexandra se bajaba la capucha de aquella improvisada túnica.
—¿Le-Lexa?¿qué haces aquí?¿no te habían dado treinta años? —preguntó Hreik, el marido de Alexandra, mientras ésta dejaba la bolsa con el dinero en una mesa. El anillo... ah, cierto, en prisión. Bueno, no importaba. La científica se acercó sin decir nada al hombre con el que estaba casada y le agarró la mano con fuerza, retorciéndosela hasta que abadonara cualquier clase de resistencia. Así, pudo quitarle el anillo.
—Me voy a ir, Hreik —anunció antes de meterle el anillo en la boca, obligándolo a tragárselo. Después tuvo un pequeño momento de humanidad y lo besó por última vez, asegurándose de emplearse a fondo para hacerle ver lo que había perdido solo por su estúpida idea de "hacer lo correcto". Le mordió con delicadeza el labio, se separó de su rostro y acto seguido le propinó un puñetazo para tumbarlo. Se relamió, saboreándolo por última vez, y se dirigió a él por última vez.
—Ninguno de vosotros creyó en mí pero no te preocupes, ya he encontrado gente que cree en mi potencial —que los piratas no se referían a ese potencial, pero ese era un detalle que su marido no tenía que saber —. Completaré la investigación que rechazasteis, y cuando lo haga y logre evolucionar... serás el primero en morir, Hreik, ese será mi último regalo como ex-mujer: que seas el primero en experimentar el poder de la evolución artificial.
—Estás... loca —respondió él, a lo que Alexandra respondería dándole una patada para dejarlo inconsciente.
—Gilipollas.
Tras aquella pequeña discusión de matrimonio, la nueva pirata fue al dormitorio para preparar su huida final de Dark Dome. Arrampló con lo que encontró que fuera de valor, aunque se centró más en la caja fuerte de ahorros que tenían, tenían algunos millones por si ambos perdían el trabajo y... bueno, en parte se había cumplido esa condición. Agarró un maletín y empezó a llenarlo de billetes, sumando también al maletín los que estaban esperando en el salón. En total debía tener unos... ¿Díez millones? sería suficiente para ir tirando.
Agarró el maletín lleno, la bolsa vacía, volvió a colocarse la capucha de la túnica improvisada y salió de allí, arrojando la llave después de cerrar la puerta. Se apresuró en ir al puerto, donde esperaba que estuvieran esperándola.
—Perdonad la tardanza —se bajó la capucha —, tenía que "arreglar los papeles del divorcio" —dijo, haciendo el gesto de las comillas con la mano que tenía libre. El resto dependía de aquellos dos piratas.
Katharina von Steinhell
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Fortaleza
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Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
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Akuma no mi
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Es divertido ver comer a un perro porque se ponen felices y menean la cola de allá para acá, hasta hacen un pequeño espectáculo antes de darles la comida. ¿Ver a tu mejor amigo clavarle los colmillos en el cuello a otro hombre y succionarle la sangre hasta dejarlo cual momia de Arabasta? Pues digamos que hay muchas formas de hacer arte. Lo había visto muchas veces hacer eso, incluso lo había conocido en un sucio y maloliente callejón cuando se estaba dando un festín con su víctima, pero estaba segura de que jamás acabaría por acostumbrarse. La escena de dudosa heterosexualidad no le asqueaba al punto de querer vomitar —no porque fuera homofóbica, es que eso de andar chupando sangre igual es un poco raro—, pero sí prefería desviar la mirada a cosas más interesantes como, por ejemplo, la caja fuerte que gritaba a voz viva: ¡Róbame, mujer, róbame!
—¿Ha sido una buena cena al menos? —le preguntó con una sonrisa divertida en el rostro—. Supongo que ahora podremos desmontar esos negocios de los que hablamos el otro día. Bueno, este no es el lugar apropiado para hablar de nuestros planes. —Ignoró el tono mandatario con el que se dirigió hacia ella, casi ordenándole que sacase a esas dos prisioneras—. Tiene potencial y unos ovarios muy grandes, tendré una larga conversación con ella una vez las saque de aquí. Ahora lo suyo es fingir que alguien ha saqueado la oficina del alcaide… No te molestará que lo haga, ¿verdad? —le comentó al vampiro mientras sus ojos desprendían un intenso brillo azul hielo.
Un viento lo suficientemente fuerte se arremolinó en la habitación, dejando caer libros y papeles en partes iguales, desordenándola lo suficiente para que pareciera que alguien había estado buscando cualquier cosa de valor. Su mano se tornó negra azabache y le propinó un poderoso puñetazo a la caja fuerte de hierro, atravesando la placa metálica y retirándola con una fuerza sobrehumana. Exploró el interior de esta, reparando en una enorme gema adamantina del tamaño de su puño. Soltó un sincero wow, sorprendiéndose ante la belleza del mineral pulido que se hallaba frente a ella. ¿Qué clase de hombre guardaba algo de tanto valor en la oficina de una prisión…? Tal vez tenía un origen de dudosa legalidad, quién sabe. Tampoco iba a hacer un seguimiento de la gema preciosa, le bastaba con venderla en el mercado negro y sacarle unos buenos millones. Además, había otras joyas que, si bien no eran ni la mitad de hermosas que el diamante, podían llegar a tener un precio más que decente.
Esperaba en la orilla de la costanera, sentada en el borde costero jugando con los pies al aire que eran alcanzados por las diminutas gotitas de agua provenientes de las olas que golpeaban el muro de piedra. La brisa marina con olor a sal mecía con suavidad sus pálidos cabellos. Hacía frío, pero era incapaz de sentirlo como el resto de los humanos, pues había perdido esa capacidad hacía mucho. ¿Sus amigos le creerían que había visitado el otro mundo en una compañía de exploración? Anders D. Thawne había tenido la oportunidad de presenciar un acto que dejaba en jaque cualquier explicación científica. En fin, esperaba no tener que volver a ese lugar en muchos, muchos años.
Le había dicho a Alexandra que la esperaría en el puerto, aunque no se pasaría toda la semana aguardando su llegada. Podía considerarse una mujer paciente en muchos ámbitos, pero definitivamente odiaba que le hiciesen esperar. Jamás llegaba tarde a ningún lado, era una de sus formas de mostrar respeto hacia la otra persona. Como lo había pensado Ivan, la prisionera tenía muchísimo potencial y es que no cualquiera usaría sus propias manos para parar un cacharro que desprende tal voltaje. La bruja le vio actuar con sus propios ojos y no ignoraría la curiosidad que sentía por Alexandra. ¿De qué sería capaz? Era una pregunta que únicamente respondería tras verle en acción una y otra vez, las veces que hiciera falta para convencerse de que había tomado una buena decisión.
No le hizo falta voltearse para saber que la mujer había llegado; podía sentir su presencia. Así que se había divorciado, ¿eh? Luego le preguntaría qué edad tenía, aunque no le echaba más de treinta años.
—¿Cuáles son tus planes, Alexandra? —le preguntó entonces con la vista depositada en el oscuro mar—. Ivan y yo creemos que tienes el potencial necesario para enfrentar los desafíos que nos esperan en el Nuevo Mundo. Hoy nos has ayudado bastante y me gustaría ofrecerte algo a cambio: ¿por qué no compruebas por ti misma de qué eres capaz? Acompáñanos en nuestros viajes y puede que encuentres esta y muchas otras respuestas más.
Era una invitación directa a su banda, a The Sinners. No era un grupo pirata ostentoso ni mucho menos conocido, pero pronto lo sería. Lo conformaba Ivan Markov y Katharina von Steinhell, después de todo, y gente como Alexandra Holmes le vendría bien.
—¿Ha sido una buena cena al menos? —le preguntó con una sonrisa divertida en el rostro—. Supongo que ahora podremos desmontar esos negocios de los que hablamos el otro día. Bueno, este no es el lugar apropiado para hablar de nuestros planes. —Ignoró el tono mandatario con el que se dirigió hacia ella, casi ordenándole que sacase a esas dos prisioneras—. Tiene potencial y unos ovarios muy grandes, tendré una larga conversación con ella una vez las saque de aquí. Ahora lo suyo es fingir que alguien ha saqueado la oficina del alcaide… No te molestará que lo haga, ¿verdad? —le comentó al vampiro mientras sus ojos desprendían un intenso brillo azul hielo.
Un viento lo suficientemente fuerte se arremolinó en la habitación, dejando caer libros y papeles en partes iguales, desordenándola lo suficiente para que pareciera que alguien había estado buscando cualquier cosa de valor. Su mano se tornó negra azabache y le propinó un poderoso puñetazo a la caja fuerte de hierro, atravesando la placa metálica y retirándola con una fuerza sobrehumana. Exploró el interior de esta, reparando en una enorme gema adamantina del tamaño de su puño. Soltó un sincero wow, sorprendiéndose ante la belleza del mineral pulido que se hallaba frente a ella. ¿Qué clase de hombre guardaba algo de tanto valor en la oficina de una prisión…? Tal vez tenía un origen de dudosa legalidad, quién sabe. Tampoco iba a hacer un seguimiento de la gema preciosa, le bastaba con venderla en el mercado negro y sacarle unos buenos millones. Además, había otras joyas que, si bien no eran ni la mitad de hermosas que el diamante, podían llegar a tener un precio más que decente.
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Esperaba en la orilla de la costanera, sentada en el borde costero jugando con los pies al aire que eran alcanzados por las diminutas gotitas de agua provenientes de las olas que golpeaban el muro de piedra. La brisa marina con olor a sal mecía con suavidad sus pálidos cabellos. Hacía frío, pero era incapaz de sentirlo como el resto de los humanos, pues había perdido esa capacidad hacía mucho. ¿Sus amigos le creerían que había visitado el otro mundo en una compañía de exploración? Anders D. Thawne había tenido la oportunidad de presenciar un acto que dejaba en jaque cualquier explicación científica. En fin, esperaba no tener que volver a ese lugar en muchos, muchos años.
Le había dicho a Alexandra que la esperaría en el puerto, aunque no se pasaría toda la semana aguardando su llegada. Podía considerarse una mujer paciente en muchos ámbitos, pero definitivamente odiaba que le hiciesen esperar. Jamás llegaba tarde a ningún lado, era una de sus formas de mostrar respeto hacia la otra persona. Como lo había pensado Ivan, la prisionera tenía muchísimo potencial y es que no cualquiera usaría sus propias manos para parar un cacharro que desprende tal voltaje. La bruja le vio actuar con sus propios ojos y no ignoraría la curiosidad que sentía por Alexandra. ¿De qué sería capaz? Era una pregunta que únicamente respondería tras verle en acción una y otra vez, las veces que hiciera falta para convencerse de que había tomado una buena decisión.
No le hizo falta voltearse para saber que la mujer había llegado; podía sentir su presencia. Así que se había divorciado, ¿eh? Luego le preguntaría qué edad tenía, aunque no le echaba más de treinta años.
—¿Cuáles son tus planes, Alexandra? —le preguntó entonces con la vista depositada en el oscuro mar—. Ivan y yo creemos que tienes el potencial necesario para enfrentar los desafíos que nos esperan en el Nuevo Mundo. Hoy nos has ayudado bastante y me gustaría ofrecerte algo a cambio: ¿por qué no compruebas por ti misma de qué eres capaz? Acompáñanos en nuestros viajes y puede que encuentres esta y muchas otras respuestas más.
Era una invitación directa a su banda, a The Sinners. No era un grupo pirata ostentoso ni mucho menos conocido, pero pronto lo sería. Lo conformaba Ivan Markov y Katharina von Steinhell, después de todo, y gente como Alexandra Holmes le vendría bien.
Ivan Markov
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Características
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Akuma no mi
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Terminar el trabajo fue molesto y algo ruidoso. Algunas prisioneras se había parapetado en uno de los pabellones interiores, y tuvo que usar la fuerza bruta para encargarse de ellas. Bueno, en realidad en cuanto eliminó a la segunda y esquivó una bala, el resto se asustó tanto que depusieron las armas al momento. Se encargó de encerrar personalmente a la nueva cabecilla que había surgido y tras asegurarse de que todas volvían "voluntariamente" a sus celdas, se dispuso a salir. En el exterior le esperaba un nutrido contingente de fuerzas de seguridad de la prisión con trajes de antidisturbios, escopetas y escudos. Aquella gente no se andaba con bromas.
- ¿Todo arreglado, señor Helkan? Hemos escuchado disparos.
- Todo correcto. Me temo que algunas de las presas han tenido que ser... debidamente dispuestas. Bajas necesarias. El resto están de vuelta en sus celdas. Le recomiendo que mantenga un ojo especialmente en Vanessa Lackey, una de las cabecillas. Su grupo fue el último en rendirse.
- Muchas gracias por su ayuda, señor - dijo el jefe de seguridad - ¡Equipos, entrad! El objetivo es reestablecer el orden y limpiar los restos. Absteneos de usar fuerza letal innecesaria.
Ivan se alejó del lugar con la detective. En cuanto estuvieron fuera del lugar y se hubieran alejado, tras comprobar que nadie estaba cerca mirándose, Ivan sonrió y recuperó su aspecto normal.
- Buen trabajo en el patio. Entre la bruja y el motín casi se echa a perder la operación - le dijo.
- No deberías tomarte tantas licencias. Con esa arrogancia podríamos habernos jugado que el jefe de seguridad se negase a permitirte entrar.
Ivan se encogió de hombros, y con una nueva sonrisa, saltó y desapareció en la oscuridad de la noche. Echó a volar hacia el punto convenido con Katharina para reunirse con las dos mujeres, y en el momento en que se posó a unos metros de ellas alcanzó a escuchar unas palabras muy interesantes. Soltó una suave carcajada y dijo:
- Apruebo la idea. Esta mujer es divertida, seguro que son risas tenerla a bordo.
- ¿Todo arreglado, señor Helkan? Hemos escuchado disparos.
- Todo correcto. Me temo que algunas de las presas han tenido que ser... debidamente dispuestas. Bajas necesarias. El resto están de vuelta en sus celdas. Le recomiendo que mantenga un ojo especialmente en Vanessa Lackey, una de las cabecillas. Su grupo fue el último en rendirse.
- Muchas gracias por su ayuda, señor - dijo el jefe de seguridad - ¡Equipos, entrad! El objetivo es reestablecer el orden y limpiar los restos. Absteneos de usar fuerza letal innecesaria.
Ivan se alejó del lugar con la detective. En cuanto estuvieron fuera del lugar y se hubieran alejado, tras comprobar que nadie estaba cerca mirándose, Ivan sonrió y recuperó su aspecto normal.
- Buen trabajo en el patio. Entre la bruja y el motín casi se echa a perder la operación - le dijo.
- No deberías tomarte tantas licencias. Con esa arrogancia podríamos habernos jugado que el jefe de seguridad se negase a permitirte entrar.
Ivan se encogió de hombros, y con una nueva sonrisa, saltó y desapareció en la oscuridad de la noche. Echó a volar hacia el punto convenido con Katharina para reunirse con las dos mujeres, y en el momento en que se posó a unos metros de ellas alcanzó a escuchar unas palabras muy interesantes. Soltó una suave carcajada y dijo:
- Apruebo la idea. Esta mujer es divertida, seguro que son risas tenerla a bordo.
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