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El puerto de Gyol había sido su parada. Tras llegar al West Blue siguiendo la pista de Julius Khermann, una tormenta lo había desviado de su rumbo y se había visto obligado a dirigirse hacia la isla de Diarmuid. Sin embargo en vez de visitar alguna de las tres ciudades principales de la isla, había acabado en aquel lugar, un puerto de mala muerte. Apenas un enclave costero con marineros de pintas turbias y edificios casi al borde de la ruina, la parte buena del lugar era el astillero y sus bajos precios. Había encargado en el lugar que reparasen su maltratado velero, y sin nada mejor que hacer hasta que acabasen las obras, se había visto estancado en el puerto vigilando las tabernas en busca de criminales y adentrándose en la isla a entrenar y cazar.
A pesar de que se había traído bastante dinero de casa, no le duraría eternamente. Había procurado mantenerlo vendiendo pieles de conejo a los lugareños y alimentándose de la carne de los animales una vez desollados. De esa manera podía ahorrar, y de paso alguna vez vendía los restos de su comida a algún trabajador del puerto que estuviera en un descanso. No siempre le pagaban en berries, sino a veces en alcohol o comidas más duraderas; solían llevar a comer unos bollos de pan que duraba una semana tras hacerse, pero dado que comer todos los días lo mismo es aburrido, podían ser persuadidos de cambiar su parte por una pata de conejo recién asada.
En aquel momento acababa de terminar de asar la caza del día: un pájaro de la isla similar a los gallos, aunque algo más pequeño. Echó arena a las brasas para apagarlas y comenzó a comer la carne a mordiscos, sin mucha sutileza. Untó pan en la grasa del animal y bajó todo con un buen trago de grog especiado. Aquel ron era particularmente malo, y sin las hierbas y el agua para rebajarlo sería casi intragable. Sin embargo su estómago era de hierro; había probado cosas mucho peores en las campañas en Hallstat. Cuando uno había llevado una vida de soldado en guerra, por mucho que fuese desde las relativas comodidades de un caballero, no hacía ascos a nada a lo que pudiese echar la boca. Mientras bebía un movimiento en el agua llamó su atención. ¿Algún pez grande? Frunció el ceño y vigiló las aguas. Juraría que había visto una cabeza humana... pero escamosa.
A pesar de que se había traído bastante dinero de casa, no le duraría eternamente. Había procurado mantenerlo vendiendo pieles de conejo a los lugareños y alimentándose de la carne de los animales una vez desollados. De esa manera podía ahorrar, y de paso alguna vez vendía los restos de su comida a algún trabajador del puerto que estuviera en un descanso. No siempre le pagaban en berries, sino a veces en alcohol o comidas más duraderas; solían llevar a comer unos bollos de pan que duraba una semana tras hacerse, pero dado que comer todos los días lo mismo es aburrido, podían ser persuadidos de cambiar su parte por una pata de conejo recién asada.
En aquel momento acababa de terminar de asar la caza del día: un pájaro de la isla similar a los gallos, aunque algo más pequeño. Echó arena a las brasas para apagarlas y comenzó a comer la carne a mordiscos, sin mucha sutileza. Untó pan en la grasa del animal y bajó todo con un buen trago de grog especiado. Aquel ron era particularmente malo, y sin las hierbas y el agua para rebajarlo sería casi intragable. Sin embargo su estómago era de hierro; había probado cosas mucho peores en las campañas en Hallstat. Cuando uno había llevado una vida de soldado en guerra, por mucho que fuese desde las relativas comodidades de un caballero, no hacía ascos a nada a lo que pudiese echar la boca. Mientras bebía un movimiento en el agua llamó su atención. ¿Algún pez grande? Frunció el ceño y vigiló las aguas. Juraría que había visto una cabeza humana... pero escamosa.
Kaito Takumi
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Kaito, Kimihiro, el pulpo asesino, el cruel terrateniente, el justo salvador, la perdición de los Phigmusher, el benévolo inversor o simplemente el monstruo; fuese cual fuese el nombre que recibiera la criatura, llevaba días que no parecía la misma.
—¡Vicentín, baja de ahí ahora mismo! ¡Qué te vas a hacer daño! —chilla, preocupado, con las manos y un par de tentáculos sobre la erizada melena roja.
Pero la criatura húmeda y bulbosa que parece ser una mezcla entre un limo besucón y una bolsa de basura verde militar no sabe siquiera que está en peligro. Es demasiado tonta, o demasiado confiada, como para saberlo. Sigue ahí, en lo alto del edificio en ruinas, sin saber muy bien cómo ha llegado tras seguir a una apetitosa paloma coja fuera de la vista de su dueño.
Un puñado de mascotas más también estan observando el espectáculo: Paprika la gyolorina está en el hombro de su dueño, del que no se ha separado en días; Bicho el zancadillo está al otro, esperando pacientemente a tener algo digno que asesinar; Harry Otter está atado con una correa, y aprovechando la distracción del imbécil de su hermano intenta soltarse cortando la cadena con su nueva concha de mejillón, pero le es inútil. Todos ellos, especialmente el problemático mamífero del suelo, son arrastrados cuando su padre/madre corre trepando por el muro para coger al bobo mutante que creyéndose inmune a la gravedad ha seguido arrastrándose hacia delante al escuchar la dulce voz de su padre.
Al poco todos están en el suelo y el único que no está alterado es el causante de todo.
—¡¿Voy a tener que ponerte una correa a ti también?!
— Glú ~~— balbucea incosciente de los problemas que causa.
—Correa, correa —corea el pájaro, consciente de que será la mejor opción.
—Señor... Black —reclama el contratista, harto de esperar a alguna interrupción más.
—Claro, el contrato, claro...
Una firma aquí, otra allá, todo a regañadientes a sabiendas de que es él quien está poniendo un dinero que debería venir del estado que solo les reclama cuando necesitan comer. Eso de ser la persona más rica de una ciudad es algo que, desde luego, parece no agradarle.
—Habla con Rina para los pagos. Y...
El pobre bigotudo arquitecto grita. Ahora tiene un mejillón clavado en el pié. Recogiendo la correa haciéndole subir como un lento ascensor, el cansado Kaito mira a la joven criatura que no sabe darle más que problemas.
—Tío.
—Shá —castañea Harry Otter, indomable.
—Cuando lleguemos a casa hablaremos tú y yo, señorito.
Ignora vilmente que el pobre hombre está sufriendo, pero no porque no sea consciente de esto, sino porque tiene cosas más graves en las que pensar. Chasquea la lengua tras admitir el error de su hijo como propio y le dice:
—Pues nada, nos olvidamos del descuentito... —Y porsupuesto, añade—. ¿No?
Sí, adiós al descuento, dice el del mostachón.
A la vuelta a casa, un largo camino de tres horas en los que primero tenían que atravesar el pueblo, luego la inclinada subida hasta las montañas y posteriormente el trecho entre el campo hasta la granja, decidieron, o más bien decidió el ningyo solo, que sería mejor quedarse otro rato, como aquella mañana, en su galeón científico. Esto, por supuesto, volvía a ser otra excusa para ver a sus otros animales en lugar de trabajar como planteaba siempre que era su intención. Era reconfortante engañarse a sí mismo.
—¿Qué puñetas?
Porque, por supuesto, el estrafalario no era él, un ningyo con una capucha negra y melena al viento cargado de otros bichos raros; aquí quien destacaba era el tipejo que se había montado un picnic con hoguerita y todo en un trecho del puerto.
—¿Qué es eso? —pregunta acercándose a la inmunda velocidad que le conceden sus ocho patas; algo que al pobre Harry Otter le lleva mosqueando desde que le puso el arnés.—. ¿Qué puñetas estás comiendo?
Parece intrigado, si no ensimismado, con descubrir qué tipo de ave está ahí cocinada. Desde luego no era pollo, ni pavo, ni faisán... ¿Entonces qué era?
Por que claro, lo normal es acercarse así, cual engendro preguntón, sin siquiera presentarse.
—¡Vicentín, baja de ahí ahora mismo! ¡Qué te vas a hacer daño! —chilla, preocupado, con las manos y un par de tentáculos sobre la erizada melena roja.
Pero la criatura húmeda y bulbosa que parece ser una mezcla entre un limo besucón y una bolsa de basura verde militar no sabe siquiera que está en peligro. Es demasiado tonta, o demasiado confiada, como para saberlo. Sigue ahí, en lo alto del edificio en ruinas, sin saber muy bien cómo ha llegado tras seguir a una apetitosa paloma coja fuera de la vista de su dueño.
Un puñado de mascotas más también estan observando el espectáculo: Paprika la gyolorina está en el hombro de su dueño, del que no se ha separado en días; Bicho el zancadillo está al otro, esperando pacientemente a tener algo digno que asesinar; Harry Otter está atado con una correa, y aprovechando la distracción del imbécil de su hermano intenta soltarse cortando la cadena con su nueva concha de mejillón, pero le es inútil. Todos ellos, especialmente el problemático mamífero del suelo, son arrastrados cuando su padre/madre corre trepando por el muro para coger al bobo mutante que creyéndose inmune a la gravedad ha seguido arrastrándose hacia delante al escuchar la dulce voz de su padre.
Al poco todos están en el suelo y el único que no está alterado es el causante de todo.
—¡¿Voy a tener que ponerte una correa a ti también?!
— Glú ~~— balbucea incosciente de los problemas que causa.
—Correa, correa —corea el pájaro, consciente de que será la mejor opción.
—Señor... Black —reclama el contratista, harto de esperar a alguna interrupción más.
—Claro, el contrato, claro...
Una firma aquí, otra allá, todo a regañadientes a sabiendas de que es él quien está poniendo un dinero que debería venir del estado que solo les reclama cuando necesitan comer. Eso de ser la persona más rica de una ciudad es algo que, desde luego, parece no agradarle.
—Habla con Rina para los pagos. Y...
El pobre bigotudo arquitecto grita. Ahora tiene un mejillón clavado en el pié. Recogiendo la correa haciéndole subir como un lento ascensor, el cansado Kaito mira a la joven criatura que no sabe darle más que problemas.
—Tío.
—Shá —castañea Harry Otter, indomable.
—Cuando lleguemos a casa hablaremos tú y yo, señorito.
Ignora vilmente que el pobre hombre está sufriendo, pero no porque no sea consciente de esto, sino porque tiene cosas más graves en las que pensar. Chasquea la lengua tras admitir el error de su hijo como propio y le dice:
—Pues nada, nos olvidamos del descuentito... —Y porsupuesto, añade—. ¿No?
Sí, adiós al descuento, dice el del mostachón.
A la vuelta a casa, un largo camino de tres horas en los que primero tenían que atravesar el pueblo, luego la inclinada subida hasta las montañas y posteriormente el trecho entre el campo hasta la granja, decidieron, o más bien decidió el ningyo solo, que sería mejor quedarse otro rato, como aquella mañana, en su galeón científico. Esto, por supuesto, volvía a ser otra excusa para ver a sus otros animales en lugar de trabajar como planteaba siempre que era su intención. Era reconfortante engañarse a sí mismo.
—¿Qué puñetas?
Porque, por supuesto, el estrafalario no era él, un ningyo con una capucha negra y melena al viento cargado de otros bichos raros; aquí quien destacaba era el tipejo que se había montado un picnic con hoguerita y todo en un trecho del puerto.
—¿Qué es eso? —pregunta acercándose a la inmunda velocidad que le conceden sus ocho patas; algo que al pobre Harry Otter le lleva mosqueando desde que le puso el arnés.—. ¿Qué puñetas estás comiendo?
Parece intrigado, si no ensimismado, con descubrir qué tipo de ave está ahí cocinada. Desde luego no era pollo, ni pavo, ni faisán... ¿Entonces qué era?
Por que claro, lo normal es acercarse así, cual engendro preguntón, sin siquiera presentarse.
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Estaba dando buena cuenta de la pechuga, cuando de repente un ruido llamó su atención: era un golpeteo rítmico que se acercaba por su espalda, como de muchas patas. Llevado por su instinto guerrero, se levantó de un salto cogiendo su lanza y poniéndose en guardia. Y ni todos los horrores que había visto en la guerra le habían preparado para lo que estaba a punto de ver: una aberración tentacular medio humano con un pájaro calvo en el hombro, seguido por una bestia peluda que llevaba de una correa y un bicho grimoso y verde que parecía más un moco gigante que una criatura. Dio un grito del susto y saltó hacia atrás, poniendo la hoguera entre él y las aberraciones. La pechuga había caído al suelo y quedó abandonada, manchada de tierra.
- ¡Atrás! - alcanzó a decir.
Después del momento inicial, se percató de que la criatura se había detenido y hablaba, y no parecía muy interesada en comerle. De hecho había centrado su atención en los restos del gallo salvaje que había cazado, y de hecho hasta le preguntó con una voz muy humana qué era lo que estaba comiendo. Arqueó mucho una ceja, totalmente turbado y extrañado, pero sin bajar la guardia. A lo mejor el monstruo esperaba que se distrajera para comérselo. ¿O es que el olor de la comida lo había atraído y si le daba el resto de su almuerzo le dejaría irse? O tal vez era una de esas criaturas de las leyendas que, si les dabas de comer, te daban parte de sus tesoros.
- Es gallo salvaje. Puedes comértelo si quieres, genio del mar.
Intentó ser lo más respetuoso que pudo, pero el aturdimiento y los nervios hicieron que no lograse conjurar más que esas palabras en un tono cauto y ligeramente nervioso. A medida se fue calmado, se fijó en más detalles que lo tranquilizaron un poco. Iba vestido como una persona, y la gente del puerto que pasaba cerca los miraba con curiosidad, pero no parecían asustarse. ¿Era un ser que vivía por la zona?
- ¿Qué diablos eres?
- ¡Atrás! - alcanzó a decir.
Después del momento inicial, se percató de que la criatura se había detenido y hablaba, y no parecía muy interesada en comerle. De hecho había centrado su atención en los restos del gallo salvaje que había cazado, y de hecho hasta le preguntó con una voz muy humana qué era lo que estaba comiendo. Arqueó mucho una ceja, totalmente turbado y extrañado, pero sin bajar la guardia. A lo mejor el monstruo esperaba que se distrajera para comérselo. ¿O es que el olor de la comida lo había atraído y si le daba el resto de su almuerzo le dejaría irse? O tal vez era una de esas criaturas de las leyendas que, si les dabas de comer, te daban parte de sus tesoros.
- Es gallo salvaje. Puedes comértelo si quieres, genio del mar.
Intentó ser lo más respetuoso que pudo, pero el aturdimiento y los nervios hicieron que no lograse conjurar más que esas palabras en un tono cauto y ligeramente nervioso. A medida se fue calmado, se fijó en más detalles que lo tranquilizaron un poco. Iba vestido como una persona, y la gente del puerto que pasaba cerca los miraba con curiosidad, pero no parecían asustarse. ¿Era un ser que vivía por la zona?
- ¿Qué diablos eres?
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¡Qué tragedia! ¡Qué terrible calamidad! ¡¿Qué diría el Coronel Sandels por esa pieza perdida?! De seguro le echaría la bronca. Lamentándose y viéndolo todo a cámara lenta, el ningyo permaneció más atento a la caída de la pechuga que al arma que le apuntaba; para él el organismo delante de él era tan inocuo como el pollo cocinado. Casi se le cayó una lágrima al observar el trozo de carne rebozada en polvo.
—¿De verdad que puedo? —dijo con una ilusión impropia de él. Por supuesto ya lo había cogido sin el permiso de su anterior dueño con uno de sus tentáculos, y se lo acercaba a la nariz para olisquearlo.
Le falta sal, pensó el hijo del mar, pero viviendo bajo este a casi todo le faltaba, realmente, sal. Quizá por eso la gente del mar era tan golosa. Limpíandola con un chorrito de agua de mar de su extraño artefacto y mortífera arma, Kaito limpió la superficie mordisqueada y dio un medido tiento.
—Hmm... le vendrían bien unas especias...—dijo pensativo mientras pasaba trocitos a sus mascotas para que también lo catasen. Era una suerte que hasta el loro fuera carnívoro.
¿Pero dónde estaba Bicho el zancadillo? En su hombro desde luego, no, pero sí en el del lancero. Allí estaba, invisible, pequeo y diminuto, a punto de colar sus afiladas patas a través del oído del enemigo con un preciso y mortal movimiento.
—¡Bicho malo! ¡Ven para acá! —Gritaba su mueca fácilmente confundible con enfado ante aquel vulgar comentario del desconocido. Y tan rápido como se fué, volvió con su dueño.
Un silencio incómodo, no demasiado largo como para ahuyentar la conversación y tampoco demasiado corto como para no permitirle pensar qué se había perdido. Recordó, diseccionando lo dicho entre sus pensamientos recientes, lo que le había preguntado.
—Soy un gourmet, ¿y tú?
Claro, porque esa era la respuesta más lógica a la pregunta.
—¿De verdad que puedo? —dijo con una ilusión impropia de él. Por supuesto ya lo había cogido sin el permiso de su anterior dueño con uno de sus tentáculos, y se lo acercaba a la nariz para olisquearlo.
Le falta sal, pensó el hijo del mar, pero viviendo bajo este a casi todo le faltaba, realmente, sal. Quizá por eso la gente del mar era tan golosa. Limpíandola con un chorrito de agua de mar de su extraño artefacto y mortífera arma, Kaito limpió la superficie mordisqueada y dio un medido tiento.
—Hmm... le vendrían bien unas especias...—dijo pensativo mientras pasaba trocitos a sus mascotas para que también lo catasen. Era una suerte que hasta el loro fuera carnívoro.
¿Pero dónde estaba Bicho el zancadillo? En su hombro desde luego, no, pero sí en el del lancero. Allí estaba, invisible, pequeo y diminuto, a punto de colar sus afiladas patas a través del oído del enemigo con un preciso y mortal movimiento.
—¡Bicho malo! ¡Ven para acá! —Gritaba su mueca fácilmente confundible con enfado ante aquel vulgar comentario del desconocido. Y tan rápido como se fué, volvió con su dueño.
Un silencio incómodo, no demasiado largo como para ahuyentar la conversación y tampoco demasiado corto como para no permitirle pensar qué se había perdido. Recordó, diseccionando lo dicho entre sus pensamientos recientes, lo que le había preguntado.
—Soy un gourmet, ¿y tú?
Claro, porque esa era la respuesta más lógica a la pregunta.
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Se sobresaltó bastante cuando vio a un insecto similar a un zapatero, pero de color azul y con el cuerpo del tamaño de su puño, subido a su hombro. Sin embargo a una orden del hombre pulpo, se bajó rápidamente de él y volvió junto con su dueño. Velkan sintió un escalofrío e incluso algo de miedo. ¿Qué clase de bicho era ese? Había estado a punto de atacarle. La escena se volvió incluso más extraña y dantesca cuando vio que el ser estaba dándole de comer a sus mascotas la comida masticada. Se sacaba cachos de carne de la boca y se los tendía a los animales. Contuvo una mueca de asco y apoyó la lanza en el suelo, aún atento de todos modos. No podía sentirse tranquilo después de que un insecto sobredimensionado hubiese estado a punto de atacarle. Decidió no perder de vista ni al bicho ni a ninguna de las otras criaturas.
- Ah, gourmet. Pues lo siento, no soy cocinero.
Contestó por inercia, pero luego se dio cuenta del fallo en la respuesta de él. ¿Qué diablos? ¿Quién contestaba así? ¡Era evidente que no era eso lo que preguntaba!
- ¡No me refiero a qué te dedicas! - tras subir un poco el tono accidentalmente, decidió moderarlo, no fuese a soltarle al zoológico encima - Digo que qué eres tú. ¡Tienes tentáculos por piernas! No pareces... bueno, un ser humano. ¿Te has comido una de las frutas del diablo?
Simplemente no entendía a aquel ser. Se comportaba de una manera extraña y llevaba consigo una recua de animales raros y peligrosos a los que trataba como si fuesen sus niños. ¿Y qué hacía el bicho peludo con esas conchas? De hecho, ¿de dónde las había sacado?
- Ah, gourmet. Pues lo siento, no soy cocinero.
Contestó por inercia, pero luego se dio cuenta del fallo en la respuesta de él. ¿Qué diablos? ¿Quién contestaba así? ¡Era evidente que no era eso lo que preguntaba!
- ¡No me refiero a qué te dedicas! - tras subir un poco el tono accidentalmente, decidió moderarlo, no fuese a soltarle al zoológico encima - Digo que qué eres tú. ¡Tienes tentáculos por piernas! No pareces... bueno, un ser humano. ¿Te has comido una de las frutas del diablo?
Simplemente no entendía a aquel ser. Se comportaba de una manera extraña y llevaba consigo una recua de animales raros y peligrosos a los que trataba como si fuesen sus niños. ¿Y qué hacía el bicho peludo con esas conchas? De hecho, ¿de dónde las había sacado?
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El sireno movió la mano despreocupadamente, aunque no fuese un cocinero había compartido su comida con él, y gratis, y la intención era lo que contaba. Luego asintió al ver la intención verdadera de su nuevo amigo, y dándose un golpecito en la palma con el puño fue consciente de la gran oportunidad que tenía delante.
¡Por fin alguien le llamaría ningyo, y no gyojin! ¡Aquello le llenaba de alegría! Al fin de cuentas casi nadie usaba el término apropiado, y eso le sacaba de quicio...
—Soy un sireno, por supuesto, también nos llaman ningyo o gente de mar —declaró orgulloso de su raza—. Soy macho, por eso no tengo tetas.
Por supuesto quedaba fuera de la cuestión si tenía o no pene, al menos hasta que le preguntaran.
—Algunos de nuestra especie tienen pene y otros no, depende de lo que llamamos "nuestra ascendencia", que es básicamente a qué bicho marino nos parecemos más.
O no. Siempre había sido un bocazas.
—Si quieres te puedo enseñar más, humano...
Dijese como dijese aquello, sonaba a una proposicion muy indecente. ¡Ay, si les escucharan los piratas que iban a asaltar el pueblo por la noche! Quizás hasta se les unirían.
¡Por fin alguien le llamaría ningyo, y no gyojin! ¡Aquello le llenaba de alegría! Al fin de cuentas casi nadie usaba el término apropiado, y eso le sacaba de quicio...
—Soy un sireno, por supuesto, también nos llaman ningyo o gente de mar —declaró orgulloso de su raza—. Soy macho, por eso no tengo tetas.
Por supuesto quedaba fuera de la cuestión si tenía o no pene, al menos hasta que le preguntaran.
—Algunos de nuestra especie tienen pene y otros no, depende de lo que llamamos "nuestra ascendencia", que es básicamente a qué bicho marino nos parecemos más.
O no. Siempre había sido un bocazas.
—Si quieres te puedo enseñar más, humano...
Dijese como dijese aquello, sonaba a una proposicion muy indecente. ¡Ay, si les escucharan los piratas que iban a asaltar el pueblo por la noche! Quizás hasta se les unirían.
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Sireno, ¿eh? La verdad es que no sonaba creíble. Las historias decían que las sirenas eran criaturas hermosas con cola de pez, mujeres cuyo canto enloquecía a los marineros de lo bello que era. Sin embargo por poco creíble que resultase no le quedaba más remedio que creérselo. Es decir, lo tenía frente a sus ojos. Mil preguntas se agolparon en su mente, pues el ser que se había topado era más raro que un perro verde. Irónico decir eso, por otro lado, con el bicho verde grimoso que llevaba consigo.
- ¿Y si eres un sireno por qué tienes tentáculos y no cola de pez?
Pero el ningyo tenía otros planes para la conversación: en lugar de hablar de colas de pez se puso a hablar de colas de pez. Sólo que de otro tipo. Arqueó la ceja, extrañado y anonadado. ¿Qué se le pasaba por la cabeza para creer que quería conocer aquel dato?
- Ah... supongo que eso explica lo de los tentáculos
Y con lo siguiente entendió por qué había escogido el tema de conversación de los penes. ¡Así que sí era un sireno! Las leyendas eran ciertas. Eran seres lujurioso dispuestos a llevarse a sus lechos marinos a los humanos para copular orgiásticamente con ellos, sin importarles que los marineros se ahogasen en el proceso. Retrocedió un paso y dijo tajantemente:
- No estoy interesado. Me gustan las hembras, no los machos. Y no me van los rollos interespecies.
- ¿Y si eres un sireno por qué tienes tentáculos y no cola de pez?
Pero el ningyo tenía otros planes para la conversación: en lugar de hablar de colas de pez se puso a hablar de colas de pez. Sólo que de otro tipo. Arqueó la ceja, extrañado y anonadado. ¿Qué se le pasaba por la cabeza para creer que quería conocer aquel dato?
- Ah... supongo que eso explica lo de los tentáculos
Y con lo siguiente entendió por qué había escogido el tema de conversación de los penes. ¡Así que sí era un sireno! Las leyendas eran ciertas. Eran seres lujurioso dispuestos a llevarse a sus lechos marinos a los humanos para copular orgiásticamente con ellos, sin importarles que los marineros se ahogasen en el proceso. Retrocedió un paso y dijo tajantemente:
- No estoy interesado. Me gustan las hembras, no los machos. Y no me van los rollos interespecies.
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El pelirrojo negó con la cabeza todo lo que podía teniendo a sus bichos a los hombros. Luego la ladeó, casi aplastando al pobre insecto que hubo de encaramarse en su coronilla como un improvisado sombrero, donde se quedó.
—No iban los tiros por ahí, pero no deberías ser tan remilgado si no lo has probado.
Por supuesto se refería a la referencia del sexo con otras especies de humanoides, pues no podía pasársele por la cabeza el ir en contra de las condiciones sexuales de la gente, pero lo otro quedó muy al aire. Demasiado al aire, probablemente, para que el chico de la lanza se sintiese cómodo. La frágil heterosexualidad de muchos hombres no soportaba actos imaginarios con ocho largos, robustos y pegajosos tentáculos repletos de ventosas...
Encogiéndose de hombros y volviendo la cabeza a su posición inicial, Kaito fue rodeando al individuo, aún obviamente tenso, para encaminarse hacia el galeón que presidía el puerto.
—¿Te vienes a mi barco un rato y me cuentas qué haces en Gyol? —dijo, aunque aquello era fácilmente malinterpretable...—. No tengo interés sexual en tí, tranquilo.
Bueno, pues nada.
Dicho aquello esperaría una respuesta antes de continuar con un trote más pausado, observando analíticamente al muchacho hasta el punto que hasta para él sería obvio la incomodidad que causaba.
—¿Sabías que la lanza es una de las tres armas de la cultura del mar? Fue la primera, luego le siguieron variaciones que iban definiendo los distintos roles dentro de nuestra cultura. Ah, qué de cosas me contaba mi hermano...
De las cuales casi la mitad eran conjeturas si no, directamente, mentiras.
—No iban los tiros por ahí, pero no deberías ser tan remilgado si no lo has probado.
Por supuesto se refería a la referencia del sexo con otras especies de humanoides, pues no podía pasársele por la cabeza el ir en contra de las condiciones sexuales de la gente, pero lo otro quedó muy al aire. Demasiado al aire, probablemente, para que el chico de la lanza se sintiese cómodo. La frágil heterosexualidad de muchos hombres no soportaba actos imaginarios con ocho largos, robustos y pegajosos tentáculos repletos de ventosas...
Encogiéndose de hombros y volviendo la cabeza a su posición inicial, Kaito fue rodeando al individuo, aún obviamente tenso, para encaminarse hacia el galeón que presidía el puerto.
—¿Te vienes a mi barco un rato y me cuentas qué haces en Gyol? —dijo, aunque aquello era fácilmente malinterpretable...—. No tengo interés sexual en tí, tranquilo.
Bueno, pues nada.
Dicho aquello esperaría una respuesta antes de continuar con un trote más pausado, observando analíticamente al muchacho hasta el punto que hasta para él sería obvio la incomodidad que causaba.
—¿Sabías que la lanza es una de las tres armas de la cultura del mar? Fue la primera, luego le siguieron variaciones que iban definiendo los distintos roles dentro de nuestra cultura. Ah, qué de cosas me contaba mi hermano...
De las cuales casi la mitad eran conjeturas si no, directamente, mentiras.
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Menudo tipo más extraño. Supuso que para su raza sería lo normal ir enseñando al resto los genitales. Se apuntó el dato para el próximo ningyo que conociera. Si eran tan abiertos, igual merecía la pena intentar conocer a alguna ningyo y probar... aunque a saber dónde tendrían la vagina. Casi le daba miedo preguntarle al hombre pulpo al respecto. De hecho sonaba a mucha mejor idea no hacerlo. Su propuesta tampoco parecía el mejor de los planes, pero comer algo mejor preparado que sus comidas improvisadas sonaba tentador. Porque evidentemente esperaba que si le iba a invitar a su barco, le ofreciera algo de comer. Además, así a lo mejor podía aprender más de su gente y dónde encontrar sirenas.
- Por qué no, no tengo nada mejor que hacer.
Se encogió de hombros y siguió al ningyo. La manera de mirarle del tipo era un poco incómoda, pero mantuvo la compostura. Sería otra de esas costumbres raras de su raza, como enseñar el pene a los desconocidos. A lo mejor era su manera de decirse qué subraza de pulpo, calamar o bicho marino eran. ¿Tendrían sirenos cangrejo? ¿Y tendrían pene? Con un escalofrío decidió sacarse el pensamiento de la cabeza.
- Entre mi gente la lanza es un arma de plebeyos. Los nobles sólo usan lanzas de caballería. Sin embargo esas estupideces no me conciernen, yo soy un caballero y aun así uso una lanza de infantería.
- Por qué no, no tengo nada mejor que hacer.
Se encogió de hombros y siguió al ningyo. La manera de mirarle del tipo era un poco incómoda, pero mantuvo la compostura. Sería otra de esas costumbres raras de su raza, como enseñar el pene a los desconocidos. A lo mejor era su manera de decirse qué subraza de pulpo, calamar o bicho marino eran. ¿Tendrían sirenos cangrejo? ¿Y tendrían pene? Con un escalofrío decidió sacarse el pensamiento de la cabeza.
- Entre mi gente la lanza es un arma de plebeyos. Los nobles sólo usan lanzas de caballería. Sin embargo esas estupideces no me conciernen, yo soy un caballero y aun así uso una lanza de infantería.
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Complacido porque le siguiese, Kaito esbozó una pequeña y animada sonrisa. Sonrisa que se convirtió en una dentuda y obsesiva mueca de ojos abiertos cuando le escuchó decir aquel título pseudonobiliario.
—¿Eres un caballero? ¡¿Y tienes caballos?! ¡Nunca he visto un caballo, aunque sí un pegaso! ¿Le das zanahorias? ¿Cómo se llaman? ¿Son de pelo corto o pelo largo?
Hablaba atropelladamente, interesado en saber más de un animal que había considerado de pura fantasía. Porque claro, los dragones de mar y los caballos marinos eran algo sumamente tangible y factible, pero un homónimo en tierra le sonaba completamente descabellado. Joder, le hacía tanta ilusión encontrarse a uno que poco le faltaba ofrecerse como mamporrero. Por eso si le decían la verdad no tardaría en caerse hacia delante, profundamente deprimido.
El enorme galeón propiedad de Kaito era un hervidero de trabajadores a su servicio que iban de aquí para allá con sus uniformes verdes. Todos y cada uno de ellos llevaban a la espalda el símbolo de un árbol de largas raíces, que para los expertos era un inconfundible espécimen de mangle que daba título dentro de la institución de Oak al sireno. Los siervos de Prf. Mangle siempre se tensaban al ver a su jefe, todos sabían el destino que habían corrido los pobres incautos que le traicionaron, y aunque todo ahora estaba "bien", no querían ganarse la ira del ominoso pulpo.
—Bu-bu-buenos días, profesor —dijo el atrevido papanatas que había suplido lo mejor que podía las funciones de la competente Dr. Aurea.—. ¿Usted otra vez por aquí?
—Bueeeenas.... Voy a quedarme al final hasta después de comer, ya seguiré trabajando luego. ¿Alguna llamada en mi corta ausencia?
—No, señor. Seguimos a la espera de la contestación del Dendograma—comentó dedicando miradas nerviosas ante el nuevo polizón armado.
—Enga, perfe. Vamos chumacho sin nombre, voy a dejar a este jovencito en su cuarto, castigado —insistió, mirando al mamífero que intentaba ocultar sus juguetes dentro de su ancha boca—, y sin sus conchas.
—¡Shaaaaaa! —lloriqueó siendo arrastrado.
—Dadle un tour.
—Pero señor, las instalaciones son...
—Que le deis un tour, puñetas.
Y se marchó... aunque su barco no se llamaba "Libertad"; de hecho no tenía nombre.
—¿Eres un caballero? ¡¿Y tienes caballos?! ¡Nunca he visto un caballo, aunque sí un pegaso! ¿Le das zanahorias? ¿Cómo se llaman? ¿Son de pelo corto o pelo largo?
Hablaba atropelladamente, interesado en saber más de un animal que había considerado de pura fantasía. Porque claro, los dragones de mar y los caballos marinos eran algo sumamente tangible y factible, pero un homónimo en tierra le sonaba completamente descabellado. Joder, le hacía tanta ilusión encontrarse a uno que poco le faltaba ofrecerse como mamporrero. Por eso si le decían la verdad no tardaría en caerse hacia delante, profundamente deprimido.
El enorme galeón propiedad de Kaito era un hervidero de trabajadores a su servicio que iban de aquí para allá con sus uniformes verdes. Todos y cada uno de ellos llevaban a la espalda el símbolo de un árbol de largas raíces, que para los expertos era un inconfundible espécimen de mangle que daba título dentro de la institución de Oak al sireno. Los siervos de Prf. Mangle siempre se tensaban al ver a su jefe, todos sabían el destino que habían corrido los pobres incautos que le traicionaron, y aunque todo ahora estaba "bien", no querían ganarse la ira del ominoso pulpo.
—Bu-bu-buenos días, profesor —dijo el atrevido papanatas que había suplido lo mejor que podía las funciones de la competente Dr. Aurea.—. ¿Usted otra vez por aquí?
—Bueeeenas.... Voy a quedarme al final hasta después de comer, ya seguiré trabajando luego. ¿Alguna llamada en mi corta ausencia?
—No, señor. Seguimos a la espera de la contestación del Dendograma—comentó dedicando miradas nerviosas ante el nuevo polizón armado.
—Enga, perfe. Vamos chumacho sin nombre, voy a dejar a este jovencito en su cuarto, castigado —insistió, mirando al mamífero que intentaba ocultar sus juguetes dentro de su ancha boca—, y sin sus conchas.
—¡Shaaaaaa! —lloriqueó siendo arrastrado.
—Dadle un tour.
—Pero señor, las instalaciones son...
—Que le deis un tour, puñetas.
Y se marchó... aunque su barco no se llamaba "Libertad"; de hecho no tenía nombre.
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Nuevamente volvió a sorprenderle con sus reacciones. Esta vez no por el hecho de que un caballo le excitase tanto, era evidente que tenía alguna clase de obsesión o filia con los animales, sino porque reaccionara con tales ánimos. Aún no le había visto tan excitado y aquel arranque tan obsesivo le preocupó un poco. ¿Tendría alguna clase de problema en la cabeza, o todos los ningyos eran así?
- Pues... sí. Tengo un caballo en mi tierra, aunque no me lo he traído. Se llama Kelpie, y tiene el pelo gris. ¿Nunca has visto un caballo? Lo tienen corto por todo el cuerpo menos en la cabeza y la parte posterior del cuello. Y alguna vez le he dado manzanas y otras frutas, pero normalmente come avena.
Seguirle el ritmo al excitado hombre pulpo había sido complicado, pero se las apañó para responder su avalancha de preguntas tan rápido como pudo. De todos modos podía entender su parte su amor por los animales, aunque el suyo fuese más... ¿sano? Tal vez debería plantearse recoger a Kelpie y llevárselo en sus aventuras. Una vez en el barco, un galeón lleno de gente de uniforme, pulpito lo dejó al cargo de un hombre y se marchó. Ahora que caía ni siquiera sabía su nombre. Se rascó la cabeza confuso.
- Y, ¿qué hacéis aquí?
- Investigaciones zoológicas. Tenemos animales de especies raras, los cuidamos y estudiamos.
Se preguntó si el ningyo sería en realidad otro objeto de estudio, porque desde luego era raro de cojones. Siguió al hombre mientras iba explicándole las funciones de la maquinaria del lugar, y le enseñaba los hábitats donde guardaban a las diferentes aberraciones contra la naturaleza que guardaban. Seguramente en Hallstat les hubiesen quemado el barco una horda de campesinos acusándolos de brujería o algo así. Y aunque normalmente disentía de aquellos pensamientos estúpidos, la verdad es que aquel sitio era realmente siniestro.
- Pues... sí. Tengo un caballo en mi tierra, aunque no me lo he traído. Se llama Kelpie, y tiene el pelo gris. ¿Nunca has visto un caballo? Lo tienen corto por todo el cuerpo menos en la cabeza y la parte posterior del cuello. Y alguna vez le he dado manzanas y otras frutas, pero normalmente come avena.
Seguirle el ritmo al excitado hombre pulpo había sido complicado, pero se las apañó para responder su avalancha de preguntas tan rápido como pudo. De todos modos podía entender su parte su amor por los animales, aunque el suyo fuese más... ¿sano? Tal vez debería plantearse recoger a Kelpie y llevárselo en sus aventuras. Una vez en el barco, un galeón lleno de gente de uniforme, pulpito lo dejó al cargo de un hombre y se marchó. Ahora que caía ni siquiera sabía su nombre. Se rascó la cabeza confuso.
- Y, ¿qué hacéis aquí?
- Investigaciones zoológicas. Tenemos animales de especies raras, los cuidamos y estudiamos.
Se preguntó si el ningyo sería en realidad otro objeto de estudio, porque desde luego era raro de cojones. Siguió al hombre mientras iba explicándole las funciones de la maquinaria del lugar, y le enseñaba los hábitats donde guardaban a las diferentes aberraciones contra la naturaleza que guardaban. Seguramente en Hallstat les hubiesen quemado el barco una horda de campesinos acusándolos de brujería o algo así. Y aunque normalmente disentía de aquellos pensamientos estúpidos, la verdad es que aquel sitio era realmente siniestro.
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Fue dejando a cada uno de sus animales en su cuarto, a todos salvo a Paprika, y besándoles sus cabecitas los arropó y dejó a descansar tras una larga mañana en la que habían visto toda la isla que era suya. Luego, les había prometido, os quedaréis en casa". Había hecho la promesa una y otra vez hasta que el último y más problemático de los engendros había decidido contestarle rajándole la mejilla con una concha recién afilada.
Harry pareció sonreir, pero hubiera sido cruel creer que dañar a su padre le había traído contento alguno. No, realmente no sonrió, o al menos dejó de hacerlo cuando entendió qué había hecho. Ya no había rastro alguno de aquel desdeñable sujeto que le llamaba con nombrecitos y le ponía voces tontas, esa parte de él se había marchado con su última salvajada pues, esta vez, decidió no perdonarla. Con la palma extendida, el pelirrojo le exigió sus pertenencias, pero la criatura se mostró reticente. Fue entonces cuando se las quitó, con firmeza y un lento proceder, inmune a toda súplica o mordisco. Kaito había tenido suficiente.
—Basta.
Pero la cortante amenaza impresa en el tono no fue suficiente para la malcriada criatura... y volvió a morderle. Fue entonces cuando el hijo del mar tomó del cuello a aquel insignificante criajo y, tumbándolo de sopetón en el suelo, lo presionó firmemente. Primero vino la sorpresa, luego las quejas, y luego el llanto. Todo fue pasando ante la terrible verdad de que ya no iba a salirse más con la suya, no al menos esa vez. El primer gusto de disciplina siempre era tremendamente amargo, pero pronto, se dijo Kaito, aprenderá a apreciarla.
Pasaron lo menos quince minutos hasta que la nutria se doblegó a su voluntad y entonces, y solo entonces, su dueño la premió devolviéndole solo uno de sus juguetes. Luego se marchó. Paprika sabía bien que no debía intervenir en aquellos momentos, pero esta crucial etapa acababa de terminar.
—¿Paprika linda?
—Sí, sí, Paprika linda...—la reafirmó acariciándole la calva en remisión.
¿Pero quién animaba a quién?
No tardó mucho en encontrarse al muchacho al que tan amablemente había invitado a su hogar. Ya casi era la hora de comer, y el pollo solo le había abierto el estómago lo mismo que se lo había cerrado el castigo implementado.
—¿Tenéis hambre?
—Yo debo seguir trabajando —comentó el empleado, deseando huir lo antes posible de la terrible, terrible posibilidad.
—Uno menos... ¿Qué me dice usted, caballero sin nombre?
Harry pareció sonreir, pero hubiera sido cruel creer que dañar a su padre le había traído contento alguno. No, realmente no sonrió, o al menos dejó de hacerlo cuando entendió qué había hecho. Ya no había rastro alguno de aquel desdeñable sujeto que le llamaba con nombrecitos y le ponía voces tontas, esa parte de él se había marchado con su última salvajada pues, esta vez, decidió no perdonarla. Con la palma extendida, el pelirrojo le exigió sus pertenencias, pero la criatura se mostró reticente. Fue entonces cuando se las quitó, con firmeza y un lento proceder, inmune a toda súplica o mordisco. Kaito había tenido suficiente.
—Basta.
Pero la cortante amenaza impresa en el tono no fue suficiente para la malcriada criatura... y volvió a morderle. Fue entonces cuando el hijo del mar tomó del cuello a aquel insignificante criajo y, tumbándolo de sopetón en el suelo, lo presionó firmemente. Primero vino la sorpresa, luego las quejas, y luego el llanto. Todo fue pasando ante la terrible verdad de que ya no iba a salirse más con la suya, no al menos esa vez. El primer gusto de disciplina siempre era tremendamente amargo, pero pronto, se dijo Kaito, aprenderá a apreciarla.
Pasaron lo menos quince minutos hasta que la nutria se doblegó a su voluntad y entonces, y solo entonces, su dueño la premió devolviéndole solo uno de sus juguetes. Luego se marchó. Paprika sabía bien que no debía intervenir en aquellos momentos, pero esta crucial etapa acababa de terminar.
—¿Paprika linda?
—Sí, sí, Paprika linda...—la reafirmó acariciándole la calva en remisión.
¿Pero quién animaba a quién?
No tardó mucho en encontrarse al muchacho al que tan amablemente había invitado a su hogar. Ya casi era la hora de comer, y el pollo solo le había abierto el estómago lo mismo que se lo había cerrado el castigo implementado.
—¿Tenéis hambre?
—Yo debo seguir trabajando —comentó el empleado, deseando huir lo antes posible de la terrible, terrible posibilidad.
—Uno menos... ¿Qué me dice usted, caballero sin nombre?
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Cuando estaban con la visita, escuchó de nuevo ese sonido de patas, ahora no tan rápido y sobre madera, y al girarse se topo con el sireno-pulpo frente a él. Había dejado a toda su recua de monstruitos en su sitio, salvo por el pájaro calvo, y ahora al parecer tenía hambre. ¡Bien! Su plan para comer por la gorra había salido adelante. Ahora sólo esperaba que la comida de los hombres pez fuese apta para humanos y no fuese a ofrecerle alguna guarrería marina incomible.
- Pues me gustaría comer algo, sí. Estoy harto de alimentarme de piezas de caza y pan duro. - comentó, estirando los brazos - Y hablando de eso, mi nombre es Velkan.
Siguió al pulpo a donde fuera que fuesen a comer, preguntándose qué tomarían. Dado que era, según sus propias palabras, un gourmet esperaba tomar un plato digno de tal título. Tal vez podría degustar delicias de la comida ningyo que resultasen ser comestibles para un humano. Es decir, malo sería. Seguramente comerían pescado y marisco, o como mucho algas. De hecho si era medio pulpo, más bien sería carnívoro, ¿no?
- ¿Qué come tu raza, por cierto? ¿Tu comida la pueden tomar los humanos?
Observó uno de los acuarios y los extraños peces que había en ellos. Y entonces tuvo el perturbador pensamiento, la horrenda posibilidad, de que fuesen a comer uno de esos bichos mutantes. No le apetecía tomar flan de bicho-verde-mocoso, o pechuga de pájaro calvo con glándulas mamarias. Contuvo un escalofrío y rezó internamente para que fuesen a tomar algo normal.
- Con tanta gente a tu servicio debes ser una pers... ningyo importante, ¿no? ¿A qué te dedicas?
- Pues me gustaría comer algo, sí. Estoy harto de alimentarme de piezas de caza y pan duro. - comentó, estirando los brazos - Y hablando de eso, mi nombre es Velkan.
Siguió al pulpo a donde fuera que fuesen a comer, preguntándose qué tomarían. Dado que era, según sus propias palabras, un gourmet esperaba tomar un plato digno de tal título. Tal vez podría degustar delicias de la comida ningyo que resultasen ser comestibles para un humano. Es decir, malo sería. Seguramente comerían pescado y marisco, o como mucho algas. De hecho si era medio pulpo, más bien sería carnívoro, ¿no?
- ¿Qué come tu raza, por cierto? ¿Tu comida la pueden tomar los humanos?
Observó uno de los acuarios y los extraños peces que había en ellos. Y entonces tuvo el perturbador pensamiento, la horrenda posibilidad, de que fuesen a comer uno de esos bichos mutantes. No le apetecía tomar flan de bicho-verde-mocoso, o pechuga de pájaro calvo con glándulas mamarias. Contuvo un escalofrío y rezó internamente para que fuesen a tomar algo normal.
- Con tanta gente a tu servicio debes ser una pers... ningyo importante, ¿no? ¿A qué te dedicas?
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—Kimihiro, aunque algunos me llaman Sr. Black o Pr. Mangle. Tengo muchos nombres, algunos que ni las lenguas humanas son capaces de pronunciar...—dijo burlón en su camino hasta la cocina.
Desde luego la enorme cocina comedor que tenía el barco era una comodidad y un alivio para el pobre sireno que llevaba ya demasiados días apañándoselas con su equivaliente del medievo, pero también era verdad que con ello perdía algo. Pero bueno, la nostalgia y los cuñadismos sobre el humo de la leña eran tonterías para la que no desperdiciaba un momento. Dirigíendose al frigorífico vio los últimos restos de las carnes de cabra que el muy imbécil del último "jefe temporal" había tenido la desfachatez de sacrificar. También estaban ahí los restos de este, acompañados con un montón de verduras frescas recién salidas de la huerta y una pequeña tinaja de leche de cerdo.
—Veamos, veamos... qué podría hacer... ¿Te gustan los tacos? Tengo un porrón de harina de maíz —dijo con la puerta abierta, sacando los trozos de carne que debería antes picar—. Pues la mayoría de sirenos son vegetarianos, totales o parciales, por alguna cuestión ética que no viene al cuento; los gyojin en cambio son omnívoros, aunque tienden a comer más carne de la que deberían, y me crié con estos últimos así que... —Cerró la puerta cargando en los brazos que tenía de más el resto de ingredientes refrigerados—. Sí... como carne, aunque no le hago asco a casi nada.
¿Soy el único que está viendo todos los inuendo? ¿No? En fin, vuelta a narrar.
Aunque como anfibio Kaito se desenvolvía con igual soltura en tierra que en aire, las cocinas eran su entorno preferido. Iba de aqui para allá con sus muchos miembros, tomando de los cajones cuanto necesitaba mientras cada uno de sus brazos actuaba como si tuvieran para sí solos un cerebro propio que les comandara. Pero aunque esta macabra eficiencia era una anomalía insólita debida a su ascendencia, había algo muy humano en su manera de actuar. A Kaito le encantaba cocinar.
—Existen venenos o comidas que son tóxicas según la especie e incluso según la ascendencia del hijo de mar en cuestión. Por ejemplo hay unas toxinas que se acumulan en los peces, que tienden a ser más altas en peces predadores y que en su origen vienen de microalgas, a vosotros os da cagalera como mínimo, pero nosotros somos capaces de digerilas perfectamente... Aunque es cierto que le dan un matiz algo amargo, así que tampoco es que nos siente muy bien en el fondo. También somos capaces de tomar grandes cantidades de sal, cosa que a vosotros os acabaría matando... —añadió como una agradable curiosidad.
La harina de maíz había pasado a ser una masa homogénea y maleable en las manos que masajeaban una y otra vez las contracturas escondidas entre los mínimos grumos. Luego, con gráciles movimientos incomprensibles para los no cocineros, era capaz de sacar pequeños huevos de masa que rápidamente aplanaba con la base del pulgar y que luego espolvoreaba cariñosamente preparándolas para el fuego aún sin encender.
—No te creas, Velkan —admitió humildemente—, soy un humilde empresario. Un granjero venido a más al que le gusta descubrir los secretos de un mundo demasiado grande como para comprenderlo.
Fuego, aceite y calor, pero solo para especias tostadas. La carne aunque ya picada finamente aún estaba siendo espolvoreada con especias y su propio jugo para empaparla de un sabor que a pesar de su innovación respetaba las características originales de la carne. Aunque los más puristas del Reino del Tako se hubieran enfadado con él por probar qué tal quedaría una parte con la mezcla del Shish-kebab.
—¿Tú, qué? Que aún no se mucho de tí aparte de que eres un caballero. Bien podrías ser un asesino que se aprovecha de mi confianza...
Si es que aún existía dentro de él algo de ese sentimiento.
Desde luego la enorme cocina comedor que tenía el barco era una comodidad y un alivio para el pobre sireno que llevaba ya demasiados días apañándoselas con su equivaliente del medievo, pero también era verdad que con ello perdía algo. Pero bueno, la nostalgia y los cuñadismos sobre el humo de la leña eran tonterías para la que no desperdiciaba un momento. Dirigíendose al frigorífico vio los últimos restos de las carnes de cabra que el muy imbécil del último "jefe temporal" había tenido la desfachatez de sacrificar. También estaban ahí los restos de este, acompañados con un montón de verduras frescas recién salidas de la huerta y una pequeña tinaja de leche de cerdo.
—Veamos, veamos... qué podría hacer... ¿Te gustan los tacos? Tengo un porrón de harina de maíz —dijo con la puerta abierta, sacando los trozos de carne que debería antes picar—. Pues la mayoría de sirenos son vegetarianos, totales o parciales, por alguna cuestión ética que no viene al cuento; los gyojin en cambio son omnívoros, aunque tienden a comer más carne de la que deberían, y me crié con estos últimos así que... —Cerró la puerta cargando en los brazos que tenía de más el resto de ingredientes refrigerados—. Sí... como carne, aunque no le hago asco a casi nada.
¿Soy el único que está viendo todos los inuendo? ¿No? En fin, vuelta a narrar.
Aunque como anfibio Kaito se desenvolvía con igual soltura en tierra que en aire, las cocinas eran su entorno preferido. Iba de aqui para allá con sus muchos miembros, tomando de los cajones cuanto necesitaba mientras cada uno de sus brazos actuaba como si tuvieran para sí solos un cerebro propio que les comandara. Pero aunque esta macabra eficiencia era una anomalía insólita debida a su ascendencia, había algo muy humano en su manera de actuar. A Kaito le encantaba cocinar.
—Existen venenos o comidas que son tóxicas según la especie e incluso según la ascendencia del hijo de mar en cuestión. Por ejemplo hay unas toxinas que se acumulan en los peces, que tienden a ser más altas en peces predadores y que en su origen vienen de microalgas, a vosotros os da cagalera como mínimo, pero nosotros somos capaces de digerilas perfectamente... Aunque es cierto que le dan un matiz algo amargo, así que tampoco es que nos siente muy bien en el fondo. También somos capaces de tomar grandes cantidades de sal, cosa que a vosotros os acabaría matando... —añadió como una agradable curiosidad.
La harina de maíz había pasado a ser una masa homogénea y maleable en las manos que masajeaban una y otra vez las contracturas escondidas entre los mínimos grumos. Luego, con gráciles movimientos incomprensibles para los no cocineros, era capaz de sacar pequeños huevos de masa que rápidamente aplanaba con la base del pulgar y que luego espolvoreaba cariñosamente preparándolas para el fuego aún sin encender.
—No te creas, Velkan —admitió humildemente—, soy un humilde empresario. Un granjero venido a más al que le gusta descubrir los secretos de un mundo demasiado grande como para comprenderlo.
Fuego, aceite y calor, pero solo para especias tostadas. La carne aunque ya picada finamente aún estaba siendo espolvoreada con especias y su propio jugo para empaparla de un sabor que a pesar de su innovación respetaba las características originales de la carne. Aunque los más puristas del Reino del Tako se hubieran enfadado con él por probar qué tal quedaría una parte con la mezcla del Shish-kebab.
—¿Tú, qué? Que aún no se mucho de tí aparte de que eres un caballero. Bien podrías ser un asesino que se aprovecha de mi confianza...
Si es que aún existía dentro de él algo de ese sentimiento.
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Ver trabajar al ningyo en la cocina daba gusto. Aunque su respuesta con respecto a lo que comían no terminó de despejar sus dudas, decidió fiarse de él. No sabía lo que eran los tacos, pero los ingredientes que iba sacando parecían normales: harina, carne, especias... le entró hambre al verle trabajar y preparar los alimentos, y también sintió cierta admiración al ver la habilidad con que se desenvolvía y su capacidad para llevar a cabo tantas tareas al mismo tiempo. Dudaba que él fuese capaz aunque tuviera tantas extremidades. Es decir, una cosa era llevar a cabo dos o tres tareas a la vez, otra todo lo que estaba haciendo a la vez el ningyo. Hablando de eso, ¿qué era esa otra cosa que había mencionado?
- ¿Qué son los gyojins? - se cruzó de brazos - ¿Hay otra raza más bajo el mar además de sirenas?
Luego Kaito empezó a hablar de temas que no entendía muy bien, como algas tóxicas que comían los peces y que luego estos se volvían venenosos para los humanos. Sin embargo su raza sí que podían comerlos, lo que demostraba que efectivamente no comían exactamente las mismas cosas sus razas. Luego dijo que la sal en grandes cantidades era mortal para los humanos, a lo que arqueó mucho una ceja. Menuda tontería. Si eso fuese cierto se usaría sal para envenenar a la gente en los banquetes en lugar de gastarse dinero en contratar a un envenenador... por otro lado el sabor de la sal en exceso era demasiado evidente.
- Es la primera vez que oigo que la sal sea venenosa para nosotros. ¿De dónde sacas eso? Llevo comiendo comidas saladas toda mi vida y estoy perfectamente sano.
Luego Kimihiro dijo que era sólo un empresario y que antes de eso, granjero. Se preguntó qué cultivarían en el fondo del mar. ¿Algas, y cuidarían de peces y cangrejos para comer? Tal vez hubiera animales marinos que dieran leche como las cabras, y peces con lana a modo de ovejas. Si había hombres debajo del mar, ¿por qué no? El ningyo interrumpió sus cavilaciones para decir algo que hizo que se pusiera alerta. ¿Lo acusaba de ser un asesino? Arqueó una ceja y lo examinó, tratando de discernir sus intenciones y si realmente lo decía en serio. Finalmente supuso que esa una broma, sonrió y se encogió de hombros.
- Si fuese un asesino ya me has hecho tú casi todo el trabajo, ¿no? Has comido de mi comida, me has invitado a tu barco y me has metido en tu cocina. Podría haberte matado ya o preparado tu muerte al menos un par de veces. No, no soy un asesino. Soy cazarrecompensas, vine al West Blue siguiendo el rastro de un criminal, pero mi barco fue dañado en una tormenta y tuve que parar en este puerto a esperar a que sea reparado - si Kaito tenía alguna duda sobre sus intenciones, esperaba que con eso quedase algo más despejada.
- ¿Qué son los gyojins? - se cruzó de brazos - ¿Hay otra raza más bajo el mar además de sirenas?
Luego Kaito empezó a hablar de temas que no entendía muy bien, como algas tóxicas que comían los peces y que luego estos se volvían venenosos para los humanos. Sin embargo su raza sí que podían comerlos, lo que demostraba que efectivamente no comían exactamente las mismas cosas sus razas. Luego dijo que la sal en grandes cantidades era mortal para los humanos, a lo que arqueó mucho una ceja. Menuda tontería. Si eso fuese cierto se usaría sal para envenenar a la gente en los banquetes en lugar de gastarse dinero en contratar a un envenenador... por otro lado el sabor de la sal en exceso era demasiado evidente.
- Es la primera vez que oigo que la sal sea venenosa para nosotros. ¿De dónde sacas eso? Llevo comiendo comidas saladas toda mi vida y estoy perfectamente sano.
Luego Kimihiro dijo que era sólo un empresario y que antes de eso, granjero. Se preguntó qué cultivarían en el fondo del mar. ¿Algas, y cuidarían de peces y cangrejos para comer? Tal vez hubiera animales marinos que dieran leche como las cabras, y peces con lana a modo de ovejas. Si había hombres debajo del mar, ¿por qué no? El ningyo interrumpió sus cavilaciones para decir algo que hizo que se pusiera alerta. ¿Lo acusaba de ser un asesino? Arqueó una ceja y lo examinó, tratando de discernir sus intenciones y si realmente lo decía en serio. Finalmente supuso que esa una broma, sonrió y se encogió de hombros.
- Si fuese un asesino ya me has hecho tú casi todo el trabajo, ¿no? Has comido de mi comida, me has invitado a tu barco y me has metido en tu cocina. Podría haberte matado ya o preparado tu muerte al menos un par de veces. No, no soy un asesino. Soy cazarrecompensas, vine al West Blue siguiendo el rastro de un criminal, pero mi barco fue dañado en una tormenta y tuve que parar en este puerto a esperar a que sea reparado - si Kaito tenía alguna duda sobre sus intenciones, esperaba que con eso quedase algo más despejada.
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Una sonrisa tan maliciosa como afilada se hizo hueco entre los labios de Kaito. ¡Qué gusto le daba encontrarse ante tal inconsciente! Su mente vacía de todo conocimiento respecto a su raza le recorría la columna como un agradable cosquilleo. Desde luego podemos afirmar con completa seguridad que aquello le daba para paja.
—Verás, los gyojin son la otra cara de la moneda de "Los hijos del mar". Son unos brutos homínidos de dos patas que, a diferencia de los ningyo, son completamente medio pez. Su piel tiene escamas, a veces no tienen pelo, aunque realmente todo pelo de cualquier ser son escamas, poseen branquias generalmente abiertas sobre los hombros y parte del cuello. Puedes pensar que si yo soy medio "pez", ellos son completamente medio pez. Aunque claro, yo soy muy afeminado —comentó sin verle otra vez el mal sentido—, muchos ningyo macho tienen su ascendencia patente sobre el resto de su carne "homínida", y aún menos son "Verdaderos hijos del mar", siendo mucho más pez que... lo que tu llamarías "humano". Nosotros, como comprenderás, no usábamos esa palabra... pero ya estamos tan diezmados y acostumbrados que lo hacemos en vez de usar el clásico "Piel seca". Ah... qué original es el racismo —se dijo, añorando aquella horrenda costumbre de todo ser vivo.
No había chiles, pero tampoco hacía demasiada falta habiendo sazonado la carne picada a rítmicos golpes de tajadera. Con todos los ingredientes cortados y la carne atemperándose en un cuenco, Kaito fue colocando las tortas sin hacer sobre las sartenes aún impregnadas de la grasita que se había negado a viajar al cuenco. Aquella pizca de sabrosura cárnica le daría a las tortillas de maíz el toque justo de sal y turgente textura para convertir la capa externa del taco blando en una delicia que haría babear hasta la más anoréxica de las modelos
—Bueno, eres joven... ya verás cuando seas mayor y tengas que preocuparte de la tensión. Realmente todo es tóxico en cierta medida, y la sal, como muchas otras cosas, necesita de grandes cantidades para resultar tóxica. Creo que son como de tres a seis gramos por kilogramo de peso lo que necesitarías comerte a palo seco para entrar en un fallo orgánico. Ah... maldito sodio, responsable de casi todo en estas mortajas de carne... —dijo melodramáticamente mientras llevaba cada plato con los ingredientes a una de las muchas y largas mesas del comedor, animando con su mirada al invitado para que hiciera lo mismo.
Porque a ver, aunque tuviera ocho brazos estos también eran piernas. Y tampoco iba a estar ahí mirando sin hacer nada el muy vago.
—No te olvides de lavarte las manos en el fregadero, con jabón —puntualizó, siendo aquello de mucha más importancia que el hecho de que ninguno de los dos sabía a ciencia cierta si se había limpiado los reos antes de ponerse a trabajar.
Por cuestiones del distrito de Sanidad de Diamuird diremos que lo hizo.
Sentados y limpios, y mientras se colocaba una de las tortas en un plato para empezar a montar su taco personalizado, Kaito hizo una cruel observación.
—Cierto; pero quizás te he engañado yo y te he traido aquí para asesinarte y comerte...
¿No odiáis cuando el narrador tan solo es parcialmente omnisciente? Porque aquello, desde luego, era una desagradable posibilidad.
—¿Y el tema de perseguir criminales es por vocación, por pasta o una mezcla? Porque para que exista un criminal debe existir una ley, ya sea esta moral o amoral... —Lo dijo con un tono del mismo color que era él, de un desapacible gris—. La línea entre el mercenario y el cazarrecompensas es difusa, así como esta y el justiciero revolucionario.
Aaah, tacos y dilemas filosóficos y morales; qué buena combinación. ¿Alguien me pasa la fuente de nihilismo? Gra...¿Para qué voy a darte las gracias....?
—Verás, los gyojin son la otra cara de la moneda de "Los hijos del mar". Son unos brutos homínidos de dos patas que, a diferencia de los ningyo, son completamente medio pez. Su piel tiene escamas, a veces no tienen pelo, aunque realmente todo pelo de cualquier ser son escamas, poseen branquias generalmente abiertas sobre los hombros y parte del cuello. Puedes pensar que si yo soy medio "pez", ellos son completamente medio pez. Aunque claro, yo soy muy afeminado —comentó sin verle otra vez el mal sentido—, muchos ningyo macho tienen su ascendencia patente sobre el resto de su carne "homínida", y aún menos son "Verdaderos hijos del mar", siendo mucho más pez que... lo que tu llamarías "humano". Nosotros, como comprenderás, no usábamos esa palabra... pero ya estamos tan diezmados y acostumbrados que lo hacemos en vez de usar el clásico "Piel seca". Ah... qué original es el racismo —se dijo, añorando aquella horrenda costumbre de todo ser vivo.
No había chiles, pero tampoco hacía demasiada falta habiendo sazonado la carne picada a rítmicos golpes de tajadera. Con todos los ingredientes cortados y la carne atemperándose en un cuenco, Kaito fue colocando las tortas sin hacer sobre las sartenes aún impregnadas de la grasita que se había negado a viajar al cuenco. Aquella pizca de sabrosura cárnica le daría a las tortillas de maíz el toque justo de sal y turgente textura para convertir la capa externa del taco blando en una delicia que haría babear hasta la más anoréxica de las modelos
—Bueno, eres joven... ya verás cuando seas mayor y tengas que preocuparte de la tensión. Realmente todo es tóxico en cierta medida, y la sal, como muchas otras cosas, necesita de grandes cantidades para resultar tóxica. Creo que son como de tres a seis gramos por kilogramo de peso lo que necesitarías comerte a palo seco para entrar en un fallo orgánico. Ah... maldito sodio, responsable de casi todo en estas mortajas de carne... —dijo melodramáticamente mientras llevaba cada plato con los ingredientes a una de las muchas y largas mesas del comedor, animando con su mirada al invitado para que hiciera lo mismo.
Porque a ver, aunque tuviera ocho brazos estos también eran piernas. Y tampoco iba a estar ahí mirando sin hacer nada el muy vago.
—No te olvides de lavarte las manos en el fregadero, con jabón —puntualizó, siendo aquello de mucha más importancia que el hecho de que ninguno de los dos sabía a ciencia cierta si se había limpiado los reos antes de ponerse a trabajar.
Por cuestiones del distrito de Sanidad de Diamuird diremos que lo hizo.
Sentados y limpios, y mientras se colocaba una de las tortas en un plato para empezar a montar su taco personalizado, Kaito hizo una cruel observación.
—Cierto; pero quizás te he engañado yo y te he traido aquí para asesinarte y comerte...
¿No odiáis cuando el narrador tan solo es parcialmente omnisciente? Porque aquello, desde luego, era una desagradable posibilidad.
—¿Y el tema de perseguir criminales es por vocación, por pasta o una mezcla? Porque para que exista un criminal debe existir una ley, ya sea esta moral o amoral... —Lo dijo con un tono del mismo color que era él, de un desapacible gris—. La línea entre el mercenario y el cazarrecompensas es difusa, así como esta y el justiciero revolucionario.
Aaah, tacos y dilemas filosóficos y morales; qué buena combinación. ¿Alguien me pasa la fuente de nihilismo? Gra...¿Para qué voy a darte las gracias....?
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Cuando el otro hubo acabado, se lavó las manos y le ayudó a llevar los platos a la mesa. No tenía claro en qué consistían esos tacos, pero en cuanto vio que empezaba a montar en las tortas los ingredientes y luego cerrarlo con todo dentro, empezó a pillar la idea. Le recordó a las filloas, sólo que sin envolver totalmente el contenido y con carne en vez de miel. Y bueno, el detalle de que la masa no llevaba sangre de cerdo. Tras llenar la suya, dio un mordisco y al momento se enamoró. Todo estaba en perfecta cooperación: la masa mejoraba el potente sabor de la carne, que el picante contribuía a mejorar. Estaba tan rico, que para cuando se dio cuenta había terminado el primer taco en tres bocados. Llevaba sin comer algo tan bueno mucho tiempo, desde antes de salir de Hallstat. Se había acostumbrado a la comida improvisada y los platos de taberna hasta tal punto que se había olvidado de lo que era un cocinero de verdad.
- Joder... está buenísimo. ¿Seguro que eres empresario? Podrías ganarte la vida como cocinero de renombre. En Hallstat hay nobles que pagarían fortunas porque cocinases para ellos en sus banquetes.
Estaba tan satisfecho que cuando Kimihiro soltó lo de que a lo mejor lo había engañado, volvió a tomárselo a broma, aunque le saltó alguna alarma. Tenía demasiada insistencia con el tema de los engaños y los asesinatos. Empezó a montarse su segundo taco y dijo:
- Si realmente me has engañado, habrá merecido la pena por comer estas delicias - se rió animadamente.
Y entonces el ningyo continuó hablando, planteándole una pregunta compleja. ¿Por qué era cazarrecompensas? Era una buena pregunta, para la que no tenía una respuesta inmediata. Se lo pensó un momento, mientras daba un par de mordiscos al taco y saboreaba la carne. Qué buena estaba.
- Quería largarme de mi isla, y dado que soy guerrero era una buena manera de ganarme la vida. Además me parece una manera honrada de vivir de mi lanza: a diferencia de lo que ocurre con los marines o los mercenarios, no tengo una autoridad. Si considero que alguien con recompensa no merece ser cazado, puedo dejarlo irse y nadie puede reprochármelo. Y en su lugar capturar a los que hacen daño a aquellos que no pueden defenderse, y de paso cobrar por ello.
- Joder... está buenísimo. ¿Seguro que eres empresario? Podrías ganarte la vida como cocinero de renombre. En Hallstat hay nobles que pagarían fortunas porque cocinases para ellos en sus banquetes.
Estaba tan satisfecho que cuando Kimihiro soltó lo de que a lo mejor lo había engañado, volvió a tomárselo a broma, aunque le saltó alguna alarma. Tenía demasiada insistencia con el tema de los engaños y los asesinatos. Empezó a montarse su segundo taco y dijo:
- Si realmente me has engañado, habrá merecido la pena por comer estas delicias - se rió animadamente.
Y entonces el ningyo continuó hablando, planteándole una pregunta compleja. ¿Por qué era cazarrecompensas? Era una buena pregunta, para la que no tenía una respuesta inmediata. Se lo pensó un momento, mientras daba un par de mordiscos al taco y saboreaba la carne. Qué buena estaba.
- Quería largarme de mi isla, y dado que soy guerrero era una buena manera de ganarme la vida. Además me parece una manera honrada de vivir de mi lanza: a diferencia de lo que ocurre con los marines o los mercenarios, no tengo una autoridad. Si considero que alguien con recompensa no merece ser cazado, puedo dejarlo irse y nadie puede reprochármelo. Y en su lugar capturar a los que hacen daño a aquellos que no pueden defenderse, y de paso cobrar por ello.
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Gratitud, sincera y verdadera gratitud desde lo más profundo de su alma que, como todas, comenzaba en el estómago; así olía ahora mismo Velkan, y Kaito estaba complacido de poder ser testigo de tal emoción una vez más. No pudo evitar sonreír bobamente ante el halago, y quitándole importancia abanicando sus manos en el aire comentó alegremente:
—Nada, nada, es todo gracias a los ingredientes, hay cheffs mucho mejores que yo a patadas. Además —continuó—, cocinar para tanta gente es un engorro, y no se me da muy bien eso de mandar en la cocina.
Desde luego no le gustaba la gente, mucho menos las multitudes, y las únicas cosas vivas que deseaba ver en gran número no hablaban idiomas que pudiesen ser escritos ni en tinta ni en sangre.
Cada vez le caía mejor el muchacho, y pese a que aún lo veía como lo que realmente era, lo que realmente eran todos en el fondo, no se negaba el disfrute de una compañía tan grata.
—Tendrías que probar el pato con salsa de ostras y tortas de arroz, está brutal. Eso me recuerda que tengo que pedir patos en el próximo pedido de animales... ¡Qué bueno es tener una granja! —celebró contento de haber cumplido uno de sus muchos sueños—. ¡Pero qué trabajoso es!
Y continuó escuchando al invitado con una ancha sonrisa de verdadero contento que, para nada, pegaba con la contestación que le dió.
—Interesante, pero entonces no puedes castigar a quien te place por crueles que sean los crímenes —La sonrisa seguía ahí, de máscara para un tono alegremente siniestro—. ¡Qué alivio, la verdad! Ya pensaba que te ibas a enfadar por compartir la comida con alguien que mata y come gente.
Comió sin perder el apetito, plenamente consciente de que lo que estaban comiendo llevaba la mezcla de dos organismos muy diferentes en raza. ¿Le estropearía la comida a su nuevo amigo, o quizá se lo tomaría a broma? El tiempo lo diría, aunque lo únicamente seguro es que Kaito había dejado de preocuparse por lo que pensaran otros de sus hábitos alimenticios.
—Nada, nada, es todo gracias a los ingredientes, hay cheffs mucho mejores que yo a patadas. Además —continuó—, cocinar para tanta gente es un engorro, y no se me da muy bien eso de mandar en la cocina.
Desde luego no le gustaba la gente, mucho menos las multitudes, y las únicas cosas vivas que deseaba ver en gran número no hablaban idiomas que pudiesen ser escritos ni en tinta ni en sangre.
Cada vez le caía mejor el muchacho, y pese a que aún lo veía como lo que realmente era, lo que realmente eran todos en el fondo, no se negaba el disfrute de una compañía tan grata.
—Tendrías que probar el pato con salsa de ostras y tortas de arroz, está brutal. Eso me recuerda que tengo que pedir patos en el próximo pedido de animales... ¡Qué bueno es tener una granja! —celebró contento de haber cumplido uno de sus muchos sueños—. ¡Pero qué trabajoso es!
Y continuó escuchando al invitado con una ancha sonrisa de verdadero contento que, para nada, pegaba con la contestación que le dió.
—Interesante, pero entonces no puedes castigar a quien te place por crueles que sean los crímenes —La sonrisa seguía ahí, de máscara para un tono alegremente siniestro—. ¡Qué alivio, la verdad! Ya pensaba que te ibas a enfadar por compartir la comida con alguien que mata y come gente.
Comió sin perder el apetito, plenamente consciente de que lo que estaban comiendo llevaba la mezcla de dos organismos muy diferentes en raza. ¿Le estropearía la comida a su nuevo amigo, o quizá se lo tomaría a broma? El tiempo lo diría, aunque lo únicamente seguro es que Kaito había dejado de preocuparse por lo que pensaran otros de sus hábitos alimenticios.
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- He probado el pato alguna vez, suele comerse en Hallstat asado - dijo tras tragar el último trozo de su segundo taco. Tras eso cogió una torta y empezó a hacerse el tercero - Sin embargo nunca lo he tomado con salsa de ostras, suena delicioso.
El ningyo estaba empezando a caerle muy bien. Aunque raro, era humilde, habilidoso y simpático. Por ello cuando dijo las siguientes palabras se quedó totalmente paralizado y estupefacto. Se le ocurrió que fuese una broma, pero combinado con todo lo que había dicho antes... una negra sospecha comenzó a formarse en su mente, y se percató de que no reconocía el sabor de la carne picada. Apretó el puño derecho con mucha fuerza.
- Kimihiro, ¿qué lleva esta carne? ¿De qué es? - preguntó, con ira contenida en la voz.
Una gota de sudor comenzó a caer por su sien. Había perdido las ganas de comer, y empezaba a dolerle repentinamente el estómago por los nervios. ¿Qué había hecho? ¿A qué clase de monstruo había seguido? Ahora comprendió el miedo que mostraba el científico en presencia del ningyo. Lentamente se levantó, tratando de contener su furia hasta que dilucidara lo que estaba ocurriendo.
- ¿A quiénes matas para hacer tu carne? - preguntó de nuevo, tratando de buscar un motivo para no sacar la lanza. Se sentía dolido y traicionado. ¿Realmente le había llevado hasta ahí para comérselo? Zarcillos de humo negro comenzaron a brotar de su cuerpo, como prolegómeno al más que probable estallido de furia.
El ningyo estaba empezando a caerle muy bien. Aunque raro, era humilde, habilidoso y simpático. Por ello cuando dijo las siguientes palabras se quedó totalmente paralizado y estupefacto. Se le ocurrió que fuese una broma, pero combinado con todo lo que había dicho antes... una negra sospecha comenzó a formarse en su mente, y se percató de que no reconocía el sabor de la carne picada. Apretó el puño derecho con mucha fuerza.
- Kimihiro, ¿qué lleva esta carne? ¿De qué es? - preguntó, con ira contenida en la voz.
Una gota de sudor comenzó a caer por su sien. Había perdido las ganas de comer, y empezaba a dolerle repentinamente el estómago por los nervios. ¿Qué había hecho? ¿A qué clase de monstruo había seguido? Ahora comprendió el miedo que mostraba el científico en presencia del ningyo. Lentamente se levantó, tratando de contener su furia hasta que dilucidara lo que estaba ocurriendo.
- ¿A quiénes matas para hacer tu carne? - preguntó de nuevo, tratando de buscar un motivo para no sacar la lanza. Se sentía dolido y traicionado. ¿Realmente le había llevado hasta ahí para comérselo? Zarcillos de humo negro comenzaron a brotar de su cuerpo, como prolegómeno al más que probable estallido de furia.
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Todo villano esbozaría una sonrisa de maligno contento cuando el héroe de turno descubriera la peliaguda situación en la que le había llevado sin saberlo; pero Kaito no se consideraba un villano, aunque sí lo pareciese en ojos de la gente común. Mas... ¿son conscientes realmente los malvados de su propia villanía? Quizás se veían como héroes... o quizás como un mal necesario. Por supuesto, estos casos tampoco se correspondían a la situación del sireno.
—¿Acaso importa? —dijo con un burlón y curioso nihilismo. Un tono cruel y sincero que señalaba el ridículo de la importancia tan cruda y moralista que le daba Velkan al asunto.
Hubo un breve silencio en el que la ágil mente de Kaito dedicó una eternidad en tiempo sináptico para analizar al que podría convertirse en un enemigo. Él no se andaba a medias con nadie, mucho menos con los que pudieran parecerle débiles...
—Tú, y mucha gente, los llamaría monstruos. Seres que rondan los bordes de la sociedad o la infectan desde dentro para aprovecharse de ella sin contribuir a nada o a nadie. Traidores, gente que ha hecho daño a mi familia, asesinos, déspotas; no mato sin un respaldo de la sociedad... O la legalidad. —Se quedó pensativo por un instante—. ¿Cuenta la gente que ha intentado matarme por ser lo que soy? ¿Y los que están simplemente asustados pero no me dan tiempo a otra cosa? ¿Y ese náufrago que descubrió que comía carne de muertos e iba a poner a todos los otros en mi contra? También tenía pensado pasarme por un pueblo cuyas mujeres fueron violadas en... tres o cuatro meses. Pero puede que antes busque si los bebés no queridos los quiera otra gente... o no, no me he decidido.—Volvió a quedarse pensativo, con el brillo de su inteligencia ausente de su mirada por un breve instante—. No creo que los mate, pero si me encuentro alguno muerto... Como carroñero sí que he comido de todo estrato social. ¡Y una vez Dexter me dio un trozo de su pecho! Esa sí que era carne de la buena... y la morcilla que saqué, puf.
Hablaba con la misma naturalidad que si le preguntas a un arabastiense si come carne de camello o caballo. Hablaba como alguien acostumbrado a comer conejo en una sociedad donde esto era visto como algo tan grave como comer un perro. Para él el mero acto de comer aquella terrenal sustancia era simplemente una elección más. Una arbitrariedad ante la que no encontraba problema alguno. Ya no.
—¿Te das cuenta que esa emoción que probablemente sientas no tiene... sentido? Está ahí y nada más. No hay respaldo para ella mas que un reflejo de las enfermedades que pueden ser trasmitidas por organismos del mismo tipo; y, aún así, el canibalismo es de las mejores dietas para una especie si se trata de carne limpia, cocinada y sin patógenos.
—¿Acaso importa? —dijo con un burlón y curioso nihilismo. Un tono cruel y sincero que señalaba el ridículo de la importancia tan cruda y moralista que le daba Velkan al asunto.
Hubo un breve silencio en el que la ágil mente de Kaito dedicó una eternidad en tiempo sináptico para analizar al que podría convertirse en un enemigo. Él no se andaba a medias con nadie, mucho menos con los que pudieran parecerle débiles...
—Tú, y mucha gente, los llamaría monstruos. Seres que rondan los bordes de la sociedad o la infectan desde dentro para aprovecharse de ella sin contribuir a nada o a nadie. Traidores, gente que ha hecho daño a mi familia, asesinos, déspotas; no mato sin un respaldo de la sociedad... O la legalidad. —Se quedó pensativo por un instante—. ¿Cuenta la gente que ha intentado matarme por ser lo que soy? ¿Y los que están simplemente asustados pero no me dan tiempo a otra cosa? ¿Y ese náufrago que descubrió que comía carne de muertos e iba a poner a todos los otros en mi contra? También tenía pensado pasarme por un pueblo cuyas mujeres fueron violadas en... tres o cuatro meses. Pero puede que antes busque si los bebés no queridos los quiera otra gente... o no, no me he decidido.—Volvió a quedarse pensativo, con el brillo de su inteligencia ausente de su mirada por un breve instante—. No creo que los mate, pero si me encuentro alguno muerto... Como carroñero sí que he comido de todo estrato social. ¡Y una vez Dexter me dio un trozo de su pecho! Esa sí que era carne de la buena... y la morcilla que saqué, puf.
Hablaba con la misma naturalidad que si le preguntas a un arabastiense si come carne de camello o caballo. Hablaba como alguien acostumbrado a comer conejo en una sociedad donde esto era visto como algo tan grave como comer un perro. Para él el mero acto de comer aquella terrenal sustancia era simplemente una elección más. Una arbitrariedad ante la que no encontraba problema alguno. Ya no.
—¿Te das cuenta que esa emoción que probablemente sientas no tiene... sentido? Está ahí y nada más. No hay respaldo para ella mas que un reflejo de las enfermedades que pueden ser trasmitidas por organismos del mismo tipo; y, aún así, el canibalismo es de las mejores dietas para una especie si se trata de carne limpia, cocinada y sin patógenos.
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Un escalofrío recorrió su cuerpo cuando dijo "¿acaso importa?" y, por un momento, se quedó paralizado de terror. ¿Realmente se comía seres humanos? Miró con terror el tercer taco que estaba montando y lo apartó de sí, aún tratando de digerir (irónicamente) lo que acababa de escuchar. Las siguientes palabras del ningyo mejoraron un poco su situación e hicieron que no agarrase de inmediato su lanza, pero igualmente... no podía mirarle a los ojos. ¡Le había hecho comerse a una persona! Por mucho que fuese carne de un criminal, de un asesino o de un violador. Estaba mal. ¡Era incorrecto! Se levantó de golpe, temblando de ira y asco.
- ¡No! ¡Hay cosas que simplemente está mal! ¡No te comerías a tu hermano! ¡No te comerías a tu vecino! Hay tabúes que no deben traspasarse si quiere mantenerse el orden social - apretó los puños - Y comerse el cadáver de un ser inteligente es una falta de respeto a su alma, y a su familia. ¡Debería ser enterrado en su suelo natal y darle una oportunidad a su gente de llorarle!
Habiendo crecido en una tierra donde apenas diez años atrás las armas de pólvora eran el último grito tecnológico, la tradición estaba muy arraigada en su cultura. La muerte era un elemento fundamental en Hallstat, un complemento inseparable de la vida. Los muertos eran enterrados en su suelo natal, respetados y reverenciados. En Hallstat hablar mal de un muerto era un tabú, más aún maltratar su cadáver. Una persona en vida podía ser tu peor enemigo, pero hasta el más vil de los villanos se lo pensaba detenidamente antes de profanar su cadáver, y era costumbre que durante las guerras los sacerdotes fuesen intermediarios entre ambos bandos al ir y venir recogiendo los cadáveres y llevándolos con sus seres queridos. Y habiendo vivido la Guerra del Norte, cuando los propios ancestro de las gentes de Hallstat se habían levantado de sus tumbas para protegerles, esa creencia de la sacralidad de los muertos era especialmente férrea en Velkan.
- Un cadáver debe ser respetado, ¡no profanado! No puedo castigarte por lo que haces, pero eres casi tan terrible como la gente que matas - negó con la cabeza - Deberías arrepentirte y pedir perdón a las familias a las que les has negado un funeral digno, y a las almas de aquellos a los que has ofendido - empezó a relajarse un poco, pero igualmente sus siguientes palabras fueron severas - Y ahora, contéstame. ¿De verdad me has servido carne de persona?
- ¡No! ¡Hay cosas que simplemente está mal! ¡No te comerías a tu hermano! ¡No te comerías a tu vecino! Hay tabúes que no deben traspasarse si quiere mantenerse el orden social - apretó los puños - Y comerse el cadáver de un ser inteligente es una falta de respeto a su alma, y a su familia. ¡Debería ser enterrado en su suelo natal y darle una oportunidad a su gente de llorarle!
Habiendo crecido en una tierra donde apenas diez años atrás las armas de pólvora eran el último grito tecnológico, la tradición estaba muy arraigada en su cultura. La muerte era un elemento fundamental en Hallstat, un complemento inseparable de la vida. Los muertos eran enterrados en su suelo natal, respetados y reverenciados. En Hallstat hablar mal de un muerto era un tabú, más aún maltratar su cadáver. Una persona en vida podía ser tu peor enemigo, pero hasta el más vil de los villanos se lo pensaba detenidamente antes de profanar su cadáver, y era costumbre que durante las guerras los sacerdotes fuesen intermediarios entre ambos bandos al ir y venir recogiendo los cadáveres y llevándolos con sus seres queridos. Y habiendo vivido la Guerra del Norte, cuando los propios ancestro de las gentes de Hallstat se habían levantado de sus tumbas para protegerles, esa creencia de la sacralidad de los muertos era especialmente férrea en Velkan.
- Un cadáver debe ser respetado, ¡no profanado! No puedo castigarte por lo que haces, pero eres casi tan terrible como la gente que matas - negó con la cabeza - Deberías arrepentirte y pedir perdón a las familias a las que les has negado un funeral digno, y a las almas de aquellos a los que has ofendido - empezó a relajarse un poco, pero igualmente sus siguientes palabras fueron severas - Y ahora, contéstame. ¿De verdad me has servido carne de persona?
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Kaito vio de frente una respuesta muy humana. Desgraciadamente hacía ya demasiado tiempo que era consciente de que aquella no era, ni de lejos, la solución a un problema del que siquiera Velkan era consciente. Supo entonces que ante él estaba un ser limitado, como muchos otros, a lo que creía cierto. Luego se dio cuenta de que también él encajaba en esta definición, y sonrió un poco antes de reformularla en un vortice infinito y oscuro de continuas correcciones. Por suerte hacía mucho que estaba acostumbrado a nadar en aquel desconsolador y frío vacío carente de toda lógica que pudiera llamarse... "humana".
Con un calmado interés subió la vista por los zarzillos que emanaban del cuerpo del lancero intentando desentrañar los misterios del alma al que apestaban, las manifestaciones físicas, o psíquicas, de los seres vivos jamás dejaban de asombrarle. O al menos todavía no habían dejado de hacerlo.
—¿Podremos seguir hablando sea cual sea la respuesta o, por el contrario, te marcharás? Quiero probar cuán imdenmes pueden ser las convicciones ante las nuevas ideas... Y así te doy la oportunidad de que me hagas reconsiderar mi forma de ver las cosas.
Hizo aquella proposición consciente de que estaba en desventaja, no solo por las fortificaciones mentales de su adversario, arraigadas hasta la médula, sino por que él, como el agua, como ț̶̡̂̇̇̅̾́̌͘ͅő̷̟̝̮̫͚̗̹̰͚̆̏͜d̵͖̗̝̟̤̻̮̩̓̈́͆̋̈́́͠o̵̧̪͔̙̠͆̐̓̋̈́͂̃̽̊,̵̢͊͊̊̓̐̌̂͆͘ ̵̪͎̈̎̓̑ͅh̷̟̯̔̐́̇̐a̷͖͙̠̤̪̼̗̣̽̇͝͠b̶̢͇̤̩̟̰̐̇̿̉͠í̶͖̮̤͊̓̊̈́̍̑̊ą̴̛̼̮̮̯̹̩̮̯̗͑̇͛̀͛̅̊̂ ̴͖̻̗̩̣̮̇̊̓̀̇͆̐d̷̨͇͕͖͖͆̀͒̃̌̃͐ě̸̛̳͚̝͎̹͖̝̑̅̽͑̅̿͋͌j̸̧̧́ḁ̸̖̳̪͔͖̣̖̫̈́͜͝d̷̢͈̗͉̩̩̦̳̳̼́̽o̷̲͍͔̠͖̟̒̂̎̌͗ ̷̝̦͚̮̬̆̇̃̚ḑ̵̢̛̹̫̳̯̟̆͌̇͛̕͠ě̸̘̯̩̞͖̘͇́͆̉͆̅̀̋̂̕ ̷̲͔̼̈́̿͂͆̍̒̈́̋t̸̮̯̙͎̫̽͘e̸̝̾n̸̡̟͖̫̖̞̘̦̔̆̎̍̈́͘͝è̸̘̪͖̼̦̠̎̚r̸̢͔̥͉̜͚͚͒͆̿͆͛͋̿̈́̋͝ ̶̟͒̽̓̾͆͊̈́̋f̵̢̦̯̳̱̬̠̎̋̇͝͠ö̵̧͉̮́̌͊̀r̴̡̭̗̱̳̻̼̠͚͊̊̊̂m̶͓̲̋̆̓a̶͓͑͐͌͆̏,
Con un calmado interés subió la vista por los zarzillos que emanaban del cuerpo del lancero intentando desentrañar los misterios del alma al que apestaban, las manifestaciones físicas, o psíquicas, de los seres vivos jamás dejaban de asombrarle. O al menos todavía no habían dejado de hacerlo.
—¿Podremos seguir hablando sea cual sea la respuesta o, por el contrario, te marcharás? Quiero probar cuán imdenmes pueden ser las convicciones ante las nuevas ideas... Y así te doy la oportunidad de que me hagas reconsiderar mi forma de ver las cosas.
Hizo aquella proposición consciente de que estaba en desventaja, no solo por las fortificaciones mentales de su adversario, arraigadas hasta la médula, sino por que él, como el agua, como ț̶̡̂̇̇̅̾́̌͘ͅő̷̟̝̮̫͚̗̹̰͚̆̏͜d̵͖̗̝̟̤̻̮̩̓̈́͆̋̈́́͠o̵̧̪͔̙̠͆̐̓̋̈́͂̃̽̊,̵̢͊͊̊̓̐̌̂͆͘ ̵̪͎̈̎̓̑ͅh̷̟̯̔̐́̇̐a̷͖͙̠̤̪̼̗̣̽̇͝͠b̶̢͇̤̩̟̰̐̇̿̉͠í̶͖̮̤͊̓̊̈́̍̑̊ą̴̛̼̮̮̯̹̩̮̯̗͑̇͛̀͛̅̊̂ ̴͖̻̗̩̣̮̇̊̓̀̇͆̐d̷̨͇͕͖͖͆̀͒̃̌̃͐ě̸̛̳͚̝͎̹͖̝̑̅̽͑̅̿͋͌j̸̧̧́ḁ̸̖̳̪͔͖̣̖̫̈́͜͝d̷̢͈̗͉̩̩̦̳̳̼́̽o̷̲͍͔̠͖̟̒̂̎̌͗ ̷̝̦͚̮̬̆̇̃̚ḑ̵̢̛̹̫̳̯̟̆͌̇͛̕͠ě̸̘̯̩̞͖̘͇́͆̉͆̅̀̋̂̕ ̷̲͔̼̈́̿͂͆̍̒̈́̋t̸̮̯̙͎̫̽͘e̸̝̾n̸̡̟͖̫̖̞̘̦̔̆̎̍̈́͘͝è̸̘̪͖̼̦̠̎̚r̸̢͔̥͉̜͚͚͒͆̿͆͛͋̿̈́̋͝ ̶̟͒̽̓̾͆͊̈́̋f̵̢̦̯̳̱̬̠̎̋̇͝͠ö̵̧͉̮́̌͊̀r̴̡̭̗̱̳̻̼̠͚͊̊̊̂m̶͓̲̋̆̓a̶͓͑͐͌͆̏,
- Text para cegatos:
- todo, había dejado de tener forma
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Apretó el puño y respiró hondo varias veces como le habían enseñado en el ejército para mantener la calma. Controlar la respiración era la clave para controlar el pulso... y controlando respiración y corazón, puede calmarse un alma llameante. Pues si en ese momento no lograba enfriar sus llamas, acabaría dejándose llevar y su oscuridad devoraría todo lo que tenía ante él. Irónicamente el antropófago podía acabar desapareciendo en el interior de otro ser. O eso pensaba Velkan, inconsciente del verdadero poder de la persona que tenía ante él. En cualquier caso no deseaba atacar a alguien solo porque estuviesen en desacuerdo. No era un fanático chalado capaz de asesinar, y aunque le costase entender a un monstruo como él, se había prometido abrir su mente al mundo al dejar Hallstat. Más aún, supuestamente la carne que comía era solo de criminales. Siempre y cuando eso fuera cierto, podía respetarlo... bueno, no. Podía aceptarlo e ignorarlo.
- Me quedaré, ningyo - dijo en tono frío - siempre y cuando respondas a mi pregunta.
No entendía realmente cuál era la intención de Kimihiro. ¿Qué ganaba de todo esto? ¿Disfrutaba viéndole escandalizarse y contándole cosas horribles? ¿Pretendía convencerle de su punto de vista? No... no parecía que fuese eso. Aquel hombre, o criatura, era totalmente ajeno y alienígena para él. Sus ojos parecían estar totalmente vacíos y le causaban escalofríos. ¿Cómo no se había percatado antes de lo siniestro que era? "Creo que antes no me causaba esta sensación."Probablemente así fuera.
- No creo que vayas a cambiar en absoluto de opinión... ¿me equivoco? - le sostuvo la mirada, desafiante, pese al temor que le inspiraban sus ojos - Normalmente cuando dos personas discuten un punto de vista, o ninguna acepta que el otro tiene razón o uno acaba diciendo aceptar solo por no seguir discutiendo. La gente es tozuda en sus convicciones. De todos modos, sigamos. Quiero ver si realmente hay algo de humano en ti, o si realmente eres un monstruo.
- Me quedaré, ningyo - dijo en tono frío - siempre y cuando respondas a mi pregunta.
No entendía realmente cuál era la intención de Kimihiro. ¿Qué ganaba de todo esto? ¿Disfrutaba viéndole escandalizarse y contándole cosas horribles? ¿Pretendía convencerle de su punto de vista? No... no parecía que fuese eso. Aquel hombre, o criatura, era totalmente ajeno y alienígena para él. Sus ojos parecían estar totalmente vacíos y le causaban escalofríos. ¿Cómo no se había percatado antes de lo siniestro que era? "Creo que antes no me causaba esta sensación."Probablemente así fuera.
- No creo que vayas a cambiar en absoluto de opinión... ¿me equivoco? - le sostuvo la mirada, desafiante, pese al temor que le inspiraban sus ojos - Normalmente cuando dos personas discuten un punto de vista, o ninguna acepta que el otro tiene razón o uno acaba diciendo aceptar solo por no seguir discutiendo. La gente es tozuda en sus convicciones. De todos modos, sigamos. Quiero ver si realmente hay algo de humano en ti, o si realmente eres un monstruo.
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El monstruo escuchó pacientemente todo lo que el humano tenía que decir. No le importaba su desconfianza lo más mínimo; era consciente de que aquel río circulaba en ambos sentidos, y de hecho aquella acertada imposibilidad le hacía hasta gracia. Mas poco duró el contento al ver cuan antropocentrista era aquel lancero, tanto que había condenado, como todos los de su especie, a usar un idioma empapado del mismo pecado. Se quedó pensativo durante un momento pensando cuántas de las palabras de los verdaderos hijos del mar conocía; desde luego eran pocas, y no podía asegurar que su hermano, al que no había visto desde hacía muchísimos años, no le estuviera engañando al enseñárselas. Volviendo de nuevo de sus recuerdos a la realidad, Kaito sonrió al darse cuenta de una verdad que antes de su cambio apenas solo había arañado. No hacía falta negar sus sentimientos para sobreponerse a estos.
—No me agrada ese término —dijo dejando que un amargo disgusto fluyera como un barro espeso a través de sus labios—. "Humano". ¿Qué es ser "humano"? Lo dices como si fuera algo inmutable, propio solo de la especie a la que perteneces. Es un término lleno de un repugnante y falso orgullo—señaló, casi con un matiz de enfado—. Entiendo que me juzgues pues yo he hecho lo mismo, pero como científico debo abrirme a la verdad cuando se me demuestra que estoy equivocado. Tan solo espero que seas capaz de hacer justamente lo mismo...—Entonces se marchó todo el desagrado, viéndose sustituido por una alegre esperanza—. O al menos que nuestras diferencias no nos permitan dejar de ser amigos.
Un amigo... Quizá aquello fuese capaz de llenar el caprichoso estómago del monstruo con más eficacia que la carne.
—Sí, hemos comido humano —terminó por afirmar—. Ocho partes de carne de cabra, una de abdominal humano y un poco de grasa periférica. El tipo mató a mis cabras e intentó robarme; le di muerte y no dejé que su carne se pudriera. Parte fue para mí, otra parte para cultivos celulares y futuros trasplantes si alguien los necesitara, y los restos no demasiado aprovechables fueron carnaza para gusanos, peces, hongos y fertilizante para el huerto. No me gusta desaprovechar nada.
Llevose entonces a los labios el taco, mordisqueándolo buscando una preciada información con el mismo énfasis con el que había rebañado los lexemas de Velkan hasta el túetano. Debía aprender cómo podía mejorar el plato para la próxima vez, tal y como había querido aprender cuál sería la mejor forma de seguir la conversación.
—¿Quieres empezar tú a darme razones por las que no debería comer personas? ¿O tomo el alegato inicial?
—No me agrada ese término —dijo dejando que un amargo disgusto fluyera como un barro espeso a través de sus labios—. "Humano". ¿Qué es ser "humano"? Lo dices como si fuera algo inmutable, propio solo de la especie a la que perteneces. Es un término lleno de un repugnante y falso orgullo—señaló, casi con un matiz de enfado—. Entiendo que me juzgues pues yo he hecho lo mismo, pero como científico debo abrirme a la verdad cuando se me demuestra que estoy equivocado. Tan solo espero que seas capaz de hacer justamente lo mismo...—Entonces se marchó todo el desagrado, viéndose sustituido por una alegre esperanza—. O al menos que nuestras diferencias no nos permitan dejar de ser amigos.
Un amigo... Quizá aquello fuese capaz de llenar el caprichoso estómago del monstruo con más eficacia que la carne.
—Sí, hemos comido humano —terminó por afirmar—. Ocho partes de carne de cabra, una de abdominal humano y un poco de grasa periférica. El tipo mató a mis cabras e intentó robarme; le di muerte y no dejé que su carne se pudriera. Parte fue para mí, otra parte para cultivos celulares y futuros trasplantes si alguien los necesitara, y los restos no demasiado aprovechables fueron carnaza para gusanos, peces, hongos y fertilizante para el huerto. No me gusta desaprovechar nada.
Llevose entonces a los labios el taco, mordisqueándolo buscando una preciada información con el mismo énfasis con el que había rebañado los lexemas de Velkan hasta el túetano. Debía aprender cómo podía mejorar el plato para la próxima vez, tal y como había querido aprender cuál sería la mejor forma de seguir la conversación.
—¿Quieres empezar tú a darme razones por las que no debería comer personas? ¿O tomo el alegato inicial?
Velkan Byrne
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Quedó totalmente desarmado. Pues claro. No era humano, ¿cómo iba a esperar que razonase como uno, pensara como uno... o que sintiera correcto que le tacharan su falta de humanidad? Sin embargo, ellos le llamaban humanidad a una serie de comportamientos que por lógica deberían aceptar todos para que la sociedad siguiera adelante. Compasión, ayuda mutua, bondad... era necesaria la cooperación mutua para que una sociedad funcionara. Ellos le llamaban a eso ser humano. ¿No debía ser similar para los ningyos? Ellos también tenían una sociedad, ¿no? También eran seres inteligentes. Estaba rearmando sus argumentos cuando Kimihiro soltó su segundo ataque con el que volvió a desarmarlo. ¿Amigos? Le consideraba un amigo... eso sí que lo dejó totalmente sin argumentos y confuso.
- Amigos... ¿en serio?
Hubo una leve esperanza de que pudiesen entenderse. Tal vez no eran tan diferentes. Tal vez se habían criado en mundos muy distintos y eso les había dado formas de pensar opuestas. Sin embargo esos pensamientos fueron sustituidos por un terror absoluto en el momento en que escuchó lo que habían comido. Daba igual que fuese carne de un ladrón, ¡estaba mal! ¡No podía haber comido humano y disfrutarlo de esa manera! Había cometido una aberración, una aberración contra la naturaleza. Los seres de una misma especie no debían comerse entre sí. Estaba mal. Se volvió a sentar lentamente, con la mirada perdida y un fuerte dolor en el estómago fruto de la ansiedad. No contestó a Kimihiro, totalmente roto mentalmente por la revelación.
- ¿Por qué me has dado carne de humano? - preguntó a media voz, casi sin fuerza para hablar.
- Amigos... ¿en serio?
Hubo una leve esperanza de que pudiesen entenderse. Tal vez no eran tan diferentes. Tal vez se habían criado en mundos muy distintos y eso les había dado formas de pensar opuestas. Sin embargo esos pensamientos fueron sustituidos por un terror absoluto en el momento en que escuchó lo que habían comido. Daba igual que fuese carne de un ladrón, ¡estaba mal! ¡No podía haber comido humano y disfrutarlo de esa manera! Había cometido una aberración, una aberración contra la naturaleza. Los seres de una misma especie no debían comerse entre sí. Estaba mal. Se volvió a sentar lentamente, con la mirada perdida y un fuerte dolor en el estómago fruto de la ansiedad. No contestó a Kimihiro, totalmente roto mentalmente por la revelación.
- ¿Por qué me has dado carne de humano? - preguntó a media voz, casi sin fuerza para hablar.
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