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Kaito Takumi
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Quizás el pelirrojo necesitaría haber meditado mejor su contestación, muy posiblemente debería haber tenido más tacto dadas las obvias señales de incomodidad y trauma del que pretendía ser su nuevo amigo... pero siempre había sido un bocazas.
—Quería darte una buena primera impresión —dijo simple e inocentemente.
Porque, por muy turbias que pudieran buscarse las segundas intenciones, estas no existían. De hecho, siempre que Kaito cometía uno de sus atroces actos de bocachancla, que no tardaban ni un segundo en malinterpretarse, estos siempre nacían más de una inofensiva verdad subyacente más que de una clara intención de hacer daño.
—La cabra sola estaba un poco seca y necesitaba una carne con un balance más graso para que las especias se disolvieran bien y dejaran una carne picada más húmeda, compacta y suculenta. Podría haber usado cerdo, pero por ahora no me quedan existencias y, la verdad, conozco mejor la carne humana —declaró poco antes de volver la atención de nuevo hacia su plato—. Y en cierta manera...—dijo, pensativo y sincero—, casi que sentía que si no te lo decía no íbamos a cimientar una buena relación. Si es que eso es todavía posible, claro... —terminó, consciente de su propia melancolía.
—Quería darte una buena primera impresión —dijo simple e inocentemente.
Porque, por muy turbias que pudieran buscarse las segundas intenciones, estas no existían. De hecho, siempre que Kaito cometía uno de sus atroces actos de bocachancla, que no tardaban ni un segundo en malinterpretarse, estos siempre nacían más de una inofensiva verdad subyacente más que de una clara intención de hacer daño.
—La cabra sola estaba un poco seca y necesitaba una carne con un balance más graso para que las especias se disolvieran bien y dejaran una carne picada más húmeda, compacta y suculenta. Podría haber usado cerdo, pero por ahora no me quedan existencias y, la verdad, conozco mejor la carne humana —declaró poco antes de volver la atención de nuevo hacia su plato—. Y en cierta manera...—dijo, pensativo y sincero—, casi que sentía que si no te lo decía no íbamos a cimientar una buena relación. Si es que eso es todavía posible, claro... —terminó, consciente de su propia melancolía.
Velkan Byrne
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Seguía empeñado en que quería que fuesen amigos, que no había ido con mala intención... y empezaba a creerle. ¿Pero podía ser amigo de un caníbal? ¿Hasta ese punto tenía que abrir su mente y olvidarse de todo en lo que había creído? Era difícil superar ciertos prejuicios, muy difícil... pero no podía rechazar una intención sincera como la suya. O al menos así lo parecía. A lo mejor se equivocaba y estaba engañándole para luego comérselo a él, pero no era la clase de persona que rechazaba una mano amistosa por sospechas. Respiró hondo una vez más para
terminar de calmarse y dijo:
- No puedo respetar lo que haces así sin más. De hecho casi me parece una locura estar siquiera planteándome el dejarlo correr. Pero puedo aceptar que es como eres.
¿Se estaba volviendo loco? ¿Hasta qué punto estaba bien ignorar actos terribles como aquel en pos de aprender más de otras culturas y ser abierto de mente? Es decir, no tenía muchos puntos de referencia. No había viajado aún. Más aún, sobre los ningyos y gyojins sabía poco y menos, hasta aquel día ni siquiera había sabido de su existencia.
- Pero debes tener algo claro - dijo, poniéndose serio - si vuelves a no avisarme de que me estás dando humano de comer, se acabará mi tolerancia - a continuación suavizó el tono y le tendió una mano - pero si respetas que no comparto tus preferencias alimenticias y es verdad que sólo comes a criminales, puedo darte una oportunidad.
terminar de calmarse y dijo:
- No puedo respetar lo que haces así sin más. De hecho casi me parece una locura estar siquiera planteándome el dejarlo correr. Pero puedo aceptar que es como eres.
¿Se estaba volviendo loco? ¿Hasta qué punto estaba bien ignorar actos terribles como aquel en pos de aprender más de otras culturas y ser abierto de mente? Es decir, no tenía muchos puntos de referencia. No había viajado aún. Más aún, sobre los ningyos y gyojins sabía poco y menos, hasta aquel día ni siquiera había sabido de su existencia.
- Pero debes tener algo claro - dijo, poniéndose serio - si vuelves a no avisarme de que me estás dando humano de comer, se acabará mi tolerancia - a continuación suavizó el tono y le tendió una mano - pero si respetas que no comparto tus preferencias alimenticias y es verdad que sólo comes a criminales, puedo darte una oportunidad.
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Las mentiras tampoco tienen forma, por eso, las gentes esculpidas con firmeza por sus prejuicios y dogmas se aferran a ellas cariñosamente. Son blandas, confortables, y, más importante, se adaptan fácilmente a los duros contornos de lo que uno es o cree ser. Pero las verdades... Oh, las verdades están llenas de espinas, cortan y arañan a aquellos que se acercan a ellas sin adaptarse a sus cambiantes formas. Y es por esta terrible verdad que el ningyo y el hombre allí reunidos tenían opiniones tan sumamente diferentes.
— ¿Por qué la gente nunca me escucha...? —comentó más cansado que molesto—. Pero vale, mataré solo criminales para comer y te aviso antes de darte de comer algo con contenido humano... ¿Te aviso también si uso cualquier persona no humana, no? —Su cara lo decía todo—. ¿Y si es sin dolor ni muerte? ¿Comerías queso humano? ¿Y morcillita de sangre donada? ¿No...? Qué de trabas me estás poniendo, Velkan. Luego me dirás que tampoco quieres comer mono o delfín.
Levantándose metiendose en la boca un taco entero para írselo comiendo mientras iba preparando algo más del agrado de su escrupuloso comensal, le comentó.
—Thengho bzarbinas, ¿thab'pethbece zhambdinas? —preguntó cerciorándose de que aún quedaban unas cuantas en la nevera—. ¿T'apthebeche hacbhce algo depbhue de cbomé?
— ¿Por qué la gente nunca me escucha...? —comentó más cansado que molesto—. Pero vale, mataré solo criminales para comer y te aviso antes de darte de comer algo con contenido humano... ¿Te aviso también si uso cualquier persona no humana, no? —Su cara lo decía todo—. ¿Y si es sin dolor ni muerte? ¿Comerías queso humano? ¿Y morcillita de sangre donada? ¿No...? Qué de trabas me estás poniendo, Velkan. Luego me dirás que tampoco quieres comer mono o delfín.
Levantándose metiendose en la boca un taco entero para írselo comiendo mientras iba preparando algo más del agrado de su escrupuloso comensal, le comentó.
—Thengho bzarbinas, ¿thab'pethbece zhambdinas? —preguntó cerciorándose de que aún quedaban unas cuantas en la nevera—. ¿T'apthebeche hacbhce algo depbhue de cbomé?
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- Supongo que podría ceder en el queso o la morcilla si no has matado o torturado a nadie para quitarles la sangre o la leche. Es decir, si te la han dado voluntariamente - entornó los ojos. Dudaba que eso fuese a pasar - Aunque solo estaría dispuesto a probar. No creo que admitiera que fuese un ingrediente regular.
¿Realmente estaba cediendo en ese punto? O sea, era lo menos monstruoso con diferencia, pero podía resultar en que le diese a traición sangre o leche sin cumplir sus condiciones. Aunque prefería creer que no lo haría. Y seguía sin gustarle la idea de todos modos. Kimihiro interrumpió sus pensamientos para decirle algo que tardó en descifrar. Al principio lo miró con incomprensión, pero después de unos segundos se apresuró a responder:
- Sí, sardinas estarían bien. Y no sé, ¿tienes alguna propuesta? Por mi parte tengo mucha curiosidad por tu gente. ¿Cómo es vuestra cultura? ¿Qué os diferencia de los humanos en ese sentido? Y, ¿hablamos el mismo idioma o tenéis uno propio?
La verdad era que se le había quitado el hambre con la revelación, pero Velkan era un soldado. Había aprendido a comer aún con el apetito mermado y saber cuándo era por falta de hambre y cuándo era puramente psicológico. Al fin y al cabo hacía falta voluntad (o estar trastornado) para comer tras ver a un hombre ser destrozado por una bala de cañón y acabar salpicado de intestinos. A decir verdad tras estar en su primera batalla real pasó una semana sin apenas comer.
¿Realmente estaba cediendo en ese punto? O sea, era lo menos monstruoso con diferencia, pero podía resultar en que le diese a traición sangre o leche sin cumplir sus condiciones. Aunque prefería creer que no lo haría. Y seguía sin gustarle la idea de todos modos. Kimihiro interrumpió sus pensamientos para decirle algo que tardó en descifrar. Al principio lo miró con incomprensión, pero después de unos segundos se apresuró a responder:
- Sí, sardinas estarían bien. Y no sé, ¿tienes alguna propuesta? Por mi parte tengo mucha curiosidad por tu gente. ¿Cómo es vuestra cultura? ¿Qué os diferencia de los humanos en ese sentido? Y, ¿hablamos el mismo idioma o tenéis uno propio?
La verdad era que se le había quitado el hambre con la revelación, pero Velkan era un soldado. Había aprendido a comer aún con el apetito mermado y saber cuándo era por falta de hambre y cuándo era puramente psicológico. Al fin y al cabo hacía falta voluntad (o estar trastornado) para comer tras ver a un hombre ser destrozado por una bala de cañón y acabar salpicado de intestinos. A decir verdad tras estar en su primera batalla real pasó una semana sin apenas comer.
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—Bien, bien —celebró preparándose para echar las sardinas en la sarten para hacerlas a la plancha —. Ya es algo, supongo. A ver si alguna moza del pueblo se preña ya y me hago unas tortitas.
Los huecos entre las convicciones son como los de las armaduras, fallas por las que colarse e herir al alma de detrás. Y poco a poco las heridas supuran y las formas cambian para adaptarse, pero no, claro está, sin antes revolverse gritando de puro dolor. Kaito recordaba bien el dolor del cambio.
—Uy, pues a bueno has preguntado, soy prácticamente un analfabeto entre los míos. Vengo de una familia de mar abierto, lo que supongo tú llamarías de campo, y cuando uno tiene que pastorear sardinas durante todo el día y buscarse la vida hay poco hueco para los libros y la cultura. Mi hermano sí que sabía de todo eso —añadió con un deje de nostalgia—. Lo que te puedo decir, sabiendo lo que sé, es que hay dos grandes culturas dentro del crisol que representan los hijos del mar. Estan los verdaderos hijos del mar, la gente de mar abierto, y luego estan los niños de coral, la vergüenza del océano, que son los que viven en ciudades fijas en la costa o en asentamientos como la Isla Gyojin. Resulta bastante irónico que yo haya encontrado en la tierra un hogar y me haya asentado, dados los prejuicios de mi padre —comentó con marcado desprecio—. Pero bueno, a mí no me molesta nadie... menos los veganos.
Pasando de un lado a otro la rica carne azul y sazonándola al final para que estuviese en su súmmun, el pelirrojo se detuvo un momento para repasar lo que sabía de las antiguas formas. Cuando una cultura quedaba basada en la tradición oral y esta se veía golpeada por la aparición de los humanos, uno no podía saber realmente qué había sido verdad y que había pasado a ser mentira.
—Pues mira, antes teníamos un lenguaje propio, o varios con una raíz común, pero yo solo recuerdo algunos términos que no pronuncio demasiado bien. Casi todos se dicen de manera gutural, porque el sonido al que tú estás acostumbrado no se propaga tan bien debajo del agua; además nuestra capacidad auditiva aunque no es mejor sí que puede abarcar más rango de decibelios.
Llevando el plato a la mesa y dejándoselo delante, volvió a tomar asiento, o lo que quiera que hiciera algo con tantas patas al ponerse a la mesa, y apuntaló sus codos en la mesa para apoyar su cara en las manos. Estaba feliz por encontrar alguien nuevo con la curiosidad como apetito.
—Sé muchas historias de las gentes del mar, pero casi todas son cuentos con fábula y no sé cuántos me los contaba mi hermano simplemente por burla. Además, mi maestro me enseñó el ninjutsu gyojin, que tiene sus raíces en un período histórico de guerras civiles entre mi gente. Cuando tu raza se divide en dos y además se divide según tu ascendencia -los seres marinos que más se te parecen- —concretó para el humano— las luchas de poder amoldan casi toda tu cultura. Por suerte llegásteis los humanos y nos dísteis una causa mayor por la que luchar... porque el rencor que teníamos entre nosotros era muy, pero que muy grande.
Los huecos entre las convicciones son como los de las armaduras, fallas por las que colarse e herir al alma de detrás. Y poco a poco las heridas supuran y las formas cambian para adaptarse, pero no, claro está, sin antes revolverse gritando de puro dolor. Kaito recordaba bien el dolor del cambio.
—Uy, pues a bueno has preguntado, soy prácticamente un analfabeto entre los míos. Vengo de una familia de mar abierto, lo que supongo tú llamarías de campo, y cuando uno tiene que pastorear sardinas durante todo el día y buscarse la vida hay poco hueco para los libros y la cultura. Mi hermano sí que sabía de todo eso —añadió con un deje de nostalgia—. Lo que te puedo decir, sabiendo lo que sé, es que hay dos grandes culturas dentro del crisol que representan los hijos del mar. Estan los verdaderos hijos del mar, la gente de mar abierto, y luego estan los niños de coral, la vergüenza del océano, que son los que viven en ciudades fijas en la costa o en asentamientos como la Isla Gyojin. Resulta bastante irónico que yo haya encontrado en la tierra un hogar y me haya asentado, dados los prejuicios de mi padre —comentó con marcado desprecio—. Pero bueno, a mí no me molesta nadie... menos los veganos.
Pasando de un lado a otro la rica carne azul y sazonándola al final para que estuviese en su súmmun, el pelirrojo se detuvo un momento para repasar lo que sabía de las antiguas formas. Cuando una cultura quedaba basada en la tradición oral y esta se veía golpeada por la aparición de los humanos, uno no podía saber realmente qué había sido verdad y que había pasado a ser mentira.
—Pues mira, antes teníamos un lenguaje propio, o varios con una raíz común, pero yo solo recuerdo algunos términos que no pronuncio demasiado bien. Casi todos se dicen de manera gutural, porque el sonido al que tú estás acostumbrado no se propaga tan bien debajo del agua; además nuestra capacidad auditiva aunque no es mejor sí que puede abarcar más rango de decibelios.
Llevando el plato a la mesa y dejándoselo delante, volvió a tomar asiento, o lo que quiera que hiciera algo con tantas patas al ponerse a la mesa, y apuntaló sus codos en la mesa para apoyar su cara en las manos. Estaba feliz por encontrar alguien nuevo con la curiosidad como apetito.
—Sé muchas historias de las gentes del mar, pero casi todas son cuentos con fábula y no sé cuántos me los contaba mi hermano simplemente por burla. Además, mi maestro me enseñó el ninjutsu gyojin, que tiene sus raíces en un período histórico de guerras civiles entre mi gente. Cuando tu raza se divide en dos y además se divide según tu ascendencia -los seres marinos que más se te parecen- —concretó para el humano— las luchas de poder amoldan casi toda tu cultura. Por suerte llegásteis los humanos y nos dísteis una causa mayor por la que luchar... porque el rencor que teníamos entre nosotros era muy, pero que muy grande.
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Parecía que le había malinterpretado. Problemas de que cultura fuese una palabra polisémica. Aún así le dio unos cuantos datos muy interesantes sobre las gentes del mar y su lenguaje, aunque no comprendió a qué se refería con decibelios. Por otro lado que su equivalente al campo fuese el mar abierto parecía curiosamente apropiado, aunque al tiempo se le hacía raro. Por otro lado y salvando las distancias, significaba que los dos eran gente de campo que habían dejado sus raíces atrás para descubrir los secretos que el resto del ancho mundo ocultaba. No pudo evitar a raíz de eso cierta simpatía hacia otro migrante fuera de su tierra, aunque seguía teniendo muy presentes las grandes diferencias que les separaban. No podía olvidar por más que lo intentaban, ni quería en el fondo bajar la guardia, que el ningyo comía carne humana.
- Yo también vengo del campo. A pesar de que soy de familia noble... ¿hay nobleza entre los gyojin? como vivía en una zona aislada me relacionaba sobre todo con gente del vulgo. Supongo que en parte tengo más de campesino que de noble. Durante la mayor parte de mi vida, todos los que me rodeaban salvo mis padres lo eran.
Tras eso le dio una probada a las sardinas, descubriendo que efectivamente estaban tan buenas como la carne. Parecía que daba igual que se tratara de humano o animales corrientes, trataba con el mismo mimo y habilidad toda la comida. Y ciertamente su paladar lo agradeció. Mordió lentamente las sardinas, disfrutando del fuerte sabor del pescado condimentado en su boca. Siempre había disfrutado mucho más del pescado azul, más graso y sabroso, y en aquel caso se trataba de uno excepcional. Recordó que había dicho que había sido pastor de sardinas. ¿Vendría su maestría con aquel ingrediente de aquel tiempo?
- Está delicioso, Kimihiro. Por cierto, si no te importa seguir saciando mi curiosidad, ¿cómo es la sociedad gyojin? Su estructura. Por lo que me has dicho por ahora no parece muy diferente de algunas humanas, pero estoy seguro de que debe haber más de lo que imagino.
- Yo también vengo del campo. A pesar de que soy de familia noble... ¿hay nobleza entre los gyojin? como vivía en una zona aislada me relacionaba sobre todo con gente del vulgo. Supongo que en parte tengo más de campesino que de noble. Durante la mayor parte de mi vida, todos los que me rodeaban salvo mis padres lo eran.
Tras eso le dio una probada a las sardinas, descubriendo que efectivamente estaban tan buenas como la carne. Parecía que daba igual que se tratara de humano o animales corrientes, trataba con el mismo mimo y habilidad toda la comida. Y ciertamente su paladar lo agradeció. Mordió lentamente las sardinas, disfrutando del fuerte sabor del pescado condimentado en su boca. Siempre había disfrutado mucho más del pescado azul, más graso y sabroso, y en aquel caso se trataba de uno excepcional. Recordó que había dicho que había sido pastor de sardinas. ¿Vendría su maestría con aquel ingrediente de aquel tiempo?
- Está delicioso, Kimihiro. Por cierto, si no te importa seguir saciando mi curiosidad, ¿cómo es la sociedad gyojin? Su estructura. Por lo que me has dicho por ahora no parece muy diferente de algunas humanas, pero estoy seguro de que debe haber más de lo que imagino.
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Al parecer el soldado era uno de esos nobles apartados de toda nobleza, probablemente pertenecía a una familia de grandes terratenientes que estaban ahí simplemente para que el pueblo no se le rebelara en los lugares que realmente importaban de un reino. ¡Ah, cuánto asco se le tenía al campo pero qué necesario era!
—Realmente no hay una sociedad gyojin, al igual que no hay una sociedad humana —comentó sin que su interés se aguara—. ¿Pero por qué no me cuentas un poco de ti? Me da la sensación de que estoy monopolizando la conversación...
Aunque realmente le daba la sensación de que aportaba demasiado para lo poco que recibía a cambio. Sí, quería un amigo, pero la amistad debía ir siempre en dos direcciones. Una vez le diese algún dato de cómo era su familia o su anterior vida, o bien porqué la había abandonado para darse a la mar o cómo era su propia sociedad, Kaito continuaría con sus explicaciones.
—He viajado por muchos asentamientos de mi raza. Había algunos que eran puramente feudalistas, con sus daimiyos, princesas y nobles; otros eran algo más barbáricos pero siempre se reunían en torno a la figura de un chamán o un cacique. La comunidad gitana de nuestra especie es matrialcal, pues son ellas quienes dan hijos y quienes eligen quiénes van a dárselos; además son las que realmente se asientan temporalmente mientras los niños son pequeños, quedándose con los ancianos o con los que guardan estas grutas submarinas con recelo. También en Amphibia he visto el resurgir de la democracia, pero creo que eso es más porque al convivir con humanos la ascendencia no es tan importante. Es una gracia que tuviera que llegar alguien realmente débil para que los hijos del mar tuvieran gente de la que compadecerse...
—Realmente no hay una sociedad gyojin, al igual que no hay una sociedad humana —comentó sin que su interés se aguara—. ¿Pero por qué no me cuentas un poco de ti? Me da la sensación de que estoy monopolizando la conversación...
Aunque realmente le daba la sensación de que aportaba demasiado para lo poco que recibía a cambio. Sí, quería un amigo, pero la amistad debía ir siempre en dos direcciones. Una vez le diese algún dato de cómo era su familia o su anterior vida, o bien porqué la había abandonado para darse a la mar o cómo era su propia sociedad, Kaito continuaría con sus explicaciones.
—He viajado por muchos asentamientos de mi raza. Había algunos que eran puramente feudalistas, con sus daimiyos, princesas y nobles; otros eran algo más barbáricos pero siempre se reunían en torno a la figura de un chamán o un cacique. La comunidad gitana de nuestra especie es matrialcal, pues son ellas quienes dan hijos y quienes eligen quiénes van a dárselos; además son las que realmente se asientan temporalmente mientras los niños son pequeños, quedándose con los ancianos o con los que guardan estas grutas submarinas con recelo. También en Amphibia he visto el resurgir de la democracia, pero creo que eso es más porque al convivir con humanos la ascendencia no es tan importante. Es una gracia que tuviera que llegar alguien realmente débil para que los hijos del mar tuvieran gente de la que compadecerse...
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¿Algo sobre él? Cierto era que había hecho un montón de preguntas, pero eso era porque era el primer morador del mar que se topaba. Había oído leyendas sobre los ningyos, pero no de los gyojins, y desde luego no esperaba encontrarse con que en realidad existiesen. En cualquier caso, era hasta cierto punto justo, supuso. Mientras se contentase con que le contase cosas generales y no intimidades... Por lo de pronto aquel tipo había resultado ser bastante raro, así que ya no sabía qué esperar de él o qué quería saber.
- Como te dije, soy noble. Sin embargo no estaba interesado en una vida aburrida en un castillo, así que me alisté en el ejército. Luché por mi país y logré ser nombrado caballero por mis méritos. Sin embargo la reina fue secuestrada en un complot para tomar el poder. Esa conspiración funcionó... hasta cierto punto. La reina ha desaparecido sin heredero, pero los conspiradores no han logrado tomar el poder. Ahora mi país está dividido entre diferentes bandos que quieren repartirse el pastel - suspiró, molesto - No me quedaba nada allí. O unirme a alguno de esos bandos, y ninguno merecía el trono, o irme a mi casa y quedarme a aprender a gobernar con mi padre. Ninguna de las dos opciones me gustaba, así que simplemente me marché. Como cazador de recompensas que soy ahora puedo ganarme la vida legalmente con lo que mejor sé hacer, y de paso encerrar a gente que abusa de los que no pueden defenderse por sí mismos.
Tras eso Kaito le habló de la sociedad de las gentes del mar. No era muy distinta, en efecto, a la humana. Al final eran estructuras muy similares: jerarquías, estructuración social, países... había diferencias, claro, pero en la práctica sonaba a que no eran tan diferentes de los humanos. Salvo por lo de comerse gente, aunque no tenía claro si todos los habitantes del mar se comían humanos o era cosa de Kimihiro. Mientras hablaban empezó a escucharse un rumor de fondo, como de griterío. seguido por el sonido distintivo de una campana alertando del peligro, seguida por gritos de alarma.
- Piratas - Velkan se levantó de golpe - Me parece que va siendo hora de hacer mi trabajo. Gracias por la com... por la charla, Kimihiro.
- Como te dije, soy noble. Sin embargo no estaba interesado en una vida aburrida en un castillo, así que me alisté en el ejército. Luché por mi país y logré ser nombrado caballero por mis méritos. Sin embargo la reina fue secuestrada en un complot para tomar el poder. Esa conspiración funcionó... hasta cierto punto. La reina ha desaparecido sin heredero, pero los conspiradores no han logrado tomar el poder. Ahora mi país está dividido entre diferentes bandos que quieren repartirse el pastel - suspiró, molesto - No me quedaba nada allí. O unirme a alguno de esos bandos, y ninguno merecía el trono, o irme a mi casa y quedarme a aprender a gobernar con mi padre. Ninguna de las dos opciones me gustaba, así que simplemente me marché. Como cazador de recompensas que soy ahora puedo ganarme la vida legalmente con lo que mejor sé hacer, y de paso encerrar a gente que abusa de los que no pueden defenderse por sí mismos.
Tras eso Kaito le habló de la sociedad de las gentes del mar. No era muy distinta, en efecto, a la humana. Al final eran estructuras muy similares: jerarquías, estructuración social, países... había diferencias, claro, pero en la práctica sonaba a que no eran tan diferentes de los humanos. Salvo por lo de comerse gente, aunque no tenía claro si todos los habitantes del mar se comían humanos o era cosa de Kimihiro. Mientras hablaban empezó a escucharse un rumor de fondo, como de griterío. seguido por el sonido distintivo de una campana alertando del peligro, seguida por gritos de alarma.
- Piratas - Velkan se levantó de golpe - Me parece que va siendo hora de hacer mi trabajo. Gracias por la com... por la charla, Kimihiro.
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A Kaito le pareció bastante interesante la vida de Velkan, pero hubo algo que no terminó de comprender. No era que no entendiese que alguien con una vida de lujos la abandonara simplemente por seguir el honor, porque locos había en todos lados, si no que no comprendía del todo cómo podía haber abandonado allí a su familia. Con lo que le había dicho no parecía que tuviese malas relacciones con ellos, y sabiendo que al menos habría cierto cariño en la cuna del lancero, no podía creer que alguien fuese tan... descastado. Él al menos había tenido una excusa, si no cientos, para hacer lo que hizo, pese a que el resquemor de la melancolía le ardiese de vez en cuando en el pecho.
—Oh, parece que las campanas de alarma funcionan —dijo con contento el pulpo, poco antes de darse cuenta de que aquello significaba algo bastante peor que la eficacia del mecanismo—. Oh... mierda.
Una pequeña sonrisa afloró en el rostro del ningyo al ver la verdadera razón del agradecimiento que fue sepultada rápidamente por vergüenza y asco. Después de todo no había mayor placer en la vida que una buena comida.
—Si no te importa, te sigo. Tengo curiosidad por ver cómo usáis los pieleseca la lanza.
Aunque él no era menor guerrero ni mucho menos, Kaito prefería otros métodos al combate directo. Él era un parásito, una sanguijuela, un monstruo salido de pesadillas que no destrozaba a sus enemigos bajo el poder de garras o colmillos, sino que los ahogaba o envenenaba.
Nada más salir a cubierta pudieron ver los dispersos piratas que aterrorizaban con su fuerza bruta a los pobres diamurdianos que ya habían sufrido bastante por el mar tras la hecatombe del jinete. Gyojines. De hecho, aunque el pelirrojo no era capaz de distinguir a la marabunta de esbirros que pululaban de aquí para allá intentando buscar algo de provecho que llevarse o destrozar, la figura dominante de más de tres metros era lo suficientemente esclarecedora. Armado con su gigantesco tridente, el gyojin ballena conocido como Bjorr, líder de los HIjos de la tormenta, parecía bastante aburrido por la corta resistencia que habían dado los pocos guardias voluntarios que yacían esparcidos y destrozados a su alrededor.
—¡Saquead, hermanos! ¡Los mares son nuestros por derecho, así como todo cuanto contienen!
—Buoh... jodido subnormal—escupió Kaito como un susurro. Aunque su granja estaba bastante lejos como para ser un objetivo, no podía permitir que aquellos gañanes destrozasen el puerto en el que había invertido tanto.
—Oh, parece que las campanas de alarma funcionan —dijo con contento el pulpo, poco antes de darse cuenta de que aquello significaba algo bastante peor que la eficacia del mecanismo—. Oh... mierda.
Una pequeña sonrisa afloró en el rostro del ningyo al ver la verdadera razón del agradecimiento que fue sepultada rápidamente por vergüenza y asco. Después de todo no había mayor placer en la vida que una buena comida.
—Si no te importa, te sigo. Tengo curiosidad por ver cómo usáis los pieleseca la lanza.
Aunque él no era menor guerrero ni mucho menos, Kaito prefería otros métodos al combate directo. Él era un parásito, una sanguijuela, un monstruo salido de pesadillas que no destrozaba a sus enemigos bajo el poder de garras o colmillos, sino que los ahogaba o envenenaba.
Nada más salir a cubierta pudieron ver los dispersos piratas que aterrorizaban con su fuerza bruta a los pobres diamurdianos que ya habían sufrido bastante por el mar tras la hecatombe del jinete. Gyojines. De hecho, aunque el pelirrojo no era capaz de distinguir a la marabunta de esbirros que pululaban de aquí para allá intentando buscar algo de provecho que llevarse o destrozar, la figura dominante de más de tres metros era lo suficientemente esclarecedora. Armado con su gigantesco tridente, el gyojin ballena conocido como Bjorr, líder de los HIjos de la tormenta, parecía bastante aburrido por la corta resistencia que habían dado los pocos guardias voluntarios que yacían esparcidos y destrozados a su alrededor.
—¡Saquead, hermanos! ¡Los mares son nuestros por derecho, así como todo cuanto contienen!
—Buoh... jodido subnormal—escupió Kaito como un susurro. Aunque su granja estaba bastante lejos como para ser un objetivo, no podía permitir que aquellos gañanes destrozasen el puerto en el que había invertido tanto.
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Si había querido saber cómo eran los gyojines en comparación a los ningyos, no podía haber pedido una mejor ocasión. Más grandes, de aspecto mucho menos humano y más brutales. Eran muy diferentes entre sí, algunos parecían medio salmón, otros medio calamar y algunos parecían tener herencia de peces y animales marinos que no reconocía a simple vista. Y eran al menos treinta. Sin pensarlo dos veces, Velkan recorrió a la carrera la cubierta del barco de Kimihiro y saltó hacia el muelle. Alzó la mano izquierda y una nube negra salió de esta y se le adelantó, creando un tobogán de oscuridad hasta el enemigo más cercano, sobre el que aterrizó y se deslizó. Aprovechando la velocidad y la inercia, imprimió todo el peso de su ataque en una estocada que atravesó la cabeza del gyojin.
- ¡Ese humano ha osado matar a uno de nuestros hermanos! ¡Matadle!
Velkan arrancó violentamente el asta del cuerpo del pirata, que se desplomó sangrando a chorros. Un nutrido grupo de enemigos se dirigió hacia él, demasiados para enfrentarlos a la vez. Una vez más la oscuridad salió de su cuerpo en dos enorme humaredas que tomaron forma de brazos enormes. Estos brotaban de su espalda. Girando a Geist, cargó contra el más cercano con una sucesión de cortes con el asta y fintas, al tiempo que desviaba los los golpes de la guja que empuñaba su enemigo. Los otros gyojin se encontraron con el problema de los brazos de oscuridad, que los mantenían a distancia y si se acercaban mucho, los agarraban y los lanzaban unos contra otros. Finalmente, tras una falsa estocada y derribar a su enemigo con un barrido hacia los pies, lo remató y se dirigió hacia el siguiente.
- ¡Puedo seguir así todo el día! ¡Venid, asesinos!
- ¡Ese humano ha osado matar a uno de nuestros hermanos! ¡Matadle!
Velkan arrancó violentamente el asta del cuerpo del pirata, que se desplomó sangrando a chorros. Un nutrido grupo de enemigos se dirigió hacia él, demasiados para enfrentarlos a la vez. Una vez más la oscuridad salió de su cuerpo en dos enorme humaredas que tomaron forma de brazos enormes. Estos brotaban de su espalda. Girando a Geist, cargó contra el más cercano con una sucesión de cortes con el asta y fintas, al tiempo que desviaba los los golpes de la guja que empuñaba su enemigo. Los otros gyojin se encontraron con el problema de los brazos de oscuridad, que los mantenían a distancia y si se acercaban mucho, los agarraban y los lanzaban unos contra otros. Finalmente, tras una falsa estocada y derribar a su enemigo con un barrido hacia los pies, lo remató y se dirigió hacia el siguiente.
- ¡Puedo seguir así todo el día! ¡Venid, asesinos!
Kaito Takumi
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Akuma no mi
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Kaito observó como aquel bípedo saltaba de su barco momentos después de que sus ojos brillasen con interés y odio. Momentos después fueron los del pelirrojo los que brillaron, sólo con curiosidad, al ver las maravillas que ocultaba aquel humano al que había limitado por su forma.
—Increíble...—dijo, mientras su cuerpo se agachaba naturalmente para esconderse de los ojos enemigos.
No tenía interés alguno en enzarzarse en combate, pese a que aquela fuera su tierra y los muertos sus conciudadanos; y menos aún ahora que tenía algo que observar. Lamentó no haberse hecho unos kikos fritos para contentarse durante el espectáculo.
Pronto quedó claro que aquellos malandrines no iban a ser más que cadáveres, pues por muy hijos del mar que fuesen aquellos hombres ninguno era más que una triste alimaña en combate. Con los poderes de lo que el ningyo pronto juzgó como una fruta, ninguno de aquellos ofrecía nada que pudiese considerarse más allá de una simple matanza.
Pero pronto las cosas iban a complicarse para el héroe admirado desde la distancia y el silencio. Bjorr dio un paso, pero la pequeña quisquillla rebelde, aquel muchacho joven cuya mano derecha era un grueso e imponente brazo, iba a demostrarle lo peligroso que podría ser la correcta ascendencia bajo el entrenamiento adecuado.
—¿No le había matado? —se dijo el ningyo, recordando rápidamente que simplemente se había deshecho de su padre y le había usado en su momento de rabia para matar al instrumento de sus actos—. Debería llevar una lista...
—Increíble...—dijo, mientras su cuerpo se agachaba naturalmente para esconderse de los ojos enemigos.
No tenía interés alguno en enzarzarse en combate, pese a que aquela fuera su tierra y los muertos sus conciudadanos; y menos aún ahora que tenía algo que observar. Lamentó no haberse hecho unos kikos fritos para contentarse durante el espectáculo.
Pronto quedó claro que aquellos malandrines no iban a ser más que cadáveres, pues por muy hijos del mar que fuesen aquellos hombres ninguno era más que una triste alimaña en combate. Con los poderes de lo que el ningyo pronto juzgó como una fruta, ninguno de aquellos ofrecía nada que pudiese considerarse más allá de una simple matanza.
Pero pronto las cosas iban a complicarse para el héroe admirado desde la distancia y el silencio. Bjorr dio un paso, pero la pequeña quisquillla rebelde, aquel muchacho joven cuya mano derecha era un grueso e imponente brazo, iba a demostrarle lo peligroso que podría ser la correcta ascendencia bajo el entrenamiento adecuado.
—¿No le había matado? —se dijo el ningyo, recordando rápidamente que simplemente se había deshecho de su padre y le había usado en su momento de rabia para matar al instrumento de sus actos—. Debería llevar una lista...
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Uno tras otro, los gyojins iban cayendo frente a él. Gracias a su akuma no mi les fue forzando a enfrentarse en uno a uno, uno a dos como mucho, manteniendo al resto a ralla. Sin embargo pronto tuvo que reconocer que los hombres pez era una especie mucho más resiliente y fuerte que los humanos. Aun cuando los lanzaba con la oscuridad y volaban varios metros hasta estamparse contra obstáculos, se levantaban magullados pero enteros. Y aunque en uno para uno su habilidad y entrenamiento les permitía derrotarlos, fue cometiendo errores y recibiendo heridas. Las cosas empezaban a pintar mal cuando, aprovechando que caballero mantenía a los piratas distraídos, un grupo compuesto por pueblerinos con armas improvisadas y guardias que había sobrevivido por huir o estar lejos al comienzo del ataque se lanzaron a la batalla.
- ¡Evitad apelotonaros! ¡Formad dos líneas, y que los que tengan armas largas permanezcan en la segunda! - se apresuró a gritar Velkan.
Sus órdenes fueron seguidas con no toda la rapidez o eficiencia que le hubiera gustado, pero no podía pedirle más a una milicia improvisada. Dio varias instrucciones más y comenzó a emplear sus brazos para ayudar a "sus hombres", agarrando gyojins o quitándoles armas de las manos. Captó un movimiento súbito por el rabillo del ojo y por puros reflejos logró echarse hacia atrás, evitando que una extremidad a medio camino entre pinza y mano se cerrase donde antes estaba su cuello. Un hombre camarón pistola estaba frente a él, atacándole con furia en su... ¿rostro?
- ¡Has tenido suerte, humano! Sin esa akuma no mi no hubieses podido ni con el primero de nosotros. ¡Has elegido una pelea que no puedes ganar!
La pinza estaba dirigiéndose a su rostro de nuevo. No podía retroceder más o tropezaría con uno de los cadáveres. Sin más remedio, interpuso a Geist y dejó que la garra se cerrase en torno al mango. Entonces apuntó con la mano izquierda hacia tres piedras cercanas, ejerciendo el poder de su akuma. Las rocas, del tamaño de un perro pequeño, volaron hacia él y fueron absorbidas. El gyojin cambió de expresión a una que no pudo reconocer por sus inhumanos rasgos. ¿Sorpresa? ¿Desconfianza? ¿Miedo? Sin pararse a preguntarse qué pasaba por la cabeza de su enemigo, Velkan apuntó hacia este y repelió las piedras contra su cara.
- Que te calles... - dijo, jadeando mientras se agarraba una herida en el brazo derecho.
- ¡Evitad apelotonaros! ¡Formad dos líneas, y que los que tengan armas largas permanezcan en la segunda! - se apresuró a gritar Velkan.
Sus órdenes fueron seguidas con no toda la rapidez o eficiencia que le hubiera gustado, pero no podía pedirle más a una milicia improvisada. Dio varias instrucciones más y comenzó a emplear sus brazos para ayudar a "sus hombres", agarrando gyojins o quitándoles armas de las manos. Captó un movimiento súbito por el rabillo del ojo y por puros reflejos logró echarse hacia atrás, evitando que una extremidad a medio camino entre pinza y mano se cerrase donde antes estaba su cuello. Un hombre camarón pistola estaba frente a él, atacándole con furia en su... ¿rostro?
- ¡Has tenido suerte, humano! Sin esa akuma no mi no hubieses podido ni con el primero de nosotros. ¡Has elegido una pelea que no puedes ganar!
La pinza estaba dirigiéndose a su rostro de nuevo. No podía retroceder más o tropezaría con uno de los cadáveres. Sin más remedio, interpuso a Geist y dejó que la garra se cerrase en torno al mango. Entonces apuntó con la mano izquierda hacia tres piedras cercanas, ejerciendo el poder de su akuma. Las rocas, del tamaño de un perro pequeño, volaron hacia él y fueron absorbidas. El gyojin cambió de expresión a una que no pudo reconocer por sus inhumanos rasgos. ¿Sorpresa? ¿Desconfianza? ¿Miedo? Sin pararse a preguntarse qué pasaba por la cabeza de su enemigo, Velkan apuntó hacia este y repelió las piedras contra su cara.
- Que te calles... - dijo, jadeando mientras se agarraba una herida en el brazo derecho.
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El pelirrojo devoraba todo cuanto llegaba a sus sentidos con ansia. Como un oscuro vigía, había optado por cambiar de posición, observando con cautela cómo se desenvolvía aquel espectacular espécimen de humano -o más bien de demonio- ante una raza cláramente superior. Pronto el poder del número quedó demostrado, pero antes de que los roñosos deltas de la manada fueran aniquilados por completo, un beta quedó eliminado por el calor de su juventud y la desagradable impaciencia de juzgar mal a un enemigo.
—Pero ese no está muerto...—se dijo, pese a que la incosciencia de los pedrazos era más que clara.
Finalmente bajó a tierra aprovechando la distracción del pópulo y se colocó al lado de Bjorr, que obserbaba gustoso el combate antes de determinar si sería él quien diese el último golpe para contentar a sus hombres y demostrar una vez más que era el elegido de los dioses marinos.
—Buenas tardes, Bjorr —dijo Kaito, mascando un trozo de carne ajena—. ¿Se puede saber por qué puñetas estáis destrozando el pueblo?
Aferrando su arma y girándose de la impresión antes de reconocer al profeta, el enorme gyojin estuvo a punto de cometer un error garrafal.
—¿Kimihiro? ¡¿Qué hace aquí el profeta de las profundidades?! Te creía muerto después de lo del jinete, o en una gruta muy lejana y oscura.
—¿Acaso no es obvio? —se pronunció Kaito antes de que la atención de más personas cerrasen sus labios—. Yo sabía que íbais a llegar aquí. De hecho llevo un par de meses adueñándome del sitio.
Una mueca entre el espanto y la admiración se hizo hueco en el plano rostro del balleno. Aunque él fuese elegido de los dioses, aquel pulpo portaba su palabra y era merecedor de oscuros dones útiles lejos del combate.
—Me ha costado mucho domesticar a los humanos como para que vengas gritando y rompiendo todo. ¿No preferís una buena comida y un descanso en lugar de saquear y seguir? La tierra seca no tiene muchas cosas buenas, pero es más fácil cocinar aquí que lo es encontrar una antorcha marina.
Bjorr le encontraba muy cambiado. Con una madurez impropia para el escurridizo muchacho que había encontrado una primera vez. El pelirrojo tenía algo dentro, una oscuridad latente que, por un momento, hizo que el gigantón se encogiese. Se preguntaba: ¿Si le desafío, estaré desafiando a los propios dioses? No podía hacer aquello, ni, desde luego, permitirse averiguarlo.
—Antes de eso voy a matar a ese maldito.
El paso que fue a dar quedó interrumpido por un bichero extendido.
—Yo me encargo. Así verás cuánto he cambiado.
Momentos después el grandullón estaba gritando para que se retiraran y abrieran paso. Formando un enorme corro, los gyojines se alejaron arrastrando a sus compatriotas heridos para ver lo que estaba por acahecer. ¿Contemplarían un milagro?
Arrastrándose con sus muchos miembros, aquel conocido como Kimihiro estaba acercándose a Velkan con una tranquilidad inhumana. Sin emoción en el rostro además de una frialdad exquisita, comenzo a regurgitar de entre sus labios un líquido negro y espeso, tan brillante como oscuro. Formando una negra y larga serpiente, o quizás más bien una sanguijuela, se extrajo aquella miasma y la colocó en su mano, en forma de cuenco, y la tendió al lancero. Él sería quien debía acercarse y a quien, momentos después, le instaría a beber aquella ferrosa sustancia de su mano.
No podía hablar, pero si llegaba a acercarse, simplemente susurraría.
—Bebe, amigo.
—Pero ese no está muerto...—se dijo, pese a que la incosciencia de los pedrazos era más que clara.
Finalmente bajó a tierra aprovechando la distracción del pópulo y se colocó al lado de Bjorr, que obserbaba gustoso el combate antes de determinar si sería él quien diese el último golpe para contentar a sus hombres y demostrar una vez más que era el elegido de los dioses marinos.
—Buenas tardes, Bjorr —dijo Kaito, mascando un trozo de carne ajena—. ¿Se puede saber por qué puñetas estáis destrozando el pueblo?
Aferrando su arma y girándose de la impresión antes de reconocer al profeta, el enorme gyojin estuvo a punto de cometer un error garrafal.
—¿Kimihiro? ¡¿Qué hace aquí el profeta de las profundidades?! Te creía muerto después de lo del jinete, o en una gruta muy lejana y oscura.
—¿Acaso no es obvio? —se pronunció Kaito antes de que la atención de más personas cerrasen sus labios—. Yo sabía que íbais a llegar aquí. De hecho llevo un par de meses adueñándome del sitio.
Una mueca entre el espanto y la admiración se hizo hueco en el plano rostro del balleno. Aunque él fuese elegido de los dioses, aquel pulpo portaba su palabra y era merecedor de oscuros dones útiles lejos del combate.
—Me ha costado mucho domesticar a los humanos como para que vengas gritando y rompiendo todo. ¿No preferís una buena comida y un descanso en lugar de saquear y seguir? La tierra seca no tiene muchas cosas buenas, pero es más fácil cocinar aquí que lo es encontrar una antorcha marina.
Bjorr le encontraba muy cambiado. Con una madurez impropia para el escurridizo muchacho que había encontrado una primera vez. El pelirrojo tenía algo dentro, una oscuridad latente que, por un momento, hizo que el gigantón se encogiese. Se preguntaba: ¿Si le desafío, estaré desafiando a los propios dioses? No podía hacer aquello, ni, desde luego, permitirse averiguarlo.
—Antes de eso voy a matar a ese maldito.
El paso que fue a dar quedó interrumpido por un bichero extendido.
—Yo me encargo. Así verás cuánto he cambiado.
Momentos después el grandullón estaba gritando para que se retiraran y abrieran paso. Formando un enorme corro, los gyojines se alejaron arrastrando a sus compatriotas heridos para ver lo que estaba por acahecer. ¿Contemplarían un milagro?
Arrastrándose con sus muchos miembros, aquel conocido como Kimihiro estaba acercándose a Velkan con una tranquilidad inhumana. Sin emoción en el rostro además de una frialdad exquisita, comenzo a regurgitar de entre sus labios un líquido negro y espeso, tan brillante como oscuro. Formando una negra y larga serpiente, o quizás más bien una sanguijuela, se extrajo aquella miasma y la colocó en su mano, en forma de cuenco, y la tendió al lancero. Él sería quien debía acercarse y a quien, momentos después, le instaría a beber aquella ferrosa sustancia de su mano.
No podía hablar, pero si llegaba a acercarse, simplemente susurraría.
—Bebe, amigo.
Velkan Byrne
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Golpe arriba, bloqueo, aguijonazo, juego de pies. Era resistente, pero el cansancio y los golpes empezaban a acumularse. Aún con la ayuda de la aldea, había muchos gyojins, y eran claramente más fuertes que un humano. Lo que debía haber sido un puñetazo de refilón que de una persona normal no le hubiera dejado ni un moratón, fue un poderoso golpe que lo mandó al suelo y que probablemente dejaría un feo cardenal. Pero uno a uno, los hombres pez fueron cayendo. ¿Por qué no intervenía su líder, se preguntó? ¿Prefería simplemente ver morir a sus hombr... gente a arriesgarse? Negó con la cabeza y suspiró con furia y agotamiento antes de lanzar el golpe mortal hacia otro pirata. Geist goteaba sangre abundantemente de tantos cuerpos que había acariciado. Estrechó su puño sobre el bastón y apuntó con el asta hacia el líder pirata.
- ¡Un líder de verdad dirige a sus hombres, no los manda al matadero mientras contempla sus muertes!
Velkan podía entender de estrategia, sí, y saber que en los combates eran necesarios los sacrificios. Pero antes que eso era un caballero. Había jurado defender a sus subordinados y a los que no pueden protegerse por sí mismos. E incluso antes que caballero había sido oficial en una guerra. Había liderado, dirigido una compañía y tenido que tomar decisiones duras, pero siempre había combatido al lado de sus hombres y tomado los riesgos con ellos. Lo que estaba haciendo en cambio aquel tipo... era simplemente repulsivo. ¿Cómo no iban a odiar otros humanos a los gyojins viendo cómo se comportaban individuos como él? Si no fuese por Kimihiro, pensaría que todos eran una raza malévola y que debía ser purgada. Y aún no pensándolo por lo que había oído y hablado con el ningyo, le era difícil no odiarles tras lo que había visto. Esa violencia gratuita... ¡ni siquiera habían exigido que entregasen sus propiades! Simplemente habían entrado a sangre y fuego.
- ¿Qué? - preguntó confuso al escuchar a Kimihiro - ¿Cómo que que beba?
El sireno le estaba tendiendo, con sus manos como cuenco, un líquido totalmente negro. Parecía, ¿tinta? Sí, eso parecía. ¿Por qué quería que bebiese tinta de pulpo? Ligeras manchas negras en sus labios se lo confirmaron, era su tinta. La de los pulpos normales era comestible, en Hallstat se usaba para cocinar. ¿Lo era la del ningyo? Su impulso natural fue retroceder con desconfianza, pero al momento siguiente se reprendió por hacerlo. Había dicho que intentaría ser amigo del ningyo y que estaba dispuesto a confiar en él. "Por otro lado, come carne de humanos." No, no podía pensar eso. Si se negaba a creer en la palabra de alguien que le había ofrecido su amistad y su comida, no estaría honrando el comportamiento de la otra persona. Así pues, como acto de fe, se acercó y bebió de la tinta. Tal vez con su buen gusto notase si había algo raro... o tal vez no. Pero de cualquier modo, confiaría en él.
- ¡Un líder de verdad dirige a sus hombres, no los manda al matadero mientras contempla sus muertes!
Velkan podía entender de estrategia, sí, y saber que en los combates eran necesarios los sacrificios. Pero antes que eso era un caballero. Había jurado defender a sus subordinados y a los que no pueden protegerse por sí mismos. E incluso antes que caballero había sido oficial en una guerra. Había liderado, dirigido una compañía y tenido que tomar decisiones duras, pero siempre había combatido al lado de sus hombres y tomado los riesgos con ellos. Lo que estaba haciendo en cambio aquel tipo... era simplemente repulsivo. ¿Cómo no iban a odiar otros humanos a los gyojins viendo cómo se comportaban individuos como él? Si no fuese por Kimihiro, pensaría que todos eran una raza malévola y que debía ser purgada. Y aún no pensándolo por lo que había oído y hablado con el ningyo, le era difícil no odiarles tras lo que había visto. Esa violencia gratuita... ¡ni siquiera habían exigido que entregasen sus propiades! Simplemente habían entrado a sangre y fuego.
- ¿Qué? - preguntó confuso al escuchar a Kimihiro - ¿Cómo que que beba?
El sireno le estaba tendiendo, con sus manos como cuenco, un líquido totalmente negro. Parecía, ¿tinta? Sí, eso parecía. ¿Por qué quería que bebiese tinta de pulpo? Ligeras manchas negras en sus labios se lo confirmaron, era su tinta. La de los pulpos normales era comestible, en Hallstat se usaba para cocinar. ¿Lo era la del ningyo? Su impulso natural fue retroceder con desconfianza, pero al momento siguiente se reprendió por hacerlo. Había dicho que intentaría ser amigo del ningyo y que estaba dispuesto a confiar en él. "Por otro lado, come carne de humanos." No, no podía pensar eso. Si se negaba a creer en la palabra de alguien que le había ofrecido su amistad y su comida, no estaría honrando el comportamiento de la otra persona. Así pues, como acto de fe, se acercó y bebió de la tinta. Tal vez con su buen gusto notase si había algo raro... o tal vez no. Pero de cualquier modo, confiaría en él.
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El pelirrojo asintió. Observando cómo el humano hacía los esfuerzos por beber aquel extraño y vil mejunje, el profeta del abismo simplemente sonrió. Hasa que cada gota no atravesó su carganta, no quedó complacido, y allí, con las manos negras de tinta intentó posar su pulgar sobre su frente para dejar así su marca en él.
Entonces el humano sería suyo. Y quizás, y solo quizás, pudiera protegerle de la furia del elegido de los dioses, que no tomaba las ofensas sobre su liderazgo y honor muy a la ligera.
—Ahora te estarás tranquilo —susurró, casi sonando a amenaza, intentando cogerle con uno de sus reos la mano armada—, ¿verdad? Nada de seguir combatiendo.
Debió esperar una respuesta, o un silencio afirmativo, para ejecutar su siguiente parte. Una vez con él, tirando de su pequeño premio, Kaito volvería con Bjorr para explicarle con su particular tartamudeo y agobio ante los oídos atentos de sus hombres.
—A-a-a-ale, hu-hu-mano encantado. Ha-rá lo que-que le mande, siemp-pppre que no vaya contra. Bueno, lo normal. La magia tien-tiene sus li-mimites. ¿Os apppetece comer?
Entonces el humano sería suyo. Y quizás, y solo quizás, pudiera protegerle de la furia del elegido de los dioses, que no tomaba las ofensas sobre su liderazgo y honor muy a la ligera.
—Ahora te estarás tranquilo —susurró, casi sonando a amenaza, intentando cogerle con uno de sus reos la mano armada—, ¿verdad? Nada de seguir combatiendo.
Debió esperar una respuesta, o un silencio afirmativo, para ejecutar su siguiente parte. Una vez con él, tirando de su pequeño premio, Kaito volvería con Bjorr para explicarle con su particular tartamudeo y agobio ante los oídos atentos de sus hombres.
—A-a-a-ale, hu-hu-mano encantado. Ha-rá lo que-que le mande, siemp-pppre que no vaya contra. Bueno, lo normal. La magia tien-tiene sus li-mimites. ¿Os apppetece comer?
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—¡Por supuesto! ¡¿Verdad, que nos merecemos un banquete muchachos?!
Todos aclamaron y aquel griterío hizo empequeceñer a Kaito otras dos tallas. Que tirria le tenía a las multitudes, más a un a las multitudes ruidosas de gentes del mar a las que debía invitar a comer. Pero estaba más que dispuesto a hacer aquel sacrificio por un bien mayor, un bien a su pueblo, un bien a todos los planes que esperaba trazar en un futuro.
Bjorr continuó el camino contándole al brujo todo lo que había hecho en nombre del mar y los dioses. La gente que había matado, los barcos que había hundido y a las bestias que se había enfrentado en el West.¡Ah, qué prospera era la vida para los bárbaros cuando las gentes sufrían! Todo aquello había sido un empacho para su orgullo que, hinchado y glotón, estaba contento con la pequeña pecera del West. Desde luego, él y Kaito eran muy diferentes. El camino a la granja era largo, pero nada que no pudieran soportar la gente del mar.
—Di-dile a tus chi-chicos que se aco-comoden. Pero no me to-toquéis los cul-cultivos ni ni los ani-nimales.
—¿Eh? Si te lo has montado estupendamente... Es una lástima que todo esto esté en tierra —comentó Bjor, derribando de una patada uno de los muros que servían de límite a los cultivos—. ¿Qué más da todo esto, si vas a volver con nosotros al mar?
Los ojos de Kaito se posaron sobre las tomateras destrozadas tras aquella falta de respeto. Si aquellos seres que morían hubieran podido gritar, no se hubiera detenido.
—...si quiero saber cómo podemos derrotar a los humanos tengo que aprender cómo funcionan sus recursos. Tú destruyes, pero nada les impide una y otra vez recuperar lo que han perdido. Si quiero maldecir sus tierras, sus frutos y sus bestias... bueno, tengo que practicar.
—Ohm...—comentó, pensativo—. El camino del guerrero y el del chamán son muy distintos.
—'sastamente. Y hasta que el mar pueda volver a subir, del todo, tenemos que hacer algo.
—¿Por qué los dioses no han acabado con todos? Deberían haberlo hecho.
—Les pregunté, y era algo como que aún no había alguien digno—comentó el pelirrojo, clavándole la mirada y la culpa—. Asi que algo habréis hecho.
—¡Eh, no soy yo quien se relacciona con los pielseca! —bramó, lleno de furia.
Kaito observó a aquella mole y se encogió de hombros. Debía cocinar para un regimiento. Una última cena.
****
La noche de gritos, alcohol y juerga continuó hasta altas horas de la madrugada. Mas cuando el sol tocó el cielo ya no había más gritos. Los cuerpos de los hombres peces se amontonaban en el granero donde habían dado la jarana, uno sobre otro, desperdigados allá donde habían caído al echarse a dormir, y en el centro, presidiendo la larga mesa con la espalda apoyada en el grueso muro estaba Bjorr.
Con un largo bostezo el coloso salió de su ensimismamiento empujado por su vehiga. Se estiró, y apoyándose en los barriles que había vaciado la noche anterior se intentó poner en pie. Erguido sobre sus dos piernas, el guerrero supo al instante que algo estaba mal. Le dolía la cabeza, aunque aquello no era de extrañar teniendo en cuenta el alcohol que había tragado.
—Makok, levanta—dijo alargando su mano hasta su arma. Recibió silencio—. Que te levantes—le exigió, dandole un pequeño puntapié.
El cuerpo del gyojin se sacudió como un trapo. Estaba muerto. De hecho, casi todos lo estaban. La vida se les escapaba del cuerpo, y su débil estado les impedía moverse y hablar.
—¿Qué? ¡Maldito brujo! —bramó el autoproclamado señor de la tormenta, esgrimiendo su enorme pilar tridente como un bastón.
Aunque se sintiera débil, sabía que él era más fuerte que toda maldición que pudiera echarle aquel bastardo encima. Cómo alguien como él había conseguido la bendición de los dioses -del más oscuro dios- era algo que le desconcertaba. Pero no iba a convertirse en un sacrificio.
—¿Dónde estás? —gritó, aplastando a más de un pobre desgraciado en su camino a la puerta—. ¡Sal de tu escondrijo, cobarde!
Kaito esperaba fuera, con una infinita paciencia. No había sido difícil engañarles, y con sigilo y sutileza había conseguido librarse de las astutas miradas que creían que no iba a comer lo que les había ofrecido.
Finalmente el gigantesco gyojin ballena salió dando un portazo; sus ojos inyectados en sangre buscaban al monstruo responsable de todo aquello. Mas nunca lo encontraron. No antes de apagarse al encontrar el filo acuático de la umigatana un camino directo a su cerebro a través del espiráculo. Subido a aquella estatua de carne que inexplicablemente se había negado a caer, Kaito permaneció muy muy quieto. Había sido fácil, demasiado fácil, y como buen hombre de mundo sabía que las cosas no solían serlo.
—Bueno...—dijo, asegurandose con un cuchillo un par de accesos más a la blanda materia a través de los ojos—. Tampoco le voy a buscara tres pies al gato...
Saltando de aquel cadáver momentos antes de que se desplomase, se puso manos a la obra con el resto de ingratos. Claro, quizás podría haber aprovechado a alguno que otro, especialmente a aquellos que suplicaban con el brillo de sus ojos que se compadeciera de sus vidas... pero eran criminales. Y sabía que si los dejaba vivos las cosas no iban a ser nada fáciles.
—¿Qué encontraré entre todo este compost?
Todos aclamaron y aquel griterío hizo empequeceñer a Kaito otras dos tallas. Que tirria le tenía a las multitudes, más a un a las multitudes ruidosas de gentes del mar a las que debía invitar a comer. Pero estaba más que dispuesto a hacer aquel sacrificio por un bien mayor, un bien a su pueblo, un bien a todos los planes que esperaba trazar en un futuro.
Bjorr continuó el camino contándole al brujo todo lo que había hecho en nombre del mar y los dioses. La gente que había matado, los barcos que había hundido y a las bestias que se había enfrentado en el West.¡Ah, qué prospera era la vida para los bárbaros cuando las gentes sufrían! Todo aquello había sido un empacho para su orgullo que, hinchado y glotón, estaba contento con la pequeña pecera del West. Desde luego, él y Kaito eran muy diferentes. El camino a la granja era largo, pero nada que no pudieran soportar la gente del mar.
—Di-dile a tus chi-chicos que se aco-comoden. Pero no me to-toquéis los cul-cultivos ni ni los ani-nimales.
—¿Eh? Si te lo has montado estupendamente... Es una lástima que todo esto esté en tierra —comentó Bjor, derribando de una patada uno de los muros que servían de límite a los cultivos—. ¿Qué más da todo esto, si vas a volver con nosotros al mar?
Los ojos de Kaito se posaron sobre las tomateras destrozadas tras aquella falta de respeto. Si aquellos seres que morían hubieran podido gritar, no se hubiera detenido.
—...si quiero saber cómo podemos derrotar a los humanos tengo que aprender cómo funcionan sus recursos. Tú destruyes, pero nada les impide una y otra vez recuperar lo que han perdido. Si quiero maldecir sus tierras, sus frutos y sus bestias... bueno, tengo que practicar.
—Ohm...—comentó, pensativo—. El camino del guerrero y el del chamán son muy distintos.
—'sastamente. Y hasta que el mar pueda volver a subir, del todo, tenemos que hacer algo.
—¿Por qué los dioses no han acabado con todos? Deberían haberlo hecho.
—Les pregunté, y era algo como que aún no había alguien digno—comentó el pelirrojo, clavándole la mirada y la culpa—. Asi que algo habréis hecho.
—¡Eh, no soy yo quien se relacciona con los pielseca! —bramó, lleno de furia.
Kaito observó a aquella mole y se encogió de hombros. Debía cocinar para un regimiento. Una última cena.
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La noche de gritos, alcohol y juerga continuó hasta altas horas de la madrugada. Mas cuando el sol tocó el cielo ya no había más gritos. Los cuerpos de los hombres peces se amontonaban en el granero donde habían dado la jarana, uno sobre otro, desperdigados allá donde habían caído al echarse a dormir, y en el centro, presidiendo la larga mesa con la espalda apoyada en el grueso muro estaba Bjorr.
Con un largo bostezo el coloso salió de su ensimismamiento empujado por su vehiga. Se estiró, y apoyándose en los barriles que había vaciado la noche anterior se intentó poner en pie. Erguido sobre sus dos piernas, el guerrero supo al instante que algo estaba mal. Le dolía la cabeza, aunque aquello no era de extrañar teniendo en cuenta el alcohol que había tragado.
—Makok, levanta—dijo alargando su mano hasta su arma. Recibió silencio—. Que te levantes—le exigió, dandole un pequeño puntapié.
El cuerpo del gyojin se sacudió como un trapo. Estaba muerto. De hecho, casi todos lo estaban. La vida se les escapaba del cuerpo, y su débil estado les impedía moverse y hablar.
—¿Qué? ¡Maldito brujo! —bramó el autoproclamado señor de la tormenta, esgrimiendo su enorme pilar tridente como un bastón.
Aunque se sintiera débil, sabía que él era más fuerte que toda maldición que pudiera echarle aquel bastardo encima. Cómo alguien como él había conseguido la bendición de los dioses -del más oscuro dios- era algo que le desconcertaba. Pero no iba a convertirse en un sacrificio.
—¿Dónde estás? —gritó, aplastando a más de un pobre desgraciado en su camino a la puerta—. ¡Sal de tu escondrijo, cobarde!
Kaito esperaba fuera, con una infinita paciencia. No había sido difícil engañarles, y con sigilo y sutileza había conseguido librarse de las astutas miradas que creían que no iba a comer lo que les había ofrecido.
Finalmente el gigantesco gyojin ballena salió dando un portazo; sus ojos inyectados en sangre buscaban al monstruo responsable de todo aquello. Mas nunca lo encontraron. No antes de apagarse al encontrar el filo acuático de la umigatana un camino directo a su cerebro a través del espiráculo. Subido a aquella estatua de carne que inexplicablemente se había negado a caer, Kaito permaneció muy muy quieto. Había sido fácil, demasiado fácil, y como buen hombre de mundo sabía que las cosas no solían serlo.
—Bueno...—dijo, asegurandose con un cuchillo un par de accesos más a la blanda materia a través de los ojos—. Tampoco le voy a buscara tres pies al gato...
Saltando de aquel cadáver momentos antes de que se desplomase, se puso manos a la obra con el resto de ingratos. Claro, quizás podría haber aprovechado a alguno que otro, especialmente a aquellos que suplicaban con el brillo de sus ojos que se compadeciera de sus vidas... pero eran criminales. Y sabía que si los dejaba vivos las cosas no iban a ser nada fáciles.
—¿Qué encontraré entre todo este compost?
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Akuma no mi
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