Miko
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Los pasos apresurados de la peliblanca resonaron por la casa, en total silencio, cuando esta bajó apresuradamente las escaleras para dirigirse directamente al recibidor. El tiempo había pasado volando aquella mañana a pesar de que ella se hubiera levantado temprano para recoger y escribir su carta, la cual llevaba guardada dentro de su bolso en su recipiente de vidrio, resguardada para lo que quedaba de mañana, pues el trabajo en el bar de su abuela y el resto de su horario atrasarían la hora de mandarla al mar.
—¿Cómo puede ser que vaya tarde con lo pronto que me he levantado? —Se reprochó a sí misma mientras daba pequeños saltitos de nerviosismo intentando calzarse sus deportivas para poder salir a la calle. La parte buena era que Rumi podía abrir sin ella, ya que le había cedido una llave de repuesto en caso de emergencias. Además, ella era la persona más rápida de la isla. —Bueno, si corro un poco debería llegar a tiempo. — Se dijo para animarse a sí misma y, tras cerrar la puerta a su espalda con una vuelta de llave se echó a correr. Por el rabillo del ojo pudo ver a su tía asomarse por la ventana y saludarla con la mano, ante lo que ella contestó alzando el brazo y sacudiéndolo mientras se alejaba.
Le tomó apenas unos cinco minutos pararse en frente de su establecimiento, cruzándose con Rumi justo cuando esta hacía por abrir la puerta. —Phew, por los pelos. —
—Buenos días a ti también, Miko. — Comentó la chica de pelo corto con un tono que quería denotar molestia.
—Buenos días Rumi, siento la tardanza.
—No importa, ¿te quedaste dormida?
—Que va… Solo me entretuve haciendo cosas en casa y se me pasó un poco la hora. Pero he llegado bien, ¿no?
—Bueno, por los pelos… —Al final se echó a reír. —Venga, que se nos van a tirar los clientes encima como no les tengamos preparados el desayuno a tiempo.
—Sí, sí. ¡Ya voy! — La albina sonrió ampliamente y se adelantó a entrar al establecimiento, dirigiéndose directa a la cocina para dejar listos los platos que servirían.
La mañana transcurrió tranquila, como era costumbre en el pueblo costero. Sin novedades por parte de los forasteros de la ciudad portuaria. Sin noticias. Lo que significaba que ese día tampoco había nada sobre su amigo. O eso pensaba nuestra pequeña heroína que tras su turno de trabajo se había encaminado hacia la playa. Era ese momento del mes.
Durante los últimos siete años Miko había cogido la costumbre de acercarse a la playa una vez al mes con un mensaje en una botella, idea que sacó de una de las historias de su padre sobre deseos y esas cosas que solo se creían los niños. Aunque ella no tenía ningún deseo. Su mensaje solo eran cartas contando a Ayden como se habían sucedido las cosas por la isla. Y ella sabía que seguramente sus cartas no llegasen a su objetivo, pero peor era no hacer nada para intentar contactarle. Cuando se marchó no le dejó ninguna forma de ponerse en contacto con él, al fin y al cabo.
—Ese idiota podría al menos haber intentado llamar en todo este tiempo. — Bufó en voz alta mientras sus huellas se iban marcando en la arena mojada de la playa, siendo su rastro borrado a ratos por la espuma de las olas que acariciaban la orilla con sus idas y venidas, desapareciendo el camino que había ido trazando hasta una zona de césped resguardada del sol por un par de árboles. Miko dejó caer sus zapatos a un lado y se sentó apoyando la espalda en el tronco, quedándose ahí un rato mirando hacia el mar.
Miko Sacó la botella y se quedó un rato mirando como la luz traspasaba el cristal. —Espero que tú si llegues a buen puerto. — Dijo en voz baja mientras dibujaba una pequeña sonrisa, antes de incorporarse para poder lanzar la botella que, para su sorpresa no cayó al agua, sino que en el último instante fue detenida por algo de color rojizo, que evitó que cayera, sino que la trajo de vuelta hacia la orilla, a varios metros de ella. Miko se sobresaltó al ver la escena y se giró rápidamente, encontrándose con la silueta de otra persona que tomó la botella que acababa de arrojar.
—¿Cómo puede ser que vaya tarde con lo pronto que me he levantado? —Se reprochó a sí misma mientras daba pequeños saltitos de nerviosismo intentando calzarse sus deportivas para poder salir a la calle. La parte buena era que Rumi podía abrir sin ella, ya que le había cedido una llave de repuesto en caso de emergencias. Además, ella era la persona más rápida de la isla. —Bueno, si corro un poco debería llegar a tiempo. — Se dijo para animarse a sí misma y, tras cerrar la puerta a su espalda con una vuelta de llave se echó a correr. Por el rabillo del ojo pudo ver a su tía asomarse por la ventana y saludarla con la mano, ante lo que ella contestó alzando el brazo y sacudiéndolo mientras se alejaba.
Le tomó apenas unos cinco minutos pararse en frente de su establecimiento, cruzándose con Rumi justo cuando esta hacía por abrir la puerta. —Phew, por los pelos. —
—Buenos días a ti también, Miko. — Comentó la chica de pelo corto con un tono que quería denotar molestia.
—Buenos días Rumi, siento la tardanza.
—No importa, ¿te quedaste dormida?
—Que va… Solo me entretuve haciendo cosas en casa y se me pasó un poco la hora. Pero he llegado bien, ¿no?
—Bueno, por los pelos… —Al final se echó a reír. —Venga, que se nos van a tirar los clientes encima como no les tengamos preparados el desayuno a tiempo.
—Sí, sí. ¡Ya voy! — La albina sonrió ampliamente y se adelantó a entrar al establecimiento, dirigiéndose directa a la cocina para dejar listos los platos que servirían.
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La mañana transcurrió tranquila, como era costumbre en el pueblo costero. Sin novedades por parte de los forasteros de la ciudad portuaria. Sin noticias. Lo que significaba que ese día tampoco había nada sobre su amigo. O eso pensaba nuestra pequeña heroína que tras su turno de trabajo se había encaminado hacia la playa. Era ese momento del mes.
Durante los últimos siete años Miko había cogido la costumbre de acercarse a la playa una vez al mes con un mensaje en una botella, idea que sacó de una de las historias de su padre sobre deseos y esas cosas que solo se creían los niños. Aunque ella no tenía ningún deseo. Su mensaje solo eran cartas contando a Ayden como se habían sucedido las cosas por la isla. Y ella sabía que seguramente sus cartas no llegasen a su objetivo, pero peor era no hacer nada para intentar contactarle. Cuando se marchó no le dejó ninguna forma de ponerse en contacto con él, al fin y al cabo.
—Ese idiota podría al menos haber intentado llamar en todo este tiempo. — Bufó en voz alta mientras sus huellas se iban marcando en la arena mojada de la playa, siendo su rastro borrado a ratos por la espuma de las olas que acariciaban la orilla con sus idas y venidas, desapareciendo el camino que había ido trazando hasta una zona de césped resguardada del sol por un par de árboles. Miko dejó caer sus zapatos a un lado y se sentó apoyando la espalda en el tronco, quedándose ahí un rato mirando hacia el mar.
Miko Sacó la botella y se quedó un rato mirando como la luz traspasaba el cristal. —Espero que tú si llegues a buen puerto. — Dijo en voz baja mientras dibujaba una pequeña sonrisa, antes de incorporarse para poder lanzar la botella que, para su sorpresa no cayó al agua, sino que en el último instante fue detenida por algo de color rojizo, que evitó que cayera, sino que la trajo de vuelta hacia la orilla, a varios metros de ella. Miko se sobresaltó al ver la escena y se giró rápidamente, encontrándose con la silueta de otra persona que tomó la botella que acababa de arrojar.
Sus pulmones se llenaron del aire de Samia en el momento en que salió a cubierta, dejándolo salir segundos después en un pesado suspiro. Las gaviotas graznaban animadas varios metros por encima de su cabeza, recorriendo los muelles desde arriba mientras buscaban algo que llevarse a la boca; probablemente los cargamentos de comida resultaban tentadores para ellas. Los ojos ambarinos de Ayden otearon la zona mientras escarbaba en su memoria. Lo que años atrás no eran sino unos pocos tablones mal puestos donde poder atracar resultaban ahora en todo un centro de comercio. Había gente aquí y allá, algo nuevo con lo que no esperaba encontrarse: parecía que les había ido bastante bien en su ausencia.
Uno de los marineros que le habían acompañado hasta allí se acercó en el momento en que bajó del barco, dando sus primeros pasos sobre la madera de los muelles. El rubio no pareció prestarle atención, ensimismado con la imagen que se presentaba frente a él.
—¿Señor Keenwind? —le apremió el muchacho, quien no tendría más de dieciséis años.
Ayden salió de sus pensamientos, clavando su mirada en los ojos del chico. Su ropa y condición le recordaban a él mismo años atrás, cuando aún navegaba a bordo de la Rosa Sureña. Sonrió.
—Sí, disculpa. Me había distraído.
—No hay problema, señor. Samia es una isla realmente hermosa... y tienen un buen puerto.
—Ya lo creo —coincidió, echando un rápido vistazo antes de devolverle la mirada.
—El capitán quiere saber si desea que le avisemos cuando vayamos a zarpar. Aún nos quedan unas cuantas paradas, pero no tardaremos en regresar al Grand Line.
El cazador hizo una mueca, mesándose la perilla. Finalmente negó con la cabeza.
—No me he puesto una fecha límite y es probable que pase bastante tiempo aquí antes de volver a irme. Dile al capitán que no espere por mí y que le deseo buena suerte en sus viajes. —Llevó la mano hasta su brazo, dándole una suave palmada como gesto de despedida— Cuídate chaval.
Y sin esperar su respuesta afianzó su bolsa en su hombro y comenzó a caminar hacia el interior del puerto.
Ayden se dejó caer en un pequeño rincón ligeramente oculto frente a la costa. Se había pasado toda la mañana dando vueltas por la zona portuaria, curioseando todo cuanto había nuevo. Los negocios habían prosperado e incluso alguna que otra compañía había erigido pequeñas sedes en la isla. El comercio era la actividad principal de la isla por lo que había podido observar. No le fue complicado encontrar sitios donde poder comer y descansar un poco del viaje. Para lo que se le venía encima bien lo iba a necesitar. ¿Cómo reaccionarían sus viejos conocidos al verle? ¿Y Miko? No quería imaginarse la bronca que le echaría su padre, aunque podía prever la reacción de su madre. «Si no me matan al menos me llevaré un buen abrazo». No pudo evitar sonreír ante aquel pensamiento, pero tampoco era capaz de ocultar cierto nerviosismo. Llevaba varios días sin dormir bien. Más concretamente, apenas había pegado ojo desde que emprendió su viaje de regreso a Samia. Estaba impaciente por el reencuentro y, a la vez, aterrado. Se había marchado sin dar el menor de los avisos, después de todo, y durante aquellos años ni siquiera había contactado con su familia. Con el paso del tiempo y la madurez... ¿tenía de eso? Se había dado cuenta de lo irresponsable, egoísta y mal planificada que había sido su «pequeña» escapada.
Frunció el ceño, suspirando con algo de exasperación hacia sí mismo. Tenía que apechugar con las consecuencias de sus actos y tratar de enmendar su error. Pese a ello, había algo que tenía claro: no se arrepentía de haberse marchado y no volvía para quedarse.
—Parece que ya viene —susurró, observando desde su pequeño escondite la figura de alguien acercándose.
Tras indagar un poco por los muelles había podido hablar con algunos de los tenderos. El nombre de Miko no era desconocido en la isla. Tampoco le sorprendió en realidad: por mucho que las cosas hubiesen cambiado, los que eran de allí de toda la vida se conocían entre ellos. Lo complicado había sido ocultar su propia identidad, aunque... ¿No se había acostumbrado a ello durante los últimos años? Quizá fuera diferente cuando conocías a la gente a la que tenías que engañar. Fuera como fuese, parecía que su vieja amiga no paraba quieta a lo largo del día, pero al parecer conservaba cierta rutina especial. Era la oportunidad perfecta para presentarse. Había dudado entre hacerlo primero con sus padres o no, pero quizá aquel fuera el pago más justo: la primera en enterarse de su regreso sería la primera en saber que se marchaba ocho años atrás.
Se puso en pie, ligeramente encorvado para no delatar su posición. La chica se encontraba sentada a la sombra de un árbol, sobre la hierba; entre sus manos estaba una de las famosas botellas que le habían comentado. De sus manos nacieron veinte plumas de un rojo tan vivo como el fuego, las cuales comenzaron a moverse sumisamente alrededor del rubio sin caerse. En el momento en que Miko se puso en pie las plumas salieron disparadas hacia el agua, lo suficientemente pronto como para alcanzar el recipiente antes de que este cayese al agua. Las plumas se unieron entre sí bajo la botella, haciendo una pequeña red con la suficiente fuerza como para sostenerla en el aire y comenzar a llevarla hasta su dueño y destinatario.
Ayden deshizo las plumas y el cristal cayó dócilmente sobre su mano. Había salido de su escondite.
—Curioso. ¿Es para mí? —cuestionó en voz alta, lo suficiente como para que pudiera escucharle— No sé si leerla o dejar que me cuentes lo que pone. ¿Tú qué prefieres, Miko?
Y le dedicó su más sincera sonrisa, dejando atrás los nervios.
Uno de los marineros que le habían acompañado hasta allí se acercó en el momento en que bajó del barco, dando sus primeros pasos sobre la madera de los muelles. El rubio no pareció prestarle atención, ensimismado con la imagen que se presentaba frente a él.
—¿Señor Keenwind? —le apremió el muchacho, quien no tendría más de dieciséis años.
Ayden salió de sus pensamientos, clavando su mirada en los ojos del chico. Su ropa y condición le recordaban a él mismo años atrás, cuando aún navegaba a bordo de la Rosa Sureña. Sonrió.
—Sí, disculpa. Me había distraído.
—No hay problema, señor. Samia es una isla realmente hermosa... y tienen un buen puerto.
—Ya lo creo —coincidió, echando un rápido vistazo antes de devolverle la mirada.
—El capitán quiere saber si desea que le avisemos cuando vayamos a zarpar. Aún nos quedan unas cuantas paradas, pero no tardaremos en regresar al Grand Line.
El cazador hizo una mueca, mesándose la perilla. Finalmente negó con la cabeza.
—No me he puesto una fecha límite y es probable que pase bastante tiempo aquí antes de volver a irme. Dile al capitán que no espere por mí y que le deseo buena suerte en sus viajes. —Llevó la mano hasta su brazo, dándole una suave palmada como gesto de despedida— Cuídate chaval.
Y sin esperar su respuesta afianzó su bolsa en su hombro y comenzó a caminar hacia el interior del puerto.
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Ayden se dejó caer en un pequeño rincón ligeramente oculto frente a la costa. Se había pasado toda la mañana dando vueltas por la zona portuaria, curioseando todo cuanto había nuevo. Los negocios habían prosperado e incluso alguna que otra compañía había erigido pequeñas sedes en la isla. El comercio era la actividad principal de la isla por lo que había podido observar. No le fue complicado encontrar sitios donde poder comer y descansar un poco del viaje. Para lo que se le venía encima bien lo iba a necesitar. ¿Cómo reaccionarían sus viejos conocidos al verle? ¿Y Miko? No quería imaginarse la bronca que le echaría su padre, aunque podía prever la reacción de su madre. «Si no me matan al menos me llevaré un buen abrazo». No pudo evitar sonreír ante aquel pensamiento, pero tampoco era capaz de ocultar cierto nerviosismo. Llevaba varios días sin dormir bien. Más concretamente, apenas había pegado ojo desde que emprendió su viaje de regreso a Samia. Estaba impaciente por el reencuentro y, a la vez, aterrado. Se había marchado sin dar el menor de los avisos, después de todo, y durante aquellos años ni siquiera había contactado con su familia. Con el paso del tiempo y la madurez... ¿tenía de eso? Se había dado cuenta de lo irresponsable, egoísta y mal planificada que había sido su «pequeña» escapada.
Frunció el ceño, suspirando con algo de exasperación hacia sí mismo. Tenía que apechugar con las consecuencias de sus actos y tratar de enmendar su error. Pese a ello, había algo que tenía claro: no se arrepentía de haberse marchado y no volvía para quedarse.
—Parece que ya viene —susurró, observando desde su pequeño escondite la figura de alguien acercándose.
Tras indagar un poco por los muelles había podido hablar con algunos de los tenderos. El nombre de Miko no era desconocido en la isla. Tampoco le sorprendió en realidad: por mucho que las cosas hubiesen cambiado, los que eran de allí de toda la vida se conocían entre ellos. Lo complicado había sido ocultar su propia identidad, aunque... ¿No se había acostumbrado a ello durante los últimos años? Quizá fuera diferente cuando conocías a la gente a la que tenías que engañar. Fuera como fuese, parecía que su vieja amiga no paraba quieta a lo largo del día, pero al parecer conservaba cierta rutina especial. Era la oportunidad perfecta para presentarse. Había dudado entre hacerlo primero con sus padres o no, pero quizá aquel fuera el pago más justo: la primera en enterarse de su regreso sería la primera en saber que se marchaba ocho años atrás.
Se puso en pie, ligeramente encorvado para no delatar su posición. La chica se encontraba sentada a la sombra de un árbol, sobre la hierba; entre sus manos estaba una de las famosas botellas que le habían comentado. De sus manos nacieron veinte plumas de un rojo tan vivo como el fuego, las cuales comenzaron a moverse sumisamente alrededor del rubio sin caerse. En el momento en que Miko se puso en pie las plumas salieron disparadas hacia el agua, lo suficientemente pronto como para alcanzar el recipiente antes de que este cayese al agua. Las plumas se unieron entre sí bajo la botella, haciendo una pequeña red con la suficiente fuerza como para sostenerla en el aire y comenzar a llevarla hasta su dueño y destinatario.
Ayden deshizo las plumas y el cristal cayó dócilmente sobre su mano. Había salido de su escondite.
—Curioso. ¿Es para mí? —cuestionó en voz alta, lo suficiente como para que pudiera escucharle— No sé si leerla o dejar que me cuentes lo que pone. ¿Tú qué prefieres, Miko?
Y le dedicó su más sincera sonrisa, dejando atrás los nervios.
Miko
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La botella siendo robada por unas plumas extrañas y la figura sospechosa que parecía controlar dichas plumas hicieron que la chica se sobresaltara, tomando una de las posiciones defensivas que su “maestro” de combate, el ex Teniente que la hubo salvado, le enseñó para defenderse de desconocidos. Sus orejas también, ahora acostumbrada a usar sus poderes habían reaccionado ante el sobresalto, alzándose con un tono blanco como la nieve que iba a juego con su pelo, recogido. Miko se mantuvo unos segundos en esa postura, el tiempo que tardó en discernir la apariencia de la persona frente a ella. Tenía un aire… Familiar. Cabellos de un color ocre que recordaba a la arena de la playa mojada, ojos rasgados. Y su voz era sorprendentemente familiar. Tardó en reconocerle. Sería imposible no hacerlo tras tantos años. Pero cuando habló… “¿Es para mí?” Su postura se rompió al tiempo que sus ojos se abrían como platos. Tan tantos años… ¿Era posible?
Un murmuro se escapó de sus labios mientras el chico aún estaba formulando su frase, trémulamente. —¿A… Ayden? —Fue solo un murmuro que se perdió a medio camino de que el chico pudiera escucharlo, pero quizás notase como sus labios se movían nombrándole. Dio un paso hacia adelante que le costó tanto como lo hizo el subir las escaleras de la posada el día que el chico se marchó. —¿Eres tú de verdad? — En esta ocasión su voz sonó alta y clara mientras sus ojos rubíes se fijaban en la cara del chico. Aunque ahora fuera adulto y tuviera algo de vello facial o le sacara altura, so sonrisa seguía siendo igual. Las lágrimas se querían derramar desde sus ojos, pero lo evitó.
En su lugar, se limitó a salir corriendo hacia él con una velocidad de vértigo, ocultando así el remolino de emociones que tenía dentro. Estaba enfadada con él por marcharse, aliviada al ver que seguía vivo. Emocionada por verle tras tanto tiempo. Cuando llegó a ponerse a su altura le abrazó, a riesgo de que ambos se cayeran por la fuerza con la que se había abalanzado sobre él. Se notaba aún más que antes la diferencia de altura, y eso que Miko había crecido hasta medir metro sesenta. Notando como cedían, se apegó aún más a él. Quería preguntarle por cómo le había ido en su viaje, quería contarle todo lo que había hecho ella en la isla. Que ya era capaz de navegar, que había aprendido a pelear, todo lo que le había estado escribiendo en sus casi cien cartas perdidas en el fondo del mar. Pero lo único que fue capaz de decir tras volver a tenerle a su lado fue:
—Eres, eres un verdadero villano… ¡Nos tenías muy preocupados y… Y te he echado de menos.—
Un murmuro se escapó de sus labios mientras el chico aún estaba formulando su frase, trémulamente. —¿A… Ayden? —Fue solo un murmuro que se perdió a medio camino de que el chico pudiera escucharlo, pero quizás notase como sus labios se movían nombrándole. Dio un paso hacia adelante que le costó tanto como lo hizo el subir las escaleras de la posada el día que el chico se marchó. —¿Eres tú de verdad? — En esta ocasión su voz sonó alta y clara mientras sus ojos rubíes se fijaban en la cara del chico. Aunque ahora fuera adulto y tuviera algo de vello facial o le sacara altura, so sonrisa seguía siendo igual. Las lágrimas se querían derramar desde sus ojos, pero lo evitó.
En su lugar, se limitó a salir corriendo hacia él con una velocidad de vértigo, ocultando así el remolino de emociones que tenía dentro. Estaba enfadada con él por marcharse, aliviada al ver que seguía vivo. Emocionada por verle tras tanto tiempo. Cuando llegó a ponerse a su altura le abrazó, a riesgo de que ambos se cayeran por la fuerza con la que se había abalanzado sobre él. Se notaba aún más que antes la diferencia de altura, y eso que Miko había crecido hasta medir metro sesenta. Notando como cedían, se apegó aún más a él. Quería preguntarle por cómo le había ido en su viaje, quería contarle todo lo que había hecho ella en la isla. Que ya era capaz de navegar, que había aprendido a pelear, todo lo que le había estado escribiendo en sus casi cien cartas perdidas en el fondo del mar. Pero lo único que fue capaz de decir tras volver a tenerle a su lado fue:
—Eres, eres un verdadero villano… ¡Nos tenías muy preocupados y… Y te he echado de menos.—
El chico se mantuvo en silencio, observándola. Los años también habían pasado para ella, sin duda a mejor, y es que pese a la aún evidente diferencia de tamaño Miko se había convertido en toda una mujer: su altura había alcanzado su máximo pico, probablemente, siendo Ayden lo suficientemente alto como para sacarle una cabeza; se notaba que, tras tantos tiempo, su cuerpo se había desarrollado también, e incluso con ropa no le fue difícil darse cuenta que la musculatura de la chica era superior incluso a la suya, por no hablar de otros detalles más evidentes. No pudo sino fijarse en la aparición de aquellas orejas de lepórido, tan blancas como su cabello, lo que hizo por un momento que su sonrisa se ensanchase levemente. Lo que en su momento no había tenido explicación alguna para ellos ahora era un asunto bastante simple en la mente del rubio: la manifestación de los poderes de una akuma no mi. Parecía que, con los años, había aprendido a controlarlo. Después de todo, no había notado el suficiente nerviosismo como para que su aparición hubiera sido accidental. Por un instante se le pasó por la cabeza lo doloroso que sería un bofetón por su parte si decidía dárselo por haberse ausentado durante tanto tiempo... ¿Se daría el caso?
Asintió ante su pregunta, justo cuando comenzaba a avanzar hacia él.
—Ese soy yo. Ha pasado mu-... —Sus ojos se abrieron como platos al ver cómo comenzaba a aproximarse hacia él a una velocidad vertiginosa. Yendo tan rápido no podría frenarla— ¡Espera, espera!
Pero su petición no llegó a tiempo: la mujer se abalanzó sobre él con prácticamente todo su peso. La rapidez con la que lo hizo tan solo incrementó la potencia del impacto, hasta el punto de hacerle separar los pies del suelo mientras caía hacia atrás, desplazándose varios metros. Perdió la respiración durante apenas un instante, pero fue más que suficiente como para que la botella se resbalase entre sus dedos. Por suerte no se escuchó nada rompiéndose; el suelo amortiguó la caída del pequeño recipiente. En apenas un parpadeo había acabado en el suelo, boca arriba y con la muchacha sobre él, estrujándole y debatiéndose entre echarle la bronca o dejar que el momento fluyera. Su reacción natural no pudo ser otra más que corresponder el abrazo, borrando por un momento su sonrisa para recuperarla al instante: no era el momento de llorar.
—Yo también te he echado de menos, Miko —susurró a un lado de su cabeza, sin soltarla—. No tengo excusa, he tardado más de lo que debía en regresar pero, eh, soy un hombre de palabra después de todo, ¿no? —Aprovechó para llevar los brazos a sus hombros y empujarla con suavidad, pretendiendo que se separase lo suficiente como para que pudiera mirarle. Su sonrisa se mantuvo, guardando la esperanza de que aún tuviera el mismo efecto en ella que en el pasado y así evitar que se enfadase con él— He vuelto.
Si le dejaba, intentaría ponerse nuevamente en pie antes de continuar la conversación. En caso de que no se lo permitiera, se limitaría a hacerlo en el suelo.
—Después de tanto tiempo se supone que debería haber pensado alguna forma de presentarme y explicarme, y de verdad que le he estado dando vueltas... pero no sabía cómo hacerlo. Quizá hubiera sido mejor intentar contactar antes para avisar de que llegaba, aunque no haya sido el caso —hizo una pausa—. Llegué a la conclusión de que sería más emocionante daros una sorpresa. ¿Me equivoqué?
Porque claro, ayudarse de eso para intentar evadir cualquier tipo de bronca a su llegada no tenía nada que ver.
Asintió ante su pregunta, justo cuando comenzaba a avanzar hacia él.
—Ese soy yo. Ha pasado mu-... —Sus ojos se abrieron como platos al ver cómo comenzaba a aproximarse hacia él a una velocidad vertiginosa. Yendo tan rápido no podría frenarla— ¡Espera, espera!
Pero su petición no llegó a tiempo: la mujer se abalanzó sobre él con prácticamente todo su peso. La rapidez con la que lo hizo tan solo incrementó la potencia del impacto, hasta el punto de hacerle separar los pies del suelo mientras caía hacia atrás, desplazándose varios metros. Perdió la respiración durante apenas un instante, pero fue más que suficiente como para que la botella se resbalase entre sus dedos. Por suerte no se escuchó nada rompiéndose; el suelo amortiguó la caída del pequeño recipiente. En apenas un parpadeo había acabado en el suelo, boca arriba y con la muchacha sobre él, estrujándole y debatiéndose entre echarle la bronca o dejar que el momento fluyera. Su reacción natural no pudo ser otra más que corresponder el abrazo, borrando por un momento su sonrisa para recuperarla al instante: no era el momento de llorar.
—Yo también te he echado de menos, Miko —susurró a un lado de su cabeza, sin soltarla—. No tengo excusa, he tardado más de lo que debía en regresar pero, eh, soy un hombre de palabra después de todo, ¿no? —Aprovechó para llevar los brazos a sus hombros y empujarla con suavidad, pretendiendo que se separase lo suficiente como para que pudiera mirarle. Su sonrisa se mantuvo, guardando la esperanza de que aún tuviera el mismo efecto en ella que en el pasado y así evitar que se enfadase con él— He vuelto.
Si le dejaba, intentaría ponerse nuevamente en pie antes de continuar la conversación. En caso de que no se lo permitiera, se limitaría a hacerlo en el suelo.
—Después de tanto tiempo se supone que debería haber pensado alguna forma de presentarme y explicarme, y de verdad que le he estado dando vueltas... pero no sabía cómo hacerlo. Quizá hubiera sido mejor intentar contactar antes para avisar de que llegaba, aunque no haya sido el caso —hizo una pausa—. Llegué a la conclusión de que sería más emocionante daros una sorpresa. ¿Me equivoqué?
Porque claro, ayudarse de eso para intentar evadir cualquier tipo de bronca a su llegada no tenía nada que ver.
Miko
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Se aferró aún más a su amigo, como si tuviera miedo que cualquier separación por mínima que fuera bastase para que el muchacho simplemente se desvaneciera delante de sus narices y que solo quedase la arena bajo sus pies. Sin embargo, cuando los brazos del contrario correspondieron el abrazo, ahora tirados en el suelo, se relajó. Era reconfortante, se sentía igual que cuando fue rescatada y llevada de regreso con él. Se sentía en casa. Escuchó lo que le tenía que decir, como él también la había echado de menos. Con la cara oculta en el pecho ajeno no fue hasta que el chico la apartó con la única intención de poder mirarse a la cara mientras hablaban que se incorporó, soltando el abrazo para quedarse apoyada con las manos en la arena, poniendo una distancia de apenas veinte centímetros entre ambos. De paso, se acomodó quedando con las piernas a cada lado del contrario para no seguir aplastándole. Entonces echó a llorar.
Sus lágrimas cayeron sin apenas deslizarse desde sus rojos orbes estrellándose sobre la prenda del chico mientras ella no apartaba la mirada. Cabía decir que se sentía estúpida por estar llorando. “Los héroes no lloran”. Era lo que se decía siempre y aún se lo estaba repitiendo en ese momento. Pero tampoco eran lágrimas de tristeza, eran de frustración y de felicidad a partes iguales. —Sí que eres el Ayden de verdad…—Se echó a reír, apretando los ojos para cesar con eso su llanto. El Chico siguió con sus explicaciones y ella aprovechó para quedarse sentada encima suya, de forma que como mínimo podría quedarse sentado con ella en el regazo. Cuando terminó de hablar… Bueno. No se llevaría una bofetada de su parte, pero su sonrisa sí que se vería deformada en una mueca. Ya no había lágrimas, solo enfado por su ocurrencia. Si, una sorpresa por el estilo estaba bien. Cualquiera se alegraría con una visita sorpresa. Pero…
—Eres realmente un idiota, lo sabes, ¿verdad? — Las manos de Miko se dirigieron a la cara del mayor con intención de agarrar las mejillas contrarias y empezar a estirarlas, aflojando a ratos solo para volver a tirar mientras comenzaba su regañina. —Una cosa es que quieras darnos una sorpresa con tu regreso y otra muy distinta es que pudiendo contactarte con nosotros no lo hicieras de ninguna forma en OCHO años. ¡Si tenías capacidad para contactarnos o escribirnos antes deberías haberlo hecho! —La joven resopló, tras alargar esa bronca unos minutos más. Le daba aún más coraje si pensaba en el hecho de que ella había estado escribiendo carta tras carta sin ser capaz de entregárselas mientras él, pudiendo hacerlo, prefirió atrasarlo para que fuera una sorpresa su regreso.
—Pero bueno, más vale tarde que nunca, supongo…— Siguió sin levantarse. —Lo importante es que estás bien y has cumplido tu parte de la promesa… a medias. Pero ya hablaremos de eso luego. Hay mucho que quiero que me cuentes y que te tengo que contar. ¿Sabes? Muchas cosas han cambiado en Samia. Por ejemplo, ahora soy yo quien lleva la taberna de mi abuela con ayuda de Rumi… Y hablando de Rumi, ella se ha comprometido, ni te imaginas con quién. —La pequeña sonrió esperando a ver si el chico intentaba imaginarse con quien podría estar de noviazgo la chica.
Rumi era de la misma quinta que Miko y una de las pocas personas que habían llegado a ser casi igual de cercana para la albina como lo era Ayden. Ella, y otros tres chicos más aparte del rubio y de la pequeña formaban una pequeña… ¿Pandilla? Eran un grupo de amigos muy unidos. Aunque por lo normal cada quien iba más a su aire. Recordaba que Rumi tenía una forma distinta de relacionarse con Ayden. Siempre estaban picándose, pero de forma un tanto agresiva, hasta el punto que Ayden pensaba que en realidad a Rumi le caía mal o algo. A día de hoy seguramente la castaña le tuviera cierto resentimiento por haberse marchado como lo hizo, tanto por como afectó a la menor y a sus padres como a su novio, que era el mejor amigo de Ayden.
—Y bueno, tus padres siguen bien. Yo… La verdad es que al poco de que te marcharas decidí volver a casa para no causarles más problemas. —Desvió la mirada al comentar ese tema, se había distanciado bastante de ambos, sobretodo de Sean. Pero seguía saludándoles y de vez en cuando se pasaba a ver a Ayda. —Estoy segura de que se alegraran mucho de verte. — Añadió sonriendo ampliamente. Como mínimo, el chico podría notar que lo de energética y animada no se había perdido en su amiga sin importar los años o los baches que se le hubieran cruzado en el camino.
Sus lágrimas cayeron sin apenas deslizarse desde sus rojos orbes estrellándose sobre la prenda del chico mientras ella no apartaba la mirada. Cabía decir que se sentía estúpida por estar llorando. “Los héroes no lloran”. Era lo que se decía siempre y aún se lo estaba repitiendo en ese momento. Pero tampoco eran lágrimas de tristeza, eran de frustración y de felicidad a partes iguales. —Sí que eres el Ayden de verdad…—Se echó a reír, apretando los ojos para cesar con eso su llanto. El Chico siguió con sus explicaciones y ella aprovechó para quedarse sentada encima suya, de forma que como mínimo podría quedarse sentado con ella en el regazo. Cuando terminó de hablar… Bueno. No se llevaría una bofetada de su parte, pero su sonrisa sí que se vería deformada en una mueca. Ya no había lágrimas, solo enfado por su ocurrencia. Si, una sorpresa por el estilo estaba bien. Cualquiera se alegraría con una visita sorpresa. Pero…
—Eres realmente un idiota, lo sabes, ¿verdad? — Las manos de Miko se dirigieron a la cara del mayor con intención de agarrar las mejillas contrarias y empezar a estirarlas, aflojando a ratos solo para volver a tirar mientras comenzaba su regañina. —Una cosa es que quieras darnos una sorpresa con tu regreso y otra muy distinta es que pudiendo contactarte con nosotros no lo hicieras de ninguna forma en OCHO años. ¡Si tenías capacidad para contactarnos o escribirnos antes deberías haberlo hecho! —La joven resopló, tras alargar esa bronca unos minutos más. Le daba aún más coraje si pensaba en el hecho de que ella había estado escribiendo carta tras carta sin ser capaz de entregárselas mientras él, pudiendo hacerlo, prefirió atrasarlo para que fuera una sorpresa su regreso.
—Pero bueno, más vale tarde que nunca, supongo…— Siguió sin levantarse. —Lo importante es que estás bien y has cumplido tu parte de la promesa… a medias. Pero ya hablaremos de eso luego. Hay mucho que quiero que me cuentes y que te tengo que contar. ¿Sabes? Muchas cosas han cambiado en Samia. Por ejemplo, ahora soy yo quien lleva la taberna de mi abuela con ayuda de Rumi… Y hablando de Rumi, ella se ha comprometido, ni te imaginas con quién. —La pequeña sonrió esperando a ver si el chico intentaba imaginarse con quien podría estar de noviazgo la chica.
Rumi era de la misma quinta que Miko y una de las pocas personas que habían llegado a ser casi igual de cercana para la albina como lo era Ayden. Ella, y otros tres chicos más aparte del rubio y de la pequeña formaban una pequeña… ¿Pandilla? Eran un grupo de amigos muy unidos. Aunque por lo normal cada quien iba más a su aire. Recordaba que Rumi tenía una forma distinta de relacionarse con Ayden. Siempre estaban picándose, pero de forma un tanto agresiva, hasta el punto que Ayden pensaba que en realidad a Rumi le caía mal o algo. A día de hoy seguramente la castaña le tuviera cierto resentimiento por haberse marchado como lo hizo, tanto por como afectó a la menor y a sus padres como a su novio, que era el mejor amigo de Ayden.
—Y bueno, tus padres siguen bien. Yo… La verdad es que al poco de que te marcharas decidí volver a casa para no causarles más problemas. —Desvió la mirada al comentar ese tema, se había distanciado bastante de ambos, sobretodo de Sean. Pero seguía saludándoles y de vez en cuando se pasaba a ver a Ayda. —Estoy segura de que se alegraran mucho de verte. — Añadió sonriendo ampliamente. Como mínimo, el chico podría notar que lo de energética y animada no se había perdido en su amiga sin importar los años o los baches que se le hubieran cruzado en el camino.
Ayden había mantenido la mirada sobre la de ella en todo momento mientras hablaba. Pudo percibir cada cambio en su gesto, cada reacción, hasta el momento en que vio cómo aquellos ojos de fuego comenzaban a volverse más y más cristalinos. En el mismo instante en el que cayó la primera lágrima sintió algo fracturarse en su interior. Ya había visto aquella expresión antes, aunque eso no era suficiente como para inmunizarse a ella. Creía saber con bastante certeza todo lo que estaba sintiendo en aquellos momentos la peliblanca, hecho que ni de lejos le hacía sentirse mejor. Su sonrisa se había borrado al momento de verla llorar y su mirada tan solo parecía tratar de pedirle disculpas por todo. Únicamente cuando la chica se echó a reír fue cuando pudo dejar de sentir aquella presión que había comenzado a atenazar su pecho.
Una vez le permitió posicionarse mejor aprovechó para quedarse sentado sobre la arena, con ella aún sobre su regazo. Ni siquiera se le pasó por la cabeza lo que habría pensado cualquiera que les viera en aquella posición; al menos no durante los primeros cinco segundos. Tampoco le importaba lo más mínimo, siendo honestos.
—Claro, ¿quién iba a ser si no...? —Preguntó, siguiéndole un poco el juego, hasta que vio la brusquedad del cambio en las facciones de la contraria. Sintió cómo sus mejillas se estiraban mientras el enfado de la muchacha incrementaba. Su cuerpo se tensó por completo al ver lo que se le venía encima— E-espera...
Pero no hubo lugar a réplica. Probablemente no hubiera sabido escoger las mejores palabras: su pequeña gracia le iba a salir bastante cara.
Guardó silencio durante todo el sermón, sin tratar de buscar la más mínima oportunidad de réplica. Miko tan solo estaba soltando todo lo que se le había pasado por la cabeza durante los últimos ocho años, no había problema con ello —incluso si debía pillar un poco—. Tampoco estaba diciendo ninguna mentira: no había contactado durante todo ese tiempo ni dado la menor señal de vida. Su vida en el Nido le había hecho convivir con la discreción, por lo que ni siquiera se habrían escuchado noticias de un famoso Ayden Keenwind. Lo más seguro era que sus padres e incluso la chica le hubieran dado por muerto en más de una ocasión, quizá negándolo con tal de aferrarse a algún tipo de esperanza, por leve que fuera. Sí, podía haberles llamado, escrito incluso, pero no sintió que debiera. Sabiendo en el tipo de ambiente en el que se había estado moviendo no era lo más sensato. Ponerles en peligro no era una opción y prefería tener que tragar con los reproches y cargar con la culpa. Era algo que sabría llevar mejor que la posibilidad de que alguien les dañara por su culpa. Eran su punto débil, después de todo: tenía que cuidarles lo mejor que pudiera, aunque ellos jamás supieran que lo hacía. El cazador bajó la mirada, incapaz de seguir manteniéndosela a su amiga. Después de todo, una parte de él seguía dándole vueltas a que, quizá, no hubiera pasado nada por una simple llamada. Lo hecho, hecho estaba.
—Lo siento mucho —musitó. Fue lo único que supo decir. Sus ojos volvieron a buscarla con arrepentimiento— No sé si podré compensar mi fallo... pero me esforzaré en encontrar la forma.
Sus manos se posaron sobre las mejillas de la joven, tirando suavemente de ella mientras él mismo inclinaba la cabeza, juntando sus frentes mientras cerraba los ojos. Tan solo era una forma de intentar hacerle ver que comprendía lo que había hecho. Quizá también fuera una forma de cerciorarse de que estaba frente a él. No era el único que no terminaba de creerse que hubiera vuelto a casa, después de todo.
—Te lo prometo —sentenció, abriendo los ojos de nuevo para mirarla con una leve sonrisa, justo antes de volver a tomar la distancia inicial, con ella aún encima— Y ahora cuéntamelo. Quiero saberlo todo.
Ayden escuchó con atención. La primera noticia no le sorprendió en absoluto: Rumi era la mejor amiga de la infancia de Miko; sin él, que la ayudase a llevar la taberna de su abuela tan solo era la evolución natural de los acontecimientos. Lo siguiente, sin embargo, sí que fue toda una sorpresa. «¿Rumi prometida? No será...». El rubio se echó a reír, sin dudar ni por un instante en su respuesta.
—Evan, ¿no? —respondió en cuanto pudo dejar de reírse— ¿Ha logrado decírselo al fin?
El cariño que su viejo amigo profesaba hacia esa chica no era ningún secreto para él. Desde niños había podido ver cómo la miraba, e incluso en más de una ocasión Evan había defendido a Rumi en lo privado, en aquellas situaciones en los que el roce había excedido límites y tanto Ayden como ella habían terminado enfadados. Jamás se lo había confirmado a nadie, ni siquiera a él, pero era un secreto a voces. Tan solo lamentaba no haber estado allí para verlo.
En cuanto Miko tocó el tema de sus padres la situación se volvió algo más fría. Arqueó una ceja al ver el cambio en su expresión, aunque no quiso preguntar por el momento. Habían sido demasiadas emociones de seguido, ya habría tiempo para indagar más en aquella «pérdida de contacto».
—Se alegrarán de verme, sí... aunque siento que mi padre será bastante más duro conmigo que tú —comentó, casi como si se le hubieran escapado los pensamientos por la boca, ante lo que se puso nervioso— ¡Que no quiero decir que debas enfadarte más! Es solo que... bueno —suspiró—. O me muele a palos o me estrangula en un abrazo...
Una vez le permitió posicionarse mejor aprovechó para quedarse sentado sobre la arena, con ella aún sobre su regazo. Ni siquiera se le pasó por la cabeza lo que habría pensado cualquiera que les viera en aquella posición; al menos no durante los primeros cinco segundos. Tampoco le importaba lo más mínimo, siendo honestos.
—Claro, ¿quién iba a ser si no...? —Preguntó, siguiéndole un poco el juego, hasta que vio la brusquedad del cambio en las facciones de la contraria. Sintió cómo sus mejillas se estiraban mientras el enfado de la muchacha incrementaba. Su cuerpo se tensó por completo al ver lo que se le venía encima— E-espera...
Pero no hubo lugar a réplica. Probablemente no hubiera sabido escoger las mejores palabras: su pequeña gracia le iba a salir bastante cara.
Guardó silencio durante todo el sermón, sin tratar de buscar la más mínima oportunidad de réplica. Miko tan solo estaba soltando todo lo que se le había pasado por la cabeza durante los últimos ocho años, no había problema con ello —incluso si debía pillar un poco—. Tampoco estaba diciendo ninguna mentira: no había contactado durante todo ese tiempo ni dado la menor señal de vida. Su vida en el Nido le había hecho convivir con la discreción, por lo que ni siquiera se habrían escuchado noticias de un famoso Ayden Keenwind. Lo más seguro era que sus padres e incluso la chica le hubieran dado por muerto en más de una ocasión, quizá negándolo con tal de aferrarse a algún tipo de esperanza, por leve que fuera. Sí, podía haberles llamado, escrito incluso, pero no sintió que debiera. Sabiendo en el tipo de ambiente en el que se había estado moviendo no era lo más sensato. Ponerles en peligro no era una opción y prefería tener que tragar con los reproches y cargar con la culpa. Era algo que sabría llevar mejor que la posibilidad de que alguien les dañara por su culpa. Eran su punto débil, después de todo: tenía que cuidarles lo mejor que pudiera, aunque ellos jamás supieran que lo hacía. El cazador bajó la mirada, incapaz de seguir manteniéndosela a su amiga. Después de todo, una parte de él seguía dándole vueltas a que, quizá, no hubiera pasado nada por una simple llamada. Lo hecho, hecho estaba.
—Lo siento mucho —musitó. Fue lo único que supo decir. Sus ojos volvieron a buscarla con arrepentimiento— No sé si podré compensar mi fallo... pero me esforzaré en encontrar la forma.
Sus manos se posaron sobre las mejillas de la joven, tirando suavemente de ella mientras él mismo inclinaba la cabeza, juntando sus frentes mientras cerraba los ojos. Tan solo era una forma de intentar hacerle ver que comprendía lo que había hecho. Quizá también fuera una forma de cerciorarse de que estaba frente a él. No era el único que no terminaba de creerse que hubiera vuelto a casa, después de todo.
—Te lo prometo —sentenció, abriendo los ojos de nuevo para mirarla con una leve sonrisa, justo antes de volver a tomar la distancia inicial, con ella aún encima— Y ahora cuéntamelo. Quiero saberlo todo.
Ayden escuchó con atención. La primera noticia no le sorprendió en absoluto: Rumi era la mejor amiga de la infancia de Miko; sin él, que la ayudase a llevar la taberna de su abuela tan solo era la evolución natural de los acontecimientos. Lo siguiente, sin embargo, sí que fue toda una sorpresa. «¿Rumi prometida? No será...». El rubio se echó a reír, sin dudar ni por un instante en su respuesta.
—Evan, ¿no? —respondió en cuanto pudo dejar de reírse— ¿Ha logrado decírselo al fin?
El cariño que su viejo amigo profesaba hacia esa chica no era ningún secreto para él. Desde niños había podido ver cómo la miraba, e incluso en más de una ocasión Evan había defendido a Rumi en lo privado, en aquellas situaciones en los que el roce había excedido límites y tanto Ayden como ella habían terminado enfadados. Jamás se lo había confirmado a nadie, ni siquiera a él, pero era un secreto a voces. Tan solo lamentaba no haber estado allí para verlo.
En cuanto Miko tocó el tema de sus padres la situación se volvió algo más fría. Arqueó una ceja al ver el cambio en su expresión, aunque no quiso preguntar por el momento. Habían sido demasiadas emociones de seguido, ya habría tiempo para indagar más en aquella «pérdida de contacto».
—Se alegrarán de verme, sí... aunque siento que mi padre será bastante más duro conmigo que tú —comentó, casi como si se le hubieran escapado los pensamientos por la boca, ante lo que se puso nervioso— ¡Que no quiero decir que debas enfadarte más! Es solo que... bueno —suspiró—. O me muele a palos o me estrangula en un abrazo...
Miko
Fama
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Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Miko notó como sus mejillas se encendían levemente por el gesto que acababa de tener su amigo con ella tras disculparse por su falta de tacto con aquel último comentario. Notando las manos ajenas sobre su cara. Era nostálgico. La frente contra la suya le recordaba a cuando era pequeña, cuando empezaba a dar sus primeros pasos y se tropezaba, o a alguna que otra ocasión en la que alguien se hubiera metido con ella. Era un gesto que solo él podía tener con ella. Y ahí sus dudas se desvanecieron por completo. No quedaba enfado alguno, aunque siempre podría aprovechar lo que había dicho de retribuir sus acciones pasadas para meterse con él en algún momento. Sus propias manos se movieron, pasando a abrazarle por el cuello con una amplia sonrisa en el rostro.
—Lo estaré esperando. —Contestó antes de empezar a ponerle al día. Pudo notar el cambio en su gesto a uno sorprendido y ella misma se sobresaltó al ver que se echaba a reír a carcajada limpia. No más de lo que le había sorprendido que acertase a la primera. Ella no era capaz de percatarse de ese tipo de cosas. Rumi ya se había metido con ella en alguna ocasión por lo cortita que era cuando se trataba de los sentimientos románticos entre otras personas. No tenía picardía. Al menos, no la picardía de una adulta.
—Sí que tienes buenos ojos para eso… ¿O ya sabías desde antes la relación entre estos dos? A mí me pilló por sorpresa cuando Evan se declaró a Rumi. Casi me dio envidia lo emocionada que estaba ella. Se les ve muy bien juntos. —Acertó a decir entre pausas antes de retomar el asunto peliagudo. Bueno, se marchó al mes de que Ayden dejara la isla para dejar de sentir que era un recordatorio con patas de que su hijo se había ido. Pero eso no se lo iba a decir. Así que simplemente lo evadiría por el momento. Guardarse sus propias cicatrices a veces era parte del trabajo de un héroe también.
—Siendo como es tío Sean… Seguramente te lleves primero una colleja. —Bromeó ella, no dándole importancia al comentario sobre sí misma. —Pero dudo que te vayas a morir por hablar con él… Y, cierto. Quizás quieras saludar a Charlie también. Ahora vive en Samia en vez de en Asima. Se mudó para entrenarme. —Miko llevó las manos a la cintura, poniéndolas en jarra mientras se hinchaba de orgullo. —Yo también he cumplido mi promesa. Estoy lista para ser toda una heroína. —No mantuvo mucho esa postura, sintiendo que era demasiado cómica o vergonzosa. —Aunque todavía tengo que mejorar en algunas cosas… Sigo sin poder nadar así que esperemos que no acabe en una situación que implique agua. —Se llevó la mano a la nuca. Por sus habilidades de antes imaginaba que no había ningún interés en ocultarle a su mejor amigo que era una usuaria. Ayden parecía haber ingerido una fruta también, así que ya debía haber intuido cómo funcionaban los poderes de ella.
—Por cierto, parece que ya no soy el único “bicho” de la isla. Creo que te toca a ti contarme que has estado haciendo. —Al decir este comentario, señalo la botella girándose un poco. —Tengo una copia de las cartas en casa. Luego te las daré. Me pareció buena idea guardarlas por si no te llegaban.
—Lo estaré esperando. —Contestó antes de empezar a ponerle al día. Pudo notar el cambio en su gesto a uno sorprendido y ella misma se sobresaltó al ver que se echaba a reír a carcajada limpia. No más de lo que le había sorprendido que acertase a la primera. Ella no era capaz de percatarse de ese tipo de cosas. Rumi ya se había metido con ella en alguna ocasión por lo cortita que era cuando se trataba de los sentimientos románticos entre otras personas. No tenía picardía. Al menos, no la picardía de una adulta.
—Sí que tienes buenos ojos para eso… ¿O ya sabías desde antes la relación entre estos dos? A mí me pilló por sorpresa cuando Evan se declaró a Rumi. Casi me dio envidia lo emocionada que estaba ella. Se les ve muy bien juntos. —Acertó a decir entre pausas antes de retomar el asunto peliagudo. Bueno, se marchó al mes de que Ayden dejara la isla para dejar de sentir que era un recordatorio con patas de que su hijo se había ido. Pero eso no se lo iba a decir. Así que simplemente lo evadiría por el momento. Guardarse sus propias cicatrices a veces era parte del trabajo de un héroe también.
—Siendo como es tío Sean… Seguramente te lleves primero una colleja. —Bromeó ella, no dándole importancia al comentario sobre sí misma. —Pero dudo que te vayas a morir por hablar con él… Y, cierto. Quizás quieras saludar a Charlie también. Ahora vive en Samia en vez de en Asima. Se mudó para entrenarme. —Miko llevó las manos a la cintura, poniéndolas en jarra mientras se hinchaba de orgullo. —Yo también he cumplido mi promesa. Estoy lista para ser toda una heroína. —No mantuvo mucho esa postura, sintiendo que era demasiado cómica o vergonzosa. —Aunque todavía tengo que mejorar en algunas cosas… Sigo sin poder nadar así que esperemos que no acabe en una situación que implique agua. —Se llevó la mano a la nuca. Por sus habilidades de antes imaginaba que no había ningún interés en ocultarle a su mejor amigo que era una usuaria. Ayden parecía haber ingerido una fruta también, así que ya debía haber intuido cómo funcionaban los poderes de ella.
—Por cierto, parece que ya no soy el único “bicho” de la isla. Creo que te toca a ti contarme que has estado haciendo. —Al decir este comentario, señalo la botella girándose un poco. —Tengo una copia de las cartas en casa. Luego te las daré. Me pareció buena idea guardarlas por si no te llegaban.
Ayden alzó una ceja ante las palabras de Miko. No es que tuviera buen ojo, sino que siempre había sido demasiado evidente el tipo de sentimientos que había entre aquellos dos. Él mismo se había aprovechado de su conocimiento sobre ello hasta el punto de utilizarlo de forma rastrera con tal de cerrarles la boca; no era algo que hubiera hecho de forma habitual, pero a veces no se ganaba siendo el más justo. Quizá fueran esos momentos los únicos en los que Evan o Rumi le cogían tirria realmente. ¿Qué podía decir? Algunas veces se gana y otras se pierde. Terminó por negar, sin darse cuenta de que había vuelto a sonreír al recordar aquellos días.
—Era algo que se dejaba ver entre líneas —aseguró, torciendo el gesto en uno más burlón—. Aunque está claro que tú nunca has sido muy perspicaz en ese sentido.
No pudo reprimir la risa tras soltarle aquello. Se le notaba mucho más relajado ahora que la regañina había pasado, sabiendo bien que cualquier resquicio de rencor o reproche había pasado a mejor vida tras aquella rápida reconciliación. ¿Podía llamarse así? Tampoco es que hubieran discutido, después de todo.
Lo que sí que le pilló por sorpresa fue el hecho de que Charlie se hubiera trasladado hasta la ciudad portuaria de Samia. Bien pensado, no le sorprendía tanto. La relación entre él y Miko había sido lo más cercano a la que tenían un padre y una hija desde que la rescataron. Cuando le aclaró que el motivo fue entrenarla se le despejó cualquier tipo de duda. El cazador observó cómo su amiga adoptaba una pose orgullosa, sacando pecho —¿más?—. No era para nada algo que no hubiera captado su atención. Se notaba el trabajo físico en su cuerpo de una forma que casi le producía envidia. Ni siquiera él, que había sido adiestrado en el Nido, tenía semejante tono muscular. ¿A qué clase de ejercicios la habría sometido para llegar a ese punto? Estaba bastante seguro de que no tendría la menor de las oportunidades contra ella. Al menos no en un enfrentamiento de fuerza puro y duro.
—No hace falta que lo jures. Si no fuera porque sigues siendo una enana me habría intimidado bastante. Estás... —le echó un rápido vistazo, terminando por encogerse de hombros y alzar las manos— Bueno, mamadísima. ¿Cuál es tu secreto? —Su pregunta salió con un tono bastante cómico. Por un lado se notaba que no lo decía del todo en serio, aunque tampoco era completamente en broma: suponía una duda real en su mente. Cuando mentó el tema del agua no pudo sino soltar un resoplido— Hombre, ¿qué más quieres? Ser una usuaria, estar más fuerte que yo, ¿y encima querer nadar? Deja un poquito para los demás...
Sus últimas palabras fueron acompañadas de un leve golpe en la punta de su nariz con los dedos, sin intención alguna más allá de molestarla. No es que él pudiera decir mucho al respecto: también se había convertido en usuario de una Fruta del Diablo, aunque en su caso era una del tipo paramecia, no zoan. Sus poderes distaban mucho de parecerse lo más mínimo. Tras tantos años había aprendido todas las posibilidades que esos dichosos frutos ofrecían. Perder la capacidad de nadar, como bien remarcó Kirk, era un elemento común para todo aquel que las consumiera. Cuando Miko mentó las habilidades que el rubio había demostrado poseer, tan solo pudo hacerse un poco el remolón.
—Ah, ¿no? —comenzó— ¿Y quién es el otro bicho? —cuestionó de forma sarcástica. Finalmente puso una mano entre ella y él, con la palma hacia arriba, y de esta brotaron hasta cinco plumas de un rojo intenso que comenzaron a moverse dócilmente en el aire— En un principio puede parecer un poder no muy interesante, pero lo cierto es que tiene sus cosillas. Consumí una akuma no mi pocos meses después de empezar el viaje. Unos señores bastante amables me la dieron como pago por ayudarles en la isla de Niras —mintió, aunque no era la forma más correcta de llamarlo. Después de todo, en un principio le prometieron la fruta como pago, ¿no? Que intentasen engañarle tan solo era un detalle completamente innecesario en su pequeño relato—. No está muy lejos de aquí: quizá a un par de semanas de viaje en barco. Es todo un punto de encuentro para comerciantes del South Blue, mucho más que Samia. A su lado, nuestra pequeña isla no es sino... no sé, un punto de paso. Poco más.
Según iba hablando, las plumas comenzaron a describir trayectorias distintas en el aire sin llegar a complicarse demasiado la vida. Ascendían, variando su velocidad para luego dejarse caer en movimientos irregulares y vuelta a empezar. Una de ellas se desplazó hasta colocarse sobre la oreja de Miko, como quien se pone un lápiz: un sencillo adorno que contrastaba con aquella melena nívea.
El resto de plumas se esfumaron en la nada antes de que continuase.
—La verdad es que durante las primeras etapas del viaje las cosas se pusieron bastante feas. Como sabes, no me marché con demasiados ahorros y no tardaron en consumirse con comida y alojamiento. De hecho, me aventuraría a decir que se acabaron tras la primera semana, si no recuerdo mal —prosiguió, rememorando aquellos días tan terribles. Aún recordaba las incontables noches que pasó sin poder dormir por culpa del hambre—. Me agarraba a cualquier trabajo, por mal pagado que estuviera, con tal de llevarme algo a la boca. No te voy a mentir, en alguna ocasión tuve que robar fruta en el mercado para no morirme de hambre. —Su tono era despreocupado y tranquilo pese a lo que estaba diciendo. Aquella época quedaba muy atrás para él y a la vista estaba que había sabido salir adelante— Por suerte, terminé convirtiéndome en grumete de una pequeña tripulación de comerciantes con los que pude ganarme un sueldo digno y dejar de pasar penurias. No es que fuera lo más emocionante del mundo, pero apliqué algunos de los conocimientos de carpintería de mi padre para ayudarles en su trayecto. Su barco se llamaba La Rosa Sureña, y su capitán Kirk, aunque ya te hablaré de ellos con más calma.
Tenía mucho que contar, después de todo, y es que no había tenido pocas experiencias al lado de su viejo capitán y el bocazas de Azir. Le resultaba imposible no sonreír al acordarse de ellos. ¿Cómo les iría? ¿Kirk se habría retirado ya? ¿Habría tomado Azir los mandos? «Pobre de aquellos bajo sus órdenes si es así». Se distrajo un momento, rememorando y ordenando sus pensamientos. Pese a todo, la mayor parte del tiempo que había estado fuera fue bajo la tutela de los cazadores del Nido. Por motivos obvios, no podía explicarle en qué mundos se había estado metiendo: no quería preocuparla.
—Con el tiempo dejé su tripulación para unirme a un pequeño grupo que desempeñaba bastantes tareas. Se podría decir que ayudaban a la gente con sus problemas —mentira no era—. Así que he sido algo así como un héroe durante un tiempo —afirmó, sacándole la lengua con la intención de molestarla—. En realidad no, porque se cobraba a cambio de aquellas ayudas pero, bueno, ya sabes, hay que ganarse el pan.
—Era algo que se dejaba ver entre líneas —aseguró, torciendo el gesto en uno más burlón—. Aunque está claro que tú nunca has sido muy perspicaz en ese sentido.
No pudo reprimir la risa tras soltarle aquello. Se le notaba mucho más relajado ahora que la regañina había pasado, sabiendo bien que cualquier resquicio de rencor o reproche había pasado a mejor vida tras aquella rápida reconciliación. ¿Podía llamarse así? Tampoco es que hubieran discutido, después de todo.
Lo que sí que le pilló por sorpresa fue el hecho de que Charlie se hubiera trasladado hasta la ciudad portuaria de Samia. Bien pensado, no le sorprendía tanto. La relación entre él y Miko había sido lo más cercano a la que tenían un padre y una hija desde que la rescataron. Cuando le aclaró que el motivo fue entrenarla se le despejó cualquier tipo de duda. El cazador observó cómo su amiga adoptaba una pose orgullosa, sacando pecho —¿más?—. No era para nada algo que no hubiera captado su atención. Se notaba el trabajo físico en su cuerpo de una forma que casi le producía envidia. Ni siquiera él, que había sido adiestrado en el Nido, tenía semejante tono muscular. ¿A qué clase de ejercicios la habría sometido para llegar a ese punto? Estaba bastante seguro de que no tendría la menor de las oportunidades contra ella. Al menos no en un enfrentamiento de fuerza puro y duro.
—No hace falta que lo jures. Si no fuera porque sigues siendo una enana me habría intimidado bastante. Estás... —le echó un rápido vistazo, terminando por encogerse de hombros y alzar las manos— Bueno, mamadísima. ¿Cuál es tu secreto? —Su pregunta salió con un tono bastante cómico. Por un lado se notaba que no lo decía del todo en serio, aunque tampoco era completamente en broma: suponía una duda real en su mente. Cuando mentó el tema del agua no pudo sino soltar un resoplido— Hombre, ¿qué más quieres? Ser una usuaria, estar más fuerte que yo, ¿y encima querer nadar? Deja un poquito para los demás...
Sus últimas palabras fueron acompañadas de un leve golpe en la punta de su nariz con los dedos, sin intención alguna más allá de molestarla. No es que él pudiera decir mucho al respecto: también se había convertido en usuario de una Fruta del Diablo, aunque en su caso era una del tipo paramecia, no zoan. Sus poderes distaban mucho de parecerse lo más mínimo. Tras tantos años había aprendido todas las posibilidades que esos dichosos frutos ofrecían. Perder la capacidad de nadar, como bien remarcó Kirk, era un elemento común para todo aquel que las consumiera. Cuando Miko mentó las habilidades que el rubio había demostrado poseer, tan solo pudo hacerse un poco el remolón.
—Ah, ¿no? —comenzó— ¿Y quién es el otro bicho? —cuestionó de forma sarcástica. Finalmente puso una mano entre ella y él, con la palma hacia arriba, y de esta brotaron hasta cinco plumas de un rojo intenso que comenzaron a moverse dócilmente en el aire— En un principio puede parecer un poder no muy interesante, pero lo cierto es que tiene sus cosillas. Consumí una akuma no mi pocos meses después de empezar el viaje. Unos señores bastante amables me la dieron como pago por ayudarles en la isla de Niras —mintió, aunque no era la forma más correcta de llamarlo. Después de todo, en un principio le prometieron la fruta como pago, ¿no? Que intentasen engañarle tan solo era un detalle completamente innecesario en su pequeño relato—. No está muy lejos de aquí: quizá a un par de semanas de viaje en barco. Es todo un punto de encuentro para comerciantes del South Blue, mucho más que Samia. A su lado, nuestra pequeña isla no es sino... no sé, un punto de paso. Poco más.
Según iba hablando, las plumas comenzaron a describir trayectorias distintas en el aire sin llegar a complicarse demasiado la vida. Ascendían, variando su velocidad para luego dejarse caer en movimientos irregulares y vuelta a empezar. Una de ellas se desplazó hasta colocarse sobre la oreja de Miko, como quien se pone un lápiz: un sencillo adorno que contrastaba con aquella melena nívea.
El resto de plumas se esfumaron en la nada antes de que continuase.
—La verdad es que durante las primeras etapas del viaje las cosas se pusieron bastante feas. Como sabes, no me marché con demasiados ahorros y no tardaron en consumirse con comida y alojamiento. De hecho, me aventuraría a decir que se acabaron tras la primera semana, si no recuerdo mal —prosiguió, rememorando aquellos días tan terribles. Aún recordaba las incontables noches que pasó sin poder dormir por culpa del hambre—. Me agarraba a cualquier trabajo, por mal pagado que estuviera, con tal de llevarme algo a la boca. No te voy a mentir, en alguna ocasión tuve que robar fruta en el mercado para no morirme de hambre. —Su tono era despreocupado y tranquilo pese a lo que estaba diciendo. Aquella época quedaba muy atrás para él y a la vista estaba que había sabido salir adelante— Por suerte, terminé convirtiéndome en grumete de una pequeña tripulación de comerciantes con los que pude ganarme un sueldo digno y dejar de pasar penurias. No es que fuera lo más emocionante del mundo, pero apliqué algunos de los conocimientos de carpintería de mi padre para ayudarles en su trayecto. Su barco se llamaba La Rosa Sureña, y su capitán Kirk, aunque ya te hablaré de ellos con más calma.
Tenía mucho que contar, después de todo, y es que no había tenido pocas experiencias al lado de su viejo capitán y el bocazas de Azir. Le resultaba imposible no sonreír al acordarse de ellos. ¿Cómo les iría? ¿Kirk se habría retirado ya? ¿Habría tomado Azir los mandos? «Pobre de aquellos bajo sus órdenes si es así». Se distrajo un momento, rememorando y ordenando sus pensamientos. Pese a todo, la mayor parte del tiempo que había estado fuera fue bajo la tutela de los cazadores del Nido. Por motivos obvios, no podía explicarle en qué mundos se había estado metiendo: no quería preocuparla.
—Con el tiempo dejé su tripulación para unirme a un pequeño grupo que desempeñaba bastantes tareas. Se podría decir que ayudaban a la gente con sus problemas —mentira no era—. Así que he sido algo así como un héroe durante un tiempo —afirmó, sacándole la lengua con la intención de molestarla—. En realidad no, porque se cobraba a cambio de aquellas ayudas pero, bueno, ya sabes, hay que ganarse el pan.
Miko
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Los pensamientos de Miko se reflejaban en su rostro como si los tuviera escritos. Sus mejillas se hincharon ante la carcajada soltada por Ayden cuando esta le dijo lo sorprendente que le resultaba que pudiera leer ese tipo de ambientes con facilidad. Ella era buena para leer otro tipo de cosas en las personas, pero como nunca se había parado a pensar en cosas como el amor o formar una nueva familia de tampoco le interesaban. Su meta quedó fijada en cuanto el chico dejó la isla, al igual que la del propio Ayden en cierto sentido. Igualmente, esa situación llevaba a recuerdos de cuando era pequeña. No podía enfadarse. Era bueno ver que el chico aún podía sonreír como antes. Aunque había cosas nuevas en el conjunto. Por ejemplo, cuando comentó su apariencia, no pudo evitar crisparse ante el curioso termino que acababa de usar:
—Mama… ¿Qué? ¿Qué significa eso? —La pregunta se vio acompañada de un movimiento de la chica que se levantó un poco para encararle desde más cerca aún si podía darse el caso, quedando un poco por encima suya. Unos centímetros más y sus frentes volverían a estar pegadas. —Sobre lo de mi apariencia… No es que pretenda intimidar. —Añadió, echándose de nuevo hacia atrás, para volver a acomodarse sobre su amigo. No tenía la necesidad de levantarse aún ya que todavía estaban conversando. —Simplemente estuve centrándome en mi entrenamiento. Charlie me enseñó lo básico sobre defensa y pelea, me ayudó a mejorar mi condición física… y bueno, entreno casi todos los días más de cuatro horas diarias, así que supongo que al ir de un lado a otro sin parar… Simplemente me he fortalecido. Pero cualquiera puede hacerlo. —Y no era mentira, aunque no todo el mundo tendría la fuerza de voluntad de Miko, y tampoco había que quitar el factor zoan de la ecuación. Su cuerpo de base ya era mucho más dinámico que el de otros humanos cuando era pequeña, debido a los efectos latentes de la akuma.
La conversación continuó, y Miko pudo verse con ello maravillada con los brillantes colores de las plumas que Ayden creó en sus manos para demostrar sus poderes tras su burlesca forma de aceptar el comentario de la chica por llamarle “bicho”. Eran de un color rojo intenso, al igual que sus ojos. La albina tenía muchas preguntas, pero decidió esperar a que su amigo terminase de hablar. Mientras lo hacía, ella se estuvo entreteniendo intentando agarrar o tocar alguna de las plumas al vuelo –con que tuviera los oídos atentos era suficiente-.
Al parecer, esa fruta había sido un pago para agradecer su ayuda de parte de otra persona. Eso sonaba posible, sí. Quizás alguien no sabía que era esa pieza en su cesto y vio una forma de librarse de ella. Si fuera el ex teniente a quien le hubieran contado esta historia hubiera tenido sus reticencias a aceptarla de no ser el caso. Nadie en su sano juicio –desde su punto de vista- soltaría algo tan preciado. Menos aún se lo daría a un niño. Como fuera, esa parte de la historia fue opacada para Miko cuando el chico comenzó a contar todos sus contratiempos y dificultades. “Al menos está vivo. Al menos le fue bien”. Se decía, pero de nuevo estaba esa vocecita de arrepentimiento que había estado cargando desde que se marchó recordándole que los malos tragos que pasó fueron su culpa. En Samia no había algo así como problemas o mala forma de vida. Al menos no en el pueblo en el que ellos se habían criado. Todo problema sucedido en los últimos años fue causado por los extranjeros que pasaron por la isla. De hecho, esa comparativa había estado muy acertada por parte del Rubio.
—Bueno, Samia es una isla tranquila. Desde el principio, sus habitantes lo último que quisieron fue llamar la atención del resto del mundo. No todos son como tú y como mi padre, o como yo. —Fue la única interrupción que hizo en todo el relato del contrario y, de nuevo, aunque ella no dijera nada, su mirada resultaba un libro abierto. Hasta Miko era consciente de ello por lo que, antes de que el chico pudiera decirle nada al respecto, se levantó con suma gracia y se giró para que no pudiera verle la cara, mirando al mar. Para demostrar que no le pasaba nada se empezó a estirar, tomando aire. —Tanto rato sentada no es bueno para mí. Me voy a agarrotar. —Bromeó antes de ir a por el frasquito de cristal que se había quedado olvidado en la arena, con intención de lanzárselo a su dueño. —Ten. Aunque no prometo que haya algo divertido que leer ahí. Por cierto… —Sonrió. —Se está haciendo tarde, deberíamos volver al pueblo. Podemos cenar en la taberna antes de ir a casa, si quieres. —
Esperaría a su respuesta y a que, por lo menos se levantase. Si no quería irse aún también estaba bien. No era como si la oscuridad evitase a Miko ver perfectamente el camino de vuelta, y desde luego la fresca brisa nocturna no era un inconveniente para ella, al contrario. Era agradable, el olor salado del mar que se mezclaba con el dulce de la hierba y los árboles. Tal vez solo su olfato no humano lo llegara a percibir con tanto detalle.
En caso de marcharse, se preguntaba que tanto había visto el chico. Lo cierto era que Asima, la ciudad portuaria por la que –supuso- llegó a la isla, había mejorado mucho a lo largo de los años, pero Samia había sufrido pocos cambios. Estaba prácticamente como antes de que se marchara. Lo único que había cambiado era la apariencia de las personas según se iban haciendo mayores. Lo que no tenía del todo claro era si alguien le había visto ya o si le reconocerían. Si la había encontrado en la playa supuso que como mínimo había usado un par de indicaciones. De normal… Ir a su casa a esperarla hubiera sido lo más fácil de hacer. “Salvo por el detalle de ver a sus padres”. Bueno, estaba casi segura de que no debería temer por eso en la taberna. Las únicas que podrían reconocerle serían Martha, Rumi… Y media isla, pues a esa hora la gente iba a celebrar su buena jornada o a quejarse si las cosas no habían ido tan bien. Al final, Samia era como una gran familia.
—Mama… ¿Qué? ¿Qué significa eso? —La pregunta se vio acompañada de un movimiento de la chica que se levantó un poco para encararle desde más cerca aún si podía darse el caso, quedando un poco por encima suya. Unos centímetros más y sus frentes volverían a estar pegadas. —Sobre lo de mi apariencia… No es que pretenda intimidar. —Añadió, echándose de nuevo hacia atrás, para volver a acomodarse sobre su amigo. No tenía la necesidad de levantarse aún ya que todavía estaban conversando. —Simplemente estuve centrándome en mi entrenamiento. Charlie me enseñó lo básico sobre defensa y pelea, me ayudó a mejorar mi condición física… y bueno, entreno casi todos los días más de cuatro horas diarias, así que supongo que al ir de un lado a otro sin parar… Simplemente me he fortalecido. Pero cualquiera puede hacerlo. —Y no era mentira, aunque no todo el mundo tendría la fuerza de voluntad de Miko, y tampoco había que quitar el factor zoan de la ecuación. Su cuerpo de base ya era mucho más dinámico que el de otros humanos cuando era pequeña, debido a los efectos latentes de la akuma.
La conversación continuó, y Miko pudo verse con ello maravillada con los brillantes colores de las plumas que Ayden creó en sus manos para demostrar sus poderes tras su burlesca forma de aceptar el comentario de la chica por llamarle “bicho”. Eran de un color rojo intenso, al igual que sus ojos. La albina tenía muchas preguntas, pero decidió esperar a que su amigo terminase de hablar. Mientras lo hacía, ella se estuvo entreteniendo intentando agarrar o tocar alguna de las plumas al vuelo –con que tuviera los oídos atentos era suficiente-.
Al parecer, esa fruta había sido un pago para agradecer su ayuda de parte de otra persona. Eso sonaba posible, sí. Quizás alguien no sabía que era esa pieza en su cesto y vio una forma de librarse de ella. Si fuera el ex teniente a quien le hubieran contado esta historia hubiera tenido sus reticencias a aceptarla de no ser el caso. Nadie en su sano juicio –desde su punto de vista- soltaría algo tan preciado. Menos aún se lo daría a un niño. Como fuera, esa parte de la historia fue opacada para Miko cuando el chico comenzó a contar todos sus contratiempos y dificultades. “Al menos está vivo. Al menos le fue bien”. Se decía, pero de nuevo estaba esa vocecita de arrepentimiento que había estado cargando desde que se marchó recordándole que los malos tragos que pasó fueron su culpa. En Samia no había algo así como problemas o mala forma de vida. Al menos no en el pueblo en el que ellos se habían criado. Todo problema sucedido en los últimos años fue causado por los extranjeros que pasaron por la isla. De hecho, esa comparativa había estado muy acertada por parte del Rubio.
—Bueno, Samia es una isla tranquila. Desde el principio, sus habitantes lo último que quisieron fue llamar la atención del resto del mundo. No todos son como tú y como mi padre, o como yo. —Fue la única interrupción que hizo en todo el relato del contrario y, de nuevo, aunque ella no dijera nada, su mirada resultaba un libro abierto. Hasta Miko era consciente de ello por lo que, antes de que el chico pudiera decirle nada al respecto, se levantó con suma gracia y se giró para que no pudiera verle la cara, mirando al mar. Para demostrar que no le pasaba nada se empezó a estirar, tomando aire. —Tanto rato sentada no es bueno para mí. Me voy a agarrotar. —Bromeó antes de ir a por el frasquito de cristal que se había quedado olvidado en la arena, con intención de lanzárselo a su dueño. —Ten. Aunque no prometo que haya algo divertido que leer ahí. Por cierto… —Sonrió. —Se está haciendo tarde, deberíamos volver al pueblo. Podemos cenar en la taberna antes de ir a casa, si quieres. —
Esperaría a su respuesta y a que, por lo menos se levantase. Si no quería irse aún también estaba bien. No era como si la oscuridad evitase a Miko ver perfectamente el camino de vuelta, y desde luego la fresca brisa nocturna no era un inconveniente para ella, al contrario. Era agradable, el olor salado del mar que se mezclaba con el dulce de la hierba y los árboles. Tal vez solo su olfato no humano lo llegara a percibir con tanto detalle.
En caso de marcharse, se preguntaba que tanto había visto el chico. Lo cierto era que Asima, la ciudad portuaria por la que –supuso- llegó a la isla, había mejorado mucho a lo largo de los años, pero Samia había sufrido pocos cambios. Estaba prácticamente como antes de que se marchara. Lo único que había cambiado era la apariencia de las personas según se iban haciendo mayores. Lo que no tenía del todo claro era si alguien le había visto ya o si le reconocerían. Si la había encontrado en la playa supuso que como mínimo había usado un par de indicaciones. De normal… Ir a su casa a esperarla hubiera sido lo más fácil de hacer. “Salvo por el detalle de ver a sus padres”. Bueno, estaba casi segura de que no debería temer por eso en la taberna. Las únicas que podrían reconocerle serían Martha, Rumi… Y media isla, pues a esa hora la gente iba a celebrar su buena jornada o a quejarse si las cosas no habían ido tan bien. Al final, Samia era como una gran familia.
Ayden siempre había sido aquel tipo de chico: observador, atento pese a su inquietud y escasa paciencia; el tipo de persona que siempre se daba cuenta de los más mínimos detalles. Con los años, esta facultad no se había perdido en lo más mínimo. Conociendo como conocía a Miko, sabía de sobra que sus palabras estaban teniendo un efecto bastante alejado de lo que deseaba sobre ella. Su mirada se ensombrecía a ratos, y no necesitaba ser un cerebrito para entender el motivo. Quizá tuvieran que afrontar esa conversación más tarde, aunque fuera para despejar toda culpa de su conciencia.
La mirada ambarina del cazador siguió la figura de la chica en cuanto se levantó, liberándole finalmente. No es que estuviera incómodo, pero sabía bien que, si la peliblanca no quería, él no habría sido capaz de erguirse en ningún momento. Apoyó el antebrazo derecho sobre la pierna y se quedó mirándola. Cuando el cristal voló hacia él nuevamente tan solo tuvo que pillarlo al vuelo. Un atisbo de sonrisa apareció en la comisura de sus labios cuando volvió a analizar la botella, observando el papel de su interior como si albergara un secreto que ansiaba descubrir. Sabía que, probablemente, tan solo habrían escritas anécdotas del día a día, ¿pero qué más daba? Llevaba sin saber de ellos años enteros. Hasta la historia más tonta tenía un valor incalculable para él en esos momentos.
Se puso en pie.
—No importa. Sé disfrutar de cualquier lectura, por sosa que sea —comentó con cierta burla, buscando su bolsa para guardar la botella. Ya la abriría después. Cuando Miko sugirió que se encaminasen hacia el pueblo se quedó quieto durante unos segundos. Pudo sentir cómo un escalofrío recorría su espalda hasta la nuca y cómo su vello se erizaba. Suspiró—. Creo que no sería justo que mis padres tuvieran que esperar más tiempo. Tampoco para mí. Si alguien más debe volver a verme hoy, esos son ellos.
Su tono se había vuelto bastante más seco y apagado de lo que lo había estado antes. Se le daba bien mentir, pero no podía hacerlo con aquellos temas. Su preocupación respecto a cómo se tomaría su familia su regreso era palpable. Nunca había podido perdonarse el haberse ido sin despedirse, y que no hubiera dado señales de vida durante tantos años tan solo lo agravaba. Quizá hasta sonase egoísta, pero necesitaba quitarse ese peso de encima cuanto antes. Le daba igual si su padre le cruzaba la cara o si su madre le reprochaba cada una de sus acciones; fuera cual fuese su reacción, la encajaría con entereza. Se forzó a volver a sonreír, aunque esta vez de forma más leve y calmada. Su mirada buscó la de la chica.
—Volvamos a casa.
Y, sin más, comenzó a caminar en dirección a Samia. Aún no había oscurecido del todo, así que no tenía problemas para orientarse. De todos modos, ¿por qué iba a tenerlos? La isla seguía siendo la que era, por mucho que hubiera más actividad. Jamás se olvidaría del camino de regreso a casa por mucho tiempo que pasase fuera. Era cierto que había edificios donde antes tan solo podían encontrarse árboles y espesura, pero aún recordaba todo: cada acantilado; cada camino; hasta la más tonta guía que pudiera utilizar en medio de la naturaleza de Samia. Aún les llevaría un rato llegar hasta el tranquilo pueblo y, antes de darse cuenta, había generado un silencio que tan solo se veía perturbado por el sonido de los pasos de ambos. No era una situación desagradable, pero necesitaba romperlo. Lo último que podía hacer era quedarse callado.
—Por cierto, Miko —comenzó, mirándola de reojo—. Te he traído algo, pero tan solo te lo daré si, como heroína que eres, evitas que cualquiera de nuestros conocidos me maten. Considéralo un primer rescate remunerado. —Tuvo que reprimir una carcajada, intentando sonar lo más serio posible. Pese a ello, no pudo aguantarse las ganas de chincharla— Aunque los héroes seáis tan bobos como para no cobrar por vuestro trabajo.
La mirada ambarina del cazador siguió la figura de la chica en cuanto se levantó, liberándole finalmente. No es que estuviera incómodo, pero sabía bien que, si la peliblanca no quería, él no habría sido capaz de erguirse en ningún momento. Apoyó el antebrazo derecho sobre la pierna y se quedó mirándola. Cuando el cristal voló hacia él nuevamente tan solo tuvo que pillarlo al vuelo. Un atisbo de sonrisa apareció en la comisura de sus labios cuando volvió a analizar la botella, observando el papel de su interior como si albergara un secreto que ansiaba descubrir. Sabía que, probablemente, tan solo habrían escritas anécdotas del día a día, ¿pero qué más daba? Llevaba sin saber de ellos años enteros. Hasta la historia más tonta tenía un valor incalculable para él en esos momentos.
Se puso en pie.
—No importa. Sé disfrutar de cualquier lectura, por sosa que sea —comentó con cierta burla, buscando su bolsa para guardar la botella. Ya la abriría después. Cuando Miko sugirió que se encaminasen hacia el pueblo se quedó quieto durante unos segundos. Pudo sentir cómo un escalofrío recorría su espalda hasta la nuca y cómo su vello se erizaba. Suspiró—. Creo que no sería justo que mis padres tuvieran que esperar más tiempo. Tampoco para mí. Si alguien más debe volver a verme hoy, esos son ellos.
Su tono se había vuelto bastante más seco y apagado de lo que lo había estado antes. Se le daba bien mentir, pero no podía hacerlo con aquellos temas. Su preocupación respecto a cómo se tomaría su familia su regreso era palpable. Nunca había podido perdonarse el haberse ido sin despedirse, y que no hubiera dado señales de vida durante tantos años tan solo lo agravaba. Quizá hasta sonase egoísta, pero necesitaba quitarse ese peso de encima cuanto antes. Le daba igual si su padre le cruzaba la cara o si su madre le reprochaba cada una de sus acciones; fuera cual fuese su reacción, la encajaría con entereza. Se forzó a volver a sonreír, aunque esta vez de forma más leve y calmada. Su mirada buscó la de la chica.
—Volvamos a casa.
Y, sin más, comenzó a caminar en dirección a Samia. Aún no había oscurecido del todo, así que no tenía problemas para orientarse. De todos modos, ¿por qué iba a tenerlos? La isla seguía siendo la que era, por mucho que hubiera más actividad. Jamás se olvidaría del camino de regreso a casa por mucho tiempo que pasase fuera. Era cierto que había edificios donde antes tan solo podían encontrarse árboles y espesura, pero aún recordaba todo: cada acantilado; cada camino; hasta la más tonta guía que pudiera utilizar en medio de la naturaleza de Samia. Aún les llevaría un rato llegar hasta el tranquilo pueblo y, antes de darse cuenta, había generado un silencio que tan solo se veía perturbado por el sonido de los pasos de ambos. No era una situación desagradable, pero necesitaba romperlo. Lo último que podía hacer era quedarse callado.
—Por cierto, Miko —comenzó, mirándola de reojo—. Te he traído algo, pero tan solo te lo daré si, como heroína que eres, evitas que cualquiera de nuestros conocidos me maten. Considéralo un primer rescate remunerado. —Tuvo que reprimir una carcajada, intentando sonar lo más serio posible. Pese a ello, no pudo aguantarse las ganas de chincharla— Aunque los héroes seáis tan bobos como para no cobrar por vuestro trabajo.
Miko
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Los ojos de Miko se cruzaron con los del chico cuando se levantó y empezó a hablar, dejando claro que, si alguien tenía que verle ese día, aparte de ella misma, esos eran sus padres. Se notaba la tensión en cada parte de su cuerpo, y hasta ella era lo suficientemente atenta como para notar eso. Es decir, estaba casi temblando, su sonrisa se había ido. Era como si la luz que solía emanar el chico con su forma de ser se hubiera apagado. Supuso que los dos eran tal para cual. A pesar de ello, la frase de “volvamos a casa” resultó agradable de escuchar. Sonriéndole de vuelta, aunque fuera de forma leve, se aseguró de ponerse a su altura para que caminaran juntos.
En silencio, ambas figuras se alejaron de la playa como lo hubieran hecho otras veces. No hacía falta mediar palabras para estar cómodos. Aunque con lo alborotadores que eran de pequeños, esa calma era un poco… Extraña. Si lo comparabas a un par de niños, claro. Miko iba pensando en cómo sería la reunión, ya que ella hacía tiempo que no pisaba la casa de Ayden. Dos meses, para ser exactos, desde el cumpleaños de Ayda. “Si voy me dirán seguramente que pase, pero dudo que tengan preparada una cena para cuatro personas”. Preocupaciones cotidianas que se le pasaban a una por la cabeza y que se dispersaron cuando el chico volvió a hablar. Los ojos de Miko se iluminaron por un momento cuando escuchó la palabra regalo. A punto de asaltar al mayor para saber de qué se trataba. Cuando dijo que solo se lo daría cuando estuviera “a salvo” su cara cambió radicalmente, hinchando las mejillas le miró desde abajo con reproche.
—Eres un villano, Ayden. Eso no es justo. —Se quejó, apartando la mirada antes de suspirar, bajando la mirada a los pies. —Además, no necesitas pagarme para que cuide de ti. Esas no son acciones de un héroe… ¡El único bobo eres tú! —Exclamó. Le había tocado las cosquillas equivocadas. De hecho, normalmente hubieran empezado a reñir. Pero en aquella ocasión decidió simplemente acelerar el paso para ser ella quien le molestara a él. Haría que durante un ratito tuviera que intentar alcanzarla. Aunque no sabía si eso iba a funcionar como cuando eran pequeños. Cuando decidiera dejar que le alcanzase... —Bueno, es igual. No tienes que pagarme para cuidarte, pero puedo esperar a después de cenar para que me des mi regalo. —Diría, con una amplia sonrisa, antes de tomarle de la mano, aferrándola en la suya propia, algo más pequeña. —Pero sí que quiero dar un rodeo y pasar por la taberna. Podemos entrar por la puerta trasera para que no te vean, si no quieres. Después de todo, estaría feo ir a ver a tus padres a estas horas y no llevar algo. Y llevas mucho fuera de casa. Quiero que comas como no lo has hecho en años, así que vamos a coger los ingredientes de lo que ha quedado sin usar hoy en la cocina. —
No esperó a que pudiera replicarle, ya que le había pedido que estuviera ahí para que no le mataran, a Ayden le tocaría dejarse arrastrar por la albina. Por suerte, la taberna estaba a cinco minutos de su casa, así que prácticamente les pillaba de camino. En el camino, bueno, era inevitable que se cruzaran con algunas personas, aunque la penumbra se aseguró de evitar que reconocieran al chico. Eso no quita que a alguno se le notaba sorprendido por ver a Miko con un chico, de la mano. Seguramente fuera una sorpresa y una decepción a partes iguales. Como fuera, no tardaron mucho en tomar lo que necesitaban de la taberna e irse a la casa de Ayden.
Frente al porche de la casa, Miko tomó aire y luego se giró para mirar a su amigo. —¿Estás listo? —La pregunta era tanto para Ayden como para sí misma. Esperaría a su respuesta antes de llamar a la puerta. —Recuerda, eres una sorpresa, así que procura que no se fijen en ti nada más abran la puerta, ¿vale? Y nada de salir corriendo. —Advirtió, a broma, mientras pinchaba su mejilla aprovechando que el escalón le daba unos cuantos centímetros de ventaja. —No quiero pasar de una misión de rescate a una de busca y captura, después de todo esas no son para mí. —
Tras este comentario, Miko llevó los nudillos a l puerta y dio tres golpes seguidos, lo suficientemente sonoros para indicar que tenían visita, pero no tan fuertes como para sobresaltar a nadie. Esperó un par de segundos, atenta a cualquier sonido, y volvió a llamar, un poco más fuerte. Al poco se escucharon voces avisando de que estaban camino de abrir, por lo que la albina bajó la mano, volviendo a sujetar una de las bolsas que llevaba como hubiera hecho antes. La puerta se abrió, dejando ver la figura de Sean. Sus ojos la miraron sorprendido por la visita, aunque sus labios pronto se torcieron en una sonrisa. —Cuánto tiempo, Miko. ¿Qué te trae por aquí? —
—Hola, tío Sean. Bueno, solo una pequeña visita. Tenía ganas de veros. —La chica alzó las bolsas. —Pensé que podría ayudar con la cena de hoy. —Estaba nerviosa por su sorpresa. Aún con lo que le había dicho antes a Ayden, la parte de sí misma que era una liebre era ahora la que quería huir. —¿Puedo pasar? —
—Claro, Ayda iba a ponerse justo ahora a cocinar. Aunque no esperábamos visitas así que es bueno ver que eres tan previsora. Aunque…—Miró las bolsas. —¿No será demasiado? —
—Está bien, está bien… Es que, traigo otra sorpresa conmigo. —Y tras decir eso se apartó, dejando a Ayden al descubierto. Tras dejar que ambos entablaran contacto visual e hicieran por hablar, les daría un pequeño “empujón”. Ahora era cosa de su amigo, ella no podía intervenir en eso, por lo que se colaría por detrás del padre de Ayden para entrar a la casa. —Bueno, la comida no se va a preparar sola y no quiero tener esperando a tía Ayda, así que… Entrad cuando hayáis terminado. — Y tras decir eso, se perdió en el interior de la casa. “Mucho ánimo, Ayden”.
En silencio, ambas figuras se alejaron de la playa como lo hubieran hecho otras veces. No hacía falta mediar palabras para estar cómodos. Aunque con lo alborotadores que eran de pequeños, esa calma era un poco… Extraña. Si lo comparabas a un par de niños, claro. Miko iba pensando en cómo sería la reunión, ya que ella hacía tiempo que no pisaba la casa de Ayden. Dos meses, para ser exactos, desde el cumpleaños de Ayda. “Si voy me dirán seguramente que pase, pero dudo que tengan preparada una cena para cuatro personas”. Preocupaciones cotidianas que se le pasaban a una por la cabeza y que se dispersaron cuando el chico volvió a hablar. Los ojos de Miko se iluminaron por un momento cuando escuchó la palabra regalo. A punto de asaltar al mayor para saber de qué se trataba. Cuando dijo que solo se lo daría cuando estuviera “a salvo” su cara cambió radicalmente, hinchando las mejillas le miró desde abajo con reproche.
—Eres un villano, Ayden. Eso no es justo. —Se quejó, apartando la mirada antes de suspirar, bajando la mirada a los pies. —Además, no necesitas pagarme para que cuide de ti. Esas no son acciones de un héroe… ¡El único bobo eres tú! —Exclamó. Le había tocado las cosquillas equivocadas. De hecho, normalmente hubieran empezado a reñir. Pero en aquella ocasión decidió simplemente acelerar el paso para ser ella quien le molestara a él. Haría que durante un ratito tuviera que intentar alcanzarla. Aunque no sabía si eso iba a funcionar como cuando eran pequeños. Cuando decidiera dejar que le alcanzase... —Bueno, es igual. No tienes que pagarme para cuidarte, pero puedo esperar a después de cenar para que me des mi regalo. —Diría, con una amplia sonrisa, antes de tomarle de la mano, aferrándola en la suya propia, algo más pequeña. —Pero sí que quiero dar un rodeo y pasar por la taberna. Podemos entrar por la puerta trasera para que no te vean, si no quieres. Después de todo, estaría feo ir a ver a tus padres a estas horas y no llevar algo. Y llevas mucho fuera de casa. Quiero que comas como no lo has hecho en años, así que vamos a coger los ingredientes de lo que ha quedado sin usar hoy en la cocina. —
No esperó a que pudiera replicarle, ya que le había pedido que estuviera ahí para que no le mataran, a Ayden le tocaría dejarse arrastrar por la albina. Por suerte, la taberna estaba a cinco minutos de su casa, así que prácticamente les pillaba de camino. En el camino, bueno, era inevitable que se cruzaran con algunas personas, aunque la penumbra se aseguró de evitar que reconocieran al chico. Eso no quita que a alguno se le notaba sorprendido por ver a Miko con un chico, de la mano. Seguramente fuera una sorpresa y una decepción a partes iguales. Como fuera, no tardaron mucho en tomar lo que necesitaban de la taberna e irse a la casa de Ayden.
Frente al porche de la casa, Miko tomó aire y luego se giró para mirar a su amigo. —¿Estás listo? —La pregunta era tanto para Ayden como para sí misma. Esperaría a su respuesta antes de llamar a la puerta. —Recuerda, eres una sorpresa, así que procura que no se fijen en ti nada más abran la puerta, ¿vale? Y nada de salir corriendo. —Advirtió, a broma, mientras pinchaba su mejilla aprovechando que el escalón le daba unos cuantos centímetros de ventaja. —No quiero pasar de una misión de rescate a una de busca y captura, después de todo esas no son para mí. —
Tras este comentario, Miko llevó los nudillos a l puerta y dio tres golpes seguidos, lo suficientemente sonoros para indicar que tenían visita, pero no tan fuertes como para sobresaltar a nadie. Esperó un par de segundos, atenta a cualquier sonido, y volvió a llamar, un poco más fuerte. Al poco se escucharon voces avisando de que estaban camino de abrir, por lo que la albina bajó la mano, volviendo a sujetar una de las bolsas que llevaba como hubiera hecho antes. La puerta se abrió, dejando ver la figura de Sean. Sus ojos la miraron sorprendido por la visita, aunque sus labios pronto se torcieron en una sonrisa. —Cuánto tiempo, Miko. ¿Qué te trae por aquí? —
—Hola, tío Sean. Bueno, solo una pequeña visita. Tenía ganas de veros. —La chica alzó las bolsas. —Pensé que podría ayudar con la cena de hoy. —Estaba nerviosa por su sorpresa. Aún con lo que le había dicho antes a Ayden, la parte de sí misma que era una liebre era ahora la que quería huir. —¿Puedo pasar? —
—Claro, Ayda iba a ponerse justo ahora a cocinar. Aunque no esperábamos visitas así que es bueno ver que eres tan previsora. Aunque…—Miró las bolsas. —¿No será demasiado? —
—Está bien, está bien… Es que, traigo otra sorpresa conmigo. —Y tras decir eso se apartó, dejando a Ayden al descubierto. Tras dejar que ambos entablaran contacto visual e hicieran por hablar, les daría un pequeño “empujón”. Ahora era cosa de su amigo, ella no podía intervenir en eso, por lo que se colaría por detrás del padre de Ayden para entrar a la casa. —Bueno, la comida no se va a preparar sola y no quiero tener esperando a tía Ayda, así que… Entrad cuando hayáis terminado. — Y tras decir eso, se perdió en el interior de la casa. “Mucho ánimo, Ayden”.
Tuvo que contener la risa en el momento en que la peliblanca reaccionó ante su ávido comentario. Era el tipo de respuesta que esperaba, y es que sabía lo mucho que le molestaba que alguien se metiera con su concepto de héroe. Uno que él no compartía, de hecho, pero que respetaba por el simple hecho de que fuera tan importante para ella. Quizá su falta de comprensión hacia la necesidad de echar una mano sin recompensa alguna fuera, de lejos, el motivo principal por el que discutían en su niñez. Ayden siempre había sido el que buscaba granjearse algún que otro regalo con lo que hacía y Miko... bueno, todo lo contrario. Negó con la cabeza en cuanto vio que se adelantaba, tratando de dejarle atrás, ante lo que terminó por escapársele una carcajada.
—¡Eh, Miko! ¡Venga! —exclamó, acelerando el paso— ¡Solo era una broma!
Sintió con todo su ser que aquella situación ya la había vivido. Nostálgico, cuando llegó a su lado no pudo sino mirarla como quien mira un tesoro: uno preciado y que temía haber olvidado con el paso del tiempo. No había sido así.
El rubio se limitó a escucharla, a sabiendas de que su pequeña broma no le saldría mucho más caro. Después de todo, ya fuera por lo mucho que pudiera haberle echado de menos o porque sabía explotar sus debilidades, la chica no parecía dispuesta a perder el tiempo discutiendo. Supuso que ya habría otro momento con el que tener que lidiar con sus enfados. Quizá tuviera que mentalizarse más tarde. Para lo que no se había preparado era para el tacto que sintió sobre su mano, prácticamente apresándola. Bajó la mirada para ver sus dedos rodeados por los de Miko y, apenas un instante después, se vio arrastrado por los tirones de su compañera hacia el pueblo. Si se le hubiera pasado por la cabeza oponer cualquier resistencia la idea apenas habría durado un par de segundos, los suficientes como para darse cuenta de que no tenía nada que hacer. ¿De dónde había sacado toda esa fuerza? No era solo su fruta, sino toda ella. Por mucho que se lo negase, no todo el mundo era capaz de llegar hasta ese punto con su cuerpo, por mucho que entrenara. «Y te lo dice alguien que se ha pasado ocho años haciéndolo», refunfuñó para sus adentros, dejándose guiar.
—Está bien, está bien —cediendo, se limitó a seguir el paso de la chica como buenamente podía, intentando que no le fuera necesario tirar de él mientras echaba un rápido vistazo a los alrededores—. Aunque la gente te va a mirar raro. Si los chicos siguen yendo detrás de ti como cuando eras pequeña vas a romperles el corazón. Eso no es muy heroico —concluyó para chincharla.
El paso por la taberna fue bastante breve: colarse por la puerta de atrás sin ser vistos, dirigirse hacia la despensa y esperar a que Miko recolectase todos los ingredientes que le hicieran falta. Cuando la vio salir de allí no pudo sino clavar su mirada en las dos bolsas que llevaba, una en cada mano. No había mentido: pretendía hacerle comer como no lo había hecho en mucho tiempo. ¿Su plan era hacerle reventar? Por mucho que pudiera sacar plumas no era un pollo que rellenar, aunque la idea le causó cierta gracia. Sus ánimos, sin embargo, se esfumaron en el momento en que llegaron a su casa. Estaba, al menos por lo que veía desde fuera, exactamente igual que en sus recuerdos. Quizá algo más gastada en según qué zonas a causa de la humedad o la vegetación cercana, pero Sean se había asegurado de mantenerla en buen estado. No le costó, de hecho, identificar algún que otro arreglo que el carpintero habría hecho a lo largo de todos esos años. Ante la pregunta de Miko tan solo pudo asentir, haciéndose a un lado para no quedar en el campo de visión de quien fuera que abriera la puerta. Escuchó los pasos aproximándose, así como una voz inconfundible al otro lado. Cuando abrieron sintió que se quedaba paralizado, casi temblando como un niño chico. «¿Pero qué clase de hombre eres, Ayden? Un poquito de compostura», se dijo, justo antes de que la peliblanca entrase.
Cerró los ojos, tomó aire, lo soltó en un suspiro, abrió los ojos y se plantó frente a la puerta, mirando fijamente a su padre.
—Hola, papá —fue cuanto alcanzó a decir. Sean pareció quedarse petrificado, sin poder dejar de mirarle, apenas habiendo gesticulación alguna en su rostro. El silencio se prolongó durante unos segundos, sin que hubiera respuesta y logrando que la tensión casi pudiera tocarse con las yemas de los dedos.
—Hijo...
De repente, allí donde antes no había ninguna clase de sentimiento, parecieron brotar multitud de reacciones a la vez. Ira, tristeza, alegría, frustración. El cazador sintió la mano de su padre aferrando el cuello de su chaqueta, tirando hacia él de una forma bastante intimidante. El hombre de cabello castaño alzó su mano libre y Ayden cerró los ojos, preparándose para la bofetada; nunca llegó. Los brazos del carpintero rodearon la espalda de su hijo, quien se vio atrapado contra un hombre que, pese a todo, no había podido hacer otra cosa sino abrazarle y comprobar por sí mismo que realmente estaba allí. Le notaba temblar, probablemente conteniendo las lágrimas. El rubio correspondió el abrazo de su padre, quedándose en aquella posición durante un buen rato. Cuando al fin se separaron, sus miradas se mantuvieron fijas la una en la otra. Pudo ver el millar de preguntas que nublaban la mente del mayor a través de sus ojos, pero antes de que pudieran articular palabra alguna una voz sonó desde el interior de la casa.
—¿Sean? —preguntó una voz femenina varios metros más adentro, ante lo que el hombre se hizo a un lado— ¿Se puede saber qué haces ahí? Deja de holgazanear y ven a echarnos una...
La mujer, cuyos cabellos eran incluso más rubios que los del propio Ayden, enmudeció al verle en la entrada. Quieta, como si fuera una estatua que guardase la sala común, unos metros más allá del recibidor. Pese a la distancia, el hijo pudo ver cómo la mirada de su madre se volvía más y más vidriosa, hasta el momento en el que un par de lágrimas se dejaron caer por sus mejillas. Sintió que algo se rompía en su interior hasta partirse en mil pedazos, haciéndole avanzar un par de pasos antes de escuchar la puerta cerrarse a su espalda.
—¿Ayden? —alcanzó a preguntar Ayda, con la voz rota. Una pregunta que fue más que suficiente para lograr que el cazador rompiera a llorar, temblando ligeramente, en silencio.
Asintió, avanzando hacia ella, y la mujer corrió hasta verse rodeada en los brazos de su hijo. Ayden cerró los ojos, escondiendo el rostro contra el cabello de su madre, y Sean se unió a la escena para abrazar a ambos.
—Lo siento —fue cuanto alcanzó a decir en un hilo de voz—. Lo siento mucho.
—¡Eh, Miko! ¡Venga! —exclamó, acelerando el paso— ¡Solo era una broma!
Sintió con todo su ser que aquella situación ya la había vivido. Nostálgico, cuando llegó a su lado no pudo sino mirarla como quien mira un tesoro: uno preciado y que temía haber olvidado con el paso del tiempo. No había sido así.
El rubio se limitó a escucharla, a sabiendas de que su pequeña broma no le saldría mucho más caro. Después de todo, ya fuera por lo mucho que pudiera haberle echado de menos o porque sabía explotar sus debilidades, la chica no parecía dispuesta a perder el tiempo discutiendo. Supuso que ya habría otro momento con el que tener que lidiar con sus enfados. Quizá tuviera que mentalizarse más tarde. Para lo que no se había preparado era para el tacto que sintió sobre su mano, prácticamente apresándola. Bajó la mirada para ver sus dedos rodeados por los de Miko y, apenas un instante después, se vio arrastrado por los tirones de su compañera hacia el pueblo. Si se le hubiera pasado por la cabeza oponer cualquier resistencia la idea apenas habría durado un par de segundos, los suficientes como para darse cuenta de que no tenía nada que hacer. ¿De dónde había sacado toda esa fuerza? No era solo su fruta, sino toda ella. Por mucho que se lo negase, no todo el mundo era capaz de llegar hasta ese punto con su cuerpo, por mucho que entrenara. «Y te lo dice alguien que se ha pasado ocho años haciéndolo», refunfuñó para sus adentros, dejándose guiar.
—Está bien, está bien —cediendo, se limitó a seguir el paso de la chica como buenamente podía, intentando que no le fuera necesario tirar de él mientras echaba un rápido vistazo a los alrededores—. Aunque la gente te va a mirar raro. Si los chicos siguen yendo detrás de ti como cuando eras pequeña vas a romperles el corazón. Eso no es muy heroico —concluyó para chincharla.
El paso por la taberna fue bastante breve: colarse por la puerta de atrás sin ser vistos, dirigirse hacia la despensa y esperar a que Miko recolectase todos los ingredientes que le hicieran falta. Cuando la vio salir de allí no pudo sino clavar su mirada en las dos bolsas que llevaba, una en cada mano. No había mentido: pretendía hacerle comer como no lo había hecho en mucho tiempo. ¿Su plan era hacerle reventar? Por mucho que pudiera sacar plumas no era un pollo que rellenar, aunque la idea le causó cierta gracia. Sus ánimos, sin embargo, se esfumaron en el momento en que llegaron a su casa. Estaba, al menos por lo que veía desde fuera, exactamente igual que en sus recuerdos. Quizá algo más gastada en según qué zonas a causa de la humedad o la vegetación cercana, pero Sean se había asegurado de mantenerla en buen estado. No le costó, de hecho, identificar algún que otro arreglo que el carpintero habría hecho a lo largo de todos esos años. Ante la pregunta de Miko tan solo pudo asentir, haciéndose a un lado para no quedar en el campo de visión de quien fuera que abriera la puerta. Escuchó los pasos aproximándose, así como una voz inconfundible al otro lado. Cuando abrieron sintió que se quedaba paralizado, casi temblando como un niño chico. «¿Pero qué clase de hombre eres, Ayden? Un poquito de compostura», se dijo, justo antes de que la peliblanca entrase.
Cerró los ojos, tomó aire, lo soltó en un suspiro, abrió los ojos y se plantó frente a la puerta, mirando fijamente a su padre.
—Hola, papá —fue cuanto alcanzó a decir. Sean pareció quedarse petrificado, sin poder dejar de mirarle, apenas habiendo gesticulación alguna en su rostro. El silencio se prolongó durante unos segundos, sin que hubiera respuesta y logrando que la tensión casi pudiera tocarse con las yemas de los dedos.
—Hijo...
De repente, allí donde antes no había ninguna clase de sentimiento, parecieron brotar multitud de reacciones a la vez. Ira, tristeza, alegría, frustración. El cazador sintió la mano de su padre aferrando el cuello de su chaqueta, tirando hacia él de una forma bastante intimidante. El hombre de cabello castaño alzó su mano libre y Ayden cerró los ojos, preparándose para la bofetada; nunca llegó. Los brazos del carpintero rodearon la espalda de su hijo, quien se vio atrapado contra un hombre que, pese a todo, no había podido hacer otra cosa sino abrazarle y comprobar por sí mismo que realmente estaba allí. Le notaba temblar, probablemente conteniendo las lágrimas. El rubio correspondió el abrazo de su padre, quedándose en aquella posición durante un buen rato. Cuando al fin se separaron, sus miradas se mantuvieron fijas la una en la otra. Pudo ver el millar de preguntas que nublaban la mente del mayor a través de sus ojos, pero antes de que pudieran articular palabra alguna una voz sonó desde el interior de la casa.
—¿Sean? —preguntó una voz femenina varios metros más adentro, ante lo que el hombre se hizo a un lado— ¿Se puede saber qué haces ahí? Deja de holgazanear y ven a echarnos una...
La mujer, cuyos cabellos eran incluso más rubios que los del propio Ayden, enmudeció al verle en la entrada. Quieta, como si fuera una estatua que guardase la sala común, unos metros más allá del recibidor. Pese a la distancia, el hijo pudo ver cómo la mirada de su madre se volvía más y más vidriosa, hasta el momento en el que un par de lágrimas se dejaron caer por sus mejillas. Sintió que algo se rompía en su interior hasta partirse en mil pedazos, haciéndole avanzar un par de pasos antes de escuchar la puerta cerrarse a su espalda.
—¿Ayden? —alcanzó a preguntar Ayda, con la voz rota. Una pregunta que fue más que suficiente para lograr que el cazador rompiera a llorar, temblando ligeramente, en silencio.
Asintió, avanzando hacia ella, y la mujer corrió hasta verse rodeada en los brazos de su hijo. Ayden cerró los ojos, escondiendo el rostro contra el cabello de su madre, y Sean se unió a la escena para abrazar a ambos.
—Lo siento —fue cuanto alcanzó a decir en un hilo de voz—. Lo siento mucho.
Miko
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Ayda se encontraba en la cocina. Tras quitarse los zapatos, no tenía mucho que buscar para encontrar la puerta que daba a esta, entreabierta. Al fin y al cabo, había vivido ahí durante tres años, sin contar los otros once previos de visitas con sus padres o de quedarse a dormir para jugar con Ayden. En ese sentido era como su propia casa también. Desde el pasillo, Miko aún alcanzaba a escuchar la situación que se estaba dando fuera. Si miraba, aunque solo fuera de refilón, era capaz de ver como Sean había agarrado a su hijo por la chaqueta y alzaba su mano. ¿Debía detenerlo? Si salía corriendo, seguramente su tía se preocupase, pues ya se había percatado de su presencia. “No le pasará nada, dudo que tío Sean le vaya a golpear de verdad, pero…”
—Oh, Miko. Buenas tardes. Es bueno verte. ¿Te quedas a cenar? —Miko pudo percatarse de como la mujer de cabellos dorados tornaba sus labios en una cálida sonrisa. Una que solo una figura materna era capaz de ofrecer. Por un segundo, casi le recordó a Rika, su madre.
—Hola, tía Ayda. Sí, había pensado en pasarme por sorpresa y bueno. —La albina se adentró en la cocina, dejando las bolsas sobre la mesa. —Como no suelo venir muy a menudo me preocupaba molestar, así que he traído esto para preparar la cena para los tres. Aún…—Se inclinó un poco para poder asomarse y asegurarse de que todavía no había preparado nada. —Aún no has preparado nada, ¿verdad? —La mujer acentuó su sonrisa y se acercó a la menor. Aunque ya fuese toda una adulta todavía parecía una niña ante sus ojos. Siempre tierna y considerada.
—Aún no, así que… ¿Qué te gustaría comer? Podemos prepararlo juntas, como en los viejos tiempos. —Miko asintió, abriendo las bolsas para enseñarle los ingredientes. Había pensado que podríamos preparar esa comida que tanto le gustaba a… Bueno, Me puse un poco nostálgica hoy, entonces…—Mirándola a los ojos, le preocupaba haber tenido una mala idea, pero Ayda no pareció molestarse por su ocurrencia.
—Sí, me parece bien, tranquila. Por cierto, ¿y Sean?
—Creo que sigue fuera…— La respuesta despertó cierta sorpresa en la mujer.
—¿Aún? Este hombre, de verdad… Miko, ¿puedes ir empezando a preparar los ingredientes? Voy a ver que está haciendo. —Hizo un gesto animado con los brazos. —Y me aseguraré de que se ponga a trabajar el también. —La albina se limitó a asentir, dirigiéndose al fregadero. En cuanto Ayda salió por la puerta, sus orejas se transformaron, siendo capaz así de escuchar lo que sucedía fuera.
En parte se sentía culpable por estar poniendo la oreja. Pero quería asegurarse de que todo le iba bien al chico. Tal y como esperaba, el golpe no se escuchó en ningún momento durante esos cinco minutos en los que estuvo conversando con Ayda. Suspiró aliviada. Volviendo sus orejas a la normalidad al poco. Miko comprendía que les tomaría bastante tiempo el poner en orden sus sentimientos… Y tenían mucho que hablar, así que lo mejor sería que se pusiera ella las pilas y preparara la mayor parte de la comida sola. Era su pequeño “favor” a su amigo.
—Aunque tiene más suerte de la que se imagina. El bobo de Ayden…—El pensamiento se le escapo mientras comenzaba a comprobar las hortalizas que había escogido, colocándolas en orden para poder lavarlas y cortarlas. “¿A qué se refería con lo de romper corazones, por cierto? Nadie iba detrás de mí, ese villano diciendo mentiras para molestarme…” Encender los fogones, controlar la temperatura… La carne iba lo último. Menos mal que no poder comerla no implicaba no poder cocinarla. Aunque todavía tenía que pedirle a Rumi que deshuesara y lavara las piezas por ella. Eso sí que no se lo permitía el cuerpo. Pero quizás en aquella ocasión hubiera podido hacerlo de forma mecánica. Sus pensamientos estaban en otro lado.
A pesar de estar atenta a todo lo que hacía, su cabeza había empezado a hilar pensamientos. Ese reencuentro le resultó nostálgico. Una familia reunida. Se alegraba de todo corazón tanto por sus tíos como por Ayden, pero esa alegría venía tintada con algo de tristeza. Era de las pocas cosas que podía envidiar, ya que era imposible para Miko vivir algo similar. Era una realidad dolorosa cuya idea se le había pasado por la mente al rememorar cosas. Y de repente, una sensación de soledad le caló en el cuerpo. Fría, como si estuviera otra vez tirada en la nieve tras una caída tonta como cuando estaba entrenando sin permiso, o como la primera noche que volvió a dormir en su casa. A eso se le aunó el que quizás no había sido tan buena idea decir que se quedaba a cenar. Sería como estar fuera de lugar. Por un momento, una lagrima se deslizó por su mejilla. Fue ahí que volvió a centrarse. Le echaría la culpa a la cebolla que estaba cortando, aunque supiera que esa no era la causa.
“Miko, eres un héroe, ¿recuerdas? Los héroes no lloran. Tienes que sonreír para que los demás sean felices. No puedes deprimirte por esas cosas”. Se dijo a sí misma, dejando el cuchillo sobre la mesa antes de darse un par de palmaditas en las mejillas. Para cuando los tres entraron de nuevo en casa, su sonrisa era brillante y animada, como siempre, mientras con ambas manos se aseguraba de que su comida, el plato que recordaba como el favorito de Ayden, saliera lo mejor posible. Aunque sería Ayda quien le diera el toque final. “Nada como la comida de una madre, ¿no?”
Miko se quedaría a cenar con ellos, eso sí. Así también escucharía las anécdotas que tuviera Ayden que decir. Pero… Si no nada más terminara, al poco de ayudar a que el chico se instalase, lo más probable era que se fuera a casa. Ya tendría otro momento mejor para hablar con él.
—Oh, Miko. Buenas tardes. Es bueno verte. ¿Te quedas a cenar? —Miko pudo percatarse de como la mujer de cabellos dorados tornaba sus labios en una cálida sonrisa. Una que solo una figura materna era capaz de ofrecer. Por un segundo, casi le recordó a Rika, su madre.
—Hola, tía Ayda. Sí, había pensado en pasarme por sorpresa y bueno. —La albina se adentró en la cocina, dejando las bolsas sobre la mesa. —Como no suelo venir muy a menudo me preocupaba molestar, así que he traído esto para preparar la cena para los tres. Aún…—Se inclinó un poco para poder asomarse y asegurarse de que todavía no había preparado nada. —Aún no has preparado nada, ¿verdad? —La mujer acentuó su sonrisa y se acercó a la menor. Aunque ya fuese toda una adulta todavía parecía una niña ante sus ojos. Siempre tierna y considerada.
—Aún no, así que… ¿Qué te gustaría comer? Podemos prepararlo juntas, como en los viejos tiempos. —Miko asintió, abriendo las bolsas para enseñarle los ingredientes. Había pensado que podríamos preparar esa comida que tanto le gustaba a… Bueno, Me puse un poco nostálgica hoy, entonces…—Mirándola a los ojos, le preocupaba haber tenido una mala idea, pero Ayda no pareció molestarse por su ocurrencia.
—Sí, me parece bien, tranquila. Por cierto, ¿y Sean?
—Creo que sigue fuera…— La respuesta despertó cierta sorpresa en la mujer.
—¿Aún? Este hombre, de verdad… Miko, ¿puedes ir empezando a preparar los ingredientes? Voy a ver que está haciendo. —Hizo un gesto animado con los brazos. —Y me aseguraré de que se ponga a trabajar el también. —La albina se limitó a asentir, dirigiéndose al fregadero. En cuanto Ayda salió por la puerta, sus orejas se transformaron, siendo capaz así de escuchar lo que sucedía fuera.
En parte se sentía culpable por estar poniendo la oreja. Pero quería asegurarse de que todo le iba bien al chico. Tal y como esperaba, el golpe no se escuchó en ningún momento durante esos cinco minutos en los que estuvo conversando con Ayda. Suspiró aliviada. Volviendo sus orejas a la normalidad al poco. Miko comprendía que les tomaría bastante tiempo el poner en orden sus sentimientos… Y tenían mucho que hablar, así que lo mejor sería que se pusiera ella las pilas y preparara la mayor parte de la comida sola. Era su pequeño “favor” a su amigo.
—Aunque tiene más suerte de la que se imagina. El bobo de Ayden…—El pensamiento se le escapo mientras comenzaba a comprobar las hortalizas que había escogido, colocándolas en orden para poder lavarlas y cortarlas. “¿A qué se refería con lo de romper corazones, por cierto? Nadie iba detrás de mí, ese villano diciendo mentiras para molestarme…” Encender los fogones, controlar la temperatura… La carne iba lo último. Menos mal que no poder comerla no implicaba no poder cocinarla. Aunque todavía tenía que pedirle a Rumi que deshuesara y lavara las piezas por ella. Eso sí que no se lo permitía el cuerpo. Pero quizás en aquella ocasión hubiera podido hacerlo de forma mecánica. Sus pensamientos estaban en otro lado.
A pesar de estar atenta a todo lo que hacía, su cabeza había empezado a hilar pensamientos. Ese reencuentro le resultó nostálgico. Una familia reunida. Se alegraba de todo corazón tanto por sus tíos como por Ayden, pero esa alegría venía tintada con algo de tristeza. Era de las pocas cosas que podía envidiar, ya que era imposible para Miko vivir algo similar. Era una realidad dolorosa cuya idea se le había pasado por la mente al rememorar cosas. Y de repente, una sensación de soledad le caló en el cuerpo. Fría, como si estuviera otra vez tirada en la nieve tras una caída tonta como cuando estaba entrenando sin permiso, o como la primera noche que volvió a dormir en su casa. A eso se le aunó el que quizás no había sido tan buena idea decir que se quedaba a cenar. Sería como estar fuera de lugar. Por un momento, una lagrima se deslizó por su mejilla. Fue ahí que volvió a centrarse. Le echaría la culpa a la cebolla que estaba cortando, aunque supiera que esa no era la causa.
“Miko, eres un héroe, ¿recuerdas? Los héroes no lloran. Tienes que sonreír para que los demás sean felices. No puedes deprimirte por esas cosas”. Se dijo a sí misma, dejando el cuchillo sobre la mesa antes de darse un par de palmaditas en las mejillas. Para cuando los tres entraron de nuevo en casa, su sonrisa era brillante y animada, como siempre, mientras con ambas manos se aseguraba de que su comida, el plato que recordaba como el favorito de Ayden, saliera lo mejor posible. Aunque sería Ayda quien le diera el toque final. “Nada como la comida de una madre, ¿no?”
Miko se quedaría a cenar con ellos, eso sí. Así también escucharía las anécdotas que tuviera Ayden que decir. Pero… Si no nada más terminara, al poco de ayudar a que el chico se instalase, lo más probable era que se fuera a casa. Ya tendría otro momento mejor para hablar con él.
El reencuentro resultó en un momento bastante emotivo, pese a todos sus temores previos. Por un momento, entre los brazos de sus padres, fue incapaz de contener las lágrimas que, indómitas, caían una tras otra por las mejillas del rubio. No era el único que lloraba, pero quizá sí el que más tiempo llevaba sin hacerlo. Su corazón se había roto al ver la expresión de su madre; sus ánimos comenzaron la reconstrucción al poco. Entendió, por primera vez en los últimos ocho años, todo el daño que había causado y la carga que les había dejado como regalo de despedida. Cuando dio los primeros pasos de regreso en Samia pensó que no se arrepentiría de haberse marchado de la isla. Qué equivocado estaba. Sus manos recorrían la espalda de Ayda en una caricia, sintiendo contra su pecho cómo temblaba mientras que cualquier intento de articular palabra se desvanecía entre sollozos. Sus ojos de rapaz se abrieron por primera vez desde que hubo comenzado aquel saludo, viendo por el rabillo del ojo cómo Miko regresaba a la cocina. Esbozó una leve sonrisa, pasándose el dorso de la mano por el rostro para intentar secarse las lágrimas antes de separarse ligeramente.
—Pero he vuelto —confirmó, volviendo a tomar el control de su respiración, buscando entrelazar sus dedos con los de su madre mientras la miraba fijamente—. Sé que no hay nada que pueda compensar lo que he hecho y he aceptado que tendré que vivir con esa culpa. —Hizo una mueca, ladeando el cuerpo para poder mirarles a ambos—. Pero estoy aquí; estoy bien. Nunca más dejaréis de saber de mí. Lo prometo.
Sus padres se miraron entre sí, como si buscasen en el otro las palabras que no encontraban en ellos mismos. Finalmente fue la mujer quien habló.
—Ayden... —comenzó, y el cazador pudo ver cómo su ceño se fruncía y cómo sus manos, que aún seguían entrelazadas, comenzaban a apretar las suyas. Su tono se volvió decidido y hasta intimidante— Ayden Keenwind, lo feliz que estoy ahora mismo no te va a salvar de mí. ¡¿Pero cómo pudiste...?!
Y ahí estaba, la tan esperada charla. Si le hubieran preguntado después no habría sabido decir con exactitud cuánto tiempo duraron los gritos, las malas caras o los reproches. Casi como si lo hubieran estado ensayando en los últimos ocho años, Sean y Ayda se acompasaban mientras la bronca transcurría: cuando uno de los dos parecía estar dispuesto a dejarlo estar, el otro continuaba; cuando el segundo parecía parar, el primero se había calentado tanto que tenía nuevamente motivos para seguir... y así sucesivamente. En algún momento de la conversación había buscado con la mirada a Miko, casi pidiendo auxilio, aunque este nunca llegó. Quizá la furia de una madre fuera un enemigo lo suficientemente aterrador como para mantener a raya a cualquier heroína. Eso, o que la peliblanca sabía que tenía que dejarles pasar por ello, por desgracia para Ayden. Lo único que pareció amansar a las bestias fue el olor de la comida.
—No te creas que hemos terminado, señorito —le advirtió Ayda, apuntándole con el dedo de forma amenazante—. Pero en esta casa se respetan los horarios y va siendo hora de cenar.
La mujer fue en busca de Miko, tras lo que Sean añadió.
—Vamos, antes de que tu madre cambie de idea.
El rubio asintió.
No tuvo que decírselo dos veces. Cargándose al hombro la bolsa con su escaso equipaje, se apresuró en subir las escaleras que llevaban hacia la segunda planta de la casa. No tardó demasiado en encontrar el que fue su dormitorio, pero prefirió no entrar aún. El hambre podía con él y, si iba a revivir los recuerdos de aquella habitación, prefería hacerlo con calma y con el estómago lleno. Dejó su bolsa apoyada junto a la puerta, así como su abrigo, antes de volver junto al resto.
Cuando llegó a la sala común pudo contemplar que la mesa estaba repleta de platos. Algunas carnes, verdura, unos pocos entrantes con los que ir abriendo el apetito... y eso. Su estómago rugió al momento de verlo: el plato estrella de su madre, uno por cabeza, al alcance de la mano —y de su tripa—. Sintió cómo comenzaba a salivar, no pudiendo evitar el buscar a su madre y a su amiga con la mirada. Sabía que la idea habría sido de la menor. Boxty o, como se le llamaba vulgarmente por los extranjeros, pastel de patata. No era una receta cualquiera, y es que en Samia era un plato típico hasta donde le alcanzaba la memoria. La forma de prepararlo era especial allí, y la simple reminiscencia de su sabor le inducía a abalanzarse como un salvaje sobre el plato. Tenía que comportarse, sin embargo. Además, lo último que necesitaba era llevarse otra bronca por no tener modales en la mesa.
Así que se sentó, no sin antes ofrecerle una silla a su madre como el pelota que era, recibiendo la mirada acusadora de su padre mientras tanto. Si de pequeño le funcionaba, ¿por qué iba a ser distinto? Cuando todos estuvieran sentados miraría hacia Ayda, esperando un gesto como todo permiso para poder hincarle el diente al boxty, empezando a cenar. La velada se alargaría bastante, y es que Ayden se vería en la obligación de contar sus vivencias a lo largo de aquellos años lejos de casa. Como es lógico, no hizo mención alguna al Nido como un gremio de cazadores, ni mucho menos; en su lugar, se aseguró de que sonara convincente la idea de que se había unido a un pequeño grupo ambulante que se encargaba de tareas variadas a cambio de dinero. Decir que había empleado las enseñanzas de su padre sobre carpintería, después de todo, le haría ganar puntos —y lo mejor es que no estaría mintiendo—. El enfado inicial parecía haberse esfumado.
Para cuando hubo terminado, tan solo Ayden con el estómago lleno a más no poder quedaría sobre la silla de madera, recostado sobre el respaldo y mesándose la tripa. Su mirada se dirigiría hacia Miko, a quien le dedicaría una sonrisa tranquila. Casi como si quisiera darle las gracias con ese simple gesto. Lo peor ya había pasado.
—Pero he vuelto —confirmó, volviendo a tomar el control de su respiración, buscando entrelazar sus dedos con los de su madre mientras la miraba fijamente—. Sé que no hay nada que pueda compensar lo que he hecho y he aceptado que tendré que vivir con esa culpa. —Hizo una mueca, ladeando el cuerpo para poder mirarles a ambos—. Pero estoy aquí; estoy bien. Nunca más dejaréis de saber de mí. Lo prometo.
Sus padres se miraron entre sí, como si buscasen en el otro las palabras que no encontraban en ellos mismos. Finalmente fue la mujer quien habló.
—Ayden... —comenzó, y el cazador pudo ver cómo su ceño se fruncía y cómo sus manos, que aún seguían entrelazadas, comenzaban a apretar las suyas. Su tono se volvió decidido y hasta intimidante— Ayden Keenwind, lo feliz que estoy ahora mismo no te va a salvar de mí. ¡¿Pero cómo pudiste...?!
Y ahí estaba, la tan esperada charla. Si le hubieran preguntado después no habría sabido decir con exactitud cuánto tiempo duraron los gritos, las malas caras o los reproches. Casi como si lo hubieran estado ensayando en los últimos ocho años, Sean y Ayda se acompasaban mientras la bronca transcurría: cuando uno de los dos parecía estar dispuesto a dejarlo estar, el otro continuaba; cuando el segundo parecía parar, el primero se había calentado tanto que tenía nuevamente motivos para seguir... y así sucesivamente. En algún momento de la conversación había buscado con la mirada a Miko, casi pidiendo auxilio, aunque este nunca llegó. Quizá la furia de una madre fuera un enemigo lo suficientemente aterrador como para mantener a raya a cualquier heroína. Eso, o que la peliblanca sabía que tenía que dejarles pasar por ello, por desgracia para Ayden. Lo único que pareció amansar a las bestias fue el olor de la comida.
—No te creas que hemos terminado, señorito —le advirtió Ayda, apuntándole con el dedo de forma amenazante—. Pero en esta casa se respetan los horarios y va siendo hora de cenar.
La mujer fue en busca de Miko, tras lo que Sean añadió.
—Vamos, antes de que tu madre cambie de idea.
El rubio asintió.
No tuvo que decírselo dos veces. Cargándose al hombro la bolsa con su escaso equipaje, se apresuró en subir las escaleras que llevaban hacia la segunda planta de la casa. No tardó demasiado en encontrar el que fue su dormitorio, pero prefirió no entrar aún. El hambre podía con él y, si iba a revivir los recuerdos de aquella habitación, prefería hacerlo con calma y con el estómago lleno. Dejó su bolsa apoyada junto a la puerta, así como su abrigo, antes de volver junto al resto.
Cuando llegó a la sala común pudo contemplar que la mesa estaba repleta de platos. Algunas carnes, verdura, unos pocos entrantes con los que ir abriendo el apetito... y eso. Su estómago rugió al momento de verlo: el plato estrella de su madre, uno por cabeza, al alcance de la mano —y de su tripa—. Sintió cómo comenzaba a salivar, no pudiendo evitar el buscar a su madre y a su amiga con la mirada. Sabía que la idea habría sido de la menor. Boxty o, como se le llamaba vulgarmente por los extranjeros, pastel de patata. No era una receta cualquiera, y es que en Samia era un plato típico hasta donde le alcanzaba la memoria. La forma de prepararlo era especial allí, y la simple reminiscencia de su sabor le inducía a abalanzarse como un salvaje sobre el plato. Tenía que comportarse, sin embargo. Además, lo último que necesitaba era llevarse otra bronca por no tener modales en la mesa.
Así que se sentó, no sin antes ofrecerle una silla a su madre como el pelota que era, recibiendo la mirada acusadora de su padre mientras tanto. Si de pequeño le funcionaba, ¿por qué iba a ser distinto? Cuando todos estuvieran sentados miraría hacia Ayda, esperando un gesto como todo permiso para poder hincarle el diente al boxty, empezando a cenar. La velada se alargaría bastante, y es que Ayden se vería en la obligación de contar sus vivencias a lo largo de aquellos años lejos de casa. Como es lógico, no hizo mención alguna al Nido como un gremio de cazadores, ni mucho menos; en su lugar, se aseguró de que sonara convincente la idea de que se había unido a un pequeño grupo ambulante que se encargaba de tareas variadas a cambio de dinero. Decir que había empleado las enseñanzas de su padre sobre carpintería, después de todo, le haría ganar puntos —y lo mejor es que no estaría mintiendo—. El enfado inicial parecía haberse esfumado.
Para cuando hubo terminado, tan solo Ayden con el estómago lleno a más no poder quedaría sobre la silla de madera, recostado sobre el respaldo y mesándose la tripa. Su mirada se dirigiría hacia Miko, a quien le dedicaría una sonrisa tranquila. Casi como si quisiera darle las gracias con ese simple gesto. Lo peor ya había pasado.
Miko
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
La hora de la cena se atrasó un poco aquella noche en la casa de la familia Keenwind a causa de factores varios como el hecho de que solo la albina estuviera trabajando en la cocina para preparar todo lo que se serviría esa noche en la mesa, así como por cierto revuelo que había empezado en el porche de la casa y terminado por afianzarse en el salón de la casa. Era tal el estruendo que a Miko casi le dolían las orejas por el volumen. Ni siquiera le era necesario transformarlas para ser capaz de percibir cada uno de los reproches a viva voz de sus tíos, dirigidos a su mejor amigo.
«No sabía que tía Ayda pudiera dar tanto miedo» pensó al asomarse para ver cómo estaban yéndole las cosas al chico, quien se encontraba sentado en el sofá con sus padres confrontándoles. La cara que puso cuando sus ojos se clavaron en los de ella, suplicantes solo pudo sacarle una mueca a la chica que dejaba clara su imposibilidad para hacer nada. Él era un villano que había sido llevado ante la justicia, después de todo. Pero no podía evitar sentir cierta lástima por él. No era para menos, cualquiera que estuviera pasando por cerca de la casa se sorprendería al escuchar a Ayda y Sean discutiendo. En tantos años nunca habían tenido ningún tipo de roce.
Por suerte, no era nada que no pudiera solventarse con el olor de la comida recién hecha. Ayda fue la primera en adentrarse en la cocina. Con los entrantes ya dispuestos sobre sus correspondientes platos, lo único que faltaba por terminar era el freír la masa de pastel de patata. Aunque para tener como nombre pastel, se parecían más a unas tortitas saladas, tanto por su forma como por su forma de cocción. Ya llevaba un par listas cuando la mujer se acercó a ella. Miko la miró de reojo y sonrió antes de señalarle una de las que estaban más frías.
—Me vendría muy bien algún que otro consejo —dijo, esperando a que la mujer saboreara el primer bocado—. ¿Cómo están de sal? ¿Y de sabor? No es una receta que haga muy a menudo, así que tenía mis dudas.
—Está buenísimo Miko —afirmó Ayda antes de dar otro bocado—, aunque creo que le vendría bien un poco de… —se acercó al oído de la chica para susurrarle su «ingrediente secreto»— Con eso quedará perfecto—Aseguró, apartándose para ir a por el frasquito con el condimento mentado a la menor. Una vez lo tuvo entre manos, echó la cantidad que le pareció pertinente y volvió a mezclar la pasta para que se repartiera de forma lo más homogénea posible.
Mientras tanto, Sean se había dispuesto a colocar los platos sobre la mesa, los cubiertos, vasos, entrantes. Dejando mientras tanto que su hijo hiciera lo que viera, ya fuera que dejase las cosas en su habitación, se aseara… Aunque de verle tirado en el salón le hubiera puesto a trabajar.
Una vez terminaron de comer, Miko se aseguró de levantarse la primera. Satisfecha ante la cara de felicidad de sus comensales. Se sentía aliviada, sobretodo porque podía notar el brillo en los ojos de aquellas personas. Sabía que la alegría que desbordaban en ese momento Sean y Ayda era algo que llevaba apagado desde hacía años. Si bien nunca diría de ellos que eran infelices. Simplemente, les faltaba algo… O quizás ese algo había estado opacado tras un velo de preocupación hasta ese momento. Por otra parte, según los relatos de Ayden esos ocho años no habían sido un camino de flores. La hambruna y la soledad seguramente le hubieran golpeado en algún punto. «La soledad no es algo que te pegue, aunque eso no lo admitirías nunca» dijo para sus adentros, sonriendo de vuelta ante aquella afable, aunque leve sonrisa que le dedicaba, sin apartar la mirada. No pudo sino sonreír de vuelta, asintiendo levemente con la cabeza antes de ponerse a recoger los platos, como lo haría una camarera. Bueno, era parte de su trabajo así que esas cosas le salían solas. De todos modos, pudo notar el gesto de reproche de sus tíos, como si dijeran: «Eres una invitada, no tendrías que hacer eso».
—Miko, deja que te ayude. Hoy has hecho mucho... —se apuró a decir Sean. Su voz era amable pese a tener un tono de voz duro. Era una voz grave y algo rasposa, quizás por la edad, pero que trataba de sonar lo más agradable posible. Al menos con ella. Aunque a su hijo le esperaba en contraposición una mirada severa y un tono más brusco—. Además, este holgazán que se hace llamar mi hijo debería ayudar también—. Si ella fuera Ayden, lo más seguro era que en aquella situación hubiera sentido escalofríos. Su forma apresurada de levantarse de la mesa solo lo confirmaba.
—¿Solo los tengo que dejar en el fregadero? —. La pregunta de la albina mientras colocaba la pila de platos sucios sobre este se vio contestada por una especie de bufido o gruñido del mayor a modo de gesto afirmativo.
—Sí, Ayden se ocupará de fregarlos esta noche—. Aseguró mientras su mano recorría una trayectoria con la palma bien abierta que acabó encontrando su camino hasta la espalda del muchacho. —Mientras, ¿por qué no vamos al salón? Al menos por mi parte, hay cosas que me gustaría hablar contigo también, señorita.
Miko no tuvo más remedio que asentir, aunque su plan era irse después de ayudar a recoger las cosas. Con un pesado suspiro, se encaminó al lugar que había ocupado el rubio antes. ¿Iban a juzgarla a ella también? Pero sus acciones no habían sido las de una villana, al menos no desde su punto de vista. Se puso nerviosa al recordar la regañina que le habían soltado a Ayden antes. Sin embargo, en su caso lo que recibió no fueron gritos de reproche por volver repentinamente a casa, sino unos segundos de silencio en los que su tío simplemente gesticulaba con la boca y la miraba para luego apartar la vista. Ayda se había quedado mientras tanto en la cocina haciendo compañía a su hijo. Ya sabía lo que Sean quería hablar con la menor, no era necesaria su presencia ahí. Y dejar a su pequeño solo tampoco le hacía del todo gracia.
—Está bien, tío Sean. Entiendo que puedas estar enfadado conmigo por cómo me marché años atrás—. Terminó por romper el silencio ella, rememorando el cómo había ido vaciando la habitación que compartía con Ayden de sus cosas en secreto a lo largo de una semana, para simplemente despedirse y salir por la puerta, sin posibilidad de negociar otra alternativa. Lo cierto era que tras la marcha de Ayden su relación era fría, o por lo menos temerosa, pero iba siendo hora de dejar eso de largo.
—No es eso de lo que quiero hablar contigo, pequeña. Bueno —se corrigió—, no exactamente eso—. Dejó escapar un suspiro. —Verás, Miko. Cuando te fuiste, Ayda y yo estábamos pasando por un momento complicado y… Lo que quiero decir es que, aunque estuviéramos frustrados, ninguno de los dos te culpaba a ti por lo de Ayden. No queríamos que tuvieras que apartarte de nuestra vida solo porque no supiéramos como encajar ese golpe—. Sean se agachó, poniéndose a la altura de la niña y rodeándola con los brazos en un abrazo, para apegarla a él. No pudo evitar soltar algo similar a una risa sarcástica, dirigida hacía sí mismo. —Aunque no seas mi hija, eres muy importante para nosotros también, pequeña. Tu padre era como mi hermano, y tú como mi sobrina, incluso como una segunda hija. Pero no sabía cómo debía acercarme a ti para disculparme. Lo siento mucho, pequeña.
Ante sus palabras, pareciera que la albina hubiera enmudecido. Mordiéndose el labio para ahogar un sollozo, correspondió el abrazo, siendo capaz solo de contestar a su tío a base de negar o asentir con la cabeza para terminar de retener las lágrimas, consiguiéndolo. Pasaron unos minutos más así antes de que se separaran, justo a tiempo para que ambas partes pudieran recomponerse, evitando en la medida de lo posible que las otras dos personas que se encontraban en la casa se preocuparan. Cuando Ayda y Ayden pasaron al salón, ella seguía sentada sobre el sofá, con un vaso entre sus manos y Sean se había acomodado en el sillón, hablando a la chica sobre como tenía cierto proyecto a medias guardado en una zona reservada de su astillero. El chico miró a su madre y luego se adelantó a atravesar la habitación, pasando por detrás del sofá para dar un toque a su amiga en el hombro.
—¿Enana, me acompañas? —. Preguntaría con tono animado, antes de adelantarse escaleras arriba.
—¿A quién llamas enana? —. Se quejó ella, dejando el baso en la mesa para poder saltar hasta detrás del sofá para subir, siguiendo la estela del chico. Al llegar al segundo piso, se encontró con que Ayden seguía fuera en el pasillo, con la espalda apoyada en la pared y agarrando sus cosas con una mano. —Pensaba que ya habrías dejado tus cosas dentro.
—Iba a hacerlo, pero preferí esperar a después de comer.
—Ya veo… Sabes, si tus padres no han movido nada, lo más seguro es que tu cama te quede pequeña. Aunque bueno, si sigue mi cama ahí metida supongo que podrías juntarlas para tener una más grande y dormir bien esta noche—. Dijo la albina, tratando de animarle a entrar, aunque dudaba que la altura del chico se hubiera incrementado tanto como para que le resultara un problema.
«No sabía que tía Ayda pudiera dar tanto miedo» pensó al asomarse para ver cómo estaban yéndole las cosas al chico, quien se encontraba sentado en el sofá con sus padres confrontándoles. La cara que puso cuando sus ojos se clavaron en los de ella, suplicantes solo pudo sacarle una mueca a la chica que dejaba clara su imposibilidad para hacer nada. Él era un villano que había sido llevado ante la justicia, después de todo. Pero no podía evitar sentir cierta lástima por él. No era para menos, cualquiera que estuviera pasando por cerca de la casa se sorprendería al escuchar a Ayda y Sean discutiendo. En tantos años nunca habían tenido ningún tipo de roce.
Por suerte, no era nada que no pudiera solventarse con el olor de la comida recién hecha. Ayda fue la primera en adentrarse en la cocina. Con los entrantes ya dispuestos sobre sus correspondientes platos, lo único que faltaba por terminar era el freír la masa de pastel de patata. Aunque para tener como nombre pastel, se parecían más a unas tortitas saladas, tanto por su forma como por su forma de cocción. Ya llevaba un par listas cuando la mujer se acercó a ella. Miko la miró de reojo y sonrió antes de señalarle una de las que estaban más frías.
—Me vendría muy bien algún que otro consejo —dijo, esperando a que la mujer saboreara el primer bocado—. ¿Cómo están de sal? ¿Y de sabor? No es una receta que haga muy a menudo, así que tenía mis dudas.
—Está buenísimo Miko —afirmó Ayda antes de dar otro bocado—, aunque creo que le vendría bien un poco de… —se acercó al oído de la chica para susurrarle su «ingrediente secreto»— Con eso quedará perfecto—Aseguró, apartándose para ir a por el frasquito con el condimento mentado a la menor. Una vez lo tuvo entre manos, echó la cantidad que le pareció pertinente y volvió a mezclar la pasta para que se repartiera de forma lo más homogénea posible.
Mientras tanto, Sean se había dispuesto a colocar los platos sobre la mesa, los cubiertos, vasos, entrantes. Dejando mientras tanto que su hijo hiciera lo que viera, ya fuera que dejase las cosas en su habitación, se aseara… Aunque de verle tirado en el salón le hubiera puesto a trabajar.
Una vez terminaron de comer, Miko se aseguró de levantarse la primera. Satisfecha ante la cara de felicidad de sus comensales. Se sentía aliviada, sobretodo porque podía notar el brillo en los ojos de aquellas personas. Sabía que la alegría que desbordaban en ese momento Sean y Ayda era algo que llevaba apagado desde hacía años. Si bien nunca diría de ellos que eran infelices. Simplemente, les faltaba algo… O quizás ese algo había estado opacado tras un velo de preocupación hasta ese momento. Por otra parte, según los relatos de Ayden esos ocho años no habían sido un camino de flores. La hambruna y la soledad seguramente le hubieran golpeado en algún punto. «La soledad no es algo que te pegue, aunque eso no lo admitirías nunca» dijo para sus adentros, sonriendo de vuelta ante aquella afable, aunque leve sonrisa que le dedicaba, sin apartar la mirada. No pudo sino sonreír de vuelta, asintiendo levemente con la cabeza antes de ponerse a recoger los platos, como lo haría una camarera. Bueno, era parte de su trabajo así que esas cosas le salían solas. De todos modos, pudo notar el gesto de reproche de sus tíos, como si dijeran: «Eres una invitada, no tendrías que hacer eso».
—Miko, deja que te ayude. Hoy has hecho mucho... —se apuró a decir Sean. Su voz era amable pese a tener un tono de voz duro. Era una voz grave y algo rasposa, quizás por la edad, pero que trataba de sonar lo más agradable posible. Al menos con ella. Aunque a su hijo le esperaba en contraposición una mirada severa y un tono más brusco—. Además, este holgazán que se hace llamar mi hijo debería ayudar también—. Si ella fuera Ayden, lo más seguro era que en aquella situación hubiera sentido escalofríos. Su forma apresurada de levantarse de la mesa solo lo confirmaba.
—¿Solo los tengo que dejar en el fregadero? —. La pregunta de la albina mientras colocaba la pila de platos sucios sobre este se vio contestada por una especie de bufido o gruñido del mayor a modo de gesto afirmativo.
—Sí, Ayden se ocupará de fregarlos esta noche—. Aseguró mientras su mano recorría una trayectoria con la palma bien abierta que acabó encontrando su camino hasta la espalda del muchacho. —Mientras, ¿por qué no vamos al salón? Al menos por mi parte, hay cosas que me gustaría hablar contigo también, señorita.
Miko no tuvo más remedio que asentir, aunque su plan era irse después de ayudar a recoger las cosas. Con un pesado suspiro, se encaminó al lugar que había ocupado el rubio antes. ¿Iban a juzgarla a ella también? Pero sus acciones no habían sido las de una villana, al menos no desde su punto de vista. Se puso nerviosa al recordar la regañina que le habían soltado a Ayden antes. Sin embargo, en su caso lo que recibió no fueron gritos de reproche por volver repentinamente a casa, sino unos segundos de silencio en los que su tío simplemente gesticulaba con la boca y la miraba para luego apartar la vista. Ayda se había quedado mientras tanto en la cocina haciendo compañía a su hijo. Ya sabía lo que Sean quería hablar con la menor, no era necesaria su presencia ahí. Y dejar a su pequeño solo tampoco le hacía del todo gracia.
—Está bien, tío Sean. Entiendo que puedas estar enfadado conmigo por cómo me marché años atrás—. Terminó por romper el silencio ella, rememorando el cómo había ido vaciando la habitación que compartía con Ayden de sus cosas en secreto a lo largo de una semana, para simplemente despedirse y salir por la puerta, sin posibilidad de negociar otra alternativa. Lo cierto era que tras la marcha de Ayden su relación era fría, o por lo menos temerosa, pero iba siendo hora de dejar eso de largo.
—No es eso de lo que quiero hablar contigo, pequeña. Bueno —se corrigió—, no exactamente eso—. Dejó escapar un suspiro. —Verás, Miko. Cuando te fuiste, Ayda y yo estábamos pasando por un momento complicado y… Lo que quiero decir es que, aunque estuviéramos frustrados, ninguno de los dos te culpaba a ti por lo de Ayden. No queríamos que tuvieras que apartarte de nuestra vida solo porque no supiéramos como encajar ese golpe—. Sean se agachó, poniéndose a la altura de la niña y rodeándola con los brazos en un abrazo, para apegarla a él. No pudo evitar soltar algo similar a una risa sarcástica, dirigida hacía sí mismo. —Aunque no seas mi hija, eres muy importante para nosotros también, pequeña. Tu padre era como mi hermano, y tú como mi sobrina, incluso como una segunda hija. Pero no sabía cómo debía acercarme a ti para disculparme. Lo siento mucho, pequeña.
Ante sus palabras, pareciera que la albina hubiera enmudecido. Mordiéndose el labio para ahogar un sollozo, correspondió el abrazo, siendo capaz solo de contestar a su tío a base de negar o asentir con la cabeza para terminar de retener las lágrimas, consiguiéndolo. Pasaron unos minutos más así antes de que se separaran, justo a tiempo para que ambas partes pudieran recomponerse, evitando en la medida de lo posible que las otras dos personas que se encontraban en la casa se preocuparan. Cuando Ayda y Ayden pasaron al salón, ella seguía sentada sobre el sofá, con un vaso entre sus manos y Sean se había acomodado en el sillón, hablando a la chica sobre como tenía cierto proyecto a medias guardado en una zona reservada de su astillero. El chico miró a su madre y luego se adelantó a atravesar la habitación, pasando por detrás del sofá para dar un toque a su amiga en el hombro.
—¿Enana, me acompañas? —. Preguntaría con tono animado, antes de adelantarse escaleras arriba.
—¿A quién llamas enana? —. Se quejó ella, dejando el baso en la mesa para poder saltar hasta detrás del sofá para subir, siguiendo la estela del chico. Al llegar al segundo piso, se encontró con que Ayden seguía fuera en el pasillo, con la espalda apoyada en la pared y agarrando sus cosas con una mano. —Pensaba que ya habrías dejado tus cosas dentro.
—Iba a hacerlo, pero preferí esperar a después de comer.
—Ya veo… Sabes, si tus padres no han movido nada, lo más seguro es que tu cama te quede pequeña. Aunque bueno, si sigue mi cama ahí metida supongo que podrías juntarlas para tener una más grande y dormir bien esta noche—. Dijo la albina, tratando de animarle a entrar, aunque dudaba que la altura del chico se hubiera incrementado tanto como para que le resultara un problema.
Sonrió con nerviosismo ante el comentario de su padre. Quizá se había tomado demasiadas libertades asumiendo que podía librarse de la limpieza, pero ya estaba Sean para recordarle que no iba a colar. Tampoco habría muchos problemas si su castigo por desaparecer ocho años iba a consistir en recibir alguna que otra regañina y fregar los platos; podía lidiar con ello, había estado en situaciones mucho peores. Fuera como fuese, cuando todos los platos; vasos y cubiertos estuvieron en la cocina a la espera de quedar como los chorros del oro, Ayden no hizo otra cosa más que observarlos con cierta desgana. Sí, la cena había sido abundante, pero aquello no era sino la causa de que ahora le tocase trabajo extra. ¿Cómo era posible que hubiese comido de casi la mitad de toda esa vajilla? Su mirada ambarina se dirigió a su propio torso, algo abultado a causa de la reciente comilona. «Una y no más. No puedo permitirme cenar así todos los días o estaré hecho un auténtico buque cuando vuelva a marcharme». Sus labios se torcieron en una mueca.
Sabía que no iba a darse prisa en regresar a su nuevo estilo de vida pero, tarde o temprano, el momento de despedirse llegaría —esta vez de todos—. Ni siquiera sabía qué esperaban sus padres sobre eso; si había regresado, ¿creerían que era de forma definitiva? No es que se hubiera preocupado en abordar el tema. Aún no era el momento. Suspiró, intentando evadir aquellos pensamientos. Su estancia en Samia se prolongaría bastante, así que ya tendría tiempo para preocupaciones.
—Por mucho que resoples y te lamentes no vas a librarte, jovencito —advirtió Ayda, quien acababa de cruzar la puerta con una sonrisa entre severa y burlona.
Ayden sonrió de vuelta, negando con calma.
—Ni se me pasaba por la cabeza, mamá.
Por mucho que quisiera hacerse la dura, la mujer no era sino un alma bondadosa incapaz de dejarle todo ese trabajo a su hijo. El cazador tuvo ayuda aquella noche, así como una amena conversación. La señora Keenwind no escatimó en detalles a la hora de explicarle lo que estaba ocurriendo en el salón de su casa mientras ellos fregaban, haciéndole un rápido resumen al chico. Tras sus palabras no tardó en atar cabos. «Y luego el idiota soy yo», pensó mientras se aseguraba de dejar el plato tan limpio que hasta podía ver su propio reflejo. En el fondo se sentía culpable de ello —quizá porque lo era—. Después de todo, si no se hubiera marchado así no habrían tenido que intentar gestionar todas esas emociones tan contradictorias. Por un momento su mirada se apagó incluso, pero tenía a su madre al lado para borrar cualquier pensamiento de su mente por gris que fuera. Eso sí: no iba a librarse de los comentarios afilados, no durante una buena temporada al menos.
Una vez hubieron terminado no tardaron en regresar al salón, encontrándose allí con Miko y Sean charlando tranquilamente. Ayda iría a sentarse junto a su marido, pero él pensaba ir directo a su cuarto; aún no había tenido el valor de abrir aquella puerta y sus cosas seguían en el pasillo. Llamó la atención de la peliblanca con un sencillo gesto y unas agudas palabras antes de comenzar a subir las escaleras. Terminaría recogiendo su bolsa con una mano y apoyándose en la pared, esperando a que subiera.
—No creo haber crecido tanto como para que mi cama deje de valerme —respondió, mirándola con media sonrisa—, aunque está claro que la tuya te seguiría valiendo.
Y, antes de darle tiempo a responder siguiera, abrió la puerta.
Entrecerró los ojos en la oscuridad, buscando casi al momento dentro de su bolsa algo que le pudiera servir para aportar algo de luz al asunto: una cerilla. No es que fuera la fuente lumínica más potente de la isla, pero haría el apaño. Por suerte, no tardó en encontrar alguna que otra vela que aún no se había consumido del todo. Probablemente llevasen sin usarse mucho tiempo, aunque todo parecía estar particularmente limpio: ni una sola mota de polvo allá donde alcanzaba la vista. Cuando las velas prendieron la instancia fue aclarándose gradualmente, permitiendo finalmente que el rubio pudiera ver decentemente. Sabía que Miko no necesitaba de tanto, pero no estaba de más que ambos disfrutasen de aquel viaje a la nostalgia.
Sopló para apagar la cerilla.
Decir que la habitación seguía tal y como la recordaba podría sonar como un cliché, pero no hay mejores palabras para describirlo. Ambas camas —la de Ayden y la que pusieron para Miko— presidían la sala, teniendo entre ellas una pequeña mesita de noche que el propio Sean había fabricado. Como si algún mueble de esa casa pudiera haber sido montado por otra persona que no fuera el orgulloso carpintero de la casa. Sobre ambas camas, colocadas lo suficientemente altas como para que no molestasen, se encontraban varias estanterías con algunos libros que el rubio pudo haber leído en su infancia. Frente a ellos, algunas figuras talladas en madera de forma poco ortodoxa se encargaban de custodiarlos. Era fácil identificar lo mucho que había ido progresando con los años con el simple hecho de verlas en orden. En el otro lado de la sala, algunos armarios y cajones guardaban las ropas que Ayden usara en algún momento de niño, siempre bien ordenadas por Ayda. Un pequeño armario hacía lo propio y, junto a él, una mesa algo gastada por los poco profesionales trabajos que se hacían sobre ella servía como escritorio para el chico.
—Todo está igual —dijo, apenas en un susurro, como si temiera que alguien pudiera robarle aquel momento—. No han cambiado nada.
Su mirada se perdía en cada rincón de aquel cuarto, aunque no eran muebles lo que sus ojos observaban sino sus recuerdos más profundos. Podía verse a sí mismo tallando durante horas los pequeños trozos de madera que su padre le dejaba; se veía junto a Miko contando historias de miedo hasta las tantas, asegurándose de asustar a la chica lo suficiente como para que terminase por cabrearse con él; a Ayda leyéndoles cuentos en sus años más tempranos, esperando a que se durmieran. Sin darse cuenta el rubio había dibujado una sonrisa nostálgica en sus labios, sin volver en sí hasta que hubo pasado un buen rato. Su mano libre terminó posándose sobre la raspada superficie de la mesa mientras caminaba por el cuarto, recordando. Finalmente terminó por sentarse en la cama, dejando su bolsa en un lado de esta y esperando a que Miko se sentase en la otra, frente a él.
—Es casi como volver hacia atrás en el tiempo, ¿no crees? —Sus ojos buscaron los de la chica, dotados de un brillo especial. Echó mano a sus cosas—. ¿Sabes? No es que me hayas protegido mucho de mis padres —reprochó— pero he salido con vida, así que supongo que lo prometido es deuda. —Y sacó un cuaderno que a simple vista mostraba el paso del tiempo en sus tapas: el diario que prometió llenar con los relatos de sus viajes—. Esto es tuyo.
Y se lo tendió, con una sonrisa de oreja a oreja.
Sabía que no iba a darse prisa en regresar a su nuevo estilo de vida pero, tarde o temprano, el momento de despedirse llegaría —esta vez de todos—. Ni siquiera sabía qué esperaban sus padres sobre eso; si había regresado, ¿creerían que era de forma definitiva? No es que se hubiera preocupado en abordar el tema. Aún no era el momento. Suspiró, intentando evadir aquellos pensamientos. Su estancia en Samia se prolongaría bastante, así que ya tendría tiempo para preocupaciones.
—Por mucho que resoples y te lamentes no vas a librarte, jovencito —advirtió Ayda, quien acababa de cruzar la puerta con una sonrisa entre severa y burlona.
Ayden sonrió de vuelta, negando con calma.
—Ni se me pasaba por la cabeza, mamá.
Por mucho que quisiera hacerse la dura, la mujer no era sino un alma bondadosa incapaz de dejarle todo ese trabajo a su hijo. El cazador tuvo ayuda aquella noche, así como una amena conversación. La señora Keenwind no escatimó en detalles a la hora de explicarle lo que estaba ocurriendo en el salón de su casa mientras ellos fregaban, haciéndole un rápido resumen al chico. Tras sus palabras no tardó en atar cabos. «Y luego el idiota soy yo», pensó mientras se aseguraba de dejar el plato tan limpio que hasta podía ver su propio reflejo. En el fondo se sentía culpable de ello —quizá porque lo era—. Después de todo, si no se hubiera marchado así no habrían tenido que intentar gestionar todas esas emociones tan contradictorias. Por un momento su mirada se apagó incluso, pero tenía a su madre al lado para borrar cualquier pensamiento de su mente por gris que fuera. Eso sí: no iba a librarse de los comentarios afilados, no durante una buena temporada al menos.
Una vez hubieron terminado no tardaron en regresar al salón, encontrándose allí con Miko y Sean charlando tranquilamente. Ayda iría a sentarse junto a su marido, pero él pensaba ir directo a su cuarto; aún no había tenido el valor de abrir aquella puerta y sus cosas seguían en el pasillo. Llamó la atención de la peliblanca con un sencillo gesto y unas agudas palabras antes de comenzar a subir las escaleras. Terminaría recogiendo su bolsa con una mano y apoyándose en la pared, esperando a que subiera.
—No creo haber crecido tanto como para que mi cama deje de valerme —respondió, mirándola con media sonrisa—, aunque está claro que la tuya te seguiría valiendo.
Y, antes de darle tiempo a responder siguiera, abrió la puerta.
Entrecerró los ojos en la oscuridad, buscando casi al momento dentro de su bolsa algo que le pudiera servir para aportar algo de luz al asunto: una cerilla. No es que fuera la fuente lumínica más potente de la isla, pero haría el apaño. Por suerte, no tardó en encontrar alguna que otra vela que aún no se había consumido del todo. Probablemente llevasen sin usarse mucho tiempo, aunque todo parecía estar particularmente limpio: ni una sola mota de polvo allá donde alcanzaba la vista. Cuando las velas prendieron la instancia fue aclarándose gradualmente, permitiendo finalmente que el rubio pudiera ver decentemente. Sabía que Miko no necesitaba de tanto, pero no estaba de más que ambos disfrutasen de aquel viaje a la nostalgia.
Sopló para apagar la cerilla.
Decir que la habitación seguía tal y como la recordaba podría sonar como un cliché, pero no hay mejores palabras para describirlo. Ambas camas —la de Ayden y la que pusieron para Miko— presidían la sala, teniendo entre ellas una pequeña mesita de noche que el propio Sean había fabricado. Como si algún mueble de esa casa pudiera haber sido montado por otra persona que no fuera el orgulloso carpintero de la casa. Sobre ambas camas, colocadas lo suficientemente altas como para que no molestasen, se encontraban varias estanterías con algunos libros que el rubio pudo haber leído en su infancia. Frente a ellos, algunas figuras talladas en madera de forma poco ortodoxa se encargaban de custodiarlos. Era fácil identificar lo mucho que había ido progresando con los años con el simple hecho de verlas en orden. En el otro lado de la sala, algunos armarios y cajones guardaban las ropas que Ayden usara en algún momento de niño, siempre bien ordenadas por Ayda. Un pequeño armario hacía lo propio y, junto a él, una mesa algo gastada por los poco profesionales trabajos que se hacían sobre ella servía como escritorio para el chico.
—Todo está igual —dijo, apenas en un susurro, como si temiera que alguien pudiera robarle aquel momento—. No han cambiado nada.
Su mirada se perdía en cada rincón de aquel cuarto, aunque no eran muebles lo que sus ojos observaban sino sus recuerdos más profundos. Podía verse a sí mismo tallando durante horas los pequeños trozos de madera que su padre le dejaba; se veía junto a Miko contando historias de miedo hasta las tantas, asegurándose de asustar a la chica lo suficiente como para que terminase por cabrearse con él; a Ayda leyéndoles cuentos en sus años más tempranos, esperando a que se durmieran. Sin darse cuenta el rubio había dibujado una sonrisa nostálgica en sus labios, sin volver en sí hasta que hubo pasado un buen rato. Su mano libre terminó posándose sobre la raspada superficie de la mesa mientras caminaba por el cuarto, recordando. Finalmente terminó por sentarse en la cama, dejando su bolsa en un lado de esta y esperando a que Miko se sentase en la otra, frente a él.
—Es casi como volver hacia atrás en el tiempo, ¿no crees? —Sus ojos buscaron los de la chica, dotados de un brillo especial. Echó mano a sus cosas—. ¿Sabes? No es que me hayas protegido mucho de mis padres —reprochó— pero he salido con vida, así que supongo que lo prometido es deuda. —Y sacó un cuaderno que a simple vista mostraba el paso del tiempo en sus tapas: el diario que prometió llenar con los relatos de sus viajes—. Esto es tuyo.
Y se lo tendió, con una sonrisa de oreja a oreja.
Miko
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Su comentario pareció tener el efecto deseado, o quizás no. Tal vez Ayden solo estaba esperando a que la menor estuviera a su lado para que pudieran revivir eso juntos. Fuera cual fuera el motivo, la mano del joven por fin se movió y giró el pomo de la puerta de su cuarto. Al contrario que en el pasillo –donde varias velas hacían de faro para iluminar su camino– la estancia se encontraba cubierta por un velo de penumbra con la única luz de la luna y las farolas, que provenía del exterior –además de la propia del pasillo, opacada por sus siluetas–. Por suerte, el mayor parecía preparado para ese tipo de situaciones y ya se había puesto a buscar en su mochila algo con lo que encender una luz para adentrarse en su cuarto. Miko había pensado simplemente en coger una de las velas del pasillo y encender con ella las luces de la habitación, pero viendo a Ayden tan apurado por llevar a cabo su idea, prefirió dejarlo estar.
El chico se adentró en el cuarto primero, buscando una vela que poder encender. Una vez la luz inundó esa estancia de la casa también, ambos se quedaron recorriendo a su forma la estancia. Mientras el chico recorría su habitación, clavando su mirada en distintos puntos e incluso entrando en contacto con los que fueron tiempo atrás sus muebles, la menor no podía sino quedarse ahí, apoyada en el marco de la puerta como quien ve una película o una foto. Prestando atención a todo y tratando de recordar la escena o escenas exactas, pero sin poder formar parte de ello. Ese momento era algo especial, por lo que prefería esperar a que el chico se pusiera cómodo para ir con él. Además, tenía sus propios recuerdos y pensamientos en su cabeza. Durante ocho años. Había estado esperando ese momento durante ocho largos años y en su cabeza había recreado el escenario y la escena exacta que se imaginaba de su reencuentro. Muchas imágenes, de hecho, pero ninguna había cuadrado con lo que había resultado al final. Sonrió.
Cuando Ayden dejó sus cosas sobre la cama, se apresuró a adentrarse en la estancia y simplemente dejarse caer sobre la que había sido su cama. Ahora sí, era su momento feliz. Tras tantos años tenía de vuelta a su mejor amigo, a su familia. Tumbada desde la cama, giró levemente la cabeza y se quedó mirando al chico desde abajo. Eso también traía recuerdos. Ampliando su sonrisa un poco más ante el reproche del chico de rubios cabellos, se incorporó para sentarse como él.
—Si hubieras estado en peligro de verdad hubiera actuado, pero no vi que ese fuera el caso —se defendió, teniendo que reprimir una carcajada ante su puchero, no habían cambiado—. Además, tía Ayda tenía todo el derecho a regañarte. Se puede decir que estaba haciéndolo por mí también en cierta medida.
Pudo notar en la cara de Ayden que a este no le había hecho gracia su comentario, pero por esa vez pareció querer dejarlo estar. La albina se quedó mirando con curiosidad al chico, que había continuado con su frase tras carraspear. Al parecer iba a darle su tan mentado regalo, por lo que sus ojos se clavaron en la mochila ajena mientras sus manos rebuscaban ese «algo». Miko esperaba que fuese una figurita de madera, como la que llevaba a modo de colgante, o algo por el estilo. Pero cuando vio el cuaderno… Sus ojos se empañaron ante ese recuerdo, pero no borró su sonrisa, al contrario. Esta se amplió aún más mientras sus manos arrebataban suavemente el maltrecho diario para sostenerlo en su regazo. Dejándolo sobre sus piernas, acarició suavemente la portada.
—No imaginé que todavía lo llevarías contigo… —murmuró. Se planteó pasar las páginas de este, pero descartó la idea—. De verdad… ¿De verdad me lo puedo quedar? Mi idea era que lo usaras para contarme tus aventuras al volver, no que me lo fueras a dar —admitió, mientras se frotaba los ojos con la manga de su camiseta—. Gracias, lo cuidaré muy bien. Y yo también tengo que darte algo la próxima vez.
La conversación se alargó después de eso. Ambos tenían muchas cosas que contarse el uno al otro y, tras tanto tiempo, ninguno parecía querer dejar ir al otro, aunque fuera solo para dormir y volver a encontrarse al día siguiente. Pero las responsabilidades de Miko imperaban a veces sobre sus deseos, y sabía que Rumi la mataría si llegaba tarde mañana o se quedaba dormida en medio del trabajo así que, con todo el pesar de su corazón, fue ella quien terminó con todo aquel sueño. Tenía que volver a casa. La joven se incorporó de la cama, donde se había quedado durante la última media hora, sorprendiendo a Ayden, quien se quedó mirándola desde su asiento.
—¿Ocurre algo, enana? —Ayden se incorporó también, aunque sin levantarse de la cama. Aquel corte repentino le había llamado la atención.
—No es nada —dijo con una media sonrisa—. Pero yo mañana trabajo, así que será mejor que me vaya yendo a casa. Se ha hecho muy tarde.
—¿No te vas a quedar a dormir aquí? —Miko negó.
—Estaría feo de mi parte aprovecharme así, bastante es que me haya auto-invitado a cenar.
—Miko, mis padres estarían encantados de que te quedes —sentenció Ayden, con tono ligeramente más serio.
—Está bien… —La menor suspiró—. Pero tendría que ir a por un par de cosas a casa primero.
El contrario asintió dibujando una sonrisa triunfal. Miko resopló. Siempre conseguía salirse con la suya, siempre. Y eso en parte le irritaba. Pero era demasiado buena como para decirle que no. Decidido aquello, solo le quedaba tomar el camino más rápido a su casa para ir y volver. «Las buenas costumbres nunca cambian». Pensó mientras habría la ventana del cuarto de Ayden y sacaba su cuerpo por el hueco como lo hacía de pequeña, aunque con una soltura que había ido adquiriendo con los años. Si no fuera tan buena persona quizás tendría las aptitudes necesarias para ser la mejor ladrona de, como mínimo, el South Blue. Con solo un par de saltos había logrado alcanzar el borde de la valla que separaba ambos jardines, y en segundos su figura se perdió en la oscuridad de la casa. La luz de su habitación, la única del piso de arriba, no tardó en encenderse, mucho más. Aunque Miko se tomó su tiempo en rebuscar entre sus cajones, tanto el pijama como el cuaderno improvisado que había montado ella misma a base de guardar carta tras carta, todas ellas ordenadas por fecha de escritura. Ya que sabía que sus cartas guardadas en botellas de cristal acabarían cayendo en saco roto, tenía hecha una copia de cada una de las que había arrojado. No era algo tan bien hecho como el diario de Ayden pero tampoco podía quitársele su torpe mérito. A pesar de que las obras manuales nunca hubieran sido su punto fuerte estaba… ¿pasable? Y lo importante era el interior.
Cinco minutos después, Ayden se encontraba asomado en la ventana, esperando a que subiera. Al llevar cosas encima tardó un poco más en trepar el árbol y colarse de nuevo por donde lo hubiera hecho antes. «Como en los viejos tiempos». Comentó el chico antes de que ambos se echaran a reír. Una vez dentro, la albina sacó de entre sus prendas el «cuaderno».
—Ten. No es la gran cosa por fuera, pero me he asegurado de guardar todo lo que había escrito en mis cartas aquí. Considera que es «un diario» como el tuyo hecho por mí.
El chico se adentró en el cuarto primero, buscando una vela que poder encender. Una vez la luz inundó esa estancia de la casa también, ambos se quedaron recorriendo a su forma la estancia. Mientras el chico recorría su habitación, clavando su mirada en distintos puntos e incluso entrando en contacto con los que fueron tiempo atrás sus muebles, la menor no podía sino quedarse ahí, apoyada en el marco de la puerta como quien ve una película o una foto. Prestando atención a todo y tratando de recordar la escena o escenas exactas, pero sin poder formar parte de ello. Ese momento era algo especial, por lo que prefería esperar a que el chico se pusiera cómodo para ir con él. Además, tenía sus propios recuerdos y pensamientos en su cabeza. Durante ocho años. Había estado esperando ese momento durante ocho largos años y en su cabeza había recreado el escenario y la escena exacta que se imaginaba de su reencuentro. Muchas imágenes, de hecho, pero ninguna había cuadrado con lo que había resultado al final. Sonrió.
Cuando Ayden dejó sus cosas sobre la cama, se apresuró a adentrarse en la estancia y simplemente dejarse caer sobre la que había sido su cama. Ahora sí, era su momento feliz. Tras tantos años tenía de vuelta a su mejor amigo, a su familia. Tumbada desde la cama, giró levemente la cabeza y se quedó mirando al chico desde abajo. Eso también traía recuerdos. Ampliando su sonrisa un poco más ante el reproche del chico de rubios cabellos, se incorporó para sentarse como él.
—Si hubieras estado en peligro de verdad hubiera actuado, pero no vi que ese fuera el caso —se defendió, teniendo que reprimir una carcajada ante su puchero, no habían cambiado—. Además, tía Ayda tenía todo el derecho a regañarte. Se puede decir que estaba haciéndolo por mí también en cierta medida.
Pudo notar en la cara de Ayden que a este no le había hecho gracia su comentario, pero por esa vez pareció querer dejarlo estar. La albina se quedó mirando con curiosidad al chico, que había continuado con su frase tras carraspear. Al parecer iba a darle su tan mentado regalo, por lo que sus ojos se clavaron en la mochila ajena mientras sus manos rebuscaban ese «algo». Miko esperaba que fuese una figurita de madera, como la que llevaba a modo de colgante, o algo por el estilo. Pero cuando vio el cuaderno… Sus ojos se empañaron ante ese recuerdo, pero no borró su sonrisa, al contrario. Esta se amplió aún más mientras sus manos arrebataban suavemente el maltrecho diario para sostenerlo en su regazo. Dejándolo sobre sus piernas, acarició suavemente la portada.
—No imaginé que todavía lo llevarías contigo… —murmuró. Se planteó pasar las páginas de este, pero descartó la idea—. De verdad… ¿De verdad me lo puedo quedar? Mi idea era que lo usaras para contarme tus aventuras al volver, no que me lo fueras a dar —admitió, mientras se frotaba los ojos con la manga de su camiseta—. Gracias, lo cuidaré muy bien. Y yo también tengo que darte algo la próxima vez.
La conversación se alargó después de eso. Ambos tenían muchas cosas que contarse el uno al otro y, tras tanto tiempo, ninguno parecía querer dejar ir al otro, aunque fuera solo para dormir y volver a encontrarse al día siguiente. Pero las responsabilidades de Miko imperaban a veces sobre sus deseos, y sabía que Rumi la mataría si llegaba tarde mañana o se quedaba dormida en medio del trabajo así que, con todo el pesar de su corazón, fue ella quien terminó con todo aquel sueño. Tenía que volver a casa. La joven se incorporó de la cama, donde se había quedado durante la última media hora, sorprendiendo a Ayden, quien se quedó mirándola desde su asiento.
—¿Ocurre algo, enana? —Ayden se incorporó también, aunque sin levantarse de la cama. Aquel corte repentino le había llamado la atención.
—No es nada —dijo con una media sonrisa—. Pero yo mañana trabajo, así que será mejor que me vaya yendo a casa. Se ha hecho muy tarde.
—¿No te vas a quedar a dormir aquí? —Miko negó.
—Estaría feo de mi parte aprovecharme así, bastante es que me haya auto-invitado a cenar.
—Miko, mis padres estarían encantados de que te quedes —sentenció Ayden, con tono ligeramente más serio.
—Está bien… —La menor suspiró—. Pero tendría que ir a por un par de cosas a casa primero.
El contrario asintió dibujando una sonrisa triunfal. Miko resopló. Siempre conseguía salirse con la suya, siempre. Y eso en parte le irritaba. Pero era demasiado buena como para decirle que no. Decidido aquello, solo le quedaba tomar el camino más rápido a su casa para ir y volver. «Las buenas costumbres nunca cambian». Pensó mientras habría la ventana del cuarto de Ayden y sacaba su cuerpo por el hueco como lo hacía de pequeña, aunque con una soltura que había ido adquiriendo con los años. Si no fuera tan buena persona quizás tendría las aptitudes necesarias para ser la mejor ladrona de, como mínimo, el South Blue. Con solo un par de saltos había logrado alcanzar el borde de la valla que separaba ambos jardines, y en segundos su figura se perdió en la oscuridad de la casa. La luz de su habitación, la única del piso de arriba, no tardó en encenderse, mucho más. Aunque Miko se tomó su tiempo en rebuscar entre sus cajones, tanto el pijama como el cuaderno improvisado que había montado ella misma a base de guardar carta tras carta, todas ellas ordenadas por fecha de escritura. Ya que sabía que sus cartas guardadas en botellas de cristal acabarían cayendo en saco roto, tenía hecha una copia de cada una de las que había arrojado. No era algo tan bien hecho como el diario de Ayden pero tampoco podía quitársele su torpe mérito. A pesar de que las obras manuales nunca hubieran sido su punto fuerte estaba… ¿pasable? Y lo importante era el interior.
Cinco minutos después, Ayden se encontraba asomado en la ventana, esperando a que subiera. Al llevar cosas encima tardó un poco más en trepar el árbol y colarse de nuevo por donde lo hubiera hecho antes. «Como en los viejos tiempos». Comentó el chico antes de que ambos se echaran a reír. Una vez dentro, la albina sacó de entre sus prendas el «cuaderno».
—Ten. No es la gran cosa por fuera, pero me he asegurado de guardar todo lo que había escrito en mis cartas aquí. Considera que es «un diario» como el tuyo hecho por mí.
Su sonrisa se ensanchó en el momento en que Miko aceptó su humilde regalo. No era de oro; tampoco era nada que pudiera venderse por una suma cuantiosa ni que le hubiera obligado a invertir dinero. Era, sin embargo, algo que sabía que sería mucho más preciado para su amiga: todas sus memorias y recuerdos de aquellos últimos ocho años. Bueno, quizá no todos. Se había asegurado de omitir toda referencia al Nido y a sus compañeros de cacería entre sus páginas. ¿Cómo iba a contarle todo eso? ¿Debía hacerlo, siquiera? No sabía cómo se lo iba a tomar ni quería pensar en ello. Apartó todo pensamiento al respecto de su cabeza y, simplemente, se dejó llevar por el devenir de la conversación.
El tiempo pasó con tanta rapidez que ni siquiera se dio cuenta de la hora que era. La peliblanca manifestó su intención de marcharse y él, por su parte, no pudo sino oponerse. Convencerla fue bastante sencillo; ¿no lo era siempre? De una forma o de otra había desarrollado aquella facilidad con ella, aunque aún seguía preguntándose el porqué. Lo siguiente fue esperar a que fuera a por algunas cosas a su casa, siguiendo la misma metodología que usaba cuando eran unos críos: descender por la ventana, saltar las vallas y regresar en un abrir y cerrar de ojos —aunque ahora casi resultaba literal—. Se limitó a esperarla pacientemente, haciéndose a un lado en el momento en que volvió a subir por su ventana. Estaba seguro de que si alguien la viera haciendo eso no tardaría en levantar a todo el pueblo. «¡Un ladrón en casa de los Keenwind!». No pudo evitar la risa, sin llegar a exponerle sus ocurrencias a la mujer. Le había ofrecido un cuaderno algo maltrecho antes de que pudiera explicarse, captando toda su atención. No hacía falta que se lo explicara: sabía exactamente lo que contendrían aquellas hojas.
Extendió los brazos y tomó con gusto el cuaderno, no sin antes meterse un poco con ella:
—Que sepas que está feo copiar los regalos de otros. —Y, de nuevo, se echó a reír—. Me aseguraré de leérmelo entero.
El siguiente paso era bastante sencillo: informar a sus padres de que Miko se quedaría aquella noche con ellos. Lo que no se imaginaba es que Sean aceleraría el proceso. Cuando le vio aparecer por la habitación, Ayden no pudo sino dar un respingo por la sorpresa. El hombre, tras abrir la puerta, se limitó a observar las cosas que había traído Miko consigo; más concretamente, clavó su mirada en el pijama.
—¿Recuperando viejos hábitos? —preguntó, soltando una leve risilla—. Me alegra que hayas decidido quedarte con nosotros. Eres más que bienvenida. —Se rascó la nuca, echando un rápido vistazo al cuarto—. La verdad es que venía a preguntarte lo mismo tras darme cuenta de las horas, pero veo que la decisión ya está tomada.
El cazador, por su parte, asintió mientras miraba de reojo a la de tez morena con una sonrisa ladina, sintiéndose victorioso. Esta se borró mucho antes de lo esperado.
—Pero si crees que voy a permitir que te quedes aquí, hijo, estás muy equivocado.
—¿Eh? —Ayden miró a su padre con cierta confusión, tras lo que este le dio en la sien con el dedo índice.
—Ya no sois críos. Miko es una señorita hecha y derecha y necesita de cierta intimidad —le indicó, sin dar lugar a réplica—. Así que nada de compartir cuarto. Sin peros —y esta vez miró a la chica.
—Sí, señor... —respondió el rubio, desganado, antes de mirar a su amiga—. Supongo entonces que... ¿Mañana te acompaño? Así podré aprovechar y saludar al resto.
Y, una vez le respondiera, le desearía a la aprendiz de heroína que pasase una buena noche. Él tenía toda una misión que cumplir, y esta consistía en lidiar con el sofá de la sala principal hasta que amaneciera. No es que fuera incómodo pero, desde luego, no era como dormir sobre una cama. No había muchas más opciones salvo, quizá, compartir habitación con sus padres, pero el chico prefirió no hacerlo. Sabía que Sean se levantaría incluso antes que Miko y bastante iba a tener que madrugar ya; tenía que aprovechar hasta el último minuto de sueño posible.
Pese a la relativa incomodidad del sofá, no tardó en quedarse profundamente dormido. Envuelto en mantas que Ayda le había ofrecido se dejó arrastrar por el cansancio acumulado, así como por la falta de descanso que un viaje tan largo en barco podía conllevar. Las horas pasarían rápidamente para él y, si la chica decidía ir a despertarle cuando estuviera levantada, se lo encontraría medio desarropado, con la camiseta blanca levantada hasta la mitad de su torso y espatarrado por completo. Lo que viene a ser dormir plácidamente.
El tiempo pasó con tanta rapidez que ni siquiera se dio cuenta de la hora que era. La peliblanca manifestó su intención de marcharse y él, por su parte, no pudo sino oponerse. Convencerla fue bastante sencillo; ¿no lo era siempre? De una forma o de otra había desarrollado aquella facilidad con ella, aunque aún seguía preguntándose el porqué. Lo siguiente fue esperar a que fuera a por algunas cosas a su casa, siguiendo la misma metodología que usaba cuando eran unos críos: descender por la ventana, saltar las vallas y regresar en un abrir y cerrar de ojos —aunque ahora casi resultaba literal—. Se limitó a esperarla pacientemente, haciéndose a un lado en el momento en que volvió a subir por su ventana. Estaba seguro de que si alguien la viera haciendo eso no tardaría en levantar a todo el pueblo. «¡Un ladrón en casa de los Keenwind!». No pudo evitar la risa, sin llegar a exponerle sus ocurrencias a la mujer. Le había ofrecido un cuaderno algo maltrecho antes de que pudiera explicarse, captando toda su atención. No hacía falta que se lo explicara: sabía exactamente lo que contendrían aquellas hojas.
Extendió los brazos y tomó con gusto el cuaderno, no sin antes meterse un poco con ella:
—Que sepas que está feo copiar los regalos de otros. —Y, de nuevo, se echó a reír—. Me aseguraré de leérmelo entero.
El siguiente paso era bastante sencillo: informar a sus padres de que Miko se quedaría aquella noche con ellos. Lo que no se imaginaba es que Sean aceleraría el proceso. Cuando le vio aparecer por la habitación, Ayden no pudo sino dar un respingo por la sorpresa. El hombre, tras abrir la puerta, se limitó a observar las cosas que había traído Miko consigo; más concretamente, clavó su mirada en el pijama.
—¿Recuperando viejos hábitos? —preguntó, soltando una leve risilla—. Me alegra que hayas decidido quedarte con nosotros. Eres más que bienvenida. —Se rascó la nuca, echando un rápido vistazo al cuarto—. La verdad es que venía a preguntarte lo mismo tras darme cuenta de las horas, pero veo que la decisión ya está tomada.
El cazador, por su parte, asintió mientras miraba de reojo a la de tez morena con una sonrisa ladina, sintiéndose victorioso. Esta se borró mucho antes de lo esperado.
—Pero si crees que voy a permitir que te quedes aquí, hijo, estás muy equivocado.
—¿Eh? —Ayden miró a su padre con cierta confusión, tras lo que este le dio en la sien con el dedo índice.
—Ya no sois críos. Miko es una señorita hecha y derecha y necesita de cierta intimidad —le indicó, sin dar lugar a réplica—. Así que nada de compartir cuarto. Sin peros —y esta vez miró a la chica.
—Sí, señor... —respondió el rubio, desganado, antes de mirar a su amiga—. Supongo entonces que... ¿Mañana te acompaño? Así podré aprovechar y saludar al resto.
Y, una vez le respondiera, le desearía a la aprendiz de heroína que pasase una buena noche. Él tenía toda una misión que cumplir, y esta consistía en lidiar con el sofá de la sala principal hasta que amaneciera. No es que fuera incómodo pero, desde luego, no era como dormir sobre una cama. No había muchas más opciones salvo, quizá, compartir habitación con sus padres, pero el chico prefirió no hacerlo. Sabía que Sean se levantaría incluso antes que Miko y bastante iba a tener que madrugar ya; tenía que aprovechar hasta el último minuto de sueño posible.
Pese a la relativa incomodidad del sofá, no tardó en quedarse profundamente dormido. Envuelto en mantas que Ayda le había ofrecido se dejó arrastrar por el cansancio acumulado, así como por la falta de descanso que un viaje tan largo en barco podía conllevar. Las horas pasarían rápidamente para él y, si la chica decidía ir a despertarle cuando estuviera levantada, se lo encontraría medio desarropado, con la camiseta blanca levantada hasta la mitad de su torso y espatarrado por completo. Lo que viene a ser dormir plácidamente.
Miko
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Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
La luz se filtró por la ventana abierta. Apenas unos leves rayos del alba que lograban asomarse por encima de los tejados del pueblo, por el horizonte en el que se fundían el mar y el cielo, acertando a golpear la cara de Miko. La albina se revolvió en la cama un poco, tapándose a sí misma con la manta para que la luz no le molestase. Quería permitirse a sí misma seguir soñando con su reencuentro con Ayden. «¿Solo un sueño…?». Ese pensamiento fue suficiente para sacarla de su estado entre la realidad y el mundo onírico. Apartando la manta, se quedó mirando al techo durante unos segundos. «Espera, este no es mi cuarto».
Miko se apresuró a incorporarse, mirando la habitación en la que se encontraba. Había otra cama paralela a la que ella estaba usando y estantes con libros y figuras talladas. Esa no era su habitación, si bien la conocía de sobra. Somnolienta, se quedó un momento sentada sobre la cama, con los pies sobre el parque de madera. Estaba en el cuarto de Ayden.
—Entonces no ha sido un sueño —murmuró, buscando con la mirada sus cosas. Encontró su ropa tirada sobre la otra cama, así como la bolsa con los efectos personales del chico y no pudo evitar sonreír. Después, su mirada se desplazó hasta la mesita de noche. La vela casi fundida del todo decoraba el lado que «correspondía» a Ayden, mientras que en su lado descansaba su colgante de madera tallada, apoyada sobre el cuaderno maltrecho que le hubiera dado a su amigo hacía más de ocho años. Miko sonrió—. Podría leer un poco antes de ir a trabajar —pensó. Pero descartó la idea al instante. «Mejor espero».
Se tomó unos minutos más en pasearse por la estancia. Con pasos que apenas hacían ruido, abrió suavemente la puerta —aún en pijama— y se dirigió al baño para lavarse la cara. Ya más espabilada bajó las escaleras, encontrándose con que Ayden se encontraba durmiendo en el sofá de forma algo desastrosa. La menor de los dos se tuvo que tapar la cara, escondiendo su sonrisa y una leve risilla que se le acababa de escapar. Tras bajar, decidió dejarle dormir un poco más mientras preparaba el desayuno. Terminaría de bajar las escaleras y le taparía debidamente con la manta antes de revolverle los rubios mechones de forma suave, siendo casi una caricia. Tras eso, se dirigiría a la cocina para preparar el desayuno. Algo de café, para su madre también, tortitas con sirope, y la fruta que hubiera en el frutero colocada de forma previa por Ayda. Podría hacer zumo de naranja para acompañar su comida.
Cuando acabase, de no verse sorprendida antes por el chico, iría a despertarle. Después de desayunar y vestirse —pues ir a trabajar con su pijama de pantalón corto, blanco, con estampado de zanahorias y camiseta de tirantes de color verde pálido no parecía la mejor idea— se pondrían en marcha hacia la taberna de su abuela. La primera con la que se encontrarían sería Rumi, eso estaba claro. Y el segundo, salvo contratiempos, sería el ex marine. Aunque quién sabía, a lo mejor a la castaña la acompañaba su novio esa mañana.
Igual que el día anterior, como si temiera que el chico se esfumase, Miko iría caminando tomando de la mano al chico. A no ser que este se negase. Pero si lo hiciera le tocaría explicar a la cabezona y poco perspicaz de su amiga el porqué de ello.
Miko se apresuró a incorporarse, mirando la habitación en la que se encontraba. Había otra cama paralela a la que ella estaba usando y estantes con libros y figuras talladas. Esa no era su habitación, si bien la conocía de sobra. Somnolienta, se quedó un momento sentada sobre la cama, con los pies sobre el parque de madera. Estaba en el cuarto de Ayden.
—Entonces no ha sido un sueño —murmuró, buscando con la mirada sus cosas. Encontró su ropa tirada sobre la otra cama, así como la bolsa con los efectos personales del chico y no pudo evitar sonreír. Después, su mirada se desplazó hasta la mesita de noche. La vela casi fundida del todo decoraba el lado que «correspondía» a Ayden, mientras que en su lado descansaba su colgante de madera tallada, apoyada sobre el cuaderno maltrecho que le hubiera dado a su amigo hacía más de ocho años. Miko sonrió—. Podría leer un poco antes de ir a trabajar —pensó. Pero descartó la idea al instante. «Mejor espero».
Se tomó unos minutos más en pasearse por la estancia. Con pasos que apenas hacían ruido, abrió suavemente la puerta —aún en pijama— y se dirigió al baño para lavarse la cara. Ya más espabilada bajó las escaleras, encontrándose con que Ayden se encontraba durmiendo en el sofá de forma algo desastrosa. La menor de los dos se tuvo que tapar la cara, escondiendo su sonrisa y una leve risilla que se le acababa de escapar. Tras bajar, decidió dejarle dormir un poco más mientras preparaba el desayuno. Terminaría de bajar las escaleras y le taparía debidamente con la manta antes de revolverle los rubios mechones de forma suave, siendo casi una caricia. Tras eso, se dirigiría a la cocina para preparar el desayuno. Algo de café, para su madre también, tortitas con sirope, y la fruta que hubiera en el frutero colocada de forma previa por Ayda. Podría hacer zumo de naranja para acompañar su comida.
Cuando acabase, de no verse sorprendida antes por el chico, iría a despertarle. Después de desayunar y vestirse —pues ir a trabajar con su pijama de pantalón corto, blanco, con estampado de zanahorias y camiseta de tirantes de color verde pálido no parecía la mejor idea— se pondrían en marcha hacia la taberna de su abuela. La primera con la que se encontrarían sería Rumi, eso estaba claro. Y el segundo, salvo contratiempos, sería el ex marine. Aunque quién sabía, a lo mejor a la castaña la acompañaba su novio esa mañana.
Igual que el día anterior, como si temiera que el chico se esfumase, Miko iría caminando tomando de la mano al chico. A no ser que este se negase. Pero si lo hiciera le tocaría explicar a la cabezona y poco perspicaz de su amiga el porqué de ello.
Frunció levemente el ceño al recobrar poco a poco la consciencia. Sus ojos se abrieron con lentitud y su vista, al principio borrosa, fue aclarándose a medida que diferenciaba formas y colores. No es que la sala estuviera demasiado iluminada, y es que aún no habían apartado las cortinas ni abierto las ventanas, por lo que podía disfrutar de una penumbra agradable mientras buscaba las ganas de ponerse en pie. Su boca se abrió ampliamente en un largo bostezo al tiempo que se estiraba, sin erguirse aún, logrando que todos y cada uno de los huesos de su espalda crujieran, descargando la tensión de sus músculos. Podía escuchar algo de ajetreo en la cocina, pero prefirió remolonear un poco en el sofá mientras recorría el salón con la mirada.
«Podría volver a acostumbrarme», se dijo, agarrándose al respaldo con una mano para tomar algo de impulso y quedar correctamente sentado. Se pasó las manos por el rostro, intentando terminar de despejarse, antes de apartar las mantas del todo y ponerse en pie, camino del lavabo. El agua helada resultaría un estímulo perfecto para espabilarse por completo. «Aunque la próxima tendré que agenciarme una cama; repetir esto más veces no puede ser bueno para mi espalda». Había dormido a pierna suelta, pero un sofá no era tan cómodo como un colchón. Precisó de unos pocos estiramientos en el baño para desentumecer sus agarrotados músculos de una vez por todas, antes de dirigirse a la cocina para comer algo. ¿Cómo podía tener hambre después de aquella cena? Iba a tener que darle la razón a Amber con lo de ser un pozo sin fondo.
—Buenos días, Miko —saludaría al asomar por la cocina, mucho más vivo que minutos antes.
En cuanto desayunasen algo y tuvieran la oportunidad de despedirse de sus padres —o, al menos, de Ayda—, cumpliría con su promesa y acompañaría a la peliblanca hasta la taberna. No entraba en sus planes el echarles una mano, todo sea dicho, pero no estaría de más ir avisando a todos de que había vuelto. «Aunque me da que aún tengo algunas broncas pendientes». Sabía que la mayoría de sus viejos conocidos se limitarían a alegrarse por su regreso, pero no era ningún misterio que otros —¿o debía decir «otras»?— se asegurarían soltar toda la bilis que pudieran haber acumulado por su marcha. Rumi, sin lugar a dudas, sería la cabecilla de todo ello.
Antes de eso, sin embargo, tendría que lidiar con otro problema. Bueno, no era un problema realmente, no para él al menos, pero había que corregir ciertas tendencias antes de convertirse en la comidilla de todo el pueblo; ya tenía suficiente con serlo por su regreso, mejor que no le dieran a los cotillas material para cuchichear. Cuando Miko le tomó la mano para tirar de él se detuvo en seco, medio riéndose al saber que no se daba cuenta de lo que estaba haciendo.
—Miko...
La charla no duró mucho, aunque quizá le costara un poco comprender el por qué la gente pensaría eso. Tuvo que poner varios ejemplos prácticos, y es que tuvo la suerte de que alguna que otra pareja estuviera paseando por la plaza. Sabía que se iba a molestar con él, quizá incluso se avergonzase un poquito porque alguien pudiera haber malinterpretado sus intenciones, pero tenía que hacérselo entender si quería evitar que todas las marujas del lugar pusieran sus ojos sobre los dos. Además, como esa idea se difundiera se iba a granjear a toda la población joven, masculina y soltera como enemigos. Mejor no meterse en esos jaleos.
—Aunque bueno, desde luego no habría sido tan grave como que te pillasen sentada encima de mí en el suelo —soltaría finalmente, echándose a reír a carcajada limpia.
La llegada a la taberna transcurrió sin mayores inconvenientes. Bueno, quizá sí que hubo uno: Rumi. Estaba claro que, con los años, aquella tensión que siempre había existido entre ellos no había hecho más que incrementarse. Lo peor del asunto es que no podía quitarle la razón —para una vez que la tenía habría sido cruel negársela—, así que tuvo que morderse la lengua y aguantar la bronca, pese a los esfuerzos de su amiga por contener el rencor de la malhumorada muchacha. Fuera como fuese el mal trago pasó y, aunque a regañadientes, pudo disfrutar de una bebida y una charla agradable. Hasta en ella habían surgido preguntas y curiosidad sobre su largo viaje, después de todo. El grupo no tardaría en reunirse ante la difusión de la noticia y, al final, la taberna terminaría más llena que cualquier otro día. Había que celebrar el regreso del rubio y él, claro estaba, no iba a oponerse.
«Podría volver a acostumbrarme», se dijo, agarrándose al respaldo con una mano para tomar algo de impulso y quedar correctamente sentado. Se pasó las manos por el rostro, intentando terminar de despejarse, antes de apartar las mantas del todo y ponerse en pie, camino del lavabo. El agua helada resultaría un estímulo perfecto para espabilarse por completo. «Aunque la próxima tendré que agenciarme una cama; repetir esto más veces no puede ser bueno para mi espalda». Había dormido a pierna suelta, pero un sofá no era tan cómodo como un colchón. Precisó de unos pocos estiramientos en el baño para desentumecer sus agarrotados músculos de una vez por todas, antes de dirigirse a la cocina para comer algo. ¿Cómo podía tener hambre después de aquella cena? Iba a tener que darle la razón a Amber con lo de ser un pozo sin fondo.
—Buenos días, Miko —saludaría al asomar por la cocina, mucho más vivo que minutos antes.
En cuanto desayunasen algo y tuvieran la oportunidad de despedirse de sus padres —o, al menos, de Ayda—, cumpliría con su promesa y acompañaría a la peliblanca hasta la taberna. No entraba en sus planes el echarles una mano, todo sea dicho, pero no estaría de más ir avisando a todos de que había vuelto. «Aunque me da que aún tengo algunas broncas pendientes». Sabía que la mayoría de sus viejos conocidos se limitarían a alegrarse por su regreso, pero no era ningún misterio que otros —¿o debía decir «otras»?— se asegurarían soltar toda la bilis que pudieran haber acumulado por su marcha. Rumi, sin lugar a dudas, sería la cabecilla de todo ello.
Antes de eso, sin embargo, tendría que lidiar con otro problema. Bueno, no era un problema realmente, no para él al menos, pero había que corregir ciertas tendencias antes de convertirse en la comidilla de todo el pueblo; ya tenía suficiente con serlo por su regreso, mejor que no le dieran a los cotillas material para cuchichear. Cuando Miko le tomó la mano para tirar de él se detuvo en seco, medio riéndose al saber que no se daba cuenta de lo que estaba haciendo.
—Miko...
La charla no duró mucho, aunque quizá le costara un poco comprender el por qué la gente pensaría eso. Tuvo que poner varios ejemplos prácticos, y es que tuvo la suerte de que alguna que otra pareja estuviera paseando por la plaza. Sabía que se iba a molestar con él, quizá incluso se avergonzase un poquito porque alguien pudiera haber malinterpretado sus intenciones, pero tenía que hacérselo entender si quería evitar que todas las marujas del lugar pusieran sus ojos sobre los dos. Además, como esa idea se difundiera se iba a granjear a toda la población joven, masculina y soltera como enemigos. Mejor no meterse en esos jaleos.
—Aunque bueno, desde luego no habría sido tan grave como que te pillasen sentada encima de mí en el suelo —soltaría finalmente, echándose a reír a carcajada limpia.
La llegada a la taberna transcurrió sin mayores inconvenientes. Bueno, quizá sí que hubo uno: Rumi. Estaba claro que, con los años, aquella tensión que siempre había existido entre ellos no había hecho más que incrementarse. Lo peor del asunto es que no podía quitarle la razón —para una vez que la tenía habría sido cruel negársela—, así que tuvo que morderse la lengua y aguantar la bronca, pese a los esfuerzos de su amiga por contener el rencor de la malhumorada muchacha. Fuera como fuese el mal trago pasó y, aunque a regañadientes, pudo disfrutar de una bebida y una charla agradable. Hasta en ella habían surgido preguntas y curiosidad sobre su largo viaje, después de todo. El grupo no tardaría en reunirse ante la difusión de la noticia y, al final, la taberna terminaría más llena que cualquier otro día. Había que celebrar el regreso del rubio y él, claro estaba, no iba a oponerse.
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