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Volken von Goldschläger
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Es tiempo de volver a la vida. He estado demasiado tiempo encerrado en la suite, pensando en los hermosos ojos de Mary, en sus labios y en su… Ay, cómo la extraño. Una pena que haya tenido que matar a su madre y, en mi defensa, yo no lo sabía hasta que se puso a llorar. ¿Qué tan mala suerte tengo que tener para agarrar a sillazos a su padre y llenar de plomo a su madre? Por poco y la dejo huérfana, vaya. Normal que haya terminado conmigo. Pero como diría el viejo Kenny, debo verle el lado bueno a la vida y sonreír porque al menos me he librado de la mierda de suegro que me iba a tocar. Así que aquí estoy, frente al espejo del baño viendo a un hermoso joven de cabellos grises vestido con un elegante traje negro y camisa blanca. Escondo un cuchillo entre el calcetín y mi pierna, y guardo a Mimosa bajo la chaqueta.
A medida que el ascensor desciende empiezo a oír el ruido de las maquinitas que hacen DING-DING-DING cuando un tonto gana unas pocas monedas. Ruido y más ruido. Luces y más luces. Ay, siento cómo la vida vuelve a mí. Me he duchado tres veces antes de salir y me he puesto mi perfume favorito: Gabanna&Dolce. La habitación es gigantesca y hay todo tipo de máquinas donde jugar y gastarse el dinero, pero yo voy a lo grande: póker. Sé contar lo suficientemente bien para llevarme un buen dineral y, como ya llevo mucho tiempo en Casino Island, sé qué hacer para no levantar sospechas. Mira que la última vez perdí tres dientes por hacerme el listo…
Me acerco a la barra y cuando miro al tabernero mi cuerpo reacciona solo: quiero irme. Es calvo, grandote y parece que está bañado en aceite porque madre mía lo grasiento que es. Al menos ha tenido la decencia de vestirse bien y llevar un bonito traje parecido al mío, aunque mucho más barato. Dios, salvo por el tamaño se parece demasiado al padre de Mary y eso significa que en cualquier momento empezará el vómito y los sillazos. ¿Será que llegue a pellizcarle los pezones también? Qué va, tengo que ser educado tal y como mi madre que jamás conocí me enseñó. Soy huérfano, ¿vale? Tengo derecho a ser malhablado y tirarme pedos cuando estoy comiendo.
—Una cerveza, por favor —le digo al hombre de la barra, quien acepta el billete y saca una botella helada de la nevera. Bien, una birra para comenzar la cacería.
La destapo mientras tomo asiento en el piso, me volteo y me paro a observar el ambiente. Hay hombres elegantes por doquier, aunque ninguno más que yo. Y estoy seguro de que pronto empezaré a acaparar las miradas de las doncellas hermosas que me deleitan con sus sensuales vestidos ajustados. Creo que podría pasarme la vida entera en este lugar, en serio. Es ahí, cuando le doy un buen sorbo a la botella, que mis ojos se encuentran con el diamante entre diamantes, la reina de la belleza, una chica tan linda que me hace olvidar que en algún momento pude haber sentido algo por Mary, algo más que solo capricho. ¿Debo invitarle a jugar? ¿O será mejor pagarle un trago? No lo sabré hasta preguntárselo directamente.
A medida que el ascensor desciende empiezo a oír el ruido de las maquinitas que hacen DING-DING-DING cuando un tonto gana unas pocas monedas. Ruido y más ruido. Luces y más luces. Ay, siento cómo la vida vuelve a mí. Me he duchado tres veces antes de salir y me he puesto mi perfume favorito: Gabanna&Dolce. La habitación es gigantesca y hay todo tipo de máquinas donde jugar y gastarse el dinero, pero yo voy a lo grande: póker. Sé contar lo suficientemente bien para llevarme un buen dineral y, como ya llevo mucho tiempo en Casino Island, sé qué hacer para no levantar sospechas. Mira que la última vez perdí tres dientes por hacerme el listo…
Me acerco a la barra y cuando miro al tabernero mi cuerpo reacciona solo: quiero irme. Es calvo, grandote y parece que está bañado en aceite porque madre mía lo grasiento que es. Al menos ha tenido la decencia de vestirse bien y llevar un bonito traje parecido al mío, aunque mucho más barato. Dios, salvo por el tamaño se parece demasiado al padre de Mary y eso significa que en cualquier momento empezará el vómito y los sillazos. ¿Será que llegue a pellizcarle los pezones también? Qué va, tengo que ser educado tal y como mi madre que jamás conocí me enseñó. Soy huérfano, ¿vale? Tengo derecho a ser malhablado y tirarme pedos cuando estoy comiendo.
—Una cerveza, por favor —le digo al hombre de la barra, quien acepta el billete y saca una botella helada de la nevera. Bien, una birra para comenzar la cacería.
La destapo mientras tomo asiento en el piso, me volteo y me paro a observar el ambiente. Hay hombres elegantes por doquier, aunque ninguno más que yo. Y estoy seguro de que pronto empezaré a acaparar las miradas de las doncellas hermosas que me deleitan con sus sensuales vestidos ajustados. Creo que podría pasarme la vida entera en este lugar, en serio. Es ahí, cuando le doy un buen sorbo a la botella, que mis ojos se encuentran con el diamante entre diamantes, la reina de la belleza, una chica tan linda que me hace olvidar que en algún momento pude haber sentido algo por Mary, algo más que solo capricho. ¿Debo invitarle a jugar? ¿O será mejor pagarle un trago? No lo sabré hasta preguntárselo directamente.
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El ruido era sorprendentemente alto desde mucho antes de que su barco desembarcase en la isla. “Casino Island” El nombre no dejaba dudas sobre el tipo de lugar que sería su primera parada desde que subiese en el barco turista del puerto Fiordiano semanas atrás. Mura suspiró pesadamente mientras ajustaba aún más sus preciados audífonos. Los había pedido años atrás, pero se mantenían perfectos, como el primer día y tenían la maravillosa capacidad de reducir los sonidos que captaba o bajar el sonido a todo a su alrededor. Aunque no esperaba encontrarle usos tan prácticos fuera del combate o de sus necesidades para recopilar información. La gente adinerada era terriblemente ruidosa cuando no se trataba de obsesos con el trabajo y la ciencia como lo era Dexter, fue la conclusión a la que había llegado en la última semana la pelinarranja. Y ahora tendría que pasarse mínimo tres días en esa isla del derroche y la bravuconería. —Seguro que había mejores rutas para llegar a Water Seven. —Se quejó en su camarote. Le quedaba media hora antes de tener que desembarcar y buscar alojamiento. —Aunque bueno, al menos podría usar la oportunidad para intentar sacarme un dinero. —Se detuvo a pensar. Su rostro pronto se torció en una mueca al pensar en el tipo de hombres que habría devorándola con la mirada si iba a trabajar de forma normal. “Cuanto más babosos más dinero, niña.” Le recordó el felino.
—Ya, pero aquí no puedo simplemente cortarles las pelotas como se pasen, Kougar. — Se imaginó al felino encogiéndose de hombros. —Está bien, al menos hasta que tenga suficiente para poder apostar a cualquier tontería. Lo mismo aún tengo algo de suerte.
“Sabes que también echas de menos lucirte”.
—Callate, no me gusta este tipo de “exposición”. — Bufó y ahí se acabó la conversación. Echando su mochila a la espalda, se puso en camino al primer hotel de apariencia aceptable para ofrecer sus servicios. Le llevó un par de horas de dar vueltas hablando con uno y otro encargado de distintas casas de apuestas hasta que dio al fin con un lugar que apuntaba alto. Cincuenta mil Berries la hora era mucho dinero, aunque estaba segura de poder venderse mejor. Pero habiendo sacado al dueño con su encanto una habitación decente con gastos de servicio pagado para el tiempo que se quedaría ahí no podía quejarse. Eso no lo sacaba de normal ni en una de las mejores tabernas en las que solía actuar en sus tiempos jóvenes. Aunque el ambiente era más ameno.
—Bien, prepárate rápido tras dejar tus cosas. Tienes media hora para estar deslumbrante o se cancela el trato, princesa.
“Bueno, no iba a ser todo perfecto”. Se dijo a sí misma la felina mientras hacía un gesto con la mano y se dirigía a su habitación. Mura dejó sus cosas encima de la cama tras cerrar con llave la puerta y empezó a desnudarse camino a la ducha. Se asearía rápido, solo el cuerpo pues el pelo lo tenía limpio desde antes de salir del barco. Pero tanto dar vueltas por la calle se notaba en su piel y quería solventar el problema. Una vez se hubiera refrescado vino el maquillaje, aplicado de forma breve. Un poco de base para tapar la cicatriz en su mejilla, sombra de ojos y mascara de pestaña –aunque esta última era algo innecesaria- su pintalabios era de tono coral para ir a juego con su pelo que dejaría suelto, cayendo en cascada hasta la mitad de su espalda, ahora que lo llevaba algo más corto. Por último, quedaba vestirse. La joven creyó ver una barra de pole por el rabillo del ojo al encaminarse a las habitaciones en la zona en la que le tocaba trabajar así que fue a por un conjunto ceñido. Un top de color negro que le dejaba el vientre y los hombros al descubierto con algunos toques de pedrería blanca y una falda de gasa negra que llevaba un muy corto pantalón negro ceñido del mismo material que el top, decorado con el mismo tipo de pedrería. En la pierna que quedaba más al descubierto al andar llevaba una liga de encaje negro. Por último, su calzado –si bien ella prefería llevar los pies descalzos para bailar- eran unos tacones del mismo color que el resto de la prenda.
Y solo en venticinco minutos. Le dio tiempo de sobra para bajar las escaleras con calma y dirigirse a donde le habían indicado una vez pasó a la zona de juegos. No podría echar un vistazo antes de trabajar, pero nada que no pudiera hacer en su descanso. Le ofrecieron un micrófono y a su señal pusieron una pieza que ella hubo entregado minutos atrás. El instrumental empezó a sonar y ella empezó a cantar, moviéndose al ritmo de la música mientras se acercaba a la barra como si estuviera bailando pegada a otra persona. En cierto punto su canto se detuvo apagando el micrófono en un movimiento y ella se agarró, empezando a trepar la barra, quedando boca abajo, girando, y haciendo otra serie de sensuales movimientos que se veían resaltados por el vuelo de su ropa y los focos del escenario.
—Ya, pero aquí no puedo simplemente cortarles las pelotas como se pasen, Kougar. — Se imaginó al felino encogiéndose de hombros. —Está bien, al menos hasta que tenga suficiente para poder apostar a cualquier tontería. Lo mismo aún tengo algo de suerte.
“Sabes que también echas de menos lucirte”.
—Callate, no me gusta este tipo de “exposición”. — Bufó y ahí se acabó la conversación. Echando su mochila a la espalda, se puso en camino al primer hotel de apariencia aceptable para ofrecer sus servicios. Le llevó un par de horas de dar vueltas hablando con uno y otro encargado de distintas casas de apuestas hasta que dio al fin con un lugar que apuntaba alto. Cincuenta mil Berries la hora era mucho dinero, aunque estaba segura de poder venderse mejor. Pero habiendo sacado al dueño con su encanto una habitación decente con gastos de servicio pagado para el tiempo que se quedaría ahí no podía quejarse. Eso no lo sacaba de normal ni en una de las mejores tabernas en las que solía actuar en sus tiempos jóvenes. Aunque el ambiente era más ameno.
—Bien, prepárate rápido tras dejar tus cosas. Tienes media hora para estar deslumbrante o se cancela el trato, princesa.
“Bueno, no iba a ser todo perfecto”. Se dijo a sí misma la felina mientras hacía un gesto con la mano y se dirigía a su habitación. Mura dejó sus cosas encima de la cama tras cerrar con llave la puerta y empezó a desnudarse camino a la ducha. Se asearía rápido, solo el cuerpo pues el pelo lo tenía limpio desde antes de salir del barco. Pero tanto dar vueltas por la calle se notaba en su piel y quería solventar el problema. Una vez se hubiera refrescado vino el maquillaje, aplicado de forma breve. Un poco de base para tapar la cicatriz en su mejilla, sombra de ojos y mascara de pestaña –aunque esta última era algo innecesaria- su pintalabios era de tono coral para ir a juego con su pelo que dejaría suelto, cayendo en cascada hasta la mitad de su espalda, ahora que lo llevaba algo más corto. Por último, quedaba vestirse. La joven creyó ver una barra de pole por el rabillo del ojo al encaminarse a las habitaciones en la zona en la que le tocaba trabajar así que fue a por un conjunto ceñido. Un top de color negro que le dejaba el vientre y los hombros al descubierto con algunos toques de pedrería blanca y una falda de gasa negra que llevaba un muy corto pantalón negro ceñido del mismo material que el top, decorado con el mismo tipo de pedrería. En la pierna que quedaba más al descubierto al andar llevaba una liga de encaje negro. Por último, su calzado –si bien ella prefería llevar los pies descalzos para bailar- eran unos tacones del mismo color que el resto de la prenda.
Y solo en venticinco minutos. Le dio tiempo de sobra para bajar las escaleras con calma y dirigirse a donde le habían indicado una vez pasó a la zona de juegos. No podría echar un vistazo antes de trabajar, pero nada que no pudiera hacer en su descanso. Le ofrecieron un micrófono y a su señal pusieron una pieza que ella hubo entregado minutos atrás. El instrumental empezó a sonar y ella empezó a cantar, moviéndose al ritmo de la música mientras se acercaba a la barra como si estuviera bailando pegada a otra persona. En cierto punto su canto se detuvo apagando el micrófono en un movimiento y ella se agarró, empezando a trepar la barra, quedando boca abajo, girando, y haciendo otra serie de sensuales movimientos que se veían resaltados por el vuelo de su ropa y los focos del escenario.
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La niña bonita empieza a cantar. Y a bailar. Demonios, mis intenciones de pedirle una cita nada más verla se van a la mierda cuando comienza el show. Suelto un suspiro al notar las miradas lascivas de los otros hombres. No me sorprende que medio casino quiera follare a la bailarina porque en serio: está muy buena. Sus movimientos son sensuales, majestuosos, embriagadores. Entonces noto algo… diferente. Dejo de pensar en lo buena que está tras ver sus facciones encantadoras, sus ojos perfectamente hermosos y llego a una horrorosa conclusión: es linda. Ojito, porque para nosotros, los hombres, existe una diferencia monumental entre estar buena a ser linda. Una vocecita dentro de mi cabeza me obliga a llamar su atención, pero es una lástima que sólo tenga una cerveza en la mano. ¿Será suficiente? Igual puedo dármelas de loco y reventársela en la cabeza, echarle la culpa al tabernero y hacer de héroe. No, definitivamente algo así no funcionaría…
Le doy un buen sorbo a la cerveza mientras mis oídos se deleitan con la armoniosa voz de la jovencita de cabellos naranjas. O rojos, soy medio daltónico yo. Levanto la mano y pido otra. Estoy con la espalda apoyada en la barra y los ojos pendientes de los movimientos de la bailarina. Es entonces que se me ocurre una maravillosa idea. Llevo ya casi medio año visitando este casino en particular y me he hecho amigo de mucha gente, sobre todo de los sonidistas porque son los que venden la cocaína. No es que yo consuma esas cosas, por favor que no se piense mal de mí, aunque de vez en cuando no está mal espolvorearse la nariz… ¡En fin, que me voy por las ramas! Se me ha ocurrido un plan brillante que dejará como perdedores a los tontos embobados por la pelirroja.
Corro lo más deprisa que me permiten mis piernas, esquivando a la gente y cuanto obstáculo se encuentra en mi camino. Toco tres veces la puerta de metal y sale Bob a atenderme. Es un negro de mierda tan loco como una cabra; una vez le vi echarse a la nariz una botella entera de vodka. ¡Por la nariz! Nos saludamos con un abrazo y entre risas le digo que me haga un favor. ¿Debo sorprenderme por la cantidad de humo que hay en la habitación…? Bob me mira y estalla en carcajadas, dándome unas palmadas en la espalda cuando le cuento mi plan.
—Estás demente, hermano.
—Superaré cualquier obstáculo que exista entre mi pene y su vagina, bro, digo entre su corazón y-
—Suerte —me interrumpe aun sonriendo—. Y cuídamelo. Ya me metiste en problemas hace dos semanas y no quiero lidiar con el puto jefe de nuevo. Es un imbécil.
—Gracias, compañero. Ya te contaré cómo me va.
Me miro al espejo que hay en la habitación. Me veo bien, estupendo como yo nomás puedo. Me acomodo un poco el nudo de la corbata y salgo con el porte de un campeón. Estoy determinado a lo que sea con tal de llamar su atención. De pronto, la música que estaba sonando se detiene y las luces se apagan. En un instante un rayo me apunta a mí y otro a la bailarina. La gente está estupefacta; no entiende lo que está pasando y me importa tanto cómo lo que le esté pasando a mi difunto abuelo.
—Hola, me llaman Volken. Es un placer conocerla —digo a través del micrófono que sostengo en mi mano y justo después empieza a sonar una música de lo más movida.
No soy ningún bailarín, pero tampoco me muevo mal. Mis caderas arden al compás de la melodía, y mis pies me acercan rítmicamente hacia ella. Le quito la copa de vino a una elegante mujer que está al lado de un gorila y le tiro un beso. Me ahorro la mirada asesina que me dirige el hombre. No me importa, este es mi espectáculo, esta es mi propuesta indecente. Entre cantos, giros y movimientos sobreactuados, llego hasta la posición de la bailarina ofreciéndole mi mano para que se una a mi baile.
Le doy un buen sorbo a la cerveza mientras mis oídos se deleitan con la armoniosa voz de la jovencita de cabellos naranjas. O rojos, soy medio daltónico yo. Levanto la mano y pido otra. Estoy con la espalda apoyada en la barra y los ojos pendientes de los movimientos de la bailarina. Es entonces que se me ocurre una maravillosa idea. Llevo ya casi medio año visitando este casino en particular y me he hecho amigo de mucha gente, sobre todo de los sonidistas porque son los que venden la cocaína. No es que yo consuma esas cosas, por favor que no se piense mal de mí, aunque de vez en cuando no está mal espolvorearse la nariz… ¡En fin, que me voy por las ramas! Se me ha ocurrido un plan brillante que dejará como perdedores a los tontos embobados por la pelirroja.
Corro lo más deprisa que me permiten mis piernas, esquivando a la gente y cuanto obstáculo se encuentra en mi camino. Toco tres veces la puerta de metal y sale Bob a atenderme. Es un negro de mierda tan loco como una cabra; una vez le vi echarse a la nariz una botella entera de vodka. ¡Por la nariz! Nos saludamos con un abrazo y entre risas le digo que me haga un favor. ¿Debo sorprenderme por la cantidad de humo que hay en la habitación…? Bob me mira y estalla en carcajadas, dándome unas palmadas en la espalda cuando le cuento mi plan.
—Estás demente, hermano.
—Superaré cualquier obstáculo que exista entre mi pene y su vagina, bro, digo entre su corazón y-
—Suerte —me interrumpe aun sonriendo—. Y cuídamelo. Ya me metiste en problemas hace dos semanas y no quiero lidiar con el puto jefe de nuevo. Es un imbécil.
—Gracias, compañero. Ya te contaré cómo me va.
Me miro al espejo que hay en la habitación. Me veo bien, estupendo como yo nomás puedo. Me acomodo un poco el nudo de la corbata y salgo con el porte de un campeón. Estoy determinado a lo que sea con tal de llamar su atención. De pronto, la música que estaba sonando se detiene y las luces se apagan. En un instante un rayo me apunta a mí y otro a la bailarina. La gente está estupefacta; no entiende lo que está pasando y me importa tanto cómo lo que le esté pasando a mi difunto abuelo.
—Hola, me llaman Volken. Es un placer conocerla —digo a través del micrófono que sostengo en mi mano y justo después empieza a sonar una música de lo más movida.
- Canción:
No soy ningún bailarín, pero tampoco me muevo mal. Mis caderas arden al compás de la melodía, y mis pies me acercan rítmicamente hacia ella. Le quito la copa de vino a una elegante mujer que está al lado de un gorila y le tiro un beso. Me ahorro la mirada asesina que me dirige el hombre. No me importa, este es mi espectáculo, esta es mi propuesta indecente. Entre cantos, giros y movimientos sobreactuados, llego hasta la posición de la bailarina ofreciéndole mi mano para que se una a mi baile.
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La voz de la pelirroja inunda gran parte del local y, como si fuera un canto de sirena, gran parte de los hombres se giran a observar el espectáculo. Algunos aún parecen arremolinarse por detrás de las mesas para poder acercarse a verla. Es normal que llame la atención. El color fantasía de su melena que cae como una cascada de fuego y se mueve como una serpiente, con suavidad mientras ella gira y se deja caer o se cuelga de la vara es bastante llamativa. Mura procura evitar las miradas mientras recuerda un fragmento de sus inicios en la música. La primera vez que se cruzó con otra música, una chica un poco mayor que ella en apariencia de pelo plateado. Con tantos ojos sobre sí misma era como ser ella en aquella taberna de mal agüero. Pero al menos la distancia era lo suficientemente larga como para que nadie pudiera llegar a tocarla. De hecho, no lo pretendía, pero probablemente aquellos que no estuvieran acompañados por su pareja trinarían de rabia si cualquiera la tocaba, y eso también era un tipo de poder ¿no? No uno que le interesase reflejar. Su pequeño baile en la barra se detiene por un instante, dejándose caer con la espalda apoyada en la vara y las piernas flexionadas, recupera el micrófono y canta otra estrofa que termina justo al tiempo que las luces y la música terminan.
Mura frunce el ceño. “Esto no debería…” Escucha murmullos entre la multitud, acallados cuando los focos la vuelven a iluminar. Pero no solo la iluminan a ella. Hay alguien al otro lado del escenario. Está a diez metros del escenario. Una nueva pieza vuelve a sonar, una que no es de su repertorio. La estupefacción de Akane pasa a ser rabia y frustración. “Me he topado con el baboso de babosos”. Piensa junto al hecho de que si tenía acceso al equipo o trabajaba en el casino o tenía sus medios para poder hacer eso. Pero claro, sería ella quien se quedaría sin dinero y sin habitación si cortaba el espectáculo. Su mueca torcida que trataba de verse como una sonrisa desaparece al poco de que la letra empiece a escucharse, después de su presentación. ¿Quería jugar? Era un juego que perdería si Mura se ponía sería.
Mientras el joven de cabellos oscuros se iba acercando Mura jugaba con una sonrisa pícara, poniendo la Barra de Pole como un medio para mantenerse alejado de él. Le estaba haciendo una propuesta indecente según la letra de la canción, así que dejaría que el fuera la “estrella” en esa ocasión. Solo un rato. Cuando por fin llegó al escenario el primer estribillo había acabado. Ella tomó su ofrecimiento de bailar como si la hubiera convencido y contó los tiempos en su cabeza. Se pegaba a él, subía y bajaba siguiendo su ritmo muy pegada, pero cuando la letra iba a volver a empezar se separó. No se fijó mucho porque no le interesaba, pero estaba segura de haberle puesto nervioso o, como mínimo, contento. Apartándose, le dio un suave empujón y volvió a la Barra, solo para dar una vuelta y dirigirse a las escaleras del otro lado del escenario.
Ya había bailado con uno, no podía dejar que su público se enfriase o se calentase al ver el panorama, así que micrófono en mano y con ayuda de sus altavoces portátiles antepuso su voz a la que cantaba de fondo con la música. Ahora era ella quien cantaba la indecente melodía con un tono sensual mientras se acercaba a las mesas esperando que alguien se ofreciera voluntario para ser “disuadido” por ella. Se levantaba uno, le jugaba un poco y antes de que fuera a por un beso o a tocar de más se escabullía de forma pícara. Un guiño, cualquier gesto e iba a la siguiente mesa. También coqueteaba con chicas para dejar claro que solo estaba haciéndolo por la magia de su actuación. Se apoyaba en la mesa, las miraba y cantaba un poco para ellas, antes de volver al escenario parta terminar la actuación. Una vez la música acabase esperaba que el chico que la había interrumpido hiciera el favor de calmarse y bajar. Le daría un poco de atención justo al final, volviendo a bailar juntos y al acabar la canción se quedaría unos segundos pegada. Hasta que se apagaran las luces.
—Espero que no haya más interrupciones. —Le advirtió en un susurro antes de separarle e invitarle con un gesto de la mano, a modo de despedida, para que bajase del escenario.
Cuando la luz volviera a enfocarla, seguiría con su actuación.
Mura frunce el ceño. “Esto no debería…” Escucha murmullos entre la multitud, acallados cuando los focos la vuelven a iluminar. Pero no solo la iluminan a ella. Hay alguien al otro lado del escenario. Está a diez metros del escenario. Una nueva pieza vuelve a sonar, una que no es de su repertorio. La estupefacción de Akane pasa a ser rabia y frustración. “Me he topado con el baboso de babosos”. Piensa junto al hecho de que si tenía acceso al equipo o trabajaba en el casino o tenía sus medios para poder hacer eso. Pero claro, sería ella quien se quedaría sin dinero y sin habitación si cortaba el espectáculo. Su mueca torcida que trataba de verse como una sonrisa desaparece al poco de que la letra empiece a escucharse, después de su presentación. ¿Quería jugar? Era un juego que perdería si Mura se ponía sería.
Mientras el joven de cabellos oscuros se iba acercando Mura jugaba con una sonrisa pícara, poniendo la Barra de Pole como un medio para mantenerse alejado de él. Le estaba haciendo una propuesta indecente según la letra de la canción, así que dejaría que el fuera la “estrella” en esa ocasión. Solo un rato. Cuando por fin llegó al escenario el primer estribillo había acabado. Ella tomó su ofrecimiento de bailar como si la hubiera convencido y contó los tiempos en su cabeza. Se pegaba a él, subía y bajaba siguiendo su ritmo muy pegada, pero cuando la letra iba a volver a empezar se separó. No se fijó mucho porque no le interesaba, pero estaba segura de haberle puesto nervioso o, como mínimo, contento. Apartándose, le dio un suave empujón y volvió a la Barra, solo para dar una vuelta y dirigirse a las escaleras del otro lado del escenario.
Ya había bailado con uno, no podía dejar que su público se enfriase o se calentase al ver el panorama, así que micrófono en mano y con ayuda de sus altavoces portátiles antepuso su voz a la que cantaba de fondo con la música. Ahora era ella quien cantaba la indecente melodía con un tono sensual mientras se acercaba a las mesas esperando que alguien se ofreciera voluntario para ser “disuadido” por ella. Se levantaba uno, le jugaba un poco y antes de que fuera a por un beso o a tocar de más se escabullía de forma pícara. Un guiño, cualquier gesto e iba a la siguiente mesa. También coqueteaba con chicas para dejar claro que solo estaba haciéndolo por la magia de su actuación. Se apoyaba en la mesa, las miraba y cantaba un poco para ellas, antes de volver al escenario parta terminar la actuación. Una vez la música acabase esperaba que el chico que la había interrumpido hiciera el favor de calmarse y bajar. Le daría un poco de atención justo al final, volviendo a bailar juntos y al acabar la canción se quedaría unos segundos pegada. Hasta que se apagaran las luces.
—Espero que no haya más interrupciones. —Le advirtió en un susurro antes de separarle e invitarle con un gesto de la mano, a modo de despedida, para que bajase del escenario.
Cuando la luz volviera a enfocarla, seguiría con su actuación.
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Mi mirada responde a la suya: por supuesto que quiero jugar a esto, nena. Y prepárate porque yo siempre gano. La bailarina acepta mi mano y nuestros movimientos se compenetran fluidamente como el agua de un río. Le hago girar y luego se apega a mí. Puedo sentir el delicioso aroma de su cabello; menos mal se ha bañado porque soy susceptible a los malos olores y hasta puedo ser capaz de vomitarle encima. Ya me ha pasado antes. Mi voz sigue la letra de la melodía que insta a la gente a bailar, y parecen olvidarse momentáneamente de las máquinas para unirse al espectáculo. Una pena que el tono de la bailarina sea muchísimo más poderosa y bello que el mío. Me lo está poniendo difícil, lo cual no me gusta para nada. Pero en este momento no soy yo quien manda sobre mi cuerpo: estoy poseído por mi pene.
Da igual lo mucho que se acerca o aleja, mi mirada busca la suya en todo momento para expresarle lo que quiero hacer con ella. Espero que Bob esté grabando esto porque luego me quiero ver a mí mismo bailando con esta preciosidad de caderas infernales. Es hermosa y poco a poco me pierdo en ella, pero sigo con el espectáculo. Mis movimientos siguen los suyos y, si bien no rivalizan en lo absoluto, intento que sean sensuales. Y me da igual que sea Akane D. Murasaki, la pirata con una recompensa de un billón de berries. Ahora mismo estoy fuera de servicio recuperándome de una depresión post-término de una duradera relación de semana y media. Estoy triste y mi cuerpo se merece esto; necesito probar sus labios. Pero aún no lo intento, es demasiado pronto y quiero jugar un poco más. Quiero seguir divirtiéndome.
Una lástima que la canción haya terminado tan pronto, me estaba divirtiendo un montón. ¿Y ahora qué? La verdad es que sólo se me ocurrió lo de acoplarme a su show, pero jamás pensé en lo que sucedería después. ¿Aprovecho la oportunidad para invitarle una copa? ¿O le hago saber lo hermosa que es…? Ay, ahora empieza lo más difícil. Ella me mira feo, parece que no le ha gustado mi interrupción. Si hasta me lo hace saber, y tampoco quiero hacer enojar a una chica como ella. Estoy seguro de que podría destrozarme las pelotas con solo desearlo. Venga, a seguir improvisando: es todo lo que he hecho en mis 23 años de vida.
—Lamento haberte molestado, pero es que cuando te vi supe que debía hacer cualquier cosa para llamar tu atención. Y me alegra haberlo conseguido —le respondo en un susurro con una sonrisa picarona, mirándola profundamente a sus ojos. Quiero que vea que digo la verdad—. ¿Por qué no tomamos algo cuando hayas terminado tu espectáculo? —Independiente de cuál fuese su respuesta, intentaría darle un suave beso en sus mejillas y luego bajaría del espectáculo.
Estoy nervioso, he de admitir. Entre mis nervios y la oscuridad no consigo ver el primer peldaño de la pequeña escalera, dándome de bruces contra el suelo. Suelto un quejido vergonzoso y me paro enseguida. Miro hacia todos lados. Hay algunos que me miran con preocupación; otros, con burla. Me acomodo la corbata y camino con el pecho levantado, fingiendo aún tener algo de dignidad cuando en realidad la perdí hace muchísimo. Camino hacia la barra y con una sonrisa de satisfacción pido otra cerveza.
—Buen espectáculo, señor. ¿Por qué lo ha hecho? —me pregunta.
—¿Buen espectáculo…? Si eso te ha gustado espérate a ver lo que tengo preparado en caso de que esa bailarina no acepte mi invitación, hermano.
En vez de pasarme una sola cerveza me pasa dos.
—Invita la casa por tener semejantes huevos.
—¿Me estabas viendo el paquete…? Dios, qué degenerado. —Hago una pausa y luego estallo en una carcajada—. Es broma, hermano. Gracias. Ahora sólo queda esperar a que esa pelirroja de infarto venga.
Me quedo ahí en la barra, esperando que el sensual espectáculo de la bailarina acabe. ¿Por qué hice todo lo que hice? Bueno, iba en serio con eso de llamar su atención y tampoco quiero que los demás hombres, más ricos y poderosos que yo, me quitasen la oportunidad de hablar con una chica de esa belleza. ¿Le habrá gustado mi perfume? ¿Le habrá puesto nerviosa mi mirada? ¿Habrá entendido lo mucho que me gusta? Va, luego me hago todas esas preguntas. Y más vale que venga porque ni ella ni yo queremos que pase al plan b. Primer intento de tres.
Da igual lo mucho que se acerca o aleja, mi mirada busca la suya en todo momento para expresarle lo que quiero hacer con ella. Espero que Bob esté grabando esto porque luego me quiero ver a mí mismo bailando con esta preciosidad de caderas infernales. Es hermosa y poco a poco me pierdo en ella, pero sigo con el espectáculo. Mis movimientos siguen los suyos y, si bien no rivalizan en lo absoluto, intento que sean sensuales. Y me da igual que sea Akane D. Murasaki, la pirata con una recompensa de un billón de berries. Ahora mismo estoy fuera de servicio recuperándome de una depresión post-término de una duradera relación de semana y media. Estoy triste y mi cuerpo se merece esto; necesito probar sus labios. Pero aún no lo intento, es demasiado pronto y quiero jugar un poco más. Quiero seguir divirtiéndome.
Una lástima que la canción haya terminado tan pronto, me estaba divirtiendo un montón. ¿Y ahora qué? La verdad es que sólo se me ocurrió lo de acoplarme a su show, pero jamás pensé en lo que sucedería después. ¿Aprovecho la oportunidad para invitarle una copa? ¿O le hago saber lo hermosa que es…? Ay, ahora empieza lo más difícil. Ella me mira feo, parece que no le ha gustado mi interrupción. Si hasta me lo hace saber, y tampoco quiero hacer enojar a una chica como ella. Estoy seguro de que podría destrozarme las pelotas con solo desearlo. Venga, a seguir improvisando: es todo lo que he hecho en mis 23 años de vida.
—Lamento haberte molestado, pero es que cuando te vi supe que debía hacer cualquier cosa para llamar tu atención. Y me alegra haberlo conseguido —le respondo en un susurro con una sonrisa picarona, mirándola profundamente a sus ojos. Quiero que vea que digo la verdad—. ¿Por qué no tomamos algo cuando hayas terminado tu espectáculo? —Independiente de cuál fuese su respuesta, intentaría darle un suave beso en sus mejillas y luego bajaría del espectáculo.
Estoy nervioso, he de admitir. Entre mis nervios y la oscuridad no consigo ver el primer peldaño de la pequeña escalera, dándome de bruces contra el suelo. Suelto un quejido vergonzoso y me paro enseguida. Miro hacia todos lados. Hay algunos que me miran con preocupación; otros, con burla. Me acomodo la corbata y camino con el pecho levantado, fingiendo aún tener algo de dignidad cuando en realidad la perdí hace muchísimo. Camino hacia la barra y con una sonrisa de satisfacción pido otra cerveza.
—Buen espectáculo, señor. ¿Por qué lo ha hecho? —me pregunta.
—¿Buen espectáculo…? Si eso te ha gustado espérate a ver lo que tengo preparado en caso de que esa bailarina no acepte mi invitación, hermano.
En vez de pasarme una sola cerveza me pasa dos.
—Invita la casa por tener semejantes huevos.
—¿Me estabas viendo el paquete…? Dios, qué degenerado. —Hago una pausa y luego estallo en una carcajada—. Es broma, hermano. Gracias. Ahora sólo queda esperar a que esa pelirroja de infarto venga.
Me quedo ahí en la barra, esperando que el sensual espectáculo de la bailarina acabe. ¿Por qué hice todo lo que hice? Bueno, iba en serio con eso de llamar su atención y tampoco quiero que los demás hombres, más ricos y poderosos que yo, me quitasen la oportunidad de hablar con una chica de esa belleza. ¿Le habrá gustado mi perfume? ¿Le habrá puesto nerviosa mi mirada? ¿Habrá entendido lo mucho que me gusta? Va, luego me hago todas esas preguntas. Y más vale que venga porque ni ella ni yo queremos que pase al plan b. Primer intento de tres.
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Mura agradeció que la oscuridad ocultase su figura y la del contrario. De hecho, la penumbra alrededor de ambos era tan que, por suerte, no tendría que preocuparse de que notase su cara de desagrado cuando aprovechó la cercanía. Se excusó por su comportamiento asegurando que no podía esperar a hablar con ella y llamar su atención. Tuvo que morderse el labio para evitar soltar un bufido a modo de respuesta ante tal ocurrencia y la única razón por la que no se apartó cuando los labios del contrario se acercaron a su mejilla antes de terminar de separarse fue ni más ni menos el no montar otro tipo de espectáculo, de momento. “Pero al menos aprovecharas esa copa, espero”. Comentó el Felino en su cabeza y Mura asintió con resignación mientras daba la espalda al contrario y frotaba con desagrado su mejilla. Claro que el sujeto que acababa de tildar en su cabeza de todo menos bonito no pudo percatarse demasiado ocupado en su camino para no caerse de bruces. “Ya veremos”. Contestó finalmente a Kougar mientras una sonrisilla se le dibujaba ante la situación que sus oídos acababan de captar. La música que ella había elegido volvería a sonar pronto y aún le quedaban unos cuarenta minutos de trabajo.
Normalmente el tiempo podía variar según el establecimiento y las capacidades de la bailarina. A veces la actuación no duraba más que media hora, otra se prolongaba a más de tres horas. Al ser su primer día y haber llegado tan de improvisto le había tocado llenar una hora que en principio iba a estar vacía y tendría otra actuación a la noche. Así, podría preparar un mejor repertorio antes de la siguiente puesta en escena.
La hora pasó sin más interrupciones y con una buena recompensa a pesar de todo. Había cumplido con lo que se esperaba de ella y por ello su recompensa sumaba a los cincuenta mil berries una suma de billetes sueltos que casi podían duplicar la cantidad. Era tal el buen negocio que había conseguido que incluso el encargado de los espectáculos con quien hubo hablado al principio decidió acercarse a felicitarla cuando bajó del escenario. Mura se encontraba en ese momento sentada en un taburete portátil que habían preparado al lado de todo el tema de altavoces, secando el sudor de su perlada piel con una toalla prestada por un muy amable trabajado del lugar con quien se había quedado charlando. Su intención era ir a cambiarse después de aquel circo y asearse una tercera vez. Si bien su sudor no era para nada fuerte y su apariencia seguía impoluta, a ella no le gustaba notarse pringosa. Aunque todavía tenía que decidir si se acercaría o buscaría al chico de antes. Primero tendría que desplumar al descarado de su “jefe”.
—Vaya querida, me has impresionado. Eso ha sido realmente sorprendente. —Comentó el hombre de estrepitoso maquillaje y voz afeminada. Mura se limitó a asentir mirándole con cara de pocos amigos.
—Gracias. ¿Era eso todo lo que quería decirme, señor? —
—Oh, ¿eres siempre tan cortante, reina? Yo solo quería felicitarte por esa maravillosa actuación. No pensé que te molestaría tanto el que te apurase un poco para ver qué tan capaz eres. ¡Pero! Me has embelesado. Sobre el contrato… ¿No te gustaría hacer algunos cambios? —
—¿Me va a pagar mejor? — Su pregunta iba acompañada de una mueca burlesca porque ya sabía que no. Pero quería dejar claro que, al menos en ese establecimiento, no le interesaba nada más que lo acordado. —Si no es un aumento no creo que haya nada que tratar. Me gusta lo que acordamos. — Pudo ver un tic en el ojo del señor que mantenía su sonrisa como si su cara se hubiera vuelto una rígida carreta. No era por mal, Mura no se consideraba una persona centrada precisamente en conseguir riquezas. De hecho, con una cama y comida solía verse más que pagada para trabajar en cualquier taberna. Pero los juegos, las apuestas y todo el mercado negro que tenían de fondo le escamaban. Todo eso estaba atado a cosas como el blanqueo de dinero y se conectaba también a la esclavitud mediante deudas, así que su posición era de lo más fría y calculadora. —Tomaré ese silencio como respuesta. Si me disculpa, tengo que poner a buen recaudo esta pequeña propina sacada con mi –y recalcó el “mi” al pronunciarlo- Esfuerzo. —
Tras decir esto salió caminando entre la multitud. Había llamado un poco la atención con esa puesta a punto seguramente, pero no tanto como para que quitara sus méritos. Y si él había venido sus jefes también tenían algo de interés en ella, así que dudaba que pudieran echarla. Ciento cincuenta mil en una hora no están mal. “Espero poder subir la cantidad en estos tres días.” Dijo con una sonrisa y el fajo de billetes guardado disimuladamente en la única parte de su prenda donde podrían acabar. Pero tan bien colocado que nadie se percataría salvo que metiese la mano adrede en su escote. Mientras se alejaba, tratando de mantener un perfil neutro entre tanta gente, su camino fue llevándola inevitablemente a la puerta por la que había llegado, que cruzaba a escasos metros de la barra donde el chico parecía esperar. Mura suspiró. “¿Entonces no le vas a mandar con viento fresco?” La pregunta de Kougar le recordó que no le había cantado al manager las cuarenta por permitir aquella interrupción. “Es igual. Estoy cansada, y la verdad es que llevo sin comer desde el desayuno. Una copa y algo para acompañar puede pasar”. Y con eso se dejó caer en uno de los taburetes de la barra.
—Camarero. ¿Tienen alguna recomendación para comer y un buen cóctel que poder ofrecerme? —
Normalmente el tiempo podía variar según el establecimiento y las capacidades de la bailarina. A veces la actuación no duraba más que media hora, otra se prolongaba a más de tres horas. Al ser su primer día y haber llegado tan de improvisto le había tocado llenar una hora que en principio iba a estar vacía y tendría otra actuación a la noche. Así, podría preparar un mejor repertorio antes de la siguiente puesta en escena.
La hora pasó sin más interrupciones y con una buena recompensa a pesar de todo. Había cumplido con lo que se esperaba de ella y por ello su recompensa sumaba a los cincuenta mil berries una suma de billetes sueltos que casi podían duplicar la cantidad. Era tal el buen negocio que había conseguido que incluso el encargado de los espectáculos con quien hubo hablado al principio decidió acercarse a felicitarla cuando bajó del escenario. Mura se encontraba en ese momento sentada en un taburete portátil que habían preparado al lado de todo el tema de altavoces, secando el sudor de su perlada piel con una toalla prestada por un muy amable trabajado del lugar con quien se había quedado charlando. Su intención era ir a cambiarse después de aquel circo y asearse una tercera vez. Si bien su sudor no era para nada fuerte y su apariencia seguía impoluta, a ella no le gustaba notarse pringosa. Aunque todavía tenía que decidir si se acercaría o buscaría al chico de antes. Primero tendría que desplumar al descarado de su “jefe”.
—Vaya querida, me has impresionado. Eso ha sido realmente sorprendente. —Comentó el hombre de estrepitoso maquillaje y voz afeminada. Mura se limitó a asentir mirándole con cara de pocos amigos.
—Gracias. ¿Era eso todo lo que quería decirme, señor? —
—Oh, ¿eres siempre tan cortante, reina? Yo solo quería felicitarte por esa maravillosa actuación. No pensé que te molestaría tanto el que te apurase un poco para ver qué tan capaz eres. ¡Pero! Me has embelesado. Sobre el contrato… ¿No te gustaría hacer algunos cambios? —
—¿Me va a pagar mejor? — Su pregunta iba acompañada de una mueca burlesca porque ya sabía que no. Pero quería dejar claro que, al menos en ese establecimiento, no le interesaba nada más que lo acordado. —Si no es un aumento no creo que haya nada que tratar. Me gusta lo que acordamos. — Pudo ver un tic en el ojo del señor que mantenía su sonrisa como si su cara se hubiera vuelto una rígida carreta. No era por mal, Mura no se consideraba una persona centrada precisamente en conseguir riquezas. De hecho, con una cama y comida solía verse más que pagada para trabajar en cualquier taberna. Pero los juegos, las apuestas y todo el mercado negro que tenían de fondo le escamaban. Todo eso estaba atado a cosas como el blanqueo de dinero y se conectaba también a la esclavitud mediante deudas, así que su posición era de lo más fría y calculadora. —Tomaré ese silencio como respuesta. Si me disculpa, tengo que poner a buen recaudo esta pequeña propina sacada con mi –y recalcó el “mi” al pronunciarlo- Esfuerzo. —
Tras decir esto salió caminando entre la multitud. Había llamado un poco la atención con esa puesta a punto seguramente, pero no tanto como para que quitara sus méritos. Y si él había venido sus jefes también tenían algo de interés en ella, así que dudaba que pudieran echarla. Ciento cincuenta mil en una hora no están mal. “Espero poder subir la cantidad en estos tres días.” Dijo con una sonrisa y el fajo de billetes guardado disimuladamente en la única parte de su prenda donde podrían acabar. Pero tan bien colocado que nadie se percataría salvo que metiese la mano adrede en su escote. Mientras se alejaba, tratando de mantener un perfil neutro entre tanta gente, su camino fue llevándola inevitablemente a la puerta por la que había llegado, que cruzaba a escasos metros de la barra donde el chico parecía esperar. Mura suspiró. “¿Entonces no le vas a mandar con viento fresco?” La pregunta de Kougar le recordó que no le había cantado al manager las cuarenta por permitir aquella interrupción. “Es igual. Estoy cansada, y la verdad es que llevo sin comer desde el desayuno. Una copa y algo para acompañar puede pasar”. Y con eso se dejó caer en uno de los taburetes de la barra.
—Camarero. ¿Tienen alguna recomendación para comer y un buen cóctel que poder ofrecerme? —
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El espectáculo de la bailarina acaba entre aplausos y gritos eufóricos; todos se han emocionado. Incluso veo a un sucio pervertido que se está masturbando en el oscuro rincón de allá, justo detrás de la planta. ¿Debería acusarlo a los guardias…? Igual no es mi problema, así que paso. Termino la cerveza y saco un dulce de menta para que el tufo no me huela a vagabundo de cantina de mala muerte. Yo no soy de esos que se despreocupan por su higiene. Camino directamente a una mesa de juego donde hay un caballero de lo más elegante con esa estúpida sonrisa de viejo ricachón. Al lado de él hay una rubia tan buena que me olvido momentáneamente de la stripper profesional, pero enseguida sus ojos se me vienen a la cabeza. Vaya, una pena que se haya marchado sin aceptar mi propuesta… Pero es lo que hay; tampoco hay que deprimirse, no cuando puedes ganar un dineral estafando a los viejos seniles del casino. Y que nadie me diga abusador porque ellos son los que abusan de los pobres.
Me presento educadamente y tomo asiento. Estamos jugando póker, y yo soy un genio en los juegos aparentemente de azar. Siempre he tenido facilidades sobrehumanas para procesar operaciones matemáticas complejas al ritmo de una calculadora, aunque es una pena que sólo sepa restar y sumar. Ah, también sé multiplicar y dividir, y todo esto me basta y sobra para hacer “trampa” en el juego que se viene encima. El repartidor hace entrega de las cartas. Una pésima mano, pero nada que no pueda manejar. La partida se va desarrollando y ya he perdido cinco millones. Mis oponentes se burlan de mí y yo sólo me hago el tonto, incluso hasta lanzo maldiciones para que mi actuación sea más creíble. Es entonces que comienzo a ganar: tengo todo en la mente. Fácilmente me puedo adelantar a quince movimientos de esta panda de viejos estúpidos y que huelen, bueno, a viejo. Comienzo a reunir una buena cantidad de fichas y en un rato duplico la cantidad que estaba perdiendo hacía nada.
—¡Vaya, la suerte que he tenido! —miento descaradamente. No se trata de suerte, sino de habilidad, putos. Vamos a ver qué opina el viejo ese que me mira feo cuando lo bote de la silla de ruedas—. Bueno, iré a gastar este dinero porque la depresión no se cura sola… ¡Nos vemos, putitos míos!
Cambio las fichas en uno de los mesones y me hacen entrega de un maletín con diez millones de berries. Fácil y sencillo, si hasta podría dedicarme a las apuestas y no tener la necesidad de cazar criminales. Pero necesito algo de… emoción en mi vida, algo que no me entrega el sexo ni las drogas. No es que me sienta orgulloso de ser un asesino a sueldo ni tampoco me agrada la idea de cazar a gente como si fueran bestias, pero me hace sentir… vivo. Es extraño, vaya.
—¿Cómo te ha ido con los ancianos esos? —pregunta Rick cuando me ve llegar a la barra.
—Bastante bien. A uno casi le da un infarto cuando me ve llevarme todas sus fichas —respondo con una sonrisa burlona—. Todo este dinero tenía pensado gastarlo con la bailarina esa, ¿sabes? Pero parece que no va a poder ser. ¿Qué dices? ¿Nos drogamos hasta por el culo?
—¿Aún quieres intentar meterte cocaína por el ano?
Me encojo de hombros. ¿Por qué no? Dicen que por ahí pega más rápido y fuerte, aunque es menos sano para el cuerpo.
—Si no quieres está bien, hermano. Sírveme algo fuerte que la depresión me está pegando fuerte estos días.
El pana mío me entrega un vaso de medio litro con una exquisitez que sólo sirven aquí: una mezcla de pisco, un destilado de uva, y cola, una bebida de fantasía de tinte oscuro y sabor dulzón. Eso, y tres hielos. Una verdadera delicia. Es entonces que, cuando voy en la mitad del vaso, mis ojos se llenan de luz y vida y mi corazón da un brinco. Akane D. Murasaki ha vuelto. Sonrío con una alegría genuina; esta vez no hay falsedad alguna en mi reacción. Sigue viéndose hermosa, aunque tengo muy claro lo peligrosa que es y tampoco quiero molestarle demasiado.
—Hey, me alegra que hayas venido. Permíteme invitarte algo, lo que tú quieras —le digo. Le estoy invitando únicamente por ser cortés, aquí nada de machismo. Lo mismo he hecho con Rick y Bob, mis buenos amigos del casino—. Ya me presenté antes, pero lo vuelvo a hacer por las dudas: soy Volken von Goldschläger, y soy un hombre trabalenguas. ¿Cómo te llamas? —pregunto haciéndome un poco el tonto. Sé perfectamente cuál es su nombre—. El espectáculo… Buah, te ha salido genial. Espero que mi intervención no te haya molestado tanto, sólo quería llamar tu atención y sacarles un poco de ventajas a todas estas pirañas que no dejan de mirarte.
Me presento educadamente y tomo asiento. Estamos jugando póker, y yo soy un genio en los juegos aparentemente de azar. Siempre he tenido facilidades sobrehumanas para procesar operaciones matemáticas complejas al ritmo de una calculadora, aunque es una pena que sólo sepa restar y sumar. Ah, también sé multiplicar y dividir, y todo esto me basta y sobra para hacer “trampa” en el juego que se viene encima. El repartidor hace entrega de las cartas. Una pésima mano, pero nada que no pueda manejar. La partida se va desarrollando y ya he perdido cinco millones. Mis oponentes se burlan de mí y yo sólo me hago el tonto, incluso hasta lanzo maldiciones para que mi actuación sea más creíble. Es entonces que comienzo a ganar: tengo todo en la mente. Fácilmente me puedo adelantar a quince movimientos de esta panda de viejos estúpidos y que huelen, bueno, a viejo. Comienzo a reunir una buena cantidad de fichas y en un rato duplico la cantidad que estaba perdiendo hacía nada.
—¡Vaya, la suerte que he tenido! —miento descaradamente. No se trata de suerte, sino de habilidad, putos. Vamos a ver qué opina el viejo ese que me mira feo cuando lo bote de la silla de ruedas—. Bueno, iré a gastar este dinero porque la depresión no se cura sola… ¡Nos vemos, putitos míos!
Cambio las fichas en uno de los mesones y me hacen entrega de un maletín con diez millones de berries. Fácil y sencillo, si hasta podría dedicarme a las apuestas y no tener la necesidad de cazar criminales. Pero necesito algo de… emoción en mi vida, algo que no me entrega el sexo ni las drogas. No es que me sienta orgulloso de ser un asesino a sueldo ni tampoco me agrada la idea de cazar a gente como si fueran bestias, pero me hace sentir… vivo. Es extraño, vaya.
—¿Cómo te ha ido con los ancianos esos? —pregunta Rick cuando me ve llegar a la barra.
—Bastante bien. A uno casi le da un infarto cuando me ve llevarme todas sus fichas —respondo con una sonrisa burlona—. Todo este dinero tenía pensado gastarlo con la bailarina esa, ¿sabes? Pero parece que no va a poder ser. ¿Qué dices? ¿Nos drogamos hasta por el culo?
—¿Aún quieres intentar meterte cocaína por el ano?
Me encojo de hombros. ¿Por qué no? Dicen que por ahí pega más rápido y fuerte, aunque es menos sano para el cuerpo.
—Si no quieres está bien, hermano. Sírveme algo fuerte que la depresión me está pegando fuerte estos días.
El pana mío me entrega un vaso de medio litro con una exquisitez que sólo sirven aquí: una mezcla de pisco, un destilado de uva, y cola, una bebida de fantasía de tinte oscuro y sabor dulzón. Eso, y tres hielos. Una verdadera delicia. Es entonces que, cuando voy en la mitad del vaso, mis ojos se llenan de luz y vida y mi corazón da un brinco. Akane D. Murasaki ha vuelto. Sonrío con una alegría genuina; esta vez no hay falsedad alguna en mi reacción. Sigue viéndose hermosa, aunque tengo muy claro lo peligrosa que es y tampoco quiero molestarle demasiado.
—Hey, me alegra que hayas venido. Permíteme invitarte algo, lo que tú quieras —le digo. Le estoy invitando únicamente por ser cortés, aquí nada de machismo. Lo mismo he hecho con Rick y Bob, mis buenos amigos del casino—. Ya me presenté antes, pero lo vuelvo a hacer por las dudas: soy Volken von Goldschläger, y soy un hombre trabalenguas. ¿Cómo te llamas? —pregunto haciéndome un poco el tonto. Sé perfectamente cuál es su nombre—. El espectáculo… Buah, te ha salido genial. Espero que mi intervención no te haya molestado tanto, sólo quería llamar tu atención y sacarles un poco de ventajas a todas estas pirañas que no dejan de mirarte.
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La pelirroja se cruzó de piernas, acomodándose el vestido de gasa que quedó colgando a un lado de su asiento, dejando sus piernas al descubierto pues su pantalón era apenas un poco más cubriente que la parte baja de un bikini de pieza entera. Con el brazo apoyado en la barra, su mejilla reposaba sobre la palma de su mano. El otro brazo reposaba por completo sobre la fría superficie pulida mientras sus ojos se clavaban en los de aquel “caballero” que se divertía despojando de su dinero a viejos seniles y hablando de forma vulgar sobre meterse sustancias de dudosa salubridad por agujeros en los que no corresponderían. Bueno, ella no podía juzgar las costumbres ajenas… Y tampoco le daba pena nadie que viniera a gastar dinero en Casino Island. No era tan cruel como para que le produjera satisfacción, sino que simplemente le resultaba indiferente. Ella solo estaba de paso, de momento. Ya se ocuparía de limpiar esa parte del mundo cuando acabase con su objetivo principal si sobrevivía.
—Bueno. Tampoco tenía motivos para negarme a tomar algo… Y mi actuación ha dado sus frutos. Tengo una pequeña propina tras mis esfuerzos. —Admitió, con cierta satisfacción en el rostro mientras llevaba la mano que había dejado en reposo hasta su escote, dándole un leve tirón a la tela. No lo suficiente como para que se pudiera ver nada. Tampoco es que ella tuviera vergüenza alguna en que su cuerpo estuviera al descubierto. Antes no le gustaba, cuando todo su ser era un recuerdo de como la habían profanado y utilizado. Pero eso quedaba enterrado desde hacía tiempo. —De hecho, que me invites es una forma de pagármelo. — Reconoció mientras el chico volvía a presentarse. Si no hubiera sido porque sus oídos eran terriblemente agudos y habían escuchado todo lo dicho antes de tomar asiento hasta le parecería curioso o “divertido”.
—Encantada, Volken. —Acabó por contestar con tono relajado, girando sobre el taburete para poder encararle y tenderle la mano con una sonrisa. —Mi nombre es Saki. —Bueno, no era del todo mentira. Saki era una fracción del nombre que le dieron como experimento “Murasaki”, que significaba morado. Normalmente, con sus conocidos o entre otros piratas con los que había confianza se la solía llamar Mura, su familia y otras personas la llamaban Akane, que era como ella prefería ser nombrada; y Saki era algo así como su nombre artístico.
La pelirroja espero a que aceptase su apretón de manos antes de tomar la carta que el camarero –aparentemente amigo del chico sentado a su lado- se demoró en ofrecerle. “Supongo que es una de esas cosas de colegueo para ayudar o algo así. Pero sigue siendo un poco irritante”. Pensó agarrando la cartulina plastificada en la que se podían leer por una cara el menú y por la otra las bebidas. “Todo alcohol, ¿eh? Bueno, a mí estas cosas no me emborrachan”. Dijo y se decantó por pedir un Cosmopolitan. No lo había probado nunca, pero tenía curiosidad porque llevara algo de arándanos. Para acompañar pidió un surtido de tapas porque supuso que era lo más “acorde” con su bebida. Una vez pedido, la chica se quedó fascinada viendo como el hombre mezclaba cosas y las agitaba de un lado a otro. Para ser tan mayorcita era la primera vez que salía a tomar algo así por lo que el brillo de la curiosidad se reflejaba en sus enormes ojos cuando la coctelera daba más de tres vueltas en el aire sin caerse. Solo apartaba la atención para vigilar a ratos lo que hacía el contrario o para ver si le decía algo mientras esperaban, por no ser descortés.
—Bueno. Tampoco tenía motivos para negarme a tomar algo… Y mi actuación ha dado sus frutos. Tengo una pequeña propina tras mis esfuerzos. —Admitió, con cierta satisfacción en el rostro mientras llevaba la mano que había dejado en reposo hasta su escote, dándole un leve tirón a la tela. No lo suficiente como para que se pudiera ver nada. Tampoco es que ella tuviera vergüenza alguna en que su cuerpo estuviera al descubierto. Antes no le gustaba, cuando todo su ser era un recuerdo de como la habían profanado y utilizado. Pero eso quedaba enterrado desde hacía tiempo. —De hecho, que me invites es una forma de pagármelo. — Reconoció mientras el chico volvía a presentarse. Si no hubiera sido porque sus oídos eran terriblemente agudos y habían escuchado todo lo dicho antes de tomar asiento hasta le parecería curioso o “divertido”.
—Encantada, Volken. —Acabó por contestar con tono relajado, girando sobre el taburete para poder encararle y tenderle la mano con una sonrisa. —Mi nombre es Saki. —Bueno, no era del todo mentira. Saki era una fracción del nombre que le dieron como experimento “Murasaki”, que significaba morado. Normalmente, con sus conocidos o entre otros piratas con los que había confianza se la solía llamar Mura, su familia y otras personas la llamaban Akane, que era como ella prefería ser nombrada; y Saki era algo así como su nombre artístico.
La pelirroja espero a que aceptase su apretón de manos antes de tomar la carta que el camarero –aparentemente amigo del chico sentado a su lado- se demoró en ofrecerle. “Supongo que es una de esas cosas de colegueo para ayudar o algo así. Pero sigue siendo un poco irritante”. Pensó agarrando la cartulina plastificada en la que se podían leer por una cara el menú y por la otra las bebidas. “Todo alcohol, ¿eh? Bueno, a mí estas cosas no me emborrachan”. Dijo y se decantó por pedir un Cosmopolitan. No lo había probado nunca, pero tenía curiosidad porque llevara algo de arándanos. Para acompañar pidió un surtido de tapas porque supuso que era lo más “acorde” con su bebida. Una vez pedido, la chica se quedó fascinada viendo como el hombre mezclaba cosas y las agitaba de un lado a otro. Para ser tan mayorcita era la primera vez que salía a tomar algo así por lo que el brillo de la curiosidad se reflejaba en sus enormes ojos cuando la coctelera daba más de tres vueltas en el aire sin caerse. Solo apartaba la atención para vigilar a ratos lo que hacía el contrario o para ver si le decía algo mientras esperaban, por no ser descortés.
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Sonrío cuando escucho su falso nombre y tomo su suave mano. Es normal que no me haya querido revelar de primeras su identidad; como profesional podía entenderlo. Su voz es dulce, armoniosa, y cautiva mis oídos como lo hace una sirena al entonar una embriagadora melodía. ¿Qué puedo decir? Soy enamoradizo, y esta chica me ha flechado. Vuelvo a fijarme en sus facciones: es preciosa. Me siento atrapado en las amatistas que tiene por ojos, y reparo también en sus finos labios que me hacen querer besarla. Pero aún es demasiado pronto, un jugador debe saber jugar oportunamente sus cartas. Ignoro el hecho de que es pelirroja, pues Mary lo es y ya todos sabemos lo que pasa con las pelirrojas: están todas locas. Bajo disimuladamente la mirada y me detengo unos ínfimos segundos en su escote. Quiero ver lo que la prenda esconde, pero poco a poco. No puedes simplemente abalanzarte sobre un conejo, sino que debes preparar el terreno, avanzar lentamente y, cuando llegue el momento indicado, atacar.
—¿Siempre haces cosas como esta? —le pregunto en un intento de meter algo de conversación. Soy consciente de que hay preguntas más interesantes por hacer, pero es para romper el hielo. Parece una chica arisca y estoy convencido de que es de difícil trato, así que más me vale actuar inteligentemente. En algún momento terminaré invitándola a la suite.
Esperaría su respuesta y luego retomaría la conversación. ¿Debería decirle que yo soy un asesino a sueldo y cazar piratas es mi oficio? Lo haría en caso de querer espantarle, pero quiero lograr todo lo contrario.
—En este casino puedes encontrar a todo tipo de personas —comienzo a decir, haciendo un gesto con la cabeza para que la bailarina mirase al hombre que seguramente continuaba masturbándose detrás de la planta—, desde putos enfermos como ese hasta idiotas como yo. También tienes a los normales como Rick, a los que sólo quieren pasarlo bien sin llamar demasiado la atención. A mí me da igual destacar o no, pero cuando te vi supe que quería hacerme notar para que supieras que estaba ahí, viéndote mientras cantabas y bailabas. Y lo vuelvo a decir: un gran espectáculo.
Vacío el vaso y alzo la mano para pedir otro trago más. Se viene una noche más que larga y espero que muy divertida. Una vez haya respondido —o no, quién sabe— decido que es hora de pasar a la siguiente etapa: las apuestas. Estamos en un casino después de todo, ¿verdad? Podemos pasar a las máquinas tragamonedas, aunque no son tan divertidas porque esas putas mierdas sí que hacen trampa. Como quiero lucirme un poco lo más inteligente es ir a por una partida de póker, así que se lo propongo.
—¿Sabes jugar cartas? Podemos echar una partida mientras nos conocemos, y para hacerlo más interesante hagamos una cosa: el que reúna más dinero puede pedirle una cosa al otro. Siéntete libre de poner las condiciones, aunque te digo desde ya que no soy un degenerado.
—Eso es lo que te dice ahora, pero como lleves hablando más de diez minutos con él pensarás lo contrario —interviene Rick con una sonrisa burlesca.
—¡Gracias por el apoyo, hermano! En serio.
—De nada, para algo estamos aquí. Venga, vayan a divertirse y ya me encargaré yo de preparar las bebidas.
—¿Siempre haces cosas como esta? —le pregunto en un intento de meter algo de conversación. Soy consciente de que hay preguntas más interesantes por hacer, pero es para romper el hielo. Parece una chica arisca y estoy convencido de que es de difícil trato, así que más me vale actuar inteligentemente. En algún momento terminaré invitándola a la suite.
Esperaría su respuesta y luego retomaría la conversación. ¿Debería decirle que yo soy un asesino a sueldo y cazar piratas es mi oficio? Lo haría en caso de querer espantarle, pero quiero lograr todo lo contrario.
—En este casino puedes encontrar a todo tipo de personas —comienzo a decir, haciendo un gesto con la cabeza para que la bailarina mirase al hombre que seguramente continuaba masturbándose detrás de la planta—, desde putos enfermos como ese hasta idiotas como yo. También tienes a los normales como Rick, a los que sólo quieren pasarlo bien sin llamar demasiado la atención. A mí me da igual destacar o no, pero cuando te vi supe que quería hacerme notar para que supieras que estaba ahí, viéndote mientras cantabas y bailabas. Y lo vuelvo a decir: un gran espectáculo.
Vacío el vaso y alzo la mano para pedir otro trago más. Se viene una noche más que larga y espero que muy divertida. Una vez haya respondido —o no, quién sabe— decido que es hora de pasar a la siguiente etapa: las apuestas. Estamos en un casino después de todo, ¿verdad? Podemos pasar a las máquinas tragamonedas, aunque no son tan divertidas porque esas putas mierdas sí que hacen trampa. Como quiero lucirme un poco lo más inteligente es ir a por una partida de póker, así que se lo propongo.
—¿Sabes jugar cartas? Podemos echar una partida mientras nos conocemos, y para hacerlo más interesante hagamos una cosa: el que reúna más dinero puede pedirle una cosa al otro. Siéntete libre de poner las condiciones, aunque te digo desde ya que no soy un degenerado.
—Eso es lo que te dice ahora, pero como lleves hablando más de diez minutos con él pensarás lo contrario —interviene Rick con una sonrisa burlesca.
—¡Gracias por el apoyo, hermano! En serio.
—De nada, para algo estamos aquí. Venga, vayan a divertirse y ya me encargaré yo de preparar las bebidas.
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—Bueno, normalmente trabajo para un público más… Humilde. Suelo preferir los locales pequeños y la gente más agradable. Pero se podría decir que sí. Soy una persona que viaja bastante y los viajes implican necesitar dinero para subirse a un barco, un lugar donde apostarse de vez en cuando… ¿Y que mejor forma de conseguirlo que trabajar dando uso de mis dotes de artista? — Explicó, acompañando sus palabras con leves gestos de sus manos. —Pero en este caso, Casino Island solo tiene edificios con casas de apuestas, así que una tiene que amoldarse a lo que le toca. —Se encogió de hombros, dejando claro que el ir ligera de ropa abriéndose de piernas en una vara no definía en absoluto el tipo de artista que era. —Tampoco pretendo quedarme mucho tiempo en la isla, de todos modos. Mi barco zarpa en tres días… ¿Y tú? ¿Eres de aquí o solo te has acomodado para sacar millones a esos poooobres, pobres, viejos seniles que no tienen nada mejor que hacer con lo que les queda de vida que rodearse de chicas bonitas y gastar su dinero en algo de atención? — No es que fuera terriblemente arisca, pero Mura tenía la lengua bastante afilada cuando se encontraba en lugares como aquel. No tenía pruebas, pero estaba segura de que Casino Island no se distanciaba mucho de la zona mala de Sabaody.
La conversación fue fluyendo con más o menos tranquilidad mientras esperaban por las bebidas. Volken acababa de terminar su vaso y esperaba por una segunda ronda. Mura a ratos apartaba su atención del contrario para dar un bocado a alguno de los pinchos ofrecidos por el camarero a su petición. Estaba segura de que no se tardaba tanto en preparar un cóctel, pero ¿qué más daba? Mejor estar ahí sentada y no en algún lugar cercano a los depravados como el que le acababa de indicar el joven. —De verdad… Hubiera preferido no tener que ver eso…—Comentó con cara claramente asqueada y el ceño fruncido. Mura cerró sus ojos un segundo y se aseguró de que esa mano no tuviera nada más que poder agarrar. Se escuchó por un momento un alarido de dolor y de pronto el hombre se desmayó. Al ir los guardias seguramente estos se sorprenderían de ver al tipo con su entrepierna sangrante y su miembro claramente erecto. Bueno, no era su problema por lo que simplemente suspiro de forma pesada. —Mientras el idiota no sea un depravado, siempre será mejor compañía. —Añadió sonriéndole con levedad.
Tal vez pese a su gran metedura de pata no fuera tan mal chico. “Bueno, será menos aburrido si no voy sola”. Se dijo a sí misma. Ella también tenía derecho a divertirse de vez en cuando y poca oportunidad volvería a tener cuando llegase a su destino, así que... —La verdad es que nunca he jugado a las cartas, ni a ningún juego de apuestas. Para ser sincera este no es mi tipo de ambiente…— Se abochornó levemente sin borrar la sonrisa, la cual era ahora algo más tímida. Y esta vez era una verdad completa. No es como si no pudiera aprender o usar algún truco para hacer trampas o controlar la situación, pero para eso se le daría mejor algo como las ruletas. —Aunque podría aprender si me enseñas. Si te parece que las primeras rondas sean de prueba y luego vayamos en serio… Pero ten en cuenta lo de no ser un depravado. No sacarás nada que no esté dispuesta a hacer. — Advirtió justo cuando su amigo intervenía para negar las palabras del chico sobre no ser un depravado. La pelirroja empezó a reírse a carcajada libre. —Tendré cuidado entonces.
Así, se puso en pie tras quedar de espaldas a la barra, habiendo girado en el asiento y dio un par de pasos para adelantarse, antes de volverse a mirar a Volken. —¿Vamos pues? Por cierto, ya puede estar buena esa bebida con lo que estás tardando en prepararla. —Dijo con cierto retintín al camarero antes de que ambos se encaminasen a una de las mesas con menos gente. El Crupier estaba por empezar a barajar otra vez. Justo a tiempo para unirse a la nueva partida, al parecer.
La conversación fue fluyendo con más o menos tranquilidad mientras esperaban por las bebidas. Volken acababa de terminar su vaso y esperaba por una segunda ronda. Mura a ratos apartaba su atención del contrario para dar un bocado a alguno de los pinchos ofrecidos por el camarero a su petición. Estaba segura de que no se tardaba tanto en preparar un cóctel, pero ¿qué más daba? Mejor estar ahí sentada y no en algún lugar cercano a los depravados como el que le acababa de indicar el joven. —De verdad… Hubiera preferido no tener que ver eso…—Comentó con cara claramente asqueada y el ceño fruncido. Mura cerró sus ojos un segundo y se aseguró de que esa mano no tuviera nada más que poder agarrar. Se escuchó por un momento un alarido de dolor y de pronto el hombre se desmayó. Al ir los guardias seguramente estos se sorprenderían de ver al tipo con su entrepierna sangrante y su miembro claramente erecto. Bueno, no era su problema por lo que simplemente suspiro de forma pesada. —Mientras el idiota no sea un depravado, siempre será mejor compañía. —Añadió sonriéndole con levedad.
Tal vez pese a su gran metedura de pata no fuera tan mal chico. “Bueno, será menos aburrido si no voy sola”. Se dijo a sí misma. Ella también tenía derecho a divertirse de vez en cuando y poca oportunidad volvería a tener cuando llegase a su destino, así que... —La verdad es que nunca he jugado a las cartas, ni a ningún juego de apuestas. Para ser sincera este no es mi tipo de ambiente…— Se abochornó levemente sin borrar la sonrisa, la cual era ahora algo más tímida. Y esta vez era una verdad completa. No es como si no pudiera aprender o usar algún truco para hacer trampas o controlar la situación, pero para eso se le daría mejor algo como las ruletas. —Aunque podría aprender si me enseñas. Si te parece que las primeras rondas sean de prueba y luego vayamos en serio… Pero ten en cuenta lo de no ser un depravado. No sacarás nada que no esté dispuesta a hacer. — Advirtió justo cuando su amigo intervenía para negar las palabras del chico sobre no ser un depravado. La pelirroja empezó a reírse a carcajada libre. —Tendré cuidado entonces.
Así, se puso en pie tras quedar de espaldas a la barra, habiendo girado en el asiento y dio un par de pasos para adelantarse, antes de volverse a mirar a Volken. —¿Vamos pues? Por cierto, ya puede estar buena esa bebida con lo que estás tardando en prepararla. —Dijo con cierto retintín al camarero antes de que ambos se encaminasen a una de las mesas con menos gente. El Crupier estaba por empezar a barajar otra vez. Justo a tiempo para unirse a la nueva partida, al parecer.
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Escucho embobado las palabras de la bailarina, prácticamente perdido en sus ojos. Resulta ser una chica mucho más agradable de lo que pensé hace un momento, lo cual me hace tener más ganas de llevármela a la cama y darle amor. Mucho amor. Y del bueno. Sin embargo, mi corazón se rompe en mil trocitos cuando le oigo decir que estará sólo unos pocos días en Casino Island. ¿Seré capaz de convencerle de que se quede más tiempo si lo pasamos bien? Espero que sí porque mi mente ya se ha proyectado hasta la boda con Murasaki. Tengo unos putos tres días para hacerle cambiar de opinión y demostrarle que está frente a una mina de oro. No, una de diamante. Debo hacerle entender que no encontrará a hombre como yo en ninguna parte de este mundo, que soy único y sólo yo puedo darle lo que ella quiere. ¿Estoy sonando un poco arrogante? Porque siempre me he considerado una persona humilde.
Ahora empiezan las preguntas sobre mí… Y debo mentirle, una lástima. Pero no puedo dejar que ella esté al tanto de mi pasado, de hecho, ni siquiera yo quiero estar al tanto de la mierda de vida que he tenido. No es que me esté quejando, pero casi preferiría ser el hombre al que le acaban de rebanar el pene, y con eso digo bastante. Tampoco puedo evitar sonreír cuando me pregunta sobre los viejos. Son mi debilidad, ¿qué puedo decir? Son víctimas fáciles y el remordimiento no me acosa en las noches porque me convenzo de que están a punto de morir. Casi les estoy haciendo un favor al darme su dinero, probablemente ganado en guerras o asaltos, incluso en actividades ilegales. Así es la gente: una basura de pie a cabeza.
—Llevo un buen tiempo instalado aquí, aunque lo mío es viajar… Ya sabes, hay todo un mundo por recorrer y una vida por vivir, a ver si termino encontrando mi pasión —respondo. Espero que el alcohol no empiece a aflojarme la lengua porque ahí sí que la cagaré—. Igual tampoco quiero terminar como estos viejos de mierda, de hecho, ni siquiera aspiro a llegar a esa edad —acabo diciendo con una carcajada, casi burlándome de mí mismo.
Noto un dejo de ternura en la respuesta de Murasaki y me ruborizo como nunca antes. ¿Qué le pasa a esta niña, joder? ¿Cómo puede ser tan linda y adorable en partes injustamente iguales? No, no, Volken: debes pensar con el pene y no con el corazón. Suelto otra sonrisa, igual de genuina que la anterior.
—El póker es un juego de cartas en el que un jugador hace apuestas con sus cartas ocultas, esa es la gracia de todo esto: meter a tu contrincante en un trance psicológico, hacerle dudar, jugar con su mente. Se hace una apuesta o puja inicial y al término de la partida, quien tenga una mejor combinación de carta, pues gana. Bastante sencillo, ¿verdad? —comienzo a explicarle. Puedo ser un tramposo, un asesino, un mujeriego y un pateador de vagabundos, pero con esta chica haré una excepción. Termino diciéndole cómo se juega y me levanto de la barra, ofreciéndole mi brazo para que me acompañe como toda una dama.
Resulta un juego sencillo para cualquiera con dos neuronas y las apuestas, por lo general, son predecibles. Luego de recibir las cinco cartas iniciales comienzan las apuestas y después se puede cambiar la mano con la intención de mejorar la partida. Entendible y dirigible, ¿no? En fin, que hasta me lío yo mismo. Realmente da igual si Murasaki acepta mi caballeresco ofrecimiento o no, camino con una sonrisa rebosante de seguridad hacia la mesa más cercana. Pregunto si está disponible y, luego de que el crupier avise de que está a punto de empezar una partida nueva, nos unimos. Me gustaría que la pelirroja se sentase en mi pierna y jugásemos juntos, como un verdadero equipo, pero aún es demasiado pronto e indecente para proponérselo.
El crupier reparte y veo mi mano: un verdadero horror. Pero no pasa nada porque lo tengo todo bajo control; esta noche saldré con cincuenta millones del casino.
—Una maravilla de mano, parece que hoy la suerte está conmigo —anuncio con una falsedad indiscutible e irreconocible—. Abro la apuesta con un millón de berries, venga.
Ahora empiezan las preguntas sobre mí… Y debo mentirle, una lástima. Pero no puedo dejar que ella esté al tanto de mi pasado, de hecho, ni siquiera yo quiero estar al tanto de la mierda de vida que he tenido. No es que me esté quejando, pero casi preferiría ser el hombre al que le acaban de rebanar el pene, y con eso digo bastante. Tampoco puedo evitar sonreír cuando me pregunta sobre los viejos. Son mi debilidad, ¿qué puedo decir? Son víctimas fáciles y el remordimiento no me acosa en las noches porque me convenzo de que están a punto de morir. Casi les estoy haciendo un favor al darme su dinero, probablemente ganado en guerras o asaltos, incluso en actividades ilegales. Así es la gente: una basura de pie a cabeza.
—Llevo un buen tiempo instalado aquí, aunque lo mío es viajar… Ya sabes, hay todo un mundo por recorrer y una vida por vivir, a ver si termino encontrando mi pasión —respondo. Espero que el alcohol no empiece a aflojarme la lengua porque ahí sí que la cagaré—. Igual tampoco quiero terminar como estos viejos de mierda, de hecho, ni siquiera aspiro a llegar a esa edad —acabo diciendo con una carcajada, casi burlándome de mí mismo.
Noto un dejo de ternura en la respuesta de Murasaki y me ruborizo como nunca antes. ¿Qué le pasa a esta niña, joder? ¿Cómo puede ser tan linda y adorable en partes injustamente iguales? No, no, Volken: debes pensar con el pene y no con el corazón. Suelto otra sonrisa, igual de genuina que la anterior.
—El póker es un juego de cartas en el que un jugador hace apuestas con sus cartas ocultas, esa es la gracia de todo esto: meter a tu contrincante en un trance psicológico, hacerle dudar, jugar con su mente. Se hace una apuesta o puja inicial y al término de la partida, quien tenga una mejor combinación de carta, pues gana. Bastante sencillo, ¿verdad? —comienzo a explicarle. Puedo ser un tramposo, un asesino, un mujeriego y un pateador de vagabundos, pero con esta chica haré una excepción. Termino diciéndole cómo se juega y me levanto de la barra, ofreciéndole mi brazo para que me acompañe como toda una dama.
Resulta un juego sencillo para cualquiera con dos neuronas y las apuestas, por lo general, son predecibles. Luego de recibir las cinco cartas iniciales comienzan las apuestas y después se puede cambiar la mano con la intención de mejorar la partida. Entendible y dirigible, ¿no? En fin, que hasta me lío yo mismo. Realmente da igual si Murasaki acepta mi caballeresco ofrecimiento o no, camino con una sonrisa rebosante de seguridad hacia la mesa más cercana. Pregunto si está disponible y, luego de que el crupier avise de que está a punto de empezar una partida nueva, nos unimos. Me gustaría que la pelirroja se sentase en mi pierna y jugásemos juntos, como un verdadero equipo, pero aún es demasiado pronto e indecente para proponérselo.
El crupier reparte y veo mi mano: un verdadero horror. Pero no pasa nada porque lo tengo todo bajo control; esta noche saldré con cincuenta millones del casino.
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Su mano se aferró al brazo del chico mientras caminaban hacia la mesa, en parte para agradecer la explicación y en parte para evitar a cualquiera que quisiera tocarla sin permiso. Era una forma de pensar machista, pero tras lo visto con el señor de las pajas lo mejor que podía hacer para evitar disgustos mucho más violentos sería eso. Si alguien le intentaba meter mano su actuación de la noche se podría ver estropeada ya que no se contendría. Llegan a la mesa y, efectivamente, van a empezar un nuevo juego. Ya que iban a apostar con intención de ganar dinero y sobrepasar al contrario no tenía sentido el sentarse muy pegados. Acomodándose en el asiento que le tocaba y con la desagradable sensación de estar propagando la ludopatía, aceptó las cartas con una sonrisa para el hombre que les atendía. Creyó notar que se ruborizaba. “¿Crees que me den mejores cartas por mi cara bonita, Kougar?” El gato asintió, advirtiéndole de que no se fiara.
El primero en hablar fue Volken con una soberbia que le hacía preguntarse si de verdad tenía tan buenas cartas como él decía o solo se estaba tirando un farol. Según le había explicado el lenguaje corporal y engañar al adversario era necesario en ese juego, así que ella trató de mantener el rostro sereno. Podría poner cara de tonta, y en parte lo hizo al principio al ver sus cartas, mirando al chico con cara de “inseguridad”. Aunque aún no había terminado de ojear sus cartas. Tenía dos ases, pero sus otras cartas no daban para un trío o una escalera. Fue ahí que se le ocurrió probar a “leer” el ambiente usando su Haki de observación. Tendría que concentrarse mucho para poder arañar mínimamente los pensamientos de los cinco sujetos que se encontraban sentados en la mesa a parte de ella. Volken, a su lado, se mostraba confiado, pero sentía que estaba mintiendo. Había tres que estaban preocupados por esa salida. Un millón era mucho y no sabían si apostar. La persona a su izquierda había decidido seguir la apuesta. Tenía una buena mano. Ella podría pasar y decir que esa vez era solo para mirar, pero decidió darle un intento. Tenía el millón necesario para ello, pero no sabía si podría subir mucho más tras el pequeño “encargo” que había obtenido del bajo Mundo. Había gastado una fortuna en muy poco tiempo.
—Bien, creo que yo también voy a ir a por ello. —Admitió, mirando al chico de lado tras empujar las fichas hacia delante. La próxima mano, además, se centraría en intentar adivinar las cartas que levantaría el crupier antes de que este pudiera hacerlo. De momento, el hombre levantó las tres primeras una vez el último participante decidiera ir a la aventura con ellos. Bien, había otro As y podía hacer una pareja. Pero de momento no tenía nada más. Se le escapó un suspiro. “¿Vas a convertir esto en un tipo de entrenamiento?” Preguntó el gato, a lo que ella asintió alegremente. “Claro, parece una forma divertida de…” No terminó su frase. Al estar atenta en únicamente la mesa, estuvo a punto de ser tocada por la espalda sin su consentimiento, apartándose en el último segundo para pegar una “suave” bofetada a la mano de su nuevo acosador. —¿Le importaría no tocarme? — Esperaba que eso no fuera a más, por lo que se volteó sin dar más importancia al hombre. —Yo voy a ir con Cien mil más. — No quería excederse tampoco.
El primero en hablar fue Volken con una soberbia que le hacía preguntarse si de verdad tenía tan buenas cartas como él decía o solo se estaba tirando un farol. Según le había explicado el lenguaje corporal y engañar al adversario era necesario en ese juego, así que ella trató de mantener el rostro sereno. Podría poner cara de tonta, y en parte lo hizo al principio al ver sus cartas, mirando al chico con cara de “inseguridad”. Aunque aún no había terminado de ojear sus cartas. Tenía dos ases, pero sus otras cartas no daban para un trío o una escalera. Fue ahí que se le ocurrió probar a “leer” el ambiente usando su Haki de observación. Tendría que concentrarse mucho para poder arañar mínimamente los pensamientos de los cinco sujetos que se encontraban sentados en la mesa a parte de ella. Volken, a su lado, se mostraba confiado, pero sentía que estaba mintiendo. Había tres que estaban preocupados por esa salida. Un millón era mucho y no sabían si apostar. La persona a su izquierda había decidido seguir la apuesta. Tenía una buena mano. Ella podría pasar y decir que esa vez era solo para mirar, pero decidió darle un intento. Tenía el millón necesario para ello, pero no sabía si podría subir mucho más tras el pequeño “encargo” que había obtenido del bajo Mundo. Había gastado una fortuna en muy poco tiempo.
—Bien, creo que yo también voy a ir a por ello. —Admitió, mirando al chico de lado tras empujar las fichas hacia delante. La próxima mano, además, se centraría en intentar adivinar las cartas que levantaría el crupier antes de que este pudiera hacerlo. De momento, el hombre levantó las tres primeras una vez el último participante decidiera ir a la aventura con ellos. Bien, había otro As y podía hacer una pareja. Pero de momento no tenía nada más. Se le escapó un suspiro. “¿Vas a convertir esto en un tipo de entrenamiento?” Preguntó el gato, a lo que ella asintió alegremente. “Claro, parece una forma divertida de…” No terminó su frase. Al estar atenta en únicamente la mesa, estuvo a punto de ser tocada por la espalda sin su consentimiento, apartándose en el último segundo para pegar una “suave” bofetada a la mano de su nuevo acosador. —¿Le importaría no tocarme? — Esperaba que eso no fuera a más, por lo que se volteó sin dar más importancia al hombre. —Yo voy a ir con Cien mil más. — No quería excederse tampoco.
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Acabo perdiendo la primera partida, pero tampoco pasa nada: todo forma parte de mi estrategia. Lástima que haya perdido un millón de berries; sólo me quedan nueve. Pretendo subir a la suite con al menos cincuenta millones, y es por eso que todo este tiempo he estado entrenando una técnica muy… especial. Consiste en prestar mucha atención al lenguaje corporal de la gente, adivinar sus intenciones, leer el ambiente de tal manera que me permita anticiparme a sus movimientos. No es que sea precisamente útil en la senda del asesinato, pero a un jugador recurrente como yo le viene extraordinariamente bien. Sonrío cuando se llevan mis fichas. Me pregunto qué dirá esta gente cuando vea que les he vaciado la cartera.
Me quedo en silencio cuando alguien, un hombre moreno y delgado, toca la espalda de mi acompañante. Akane D. Murasaki es lo suficientemente fuerte para defenderse ella sola, además con esa personalidad arisca… Bueno, más le vale a esta gente ir con cuidado. Yo no soy un hombre celoso, pero tampoco estoy dispuesto a compartir ni dejar ir a la chica que me ha flechado. Me estoy esforzando en esto tanto como cuando abro los ojos al despertar, así que mejor que nadie intente arruinar la cita que me he inventado. ¿Saben lo difícil que es ignorar la puta voz del corazón? «¡Pídele matrimonio! ¡Ella es el amor de tu vida!», joder. Soy demasiado joven para casarme, y aún tengo muchas chicas más por conocer, aunque tampoco me molestaría quedarme con esta bailarina… En fin, que empiezo a distraerme del juego.
—Sí que tienes talento en esto. Eres muy buena, ¿segura que nunca has jugado? —le pregunto con una sonrisa amable. También puedo ser lindo cuando quiero—. Venga, apuesto dos millones.
No es que tenga una carta excepcionalmente buena, pero de acuerdo al cálculo mental que he hecho y la forma en cómo se ha comportado esta gente… Bueno, todo indica que esta ronda me pertenece. El crupier me cambia las cartas. Bingo; tal y como lo esperaba. Suelto un suspiro y bajo los hombros, dando la impresión de haber sido derrotado.
—Parece que te has robado toda mi suerte, Saki.
—Ju, ju, ju, parece que hoy no te irá bien, Goldschläger. Subo la apuesta a diez millones.
¿Cómo es que este imbécil conoce mi nombre? Tampoco es que sea tan conocido en este casino. En fin: tengo una víctima. Le hago creer que esto comienza a ser un juego de orgullo y subo la apuesta a veinte millones. Sé que no tengo el dinero, pero por algo existen las casas de préstamo. Y entonces mi oponente, un señor de barriga prominente rodeado por dos damas de compañía, vuelve a subirla. Frunzo el ceño y entonces hablo:
—Definitivamente hoy no es mi día de suerte… Pero tampoco me dejaré vencer por ti, idiota. Doblo la oferta, incluso dejo mi reloj de oro con incrustaciones de diamante en caso de ser necesario.
Cuando mi víctima explota en carcajadas le sonrío a la pelirroja y le guiño un ojo. Todo ha salido como esperaba, si hasta incluso sé las cartas que tiene. Soy un genio, después de todo, y no hay nadie en este mundo que pueda rivalizar con mi inteligencia.
—¡Póker! ¡Tengo un póker! —grita el hombre, llevándose las fichas hacia él—. ¡Esto es por lo de la semana pasada, Goldschläger!
Golpeo la mesa y le miro directamente a los ojos. Dejo caer mi mano.
—Escalera real de diamante. Una lástima: parece que esto de las cartas no es lo tuyo. —Recojo mis fichas y luego vuelvo a mirar a la bailarina—. De verdad el truco está en engañar al oponente, hacerle creer algo que no es, jugar con su mente. ¿Quieres probar suerte en otra mesa, en una donde haya más… nivel? ¿O pasamos a otro juego? Me lo estoy pasando muy bien contigo, eres… Buah, genial.
Me quedo en silencio cuando alguien, un hombre moreno y delgado, toca la espalda de mi acompañante. Akane D. Murasaki es lo suficientemente fuerte para defenderse ella sola, además con esa personalidad arisca… Bueno, más le vale a esta gente ir con cuidado. Yo no soy un hombre celoso, pero tampoco estoy dispuesto a compartir ni dejar ir a la chica que me ha flechado. Me estoy esforzando en esto tanto como cuando abro los ojos al despertar, así que mejor que nadie intente arruinar la cita que me he inventado. ¿Saben lo difícil que es ignorar la puta voz del corazón? «¡Pídele matrimonio! ¡Ella es el amor de tu vida!», joder. Soy demasiado joven para casarme, y aún tengo muchas chicas más por conocer, aunque tampoco me molestaría quedarme con esta bailarina… En fin, que empiezo a distraerme del juego.
—Sí que tienes talento en esto. Eres muy buena, ¿segura que nunca has jugado? —le pregunto con una sonrisa amable. También puedo ser lindo cuando quiero—. Venga, apuesto dos millones.
No es que tenga una carta excepcionalmente buena, pero de acuerdo al cálculo mental que he hecho y la forma en cómo se ha comportado esta gente… Bueno, todo indica que esta ronda me pertenece. El crupier me cambia las cartas. Bingo; tal y como lo esperaba. Suelto un suspiro y bajo los hombros, dando la impresión de haber sido derrotado.
—Parece que te has robado toda mi suerte, Saki.
—Ju, ju, ju, parece que hoy no te irá bien, Goldschläger. Subo la apuesta a diez millones.
¿Cómo es que este imbécil conoce mi nombre? Tampoco es que sea tan conocido en este casino. En fin: tengo una víctima. Le hago creer que esto comienza a ser un juego de orgullo y subo la apuesta a veinte millones. Sé que no tengo el dinero, pero por algo existen las casas de préstamo. Y entonces mi oponente, un señor de barriga prominente rodeado por dos damas de compañía, vuelve a subirla. Frunzo el ceño y entonces hablo:
—Definitivamente hoy no es mi día de suerte… Pero tampoco me dejaré vencer por ti, idiota. Doblo la oferta, incluso dejo mi reloj de oro con incrustaciones de diamante en caso de ser necesario.
Cuando mi víctima explota en carcajadas le sonrío a la pelirroja y le guiño un ojo. Todo ha salido como esperaba, si hasta incluso sé las cartas que tiene. Soy un genio, después de todo, y no hay nadie en este mundo que pueda rivalizar con mi inteligencia.
—¡Póker! ¡Tengo un póker! —grita el hombre, llevándose las fichas hacia él—. ¡Esto es por lo de la semana pasada, Goldschläger!
Golpeo la mesa y le miro directamente a los ojos. Dejo caer mi mano.
—Escalera real de diamante. Una lástima: parece que esto de las cartas no es lo tuyo. —Recojo mis fichas y luego vuelvo a mirar a la bailarina—. De verdad el truco está en engañar al oponente, hacerle creer algo que no es, jugar con su mente. ¿Quieres probar suerte en otra mesa, en una donde haya más… nivel? ¿O pasamos a otro juego? Me lo estoy pasando muy bien contigo, eres… Buah, genial.
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Volken se paró en su subida de apuesta, pero una cantidad tan pobre no amedrentó a sus otros dos rivales, al contrario. Estos empezaron a doblarla o incluso triplicarla. Con diez millones trescientos mil Berries sobre la mesa, Mura acabó llevándose su primera mano. Una sonrisa de satisfacción se dibujó en su rostro mientras sus ojos brillaban, más por la emoción de haber comprendido como se jugaba que por el dinero. —Parece más sencillo de lo que me esperaba. Pensaba que me iba a ir peor. —Admitió con un tono entre aliviado e ilusionado. Aunque la primera mano no fue tan bien para ella. “Supongo que esto me pasa por bocas”. Se dijo, retirándose de la apuesta antes de empezar a jugar. Esta vez solo observaría como se disputaban las cosas su acompañante con su falsa desgracia. Mura rodó los ojos cuando el chico hizo su comentario. “Sí, claro”. Pensó mientras dejaba sus cartas boca abajo y se reía.
—Temo que te la ha quitado otra persona. Yo me retiro de esta mano. — Contestó apartando las cartas. Había empezado bien, no era cuestión de arriesgarse. Por otra parte, la apuesta de Volken que había sido igualada por todos los demás se vio estrepitosamente subida por uno de los hombres que quedaban mirándonos de frente. Como describirlo. Aquel hombre parecía un usuario de zoan. Tal vez un gordo y viejo cerdo se hubiera comido una zoan de humano… O podría haber sido a la inversa. ¿Una zoan de cerdo? Ya habría que tener mala suerte. Ella agradecía en ese sentido su suerte con Kougar. Como fuera, la subida directamente a diez millones había dejado descolocados a los demás y yo pude notarlo. Hice bien no arriesgando mis diez millones. Ambos, Volken como ese hombre tenían esa aura de prepotencia, como si les hubiera tocado la lotería en cartas. Mura pudo predecir el desenlace segundos antes de que Volken girase sus cartas. “Bien jugado, supongo”.
Estuvieron jugando otras dos o tres manos más en una mesa distinta, ya que no iba a quitarle al chico su momento de “lucirse” si tanta ilusión le hacía. En total no había contado cuánto dinero se habría sacado él, pero ella llevaba unos quince millones entre apuestas y ganancias. Todavía le quedaba mucho para poder hacer trampas de verdad jugando, más allá de para leer las emociones más superficiales de confianza o preocupación de sus adversarios. Pero con el tiempo quizás eso pudiera pasarlo a una forma de detectar mentiras con su Haki. Cuando se aburrió de “trabajar” en sus sentidos se giró hacia el moreno y tirando de su brazo levemente le incitó a que fueran a otro lado a jugar. —La verdad es que no creo que pueda ganar nuestra apuesta en este juego… ¿Qué tal si probamos otra cosa? Me ha dado curiosidad eso de ahí… —Dijo señalando las ruletas que giraban con una bolita blanca en su interior.
Akane no era tonta. Sabía que esas máquinas estaban normalmente amañadas y que el sacar dinero en un juego de falso azar era mucho más complicado. Siempre te tentaban a intentarlo más y más. Al principio seguramente ganaría una ronda, como con el póker, luego iría perdiendo hasta quedarse sin nada, o esa era la teoría. Pero la pelirroja tenía una forma para controlar ella misma el movimiento de la rueda. Bastaba con que solo apostara con colores y ganaría una fortuna. Solo necesitaba mover o detener la ruleta con sus hilos de aura. Hilos que nadie salvo ella podría notar. Tras conseguir arrastrar al chico a la mesa con el premio más “alto”.
—¿Cuánto va a apostar la señorita? — Supuso que el hombre al verla llegar tan decidida no se percató en su acompañante, pensaría que irían juntos o simplemente no le veía decidido a jugar. A saber.
—Cinco millones al rojo. —Y la ruleta comenzó a girar.
—Temo que te la ha quitado otra persona. Yo me retiro de esta mano. — Contestó apartando las cartas. Había empezado bien, no era cuestión de arriesgarse. Por otra parte, la apuesta de Volken que había sido igualada por todos los demás se vio estrepitosamente subida por uno de los hombres que quedaban mirándonos de frente. Como describirlo. Aquel hombre parecía un usuario de zoan. Tal vez un gordo y viejo cerdo se hubiera comido una zoan de humano… O podría haber sido a la inversa. ¿Una zoan de cerdo? Ya habría que tener mala suerte. Ella agradecía en ese sentido su suerte con Kougar. Como fuera, la subida directamente a diez millones había dejado descolocados a los demás y yo pude notarlo. Hice bien no arriesgando mis diez millones. Ambos, Volken como ese hombre tenían esa aura de prepotencia, como si les hubiera tocado la lotería en cartas. Mura pudo predecir el desenlace segundos antes de que Volken girase sus cartas. “Bien jugado, supongo”.
Estuvieron jugando otras dos o tres manos más en una mesa distinta, ya que no iba a quitarle al chico su momento de “lucirse” si tanta ilusión le hacía. En total no había contado cuánto dinero se habría sacado él, pero ella llevaba unos quince millones entre apuestas y ganancias. Todavía le quedaba mucho para poder hacer trampas de verdad jugando, más allá de para leer las emociones más superficiales de confianza o preocupación de sus adversarios. Pero con el tiempo quizás eso pudiera pasarlo a una forma de detectar mentiras con su Haki. Cuando se aburrió de “trabajar” en sus sentidos se giró hacia el moreno y tirando de su brazo levemente le incitó a que fueran a otro lado a jugar. —La verdad es que no creo que pueda ganar nuestra apuesta en este juego… ¿Qué tal si probamos otra cosa? Me ha dado curiosidad eso de ahí… —Dijo señalando las ruletas que giraban con una bolita blanca en su interior.
Akane no era tonta. Sabía que esas máquinas estaban normalmente amañadas y que el sacar dinero en un juego de falso azar era mucho más complicado. Siempre te tentaban a intentarlo más y más. Al principio seguramente ganaría una ronda, como con el póker, luego iría perdiendo hasta quedarse sin nada, o esa era la teoría. Pero la pelirroja tenía una forma para controlar ella misma el movimiento de la rueda. Bastaba con que solo apostara con colores y ganaría una fortuna. Solo necesitaba mover o detener la ruleta con sus hilos de aura. Hilos que nadie salvo ella podría notar. Tras conseguir arrastrar al chico a la mesa con el premio más “alto”.
—¿Cuánto va a apostar la señorita? — Supuso que el hombre al verla llegar tan decidida no se percató en su acompañante, pensaría que irían juntos o simplemente no le veía decidido a jugar. A saber.
—Cinco millones al rojo. —Y la ruleta comenzó a girar.
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Antes de retirarme de la mesa guardo todas las fichas de distintos colores en mi maletín y luego me levanto con una sonrisa de satisfacción. Estoy en compañía de la chica más linda del lugar, tengo unos buenos millones a mi disposición y todo me está resultando a la perfección. Como siempre. Estoy acostumbrado a que las cosas siempre me salgan bien; bueno, ¿qué puedo decir? Soy un genio y seguramente la persona más lista de este puto salón. En fin, hay que ser humilde y tampoco creerse todo el cuento; después la gente mira feo y uno se siente mal. Me despido casi burlescamente de mi lastimero oponente, es como si le hubiera dejado sólo en calzoncillos. Nada nuevo en mi buena vida, para qué mentir.
Vamos de allá para acá, como mariposas a una flor, jugando y dejando a nuestros oponentes en graves problemas financieros. Es fácil, la verdad. Basta con fijarme en sus miradas, movimientos y labios; el lenguaje corporal es un libro escrito en una lengua prohibida, y mis ojos tienen la llave para descifrarlo. También está la importantísima parte de contar. Cada mazo está compuesto por 52 cartas y organizada en 4 palos, sin tener en cuenta los comodines. En un principio es difícil acostumbrarse, pero cuando se lleva manejando las cartas tanto tiempo como yo… Bueno, cualquiera acaba volviéndose un maestro. En el póker todo se basa en dos cuestiones fundamentales: estadística y probabilidad. Yo no manejo sus conceptos teóricos ni esas estupideces aburridas, me las apaño con saber aplicarlos a la vida real.
De pronto siento un tirón en el brazo, volteo la mirada y agacho la cabeza. Es Murasaki, tan bella como desde el primer minuto que le vi. Así que mil millones por su cabeza, ¿eh? El Gobierno Mundial debe tener una cuenta bancaria prácticamente ilimitada; qué envidia. Le dedico mi sonrisa más linda y luego respondo:
—Nunca ha sido mi juego favorito, pero adelante. Sería injusto si sólo yo decido lo que jugamos, ¿verdad? —En parte es porque no es sencillo manipular los resultados con algo de habilidad—. Puedes intentar las veces que quieras, yo me quedaré a tu lado dándote apoyo.
La bailarina está ensimismada en ganar y así como si fuera una experta de toda la vida le apuesta cinco millones al rojo. Me encanta esta niña: arriesgada, fuerte y hermosa. ¿Por qué tengo la sensación de que es todo lo contrario a mí? Me quedo mirando el juego con las manos puestas en los bolsillos y una sonrisa confiada en el rostro. El viejo Kenny solía decir que algún día mi exceso de confianza acabará arruinándome, pero no estoy tan seguro de ello. Suelo tener todo bajo control y…
—Así que tú eres el tramposo que ha hecho perder al jefe, ¿no?
Me volteo y soy opacado por una gigantesca mole de músculos que apenas cabe en el traje negro y de camisa blanca. Calvo y robusto, un arete en la oreja y una mirada peligrosa. Sin previo aviso me propina un fuerte puñetazo en el rostro que me bota al suelo. El golpe me deja tan tonto que ni siquiera puedo gritar, llevándome la mano a la cara. Estoy sangrando, y mucho. Sin poder defenderme siquiera me avienta una patada en las costillas; menos mal no escucho ningún crujido que indique alguna fractura o algo. Los golpes me empiezan a doler un montón y algo me dice que esto recién está comenzando. Y antes de que los guardias lleguen me habrán molido a palos.
—¡¿De qué estás hablando…?! —le pregunto al matón este, haciéndome el tonto. Por supuesto que he hecho trampa, pero soy demasiado listo como para no dejar rastro de ello.
—Has hecho que el jefe pierda una buena cantidad de millones, así que te permítenos devolverte el favor en golpes y patadas.
El mismo gordinflón con el que jugué me mira con placer, y una asquerosa sonrisa se dibuja en sus labios. No me queda otra opción que sacar el cuchillo que escondo en el calcetín y cargarme a este imbécil. Tampoco confiarles mi vida a los putos guardias corruptos estos; seguro que hasta están del lado del mafioso.
Vamos de allá para acá, como mariposas a una flor, jugando y dejando a nuestros oponentes en graves problemas financieros. Es fácil, la verdad. Basta con fijarme en sus miradas, movimientos y labios; el lenguaje corporal es un libro escrito en una lengua prohibida, y mis ojos tienen la llave para descifrarlo. También está la importantísima parte de contar. Cada mazo está compuesto por 52 cartas y organizada en 4 palos, sin tener en cuenta los comodines. En un principio es difícil acostumbrarse, pero cuando se lleva manejando las cartas tanto tiempo como yo… Bueno, cualquiera acaba volviéndose un maestro. En el póker todo se basa en dos cuestiones fundamentales: estadística y probabilidad. Yo no manejo sus conceptos teóricos ni esas estupideces aburridas, me las apaño con saber aplicarlos a la vida real.
De pronto siento un tirón en el brazo, volteo la mirada y agacho la cabeza. Es Murasaki, tan bella como desde el primer minuto que le vi. Así que mil millones por su cabeza, ¿eh? El Gobierno Mundial debe tener una cuenta bancaria prácticamente ilimitada; qué envidia. Le dedico mi sonrisa más linda y luego respondo:
—Nunca ha sido mi juego favorito, pero adelante. Sería injusto si sólo yo decido lo que jugamos, ¿verdad? —En parte es porque no es sencillo manipular los resultados con algo de habilidad—. Puedes intentar las veces que quieras, yo me quedaré a tu lado dándote apoyo.
La bailarina está ensimismada en ganar y así como si fuera una experta de toda la vida le apuesta cinco millones al rojo. Me encanta esta niña: arriesgada, fuerte y hermosa. ¿Por qué tengo la sensación de que es todo lo contrario a mí? Me quedo mirando el juego con las manos puestas en los bolsillos y una sonrisa confiada en el rostro. El viejo Kenny solía decir que algún día mi exceso de confianza acabará arruinándome, pero no estoy tan seguro de ello. Suelo tener todo bajo control y…
—Así que tú eres el tramposo que ha hecho perder al jefe, ¿no?
Me volteo y soy opacado por una gigantesca mole de músculos que apenas cabe en el traje negro y de camisa blanca. Calvo y robusto, un arete en la oreja y una mirada peligrosa. Sin previo aviso me propina un fuerte puñetazo en el rostro que me bota al suelo. El golpe me deja tan tonto que ni siquiera puedo gritar, llevándome la mano a la cara. Estoy sangrando, y mucho. Sin poder defenderme siquiera me avienta una patada en las costillas; menos mal no escucho ningún crujido que indique alguna fractura o algo. Los golpes me empiezan a doler un montón y algo me dice que esto recién está comenzando. Y antes de que los guardias lleguen me habrán molido a palos.
—¡¿De qué estás hablando…?! —le pregunto al matón este, haciéndome el tonto. Por supuesto que he hecho trampa, pero soy demasiado listo como para no dejar rastro de ello.
—Has hecho que el jefe pierda una buena cantidad de millones, así que te permítenos devolverte el favor en golpes y patadas.
El mismo gordinflón con el que jugué me mira con placer, y una asquerosa sonrisa se dibuja en sus labios. No me queda otra opción que sacar el cuchillo que escondo en el calcetín y cargarme a este imbécil. Tampoco confiarles mi vida a los putos guardias corruptos estos; seguro que hasta están del lado del mafioso.
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Los ojos violáceos se quedan mirando con atención la rueda que ha comenzado a girar. De nuevo, antes de tirar o dejar de hacerlo para cambiar el destino de la pequeña esfera blanca que saltaba de color en color, trató de prever en que casilla acabaría si no hacía nada. Rojo otra vez, o así sería de no ser por los ruidos que estaba escuchando. Una presencia hostil se había parado cerca suya, para ser más exactos a su espalda. Y las voces no tardaron en subir de tono. ¿Estaba relacionado con uno de los hombres de la mesa de póker? Bueno, aquello había sido una sorpresa, sobretodo porque nadie les había detenido. Las uñas de Mura arañaron la superficie de la mesa. Espero tan solo un segundo, hasta que la ruleta paró. Había ganado. Ese hombre había servido de distracción para sus artimañas, aunque no necesitara distracción alguna.
—Bueno, parece que he ganado. ¿Cuánto me llevo? —Preguntó al crupier, recuperando su atención.
—Con lo que ha apostado se lleva veinte millones. —Estaba demasiado sorprendido como para haber podido cambiar el resultado, así que Mura se limitó en pedirle amablemente que le guardara por un momento las fichas, todo ello mientras se agarraba el pelo en una coleta. Era lo suficientemente hábil como para usar su propio mechón de pelo como cinta, a falta de una goma de pelo. Tras eso, se quitó los zapatos, perdiendo bastante altura. “Mucho más cómodo”. Pensó antes de girarse para encontrarse la escena. Su acompañante estaba en el suelo sangrando por la nariz y el grandullón pretendía propiciarle una segunda patada.
—La verdad es que estoy un poco cansada de que me interrumpan esta noche. —Dijo en tono bajo antes de interponerse entre ambos, pegando una patada al grandullón. Si es que sin tacones le sacaba tres cabezas. Pero por ese mismo motivo no la había visto venir, El talón de la joven encontró su camino hasta la entrepierna del hombre, con un grácil giro de su cuerpo. Mura pudo notar como la honda de Haki del rey que había acumulado en esa zona de su cuerpo se expandía al entrar en contacto con el cuerpo ajeno, atravesándolo. Esperaba no haberse pasado, pero como mínimo, eso debería dejarle fuera de combate. —Sepa usted que acusar a mi acompañante esta noche de hacer trampas por tener mal perder es una acusación muy fea. —Dijo una vez el grandullón hubiera volado varios metros hacia atrás. ¿Se había pasado? Una de las mesas había sufrido daños menores. Bueno, se había astillado un poco, pero eso era culpa del peso del matón, no suya. —Así que, si no tiene nada más que decir, será mejor que nos deje tranquilos y siga disfrutando de su estancia sin molestar a nadie. —
Tras finalizar esa frase, se agachó para ayudar al moreno. Sangraba bastante, tanto que seguramente fuera mejor posponer su juego e ir a por algo para detener la hemorragia y un poco de hielo. No sin antes recoger su dinero, claro. Estaba segura de que el hombre que la había atendido no tendría huevos a intentar quitar parte de sus beneficios tras eso. Si no la dejaban los otros brabucones que acompañaban al cerdo de la cara descompuesta por lo que acababa de pasar, le tocaría montar una escena otra vez, y eso sería malo para su actuación de la noche. “Se acabó el tiempo libre, ¿verdad?” Mura suspiró mientras Kougar contestaba que viera la parte buena. Había sacado un dinero y tampoco le quedaba tanto tiempo antes de que se acabase su descanso. La vida del espectáculo era complicada.
—Volken, ¿te encuentras bien? — Tanto su cara como su voz denotaba preocupación. —Será mejor que pospongamos un poco nuestra competición por ahora, vamos a que te miren eso. —Dijo, ofreciéndole que se apoyase en ella para levantarse y andar. Ya se había vuelto a poner sus zapatos.
—Bueno, parece que he ganado. ¿Cuánto me llevo? —Preguntó al crupier, recuperando su atención.
—Con lo que ha apostado se lleva veinte millones. —Estaba demasiado sorprendido como para haber podido cambiar el resultado, así que Mura se limitó en pedirle amablemente que le guardara por un momento las fichas, todo ello mientras se agarraba el pelo en una coleta. Era lo suficientemente hábil como para usar su propio mechón de pelo como cinta, a falta de una goma de pelo. Tras eso, se quitó los zapatos, perdiendo bastante altura. “Mucho más cómodo”. Pensó antes de girarse para encontrarse la escena. Su acompañante estaba en el suelo sangrando por la nariz y el grandullón pretendía propiciarle una segunda patada.
—La verdad es que estoy un poco cansada de que me interrumpan esta noche. —Dijo en tono bajo antes de interponerse entre ambos, pegando una patada al grandullón. Si es que sin tacones le sacaba tres cabezas. Pero por ese mismo motivo no la había visto venir, El talón de la joven encontró su camino hasta la entrepierna del hombre, con un grácil giro de su cuerpo. Mura pudo notar como la honda de Haki del rey que había acumulado en esa zona de su cuerpo se expandía al entrar en contacto con el cuerpo ajeno, atravesándolo. Esperaba no haberse pasado, pero como mínimo, eso debería dejarle fuera de combate. —Sepa usted que acusar a mi acompañante esta noche de hacer trampas por tener mal perder es una acusación muy fea. —Dijo una vez el grandullón hubiera volado varios metros hacia atrás. ¿Se había pasado? Una de las mesas había sufrido daños menores. Bueno, se había astillado un poco, pero eso era culpa del peso del matón, no suya. —Así que, si no tiene nada más que decir, será mejor que nos deje tranquilos y siga disfrutando de su estancia sin molestar a nadie. —
Tras finalizar esa frase, se agachó para ayudar al moreno. Sangraba bastante, tanto que seguramente fuera mejor posponer su juego e ir a por algo para detener la hemorragia y un poco de hielo. No sin antes recoger su dinero, claro. Estaba segura de que el hombre que la había atendido no tendría huevos a intentar quitar parte de sus beneficios tras eso. Si no la dejaban los otros brabucones que acompañaban al cerdo de la cara descompuesta por lo que acababa de pasar, le tocaría montar una escena otra vez, y eso sería malo para su actuación de la noche. “Se acabó el tiempo libre, ¿verdad?” Mura suspiró mientras Kougar contestaba que viera la parte buena. Había sacado un dinero y tampoco le quedaba tanto tiempo antes de que se acabase su descanso. La vida del espectáculo era complicada.
—Volken, ¿te encuentras bien? — Tanto su cara como su voz denotaba preocupación. —Será mejor que pospongamos un poco nuestra competición por ahora, vamos a que te miren eso. —Dijo, ofreciéndole que se apoyase en ella para levantarse y andar. Ya se había vuelto a poner sus zapatos.
Volken von Goldschläger
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Duele un montón, aunque debo sobreponerme al dolor y rebanarle las pelotas a ese puto cerdo que me mira casi con lujuria. ¿Pensará en profanar mi cuerpo luego de mandar a sus matones a darme una paliza? Jamás. Tengo una regla que pienso cumplir hasta el fin de los días: «Por el culo todo sale y nada entra». Así son las cosas con Volken von Goldschläger. Disimuladamente, acerco mi mano hacia el cuchillo que escondo y... No, no va a ser necesario porque me percato de una cosa muy importante, y es que yo también tengo guardaespaldas. Hermosos ojos violáceos, cabellera viva como el fuego y una figura que me tiene vuelto loco. Akane D. Murasaki encara al mafioso de pacotilla este y le planta una fuerte patada en las pelotas que hasta me llega a doler a mí. El hombre deja escapar un aullido agudo antes de salir disparado hacia una mesa.
Intento levantarme, aunque pierdo el equilibrio a causa del golpe y vuelvo a caer. La gente me mira como si fuera un animal enjaulado, un puto fenómeno de circo al que le han dado una paliza. Y la sangre ha manchado mi camisa. Lo intento una vez más, y esta vez lo logro. Le dedico una mirada de furia al cerdo que parece estar preocupado. Casi de manera inconsciente mi mano busca la pistola de que escondo bajo la chaqueta, pero me detengo: soy un profesional. Yo no asesino gente por motivos personales, sólo si hay dinero de por medio. ¡Ni siquiera me gusta la violencia! Si fuera por mí me pasaría el resto de la vida mirando las nubes, tirado en algún prado y con una bonita damisela a mi lado. Noto la mandíbula apretada, como si hubiera consumido un kilo de cocaína, y culpo la adrenalina que me implora retomar la pelea. Pero son las palabras de la bailarina que me sacan del enfado, es su pregunta de preocupación que me hace relajarme y mirarle.
—E-Estoy bien…, gracias por ayudarme… Ahora eres mi heroína, supongo —respondo débilmente. Sacudo la cabeza y por mi mente pasa una sola idea: necesito un trago—. Cuando a uno le va bien la gente suele sentirse resentida; no es la primera vez que me dan una paliza en algún casino. Lo he pasado bien contigo, en serio, pero creo… Creo que subiré a la suite para enfriar un poco la cabeza. Necesito una ducha con agua helada…
Quiero seguir compartiendo con ella y deleitarme con su belleza, pero debo ser consecuente con mi estado: ahora mismo soy un peligro para todos. No quiero montar un espectáculo sangriento en medio del casino. Lo mío no es la matanza indiscriminada; puedo parecer un idiota capaz de cantarle a una desconocida sólo para llamar su atención, pero ¿ponerse a repartir plomo por motivos personales…? La última vez que me vi al espejo era un ser humano, no una puta bestia carente de cerebro. Me toco suavemente el ojo y… Auch, duele. Debo ponerle hielo antes de que se ponga más feo, y este es el momento más triste de toda la noche: separarme de Murasaki. Cojo el maletín que está tirado por ahí, en el cual debo tener sobre treinta millones de berries. Una muy bonita cantidad de dinero.
—Me gustaría acompañarte toda la noche, pero tampoco quiero meterte en problemas si te ven conmigo —continúo tras haber recuperado la normalidad del habla—. Puedes acompañarme si quieres… Ya sabes, a la suite. No tengo juegos tan entretenidos, pero al menos podré seguir mirándote —comento al final, dejando escapar una sonrisa de embobado enamorado.
Intento levantarme, aunque pierdo el equilibrio a causa del golpe y vuelvo a caer. La gente me mira como si fuera un animal enjaulado, un puto fenómeno de circo al que le han dado una paliza. Y la sangre ha manchado mi camisa. Lo intento una vez más, y esta vez lo logro. Le dedico una mirada de furia al cerdo que parece estar preocupado. Casi de manera inconsciente mi mano busca la pistola de que escondo bajo la chaqueta, pero me detengo: soy un profesional. Yo no asesino gente por motivos personales, sólo si hay dinero de por medio. ¡Ni siquiera me gusta la violencia! Si fuera por mí me pasaría el resto de la vida mirando las nubes, tirado en algún prado y con una bonita damisela a mi lado. Noto la mandíbula apretada, como si hubiera consumido un kilo de cocaína, y culpo la adrenalina que me implora retomar la pelea. Pero son las palabras de la bailarina que me sacan del enfado, es su pregunta de preocupación que me hace relajarme y mirarle.
—E-Estoy bien…, gracias por ayudarme… Ahora eres mi heroína, supongo —respondo débilmente. Sacudo la cabeza y por mi mente pasa una sola idea: necesito un trago—. Cuando a uno le va bien la gente suele sentirse resentida; no es la primera vez que me dan una paliza en algún casino. Lo he pasado bien contigo, en serio, pero creo… Creo que subiré a la suite para enfriar un poco la cabeza. Necesito una ducha con agua helada…
Quiero seguir compartiendo con ella y deleitarme con su belleza, pero debo ser consecuente con mi estado: ahora mismo soy un peligro para todos. No quiero montar un espectáculo sangriento en medio del casino. Lo mío no es la matanza indiscriminada; puedo parecer un idiota capaz de cantarle a una desconocida sólo para llamar su atención, pero ¿ponerse a repartir plomo por motivos personales…? La última vez que me vi al espejo era un ser humano, no una puta bestia carente de cerebro. Me toco suavemente el ojo y… Auch, duele. Debo ponerle hielo antes de que se ponga más feo, y este es el momento más triste de toda la noche: separarme de Murasaki. Cojo el maletín que está tirado por ahí, en el cual debo tener sobre treinta millones de berries. Una muy bonita cantidad de dinero.
—Me gustaría acompañarte toda la noche, pero tampoco quiero meterte en problemas si te ven conmigo —continúo tras haber recuperado la normalidad del habla—. Puedes acompañarme si quieres… Ya sabes, a la suite. No tengo juegos tan entretenidos, pero al menos podré seguir mirándote —comento al final, dejando escapar una sonrisa de embobado enamorado.
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“¿Vas a acompañarle?” La voz de Kougar resonó en su cabeza mientras la pelirroja pasaba el brazo del contrario por alrededor de su cuello, asegurándose de que no perdiera el equilibrio. “Solo hasta que le curen eso. Luego iré a prepararme”. Sentenció ella. Podía ser muy arisca a veces y cortante, sobre todo con gente como Volken, pero el chico de momento no había hecho nada tan malo como para que se mereciera su desprecio y tras ver lo mala cara que tenía. Mejor asegurarse de que llegaba a su habitación. —Supongo que me pasaré. Pero solo para acompañarte. Aún me queda trabajo que hacer esta noche. —Advirtió. Akane era ese tipo de persona que seguía sus planes a rajatabla era muy difícil que diera su mano a torcer.
Por suerte o por desgracia, nadie pareció interponerse en el camino de ambos mientras se alejaban de la zona de apuestas –cada quien con su dinero en mano- para dirigirse al pasillo que llevaba a las habitaciones. Bueno, ir cargando con parte del peso de otra persona hubiera dificultado a la pelinaranja defenderse, así que estaba bien. Pero no quería que su espectáculo se viera influenciado por las malas lenguas de otra persona, así que lo mejor sería dejar al chico en su cuarto y cambiarse un poco. El maquillaje desde lejos a veces hacía maravillas. Y también las hacían una ducha y un vestido distinto, esta vez uno que enseñara de forma más sutil, quizás.
La verdad era que esos vestidos habían sido elección de Dexter y no se los había puesto antes, salvo para asegurarle al dragón azul que eran de su talla y le quedaban bien. Y solo se los había llevado porque sabía que esa isla era una de sus paradas en la ruta ideada por su ex superior. Al final sí que los estaba usando. Suspiró, perdida en sus pensamientos. Esperaba de verdad que no lo hubiera hecho para ser el mismo quien fuera a ver alguno de sus conciertos. Eso sería rastrero de su parte. Igual que lo de fingir su muerte dejando con ese mal sabor de boca a los que no se habían marchado de la banda de los Blue Rose. “Y el muy idiota casi muere de verdad”. Se recordó, aunque salió de sus pensamientos cuando se vieron parados frente la puerta que le había indicado el moreno.
—¿Es aquí? — Se limitó a preguntar, esperando que el chico asintiese o negase. Una vez lo hiciera, le soltaría para que pudiera abrir la puerta. No sabía todavía si quedarse para asegurarse de que se aplicaba los cuidados pertinentes, tampoco era médico. Pero supuso que como mínimo debería tumbarse de forma que detuviera la hemorragia de la nariz, tal vez taponar un rato los orificios con un trozo de papel o un pañuelo y respirar por la boca; limpiarse la cara de sangre y ponerse hielo con un trapo sobre la zona del golpe. Cuando se decidiera entre si hacía o no eso sería el adiós.
—Bueno, ha sido divertido al final… Aunque te aconsejo que no vuelvas a parar una actuación de esa forma. Pasa buena noche. — Diría y, si no la intentaba retener, saldría por la puerta cerrándola tras de sí para dirigirse a su propia habitación.
Por suerte o por desgracia, nadie pareció interponerse en el camino de ambos mientras se alejaban de la zona de apuestas –cada quien con su dinero en mano- para dirigirse al pasillo que llevaba a las habitaciones. Bueno, ir cargando con parte del peso de otra persona hubiera dificultado a la pelinaranja defenderse, así que estaba bien. Pero no quería que su espectáculo se viera influenciado por las malas lenguas de otra persona, así que lo mejor sería dejar al chico en su cuarto y cambiarse un poco. El maquillaje desde lejos a veces hacía maravillas. Y también las hacían una ducha y un vestido distinto, esta vez uno que enseñara de forma más sutil, quizás.
La verdad era que esos vestidos habían sido elección de Dexter y no se los había puesto antes, salvo para asegurarle al dragón azul que eran de su talla y le quedaban bien. Y solo se los había llevado porque sabía que esa isla era una de sus paradas en la ruta ideada por su ex superior. Al final sí que los estaba usando. Suspiró, perdida en sus pensamientos. Esperaba de verdad que no lo hubiera hecho para ser el mismo quien fuera a ver alguno de sus conciertos. Eso sería rastrero de su parte. Igual que lo de fingir su muerte dejando con ese mal sabor de boca a los que no se habían marchado de la banda de los Blue Rose. “Y el muy idiota casi muere de verdad”. Se recordó, aunque salió de sus pensamientos cuando se vieron parados frente la puerta que le había indicado el moreno.
—¿Es aquí? — Se limitó a preguntar, esperando que el chico asintiese o negase. Una vez lo hiciera, le soltaría para que pudiera abrir la puerta. No sabía todavía si quedarse para asegurarse de que se aplicaba los cuidados pertinentes, tampoco era médico. Pero supuso que como mínimo debería tumbarse de forma que detuviera la hemorragia de la nariz, tal vez taponar un rato los orificios con un trozo de papel o un pañuelo y respirar por la boca; limpiarse la cara de sangre y ponerse hielo con un trapo sobre la zona del golpe. Cuando se decidiera entre si hacía o no eso sería el adiós.
—Bueno, ha sido divertido al final… Aunque te aconsejo que no vuelvas a parar una actuación de esa forma. Pasa buena noche. — Diría y, si no la intentaba retener, saldría por la puerta cerrándola tras de sí para dirigirse a su propia habitación.
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Soy consciente de que tiene una presentación por hacer y, bueno, tampoco espero que vaya a aplazarla por un desconocido como yo. Me gusta la gente profesional, y Akane lo está siendo por el momento. ¿Si me preguntasen? Preferiría que se quedara conmigo, dándome mimos y tratándome como si fuera su novio, pero las fantasías las dejo mejor para cuando esté solo en la habitación. Camino en su compañía hacia el pasillo y tomamos el ascensor. La suite está en el último piso desde donde se puede ver el mar de luces que es la ciudad de Casino Island, un verdadero espectáculo para quien el guste la belleza urbana. Y finalmente llegamos al punto de decir adiós, la trágica y aburrida despedida en donde dos almas destinadas a estar juntas se separan. Creo que debería ser director de películas dramáticas o algo así, si hasta tengo todo el flow de poeta que se necesita.
Sin ser demasiado consciente de lo que está haciendo mi cuerpo, pues este a veces pareciera tener voluntad propia —como mi pene—, intento coger de la mano a Akane para evitar que se marche tan… fríamente. De conseguirlo, la miraría directamente a los ojos para que entienda que no estoy mintiendo. Suelo ser un hombre convenientemente honesto, y espero que en una situación como esta me sirva de algo.
—¿Por qué no te pasas a verme después de tu actuación? Estoy seguro de que podemos hablar de muchas cosas, Saki —le digo con una sonrisa amable y tierna, lo más tierna que me ha salido en horas—. Así tendré la oportunidad de agradecerte como corresponde.
Antes de que me respondiese cualquier cosa, acercaría mi boca a su mejilla —muy cerca de sus labios, por cierto— y le besaría con ternura. A modo de despedida, por supuesto. Tampoco quiero propasarme con la bailarina que me ha salvado el culo de unos matones. Y hablo muy en serio sobre agradecerle. ¿Qué puedo decir? Esta pelirroja casi parece diferente a todas las otras que he conocido. Parece tener carácter y es muy fuerte; bueno, hay una recompensa de un billón de berries por su cabeza, lo que me parece más que normal. También es amable cuando quiere serlo y ni siquiera dudó en tenderme una mano cuando me vio en problemas. ¿Un hombre puede exigir más? Vaya, de verdad quiero que vuelva después.
—Nos vemos, si el destino así lo quiere.
Entro a la habitación y me dirijo directamente al baño en busca del botiquín de primeros auxilios. No es primera vez que debo atender mis propias heridas. Me quito la chaqueta y la camisa, quedándome con el torso desnudo. Nunca me han gustado las cicatrices que surcan tanto mi espalda como mi pecho, recuerdos de un pasado cercano y doloroso. Bueno, ¿cuál es el sentido de quejarse? Hay que aceptarse tal cual uno es y ya está, al menos eso es lo que dice la propaganda progresista de Casino Island. «Sólo hazlo». Suena tan genial en mi cabeza… Acabo por quitarme la sangre del rostro y luego tomo una ducha, colocándome una camiseta blanca sin nada en especial, siendo mucho más casual que mi elegante traje empaquetado. Voy a la nevera y saco una cerveza para dirigirme al balcón.
—Quién iba a imaginar que acabaría hablando con Akane D. Murasaki… El Gobierno Mundial se ha esforzado en hacerle parecer mucho más peligrosa de lo que aparenta ser. —Le doy un buen sorbo y luego miro el firmamento estrellado, sacando un cigarrillo de mis pantalones—. Vendrá, ella lo hará.
Sin ser demasiado consciente de lo que está haciendo mi cuerpo, pues este a veces pareciera tener voluntad propia —como mi pene—, intento coger de la mano a Akane para evitar que se marche tan… fríamente. De conseguirlo, la miraría directamente a los ojos para que entienda que no estoy mintiendo. Suelo ser un hombre convenientemente honesto, y espero que en una situación como esta me sirva de algo.
—¿Por qué no te pasas a verme después de tu actuación? Estoy seguro de que podemos hablar de muchas cosas, Saki —le digo con una sonrisa amable y tierna, lo más tierna que me ha salido en horas—. Así tendré la oportunidad de agradecerte como corresponde.
Antes de que me respondiese cualquier cosa, acercaría mi boca a su mejilla —muy cerca de sus labios, por cierto— y le besaría con ternura. A modo de despedida, por supuesto. Tampoco quiero propasarme con la bailarina que me ha salvado el culo de unos matones. Y hablo muy en serio sobre agradecerle. ¿Qué puedo decir? Esta pelirroja casi parece diferente a todas las otras que he conocido. Parece tener carácter y es muy fuerte; bueno, hay una recompensa de un billón de berries por su cabeza, lo que me parece más que normal. También es amable cuando quiere serlo y ni siquiera dudó en tenderme una mano cuando me vio en problemas. ¿Un hombre puede exigir más? Vaya, de verdad quiero que vuelva después.
—Nos vemos, si el destino así lo quiere.
Entro a la habitación y me dirijo directamente al baño en busca del botiquín de primeros auxilios. No es primera vez que debo atender mis propias heridas. Me quito la chaqueta y la camisa, quedándome con el torso desnudo. Nunca me han gustado las cicatrices que surcan tanto mi espalda como mi pecho, recuerdos de un pasado cercano y doloroso. Bueno, ¿cuál es el sentido de quejarse? Hay que aceptarse tal cual uno es y ya está, al menos eso es lo que dice la propaganda progresista de Casino Island. «Sólo hazlo». Suena tan genial en mi cabeza… Acabo por quitarme la sangre del rostro y luego tomo una ducha, colocándome una camiseta blanca sin nada en especial, siendo mucho más casual que mi elegante traje empaquetado. Voy a la nevera y saco una cerveza para dirigirme al balcón.
—Quién iba a imaginar que acabaría hablando con Akane D. Murasaki… El Gobierno Mundial se ha esforzado en hacerle parecer mucho más peligrosa de lo que aparenta ser. —Le doy un buen sorbo y luego miro el firmamento estrellado, sacando un cigarrillo de mis pantalones—. Vendrá, ella lo hará.
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La despedida había sido… Rara. Aunque quizás haya sido mejor el separarse ahí y no tras tratarle las heridas. Tampoco podía prometer que su forma de tratarlas no las hubiera empeorado. De normal ella solo se ocupaba de sus propios golpes. Lo que no esperaba era que el chico la besara. “Estaba demasiado cerca…” La pelirroja no se lo vio venir, en parte por estar cargando con él tras la paliza que le habían pegado. Pensó que estaba intentando agarrar su mano solo para no caerse, por miedo al vértigo o mareo… Pero no. Menos mal que el beso no fue en la boca o hubiera sido ella misma al salir de la sorpresa quien le hubiera dejado mejor. O ese fue su primer pensamiento tras marcharse, abochornada. Tenía la cara roja, y eso que llevaba mucho tiempo sin que nadie lograse ese efecto en ella. Alguien que no fuera Akagami. Pero no era nada romántico, simplemente le sorprendió ese trato. “¿Te ha gustado que te hagan eso, gato? Sigues siendo una cría”. Y ahí se fue cualquier pensamiento que Mura pudiera centrar en el chico.
Lo primero que hizo tras separarse de Volken fue volver a su propia habitación, dejar el maletín con sus fichas en valor de dos millones y pico tirado sobre la cama y el fajo de ciento cincuenta mil berries al lado. Después. Se desnudó al completo. Era la tercera ducha que se daba ese día y aún le quedaba otra seguramente al acabar su espectáculo. La tela se deslizó como si se tratase de un paño de seda sobre su piel, con suavidad. El pantalón cayó al suelo y el top le siguió, al igual que su prenda interior. Dejando todo por ahí tirado, se soltó el pelo y se fue al baño, quedando la puerta abierta. Se quedó un rato mirándose en el espejo. Si se iba a duchar, primero tendría que quitarse las capas de maquillaje de la cara o acabaría lamentándose en la ducha. Tomó una toallita húmeda de encima del lavabo y empezó a frotarla por su cara, aplicando un aceite que ayudase a que el rímel se fuera con mayor facilidad, al igual que la sombra de ojos, la base y así hasta su pintalabios. Mejor, pero seguía sintiéndose sucia.
Sin pensárselo mucho se metió en la ducha y dejó que la alcachofa empezase a derramar agua muy caliente sobre su piel. Con los ojos cerrados, el agua caía sobre su cara y su pelo, que se quedaba empapado y luego comenzaba a deslizarse por cada parte de su cuerpo, como si los hilos de agua que la recorrían dibujasen sobre las curvas de su voluptuosa figura. Esta vez se tomaría más tiempo para disfrutar del baño: frotando y masajeando su cuero cabelludo, mientras la espuma cubría y llegaba a cada recoveco de su piel a base de masajear su cuerpo con una esponja o con el agua cayendo sobre su cuerpo. Todo ello para quedar impoluta. Ni siquiera le hacía falta volver a maquillarse después de eso. Pero resaltar sus ya espectaculares ojos morados y sus labios seguía siendo su obligación esa noche, cosa que haría una vez saliera de la bañera, apenas secándose sutilmente con la toalla. No se molestó en dejar esta puesta, sino que se quedó desnuda, con el pelo recogido por la tela que terminaba de absorber el sobrante de agua de su pelo. Esta vez llevaría un traje de una sola pieza, un mono de color rojo burdeos mucho más escotado que el top vestido antes, para compensar que su vientre y sus brazos estuvieran tapados. Los protagonistas serían sus piernas y su espalda al descubierto, pues su pelo volvería a estar atado en una coleta alta.
El espectáculo se alargó más de lo que esperaba. Sin nuevas interrupciones, Akane se convirtió en el centro de atención de todo el mundo a su alrededor. Aunque su interés no podría estar más lejos. Cuando acabó, había sacado medio millón entre horas y propinas. Era algo para celebrar, pero al no tener con quien, se fue a su habitación a ponerse cómoda. Estar espectacular tenía sus precios, como lo eran el tener que poner a lavar la ropa –o mejor dicho, perdir que alguien lo hiciera para que estuviera lista para otra ocasión- antes de irse a la cama. Para cuando finalizó con sus “deberes” más bien auto impuestos, la cama la tentaba con que se dejara caer y simplemente se durmiera. Aunque tenía otros compromisos que plantearse primero si atender. —Bueno, sigo sintiéndome culpable por que le golpearan. Solo intentaba… ¿llamar demasiado la atención? —
—Es un cazurro. —La voz de Kougar resonó alta y clara en la habitación. —Y tenía pinta de ser un niño consentido. ¿No crees que estás jugando mucho su juego? —
—Bueno, puede que un poco.
—Los niños indefensos siempre son tu punto débil. Te cuesta decirle que no a alguien que parece estar en problemas.
—Solo pienso, que a mí también me hubiera gustado tener ayuda o gente amable cuando tuve la necesidad, nada más. No tengo mucho más interés en ello. Y los de ahí abajo parecen peores.
—Bueno, tu haz lo que veas. La cama no se va a mover. Al final seguirás con lo que le dijiste al monstruo azul igualmente, después de todo. —Mura asintió, sonriendo ante la ocurrencia de que el felino llamara monstruo a Dexter.
—Así es… Así que mejor aprovecho para divertirme un poco antes de empezar con mi trabajo a tiempo completo y sin casi vacaciones.
Y dicho esto, la felina abandono, ahora vestida con una blusa de pijama y el pelo aún húmedo, por su cuarta ducha, la habitación, encaminándose a donde recordaba haber dejado al moreno.
Lo primero que hizo tras separarse de Volken fue volver a su propia habitación, dejar el maletín con sus fichas en valor de dos millones y pico tirado sobre la cama y el fajo de ciento cincuenta mil berries al lado. Después. Se desnudó al completo. Era la tercera ducha que se daba ese día y aún le quedaba otra seguramente al acabar su espectáculo. La tela se deslizó como si se tratase de un paño de seda sobre su piel, con suavidad. El pantalón cayó al suelo y el top le siguió, al igual que su prenda interior. Dejando todo por ahí tirado, se soltó el pelo y se fue al baño, quedando la puerta abierta. Se quedó un rato mirándose en el espejo. Si se iba a duchar, primero tendría que quitarse las capas de maquillaje de la cara o acabaría lamentándose en la ducha. Tomó una toallita húmeda de encima del lavabo y empezó a frotarla por su cara, aplicando un aceite que ayudase a que el rímel se fuera con mayor facilidad, al igual que la sombra de ojos, la base y así hasta su pintalabios. Mejor, pero seguía sintiéndose sucia.
Sin pensárselo mucho se metió en la ducha y dejó que la alcachofa empezase a derramar agua muy caliente sobre su piel. Con los ojos cerrados, el agua caía sobre su cara y su pelo, que se quedaba empapado y luego comenzaba a deslizarse por cada parte de su cuerpo, como si los hilos de agua que la recorrían dibujasen sobre las curvas de su voluptuosa figura. Esta vez se tomaría más tiempo para disfrutar del baño: frotando y masajeando su cuero cabelludo, mientras la espuma cubría y llegaba a cada recoveco de su piel a base de masajear su cuerpo con una esponja o con el agua cayendo sobre su cuerpo. Todo ello para quedar impoluta. Ni siquiera le hacía falta volver a maquillarse después de eso. Pero resaltar sus ya espectaculares ojos morados y sus labios seguía siendo su obligación esa noche, cosa que haría una vez saliera de la bañera, apenas secándose sutilmente con la toalla. No se molestó en dejar esta puesta, sino que se quedó desnuda, con el pelo recogido por la tela que terminaba de absorber el sobrante de agua de su pelo. Esta vez llevaría un traje de una sola pieza, un mono de color rojo burdeos mucho más escotado que el top vestido antes, para compensar que su vientre y sus brazos estuvieran tapados. Los protagonistas serían sus piernas y su espalda al descubierto, pues su pelo volvería a estar atado en una coleta alta.
El espectáculo se alargó más de lo que esperaba. Sin nuevas interrupciones, Akane se convirtió en el centro de atención de todo el mundo a su alrededor. Aunque su interés no podría estar más lejos. Cuando acabó, había sacado medio millón entre horas y propinas. Era algo para celebrar, pero al no tener con quien, se fue a su habitación a ponerse cómoda. Estar espectacular tenía sus precios, como lo eran el tener que poner a lavar la ropa –o mejor dicho, perdir que alguien lo hiciera para que estuviera lista para otra ocasión- antes de irse a la cama. Para cuando finalizó con sus “deberes” más bien auto impuestos, la cama la tentaba con que se dejara caer y simplemente se durmiera. Aunque tenía otros compromisos que plantearse primero si atender. —Bueno, sigo sintiéndome culpable por que le golpearan. Solo intentaba… ¿llamar demasiado la atención? —
—Es un cazurro. —La voz de Kougar resonó alta y clara en la habitación. —Y tenía pinta de ser un niño consentido. ¿No crees que estás jugando mucho su juego? —
—Bueno, puede que un poco.
—Los niños indefensos siempre son tu punto débil. Te cuesta decirle que no a alguien que parece estar en problemas.
—Solo pienso, que a mí también me hubiera gustado tener ayuda o gente amable cuando tuve la necesidad, nada más. No tengo mucho más interés en ello. Y los de ahí abajo parecen peores.
—Bueno, tu haz lo que veas. La cama no se va a mover. Al final seguirás con lo que le dijiste al monstruo azul igualmente, después de todo. —Mura asintió, sonriendo ante la ocurrencia de que el felino llamara monstruo a Dexter.
—Así es… Así que mejor aprovecho para divertirme un poco antes de empezar con mi trabajo a tiempo completo y sin casi vacaciones.
Y dicho esto, la felina abandono, ahora vestida con una blusa de pijama y el pelo aún húmedo, por su cuarta ducha, la habitación, encaminándose a donde recordaba haber dejado al moreno.
Volken von Goldschläger
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Me toca esperar un buen rato, ¿verdad? Los espectáculos de la bailarina duran poco más de una hora, y no quiero estar todo este rato en la cama mirando el techo. ¿Cuáles son mis opciones…? Lamentablemente no puedo jugar cartas conmigo mismo, ni que fuera un puto autista. Soy un bebedor social, así que descarto la opción de bajarme esa botella de whisky. Suelto un largo suspiro. Algo me dice que lo que estoy a punto de hacer acabará siendo mala idea, pero da igual: la vida se vive una sola vez. Cojo el DDM y marco el número de Bob.
—¡Hey, hermano! ¿Por qué no vienes a la suite y nos tomamos algo?
—¿Por qué no? Acabo de terminar el turno. ¿Tienes pensado hacer algo grande?
—Hmm, no. Tengo una cita luego con la bailarina pelirroja, Saki. Así que todo tranqui, nos fumamos algo y bajamos unas cervezas.
—Vale, estaré ahí en diez minutos. Te llevaré una sorpresa, ya verás.
El muy hijo de perra me corta antes de decirle que no quiero ninguna sorpresa. ¡La última vez que me dijo eso acabó incendiando un puto yate! Bueno, yo fui el que empezó con el fuego… ¡Pero no quiero sorpresas! Saco un cigarrillo de la cajetilla y lo enciendo para darle una buena calada. Sonrío cuando pienso en los ojos de Murasaki. ¿Por qué soy tan enamoradizo? Tampoco es algo que me moleste y, de hecho, se pasa bien siendo así. Parece una buena chica, y realmente espero que lo sea. La excepción de las pelirrojas.
El timbre me avisa de que Bob ya está aquí, pero conociéndolo sé que ha traído gente. Ojalá no sea mucha porque después tendré que echarlos a todos. Abro la puerta y ahí está: el puto Bob lo ha hecho de nuevo. Metro veinte, una cabeza casi tan grande como el resto de su cuerpo, mirada fiera y nariz gruesa. El muy bastardo ha traído a dos chicas: la rubia y la morena. Metro setenta cada una, curvas infernales y unas tetas que… No, nada. Yo sólo tengo ojos para Murasaki. ¡Si hasta ha traído a Rick! Bueno, al menos me alegra que él esté aquí. Es el que mejor se comporta cuando nos reunimos los tres: gracias a él no morimos quemados esa vez que incendiamos el yate. Y también habló con la mafia para que no nos llenasen de plomo luego de arruinar la boda de una hija de… Ay, ya no recuerdo de quién.
—¡¿Es en serio, maldito hijo de puta?! ¡¿Por qué me has traído a un puto enano?! ¡Son agresivos y huelen mal!
—¿Tienes acondroplasiafobia? —me pregunta Bob, sacándose un moco.
—¿Qué mierda es eso? ¿Un puto trabalenguas? —Miro con recelo al enano y acabo sonriendo—. Venga, pasen. Divirtámonos un poco, pero que ninguno la cague. Ya te dije que tengo una cita con Saki dentro de unas horas.
Vamos al balcón y nos bajamos unas cervezas. Resulta que el enano, Johnny, es de lo más agradable y es amante de la paz. Me está cayendo bien, mucho. Creo que tendré que contener mis arrebatos de lanzarlo por la baranda para comprobar si es cierto eso de que vuelan. Se nos empieza a calentar la boca, o al menos a mí. Y la cerveza ya no es nada, así que voy a por el whisky. Bob enciende un porro y la distorsión se asoma como una bestia al acecho. Llega la música y estoy seguro de que cada vez hay más gente en el apartamento. Éramos sólo seis y ahora somos… ¿Veinte? No, espera. ¿Treinta putas personas? ¡Este hijo de puta…! ¡Me ha montado una fiesta en la suite sin siquiera enterarme! ¡Si hasta se ha instalado en la mesa de mezcla! Ay, la música está muy buena y mi cuerpo se empieza a mover solo. Pa’ acá, pa’ allá. De nuevo. Pa’ allá, pa’ acá. ¡¿Estoy bailando con el enano?! ¡¿Por qué me abraza del culo?! Ah, sí. Tiene los brazos pequeños.
—¡¿Qué le echaste a ese porro, maldito hijo de perra?! ¡Estoy siendo profanador por un puto enano!
—¡Un poco de cocaína, pero nada grave! ¡Sólo déjate llevar, todo está bien!
Hay mujeres bailando con las tetas al aire por allá, y putos mafiosos esnifando cocaína en la mesa. ¡Tienen un puto cerro de falopa ahí! «La vida se vive una sola vez». Venga, a la mierda: que comience la locura. Saco el billete y me uno a los mafiosos; creo que les he caído bien. La noche empieza a distorsionarse cada vez más y… ¿Por qué Bob está bañando en bencina al puto enano? ¡Maldita sea! ¡Tiene un puto mechero! Se oye un grito y el enano estalla en llamas. Creo que huele a quemado. Oh, y empieza a correr como si eso sirviese de algo. Lo persigo hacia la puerta y alguien le abre para que salga disparado hacia el pasillo.
—¡Vuelve aquí, puto enano de mierda…! —le grito con un falso bigote blanco dibujado bajo mi nariz. El corazón se me detiene. Y estoy a punto de irme en negro—. Oh, Saki. Hola… Yo… Pensé que tardarías más… ¡Juro que todo esto tiene una explicación! ¡No fui yo! ¡Fue el enano! ¡Él trajo a toda esta gente! —Me limpio el resto de cocaína con la manga. ¿Se dará cuenta de que tengo las pupilas dilatadísimas?—. Bueno, ya que han montado una fiesta en el apartamento… ¿Por qué no nos divertimos un poco? Te ves muy linda, Saki.
Quiero que se quede, en serio es lo que quiero. Pero no sé si las fiestas son de su agrado, mucho menos unas con tanta droga, alcohol y… armas. Conociendo a estos imbéciles en cualquier momento se ponen a disparar.
—¿O prefieres que los eche? —le pregunto entonces con una sonrisa en el rostro.
—¡Hey, hermano! ¿Por qué no vienes a la suite y nos tomamos algo?
—¿Por qué no? Acabo de terminar el turno. ¿Tienes pensado hacer algo grande?
—Hmm, no. Tengo una cita luego con la bailarina pelirroja, Saki. Así que todo tranqui, nos fumamos algo y bajamos unas cervezas.
—Vale, estaré ahí en diez minutos. Te llevaré una sorpresa, ya verás.
El muy hijo de perra me corta antes de decirle que no quiero ninguna sorpresa. ¡La última vez que me dijo eso acabó incendiando un puto yate! Bueno, yo fui el que empezó con el fuego… ¡Pero no quiero sorpresas! Saco un cigarrillo de la cajetilla y lo enciendo para darle una buena calada. Sonrío cuando pienso en los ojos de Murasaki. ¿Por qué soy tan enamoradizo? Tampoco es algo que me moleste y, de hecho, se pasa bien siendo así. Parece una buena chica, y realmente espero que lo sea. La excepción de las pelirrojas.
El timbre me avisa de que Bob ya está aquí, pero conociéndolo sé que ha traído gente. Ojalá no sea mucha porque después tendré que echarlos a todos. Abro la puerta y ahí está: el puto Bob lo ha hecho de nuevo. Metro veinte, una cabeza casi tan grande como el resto de su cuerpo, mirada fiera y nariz gruesa. El muy bastardo ha traído a dos chicas: la rubia y la morena. Metro setenta cada una, curvas infernales y unas tetas que… No, nada. Yo sólo tengo ojos para Murasaki. ¡Si hasta ha traído a Rick! Bueno, al menos me alegra que él esté aquí. Es el que mejor se comporta cuando nos reunimos los tres: gracias a él no morimos quemados esa vez que incendiamos el yate. Y también habló con la mafia para que no nos llenasen de plomo luego de arruinar la boda de una hija de… Ay, ya no recuerdo de quién.
—¡¿Es en serio, maldito hijo de puta?! ¡¿Por qué me has traído a un puto enano?! ¡Son agresivos y huelen mal!
—¿Tienes acondroplasiafobia? —me pregunta Bob, sacándose un moco.
—¿Qué mierda es eso? ¿Un puto trabalenguas? —Miro con recelo al enano y acabo sonriendo—. Venga, pasen. Divirtámonos un poco, pero que ninguno la cague. Ya te dije que tengo una cita con Saki dentro de unas horas.
Vamos al balcón y nos bajamos unas cervezas. Resulta que el enano, Johnny, es de lo más agradable y es amante de la paz. Me está cayendo bien, mucho. Creo que tendré que contener mis arrebatos de lanzarlo por la baranda para comprobar si es cierto eso de que vuelan. Se nos empieza a calentar la boca, o al menos a mí. Y la cerveza ya no es nada, así que voy a por el whisky. Bob enciende un porro y la distorsión se asoma como una bestia al acecho. Llega la música y estoy seguro de que cada vez hay más gente en el apartamento. Éramos sólo seis y ahora somos… ¿Veinte? No, espera. ¿Treinta putas personas? ¡Este hijo de puta…! ¡Me ha montado una fiesta en la suite sin siquiera enterarme! ¡Si hasta se ha instalado en la mesa de mezcla! Ay, la música está muy buena y mi cuerpo se empieza a mover solo. Pa’ acá, pa’ allá. De nuevo. Pa’ allá, pa’ acá. ¡¿Estoy bailando con el enano?! ¡¿Por qué me abraza del culo?! Ah, sí. Tiene los brazos pequeños.
- Musiquita:
—¡¿Qué le echaste a ese porro, maldito hijo de perra?! ¡Estoy siendo profanador por un puto enano!
—¡Un poco de cocaína, pero nada grave! ¡Sólo déjate llevar, todo está bien!
Hay mujeres bailando con las tetas al aire por allá, y putos mafiosos esnifando cocaína en la mesa. ¡Tienen un puto cerro de falopa ahí! «La vida se vive una sola vez». Venga, a la mierda: que comience la locura. Saco el billete y me uno a los mafiosos; creo que les he caído bien. La noche empieza a distorsionarse cada vez más y… ¿Por qué Bob está bañando en bencina al puto enano? ¡Maldita sea! ¡Tiene un puto mechero! Se oye un grito y el enano estalla en llamas. Creo que huele a quemado. Oh, y empieza a correr como si eso sirviese de algo. Lo persigo hacia la puerta y alguien le abre para que salga disparado hacia el pasillo.
—¡Vuelve aquí, puto enano de mierda…! —le grito con un falso bigote blanco dibujado bajo mi nariz. El corazón se me detiene. Y estoy a punto de irme en negro—. Oh, Saki. Hola… Yo… Pensé que tardarías más… ¡Juro que todo esto tiene una explicación! ¡No fui yo! ¡Fue el enano! ¡Él trajo a toda esta gente! —Me limpio el resto de cocaína con la manga. ¿Se dará cuenta de que tengo las pupilas dilatadísimas?—. Bueno, ya que han montado una fiesta en el apartamento… ¿Por qué no nos divertimos un poco? Te ves muy linda, Saki.
Quiero que se quede, en serio es lo que quiero. Pero no sé si las fiestas son de su agrado, mucho menos unas con tanta droga, alcohol y… armas. Conociendo a estos imbéciles en cualquier momento se ponen a disparar.
—¿O prefieres que los eche? —le pregunto entonces con una sonrisa en el rostro.
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Mura se paró frente a la habitación que debía ocupar la mayor parte de la planta. No tenía mala memoria, se había asegurado de que su parada la vez anterior fuera el mismo piso y el pasillo y número eran los que recordaba. Sin embargo, hasta una persona normal podría haber escuchado el barrullo que ahí se había montado sin siquiera estar dentro. Pensándolo bien, si abría la puerta seguramente sus tímpanos reventarían así que decidió primero tomar precauciones, volviendo a colocarse los auriculares que llevaba guardados en el bolsillo de su blusa. Para ser sinceros, tenía ropa de “estar por casa” mucho más sugerente que esa blusa, aunque no le quedaba mal, pero simplemente no era una prenda hecha para seducir. Tampoco pretendía hacerlo. Estaba cansada y con los pies descalzos, solo se había tomado la molestia de ir hasta ahí para pasar el rato… tranquilamente. “Esto no huele como un lugar para pasar un rato tranquilo”. Pensó, y justo entonces le dio por olfatear el ambiente, con la mano apoyada ya en el pomo de la puerta.
Su nariz se arrugó en un gesto de desagrado. Era como si hubieran concentrado todos los olores de la zona de ocio del casino en una habitación mucho más compacta. Olor a tabaco y maría se mezclaba con el alcohol y era aderezado con el aroma de la gasolina al prenderle fuego y a pelo quemado. Por un momento casi le preocupó que estuvieran asesinando al chico y para encubrirlo o celebrarlo hubieran montado una fiesta. Era una idea algo tonta, pero precisamente por eso era plausible. Y los alaridos que sonaban cada vez más cerca de la puerta no ayudaban. Mura activó su mantra para prever que estaba por suceder, encontrándose de repente con una gran cantidad de presencias en la habitación, entre ellas la de un ser bajito que corría hacia la puerta. Cuando giró el pomo esta cedió con sorprendente facilidad y la criatura –un hombre muy bajito, en llamas- salió corriendo, siendo atrapada por Mura cuya habilidad de aura “Ira” había empezado a usar en su mano.
La técnica le venía como anillo al dedo para descargar un poco su enfado. Volken salió por la puerta entonces, empujándola mientras perseguía al enano a viva voz. Tardó tanto en reaccionar que por poco no golpea con la puerta a Mura en las narices. Pero esta se había apartado a tiempo. En cuanto se detuvo para mirarla, su “ira” se tornó en “calma” y la temperatura bajó notablemente cerca alrededor de la chica. Bajó tanto que el fuego se apagó en segundos y el enano se vio a salvo de peligros, más allá de tener todo el cuerpo cubierto de quemaduras y el pelo en la mierda.
Sus ojos miraron fríamente al chico y luego pasaron a fijarse en el interior de la estancia. Había dos fulanas enseñando sus virtudes mientras bailaban de forma estúpida, sin seguir la música prácticamente. Solo querían zorrear. Era ruidoso, los olores eran fuertes y ella estaba cansada tras tanto trabajar. Así que ni siquiera se molestó en dejárselo claro al chico. Con un tono tan neutro que hasta daba miedo –o, como poco, intimidaba- contestó a sus ofrecimientos de la manera más educada y estoica que pudo.
—No te preocupes. Veo que os lo estáis pasando bien y no quisiera molestar. Me alegra ver que no tenías nada grave… Supongo que será mejor que os deje con vuestro… Entretenimiento. Yo ando cansada después de trabajar después de todo… En fin, pasa buena noche. —Y tras decir esto se iría por donde había venido, soltando primero al enano, que volvió corriendo a la fiesta como si nada hubiera pasado. En verdad se sentía indignada… Quizás decepcionada. “Hombres, siempre igual. Son todos iguales”. Bufaba en sus adentros mientras pulsaba el botón del ascensor repetidas veces. Este, por suerte, no tardó en llegar y ella se adentró en el aparato marcando la planta de su habitación. En verdad, no solo le había molestado haber tenido unas expectativas quizás demasiado altas en el chico, sino el hecho de haber ido así vestida a un lugar lleno de gente… “Bueno, es igual”.
Su nariz se arrugó en un gesto de desagrado. Era como si hubieran concentrado todos los olores de la zona de ocio del casino en una habitación mucho más compacta. Olor a tabaco y maría se mezclaba con el alcohol y era aderezado con el aroma de la gasolina al prenderle fuego y a pelo quemado. Por un momento casi le preocupó que estuvieran asesinando al chico y para encubrirlo o celebrarlo hubieran montado una fiesta. Era una idea algo tonta, pero precisamente por eso era plausible. Y los alaridos que sonaban cada vez más cerca de la puerta no ayudaban. Mura activó su mantra para prever que estaba por suceder, encontrándose de repente con una gran cantidad de presencias en la habitación, entre ellas la de un ser bajito que corría hacia la puerta. Cuando giró el pomo esta cedió con sorprendente facilidad y la criatura –un hombre muy bajito, en llamas- salió corriendo, siendo atrapada por Mura cuya habilidad de aura “Ira” había empezado a usar en su mano.
La técnica le venía como anillo al dedo para descargar un poco su enfado. Volken salió por la puerta entonces, empujándola mientras perseguía al enano a viva voz. Tardó tanto en reaccionar que por poco no golpea con la puerta a Mura en las narices. Pero esta se había apartado a tiempo. En cuanto se detuvo para mirarla, su “ira” se tornó en “calma” y la temperatura bajó notablemente cerca alrededor de la chica. Bajó tanto que el fuego se apagó en segundos y el enano se vio a salvo de peligros, más allá de tener todo el cuerpo cubierto de quemaduras y el pelo en la mierda.
Sus ojos miraron fríamente al chico y luego pasaron a fijarse en el interior de la estancia. Había dos fulanas enseñando sus virtudes mientras bailaban de forma estúpida, sin seguir la música prácticamente. Solo querían zorrear. Era ruidoso, los olores eran fuertes y ella estaba cansada tras tanto trabajar. Así que ni siquiera se molestó en dejárselo claro al chico. Con un tono tan neutro que hasta daba miedo –o, como poco, intimidaba- contestó a sus ofrecimientos de la manera más educada y estoica que pudo.
—No te preocupes. Veo que os lo estáis pasando bien y no quisiera molestar. Me alegra ver que no tenías nada grave… Supongo que será mejor que os deje con vuestro… Entretenimiento. Yo ando cansada después de trabajar después de todo… En fin, pasa buena noche. —Y tras decir esto se iría por donde había venido, soltando primero al enano, que volvió corriendo a la fiesta como si nada hubiera pasado. En verdad se sentía indignada… Quizás decepcionada. “Hombres, siempre igual. Son todos iguales”. Bufaba en sus adentros mientras pulsaba el botón del ascensor repetidas veces. Este, por suerte, no tardó en llegar y ella se adentró en el aparato marcando la planta de su habitación. En verdad, no solo le había molestado haber tenido unas expectativas quizás demasiado altas en el chico, sino el hecho de haber ido así vestida a un lugar lleno de gente… “Bueno, es igual”.
Volken von Goldschläger
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Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
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—¡Esto es lo máximo! ¡Adrenalina a mil! —grita el puto enano de mierda y luego entra corriendo a la suite, siendo recibido entre aplausos y vítores. ¡Si hasta una de las putas le ha puesto las tetas en la cara!
Las palabras de Akane me atraviesan como frías dagas, cortantes y despiadadas. ¡¿Qué he hecho yo para merecer semejante trato?! Vale, está bien: esto es mi culpa, es decir, jamás le dije que montaría una fiesta. El problema es que tampoco lo sabía, quiero decir, si tuviera que responsabilizar a alguien sería a Bob. Él es el que ha traído a toda esta gente, y ni siquiera les puedo echar porque hay mafiosos allá dentro. Y no quiero que me bañen en plomo; mi vida me importa demasiado como para perderla en algo tan estúpido. Quiero ir tras ella, pero una voz femenina y coqueta suena en mis oídos y un escalofrío recorre mi espalda.
—¿Quién es esa, Volken? ¿Por qué no entras y te diviertes conmigo? Te dejaré esnifar en mis tetas —me dice una de las chicas de Bob, tomándome de la mano y acariciándome el cabello.
Me volteo y la miro: es una preciosidad de pie a cabeza. Nariz delgada y respingada, penetrantes ojos verdes y una sonrisa sensual que me la pone dura. Lleva un sujetador que deja nada a la imaginación, y su cabello plateado huele injustamente bien. Tiene tatuada una rosa azul entre las tetas y su mirada enrojecida por la marihuana me vuelve loco. Jamás rechazo propuestas indecentes como esta, menos proviniendo de una chica tan atractiva. Pero por alguna razón me siento inquietantemente molesto, como si la sangre poco a poco empezase a hervirme. ¿Serán las drogas que me están haciendo pasar una mala jugada? No, de ninguna manera: mi cuerpo es a prueba de todo. Volteo la mirada y veo a la pelirroja presionar repetidamente el botón del ascensor. Es ahora o nunca.
—No lo sé, no tengo idea de nada. Sólo sé que quiero ir tras Saki —le respondo, tomándola de los hombros y empujándola suavemente hacia el interior de la suite—. ¡Saki, espera! ¡Espera, por favor!
Corro lo más deprisa que puedo, pero entre el alcohol y la cocaína que hay en mi cuerpo mis piernas se entrecruzan y acabo con el rostro ensartado en el suelo. Me levanto rápido. «No pain, no gain», me digo con mente victoriosa. La pelirroja está entrando al ascensor; debo ser aún más veloz. ¡Técnica Suprema del Amante de las Pelirrojas: El Poder del Amor! Creo que voy a la misma velocidad de siempre, pero según yo voy mucho más rápido. ¡Como una puta bala, joder! Por puro instinto, y como si de ello dependiera mi vida, interrumpo el cierre de las puertas del ascensor. Suelto un alarido de dolor. ¡Putas puertas de mierda! ¡¿Cómo es que pueden apretar tan fuerte?! Da igual, en serio: ahora no importa. Miro a Akane y me ruborizo: se ve muy linda incluso con algo tan casual como esa blusa a modo de pijama. Mi cerebro busca las palabras apropiadas para decir en un momento como este, pero parece hacer cortocircuito porque me quedo en blanco.
—Te amo —le digo—. ¿Qué? ¡No, eso no es lo que quería decir! —me corrijo de inmediato. ¿Pero qué mierda, Volken? Esto no es una puta película de romance y drama, es la vida real y debería comportarme como un hombre responsable—. Lo siento, Saki, en serio lo siento mucho. Todo esto tiene una justificación, pero estoy seguro de que no te interesa escucharla… No debí haberle dicho a Bob que viniera al apartamento cuando sabía que vendrías tú. Pensé que jugaríamos a las cartas y ya está, pero el muy imbécil suele pasarse con las fiestas y… Lo siento, de verdad. Me da igual esa fiesta de mierda, prefiero pasar la noche contigo…, si es que me lo permites. Te pido una sola oportunidad, es todo lo que te pido. Déjame enseñarte el lugar más maravilloso de todo Casino Island.
Las palabras de Akane me atraviesan como frías dagas, cortantes y despiadadas. ¡¿Qué he hecho yo para merecer semejante trato?! Vale, está bien: esto es mi culpa, es decir, jamás le dije que montaría una fiesta. El problema es que tampoco lo sabía, quiero decir, si tuviera que responsabilizar a alguien sería a Bob. Él es el que ha traído a toda esta gente, y ni siquiera les puedo echar porque hay mafiosos allá dentro. Y no quiero que me bañen en plomo; mi vida me importa demasiado como para perderla en algo tan estúpido. Quiero ir tras ella, pero una voz femenina y coqueta suena en mis oídos y un escalofrío recorre mi espalda.
—¿Quién es esa, Volken? ¿Por qué no entras y te diviertes conmigo? Te dejaré esnifar en mis tetas —me dice una de las chicas de Bob, tomándome de la mano y acariciándome el cabello.
Me volteo y la miro: es una preciosidad de pie a cabeza. Nariz delgada y respingada, penetrantes ojos verdes y una sonrisa sensual que me la pone dura. Lleva un sujetador que deja nada a la imaginación, y su cabello plateado huele injustamente bien. Tiene tatuada una rosa azul entre las tetas y su mirada enrojecida por la marihuana me vuelve loco. Jamás rechazo propuestas indecentes como esta, menos proviniendo de una chica tan atractiva. Pero por alguna razón me siento inquietantemente molesto, como si la sangre poco a poco empezase a hervirme. ¿Serán las drogas que me están haciendo pasar una mala jugada? No, de ninguna manera: mi cuerpo es a prueba de todo. Volteo la mirada y veo a la pelirroja presionar repetidamente el botón del ascensor. Es ahora o nunca.
—No lo sé, no tengo idea de nada. Sólo sé que quiero ir tras Saki —le respondo, tomándola de los hombros y empujándola suavemente hacia el interior de la suite—. ¡Saki, espera! ¡Espera, por favor!
Corro lo más deprisa que puedo, pero entre el alcohol y la cocaína que hay en mi cuerpo mis piernas se entrecruzan y acabo con el rostro ensartado en el suelo. Me levanto rápido. «No pain, no gain», me digo con mente victoriosa. La pelirroja está entrando al ascensor; debo ser aún más veloz. ¡Técnica Suprema del Amante de las Pelirrojas: El Poder del Amor! Creo que voy a la misma velocidad de siempre, pero según yo voy mucho más rápido. ¡Como una puta bala, joder! Por puro instinto, y como si de ello dependiera mi vida, interrumpo el cierre de las puertas del ascensor. Suelto un alarido de dolor. ¡Putas puertas de mierda! ¡¿Cómo es que pueden apretar tan fuerte?! Da igual, en serio: ahora no importa. Miro a Akane y me ruborizo: se ve muy linda incluso con algo tan casual como esa blusa a modo de pijama. Mi cerebro busca las palabras apropiadas para decir en un momento como este, pero parece hacer cortocircuito porque me quedo en blanco.
—Te amo —le digo—. ¿Qué? ¡No, eso no es lo que quería decir! —me corrijo de inmediato. ¿Pero qué mierda, Volken? Esto no es una puta película de romance y drama, es la vida real y debería comportarme como un hombre responsable—. Lo siento, Saki, en serio lo siento mucho. Todo esto tiene una justificación, pero estoy seguro de que no te interesa escucharla… No debí haberle dicho a Bob que viniera al apartamento cuando sabía que vendrías tú. Pensé que jugaríamos a las cartas y ya está, pero el muy imbécil suele pasarse con las fiestas y… Lo siento, de verdad. Me da igual esa fiesta de mierda, prefiero pasar la noche contigo…, si es que me lo permites. Te pido una sola oportunidad, es todo lo que te pido. Déjame enseñarte el lugar más maravilloso de todo Casino Island.
Maze
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Akuma no mi
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El timbre del ascensor indicó que este había llegado a su destino, y las puertas se abrieron de par en par para confirmarlo y permitir que la pelirroja pudiera adentrarse en él. Volver a la comodidad y tranquilidad que le ofrecería su cuarto después de aquella decepción. Era una decepción, no porque esperara algo del chico en sí. Sino porque, como nómada que había sido casi toda su vida, siempre disfrutaba de hablar con otras personas y conocer más sobre el enorme mundo azul en el que vivían. Así que cuando se le ofrecía la oportunidad esperaba eso, por muy cansada que estuviera.
«Aunque no sé qué esperaba encontrar en un casino de poca monta en una isla como esta, la verdad». No podía negar que en aquel lugar el lujo estuviera por todas partes, y quizás mentar aquel sitio como «de poca monta» estaba un poco feo por su parte. Pero para la felina, cualquier lugar más pequeño, acogedor… Si hasta dormir a la intemperie le parecía más agradable.
Dejó escapar un largo suspiro tras pulsar el botón que correspondía a la planta en la que se encontraba su habitación y se apoyó en la pared opuesta del marcador, quedando con el cuerpo ladeado, mirando el espejo que decoraba la pared del fondo del ascensor. Se veía a ella y, no podía evitar sentirse levemente abochornada por ir así vestida. Descalza, con solo el pijama. Al menos su pelo no estaba muy desastroso y ni ella ni su prenda había cogido ningún olor de la habitación del chico. También se fijó en el pasillo. Donde había dejado a Volken, ahora este se estaba dejando sobar por una de esas mujerzuelas. Normalmente le sería indiferente y su única molestia sería la propia forma en que esa mujer se denigraba a sí misma. Si el moreno esperaba conseguir eso de ella, estaba muy equivocado. Frunció aún más el ceño tras escuchar como aclamaba que solo quería estar con ella. Y no pudo evitar que sus nervios terminasen de crisparse al ver como corría hacía ella, tropezándose en el proceso. Mura pensó que simplemente no llegaría a tiempo, así que lo dejó estar… Hasta que en el último segundo un brazo se introdujo entre ambas puertas del ascensor.
«Tiene que ser una puta broma», se dijo a sí misma mientras las puertas se volvían a abrir. El hombre se encontraba con el cuerpo medio encogido debido al dolor, por lo que podía ver. Pero parecía estar dando de lado el dolor, seguramente, gracias a las drogas.
«No tiene pinta de broma, no». Dijo Kougar en su cabeza, quien se había quedado callado hasta el momento, pero que, en cuanto el chico recobró el aliento comenzó a reírse a carcajada limpiar por su ocurrencia. «Hay que ver niña, les tienes loquitos. Eso te pasa por ser tan buena bailarina». Se mofó. Mientras tanto, Mura había perdido el ultimo atisbo de paciencia que le quedaba. Tras esa confesión, ni siquiera esperaría a que terminara de explicarse.
Perdiendo la postura relajada con la que se había acomodado, se puso a un lado del chico y, con un movimiento sutil pero firme, golpeó la nuca ajena. Estando tan drogado como iba lo raro sería que no callera inconsciente al momento mientras buscaba las palabras con las que excusarse. Tras lograr lo que pretendía, bueno. Tenía varias alternativas sobre cómo proceder. Dejarle en su piso y que sus amiguitas se ocupasen de él, abandonarle dentro del ascensor o incluso ser tan cruel como para pulsar todos los botones de este también era una opción…
—Pero no soy tan infantil —se recordó a sí misma en voz alta mientras sus violáceos orbes se centraban en el contrario. Suspiró—. Supongo que puedo dejarle durmiendo en mi habitación hasta mañana. Total. Si le dejo aquí o ahí lo más probable es que le pase algo malo.
—¿Te da pena? —. Kougar se materializó frente a sus ojos. Un felino de color naranja y sin corporeidad. Ignorando la mirada acusatoria de Mura, hizo como si olfateara al hombre, aunque no tuviera olfato alguno.
—Es un idiota, claro que me da pena.
Así, casi como si cargase un muerto y tuviera que ocultar el crimen, la pelirroja arrastró el cuerpo inerte del chico para que terminara de entrar en el ascensor y lo dejó apoyado en la esquina opuesta a la suya, medio sentado. En verdad, no le costaría mucho arrastrarle hasta su cuarto o cogerlo en brazos cual princesita. Pero lo más seguro era que simplemente se lo llevaría echado al hombro como si de un saco se tratara. Una vez en el cuarto… Bueno se negaba a dejar que llenara la cama con su olor a porro, a marihuana y a alcohol. No exageraba si decía que se había pasado todo el trayecto en ascensor con el ceño fruncido, la nariz arrugada y tapándose la cara de asco que llevaba –por el olor– con el cuello de su camisón. Así que su primera parada sería el baño, para darle una pequeña ducha con agua caliente. Después, supuso que le tocaría secarle de alguna forma. Y la camiseta estaría mojada, por lo que le tocaría quitársela. «Bueno, es solo para que no huela mal». Aseguró mientras se encogía de hombros.
Ahora solo quedaba quitar las cosas de encima de su cama: Un maletín con fichas de póker y varios fajos de dinero. Dejando al contrario aún tirado en el suelo del baño –si no se había despertado tras eso, e incluso si lo hubiera hecho– guardaría el dinero en su mochila. La ropa del suelo en una bolsa para llevarla a lavar mañana por la mañana y el maletín al lado de sus cosas, todo a un lado de la cama, en el suelo y tiraría al contrario en la cama.
—¿Vas a dormir con él? Yendo como iba a lo mejor se hace una idea equivocada.
—No te preocupes, no pretendo dormir así con él —aseguró la pelinaranja, antes de desnudarse y dejar la ropa a un lado. La cama era de tamaña matrimonial, por lo que cabían de sobra, pero por riesgo a un contacto no deseado por su parte, lo mejor sería transformarse para dormir. Acomodándose en la cama, su cuerpo menudo y sinuoso de piel pálida y suave; dio paso a un pelaje de tono naranja oscuro y a una apariencia felina. Una bestia yacía donde hasta hacía unos instantes había una mujer.
—Sabes que ni con esas vas a dormir cómoda.
«Cállate y déjame dormir, ¿quieres? Hasta yo puedo dormir en esta situación estando tan cansada».
«Aunque no sé qué esperaba encontrar en un casino de poca monta en una isla como esta, la verdad». No podía negar que en aquel lugar el lujo estuviera por todas partes, y quizás mentar aquel sitio como «de poca monta» estaba un poco feo por su parte. Pero para la felina, cualquier lugar más pequeño, acogedor… Si hasta dormir a la intemperie le parecía más agradable.
Dejó escapar un largo suspiro tras pulsar el botón que correspondía a la planta en la que se encontraba su habitación y se apoyó en la pared opuesta del marcador, quedando con el cuerpo ladeado, mirando el espejo que decoraba la pared del fondo del ascensor. Se veía a ella y, no podía evitar sentirse levemente abochornada por ir así vestida. Descalza, con solo el pijama. Al menos su pelo no estaba muy desastroso y ni ella ni su prenda había cogido ningún olor de la habitación del chico. También se fijó en el pasillo. Donde había dejado a Volken, ahora este se estaba dejando sobar por una de esas mujerzuelas. Normalmente le sería indiferente y su única molestia sería la propia forma en que esa mujer se denigraba a sí misma. Si el moreno esperaba conseguir eso de ella, estaba muy equivocado. Frunció aún más el ceño tras escuchar como aclamaba que solo quería estar con ella. Y no pudo evitar que sus nervios terminasen de crisparse al ver como corría hacía ella, tropezándose en el proceso. Mura pensó que simplemente no llegaría a tiempo, así que lo dejó estar… Hasta que en el último segundo un brazo se introdujo entre ambas puertas del ascensor.
«Tiene que ser una puta broma», se dijo a sí misma mientras las puertas se volvían a abrir. El hombre se encontraba con el cuerpo medio encogido debido al dolor, por lo que podía ver. Pero parecía estar dando de lado el dolor, seguramente, gracias a las drogas.
«No tiene pinta de broma, no». Dijo Kougar en su cabeza, quien se había quedado callado hasta el momento, pero que, en cuanto el chico recobró el aliento comenzó a reírse a carcajada limpiar por su ocurrencia. «Hay que ver niña, les tienes loquitos. Eso te pasa por ser tan buena bailarina». Se mofó. Mientras tanto, Mura había perdido el ultimo atisbo de paciencia que le quedaba. Tras esa confesión, ni siquiera esperaría a que terminara de explicarse.
Perdiendo la postura relajada con la que se había acomodado, se puso a un lado del chico y, con un movimiento sutil pero firme, golpeó la nuca ajena. Estando tan drogado como iba lo raro sería que no callera inconsciente al momento mientras buscaba las palabras con las que excusarse. Tras lograr lo que pretendía, bueno. Tenía varias alternativas sobre cómo proceder. Dejarle en su piso y que sus amiguitas se ocupasen de él, abandonarle dentro del ascensor o incluso ser tan cruel como para pulsar todos los botones de este también era una opción…
—Pero no soy tan infantil —se recordó a sí misma en voz alta mientras sus violáceos orbes se centraban en el contrario. Suspiró—. Supongo que puedo dejarle durmiendo en mi habitación hasta mañana. Total. Si le dejo aquí o ahí lo más probable es que le pase algo malo.
—¿Te da pena? —. Kougar se materializó frente a sus ojos. Un felino de color naranja y sin corporeidad. Ignorando la mirada acusatoria de Mura, hizo como si olfateara al hombre, aunque no tuviera olfato alguno.
—Es un idiota, claro que me da pena.
Así, casi como si cargase un muerto y tuviera que ocultar el crimen, la pelirroja arrastró el cuerpo inerte del chico para que terminara de entrar en el ascensor y lo dejó apoyado en la esquina opuesta a la suya, medio sentado. En verdad, no le costaría mucho arrastrarle hasta su cuarto o cogerlo en brazos cual princesita. Pero lo más seguro era que simplemente se lo llevaría echado al hombro como si de un saco se tratara. Una vez en el cuarto… Bueno se negaba a dejar que llenara la cama con su olor a porro, a marihuana y a alcohol. No exageraba si decía que se había pasado todo el trayecto en ascensor con el ceño fruncido, la nariz arrugada y tapándose la cara de asco que llevaba –por el olor– con el cuello de su camisón. Así que su primera parada sería el baño, para darle una pequeña ducha con agua caliente. Después, supuso que le tocaría secarle de alguna forma. Y la camiseta estaría mojada, por lo que le tocaría quitársela. «Bueno, es solo para que no huela mal». Aseguró mientras se encogía de hombros.
Ahora solo quedaba quitar las cosas de encima de su cama: Un maletín con fichas de póker y varios fajos de dinero. Dejando al contrario aún tirado en el suelo del baño –si no se había despertado tras eso, e incluso si lo hubiera hecho– guardaría el dinero en su mochila. La ropa del suelo en una bolsa para llevarla a lavar mañana por la mañana y el maletín al lado de sus cosas, todo a un lado de la cama, en el suelo y tiraría al contrario en la cama.
—¿Vas a dormir con él? Yendo como iba a lo mejor se hace una idea equivocada.
—No te preocupes, no pretendo dormir así con él —aseguró la pelinaranja, antes de desnudarse y dejar la ropa a un lado. La cama era de tamaña matrimonial, por lo que cabían de sobra, pero por riesgo a un contacto no deseado por su parte, lo mejor sería transformarse para dormir. Acomodándose en la cama, su cuerpo menudo y sinuoso de piel pálida y suave; dio paso a un pelaje de tono naranja oscuro y a una apariencia felina. Una bestia yacía donde hasta hacía unos instantes había una mujer.
—Sabes que ni con esas vas a dormir cómoda.
«Cállate y déjame dormir, ¿quieres? Hasta yo puedo dormir en esta situación estando tan cansada».
Volken von Goldschläger
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Esta vez sí que me he pasado con las putas drogas, y para que alguien como yo diga algo así significa que es muy preocupante. Tomo nota mental: «No volver a hacerle caso al hijo de puta de Bob». ¿Un porro con cocaína? Este imbécil no tiene respeto por la vida, y ese enano de mierda tampoco. ¿Cómo se le ocurre salir al pasillo encendido en llamas, oliendo a culo de jirafa y gritando como si se estuviera quemando vivo? Joder, definitivamente no me agradan los putos enanos. Como vuelva a verle seguro que lo tiro por el balcón a ver si de verdad son criaturas mágicas que vuelan. Y si no, bueno, un enano más, un enano menos, tampoco es que al mundo le importase demasiado.
La cabeza me duele un montón, es como si hubiera tomado toda una semana y recién estuviera despertando, volviendo al mundo de los vivos. Y yo me preguntó qué he hecho para meterme a la tina con ropa, joder. ¿Acaso el maldito rasta este le habrá puesto otra droga al vaso de whisky? Todavía me siento mareado y cuando intento levantarme, caigo. Mi cuerpo se siente pesado y muy débil. Lo bueno es que el agua caliente me invita a permanecer ahí, aunque la sensación de andar con ropa mojada tampoco es muy agradable. Mientras lucho por permanecer despierto huelo una fragancia extrañamente familiar. ¿Ese no es el perfume de Saki…? Justo cuando alguien se asoma por la puerta del baño pierdo la consciencia, desvaneciéndome en un mundo oscuro e infinito.
Abro los ojos lentamente y me percato de que todo a mi alrededor está oscuro. Miro hacia todos lados. El reloj que está sobre el velador marca las tres y media de la madrugada. Quito las mantas que me arropan y me doy cuenta de que estoy prácticamente desnudo. No tengo idea dónde ha quedado la camisa, pero ahora pueden verse las cicatrices de un pasado que nunca me ha gustado. La marca del primer balazo que recibí en el hombro izquierdo, la puñalada en el oblicuo derecho, e incluso los latigazos en la espalda. Tampoco llevo pantalones. Y menos mal me cuido las piernas porque si no las tendría llenas de pelo. Sea lo que sea que haya pasado al menos he tenido la decencia de ponerle un calcetín a Misifú para no ir muy modo exhibicionista. Sé que estoy en una habitación y todo, pero uno nunca sabe qué pasará.
Enciendo las luces y retrocedo torpemente, golpeándome con la muralla en el proceso, al ver un puto gato gigante en la cama. ¡¿Qué mierda?! ¡Que alguien me diga por qué estaba durmiendo con un maldito gato! No puedo negar lo lindo que es, cierto, pero puede ser peligroso. Y siempre me he opuesto rotundamente a la zoofilia. Todo esto está siendo demasiado extraño, mucho. No recuerdo casi nada de lo sucedido después de… ¡Cierto, Saki! ¿Qué ha sido de la pelirroja de mi vida y corazón? Espero que no me odie, aunque tampoco me quitaría el sueño si es que llega a hacerlo.
—Venga, Volken, primero lo primero.
El calcetín ha sido una buena estrategia, lo sé, pero ya va siendo hora de quitárselo. Completamente desnudo, como dios me trajo al mundo, me acerco sigilosamente al gato. Conste que para mí cualquier cosa con forma de gato es un gato. Quiero acariciar su pelaje, pero igual me asusta perder el brazo en el proceso. Igual lo intento. Con una sonrisa inocente en el rostro primero busco acariciar su cabeza para pasar a rascarle suavemente detrás de las orejas. Oh, esto es lo que se le hace a un perro. Y se me ha dicho que nunca le toque el pecho a un gato, pero como está dormido… Mi mano se acerca lentamente a la zona prohibida. Dudo que sea un animal agresivo, de lo contrario, me habría atacado cuando estaba durmiendo, ¿verdad?
—No entiendo nada de lo que está pasando, pero al menos estoy vivo.
La cabeza me duele un montón, es como si hubiera tomado toda una semana y recién estuviera despertando, volviendo al mundo de los vivos. Y yo me preguntó qué he hecho para meterme a la tina con ropa, joder. ¿Acaso el maldito rasta este le habrá puesto otra droga al vaso de whisky? Todavía me siento mareado y cuando intento levantarme, caigo. Mi cuerpo se siente pesado y muy débil. Lo bueno es que el agua caliente me invita a permanecer ahí, aunque la sensación de andar con ropa mojada tampoco es muy agradable. Mientras lucho por permanecer despierto huelo una fragancia extrañamente familiar. ¿Ese no es el perfume de Saki…? Justo cuando alguien se asoma por la puerta del baño pierdo la consciencia, desvaneciéndome en un mundo oscuro e infinito.
Abro los ojos lentamente y me percato de que todo a mi alrededor está oscuro. Miro hacia todos lados. El reloj que está sobre el velador marca las tres y media de la madrugada. Quito las mantas que me arropan y me doy cuenta de que estoy prácticamente desnudo. No tengo idea dónde ha quedado la camisa, pero ahora pueden verse las cicatrices de un pasado que nunca me ha gustado. La marca del primer balazo que recibí en el hombro izquierdo, la puñalada en el oblicuo derecho, e incluso los latigazos en la espalda. Tampoco llevo pantalones. Y menos mal me cuido las piernas porque si no las tendría llenas de pelo. Sea lo que sea que haya pasado al menos he tenido la decencia de ponerle un calcetín a Misifú para no ir muy modo exhibicionista. Sé que estoy en una habitación y todo, pero uno nunca sabe qué pasará.
Enciendo las luces y retrocedo torpemente, golpeándome con la muralla en el proceso, al ver un puto gato gigante en la cama. ¡¿Qué mierda?! ¡Que alguien me diga por qué estaba durmiendo con un maldito gato! No puedo negar lo lindo que es, cierto, pero puede ser peligroso. Y siempre me he opuesto rotundamente a la zoofilia. Todo esto está siendo demasiado extraño, mucho. No recuerdo casi nada de lo sucedido después de… ¡Cierto, Saki! ¿Qué ha sido de la pelirroja de mi vida y corazón? Espero que no me odie, aunque tampoco me quitaría el sueño si es que llega a hacerlo.
—Venga, Volken, primero lo primero.
El calcetín ha sido una buena estrategia, lo sé, pero ya va siendo hora de quitárselo. Completamente desnudo, como dios me trajo al mundo, me acerco sigilosamente al gato. Conste que para mí cualquier cosa con forma de gato es un gato. Quiero acariciar su pelaje, pero igual me asusta perder el brazo en el proceso. Igual lo intento. Con una sonrisa inocente en el rostro primero busco acariciar su cabeza para pasar a rascarle suavemente detrás de las orejas. Oh, esto es lo que se le hace a un perro. Y se me ha dicho que nunca le toque el pecho a un gato, pero como está dormido… Mi mano se acerca lentamente a la zona prohibida. Dudo que sea un animal agresivo, de lo contrario, me habría atacado cuando estaba durmiendo, ¿verdad?
—No entiendo nada de lo que está pasando, pero al menos estoy vivo.
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