Volken von Goldschläger
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La vida es buena, sí que lo es. Sobre todo cuando tienes el dinero para hacer lo que te de la puta gana, y es que ese es mi objetivo. El dinero es libertad. Una lástima que esté prácticamente en la bancarrota porque he gastado más del que he generado este último tiempo. La suite del hotel es carísima y siempre voy a por los cigarrillos más caros. Estoy pensando en comenzar negocios que no involucren negativamente al Gobierno Mundial. Lo último que quiero es al país más poderoso del mundo tras mi cabeza. Por algo estoy cazando criminales para la Marina, haciendo el trabajo que los putos e inútiles marines no pueden hacer. Son todos unos imbéciles con tanta burocracia. Justicia mis pelotas, si esos son hasta más corruptos que la Orden.
Como soy un genio puedo considerar mil opciones al mismo tiempo, pero como soy un pajero de mierda ese número se reduce a dos: vender drogas o jugar póker. El problema es que los casinos ya comienzan a ficharme; no es normal que este atractivo jovencito salga de cada uno con cincuenta millones de berries. ¿Es mi culpa que la gente no piense bien las reglas de los juegos que se inventa? Claro que no, de hecho, yo no tengo responsabilidad alguna en esta mierda de mundo. Sigo las reglas que me convienen y las interpreto a mi gusto, así de simple. Bueno, las ideas nunca han logrado nada por sí solas, sino que son las acciones de los hombres las que se traducen en una cosa fundamental: dinero.
Uso el ascensor y atravieso el corredor hasta llegar a la sala de juegos de uno de los casinos más grandes de toda la isla. La gente está vuelta loca, como siempre. Son unos putos ludópatas fáciles de manipular. ¿Por qué se esfuerzan en que todo sea tan fácil…? Camino hasta la barra y pido una cerveza; tengo ganas de bailar y pasarlo bien. Mi cuerpo pide perreo’ intenso con una chica guapísima —y ojalá sin sorpresa—, pero lo primero es conseguir unas cuantas monedas para asegurarme los próximos seis meses.
—¿Cómo han andado las cosas, Rick? —le pregunto al tabernero. Es un hombre musculoso y de piel morena, cabello platinado y ojos verdes. Bastante apuesto, la verdad. Y un cocainómano como ningún otro.
—Como siempre, hermano, nada nuevo. Chicas guapas, viejos millonarios. Y todos dejan malas propinas, son unas mierdas.
—Ya ves, es lo que tiene la gente rica. ¿A quién debería atacar hoy?
Mi pana se queda pensando unos segundos y luego me hace un gesto con la cabeza.
—John Altair, un empresario multimillonario que se dedica a la farmacéutica. Cree que la suerte siempre está de su lado, pero la verdad es que es muy listo. ¿Quieres un desafío? Ahí lo tienes, seguro que podrás sacarle unos buenos millones. ¿Me invitarás unos saques como la última vez, hermano?
—Dependiendo de lo que gane. Bueno, es hora de ir a jugar y estrujar los bolsillos de estos putos.
Como soy un genio puedo considerar mil opciones al mismo tiempo, pero como soy un pajero de mierda ese número se reduce a dos: vender drogas o jugar póker. El problema es que los casinos ya comienzan a ficharme; no es normal que este atractivo jovencito salga de cada uno con cincuenta millones de berries. ¿Es mi culpa que la gente no piense bien las reglas de los juegos que se inventa? Claro que no, de hecho, yo no tengo responsabilidad alguna en esta mierda de mundo. Sigo las reglas que me convienen y las interpreto a mi gusto, así de simple. Bueno, las ideas nunca han logrado nada por sí solas, sino que son las acciones de los hombres las que se traducen en una cosa fundamental: dinero.
Uso el ascensor y atravieso el corredor hasta llegar a la sala de juegos de uno de los casinos más grandes de toda la isla. La gente está vuelta loca, como siempre. Son unos putos ludópatas fáciles de manipular. ¿Por qué se esfuerzan en que todo sea tan fácil…? Camino hasta la barra y pido una cerveza; tengo ganas de bailar y pasarlo bien. Mi cuerpo pide perreo’ intenso con una chica guapísima —y ojalá sin sorpresa—, pero lo primero es conseguir unas cuantas monedas para asegurarme los próximos seis meses.
—¿Cómo han andado las cosas, Rick? —le pregunto al tabernero. Es un hombre musculoso y de piel morena, cabello platinado y ojos verdes. Bastante apuesto, la verdad. Y un cocainómano como ningún otro.
—Como siempre, hermano, nada nuevo. Chicas guapas, viejos millonarios. Y todos dejan malas propinas, son unas mierdas.
—Ya ves, es lo que tiene la gente rica. ¿A quién debería atacar hoy?
Mi pana se queda pensando unos segundos y luego me hace un gesto con la cabeza.
—John Altair, un empresario multimillonario que se dedica a la farmacéutica. Cree que la suerte siempre está de su lado, pero la verdad es que es muy listo. ¿Quieres un desafío? Ahí lo tienes, seguro que podrás sacarle unos buenos millones. ¿Me invitarás unos saques como la última vez, hermano?
—Dependiendo de lo que gane. Bueno, es hora de ir a jugar y estrujar los bolsillos de estos putos.
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Aquella retorcida mujer, aquella que era sin duda peor que todas y cada una de las bestias que la acompañaban. Esa que había engañado, destrozado y dejado en cama a su pobre prometido, hasta quedarse con todas y cada una de sus cosas.
Yasei, la dama salvaje que ahora era la dueña del negocio de joyería que dominaba gran parte del Paraíso. Era bien recibida en los casinos, la gente se sentía a gusto con ella cerca, con su sonrisa traviesa, sus ojos verdes y sus andares de fiera. Era como si dominara todo a su paso, pero a la vez era como si quisiera tenerlo simple y llanamente para destrozarlo.
Esta vez había acudido por negocios, nada de placer.
Había tenido la idea de un negocio y había hablado con el dueño de varios casinos que se habían vuelto receptivos a su idea. Una casa de empeños dentro del casino, con uno de sus expertos en joyería para que la gente desesperada siguiera gastando, para que volvieran con más dinero.
Para que nunca recuperaran lo que les pertenecieran. Ella les dejaba dinero a cambio de quedarse con la pieza de joyería, bajo sus ojos solo tenía que tasarla algo más barata, y en caso de que no le devuelvan una cantidad ligeramente mayor, solo tiene que venderlo para sacar dinero.
Un win-win para ella que iba a traerle tanto o más dinero que su negocio para joyería. El negocio estaba ahí, ahora solo tenía que crear la necesidad, dejar que la gente fuera total y plenamente consciente de lo mucho que necesitaba aquello.
Y por eso se paseó por los casinos, ganó en ellos, perdió en ellos, prestó dinero, y les demostró que su negocio funcionaba. No había nada más lucrativo que un hombre deseando tener dinero para impresionar a una dama, ni nada más oportuno que la mano que tenía para dejárselo.
Aquel era de los últimos casinos, pero el más grande. Tenía que localizar a su presa, jugar rápido, de forma maestra y con esa sonrisa coqueta en sus labios.
Entró a paso calmado, y aunque escuchó a la gente cuchichear hizo oídos sordos, como siempre que pasaba. Con su falda negra vaporosa, con detalles naranjas, la pieza de tela que se ajusta a su pecho, el velo casi traslúcido negro y dorado, aquellas joyas y esos ojos de traviesa gata.
Algo realmente peligroso acababa de llegar a aquel lugar.
-Oh… ¿Os importa que juegue caballeros? –Alza suavemente la mirada, mientras uno de esos cabellos negros se aparta suavemente de su rostro. John Altair, ese era su próximo objetivo, sentándose en la mesa comenzó a hablar con el hombre. Sin embargo el caballero prefirió esperar a que llegara alguien más para jugar, mientras tanto continúo su charla con la dama.
Yasei, se mostró agradable, cercana, elocuente y con ese toque pícaro que siempre hacía que todo hombre se planteara muchas cosas cuando la tenía cerca. De forma distraída agarró al felino que llevaba rato siguiéndola, el exótico caracal de ojos verdes y apenas unos meses, se acurruco en su regazo, mientras ella sonríe.- Creo que ya tenemos a nuestro último jugador.
Yasei, la dama salvaje que ahora era la dueña del negocio de joyería que dominaba gran parte del Paraíso. Era bien recibida en los casinos, la gente se sentía a gusto con ella cerca, con su sonrisa traviesa, sus ojos verdes y sus andares de fiera. Era como si dominara todo a su paso, pero a la vez era como si quisiera tenerlo simple y llanamente para destrozarlo.
Esta vez había acudido por negocios, nada de placer.
Había tenido la idea de un negocio y había hablado con el dueño de varios casinos que se habían vuelto receptivos a su idea. Una casa de empeños dentro del casino, con uno de sus expertos en joyería para que la gente desesperada siguiera gastando, para que volvieran con más dinero.
Para que nunca recuperaran lo que les pertenecieran. Ella les dejaba dinero a cambio de quedarse con la pieza de joyería, bajo sus ojos solo tenía que tasarla algo más barata, y en caso de que no le devuelvan una cantidad ligeramente mayor, solo tiene que venderlo para sacar dinero.
Un win-win para ella que iba a traerle tanto o más dinero que su negocio para joyería. El negocio estaba ahí, ahora solo tenía que crear la necesidad, dejar que la gente fuera total y plenamente consciente de lo mucho que necesitaba aquello.
Y por eso se paseó por los casinos, ganó en ellos, perdió en ellos, prestó dinero, y les demostró que su negocio funcionaba. No había nada más lucrativo que un hombre deseando tener dinero para impresionar a una dama, ni nada más oportuno que la mano que tenía para dejárselo.
Aquel era de los últimos casinos, pero el más grande. Tenía que localizar a su presa, jugar rápido, de forma maestra y con esa sonrisa coqueta en sus labios.
Entró a paso calmado, y aunque escuchó a la gente cuchichear hizo oídos sordos, como siempre que pasaba. Con su falda negra vaporosa, con detalles naranjas, la pieza de tela que se ajusta a su pecho, el velo casi traslúcido negro y dorado, aquellas joyas y esos ojos de traviesa gata.
Algo realmente peligroso acababa de llegar a aquel lugar.
-Oh… ¿Os importa que juegue caballeros? –Alza suavemente la mirada, mientras uno de esos cabellos negros se aparta suavemente de su rostro. John Altair, ese era su próximo objetivo, sentándose en la mesa comenzó a hablar con el hombre. Sin embargo el caballero prefirió esperar a que llegara alguien más para jugar, mientras tanto continúo su charla con la dama.
Yasei, se mostró agradable, cercana, elocuente y con ese toque pícaro que siempre hacía que todo hombre se planteara muchas cosas cuando la tenía cerca. De forma distraída agarró al felino que llevaba rato siguiéndola, el exótico caracal de ojos verdes y apenas unos meses, se acurruco en su regazo, mientras ella sonríe.- Creo que ya tenemos a nuestro último jugador.
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Antes de acercarme a la mesa me veo en uno de los tantos espejos que hay para comprobar que todo esté en orden. Llevo un traje completamente negro a excepción de la camisa, la cual es impolutamente blanca. Me veo bien, como siempre. Un reloj de oro y diamantes se asoma en mi muñeca izquierda. Es temprano todavía para empezar la locura; la noche es joven y hay muchas cosas por hacer como, por ejemplo, vaciarle la cartera a ese viejo estúpido que se cree muy listo. En mis largos veintitrés años he aprendido muchas cosas, y una de ellas es que la gente es idiota. Son fáciles de manipular y las mentiras suelen colar con una sencillez que le quita el interés a todo. Fácilmente podría autodenominarme como el hombre más listo que ha pisado este planeta, pero no lo hago porque soy una persona humilde. En fin, las divagaciones para después que necesito un dineral para seguir con mi vida.
Camino con paso lento y mirada despreocupada, intentando ver por debajo de las faldas de las meseras que van de allá para acá, siempre muy disimuladamente. No es que sea un degenerado, sólo soy de mente curiosa. Continúo mi placentera caminata hasta llegar a mi destino: una mesa compuesta por el crupier —un hombre de mediana edad, ojos rasgados y aspecto débil—, el viejo millonario y una señorita realmente hermosa que en cualquier momento me la pone dura. Pero, ojo, yo no soy machista: sólo me dejo llevar por mis instintos naturales. El honorable y majestuoso señor Altair es un viejo de unos sesenta años, así calculados al ojo, ojos increíblemente azules y un cabello castaño claro perfectamente peinado, como si la gravedad ni el viento existiesen. Lleva una chaqueta burdeos y unos pantalones blancos. Vaya pinta la que tiene el anciano este; yo me ocuparé de que salga de este casino en calzoncillos.
—Buenas noches a los presentes —saludo con mi mano enguantada y hago un ademán para tomar asiento. El crupier asiente con la cabeza y finalmente me siento a la derecha de esa hermosura. Piel perlada y cabello exquisitamente negro, un aroma embriagador y una figura sinuosa que destruiría cualquier matrimonio. Entonces continúo hablando—: Algunos me conocerán; otros no. Soy Volken von Goldschläger, y será un placer jugar con ustedes.
Intento usar mi vocabulario más refinado y elocuente para no espantar al puto este que, según Rick, es un estirado de diccionario. Menos mal he traído mi reloj de oro y diamantes; espero que no descubra que es falso y lo compré por solo cien berries. Así porque puedo, y de una manera muy disimulada, lo primero que hago es intentar mirar por el escote de la chica esta. ¿Estará soltera? Me anoto la pregunta para después, a ver si esta noche consigo coronar como tantas otras anteriores.
—¿Todos saben jugar póker? —pregunta el crupier y en caso de que alguien avise lo contrario, procede a explicar. Es un juego bastante sencillo cuya clave es aún más fácil: contar cartas—. A modo de recordatorio aquí sólo se juega a partir de fichas negras, cuyo valor es de cien mil berries. —Detalladamente cuenta el valor de cada ficha de casino: rosas, 250 mil berries; lilas, 500 mil berries; granate; un millón; azul claro, dos millones; y marrón, cinco millones. Dispongo de unos ínfimos diez millones, vamos a ver qué sale de toda esta mierda.
El crupier reparte las cartas y mantengo una postura serena, imperturbable. Necesito que esta gente entienda que estoy tranquilo y lo tengo todo bajo control.
—Resulta agradable compartir una partida amistosa con gente de tal alto nivel —comento de pronto, mirando a la mujer de cabellos negros. Es… preciosa—, pero aviso desde ya que la derrota como palabra no figura en mi diccionario. ¿O debería preocuparme de usted, señorita…? —le pregunto en un intento de obtener su nombre.
Camino con paso lento y mirada despreocupada, intentando ver por debajo de las faldas de las meseras que van de allá para acá, siempre muy disimuladamente. No es que sea un degenerado, sólo soy de mente curiosa. Continúo mi placentera caminata hasta llegar a mi destino: una mesa compuesta por el crupier —un hombre de mediana edad, ojos rasgados y aspecto débil—, el viejo millonario y una señorita realmente hermosa que en cualquier momento me la pone dura. Pero, ojo, yo no soy machista: sólo me dejo llevar por mis instintos naturales. El honorable y majestuoso señor Altair es un viejo de unos sesenta años, así calculados al ojo, ojos increíblemente azules y un cabello castaño claro perfectamente peinado, como si la gravedad ni el viento existiesen. Lleva una chaqueta burdeos y unos pantalones blancos. Vaya pinta la que tiene el anciano este; yo me ocuparé de que salga de este casino en calzoncillos.
—Buenas noches a los presentes —saludo con mi mano enguantada y hago un ademán para tomar asiento. El crupier asiente con la cabeza y finalmente me siento a la derecha de esa hermosura. Piel perlada y cabello exquisitamente negro, un aroma embriagador y una figura sinuosa que destruiría cualquier matrimonio. Entonces continúo hablando—: Algunos me conocerán; otros no. Soy Volken von Goldschläger, y será un placer jugar con ustedes.
Intento usar mi vocabulario más refinado y elocuente para no espantar al puto este que, según Rick, es un estirado de diccionario. Menos mal he traído mi reloj de oro y diamantes; espero que no descubra que es falso y lo compré por solo cien berries. Así porque puedo, y de una manera muy disimulada, lo primero que hago es intentar mirar por el escote de la chica esta. ¿Estará soltera? Me anoto la pregunta para después, a ver si esta noche consigo coronar como tantas otras anteriores.
—¿Todos saben jugar póker? —pregunta el crupier y en caso de que alguien avise lo contrario, procede a explicar. Es un juego bastante sencillo cuya clave es aún más fácil: contar cartas—. A modo de recordatorio aquí sólo se juega a partir de fichas negras, cuyo valor es de cien mil berries. —Detalladamente cuenta el valor de cada ficha de casino: rosas, 250 mil berries; lilas, 500 mil berries; granate; un millón; azul claro, dos millones; y marrón, cinco millones. Dispongo de unos ínfimos diez millones, vamos a ver qué sale de toda esta mierda.
El crupier reparte las cartas y mantengo una postura serena, imperturbable. Necesito que esta gente entienda que estoy tranquilo y lo tengo todo bajo control.
—Resulta agradable compartir una partida amistosa con gente de tal alto nivel —comento de pronto, mirando a la mujer de cabellos negros. Es… preciosa—, pero aviso desde ya que la derrota como palabra no figura en mi diccionario. ¿O debería preocuparme de usted, señorita…? —le pregunto en un intento de obtener su nombre.
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Es un simple gesto, un simple movimiento que casi hace que todo vaya incluso más lento de lo que debería. Una suave inclinación hacia el frente, un codo encima de la mesa, una mano que agarra un suave y fino mentón. La línea en ese de su espalda suavemente arqueada, de sus caderas sinuosas y esos ojos de gata. Aquella mujer podría devorar a cualquiera de los presentes con su sola presencia, y nuestra niña era total y plenamente consciente de ello.
Una sonrisa traviesa escondida en un suave velo, una suave inclinación de rostro que parece el inició de cientos de problemas. Solo tiene que inclinar suavemente la cabeza para saludar, dejar que aquel hombre se presente y siente a su lado.
No hace falta ser un genio para notar la clase de gente que es, el hecho de que mire su escote insistentemente, de que sus ojos busquen quemarla tanto como lo hace ella. Un reloj tan falso que a nuestra felina joyera, casi parece picarle los ojos. Señor, qué divertido iba a ser todo aquello.
Se hace la distraída en la explicación, como si fuera una estúpida que no entiende realmente nada de aquello. Con un gesto casi despreocupado como las mujeres volátiles y sin cerebro que solo juegan para ver al hombre que cazan.
Eso piensa la gente, hasta que calmadamente pone todo el dinero que tiene que poner en la mesa, y la risa desaparece de los ojos de más de un hombre. Cien millones, los mismos con los que ha empezado hace varios casinos atrás, los mismos que ha pedido prestados a alguien de dudosa procedencia.
Los mismos que iba a devolver después, o incluso ganar alguno más.
Deja subir al pequeño gato por sus hombros y este no duda en bufar al caballero de ojos demasiados vivos.- Oh Rouge cariño, no seas maleducado con el caballero…- Rascando al animal, suspira- Bueno, hace mucho que no vengo a estos lugares… Seguro pierdo algo de dinero, pero he venido a jugar después de todo.- El felino vuelve a su regazo, y ella se inclina suavemente contra él, como si lo contara un prohibido y sensual secreto. Tiene esa voz de gata, ese sensual y cas pérfido ronroneo.- Me llaman Yasei.
Salvaje, depredadora, un animal, una bestia que en ningún momento dudaría de hacer todo lo posible para conseguir lo que quería. La dueña de la marca de joyerías más exclusiva de todo Paraíso. Algunos saben quién es, su nombre resuena en sus oídos, genera desconfianza, terror.
Pero nuestro caballero no tiene razón para saberlo.- Por favor, sea amable conmigo.- Y solo debe guiñarle un ojo, acomodarse en su asiento, apartarse un mechón de cabello negro detrás de la oreja.
El juego ha comenzado antes de lo que él piensa, y ella solo tiene que asegurarse de que aquel hombre mayor pierda, el resto es puramente secundario.
Una sonrisa traviesa escondida en un suave velo, una suave inclinación de rostro que parece el inició de cientos de problemas. Solo tiene que inclinar suavemente la cabeza para saludar, dejar que aquel hombre se presente y siente a su lado.
No hace falta ser un genio para notar la clase de gente que es, el hecho de que mire su escote insistentemente, de que sus ojos busquen quemarla tanto como lo hace ella. Un reloj tan falso que a nuestra felina joyera, casi parece picarle los ojos. Señor, qué divertido iba a ser todo aquello.
Se hace la distraída en la explicación, como si fuera una estúpida que no entiende realmente nada de aquello. Con un gesto casi despreocupado como las mujeres volátiles y sin cerebro que solo juegan para ver al hombre que cazan.
Eso piensa la gente, hasta que calmadamente pone todo el dinero que tiene que poner en la mesa, y la risa desaparece de los ojos de más de un hombre. Cien millones, los mismos con los que ha empezado hace varios casinos atrás, los mismos que ha pedido prestados a alguien de dudosa procedencia.
Los mismos que iba a devolver después, o incluso ganar alguno más.
Deja subir al pequeño gato por sus hombros y este no duda en bufar al caballero de ojos demasiados vivos.- Oh Rouge cariño, no seas maleducado con el caballero…- Rascando al animal, suspira- Bueno, hace mucho que no vengo a estos lugares… Seguro pierdo algo de dinero, pero he venido a jugar después de todo.- El felino vuelve a su regazo, y ella se inclina suavemente contra él, como si lo contara un prohibido y sensual secreto. Tiene esa voz de gata, ese sensual y cas pérfido ronroneo.- Me llaman Yasei.
Salvaje, depredadora, un animal, una bestia que en ningún momento dudaría de hacer todo lo posible para conseguir lo que quería. La dueña de la marca de joyerías más exclusiva de todo Paraíso. Algunos saben quién es, su nombre resuena en sus oídos, genera desconfianza, terror.
Pero nuestro caballero no tiene razón para saberlo.- Por favor, sea amable conmigo.- Y solo debe guiñarle un ojo, acomodarse en su asiento, apartarse un mechón de cabello negro detrás de la oreja.
El juego ha comenzado antes de lo que él piensa, y ella solo tiene que asegurarse de que aquel hombre mayor pierda, el resto es puramente secundario.
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Es… extraño. La gente normalmente no es amable conmigo ni siquiera cuando empleo mi lenguaje sofisticado. El viejo Kenny siempre me advirtió de que debo ser paranoico y pensar lo peor de la gente, pero ¿cómo hacerlo cuando “esta gente” es en realidad una preciosidad de pie a cabeza? Me da igual si tiene algo planeado para mí, o si su intención es estafarme; hasta dudo que pueda ser capaz de hacerlo: soy la persona más lista de este casino, y probablemente del mundo entero. Además, cuando se trata de dinero da igual lo hermosa que sea una mujer: lo único que me importa es llenar mis bolsillos. Así algún día dejaré de andar con un reloj falso y podré comprarme uno verdadero, aunque tampoco me va eso de ser ostentoso. Siempre me he considerado una persona humilde y recatada.
El juego comienza una vez el crupier reparte las cartas de una en una, y al terminar hago rápidamente un conteo de las que quedan en el mazo. Con la mano que me ha tocado lo mejor es partir despacio y preparar el terreno, tantear a mis oponentes y dirigir la partida a mi conveniencia. Los seres humanos son muy fáciles de manipular. Las mujeres, por ejemplo, lo hacen mediante movimientos sensuales y sonrisas carismáticas; los idiotas solemos caer en esas sucias artimañas. Pero hay quienes optamos por un juego mucho más… interesante, dejamos a un lado la sencillez que tiene el cuerpo y nos enfocamos en la profundidad de la naturaleza humana. Así que, pese a mi horrorosa mano compuesta de pura basura, sonrío.
—Empezaré apostando sólo cien mil berries, vamos poco a poco. Como lo ha pedido la señorita Yasei intentaré ser amable con ella —menciono con un tono fingidamente solemne, orgulloso, rebosante de seguridad y bondad en partes iguales. Es importante mantener una fachada inquebrantable, ¿no?
El imponente hombre me mira con recelo, lo que me hace pensar que no es tan idiota como esperaba. Bueno, es un magnate de la industria farmacéutica y no cualquiera puede hacerse con tanto dinero. Y mantenerlo, eso es muy importante. Puede que hasta llegue a esforzarme un poquito si las cosas empiezan a ponerse feas. Intento analizarle a través de la mirada, leer su lenguaje corporal, estudiar sus facciones: cualquier cosa que me sea de utilidad. Y lo mismo hago disimuladamente con la pelinegra esta. ¿Apostará un gato si se lo pido amablemente? Siempre he querido tener uno y enseñarle a sentarse. Normalmente eso se les enseña a los perros, pero en un gato estaría gracioso.
—Subo a quinientos mil —añade el viejo.
Me da igual perder esta primera ronda, pues mi objetivo es a largo plazo. Esperaré lo que haga falta y mostraré mi estrategia. Resulta extremadamente sencillo contar cartas y ganar en cada ronda, pero la gente del casino ha aprendido a usar las neuronas y es desconfiada. Debo dar un solo golpe, uno lo suficientemente poderoso para noquear a mis contrincantes. Y mientras preparo la jugada en mi mente no veo nada mejor que hacer uso de mi verborrea.
—¿Y a qué se dedica, señorita Yasei? —pregunto, dirigiendo la mirada directamente a sus ojos.
El juego comienza una vez el crupier reparte las cartas de una en una, y al terminar hago rápidamente un conteo de las que quedan en el mazo. Con la mano que me ha tocado lo mejor es partir despacio y preparar el terreno, tantear a mis oponentes y dirigir la partida a mi conveniencia. Los seres humanos son muy fáciles de manipular. Las mujeres, por ejemplo, lo hacen mediante movimientos sensuales y sonrisas carismáticas; los idiotas solemos caer en esas sucias artimañas. Pero hay quienes optamos por un juego mucho más… interesante, dejamos a un lado la sencillez que tiene el cuerpo y nos enfocamos en la profundidad de la naturaleza humana. Así que, pese a mi horrorosa mano compuesta de pura basura, sonrío.
—Empezaré apostando sólo cien mil berries, vamos poco a poco. Como lo ha pedido la señorita Yasei intentaré ser amable con ella —menciono con un tono fingidamente solemne, orgulloso, rebosante de seguridad y bondad en partes iguales. Es importante mantener una fachada inquebrantable, ¿no?
El imponente hombre me mira con recelo, lo que me hace pensar que no es tan idiota como esperaba. Bueno, es un magnate de la industria farmacéutica y no cualquiera puede hacerse con tanto dinero. Y mantenerlo, eso es muy importante. Puede que hasta llegue a esforzarme un poquito si las cosas empiezan a ponerse feas. Intento analizarle a través de la mirada, leer su lenguaje corporal, estudiar sus facciones: cualquier cosa que me sea de utilidad. Y lo mismo hago disimuladamente con la pelinegra esta. ¿Apostará un gato si se lo pido amablemente? Siempre he querido tener uno y enseñarle a sentarse. Normalmente eso se les enseña a los perros, pero en un gato estaría gracioso.
—Subo a quinientos mil —añade el viejo.
Me da igual perder esta primera ronda, pues mi objetivo es a largo plazo. Esperaré lo que haga falta y mostraré mi estrategia. Resulta extremadamente sencillo contar cartas y ganar en cada ronda, pero la gente del casino ha aprendido a usar las neuronas y es desconfiada. Debo dar un solo golpe, uno lo suficientemente poderoso para noquear a mis contrincantes. Y mientras preparo la jugada en mi mente no veo nada mejor que hacer uso de mi verborrea.
—¿Y a qué se dedica, señorita Yasei? —pregunto, dirigiendo la mirada directamente a sus ojos.
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Yasei es de esa clase de mujeres que sabe lo que quiere, cuando lo quiere, y es capaz de realizar las peores brutalidades para conseguirlo. Tiene en mente lo que desea, y es total y plenamente consciente de cómo conseguirlo. Solo tiene que asegurarse de ganarle a aquel hombre, no tiene que ser ella, no tiene que ser el gañán que se sienta a su lado.
Lo único que tiene que asegurarse es de generar una necesidad en aquel hombre, una tan palpable y latente que esté dispuesto a muchas cosas. Como por ejemplo, a empeñar ese maravilloso y caro reloj de bolsillo al que ella hace rato que le ha puesto los ojos encima.
Mira sus cartas en un gesto calmado, notando la pareja de cincos en sus manos, no es demasiado, pero tampoco es nada con lo que pueda hacer demasiado. Ahora viene la parte en la que presta atención, en la que sus orbes esmeraldas se pasean por aquella mesa, y en la que las cosas comienzan.
-Oh se lo agradezco querido, con estas cartas tan malas poco podré hacer… -Y la sinceridad es tan palpable, que haría dudar a cualquiera de la cordura de esa mujer.- Aunque algo me dice que incluso con esta mano mía, algo puedo hacer.- Y así, con su sonrisa felina, la dama comienza con aquello.
Las mentiras no son nada para ella, por eso es capaz de saberlas, por eso la gente no le puede mentir. Igual que ella no puede mentirle a ellos con nada. Sin embargo ya es total y plenamente consciente que el chico a su lado no tiene demasiado, aunque ella se va a arriesgar.- Veamos si cambia mi suerte.- Descarta las tres cartas restantes, en el poker tradicional antes de las apuestas es normal, aunque la gata sabe muy bien cómo cambiar su suerte con aquellas cosas.
Da la vuelta, las mira tranquilamente y simplemente suspira, no dice nada más, no dice nada menos. Simplemente deja que apuesten y tira las fichas al centro de la mesa.- Las veo y subo a setecientos mil.- Luego de aquello, dejó al siguiente jugador hacer las suyas, si Zaina no se equivocaba, los tenía ya a todos controlados.
La mujer ladea el rostro, sonriendo animada ante la pregunta del muchacho.- Oh veo que no eres de por aquí, me siento orgullosa de decir que soy famosa por estos lares.- Y lo nota en la forma que la miran, en la forma en la que algunos hombres apartan la mirada, en una mezcla de deseo y duda.- A las piedras preciosas, al oro… A los negocios caballero, tengo un buen ojo para las cosas brillantes.- Y tuvo unas ganas locas de señalar su reloj falso, pero la mujer tenía cosas mucho mejores que hacer que ponerse a señalar aquello.
- ¿Y usted caballero? –Le mira de reojo, con las cartas en la mesa tranquilamente y rascando al exótico felino. Pronto se destaparan las manos y ella tenía una pequeña sorpresa para ellos.
Lo único que tiene que asegurarse es de generar una necesidad en aquel hombre, una tan palpable y latente que esté dispuesto a muchas cosas. Como por ejemplo, a empeñar ese maravilloso y caro reloj de bolsillo al que ella hace rato que le ha puesto los ojos encima.
Mira sus cartas en un gesto calmado, notando la pareja de cincos en sus manos, no es demasiado, pero tampoco es nada con lo que pueda hacer demasiado. Ahora viene la parte en la que presta atención, en la que sus orbes esmeraldas se pasean por aquella mesa, y en la que las cosas comienzan.
-Oh se lo agradezco querido, con estas cartas tan malas poco podré hacer… -Y la sinceridad es tan palpable, que haría dudar a cualquiera de la cordura de esa mujer.- Aunque algo me dice que incluso con esta mano mía, algo puedo hacer.- Y así, con su sonrisa felina, la dama comienza con aquello.
Las mentiras no son nada para ella, por eso es capaz de saberlas, por eso la gente no le puede mentir. Igual que ella no puede mentirle a ellos con nada. Sin embargo ya es total y plenamente consciente que el chico a su lado no tiene demasiado, aunque ella se va a arriesgar.- Veamos si cambia mi suerte.- Descarta las tres cartas restantes, en el poker tradicional antes de las apuestas es normal, aunque la gata sabe muy bien cómo cambiar su suerte con aquellas cosas.
Da la vuelta, las mira tranquilamente y simplemente suspira, no dice nada más, no dice nada menos. Simplemente deja que apuesten y tira las fichas al centro de la mesa.- Las veo y subo a setecientos mil.- Luego de aquello, dejó al siguiente jugador hacer las suyas, si Zaina no se equivocaba, los tenía ya a todos controlados.
La mujer ladea el rostro, sonriendo animada ante la pregunta del muchacho.- Oh veo que no eres de por aquí, me siento orgullosa de decir que soy famosa por estos lares.- Y lo nota en la forma que la miran, en la forma en la que algunos hombres apartan la mirada, en una mezcla de deseo y duda.- A las piedras preciosas, al oro… A los negocios caballero, tengo un buen ojo para las cosas brillantes.- Y tuvo unas ganas locas de señalar su reloj falso, pero la mujer tenía cosas mucho mejores que hacer que ponerse a señalar aquello.
- ¿Y usted caballero? –Le mira de reojo, con las cartas en la mesa tranquilamente y rascando al exótico felino. Pronto se destaparan las manos y ella tenía una pequeña sorpresa para ellos.
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Me dedico a cazar gente, muchas gracias por preguntar. Es lo que quiero decirle a Yasei, pero no quiero que la gente me mire mal. Nunca es bien visto que una persona le ponga una bala a otra en la cabeza, supongo. Pienso en qué responder cuando… Oh, está sonando una cancioncita en mi cabeza. Mierda, estoy a nada de tener déficit de atención; es una puta basura, pero hasta un genio como yo tiene sus defectos. Cosas como esta son las que me hacen tener una humilde postura frente al mundo. Sólo soy un ser humano tan insignificante como todos los demás, uno que quiere ganar muchísimo dinero a base de viejos millonarios y ancianas estúpidas. Soy un gran protector de la tercera edad porque son fáciles de engañar, estafar y cualquier cosa que empiece con “e”. Salvo eyacular.
—Ayudo al mundo —contesto al final con una sonrisa genuina. Sí, eso es lo que hago al cazar criminales. Yo diría que en realidad no he mentido, aunque es una respuesta un poco… ambigua—. Me alegra jugar con gente honesta como usted, señorita Yasei, es justo lo que nuestra sociedad necesita.
¡Pero cuánta hipocresía en una sola persona! A veces soy honesto y amable, pero lo que el mundo necesita es… Bueno, en realidad nunca me lo he cuestionado. Mientras yo esté bien los demás me importan tanto como el señor de allá que le acaba de dar un infarto. ¿Ser hipócrita es lo mismo que un mentiroso? Tampoco me lo he preguntado, de hecho, siempre he pasado de todas esas mierdas filosóficas que nos dictaminan cómo debemos comportarnos. Oye, que cada uno decida qué hacer con su mierda de vida.
—Venga, subo la apuesta a un millón.
El señor Farmacia posa sus ojos sobre mí y le devuelvo la mirada. Tranquilo, viejo estúpido, en un par de rondas estarás apostando hasta las bragas de tu esposa. Y lo mismo para la señorita Yasei. Parece amable, pero esta noche quiero coronar y nada ni nadie se interpondrá entre mi pene y… Oh, el anciano acaba de subir la apuesta. ¿Tan seguro está de ganar? Van dos millones y es tiempo de rendirse, tiempo de hacerse el tonto una vez más. Ya me estoy acostumbrando mucho a mi papel de idiota; es bastante contagiosa, ¿verdad?
—Ups, parece que he perdido esta ronda —comento con una sonrisa. Es el turno de la niña pelinegra esta.
Su tono de voz, su mirada e incluso el porte que tiene… ¿Por qué algo dentro de mí me advierte de que no confíe en ella? Vamos, sólo hay que mirarla: es la joya más hermosa que debe tener en su propia colección. Sus ojos son auténticas esmeraldas, y su piel perlada… Me pregunto cuán sabe será. No, no, Volken. Mal, estoy dejando la mentalidad machista a un lado y quiero ser un hombre deconstruido. Un aliado de las féminas que han sufrido toda la vida las injusticias por sólo tener vagina. Oh, vamos, ¿en serio alguien puede creer esa estupidez? Creo que mi debate interno nunca acabará…
—¿Qué puedo decir? Hoy es mi día de suerte —comenta el viejo de mierda con una sonrisa de satisfacción en el rostro, revelando un full de ases—. ¿Qué tal su mano, señorita Yasei?
—Ayudo al mundo —contesto al final con una sonrisa genuina. Sí, eso es lo que hago al cazar criminales. Yo diría que en realidad no he mentido, aunque es una respuesta un poco… ambigua—. Me alegra jugar con gente honesta como usted, señorita Yasei, es justo lo que nuestra sociedad necesita.
¡Pero cuánta hipocresía en una sola persona! A veces soy honesto y amable, pero lo que el mundo necesita es… Bueno, en realidad nunca me lo he cuestionado. Mientras yo esté bien los demás me importan tanto como el señor de allá que le acaba de dar un infarto. ¿Ser hipócrita es lo mismo que un mentiroso? Tampoco me lo he preguntado, de hecho, siempre he pasado de todas esas mierdas filosóficas que nos dictaminan cómo debemos comportarnos. Oye, que cada uno decida qué hacer con su mierda de vida.
—Venga, subo la apuesta a un millón.
El señor Farmacia posa sus ojos sobre mí y le devuelvo la mirada. Tranquilo, viejo estúpido, en un par de rondas estarás apostando hasta las bragas de tu esposa. Y lo mismo para la señorita Yasei. Parece amable, pero esta noche quiero coronar y nada ni nadie se interpondrá entre mi pene y… Oh, el anciano acaba de subir la apuesta. ¿Tan seguro está de ganar? Van dos millones y es tiempo de rendirse, tiempo de hacerse el tonto una vez más. Ya me estoy acostumbrando mucho a mi papel de idiota; es bastante contagiosa, ¿verdad?
—Ups, parece que he perdido esta ronda —comento con una sonrisa. Es el turno de la niña pelinegra esta.
Su tono de voz, su mirada e incluso el porte que tiene… ¿Por qué algo dentro de mí me advierte de que no confíe en ella? Vamos, sólo hay que mirarla: es la joya más hermosa que debe tener en su propia colección. Sus ojos son auténticas esmeraldas, y su piel perlada… Me pregunto cuán sabe será. No, no, Volken. Mal, estoy dejando la mentalidad machista a un lado y quiero ser un hombre deconstruido. Un aliado de las féminas que han sufrido toda la vida las injusticias por sólo tener vagina. Oh, vamos, ¿en serio alguien puede creer esa estupidez? Creo que mi debate interno nunca acabará…
—¿Qué puedo decir? Hoy es mi día de suerte —comenta el viejo de mierda con una sonrisa de satisfacción en el rostro, revelando un full de ases—. ¿Qué tal su mano, señorita Yasei?
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-Oh cariño… Este mundo no necesita a dos personas como yo.-Y su voz sonó como una advertencia, como un signo de peligro que no debería pasar desapercibido para nadie, traía de esa clase de problemas del cual la gente no sabía si quería huir… O perderse.
Sus ojos, esmeraldas traviesas, ligeramente rasgadas se están perdiendo divertidas en lo que está sucediendo en la mesa. No tiene que hacerle caso al burlón bufón que está sentado a su lado, o al gran hombre que cree poder sacarle muchas cosas esta noche. Solo tiene un propósito, y en aquella expresión de peligro se podía leer como si fuera un libro abierto.
Pero como toda dama que trae emociones fuertes, no puede evitar pensar que ella es sin duda la más atrayente de aquella que mesa, incluso más que los millones que reinan en ella.
-¿Sabe caballeros? Soy una terrible mentirosa… Y les dije la verdad –Le dio la vuelta al par de cincos, con un suspiro saliendo de aquellos labios de seda, tapados por aquel travieso y coqueto velo. El hombre está por recoger su fortuna, pero en un instante, el aire empieza cambiar, y ella es ahora el peligro.- Pero la dama de la fortuna, siempre me sonríe… -Y entonces le dio la vuelta a otros dos cinco, con ese fingido aire inocente, guiñandole un ojo al anciano que se sonroja suavemente.
-Algo me dice que esta es mi noche… Aunque seguro y como siempre, luego la acabamos liando, ¿verdad Rouge? – El gato se dejó rascar por su ama, antes de que el dinero fuero devuelto a ella, que lo acomodó tranquilamente a su lado. Bueno, volvía a tener una base de la que escaparse en caso de que la negociación fuera por malos derroteros, aunque claro, estando ella en aquella mesa no había forma de que fuera a salir nada mal.
Lo próximo que tenía que hacer, era asegurarse de que el chico a su izquierda, ganara las siguientes partidas, así el hombre empezaría a enfadarse y entraría en ese delicioso bucle de derrotas. Ella necesitaba no solo que perdiera, si no que se desesperara, que sintiera la rabia, la ira y luego la viera a ella como una posibilidad, una salvación.
¿No es acaso la peor de las bestias un dulce gatito en casos de necesidad?
Fuera como fuera, se preparó para la segunda ronda, cruzando las piernas de forma suave, acomodando aquella falda, perdiéndose en sus uñas de gata, en aquellos ojos de esmeralda que rivalizaban con sus joyas. El verdadero momento comenzaba ahora.
Sus ojos, esmeraldas traviesas, ligeramente rasgadas se están perdiendo divertidas en lo que está sucediendo en la mesa. No tiene que hacerle caso al burlón bufón que está sentado a su lado, o al gran hombre que cree poder sacarle muchas cosas esta noche. Solo tiene un propósito, y en aquella expresión de peligro se podía leer como si fuera un libro abierto.
Pero como toda dama que trae emociones fuertes, no puede evitar pensar que ella es sin duda la más atrayente de aquella que mesa, incluso más que los millones que reinan en ella.
-¿Sabe caballeros? Soy una terrible mentirosa… Y les dije la verdad –Le dio la vuelta al par de cincos, con un suspiro saliendo de aquellos labios de seda, tapados por aquel travieso y coqueto velo. El hombre está por recoger su fortuna, pero en un instante, el aire empieza cambiar, y ella es ahora el peligro.- Pero la dama de la fortuna, siempre me sonríe… -Y entonces le dio la vuelta a otros dos cinco, con ese fingido aire inocente, guiñandole un ojo al anciano que se sonroja suavemente.
-Algo me dice que esta es mi noche… Aunque seguro y como siempre, luego la acabamos liando, ¿verdad Rouge? – El gato se dejó rascar por su ama, antes de que el dinero fuero devuelto a ella, que lo acomodó tranquilamente a su lado. Bueno, volvía a tener una base de la que escaparse en caso de que la negociación fuera por malos derroteros, aunque claro, estando ella en aquella mesa no había forma de que fuera a salir nada mal.
Lo próximo que tenía que hacer, era asegurarse de que el chico a su izquierda, ganara las siguientes partidas, así el hombre empezaría a enfadarse y entraría en ese delicioso bucle de derrotas. Ella necesitaba no solo que perdiera, si no que se desesperara, que sintiera la rabia, la ira y luego la viera a ella como una posibilidad, una salvación.
¿No es acaso la peor de las bestias un dulce gatito en casos de necesidad?
Fuera como fuera, se preparó para la segunda ronda, cruzando las piernas de forma suave, acomodando aquella falda, perdiéndose en sus uñas de gata, en aquellos ojos de esmeralda que rivalizaban con sus joyas. El verdadero momento comenzaba ahora.
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La victoria como tal jamás me ha importado lo más mínimo, aunque es cierto que esta camina de la mano con una cuestión clave: supervivencia. Así que no pasa nada cuando noto que he perdido la primera ronda. Incluso pienso que todo forma parte de mi estrategia para ganar consecutivamente las siguientes rondas. Me da igual que el crupier esté haciendo trampa para beneficiar al señor Farmacia, igual acabaré llevándome todo el dinero. Además… ¿Cómo es eso de que este mundo no necesita a dos personas como ella? ¡Si es toda una preciosidad! Por mí que tenga una gemela, o diez. Haría una orgía con todas ellas y… ¡Ya basta, Volken! Nada de ver a la mujer como un objeto sexual.
Me fijo en las palabras que suelta justo antes de mostrar sus cartas, cuestionándome la verdad de estas. ¿En serio es una pésima mentirosa…? No parece serlo, incluso eso es lo que diría un mentiroso. ¿Qué me dirá si le pregunto el color de las bragas que lleva? No, no, no. Definitivamente no: eso es lo que cualquier adolescente degenerado preguntaría. Y yo ya pasé esa fase, creo. Me acuerdo de cuando tenía quince años e intenté ver bajo la falda de Francesca. Fue una aventura muy peligrosa pero valiente. El solo recuerdo me hace doler las pelotas como si un elefante me hubiese saltado diez veces ahí encima. Un escalofrío recorre mi cuerpo. Creo que es mala idea preguntar el color de la ropa interior de una chica, sobre todo si apenas conoces su nombre.
Saco un cigarrillo de la chaqueta y lo enciendo con estilo, como si fuera un verdadero gánster de película. Me falta el sombrero y la AK47, pero todo bien.
—¡Me cago en la diosa fortuna! —gruño y luego suelto un suspiro. Me ha tocado perder una buena cantidad de dinero, pero es lo que hay. Quejarse es de putos, y yo soy todo un hombre sin vellos en el pecho.
El juego continúa desarrollándose y el señor Farmacia gana la segunda ronda, y también la tercera. Es difícil contar cartas cuando el crupier está de parte del rubio racista este. Sin embargo, a partir de la cuarta todo comienza a cambiar. Logro encontrar el patrón que me faltaba para apoderarme consecutivamente de la victoria. Una tras otra, pero para no llamar la atención actúo con cuidado. Disimulo una victoria reñida en la cuarta ronda, ganando algo de dinero.
—Oh, vaya… Parece que no siempre se puede ganar —comenta hipócritamente el viejo estúpido este. Me gustaría tener telepatía para comunicarme mentalmente con Yasei y decirle: ¡Hey, hagamos perder al imbécil este!—. ¿Seguimos, entonces?
—¡Por supuesto! Esto acaba de empezar. Y yo quiero que la señorita Yasei acabe apostando a su minino tan lindo que tiene ahí —respondo con una sonrisa divertida—. Es broma, es broma. No soy de los que les quitan a los demás lo que más quieren —suelto finalmente, dirigiéndole una mirada fulminante al señor Farmacia.
Me fijo en las palabras que suelta justo antes de mostrar sus cartas, cuestionándome la verdad de estas. ¿En serio es una pésima mentirosa…? No parece serlo, incluso eso es lo que diría un mentiroso. ¿Qué me dirá si le pregunto el color de las bragas que lleva? No, no, no. Definitivamente no: eso es lo que cualquier adolescente degenerado preguntaría. Y yo ya pasé esa fase, creo. Me acuerdo de cuando tenía quince años e intenté ver bajo la falda de Francesca. Fue una aventura muy peligrosa pero valiente. El solo recuerdo me hace doler las pelotas como si un elefante me hubiese saltado diez veces ahí encima. Un escalofrío recorre mi cuerpo. Creo que es mala idea preguntar el color de la ropa interior de una chica, sobre todo si apenas conoces su nombre.
Saco un cigarrillo de la chaqueta y lo enciendo con estilo, como si fuera un verdadero gánster de película. Me falta el sombrero y la AK47, pero todo bien.
—¡Me cago en la diosa fortuna! —gruño y luego suelto un suspiro. Me ha tocado perder una buena cantidad de dinero, pero es lo que hay. Quejarse es de putos, y yo soy todo un hombre sin vellos en el pecho.
El juego continúa desarrollándose y el señor Farmacia gana la segunda ronda, y también la tercera. Es difícil contar cartas cuando el crupier está de parte del rubio racista este. Sin embargo, a partir de la cuarta todo comienza a cambiar. Logro encontrar el patrón que me faltaba para apoderarme consecutivamente de la victoria. Una tras otra, pero para no llamar la atención actúo con cuidado. Disimulo una victoria reñida en la cuarta ronda, ganando algo de dinero.
—Oh, vaya… Parece que no siempre se puede ganar —comenta hipócritamente el viejo estúpido este. Me gustaría tener telepatía para comunicarme mentalmente con Yasei y decirle: ¡Hey, hagamos perder al imbécil este!—. ¿Seguimos, entonces?
—¡Por supuesto! Esto acaba de empezar. Y yo quiero que la señorita Yasei acabe apostando a su minino tan lindo que tiene ahí —respondo con una sonrisa divertida—. Es broma, es broma. No soy de los que les quitan a los demás lo que más quieren —suelto finalmente, dirigiéndole una mirada fulminante al señor Farmacia.
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La gente podía ser más lista, más tonta, ser capaz de darse cuenta o no. Pero había personas de aquel lugar que si se daban cuenta de la mujer de ojos esmeralda, y de todas y cada una de las cosas que ocultaba. El dueño del casino hacía rato que andaba dando vueltas por el lugar, y aunque mucha gente podía llegar a no mirarle, ella no quitaba los ojos de él. Tenían un acuerdo e iba a demostrarle igual que a todos que ella no se equivocaba. En cuanto desplumara al caballero pasaría a acabar de formalizar aquel trato, pero ahora mismo seguía en el juego.
Si alguno de los hombres de aquella mesa fuera listo, y dudaba realmente que alguno lo fuera, quizás quitando el hombre a su izquierda, vería y sentiría una de esas cosas que cuando las ves, da miedo. Esas que te hacen plantearte muchas cosas, que te hacen darle vueltas una y otra vez, hasta que cuando las tienes delante, es demasiado tarde como para escapar de ella.
Ha podido perder, ganar o jugar, pero la dama nunca ha bajado de los cien millones iniciales que ha traído. Y eso es tan retorcido, calculado y peligroso como su incapacidad para decir mentiras.
Yasei simplemente sonríe ante su broma, pero entonces se escucha un rugido molesto en la sala, los presentes se encogen ligeramente por el miedo.- Señor, no haga esas bromas, tengo otros felinos que como le escuchen, no se van a divertir tanto como Rouge.- La mujer señala suavemente con el rostro la ventana a su izquierda. Está a un par de metros, pero desde ahí podía verse. Intentando colar el morro, gruñendo cual gato atorado. Un inmenso leopardo de color blanco intentaba que le dejaran ver por aquella ventana a su ama.
-Jade, cariño, eres demasiado grande, siéntate.- Una frase calmada, y el gato desaparece de la ventana. Algo a tener en cuenta, era la altura del edificio en el que estaban, pero claro, no demasiada por un leopardo de más de cuatro metros. –Te vas a ir con ella como no te portes bien.- Rouge maúlla, acurrucándose en su falda, y es entonces que asiente.- Prosigamos, estoy segura de que ahora empieza la emoción…- Y esa sonrisa cargada de travesura, y esos orbes brillantes como esmeraldas no traían nada bueno.
Era el momento de empezar a despellejar vivo a aquel hombre.
Si alguno de los hombres de aquella mesa fuera listo, y dudaba realmente que alguno lo fuera, quizás quitando el hombre a su izquierda, vería y sentiría una de esas cosas que cuando las ves, da miedo. Esas que te hacen plantearte muchas cosas, que te hacen darle vueltas una y otra vez, hasta que cuando las tienes delante, es demasiado tarde como para escapar de ella.
Ha podido perder, ganar o jugar, pero la dama nunca ha bajado de los cien millones iniciales que ha traído. Y eso es tan retorcido, calculado y peligroso como su incapacidad para decir mentiras.
Yasei simplemente sonríe ante su broma, pero entonces se escucha un rugido molesto en la sala, los presentes se encogen ligeramente por el miedo.- Señor, no haga esas bromas, tengo otros felinos que como le escuchen, no se van a divertir tanto como Rouge.- La mujer señala suavemente con el rostro la ventana a su izquierda. Está a un par de metros, pero desde ahí podía verse. Intentando colar el morro, gruñendo cual gato atorado. Un inmenso leopardo de color blanco intentaba que le dejaran ver por aquella ventana a su ama.
-Jade, cariño, eres demasiado grande, siéntate.- Una frase calmada, y el gato desaparece de la ventana. Algo a tener en cuenta, era la altura del edificio en el que estaban, pero claro, no demasiada por un leopardo de más de cuatro metros. –Te vas a ir con ella como no te portes bien.- Rouge maúlla, acurrucándose en su falda, y es entonces que asiente.- Prosigamos, estoy segura de que ahora empieza la emoción…- Y esa sonrisa cargada de travesura, y esos orbes brillantes como esmeraldas no traían nada bueno.
Era el momento de empezar a despellejar vivo a aquel hombre.
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Escucho las palabras de la señorita Egocentrismo y desvío la mirada hacia el lugar donde apunta. ¿Qué pasa? ¿Ha traído al puto zoológico a Casino Island? Me sorprenda que no huela a mierda de gato ya con tanto felino que trae. Si piensa que me voy a cagar de miedo por ver a un minino que parece un estúpido dinosaurio, tiene toda la razón: dejaré de hacer bromas respecto a sus gatos. Ni siquiera me gustan, de hecho, me olvidaría de darle de comer a las tres horas y probablemente a la semana acabase muerto. Huelen mal y son traidores, además dicen que sus penes son horribles. ¿Quién quiere una mascota con un miembro tan repugnante? En fin, creo que es hora de tener más cuidado.
—Qué bueno que esté allá fuera… —digo medio nervioso, soltando una torpe sonrisa—. E-Está bien, sigamos con el juego.
Es entonces que reparo en la mirada de Yasei, y en cómo mira al señor Farmacia. Parece una auténtica depredadora que se prepara para arrancarle la yugular a su presa. Definitivamente debo tener cuidado con esta mujer, no vaya a ser que me meta en problemas de los que después no pueda salir. En cualquier caso, debo intentar algo. Según mis cálculos, y todos sabemos que son tan exactos como una calculadora, la próxima carta me hará ganar esta ronda. Si la dejase pasar evidentemente Yasei se quedaría con la victoria, haciendo perder una vez más al estúpido magnate este. Y debo intentarlo, es decir, quiero averiguar sus verdaderas intenciones.
—Estoy bien con mi mano, gracias. Le deseo suerte a mi compañera de juego —anuncio a la mesa, dejando caer disimuladamente la palabra clave. ¿Acaso el señor Farmacia es su objetivo? Si ese es el caso es importante que yo lo sepa, no para agilizar su juego, sino para beneficiar el mío.
Por supuesto, me he percatado de la presencia del dueño del casino. Es un hombre astuto y tiene fichados a todos los que cuentan cartas o hacen trampas, aunque me sorprende que no haya atrapado ya a este imbécil. ¿Chantajear al crupier para darle cartas ventajosas? Qué manera más ridícula de ganar; patético. Lo que yo hago es completamente distinto puesto que directamente uso mis capacidades intelectuales, no como este gran estafador. Y creo que en cualquier momento el jefe de los jefes se dejará caer en nuestra mesa, así que también es buena idea perder intencionalmente esta ronda. Necesito desviar la atención, al menos por un momento.
Así que aguardo expectante la decisión de la chica, esperando que se haya fijado en mi manera de llamarle: compañera. Si jugamos para el otro haremos caer a este viejo millonario y, si bien desconozco los verdaderos propósitos de la pelinegra, lo que me importa en verdad es volver más pesada mi propia cartera. Ahora mismo me daré cuenta de si es tan inteligente como nos quiere hacer entender. Y, si resulta hacer caso a mi disimulada jugada, algo quedará claro: no debería confiar en ella.
—Qué bueno que esté allá fuera… —digo medio nervioso, soltando una torpe sonrisa—. E-Está bien, sigamos con el juego.
Es entonces que reparo en la mirada de Yasei, y en cómo mira al señor Farmacia. Parece una auténtica depredadora que se prepara para arrancarle la yugular a su presa. Definitivamente debo tener cuidado con esta mujer, no vaya a ser que me meta en problemas de los que después no pueda salir. En cualquier caso, debo intentar algo. Según mis cálculos, y todos sabemos que son tan exactos como una calculadora, la próxima carta me hará ganar esta ronda. Si la dejase pasar evidentemente Yasei se quedaría con la victoria, haciendo perder una vez más al estúpido magnate este. Y debo intentarlo, es decir, quiero averiguar sus verdaderas intenciones.
—Estoy bien con mi mano, gracias. Le deseo suerte a mi compañera de juego —anuncio a la mesa, dejando caer disimuladamente la palabra clave. ¿Acaso el señor Farmacia es su objetivo? Si ese es el caso es importante que yo lo sepa, no para agilizar su juego, sino para beneficiar el mío.
Por supuesto, me he percatado de la presencia del dueño del casino. Es un hombre astuto y tiene fichados a todos los que cuentan cartas o hacen trampas, aunque me sorprende que no haya atrapado ya a este imbécil. ¿Chantajear al crupier para darle cartas ventajosas? Qué manera más ridícula de ganar; patético. Lo que yo hago es completamente distinto puesto que directamente uso mis capacidades intelectuales, no como este gran estafador. Y creo que en cualquier momento el jefe de los jefes se dejará caer en nuestra mesa, así que también es buena idea perder intencionalmente esta ronda. Necesito desviar la atención, al menos por un momento.
Así que aguardo expectante la decisión de la chica, esperando que se haya fijado en mi manera de llamarle: compañera. Si jugamos para el otro haremos caer a este viejo millonario y, si bien desconozco los verdaderos propósitos de la pelinegra, lo que me importa en verdad es volver más pesada mi propia cartera. Ahora mismo me daré cuenta de si es tan inteligente como nos quiere hacer entender. Y, si resulta hacer caso a mi disimulada jugada, algo quedará claro: no debería confiar en ella.
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-Jade es una buena chica… No entrará si no se lo digo.- Se encoge suavemente de hombros, gira calmadamente las cartas y comienza un peligroso juego del que nuestra mujer, es la segunda al mando pero no el protagonista. Capta la palabra compañera desde el comienzo y hace y deshace como quiere con toda aquella situación.
Antes de que se den cuenta el chico tiene un beneficio de diez millones y ella simplemente mira al molesto hombre que comienza a crispar los dientes. Ella sigue con sus cien millones en la mesa, sin tocar, perfectos e impolutos y al igual que aquel hombre tiene algo de beneficio, pero no es eso lo que le importa.- ¿Qué le parece si hacemos un trato? –Se levanta de la mesa, sus dedos bordean la madera con calma, mientras Rouge se sube a la mesa, sentándose al lado del dinero de su ama.
La mujer pasa los dedos por los hombros del tembloroso farmacéutico, antes de inclinarse sobre su oído, susurrando miles de palabras tentadoramente peligrosas.- Podemos hacer un intercambio, he visto su bonito reloj…- Sus dedos bajaron por su brazo, agarrando aquel caro reloj de oro y pedrería.- Claro, cuando gane se lo devolveré sin problema.- Y no hay hombre en la sala que no contenga el aliento al ver aquellos colmillos asomar de su sonrisa.
Nuestra gata ha cerrado el cepo en aquel hombre, sobre todo cuando se desprende de su reloj y ella le da la mitad de lo que este vale. Sabiendo que su nuevo socio lo va a recuperar dentro de un par de partidas.
Sus pisadas sinuosas la llevan hasta el extremo de la mesa, recoge el dinero y lo guarda calmadamente en su bolsa. Rouge se sube por su brazo y le da el reloj a uno de los hombres que la acompañan, encargados de su joyería al igual que ella. Le guiña un ojo a nuestro querido Volken, antes de acercarse al director del casino.- Le dije que iba a funcionar… Aunque si me llevan a un lugar más apartado, podré explicarlo con detalle.- Una sonrisa calmada, un par de cuchicheos y vuelve para hablar con nuestro querido compañero.
-¿Qué te parecería jugar con algo más grande? Y tranquilo, no hablo de mis gatos.- Le guiña un ojo, mientras ella tira de nuevo de aquella ruleta rusa en la que miles de cosas podían salir. Buenas o malas, era el momento de nuestro hombre de agarrar una muy buena oportunidad.
Antes de que se den cuenta el chico tiene un beneficio de diez millones y ella simplemente mira al molesto hombre que comienza a crispar los dientes. Ella sigue con sus cien millones en la mesa, sin tocar, perfectos e impolutos y al igual que aquel hombre tiene algo de beneficio, pero no es eso lo que le importa.- ¿Qué le parece si hacemos un trato? –Se levanta de la mesa, sus dedos bordean la madera con calma, mientras Rouge se sube a la mesa, sentándose al lado del dinero de su ama.
La mujer pasa los dedos por los hombros del tembloroso farmacéutico, antes de inclinarse sobre su oído, susurrando miles de palabras tentadoramente peligrosas.- Podemos hacer un intercambio, he visto su bonito reloj…- Sus dedos bajaron por su brazo, agarrando aquel caro reloj de oro y pedrería.- Claro, cuando gane se lo devolveré sin problema.- Y no hay hombre en la sala que no contenga el aliento al ver aquellos colmillos asomar de su sonrisa.
Nuestra gata ha cerrado el cepo en aquel hombre, sobre todo cuando se desprende de su reloj y ella le da la mitad de lo que este vale. Sabiendo que su nuevo socio lo va a recuperar dentro de un par de partidas.
Sus pisadas sinuosas la llevan hasta el extremo de la mesa, recoge el dinero y lo guarda calmadamente en su bolsa. Rouge se sube por su brazo y le da el reloj a uno de los hombres que la acompañan, encargados de su joyería al igual que ella. Le guiña un ojo a nuestro querido Volken, antes de acercarse al director del casino.- Le dije que iba a funcionar… Aunque si me llevan a un lugar más apartado, podré explicarlo con detalle.- Una sonrisa calmada, un par de cuchicheos y vuelve para hablar con nuestro querido compañero.
-¿Qué te parecería jugar con algo más grande? Y tranquilo, no hablo de mis gatos.- Le guiña un ojo, mientras ella tira de nuevo de aquella ruleta rusa en la que miles de cosas podían salir. Buenas o malas, era el momento de nuestro hombre de agarrar una muy buena oportunidad.
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Sonrío cuando finalmente descubro las verdaderas intenciones de esta mujer, y me siento bien conmigo mismo por haber pensado que Yasei no es de confiar. Me encantan las mujeres, es algo que lo demuestro cada día y en cada momento, pero no soy idiota. Puede que haya caído cientos de veces en sus mentiras, pero siempre con desconfianza. Espera, creo que eso me hace ser un completo imbécil… En fin, esto ha salido mejor de lo que esperaba. He conseguido una buena suma de dinero y es hora de continuar con mis negocios, de hecho, algo me dice que esta hermosa dama quiere proponerme algo. Y le ruego a los doce dioses del sexo que sea algo erótico.
Me gustaría quedarme yo con el reloj del señor Farmacia, quien pasea su mirada sobre Yasei y luego sobre mí. Noto la frustración que esconden sus ojos, la indignación nacida del engaño. Generalmente, los empresarios son quienes mienten y usan a los demás para sus artimañas, no al revés. Debe ser un duro golpe al orgullo que una mujer aparentemente simple le haya engañado de esa forma. Y ahora entro yo, pues no tengo ninguna intención de dejarle ganar una sola ronda. Da igual cuánta trampa haga el crupier, todo está en mi cabeza: he calculado todas las probabilidades y el juego está bajo mi poder. Continuamos con el póker un par de rondas, pero todo acaba cuando el hombre, furioso como una bestia, golpea la mesa y llama la atención del casino.
—¡Estás haciendo trampa! ¡¿Cómo es posible que pierda una y otra vez?!
—No es muy ético de su parte llamar tramposa a otra persona cuando es el que más ha hecho trampa en toda la partida, ¿verdad? Estoy seguro de que nuestro crupier está de acuerdo con lo que mis palabras quieren expresar —le respondo con una sonrisa divertida mientras juego con el vaso de whisky—. Ha perdido un bonito reloj y unos buenos millones, pero si gusta, podemos seguir apostando. ¿Qué tal una parte de sus acciones…?
—Controla tu lengua, mocoso. Me marcho de aquí, aunque no sin antes grabar sus caras —me espeta, mirándome con recelo—. Cuiden sus espaldas, mocosos, pues de este momento hasta sus sombras son sus enemigas.
Contengo las ganas de dispararle únicamente porque no quiero montar un espectáculo, es decir, puedo ser un hombre bastante decente. Enciendo un cigarrillo y dejo que el humo atraviese mi garganta. Es entonces que Yasei vuelve a mi lado, tan bonita como siempre.
—Me gustaría usar tu pregunta para coquetearte, aunque estoy seguro de que tienes a un montón de pretendientes rezándole a dios por una oportunidad contigo —le respondo y luego me levanto dándole otra calada al cigarro—. Si no me gustasen los juegos no estaría en este casino, ¿no lo crees, Yasei? —comento de inmediato, dejando a un lado un tono respetuoso para entrar en confianza—. Te sigo allá donde tú vayas y, si necesitas ayuda con el señor Farmacia, puedo ocuparme de todo.
Me gustaría quedarme yo con el reloj del señor Farmacia, quien pasea su mirada sobre Yasei y luego sobre mí. Noto la frustración que esconden sus ojos, la indignación nacida del engaño. Generalmente, los empresarios son quienes mienten y usan a los demás para sus artimañas, no al revés. Debe ser un duro golpe al orgullo que una mujer aparentemente simple le haya engañado de esa forma. Y ahora entro yo, pues no tengo ninguna intención de dejarle ganar una sola ronda. Da igual cuánta trampa haga el crupier, todo está en mi cabeza: he calculado todas las probabilidades y el juego está bajo mi poder. Continuamos con el póker un par de rondas, pero todo acaba cuando el hombre, furioso como una bestia, golpea la mesa y llama la atención del casino.
—¡Estás haciendo trampa! ¡¿Cómo es posible que pierda una y otra vez?!
—No es muy ético de su parte llamar tramposa a otra persona cuando es el que más ha hecho trampa en toda la partida, ¿verdad? Estoy seguro de que nuestro crupier está de acuerdo con lo que mis palabras quieren expresar —le respondo con una sonrisa divertida mientras juego con el vaso de whisky—. Ha perdido un bonito reloj y unos buenos millones, pero si gusta, podemos seguir apostando. ¿Qué tal una parte de sus acciones…?
—Controla tu lengua, mocoso. Me marcho de aquí, aunque no sin antes grabar sus caras —me espeta, mirándome con recelo—. Cuiden sus espaldas, mocosos, pues de este momento hasta sus sombras son sus enemigas.
Contengo las ganas de dispararle únicamente porque no quiero montar un espectáculo, es decir, puedo ser un hombre bastante decente. Enciendo un cigarrillo y dejo que el humo atraviese mi garganta. Es entonces que Yasei vuelve a mi lado, tan bonita como siempre.
—Me gustaría usar tu pregunta para coquetearte, aunque estoy seguro de que tienes a un montón de pretendientes rezándole a dios por una oportunidad contigo —le respondo y luego me levanto dándole otra calada al cigarro—. Si no me gustasen los juegos no estaría en este casino, ¿no lo crees, Yasei? —comento de inmediato, dejando a un lado un tono respetuoso para entrar en confianza—. Te sigo allá donde tú vayas y, si necesitas ayuda con el señor Farmacia, puedo ocuparme de todo.
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-Controle usted la suya… Nadie que me amenaza suele salir muy bien parado.- El hombre aun en su furia contiene el aliento, aquellos ojos verdes parecen afilarse de forma felina, como una amenaza. Un rugido molesto hace temblar suavemente las ventanas, mientras ella sigue tranquila.- Cuidado al salir… Intente que no le vea, Jade odia que me amenacen tanto como yo que se coma a la gente con ropa puesta.- El pánico brilla en los ojos de la gente, y ella alza suavemente los hombros.- Luego le hace daño al estómago.- El hombre sale apresurado, temiendo lo que pueda encontrarse fuera y ella simplemente rueda los ojos suavemente.
La gente adora pensar que puede ponerle un pie en el cuello fácilmente, luego no se dan cuenta de que es ella la que ha tenido las garras apuntando a su cuerpo desde hace un rato.
Algo molesta escucha los atropellados gritos del hombre, saliendo por la puerta intentando esquivar a sus queridos animales. Yasei sonríe de forma leve, sabiendo de sobra que aquel par estaría deseando clavar sus colmillos en aquel hombre, pero no era el momento de sembrar el caos. Estaba en aquel lugar por negocios, nada más, nada menos.
-No tantos, mi acompañante suele alejar mucho a los hombres.- E increíblemente y por una vez, puedo prometeros que no tiene nada que ver con el par de traviesos felinos que la esperan a la salida. La imagen de cierto caballero de ojos dorados, solo para ella, se pasó por su mente, mientras asentía a las palabras de su nuevo compañero de juegos.-Se cuidarme solita, pero gracias, ahora mismo es fácil lo que tienes que hacer.- Palmeó suavemente su espalda, mirándole divertida.- Yo hablo, tú ganas la partida de poker más lucrativa de tu carrera… ¿Qué te parece? –Luego de susurrarle como si fuera el diablo tentando a un pobre corderito, entraría a la sala privada del dueño del casino, seguida de él.
Había una mesa de poker privada, junto con grandes cantidades de dinero, mujeres hermosas sirviendo copas y un aire de ilegalidad y secretos. Yasei tomó asiento y le hizo un gesto a su acompañante para que se sentara a su lado, luego simplemente sonrió.- Como bien saben, he venido a ofrecerles un trato, uno similar al que le he ofrecido a otros casinos, o incluso mejor… Siempre han sido uno de mis casinos favoritos.- Y no miente, ella nunca lo hace, pero lo hace sonar de verdad como si ellos fueran especiales, diferentes a todos y cada uno de los lugares en los que ha estado.- Como saben quiero abrir una casa de empeños ligada a los casinos, donde la gente venda desesperada sus objetos de valor con tal de seguir jugando.- La mayoría asintió en silencio, y ella sonríe de lado.- Pero… ¿Y si les dijera que con la ayuda de nuestro amigo, podríamos ir a más? –Y es entonces que su sonrisa malvada, traviesa y sus ojos de gata incitan a la curiosidad.
Entonces empiezan a repartir de nuevo las cartas.
La gente adora pensar que puede ponerle un pie en el cuello fácilmente, luego no se dan cuenta de que es ella la que ha tenido las garras apuntando a su cuerpo desde hace un rato.
Algo molesta escucha los atropellados gritos del hombre, saliendo por la puerta intentando esquivar a sus queridos animales. Yasei sonríe de forma leve, sabiendo de sobra que aquel par estaría deseando clavar sus colmillos en aquel hombre, pero no era el momento de sembrar el caos. Estaba en aquel lugar por negocios, nada más, nada menos.
-No tantos, mi acompañante suele alejar mucho a los hombres.- E increíblemente y por una vez, puedo prometeros que no tiene nada que ver con el par de traviesos felinos que la esperan a la salida. La imagen de cierto caballero de ojos dorados, solo para ella, se pasó por su mente, mientras asentía a las palabras de su nuevo compañero de juegos.-Se cuidarme solita, pero gracias, ahora mismo es fácil lo que tienes que hacer.- Palmeó suavemente su espalda, mirándole divertida.- Yo hablo, tú ganas la partida de poker más lucrativa de tu carrera… ¿Qué te parece? –Luego de susurrarle como si fuera el diablo tentando a un pobre corderito, entraría a la sala privada del dueño del casino, seguida de él.
Había una mesa de poker privada, junto con grandes cantidades de dinero, mujeres hermosas sirviendo copas y un aire de ilegalidad y secretos. Yasei tomó asiento y le hizo un gesto a su acompañante para que se sentara a su lado, luego simplemente sonrió.- Como bien saben, he venido a ofrecerles un trato, uno similar al que le he ofrecido a otros casinos, o incluso mejor… Siempre han sido uno de mis casinos favoritos.- Y no miente, ella nunca lo hace, pero lo hace sonar de verdad como si ellos fueran especiales, diferentes a todos y cada uno de los lugares en los que ha estado.- Como saben quiero abrir una casa de empeños ligada a los casinos, donde la gente venda desesperada sus objetos de valor con tal de seguir jugando.- La mayoría asintió en silencio, y ella sonríe de lado.- Pero… ¿Y si les dijera que con la ayuda de nuestro amigo, podríamos ir a más? –Y es entonces que su sonrisa malvada, traviesa y sus ojos de gata incitan a la curiosidad.
Entonces empiezan a repartir de nuevo las cartas.
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Le he ofrecido mi ayuda únicamente porque soy un hombre cortés y educado; además, quiero hacer desaparecer yo mismo a ese ricachón. Creo que es hora de poner en contexto toda la situación para que se entienda mejor. Actualmente, hay un gran número de mafias que dominan distintos distritos de Casino Island, y yo trabajo para una de ellas. Aún no tengo un contrato laboral decente ni físico, pero Katrina Yúdkovich puede corroborar que no estoy mintiendo. El caso es que John Altair le debe muchísimo dinero a una familia que, si bien no es de las más poderosas, tiene algo que mi señora quiere con ahínco. Es por ello que me ha pedido personalmente que me ocupe del farmacéutico, y esta partida de póker sólo ha sido la fachada para conseguir algo de información. Sin embargo, dejaré eso para más tarde puesto que ahora tengo otros negocios que atender.
—Ganar una partida de póker es muy sencillo, sobre todo cuando tienes habilidades como las mías —le respondo con una sonrisa rebosante de confianza. Le vuelvo a dar una calada al cigarrillo y expelo el humo en sentido contrario a Yasei. Entonces, mi mirada se torna tan afilada como el cuchillo que escondo bajo mi pantalón—. Preferiría no sonar rudo con una mujer tan amable como tú, pero debes entender que así funcionan las cosas en este rubro. Tengo una interminable lista de cosas que no me gustan, y una de ellas es la traición. Tampoco me gusta que se pasen de listos conmigo, ¿me sigues? Si no haces la una ni la otra todo irá muy bien entre nosotros. Venga, vamos.
He intentado evitar un tono demasiado brusco con ella, y no porque les tuviera miedo a sus putos gatos sacados de un circo del horror, sino porque me interesan los buenos negocios. Lo más importante es la confianza, sin embargo, cuando trabajas como asesino a sueldo durante muchísimos años no es algo que poseas en realidad. Cuesta confiar en los demás cuando toda tu vida te han apuntado con un arma, ya fueran amigos o no.
Sigo a la señorita de caderas sensuales y acabamos en la habitación del Big Boss. Hay mucho que estudiar con la mirada, si se me preguntase. Primero, están los dos matones que le cuidan la espalda. Uno de ellos es tan grande como un puto gorila adicto a la testosterona, y el otro es tan negro como el carbón. Y seguro que huele mal; los negros siempre huelen mal. También están las muchachas que atienden al falso rey de esta torre, unas preciosidades que, si bien tienen lo suyo, no se le comparan a mi acompañante. Una de ellas me entrega un vaso de whisky y le sonrío amablemente. Entonces, respondo al gesto de mi compañera y me siento a su lado, a una distancia convenientemente prudente para que su gato no haga sashimi con mi entrepierna.
Escucho sus palabras y le doy la última calada al cigarrillo, pensando en lo que ha dicho. Una casa de empeño suena bastante bien, y hasta parece legal. Me gustan las cosas que escapan del margen de la ley porque siempre traen mejores beneficios, aunque también son mucho más arriesgadas. En fin, creo que esta gente necesita de mí y mis increíbles habilidades matemáticas para hundir a la peña que viene a gastar su dinero al casino.
—Me tomaré el atrevimiento de presentarme: soy Volken von Goldschläger, y han pasado ochenta y cuatro años desde la última vez que perdí una partida de póker. Comencemos, por favor, y le demostraré que la propuesta de mi compañera es increíblemente beneficiosa para todos nosotros.
Si quieren usarme para hacer perder a la gente y obligarles a empeñar sus cosas, espero que me paguen un buen dineral. Creo que este hombre se lo puede permitir.
—Ganar una partida de póker es muy sencillo, sobre todo cuando tienes habilidades como las mías —le respondo con una sonrisa rebosante de confianza. Le vuelvo a dar una calada al cigarrillo y expelo el humo en sentido contrario a Yasei. Entonces, mi mirada se torna tan afilada como el cuchillo que escondo bajo mi pantalón—. Preferiría no sonar rudo con una mujer tan amable como tú, pero debes entender que así funcionan las cosas en este rubro. Tengo una interminable lista de cosas que no me gustan, y una de ellas es la traición. Tampoco me gusta que se pasen de listos conmigo, ¿me sigues? Si no haces la una ni la otra todo irá muy bien entre nosotros. Venga, vamos.
He intentado evitar un tono demasiado brusco con ella, y no porque les tuviera miedo a sus putos gatos sacados de un circo del horror, sino porque me interesan los buenos negocios. Lo más importante es la confianza, sin embargo, cuando trabajas como asesino a sueldo durante muchísimos años no es algo que poseas en realidad. Cuesta confiar en los demás cuando toda tu vida te han apuntado con un arma, ya fueran amigos o no.
Sigo a la señorita de caderas sensuales y acabamos en la habitación del Big Boss. Hay mucho que estudiar con la mirada, si se me preguntase. Primero, están los dos matones que le cuidan la espalda. Uno de ellos es tan grande como un puto gorila adicto a la testosterona, y el otro es tan negro como el carbón. Y seguro que huele mal; los negros siempre huelen mal. También están las muchachas que atienden al falso rey de esta torre, unas preciosidades que, si bien tienen lo suyo, no se le comparan a mi acompañante. Una de ellas me entrega un vaso de whisky y le sonrío amablemente. Entonces, respondo al gesto de mi compañera y me siento a su lado, a una distancia convenientemente prudente para que su gato no haga sashimi con mi entrepierna.
Escucho sus palabras y le doy la última calada al cigarrillo, pensando en lo que ha dicho. Una casa de empeño suena bastante bien, y hasta parece legal. Me gustan las cosas que escapan del margen de la ley porque siempre traen mejores beneficios, aunque también son mucho más arriesgadas. En fin, creo que esta gente necesita de mí y mis increíbles habilidades matemáticas para hundir a la peña que viene a gastar su dinero al casino.
—Me tomaré el atrevimiento de presentarme: soy Volken von Goldschläger, y han pasado ochenta y cuatro años desde la última vez que perdí una partida de póker. Comencemos, por favor, y le demostraré que la propuesta de mi compañera es increíblemente beneficiosa para todos nosotros.
Si quieren usarme para hacer perder a la gente y obligarles a empeñar sus cosas, espero que me paguen un buen dineral. Creo que este hombre se lo puede permitir.
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-Cariño, puedo prometerte que mi amabilidad no ha hecho más que comenzar y que me da igual todo lo demás… Son asuntos que no tienen que ver conmigo, son asuntos en los que no gano nada.- Esa era su ley de hierro, uno de sus grandes defectos y el que más adoraba y a la vez preocupaba a nuestro querido Yarmin. El egoísmo de la dama podría acabar con ciudades, vidas y gente y simplemente hacer que ella no pestañeara. Incluso aunque le dijeran que matar a aquel farmacéutico traería la muerte de miles de personas, si alguien la amenazaba, no saldría con vida de aquello.
Esa era la ley del desierto, y esa era la suya, la de los demás no tenía nada que hacer con ella.
Cruza suavemente los brazos, ladea el rostro, le mira con aquellos orbes de esmeralda que parecen penetrar por dentro, con esas pestañas negras y espesas que se pliegan cuando ella entrecierra los ojos.- Soy más inteligente que tú, aunque te duela, pero no te preocupes… Te necesito lo suficiente como para no traicionarte.- Le guiña un ojo de manera burlona, antes de que le salte o le diga alguna cosa salida de su mal humor o de su falta de aguante.
Nuestra dama está demasiado interesada en las cosas que tiene delante como para preocuparse de todo lo demás. Tiene sus planes, sus ideas y sus estrategias y mientras le reparten las cartas ella alza una mano.- Él va a jugar por mí, no necesito que me deis cartas.- Eso extraña al dueño, pues sabe de sobra Yasei es una de esas mujeres que le gusta hacer las cosas a su manera. Comienzan poco a poco las negociaciones, aunque mucha gente no es consciente de lo que ella está tramando.
Hace un gesto para que comiencen la partida y Volken notará enseguida que ella ha puesto su dinero en la mesa, y lo mira con una mezcla de advertencia, peligro y cuidado.
Un simple gesto y ella hace lo que sabe más de una persona ha estado deseando sutilmente en silencio. Se retira el velo que cubre la mitad de su rostro, toma una de las copas que le sirven y bebe tranquilamente de ella. Un rostro afilado, unos labios burlones, una sonrisa que muestra unos colmillos de gata traviesa un par de pecas que parecen esculpir una piel de seda.
Está jugando un juego al que nadie puede ganarla, y al poker, tiene al mejor fichaje.
-Juguemos un par de rondas, luego les comentaré mi idea, verán lo útil y divertido que es mi nuevo compañero de juegos.- Era una forma de decirle al chico que quería que los destrozara, masacrara y limpiara el suelo con ellos. Necesitaba que humillara a aquellos hombres y demostrara lo que valía contra ellos. Aquella gente se había criado jugando a ese juego y ese hombre había aprendido de jugar contra ellos.
En cuanto demostrara que era algo que ellos debían temer que pasara por sus mesas, ella les enseñaría la solución, unida a una bonita inversión. Y todos saldrían felizmente ganadores.
Esa era la ley del desierto, y esa era la suya, la de los demás no tenía nada que hacer con ella.
Cruza suavemente los brazos, ladea el rostro, le mira con aquellos orbes de esmeralda que parecen penetrar por dentro, con esas pestañas negras y espesas que se pliegan cuando ella entrecierra los ojos.- Soy más inteligente que tú, aunque te duela, pero no te preocupes… Te necesito lo suficiente como para no traicionarte.- Le guiña un ojo de manera burlona, antes de que le salte o le diga alguna cosa salida de su mal humor o de su falta de aguante.
Nuestra dama está demasiado interesada en las cosas que tiene delante como para preocuparse de todo lo demás. Tiene sus planes, sus ideas y sus estrategias y mientras le reparten las cartas ella alza una mano.- Él va a jugar por mí, no necesito que me deis cartas.- Eso extraña al dueño, pues sabe de sobra Yasei es una de esas mujeres que le gusta hacer las cosas a su manera. Comienzan poco a poco las negociaciones, aunque mucha gente no es consciente de lo que ella está tramando.
Hace un gesto para que comiencen la partida y Volken notará enseguida que ella ha puesto su dinero en la mesa, y lo mira con una mezcla de advertencia, peligro y cuidado.
Un simple gesto y ella hace lo que sabe más de una persona ha estado deseando sutilmente en silencio. Se retira el velo que cubre la mitad de su rostro, toma una de las copas que le sirven y bebe tranquilamente de ella. Un rostro afilado, unos labios burlones, una sonrisa que muestra unos colmillos de gata traviesa un par de pecas que parecen esculpir una piel de seda.
Está jugando un juego al que nadie puede ganarla, y al poker, tiene al mejor fichaje.
-Juguemos un par de rondas, luego les comentaré mi idea, verán lo útil y divertido que es mi nuevo compañero de juegos.- Era una forma de decirle al chico que quería que los destrozara, masacrara y limpiara el suelo con ellos. Necesitaba que humillara a aquellos hombres y demostrara lo que valía contra ellos. Aquella gente se había criado jugando a ese juego y ese hombre había aprendido de jugar contra ellos.
En cuanto demostrara que era algo que ellos debían temer que pasara por sus mesas, ella les enseñaría la solución, unida a una bonita inversión. Y todos saldrían felizmente ganadores.
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Pestañeo perplejo ante el comentario de esta mujer y luego suelto una carcajada escandalosa e irónica. ¿Más inteligente que yo? Casi me gustaría que hubiera alguien tan listo como yo para que este mundo dejase de ser tan aburrido, pero lo que dice la dama es tan falso como el reloj de oro que llevo encima. Tampoco me importa demasiado que quiera vivir en su mundo de fantasía en donde todo sale como ella quiere, en donde es más lista que todos los hombres en esta habitación, y ni siquiera me duele. En todo caso, si voy a trabajar con ella, lo mejor será tenerla vigilada. El problema de la traición es que viene de la gente en la que confías.
—Cuando terminemos de jugar te daré la medalla, genio. Todo el mundo merece saber lo lista que eres.
Una vez en la sala personal del mandamás nos reparten las cartas para comenzar la partida o, mejor dicho, me las entregan a mí. Pasa que mi compañera no le apetece jugar y, bueno, el que debe demostrar ser útil soy yo. Miro detenidamente a mis oponentes de juego y estudio las cartas que tengo en mi mano. Rápidamente, y como si fuera una calculadora humana, comienzo a descartar probabilidades. Cuando lo hacía allá por mis 17 años me costaba bastante, pero llevo un buen tiempo contando cartas. Me es tan sencillo como respirar, supongo, aunque siempre hay algo por aprender.
El juego se va desarrollando conforme lo voy tejiendo. Y, por supuesto, apostamos un buen dineral. Lo bueno es que yo juego con los millones de la persona-más-lista-del-mundo y podría perder únicamente para joderle, pero me interesa este negocio. Al menos lo suficiente para no joder a la princesa. ¿Será que como premio personal me deja verle desnuda? No estaría mal, nada mal… Vuelvo a concentrarme en el juego y una vez terminada la quinta ronda el magnate golpea la mesa. Está frustrado, lo entiendo, no ha podido ganarme una sola vez. Y eso es porque soy un puto genio que los ha hecho bailar a la palma de mi mano durante todo el juego.
—¿Cómo lo haces para ganar siempre? —me pregunta con los ojos clavados en mí.
—¿Has escuchado una frase que dice: «Un mago nunca revela sus trucos»? Por si no ha quedado claro, creo que no puedo decirte exactamente cómo lo he hecho —respondo tranquilamente. Además, dudo que este hombre pueda comprender los procesos mentales que realizo en cuestión de segundos—. Ahora, ¿por qué no hablamos de negocios? Estoy seguro de que mi compañera tiene algo interesante que proponer.
—Cuando terminemos de jugar te daré la medalla, genio. Todo el mundo merece saber lo lista que eres.
Una vez en la sala personal del mandamás nos reparten las cartas para comenzar la partida o, mejor dicho, me las entregan a mí. Pasa que mi compañera no le apetece jugar y, bueno, el que debe demostrar ser útil soy yo. Miro detenidamente a mis oponentes de juego y estudio las cartas que tengo en mi mano. Rápidamente, y como si fuera una calculadora humana, comienzo a descartar probabilidades. Cuando lo hacía allá por mis 17 años me costaba bastante, pero llevo un buen tiempo contando cartas. Me es tan sencillo como respirar, supongo, aunque siempre hay algo por aprender.
El juego se va desarrollando conforme lo voy tejiendo. Y, por supuesto, apostamos un buen dineral. Lo bueno es que yo juego con los millones de la persona-más-lista-del-mundo y podría perder únicamente para joderle, pero me interesa este negocio. Al menos lo suficiente para no joder a la princesa. ¿Será que como premio personal me deja verle desnuda? No estaría mal, nada mal… Vuelvo a concentrarme en el juego y una vez terminada la quinta ronda el magnate golpea la mesa. Está frustrado, lo entiendo, no ha podido ganarme una sola vez. Y eso es porque soy un puto genio que los ha hecho bailar a la palma de mi mano durante todo el juego.
—¿Cómo lo haces para ganar siempre? —me pregunta con los ojos clavados en mí.
—¿Has escuchado una frase que dice: «Un mago nunca revela sus trucos»? Por si no ha quedado claro, creo que no puedo decirte exactamente cómo lo he hecho —respondo tranquilamente. Además, dudo que este hombre pueda comprender los procesos mentales que realizo en cuestión de segundos—. Ahora, ¿por qué no hablamos de negocios? Estoy seguro de que mi compañera tiene algo interesante que proponer.
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Le dejó ganar, hacer de las suyas y ella simplemente les mira, alzando una ceja y dándose cuenta de que aquellos hombres quizás son aún más tontos de lo que quiere pensar, y se limita a suspirar.- Sabe bien como lo hace, lo que no sabe es como pararle… Puede simplemente echarle de aquí, pero dentro de unos meses volverá y de nuevo empezará el juego.- El hombre frunce el ceño, sabe perfectamente cómo funciona eso, pero tal vez por ello quiere saber qué piensa la mujer.
Ella simplemente ladea el rostro, apoyándose suavemente en aquella mesa, jugando con las fichas entre sus dedos y una coqueta sonrisa en los labios.- Contrátalo, todos saldremos ganando con ello.- Se quedan extrañados, pestañean algo confusos, se supone que la que quería hacer un trato, era ella.- Él despluma a los hombres con dinero, estos se endeudan y van a la casa de empeños que ustedes me dejan abrir.- Pasó distraídamente los dedos por su cabello, una forma de mantener la tensión y el interés, como buena charlatana que era.- Luego él vuelve a ganar, y el hombre se va sin nada.- Cuenta el final con un suave puchero en los labios, antes de hacerles esperar.
Sabe de sobra que están deseando saber qué demonios sacan ellos, que demonios puede pasar si aceptan aquello.
-La casa siempre gana, un porcentaje de las ganancias va para vosotros, y en lugar de dejar que mi amigo masacre sus casinos cuando quiera, le pagan dos millones al mes.- Van a quejarse, entonces Yasei pasa los dedos por el montón de fichas que el hombre acaba de ganar. Ella contaba diez millones, el doble de lo que se llevaría el hombre originalmente en aquella paga mensual de la que le hablaban. La diferencia era que aquello lo había sacado en apenas una hora.
-Además el reloj vale mucho más caro de lo que le dije al hombre.-Se encoge suavemente de hombros, antes de bosteza.- No es que mintiera, pero tengo que sacar un porcentaje a la venta, y se dé un noble de Arabasta que adora el brillo.-El gesto en sus labios de gata se agudizó, y esperó calmadamente a que, tal y como ella había anunciado, aquellos hombres aceptaran finalmente aquel trato.
Se fueron, dejándola a solas con Volken.- Serán dos millones de este casino, tres de otro que está dispuesto a aceptar un trato similar, cinco millones al mes de forma segura.- Se acomodó en su silla.- Mañana tendrás que venir conmigo a ver las instalaciones del otro casino, y seguramente a ver cómo funcionan las cosas, no tendrás que jugar, tranquilo.- Ríe de forma, negando levemente.- Prometo que yo invito a la comida.
Ella simplemente ladea el rostro, apoyándose suavemente en aquella mesa, jugando con las fichas entre sus dedos y una coqueta sonrisa en los labios.- Contrátalo, todos saldremos ganando con ello.- Se quedan extrañados, pestañean algo confusos, se supone que la que quería hacer un trato, era ella.- Él despluma a los hombres con dinero, estos se endeudan y van a la casa de empeños que ustedes me dejan abrir.- Pasó distraídamente los dedos por su cabello, una forma de mantener la tensión y el interés, como buena charlatana que era.- Luego él vuelve a ganar, y el hombre se va sin nada.- Cuenta el final con un suave puchero en los labios, antes de hacerles esperar.
Sabe de sobra que están deseando saber qué demonios sacan ellos, que demonios puede pasar si aceptan aquello.
-La casa siempre gana, un porcentaje de las ganancias va para vosotros, y en lugar de dejar que mi amigo masacre sus casinos cuando quiera, le pagan dos millones al mes.- Van a quejarse, entonces Yasei pasa los dedos por el montón de fichas que el hombre acaba de ganar. Ella contaba diez millones, el doble de lo que se llevaría el hombre originalmente en aquella paga mensual de la que le hablaban. La diferencia era que aquello lo había sacado en apenas una hora.
-Además el reloj vale mucho más caro de lo que le dije al hombre.-Se encoge suavemente de hombros, antes de bosteza.- No es que mintiera, pero tengo que sacar un porcentaje a la venta, y se dé un noble de Arabasta que adora el brillo.-El gesto en sus labios de gata se agudizó, y esperó calmadamente a que, tal y como ella había anunciado, aquellos hombres aceptaran finalmente aquel trato.
Se fueron, dejándola a solas con Volken.- Serán dos millones de este casino, tres de otro que está dispuesto a aceptar un trato similar, cinco millones al mes de forma segura.- Se acomodó en su silla.- Mañana tendrás que venir conmigo a ver las instalaciones del otro casino, y seguramente a ver cómo funcionan las cosas, no tendrás que jugar, tranquilo.- Ríe de forma, negando levemente.- Prometo que yo invito a la comida.
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Estiro los brazos, enciendo un cigarrillo y coloco los pies encima de la mesa como a mi desconocida madre le gusta. Me da un poco igual que el mandamás de aquí me mire feo, no es como si me importase demasiado. Acabo de humillarle sin siquiera esforzarme y puedo hacer esto todo el día, aunque si soy sincero jamás me he esforzado por ninguna cosa. Bueno, creo que estoy exagerando un poco… Una vez estuve dos putas horas encerrado en el baño, poniéndome rojo como un puto tomate porque el mojón no quería salirme del culo. Los problemas estomacales son lo peor, macho.
Escucho sin demasiada atención el plan de Yasei. No es que no me interese formar parte del trato y todas las mierdas esas, pero comienzo a aburrirme… Necesito alcohol en mi cuerpo, distorsión en mi vida, unas tetas en mi cara. Y algo me dice que esta mujer no me dará nada de lo que quiero. Es guapa, igual debería intentarlo. Espera, ¿no había dicho hacía nada que no? Creo que ni yo mismo empiezo a entenderme… Esto de cambiar a cada rato de opinión me acabará arruinando, pero mientras no lo haga tampoco debería importarme. Lo que sí debe importarme son los dos millones que me pagarán mensualmente únicamente por jugar. ¿Eso está bien? Joder, está muy bien. Además, siempre puedo hacer algo más de trampa y llevarme dinerillo extra. Es lo bueno de ser el hombre más listo de la habitación.
—Yo si fuera tú aceptaría el trato de mi socia. ¿Cuánto crees que me costaría llevarte a ti y al casino a la quiebra? Hombre, jugamos en ligas diferentes y, en cualquier caso, no creo que quieras llevarle la contra al regalón de los Yúdkovich, ¿verdad?
Cuando el hombre escucha ese nombre se pone rígido como un cocainómano después de cobrar y su ojo derecho empieza a tiritar. Es mi arma secreta. Cuando las cosas no empiezan a gustarme, pongo la mafia de Katrina en la mesa y asunto solucionado. Es lo bueno de tener influencia, ¿sabes?
—E-Espera… ¿Mañana hay que volver a trabajar? Ya decía el viejo Kenny que el dinero no cae de los árboles… Por mí bien, siempre y cuando sea después de las tres de la tarde. Te propondría una noche de locura y diversión en la suite donde me quedo, pero tengo la impresión de que a tus gatos no les gustará demasiado. Y yo quiero conservar todas mis partes —acabo diciendo, apuntando mis bolas con el cigarrillo.
Escucho sin demasiada atención el plan de Yasei. No es que no me interese formar parte del trato y todas las mierdas esas, pero comienzo a aburrirme… Necesito alcohol en mi cuerpo, distorsión en mi vida, unas tetas en mi cara. Y algo me dice que esta mujer no me dará nada de lo que quiero. Es guapa, igual debería intentarlo. Espera, ¿no había dicho hacía nada que no? Creo que ni yo mismo empiezo a entenderme… Esto de cambiar a cada rato de opinión me acabará arruinando, pero mientras no lo haga tampoco debería importarme. Lo que sí debe importarme son los dos millones que me pagarán mensualmente únicamente por jugar. ¿Eso está bien? Joder, está muy bien. Además, siempre puedo hacer algo más de trampa y llevarme dinerillo extra. Es lo bueno de ser el hombre más listo de la habitación.
—Yo si fuera tú aceptaría el trato de mi socia. ¿Cuánto crees que me costaría llevarte a ti y al casino a la quiebra? Hombre, jugamos en ligas diferentes y, en cualquier caso, no creo que quieras llevarle la contra al regalón de los Yúdkovich, ¿verdad?
Cuando el hombre escucha ese nombre se pone rígido como un cocainómano después de cobrar y su ojo derecho empieza a tiritar. Es mi arma secreta. Cuando las cosas no empiezan a gustarme, pongo la mafia de Katrina en la mesa y asunto solucionado. Es lo bueno de tener influencia, ¿sabes?
—E-Espera… ¿Mañana hay que volver a trabajar? Ya decía el viejo Kenny que el dinero no cae de los árboles… Por mí bien, siempre y cuando sea después de las tres de la tarde. Te propondría una noche de locura y diversión en la suite donde me quedo, pero tengo la impresión de que a tus gatos no les gustará demasiado. Y yo quiero conservar todas mis partes —acabo diciendo, apuntando mis bolas con el cigarrillo.
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-Cariño…-Ella le llama da forma casi melosa, mientras se inclina suavemente sobre aquella mesa, acercándose a él. Le aparta suavemente un mechón del rostro, y alzando una ceja le dice aquellas palabras venenosa, pero ciertas.- Créeme que lo menos peligroso que hay en mí, son mis mascotas, y por mucho.- Rueda suavemente los ojos, antes de levantarse de la mesa y acercarse a la puerta. Se coloca calmadamente el velo, atándolo detrás de su cabeza, se recoge el cabello de forma relajada y lo escucha balbucear.
Rueda suavemente los ojos, antes de que el hombre pueda seguir quejándose.- Te recogeré a las dos, si llegas tarde aunque sea un minuto, mandaré a mis niños a buscarte.- Sonríe ampliamente, antes de salir por la puerta.- Algo me dice Jade está deseando practicar el salto del tigre contigo.- Salió de allí finalmente, sabiendo de sobra que la gente no estaba feliz con ella dando vueltas por aquella isla, pero no era lo que importaba.
Se acercó a los hombres, firmaron el contrato que ella personalmente había traído y no pudo evitar pintar una sonrisa de satisfacción en los labios a medida que todo aquello salía cada vez mejor. Sin duda los negocios nacieron para que ella pudiera lucirse, destrozar a pobres hombres con demasiado dinero y luego simplemente disfrutar.
-Vamos niños, nos esperan para dormir, y sabéis que odia esperar.-Rouge subió rápidamente a lomos de Jade mientras ella hacía lo mismo. El león simplemente caminó a su lado hasta que llegaron donde nuestra señorita se hospedaba.
Mañana les esperaba un día de lo más interesante.
Y efectivamente, en cuanto el sol llevaba un par de horas en lo alto, nuestra señorita fue a buscar a nuestro caballero de las cartas, para asegurarse de que no llegara tarde a aquella comida. Mustafá movía la cola animado, ante la posibilidad de ser él quien fuera a darle un par de palabras de saludo al hombre.
Nuestro amigo el león quería ver qué pasaba si comenzaba a morderlo mientras seguía dormido, si se despertaría, si se quejaría. Bueno, fuera como fuera, Yasei esperaba que realmente no se le ocurriera llegar tarde a aquella cita.
Rueda suavemente los ojos, antes de que el hombre pueda seguir quejándose.- Te recogeré a las dos, si llegas tarde aunque sea un minuto, mandaré a mis niños a buscarte.- Sonríe ampliamente, antes de salir por la puerta.- Algo me dice Jade está deseando practicar el salto del tigre contigo.- Salió de allí finalmente, sabiendo de sobra que la gente no estaba feliz con ella dando vueltas por aquella isla, pero no era lo que importaba.
Se acercó a los hombres, firmaron el contrato que ella personalmente había traído y no pudo evitar pintar una sonrisa de satisfacción en los labios a medida que todo aquello salía cada vez mejor. Sin duda los negocios nacieron para que ella pudiera lucirse, destrozar a pobres hombres con demasiado dinero y luego simplemente disfrutar.
-Vamos niños, nos esperan para dormir, y sabéis que odia esperar.-Rouge subió rápidamente a lomos de Jade mientras ella hacía lo mismo. El león simplemente caminó a su lado hasta que llegaron donde nuestra señorita se hospedaba.
Mañana les esperaba un día de lo más interesante.
Y efectivamente, en cuanto el sol llevaba un par de horas en lo alto, nuestra señorita fue a buscar a nuestro caballero de las cartas, para asegurarse de que no llegara tarde a aquella comida. Mustafá movía la cola animado, ante la posibilidad de ser él quien fuera a darle un par de palabras de saludo al hombre.
Nuestro amigo el león quería ver qué pasaba si comenzaba a morderlo mientras seguía dormido, si se despertaría, si se quejaría. Bueno, fuera como fuera, Yasei esperaba que realmente no se le ocurriera llegar tarde a aquella cita.
Volken von Goldschläger
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Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Me encantan las mujeres, en serio, las amo a todas. Me fascina lo que un espíritu femenino causa en mí, pero creo que hay excepciones a la regla. Y esta tonta es una de esas. Puedo decir que en un principio me caía bien, bastante, pero conforme se ha ido mostrando… Bueno, ya no puedo decir lo mismo: me cae como el culo. Esa arrogancia injustificada, ese constante menosprecio y ese carácter prepotente, como si estuviera obligado a obedecerle. En fin, necesito relajarme y pensar bien las cosas antes de responderle a esta loca de los felinos. Un cigarrillo cae como anillo al dedo en esta situación, el humo que entra por mi garganta y sale por mi boca es… necesario.
—Te he dicho a las tres —acabo respondiendo sin mirarle directamente—. Escucha, princesa, me importa una tonelada de mierda de elefante que todo el mundo se mueva a tu ritmo. Si vamos a trabajar juntos deja de disponer de los tiempos de los demás. —Intento que mi tono de voz suene lo más neutro posible. No quiero que sea un ataque personal, sino un consejo un poco amigable—. La diplomacia es el arte de ceder para ganar; deberías pensarlo.
Me da un poco igual su respuesta, tampoco es que necesite toda esta basura de jugar al mafioso de los casinos. Soy lo suficientemente bueno en lo que hago para conseguir el dinero que quiera sin tener que obedecer a princesas arrogantes. Si no le gusta cómo son las cosas conmigo, puede dejarme plantado mañana y no volver a aparecer en mi vida. Ambos sabemos que en el fondo no nos necesitamos para continuar con cualquiera de las mierdas que queramos hacer. ¿Debí haberle dicho que dejara de usar a sus putas mascotas para amenazarme? Da igual cuán grande sea el monstruo que le escolta, una bala al cráneo y pa’ la casa. Bueno, nunca he asesinado a un animal… No es mi estilo y hasta estoy pensando en hacerme vegetariano.
La ducha a la mañana siguiente es… reconfortante, es decir, he bebido toda la noche con los compas del casino. Enciendo un porro luego de ponerme los pantalones y miro el reloj que cuelga en la pared. Dos y media. ¿Se habrá enfadado la señorita por no haber llegado a la hora que sentenció ella? Bueno, si se enoja qué se le va a hacer. Hay personas que no funcionan juntas y puede que este sea el caso, es decir, a mí no me gusta que me den órdenes. Jamás recibiré instrucciones obligatorias de una persona que acabo de conocer, de alguien que se pasa por la concha mis mierdas personales. No preguntó si tenía cosas que hacer ni pareció importarle. ¿Y si tenía negocios que atender por la mañana? Puede que sea lista y todo, pero tiene de diplomática lo que yo de responsable.
He hecho tremendo esfuerzo para estar donde se supone que debo estar a las tres en punto. El clima últimamente anda bastante caótico, el día no está soleado como me gusta a mí. Hay unos feos nubarrones en el cielo y en cualquier momento empezará a llover.
—Te he dicho a las tres —acabo respondiendo sin mirarle directamente—. Escucha, princesa, me importa una tonelada de mierda de elefante que todo el mundo se mueva a tu ritmo. Si vamos a trabajar juntos deja de disponer de los tiempos de los demás. —Intento que mi tono de voz suene lo más neutro posible. No quiero que sea un ataque personal, sino un consejo un poco amigable—. La diplomacia es el arte de ceder para ganar; deberías pensarlo.
Me da un poco igual su respuesta, tampoco es que necesite toda esta basura de jugar al mafioso de los casinos. Soy lo suficientemente bueno en lo que hago para conseguir el dinero que quiera sin tener que obedecer a princesas arrogantes. Si no le gusta cómo son las cosas conmigo, puede dejarme plantado mañana y no volver a aparecer en mi vida. Ambos sabemos que en el fondo no nos necesitamos para continuar con cualquiera de las mierdas que queramos hacer. ¿Debí haberle dicho que dejara de usar a sus putas mascotas para amenazarme? Da igual cuán grande sea el monstruo que le escolta, una bala al cráneo y pa’ la casa. Bueno, nunca he asesinado a un animal… No es mi estilo y hasta estoy pensando en hacerme vegetariano.
La ducha a la mañana siguiente es… reconfortante, es decir, he bebido toda la noche con los compas del casino. Enciendo un porro luego de ponerme los pantalones y miro el reloj que cuelga en la pared. Dos y media. ¿Se habrá enfadado la señorita por no haber llegado a la hora que sentenció ella? Bueno, si se enoja qué se le va a hacer. Hay personas que no funcionan juntas y puede que este sea el caso, es decir, a mí no me gusta que me den órdenes. Jamás recibiré instrucciones obligatorias de una persona que acabo de conocer, de alguien que se pasa por la concha mis mierdas personales. No preguntó si tenía cosas que hacer ni pareció importarle. ¿Y si tenía negocios que atender por la mañana? Puede que sea lista y todo, pero tiene de diplomática lo que yo de responsable.
He hecho tremendo esfuerzo para estar donde se supone que debo estar a las tres en punto. El clima últimamente anda bastante caótico, el día no está soleado como me gusta a mí. Hay unos feos nubarrones en el cielo y en cualquier momento empezará a llover.
Zaina Nitocris
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Akuma no mi
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Es en ese momento, al día siguiente, que Yasei le mira, con los brazos cruzados, un pestañeo calmada y la clara idea de que si, debería matarle. Sabía que sería fácil, hundir sus propias garras en aquel cuello raquítico y disfrutar del crujido de todas y cada una de sus vertebras.
La sonrisa de sublime satisfacción pintó sus labios al verlo venir, mientras con calma le recuerda aquello que sabe que tiene que recordarle.- Llegas tarde, al igual que tú, la gente con la que vamos a comer tiene más cosas que hacer, así que les dije que empezaran sin nosotros.- Se encoge suavemente de hombros, mientras cruza los brazos y acorta las distancias con él, tiene que dejarle claro un par de cosas.
-¿Crees que tú o esa ridícula banda mafiosa de medio pelo me dais miedo? He jugado con cosas más grandes, con gente más importante, y puede que vayas por ahí pensando que eres lo máximo, que eres un alma libre que conseguirá lo que quiere…-La mujer puso calmadamente la mano en la columna de aquella terraza, pasando los dedos por sus bordes, mientras le miraba.- Pero eso lo pensamos todos, y llegado al punto, uno siempre se equivoca y pierde la paciencia.- Sus dedos comenzaron a destrozar la piedra, hundiéndose como si fuera mantequilla en aquella estructura. Estaba calmándose, pero sus orbes esmeralda parecían brillar con más peligro que sus acciones.- Te ofrecí un trato, en vez de matarte, y me alegra que lo tengamos, pero piensa que si te digo algo, no es por mi egoísmo, es por alguna razón que desconoces…-Pestañea de forma falsamente inocente.- Cosa que me sorprende, ya que como genio se supone que vas un paso delante de todos… ¿No?
Una mueca sarcástica, venenosa, y sus dedos suelta la columna que comienza a caerse trozo a trozo, mientras ella simplemente vuelve a cruzarse de brazos.- Así que te diré las cosas para que las entiendas ya que eres muy listo e inteligente, y aprecio al menos que llegaras a las tres, buen chico.- Se dio la vuelta antes de recordar que tenía otro punto que remarcarle, sus pies giraron calmadamente.- Y no me llames princesa, es un insulto para mi cultura y para mi.- Y tenía una connotación que no le gustaba nada, pues ella hacía tiempo que se había vuelto la reina, nada de algo tan estúpido y frágil como una princesa, o como la puta que se había sentado una vez en el trono de Arabasta.
Al final la cosa finalizó de aquella manera, ella se fue a seguir con sus negocios, él siguió a lo suyo y se despidieron en total silencio. Ella con un trato de cinco millones mensuales y él con aquello que había ganado en el casino, sin dinero mensual que ganar debido a que claramente no estaban hechos para negociar el uno con el otro. Los negocios eran como el sexo, y sin duda, ellos eran incompatibles en ambos campos.
La sonrisa de sublime satisfacción pintó sus labios al verlo venir, mientras con calma le recuerda aquello que sabe que tiene que recordarle.- Llegas tarde, al igual que tú, la gente con la que vamos a comer tiene más cosas que hacer, así que les dije que empezaran sin nosotros.- Se encoge suavemente de hombros, mientras cruza los brazos y acorta las distancias con él, tiene que dejarle claro un par de cosas.
-¿Crees que tú o esa ridícula banda mafiosa de medio pelo me dais miedo? He jugado con cosas más grandes, con gente más importante, y puede que vayas por ahí pensando que eres lo máximo, que eres un alma libre que conseguirá lo que quiere…-La mujer puso calmadamente la mano en la columna de aquella terraza, pasando los dedos por sus bordes, mientras le miraba.- Pero eso lo pensamos todos, y llegado al punto, uno siempre se equivoca y pierde la paciencia.- Sus dedos comenzaron a destrozar la piedra, hundiéndose como si fuera mantequilla en aquella estructura. Estaba calmándose, pero sus orbes esmeralda parecían brillar con más peligro que sus acciones.- Te ofrecí un trato, en vez de matarte, y me alegra que lo tengamos, pero piensa que si te digo algo, no es por mi egoísmo, es por alguna razón que desconoces…-Pestañea de forma falsamente inocente.- Cosa que me sorprende, ya que como genio se supone que vas un paso delante de todos… ¿No?
Una mueca sarcástica, venenosa, y sus dedos suelta la columna que comienza a caerse trozo a trozo, mientras ella simplemente vuelve a cruzarse de brazos.- Así que te diré las cosas para que las entiendas ya que eres muy listo e inteligente, y aprecio al menos que llegaras a las tres, buen chico.- Se dio la vuelta antes de recordar que tenía otro punto que remarcarle, sus pies giraron calmadamente.- Y no me llames princesa, es un insulto para mi cultura y para mi.- Y tenía una connotación que no le gustaba nada, pues ella hacía tiempo que se había vuelto la reina, nada de algo tan estúpido y frágil como una princesa, o como la puta que se había sentado una vez en el trono de Arabasta.
Al final la cosa finalizó de aquella manera, ella se fue a seguir con sus negocios, él siguió a lo suyo y se despidieron en total silencio. Ella con un trato de cinco millones mensuales y él con aquello que había ganado en el casino, sin dinero mensual que ganar debido a que claramente no estaban hechos para negociar el uno con el otro. Los negocios eran como el sexo, y sin duda, ellos eran incompatibles en ambos campos.
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