[Segunda Ronda] Zuko Kasai vs. Therax Palatiard

¡Comienza el de menor nivel!

Había sido una dura derrota, debía admitirlo. El poder que la bruja había alcanzado en el tiempo que habían estado separados era algo que Therax no esperaba. Un profundo lamento había intentado devorar su serenidad durante los últimos días. No por haber sido vencido, no, sino porque sabía que era capaz de dar mucho más de sí. Había dejado innumerables habilidades en recámara, pecando de precavido y obteniendo su merecido por ello. «No hay vergüenza en perder, sino en no aprender de ello», había acabado diciéndose. Y es que era completamente cierto: la adversidad era el mejor motor para mejorar.

Por otro lado, la suerte había vuelto a hablar. Se había sorprendido enormemente de ver el nombre de Zuko entre los participantes en el Torneo del Milenio. Incluso él había escuchado rumores acerca del meteórico ascenso del marine y, en cierto modo, se había alegrado por ello. No sabía hasta qué punto el combate que habían mantenido en el pasado habría influido, pero resultaba gratificante saber que entre sus rivales se hallaban individuos tan válidos como él. Pero volvería a morder el polvo. No caería ni una sola vez más.

La figura del rōnin alado emergió de las profundidades del estadio que se les había asignado. La grada rugió, aunque creía percibir menos ímpetu en su clamor. ¿Acaso pensaban que por haber resultado perdedores de los lances anteriores no estaban a la altura? ¿Creían que aquél era un enfrentamiento de segunda, que serían poco menos que teloneros de Zane, Dexter, Katharina y quienes habían ganado? Si era así estaban profundamente equivocados, y estaba convencido de que ambos se encargarían de demostrarlo.

Dio unos pasos en el interior de la arena y se detuvo a observar el entorno. Aquel lugar era menos simple que el que había acogido su primer enfrentamiento. Baldosas de mármol se sucedían a sus pies, pintando el lugar de un reluciente blanco que, por qué no decirlo, le agradaba. Siempre sentaba bien luchar en un entorno vistoso. Cinco pilares destacaban en la zona, elevándose hacia las alturas para contemplar el enfrentamiento desde la mejor perspectiva posible. Eran altos, sí, pero no parecía que fuesen demasiado gruesos. Desconocía el material del que estarían hechos, mas estaba seguro de que lo comprobaría más tarde o más temprano.

El vicealmirante saludó con una gran bocanada de fuego. Su posición indicaba que ya estaba listo para comenzar, lo que arrebató una sonrisa al rubio. En aquella ocasión había optado por llevar sus cuatro espadas, que se cruzaban en su espada de un modo que podría resultar incluso estético para quien valorase detalles como aquél. Él prefería centrarse en la utilidad, pues sólo ella le conduciría al triunfo.

—Yo también me alegro de verte —dijo con cierto matiz fanfarrón—. Comencemos.

Dos imponentes alas de un plumaje que oscilaba entre el celeste y el blanco nacieron de su espalda al tiempo que alzaba unos centímetros su pie derecho. Dio un poderoso pisotón, hundiendo su extremidad en el suelo de mármol y provocando que se resquebrajase. Terminó por ceder, elevándose varios fragmentos de mármol al tiempo que Therax despegaba hacia las alturas. Siete corrientes de viento nacieron de la nada, violentas, y abrazaron los trozos del suelo que se habían desprendido para conducirlos hasta su objetivo. No dudaba de la facilidad de Zuko para evitarlos, romperlos o hacer lo que viese oportuno, pero nunca era mala idea comenzar a tomar la medida de algún modo.

Quedó suspendido a una altura de quince metros, observando a su oponente en la lejanía y dejando que su viento le mantuviese levitando. En el cielo se sentía poderoso. No necesitaba hacer uso de su cuerpo para moverse, ya que allí podía manipularlo con gran precisión haciendo uso de sus ráfagas de aire. Se sentía cómodo y seguro, y eso era tan importante como el mayor de los poderes.

Como no podía ser de otro modo, un fénix de fuego carbonizó los fragmentos de mármol que Therax había lanzado hacia su oponente. El fuego siempre atraía el interés y la admiración de quienes no estaban acostumbrados a verlo, de modo que la grada rugió al contemplar las ondas ígneas que devoraron las bases del pilar central. Cayó con estrépito, eliminando la reluciente pureza del mármol blanco al agrietarlo por completo en un radio de varios metros. La columna, por el contrario, conservó íntegramente su estructura en un alarde de solidez.

Pero el movimiento del marine no acabó ahí ni muchísimo menos. Se desplazó a gran velocidad, agrietando los cimientos de otra de las colosales construcciones pétreas con el fin de aplastar al rōnin alado. Aún no había comenzado a desplomarse cuando, inquieto como una liebre perseguida por su depredador, el vicealmirante se movió con fin de atrapar a su oponente entre el granito y su puño.

«Vas a necesitar mucho más que eso», se dijo Therax, desenvainando a Wirapuru y Yuki-onna en menos de lo que dura un parpadeo. Mientras Zuko se desplazaba, empleó a la primera de ellas para liberar dos poderosas ondas cortantes en dirección a la estructura de piedra. Iban separadas entre sí por una distancia aproximada de tres metros, y fueron dirigidas hacia la zona superior del coloso de roca.Un fragmento de dichas dimensiones se desprendió de la estructura cuando apenas quedaban dos metros para que impactase en el cuerpo del espadachín. La zona inferior, mucho más grande, estuvo cerca de rozar sus pies antes de emular a su hermano ya derribado. La región superior, por el contrario, pasó sobre la cabeza del domador esbozando una firme amenaza por caer sobre el cuerpo del dragón.

Por otro lado, un deslumbrante fulgor metálico, azulado, había impregnado sus sables cuando interpuso a Yuki-onna en la trayectoria del golpe de su adversario. Encajó el golpe sin problemas, aunque la hoja retrocedió hasta que su parte roma entró en contacto con su antebrazo. Mejor; así podría transmitir más fuerza. Consciente de que el fragmento superior del pilar se cernía sobre su rival, deslizó el filo de su espada por sus dedos en un firme intento por inutilizar su mano. Lograr un hito como aquél tan pronto le daría una ventaja indudable frente a un luchador como el uniformado.

Pero su ataque no terminaba ahí ni por asomo, pues aquello no dejaba de ser una defensa frente a la ofensiva que había recibido. Acero y puño aún seguían en contacto cuando Wirapuru trazó una trayectoria ascendente, amenazando con provocar un para nada agradable tajo vertical en el torso del marine.

Continuaría con su ofensiva encadenando un nuevo corte hacia su cintura, seguido a su vez por cuatro más que pretendían alcanzar las extremidades de su contrincante. Reducir al máximo su movilidad se antojaba como algo fundamental para obtener la ventaja en la batalla, pese a que era consciente de la dificultad que ello conllevaría. Dejando eso a un lado, contemplaba la posibilidad de que el vicealmirante respondiese poniendo distancia entre ambos para eludir el posible daño producirlo por el capitel y Yuki-onna, esta última sobre su mano. De ser así le perseguiría, propulsándose con unas corrientes de viento que le permitían no dar ni un segundo de respiro a su adversario.

—Estoy seguro de que puedes dar muchísimo más, Zuko —sonrió.

Apenas un leve corte. Mucho menos de lo que le gustaría, pero quizás más de lo que cabría esperar dada la simpleza de su ataque. Zuko se había alejado unos metros, aunque sabía que esa distancia realmente no suponía nada para él. Alzó sus espadas con evidente intención de protegerse de lo que se le viniera encima.

Los últimos envites habían agradado enormemente a los asistentes, que jaleaban al marine capaz de emplear enormes fragmentos de columna como armas. Las reticencias que el domador había percibido al acceder al escenario parecían haberse ido difuminando, de modo que la adrenalina había comenzado a fluir por las venas del público. Estaban exultantes, lo que quedó patente cuando, de pura emoción, gritaron en cuanto el marine dio comienzo a su movimiento.

Un aura dorada envolvió su figura durante el desplazamiento, causando que Therax tensase los músculos y alzase al guardia para defenderse. No tendría tiempo para responder con algo similar, así que debería hacerle frente con lo que tenía en aquellos momentos. Un fragmento del pilar descendió sobre su cabeza. Therax empleó sus sables para reducirlo a fragmentos más pequeños, pero el puño del vicealmirante continuó su trayectoria. Consiguió apartarse, pero no hubo modo de zafarse del segundo golpe.

El capitel golpeó su cuerpo en la zona donde el abdomen y el tórax se unían. Apretó los dientes a consecuencia del dolor, pero alcanzó a posicionarse de modo que los daños fuesen reducidos a su mínima expresión. De cualquier modo, estaba convencido de que su puño desnudo habría sido capaz de aplicar un poder destructivo mucho mayor al concentrar la inhumana fuerza del uniformado en menos superficie.

Salió despedido hacia el otro extremo de la arena y, en contra de lo que cualquiera pudiera esperar, no opuso resistencia a la fuerza que se había aplicado sobre él. Se detuvo a escasos metros de uno de los dos pilares que aún quedaban en pie, empleando una poderosa corriente de viento para detener su trayectoria. Ésta no tardo en disiparse, propagando un vendaval por buena parte del estadio que silenció a los asistentes. El silencio que se había generado no tardó en ser roto de nuevo por los vítores. Les estaba gustando el espectáculo, de eso no cabía duda.

Del mismo modo, el agrietado suelo de la arena se resquebrajó algo más al amortiguar la potencia de la ya extinguida corriente de viento. Sonrió, realizando unos rápidos cortes hacia su espalda. El cuarto pilar quedó dividido en veinticinco secciones de un metro de altura y dos metros de diámetro. Antes de que comenzara a desmoronarse, generó una corriente de viento para cada fragmento y los condujo hacia la figura de Zuko. Salieron despedidas de dos en dos, haciendo gala de una velocidad fuera de lo común para intentar alcanzar su objetivo.

Para cuando el último trozo hubo abandonado la posición que había estado ocupando, la figura del rōnin alado había cambiado por completo, haciendo nacer el asombro en quienes le contemplaban y nunca habían presenciado sus habilidades. Un níveo plumaje blanco cubría su cuerpo al completo, concediéndole el aura casi divina de las criaturas enviadas por los dioses. Sus facciones habían mutado por completo, adquiriendo la naturaleza de una fiera águila humanoide.

—Leveche —susurró, alzando de nuevo sus sables en espera del siguiente movimiento de su adversario. ¿Cómo respondería a su ataque?

Therax observó desde la distancia cómo los pétreos discos volaban en busca de su objetivo. Ordenados y perfectamente sincronizados, buscaban con avidez la figura del marine con cada metro que recorrían. No prestó mayor atención, pero sobrecogidos suspiros de incredulidad comenzaron a nacer de la garganta del público, acompasándose en una sorprendida sinfonía que cobraba vida casi al unísono.

Todos se callaron cuando las secciones del pilar llegaron a su destino, y el ahogado sonido al colisionar con los puños del dragón arrancó vítores que aclamaban la habilidad de ambos. Algunos fueron quebrados como frágiles piedras de arenisca, mientras que otros se rompieron al chocar con la pétrea estructura corporal del vicealmirante. Therax sonrió, pero su satisfacción apenas duró unos segundos. El marine había comenzado a desplazarse a una velocidad inusitada, tal vez incluso mayor que la demostrada anteriormente.

La posibilidad de intentar evadir de algún modo la embestida estaba ahí, pero en la mente del rōnin alado nunca figuró realmente esa alternativa. No, lo encajaría y le demostraría a todo el mundo, Marina incluida, que uno de sus vicealmirantes era incapaz de pasar sobre él. Asía sus espadas como de costumbre, con la punta de sus aceros apuntando hacia el suelo. Apoyó la parte roma en sus antebrazos, asegurándose de que podría transmitir toda su fuerza en la defensa.

Pero la ofensiva del uniformado no quedaba ahí. Una colosal esfera de fuego seguía de cerca sus pasos, prometiendo que el ataque no consistiría en un simple golpe. Daba igual; estaba preparado para lo que fuese. Su capitán era probablemente quien mejor controlaba las llamas sobre la faz de la tierra y las conocía a la perfección. Había pecado de confiado y arrogante contra Katharina, de acuerdo, pero no se volvería a repetir.

El viento ya rugía con furia a su alrededor cuando el contacto se produjo. Aguantó sin problemas el impacto, pero la onda de choque que nació de él era algo que no había previsto. Azotó su cuerpo con furia, haciéndole retroceder en el aire sin perder en absoluto la postura. Se negaba a darle semejante satisfacción a su oponente, así que aguantó estoicamente la ofensiva. Bajo sus pies, el remanente de la temible onda agrietó aún más el suelo de mármol, que cedió sin apenas poner resistencia y dejó que finos fragmentos se elevasen algunos centímetros.

Y el fuego se cernió sobre él con el devastador propósito de consumirle entre sus llamas, mas el viento ya había envuelto su figura y se afanaba por mantener las llamas apartadas de su carne. Aun así, el calor era asfixiante y el poder de la esfera ígnea abrumador. Pudo notar el crepitar de muchas de sus plumas y el agudo mordisco que pretendía devorar su carne.

—No pasará de aquí —dijo en voz alta, procurando que su voz llegase a los oídos del dragón. Un agudo chillido se propagó por la arena cuando, llevando el viento que controlaba cerca de su máximo potencial, hizo que se expandiera para alejar las llamas de su anatomía. La candente bola se deshizo en jirones rojos y dorados que comenzaron a extinguirse poco después. Aun así, los segundos que había pasado envuelto por la habilidad del marine quedaron reflejados en su imagen. El impoluto plumaje que había cubierto toda su estructura se mostraba calcinado en numerosos puntos. Del mismo modo, el ansia asesina del elemento había conseguido alcanzar su piel en varias zonas, infligiéndole un dolor que, pese a poder ser soportado sin problema, resultaba cuanto menos molesto.

El estadio rugió, aclamando a los contendientes y regalándole sus vítores como agradecimiento. Los tenía en el bolsillo y lo sabía, pero ese hecho se antojaba como un detalle vano y superfluo que poco o nada le importaba. Era su turno, y se aseguraría de que Zuko fuese plenamente consciente de ello.

Las ráfagas de viento no se disiparon, sino que adquirieron ánimos renovados y comenzaron a moverse antinaturalmente en torno a él. Se condensaban en puntos concretos con una potencia inimaginable, adquiriendo naturaleza sólida y rugiendo con la intensa fiereza de un vendaval. Veinticinco esferas de cinco centímetros de diámetro cobraron forma alrededor de él, siendo apenas imperceptibles por la leve distorsión que provocaban en el espacio. No obstante, su tamaño no debía ser interpretado como su poder destructivo.

—Etesio —susurró, y catorce de ellas salieron despedidas hacia el vicealmirante siguiendo sus órdenes. Viajaban a una velocidad endiablada, propulsadas por nuevas corrientes de viento que las hacían aún más temibles. Comenzaron a moverse en parejas, de modo que el rubio lanzaba una nueva tanda en función de cómo reaccionase su oponente para así poder seguir sus movimientos en la medida de lo posible.

Era el momento. Esperando que el dragón se las tuviese que ingeniar para lidiar con ellas, se propulsó hacia él a gran velocidad en una trayectoria que, casi inconscientemente, no coincidía con la de ninguna de sus esferas. Trazó un tajo oblicuo y descendente en dirección a su torso, que prácticamente ni había terminado cuando uno vertical realizado con Yuki-onna amenazó su brazo derecho.

¿Más alas? ¿Qué demonios pasaba en aquel torneo? Katharina había convocado un par de ellas durante su enfrentamiento anterior, sirviéndole como una extraordinaria defensa frente a sus ofensivas. El dragón había hecho algo similar, pero la recta voluntad que percibía por su parte le indicaba que allí había mucho más. En cierto modo se sintió orgulloso de lo que contemplaban sus ojos, pues su ataque había provocado que el dragón tuviese que defenderse con todo.

Las escamas de sus nuevas extremidades, endurecidas firmemente por el haki, fueron capaces de permitirle encajar los cortes con daños mínimos o inexistentes. Su satisfacción anterior fue reemplazada en buena medida por una considerable dosis de frustración, que se esforzó en ahogar para mantener todos sus sentidos centrados en el combate.

El vicelmirante se estampó con fuerza en el suelo, agrietándolo aún más y haciéndolo ceder ante su peso. Una densa polvareda se elevó hacia los cielos, ocultando por completo la figura del marine y las consecuencias que la arena había sufrido. No obstante, acertó a comprobar cómo las fisuras se extendían por el mármol como una telaraña recién tejida. Tendrían que hacer muchas reparaciones para que aquel lugar pudiese albergar un nuevo enfrentamiento, eso quedaba más que claro.

Dejando eso a un lado, algo comenzaba a nacer bajo sus pies. Desde una distancia considerable, contempló el surgimiento de una colosal bestia que debía rondar los cuatro metros de altura. ¿De verdad Zuko se había transformado en semejante engendro? Apretó los dientes, sonriendo a continuación y haciendo que los filos de sus espadas se deslizaran entre sí antes de recuperar una postura defensiva.

El suelo rugió y el estadio liberó un profundo lamento en forma de crujido. Las manos del gran reptil habían abrazado con fuerza el único pilar restante, arrancándolo de la tierra como una mala hierba y lanzándolo con inusitada potencia hacia él. Wirapuru se interpuso en la trayectoria, dividiendo la columna en dos secciones de tamaño similar que rebasaron su posición pos ambos laterales. No obstante, la velocidad que le había imprimido a la enorme estructura de piedra impidió que el corte fuese tan limpio como Therax hubiese deseado.

Numerosos fragmentos de envergadura considerable escaparon a la precisión de su tajo, conservando su naturaleza inicial y colisionando en el hombro, el abdomen y la pierna del domador. Entre la distancia recorrida y el imperante freno que el rōnin alado les había puesto, incidieron sobre su cuerpo con un poder destructivo mucho menor. Aun así, las contusiones le arrebataron un gemido ahogado que se forzó a ocultar en la medida de lo posible.

El grueso del pilar continuó con su recorrido, aterrizando sobre las gradas con un estruendo que ensordeció a todos los presentes. El público se había apartado al ver lo sucedido, pero una innumerable cantidad de asientos habían quedado inutilizados al alojar los restos de la última columna. No debía haber ningún herido —al menos eso creía él— y, de haberlo, todo el mundo allí sabía qué había ido a contemplar. Que la zona se viese afectada por las habilidades desplegadas por los contendientes entraba en cierto modo dentro de lo previsible, después de todo.

«Así que quieres ir más fuerte», se dijo el domador, y el color de su plumaje comenzó a variar de nuevo. Aún no había explotado al máximo las capacidades de Leveche, pero nada le impedía dar un paso más hacia delante. El azul comenzó a nacer en diversos puntos de su anatomía, tornándose las plumas que eran teñidas por él más gruesas y voluminosas hasta otorgarles cierto aspecto de armadura.

El viento rugió con fuerza cuando el espadachín comenzó a moverse de nuevo poseyendo la fuerza de Mistral. El público, que había enmudecido ante la muestra de desproporcionada fuerza del dragón, comenzó a rugir de nuevo cuando el contramaestre devoró la distancia que les separaba. El viento golpeaba con furia sus alas, que, extendidas majestuosamente, acaparaban todo el torrente aéreo. Un instante después, Yuki-onna pretendía provocar un profundo corte en el muslo derecho de Zuko, mientras que Wirapuru trazaba una trayectoria ascendente capaz de lacerar completamente su abdomen y torso. Había empleado su máxima capacidad para impregnar los filos con su voluntad, dotándolos de un refulgente negro con una letalidad difícil de imaginar.

¿Y si se había olvidado de Etesio? Lo dudaba, porque había hecho uso de él hacía apenas unos instantes, pero, con algo de suerte, no habría contado el número de esferas o las habría perdido de vista a la hora de preparar su defensa —o ambas... o ninguna, ¿quién sabía?—. Surcaron de nuevo el aire, amenazando con perforar estructuras anatómicas claves para la movilidad del marine: hombros, rodillas, caderas y manos.

Lo vio suceder mucho antes de que realmente ocurriera. Tal vez el margen de maniobra fuese mínimo para una persona común, pero un puñado de segundos se convertían en un auténtico mundo en manos de los participantes del Torneo del Milenio. Uno de sus cortes había logrado atravesar la dura coraza del dragón y, del mismo modo, Etesio había logrado infligirle daños considerables.

No obstante, casi preferiría que no hubiera sido así con tal de evitar el aluvión de golpes que estaba por venir. Visualizó todos y cada uno de ellos mientras las esferas de aire surcaban el cielo, experimentó el dolor de su cuerpo al ser sepultado bajo un alud de puñetazos y vivió la agonía de verse sometido a semejante acoso. Pero ninguno de aquellos acontecimientos había transcurrido cuando enfundó a Wirapuru.

Una actitud corporal perfecta, grácil y elegante, aguardaba por la acometida del vicealmirante un instante antes de que ésta diese comienzo. Había visto los puños del colosal dragón golpear su figura una y otra vez con un aterrador negro impregnándolos, de modo que condensó su propio espíritu en la hoja de Yuki-onna. Habitualmente lo hacía en dos espadas, y el hecho de poner toda su concentración en una sola le permitía dotarla de mucho más poder. Estaba convencido de que de ese modo conseguiría igualar la devastadora ira con la que el dragón le atacaría. Aquella espada llevaba años viajando con él y le había salvado la vida en más de una ocasión. Tal vez ese día no estuviese en juego la misma, pero le guiaría hasta la victoria.

La lluvia de nudillos se cernió sobre él, siguiendo la misma coreografía que había sido capaz de observar. Algunos impactos —los que menos, porque el condenado reptil los lanzaba a una velocidad endiablada— fueron evadidos, mientras que otros fueron bloqueados en una pulcra demostración de habilidad con la espada. Sin embargo, el resto —que no eran pocos ni muchísimo menos— lograron incidir sobre su silueta.

Ajeno a lo que estaba sucediendo ante sus ojos, el público profirió gritos ahogados de pura consternación. Sin embargo, a unos metros de ellos, Therax se esforzaba por amoldar su cuerpo para recibir cada uno de los golpes. Su musculatura se contraía con todos ellos, sincronizándose a la perfección para disminuir las repercusiones de los mismos a su mínima expresión.

Aun así, su piel se había abierto en numerosos puntos y la sangre manaba de ellos. Tal vez externamente no fuesen las heridas más llamativas, pues la mano desnuda tendía a mostrar daños menos evidentes que el acero. No obstante, un infernal dolor mordía sus huesos y articulaciones. Aquello no le impediría continuar luchando con todo, pero había quedado manifiestamente claro que él no era el único que se había fortalecido; Zuko también. Le demostraría quién era el contramaestre de los Arashi no Kyoudai.

Flexionó las rodillas, llevando de nuevo la mano a Wirapuru para lanzarse como un proyectil hacia la cabeza del marine. Por desgracia, una sirena resonó en la arena cuando acababa de flexionar las rodillas. ¿En serio había terminado ya? No sabía cuánto había durado el enfrentamiento contra Katharina, pero aquél se le antojaba demasiado corto.

—Creo que tendremos que terminar esto en otro momento —sonrió, enfundando a Yuki-onna y abandonando el lugar de combate—. Volveremos a encontrarnos, seguro. —Y se fue. Sopesó la posibilidad de fanfarronear un poco, pero consideró que no sería más que enturbiar la lucha que ambos habían mantenido. Simplemente se fue, disimulando de forma excepcional el dolor que martilleaba casi todo su cuerpo y aclamado con el mismo júbilo que los espectadores dedicaban al dragón.