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Ashlyn Blake
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Akuma no mi
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El día había empezado de lo más tranquilo, ¿como había llegado a la situación actual? la verdad es que no lo recordaba, pero allí estaba. Tal vez Ash no recuerde como llego hasta allí, pero nosotros como narrador omnisciente que somos si, entonces diremos la verdad, Ash llegó al Reino Sakura en busca de un tipo al que cazar que además tenía cierta información sobre el hombre al que llevaba años buscando. Aquel tipo que durante tanto tiempo había anhelado encontrar y que no conseguía dar con su paradero de ninguna de las formas posibles. ¿Donde mierda se escondía aquel tipejo que le habían mandado encontrar?
Siguiendo aquellas pistas llegó al reino helado y busco por todo el lugar algún sitio donde poder encontrar a su objetivo, aquel que le daría información sobre el pez gordo. Era extraño, por que aquella dichosa vieja había mandado a un tipo a darle un mensaje y un cartel de se busca, pero no parecía que quisiera que le diera caza. Todo lo contrario, más que matarlo, simplemente quería que lo encontrase y eso era lo más extraño de todo ¿para que quería que diera con él? no le sonaba de nada su cara y la anciana tampoco le había dado muchas más indicaciones.
Desde la había conocido esa mujer se comportaba de forma extraña y enigmática. En ocasiones lograba sacarla de sus casillas pero aquella vieja realmente había sido su salvación en más de un sentido y aunque ya no estuviera ella aún la tenía muy presente. Pero volvamos a la situación actual, Ash estaba luchando contra tres piratas dentro de una tabernucha o bar o lo que fuera aquello, no le interesaba realmente. Pero eran muchos y ella en aquel momento no estaba en el mejor momento posible. Pero aún daba pelea y tenía mucho fuelle todavía que gastar.
— ¡Voy a volaros la puta tapa de los seos cabrones! — la dulce Ash con sus hermosas palabras siempre conseguía una reacción en sus oyentes. La sacaron volando por una ventana tras un golpe haciendo que su cuerpo partiera los cristales y ella rodara por el suelo mientras los piratas salían para continuar la pelea fuera de aquel establecimiento. Realmente iba a meterles una bala en la cabeza, le daba igual si el gobierno los quería vivos o muertos, quería reventares la cabeza aunque tuviera que cobrar la mitad por ellos.
Siguiendo aquellas pistas llegó al reino helado y busco por todo el lugar algún sitio donde poder encontrar a su objetivo, aquel que le daría información sobre el pez gordo. Era extraño, por que aquella dichosa vieja había mandado a un tipo a darle un mensaje y un cartel de se busca, pero no parecía que quisiera que le diera caza. Todo lo contrario, más que matarlo, simplemente quería que lo encontrase y eso era lo más extraño de todo ¿para que quería que diera con él? no le sonaba de nada su cara y la anciana tampoco le había dado muchas más indicaciones.
Desde la había conocido esa mujer se comportaba de forma extraña y enigmática. En ocasiones lograba sacarla de sus casillas pero aquella vieja realmente había sido su salvación en más de un sentido y aunque ya no estuviera ella aún la tenía muy presente. Pero volvamos a la situación actual, Ash estaba luchando contra tres piratas dentro de una tabernucha o bar o lo que fuera aquello, no le interesaba realmente. Pero eran muchos y ella en aquel momento no estaba en el mejor momento posible. Pero aún daba pelea y tenía mucho fuelle todavía que gastar.
— ¡Voy a volaros la puta tapa de los seos cabrones! — la dulce Ash con sus hermosas palabras siempre conseguía una reacción en sus oyentes. La sacaron volando por una ventana tras un golpe haciendo que su cuerpo partiera los cristales y ella rodara por el suelo mientras los piratas salían para continuar la pelea fuera de aquel establecimiento. Realmente iba a meterles una bala en la cabeza, le daba igual si el gobierno los quería vivos o muertos, quería reventares la cabeza aunque tuviera que cobrar la mitad por ellos.
—¿Seguro que es ahí? —pregunté por quinta vez, dando unos suaves toques en el paquete de Ursus y extrayendo un cigarrillo. Los piratas solían encontrarse bastante lejos de mi ámbito de trabajo, aunque de vez en cuando tenían la feliz idea de relacionarse con el círculo revolucionario y ahí era donde me veía obligado a actuar. Lo cierto era que lo prefería así. Es decir, la alternativa a encontrarme allí, en medio de Sakura y pelado de frío, era morir sepultado por una montaña de papeleo y burocracia. «Necesito un ascenso», me dije, destapando el zippo y concediéndole su llama al pitillo.
¿Que a quién le hablaba? A nadie, por supuesto. El clima de la isla, de por sí poco propicio para dar agradables paseos, golpeaba a sus habitantes con aún más furia aquel día. Y a mí, por supuesto. De cualquier modo, enunciar en voz alta mis pensamientos siempre me había ayudado a poner las cosas en orden y decidir qué hacer cuando me encontraba confuso.
Sí, aquel lugar era mi destino más allá de toda duda. Un cartel de madera, antaño suspendido por dos cortas cadenas de un listón clavado en la pared, se agitaba movido por el temporal al tiempo que se aferraba al único soporte que le quedaba. 'El Entretiempo' parecía ser el nombre que, irónicamente, habían decidido otorgarle a la taberna.
Para encargos como aquél lo normal era que la identidad del objetivo fuese revelada antes de partir, y así había sido, pero casi siempre había detalles que debían ser ultimados con el terreno. El contacto aquella vez respondía al nombre de Rita Skeeper y, en teoría, debía estar esperándome en el interior.
Entrar fumando no parecía ser un problema, pues un considerable bullicio propio de un local no demasiado distinguido escapaba del local. Me dirigía hacia la puerta cuando, súbitamente, uno de los cristales que aislaban el interior del exterior se hizo añicos junto a mí. Sombrero y un semblante poco amigable, sumado a una apariencia llamativa que provocaron que arqueara una queja. Si todo el mundo vestía así en Sakura, iba a desentonar bastante.
Para la ocasión había escogido una larga gabardina de color azul marino, a juego con unos pantalones del mismo color y unos zapatos castellanos marrones. Una camisa de un tono tímidamente rosado, parcialmente oculta por una corbata de una tonalidad bastante más fuerte, completaban el atuendo.
—Hola —dije sin más, llevando una mano hacia la puerta en un amago por abrirla. No sabía si tendiéndole la mano para ayudarla a incorporarse me arriesgaba a perderla—. Dime, ¿si abro ahora me van a estampar una silla en la cara? Porque si es así prefiero cederte el paso.
¿Que a quién le hablaba? A nadie, por supuesto. El clima de la isla, de por sí poco propicio para dar agradables paseos, golpeaba a sus habitantes con aún más furia aquel día. Y a mí, por supuesto. De cualquier modo, enunciar en voz alta mis pensamientos siempre me había ayudado a poner las cosas en orden y decidir qué hacer cuando me encontraba confuso.
Sí, aquel lugar era mi destino más allá de toda duda. Un cartel de madera, antaño suspendido por dos cortas cadenas de un listón clavado en la pared, se agitaba movido por el temporal al tiempo que se aferraba al único soporte que le quedaba. 'El Entretiempo' parecía ser el nombre que, irónicamente, habían decidido otorgarle a la taberna.
Para encargos como aquél lo normal era que la identidad del objetivo fuese revelada antes de partir, y así había sido, pero casi siempre había detalles que debían ser ultimados con el terreno. El contacto aquella vez respondía al nombre de Rita Skeeper y, en teoría, debía estar esperándome en el interior.
Entrar fumando no parecía ser un problema, pues un considerable bullicio propio de un local no demasiado distinguido escapaba del local. Me dirigía hacia la puerta cuando, súbitamente, uno de los cristales que aislaban el interior del exterior se hizo añicos junto a mí. Sombrero y un semblante poco amigable, sumado a una apariencia llamativa que provocaron que arqueara una queja. Si todo el mundo vestía así en Sakura, iba a desentonar bastante.
Para la ocasión había escogido una larga gabardina de color azul marino, a juego con unos pantalones del mismo color y unos zapatos castellanos marrones. Una camisa de un tono tímidamente rosado, parcialmente oculta por una corbata de una tonalidad bastante más fuerte, completaban el atuendo.
—Hola —dije sin más, llevando una mano hacia la puerta en un amago por abrirla. No sabía si tendiéndole la mano para ayudarla a incorporarse me arriesgaba a perderla—. Dime, ¿si abro ahora me van a estampar una silla en la cara? Porque si es así prefiero cederte el paso.
Ashlyn Blake
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Vio aparecer a un tipo bastante raro, casi trajeado se podría decir con su corbatita y todo y la verdad es le resulto hasta extraño ver a alguien así. No estaba acostumbrada a encontrarse con gente tan bien vestida, tampoco es que le importase, simplemente había logrado llamarle un poco la atención. Estuvo a punto de decirle que se quitara de la puerta, pero fue demasiado tarde, uno de los piratas con los que se había estado dando una paliza abrió de golpe llevándose al hombre por delante. No es que tuviera un especial cuidado para abrir y no sabía si le había dado muy fuerte pero al menos lo suficiente como para apartarle de allí.
Ash se levanto tan rápido como pudo mientras otro de los piratas salía por la ventana de un salto como si se creyera la gran cosa. Un suspiro largo y cansado se escucho mientras se sacudía un poco la ropa — vamos joder, ¿tres contra una no creéis que es un poco injusto? sois una jodida panda de cobardes — se crujió los dedos y después en un movimiento rapido saco el revolver de la cintura y de un tiro le voló un trozo de oreja a uno de los piratas. — Quieto ahí vaquero, si mueves un solo músculo el siguiente disparo va en la cabeza — se quedo estático en el lugar. Aquella era la mejor decisión, es lógico que no quisiera perder otro trozo de su cuerpo, por que la cazadora tenía claro que lo siguiente era una rodilla o tal vez un poco más arriba.
Después miro a los otros dos y al sujeto que se había acercado a la puerta — si no quieres acabar en medio de algo que no te incumbe mejor lárgate antes de que empiecen a volar más trozos de carne — volvió a cargar la pistola mientras sus ojos se movían rápidos entre los piratas que estaban alrededor de ella. Se notaba que querían fiesta aún y como ellos no tenían armas a distancia tenían que jugar de otra forma, pero claro, eran tramposos por naturaleza. — oye muñeca, ¿por que no dejas ese juguetito y vienes a que te destrocemos un poco entre los tres? seguro que incluso te gusta — Ash respondió con un gruñido.
Se notaba que les gustaba calentarla y eso no era buena idea. Nunca era buena idea calentar a la tipa que tenía una jodida pistola en la mano, pero a Ash no le gustaba malgastar balas así que movió su cuerpo lo suficiente como para propinar una patada en la boca al que tenía delante y había abierto la bocaza, ese movimiento lo aprovecharon los otros dos para abalanzarse sobre ella. Se notaba que la pelea era un poco injusta, pero la chica daba bastante pelea, no estaba dentro de su psicología el darse por perdida. Prefería perder un brazo antes que permitir que una panda de desgraciados se saliera con la suya.
Cuando se lanzaron sobre ella consiguieron quitarle el revolver y alejarlo un poco mientras ella se revolvía esquivando golpes, recibiendo otros y dando otros tantos. Si conseguía volver a coger la pistola no haría tiros de advertencia, se estaba cansando de jugar a este juego y lo que ella quería era información una información que le acabarían dado de una forma o de otra, le daba igual matar a los otros dos si conseguía mantener con vida al "jefecillo" con ese tenía suficiente y si no quería hablar, lo torturaría hasta que abriera su bocaza y empezara a cantar como un puto canario.
Ash se levanto tan rápido como pudo mientras otro de los piratas salía por la ventana de un salto como si se creyera la gran cosa. Un suspiro largo y cansado se escucho mientras se sacudía un poco la ropa — vamos joder, ¿tres contra una no creéis que es un poco injusto? sois una jodida panda de cobardes — se crujió los dedos y después en un movimiento rapido saco el revolver de la cintura y de un tiro le voló un trozo de oreja a uno de los piratas. — Quieto ahí vaquero, si mueves un solo músculo el siguiente disparo va en la cabeza — se quedo estático en el lugar. Aquella era la mejor decisión, es lógico que no quisiera perder otro trozo de su cuerpo, por que la cazadora tenía claro que lo siguiente era una rodilla o tal vez un poco más arriba.
Después miro a los otros dos y al sujeto que se había acercado a la puerta — si no quieres acabar en medio de algo que no te incumbe mejor lárgate antes de que empiecen a volar más trozos de carne — volvió a cargar la pistola mientras sus ojos se movían rápidos entre los piratas que estaban alrededor de ella. Se notaba que querían fiesta aún y como ellos no tenían armas a distancia tenían que jugar de otra forma, pero claro, eran tramposos por naturaleza. — oye muñeca, ¿por que no dejas ese juguetito y vienes a que te destrocemos un poco entre los tres? seguro que incluso te gusta — Ash respondió con un gruñido.
Se notaba que les gustaba calentarla y eso no era buena idea. Nunca era buena idea calentar a la tipa que tenía una jodida pistola en la mano, pero a Ash no le gustaba malgastar balas así que movió su cuerpo lo suficiente como para propinar una patada en la boca al que tenía delante y había abierto la bocaza, ese movimiento lo aprovecharon los otros dos para abalanzarse sobre ella. Se notaba que la pelea era un poco injusta, pero la chica daba bastante pelea, no estaba dentro de su psicología el darse por perdida. Prefería perder un brazo antes que permitir que una panda de desgraciados se saliera con la suya.
Cuando se lanzaron sobre ella consiguieron quitarle el revolver y alejarlo un poco mientras ella se revolvía esquivando golpes, recibiendo otros y dando otros tantos. Si conseguía volver a coger la pistola no haría tiros de advertencia, se estaba cansando de jugar a este juego y lo que ella quería era información una información que le acabarían dado de una forma o de otra, le daba igual matar a los otros dos si conseguía mantener con vida al "jefecillo" con ese tenía suficiente y si no quería hablar, lo torturaría hasta que abriera su bocaza y empezara a cantar como un puto canario.
¿Me había aplastado? Sí, lo había hecho. Algún imbécil había salido con demasiado ímpetu, llevándose consigo la desvencijada puerta y aplastándome con ella. De hecho, incluso había notado cómo su pie se detenía justo sobre mi cara. La nariz no había llegado a crujir, lo que indicaba que no se había roto. Por otro lado, el manto de nieve que cubría el suelo era suficientemente espeso como para hundirse ante el peso del desgraciado aquél. Me había hundido varios centímetros en él, lo que en cierto modo había disipado parte de la fuerza imprimida por el alocado borracho de turno.
—Me cago en su puta madre —musité, escuchando cómo la voz de la chica que acababa de encontrarme enunciaba más tacos que palabras normales. ¿Quién le habría enseñado modales, por Dios? Aunque tampoco es que yo tuviera muchos, todo sea dicho—. ¿Quién ha sido?
El sonido de la madera quebrada precedió a mi vuelta a la superficie, pues había apartado con furia la puerta y la había estampado contra la pared del negocio. Lo poco que quedaba de ella se deshizo en carcomidos listones que se clavaron en la nieve. Pese a todo, ninguno de los tipos me hizo el menor caso y continuaron acosando a la muchacha. ¿Qué les habría hecho? Lo cierto era que no me importaba demasiado, pero mi nariz no decía lo mismo.
«Tranquilízate», me dije varias veces mientras contemplaba la escena. No podía llamar la atención ni montar un numerito, al menos no por el momento. Debía esperar, pero quien hubiese sido podía tener claro que no seguiría vivo cuando abandonase Sakura... Aunque podía ir adelantando trabajo.
No toqué a ninguno de los sujetos. Por el contrario, bordeé con tranquilidad la zona en la que estaba teniendo lugar el forcejeo y recogí el arma que había soltado la deslenguada. Me agaché frente a ella, esperando a que me mirase para ofrecerle la empuñadura y volver a lo mío. Una vez lo hubo cogido, me fui sin más y me introduje en la taberna. El bullicio se había reducido considerablemente, pero, al ver que no había heridas en mi cara o cuerpo, la atención que había acaparado momentáneamente se difuminó.
—Un Daniel Jacks y un cenicero —dije en cuanto el camarero me atendió en la barra, sacando un nuevo Ursus y encendiéndolo en mis labios. Debía esperar a que se pusiesen en contacto conmigo, así que tocaba esperar. De cualquier modo, no identificaba a nadie en los alrededores cuya apariencia pegase con el nombre de Rita Skeeper. ¿Y qué más daba eso? Ni que hubiese que escoger nombres que encajasen con un determinado aspecto físico.
—Viene por una reunión de negocios, ¿verdad? —Era ella—. Soy la representante de la empresa interesada en contratar sus servicios. —En torno a cincuenta años, incipientes canas en el pelo que recogía en un moño alto, aire de ejecutiva pese a lo informal de su atuendo y, por qué no decirlo, un aura que sugería que era Rita Skeeper—. Déjenos correr con los gastos de su consumición.
—Me cago en su puta madre —musité, escuchando cómo la voz de la chica que acababa de encontrarme enunciaba más tacos que palabras normales. ¿Quién le habría enseñado modales, por Dios? Aunque tampoco es que yo tuviera muchos, todo sea dicho—. ¿Quién ha sido?
El sonido de la madera quebrada precedió a mi vuelta a la superficie, pues había apartado con furia la puerta y la había estampado contra la pared del negocio. Lo poco que quedaba de ella se deshizo en carcomidos listones que se clavaron en la nieve. Pese a todo, ninguno de los tipos me hizo el menor caso y continuaron acosando a la muchacha. ¿Qué les habría hecho? Lo cierto era que no me importaba demasiado, pero mi nariz no decía lo mismo.
«Tranquilízate», me dije varias veces mientras contemplaba la escena. No podía llamar la atención ni montar un numerito, al menos no por el momento. Debía esperar, pero quien hubiese sido podía tener claro que no seguiría vivo cuando abandonase Sakura... Aunque podía ir adelantando trabajo.
No toqué a ninguno de los sujetos. Por el contrario, bordeé con tranquilidad la zona en la que estaba teniendo lugar el forcejeo y recogí el arma que había soltado la deslenguada. Me agaché frente a ella, esperando a que me mirase para ofrecerle la empuñadura y volver a lo mío. Una vez lo hubo cogido, me fui sin más y me introduje en la taberna. El bullicio se había reducido considerablemente, pero, al ver que no había heridas en mi cara o cuerpo, la atención que había acaparado momentáneamente se difuminó.
—Un Daniel Jacks y un cenicero —dije en cuanto el camarero me atendió en la barra, sacando un nuevo Ursus y encendiéndolo en mis labios. Debía esperar a que se pusiesen en contacto conmigo, así que tocaba esperar. De cualquier modo, no identificaba a nadie en los alrededores cuya apariencia pegase con el nombre de Rita Skeeper. ¿Y qué más daba eso? Ni que hubiese que escoger nombres que encajasen con un determinado aspecto físico.
—Viene por una reunión de negocios, ¿verdad? —Era ella—. Soy la representante de la empresa interesada en contratar sus servicios. —En torno a cincuenta años, incipientes canas en el pelo que recogía en un moño alto, aire de ejecutiva pese a lo informal de su atuendo y, por qué no decirlo, un aura que sugería que era Rita Skeeper—. Déjenos correr con los gastos de su consumición.
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Rodaba por la nieve con aquellos dos desgraciados encima, la cosa se estaba poniendo un poco complicada y aún así la albina no se daba por vencida. Prefería morir antes de permitir que esos se salieran con la suya, por el momento se defendía de los golpes que podía y propinaba tantos como le eran posibles. Fue en un momento curioso en el que pudo ver como aquel tipo le acercaba su revolver. Movió la mano lo suficiente como para cogerlo y aunque eso le valió un golpe en la cara se aferró con fuerza a la pistola. Un movimiento veloz fue suficiente para que le diera con la culata de la pistola en la boca a uno de ellos y lo tirara a un lado adolorido.
Ahora que solo tenía un imbécil encima no fue demasiado complicado golpearle con la rodilla en la entrepierna y luego un golpe más en las costillas asegurándose de partir al menos un par y dejarlo sin respiración. Se levanto entonces y se sacudió la ropa. Antes de que al que le había golpeado la cara con la culata se levantara le disparo en la pierna. Se pensaría dos veces el levantarse ahora. Se paso una mano por el pelo y suspirando busco con la mirada al tercer cerdo que le faltaba pasar por el matadero. No le costo mucho identificarlo, era el jefe de los otros dos y estaba escondido como una rata tras unas cuantas cajas que suponía serían de licor de la taberna.
Se acerco con paso decidido y le apunto directamente a la cabeza — levanta, despacito y sin hacer nada raro, ya me habéis tocado los huevos bastante — no le quedo más remedio que obedecer. Le puso contra la pared de aquel establecimiento con fuerza, golpeando su cara contra la misma y le ato las manos con fuerza para que no pudiera moverse demasiado. — ahora tu decides cabrón, me cuentas las cosas por las buenas o por las malas, pero vas a cantar como un ruiseñor — le falto tiempo al desgraciado para hablar y contarle todo cuanto quiso. Los otros dos cobardes al verse derrotados salieron corriendo en cuanto pudieron ponerse de pie.
Aunque claro, tuvieron que ayudarse el uno al otro mientras dejaban atrás a quien se suponía debían proteger. — Tus hombres no son muy valientes ni leales ¿verdad? — ahora que sabía lo que quería saber no le necesitaba consciente. Golpeo su nuca y tras dejarlo completamente K.O tiro de él hasta el interior de aquel tugurio. Estaba cansada y necesitaba un buen trago. Cuando el tabernero la vio entrar le sirvió un buen vaso de Whisky con hielo. La albina se limpio la sangre del labio mientras tomaba asiento — gracias encanto, no te molestaran en un tiempo y si, tenías razón, el cabrón sabía más de lo que decía — se bebió el Whisky de una sola sentada.
Entonces se fijo en el tipo que le había pasado la pistola, no estaba demasiado lejos y sonriendo de medio lado cruzo una pierna sobre la otra y se giro en el taburete mientras a los pies tenía al piratejo desmayado — ¡Ey corbatita! gracias por la ayuda — levanto el vaso vació con los restos de Whisky y hielo a modo de agradecimiento y saludo y después volvió a su conversación con el dueño de aquel local.
Ahora que solo tenía un imbécil encima no fue demasiado complicado golpearle con la rodilla en la entrepierna y luego un golpe más en las costillas asegurándose de partir al menos un par y dejarlo sin respiración. Se levanto entonces y se sacudió la ropa. Antes de que al que le había golpeado la cara con la culata se levantara le disparo en la pierna. Se pensaría dos veces el levantarse ahora. Se paso una mano por el pelo y suspirando busco con la mirada al tercer cerdo que le faltaba pasar por el matadero. No le costo mucho identificarlo, era el jefe de los otros dos y estaba escondido como una rata tras unas cuantas cajas que suponía serían de licor de la taberna.
Se acerco con paso decidido y le apunto directamente a la cabeza — levanta, despacito y sin hacer nada raro, ya me habéis tocado los huevos bastante — no le quedo más remedio que obedecer. Le puso contra la pared de aquel establecimiento con fuerza, golpeando su cara contra la misma y le ato las manos con fuerza para que no pudiera moverse demasiado. — ahora tu decides cabrón, me cuentas las cosas por las buenas o por las malas, pero vas a cantar como un ruiseñor — le falto tiempo al desgraciado para hablar y contarle todo cuanto quiso. Los otros dos cobardes al verse derrotados salieron corriendo en cuanto pudieron ponerse de pie.
Aunque claro, tuvieron que ayudarse el uno al otro mientras dejaban atrás a quien se suponía debían proteger. — Tus hombres no son muy valientes ni leales ¿verdad? — ahora que sabía lo que quería saber no le necesitaba consciente. Golpeo su nuca y tras dejarlo completamente K.O tiro de él hasta el interior de aquel tugurio. Estaba cansada y necesitaba un buen trago. Cuando el tabernero la vio entrar le sirvió un buen vaso de Whisky con hielo. La albina se limpio la sangre del labio mientras tomaba asiento — gracias encanto, no te molestaran en un tiempo y si, tenías razón, el cabrón sabía más de lo que decía — se bebió el Whisky de una sola sentada.
Entonces se fijo en el tipo que le había pasado la pistola, no estaba demasiado lejos y sonriendo de medio lado cruzo una pierna sobre la otra y se giro en el taburete mientras a los pies tenía al piratejo desmayado — ¡Ey corbatita! gracias por la ayuda — levanto el vaso vació con los restos de Whisky y hielo a modo de agradecimiento y saludo y después volvió a su conversación con el dueño de aquel local.
Una mesa bastante apartada de las demás acogió nuestra conversación. Rita no tuvo problema en pagarme las tres copas que pedí, cosa que me extrañó hasta cierto punto. ¿No le resultaba raro que bebiese en plena misión? No fue más que un pensamiento fugaz, una idea lejana que por un momento se asomó a mi mente. Si aquello le parecía mal y se lo quería comunicar a mis superiores, no había problema por mi parte. No sería la primera vez ni la última que me caía una buena bronca por dejarme llevar mínimamente por mis vicios. Pero ¿qué sería la vida sin ellos? Mientras el trabajo estuviese bien hecho, no habría mayores problemas.
—El antiguo socio con el que nos gustaría que contactase en nuestro nombre es Matthew Silverman, aunque hay quien le conoce por el seudónimo de 'Barbarroja'. 'Akahige' según a quién le pregunte y lo presuntuosa que sea la persona en cuestión.
—¿Y qué clase de negocio tiene el señor Silverman? —repliqué, haciendo gala de unos modales exquisitos y sin abandonar la temática empresarial con la que nos comunicábamos. El tono de voz empleado era bajo sin llegar a resultar inapreciable. Lo justo para que nadie sospechase de nosotros y que nuestras palabras fuesen indistinguibles para los presentes en el establecimiento.
—Hasta no hace mucho era uno más de esos empresarios que van de un lado para otro, sin rumbo fijo y haciendo sus negocios sin demasiado criterio. No obstante, nuestros trabajadores afirman que han detectado algunas anomalías en los últimos tratos cerrados por el señor Barbarroja. Al parecer, ha establecido contacto con nuestra competencia directa y ha forjado una especie de alianza en la zona. Acaparando él toda la atención y mostrándose como la única cara visible, bajo cuerda tienen lugar negocios poco saludables que escapan del foco de atención. Nos gustaría que disuadiese a nuestro muy estimado señor Silvermann de tales prácticas. Por lo que nos han contado, este caballero se encuentra en la actualidad en la isla de Sakura, en el distrito norte de esta misma ciudad. No sabemos con exactitud dónde, pero espero que no tenga dificultades para hallarle y hablar con él en nuestro nombre.
—En absoluto —respondí, apurando las últimas caladas de mi Ursus y apagándolo en el cenicero—. Pues, si no le importa, voy a ir en busca de este señor. Quiero zanjar este asunto cuanto antes; en esta isla hace demasiado frío para mi gusto.
Me levanté de mi asiento, asegurándome de no olvidar nada sobre la mesa, y me encaminé hacia la puerta. Sin embargo, apenas había dado un par de pasos cuando una voz llamó mi atención. ¿Corbatita? ¿Qué clase de apodo era ése? La deslenguada agresiva se dirigía a mí en una pose ciertamente seductora, con las piernas cruzadas y un aire fanfarrón que no dejaba de llamar la atención. Una lástima que el cuerpo del maltrecho pobre diablo que yacía a sus pies arruinase el cuadro. Realicé un gesto con la cabeza en señal de reconocimiento, sonreí con amabilidad y continué caminando hacia la salida.
Dirigí un rápido vistazo a la barra justo antes de volver a salir por la inexistente puerta. ¿Por qué nadie había tapado el agujero de algún modo? A mí no me importaba demasiado, ya que no pensaba entrar allí de nuevo, pero tal vez a los clientes les sentase mal que el frío devorase sus huesos. Miré por pura costumbre, porque la gente esperaba a que le dieses la espalda para mostrarse tal y como era. Rita Skeeper se había levantado de su asiento también, pero no se dirigía hacia el exterior, sino hacia la alocada malhablada que acababa de zurrarse con tres tipos.
«A saber», me dije, deteniéndome en la puerta y encendiendo otro Ursus. ¿Cuántos llevaba? Daba igual; tanto frío me ponía nervioso. En cuanto a la inesperada actitud del contacto, bueno, vivir entre intrigas e intenciones ocultas se había convertido en mi día a día. Todos teníamos como fin último proteger desde las sombras el orden en los mares, asegurarnos de que el Gobierno Mundial prevaleciese, pero, más allá de eso, los procederes e intenciones de la mayoría permanecían ocultos en la penumbra. Aquello no dejaba de ser una demostración más que sumar a la ya infinita lista.
—El antiguo socio con el que nos gustaría que contactase en nuestro nombre es Matthew Silverman, aunque hay quien le conoce por el seudónimo de 'Barbarroja'. 'Akahige' según a quién le pregunte y lo presuntuosa que sea la persona en cuestión.
—¿Y qué clase de negocio tiene el señor Silverman? —repliqué, haciendo gala de unos modales exquisitos y sin abandonar la temática empresarial con la que nos comunicábamos. El tono de voz empleado era bajo sin llegar a resultar inapreciable. Lo justo para que nadie sospechase de nosotros y que nuestras palabras fuesen indistinguibles para los presentes en el establecimiento.
—Hasta no hace mucho era uno más de esos empresarios que van de un lado para otro, sin rumbo fijo y haciendo sus negocios sin demasiado criterio. No obstante, nuestros trabajadores afirman que han detectado algunas anomalías en los últimos tratos cerrados por el señor Barbarroja. Al parecer, ha establecido contacto con nuestra competencia directa y ha forjado una especie de alianza en la zona. Acaparando él toda la atención y mostrándose como la única cara visible, bajo cuerda tienen lugar negocios poco saludables que escapan del foco de atención. Nos gustaría que disuadiese a nuestro muy estimado señor Silvermann de tales prácticas. Por lo que nos han contado, este caballero se encuentra en la actualidad en la isla de Sakura, en el distrito norte de esta misma ciudad. No sabemos con exactitud dónde, pero espero que no tenga dificultades para hallarle y hablar con él en nuestro nombre.
—En absoluto —respondí, apurando las últimas caladas de mi Ursus y apagándolo en el cenicero—. Pues, si no le importa, voy a ir en busca de este señor. Quiero zanjar este asunto cuanto antes; en esta isla hace demasiado frío para mi gusto.
Me levanté de mi asiento, asegurándome de no olvidar nada sobre la mesa, y me encaminé hacia la puerta. Sin embargo, apenas había dado un par de pasos cuando una voz llamó mi atención. ¿Corbatita? ¿Qué clase de apodo era ése? La deslenguada agresiva se dirigía a mí en una pose ciertamente seductora, con las piernas cruzadas y un aire fanfarrón que no dejaba de llamar la atención. Una lástima que el cuerpo del maltrecho pobre diablo que yacía a sus pies arruinase el cuadro. Realicé un gesto con la cabeza en señal de reconocimiento, sonreí con amabilidad y continué caminando hacia la salida.
Dirigí un rápido vistazo a la barra justo antes de volver a salir por la inexistente puerta. ¿Por qué nadie había tapado el agujero de algún modo? A mí no me importaba demasiado, ya que no pensaba entrar allí de nuevo, pero tal vez a los clientes les sentase mal que el frío devorase sus huesos. Miré por pura costumbre, porque la gente esperaba a que le dieses la espalda para mostrarse tal y como era. Rita Skeeper se había levantado de su asiento también, pero no se dirigía hacia el exterior, sino hacia la alocada malhablada que acababa de zurrarse con tres tipos.
«A saber», me dije, deteniéndome en la puerta y encendiendo otro Ursus. ¿Cuántos llevaba? Daba igual; tanto frío me ponía nervioso. En cuanto a la inesperada actitud del contacto, bueno, vivir entre intrigas e intenciones ocultas se había convertido en mi día a día. Todos teníamos como fin último proteger desde las sombras el orden en los mares, asegurarnos de que el Gobierno Mundial prevaleciese, pero, más allá de eso, los procederes e intenciones de la mayoría permanecían ocultos en la penumbra. Aquello no dejaba de ser una demostración más que sumar a la ya infinita lista.
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Precisión
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Agudeza
Instinto
Energía
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Akuma no mi
Varios
Estaba de lo mas entretenida conversando con el tabernero. Aquel hombre al que había dado una paliza le había dado un nombre, Matthew Silverman, al parecer aquel tipo sabía algo sobre el tatuaje que llevaba en su brazo y en símbolo que además estaba en la espalda de su chaqueta. Y si ese tipo sabía algo de aquellas dos cosas, estaba segura de que podía llevarle hasta el hombre que estaba buscando. Ni siquiera conocía su nombre, tan solo su cara y que estaba relacionado con la marca que la vieja llevaba consigo a todas partes. En ocasiones Ash se preguntaba como había podido ser tan estúpida de no darse cuenta de que el símbolo era el mismo que el que llevaba a la espalda. Pero teniendo en cuenta que no le presto jamás mucha atención tampoco le extrañaba.
— Oye Colin, ¿tu sabes algo sobre un tal Matthew Silverman? — el tabernero pareció torcer el gesto y pensar un poco en el nombre. Realmente parecía sonarle pero no estaba del todo seguro. Antes de que pudiera abrir la boca, la señoritinga con la que había estado hablando el de la corbatita se acerco hasta ella con una sonrisa más falsa que un berrie de cartón. Ash arqueó una ceja y se la quedo mirando — ¿se le ofrece algo señorita? — saco un cigarro de su bolsillo y lo metió en su boca pero sin encenderlo aún. Sabía que a Colin le molestaba un poco que fumara dentro de aquel lugar y entonces prefería mantenerlo contento.
— No e podido evitar escuchar ese nombre, verás, mi nombre es Rita y creo que puede interesante la información que tengo para ti — por un momento la albina se la quedo mirando y pensó en que podría decirle. Pero por el momento prefirió guardar silencio y dejar que esa mujercilla le contara lo que quisera. Al parecer aquel tipo estaba dando problemas últimamente y tenía unos negocios turbios que le tocaban las narices a aquella señorita. Ash sonrió de medio lado y asintió, iría a buscar a ese tipo con mucho gusto, tenía asuntos que tratar con él después de todo. Tras recibir la información de como era y donde se suponía que estaba salió de la taberna tras pagar su consumición y de paso cobrar la recompensa de aquel energumeno.
Moverse por la nieve podía ser un problema, pero para ella era algo sencillo de hacer. Le gustaba la nieve y no es que en su isla natal hubiera mucha que digamos. Como mucho nevaba una vez al año en la mitad del desierto y dando gracias. Encendió entonces su cigarro y dio una profunda calada, necesitaba pensar con la cabeza fría y teniendo en cuenta lo impulsiva que podía ser en ocasiones nuestra vaquera, era mejor que calmara un poco los humos. Estaba deseando encontrarle y sacarle todo cuanto necesitaba oír. Ahora mismo tenía la oportunidad de avanzar un poco más en su investigación y no iba a marcharse de aquella isla nevada sin una pista.
Mientras caminaba vio de lejos al corbatitas, pero tampoco quería seguir importunando al chiquillo. Después de todo, tan solo había sido una absurda casualidad que tuvieran un poco de interacción entre ambos. Se ajusto la chaqueta y se puso a caminar hacía la zona norte de la isla. Ahora es cuando nuestra chica podría ponerse a cantar el Let it go, pero seamos sinceros, esa mujer haría de todo menos ponerse a cantar cancioncillas absurdas sobre ser libre en medio de una ventisca. Su intención era encontrar el lugar en el que se escondían las sabandijas y hacerlas salir, sobretodo a una en particular.
— Oye Colin, ¿tu sabes algo sobre un tal Matthew Silverman? — el tabernero pareció torcer el gesto y pensar un poco en el nombre. Realmente parecía sonarle pero no estaba del todo seguro. Antes de que pudiera abrir la boca, la señoritinga con la que había estado hablando el de la corbatita se acerco hasta ella con una sonrisa más falsa que un berrie de cartón. Ash arqueó una ceja y se la quedo mirando — ¿se le ofrece algo señorita? — saco un cigarro de su bolsillo y lo metió en su boca pero sin encenderlo aún. Sabía que a Colin le molestaba un poco que fumara dentro de aquel lugar y entonces prefería mantenerlo contento.
— No e podido evitar escuchar ese nombre, verás, mi nombre es Rita y creo que puede interesante la información que tengo para ti — por un momento la albina se la quedo mirando y pensó en que podría decirle. Pero por el momento prefirió guardar silencio y dejar que esa mujercilla le contara lo que quisera. Al parecer aquel tipo estaba dando problemas últimamente y tenía unos negocios turbios que le tocaban las narices a aquella señorita. Ash sonrió de medio lado y asintió, iría a buscar a ese tipo con mucho gusto, tenía asuntos que tratar con él después de todo. Tras recibir la información de como era y donde se suponía que estaba salió de la taberna tras pagar su consumición y de paso cobrar la recompensa de aquel energumeno.
Moverse por la nieve podía ser un problema, pero para ella era algo sencillo de hacer. Le gustaba la nieve y no es que en su isla natal hubiera mucha que digamos. Como mucho nevaba una vez al año en la mitad del desierto y dando gracias. Encendió entonces su cigarro y dio una profunda calada, necesitaba pensar con la cabeza fría y teniendo en cuenta lo impulsiva que podía ser en ocasiones nuestra vaquera, era mejor que calmara un poco los humos. Estaba deseando encontrarle y sacarle todo cuanto necesitaba oír. Ahora mismo tenía la oportunidad de avanzar un poco más en su investigación y no iba a marcharse de aquella isla nevada sin una pista.
Mientras caminaba vio de lejos al corbatitas, pero tampoco quería seguir importunando al chiquillo. Después de todo, tan solo había sido una absurda casualidad que tuvieran un poco de interacción entre ambos. Se ajusto la chaqueta y se puso a caminar hacía la zona norte de la isla. Ahora es cuando nuestra chica podría ponerse a cantar el Let it go, pero seamos sinceros, esa mujer haría de todo menos ponerse a cantar cancioncillas absurdas sobre ser libre en medio de una ventisca. Su intención era encontrar el lugar en el que se escondían las sabandijas y hacerlas salir, sobretodo a una en particular.
Caminaba a paso lento por la nieve cuando escuché unos pasos ahogados detrás de mí. Dirigí un rápido vistazo hacia mis espaldas para comprobar si era Rita. Podía haber olvidado comentarme algo o cualquier cosa similar, pero no era ella. La chica que estaba intercambiando golpes con los tres hombres hacía un rato seguía mis pasos, aunque no parecía que lo hiciera con intención de perseguirme... ¿o sí?
Continué caminando, pero ralenticé el paso para que le diese tiempo a alcanzarme. Cuando se encontró suficientemente cerca, me detuve por completo y extraje un nuevo Ursus del paquete. Lo había comprado antes de salir y ya se me estaba acabando. Si seguía así, terminaría gastando una fortuna todos los meses para mantener tan mal hábito.
—¿Hay algo que se le haya olvidado decirme, señorita, o sólo quería mirarme el culo más de cerca? —pregunté. Pese a que en ocasiones era capaz de disimularlo, la sutileza nunca había sido uno de mis puntos fuertes y, desde luego, aquélla no sería una de esas veces en la que disfrazara torpemente mi ausencia de tacto.
Proseguí caminando mientras esperaba su respuesta, procurando dirigirme siempre hacia el norte para no perder de vista mi objetivo. Las fachadas de las casas se sucedían a nuestros lados. Las cortinas de las viviendas, echadas en un fútil intento por proteger a sus ocupantes del frío que reinaba en el exterior, impedía que apreciasen las dos solitarias siluetas que avanzaban entre la nieve.
—¿Qué te lleva hacia el norte? —terminé por preguntar tras unos segundos, justo cuando me detuve en una pequeña plaza centrada por una fuente helada. Cuatro pingüinos se repartían a los pies de un delfín de un tamaño bastante mayor. El último orientaba su morro hacia las alturas, mientras que los otros cuatro lo hacían hacia los puntos cardinales. Por desgracia, la preciosa imagen con la que habrían iluminado el lugar les había sido arrebatada por el hielo.
No sólo se había detenido para preguntarle, sino porque no tenía muy claro cuál de los caminos que abandonaban la plaza debía tomar. Le habían encaminado hacia el norte, pero ni siquiera Rita Skeeper parecía tener clara la localización exacta de Silvermann ni cómo averiguar dónde se encontraba.
Continué caminando, pero ralenticé el paso para que le diese tiempo a alcanzarme. Cuando se encontró suficientemente cerca, me detuve por completo y extraje un nuevo Ursus del paquete. Lo había comprado antes de salir y ya se me estaba acabando. Si seguía así, terminaría gastando una fortuna todos los meses para mantener tan mal hábito.
—¿Hay algo que se le haya olvidado decirme, señorita, o sólo quería mirarme el culo más de cerca? —pregunté. Pese a que en ocasiones era capaz de disimularlo, la sutileza nunca había sido uno de mis puntos fuertes y, desde luego, aquélla no sería una de esas veces en la que disfrazara torpemente mi ausencia de tacto.
Proseguí caminando mientras esperaba su respuesta, procurando dirigirme siempre hacia el norte para no perder de vista mi objetivo. Las fachadas de las casas se sucedían a nuestros lados. Las cortinas de las viviendas, echadas en un fútil intento por proteger a sus ocupantes del frío que reinaba en el exterior, impedía que apreciasen las dos solitarias siluetas que avanzaban entre la nieve.
—¿Qué te lleva hacia el norte? —terminé por preguntar tras unos segundos, justo cuando me detuve en una pequeña plaza centrada por una fuente helada. Cuatro pingüinos se repartían a los pies de un delfín de un tamaño bastante mayor. El último orientaba su morro hacia las alturas, mientras que los otros cuatro lo hacían hacia los puntos cardinales. Por desgracia, la preciosa imagen con la que habrían iluminado el lugar les había sido arrebatada por el hielo.
No sólo se había detenido para preguntarle, sino porque no tenía muy claro cuál de los caminos que abandonaban la plaza debía tomar. Le habían encaminado hacia el norte, pero ni siquiera Rita Skeeper parecía tener clara la localización exacta de Silvermann ni cómo averiguar dónde se encontraba.
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Fumaba con cierta prisa mientras sus pies se movían un poco lentos en la nieve pero al menos se movían. No tenía intenciones de volver a acercarse demasiado al corbatitas ya que le había demostrado que no tenía demasiado interés en ella. Pero al parecer, fue él esta vez quien quiso que volvieran a compartir unas palabras. Arqueo una ceja cuando le escucho preguntarle sobre su culo, entonces con descaro, la vaquera le miro el trasero y se relamió tras sacarse el cigarro y dejar salir el humo de su boca por uno de los laterales. Se acerco un poco más sin dejar de mirarle el trasero y después dejo que una de sus manos palmeara una de sus nalgas.
Os preguntaréis ¿le acababa de dar un azote en la nalga? exactamente, nuestra vaquera acababa de darle un buen azote en la nalga al joven de la corbata — bueno, no esta mal, es un buen culo debo admitirlo — y tras decir aquello simplemente dejo salir una risotada mientras daba un par de pasos para alejarse de él. — No iba detrás de ti corbatitas, más bien vamos en la misma dirección, tengo un cerdo que capturar e interrogar — se encogió de hombros. No tenía mucho más que decir la verdad, no sabía quien era él ni para quien trabajaba ni lo que hacía, pero ella tenía clara su misión y lo que quería hacer en aquel momento.
— En el norte esta el tipo que tengo que capturar, preferiblemente vivo — para ella el tema de los negocios era totalmente irrelevante. Ella solo quería pillar a ese cretino y darle una paliza hasta hacerle cantar como un ruiseñor. No se quedaría contenta hasta que le diera toda la información que quería, necesitaba saber que era lo que ese tipo sabía, si realmente conocía la ubicación del hombre al que ella estaba buscando. Todo aquello podía parecer realmente complicado, confuso para quien no supiera la historia de la albina, probablemente incluso para quien la supiera. Pero ella tenía claras sus ideas y ahora mismo tenía una presa que cazar.
Y cuando la muy zorra tenía una presa entre ceja y ceja no dejaba de perseguirla hasta conseguirla. Era cabezota y bastante persistente, así que nadie le impediría hacerse con aquel animalito para sacarle la información que necesitaba. Después se marcharía con viento fresco a seguir con sus investigaciones. Puede que nuestra chica no fuera la más disciplinada ni la más silenciosa o sigilosa, que demonios, esta mujer era peor que un elefante en una cristalería, pero al menos conseguía sus objetivos y eso era algo digno de halago. — ¿Y tu muñeco? ¿que te lleva al norte? — le miro de reojo mientras se ajustaba un poco el sombrero para así hacer que la nieve acumulada se fuera disipando un poco, por que si, había comenzado a nevar suavemente sobre ellos mientras caminaban.
Os preguntaréis ¿le acababa de dar un azote en la nalga? exactamente, nuestra vaquera acababa de darle un buen azote en la nalga al joven de la corbata — bueno, no esta mal, es un buen culo debo admitirlo — y tras decir aquello simplemente dejo salir una risotada mientras daba un par de pasos para alejarse de él. — No iba detrás de ti corbatitas, más bien vamos en la misma dirección, tengo un cerdo que capturar e interrogar — se encogió de hombros. No tenía mucho más que decir la verdad, no sabía quien era él ni para quien trabajaba ni lo que hacía, pero ella tenía clara su misión y lo que quería hacer en aquel momento.
— En el norte esta el tipo que tengo que capturar, preferiblemente vivo — para ella el tema de los negocios era totalmente irrelevante. Ella solo quería pillar a ese cretino y darle una paliza hasta hacerle cantar como un ruiseñor. No se quedaría contenta hasta que le diera toda la información que quería, necesitaba saber que era lo que ese tipo sabía, si realmente conocía la ubicación del hombre al que ella estaba buscando. Todo aquello podía parecer realmente complicado, confuso para quien no supiera la historia de la albina, probablemente incluso para quien la supiera. Pero ella tenía claras sus ideas y ahora mismo tenía una presa que cazar.
Y cuando la muy zorra tenía una presa entre ceja y ceja no dejaba de perseguirla hasta conseguirla. Era cabezota y bastante persistente, así que nadie le impediría hacerse con aquel animalito para sacarle la información que necesitaba. Después se marcharía con viento fresco a seguir con sus investigaciones. Puede que nuestra chica no fuera la más disciplinada ni la más silenciosa o sigilosa, que demonios, esta mujer era peor que un elefante en una cristalería, pero al menos conseguía sus objetivos y eso era algo digno de halago. — ¿Y tu muñeco? ¿que te lleva al norte? — le miro de reojo mientras se ajustaba un poco el sombrero para así hacer que la nieve acumulada se fuera disipando un poco, por que si, había comenzado a nevar suavemente sobre ellos mientras caminaban.
¿Me había dado un azote en el culo? Sí, eso había hecho, y había seguido caminando hacia delante como si nada. ¿Quién demonios era esa mujer? Sentí la tentación de devolver el gesto con una fuerza aún mayor y, por qué no, apretar fuerte por el camino, pero decidí contenerme por el momento. La venganza sabía mejor cuando se servía fría, y mucho más cuando se trataba de asuntos como aquél.
—¿Muñeco? —pregunté con una ceja alzada. ¿Quién se había creído que era esa mujer? Lucía muy segura, de acuerdo, pero cuando la seguridad se transformaba en injustificada arrogancia el atractivo se esfumaba hasta desaparecer como si nunca hubiera estado allí. «Supongo que en el mundo tiene que haber de todo», me dije, aunque no podía evitar sentir cierta curiosidad por la fanfarronería que la chica se esforzaba por exagerar... al menos a mis ojos—. Yo he venido en un viaje de negocios y tengo que encontrar al hombre con el que debo hablar. Me han dicho que se encontraba en el norte de la ciudad, pero no han podido darme una indicación más precisa. Dime, ¿cómo se llama ese tipo al que tienes que capturar preferiblemente vivo? Si por casualidad fuese el mismo, tal vez podríamos ir juntos para... demostrar una posición más sólida. Por cierto, eso de capturar vivo suena muy mal —añadí con fingida inocencia—. ¿A qué te dedicas?
Proseguí caminando, atravesando al plaza y, completamente al azar, tomando el camino situado inmediatamente tras el animal que presidía la fuente congelada. Esperé por la respuesta de la chica mientras mis pies continuaban hundiéndose levemente en la nieve tras cada pisada. Apenas había terminado de hablar cuando llegamos a un cruce de calles y, donde no debería haber nadie, tres sombras se perdieron por un callejón. Resultaba cuanto menos sospechoso que hiciesen gala de una actitud tan evasiva, pues se habían ocultado justo al reparar en que nos encontrábamos allí.
—No perdemos nada por averiguar si conocen a nuestro amigo, ¿no? —comenté, esperando unos segundos para introducirme también en la estrecha callejuela.
—¿Muñeco? —pregunté con una ceja alzada. ¿Quién se había creído que era esa mujer? Lucía muy segura, de acuerdo, pero cuando la seguridad se transformaba en injustificada arrogancia el atractivo se esfumaba hasta desaparecer como si nunca hubiera estado allí. «Supongo que en el mundo tiene que haber de todo», me dije, aunque no podía evitar sentir cierta curiosidad por la fanfarronería que la chica se esforzaba por exagerar... al menos a mis ojos—. Yo he venido en un viaje de negocios y tengo que encontrar al hombre con el que debo hablar. Me han dicho que se encontraba en el norte de la ciudad, pero no han podido darme una indicación más precisa. Dime, ¿cómo se llama ese tipo al que tienes que capturar preferiblemente vivo? Si por casualidad fuese el mismo, tal vez podríamos ir juntos para... demostrar una posición más sólida. Por cierto, eso de capturar vivo suena muy mal —añadí con fingida inocencia—. ¿A qué te dedicas?
Proseguí caminando, atravesando al plaza y, completamente al azar, tomando el camino situado inmediatamente tras el animal que presidía la fuente congelada. Esperé por la respuesta de la chica mientras mis pies continuaban hundiéndose levemente en la nieve tras cada pisada. Apenas había terminado de hablar cuando llegamos a un cruce de calles y, donde no debería haber nadie, tres sombras se perdieron por un callejón. Resultaba cuanto menos sospechoso que hiciesen gala de una actitud tan evasiva, pues se habían ocultado justo al reparar en que nos encontrábamos allí.
—No perdemos nada por averiguar si conocen a nuestro amigo, ¿no? —comenté, esperando unos segundos para introducirme también en la estrecha callejuela.
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Lo más gracioso de aquel asunto es que ella sabía que muy seguramente iban a por el mismo tipo. Sobretodo teniendo en cuenta que la señorita Rita esa era quien había hablado con los dos para indicarles el camino y que ambos se dirigían al norte. Ash no es que fuera una mujer que pudiéramos denominar como absolutamente inteligente y con una mente privilegiada, pero tampoco era estúpida y sabía sumar dos mas dos. Le miro de reojo mientras caminaba mas o menos a la misma altura y por el mismo camino teniendo en cuenta que los dos iban al mismo lugar. Parecía que intentaba sacarle información sin dar nada a cambio y eso era algo que no le gustaba demasiado a la vaquera, después de todo si quieres algo debes dar otra cosa a cambio.
— Bueno, me parece que estas preguntando muchas cosas sin dar mucha información a cambio, has dicho tus motivos para ir al norte por que yo di los míos, si quieres saber más sobre mi objetivo o sobre mi, mejor que empieces a hablar de ti también encanto, ni siquiera se tu nombre o tu profesión — sonrió de medio lado mientras se ajustaba el sombrero. Después miró la fuente y decidió que iba a seguir el mismo camino que él, si se perdían pues al menos se perderían juntitos. Pensó en que podría contarle y que no. — Bueno, a la gente se la puede capturar viva o muerta, en este caso quiero información que ese tipo tiene, así que me conviene vivo — sin más se encogió de hombros, es cierto que eso de vivo o muerto sonaba feo, pero era lo que había.
No fue complicado ver a aquellas figuras correteando para ocultarse en el callejón. Asintió ante la pregunta que había hecho el hombre y entonces llevo su mano a la cintura para tener lista la pistola. No tenía intenciones de disparar por ahora pero por si acaso era bueno estar preparada — quédate aquí, iré a ver si el callejón tiene salida — en su caso no le costaba tanto moverse por la nieve como le ocurría al resto del mundo. Corrió intentando no hacer demasiado ruido hasta donde debería estar el final del callejón. Por suerte o por desgracia, era un callejón sin salida y suponía que estarían ocultos en alguna parte. Escaló la pared y sin perder mucho el tiempo ya se encontraba en el callejón. Se ocultó tras unas cajas de madera mientras buscaba las siluetas de los que huían.
— Veamos, ¿donde se habrán podido esconder nuestras ratitas? — una sonrisa asomo en sus labios mientras dejaba salir una risilla de lo más inquietante. — Salid ratoncitos, no es momento de jugar al escondite — su voz sonaba bastante dulce y encantadora en aquel momento, tal vez su intención era encandilar a aquellos muchachos, pero no sabría si funcionaría teniendo en cuenta que no sabía demasiado sobre ellos. Si eran mujeres, si eran hombres, si la habían visto o no, por ahora vería si salían o si al menos el simple hecho de escuchar su voz era suficiente como para hacerlos ponerse nerviosos, sobretodo por que sabrían que estaba cerca.
— Bueno, me parece que estas preguntando muchas cosas sin dar mucha información a cambio, has dicho tus motivos para ir al norte por que yo di los míos, si quieres saber más sobre mi objetivo o sobre mi, mejor que empieces a hablar de ti también encanto, ni siquiera se tu nombre o tu profesión — sonrió de medio lado mientras se ajustaba el sombrero. Después miró la fuente y decidió que iba a seguir el mismo camino que él, si se perdían pues al menos se perderían juntitos. Pensó en que podría contarle y que no. — Bueno, a la gente se la puede capturar viva o muerta, en este caso quiero información que ese tipo tiene, así que me conviene vivo — sin más se encogió de hombros, es cierto que eso de vivo o muerto sonaba feo, pero era lo que había.
No fue complicado ver a aquellas figuras correteando para ocultarse en el callejón. Asintió ante la pregunta que había hecho el hombre y entonces llevo su mano a la cintura para tener lista la pistola. No tenía intenciones de disparar por ahora pero por si acaso era bueno estar preparada — quédate aquí, iré a ver si el callejón tiene salida — en su caso no le costaba tanto moverse por la nieve como le ocurría al resto del mundo. Corrió intentando no hacer demasiado ruido hasta donde debería estar el final del callejón. Por suerte o por desgracia, era un callejón sin salida y suponía que estarían ocultos en alguna parte. Escaló la pared y sin perder mucho el tiempo ya se encontraba en el callejón. Se ocultó tras unas cajas de madera mientras buscaba las siluetas de los que huían.
— Veamos, ¿donde se habrán podido esconder nuestras ratitas? — una sonrisa asomo en sus labios mientras dejaba salir una risilla de lo más inquietante. — Salid ratoncitos, no es momento de jugar al escondite — su voz sonaba bastante dulce y encantadora en aquel momento, tal vez su intención era encandilar a aquellos muchachos, pero no sabría si funcionaría teniendo en cuenta que no sabía demasiado sobre ellos. Si eran mujeres, si eran hombres, si la habían visto o no, por ahora vería si salían o si al menos el simple hecho de escuchar su voz era suficiente como para hacerlos ponerse nerviosos, sobretodo por que sabrían que estaba cerca.
La chica debía haberse visto en situaciones como aquélla antes, pues se mostraba confiada y sabía cómo ajustarse a los tiempos a la perfección; cuándo dar información y cuándo cerrar la boca para esperar a que el contrario hiciera lo propio. Tal vez tanta confianza tuviese un suelo firme sobre el que asentarse al fin y al cabo. Sonreí:
―Ruffo y, como te he dicho, soy un hombre de negocios. ―Mi sonrisa se ensanchó en un gesto que arrebataba cualquier rastro de veracidad a mi afirmación―. Entonces tal vez podamos ponernos de acuerdo y colaborar. Yo necesito que... acceda a sentarse conmigo un rato para conversar sobre algunos asuntos bastante importantes. Te propongo un trato: tú me ayudas a que acepte hablar conmigo, o yo te ayudo a ti, como prefieras enfocarlo, y después es todo tuyo para que le preguntes acerca de esa información. ¿Qué me dices?
Había formulado la propuesta un instante después de que los tipos se esfumasen, por lo que la muchacha no tardó en desaparecer de mi vista. Caminaba con un salvaje y natural movimiento de caderas que, al contrario que su actitud hacía unos momentos, no resultaba para nada forzado y atraía mi mirada como un imán al metal.
La seguí a paso lento y no tardé en descubrir que una pared sellaba el callejón. No había ninguna puerta ni trampilla que indicase que había otra opción más que saltar el muro. Golpeé el aire en un par de ocasiones con mis pies, elevándome sobre el terreno para finalmente detenerme sobre la tapia. Entonces escuché su voz, que sonaba cautivadora y, en cierto modo, desprendía un gélido calor que reconfortaba el alma, empujándote a ir hacia ella. ¿Quién era aquella chica?
Uno de los desconocidos abandonó su escondite, la espalda de un contenedor de basura, y se perdió por los callejones que nacían del que nosotros ocupábamos. Los otros dos, por el contrario, se mostraron y dieron unos dubitativos pasos hasta exponerse por completo. ¿Le habían hecho caso? ¿Por qué?
Fuera como fuese, no era el momento para detenerme a ver qué sucedía. Avancé por el aire en dirección al sospechoso sujeto, alcanzándole en no demasiado tiempo y derribándole con una firme patada en la espalda. Una melena rubia asomó cuando la capucha dejó de cubrir su cabeza. Resultaba que había atrapado a una mujer bastante entrada en años que, curiosamente, corría más que cualquier persona normal que hubiese visto en mi vida.
―No hace falta que corras, mujer. No voy a hacerte nada. Sólo pasaba por aquí ―bromeé al tiempo que la arrastraba de vuelta hacia donde se encontraba la muchacha―. ¿Y bien? ¿Vas a decirme cómo te llamas? ―pregunté tras posicionar a mi cautiva junto a los otros dos.
―Ruffo y, como te he dicho, soy un hombre de negocios. ―Mi sonrisa se ensanchó en un gesto que arrebataba cualquier rastro de veracidad a mi afirmación―. Entonces tal vez podamos ponernos de acuerdo y colaborar. Yo necesito que... acceda a sentarse conmigo un rato para conversar sobre algunos asuntos bastante importantes. Te propongo un trato: tú me ayudas a que acepte hablar conmigo, o yo te ayudo a ti, como prefieras enfocarlo, y después es todo tuyo para que le preguntes acerca de esa información. ¿Qué me dices?
Había formulado la propuesta un instante después de que los tipos se esfumasen, por lo que la muchacha no tardó en desaparecer de mi vista. Caminaba con un salvaje y natural movimiento de caderas que, al contrario que su actitud hacía unos momentos, no resultaba para nada forzado y atraía mi mirada como un imán al metal.
La seguí a paso lento y no tardé en descubrir que una pared sellaba el callejón. No había ninguna puerta ni trampilla que indicase que había otra opción más que saltar el muro. Golpeé el aire en un par de ocasiones con mis pies, elevándome sobre el terreno para finalmente detenerme sobre la tapia. Entonces escuché su voz, que sonaba cautivadora y, en cierto modo, desprendía un gélido calor que reconfortaba el alma, empujándote a ir hacia ella. ¿Quién era aquella chica?
Uno de los desconocidos abandonó su escondite, la espalda de un contenedor de basura, y se perdió por los callejones que nacían del que nosotros ocupábamos. Los otros dos, por el contrario, se mostraron y dieron unos dubitativos pasos hasta exponerse por completo. ¿Le habían hecho caso? ¿Por qué?
Fuera como fuese, no era el momento para detenerme a ver qué sucedía. Avancé por el aire en dirección al sospechoso sujeto, alcanzándole en no demasiado tiempo y derribándole con una firme patada en la espalda. Una melena rubia asomó cuando la capucha dejó de cubrir su cabeza. Resultaba que había atrapado a una mujer bastante entrada en años que, curiosamente, corría más que cualquier persona normal que hubiese visto en mi vida.
―No hace falta que corras, mujer. No voy a hacerte nada. Sólo pasaba por aquí ―bromeé al tiempo que la arrastraba de vuelta hacia donde se encontraba la muchacha―. ¿Y bien? ¿Vas a decirme cómo te llamas? ―pregunté tras posicionar a mi cautiva junto a los otros dos.
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Hombre de negocios los cojones o eso le habría dicho si no fuera por que tenían unos ratoncitos que atrapar. Esa forma de subir por el muro le resulto de lo más curiosa. Ahora le quedaba aún mas claro que aquel tipo no era alguien común y corriente y que por mucho que él quisiera decir que era un hombre de negocios ella estaba convencida de que ocultaba mucho más. Pero por el momento no insistiría demasiado, después de todo ella tampoco pensaba contarle todo lo que él quisiera saber. Al ver que esos dos muchachos salían de su escondite sonrió levemente, había funcionado y esperaba que su "compañero" atrapara al que faltaba.
Por su parte salió de donde estaba escondida sin dejar de hablarles — eso es, sois unos ratoncitos de lo más encantadores — sonrió juguetona mientras se acercaba a ellos y ellos cada vez dudando menos se acercaban a ella para después acabar atados y bien atados sentaditos con las espaldas pegadas y sin saber del todo bien que había ocurrido para que terminaran en aquella posición. Al ver volver a su compañero con la que faltaba suspiro mientras se quitaba un poco el sombrero de vaquero y se peinaba el albino cabello con los dedos antes de volver a colocárselo.
— Bien, parece que tenemos tres amiguitos de los que sacar un poco de información — por su parte, ella sabía que esos dos chiquillos no tardarían mucho en contarle todo cuanto supieran, si es que sabían algo. Pues igual que habían salido de su escondite siguiendo su voz, podían abrir la boquita y contarle lo que deseaba saber. La mujer, sería otro cantar, pues ya había demostrado que había podido resistirse a su voz, aunque siempre había otros métodos para hacerla hablar. — Ash, encantada Ruffo, aunque me gustaba mas llamarte corbatitas mmm, si lo mezclamos un poco, Ruffito, si, me gusta — sin perder la sonrisa se estiro y luego volvió a centrar sus ojos en los cautivos.
— ¿Que te parece si tu le sacas información a nuestra señora y yo me encargo de los ratoncitos?— teniendo en cuenta sus habilidades era la mejor opción. No sabía como de bien se le daba sacar información al señorito Ruffo, pero por su parte se le daban mejor los chiquillos. — Después dependiendo de lo que nos cuenten, podemos ver que rumbo coger, ¿te parece? — por un momento sus ojos brillaron de una forma misteriosa y algo extraña mientras veía a los dos chiquillos. — ¿Verdad es que mis ratoncitos me van a contar lo que yo quiera saber? — de nuevo aquella voz melosa, seductora, hipnótica.
Los dos chicos giraron sus cabezas y la miraron asintiendo como dos buenos niños. La mujer se removió inquieta intentando hacerles callar, les chilló algo parecido a "será mejor que cerréis el pico o no podréis hacer frente a las consecuencias" consecuencias, Ash casi se echo a reír cuando escucho aquello. Pero no era asunto suyo, ella solo quería información. Cogió a los chiquillos de los hombros y los arrastro poco a poco e intentando no hacerles daño hasta un lugar apartado del callejón donde no pudieran ver a aquella mujer, donde solo pudieran verla a ella. Tenía información que sacarles y le dejaría un poco de intimidad a Ruffito.
Por su parte salió de donde estaba escondida sin dejar de hablarles — eso es, sois unos ratoncitos de lo más encantadores — sonrió juguetona mientras se acercaba a ellos y ellos cada vez dudando menos se acercaban a ella para después acabar atados y bien atados sentaditos con las espaldas pegadas y sin saber del todo bien que había ocurrido para que terminaran en aquella posición. Al ver volver a su compañero con la que faltaba suspiro mientras se quitaba un poco el sombrero de vaquero y se peinaba el albino cabello con los dedos antes de volver a colocárselo.
— Bien, parece que tenemos tres amiguitos de los que sacar un poco de información — por su parte, ella sabía que esos dos chiquillos no tardarían mucho en contarle todo cuanto supieran, si es que sabían algo. Pues igual que habían salido de su escondite siguiendo su voz, podían abrir la boquita y contarle lo que deseaba saber. La mujer, sería otro cantar, pues ya había demostrado que había podido resistirse a su voz, aunque siempre había otros métodos para hacerla hablar. — Ash, encantada Ruffo, aunque me gustaba mas llamarte corbatitas mmm, si lo mezclamos un poco, Ruffito, si, me gusta — sin perder la sonrisa se estiro y luego volvió a centrar sus ojos en los cautivos.
— ¿Que te parece si tu le sacas información a nuestra señora y yo me encargo de los ratoncitos?— teniendo en cuenta sus habilidades era la mejor opción. No sabía como de bien se le daba sacar información al señorito Ruffo, pero por su parte se le daban mejor los chiquillos. — Después dependiendo de lo que nos cuenten, podemos ver que rumbo coger, ¿te parece? — por un momento sus ojos brillaron de una forma misteriosa y algo extraña mientras veía a los dos chiquillos. — ¿Verdad es que mis ratoncitos me van a contar lo que yo quiera saber? — de nuevo aquella voz melosa, seductora, hipnótica.
Los dos chicos giraron sus cabezas y la miraron asintiendo como dos buenos niños. La mujer se removió inquieta intentando hacerles callar, les chilló algo parecido a "será mejor que cerréis el pico o no podréis hacer frente a las consecuencias" consecuencias, Ash casi se echo a reír cuando escucho aquello. Pero no era asunto suyo, ella solo quería información. Cogió a los chiquillos de los hombros y los arrastro poco a poco e intentando no hacerles daño hasta un lugar apartado del callejón donde no pudieran ver a aquella mujer, donde solo pudieran verla a ella. Tenía información que sacarles y le dejaría un poco de intimidad a Ruffito.
―¿Y tú quién eres y qué quieres? No hemos hecho nada ―dijo la mujer a la que había dado caza con un tono ciertamente altanero.
―¿Entonces por qué corrías? Yo respondo, no te preocupes. Porque no queríais que os viésemos. Porque no deberíais estar aquí. Que yo sepa, en Sakura sólo hay una persona que no debería estar, ¿no? Dos más dos, querida. ¿Dónde está?
―No vas a conseguir que hable. No hay dolor que no pueda soportar.
―¿Quién ha hablado de dolor? El dolor te impide apreciar lo que ven tus ojos ―dije en voz baja al tiempo que me quitaba el guante de mi mano derecha―. Es mucho más eficaz ver las consecuencias que sufre tu cuerpo con frialdad. Y mucho más cruel, créeme. No me gusta demasiado hacer esto, pero tengo un objetivo que cumplir y no puedo permitir que tú me lo impidas.
Había esperado a que Ash se fuera para arrinconar a mi prisionera contra la pared. Sentada, su actitud corporal no reflejaba la seguridad que transmitían sus palabras. Había encogido las rodillas como si de ese modo pudiese interponer distancia entre ambos y, del mismo modo, había alzado los brazos para protegerse de mí. Me acuclillé, apoyando la mano descubierta sobre la pared, justo al lado de su cara.
―¿Dónde está? ―Me escupió, pero me contuve y usé la manga de mi gabardina para limpiar la saliva. Tenía más como aquélla, así que tampoco me preocupé demasiado―. Creo que no me he explicado bien. Volveré a preguntar. ―Un sonido ahogado nació de mi almohadilla, peligrosamente cercana a su oreja. Aparté la mano durante un segundo, revelando la marca que éstas habían dejado en el muro sin causar la menor destrucción alrededor. Era un agujero que recordaba a la zarpa de una bestia, de una profundidad más que considerable. El miedo pasó a ocupar súbitamente su rostro al ver lo que podía hacer―. ¿Dónde está? ―repetí con una pausada y temible lentitud. No respondía, así que posicioné mi mano sobre su muslo. La almohadilla cubría aproximadamente la mitad de su superficie―. Va a quedarte un agujero un poco feo, y no me voy a ir después de hacértelo.
―Calle Bruma, número diecisiete, en el sótano. Se llega por una alfombra situada bajo la alfombra del salón.
―Mucho mejor ―sonreí―. ¿Cuántos hombres tiene y cómo están repartidos?
―Eso no lo sé. Acabo de llegar a Sakura y ellos me recogieron para llevarme junto al jefe. Ellos deben saberlo, seguro.
--Así me gusta. Buena chica ―la felicité al tiempo que acariciaba su barbilla―. Si no fueses parte de su tripulación podría pensarme dejarte ir, pero mis órdenes son claras y no creo que mis jefes se pongan muy contentos si se enteran de que te he perdonado la vida. Son gajes del oficio, lo siento.
En un momento como aquél me hubiera gustado ser capaz de ejecutar el Shigan, mucho más silencioso, elegante y práctico que lo que tendría que hacer. Con un veloz movimiento, me erguí, desenrosqué la cadena que adornaba mi torso y la lance en dirección a su cara. El cuerpo cayó hacia un lado, inerte, y no tardé en introducirlo en un cubo de basura cercano. Para cuando llegase Ash no habría rastro del cadáver, aunque quizás hubiese escuchado el sonido de los huesos cediendo ante el empuje del metal.
―¿Entonces por qué corrías? Yo respondo, no te preocupes. Porque no queríais que os viésemos. Porque no deberíais estar aquí. Que yo sepa, en Sakura sólo hay una persona que no debería estar, ¿no? Dos más dos, querida. ¿Dónde está?
―No vas a conseguir que hable. No hay dolor que no pueda soportar.
―¿Quién ha hablado de dolor? El dolor te impide apreciar lo que ven tus ojos ―dije en voz baja al tiempo que me quitaba el guante de mi mano derecha―. Es mucho más eficaz ver las consecuencias que sufre tu cuerpo con frialdad. Y mucho más cruel, créeme. No me gusta demasiado hacer esto, pero tengo un objetivo que cumplir y no puedo permitir que tú me lo impidas.
Había esperado a que Ash se fuera para arrinconar a mi prisionera contra la pared. Sentada, su actitud corporal no reflejaba la seguridad que transmitían sus palabras. Había encogido las rodillas como si de ese modo pudiese interponer distancia entre ambos y, del mismo modo, había alzado los brazos para protegerse de mí. Me acuclillé, apoyando la mano descubierta sobre la pared, justo al lado de su cara.
―¿Dónde está? ―Me escupió, pero me contuve y usé la manga de mi gabardina para limpiar la saliva. Tenía más como aquélla, así que tampoco me preocupé demasiado―. Creo que no me he explicado bien. Volveré a preguntar. ―Un sonido ahogado nació de mi almohadilla, peligrosamente cercana a su oreja. Aparté la mano durante un segundo, revelando la marca que éstas habían dejado en el muro sin causar la menor destrucción alrededor. Era un agujero que recordaba a la zarpa de una bestia, de una profundidad más que considerable. El miedo pasó a ocupar súbitamente su rostro al ver lo que podía hacer―. ¿Dónde está? ―repetí con una pausada y temible lentitud. No respondía, así que posicioné mi mano sobre su muslo. La almohadilla cubría aproximadamente la mitad de su superficie―. Va a quedarte un agujero un poco feo, y no me voy a ir después de hacértelo.
―Calle Bruma, número diecisiete, en el sótano. Se llega por una alfombra situada bajo la alfombra del salón.
―Mucho mejor ―sonreí―. ¿Cuántos hombres tiene y cómo están repartidos?
―Eso no lo sé. Acabo de llegar a Sakura y ellos me recogieron para llevarme junto al jefe. Ellos deben saberlo, seguro.
--Así me gusta. Buena chica ―la felicité al tiempo que acariciaba su barbilla―. Si no fueses parte de su tripulación podría pensarme dejarte ir, pero mis órdenes son claras y no creo que mis jefes se pongan muy contentos si se enteran de que te he perdonado la vida. Son gajes del oficio, lo siento.
En un momento como aquél me hubiera gustado ser capaz de ejecutar el Shigan, mucho más silencioso, elegante y práctico que lo que tendría que hacer. Con un veloz movimiento, me erguí, desenrosqué la cadena que adornaba mi torso y la lance en dirección a su cara. El cuerpo cayó hacia un lado, inerte, y no tardé en introducirlo en un cubo de basura cercano. Para cuando llegase Ash no habría rastro del cadáver, aunque quizás hubiese escuchado el sonido de los huesos cediendo ante el empuje del metal.
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Arrastro a aquellos muchachos hasta un lugar apartado, donde ni la mujer ni el agente del CP pudiera verlos ni oírlos demasiado. Se notaba que esos dos pobres no podrían resistirse en absoluto a su encanto y entonces simplemente los miro y comenzó a hacerles preguntas. Al parecer aquel hombre contaba con una centena de hombres repartidos por todo el distrito. No es que fueran demasiados, pero nunca le había gustado hacer frente a una marabunta de personas. Suspiro mientras seguía con las preguntas, una tras otra hasta averiguar el lugar donde estaba el sujeto y la cantidad de hombres que había custodiando su edificio y al propio hombre en si.
— Lo siento, pero no puedo dejaros escapar, gracias por todo — coloco sus manos en la mejilla de uno de ellos mientras se agachaba lo suficiente como para besar su frente y después hacer lo mismo con el otro. Aproximadamente unos interminables segundos fueron suficientes para que la falta de calor y energía se uniera al frío invierno y murieran congelados para posteriormente esconder sus cuerpos entre unos matorrales eliminado las cuerdas para que realmente pareciera que habían muerto a causa de cualquier tormenta.. Al menos había sido una muerte dulce. Volvía para reencontrarse con su compañero cuando escucho aquel golpe, ¿eso eran huesos rompiéndose? Sonrió de medio lado mientras sintió un cosquilleo en la espalda.
Le recordó a los puñetazos del vaquero en la cara de aquel desdichado hombre y eso la puso a cien. Después de todo, después de aquello había tenido un divertido jugueteo con aquel agente del CP. ¿Acaso les hacen un cursillo especial de romper huesos? Con esa idea en mente y sin perder la sonrisa se asomó de nuevo y una vez frente a él se decidió a hablar — verás Ruffito, parece que tenemos un pequeño problema de sobre población, son un centenar de tipos los que tiene nuestro amigo rodeando su casa — no estaba segura de que siendo dos pudieran hacerlo todo, pero tal vez podrían escabullirse entre ellos para entrar al edificio.
Si eran lo suficientemente sigilosos y acababan con los guardias que custodiaban la seguridad del tipo en cuestión podrían atraparlo y entonces interrogarlo a gusto y placer. Un suspiro tenue salio de sus labios mientras buscaba con la mirada a la mujer y entonces vio aquel agujero en la pared — que agresividad, ¿has sido tú? — le miro de nuevo mientras sonreía y se relamía un poco. No podía negar que los hombres así le gustaban, agresivos, dominantes un poco altivos. Disfrutaba aún mas dominándolos y haciéndoles suplicar por más, pero por el momento se comportaría como una buena chica. No era momento de ponerse juguetones sobre la nieve, por ahora tenían una misión entre manos así que intentaría calmar sus instintos.
— Lo siento, pero no puedo dejaros escapar, gracias por todo — coloco sus manos en la mejilla de uno de ellos mientras se agachaba lo suficiente como para besar su frente y después hacer lo mismo con el otro. Aproximadamente unos interminables segundos fueron suficientes para que la falta de calor y energía se uniera al frío invierno y murieran congelados para posteriormente esconder sus cuerpos entre unos matorrales eliminado las cuerdas para que realmente pareciera que habían muerto a causa de cualquier tormenta.. Al menos había sido una muerte dulce. Volvía para reencontrarse con su compañero cuando escucho aquel golpe, ¿eso eran huesos rompiéndose? Sonrió de medio lado mientras sintió un cosquilleo en la espalda.
Le recordó a los puñetazos del vaquero en la cara de aquel desdichado hombre y eso la puso a cien. Después de todo, después de aquello había tenido un divertido jugueteo con aquel agente del CP. ¿Acaso les hacen un cursillo especial de romper huesos? Con esa idea en mente y sin perder la sonrisa se asomó de nuevo y una vez frente a él se decidió a hablar — verás Ruffito, parece que tenemos un pequeño problema de sobre población, son un centenar de tipos los que tiene nuestro amigo rodeando su casa — no estaba segura de que siendo dos pudieran hacerlo todo, pero tal vez podrían escabullirse entre ellos para entrar al edificio.
Si eran lo suficientemente sigilosos y acababan con los guardias que custodiaban la seguridad del tipo en cuestión podrían atraparlo y entonces interrogarlo a gusto y placer. Un suspiro tenue salio de sus labios mientras buscaba con la mirada a la mujer y entonces vio aquel agujero en la pared — que agresividad, ¿has sido tú? — le miro de nuevo mientras sonreía y se relamía un poco. No podía negar que los hombres así le gustaban, agresivos, dominantes un poco altivos. Disfrutaba aún mas dominándolos y haciéndoles suplicar por más, pero por el momento se comportaría como una buena chica. No era momento de ponerse juguetones sobre la nieve, por ahora tenían una misión entre manos así que intentaría calmar sus instintos.
―Ya estaba ahí cuando llegué ―respondió en relación al comentario sobre el agujero. Dejando aquel asunto a un lado, la situación parecía haberse complicado. Estábamos en evidente inferioridad numérica, aunque contábamos con el sorpresa hasta que se diesen cuenta de que nuestras víctimas no aparecían―. Supongo que nos las tendremos que apañar para llegar hasta nuestro amigo sin que toda esa gente se entere.
Comencé a caminar, extrayendo de un bolsillo interno de la gabardina un mapa de la ciudad del que me habían hecho entrega para la misión. La calle Bruma no estaba demasiado lejos de nuestra posición. Apenas quince minutos nos separaban del lugar indicado, pero con tantos efectivos no sería de extrañar que hubiesen establecido algún sistema de vigilancia alrededor de la vivienda.
Guié a Ash por las calles, siguiendo la ruta menos directa entre las que se me ocurrieron al analizar el mapa durante algunos minutos. Con lo adverso del clima lo más sensato sería considerar a cualquiera que nos encontrásemos como miembro del grupo, ya que las vías desiertas habían sido la norma hasta llegar a aquella zona. Lo cierto era que no podía culpar a los lugareños de permanecer en casa, dado que el tiempo invitaba a cualquier cosa menos a salir.
―Quieta ―dije, posicionando de forma inconsciente una mano sobre el abdomen de la mujer antes de que abandonásemos a un callejón. Apenas dos calles nos separaban del lugar señalado, pero había escuchado dos voces que conversaban animadamente sobre un tema sin mayor trascendencia―. Si no tienen nada que ver con esto no deberían decirnos nada; a fin de cuentas sólo estamos paseando. ―Le guiñé un ojo―. Si nos detienen... Bueno, esperemos que no lo hagan.
Esperé a que las voces se aproximaran lo suficiente a nosotros y, justo en el momento indicado, empujé levemente a Ash. Posicioné mi mano sobre sus nalgas, apretando levemente antes de impulsarla mínimamente hacia delante con una palmadita. Ya estábamos en paz. Yo eché a andar justo después, abandonando el callejón con toda la naturalidad del mundo y cruzándome con los tipos sin más.
―Un momento ―dijo uno de ellos―. ¿Quiénes sois? Es un día un poco raro para salir de casa, ¿no os parece?
―Lo mismo podría decir yo, ¿no crees? ―contesté, reanudando la marcha antes de que aquel hombre me agarrase del brazo.
―Vamos, hombre. Te vas a poner malo dando vueltas por ahí con tanto frío. Vete a casa mejor.
―Creo que no ―insistí, dejando a un lado las buenas palabras para decidirme a actuar. Estiré la mano hacia su cara, abarcándola casi por completo y estampando el cráneo del sujeto contra el suelo. La nieve amortiguó en parte el golpe, pero aquello no impidió que colisionase con violencia contra el asfalto. ¿Muerto? No, aún respiraba, pero tendría que echarse una buena siesta antes de poder despertar. Confiando en que Ash se encargase del otro, agarré a aquel individuo y lo arrastré hasta el callejón, alejándolo de miradas indiscretas.
Comencé a caminar, extrayendo de un bolsillo interno de la gabardina un mapa de la ciudad del que me habían hecho entrega para la misión. La calle Bruma no estaba demasiado lejos de nuestra posición. Apenas quince minutos nos separaban del lugar indicado, pero con tantos efectivos no sería de extrañar que hubiesen establecido algún sistema de vigilancia alrededor de la vivienda.
Guié a Ash por las calles, siguiendo la ruta menos directa entre las que se me ocurrieron al analizar el mapa durante algunos minutos. Con lo adverso del clima lo más sensato sería considerar a cualquiera que nos encontrásemos como miembro del grupo, ya que las vías desiertas habían sido la norma hasta llegar a aquella zona. Lo cierto era que no podía culpar a los lugareños de permanecer en casa, dado que el tiempo invitaba a cualquier cosa menos a salir.
―Quieta ―dije, posicionando de forma inconsciente una mano sobre el abdomen de la mujer antes de que abandonásemos a un callejón. Apenas dos calles nos separaban del lugar señalado, pero había escuchado dos voces que conversaban animadamente sobre un tema sin mayor trascendencia―. Si no tienen nada que ver con esto no deberían decirnos nada; a fin de cuentas sólo estamos paseando. ―Le guiñé un ojo―. Si nos detienen... Bueno, esperemos que no lo hagan.
Esperé a que las voces se aproximaran lo suficiente a nosotros y, justo en el momento indicado, empujé levemente a Ash. Posicioné mi mano sobre sus nalgas, apretando levemente antes de impulsarla mínimamente hacia delante con una palmadita. Ya estábamos en paz. Yo eché a andar justo después, abandonando el callejón con toda la naturalidad del mundo y cruzándome con los tipos sin más.
―Un momento ―dijo uno de ellos―. ¿Quiénes sois? Es un día un poco raro para salir de casa, ¿no os parece?
―Lo mismo podría decir yo, ¿no crees? ―contesté, reanudando la marcha antes de que aquel hombre me agarrase del brazo.
―Vamos, hombre. Te vas a poner malo dando vueltas por ahí con tanto frío. Vete a casa mejor.
―Creo que no ―insistí, dejando a un lado las buenas palabras para decidirme a actuar. Estiré la mano hacia su cara, abarcándola casi por completo y estampando el cráneo del sujeto contra el suelo. La nieve amortiguó en parte el golpe, pero aquello no impidió que colisionase con violencia contra el asfalto. ¿Muerto? No, aún respiraba, pero tendría que echarse una buena siesta antes de poder despertar. Confiando en que Ash se encargase del otro, agarré a aquel individuo y lo arrastré hasta el callejón, alejándolo de miradas indiscretas.
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Era entretenido trabajar con aquel hombre, pero algo le decía a Ash que ese agujero no estaba allí cuando llegaron. No preguntaría más, tampoco es que le importara realmente lo que hubiera pasado con aquella mujer siempre y cuando le sacara la información que necesitaban. Suspiro mientras se estiraba un poco y después se dejaba llevar, al parecer su compañero de repente tenía todas las respuestas de los cruces y caminos que debían tomar cuando hasta hace medio segundo estaban mas perdidos de un niño pequeño en un parque de atracciones.
Tampoco tenia quejas, después de todo si ya sabían donde tenían que ir era trabajo que se quitaban de encima. Cuando llegaron a cierto punto escucho las indicaciones de su compañero además de sentir como además de tocarle el vientre descaradamente lle manoseaba el culo. ¿No había tenido bastante con el azote que le había dado antes? La albina sonrió de medio lado, ya se vengaría ya, si ese hombre pensaba que las cosas iban a quedar así estaba equivocado.
La hizo salir a ella primero, ¿enserio? desde luego se notaba que no quedaban caballeros en el mundo. Aunque no es que le hicieran mucha falta, dejo que hablara él primero mientras notaba las acciones y movimientos de aquellos hombres, se notaba que no estaban del todo de acuerdo con dejarlos ir tranquilamente. Sonrió y pestañeo un par de veces de forma juguetona mientras miraba al tipo que estaba calladito, este le sonrió de forma algo sucia. No era dificil encandilar a tipos como ese, aburridos. Se acerco lo suficiente como para colocarse a su espalda jugueteando a acariciarle un brazo y entonces saco la pistola y le pego con la culata en la nuca.
Un golpe seco y certero que le dejaría inconsciente durante unas buenas horas. Suspirando miro a su compañero y negó con la cabeza arrastrando al suyo propio hasta el mismo lugar para evitar que alguien pudiera verlos. — ¿Por que no aprenderán a no meterse donde no les llaman? — continuaron entonces el camino que habían decidido tomar. Un poco más adelante estaba el complejo del que habían hablado esos dos chiquillos que yacían muertos entre arbustos algo más atrás. Identifico la casa gracias a las indicaciones de los mismos, era la casa del centro, no había mucha perdida.
Caminaron lentamente intentando esquivar a los guardias y al resto de vigilantes y matones que había por el lugar. Pero en un momento dado un par de esbirros detectaron movimiento tras una esquina. Ash chasqueo la lengua y entonces tuvo una idea brillante, se giro hacía Ruffito y sonriendo le pego a la pared — se bueno y pórtate bien — sin más termino de pegarse a él y entonces le dio un buen morreo, largo y juguetón. Mientras eso sucedía los vigilantes llegaban y al ver la escenita gruñeron un poco. No estaban seguros de si era uno de sus compañeros o no.
— Oye tío, si te traes compañía al menos podrías avisar y traer para nosotros también — se notaba que estaba un poco molesto por la idea de que uno se divirtiera y el resto no. Ash se separo un poco de Ruffo mientras se reía un poquito esperando a ver que acciones realizaba su compañero. ¿Les haría creer que era un matón más con suerte o simplemente acabaría con ellos? Era algo que Ash estaba deseando descubrir.
Tampoco tenia quejas, después de todo si ya sabían donde tenían que ir era trabajo que se quitaban de encima. Cuando llegaron a cierto punto escucho las indicaciones de su compañero además de sentir como además de tocarle el vientre descaradamente lle manoseaba el culo. ¿No había tenido bastante con el azote que le había dado antes? La albina sonrió de medio lado, ya se vengaría ya, si ese hombre pensaba que las cosas iban a quedar así estaba equivocado.
La hizo salir a ella primero, ¿enserio? desde luego se notaba que no quedaban caballeros en el mundo. Aunque no es que le hicieran mucha falta, dejo que hablara él primero mientras notaba las acciones y movimientos de aquellos hombres, se notaba que no estaban del todo de acuerdo con dejarlos ir tranquilamente. Sonrió y pestañeo un par de veces de forma juguetona mientras miraba al tipo que estaba calladito, este le sonrió de forma algo sucia. No era dificil encandilar a tipos como ese, aburridos. Se acerco lo suficiente como para colocarse a su espalda jugueteando a acariciarle un brazo y entonces saco la pistola y le pego con la culata en la nuca.
Un golpe seco y certero que le dejaría inconsciente durante unas buenas horas. Suspirando miro a su compañero y negó con la cabeza arrastrando al suyo propio hasta el mismo lugar para evitar que alguien pudiera verlos. — ¿Por que no aprenderán a no meterse donde no les llaman? — continuaron entonces el camino que habían decidido tomar. Un poco más adelante estaba el complejo del que habían hablado esos dos chiquillos que yacían muertos entre arbustos algo más atrás. Identifico la casa gracias a las indicaciones de los mismos, era la casa del centro, no había mucha perdida.
Caminaron lentamente intentando esquivar a los guardias y al resto de vigilantes y matones que había por el lugar. Pero en un momento dado un par de esbirros detectaron movimiento tras una esquina. Ash chasqueo la lengua y entonces tuvo una idea brillante, se giro hacía Ruffito y sonriendo le pego a la pared — se bueno y pórtate bien — sin más termino de pegarse a él y entonces le dio un buen morreo, largo y juguetón. Mientras eso sucedía los vigilantes llegaban y al ver la escenita gruñeron un poco. No estaban seguros de si era uno de sus compañeros o no.
— Oye tío, si te traes compañía al menos podrías avisar y traer para nosotros también — se notaba que estaba un poco molesto por la idea de que uno se divirtiera y el resto no. Ash se separo un poco de Ruffo mientras se reía un poquito esperando a ver que acciones realizaba su compañero. ¿Les haría creer que era un matón más con suerte o simplemente acabaría con ellos? Era algo que Ash estaba deseando descubrir.
Tuve que volver a esconderme rápidamente en la esquina que acabábamos de doblar. Los muy condenados se había mantenido en silencio durante el tiempo que podríamos haber escuchado sus voces, y era por ello que habían podido distinguir a la perfección cómo nuestras figuras emergían del callejón. Tenía que pensar rápido. Un par de cadáveres no llamarían demasiado la atención en un día como aquél, donde la soledad de las calles propiciaba que viejas cuentas del pasado se saldasen. No obstante, no podía permitirme dejar un reguero de cadáveres a mi paso por el riesgo de que alguien sospechase más de la cuenta.
―¿Que qué? ―pregunté cuando, sumido en mis pensamientos, Ash se dirigió a mí. Ya era tarde.
La chica me había empujado contra la pared y había aproximado su rostro al mío. Cuando quise darme cuenta, su lengua jugueteaba con la mía en una maniobra experta que confirmaba que no era ni de lejos la primera vez. Los pasos acababan de detenerse junto a nosotros, así que respondí y la aproximé hacia mí al tiempo que tiraba de ella hacia arriba levemente, obligándola a ponerse de puntillas para que todo su peso no cayese sobre mí.
―Oye, tío. Si traes compañía al menos podrías avisar y traer para nosotros también.
Genial, me habían confundido con uno de ellos. A saber cuántos debían ser para que aquello hubiese podido suceder. La despegué algunos centímetros de mí, aunque no demasiado para que no sospechasen que el beso no era más que una estratagema para justificar nuestra presencia allí. Podía notar su respiración en mi cuello.
―¡Vamos! Hace mucho frío y no hay nada mejor que hacer ni nada mejor para calentarse ―Les guiñé un ojo―. Además, no es una profesional ―continué, entendiendo ―o al menos creyendo que así era― por dónde iba la reclamación del sujeto―, es una vieja amiga. Pero vale, ya nos vamos y dejamos de poneros los dientes largos.
La separé por completo de mí y, cumpliendo debidamente el papel de gañán que me correspondía, le di una sonora palmada en el trasero para invitarla a caminar delante de mí. Un "se ha hecho tarde, mejor te acompaño a tu casa" fueron suficientes para que los dos tipos dejasen de reparar en nosotros y continuasen con su ronda. Evidentemente no sabían que mentíamos y, dentro de la mentira, también desconocía dónde vivía Ash. Fue por ello que recé para que hubiese captado mi idea y, sin dirigirse directamente a nuestro destino, tampoco se alejase demasiado de él. Ya podríamos reconducir el rumbo cuando nos supiésemos a salvo.
―Bien pensado ―dije sin más en cuanto nos supimos a salvo―. A mí no se me habría ocurrido, la verdad. Tomo nota.
―¿Que qué? ―pregunté cuando, sumido en mis pensamientos, Ash se dirigió a mí. Ya era tarde.
La chica me había empujado contra la pared y había aproximado su rostro al mío. Cuando quise darme cuenta, su lengua jugueteaba con la mía en una maniobra experta que confirmaba que no era ni de lejos la primera vez. Los pasos acababan de detenerse junto a nosotros, así que respondí y la aproximé hacia mí al tiempo que tiraba de ella hacia arriba levemente, obligándola a ponerse de puntillas para que todo su peso no cayese sobre mí.
―Oye, tío. Si traes compañía al menos podrías avisar y traer para nosotros también.
Genial, me habían confundido con uno de ellos. A saber cuántos debían ser para que aquello hubiese podido suceder. La despegué algunos centímetros de mí, aunque no demasiado para que no sospechasen que el beso no era más que una estratagema para justificar nuestra presencia allí. Podía notar su respiración en mi cuello.
―¡Vamos! Hace mucho frío y no hay nada mejor que hacer ni nada mejor para calentarse ―Les guiñé un ojo―. Además, no es una profesional ―continué, entendiendo ―o al menos creyendo que así era― por dónde iba la reclamación del sujeto―, es una vieja amiga. Pero vale, ya nos vamos y dejamos de poneros los dientes largos.
La separé por completo de mí y, cumpliendo debidamente el papel de gañán que me correspondía, le di una sonora palmada en el trasero para invitarla a caminar delante de mí. Un "se ha hecho tarde, mejor te acompaño a tu casa" fueron suficientes para que los dos tipos dejasen de reparar en nosotros y continuasen con su ronda. Evidentemente no sabían que mentíamos y, dentro de la mentira, también desconocía dónde vivía Ash. Fue por ello que recé para que hubiese captado mi idea y, sin dirigirse directamente a nuestro destino, tampoco se alejase demasiado de él. Ya podríamos reconducir el rumbo cuando nos supiésemos a salvo.
―Bien pensado ―dije sin más en cuanto nos supimos a salvo―. A mí no se me habría ocurrido, la verdad. Tomo nota.
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Bueno, parece que los chiquillos se habían tragado la trola de que Ruffo era uno más de los suyos y que de paso, ella solamente era una amiga que había acudido a darle un poquito de "calor" a su buen amigo. Se quedo pegada a su cuerpo mientras él hablaba y dejaba que sintiera su respiración caliente en la piel de su cuello. Suspiro levemente mientras permitía que él siguiera dando excusas creíbles y entonces le miro de reojo con una sonrisilla de mujercita picara y juguetona tras aquel cachete en la nalga — ¿pero entonces no vamos a terminar de jugar? — dejo salir aquella frase con una voz completamente seductora y diferente a la que solía usar normalmente, todo para continuar con aquel juego que habían inventado.
Camino delante del agente del CP para emprender el supuesto camino a "casa" alejándose un poco de ellos pero sin perderse demasiado del rumbo que deberían seguir realmente para llegar a su destino. Una vez estuvieron mas o menos a salvo suspiro y le miro de reojo — bueno, son simples mercenarios, no suelen ser demasiado listos y tampoco recuerdan las caras de todos sus compañeros, solo había que darles una distracción para que no te mirasen a ti directamente y bueno, ya has comprobado que mi culo sirve para eso — estaba segura de que esos haraganes habían tenido los ojos clavados en sus nalgas todo el tiempo y que no habían visto y no habían querido ver mucho más.
— Además, tampoco te has quejado — le guiñó un ojo divertida — vamos a ver si llegamos de una vez — ahora tendrían que ir con un poco más de cuidado. Pero Ash tenía una pequeña idea, por el momento hizo que en el entorno por donde ellos se movían la ventisca que ya había comenzado por el lugar, se pusiera un poco más cruda, no tanto para ser un peligro pero si para dificultar un poco la visión, eso sería beneficioso para ellos para que no pudieran distinguir sus siluetas mientras se acercaban al edificio donde estaba su objetivo. Otras de las ventajas es que Ash era capaz de detectar el calor humano dentro de sus ventiscas y quieras que no ayudaría a esquivar a los guardias.
Fue guiando el camino para ambos hasta que pudieron situarse justo en la parte trasera del edificio en el que supuestamente se encontraba el tipo al que tenían que atrapar — bien, tu dirás amigo, ¿alguna idea de como entrar? — delante de la puerta había como seis tipos guardando la entrada delantera y los laterales eran custodiados por otros cuatro en cada puerta. No había nadie en la parte de atrás porque supuestamente no había forma de entrar por aquel lugar, así que las cosas se les habían puesto un poco peliagudas, tendrían que pensar en que hacer para llegar al destino final.
Camino delante del agente del CP para emprender el supuesto camino a "casa" alejándose un poco de ellos pero sin perderse demasiado del rumbo que deberían seguir realmente para llegar a su destino. Una vez estuvieron mas o menos a salvo suspiro y le miro de reojo — bueno, son simples mercenarios, no suelen ser demasiado listos y tampoco recuerdan las caras de todos sus compañeros, solo había que darles una distracción para que no te mirasen a ti directamente y bueno, ya has comprobado que mi culo sirve para eso — estaba segura de que esos haraganes habían tenido los ojos clavados en sus nalgas todo el tiempo y que no habían visto y no habían querido ver mucho más.
— Además, tampoco te has quejado — le guiñó un ojo divertida — vamos a ver si llegamos de una vez — ahora tendrían que ir con un poco más de cuidado. Pero Ash tenía una pequeña idea, por el momento hizo que en el entorno por donde ellos se movían la ventisca que ya había comenzado por el lugar, se pusiera un poco más cruda, no tanto para ser un peligro pero si para dificultar un poco la visión, eso sería beneficioso para ellos para que no pudieran distinguir sus siluetas mientras se acercaban al edificio donde estaba su objetivo. Otras de las ventajas es que Ash era capaz de detectar el calor humano dentro de sus ventiscas y quieras que no ayudaría a esquivar a los guardias.
Fue guiando el camino para ambos hasta que pudieron situarse justo en la parte trasera del edificio en el que supuestamente se encontraba el tipo al que tenían que atrapar — bien, tu dirás amigo, ¿alguna idea de como entrar? — delante de la puerta había como seis tipos guardando la entrada delantera y los laterales eran custodiados por otros cuatro en cada puerta. No había nadie en la parte de atrás porque supuestamente no había forma de entrar por aquel lugar, así que las cosas se les habían puesto un poco peliagudas, tendrían que pensar en que hacer para llegar al destino final.
La ventisca arreció con fuerza, obligándome a envolverme cuanto pude en mi gabardina para preservar el calor corporal. No le dije nada a Ash al respecto, aunque ella no parecía tener problema con la nieve y el frío. Tal vez se hubiese criado en un clima como aquél y aquello en realidad no fuese más que un mínimo temporal para ella. De cualquier modo, la morena continuó caminando entre las casas de Sakura hasta hacer que nos detuviésemos a espaldas de una de considerables dimensiones. Era nuestro objetivo, así que contemplé el gran muro que en teoría nos separaba de Matthew Silverman.
—Pues alguna idea tengo —musité—. ¿No estás un poco harta de ir por ahí con tanto sigilo? —Observé los alrededores, comprobando que, efectivamente, no había nadie en las cercanías—. Siempre podemos echar abajo la pared. No creo que tengamos demasiadas dificultades para eliminar cualquier prueba cuando acabemos, ¿no? Como si no hubiésemos estado aquí. —«Al menos yo».
Esperé por una confirmación por su parte y desenrosqué a Chain of Destiny de mi torso. Una de mis manos la sostuvo justo por el centro, mientras que la otra la comenzó a agitar para trazar movimientos circulares verticales. Fue adquiriendo velocidad como si de un rotor de cola se tratase para, justo después, salir despedida hacia el muro.
Una explosión, mitigada en buena parte por el poderoso silbido de la ventisca, derribó el muro y alertó a cuantos se encontraban en el interior de que alguien había entrado por la fuerza. Más tarde o más temprano iban a tener que enterarse de que estábamos allí. Que fuese de aquel modo o tras abatir a los centinelas apostados en las puertas tampoco era demasiado relevante.
—¿Dónde está Matthew, chicos? Tengo un negocio que tratar con él, así que decidle que he venido a buscarle, ¿vale? —comenté mientras me adentraba entre los escombros. Una nube de polvo cubrió mi acceso, pero cuando al fin me encontré en el interior pude ver que media docena de sujetos se disponían a cerrarme el paso tras dar la voz de alarma.
La cadena se agitó en el aire, abrazando el cuello de uno de los individuos para permitirme lanzarlo hacia el que estaba más cerca de él. Uno de ellos se lanzó a por mí, pero empleé mi mano libre para anticiparme a su movimiento y, abarcando su cara casi al completo, le levanté del suelo para estrellar su cabeza contra el mismo con furia.
—Es un asunto muy importante, de verdad —continué mientras seguía caminando. Había podido ver cómo los otros tres sicarios se dirigían a por Ash, pero confiaba en que pudiese encargarse de ellos. Si le habían encargado que buscase a aquel hombre era porque podía hacerlo, ¿no? Y ello implicaba encargarse de los obstáculos que se interpusiesen en su camino.
—Pues alguna idea tengo —musité—. ¿No estás un poco harta de ir por ahí con tanto sigilo? —Observé los alrededores, comprobando que, efectivamente, no había nadie en las cercanías—. Siempre podemos echar abajo la pared. No creo que tengamos demasiadas dificultades para eliminar cualquier prueba cuando acabemos, ¿no? Como si no hubiésemos estado aquí. —«Al menos yo».
Esperé por una confirmación por su parte y desenrosqué a Chain of Destiny de mi torso. Una de mis manos la sostuvo justo por el centro, mientras que la otra la comenzó a agitar para trazar movimientos circulares verticales. Fue adquiriendo velocidad como si de un rotor de cola se tratase para, justo después, salir despedida hacia el muro.
Una explosión, mitigada en buena parte por el poderoso silbido de la ventisca, derribó el muro y alertó a cuantos se encontraban en el interior de que alguien había entrado por la fuerza. Más tarde o más temprano iban a tener que enterarse de que estábamos allí. Que fuese de aquel modo o tras abatir a los centinelas apostados en las puertas tampoco era demasiado relevante.
—¿Dónde está Matthew, chicos? Tengo un negocio que tratar con él, así que decidle que he venido a buscarle, ¿vale? —comenté mientras me adentraba entre los escombros. Una nube de polvo cubrió mi acceso, pero cuando al fin me encontré en el interior pude ver que media docena de sujetos se disponían a cerrarme el paso tras dar la voz de alarma.
La cadena se agitó en el aire, abrazando el cuello de uno de los individuos para permitirme lanzarlo hacia el que estaba más cerca de él. Uno de ellos se lanzó a por mí, pero empleé mi mano libre para anticiparme a su movimiento y, abarcando su cara casi al completo, le levanté del suelo para estrellar su cabeza contra el mismo con furia.
—Es un asunto muy importante, de verdad —continué mientras seguía caminando. Había podido ver cómo los otros tres sicarios se dirigían a por Ash, pero confiaba en que pudiese encargarse de ellos. Si le habían encargado que buscase a aquel hombre era porque podía hacerlo, ¿no? Y ello implicaba encargarse de los obstáculos que se interpusiesen en su camino.
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Desde luego era una buena forma de entrar y ella precisamente no era de las que se quejaba a la hora de usar la fuerza bruta así que simplemente se dejaría llevar. Una vez que aquel hombretón abrió una preciosa "puerta" para que pudieran pasar Ash entro tranquilamente y espero a que se acercaran a ella aquella panda de maleantes. No fue demasiado complicado darles una pequeña y encantadora paliza. Los golpes suficientes para que se estuvieran quietos en el suelo sin poderse mover demasiado bien, tras desarmarlos se convertían en animalitos asustados incapaces de hacer otra cosa más que quedare tirados en el suelo hechos un ovillo.
— Vamos chicos, tampoco le vamos a hacer nada, solo queremos hablar — sonríe de manera juguetona mientras se mantiene armada y mira de reojo a su compañero. Era momento de llegar a por el premio gordo. Por el momento los hombres de Matthew los miraron con cierta molestia por lo que habíamos hecho y lo que representábamos, su mal trabajo. Después de todo los habían dejado pasar y ahora se encontraban justo dentro del edificio donde se supone que nadie podía entrar. Ash suspiro y se estiro un poco para dejar que sus huesos sonaran.
— Tenemos asuntos importantes que tratar con él, dejad de hacer el gañan e ir a buscarlo — se estaba cabreando un poco, no le gustaba que la hicieran esperar. Uno de los hombres salio pitando hacia el piso de arriba, parecía un chiquillo de apenas dieciocho o veinte años, se notaba que estaba un poco acojonado y que no tenía ganas de enfrentarse a dos personas que acababan de reventar una pared. Por el momento Ash se quedo allí esperando aunque sin perder de vista a los que quedaban en pie, si alguno hacía un movimiento más extraño que otro no dudaría en disparar y acabar con tanta tontería.
Poco después bajo de nuevo el chico algo agitado y jadeando, parecía que se había dado una buena carrera — dice, que pueden subir — ante sus palabras, la banda de matones se hicieron a un lado para dejarlos pasar. Sin guardar la pistola aún Ash miro de reojo a Ruffo y luego decidió subir a la planta de arriba. En un despacho se encontraba el hombre a quien ambos buscaban, sentado en una silla gigante de color roja y bastante ostentosa, por el momento le parecía bastante idiota. Ash le tenía cierta manía a ese tipo de personas, que se creían mucho por tener cierta cantidad de dinero o por pensar que por tener fama o algún tipo de poder eran intocables.
— ¿Que asuntos tenéis que tratar conmigo vosotros? — habló con una voz un poco subida, con un tonito algo despectivo. Parecía que se creía alguien muy superior a ellos y Ash arqueo una ceja mientras apretaba un poco los puños. Miro de reojo a Ruffo y movió la cabeza indicándole que podía empezar él. Después de todo, lo que ella tenía que preguntarle era algo un poco más personal así que esperaba ver que era lo que su compañero tenía que hablar con ese individuo tan desagradable.
— Vamos chicos, tampoco le vamos a hacer nada, solo queremos hablar — sonríe de manera juguetona mientras se mantiene armada y mira de reojo a su compañero. Era momento de llegar a por el premio gordo. Por el momento los hombres de Matthew los miraron con cierta molestia por lo que habíamos hecho y lo que representábamos, su mal trabajo. Después de todo los habían dejado pasar y ahora se encontraban justo dentro del edificio donde se supone que nadie podía entrar. Ash suspiro y se estiro un poco para dejar que sus huesos sonaran.
— Tenemos asuntos importantes que tratar con él, dejad de hacer el gañan e ir a buscarlo — se estaba cabreando un poco, no le gustaba que la hicieran esperar. Uno de los hombres salio pitando hacia el piso de arriba, parecía un chiquillo de apenas dieciocho o veinte años, se notaba que estaba un poco acojonado y que no tenía ganas de enfrentarse a dos personas que acababan de reventar una pared. Por el momento Ash se quedo allí esperando aunque sin perder de vista a los que quedaban en pie, si alguno hacía un movimiento más extraño que otro no dudaría en disparar y acabar con tanta tontería.
Poco después bajo de nuevo el chico algo agitado y jadeando, parecía que se había dado una buena carrera — dice, que pueden subir — ante sus palabras, la banda de matones se hicieron a un lado para dejarlos pasar. Sin guardar la pistola aún Ash miro de reojo a Ruffo y luego decidió subir a la planta de arriba. En un despacho se encontraba el hombre a quien ambos buscaban, sentado en una silla gigante de color roja y bastante ostentosa, por el momento le parecía bastante idiota. Ash le tenía cierta manía a ese tipo de personas, que se creían mucho por tener cierta cantidad de dinero o por pensar que por tener fama o algún tipo de poder eran intocables.
— ¿Que asuntos tenéis que tratar conmigo vosotros? — habló con una voz un poco subida, con un tonito algo despectivo. Parecía que se creía alguien muy superior a ellos y Ash arqueo una ceja mientras apretaba un poco los puños. Miro de reojo a Ruffo y movió la cabeza indicándole que podía empezar él. Después de todo, lo que ella tenía que preguntarle era algo un poco más personal así que esperaba ver que era lo que su compañero tenía que hablar con ese individuo tan desagradable.
Al menos podría librarme de seguir repartiendo palos. No era algo que me molestase ni muchísimo menos, pero debía admitir que blandir la cadena tantas veces contra tanta gente podía llegar a resultar algo bastante cansado. De cualquier modo había quedado claro que aquel séquito de guardaespaldas venidos a menos no bastaba para retenernos. Negarnos una simple conversación hubiera desembocado inevitablemente en un conflicto, por lo que acceder a hablar con nosotros era la única opción que tenía nuestro objetivo para intentar buscar otra solución. Aun así no empezaba con buen pie:
―Digamos que tenemos unos amigos en común con los que me gustaría que dejase de tratar ―respondí, sentándome sin pedir permiso en una silla situada al otro lado del escritorio que él presidía―. Creo que los dos sabemos a quién me refiero y me parece evidente que negarlo sería una estupidez por su parte. Si no tuviese pruebas que le identificasen como la persona a la que busco yo no estaría aquí y ni siquiera sabría de mi existencia.
No tragó saliva ni muchísimo menos, pues estaba acostumbrado a lidiar con situaciones tan tensas como aquélla ―si no más―. Simplemente se limitó a tomarse su tiempo para meditar la respuesta que debía dar y cuáles eran las palabras apropiadas para ello:
―¿Para eso han venido?
―Para eso he venido yo. Ella tiene otros motivos que no conozco.
―De acuerdo. ―Extrajo un puro de una caja de madera situada en el escritorio, cortó su extremo distal y lo encendió―. Los dos sabemos que éste es un juego en el que, una vez te decides por un bando u otro, sellas tu destino. La deserción o la retractación es algo que no está permitido se mire por donde se mire y estoy seguro de que, si pertenece usted al organismo que sospecho, sabe a lo que me refiero. ―Agitó en un par de ocasiones el utensilio con el que había cortado el puro como si de una guillotina se tratase―. No. Si me retiro mi cabeza no tardará en rodar, y si acabáis conmigo mis... socios no tardarán en poneros en el punto de mira. Así que...
―¿Qué tenías que preguntarle? ―inquirí, cortando completamente su frase y levantándome de mi asiento. Tenía que neutralizar a aquel sujeto o capturarle, la misión estaba clara, pero nunca era mala idea saber con qué clase de personas lidiaba antes de pasar a la acción―. Yo tengo que hacer una llamada. Os dejo intimidad y enseguida vuelvo.
Mentira. Ninguno de los allí presentes podía quedar como testigo. Nadie debía ser capaz de reconocerme si me veía caminando tranquilamente por la calle, por lo que, pese a que les hubiésemos dejado atrás, tenía que ocuparme de ellos. Tal vez pudiese buscar alguna tubería de paso: había que crear una historia verosímil para justificar todo lo que había pasado allí.
―Digamos que tenemos unos amigos en común con los que me gustaría que dejase de tratar ―respondí, sentándome sin pedir permiso en una silla situada al otro lado del escritorio que él presidía―. Creo que los dos sabemos a quién me refiero y me parece evidente que negarlo sería una estupidez por su parte. Si no tuviese pruebas que le identificasen como la persona a la que busco yo no estaría aquí y ni siquiera sabría de mi existencia.
No tragó saliva ni muchísimo menos, pues estaba acostumbrado a lidiar con situaciones tan tensas como aquélla ―si no más―. Simplemente se limitó a tomarse su tiempo para meditar la respuesta que debía dar y cuáles eran las palabras apropiadas para ello:
―¿Para eso han venido?
―Para eso he venido yo. Ella tiene otros motivos que no conozco.
―De acuerdo. ―Extrajo un puro de una caja de madera situada en el escritorio, cortó su extremo distal y lo encendió―. Los dos sabemos que éste es un juego en el que, una vez te decides por un bando u otro, sellas tu destino. La deserción o la retractación es algo que no está permitido se mire por donde se mire y estoy seguro de que, si pertenece usted al organismo que sospecho, sabe a lo que me refiero. ―Agitó en un par de ocasiones el utensilio con el que había cortado el puro como si de una guillotina se tratase―. No. Si me retiro mi cabeza no tardará en rodar, y si acabáis conmigo mis... socios no tardarán en poneros en el punto de mira. Así que...
―¿Qué tenías que preguntarle? ―inquirí, cortando completamente su frase y levantándome de mi asiento. Tenía que neutralizar a aquel sujeto o capturarle, la misión estaba clara, pero nunca era mala idea saber con qué clase de personas lidiaba antes de pasar a la acción―. Yo tengo que hacer una llamada. Os dejo intimidad y enseguida vuelvo.
Mentira. Ninguno de los allí presentes podía quedar como testigo. Nadie debía ser capaz de reconocerme si me veía caminando tranquilamente por la calle, por lo que, pese a que les hubiésemos dejado atrás, tenía que ocuparme de ellos. Tal vez pudiese buscar alguna tubería de paso: había que crear una historia verosímil para justificar todo lo que había pasado allí.
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No tardaron demasiado en subir las escaleras y encontrarse con aquel hombre al que habían venido a buscar. Si, ese tipo era quien la podía "ayudar" con la información que necesitaba, aunque algo estaba claro, no parecía ser de los que cedían aunque tampoco sabía la conexión que ese tipo pudiera tener con la persona a quien ella buscaba. Permitió que su compañero preguntara primero, después de todo tenía cierta curiosidad por saber a que había ido Ruffo hasta allí. De las cosas que se hablan se aprende, pero más aún de las que uno calla y eso era algo que la albina había aprendido con el tiempo.
Cuando ellos terminaron de hablar fue su momento. Se estiro un poco y le miro, en el momento en que Ruffo salió de la habitación saco un cartel de su chaqueta y se lo puso por delante en la mesa. — Se que lo conoce y se que puede decirme más sobre él, ¿quién es y donde puedo encontrarlo? — en el cartel no había nombre y la recompensa estaba borrosa, tan solo se veía de forma nítida su cara. Era un hombre de unos cincuenta y tantos con barba cuidada y con un corte de pelo que lo hacía ver bastante varonil aunque lo llevaba largo. Una cicatriz en el ojo derecho y otra en la frente marcaban su rostro.
El hombre miro por un momento el cartel y mostró cierto gesto de sorpresa al encontrar aquel rostro en el papel. — ¿De donde has sacado esto chiquilla? — su voz seguía sonando relajado mientras fumaba lentamente dejando salir aquel humo que poco a poco inundaba la habitación. — Creo que las preguntas las hago yo ahora mismo e hice dos — Ash no iba a dar su brazo a torcer en aquel momento. Por un instante el hombre miró a la chica de arriba abajo, el pelo, los ojos, los gestos de su cara. Aquella chiquilla tenía rasgos que le eran bastante familiares y la verdad es que le resultaba curioso, él no tenía conocimiento sobre que aquello hubiera podido ocurrir, pero no iba a decir nada al respecto, era algo que no debía decir.
— No puedo contarte nada, ese hombre lleva muerto muchos años, pero ¿por que lo buscas? — Ash se estaba empezando a cansar un poco de tanta negativa. Se levanto la manga de la chaqueta y mostró el tatuaje que llevaba en honor a aquella anciana que la había ayudado cuando era más joven — creo que sabes perfectamente de lo que te estoy hablando y no tengo mucha paciencia — estaba un poco mosca y no iba a hacerse tremendo viaje para nada. Se notaba que ese tipo sabía de lo que la albina le estaba hablando y estaba cansada de que le negara todo aquello. Suspiro de forma larga y entonces saco unos papeles de una caja fuerte que tenía debajo de una mesa — llevate esto, pero no se lo enseñes a tu..."compañero" — Ash asintió y tomó los papeles, esperando que su compañero volviera. Aunque estaba claro lo que estaba haciendo por allí abajo, al menos para la cazadora estaba claro lo que Ruffo estaba haciendo con los hombres allí abajo.
Cuando ellos terminaron de hablar fue su momento. Se estiro un poco y le miro, en el momento en que Ruffo salió de la habitación saco un cartel de su chaqueta y se lo puso por delante en la mesa. — Se que lo conoce y se que puede decirme más sobre él, ¿quién es y donde puedo encontrarlo? — en el cartel no había nombre y la recompensa estaba borrosa, tan solo se veía de forma nítida su cara. Era un hombre de unos cincuenta y tantos con barba cuidada y con un corte de pelo que lo hacía ver bastante varonil aunque lo llevaba largo. Una cicatriz en el ojo derecho y otra en la frente marcaban su rostro.
El hombre miro por un momento el cartel y mostró cierto gesto de sorpresa al encontrar aquel rostro en el papel. — ¿De donde has sacado esto chiquilla? — su voz seguía sonando relajado mientras fumaba lentamente dejando salir aquel humo que poco a poco inundaba la habitación. — Creo que las preguntas las hago yo ahora mismo e hice dos — Ash no iba a dar su brazo a torcer en aquel momento. Por un instante el hombre miró a la chica de arriba abajo, el pelo, los ojos, los gestos de su cara. Aquella chiquilla tenía rasgos que le eran bastante familiares y la verdad es que le resultaba curioso, él no tenía conocimiento sobre que aquello hubiera podido ocurrir, pero no iba a decir nada al respecto, era algo que no debía decir.
— No puedo contarte nada, ese hombre lleva muerto muchos años, pero ¿por que lo buscas? — Ash se estaba empezando a cansar un poco de tanta negativa. Se levanto la manga de la chaqueta y mostró el tatuaje que llevaba en honor a aquella anciana que la había ayudado cuando era más joven — creo que sabes perfectamente de lo que te estoy hablando y no tengo mucha paciencia — estaba un poco mosca y no iba a hacerse tremendo viaje para nada. Se notaba que ese tipo sabía de lo que la albina le estaba hablando y estaba cansada de que le negara todo aquello. Suspiro de forma larga y entonces saco unos papeles de una caja fuerte que tenía debajo de una mesa — llevate esto, pero no se lo enseñes a tu..."compañero" — Ash asintió y tomó los papeles, esperando que su compañero volviera. Aunque estaba claro lo que estaba haciendo por allí abajo, al menos para la cazadora estaba claro lo que Ruffo estaba haciendo con los hombres allí abajo.
Abandoné la estancia donde nos habíamos reunido con el objetivo y me dirigí hacia el lugar donde habíamos dejado a los que en teoría estaban encargados de su seguridad personal. Debía apañármelas para que no quedase constancia de mi estancia allí, o al menos para que no se me pudiese vincular a lo que sucediese en aquella vivienda. Lo que fuera, pero asegurarme de proporcionar un entorno en el que la maquinaria gubernamental pudiese correr un tupido velo para la opinión pública.
Suspiré, quitándome de nuevo los guantes antes de presentarme de nuevo frente al tipo que nos había conducido junto a su jefe. Él fue el primero en caer, pero los demás no tardaron en hacer lo mismo. Los primeros no tuvieron tiempo de reaccionar, mas el resto intentó en vano oponer resistencia. Diez minutos después, una docena de cadáveres abarrotaban el piso inferior y yo me dirigía al sótano. Para mantener una temperatura adecuada en un lugar como Sakura las casas debían estar dotadas de sistemas de calefacción que hiciese más llevaderas las vidas de sus ocupantes. O chimeneas, claro, pero dudaba que nuestro obligado anfitrión se conformase con eso. Además no había visto ninguna hasta el momento.
Efectivamente, numerosas tuberías de gas recorrían el techo del subsuelo. No lo dudé y rompí varias de ellas, permitiendo que el gas comenzase a escapar y poco a poco fuese ocupando toda la casa. Tardaría unos minutos, pero era más tiempo del que necesitaba. Subí de nuevo al despacho en el que había dejado a Ash y a Silverman. Mis guantes volvían a cubrir mis almohadillas cuando finalmente pude hacer acto de presencia. ¿Se habrían enterado de lo que había sucedido bajo sus pies? No me extrañaría, pues aquellos tipos no habían sido precisamente comedidos a la hora de lanzarse al ataque.
―¿Cómo ha ido la charla? Espero que haya sido productiva, pero tenemos que irnos. Señor Silverman, lamento comunicarle que la señorita tiene que ponerle a disposición de las autoridades para que se juzguen los crímenes que ha cometido, ¿verdad? ―miré a mi temporal compañera y sonreí, no separando mi mano derecha en ningún momento de Chain of Destiny, ya que no sabía si Matthew Silverman intentaría resistirse. Por otro lado, el olor gas comenzaba a ser distinguible con bastante facilidad.
―Ya quisierais ―respondió, sacando la mano que había mantenido oculta bajo la mesa y mostrando un arma de fuego antes de apuntarnos con ella.
―¿Has tenido eso todo ese tiempo y no has disparado? ―Tuve que reírme, acción que imitó el hombre.
―Cuando llegas a una edad hay pocas cosas a las que no pueda la curiosidad, ¿qué queréis que os diga? ―Su rostro se endureció al instante, despejando cualquier atisbo de ironía o diversión. Aun así sabía que el muy condenado se creía en una posición ventajosa y eso le agradaba sobremanera. El brillo de sus ojos lo revelaba.
Suspiré, quitándome de nuevo los guantes antes de presentarme de nuevo frente al tipo que nos había conducido junto a su jefe. Él fue el primero en caer, pero los demás no tardaron en hacer lo mismo. Los primeros no tuvieron tiempo de reaccionar, mas el resto intentó en vano oponer resistencia. Diez minutos después, una docena de cadáveres abarrotaban el piso inferior y yo me dirigía al sótano. Para mantener una temperatura adecuada en un lugar como Sakura las casas debían estar dotadas de sistemas de calefacción que hiciese más llevaderas las vidas de sus ocupantes. O chimeneas, claro, pero dudaba que nuestro obligado anfitrión se conformase con eso. Además no había visto ninguna hasta el momento.
Efectivamente, numerosas tuberías de gas recorrían el techo del subsuelo. No lo dudé y rompí varias de ellas, permitiendo que el gas comenzase a escapar y poco a poco fuese ocupando toda la casa. Tardaría unos minutos, pero era más tiempo del que necesitaba. Subí de nuevo al despacho en el que había dejado a Ash y a Silverman. Mis guantes volvían a cubrir mis almohadillas cuando finalmente pude hacer acto de presencia. ¿Se habrían enterado de lo que había sucedido bajo sus pies? No me extrañaría, pues aquellos tipos no habían sido precisamente comedidos a la hora de lanzarse al ataque.
―¿Cómo ha ido la charla? Espero que haya sido productiva, pero tenemos que irnos. Señor Silverman, lamento comunicarle que la señorita tiene que ponerle a disposición de las autoridades para que se juzguen los crímenes que ha cometido, ¿verdad? ―miré a mi temporal compañera y sonreí, no separando mi mano derecha en ningún momento de Chain of Destiny, ya que no sabía si Matthew Silverman intentaría resistirse. Por otro lado, el olor gas comenzaba a ser distinguible con bastante facilidad.
―Ya quisierais ―respondió, sacando la mano que había mantenido oculta bajo la mesa y mostrando un arma de fuego antes de apuntarnos con ella.
―¿Has tenido eso todo ese tiempo y no has disparado? ―Tuve que reírme, acción que imitó el hombre.
―Cuando llegas a una edad hay pocas cosas a las que no pueda la curiosidad, ¿qué queréis que os diga? ―Su rostro se endureció al instante, despejando cualquier atisbo de ironía o diversión. Aun así sabía que el muy condenado se creía en una posición ventajosa y eso le agradaba sobremanera. El brillo de sus ojos lo revelaba.
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Guardo los documentos que Silverman le había dado, una vez que estuviera en la soledad de su barco podría echarles un vistazo para ver que demonios era lo que había en aquellos papeles. Vio como Ruffo volvía a entrar en la sala y lo miro de reojo con una ceja arqueada cuando pregunto aquello. No es que no quisiera arrestar a ese tipo, claro que quería llevarselo y de paso cobrar la recompensa por su cabeza, pero algo le decía que su compañero quería cargarle el muerto. No sabía lo que había hecho con aquellos hombres allí abajo o lo que tenía pensado hacer, no lo sabía hasta que empezó a oler aquello. Ese aroma era distinguible fácilmente, gas, ese tipo pretendía hacerlos saltar a todos por los aires.
Ash levanto una mano tranquilamente demostrando que no tenía pensado atacarlo, saco un cigarrillo y se lo metió en la boca y entonces saco su mechero zippo y lo abrió. No encendió la llama por que evidentemente aún no quería salir volando — mira macho, tienes dos opciones, vienes por las buenas o por las malas, si le disparas a él, yo acabo contigo, si me disparas a mi, él acaba contigo, en ambos casos sales perdiendo y creo que ninguno quiere eso ¿verdad? — los ojos de Ash brillaron peligrosamente. Parecían los ojos de alguien completamente diferente, aquel brillo infernal parecía prometer una visita pronta al más oscuro de los infiernos. Puede que no fuera del todo de su gusto el acabar con todos los allí presentes, pero sus ojos se movieron hasta una de las ventanas de aquel despacho. No sería complicado saltar y lanzar el mechero encendido para que salieran todos volando, aunque estaba claro que ellos se llevarían alguna que otra herida por la onda expansiva de la explosión.
— Los dos sabemos que mi compañero no a ido precisamente a hacer una "llamada" y si así fuera nada le garantiza que en menos de dos segundos no este el edificio entero rodeado, ¿no es mejor hacer las cosas fáciles para todos? aunque por la pinta que tiene no parece de los que simplemente se calman y obedecen, ¿verdad? — por su parte no podía atacar al hombre por mucho que quisiera, sus armas de fuego creaban chispas que podrían hacer estallar el gas, así que si él disparaba también saldrían volando. La mejor opción era o reducirlo o que Ruffito hiciera un trabajo rápido con la cosa esa que tenía en la cintura. Pero entonces Ash sonrió de medio lado — oye, ¿no hace mucho calor aquí? — según terminaba esa frase, se acerco un poco a Ruffo y un potente viento salió disparado de donde ambos se encontraban.
La distancia que los separaba del matón no era demasiada, así que unos vientos de sesenta kilometros por hora eran suficientes para hacerle si no soltar la pistola, al menos desequilibrarlo lo suficiente como para poder reducirlo o pegarlo contra una pared y desarmarlo. Esa era la intención de la albina y lo que haría a continuación una vez los vientos hicieran su aparición y lograsen lo que lograsen, desequilibrarlo o desarmarlo se echaría sobre el tipo para poder reducirllo y esposarlo de forma un poco rudimentaria pero eficaz para sacarlo de aquel lugar — bueno, supongo que podemos irnos — miro de reojo a Ruffo esperando ver si tenía algo más que decir.
Ash levanto una mano tranquilamente demostrando que no tenía pensado atacarlo, saco un cigarrillo y se lo metió en la boca y entonces saco su mechero zippo y lo abrió. No encendió la llama por que evidentemente aún no quería salir volando — mira macho, tienes dos opciones, vienes por las buenas o por las malas, si le disparas a él, yo acabo contigo, si me disparas a mi, él acaba contigo, en ambos casos sales perdiendo y creo que ninguno quiere eso ¿verdad? — los ojos de Ash brillaron peligrosamente. Parecían los ojos de alguien completamente diferente, aquel brillo infernal parecía prometer una visita pronta al más oscuro de los infiernos. Puede que no fuera del todo de su gusto el acabar con todos los allí presentes, pero sus ojos se movieron hasta una de las ventanas de aquel despacho. No sería complicado saltar y lanzar el mechero encendido para que salieran todos volando, aunque estaba claro que ellos se llevarían alguna que otra herida por la onda expansiva de la explosión.
— Los dos sabemos que mi compañero no a ido precisamente a hacer una "llamada" y si así fuera nada le garantiza que en menos de dos segundos no este el edificio entero rodeado, ¿no es mejor hacer las cosas fáciles para todos? aunque por la pinta que tiene no parece de los que simplemente se calman y obedecen, ¿verdad? — por su parte no podía atacar al hombre por mucho que quisiera, sus armas de fuego creaban chispas que podrían hacer estallar el gas, así que si él disparaba también saldrían volando. La mejor opción era o reducirlo o que Ruffito hiciera un trabajo rápido con la cosa esa que tenía en la cintura. Pero entonces Ash sonrió de medio lado — oye, ¿no hace mucho calor aquí? — según terminaba esa frase, se acerco un poco a Ruffo y un potente viento salió disparado de donde ambos se encontraban.
La distancia que los separaba del matón no era demasiada, así que unos vientos de sesenta kilometros por hora eran suficientes para hacerle si no soltar la pistola, al menos desequilibrarlo lo suficiente como para poder reducirlo o pegarlo contra una pared y desarmarlo. Esa era la intención de la albina y lo que haría a continuación una vez los vientos hicieran su aparición y lograsen lo que lograsen, desequilibrarlo o desarmarlo se echaría sobre el tipo para poder reducirllo y esposarlo de forma un poco rudimentaria pero eficaz para sacarlo de aquel lugar — bueno, supongo que podemos irnos — miro de reojo a Ruffo esperando ver si tenía algo más que decir.
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