Abigail Mjöllnir
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
Por una vez no iba de caza. Al menos no iba con la idea de cazar ese día, las intenciones de Abigail en Hallstat eran simplemente investigar un suceso relativamente reciente y que concernía a dos piratas emergentes: Kumi Asagiri y Sayumi Asagiri, con recompensas de treinta y diez millones respectivamente. La de diez millones no era para tirar cohetes para ser un primer Wanted, pero la recompensa de treinta... era algo relativamente inusual. En su anterior parada había estado preguntando, y consiguió averiguar que los hechos habían tenido lugar en Hallstat. Hechos... rumores, más bien, en English Garden no había presencia marine, así que tenía que guiarse por unos rumores que decían que esas dos niñas habían sido las culpables de lo que podría considerar "matanza".
Hallstat era una de las mayores islas del North Blue, una monarquía con una cantidad absurda de nobles. Por tanto, era una isla debidamente protegida, no por los marines, si no por el personal del propio reino. Eso era lo que más le llamaba la atención de la recompensa de aquellas dos, habían logrado cifras altas -para la media de los Blues- atacando un reino independiente sin presencia marine ni conexión con el gobierno mundial... debían haberla liado mucho.
Cuando llegó al puerto lo primero que hizo fue empezar a preguntar y no tardó mucho en encontrar direcciones. Uno de los trabajadores del puerto reaccionó enseguida al cartel de las muchachas, dirigiéndola hacia la capital, Astelia.
Totalmente equipada, la monja cazadora empezó su camino hacia la capital de Hallstat, no sin antes comprar en el puerto algo de papel y lápiz para apuntar lo que encontrara. Al acabar ya le entregaría el documento a alguno de los de su Shiro Shiro no Mi para que lo colgara en el tablón de los wanted.
Sus objetivos principales eran dos: intentar conseguir pistas sobre su paradero y, mucho más importante, conseguir información sobre sus habilidades, físico, personalidad, etc. Si conseguía averiguar cómo luchaban y con qué podía provocarlas una futura caza sería infinitamente más sencilla que si iba a ciegas.
Al cabo de un tiempo de viajar, a pie y en carreta, pudo ver el castillo y las murallas de Astelia. Bajó de la carreta en la que había viajado, se despidió del conductor y entró en la capital. Ahora... ¿por dónde podía empezar? quizá debería buscar a quien sea que liderase a los guardias.
Empezó a moverse por la capital, fijándose en todos los locales que la rodeaban y en sus gentes, que comerciaban entre ellos, bastante animados como si no ocurriera nada malo en el mundo. Seguía sin entender cómo podían aterrorizar a civiles de esa manera. Se llevó la mano derecha al crucifijo que colgaba de su cuello, apretándolo con algo de fuerza. ¿Podía detener a gente con tan pocos escrúpulos que no dudaba en ejecutar a sus oponentes? Es decir, ya lo había hecho antes con el purificador, pero... estaba empezando a asumir, poco a poco, que tendría que hacer un esfuerzo sobrehumano para seguir manteniendo su "humanidad" en ese trabajo.
Agitó la cabeza. No podía pensar en eso. Suspiró y empezó a caminar hacia el castillo de la capital, allí podría encontrar, seguramente, al jefe de la guardia.
Hallstat era una de las mayores islas del North Blue, una monarquía con una cantidad absurda de nobles. Por tanto, era una isla debidamente protegida, no por los marines, si no por el personal del propio reino. Eso era lo que más le llamaba la atención de la recompensa de aquellas dos, habían logrado cifras altas -para la media de los Blues- atacando un reino independiente sin presencia marine ni conexión con el gobierno mundial... debían haberla liado mucho.
Cuando llegó al puerto lo primero que hizo fue empezar a preguntar y no tardó mucho en encontrar direcciones. Uno de los trabajadores del puerto reaccionó enseguida al cartel de las muchachas, dirigiéndola hacia la capital, Astelia.
Totalmente equipada, la monja cazadora empezó su camino hacia la capital de Hallstat, no sin antes comprar en el puerto algo de papel y lápiz para apuntar lo que encontrara. Al acabar ya le entregaría el documento a alguno de los de su Shiro Shiro no Mi para que lo colgara en el tablón de los wanted.
Sus objetivos principales eran dos: intentar conseguir pistas sobre su paradero y, mucho más importante, conseguir información sobre sus habilidades, físico, personalidad, etc. Si conseguía averiguar cómo luchaban y con qué podía provocarlas una futura caza sería infinitamente más sencilla que si iba a ciegas.
Al cabo de un tiempo de viajar, a pie y en carreta, pudo ver el castillo y las murallas de Astelia. Bajó de la carreta en la que había viajado, se despidió del conductor y entró en la capital. Ahora... ¿por dónde podía empezar? quizá debería buscar a quien sea que liderase a los guardias.
Empezó a moverse por la capital, fijándose en todos los locales que la rodeaban y en sus gentes, que comerciaban entre ellos, bastante animados como si no ocurriera nada malo en el mundo. Seguía sin entender cómo podían aterrorizar a civiles de esa manera. Se llevó la mano derecha al crucifijo que colgaba de su cuello, apretándolo con algo de fuerza. ¿Podía detener a gente con tan pocos escrúpulos que no dudaba en ejecutar a sus oponentes? Es decir, ya lo había hecho antes con el purificador, pero... estaba empezando a asumir, poco a poco, que tendría que hacer un esfuerzo sobrehumano para seguir manteniendo su "humanidad" en ese trabajo.
Agitó la cabeza. No podía pensar en eso. Suspiró y empezó a caminar hacia el castillo de la capital, allí podría encontrar, seguramente, al jefe de la guardia.
Hallstat podía resultar bastante inusual para todo aquel que no estuviera acostumbrado al gran reino norteño, y es que contaba con factores tanto sociales como culturales que no terminaban de asimilarse con facilidad. Por un lado estaba el desfasado sistema feudal que permanecía impuesto en la isla, tan atrasado que apenas resultaba como una mera reminiscencia de lo que hubiera podido haber antes del Gobierno Mundial. Sí, ahora tenían a los Dragones Celestiales y a los reyes de las naciones que componían la hegemónica organización, pero era impensable dividir la sociedad de una forma tan estamental. Duques, condes, barones... ¿Eran necesarios? Para alguien como Ayden, quien se había criado en una pequeña y humilde comunidad del South Blue, no podía sino resultar chocante e innecesario; una muestra de mal gusto sobre la necesidad de la humanidad por dividirse a sí misma.
—Los castillos son bonitos, eso sí —comentó subido en la parte de atrás de una carreta, con los pies colgando no muy lejos de las enormes ruedas de la misma, masticando una ramita de trigo.
Que el sitio no terminaba de agradarle era algo evidente, pero en ocasiones el deber iba más allá de opiniones y preferencias. Echó mano a uno de los bolsillos interiores de su chaqueta, del cual extrajo un par de papeles plegados entre sí. Las imágenes de las dos niñas malas a las que llevaba siguiéndole la pista unas cuantas semanas se podía ver en ellos. Kumi y Sayumi, las hermanas Asagiri, no eran más que un par de piratas de escaso renombre que habían causado algo de alboroto en Hallstat. No es que sus recompensas fueran desorbitadas, pero servirían para costearle gastos y caprichos durante unos cuantos meses. Además, estaba seguro de que su nombre saldría en primera plana del periódico si se deshacía de dos criminales emergentes del North Blue; algo de renombre podía resultar más valioso que varios millones en el bolsillo.
—¿Y dices que estas dos dieron tantos problemas? No parecen más que unas crías —le inquirió al conductor del carromato, desviando su afilada mirada hacia él mientras le mostraba ambos carteles.
—Tan cierto como que el Sol se pone cada mañana, joven —respondió el buen hombre, apenas molestándose en mirarle un instante—. Afortunadamente no me encontraba en la ciudad para verlo, pero sé de mano de algunos conocidos que esas muchachas eran el diablo encarnado. Si no me cree siempre puede preguntarle a la guardia; perdieron a varios de sus hombres aquel día. Eso sí, asegúrese de medir sus palabras: ningún veterano recibirá amablemente a quien sea afiliado del Gobierno Mundial. Los estragos de la guerra siguen presentes en los corazones de Hallstat.
El cazador asintió, volviendo a guardar ambos papeles y dejando que su mirada se perdiera en los muros de Astelia, la capital del reino. Ya en la distancia podía ver algunas lanzas asomando por encima del parapeto almenado de la muralla, en constante ronda y vigilancia. Por lo que había podido ver la isla se encontraba fuertemente militarizada, contando cada noble con su propia fuerza armada. «Será mejor no provocarles si quiero salir de una pieza».
Apenas unos minutos después cruzó el arco de la puerta principal, no sin notar las escépticas miradas de los guardias. Debía notarse bastante que no era de por alli; a juzgar por sus ropas no podía resultar muy complicado. Tras el portón se extendía una calle bastante amplia que funcionaría como una de las arterias de la ciudad, repleta de puestos a un lado y al otro cuyos mercaderes anunciaban sus productos a viva voz. A primera el sitio parecía bastante próspero, aunque no podía esperarse menos de la capital del reino. Estaba seguro, sin embargo, de que se toparía con huérfanos y mendigos si indagaba lo suficiente. Él mismo había sido uno de los segundos tras sus primeros meses en sitios más impolutos que aquella urbe y, si algo sabía, es que la gente de las calles sabe más que el ciudadano corriente.
—Muchas gracias por traerme. —Se bajó de un salto del carro, estrechándole la mano a continuación al conductor—. Espero que le vaya bien y que su hermano mejore.
—Gracias a usted, joven. Los caminos pueden ser peligrosos y siempre se agradece la compañía. Si me permite un último consejo, le sugeriría que empezase su búsqueda en el cuartel de la ciudad, junto al castillo. Son algo ariscos pero fueron quienes lidiaron con esas endemoniadas crías, después de todo.
No era un mal plan, así que eso haría. Tras despedirse apropiadamente se encaminó hacia lo que debía ser la fortaleza interior. No es que fuera muy complicado dar con ella si tenemos en cuenta que se alzaba por encima del resto de la ciudad, lo difícil era abrirse paso entre la gente por las calles principales. Podía arriesgarse a callejear, pero temía perderse; volar podía ser otra opción, aunque ya llamaba suficiente la atención desentonando entre el resto de transeúntes. Se dejó llevar por el flujo de gente pese al tiempo que consumiría, terminando por llegar a su destino pasadas cerca de dos horas de empujones, vendedores que le acosaban, alguna que otra oferta por parte de señoritas relativamente agraciadas y, cómo no, un intento de robo. «Putas ciudades», farfulló para sí mismo, echando de menos Samia.
Cuando llegó al condenado cuartel un panzudo guardia le permitió entrar amablemente antes de ir a buscar al capitán —o quien fuera que tuviera algo de autoridad allí—. Ayden observó mientras tanto la sala principal, donde varios soldados se mantenían firmes en sus posiciones mientras que otros, probablemente disfrutando de algún descanso, le miraban con cierto recelo. Fue echando mano a los carteles; quería agilizar las cosas y pasar el menor tiempo posible en aquel lugar.
—A ver, ¿qué quiere? —preguntó con desgana el hombre que trajo consigo su barrigudo amigo, no sin hacerle un rápido escaneo desde los pies hasta la cabeza con la mirada—. No parece usted herido o asustado, así que le sugiero que se de prisa y no me haga perder el tiempo, tengo muchas cosas que hacer.
«Sí, como volver a dormirte, por ejemplo», pensó el cazador, observando la zona aplastada en su canosa cabellera y sus poco aseadas facciones.
—Sí, verá... vengo siguiendo el rastro de dos personas que causaron algunos problemas recientemente por aquí —comenzó, mostrándole ambos carteles—. Quería preguntarles si pueden darme algún detalle de lo ocurri...
—¡Agh! ¿En serio? ¿Otro puto cazador del gobierno? —le interrumpió el buen hombre, resoplando—. Estoy hasta los huevos de vosotros, de verdad. Todo el día preguntando por las jodidas niñas esas. Voy a terminar por mandaros todos a freír...
—Pero señor —se apresuró a interrumpirle el gordo mientras que una vena comenzaba a hincharse en el cuello de Ayden—. Tan solo quieren dar con ellas, si les dan caza podremos despreocuparnos de que vuelvan a venir por...
—¡Me importa una mierda lo que quieran, Gareth! —intervino nuevamente el de mayor rango—. Si ni siquiera les importa lo que hayan hecho. Solo las buscan para cobrar las desorbitadas sumas que les pagan en el gobierno y vivir como putos reyes. ¡Y yo ya estoy hasta los cojones de tener que lidiar con esta panda de...!
La discusión siguió, prácticamente dejando de lado al rubio como si se hubiera vuelto invisible. Cerró los ojos y se volvió a guardar los carteles, no sin antes soltar un pesado suspiro.
«Pues empezamos bien...».
—Los castillos son bonitos, eso sí —comentó subido en la parte de atrás de una carreta, con los pies colgando no muy lejos de las enormes ruedas de la misma, masticando una ramita de trigo.
Que el sitio no terminaba de agradarle era algo evidente, pero en ocasiones el deber iba más allá de opiniones y preferencias. Echó mano a uno de los bolsillos interiores de su chaqueta, del cual extrajo un par de papeles plegados entre sí. Las imágenes de las dos niñas malas a las que llevaba siguiéndole la pista unas cuantas semanas se podía ver en ellos. Kumi y Sayumi, las hermanas Asagiri, no eran más que un par de piratas de escaso renombre que habían causado algo de alboroto en Hallstat. No es que sus recompensas fueran desorbitadas, pero servirían para costearle gastos y caprichos durante unos cuantos meses. Además, estaba seguro de que su nombre saldría en primera plana del periódico si se deshacía de dos criminales emergentes del North Blue; algo de renombre podía resultar más valioso que varios millones en el bolsillo.
—¿Y dices que estas dos dieron tantos problemas? No parecen más que unas crías —le inquirió al conductor del carromato, desviando su afilada mirada hacia él mientras le mostraba ambos carteles.
—Tan cierto como que el Sol se pone cada mañana, joven —respondió el buen hombre, apenas molestándose en mirarle un instante—. Afortunadamente no me encontraba en la ciudad para verlo, pero sé de mano de algunos conocidos que esas muchachas eran el diablo encarnado. Si no me cree siempre puede preguntarle a la guardia; perdieron a varios de sus hombres aquel día. Eso sí, asegúrese de medir sus palabras: ningún veterano recibirá amablemente a quien sea afiliado del Gobierno Mundial. Los estragos de la guerra siguen presentes en los corazones de Hallstat.
El cazador asintió, volviendo a guardar ambos papeles y dejando que su mirada se perdiera en los muros de Astelia, la capital del reino. Ya en la distancia podía ver algunas lanzas asomando por encima del parapeto almenado de la muralla, en constante ronda y vigilancia. Por lo que había podido ver la isla se encontraba fuertemente militarizada, contando cada noble con su propia fuerza armada. «Será mejor no provocarles si quiero salir de una pieza».
Apenas unos minutos después cruzó el arco de la puerta principal, no sin notar las escépticas miradas de los guardias. Debía notarse bastante que no era de por alli; a juzgar por sus ropas no podía resultar muy complicado. Tras el portón se extendía una calle bastante amplia que funcionaría como una de las arterias de la ciudad, repleta de puestos a un lado y al otro cuyos mercaderes anunciaban sus productos a viva voz. A primera el sitio parecía bastante próspero, aunque no podía esperarse menos de la capital del reino. Estaba seguro, sin embargo, de que se toparía con huérfanos y mendigos si indagaba lo suficiente. Él mismo había sido uno de los segundos tras sus primeros meses en sitios más impolutos que aquella urbe y, si algo sabía, es que la gente de las calles sabe más que el ciudadano corriente.
—Muchas gracias por traerme. —Se bajó de un salto del carro, estrechándole la mano a continuación al conductor—. Espero que le vaya bien y que su hermano mejore.
—Gracias a usted, joven. Los caminos pueden ser peligrosos y siempre se agradece la compañía. Si me permite un último consejo, le sugeriría que empezase su búsqueda en el cuartel de la ciudad, junto al castillo. Son algo ariscos pero fueron quienes lidiaron con esas endemoniadas crías, después de todo.
No era un mal plan, así que eso haría. Tras despedirse apropiadamente se encaminó hacia lo que debía ser la fortaleza interior. No es que fuera muy complicado dar con ella si tenemos en cuenta que se alzaba por encima del resto de la ciudad, lo difícil era abrirse paso entre la gente por las calles principales. Podía arriesgarse a callejear, pero temía perderse; volar podía ser otra opción, aunque ya llamaba suficiente la atención desentonando entre el resto de transeúntes. Se dejó llevar por el flujo de gente pese al tiempo que consumiría, terminando por llegar a su destino pasadas cerca de dos horas de empujones, vendedores que le acosaban, alguna que otra oferta por parte de señoritas relativamente agraciadas y, cómo no, un intento de robo. «Putas ciudades», farfulló para sí mismo, echando de menos Samia.
Cuando llegó al condenado cuartel un panzudo guardia le permitió entrar amablemente antes de ir a buscar al capitán —o quien fuera que tuviera algo de autoridad allí—. Ayden observó mientras tanto la sala principal, donde varios soldados se mantenían firmes en sus posiciones mientras que otros, probablemente disfrutando de algún descanso, le miraban con cierto recelo. Fue echando mano a los carteles; quería agilizar las cosas y pasar el menor tiempo posible en aquel lugar.
—A ver, ¿qué quiere? —preguntó con desgana el hombre que trajo consigo su barrigudo amigo, no sin hacerle un rápido escaneo desde los pies hasta la cabeza con la mirada—. No parece usted herido o asustado, así que le sugiero que se de prisa y no me haga perder el tiempo, tengo muchas cosas que hacer.
«Sí, como volver a dormirte, por ejemplo», pensó el cazador, observando la zona aplastada en su canosa cabellera y sus poco aseadas facciones.
—Sí, verá... vengo siguiendo el rastro de dos personas que causaron algunos problemas recientemente por aquí —comenzó, mostrándole ambos carteles—. Quería preguntarles si pueden darme algún detalle de lo ocurri...
—¡Agh! ¿En serio? ¿Otro puto cazador del gobierno? —le interrumpió el buen hombre, resoplando—. Estoy hasta los huevos de vosotros, de verdad. Todo el día preguntando por las jodidas niñas esas. Voy a terminar por mandaros todos a freír...
—Pero señor —se apresuró a interrumpirle el gordo mientras que una vena comenzaba a hincharse en el cuello de Ayden—. Tan solo quieren dar con ellas, si les dan caza podremos despreocuparnos de que vuelvan a venir por...
—¡Me importa una mierda lo que quieran, Gareth! —intervino nuevamente el de mayor rango—. Si ni siquiera les importa lo que hayan hecho. Solo las buscan para cobrar las desorbitadas sumas que les pagan en el gobierno y vivir como putos reyes. ¡Y yo ya estoy hasta los cojones de tener que lidiar con esta panda de...!
La discusión siguió, prácticamente dejando de lado al rubio como si se hubiera vuelto invisible. Cerró los ojos y se volvió a guardar los carteles, no sin antes soltar un pesado suspiro.
«Pues empezamos bien...».
Abigail Mjöllnir
Fama
Recompensa
Características
fuerza
Fortaleza
Velocidad
Agilidad
Destreza
Precisión
Intelecto
Agudeza
Instinto
Energía
Saberes
Akuma no mi
Varios
La hereje se dirigía hacia el castillo de la capital. En principio su intención era ir primero allí para conseguir la información oficial sobre aquellas dos jóvenes criminales emergentes directamente de la persona que habría informado de los hechos a la Marina. Durante su caminar por la capital de Hallstat pasó por la plaza donde habían transcurrido los hechos, pero aún no conocía ese detalle. Observó con detenimiento los locales y edificios que la rodeaban antes de continuar, todas las construcciones tenían un tinte medieval, distinto a su propio convento o a las otras islas del North Blue en las que había estado.
Los distintos guardias que habían apostados en varios puntos de la ciudad la miraban con cierto recelo, probablemente por el hecho de que cargara con varias armas de fuego. Decidió ignorar aquellas miradas y continuó su camino. Mercaderes anunciando su mercancía y el alboroto habitual de cualquier mercado, ese era el ambiente general, aunque no se respiraba demasiada... felicidad, no sabía bien cómo explicarlo. Si no recordaba mal, Hallstat era una isla independiente del Gobierno Mundial, conseguir información de la guardia iba a ser una tarea ligeramente complicada, por ponerlo suave.
Por suerte, el aspecto de la monja hacía que su presencia fuera ligeramente más amenazante, y es que poca gente se atrevería a molestar a una mujer que parecía que iba a ir a la guerra. Su caminar la llevó hacia las proximidades del cuartel de la Guardia Real, pero no se acercó todavía. Había... alguien más. Se encogió de hombros, si estaba hablando con la guardia tranquilamente no debía ser nadie peligroso.
Se acercó, fijándose en el muchacho rubio que no era de la guardia de Hallstat. Se puso a su lado, quedándose en silencio durante un par de segundos.
—Perdonen, quería preguntar sobre los últimos incidentes de la ciudad. En los Cuarteles de la Marina no tienen mucha información y me preguntaba si podría decirme algo sobre el ataque de las hermanas Asagiri, por favor —pidió con toda la educación del mundo, hasta dijo por favor. Esto no fue suficiente para el jefe de la guardia, que continuaba estallando como si hubiera metido el dedo en la herida.
—¡Ay la madre que me parió, qué pesados que sois con las incestuosas esas! Mira, no, me niego a ayudar a esta gente. Me voy a por un café antes de que me explote la vena.
Bueno, podría haber salido peor. El otro guardia, el que estaba más gordo, soltó un suspiro pesado y se dirigió a los dos cazadores.
—Disculpadle, por favor. Esas dos crías han hecho mucho daño y aún le cuesta confiar en la gente del gobierno —pidió. Abi negó con la cabeza, quitándole hierro al asunto.
—No se preocupe, puedo entender el recelo. Ahora, sobre las hermanas Asagiri... solo sé que mataron a una buena cantidad de guardias, pero quería preguntar si sabían los detalles de lo ocurrido —se dio cuenta entonces de que ni siquiera había saludado o presentado —. Perdone, me llamo Abigail, y... siento su pérdida, entienda que si las buscamos es porque en este momento podrían estar repitiendo esa tragedia en otro lugar —entendía el recelo hacia los cazadores porque era cierto que muchísimos veían la caza como un trabajo cualquiera, no muchos comprendían que ser cazador significaba llevar la justicia donde los marines no podían llegar, no era tanto como un cheque para cobrar por matar a una persona.
—Mirad... no sé qué hicieron exactamente, pero muchos de ellos llegaron con unos agujeros en sus estómagos del tamaño de pelotas. También llegaron con... ¿el cuello roto? no recuerdo bien los detalles. En la plaza podrán hablaros más, ocurrió en pleno mercado, hay muchos testigos oculares.
Ugh, en pleno mercado... eran más despiadadas de lo que había pensado en un principio. Atacar a la guardia de un reino era una cosa, hacerlo rodeados de civiles inocentes era otra muy distinta.
—Uhm, gracias —se giró entonces hacia el hombre, ligeramente más alto que ella —. Perdone —no se le había escapado el tema de los carteles, había llegado algo antes de que se los guardara —. ¿Viene a investigarlas también? —igual conseguía algo de ayuda y todo.
Los distintos guardias que habían apostados en varios puntos de la ciudad la miraban con cierto recelo, probablemente por el hecho de que cargara con varias armas de fuego. Decidió ignorar aquellas miradas y continuó su camino. Mercaderes anunciando su mercancía y el alboroto habitual de cualquier mercado, ese era el ambiente general, aunque no se respiraba demasiada... felicidad, no sabía bien cómo explicarlo. Si no recordaba mal, Hallstat era una isla independiente del Gobierno Mundial, conseguir información de la guardia iba a ser una tarea ligeramente complicada, por ponerlo suave.
Por suerte, el aspecto de la monja hacía que su presencia fuera ligeramente más amenazante, y es que poca gente se atrevería a molestar a una mujer que parecía que iba a ir a la guerra. Su caminar la llevó hacia las proximidades del cuartel de la Guardia Real, pero no se acercó todavía. Había... alguien más. Se encogió de hombros, si estaba hablando con la guardia tranquilamente no debía ser nadie peligroso.
Se acercó, fijándose en el muchacho rubio que no era de la guardia de Hallstat. Se puso a su lado, quedándose en silencio durante un par de segundos.
—Perdonen, quería preguntar sobre los últimos incidentes de la ciudad. En los Cuarteles de la Marina no tienen mucha información y me preguntaba si podría decirme algo sobre el ataque de las hermanas Asagiri, por favor —pidió con toda la educación del mundo, hasta dijo por favor. Esto no fue suficiente para el jefe de la guardia, que continuaba estallando como si hubiera metido el dedo en la herida.
—¡Ay la madre que me parió, qué pesados que sois con las incestuosas esas! Mira, no, me niego a ayudar a esta gente. Me voy a por un café antes de que me explote la vena.
Bueno, podría haber salido peor. El otro guardia, el que estaba más gordo, soltó un suspiro pesado y se dirigió a los dos cazadores.
—Disculpadle, por favor. Esas dos crías han hecho mucho daño y aún le cuesta confiar en la gente del gobierno —pidió. Abi negó con la cabeza, quitándole hierro al asunto.
—No se preocupe, puedo entender el recelo. Ahora, sobre las hermanas Asagiri... solo sé que mataron a una buena cantidad de guardias, pero quería preguntar si sabían los detalles de lo ocurrido —se dio cuenta entonces de que ni siquiera había saludado o presentado —. Perdone, me llamo Abigail, y... siento su pérdida, entienda que si las buscamos es porque en este momento podrían estar repitiendo esa tragedia en otro lugar —entendía el recelo hacia los cazadores porque era cierto que muchísimos veían la caza como un trabajo cualquiera, no muchos comprendían que ser cazador significaba llevar la justicia donde los marines no podían llegar, no era tanto como un cheque para cobrar por matar a una persona.
—Mirad... no sé qué hicieron exactamente, pero muchos de ellos llegaron con unos agujeros en sus estómagos del tamaño de pelotas. También llegaron con... ¿el cuello roto? no recuerdo bien los detalles. En la plaza podrán hablaros más, ocurrió en pleno mercado, hay muchos testigos oculares.
Ugh, en pleno mercado... eran más despiadadas de lo que había pensado en un principio. Atacar a la guardia de un reino era una cosa, hacerlo rodeados de civiles inocentes era otra muy distinta.
—Uhm, gracias —se giró entonces hacia el hombre, ligeramente más alto que ella —. Perdone —no se le había escapado el tema de los carteles, había llegado algo antes de que se los guardara —. ¿Viene a investigarlas también? —igual conseguía algo de ayuda y todo.
Sus labios se torcieron para dibujar una mueca de incomodidad mientras se cruzaba de brazos, ya con los carteles guardados y con la mirada fija en la pareja de guardias. Había sacado un par de cosas en claro; la primera, que aquel hombre confirmaba sus sospechas sobre la mala fama que tenían los cazadores y, en general, cualquier persona afiliada al gobierno en aquel reino. La segunda, que no era el primero ni probablemente el último que aparecía por allí para preguntar por las hermanas Asagiri, lo que implicaba que alguien iba varios pasos por delante de él y, evidentemente, no le hacía gracia. ¿Y si había llegado demasiado tarde y alguien se le adelantaba? Todo ese viaje habría sido una pérdida de tiempo y dinero.
Suspiró con pesadez, tardando unos pocos segundos en percatarse de que alguien más había entrado al cuartel y que, ahora, se mantenía en silencio a su lado. No tardó en analizarla de un rápido vistazo: rubia, de ojos que oscilaban entre el azul y el verde, aparentemente en forma —aunque con el hábito no era capaz de discernir gran cosa— y que únicamente se distinguía de una monja al uso por el arsenal que llevaba encima. Si hasta el momento había pensado que era él el que desentonaba en el ambiente general de Hallstat, la recién llegada le había desbancado por completo. No era de allí, eso resultaba evidente, y sus siguientes palabras confirmaron las peores sospechas del joven. Su ceño se frunció de forma casi imperceptible al entender que compartían oficio, y es que lo único que implicaba aquel hecho era que tenía otra nueva competidora. ¿Es que no podía salirle nada bien a la primera? Cansado como no podía ser otra forma por el casual incremento de interés en las piratas, el capitán se dio por vencido y se largó de allí antes de verse superado del todo por la situación. Por suerte para ellos, el panzón parecía mucho más predispuesto a echarles una mano.
Ayden negó con la cabeza y se encogió de hombros.
—No hay problema —aclaró, casi al mismo tiempo que la beata, dejando que fuera esta quien hablara a continuación. Total, ya que estaba allí, que le ahorrara unas cuantas preguntas sería lo mejor.
Gareth no tardó en aclarar que no tenía la más remota idea de lo que había ocurrido más allá de los hechos generales. Ni un puñetero detalle que pudiera serles de utilidad. Quizá lo de los agujeros y los cuellos rotos, pero las posibles causas eran demasiadas como para sacar nada en claro. Tendría que abandonar la esperanza de que la guardia local le facilitara el trabajo e ir a la escena de los hechos, después de todo. Al menos había averiguado el lugar exacto que, lejos de sorprenderle, confirmaba sus sospechas. «Ya hay que estar tocado de la cabeza para atacar tan abiertamente siendo dos. ¿Tal vez tuvieran ayuda?», se cuestionó en silencio, saliendo de su ensimismamiento en cuanto el buen hombre se despidió y la cazadora llamó su atención.
Su mirada de rapaz podía llegar a ser sumamente expresiva y, en aquel instante, transmitió con claridad su disgusto por la situación. No era un jugador de equipo, nunca lo había sido, así que resultaba evidente que no le hacía ninguna gracia tener que cooperar con otros. Sin embargo, este brillo de hostilidad no tardó en desvanecerse para dar paso a un suspiro cargado de resignación. Asintió con la cabeza.
—Así es, hermana. Es un poco desafortunado que sigamos a las mismas presas, pero supongo que es lo que hay. —Se encogió de hombros a continuación, justo antes de esbozar un amago de sonrisa y tenderle la mano—. Ayden Keenwind —se presentó—. No sé si prefiere que me refiera a usted así o por algún nombre. En cualquier caso, ya que vamos los dos tras ellas... supongo que nos tocará colaborar, ¿no?
Al final había sido él el primero en proponer la idea, pero la realidad es que las otras opciones no eran mucho mejores. Si unían fuerzas tendrían más posibilidades de dar con lo que buscaban o, al menos, mucho más rápido que trabajando solos. Por otro lado, aquella mujer no dejaba de ser una monja y, siempre y cuando no fuera por algún fetiche o hábito extraño, ¿de quién podría desconfiar menos que de una sierva de Dios? No iba a fiarse de ella, claro, pero confiaba en su intuición para creer que no trataría de jugársela. No podía decir lo mismo por su parte. Si daba con algo sin que estuviera delante podría tratar de ocultar información y tomar cierta ventaja respecto a ella. Claro, ¿cómo no se le había ocurrido antes?
—Han dicho que todo ocurrió en el mercado, ¿no? Supongo que no encontraremos un hilo mejor del que tirar. ¿Vamos?
Una vez le respondiera encabezaría la marcha con paso tranquilo. El mercado, por lo que había podido ver tras perderse un poco por la ciudad, no era difícil de localizar y estaba relativamente cerca, a unos diez minutos del cuartel si no eran arrastrados por el gentío.
Suspiró con pesadez, tardando unos pocos segundos en percatarse de que alguien más había entrado al cuartel y que, ahora, se mantenía en silencio a su lado. No tardó en analizarla de un rápido vistazo: rubia, de ojos que oscilaban entre el azul y el verde, aparentemente en forma —aunque con el hábito no era capaz de discernir gran cosa— y que únicamente se distinguía de una monja al uso por el arsenal que llevaba encima. Si hasta el momento había pensado que era él el que desentonaba en el ambiente general de Hallstat, la recién llegada le había desbancado por completo. No era de allí, eso resultaba evidente, y sus siguientes palabras confirmaron las peores sospechas del joven. Su ceño se frunció de forma casi imperceptible al entender que compartían oficio, y es que lo único que implicaba aquel hecho era que tenía otra nueva competidora. ¿Es que no podía salirle nada bien a la primera? Cansado como no podía ser otra forma por el casual incremento de interés en las piratas, el capitán se dio por vencido y se largó de allí antes de verse superado del todo por la situación. Por suerte para ellos, el panzón parecía mucho más predispuesto a echarles una mano.
Ayden negó con la cabeza y se encogió de hombros.
—No hay problema —aclaró, casi al mismo tiempo que la beata, dejando que fuera esta quien hablara a continuación. Total, ya que estaba allí, que le ahorrara unas cuantas preguntas sería lo mejor.
Gareth no tardó en aclarar que no tenía la más remota idea de lo que había ocurrido más allá de los hechos generales. Ni un puñetero detalle que pudiera serles de utilidad. Quizá lo de los agujeros y los cuellos rotos, pero las posibles causas eran demasiadas como para sacar nada en claro. Tendría que abandonar la esperanza de que la guardia local le facilitara el trabajo e ir a la escena de los hechos, después de todo. Al menos había averiguado el lugar exacto que, lejos de sorprenderle, confirmaba sus sospechas. «Ya hay que estar tocado de la cabeza para atacar tan abiertamente siendo dos. ¿Tal vez tuvieran ayuda?», se cuestionó en silencio, saliendo de su ensimismamiento en cuanto el buen hombre se despidió y la cazadora llamó su atención.
Su mirada de rapaz podía llegar a ser sumamente expresiva y, en aquel instante, transmitió con claridad su disgusto por la situación. No era un jugador de equipo, nunca lo había sido, así que resultaba evidente que no le hacía ninguna gracia tener que cooperar con otros. Sin embargo, este brillo de hostilidad no tardó en desvanecerse para dar paso a un suspiro cargado de resignación. Asintió con la cabeza.
—Así es, hermana. Es un poco desafortunado que sigamos a las mismas presas, pero supongo que es lo que hay. —Se encogió de hombros a continuación, justo antes de esbozar un amago de sonrisa y tenderle la mano—. Ayden Keenwind —se presentó—. No sé si prefiere que me refiera a usted así o por algún nombre. En cualquier caso, ya que vamos los dos tras ellas... supongo que nos tocará colaborar, ¿no?
Al final había sido él el primero en proponer la idea, pero la realidad es que las otras opciones no eran mucho mejores. Si unían fuerzas tendrían más posibilidades de dar con lo que buscaban o, al menos, mucho más rápido que trabajando solos. Por otro lado, aquella mujer no dejaba de ser una monja y, siempre y cuando no fuera por algún fetiche o hábito extraño, ¿de quién podría desconfiar menos que de una sierva de Dios? No iba a fiarse de ella, claro, pero confiaba en su intuición para creer que no trataría de jugársela. No podía decir lo mismo por su parte. Si daba con algo sin que estuviera delante podría tratar de ocultar información y tomar cierta ventaja respecto a ella. Claro, ¿cómo no se le había ocurrido antes?
—Han dicho que todo ocurrió en el mercado, ¿no? Supongo que no encontraremos un hilo mejor del que tirar. ¿Vamos?
Una vez le respondiera encabezaría la marcha con paso tranquilo. El mercado, por lo que había podido ver tras perderse un poco por la ciudad, no era difícil de localizar y estaba relativamente cerca, a unos diez minutos del cuartel si no eran arrastrados por el gentío.
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