[Misión común-West Blue] Material para la investigación

Contratante: Eugenio Slink, catedrático de mineralogía

Descripción: Hace ya tiempo que el cuerpo de Slink no está para trabajo de campo, los años ya le pasan factura y no puede permitirse adentrarse en cuevas ni escalar laderas. De todas formas su pasión por los minerales aún no se ha marchitado y está a punto de finalizar un artículo que espera revolucione la comunidad en su campo. Sólo necesita una muestra de un raro mineral que ha aparecido en las cuevas de un monte situado en Ilusia, en el West Blue. Se trata de una aleación de varios metales en forma de pequeños cristales de color verde, si alguien es tan amable de llevarle muestras pagará generosamente.

Objetivos secundarios o alternativos: Corre el rumor de que otros investigadores tratan de pisar su trabajo, no estaría mal convencerlos de que eso está mal.

Recompensa: 2.000.000 de berries. Si se cumple la misión secundaria no tendrá problemas en daros parte de las muestras de ese mineral… puede que sean útiles en un futuro.

Alexandra es científica, ¿vale? Y los científicos, al final, están mucho en contacto entre ellos. Sea por rumores, artículos, etc. La ciencia vista desde fuera puede parecer muy nerd, pero desde dentro todos los científicos con dos luces en la frente sabían lo que era realmente: una batalla campal, una guerra constante. En este caso, el que estaba perdiendo la guerra era un señor minerálogo, o mineralogo, o como se dijera. Ofrecía una recompensa a quien le echara un cable recogiendo muestras de un mineral extraño y Alexandra pensaba llevarse ese premio al bolsillo. ¿Que cómo lo había averiguado? Porque lo había escuchado en una taberna. Y ahora ahí estaba, de polizona en un barco junto a Ino, al que había arrastrado porque aún no lo conocía como le gustaría y además le caía bien, sería una buena forma de empezar a conocer mejor a sus compañeros de tripulación.

El transcurso del viaje fue bastante tranquilo, y pasado un tiempo notaron que el barco se detenía y que amarraba. Aún asi, Xandra esperó un poco más, para que dejaran de oirse las pisadas de la gente.

—Creo que ya podemos salir —después de haberse llevado del barco un par de cantimploras de agua y dos paquetes de galletas de chocolate, Alexandra salió del navío siendo lo más sigilosa posible. Por suerte no hacía falta, aquella gente había tardado poco en vaciar el barco para irse a beber.
—Se llamaba... cómo era, ¿Eugenio? tiene nombre de humorista, pero habrá que fiarse del rumor, ¡vamos a buscarlo, Ino! —dijo y, tras esto, salió en busca del tal minerálogo o como se dijera, ¿por qué no podía ser un geólogo normal y corriente? Estos científicos, siempre poniendo nombres raros a sus especialidades para parecer guays.

Tras varios minutos de búsqueda y tras muchas, muchas preguntas, fueron dirigidos hacia una pintoresca casa a las afueras del reino, donde supuestamente vivía el señor catedrático, lejos de los ojos de la competencia. La científica se ató la cantimplora a la cintura y se echó el paquete de galletas en un bolsillo, entregándole el otro al muchacho para que se alimentara, que aún debía estar en crecimiento.

—Huh, me gusta su estilo —comentó al ver la casa, con una fachada de roca con detalles en minerales brillantes y bonitos, debió costar un dineral. Bueno, habían venido a lo que habían venido, ¿verdad? hora de llamar y empezar.

Hacer cosas buenas... había que hacerlo por la ciencia, ¿no? Estaba segura de que el dios malvado de la ciencia le perdonaría el hacerle favores a alguien.

Llamó a la puerta con dos sonoros pero delicados golpes. Dejó pasar un segundo o dos, pero no escuchaba a nadie. Llamó de nuevo, se abrió la puerta, y el pobre hombre entró en pánico al ver su bata de laboratorio.

—¡No me pisarás el trabajo, buscona! —Alexandra empezó a reirse, lo de "buscona" era totalmente nuevo. Sin embargo tuvo que ponerse seria al escuchar que estaba cargando un arma de fuego.
—¡No, no, soy bióloga, no me dedico a los minerales, vengo por la ayuda que pedía! Este es mi... ayudante de laboratorio, veníamos a recoger muestras biológicas de la fauna local y decidimos aprovechar y ayudar a un colega de profesión porque andamos algo mal de fondos, ¿verdad Ino? —pidió algo de colaboración medio científica a... Inosuke... seh, no había nada de lo que preocuparse, todo saldría bien.

No sabía cómo ni por qué, y únicamente había escuchado algo sobre una roca y científicos, pero acabé de polizón en un barco junto a mi compañera Xandra. Lo único que sabía sobre las piedras eras que si estaban muy calientes podías cocinar huevos sobre ellas o, si eran del tamaño de un puño, las metías en un caldero y hacías guisos deliciosos. Sin embargo, Xandra me pidió amablemente que la ayudara, y yo amable y servicial como siempre, lo hice, obviando que fui ligeramente secuestrado. Pero eso me daba igual, era divertido.


- ¡Vale! - dije cuando me invitó a salir del barco.


Caminamos durante lo que me pareció una eternidad, buscando al hombre con el que quería hablar Xandra. Fuimos de un lado a otro, preguntando a los pueblerinos. Fueron muy amables, a pesar de que me miraban un poco extrañados. Decidí no darle importancia; mucha gente me miraba así, como si tuviese monos en la cara. Al final llegamos a una casa alejada, con muchas piedras raras. Con que era un aficionado a coleccionar rocas extrañas; eso explicaba muchas cosas. Le habría preguntado mejor a Xandra durante el viaje, pero entre que aún no había dominado el idioma del Mar Azul y que estaba ocupado robando comida del barco en el que vinimos, no encontré el momento.


- ¡No me pasarás el trabajo, buscona! - gritó un hombre que salió estrepitosamente de la puerta tras haber tocado mi compañera. Vestía casi idéntico a Xandra, con ropajes largos y blancos. Estaba encorvado como los ancianos de mi tribu y tenía mechones blancos puntiagudos que surgían de su cabeza, salvo de la parte de arriba. Además, también llevaba dos cristales transparentes en sus ojos, unidosppor un fino alambre de metal. Qué curiosa era la gente del Mar Azul.


- Esto... - ¿qué diantres era un ayudante de laboratorio? Diantres, Xandra y su incomprensibles palabras, me tocaba improvisar -, yo ser Chamán Inosuke. Yo cazar roca rara. Eh... ¿Fondos? - miré nervioso a Xandra. Tampoco sabía qué era aquello, menudo dolor de cabeza -. Sí, nosotros fondos. 


El hombre nos miró a los dos, con una expresión entre el desconcierto e incredulidad, y con un gesto de indignación asintió y nos invitó a pasar, o eso me pareció escuchar en su gruñido. Al entrar pude observar muchas más piedras y... ¿cómo lo había llamado Xandra? Minerales, sí. Piedras y minerales junto a muchos cachivaches con formas alocadas cuyo funcionamiento no creía que fuera a aprender nunca, aunque seguramente a Xandra le encantaran. 

- Xanxan, después tu explicar yo qué significar "ayudante de laboratorio" y "fondos" - susurre a mi compañera en un momento de complicidad.

- Siéntense, por favor. Les explicaré la situación - dijo al sentarse en un sofá.


Yo no quería ser descortés, así que le hice caso y me senté en el suelo con las piernas cruzadas esperando para escuchar su historia.

Inosuke cumplió bien su papel de ayudante de laboratorio, participando en la pequeña mentirijilla que estaba armando para conseguir que aquel señor les dejara ayudarles. Sí, sí, era tan absurdo como sonaba, podrían ir directamente a por los minerales ellos mismos pero... eh, el espíritu de hannukah, quansa o lo que sea a veces entraba en el cerebro de Xandra, dándole aquellas extrañas ganas de ayudar a alguien.

—Luego te lo explico, Ino —le susurró de vuelta cuando consiguieron engañar al pobre diablo aquel. En condiciones normales los habría mandado a pastar, pero estaba lo suficientemente desesperado como para aceptar la ayuda de dos completos extraños que eran más extraños que su condición de ser extraños. Tiene sentido, de verdad.

La verdad es que la casa de aquel hombre era como poco interesante, es decir, su ciencia era más de químicos, cosas que burbujeaban y hacían ruiditos, y en ese momento no podía evitar preguntarse cómo reaccionarían esos minerales a un buen chorro de ácido sulfúrico. ¿Qué harían todos esos trastos? Si no estuvieran allí para ayudar -es decir, si estuvieran allanando la propiedad- se habría parado a toquetearlo todo, pero ahora era el momento de escuchar, no de saquear.

—Vale, veréis. Hace no mucho descubrí que una parte de las montañas de este reino tienen una composición distinta al resto de la estructura y, por si eso no fuera bastante extraño, no es algo que lleve así mucho tiempo. Ha cambiado por algún motivo —explicó. El señor, que debía empezar pronto la tercera edad, hablaba con bastante emoción y... bueno, le dio cierta penilla a la científica —. Estoy a punto de terminar un artículo sobre este tema que espero reavive la pasión por los minerales entre la comunidad científica, pero necesito una muestra de un mineral desconocido que ha crecido en esa parte de la montaña, dentro de las cuevas que hay al este de aquí.

El señor no parecía estar en condiciones de moverse tanto como para ir de cuevas pero, ¿cómo descubrió aquello en primer lugar si ya no estaba para esos trotes?

—No trabajaba solo, ¿verdad? —preguntó. Debía tener al menos un ayudante para ayudarle a recoger el duro mineral.
—No. Pero mi antiguo ayudante se ha ido con otro investigador. Así que deberíais daros prisa. Y si es posible... que nadie más consiga ese mineral, quiero ser el primero en hablar de sus propiedades. Lo distinguiréis enseguida, no se parece a nada de lo que se haya visto antes.

Bueno, con aquello ya estaba decidido. Je. El viejo seguía siendo un científico nato, tenía esa chispa de locura y brutalidad que caracterizaba a la competitividad del mundo de la ciencia.

—Bueno, Chamán Inosuke, deberíamos irnos ya, tenemos que darnos prisa.

Xandra abandonó la casa y empezó a andar hacia el este. Hm, que nadie más consiga ese mineral... Es decir, tendría que hacer uso de sus enormes dotes de comunicación, sus grandes habilidades dialécticas, y partir alguna pierna que otra. No necesitaban material, si había otros investigadores se lo robarían después de darles una pequeña Master Class.

—Ese viejo me cae bien, es pasional —murmuró, para luego mirar a Inosuke —No te importa que te haya arrastrado a esto, ¿verdad? Sé que soy como soy pero me caes bien, si no no te pediría que vinieras conmigo —dijo.

El puto viejo la había puesto demasiado sentimental con su pasión en el lecho de muerte. Como la recompensa no fuera buena lo estrangularía para ahorrarle su sufrimiento.

Miro al viejo loco, luego a Xandra, también loca. Los dos tenían un aire similar, una especie de aura, y aún no sabía decir si eso me gustaba o me daba escalofríos. Muy probablemente las dos.

- Sí - respondí a mi compeñare, para lugar mirar al señor - Ella irse, yo irse, tú quedar. Nosotros cazar roca. Adiós - me despedí con una reverencia digna de los más intelectuales para volverme y salir por la puerta mientras aquel hombre ponía una cara a medio camino entre el espanto y el desconcierto. Seguramente se hubiera quedado sin palabras ante mis increíbles modales y conocimientos.

Entonces ocurrió algo que me sorprendió. Estábamos fuera, empezando a buscar aquella cosa... mineral, sí, que siempre me olvido del nombre. Estábamos empezando a buscar el mineral cuando un arrebato de emoción en la voz de mi amiga y compañera me hizo mirarla. ¿Que me importaba? Claro que no. Era mi amiga, y los amigos se ayudaban, o al menos así pensaba yo. ¿Y como es eso de que le caía bien? Si no me había caído encima suyo...

- Yo siempre caer bien, yo doblar rodillas en caída - empecé a decirle - Y tú ser amiga. Amigos ayudar amigos, ¿no?

En realidad aquello que le había dicho no era todo verdad. Un vez, más pequeño, cuando aún no sabía cazar, estaba persiguiendo a una criatura escamada a través de los espesos bosques verdes. En la persecución, salté para atraparle, pero me esquivó en el último momento y yo caí de cabeza. Tuve la cabeza hinchada tres días. Pero aquella ocasión no contaba.

- ¿Y donde estar roca? Tú ser lista, tú saber, ¿verdad?

Porque si algo sabía Ino de su amiga, es que era lista, a su manera. Y comprendía aquel idioma enrevesado muchísimo mejor de lo que él comprendería jamás.

Ay, pobrecillo, aún no controlaba el idioma y se había confundido. Cuando el muchacho le dijo que era amiga suya, a la mayor se le movió un poquito el corazoncito y, mientras caminaban, le dio un abrazo al muchacho, apretujándolo contra ella.
—¡Ay, qué mono! —respondió mientras lo miraba, aunque pronto cambió su mirada a la montaña que cada vez se encontraba más cerca de ellos. Acabó soltando al muchacho para que pudiera moverse bien y continuaron avanzando un poco más.

Sobre la pregunta de Ino, bueno, sí que era lista, pero no sabía exactamente al 100% dónde estaba el mineral. No pensó que fuera muy difícil de encontrar teniendo en cuenta que había más gente buscándolo.
—Estamos caminando en la dirección que dijo, la montaña debe ser esa de ahí —conforme se acercaban la montaña se iba haciendo más grande, y si se fijaban un poco, y si tenían un mínimo de visión de color, podrían ver que había una parte de la montaña que tenía una coloración ligeramente distinta, el tono marrón era el mismo, pero tenía además unos tintes verdes.
—No sé exactamente si es ahí arriba... —murmuró mientras bajaba la cabeza, ¿y si se equivocaba? ... Nah, no podía ser eso.

Además de las indicaciones del viejo y de la intuición de la científica, había otro detalle más que les daba a estos dos aventureros la posible localización de la cueva, de los cristales y de los investigadores.

—¿Por quéeeeeee? —se escuchó un grito mientras se acercaban a la base de la montaña. Alexandra alzó la cabeza solo para ver cómo un hombre con bata blanca similar a la de Xandra caía a gran velocidad, estrellándose contra el suelo y muriendo prácticamente en el acto. La científica volvió a mirar hacia arriba, una figura estaba asomada, pero desde abajo no era capaz de distinguir quién era.

—Yep, es aquí —dijo la científica detective — ¿Sabes escalar, Ino? Y prepárate, parece que hay problemas arriba. Si no sabes escalar puedes subirte a mi espalda —dijo mientras ignoraba cruel y totalmente al cadáver que tenían apenas a unos metros. Tenían la gruta encima de sus cabezas, a unos cuantos bastantes metros de altura, solo tenían que escalar. Xandra no es que supiera mucho de escalar, pero tenía suficiente fuerza en los dedos como para poder sujetarse incluso si se caía, así que... empezó a trepar por aquella pared, se le subiera Ino encima o no.

¿Quién era esa figura? ¿Y teniendo en cuenta lo del viejo... tan importante era ese mineral? La curiosidad empezó a invadir el cuerpo de Xandra, que ya estaba deseando llegar, patear culos y llevarse piedras, cristales, o lo que encontrara que fuera interesante o bonito.

Vale, eso no me lo esperaba. Yo sabía que Xandra era especial, pero tras decirle que éramos amigos me llamó mono, como si fuera yo un animal que saltaba de rama en rama y se comía sus propias heces. Eso no me había gustado, pero después me abrazó fuertemente. Primero me insultaba y después daba muestras de sentido. Pensé que aquello no tenía sentido mientras me ajustaba nuevamente la cabeza de jabalí. El abrazo me la había descolocado. En fin, no importaba, seguía siendo mi amiga, y al menos las cosas que hacía eran graciosas; lo más seguro es que en cinco minutos hubiera olvidado el insulto. Los monos son animales nobles, pero yo no soy un mono.


Poco a poco nos fuimos acercando a una montaña rocosa. Según Xandra, debía ser ese el sitio por el que buscar, así que allí buscaría. Solo esperaba que no fuera exageradamente aburrí... ¿Eso era un hombre volando? Pues no, era un hombre que volaba. Ahora estaba en el suelo, un poco muerto me pareció. Miré hacia arriba y me pareció ver a algo o alguien, pero desapareció rápidamente. Volví a mirar al hombre. Miré a Xandra. Miré al hombre. Miré a Xandra. Continué caminando, no se me había perdido nada ahí. El hombre había intentado volar pero no pudo; los hombres no somos pájaros. Ahora estaba muerto, pero seguramente sirviera de alimento para los animales de las inmedianías y como abono para la tierra. Ahhhh, el ciclo de la vida, qué bello.


- Claro, yo saber escalar. Si no, ¿como robar huevos de ave de montaña del cielo? - respondí a mi compañera, para que no se preocupara por mí.


Primero puse una mano en la piedra. Después la otra. A continuación apoyé los pies. Y repetí el mismo proceso, cada vez un poco más arriba. Era fácil; la pared montañosa estaba un poco inclinada y había muchas hendiduras en las que apoyarse. Si eso era todo lo que había que hacer para encontrar el mineral, sería fácil.

—Hm... Podrías convencer a las aves para que te los den, igual que vamos a convencer a los que estén ahí arriba de que nos den los minerales —dijo Xandra, que confiaba enormemente en el poder del diálogo de sus dos puños y sus diez dedos. Daba igual, Inosuke decía que sabía escalar y no tenía motivos para no creerle o no confiar en él, así que era el momento de escalar.

Por suerte los dos escalaban usando su propio cuerpo, no hacían apenas ruido y, por tanto, no alarmarían a nadie de los que estaban ahí arriba. Piedra tras piedra fue subiendo, evitando las más puntiagudas para no cortarse las manos. Sus pies también hacían lo que podían, aunque los pequeños tacones que llevaba no eran los más apropiados... no importaba, utilizaba la fuerza de los dedos de sus pies para apoyarse, no el tacón del zapato como tal.

Cada vez más cerca hasta que... ya estaban en la parte de la montaña que cambiaba de color. El marrón de la tierra y el blanco de la roca se fundían, a lo que se añadía una tonalidad ligeramente verduzca por la influencia del mineral que había crecido dentro de la gruta. Cuando Xandra estuvo cerca del borde giró el rostro para ver a Inosuke y, sujetándose solo con una mano, le hizo una señal con el dedo para que permaneciera en silencio. Había gente dentro, y estaban discutiendo.

—Spencer, ¿era necesario arrojarlo por la montaña? ¿Y si levanta sospechas? ¿Y si lo ha visto alguien? —preguntaba una voz joven, probablemente ese era el antiguo ayudante del viejo de antes.
—Relájate, chaval. He hecho esto muchas veces, estamos mandando un mensaje, así nadie se acercará y podréis hacer vuestras... lo que sea que estéis haciendo —esa voz era más grave, también masculina, ese debía ser el hombre culpable de aquella muerte. Una voz más habló, poniendo fin al "debate" sobre si había estado bien lanzar a ese competidor al vacío.
—El mercenario está en lo cierto, jovenzuelo, si quieres prosperar en este mundo debes ser implacable y mandar mensajes de vez en cuando —este viejo tenía una voz algo más aguda, se reía de vez en cuando sin motivo y hablaba como esperaría de un científico de verdad. Ese debía ser su principal competidor —. Si tan seguro estás de que puede salir mal, ¿por qué no vas a echar un vistazo a ver si ha servido para algo o no? A lo mejor ha sobrevivido y ha ido a pedir ayuda —dijo, despachándolo con un movimiento un poco despectivo de sus dedos.

Tras esas palabras, empezaron a oirse algunos pasos en su dirección. ¿Venía? Alexandra se preparó. Como buena científica que era, compartía la misma brutalidad que habían demostrado con sus palabras los dos viejos geólogos. Inosuke comprobaría ahora que no solo el mundo salvaje estaba lleno de sangre, el mundo científico también estaba lleno.

El muchacho se asomó y Xandra actuó antes de que pudiera llegar a sorprenderse por lo que estaba viendo. Se estiró, agarró la bata del chaval y tiró con todas sus fuerzas, dejándolo caer al vacío de la misma forma que habían hecho con el otro. ¿El problema? Que el chaval gritó bastante, alertando a los de dentro. Los gritos se acabaron en cuanto el chaval se hizo medio papilla contra el suelo pero eso no arreglaría el daño causado.

—A la mierda el sigilo, Ino, toca entrar —Alexandra subió a la gruta y, tras levantarse, hizo crujir sus puños —. Lo siento, caballeros, pero esas muestras tienen propietario, y ha dejado claro que no quiere compartir sus logros —avisó, dándole a entender al otro viejo de parte de quién iban. El mercenario, por su parte, se mantuvo en silencio y sacó su espada, apuntando con ella a Alexandra, se tomaba su trabajo en serio.

—¿Puedes ocuparte de este, Ino? Es mejor que los científicos resolvamos nuestras diferencias mediante el debate, la razón y el método científico que nos distingue del resto —dijo. La traducción, más o menos, sería tal que: Al viejo ya le coso yo a ostias que me da menos reparo.

Seguí escalando un trecho, acompañado de Xandra. La cueva estaba a mayor altura de la que había creído en un principio, pero eso no nos detuvo a ninguno de los dos. Era fácil de escalar, y en unos instantes acabamos llegando a lo que era la entrada de la gruta. No era muy alta, lo suficiente para poder caminar erguido dentro de ella, pero lo compensaba con un ancho por el cuál cabían varias personas hombro con hombro.

Aún no habías subido del todo; estábamos agarrados a las rocas del borde de la entrada, asomando únicamente nuestras cabezas, cuando mi amiga me hizo un gesto que reconocí. Era el mismo que solía hacer mi padre cuando me ensañaba a cazar y andábamos cerca de una presa. Significaba permanecer en silencio para no delatar tu presencia y asustar a la presa.

Asentí ligeramente con la cabeza y me quedé escuchando, asomándome ligeramente, dejando ver únicamente la cabeza de jabalí. La conversación se acabó tornando en lo que parecía en una especie de discusión entre varias personas. Me mantuve quieto, esperando a una oportunidad para intervenir.

Xandra se adelantó. Un muchacho con la misma ropa que la loca de las palabras extrañas se asomó, aparentemente sorprendido de ver a dos personas desconocidas. Mi compañera, sin un ápice de indecisión, agarró al chico de la larga tela blanca que era su ropa y tiró de él con fuerzas, haciéndole caer al vacío. Se escuchó el sonido de su impacto contra el suelo, pero antes se había escuchado su grito de miedo por estar cada vez más cerca de la muerte. En fin, cosas que pasan. Xandra tendría sus motivos para haberlo hecho.

- Ahora poder salir - dije al comentario de mi amiga -. Nosotros cazar piedra.

Una vez dentro de la gruta, habían dos personas. Otro extraño personaje con la misma ropa que Xandra, el viejo de las rocas extrañas y el joven que acababa de abrirse la cabeza contra el suelo, además de un hombre corpulento, con músculos, el cuál desenvainó una espada con la que apuntó a Xandra. Y eso no lo iba a permitir.

- Yo poder. Yo ser mejor hombre-espada - dije mientras sacaba mis Colmillos, interponiéndome entre mi amiga y el hombre. Entonces Xandra empezó a hablar con "científicos", "debates" y más cosas que no me quedaban claras, pero entendí el mensaje. Yo al del palo de hierro y ella a por el que le copiaba la ropa -. Tú llevar traje blanco primero. No dejar ellos copiar - le dije a Xandra, dándole ánimos a mi manera mientras me centraba en mi oponente.

No había pensado que llegaría a tener la oportunidad de combatir en nuestra búsqueda de la piedra, pero estaba feliz de haber encontrado a alguien con quien poder medirme. Esperaba que fuera un combate decente en el que pudiera aprender de él tanto como él de mí, aunque no le iba a perdonar haber apuntado a Xandra.

Atacó él primero, con una estocada de su sable. Crucé mis espadas y me protegí del ataque, chocando la punta de su arma en el punto exacto donde se juntaban las mías. Empezó a repetir el mismo el mismo movimiento una y otra vez, sin darme ni un respiro. Yo movía mis espadas para defender de sus ataques, primero la izquierda, después la derecha y de vuelta a la izquierda. En un principio nadie parecía tener ventaja, pero como a poco me estaba haciendo retroceder. Yo tenía poca libertad de movimiento; la altura de la cueva me impedía ejecutar mi estilo de lucha habitual, caracterizado por amplios movimientos, saltos y cortes descendientes. Si saltaba, me chocaba con el techo; si levantaba las espadas, también chocaban con el techo. No tenía muchas opciones.

El muchacho que la acompañaba se puso entre el mercenario y ella. Bien, si Inosuke se ocupaba del espadachín ella podría ir a por el científico. Todo totalmente planeado y sin nada de improvisación. Cuando acabaran con ellos podrían recoger las muestras, devolverlas a
—Eso es, no van a copiarnos —dijo, animando al chico —. ¡Me voy a por él, no te mueras! —exclamó y, en cuanto el mercenario atacó a Ino, Xandra aprovechó para colarse dentro de la gruta. El viejo científico, por su parte, había tardado poco en salir corriendo al interior de las cuevas.

Ignoró los minerales de momento, primero quería cumplir la otra petición del geólogo: que nadie más tuviera acceso a esa investigación antes que él. Tsk, lo había perdido de vista. Alexandra acabó en una cueva bastante amplia, iluminada por algunos agujeros que había en parte del techo y por la luz que entraba a través de las distintas grutas que conectaban con aquella cueva central.

—No esperaba que ese viejo tuviera agallas para enviar a nadie más después de que le quitara a su ayudante —la voz del científico resonó por la cueva, no podía localizarlo solo con eso —, puede que tengas el valor para matar, pero te quedan al menos treinta años para poder llevar una bata —continuó, todavía tratando de marear a Xandra, sin terminar de desvelar su posición.

La ex-presidiaria caminó un poco más, en silencio, revisando todo a su alrededor. Habían algunas salidas, pero distinguía la que debía usar porque el suelo también tenía una ligera tonalidad verde. En el techo había un musgo que parecía resplandecer ligeramente, pero tendría que ignorarlo porque aún no tenía forma de subir tan alto.

Entonces fue cuando escuchó un disparo que le pasó prácticamente por la frente pero que no llegó a impactar. Escuchó a continuación un "¡Maldición" bastante más claro y, sabiendo de dónde venía el disparo, echó a correr para asaltar al geólogo enemigo. No obstante, el viejo era más rápido de lo que había podido imaginar, fue capaz de realizar un segundo disparo mientras corría hacia él. Se apartó, pero no con el tiempo suficiente para salir totalmente indemne. Recibió el disparo en el hombro, haciendo que perdiera el equilibrio y cayera al suelo cerca del investigador.

—Putos novatos, siempre dando por culo. Debería rematarla ya.

Entonces, por una de las salidas aparecieron dos personas más, otros dos investigadores. Estos eran más jóvenes, más inexpertos y con menos experiencia. No tardaron en empezar a discutir con el viejo, alargando así el tiempo que tenía Alexandra para recuperar fuerzas.

- Eres bueno, zagal, pero te faltan años de experiencia para igualarme - empezó a contarme aquél hombre mientras atacaba sin cesar -. Estudié más de diez años el arte de la espada con el maestro de espadas Diego el Vegano. Tu estilo poco ortodoxo nunca derrotará a mis suaves movimientos y a mis elegantes florituras.

Malditos fueran los dioses. No solo me habían colocado en mi camino a un digno oponente en un terreno desfavorable sino que además no paraba de expulsar palabras por su boca. En especial aquella y odiosa palabra, invento del demonio, la cual no tendría que haber existido nunca. Vegano. ¿Por qué había gente en el mundo que se empeñaba en no probar el delicioso manjar que era la carne de un animal recién cazado? Nunca lo entendería, y nunca entendería a aquel hombre que hablaba tan rápido que apenas era capaz de captar unas pocas palabras.

Sin embargo tenía razón. Ambos lo sabíamos. Me estaba ganando terreno, y al ritmo que se iba aconteciendo el combate nunca ganaría. ¿Era esto a lo que llamarían ventaja estratégica? De haber tenido una mayor libertad de movimiento lo más probable es que hubieran cambiado las tornas, pero no era así, y de nada me servía lamentarme por ello.

El hombre seguía atacándome con ímpetu, sin darme opción a contraatacar. Se interponía su arma, larga y estrecha, pero bien afilada. En ocasiones me alcanzaba, realizando cortes sobre mis manos y brazos, pero eran poco profundos; podía soportarlos. No obstante, yo seguía retroceciendo lentamente, cada vez más cerca del borde. La intención de mi rival seguramente fuera obligarme a caer por el precipio si no conseguía derrotarme antes. Y la caída no sería agradable.

- Yo no caer aquí - decía como si fuera una súplica a los dioses -. Xandra decir yo no morir. Y yo querer ser mejor hombre-espada. YO NO CAER.

Pero a pesar de mi breve discurso pseudo-emotivo no conseguía evitar seguir el transcurso de los acontecimientos. Al final ocurrió lo que temía; alcancé el borde del precipio. Parecía que iba a ser mi fin, pero no podía permitirlo, no había forma. No iba a dejar que mi camino terminase en una mísera cueva sin haber logrado todos mis objetivos. Y ahora tenía amigos con quiénes quería seguir compartiendo y disfrutando. Si moría, ¿quién compartiría un trago de alcohol con Ivan? ¿Quién cocinaría cuando Kaya la cagase en la cocina? ¿Quién cazaría animales deliciosos para que Katharina no tuviera que pagar por la comida? ¿Quién volvería loca a Bri por recibir siempre heridas y quién acompañaría a Xandra a extrañas y divertidas aventuras? ¿QUIÉN SERÍA LANZADO POR LA KATHAPULTA? Franklin no siempre podía hacerlo todo. Yo tenía que seguir vivo. Debía hacerlo.

Entonces, cuando fui a desviar uno de sus ataques, sobre mi espada cruzó velozmente una sombra azabache a la vez que el metal atravesaba el metal. La mitad del arma del rival salió volando, precipio abajo. No sabía muy bien cómo había ocurrido, pero no era momento para hacerse preguntas. Además, estaba claro que los dioses habían intervenido; ellos no me iban a dejar morir. Sin dudarlo ni un instante, me agaché y tomando mis espadas como si de los colmillos de un jabalí se tratase embestí contra aquel hombre. Ahora que su arma se había roto, yo tenía mayor rango, y pude atravesarle el abdomen con las dos espadas, imitando a la bestia cuya cabeza portaba. El hombre quedó desmayado tras un grito de dolor mientras escupía sangre, que me salpicó en el rostro y cuerpo.

Lo dejé tirado en el suelo, lejos del precipicio para que no se cayera accidentalmente si se despertaba. Evite atravesar órganos vitales, por lo que seguramente viviría. Ahora me tocaba buscar a Xandra, aquella roca por la que todos estaban dispuestos a matar y un buen producto de limpieza para quitar las manchas de sangre de la máscara.

Los investigadores empezaron a discutir entre ellos, dándole a Xandra un precioso tiempo para recuperar el aliento y pensar cuál sería su próximo movimiento. Llegado cierto momento miró de reojo, viendo que había cerrado los ojos mientras suspiraba, probablemente decepcionado por la poca chicha de los científicos jóvenes que seguían ahí, congelados, contemplando lo que tenía toda la pinta de ser un asesinato.

Y tenían razón pensando eso.

En un rápido movimiento fruto de su excelsa destreza, la temeraria científica agarró la pierna del viejo y usó su fuerza para tirar de ella, haciendo que éste cayera al suelo. Se puso en pie inmediatamente después, arrebatándole la pistola y arrojándola lejos.

—¿Cómo te atreves a dispararme? —preguntó en voz alta, agachándose para agarrarlo del cuello con la mano cuyo hombro no estaba herido. Giró el rostro para mirar en dirección a los otros investigadores —. ¡Está prohibido el paso, joder! ¡Largo o acabaréis como este! —exclamó y, para ilustrar a qué se refería, movió al viejo violentamente -por suerte era muy ligero, aunque notaba algo de peso descompensado en su bata- para estamparle la cabeza contra la pared de la cueva. El golpe, y el crujir de sus huesos craneales, resonaron por la gruta como una terrible melodía.

El golpe había sido suficiente para dejarlo inconsciente, pero la osadía de dispararla no podía quedarse así, tenía que mandar un mensaje al mundo de la ciencia. Repitió el mismo movimiento una vez más y si antes no estaba inconsciente ahora sí que lo estaría. ¿Muerto? Ni lo sabía ni le importaba, ella no era doctora.

Dejó caer aquel cuerpo mientras los investigadores jóvenes salían corriendo para no volver.

—Entiendo que te pusieras a discutir con ellos, no aguantan nada —comentó mientras rebuscaba entre las ropas del científico. Parecía que... Sí, ya habían recogido algunas muestras. Mejor para ella, no quería tener que pensar en cómo sacar los cristales de la cueva sin herramientas como las que tenían ellos.
—Así que esto es lo que pesaba tanto cuando lo agarré —murmuró, encontrando dos cristales, un tanto gordos, de aquel mineral que estaba en las paredes de la gruta de antes.

Ouch... Ahora le empezaba a doler el hombro. Lo tendría difícil para salir por sí misma. Empezó a andar de vuelta a donde había dejado a Ino, esperando que hubiera sobrevivido.

—¡Ino! ¡Ya tengo los cristales, aunque hay un problemita!

El problemita lo vería en cuanto se la encontrara, con el hombro así podría sujetar las piedras, pero ni de coña podría hacer fuerza como para hacer la escalada de vuelta, se acabaría comiendo el suelo.

Empecé a andar hacia el interior de la gruta, para encontrar a Xandra y acabar con aquello que nos había llevado hasta allí, cuando me la encontré de frente, viniendo hacia mí. Parecía que se había encontrado con problema, pero seguía viva. Y por su comentario parecía tener lo que habíamos venido a buscar. El único problema, como había dicho ella, era su hombro. Estaba agujereado y lleno de sangre, manchando su traje blanco. En esas condiciones no podía descender la pared de piedra; antes se caería y acabaría aplastada contra el suelo como los dos hombres anteriores.

- Tú no preocupar, Xan - le dije con un voz dulce, como la que usaba para calmar a los animales antes de sacrificarlos -. Chamán Inosuke al rescate.

La obligué a quitarse su traje blanco, dejando al descubierto su otra ropa, consistente en una especie de tela bicolor que recubría su cuerpo entero. Estaba muy graciosa de esa forma. La recosté contra una pared y empecé con mis atenciones sanitarias.

- Espero que tú perdonar Ino - dije, casi arrepentido, mientras rasgaba un trozo de tela de su traje blanco para usarlo como vendaje -. Ser necesario.

Empecé a envolver su hombro alrededor de la herida, pasando la venda sobre su omóplato y su axila, aplicando la presión necesaria para que no se desangrase pero la justa para no impedir el correcto flujo circulatorio de sangre. Una vez hubiéramos terminado la ayudaría a levantarse, y le ofrecería mi ayuda para descender.

- Subir sobre mí - le diría con una sonrisa bajo la máscara -. Yo ayudar. Tú agarrar fuerte.

Entonces, una vez se hubiera subido sobre mi espalda y estuviera bien sujeta, empezaría a hacer lo mismo que al subir, solo que al contrario. Movía los pies buscando puntos de apoyo cada vez más bajos, y el cansancio empezaba a apoderarse de mi cuerpo. No sabía si era por el peso de Xandra, por las heridas acumuladas del combate o la suma de ambas, pero me costaba mucho más bajar que la vez en que subí. Eso no tenía lógica, ¿no había sido siempre más fácil bajar que subir? Pero ahora eso daba igual. Era un hecho que me costaba, pero de mí dependía no solo mi vida sino la de mi amiga, por lo que no me iba a soltar de aquellas piedras ni un instante.

En un momento dado me llevé un susto; una piedra sobre la que iba a descargar todo mi peso se desprendió de la pared de la montaña, dejándome colgado únicamente de mis manos, pero se quedó en un simple susto. Rápidamente busqué nuevos puntos de apoyo y descendí hasta llegar al suelo.

Una vez en el suelo, emprendimos el camino de vuelta. Tanto Xandra como yo no estábamos en nuestro mejor momento, así que pasé su brazo sobre mi cuello a la vez que hacía lo mismo en ella para apoyarnos mutuamente y dejé que me guiara.

- Cuando llegar, yo aplicar ungüento en herida - le diría en el camino, charlando amistosamente -. Necesitar barro. Y más vendas.

Ah, mira, había sobrevivido, menos mal... no le gustaría tener que explicar qué había ocurrido. Oh, cierto, el muchacho era médico, bueno, un tipo de médico más naturalista pero aún así "médico", no? no era como si los médicos con doctorado fueran más útiles que Ino, solo eran distintos.

—No te preocupes, ya tejeré otro, solo no rompas los bolsillos, llevo ahí los cristales —dijo mientras se quitaba la bata. Así dejaría a la vista su vestido, que tapaba lo justo y necesario por abajo, siendo así un vestido ajustado quizá demasiado corto pero que no importaba porque cubría sus piernas con unas medias negras.

Para ser un muchacho un poco salvaje el chaval sabía de primeros auxilios bastante más que Xandra, tenía que concederle eso. Le daba bastantes vueltas a más de un médico profesional que conocía, y por ello se alegraba de poder contar con él. Después de preparar la venda de emergencia y de subirse encima suya -el resto de la bata se la había atado a la cintura para no perder los cristales-, ambos bajaron como buenamente pudieron por la montaña de la misma forma que la subida. Sí, podrían habérselas apañado para salir por el otro lado, pero en ese caso el trayecto habría sido demasiado largo.

—Siento si peso mucho, vuestra comida está muy rica —y bueno, que con todo el ajetreo aún no había podido ponerse a entrenar como debería, así que era normal que hubiera ganado algún kilillo de más. No obstante, no creía que fuera a suponer un problema para su joven, vivaz, energético y fuerte compañero.

Se asustó un poco cuando se quedó colgado solo de las manos pero no dijo nada para no ponerlo nervioso. Confió en él y consiguieron llegar hasta abajo, momento en el cual Alexandra acabó por soltarse del habitante de los cielos.

—Hm, sí, quizá deberíamos pasar antes por algún otro lado para hacer esas curas, no quiero que el viejo alucine demasiado —tendría que desechar la bata cuando acabaran el tratamiento pero bueno, daba igual, ya tejería otra cuando volvieran al vehículo principal de la banda, cuando... bueno, cuando llegaran.

Le dio algunas indicaciones cuando no estaba en condiciones de guiar, y acabaron, tras un trayecto algo más largo del que esperaba, en el puerto, donde podrían estar más tranquilos. No lo habían notado por el tiempo que habían pasado en la cueva, pero habían caído unos pocos litros de agua en lluvia. No demasiados, pero sí los suficientes como para dejar algunas partes embarradas por aquí y por allá.

—Usa el resto de la bata, solo déjame sacar... —se soltó y rebuscó en la bata que llevaba atada a la cintura. Después de encontrar los cristales se la quitó del todo, entregándosela a Ino antes de pasar a sujetar los cristales con sus dos manos —. Ya falta poco para que descansemos, Ino, solo curarnos y entregar esto —más le valía al viejo que la recompensa fuera apropiada para la pérdida de su bata y para el tiro que se había llevado así de gratis.

Los viejos estaban mal, pero los viejos científicos es que estaban como jodidas regaderas, eran incluso peores que ella.

Tras andar un trecho que cada vez se me hacía más largo y que no reconocí como el camino de vueta, llegamos al puerto de la isla, cerca de donde pisamos tierra en aquella isla por primera vez. Xandra quería que me encargase de las heridas antes de ir a ver al hombre de las piedras raras, y afortunadamente había barro en aquellos caminos de tierra, por lo que me puse manos a la obra.

Xandra sacó del interior de su ropa la piedra que había conseguido. No sabía por qué la gente mataba para conseguirlo; a mi me parecía una piedra normal. Algún motivo debía de existir, que escapara de mi comprensión, y tras haber vivido cosas tan extrañas que solo podía considerar magia o milagros provocados por los dioses, no me extrañaría que aquel material fuera capaz de matarnos a todos.

Apartando esa alocada idea de mi cabeza cogí el resto del ropaje blanco de mi amiga y lo hice jirones, haciendo múltiples tiras. No era lo más adecuado, pero podría evitar que siguiera sangrando y en cuanto la untase con barro la herida se curaría antes. Dejé las vendas a su lado y abrí un agujero en la ropa, allí donde la bala había atravesado la carne. Lo examiné nuevamente; el disparo había atravesado el hombro, por lo que no había ningún fragmento perjudicial dentro. En mis tiempos en la Isla del Cielo había visto morir a gente por clavarse una simple astilla de madera y no poder sacársela. Con esas cosas había que tener mucho cuidado.

Después de revisar la herida y de constatar que no hubiera nada extraño en ella, me acerqué velozmente al charco de barro más cercano, recogiendo una cantidad decente con ambas manos. Al llevarlo al lado de Xandra se me escurría por los dedos, deslizándose por mis brazos, pero conseguí llevar lo suficiente para tratar la herida. Primero le puse un capa de lodo en la parte frontal de la herida; después en la parte de atrás. Una vez hecho lo abaniqué con las manos fuertemente; necesitaba que se secase el máximo posible. Cuando decidí que ya estaba listo, que coincidió con el momento en el que mis brazos ya no podían seguir abanicando, pasé a incorporar nuevamente las vendas, esta vez haciéndolo de una forma más eficaz y duradera que el apaño de la gruta. Al final su hombro y medio brazo acabó cubierto, pero así me aseguraba de que la venda no se soltaría con facilidad y que mantenía a buen recaudo el emplaste de barro.

- Tú lista - dije a Xandra -. Tú curar pronto. Si ser fuerte, barro ayudar.

Después fue mi turno. Me acerqué al mismo charco donde recogí el barro para mi compañera, y empecé a restregármelo por los brazos y por todos los lados donde aquel hombre me había herido. No tardé mucho, y cuando salí de la charca mi máscara no era lo único marrón que tenía.

- Terminar. ¿Irnos?

¿Qué haría aquel mineral? Las posibilidades eran realmente infinitas. ¿Sería un catalizador de algún tipo? La cabeza de Alexandra ya corría salvaje haciendo centenares de tests en su propia cabeza, solo ese pensamiento la distrajo lo suficiente como para poder soportar cualquier tratamiento que Ino quisiera aplicarle.

¿Y si era un catalizador de haki que permitía aumentar la efectividad del mismo? ¿Tendría alguna reacción química que pudiera usarse como explosivo de alta potencia? ¿o quizá tendría unas propiedades curativas que dejaran en la mierda a los tratamientos médicos actuales? Lo habría probado ahora frotándose el mineral contra la herida, pero su compañero ya estaba acabando y tampoco era plan de deshacer su trabajo solo para eso, no quería hacerle sentir mal.

¿Ocurriría algo si lo cargaba con electricidad? Las propiedades desconocidas de aquel mineral eran algo que necesitaba descubrir, y eso que no era mineráloga o como se dijera eso. ¿Y si estaba cargado con algún elemento ya? Eso personalmente lo dudaba bastante, a simple vista no parecía que tuviera ninguna carga de ningún tipo, de lo contrario estaría resplandeciendo de alguna manera.

¿Y si la combinación de sus componentes resultaba en un material especialmente bueno para artefactos científicos? Casi se pone a saltar sola, casi.

—Por supuesto que soy fuerte —hizo una pose de gimnasia, de broma, antes de ver cómo el muchacho se revolcaba en el barro para su medicina.

Hey, él era el médico de los dos. Él no se metía en sus movidas científicas y ella no decía nada de su medicina tribal, todos ganaban.

—Sí, vamos a entregar esto de una vez —tenía ganas de descansar, comer un poco, dormir, recuperarse del agujero que tenía en su hombro, esas cosillas. No había mucho trayecto restante, y apenas unos veinte minutos más tarde volvieron a la estrambótica casa del viejo minerálogo. Bueno... hora de acabar con esto.

Llamó a la puerta y fueron recibidos por el viejo, que se dio cuenta del estado en el que estaban los dos.

—¿Ocurrió algo? —preguntó, curioso.
—Que tenemos tus muestras —dijo, tendiéndole los cristales que había conseguido recuperar. Al viejo casi se le iluminaron los ojos. Agarró ambos cristales y les invitó a pasar, prácticamente ignorando por felicidad a Inosuke cubierto de barro.

—¿Habrá más gente con muestras? —preguntó, esta vez haciendo referencia a su otra petición, ser el primero en poder investigarlo y publicar al respecto. No le iba a decir lo que había hecho para no alarmarlo, pero sí que dejaría caer que, efectivamente, él era el único en posesión de esos minerales.
—Digamos que he mandado un mensaje lo bastante potente como para que nadie quiera ir a por muestras.
—Vale, no preguntaré. Entonces... —se lo pensó. Se lo pensó durante un par de minutos enteros. Finalmente agarró uno de los cristales y se lo tendió a Alexandra —. Esto como extra. No vas a publicar nada, ¿verdad?
—No, no tengo interés en el reconocimiento público de momento —le gustaba trabajar en las sombras y aplicarse sus investigaciones a sí misma, no fardar como quien fardaba de genitales grandes. Aceptó el cristal, pero... ¿nada más?

—¿No falta algo más? Esto es el extra, ¿verdad? —preguntó Alexandra, que sentía que eso no debía ser el único pago, más que nada porque, curiosidad aparte, le resultaba un poquito escaso. El viejo no dijo nada aún, solo le indicó con la mano que esperara. El hombre fue más al interior aún y después de un par de minutos salió con una bolsa en la mano, entregándosela también. Holmes abrió la bolsa, vio el dinero, y casi ni se paró a contarlo, había suficiente dinero para tenerla contenta un tiempo.

—Una paga honesta para un trabajo honesto, ¿eh? —bromeó.
—Sí, sí, y ahora dejadme trabajar, por favor.

Le hizo señales a Ino con la mano para que la acompañara de nuevo, esta vez fuera de la casa. Ahora... ¿ahora dónde podían ir? Con esos millones podrían pagarse un billete para ir al mar que quisieran, las posibilidades eran infinitas.

De momento se tomarían un respiro en alguna posada, y luego... luego ya verían qué hacer.